El Mollete Literario www.noticiastransicion.mx Director: Carlos Ramírez [email protected] Marzo 15, 2015, Número 19, Tercera Época Reflexiones sobre y desde el ajedrez Por Luis Flores Imagen de portada: Fotograma de la película “El Séptimo sello”(Det sjunde inseglet) de Ingmar Bergman, 1957. 2 El Mollete Literario El Mollete Literario da un paso más, ahora en formato de revista Lo importante siempre desemboca en una reflexión. Cuando caminamos y nos encontramos con senderos bifurcados, la meditación de lo ya andado se hace un elemento imprescindible a la hora de elegir. El impulso no siempre es favorable ni justificable en muchas de las decisiones que tomamos en nuestro transitar en la vida. En esta ocasión hacemos una pausa, reflexionamos porque no podemos dejar de lado en esta publicación el contexto de México, dañado por dentro y por fuera de mil maneras, azotado tajantemente por muchas situaciones que nos enmarcan, nos manchan, sin embargo no dejemos que nos coman. Saltemos juntos, pues, a este nuevo número de El Mollete Literario. Les traemos arte en palabras para saciar la sed de opciones de ediciones literarias en México. Desfundamos con estilo a un gran equipo de colaboradores que darán espacio al acontecer como todo buen libro, música, pintura, escultura y más artes indispensables en el mundo. Ahora nos presentamos con formato de revista para hacer más práctica la lectura de nuestro contenido, ya que nuestro compromiso es promover y facilitar la expresión de la literatura y cultura en general. Gota a gota Por Luy 15.03.2015 Índice 3 Días de [falso] calor Por Ene Riaño azul 22 ElPorVertedero Paul Martínez 5 Letras Torcidas Por César Cañedo de un personaje 24 Memoria que no existe 7 Cuento Por P.I.G., Marco Villavicencio, y Samuel Enciso Por Ulises Casal animalesca 26 Crónica Por P.I.G vida a cuadros, reflexiones Literarias 27 Reseñas 13 Ladesde el ajedrez Por El bolillo escéptico Por Luis Flores Romero músicos en la literatura 28 Los Por Margarita Salazar Mendoza 17 Diario Por Canuto Roldán 19 Semilla Insólita Por Lydia Zárate 21 Ray Bradbury y sus marcianos verde cadavérico Por Monserrat Méndez vuelta más en el infinito 30 Una Por Ximena Cobos El Mollete Literario Mtro. Carlos Ramírez Presidente y Director General [email protected] Lic. José Luis Rojas Coordinador General Editorial [email protected] Monserrat Méndez Pérez Jefa de Edición Consejo Editorial René Avilés Fabila Wendy Coss y León Coordinadora de Relaciones Públicas Mathieu Domínguez Pérez Diseño Raúl Urbina Asistente de la Dirección General El Mollete Literario es una publicación mensual editada por el Grupo de Editores del Estado de México, S. A. y el Centro de Estudios Políticos y de Seguridad Nacional, S. C. Editor responsable: Carlos Javier Ramírez Hernández. Todos los artículos son de responsabilidad de sus autores. Oficinas: Durango 223, Col. Roma, Delegación Cuauhtémoc, C. P. 06700, México D.F. Reserva 15670. Certificación en trámite por la Asociación Interactiva para el Desarrollo Productivo, A. C. La espiral y el círculo, el libro y la escalera, son geometrías complementarias que aspiran al infinito. Vivian Abenshushan El Mollete Literario 3 15.03.2015 Días de [falso] calor Por Ene Riaño T engo diecisiete años. Aaah, no, veintitrés; sí, veintitrés (23 seconds all things we love will die) no veintiuno como ayer escribí, escribí con número, no con letra, al rellenar con color rojo y rosa la encuesta que entregué al salir de ver Esperando a Godot en el aula-teatro Justo Sierra-Che Guevara de la facultad. Tengo veintitrés y él, mi alumno, Luis Guillermo Roqueñi Aragón, de los Ibargüengoitia y Chacón, cumplirá diecisiete dentro de uno, dos, tres meses, en agosto. Sí, señores y señoras, niñas y niños; bisexuales, asexuales, gays, impotentes; ranas, ratas, culebras y moscas panteoneras. Sí, sí a tod@s ustedes, el que él vaya a cumplir diecisiete el próximo mes de agosto — el siguiente 25 de agosto, porque seguro es del 25, si no por qué lo de Luis. Su familia no es de rancho pero es, son “buenas” familias, de esas que, aunque yoguistas, budistas, ateas, musulmanas, hippies, liberales, transexuales, zombies, descenliteratas acostumbran seguir el santoral nuestro de cada año—. Sí, el que vaya a cumplir diecisiete en agosto, hizo, de cierta y no total manera, que yo empezara estas líneas mintiendo al decir que sólo tenía diecisiete años. Mentí, miento, claro, esto es ahora ficción. ¿Te acuerdas de la lección, Memo?, ¿recuerdas que hasta buscamos definiciones de palabrejas hermanas que comprueban nuestra teoría (o sólo mía hasta ayer y ahora también tuya) de que una cosa es lo ficticio, otra lo creíble y otra lo verdadero (o real)? Sí, esto ahora es ficción, lo he hecho ficción, aunque claro que en cierta parte es verdadero (real); en otra, es sólo ficticio, y, en pocas ocasiones, es creíble. Quizá, por ahora, tontito y deslumbrante mío, es lo único lo que puedo ofrecerte, lo único que me está permitido darte. Sí, él está más cerca de los diecisiete y yo de los veintidós, porque hace apenas dos Fotografía: Edgar González Galán meses que dejé de tenerlos; blah, blah. Todo se debe a que él, el verano otoñal pasado, reprobó Taller de literatura e iniciación a la investigación documental (no me explico cómo. Aaah, sí, fue su pésima grafía, fue sólo eso), es por ello que su madre me dejaba hojas como mensajes subliminales por las paredes de la facultad mientras el invierno agonizaba y el hielo de Vancouver se derretía y asesinaba patinadores. Yo toqué toc-toc, ring-ring, y nuestras asustadizas miradas candentes se cruzaron afuera, en la banqueta-corredor del Suburbia de Quevedo, antes del café de protocolo. He viajado, semana a semana, ésta última cuatro veces, en el terror alucinante del subterráneo, para verlo, para ganar unos billetes, para retacarme de botana e infestarme de coca. He tocado a su pinal puerta y en un instante peligroso me encuentro en el pasado, en el gris de los recuerdos, en el sepia de lo que es tan lejano que se confunde con lo imaginario y/o mítico, en lo que ya no es o nunca fue Basta, hablaré en presente, ahora cuento esto, como está pasando —tal vez sólo para pasar, como todo pasa, sin pasar y saliéndose del paso para hacerse pasado—. Su nombre es Luis Guillermo, pero aunque le dicen Memo, y yo no sé por qué razón en ocasiones le digo Lalo, a veces me dan ganas de llamarlo, de gitar(le) simplemente “Memito” [No, esto no es plagio consciente ni intencional del inicio de Dolores, Lola, Lolita]. Iba a contar cómo es esto que siento dentro de mí, que me hace estre- mecer de goce (burdo, pegajoso y vulgar) y placer (infinito y celestial). Ya, de repente he recordado que a lo que iba (como seguro lo dice así también “Live bed show” en el minuto 2:50), era a decirle: lo mucho que lo amo, lo mucho que lo sufro —sí, así, cual Manuel Acuña declamándole su “Nocturno a Rosario”— lo mucho que sé, justo ahora, más antes, que un momento atrás No será, no será; lo sé, esto, este fantaseo en duermevela es producto de mi embriaguez satívica, por eso lo pienso, pero esto, eso no sucederá, aunque nos parta a los dos y nos joda toda la vida. O puede ser que pase, como seguramente dice “Live bed show” de Pulp (Pulp, esa inglesa agrupación que dos hombres llamados Ricardos —no Ricardo Juan— me advirtieron). Porque Lucio no, él me dijo que no le gustaban del todo, ¿cómo iba a decirlo, si él es un pleno, un pleno admirador de los Smiths? Ay, los dos tienen algo de ochentero que no me gusta ¿cuáles dos, Pulp o los Smiths, Memo o Lucio? No lo sé. Sí, siguiendo donde me quedé, siguiendo eso realmente capital, ese algo realmente importante (no que moriré, porque esto ya lo sé y no es ni será un descubrimiento ni para mí ni para nadie más) es que yo siento lo mismo que él siente, que sé lo que piensa y que él sabe lo que siento, lo que pienso. Sí, así como sabe que justo en el momento en el que me marcó, telefoneando a las 17:10, yo estaba desnuda, masturbándome pensando en él; así como yo sé a qué se refería él cuando me dijo lo de la foto pegada, 4 El Mollete Literario 