Periódico El Mollete Literario #19

El Mollete Literario
www.noticiastransicion.mx
Director: Carlos Ramírez
[email protected]
Marzo 15, 2015, Número 19, Tercera Época
Reflexiones sobre y
desde el ajedrez
Por Luis Flores
Imagen de portada: Fotograma de la película “El Séptimo sello”(Det sjunde inseglet) de Ingmar Bergman, 1957.
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El Mollete Literario
El Mollete Literario da un paso
más, ahora en formato de
revista
Lo importante siempre desemboca en una reflexión.
Cuando caminamos y nos encontramos con senderos
bifurcados, la meditación de lo ya andado se hace un
elemento imprescindible a la hora de elegir. El impulso
no siempre es favorable ni justificable en muchas de las
decisiones que tomamos en nuestro transitar en la vida.
En esta ocasión hacemos una pausa, reflexionamos
porque no podemos dejar de lado en esta publicación el
contexto de México, dañado por dentro y por fuera de
mil maneras, azotado tajantemente por muchas situaciones que nos enmarcan, nos manchan, sin embargo no
dejemos que nos coman.
Saltemos juntos, pues, a este nuevo número de El
Mollete Literario. Les traemos arte en palabras para saciar la
sed de opciones de ediciones literarias en México.
Desfundamos con estilo a un gran equipo de colaboradores que darán espacio al acontecer como todo buen
libro, música, pintura, escultura y más artes indispensables en el mundo. Ahora nos presentamos con formato
de revista para hacer más práctica la lectura de nuestro
contenido, ya que nuestro compromiso es promover y
facilitar la expresión de la literatura y cultura en general.
Gota a gota Por Luy
15.03.2015
Índice
3
Días de [falso] calor
Por Ene Riaño
azul
22 ElPorVertedero
Paul Martínez
5
Letras Torcidas
Por César Cañedo
de un personaje
24 Memoria
que no existe
7
Cuento
Por P.I.G., Marco Villavicencio, y
Samuel Enciso
Por Ulises Casal
animalesca
26 Crónica
Por P.I.G
vida a cuadros, reflexiones
Literarias
27 Reseñas
13 Ladesde
el ajedrez
Por El bolillo escéptico
Por Luis Flores Romero
músicos en la literatura
28 Los
Por Margarita Salazar Mendoza
17
Diario
Por Canuto Roldán
19
Semilla Insólita
Por Lydia Zárate
21
Ray Bradbury y sus marcianos
verde cadavérico
Por Monserrat Méndez
vuelta más en el infinito
30 Una
Por Ximena Cobos
El Mollete Literario
Mtro. Carlos Ramírez
Presidente y Director General
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Lic. José Luis Rojas
Coordinador General Editorial
[email protected]
Monserrat Méndez Pérez
Jefa de Edición
Consejo Editorial
René Avilés Fabila
Wendy Coss y León
Coordinadora de Relaciones Públicas
Mathieu Domínguez Pérez
Diseño
Raúl Urbina
Asistente de la Dirección General
El Mollete Literario es una publicación mensual
editada por el Grupo de Editores del Estado de
México, S. A. y el Centro de Estudios Políticos y de
Seguridad Nacional, S. C. Editor responsable: Carlos
Javier Ramírez Hernández. Todos los artículos son
de responsabilidad de sus autores. Oficinas: Durango
223, Col. Roma, Delegación Cuauhtémoc, C. P.
06700, México D.F. Reserva 15670.
Certificación en trámite por la Asociación
Interactiva para el Desarrollo Productivo, A. C.
La espiral y el círculo, el libro y la escalera, son
geometrías complementarias que aspiran al infinito.
Vivian Abenshushan
El Mollete Literario 3
15.03.2015
Días de [falso] calor
Por Ene Riaño
T
engo diecisiete años.
Aaah, no, veintitrés;
sí, veintitrés (23
seconds all things
we love will die) no veintiuno
como ayer escribí, escribí con
número, no con letra, al rellenar
con color rojo y rosa la encuesta
que entregué al salir de ver
Esperando a Godot en el aula-teatro
Justo Sierra-Che Guevara de la
facultad.
Tengo veintitrés y él, mi alumno, Luis
Guillermo Roqueñi Aragón, de los Ibargüengoitia y Chacón, cumplirá diecisiete
dentro de uno, dos, tres meses, en agosto.
Sí, señores y señoras, niñas y niños; bisexuales, asexuales, gays, impotentes; ranas, ratas, culebras y moscas panteoneras.
Sí, sí a tod@s ustedes, el que él vaya a cumplir diecisiete el próximo mes de agosto —
el siguiente 25 de agosto, porque seguro es
del 25, si no por qué lo de Luis. Su familia
no es de rancho pero es, son “buenas” familias, de esas que, aunque yoguistas, budistas, ateas, musulmanas, hippies, liberales,
transexuales, zombies, descenliteratas acostumbran seguir el santoral nuestro de cada
año—. Sí, el que vaya a cumplir diecisiete
en agosto, hizo, de cierta y no total manera,
que yo empezara estas líneas mintiendo al
decir que sólo tenía diecisiete años.
Mentí, miento, claro, esto es ahora ficción. ¿Te acuerdas de la lección, Memo?,
¿recuerdas que hasta buscamos definiciones de palabrejas hermanas que comprueban nuestra teoría (o sólo mía hasta ayer y
ahora también tuya) de que una cosa es lo
ficticio, otra lo creíble y otra lo verdadero (o
real)? Sí, esto ahora es ficción, lo he hecho
ficción, aunque claro que en cierta parte es
verdadero (real); en otra, es sólo ficticio, y,
en pocas ocasiones, es creíble. Quizá, por
ahora, tontito y deslumbrante mío, es lo
único lo que puedo ofrecerte, lo único que
me está permitido darte.
Sí, él está más cerca de los diecisiete y
yo de los veintidós, porque hace apenas dos
Fotografía: Edgar González Galán
meses que dejé de tenerlos; blah, blah. Todo
se debe a que él, el verano otoñal pasado,
reprobó Taller de literatura e iniciación
a la investigación documental (no me explico cómo. Aaah, sí, fue su pésima grafía,
fue sólo eso), es por ello que su madre me
dejaba hojas como mensajes subliminales
por las paredes de la facultad mientras el
invierno agonizaba y el hielo de Vancouver
se derretía y asesinaba patinadores.
Yo toqué toc-toc, ring-ring, y nuestras
asustadizas miradas candentes se cruzaron
afuera, en la banqueta-corredor del Suburbia de Quevedo, antes del café de protocolo. He viajado, semana a semana, ésta
última cuatro veces, en el terror alucinante
del subterráneo, para verlo, para ganar unos
billetes, para retacarme de botana e infestarme de coca. He tocado a su pinal puerta y
en un instante peligroso me encuentro en
el pasado, en el gris de los recuerdos, en
el sepia de lo que es tan lejano que se confunde con lo imaginario y/o mítico, en lo
que ya no es o nunca fue… Basta, hablaré en
presente, ahora cuento esto, como está pasando —tal vez sólo para pasar, como todo
pasa, sin pasar y saliéndose del paso para
hacerse pasado—.
Su nombre es Luis Guillermo, pero
aunque le dicen Memo, y yo no sé por qué
razón en ocasiones le digo Lalo, a veces
me dan ganas de llamarlo, de gitar(le) simplemente “Memito” [No, esto no es plagio
consciente ni intencional del inicio de Dolores, Lola, Lolita]. Iba a contar cómo es esto
que siento dentro de mí, que me hace estre-
mecer de goce (burdo, pegajoso y vulgar) y
placer (infinito y celestial). Ya, de repente
he recordado que a lo que iba (como seguro
lo dice así también “Live bed show” en el
minuto 2:50), era a decirle: lo mucho que
lo amo, lo mucho que lo sufro —sí, así, cual
Manuel Acuña declamándole su “Nocturno
a Rosario”— lo mucho que sé, justo ahora,
más antes, que un momento atrás…
No será, no será; lo sé, esto, este fantaseo en duermevela es producto de mi
embriaguez satívica, por eso lo pienso, pero
esto, eso no sucederá, aunque nos parta a
los dos y nos joda toda la vida. O puede
ser que pase, como seguramente dice “Live
bed show” de Pulp (Pulp, esa inglesa agrupación que dos hombres llamados Ricardos
—no Ricardo Juan— me advirtieron). Porque Lucio no, él me dijo que no le gustaban
del todo, ¿cómo iba a decirlo, si él es un pleno, un pleno admirador de los Smiths? Ay,
los dos tienen algo de ochentero que no me
gusta ¿cuáles dos, Pulp o los Smiths, Memo
o Lucio? No lo sé.
Sí, siguiendo donde me quedé, siguiendo eso realmente capital, ese algo realmente
importante (no que moriré, porque esto ya
lo sé y no es ni será un descubrimiento ni
para mí ni para nadie más) es que yo siento
lo mismo que él siente, que sé lo que piensa
y que él sabe lo que siento, lo que pienso.
Sí, así como sabe que justo en el momento en el que me marcó, telefoneando a las
17:10, yo estaba desnuda, masturbándome
pensando en él; así como yo sé a qué se refería él cuando me dijo lo de la foto pegada,
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El Mollete Literario
15.03.2015
Fotografía: Edgar González Galán
anexa al ejercicio de la carta formal (ya que
la informal me la escribió a mí) y rió para
después decir que era cierto pero que ésa
era suya, de uso personal, de su uso privado
y exclusivo. Me lo decía y ambos reíamos,
estallábamos en carcajadas, sabiéndonos
delatados, pero continuando con nuestra
actitud nada delatadora.
Sí es justo y/necesario, el sentirlo lamer
su propio sudor de mis tetas, no como gato
tomando lechita, sino como hombre que
lo sabe; aunque parezca tan indefenso, un
pobre gatito asustadizo que canta y maúlla
mal. Él es un hombre-niño, o sólo un niño,
no un hombre, un niño que aunque quizá
pronto deje de serlo —como lo hacen todos
los demás, de una u otra manera, de tal o
cual forma, en este u otro lugar, consciente
e inconsciente— aun así habrá estado aquí,
conmigo, con su pureza, con su inocencia,
con su inconformidad, con su apatía, con
ese temblor incesante y su pelo alborotado;
aquí, justo ahora, lamiéndome esa que dice
es mi savia y dándome de beber.
Sí, Memo, Memito, monta a la mesa y
saca tu ferocidad inocente y salvaje, juguetona y genial, y tú máxima, máxima inteligencia demoniaca, esa que en lugar de enfurecerme me hace sentir dichosa así como
él (o sea tú), como tú te sientes (cómo él se
siente) dichoso cuando le explico “El otro
yo” del impuesto Mario Benedetti (preferiría yo “Altazor”). Él sonríe (sí, sonríes),
deja de hablar en francés y, sin moverse, me
lame los pezones sudorosos, ese sudor se
funde con su baba, con esa baba adorable
que destroza y reconstruye.
Y me mira, quietecito, me observa remojándome los labios, estirándomelos,
partiéndolos y chupándomelos, me contempla extasiado del todo, mas yo no dejo
que culmine el espectáculo, lo dentengo,
¡tonta!, lo detengo en mi ingenuidad, esa
misma, o parecida al menos, que me da al
no ver ceros —como los niños o los retrasados no ven la parte faltante del caballo
de Magritte—.
De repente, Enrique me interrumpe, entra enfurecido, moviendo la melena como
señora de los ochenta. ¡Oh, no!, él también
tiene un aire ochentero, todos lo tienen, incluso los que no nacieron en esa década.
Claro, no son los ochenta; es la segunda
mitad del siglo XX; no, es todo el siglo XX,
enterito; naah, es del XIX para acá; es desde
el Renacimiento; no, la “culpa” la tienen los
griegos. ¡No, no y no! Es el hombre, el hombre, ese hombre que no tiene ni siquiera pecado original, porque nunca tuvo un Godot
que los creará y, aunque después ellos se
lo inventaron a él no pueden sostenerlo, se
les cayó.
Estamos solos, ese es el rasgo de la humanidad que no me gusta, me molesta saber que somos humanos y estamos solos,
y siempre nos abandonamos… ese no es un
rasgo ochentero, no lo es, no es Pulp ni los
Smiths, no es Memo ni Lucio ni Enrique
ni yo, no es ningún poeta filosofal, no es
nada ni nadie de eso, es la soledad, la soledad es una condición humana, la más recia
e inquebrantable, esa que sólo puede enmarcarse en lo único divino que tenemos:
el arte y el amor, ¿o es el amor al arte?, ¿o el
arte del amor, del rumor humano amoroso?
¡Me retracto! No dimito como ser humano,
me quedo aquí en el absurdo, protector y
poderoso.
Como iba diciendo, de repente, Enrique entra enfurecido y moviendo la melena
suya de señora ochentera, dice:
—¡Momento! Estamos empate.
—Sí, pero Enrique, él está conmigo y tú
ni me invitas a salir.
—Sí, ya lo sé, pero él no podría hacerlo.
Sí, él no podría sacarte a pasear.
Yo pienso sin hablar: ¡Sacarme a paseaaaaar, cual perro Simba, perro Peguie, perro, perra? Ni que fuera can. Y arremeto.
—Bueno, deberías tú de “invitarme a
salir”.
Basta. Qué invitarme a salir ni que nada.
La modernidad, la modernidad miente; en
el fondo y en la superficie esto es, fue y será
una sociedad patriarcal en la que supuestamente lo poderoso es masculino y lo protector lo femenino. Al diablo hasta con la
grandeza de las normas cosmogónicas, se
trata de otro asunto.
Yo iba a algo, no obstante Enrique y su
repentina visita y, sobre todo, yo me interrumpo. Seguiré, no hablaré de él, de Quique, ni dejaré que hable, no por lo menos
hasta que haga lo que puede hacer. Iba en
que…sí, yo también lo adoro, lo adoro, lo
adoro tanto, tanto que hasta lo amo pasivamente, pues ese es el equilibrio de mi
ardiente adoración a él, mi tótem. Y nos
comemos mucho mejor de lo que cuenta el
sobrevalorado Eduardo, Lalo, Galeano, en
ese relato incluido en esa guía —esa guía
que respondemos como pretexto textual—
para el examen extraordinario de la Taller
de literatura e iniciación a la investigación
documental.
Nallely Pérez Vargas, Ene, como prefiere llamarse, estudiosa del decadentismo americano,
actualmente se desempeña como correctora de
estilo.
El Mollete Literario 5
15.03.2015
Poesía
Letras Torcidas
Rezo (Nocturno)
Por la señal de la santa cruz
Señor, yo no soy nada y tú me amas,
permíteme pastar contigo tus ovejas,
en el remanso de paz que está en tu nombre, Jesús.
En el nombre del padre y del hijo
Y de
Señor, si tienes llagas, yo las cierro.
Cuídame tú también, que soy un niño
que tiembla al santiguarse
en mi nocturno rito,
desde una soledad de manos juntas
desde un pecado hincado
que te reza,
desde una culpa antigua
que hunde su cabeza,
porque te quiero más y más
y esto no es bueno,
según el catecismo de mi madre.
Señor, si tú has pecado, yo lo olvido,
soñé anoche tu mano entre la mía
y de mí subía algo hacia tu cuerpo
y temo, Señor, que tú te enojes.
Señor, si tú estás vivo, ven conmigo,
invítame a pescar mares de hombres,
a darle pan al pan y amor al ciego,
a enamorar injustos y levantar caídos.
Señor, si eres de carne, dame un beso,
enséñame a ser grande,
dame fuerzas,
para aguantar los clavos de esos hombres,
que noche a noche y como a ti recibo,
en mi padre, en el Ángel y en mi hermano.
Señor, si tienes miedo, yo te salvo,
saciado estoy de ti,
yo te conforto,
mi corona de vicios es tu adorno
y tu cetro en mi diestra empuñadura,
y así serás un Rey, mi Rey, mi Cielo,
mi Señor poderoso, íntimo y mío.
Señor, si tienes dudas, yo en ti creo,
más que al dulce de leche yo te adoro,
y mis suspiros no son cuentos de cuna.
Señor, si tú eres hostia, yo te como,
devorado serás por mis adentros
y sentiré la paz de estar contigo
desde esa extraña alquimia
en mi pancita.
Señor, ya no veo nada, aquí está oscuro,
un helecho de muerte está brotando,
de mi pipí pecado perpetrado.
Señor, si tú eres vida, qué del vino,
qué del diablo heroína
que ha robado y violado
aquí en mi casa.
Ya me estoy enojando, Señor,
porque no vienes,
porque yo aquí te amo y tú allá arriba,
sin haberme, siquiera, dado un beso.
Señor, ya es mucha espera,
qué te piensas,
tú sabes que mi amor también caduca,
que polvo me ha formado y soy volátil,
que lo único que quiero es un abrazo
que salga de tu lengua
y me extermine
me devore la boca y las entrañas,
me haga uno contigo y con tus espíritu
¿Señor, es esto malo?
En ti confío.
Fotografía: Lucía López Canales
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El Mollete Literario
15.03.2015
Fotografía: Edgar González Galán
Eduardo Mendicutti
Primero
O negativo
Rey de España serás sin elefantes
que recuerden escándalos modernos.
La noche que otra noche está goteando
en el arado campo de las letras,
donde una vez,
había una vez,
por una vez,
trigo y maíz, erectos y danzantes,
del Marrakesh la corte de lo inverso
hicieron gala del mejor mojito
que anula y esplendece mi rebozo malinche,
campo abierto,
patria y matria en la yunta,
y cosechas al fin literatura.
Decolonial encuentro cuando el gozo
enseña a la vetusta encanecida
que otro mundo dignífico incensario
tejemos de la pérdida,
del horror y el espanto región cuatro,
que es más duro que querer más duro,
y soñamos incierto desde penes inlúbricos
de todos los tamaños del deseo,
epifánica entrega de saber la textura,
ejercicio otredad que nos cancela,
celebrar el error y anhelar nada,
pescar sin el anzuelo y cazar viento.
Trueque doy
a este verso que no alcanzas,
y sin ser poeta
tienes del reino llave
y de mi alcoba.
Poetiloca muscuflora rimbomvérgica,
retablista del sexo broadcasteado,
orgiástica saltimbanqui y poetisida,
remáchame de versos y esteroides,
conjúrame la carne que se asienta,
enséñame a deletrear Antofagasta
sin que Ibáñez nos jale de los pelos
abajeños, cresposos, bocaamantes.
Ni pobre, humana prosa, ni alopécica,
la tuya más bien es me voy, me vengo,
chaquetera y ridícula, excelsa y cuaternaria,
exiliada, ida y vuelta, de cordel y timpánica,
fermento de boundage y el S/M,
forzoso aterrizaje sin laureles ni espanto,
calavera que entierra con el bíceps poético
a la fuerza en la tumba de la democración
rechifla pluralista en fáunico congreso,
decisiones erradas, como el bulto en calzón.
Puñístico que entras ano, trioísta
legítimo, suspensorio del tiempo,
especulador de indecencias y sexshopes,
vena salida de remarle tanto,
sangre ponzoña de negadas fallas,
cazador de dildoposas, arrojado del templo,
niño perdido para no estar en gracia,
“a veces ser feliz sólo es no serlo”,
lubrica más tu pluma
que tu ganso.
A Pedro Montealegre, In Memoriam
César Cañedo (El Fuerte, Sinaloa, 1988), poeta,
atleta, profesor, investigador, actualmente estudia el Doctorado en Letras en la UNAM, donde
ha estudiado su licenciatura y maestría con trabajos de investigación sobre poetas y escritores
marginales mexicanos del siglo XIX, como Antonio Plaza, Josefa Murillo y Adolfo Carrillo.
Es fundador y codirector del Seminario de Literatura Lésbica Gay, UNAM y ha sido publicado
en Círculo de poesía.
El Mollete Literario 7
15.03.2015
Cuento
Ella y él
Por P.I.G.
Ella lo miraba con los ojos de quien, pese a todo, se sabe, y por
una vez en la vida, querida de verdad. Él sólo alejaba su mirada
a través de la ventana de aquel transporte público viejo, sucio
y hediondo.
Él había prometido un festejo digno de diez años de relación.
Ella esperaba flores, detalles y un carruaje que los llevara a su encuentro romántico, pero aquello era suficiente, pues más allá de
todo lo amaba y amaba sus intenciones.
Ella lo abrazaba, acariciaba su cuello, le hablaba al oído con
la timidez de los primeros días; intentaba, sin lograrlo, besar los
labios de aquel hombre que le robó niñez y juventud en un acto.
Él procuraba no hablar, no tenía deseos de charlar, o es que tal vez
nada de lo que dijera en ese momento tendría importancia.
Ella sonrió y se sintió digna de tener una pareja con la que
pudiera festejar diez años de vida juntos. Él pensaba en el juego
del día siguiente, en el dinero que no alcanzaba, en la comezón
en la entrepierna y en el calor atroz que acentuaba el mal olor del
autobús.
Ella quiso decirle lo mucho que lo quería; él presintió la acción
y lanzó un bostezo incómodo, suficiente para calmar cualquier intensión de demostrar cariño. Ella le dijo “gracias”, él le dijo “de
nada”. Ella decidió no hablar, él se concentró en el crujir de la
máquina que amenazaba con desarmarse.
Fotografía: Edgar González Galán
Fotografía: Edgar González Galán
Ella olvidó cuál era la razón de ese viaje; él recordó que esa ruta
era la que a diario debían cruzar para llegar al trabajo.
Ella evitó las lágrimas en el último segundo; él giró su vista
hacia ella y de nuevo, sin decir palabra ni mostrar interés, volteó
de nuevo hacia la ventana.
Ella decía amarlo; él sintió que la amaba sólo cuando la penetró por primera y única vez, unos muchos años atrás, previo a su
matrimonio forzado.
Él sintió náuseas, ella se recargó en su hombro.
Él la odiaba por arruinarle la vida; la vida de ella giraba en
torno a él.
La máquina frenó y una estela de polvo cubrió el interior del
autobús. Él estornudó y ella le extendió un pañuelo. Él la rechazó
como tantas veces había hecho con el cuerpo estropeado, como la
máquina, de aquella mujer.
La escena era repugnante. Él lo era, ella lo era más. Ambos con
rostros sin expresión, ambos perdidos en pensamientos que no encontraban eco en la otra persona, ambos fatuos, ambos muertos.
Él no pudo más y, consciente del largo trayecto que aún faltaba,
prefirió dormir. Ella cerró los ojos y se hizo de la idea, sin creerlo
realmente, de que era afortunada al tenerlo a su lado.
Él abrió los ojos súbitamente y súbitamente escupió al suelo,
manchando parte de la vieja falda de su acompañante. Ella reparó
que ese escupitajo era lo único que había recibido de parte de él en
las últimas horas. Él reparó en lo mismo y se sintió orgulloso por
lo que acababa de hacer.
Ése era su amor, carente de cualquier clase de pasión; frío, seco,
maloliente, lleno de polvo, oxidado, como la máquina. Tal vez era,
a final de cuentas, una forma asquerosa de amarse.
Él sabía que su promesa no se cumpliría. Ella estaba acostumbrada a la promesa incumplida de su amado, pero esta vez, por tratarse del décimo aniversario, número cabalístico, número perfecto,
si los hay, tenía esperanzas de que fuera diferente. En el siguiente
aniversario lo volvería a intentar.
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El Mollete Literario
15.03.2015
Brillo
Por P.I.G.
La caída del sol toma tiempo pero nunca tarda demasiado;
ligera capa de niebla la que muerde el eterno letargo del cielo
que calla su voz de fuego con cada mirada.
Sonrisas vueltas páginas,
amores contados con los granos de arena que tiene el mar.
Hay una línea trazada en la ventana
que dirige el hilo de sangre de las personas ausentes.
Alivio el de los difuntos materiales,
gozo de quien nunca tuvo la dicha de tener parte en este juego.
A mediodía todos observan la mañana desperdiciada.
Cuando cae el manto de la noche, ya nadie quiere caminar
bajo el farol.
Es vida, o el aburrimiento ya se volvió rutina.
Es luna que mengua, o las olas que se aferran a la orilla.
Una cicatriz renuente al cambio de estación,
un suspiro hipócrita el que se lanza para complacer al público.
Tierra explorada y ya no hay nada para presumir,
tan sólo aquel puño de tierra que se obtiene cuando se vive
un día nuevo.
Trago amargo y el reloj avanza de nuevo.
El corazón debe latir a pesar de la lluvia que empaña las retinas,
pues no hay camino sin antes haber pies que quieran caminar.
El mar detesta la calma, la tierra detesta al mar.
Pasos ciegos y el puente que no logra sostenerse sólo de un
extremo.
Hilo de sangre que atraviesa la ventana.
Ciclo que al terminar tendrá que renovarse como el día que
niega perder su brillo.
Una sola mano no puede colorear la escena,
o es que ya deberíamos estar acostumbrados a mirar sólo con
dos ojos.
Uriel Arteaga Apolinar, autodenominado “P.I.G”. (en abierta referencia al
personaje de Xavier Velasco), o en su modo más laxo “El Doctor Pluma”
(referencia al Doctor Alquitrán de Poe), fue colaborador de principio a fin
de los extintos fanzines universitarios Almohadón de Plumas y Noúmeno.
Colaborador permanente del blog literario Regiones Inferiores, tuvo oportunidad de publicar una crónica para el periódico 24 Horas, en 2012. Egresado de la carrera de Comunicación y Periodismo de la Facultad de Estudios
Superiores Aragón, con especialidad en prensa escrita, durante los últimos
años se ha desempeñado como analista de información y corrector de estilo. Recientemente labora como asistente editorial en la Coordinación de
Publicaciones Académicas de la Universidad Anáhuac.
Fotografía: Úrssula Ramírez Díaz
El Mollete Literario 9
15.03.2015
Sin título
Marco Villavicencio
Despiertas y crees estar vivo, vas al trabajo, comes, ves la tele y
crees estar vivo, hasta que vuelves a despertar en forma de cadáver
y te levantas como si nada, disimulas, saludas a los demás muertos
–que están más vivos que tú– de tu piel salen lombrices y sólo te
perfumas, tu piel grisácea la maquillas, la humectas, vuelves a tu
ataúd creyendo que vas a dormir, creyendo que realmente puedes
dormir y que despertarás, como si de nada hubiera servido que te
dispararas hace dos años, crees que sólo fue un sueño, ahora duerme, mañana será otro día.