15.03.2015 Fotografía: Edgar González Galán anexa al ejercicio de la carta formal (ya que la informal me la escribió a mí) y rió para después decir que era cierto pero que ésa era suya, de uso personal, de su uso privado y exclusivo. Me lo decía y ambos reíamos, estallábamos en carcajadas, sabiéndonos delatados, pero continuando con nuestra actitud nada delatadora. Sí es justo y/necesario, el sentirlo lamer su propio sudor de mis tetas, no como gato tomando lechita, sino como hombre que lo sabe; aunque parezca tan indefenso, un pobre gatito asustadizo que canta y maúlla mal. Él es un hombre-niño, o sólo un niño, no un hombre, un niño que aunque quizá pronto deje de serlo —como lo hacen todos los demás, de una u otra manera, de tal o cual forma, en este u otro lugar, consciente e inconsciente— aun así habrá estado aquí, conmigo, con su pureza, con su inocencia, con su inconformidad, con su apatía, con ese temblor incesante y su pelo alborotado; aquí, justo ahora, lamiéndome esa que dice es mi savia y dándome de beber. Sí, Memo, Memito, monta a la mesa y saca tu ferocidad inocente y salvaje, juguetona y genial, y tú máxima, máxima inteligencia demoniaca, esa que en lugar de enfurecerme me hace sentir dichosa así como él (o sea tú), como tú te sientes (cómo él se siente) dichoso cuando le explico “El otro yo” del impuesto Mario Benedetti (preferiría yo “Altazor”). Él sonríe (sí, sonríes), deja de hablar en francés y, sin moverse, me lame los pezones sudorosos, ese sudor se funde con su baba, con esa baba adorable que destroza y reconstruye. Y me mira, quietecito, me observa remojándome los labios, estirándomelos, partiéndolos y chupándomelos, me contempla extasiado del todo, mas yo no dejo que culmine el espectáculo, lo dentengo, ¡tonta!, lo detengo en mi ingenuidad, esa misma, o parecida al menos, que me da al no ver ceros —como los niños o los retrasados no ven la parte faltante del caballo de Magritte—. De repente, Enrique me interrumpe, entra enfurecido, moviendo la melena como señora de los ochenta. ¡Oh, no!, él también tiene un aire ochentero, todos lo tienen, incluso los que no nacieron en esa década. Claro, no son los ochenta; es la segunda mitad del siglo XX; no, es todo el siglo XX, enterito; naah, es del XIX para acá; es desde el Renacimiento; no, la “culpa” la tienen los griegos. ¡No, no y no! Es el hombre, el hombre, ese hombre que no tiene ni siquiera pecado original, porque nunca tuvo un Godot que los creará y, aunque después ellos se lo inventaron a él no pueden sostenerlo, se les cayó. Estamos solos, ese es el rasgo de la humanidad que no me gusta, me molesta saber que somos humanos y estamos solos, y siempre nos abandonamos ese no es un rasgo ochentero, no lo es, no es Pulp ni los Smiths, no es Memo ni Lucio ni Enrique ni yo, no es ningún poeta filosofal, no es nada ni nadie de eso, es la soledad, la soledad es una condición humana, la más recia e inquebrantable, esa que sólo puede enmarcarse en lo único divino que tenemos: el arte y el amor, ¿o es el amor al arte?, ¿o el arte del amor, del rumor humano amoroso? ¡Me retracto! No dimito como ser humano, me quedo aquí en el absurdo, protector y poderoso. Como iba diciendo, de repente, Enrique entra enfurecido y moviendo la melena suya de señora ochentera, dice: —¡Momento! Estamos empate. —Sí, pero Enrique, él está conmigo y tú ni me invitas a salir. —Sí, ya lo sé, pero él no podría hacerlo. Sí, él no podría sacarte a pasear. Yo pienso sin hablar: ¡Sacarme a paseaaaaar, cual perro Simba, perro Peguie, perro, perra? Ni que fuera can. Y arremeto. —Bueno, deberías tú de “invitarme a salir”. Basta. Qué invitarme a salir ni que nada. La modernidad, la modernidad miente; en el fondo y en la superficie esto es, fue y será una sociedad patriarcal en la que supuestamente lo poderoso es masculino y lo protector lo femenino. Al diablo hasta con la grandeza de las normas cosmogónicas, se trata de otro asunto. Yo iba a algo, no obstante Enrique y su repentina visita y, sobre todo, yo me interrumpo. Seguiré, no hablaré de él, de Quique, ni dejaré que hable, no por lo menos hasta que haga lo que puede hacer. Iba en que sí, yo también lo adoro, lo adoro, lo adoro tanto, tanto que hasta lo amo pasivamente, pues ese es el equilibrio de mi ardiente adoración a él, mi tótem. Y nos comemos mucho mejor de lo que cuenta el sobrevalorado Eduardo, Lalo, Galeano, en ese relato incluido en esa guía —esa guía que respondemos como pretexto textual— para el examen extraordinario de la Taller de literatura e iniciación a la investigación documental. Nallely Pérez Vargas, Ene, como prefiere llamarse, estudiosa del decadentismo americano, actualmente se desempeña como correctora de estilo. El Mollete Literario 5 15.03.2015 Poesía Letras Torcidas Rezo (Nocturno) Por la señal de la santa cruz Señor, yo no soy nada y tú me amas, permíteme pastar contigo tus ovejas, en el remanso de paz que está en tu nombre, Jesús. En el nombre del padre y del hijo Y de Señor, si tienes llagas, yo las cierro. Cuídame tú también, que soy un niño que tiembla al santiguarse en mi nocturno rito, desde una soledad de manos juntas desde un pecado hincado que te reza, desde una culpa antigua que hunde su cabeza, porque te quiero más y más y esto no es bueno, según el catecismo de mi madre. Señor, si tú has pecado, yo lo olvido, soñé anoche tu mano entre la mía y de mí subía algo hacia tu cuerpo y temo, Señor, que tú te enojes. Señor, si tú estás vivo, ven conmigo, invítame a pescar mares de hombres, a darle pan al pan y amor al ciego, a enamorar injustos y levantar caídos. Señor, si eres de carne, dame un beso, enséñame a ser grande, dame fuerzas, para aguantar los clavos de esos hombres, que noche a noche y como a ti recibo, en mi padre, en el Ángel y en mi hermano. Señor, si tienes miedo, yo te salvo, saciado estoy de ti, yo te conforto, mi corona de vicios es tu adorno y tu cetro en mi diestra empuñadura, y así serás un Rey, mi Rey, mi Cielo, mi Señor poderoso, íntimo y mío. Señor, si tienes dudas, yo en ti creo, más que al dulce de leche yo te adoro, y mis suspiros no son cuentos de cuna. Señor, si tú eres hostia, yo te como, devorado serás por mis adentros y sentiré la paz de estar contigo desde esa extraña alquimia en mi pancita. Señor, ya no veo nada, aquí está oscuro, un helecho de muerte está brotando, de mi pipí pecado perpetrado. Señor, si tú eres vida, qué del vino, qué del diablo heroína que ha robado y violado aquí en mi casa. Ya me estoy enojando, Señor, porque no vienes, porque yo aquí te amo y tú allá arriba, sin haberme, siquiera, dado un beso. Señor, ya es mucha espera, qué te piensas, tú sabes que mi amor también caduca, que polvo me ha formado y soy volátil, que lo único que quiero es un abrazo que salga de tu lengua y me extermine me devore la boca y las entrañas, me haga uno contigo y con tus espíritu ¿Señor, es esto malo? En ti confío. Fotografía: Lucía López Canales 6 El Mollete Literario 15.03.2015 Fotografía: Edgar González Galán Eduardo Mendicutti Primero O negativo Rey de España serás sin elefantes que recuerden escándalos modernos. La noche que otra noche está goteando en el arado campo de las letras, donde una vez, había una vez, por una vez, trigo y maíz, erectos y danzantes, del Marrakesh la corte de lo inverso hicieron gala del mejor mojito que anula y esplendece mi rebozo malinche, campo abierto, patria y matria en la yunta, y cosechas al fin literatura. Decolonial encuentro cuando el gozo enseña a la vetusta encanecida que otro mundo dignífico incensario tejemos de la pérdida, del horror y el espanto región cuatro, que es más duro que querer más duro, y soñamos incierto desde penes inlúbricos de todos los tamaños del deseo, epifánica entrega de saber la textura, ejercicio otredad que nos cancela, celebrar el error y anhelar nada, pescar sin el anzuelo y cazar viento. Trueque doy a este verso que no alcanzas, y sin ser poeta tienes del reino llave y de mi alcoba. Poetiloca muscuflora rimbomvérgica, retablista del sexo broadcasteado, orgiástica saltimbanqui y poetisida, remáchame de versos y