Fotografía: Lucía López Canales
Tristán
Marco Villavicencio
Fotografía: Edgar González Galán
Disfraces
Marco Villavicencio
A veces me disfrazo de mí mismo, me disfrazo de mí, me pongo
una máscara idéntica a mi cara y uso manos que son como las mías,
me pinto lunares que me recuerdan a mi primera piel, que por debajo de ésta se esconde; las cicatrices también están pintadas, pero
quizás también estén pintadas las de verdad.
Y esta, mi segunda piel, que uso a veces, es buena, se lava a
mano con agua tibia. Un día me la vi puesta y pensé que me hacía
lucir bien.
Es que en días como estos, donde el azul del cielo se pega a mis
ojos me alegro tanto que decido usarla, ayer me disfracé de algún
demonio encabronado entre el tráfico, maldiciendo palabras de
odio entre las sombras, maldiciendo ratos, fotografías, fantasmas.
A veces me disfrazo de mí y lo creo, hasta que intento arrancarme el disfraz y sólo brotan chorros rojos de felicidad, somnolencias
y una brisa con un murmullo que me dice: “te lo dije”.
Tristán no aguanta las horas, ni la cuenta de los días, ni la horrenda canción del semáforo que suena para poder pasar la calle.
No aguanta las grietas, ni los huecos, ni sus vacíos, ni las nubes
que a veces pasan sobre él.
Tristán vive para sacar dinero del cajero y gastarlo y trabajar
para poder sacar más hasta que el ciclo llegue al infinito y en ese
tiempo ninguna grieta, ni hueco, ni herida sanan.
Tristán no conoce, no sabe más allá de su soledad, se enferma y
abraza los años (no sé si los que vienen o los que no quiere soltar).
Y una herida verdadera roe el corazón de Tristán que se va volviendo grieta o hueco o grito y se desvanece de manera incierta
hacia el centro de Tristán que ya no es corazón, sino vacío, sin ojos,
sin nombre, sin aliento.
Y a pesar de ello aún queda algo en el fondo que no sale ni se
esconde. Algo en el fondo de todas las grietas, en el fondo de todas
las horas.
Marco Villavicencio. “A veces escribo poemas o mini ficciones, a veces las
dos y a veces ninguna. No acabé Letras porque no pude acabar de leer “La
Araucana” y estudié diseño integral”. Villavicencio obtuvo tercer lugar de poesía en el concurso Décima Muerte de la UNAM y sus cuentos han sido publicados en las revistas El puro cuento y Migala, además de que ha realizado comics.
Actualmente participa en un medio independiente que se llama El pequeño gran.
10 El Mollete Literario
15.03.2015
El viajero del fin del mundo
Samuel Enciso
Juan Calavera se sacudió las botas y se acomodó el jorongo sin
perder de vista un segundo al pequeño que ahora descansaba
plácido junto a Mordaz Calavera, el perro hechizo con pinta de
lobo que Juan Calavera encontró herido hacía dos años mientras vagaba entre las ruinas de una escuela.
Coco, se llamaba el pequeño. Al mirar en lontananza y ver el
camino bien definido bajo sus pies, Juan Calavera se sintió agradecido y emprendió la marcha, no sin antes asegurarse a Coco delante
del pecho, a la manera que hacen las indias cuando es menester
llevar a cuestas a su retoño.
Mordaz, atento y alegre, se lanzó colina abajo, advirtiendo a la
cabra, que pastaba cerca de un arroyo, que la partida estaba próxima apenas el amo les diera alcance.
Juan Calavera, por su parte, llevaba amarrado a la cintura un
lazo unido a una bolsa de mediano tamaño en la que venían algunas provisiones. Agua embotellada y latas viejas de frijoles y sardinas. Un conejo recién muerto, un cuchillo improvisado, y algunas
chácharas que había recolectado en el camino, como el motor de
un auto de juguete y un par de tenis para cuando Coco creciera.
Notó, además de un extraño cielo límpido, que no había temblores. Quizás se habían detenido, pensó, y lo tomó como un portento; pero no era tal, considerando las grandes distancias que había viajado.
Al subir el sol al cenit, Coco ya clamaba por algo de comer. Juan
Calavera buscó refugio, una sombra bajo el inclemente sol de mediodía pues aunque llevaba atado al pecho y sobresaliendo por su
espalda, una sombrilla que lo cubría a él y a Coco, deseaba un poco
de fresco para que todos pudieran descansar. La cabra y Mordaz lo
seguían fielmente en cada paso que daba.
Fotografía: Úrssula Ramírez Díaz
Diez minutos después, el llanto desaforado de Coco se hizo más
impiadoso que el Sol, así que Juan Calavera se conformó con la saliente de una roca que daba apenas la sombra necesaria para cubrirlo si se mantenía de pie, pegado a la pared cubierta de enredaderas.
Una araña descendió y le asustó el bigote, pero Juan Calavera no se
inmutó y la mascó cual manjar de dioses.
Se desenvolvió al niño, lo acostó un momento en la tierra y
fue a ordeñar a la cabra, mientras pensaba qué nombre darle. Era
flaca, pero vigorosa. Tenía los ojos dispares y como de estar loca y
al ordeñarla emitía un balido quedo y continuo, además de levantar
una de sus patas traseras en un movimiento espasmódico y cómico.
Mordaz gruñó a la nada y desapareció, subiendo por el montículo bajo el cual se habían quedado los otros tres. Juan Calavera se
dispuso entonces a alimentar a Coco en un biberón improvisado,
hecho con una botella de vidrio cortada a la mitad, y un embudo
sellado con resina de árbol. Una vez alimentado, Coco volvió a
dormir casi en el instante y Juan Calavera aprovechó para comer
él mismo un poco de sardina, el menú constante desde hacía unos
Fotografía: Úrssula Ramírez Díaz
El Mollete Literario 11
15.03.2015
meses. Se preguntó entonces si el cielo tan límpido y la ausencia de
temblores eran una buena señal. Reconfortado por esta idea, Juan
Calavera se quedó dormido con Coco sobre su pecho, chupándose
el pulgar.
Despertó con los violentos ladridos de Mordaz y algún otro
perro. Pero aquello no podía ser. Llevaba viajando tres meses sin
encontrar rastros de vida salvaje más grande que un conejo.
Juan Calavera reaccionó tan rápido como el cansancio y el sopor
se lo permitieron, no sabía si dejar a Coco donde estaba o llevarlo
consigo. Al oír a Mordaz chillar, herido, optó por lo segundo. Al
subir el montículo se encontró con Mordaz que sostenía una ardilla
en la boca, mientras un perro negro y larguirucho tenía el cuello
del primero en el hocico. Juan Calavera desenfundó su revólver, sin
pensar siquiera que el sonido podría dejar sordo a Coco cuando un
golpe certero azotó el trasero del perro negro.
—¡Suéltalo, Tosco, hijo de perra! –gritó un hombre viejo, con
una sonrisa divertida en el rostro y tres piedras en su mano izquierda, a punto de arrojarle otra a Tosco–. Espero disculpe a mi animal,
buen hombre –le dijo a Juan Calavera–, pero no está acostumbrado
a que se interpongan entre él y su cena.
Tosco soltó a Mordaz, arrepentido y sumiso, y éste último soltó
una dentellada de ataque, pero bastó una amenaza visual de Juan
Calavera para detenerlo.
—Me llamo Íñigo Buendía –dijo el hombre lleno de canas, extendiéndole la mano a Juan Calavera–. ¡Un gran alivio ver otro
viajero en el páramo! Llevo cinco días viajando y ni un alma, sólo
ratones de campo y el polvo del camino. Ahora me encuentro no
con uno, sino con dos compañeros.
Juan Calavera no respondió, pero le dio la mano.
Descendieron y se encontraron con la cabra, que en aquellos
momentos se dedicaba a la noble tarea de alimentarse. Íñigo le
lanzó una piedra, que no dio en el blanco debido a la intervención
oportuna y veloz de Juan Calavera, quien desvió el brazo del nuevo
conocido en el último momento. Aun así la cabra se asustó y soltó
el objeto que poco le importaba a Juan Calavera, que para entonces enfrentaba ya a Íñigo con una expresión que le robó uno o dos
latidos de su nada impresionable corazón.
Fotografía: Edgar González Galán
Fotografía: Edgar González Galán
—Entiendo, hombre –le dijo Íñigo a Juan Calavera–. Sólo trataba de ayudar.
Pero se lo decía al aire, pues Juan Calavera ya tomaba sus cosas
y se disponía a partir, dejando a su nuevo conocido en el olvido,
como si jamás hubiesen cruzado camino. Al darse cuenta Íñigo
de los hechos apresuró a Tosco a que fuera a seguirlos y él mismo
emprendió la marcha, que, presintió, iba a ser larga.
—Voy por el camino del Antiguo Paso, amigo –le dijo cuando
lo alcanzó, jadeando–. Y ya que veo que usted también, espero no
le moleste mucho si le pido viajar juntos. Verá...…
Juan Calavera seguía el camino sin dar cuenta de Íñigo, pero
Mordaz ya lo empezaba a mirar con cautela sin que Tosco se diera
cuenta, o tal vez no quería darse cuenta pues la última vez, además
de la pedrada de su amo, cuando estuvieron separados y aprovechando la distracción de los dos hombres, Mordaz había lanzado
un segundo y más exitoso mordisco, dejando en la pata y la memoria de Tosco un doloroso recuerdo.
Íñigo Buendía sintió la hostilidad y retrocedió un paso, pero no
dejó de seguirlos. Continuó…
—...…de donde vengo, no hay comida, ni agua. A mis 46 años
soy el más joven y tiene tres meses que a razón de día por día muere alguien. Salí a buscar ayuda. ¿Podrá usted ayudarme de alguna
manera, señor?
Juan Calavera lo miró, apenas girando la cabeza hacia el desconocido. Así le indicó que podía seguirlo.
Acamparon tras de una roca, cobijados por una llama casi extinta, bajo el cielo profundo.
12 El Mollete Literario
15.03.2015
Fotografía: Lucía López Canales
Quién sabe qué demonios atacan la mente humana que perpetúan la confusión y atormentan la paciencia hasta la locura.
Íñigo Buendía despertó en un estado de excitación como no había conocido en su vida, y se levantó de manera febril. En su
mente agobiada por el cansancio, harta hasta el extremo por las
condiciones hostiles del mundo que habitaban, se formaron imágenes cada vez más consistentes de sí mismo como un héroe en
su aldea, los ojos felices de los que lo esperaban con el fervor de
los absueltos.
Sus ojos desencajados, perdidos en el interior. Pidió el perdón más arrepentido que usted o yo hemos experimentado, le
rezó a sus dioses y éstos le escupieron en la cara. Lloriqueó.
Pero terminó por levantarse y rebuscó en la penumbra. Tomó
un cuchillo y desató los lazos que unían a Juan Calavera y Coco.
O eso creyó. Tomó a Coco, silbó imperceptiblemente, síntoma
de su locura, pues, como era obvio, también Mordaz atendería
al llamado.
Íñigo Buendía partió en silencio con Coco envuelto apenas entre sus ropas ajadas. El frío le recordó que era de carne y hueso,
pero hacía diez pasos que regresar había salido del rango de posibilidades que llevaran a buen fin. Así que continuó sin dedicarle
un segundo al pensamiento de que lo que hacía era por demás
malvado e irremediable. La oscuridad frente a sus ojos de pronto
se hizo impenetrable.
Lo que pasó después, cuando Íñigo Buendía se dio cuenta de
que se perdería en medio de la nada y morirían de frío –aunque
sorpresivamente sin dejar de avanzar–, vio un resplandor, escuchó
una detonación y sintió un dolor agonizante en el hombro izquierdo. Pero lo que lo asustó más fue ver detrás del resplandor el rostro
de Juan Calavera deformado por las sombras y espectral como la
niebla que ascendía.
Rogó.
—¡Por favor! –gritó–. ¡Mi familia! ¡Mi mujer! ¡Perdóneme! ¡No
sabía lo que hacía!
Mordaz mantuvo a raya a Tosco cuando éste se abalanzaba sobre Juan Calavera y al arrancarle la garganta de una mordida se
lanzó por Coco y lo fue a llevar tras la roca donde habían acampado, que estaba apenas a 15 metros de distancia, ya que la carrera
demente de Íñigo Buendía había sido más circular que recta.
Juan Calavera no tenía tiempo para aquello. Volvió a desenfundar su revólver y más rápido de lo que el otro terminara su
sexto ruego volvió a disparar. Apenas el enemigo fue impactado
por la bala, cayendo al suelo con tremenda fuerza, Juan Calavera se
aproximó velozmente y le golpeó el rostro. Una, dos, siete veces. Y
luego otras siete más, entonces perdió la cuenta, pero esto no fue
motivo suficiente para amilanar su embate.
Coco lloraba allá tras la roca, presintiendo quizás el destino
funesto que se había abalanzado sobre el enemigo. Se supo solo,
aun cuando tenía un guardián dispuesto a matar por protegerlo.
Es posible, sin embargo, que simplemente tuviera hambre o frío.
Silencio.
El viento borró las huellas de Juan Calavera y sus acompañantes. Ya la arena había comenzado a cubrir el cadáver de Íñigo Buendía, que aún muerto encontró la compañía de mil cadáveres más,
dándole la bienvenida como a un viejo amigo, pero sin olvidar jamás sus pecados, caso opuesto al suelo donde yacía, porque según
dicen, los vivos olvidan, pero los muertos no.