esteroides, conjúrame la carne que se asienta, enséñame a deletrear Antofagasta sin que Ibáñez nos jale de los pelos abajeños, cresposos, bocaamantes. Ni pobre, humana prosa, ni alopécica, la tuya más bien es me voy, me vengo, chaquetera y ridícula, excelsa y cuaternaria, exiliada, ida y vuelta, de cordel y timpánica, fermento de boundage y el S/M, forzoso aterrizaje sin laureles ni espanto, calavera que entierra con el bíceps poético a la fuerza en la tumba de la democración rechifla pluralista en fáunico congreso, decisiones erradas, como el bulto en calzón. Puñístico que entras ano, trioísta legítimo, suspensorio del tiempo, especulador de indecencias y sexshopes, vena salida de remarle tanto, sangre ponzoña de negadas fallas, cazador de dildoposas, arrojado del templo, niño perdido para no estar en gracia, “a veces ser feliz sólo es no serlo”, lubrica más tu pluma que tu ganso. A Pedro Montealegre, In Memoriam César Cañedo (El Fuerte, Sinaloa, 1988), poeta, atleta, profesor, investigador, actualmente estudia el Doctorado en Letras en la UNAM, donde ha estudiado su licenciatura y maestría con trabajos de investigación sobre poetas y escritores marginales mexicanos del siglo XIX, como Antonio Plaza, Josefa Murillo y Adolfo Carrillo. Es fundador y codirector del Seminario de Literatura Lésbica Gay, UNAM y ha sido publicado en Círculo de poesía. El Mollete Literario 7 15.03.2015 Cuento Ella y él Por P.I.G. Ella lo miraba con los ojos de quien, pese a todo, se sabe, y por una vez en la vida, querida de verdad. Él sólo alejaba su mirada a través de la ventana de aquel transporte público viejo, sucio y hediondo. Él había prometido un festejo digno de diez años de relación. Ella esperaba flores, detalles y un carruaje que los llevara a su encuentro romántico, pero aquello era suficiente, pues más allá de todo lo amaba y amaba sus intenciones. Ella lo abrazaba, acariciaba su cuello, le hablaba al oído con la timidez de los primeros días; intentaba, sin lograrlo, besar los labios de aquel hombre que le robó niñez y juventud en un acto. Él procuraba no hablar, no tenía deseos de charlar, o es que tal vez nada de lo que dijera en ese momento tendría importancia. Ella sonrió y se sintió digna de tener una pareja con la que pudiera festejar diez años de vida juntos. Él pensaba en el juego del día siguiente, en el dinero que no alcanzaba, en la comezón en la entrepierna y en el calor atroz que acentuaba el mal olor del autobús. Ella quiso decirle lo mucho que lo quería; él presintió la acción y lanzó un bostezo incómodo, suficiente para calmar cualquier intensión de demostrar cariño. Ella le dijo “gracias”, él le dijo “de nada”. Ella decidió no hablar, él se concentró en el crujir de la máquina que amenazaba con desarmarse. Fotografía: Edgar González Galán Fotografía: Edgar González Galán Ella olvidó cuál era la razón de ese viaje; él recordó que esa ruta era la que a diario debían cruzar para llegar al trabajo. Ella evitó las lágrimas en el último segundo; él giró su vista hacia ella y de nuevo, sin decir palabra ni mostrar interés, volteó de nuevo hacia la ventana. Ella decía amarlo; él sintió que la amaba sólo cuando la penetró por primera y única vez, unos muchos años atrás, previo a su matrimonio forzado. Él sintió náuseas, ella se recargó en su hombro. Él la odiaba por arruinarle la vida; la vida de ella giraba en torno a él. La máquina frenó y una estela de polvo cubrió el interior del autobús. Él estornudó y ella le extendió un pañuelo. Él la rechazó como tantas veces había hecho con el cuerpo estropeado, como la máquina, de aquella mujer. La escena era repugnante. Él lo era, ella lo era más. Ambos con rostros sin expresión, ambos perdidos en pensamientos que no encontraban eco en la otra persona, ambos fatuos, ambos muertos. Él no pudo más y, consciente del largo trayecto que aún faltaba, prefirió dormir. Ella cerró los ojos y se hizo de la idea, sin creerlo realmente, de que era afortunada al tenerlo a su lado. Él abrió los ojos súbitamente y súbitamente escupió al suelo, manchando