Así, mientras el infierno celebraba, en este mundo quedó nada
más una efímera mancha carmesí en el desierto abrazador.
***
—La Cabra Calambres –se le ocurrió a Juan Calavera al verla
caminar dando saltitos dispares–. Coco aprendió entonces lo que
era reír.
Samuel Enciso (Estado de México) Estudió periodismo en la UNAM y ha
colaborado en Cinemaspro, una página web dedicada al séptimo arte, y la
página web de la revista Vértigo. Es amante del rock, la literatura y el cine
de fantasía y ciencia ficción. En sus escritos hay algo de oscuro y algo de
esperanzador, como la vida misma.
El Mollete Literario 13
15.03.2015
La vida a cuadros,
reflexiones desde el ajedrez
Por Luis Flores Romero
El ajedrez y el tiempo
V
er un torneo
ajedrecístico es
mirar la cara del
tiempo. Todo lo
que ahí sucede es un concierto de
relojes. Un torneo de ajedrez es
un gran reloj compuesto no sólo
por esos aparatos que controlan
cada minuto del combate, sino
también por casillas, alfiles,
personas, gambitos, torres,
aperturas, silencios, reinas,
equinos, equivocaciones,
enroques, tácticas, triunfos,
muertes y demás problemas.
Todo ahí funciona con una
precisión cronométrica. Un
torneo es una música de ataques
y defensas. La música, lo dijo
Borges, es la “misteriosa forma
del tiempo”.
En una sala de conciertos hay un instante de tensión y angustia: ocurre en el minuto previo a la primera nota musical. En un
torneo de ajedrez existe una sensación similar un minuto antes del inicio de la primera
ronda. Los contendientes estudian posibles
enfrentamientos, calculan sus alcances, dibujan y desdibujan la suerte de los soldados; todas las piezas se miran, se vigilan,
se repasan como adivinando sus debilidades. Los relojes están inactivos, pero, en un
momento más, habrán de convertirse en un
instrumento de tortura. En cuanto inicie el
torneo, todo formará parte de la más exacta
de las máquinas.
Antes que los relojes de ajedrez fueran
digitales, eran una caja rectangular, indolente y monótona que contemplaba el juego
con dos ojos redondamente fijos. Al interior
Fotografía: Monserrat Méndez Pérez
de esta caja, había todo un portento de mecanismos y mínimos artilugios que, ensamblados, conseguían medir el tiempo de la
batalla. Ahora, aun cuando ya son digitales,
no han dejado de ser aparatos bochornosos.
Estas máquinas, a su vez, son un fragmento
de otra mayor. Un torneo ajedrecístico es
una máquina de máquinas. El pensamiento
del ajedrecista también tiene su tic tac; los
peones forman parte de una relojería organizada; las torres y los alfiles se mueven
con exactitud de manecilla; el rey se queda
quieto como las horas; el caballo da la hora
de la emboscada; la reina es un péndulo
indeciso; las jugadas se desencadenan una
tras otra; los segundos se suceden uno tras
otro; las posibilidades que cada jugador se
plantea mentalmente se van proyectando de
una en una; los ajedrecistas se distribuyen
en la sala como peones.
El tiempo es una circunstancia cambiante, cíclica o lineal. Así también ocurre en los
torneos. El juego del tablero seis nunca será
el mismo que el del tablero doce. El tablero
del minuto cuatro nunca será el tablero del
minuto quince. El perdedor de la primera
ronda puede ser el ganador de la segunda.
La reina asesinada en el primer partido puede ser la asesina en el siguiente. Si nadie se
baña dos veces en el mismo río, nadie mata
o muere dos veces en el mismo tablero.
Un torneo de ajedrez es un reloj complicadísimo. Está formado por personas,
dígitos, piezas, manecillas y casillas. Má-
quinas y máquinas embonan, se articulan,
inventan una polifonía que casi es un mandala, que casi es la armonía del universo. En
un torneo, los tiempos crecen y decrecen.
Las horas de todos los relojes parten de un
tiempo en común pero van en diferentes ritmos; una partida puede ir más rápida que
otra. Todo en un torneo se convierte en el
reflejo del tiempo. Todo en el ajedrez es una
sucesión de eventos en un periodo específico y fatal. La maquinaria del cerebro del
ajedrecista, la maquinaria del reloj, más la
maquinaria del juego, son engranajes, conexiones que funcionan y hacen cantar al
tiempo.
***
El ajedrez y el caleidoscopio
Existe un ajedrez cuyos soldados, en
ambos extremos, se encuentran inactivos,
a punto de la riña; aguardan una señal. Es
una situación semejante a la ocurrida entre
decenas de peatones inmóviles que, en ambos lados de la acera, ansían la luz verde.
También existe el ajedrez arrumbado en el
cajón, desinstalado de la guerra, silenciosamente revuelto. Otro es el ajedrez final, el
que viene después de la derrota o las tablas,
el juego en ruinas, los restos de la catástrofe. El cuarto ajedrez es el que justifica
la existencia de los anteriores; es el ajedrez
en movimiento, el ajedrez en gerundio, la
contienda transcurriendo; es un ajedrez
que se emparenta con el caleidoscopio:
14 El Mollete Literario
cada jugada origina un nuevo tablero, cada
tablero es producto del anterior.
Las formas originadas en un tablero o
en un caleidoscopio son fascinantes, son
una danza geométrica y diversa. Cuando
el caleidoscopio forma un nuevo arabesco,
éste difiere del anterior como si tuvieran
orígenes distintos, como si uno no fuera
la consecuencia del otro. En el ajedrez ya
comenzado ocurre algo parecido: es difícil
suponer cuáles fueron todas las juagadas
previas. Si viéramos la posición final de una
partida donde apenas hay algunas piezas esparcidas en el campo, es poco probable que
podamos reconstruir el juego en cámara
regresiva. Ajedrez y caleidoscopio no difieren en su misterio; en ambos casos hay un
vértigo latente por saber cómo se llegó a tal
o cual dibujo. Sin embargo, existen algunos
contrastes. En el caleidoscopio, los diseños
son tan insospechados que los juzgamos
como producto del azar. El ajedrez, en cambio, es menos caprichoso; el dibujo consecutivo es más o menos predecible; un rey en
jaque, por ejemplo, reduce las posibilidades
de combinación inmediata, de modo que es
fácil adivinar cuál será la siguiente imagen
plasmada en el tablero.
15.03.2015
Según el sexto principio hermético:
“toda causa tiene su efecto; todo efecto tiene
su causa; todo sucede de acuerdo a la ley; la
suerte o azar no es más que el nombre que
se le da a la ley no reconocida; hay muchos
planos de causalidad, pero nada escapa a
la Ley”. Al no reconocer la ley del arabesco
y ser incapaces de suponer la futura geometría, decimos que nos encontramos ante
un hecho propio del azar. Contrario a ello,
en el ajedrez llegamos a predecir la nueva
forma. El movimiento de cualquier pieza
no es un caso fortuito, sino suscitado por
el albedrío del ajedrecista. En este sentido,
pareciera que el ajedrez no cabe en el azar,
mientras el caleidoscopio es uno de los objetos auspiciados por la suerte.
Un juego de azar es un juego de leyes
no reconocidas. En el ajedrez no hay azar
puesto que pensamos reconocer las leyes.
Pero, ¿hasta qué punto las reconocemos?
¿Hasta dónde gobernamos las causalidades
de una partida? Nos dan jaque y elegimos
una de ocho posibilidades de movimiento,
optamos por la que nos parece más adecuada, ¿por qué esa opción y no otra? ¿Y
si nos hemos equivocado? Los errores son
producto de un mal cálculo que, por mo-
tivos ocultos (un inaceptable azar), llevamos a cabo. En el ajedrez, como en el caleidoscopio, hay leyes no reconocidas, un
camino azaroso en cada uno de los actos.
Jamás comprenderemos profundamente las
razones que nos hacen mover un peón y no
otro. Una derrota bien podría ser fruto de
la mala suerte; aun cuando el aficionado no
culpe a la suerte, sino a la estupidez.
Hay movimientos cuya causa es desconocida, movimientos que son producto de
un sorteo mental. A veces no conseguimos
descifrar la razón por la que abrimos con
peón de reina y no con peón de rey. Hay decisiones (equívocos, hallazgos o sorpresas)
cuyo motivo de ser ejecutadas no se vislumbra del todo. Conocemos la justificación inmediata al mover un caballo, y ésta anula
cualquier idea del azar; no obstante, se nos
olvida que existen motivaciones internas
(misteriosas, poéticas, intuitivas) que nos
hicieron mover ese caballo. Motivaciones
que no queremos o no logramos explicar.
Al no saber exactamente lo que sigue en la
partida, propiciamos que la fascinación del
caleidoscopio se trasplante al ajedrez. El
ajedrez es una batalla de arabescos.
***
El Mollete Literario 15
15.03.2015
El ajedrez y el ajedrecista
Un día, el ajedrez salió más allá del tablero y de las piezas. Tu afición ha causado
que te insertes en una gran partida. Estás
contagiado de ajedrez y el ajedrez ha contagiado tu realidad. Todo lo observas con
ojos de ajedrecista. Cada vez más, tu entorno se parece al juego que te obsesiona.
Nadie mejor que tú sabe que las complicaciones mundanas son problemas ajedrecísticos; esto te ayuda a valorar el recorrido
que haces en sesenta y cuatro cuadros (la
geografía donde vives). Nadie podrá nunca describir la sensación que experimentas
cuando das un jaque, amenazas una torre
o haces un doblete. Es verdad, ese placer
también implica el riesgo de una afrenta o
incluso la derrota, la probabilidad de algún
fracaso. Por ello, en cada partida aprendes
algo novedoso, controlas mejor tu ejército. Te gusta diseñar planes y escapatorias;
piensas cuidadosamente, uno por uno, tus
desplazamientos.
Despiertas y lo primero que miras es una
apertura en tu colcha cuadriculada. Sales a
la calle casi siempre con tu peón de rey o
peón de reina; los primeros movimientos ya
los conoces de memoria. Abordas el transporte público y vas con un silencio que no
es el de los otros usuarios; tu silencio es una
partida mental que juegas contra ti mismo.
De pronto, ves por la ventana del autobús
y te abruma descubrirte a mitad de un embotellamiento, una partida bastante apretada –piensas–, ningún jugador ha capturado
alguna pieza. Volteas un poco más hacia
arriba y adviertes los edificios, imaginas que
están a punto de moverse en hileras o columnas; sería bueno trasladar el más alto de
ellos de A8 a H8 para que tapara el sol que
te está dando a la cara. Sería mejor subirte al
monumento que se ve allá al fondo y, arriba
de él, avanzar en “ele”, saltar cuanto objeto
se interponga. Después miras a los peatones que esperan otro autobús, ellos están
inmóviles, piensan tal vez en la coronación
o en una típica defensa que les permita cortar camino y llegar a tiempo. En cambio tú
has llegado tarde a la escuela o al trabajo.
Como buen ajedrecista, eres impuntual; de
otra manera, cometerías múltiples errores
(aunque también has aprendido a dominar
el arte de las partidas rápidas, sabes ganarle
al reloj cuando está a punto de ceder).
Llega un momento del día en que te
sientes aislado. ¿Hacia dónde huir? No
puedes moverte a ningún sitio. Habrás de
quedarte estancado durante un par de horas en tu casilla, salón o escritorio. Después,
cuando nuevamente salgas a la luz, puede
llegar un tropiezo, un jaque, y otro, y otro.
O tal vez no, acaso desde un principio hayas hecho grandes maniobras y ahora seas
tú el que ataca, el que pone obstáculos a
los que consideras enemigos. Porque así
sucede siempre: vas a tener que lidiar con
piezas más altas que tú; algunos quizá te
fastidien más de la cuenta, quieran acabar
contigo a como dé lugar. Lo peor es que no
desean aniquilarte sólo por maldad hacia
tu persona, sino porque pretenden acabar
con alguien que ellos suponen más valioso,
y tú les estorbas en dicha tarea. Por fortuna,
también cuentas con aliados y con un plan
para evitar ser comido. Eres un ajedrecista
y los problemas que se te presentan puedes resolverlos no sólo con inteligencia de
aficionado, sino también con la destreza y
elegancia que el ajedrez te da.
Cuando por fin tengas tiempo libre,
anularás todo lo que has vivido para, aho-
16 El Mollete Literario
15.03.2015
Fotograma de la película “El Séptimo sello”(Det sjunde inseglet) de Ingmar Bergman, 1957.
ra sí, sólo jugar ajedrez. Sabes poner cara
de ajedrecista, es algo que disfrutas. Recién
comienza la partida y tú ya has fruncido el
ceño, colocas tu mano en la barbilla, respiras casi imperceptiblemente, gesticulas
poco. Tienes una paciencia de pescador.
Aunque por fuera eres un paisaje en calma,
por dentro haces y deshaces posiciones,
pruebas y descartas múltiples avances,
retiradas, embestidas o sorpresas. En realidad, no estás concentrado en el tablero
de ajedrez, no miras el juego, sino las posibilidades del juego, lo que pudiera venir.
Mueves tu brazo y tu brazo está decidido
a mover una pieza; desplazas un alfil y ese
movimiento es como si deslizaras el cierre
de una bolsa que oculta la más valiosa de
tus jugadas. O mueves un caballo y, si el
ajedrez es de madera, el caballo produce
un chasquido breve que el contrincante lo
interpreta como la víspera de una emboscada. Cuando terminas de mover la pieza
(si es que no te arrepentiste y alejaste la
mano del tablero como quien se aleja de
un tubo cargado de electricidad) tu mano
ya no está en la barbilla, ahora descansa
cerca de tu sien.
El juego se ha complicado y tu rostro adquiere mayor dureza; es como si la
atención se tradujera en tensión facial. Tu
angustia, poco a poco, deja de esconderse; ya no puedes fingir más parsimonia. Es
imposible ocultar cuánto te cuesta salir de
una amenaza que no habías calculado. Te
esfuerzas por resolver el nudo en el que te
han metido, tu gesto denota una habilidad
de matemático o una imaginación de dibujante. Pero no estás frente a una acuarela o
una ecuación, sino frente a un ejército dispuesto a liquidarte. A la mitad de la guerra,
tu cara es la de un alpinista que lucha en
cada movimiento; sudas, sacas aire por la
boca, haces muecas, tienes miedo de caer
al precipicio. De repente la partida toma un
giro brusco y en cuatro o cinco jugadas el
rey del flanco opuesto ha sido derrocado.
Tal vez inicies otra contienda sólo para
probar que tu victoria no fue producto de
la suerte sino de tu vocación y afición. O
tal vez con eso has tenido suficiente para
componer el día, solucionar todo aquello
que te acorrala, las dificultades pendientes,
la pesadumbre. Por lo pronto, estás satisfecho. Disfrutas que tu vida se sostenga en
ese mundo a cuadros. Te sientes protegido,
sereno, enrocado, triunfante. Descansas debajo de un tablero: tu colcha ajedrezada.
¿Duermes? No. Estás a punto de soñar y de
golpe llega a tu mente un problema que no
has resuelto. Un mate en tres te está matando y no has dado con la respuesta.
Luis Flores Romero (Ciudad de México en
1987), estudió Letras Hispánicas en la UNAM.
Ha publicado en algunas revistas impresas y
electrónicas como La palabra y el hombre, Casa
del tiempo y Punto de partida. Es autor del poemario “Gris urbano”, publicado en 2013 por la
UACM. Becario de la Fundación para las Letras
Mexicanas durante los períodos 2010–2011 y
2011–2012. Actualmente es locutor radiofónico
y comparte poesía satírica y burlesca en la Fan
page Lufloro Panadero
El Mollete Literario 17
15.03.2015
Poesía
Diario
Por Canuto Roldán
I.
Obsesión
Iba de camino a Topilejo pero hubo un
accidente. Caminé un tramo de la carretera
hasta que llegué a casa. Me metí a uno de
los cuartos vacíos. Lleno de libros polvorientos y en desorden comencé a hojearlos.
Pocos tenían letras. Obsession. El título de
libro fue magnético. La misma imagen repetida en el centro del papel: un chico con
una bola de luz amarillenta entre sus manos
se hundía lentamente en un agujero oscuro
que al principio parecía su sombra. Sentado
en posición de loto, el chico se hundía al
transcurrir las páginas sin número. La luz
permanecía inmóvil justo a la altura en la
que sus manos la sostenían en un principio.
Ancestros
La vida se vuelve prehistórica
conforme avanza. La vida de cada
uno, el nombre propio se va olvidando. Para casi todos el olvido llega pronto. Papá desaparece
cuando todavía no podemos
recordarlo entero. Su
nombre es como una
fecha que aprendemos en la escuela.
El descubrimiento
de América, la Independencia de México,
2000 el cambio de régimen político, 2012 el
poder nos contraataca.
Sagas cuyo nombre ya
no importa. Vida en bruto, como el hambre zombi
de cualquiera.
Autor: María Bazana,
Tinta china y acuarela.
Zombi
Siempre fui muy ñoño. Gordo, de lentes, maricón. Aprendí a leer y a escribir lo
que me daban para leer y escribir. Resolver problemas de raíces cuadradas, hacer
reportes de lectura, resúmenes de problemas filosóficos, trabajos finales sobre
el Renacimiento, el arte de Vanguardia, la
poesía mexicana. Y nada de eso continua
ahora. Por la noches hago planeaciones
de clase para mis estudiantes pubertos,
revoltosos y con la mirada a veces ida hacia dentro de sí mismos. A veces me causa
angustia descubrir cuánto me parezco aún
a ellos: alfabetos en desorden, apenas y
podemos escribir algo sobre nosotros mismos.
Barba
Lo único que recordaba
antes de que mi padre se muriera en la cárcel era una torta
sin cebolla y su barba espesa.
Era una de esas visitas de
doctor que hacíamos
en secreto junto con
mi madre. Cuando
mi madre era inigualablemente bella, fuerte, audaz.
Enamorada de un
patán drogadicto,
carnicero y a veces y
cada vez ladrón. Los
abuelos eran todavía
el dios iracundo de
cuyos padres y ancestros mi hermana y yo
no sabíamos nada.
Autor: María Bazana, técnica mixta.
San Francisco
Vivo en Plan de San Francisco. Las
noches aquí son largas y solitarias. He
empezado a dormir más de 8 horas.
Ceno, duermo, me despierto a la 1:00,
las 3:00, las 5:00 de la mañana. Me levanto y cacareo con los gallos. He dejado
de correr, de escribir, de revisar lo que
he escrito antes. Sueño diario con algún
amigo, maestro, familiar o alumno. No
puedo escribir porque la historia se repite a diario. No me deja descansar aunque
sea todas las mañanas una hoja en blanco
y negro. No me baño, uso la misma ropa.
Bebo el café frío, fumo diferentes cigarros sólo porque las colillas no se pueden
fumar. Soy maestro de inglés y de lectura
en una biblioteca. Organizamos proyectos comunitarios con los estudiantes. Ya
no tomo fotos, no contesto a las convocatorias de poesía que me envían. No hay
aullido interior, ni risa, ni lamento. No
hay pregunta, no hay respuesta. Todo es
un despojo, una madrugada continua.
Dejo encendida la luz del cuarto por flojera. Despierto pensando en mi deuda
con la comunidad. Casi no pago renta, a
veces como gratis. Me he convertido en
uno más de los anímales de corral que
18 El Mollete Literario
rodean la casa. Me alimentan, me guardo, duermo, emito sonidos para después
ser sacrificado. Soy un personaje aburrido de Lovecraft, cada día que voy conociendo más a la comunidad es inevitable
deprimirse un poco. No parece ser que
estudiar nos sirva de nada. Aprendemos
a escribir y leer para escribir y leer documentos burocráticos. Obviamente no
15.03.2015
dan ni ganas de leer el periódico. Yo
escribo para dejar migajas por el camino y encontrarme de regreso en algún
otro lugar. Pero esas huellas desaparecen pronto; dispersas, no hay entonces
un hogar. Hay sólo una fuerza en bruto para levantarse; como el sol, como
la noche, los animales gruñimos para
conseguir más alimento.
Viernes en la noche
No importa en realidad el nombre de
los días. Cada uno de ellos puede llamarse
de distinta forma. El lunes se llama Obsesión; el martes se vuelve Ancestros; el
miércoles de Zombi; el jueves de Barbas
(yomy); el viernes de darse cuenta que
uno vive y vivirá por dos años en Plan
de San Francisco. El viernes en la noche
es como otro día. Solía ser Viernes en la
noche de jotas; viernes en la madrugada
de drogas, afters y trasvestis; ahora sólo es
viernes en la noche… como un dios que
se muere, un fósil dinosáurico. En Plan
de San Francisco despierto a las 3:00 am,
a las 5:00 am para recriminarme no estar
escribiendo el poemario para la Antología de Egipto, no haber practicado para
el performance de poesía gay en voz alta
ni haber mandado nada para el concurso
de poesía de género. Duermo como un
Drácula viejo, crudo, desvencijado. Soy
un Pedro Páramo mudo incluso en su
soliloquio fantasma, un Tyler Durden sin
puños.
Autor: María Bazana
Lápiz y acuarela
Fotografía: Edgar González Galán
Resumen semanal
Somos el programa dominical que
conduce una mujer con miles de cirugías
plásticas, vestida con ropas que muy difícilmente compraremos. Somos el chiste
malcontado de seis días que ya han transcurrido; el drama lacrimógeno de no tener
pareja o de estar con una a la que se odia
cada día más; la burla mediática de hablar
con nuestro acento: marica, pueblerino,
pobretón. La mujer en la pantalla no se
cansa de reírse a carcajadas de todas las
que no son sus vidas. Todos tenemos cola
que nos pisen, remata con una sonrisita
sutil y ojos de pupilas drogadas, conmovidas. Mamá apaga su mirada, la tele sigue
proyectando sus luces estrambóticas de
antro sobre las cuatro paredes del cuarto.
¡La vida es una tómbola-ton-ton-tómbola..! ¡Aplausos!
Canuto Roldán, pasante de la licenciatura en
Lengua y Literaturas hispánicas por la UNAM.
Participa con el Colectivo Contra la Violencia,
el Arte; asimismo colabora en el Slam Nacional
de poesía de la Red Nacional de Estudiantes de
Lingüística y Literatura (REDNELL). Actualmente es asesor de inglés en la ONG Enseña
por México.
El Mollete Literario 19
15.03.2015
Semilla Insólita
Por Lydia Zárate
Temblor por asalto
Oda a tus manos
Quiero tener los ojos cerrados cuando llegues.
Que se anuncie tu ciudad de estalactitas,
el indicio de tu hierro próximo,
el deshielo de mis incautas compuertas,
con tu arribo de incendio inadvertido.
Vienes a las cosas con tus frutos perfectos,
con tu lugar de corolas al óleo,
con tus trazos limpios,
con tus hijas de vistosa arcilla.
Quiero que vengas a habitarme con tu tiempo antiguo,
a acercarme tu atmósfera de agua,
a suspenderme como humedad nueva
en algún lugar de tu llovizna.
Quiero que me convoques a tu instante impuro,
a tu ferviente vicio de mandrágora,
a tu ascenso terrible de sangre absoluta,
a la espada insospechada que llevas en el vientre.
Quiero tener los ojos cerrados cuando llegues.
Memoria
Tienes la intemperie que se tragan las espigas,
la cándida versión de las abejas,
el estupor de tiempo que ocupa el humo,
el mullido repertorio de la grama.
Llegas al instante con tu musgo imaginario,
con tu doblez de ola que se extiende,
con tu rango de acequia inadvertida,
con tu bruñida calma de candor buscado.
Acercas un momento las parvadas de tus manos
y crece tu colecta de milagros,
tu afición de pan multiplicado,
tu plácida costumbre de colmar redes,
de tornar el agua en vino.
Algo se ha ceñido a mi exaltado oficio de nada,
doblegando mis lúgubres distancias.
Me proyecto en la ventana como juguete imposible,
arrojo mi porción de intemperie al mundo.
Algo ha venido a poblarme en procura de albergue…
viene tal vez a zurcirme el pecho,
a rescatar el discurso quebradizo de mis manos,
a destejer esta versión urgente de la memoria.
Fotografía: Edgar González Galán
20 El Mollete Literario
Fijación oral
15.03.2015
Me desordeno amor, me desordeno
cuando voy en tu boca, demorada...
Carilda Oliver Labra
Algo me bebe desde la lluvia incierta de tu boca.
(tibias esteras se recogen a la orilla del aire)
Alguien ha entregado brasas estelares a mi sombra,
a mi estremecida dote de incendios.
Debes venir a este orden vertical,
a esta muerte empinada que va a jugar a ser tu nombre.
Ya estoy borrándome del trazo que me advierte.
Tengo en tu vientre una constelación,
un paraje inundado en cirios.
Tu boca hospedada en mi boca como algo que llora en
el umbral del tiempo.
Como los hilos de luz que nos suspenden sobre el
vientre del agua.
Como la quietud abierta, la sobrecogida ausencia de
tus brazos.
Si no llegas a mi boca, demorada,
a juntar los pedacitos de orfandad que nos devuelve el
tiempo,
a desgranarme en los cristales de la noche
con tu libertad enajenante,
con tu vicio de amazona incorruptible.
Si no llegas con tus teas encendidas,
con tus conmovidas pausas
a las procesiones de mi boca,
si no me pones en los labios
las aves que tienes en el vientre...
Vuelve sólo la manzana, el oro,
el pálido tributo de la efigie con los pies de barro.
Textos obtenido del libro Semilla Insólita, Primera edición:
Mayo 2009, Ediciones Torremozas, S.L. Madrid, con autorización de la autora.
Lydia Zárate (México, 1976) Autora del libro Semilla Insólita, publicado por la Editorial Torremozas en España y presentado en la
Feria del Libro de Madrid en Mayo del 2009. Premio Nacional de
Poesía “Ramón Iván Suárez Caamal” 2011. Premio de poesía “Griselda Álvarez” 2013. Becaria del programa “Apoyo de Estímulos a
la Producción Artística 2011”, otorgado por el Gobierno del Estado
de Querétaro a través del Instituto Queretano de la Cultura y las
Fotografía: Edgar González Galán
De llovizna
El alma apaciguada.
La inminencia de algún eco persiguiéndome por los
pasillos.
Mis rituales de silencio van cobrando forma, a pesar
del espacio y sus licencias.
Mi sombra es de humo y de nostalgia.
He llevado a su cauce ese destino donde inician todas
mis pequeñas guerras.