parte de la vieja falda de su acompañante. Ella reparó que ese escupitajo era lo único que había recibido de parte de él en las últimas horas. Él reparó en lo mismo y se sintió orgulloso por lo que acababa de hacer. Ése era su amor, carente de cualquier clase de pasión; frío, seco, maloliente, lleno de polvo, oxidado, como la máquina. Tal vez era, a final de cuentas, una forma asquerosa de amarse. Él sabía que su promesa no se cumpliría. Ella estaba acostumbrada a la promesa incumplida de su amado, pero esta vez, por tratarse del décimo aniversario, número cabalístico, número perfecto, si los hay, tenía esperanzas de que fuera diferente. En el siguiente aniversario lo volvería a intentar. 8 El Mollete Literario 15.03.2015 Brillo Por P.I.G. La caída del sol toma tiempo pero nunca tarda demasiado; ligera capa de niebla la que muerde el eterno letargo del cielo que calla su voz de fuego con cada mirada. Sonrisas vueltas páginas, amores contados con los granos de arena que tiene el mar. Hay una línea trazada en la ventana que dirige el hilo de sangre de las personas ausentes. Alivio el de los difuntos materiales, gozo de quien nunca tuvo la dicha de tener parte en este juego. A mediodía todos observan la mañana desperdiciada. Cuando cae el manto de la noche, ya nadie quiere caminar bajo el farol. Es vida, o el aburrimiento ya se volvió rutina. Es luna que mengua, o las olas que se aferran a la orilla. Una cicatriz renuente al cambio de estación, un suspiro hipócrita el que se lanza para complacer al público. Tierra explorada y ya no hay nada para presumir, tan sólo aquel puño de tierra que se obtiene cuando se vive un día nuevo. Trago amargo y el reloj avanza de nuevo. El corazón debe latir a pesar de la lluvia que empaña las retinas, pues no hay camino sin antes haber pies que quieran caminar. El mar detesta la calma, la tierra detesta al mar. Pasos ciegos y el puente que no logra sostenerse sólo de un extremo. Hilo de sangre que atraviesa la ventana. Ciclo que al terminar tendrá que renovarse como el día que niega perder su brillo. Una sola mano no puede colorear la escena, o es que ya deberíamos estar acostumbrados a mirar sólo con dos ojos. Uriel Arteaga Apolinar, autodenominado “P.I.G”. (en abierta referencia al personaje de Xavier Velasco), o en su modo más laxo “El Doctor Pluma” (referencia al Doctor Alquitrán de Poe), fue colaborador de principio a fin de los extintos fanzines universitarios Almohadón de Plumas y Noúmeno. Colaborador permanente del blog literario Regiones Inferiores, tuvo oportunidad de publicar una crónica para el periódico 24 Horas, en 2012. Egresado de la carrera de Comunicación y Periodismo de la Facultad de Estudios Superiores Aragón, con especialidad en prensa escrita, durante los últimos años se ha desempeñado como analista de información y corrector de estilo. Recientemente labora como asistente editorial en la Coordinación de Publicaciones Académicas de la Universidad Anáhuac. Fotografía: Úrssula Ramírez Díaz El Mollete Literario 9 15.03.2015 Sin título Marco Villavicencio Despiertas y crees estar vivo, vas al trabajo, comes, ves la tele y crees estar vivo, hasta que vuelves a despertar en forma de cadáver y te levantas como si nada, disimulas, saludas a los demás muertos –que están más vivos que tú– de tu piel salen lombrices y sólo te perfumas, tu piel grisácea la maquillas, la humectas, vuelves a tu ataúd creyendo que vas a dormir, creyendo que realmente puedes dormir y que despertarás, como si de nada hubiera servido que te dispararas hace dos años, crees que sólo fue un sueño, ahora duerme, mañana será otro día. Fotografía: Lucía López Canales Tristán Marco Villavicencio Fotografía: Edgar González Galán Disfraces Marco Villavicencio A veces me disfrazo de mí mismo, me disfrazo de mí, me pongo una máscara idéntica a mi cara y uso manos que son como las mías, me pinto lunares que me recuerdan a mi primera piel, que por debajo de ésta se esconde; las cicatrices también están pintadas, pero quizás también estén pintadas las de verdad. Y