¡Todo el aliento por un ápice de luna!
Hay una turba de extraños seres
persiguiendo el trasiego de esencias que son estos
segundos...
Me confecciono un par de acertijos para volver,
sobreviviendo a la noche a ojos abiertos.
Las horas me tienden sus redes de muchedumbre
contenida.
Hay voces que aguardan detrás de tanta soledad,
de esa antigua vigilia hecha de desconcierto.
Y a mi costado el lloro soslayado de cada noche,
un vendaval de sueños postrados
y unas manos hechas de llovizna.
Artes. Forma parte de las antologías Hijas de diablo hijas de santo:
poetas hispanas actuales (2013) y La república en la voz de sus poetas (2012). Su poema “Condolencias” fue publicado en la Revista
de la Casa de Las Américas, en La Habana, Cuba, en septiembre del
2006. Sus poemas han sido publicados en distintas revistas literarias nacionales e internacionales. Actualmente es Editora de la
revista digital La que Arde.
El Mollete Literario 21
15.03.2015
Ray Bradbury y sus marcianos
verde cadavérico
Por Monserrat Méndez
Ray Bradbury –Waukegan, Illinois, 22
de agosto de 1920 - Los Ángeles, California, 5 de junio de 2012–, es uno de
los escritores estadounidenses de culto de ciencia ficción (o fantasía como
él prefería decirle al género) por obras
como Crónicas Marcianas (1950), El árbol de las brujas (1972), y Fahrenheit 451
(1953) –una de sus obras más ambiciosa al relatar con audacia como un grupo
de personas se esfuerzan por mantener
los libros por sobre la ignorancia en un
mundo donde la sociedad misma los ha
desplazado–.
“Yo escribí Fahrenheit 451 porque
había oído hablar del incendio de la
biblioteca de Alejandría y de los libros
quemados por Hitler en Berlín”, dijo alguna vez.
Autodidacta, sin emprender una carrera universitaria, pero viajando a
marte, Bradbury comenzó su vida laboral en la
venta de periódicos hasta que en 1943 comenzó
a vender sus trabajos a
revistas. Su premisa, era
un lector que devoraba
libros, escritor aficionado
y con un gran universo
onírico entre pesadillas y
fantasías que asentó exitosamente en cada uno
de sus cuentos, novelas, guiones y poemas,
con temas como el racismo, la violencia, la
desigualdad, el clasismo, ese terrible futuro
de la sociedad y su probable dependencia
hacia las máquinas; el ajetreo de la humanidad, el miedo a lo desconocido y el miedo
a la muerte. Él se consideraba a sí mismo
como un “narrador de cuentos con propósitos morales”.
“Mi gran influencia fue John
Steinbeck. Leí Las uvas de la ira con
diecinueve años y me di cuenta de que
había aprendido de ellas y Steinbeck resultó ser mi esqueleto”.
Bradbury señaló en diversas ocasiones
que en sus obras no trataba de hacer predicciones sobre el futuro, sino de prevenir
a gritos literarios. Pedía a las personas tener
cuidado de los intelectuales y de los psicólogos: “Los intelectuales, ya sean de derechas o de izquierdas, siempre tienen miedo
a lo fantástico porque les parece tan real ese
mundo que creen que estás intentando engañar y, evidentemente, así es. Creen que
es malo para los niños vivir en un mundo
de fantasía cuando en realidad es bueno:
todos tenemos una vida interior fantástica
muy rica. Vivimos en un mundo que nos
absorbe con sus normas, con sus reglas y la
burocracia, que no sirve para nada. Hay que
tener mucho cuidado con los intelectuales y
los psicólogos que te intentan decir lo que
tienes que leer y lo que no”.
Fue de los primeros
autores que se atrevió
a decir algo tan cierto
como sus premoniciones
sobre el futuro: “aprendí
que si no tienes libros no
puedes ser parte de una
civilización ni de una democracia”.
Entre sus obras destacadas se encuentra, además de las ya mencionadas: Las doradas manzanas
del sol (1953), El país de
octubre (1955), Remedio
para melancólicos (1960),
La feria de las tinieblas
(1962), Las máquinas de la alegría (1964),
Memoria de crímenes (1984), La muerte es un
asunto solitario (1985), Cementerio para lunáticos (1990), El verano de la despedida (2006)
y Ahora y siempre (2009) entre muchas otras
que seguramente los lectores recordarán.
Su obra ha sido adaptada al cine y a la
televisión, como:
Fahrenheit 451 (François Truffaut,
1966), con Julie Christie y Oskar Werner.
El hombre ilustrado (Jack Smight, 1969),
con Rod Steiger.
Crónicas marcianas, (Michael Anderson,
1980), con Rock Hudson, Gayle Hunnicutt y Fritz Weaver.
The Ray Bradbury Theater, serie de
televisión, 65 episodios, 1985-1986 y
1988-1992. Entre otras.
Está en el Salón de la Fama de ciencia
ficción por el relato “La tercera expedición”
del libro Crónicas Marcianas, obtuvo en
1977 el Premio Mundial de Fantasía por
una vida de logros y en 1988 fue nombrado
Gran maestros por la Asociación de Escritores de Ciencias Ficción de América (SFWA
por sus siglas en ingles).
La demolición de su casa en Los Ángeles
el pasado 4 de marzo causó la consternación en el mundo literario y entre quienes
promueven la preservación de inmuebles
históricos de la ciudad, a pesar de que ya
había sido considerada en el catálogo de
edificaciones con valor histórico, por lo que
pasó a ser “una más del montón” y con ello
se procedió a su destrucción.
Marcianos sometidos y humillados por
terrícolas con un profundo miedo a lo desconocido y su inclinación racista. El valor
inconmensurable de salvaguardar libros y
volverse un héroe prescindible en una sociedad que poco valora la lectura y el vuelo
de la imaginación.
Bradury, quien pudo darse ese lujo de
que un asteroide tuviera su nombre. Este
gran maestro de la ciencia ficción que murió el 5 de junio de 2012, a los 91 años de
edad y a petición suya su lápida dice “Autor
de Fahrenheit 451”.
Por todo esto y mucho más es que en
9766 Bradbury marcianos verde cadavérico
han sembrado aquellas velas incansables en
honor al escritor que les dio vida, volumen
desinflado y su característico color.
22 El Mollete Literario
15.03.2015
El Vertedero azul
Complicaciones médicas
Por Paul Martínez
En el fondo de mi estómago nace
un perro cada tres minutos
El grito
El proceso es simple, viene primero un dolor breve, luego se escucha el viento movido por la cola del recién nacido perro, ciego de
nacimiento, otea para encontrar la teta de sus alimentos, no hay
teta porque yo no tengo pechos nutricios, tengo apenas unas chiches pequeñitas y negras, eso produce un llanto de perro nacido
apenas en el fondo de mi estómago.
Mi padre gritaba menos,
en realidad nunca gritó con fuerza
sólo a veces durante días,
hablaba para sí mismo.
Con su monologo aturdidor
hacía crecer silencios alrededor suyo.
Para un llavero rojo (souvenir de Tijuana)
El cangrejo mira con ternura las manos que lo acarician
hace tiempo ya que ha pasado el tiempo
de los mordiscos, de pelear contra lo inevitable
resignación amorosa de saberse pleno en su propio vacío
lleno de piedritas y conchitas venidas de otros mares
un bebé de ciento cincuenta años
columpiándose entre los dedos del turista.
Señor cangrejo, ¿cuánto vale su inmortalidad?
No hay valor que cubra lo que no vale la pena
porque ya no hay pena ni valor,
sólo la alegría de saber que en la esquina de la sexta y revolución
se encuentra lo sagrado y lo mundano
ya no hay Dios, pero tampoco Diablo
sólo mundo que corre sin fin
locamente amoroso.
Señor Cangrejo. ¿Cuánto le costó su inmortalidad?
Fotografía: Edgar González Galán
El Mollete Literario 23
15.03.2015
El Terremoto
Vivo con un Terremoto, por las mañanas lo veo temblar
caigo de rodillas y relleno mis oídos con cera
ulula como las sirenas para atraer a las víctimas
y de sus manos brotan cunas y catafalcos
baila sobre la madera, multiplica sus temblores
para orinarse en los lavamanos ajenos,
nació caído como un ángel
El Terremoto da a luz
Nací del terremoto, vine del mar a tierra adentro
sacudí mis primeros polvos en la playa
salado hasta la médula, nací del Terremoto y la Mar.
Hay en mi grito el color de una sirena
ululante y ondulada, mi voz aprendió a correr entre los remolinos
mojaba cuando nací, salía el sol y secaba mi sal en las espaldas
temblaba mi madre y mis hermanos mucho antes de que el Huracán naciera
sabían que los terremotos engendran monstruos de grados Richter
sabían de la intensidad y el choque, sabían de la espalda cuarteada por el sol,
amaban la Paz como si fuera un espacio geográfico.
El Terremoto dio a luz seis grados más, sólo yo tuve nombre de Huracán.
El Terremoto anda
Camina todos los senderos posibles, recorre su temblor los túneles de hormiga,
entra en las venas de su padre buscando la furia necesaria para ser tristeza sin sentir
rencor,
camina sobre el agua porque los terremotos pueden
olea de temblores la Mar, entra en cada una de sus olas
quiere detenerse pero los terremotos no saben más que de nacer y morir temblando.
Es el temor a morir lo que hace andar al Terremoto.
Con dificultad me pongo en pie
[en eso me parezco a mi padre]
para ir al baño
Es delante del inodoro que me pregunto
¿Si todo el esfuerzo de ponerse en pie sólo para mear vale la pena?
Paúl Martínez Facio (Lagos de Moreno, 1982). Es egresado de la Lic. En
Humanidades por la Universidad de Guadalajara, formo parte del Colectivo de Dos, en donde se ha dedicado a fomentar la lectura a través de eventos literarios. Ha colaborado en el proyecto Atentados Poéticos: Poesía por
Ayotzinapa, el blog Pristina en el cual se han publicado algunos de sus textos y que se dedica a difundir nuevas voces poéticas, así como en la revista
electrónica Es lo Cotidiano, donde también ha participado con poemas.
También ha participado en Los Idus de Marzo Revista Literaria, de
la cual es miembro y fundador, y es parte del Comité Editorial y que
Fotografía: Edgar González Galán
recién presentamos nuestro sexto número en la Otra Fil de la ciudad
de Guajalajara.
Actualmente tiene un poemario en conjunto con otros tres escritores titulado Pieza de paso y ya se encuentra en dictamen para ser
publicado por la Universidad de Guadalajara y se encuentra a cargo
del Taller de Escritura Creativa en el CU Lagos de la Universidad de
Guadalajara.
Ha presentado ponencias en varios congresos, y en los Encuentros
de Estudiantes organizados por la REDNELL.
24 El Mollete Literario
15.03.2015
Memoria de un personaje
que no existe
Por Ulises Casal
Nacer
Aqua
Nace la vida de un sueño tuyo.
Nace mi vida de tu lágrima roja.
Nazco de tu fe, tu lástima y orgullo.
Nazco cuando tu lágrima a mi piel moja.
Ven a nadar a mi cuerpo,
necesito que te sumerjas en mí,
lánzate a mi precipicio
desde lo más alto del faro,
- el que tiene tu pupila dilatada mi mar es de sangre dulce
la que se bebe como almíbar,
mi corazón te espera
Un tímido e intruso mar.
como una isla
que ve pasar la Luna
como una bomba de jabón.
Tú eres un océano.
Pegado al ocaso.
Con rayos jineteando tu espalda
que refleja las estrellas.
Hace tiempo tú naufragas
con tu excéntrico nado de sirena
acorralada en las costillas.
Yo te acaricio en la brisa
como un titán que se enreda en tus entrañas,
y te bebo en un sorbo de avidez.
El sonido de mi piel
es un rechinido almidonado,
de rugidos silenciosos
que se exasperan a una voz.
... siempre unidos...
Nazco de una cicatriz que quema
como quema el rencor cuando cae el ocaso,
nazco de tu prendedor, de tu diadema,
nazco del perdido recuerdo de tu abrazo.
Nazco de la noche sucia de nubes,
de la Luna reflejada en tu ojos,
nazco de la espina que en tu pecho cubres
de la melancolía, de tus labios rojos.
Nacemos de las miradas ajenas
nacemos del suspiro y del calor,
nacemos de tus arterias y mis venas
de las estrellas, el barro y el amor.
Naces de tu puerta entrecerrada,
naces del viento que ayer perdí,
naces de mi mirada enamorada,
naces cuando muero, naces para mí.
Olas calmadas,
rigen el destino que te espera
como un suspiro suave
al oído,
cuando te recuestas en mi pecho
sobre mi rojo caracol.
Somos agua enfurecida,
un huracán labial...
Soy mar.
Fotografía: Edgar González Galán
El Mollete Literario 25
15.03.2015
Fotografía: Edgar González Galán
Ser
Plegaria
Eres -junto con dios- lo que más envidio.
Eres un trozo de paraíso en mi memoria,
eres quien me altera al borde del suicidio,
eres mi tiempo, mi consciencia, mi historia.
Hay una plegaria en mis ojos,
el iris pasando por el arco que lanza la flecha,
la mirada que se clava en tu manzana,
la que muerdo con la boca ávida,
la del beso que me enjuga los labios,
aquellos que pronuncian tu nombre como oración,
la que te rezo desgranando el viento desde mi pecho,
en el que se ha deslizado tu mano coloreándome,
aquella que con mi mano se hace nudo,
en el que se siente el nerviosismo de las almas,
las que atraviesan los cuerpos mágicos,
esos que se fusionan como líquidos,
como dos puños de tierra fértil en la arena,
los de pieles lamidas de regocijo, de delicia divina,
aquellas por las que se mezclan nuestros brazos,
los que terminan más allá de los dedos,
con los que se pueden empuñar las plumas,
las espadas afiladas con tinta iluminada,
con las que se marcan los papeles, las esencias o los vientos,
por los que suspiramos o endurecemos los gestos,
con los que ciertamente nos tocamos sin tocarnos,
como saben tocarse entre sí las palabras,
con las que te digo te amo,
con cada molécula de mi ser,
ese ser que es tu poeta,
el poeta que tu inspiras,
por el amor que tú me tienes.
Eres el poema perfecto jamás escrito
las letras en tu piel son perfectas a tu figura.
Eres mi pluma, mi testigo, mi delito,
hermoso es tu sentir, perfecta tu envoltura.
Eres el tapiz nocturno de la Luna,
la cascara del cielo está en tus labios.
El refugio del molde de las dunas,
eso eres, en mis dedos extraños.
Somos un cuerpo con dos pieles.
Tu contorno fue hecho con mi boca,
tu color pintado con mis pinceles,
tus huesos fueron hechos de mi roca.
Soy la elegancia en tu pelo,
el prendedor que llevas siempre,
soy tu deseo, tristeza y anhelo,
soy tu memoria de noviembre.
Soy tu pasado y tu presente,
soy tu futuro y tu codicia,
el brillo de tus ojos, tu amante ausente,
el único mortal que dios envidia.
Ulises Casal (Estado de México, 1988). Estudió periodismo en la Facultad de Estudios Superiores Acatlán, de la UNAM. Profesional en el
periódico La Crónica de Hoy como coeditor y reportero de espectáculos con especialidad en cine y música, crítico de cine en su sección de
opinión La pluma y la lente en el mismo diario, cronista en la revista
radiofónica Crónicas de Asfalto y apasionado y adicto de la poesía, el
séptimo arte, los viajes, la noche, el amor, la comida y la cerveza, siempre inspiradora.
26 El Mollete Literario
15.03.2015
Crónica animalesca
Eugenio Partida presenta su libro “Viaje”…
muy a pesar de que odie presentar sus libros
Por P.I.G.
M
iércoles 11, marzo
2015. Expendio de
Pulques Finos está
por cumplir cinco
años de vida (eso nos dijeron) y
Producciones El Salario del Miedo
no quiere quedarse fuera del
festejo; aprovecha el momento,
mitad de semana, noche lluviosa,
casi fin de quincena, para
presentar la nueva obra que
todavía huele a tinta caliente:
Viaje, de Eugenio Partida, un
escritor proveniente “de la tierra
donde se dan los hombres… unos
con otros”: Jalisco.
Hay invitados de lujo, todo es de lujo
cuando el calibre de la obra lo amerita: la
también escritora Bibiana Camacho y Eusebio Ruvalcaba. Además, no podía faltar,
pues hay que ver cómo va el negocio, J. M.
Servín, aquel que prende el foco en la oficina gerencial de El Salario del Miedo.
Sexto libro de crónicas de esta casa editorial, “el más gordo”, según Camacho; “una
obra recomendable”, según Ruvalcaba; “un
libro que no se debe presentar”, según Partida, quien detesta el viejo protocolo de la
presentación literaria en las Ferias de Libro:
auditorio lleno, un pódium cualquiera y un
presídium integrado por gente desconocida; silencio total, bochorno, un micrófono
inservible, y un aplauso hipócrita como
broche de oro para cerrar el aburrido evento que se queda grabado sólo en el programa general de actividades.
Lo importante de la creación literaria, al
menos de ésta, afirma el autor, es el libro,
no la presentación. “Si quieren saber de qué
trata el libro, cómprenlo y léanlo. Si quieren
saber lo que opino de este libro, vayan a mi
casa a entrevistarme”. Así de serio el asunto.
No hay nadie sin trago, ni el público,
ni el presentador, ni los invitados de lujo.
Todo a punto, aunque para este momento
Ruvalcaba, (quien entre la oscuridad emu-
la a un Bukowski cansado y triste) lucha
por no quedarse dormido.
La escena transcurre con calma: hay
quien, entre el público, pregunta qué tanta
influencia tuvo Ruvalcaba en la obra recién
publicada; influencias hay de sobra, la pujanza del autor de Lo que tú necesitas es tener
una bicicleta no es el único que se refleja en
la buena nueva del escritor jalisciense.
Servín prepara garganta para dar el trago
final a su bebida; seguro le preocupa más su
cuba de cortesía que el hilo conductual de la
presentación. Conoce la dinámica y sabe cómo
se maneja el engranaje de estos menesteres.
Eugenio Partida se autodenomina viajante, viajero, viajador, vejador, escritor ambulante. “Desde pequeño me alejaba de mi
espacio de comodidad para conocer otros
terrenos”, aunque el verdadero viaje que le
interesa es el viaje interior, aquel lugar donde no se está en el hábitat personal ni se está
del todo seguro.
Una treintena de personas en el
lugar (deberían ser cientos, pero no
es el momento: mitad de semana,
noche lluviosa, casi fin de quincena), contando a quienes atienden la
barra y al fotógrafo; cuatro más contando a los integrantes de la mesa
de honor.
Eusebio Ruvalcaba, el mismo, la
pluma gorda de La Mosca en la Pared,
habla de las virtudes de la crónica,
de la narrativa de Partida, del desparpajo y precisión de su lenguaje y
del conglomerado de emociones con
que describe sus historias. El autor
no refuta, pero afirma que no es un
escritor libre, más allá de lo irritante que puede ser escribir para una
editorial con formas y tiempos establecidos. “Estamos sujetos a las leyes
de nuestra propia técnica”, luego entonces se justifican las limitantes de
todos quienes se dedican a escribir.
Pero la virtud de Partida es ser
un viajero despiadado, aunque comúnmente los viajeros no escriben;
no obstante él lo hace y tal vez sea
ésa la parte generosa de la obra del también
escultor, estudioso de cine, viajador, bebedor, etcétera, etcétera.
Él mismo lo dice. Sus ojos han observado mucho, aunque no han logrado capturar
la escena en toda su dimensión. Sus letras
captan una buena parte de esa experiencia,
aunque no han logrado transmitir lo que ha
observado.
En fin, la plática viene a más, pero el
tiempo de la presentación concluye. Aunque le pese al autor, hay que cumplir con
los horarios humanos que exige un evento
así. Además, a todos les urge brindar, festejar
el logro literario, hablar más en corto, abrazarse, dejar del lado el protocolo que tanto
odiamos y transformar esto en un encuentro
de colegas que prefieren por encima de todo
el “salud, puta madre; qué bueno salió esto”,
al “gracias por asistir a esta presentación.
Buenas noches tengas todos y cada uno de
ustedes”.
El Mollete Literario 27
15.03.2015
Reseñas literarias
Por El bolillo escéptico
Autopsia de un Recuerdo. Rene
Delgado. Editorial Grijalbo. México. 2015 .256 pág.
Esta es la segunda novela del periodista René Delgado, quién hace
23 años incursionó como escritor
con la novela El Rescate, misma que
ha sido reeditada por la editorial
Grijalbo y puesta al público junto
Autopsia de un Recuerdo durante la
pasada Feria Internacional del libro
del Palacio de Minería. En esta nueva novela el autor vuelve a utilizar el
personaje del periodista Juan Lavín
y reaparece Teresa, su amante, que
hoy ya no es una guerrillera como
en la primera novela sino una ex
modelo, quien se interesa por el
pasado guerrillero de un narcomenudista que le surte droga. En esta
trama ella será ejecutada y el periodista se vuelve el centro del eje de
la historia, en el que aparecen otros
El héroe discreto. Mario Vargas
Llosa. Ediciones Alfaguara. 2014.
392 pág.
Novela en la que dos hombres
son puestos a prueba por la vida y
descubren el verdadero sentido del
coraje y la lealtad. Un libro lleno de
humor, con elementos propios del
melodrama, donde Piura y Lima ya
no son espacios físicos, sino reinos
de la imaginación poblados por los
personajes de este escritor. Vargas
Llosa narra la historia paralela de
dos personajes: el ordenado y entrañable Felícito Yanaqué, un pequeño empresario de Piura, que es
extorsionado; y de Ismael Carrera,
un exitoso hombre de negocios,
dueño de una aseguradora en Lima,
quien planea una sorpresiva venganza contra sus dos hijos holgazanes que quisieron verlo muerto.
Ambos personajes son, a su modo,
discretos rebeldes que intentan hacerse cargo de sus propios destinos,
actores: un grupo de sicarios, un fiscal férreo y el tío de la ex modelo,
que asediarán al periodista, quien
se ha convertido en un sospechoso.
Una novela que nos plantea la emoción, las angustias, las convicciones,
los intereses de los protagonistas y
la contradicción de la naturaleza
humana. Buena novela y si quiere
más trama léase también El Rescate.
Los últimos días de nuestros padres. Joel Dicker. Alfagura. 2014.
416 pág.
Joël Dicker, que nos diera la
sorpresa con más de dos millones
de lectores con su libro La verdad
sobre el caso Harry Quebert, hoy
aborda en Los últimos días de nuestros padres, un hecho de la Segunda
Guerra Mundial que fue mantenido
en secreto durante años. En esta
novela nos sitúa en el año de 1940
en donde Winston Churchill tiene
una idea que cambiará el curso de
la guerra: crear una nueva sección
de los servicios secretos, el Special
Operations Executive (SOE), para
llevar a cabo acciones de sabotaje
desde el interior de las líneas enemigas. Unos meses más tarde, el joven Paul-Émile deja París rumbo a
Londres con la esperanza de unirse
a la Resistencia. El SOE no tarda en
llamarlo a sus filas, junto a un grupo
de jóvenes compañeros.
Tras un entrenamiento brutal,
los pocos elegidos conocerán el
amor, el miedo y la amistad, y serán enviados en misión a la Francia
ocupada. Pero el contraespionaje
alemán ya ha sido alertado.
pues tanto Ismael como Felícito
le echan un pulso al curso de los
acontecimientos. Mientras Ismael
desafía todas las convenciones de
su clase, Felícito se aferra a unas
pocas máximas para sentar cara al
chantaje. No son justicieros, pero
están por encima de las mezquindades de su entorno para vivir según sus ideales y deseos.
Los corruptores. Jorge Zepeda
Patterson. Editorial Destino. 2013.
416 pág.
En esta novela, Patterson busca
acercar, además de la corrupción
del poder y la impunidad del crimen, la vitalidad del mexicano y su
incontenible fuerza para la supervivencia. La obra se sitúa en diciembre de 2013 en la Ciudad de México, Tomás, un periodista que ha
ido perdiendo su vocación, redacta
la noticia del asesinato de la famosa
actriz Pamela Dosantos. Para llegar
cuanto antes a las novecientas palabras que le exigen, incluye algunos detalles como la ubicación del
cadáver, sin contrastar sus fuentes.
Por desgracia, la publicación de
ese dato lo colocará en el punto de
mira: el cuerpo estaba a escasos metros de la casa de Salazar, el hombre
más poderoso del nuevo gobierno
al que prácticamente lo está incriminando. El primero en alertarlo
del peligro que corre es Mario, uno
de los componentes de “Los Azules” junto al propio Tomás, Amelia
y Jaime, amigos desde el colegio,
quienes buscarán salvar no sólo lo
que queda de sus ideales sino su
propia vida.
28 El Mollete Literario
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De mi Cuaderno de apuntes
Los músicos en la literatura
Por Margarita Salazar Mendoza
G
randes obras literarias
han sido escritas
sobre artistas de otras
disciplinas como la
novela Anhelo de vivir, escrita por
Irving Stone, y que trata sobre
la vida de Van Gogh. O también
la escrita por el periodista
Baltasar Magro, titulada La luz
del Guernica (2012), un libro que
narra tanto la vida de Picasso
como su conocida pintura. O
una reciente novela histórica
llamada Gioconda (2011), de
Lucille Turner, que como se
imaginarán, trata sobre su
famoso autor, Leonardo Da Vinci.
Pero no sólo novelas se escriben
sobre artistas, también en otros
géneros aparecen esos grandes
hombres. Un ejemplo de ello
es la obra de teatro compuesta
por Antonio Buero Vallejo, Las
meninas (1960), que se centra en
la figura del pintor español Diego
Velázquez.
Muy conocido es el nombre de Wolfgang Amadeus Mozart, músico que no necesita de mucha presentación. Y mucho se
ha hablado de su rivalidad con otro compositor de su época, Antonio Salieri. Las
acusaciones recayeron sobre el italiano,
quien fue acusado tanto de haber plagiado obras de Mozart, como de haberle causado la muerte. Ese antagonismo ha sido
plasmado en diversas obras literarias, por
ejemplo en un poema de Aleksander Pushkin, que después fue retomado por Nikolai
Rimski-Körsakov para componer una ópera titulada Mozart y Salieri (1898), misma
que mucho tiempo después fue retomada para la pantalla grande, ahora titulada
Amadeus (1984), del escritor
británico Peter Shaffer y dirigida
por Milos Forman.
Ese poema de Pushkin también fue clasificado por Pacheco
de pequeña tragedia. He aquí el
fragmento final.
Mozart: Sí, fue tu gran amigo.
Para él
escribiste Tarara que me encanta.
Tiene un pasaje fascinante.
Adoro
cantarlo siempre cuando estoy
alegre.
Escúchame, Salieri: ¿será cierto
que Beaumarchais envenenó a
un amigo,
a no sé quién en no sé
dónde...? Dicen.
Salieri: No, Mozart, es mentira.
Para ello
seriedad y coraje le faltaban.
Mozart: Beaumarchais fue
genial. Tú y yo lo somos.
Crimen y genio son incompatibles.
(Salieri echa el veneno en la
copa.)
Salieri: Si así lo crees, bebe de
esta copa.
Mozart: Brindo por tu salud,
por la amistad
de Mozart y Salieri, grandes
músicos.
(Mozart bebe.)
Salieri: Espera que yo tome de
la mía.
Mozart: No quiero beber más.
Voy a tocarte
algo de lo que llevo de mi
Réquiem.
(Mozart se sienta al piano y
toca.)
Mozart: Salieri ¿estás llorando?
Fotografía: Lucía López Canales.
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¿Por qué? Dime.
Salieri: Nunca antes he llorado en esta
forma
lágrimas a la vez dulces y amargas
como el cansancio de un deber cumplido.
Me parece que un arma bienhechora
un miembro enfermo me amputase.
Oh Mozart, no hagas caso: continúa.
Y que mi alma se anegue con tu música.
Mozart: Ah, si todos sintieran como tú
el arte de la música... Imposible:
el mundo acabaría. Nadie ya
se ocuparía de asuntos terrenales.
La música iba a ser centro de todo.
Somos pocos los grandes elegidos;
no abundamos los sumos sacerdotes
de la belleza. Imprácticos, dejamos
el lucro para otros. ¿No lo crees?...
Salieri, no estoy bien. Algo me pasa.
Me marcho a descansar. Adiós, amigo.
(Sale Mozart.)
Salieri: Mozart, adiós. Será tu sueño
eterno.
Pero ¿es verdad lo que dijiste? ¿Son
incompatibles genio y crimen? No:
¿Y Miguel Ángel?... ¿O será invención
o engaño torpe del infame vulgo?
Acaso no mató nunca en su vida
el constructor del Vaticano. Y yo
no soy un genio como él y Mozart.
No pasaré a la historia por mi música
sino por ser el que ha matado a Mozart.
Y cae el telón. Todos sabemos de Mozart pero ¿todos hemos oído hablar de Antonio Salieri? Comencemos por decir que
fue contemporáneo de Mozart pero vivió
más que él, nació en Legnago 1750 y murió
en Viena en 1825. Era músico de la corte, con José II de Habsburgo, fungía como
compositor y maestro de capilla. Para él fue
primero la música y luego las palabras, sin
embargo, entre su repertorio se encuentran
39 óperas. Una actividad que desempeñó
constantemente fue la enseñanza, y, ¡asombrémonos!, entre sus discípulos se cuentan
Beethoven, Shcubert y Lizst. Salieri también
fue muy amigo de Haydn. Además, un hijo
de Mozart fue su alumno, lo que puede ayudar a desmentir los rumores de la enemistad
que entre ambos, se dice, existía.
Precisamente con una ópera suya,
L’Europa riconosciuta, se inauguró el teatro La
Scala de Milán, en 1778. Esa misma obra fue
la puesta en escena para la reapertura del teatro en el 2004, pues estuvo cerrado durante
un largo tiempo por restauración. Fue uno
de los autores más prolíficos de su época:
compuso música de cámara, sacra y óperas
a la italiana. También escribió 27 variaciones sobre La Follia di Spagna, así como varios
conciertos, dos sinfonías y otras obras instrumentales. De acuerdo con el historiador
Alexander Wheelock, Mozart acusó en varias
ocasiones a Salieri de estorbar su trabajo,
pero en esa época Saliere estaba Francia.
Ya muerto Mozart, Saliere continuaba con su trabajo de profesor de música
y era miembro de la Orquesta de Viena, y
trabajó junto a Beethoven. La última parte
de su vida fue triste. Quedó ciego y pasó
esos años internado en un hospital. Cuando murió, fue enterrado en el cementerio
central de Viena y su alumno predilecto,
Schubert, dirigió el Requiem que el mismo
Salieri había escrito para su muerte. Caso
contrario fue el de Mozart, quien muerto
en la pobreza hubo de ser enterrado en una
tumba simple.
30 El Mollete Literario
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Una vuelta más en el infinito
Por Ximena Cobos
E
sto inicia así, aquí, ahí,
dondememantengo, porque
sigo… frente a la misma
computadora desde hace
años. Estás tú, en el mismo lugar
indeterminado del “no sé dónde
encontrarte porque no te quiero
buscar”, aunque me muera…la
muerte quizá, entonces, también
sea relativa
(En adelante, no sé si es un recuerdo o
un remordimiento de años luz girando en
mi paladar adormilado)
La génesis de nuestro amor vertido en
Viento-música-Concertina de recuerdos que
aún no suceden, pero podemos recordar en
esta paradoja de existir y saber cómo van pasando cosas que aún no pasan y que ya pasaron en el mismo preciso espacio-no-tiempo
en que caminamos de la mano lejos y cerca,
perto tu de mim meu namorado dos dias de hoje
y ontem e pra sempre, es el punto justo donde
nos paramos cuando más creímos avanzar.
Per seculam seculorum dije algún día, y por
tu amor, por mis deseos, por mis sueños y
porque nos quiero/ por los suspiros rotos,
pegados, descocidos, reparados/ vividos,
recortados y siempre, pero siempre, realidades aparte que nadie nunca podrá explicarse
ni en sus mejores momentos. No obstante,
nada es perpetuo, inmarcesible…
(Viene luego la tristeza… en un presente
pasado, anotación al margen del recuerdo)
Somos y siempre hemos sido, desde el
principio de todos los tiempos, antes de
existir, sustancias alucinógenas, psicotrópicos que se elevan bajo la influencia de
sustancias más adictivas como el amor y los
deseos que no son más que recuerdos de ese
principio de unión, separación y reconstrucción de los sentidos. Somos, mi amor
perpetuo, la verdad de las cosas que se convirtió en mentira en aquel momento en que
perdimos la conciencia de vivir y vivimos
aquí, en este mundo de peleas y accidentes.
(Pasado presente, con su tristeza correspondiente)
Cerramos los ojos y corremos, nos recorremos uno a uno cada poro de recuerdos,
cada sabor ximenandarina en espirar rompiendo los riaxanidenimos de los astros que
reparan en Orión atravesado (todo tan sólo
un invento) y así, mientras suenan las canciones del universo tan desconocido, todas
al mismo tiempo, amontonadas, nosotros
reparamos en una. La asimos en el espacio,
psicodelia de nuestros reencuentros, I want
you (she’s so heavy –subrayo–). La orquesta
se prepara. Hay silencio que no puede totalizarse, murmullos y dudas por alguna parte.
(Tras un corte en la respiración… Iniciamos con las luces apagadas)
Nadie nos mira, estamos lejos. Yo frente a la computadora en pijama poca ropa
y a oscuras, tú en la cárcel vestido de dolor y miedos en la mitad de la noche. Estamos solos, nadie nos mira, en un lugar
de la universidad en un primer momento
repetido tantas veces en mi mente. El gato
negro se prepara su vodkamilk, truena sus
deditos, bocanada al cigarrillo, humo por
toda la habitación, una buena maquina se
ajusta a él y comienza a recitarle palabras
al oído… Luego de un suspiro suspendido
en la nada de un poema, hoy me pregunto
por qué su historia no termina por quedarle. Cuándo nos dejará escritos, flotando en
el tiempo detenido del parasiempre, con un
buen cauce en la historia y no siendo veinte
borradores de equívocos.
(Toma II… el silencio vuelve)
Estamos solos en el cuarto de Lu.., la
oscuridad nos envuelve, la pared nos sostiene y ambos… estamos solos, la piel se
eriza. Estamos solos en la casa de O…,
lúgubre espacio que encierra nuestros momentos de secretos donde vamos a juntar
armonías, tiempos, solos de guitarra y bajo
sideral: recuerdos. Y recuerdo estamos solos, es una casa de campaña en la azotea
del universo: tú me besas yo me vengo y
te derrites en gritos contenidos de placer.
Estamos solos y todos se han acomodado
en sus asientos: jugamos, nos besamos y
aquellas caricias en una silla te llevan a tomarme de la cintura, a mí me conducen
al asidero más propicio de mi piel con las
piernas en tu ser espaldafónico. Me llevas
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a la cama y comienzas a besar todo el ser,
substancia que no miente. La tonada que
se arrastra desde otra canción tocada y escuchada en cualquier sitio, en cualquier
momento y en cualquier universo que no
vemos, nos avienta a abrir los ojos muy,
muy grandes, en plena oscuridad, como
gatos.
La canción nos duele desde el centro del
pecho, como un ardor de cigarrillo apagándose despacio en nuestra piel (que por momentos sólo es una, extendida a contrapelo)
porque sabemos dónde es que termina, sin
embargo, como suicidas, avatares de la inconsciencia, aceptamos tocarla nota a nota
nuevamente.
Alors (un beso)
Una guitarra suave hace notas desgarrantes que nos convierten en andrajos de
piel, nos deja hechos jirones de persona,
nos maneja con hilos sutilmente brillantes para quitarnos la ropa que nos queda.
Estamos solos en la habitación de siempre
y para siempre mutable. La desnudes nos
alcanza, reconocemos todo lo que habíamos olvidado cuando alguien quiso separarnos, lo tocamos paso a palmo, palmo
a paso y con todos los sentidos abiertos
en una Larga Sinfonía en D. Estamos solos,
A... duerme el bajón en la recamara contigua. Estamos solos, C…, muchas veces
C…, esta vez C… and S… duermen en la
cama de al lado del sillón. Pero seguimos
solos. Ya no nos acompaña la molestia de
la ropa. Los besos han ido intensificándose
conforme la canción avanza en estruendo.
Estamos solos en El Faro, es la primera vez
que nos tocamos… Y sigue esa canción
que no va a terminar en horas años luz de
lejanos tiempos.
I want you...
(suspiro)
I soo ooº
Oo o ºo oº o
Ooo o o
o
o
H
E
A
V
Y
Tras la caída… entonces el recuento.
Hemos conocido todos los aromas que
jamás vamos a poder abarcar en cada noche. Haz entrado em meu beco, me recorres los murmullos y gemidos con cada
caricia, y “no es la ausencia la que duele
en realidad (interferencia) son las marcas
que dejamos en la piel”. La canción comienza a deshacerse en estentóreos tus y
yos en el Viento. Nos estamos ya desintegrando en fluidos de pasiones… tibiecitas. Nuestros rostros dicen más que cual-
quier instinto animal. Tu cuerpo, unido,
prensado al mío, es la maravilla de las visiones que cualquier droga puede darnos,
y despides marihuana en cada orgasmo.
Colores, cuándo comenzaron los colores.
Minhas cores são respirações da alma que
entra y sale de mis costillas y mi vientre,
haciendo crecer el viento que no sabe por
qué tiene que soplar. La mezcla de deseo
ha creado un tornado que revuelve los
horizontes y crea mariposas que se desintegran brillando en la oscuridad iluminada por tu piel. Nos reímos, nos reímos
porque lo que ha explotado, implota, y
se reconstruye en un filme de renovación
y azul eléctrico que nada deja ver desde
el oriente de nuestras plantas y nuestros
gatos, que rellena huecos con algodón
para embriagarnos de mágicas luces que
salen detrás de los trazos de nuestras vidas color morado me deshago y me vengo
(UNA VEZ MÁS, CUÁNTAS VECES MÁS)
mientras me miras mirarte con los ojos cerrados los deseos y los orgasmos benditos
que purifican mis labios purificadores de
tu piel y nadie sabe que los sinsentido se
arrojan por los balcones del desconsuelo
para atrapar las luciérnagas que mudan de
canción en caranejos porque la luna nos
mira celosa de tanta falta de pudor y entonces las libélulas nos toman con sus alas
y nos agitan al máximo, y así reventamos
en lo que nadie nunca podrá ver, porque
estamos solos, sudorosos, creando vida.
(O al menos, eso es lo que siempre quisimos creer)
Mandalarina
fecha incierta de/ un día cierto que/ juro
fue real.
Fotografía: Edgar González Galán
Ximena Cobos CRUZ (“para no olvidar el puerto que le puso a mi sangre la necedad de buscar
calor a toda costa) es una mujer que a sus 26 años
busca titularse de la carrera de Letras Hispánicas,
pero que, ya que la única montaña rusa a la que
me he subido es a la de las emociones, escribo en
todas las hojas que me encuentro textos muchas
veces ininteligibles. Por ello, me declaro una de
las categorías faltantes en el Manifiesto Infrarrealista de Mario Santiago Papasquiaro: El Caos Total. He publicado en dos ocasiones en la revista
Letras de Reserva, pero manejo un blog junto a
un amigo en el que, creyente fervorosa de que un
escritor, antes de ser leído, necesita generar un
público, busco acercar a cualquiera que se deje
con mis textos a los autores que me han construido”, así se autodefine nuestra colaboradora.