esta, mi segunda piel, que uso a veces, es buena, se lava a mano con agua tibia. Un día me la vi puesta y pensé que me hacía lucir bien. Es que en días como estos, donde el azul del cielo se pega a mis ojos me alegro tanto que decido usarla, ayer me disfracé de algún demonio encabronado entre el tráfico, maldiciendo palabras de odio entre las sombras, maldiciendo ratos, fotografías, fantasmas. A veces me disfrazo de mí y lo creo, hasta que intento arrancarme el disfraz y sólo brotan chorros rojos de felicidad, somnolencias y una brisa con un murmullo que me dice: “te lo dije”. Tristán no aguanta las horas, ni la cuenta de los días, ni la horrenda canción del semáforo que suena para poder pasar la calle. No aguanta las grietas, ni los huecos, ni sus vacíos, ni las nubes que a veces pasan sobre él. Tristán vive para sacar dinero del cajero y gastarlo y trabajar para poder sacar más hasta que el ciclo llegue al infinito y en ese tiempo ninguna grieta, ni hueco, ni herida sanan. Tristán no conoce, no sabe más allá de su soledad, se enferma y abraza los años (no sé si los que vienen o los que no quiere soltar). Y una herida verdadera roe el corazón de Tristán que se va volviendo grieta o hueco o grito y se desvanece de manera incierta hacia el centro de Tristán que ya no es corazón, sino vacío, sin ojos, sin nombre, sin aliento. Y a pesar de ello aún queda algo en el fondo que no sale ni se esconde. Algo en el fondo de todas las grietas, en el fondo de todas las horas. Marco Villavicencio. “A veces escribo poemas o mini ficciones, a veces las dos y a veces ninguna. No acabé Letras porque no pude acabar de leer “La Araucana” y estudié diseño integral”. Villavicencio obtuvo tercer lugar de poesía en el concurso Décima Muerte de la UNAM y sus cuentos han sido publicados en las revistas El puro cuento y Migala, además de que ha realizado comics. Actualmente participa en un medio independiente que se llama El pequeño gran. 10 El Mollete Literario 15.03.2015 El viajero del fin del mundo Samuel Enciso Juan Calavera se sacudió las botas y se acomodó el jorongo sin perder de vista un segundo al pequeño que ahora descansaba plácido junto a Mordaz Calavera, el perro hechizo con pinta de lobo que Juan Calavera encontró herido hacía dos años mientras vagaba entre las ruinas de una escuela. Coco, se llamaba el pequeño. Al mirar en lontananza y ver el camino bien definido bajo sus pies, Juan Calavera se sintió agradecido y emprendió la marcha, no sin antes asegurarse a Coco delante del pecho, a la manera que hacen las indias cuando es menester llevar a cuestas a su retoño. Mordaz, atento y alegre, se lanzó colina abajo, advirtiendo a la cabra, que pastaba cerca de un arroyo, que la partida estaba próxima apenas el amo les diera alcance. Juan Calavera, por su parte, llevaba amarrado a la cintura un lazo unido a una bolsa de mediano tamaño en la que venían algunas provisiones. Agua embotellada y latas viejas de frijoles y sardinas. Un conejo recién muerto, un cuchillo improvisado, y algunas chácharas que había recolectado en el camino, como el motor de un auto de juguete y un par de tenis para cuando Coco creciera. Notó, además de un extraño cielo límpido, que no había temblores. Quizás se habían detenido, pensó, y lo tomó como un portento; pero no era tal, considerando las grandes distancias que había viajado. Al subir el sol al cenit, Coco ya clamaba por algo de comer. Juan Calavera buscó refugio, una sombra bajo el inclemente sol de mediodía pues aunque llevaba atado al pecho y sobresaliendo por su espalda, una sombrilla que lo cubría a él y a Coco, deseaba un poco de fresco para que todos pudieran descansar. La cabra y Mordaz lo seguían fielmente en cada paso que daba. Fotografía: Úrssula Ramírez Díaz Diez minutos después, el llanto desaforado de Coco se hizo más impiadoso que el Sol, así que Juan Calavera se conformó con la saliente de una roca que daba apenas la sombra necesaria para cubrirlo si se mantenía de pie, pegado a la pared cubierta de enredaderas. Una araña descendió y le asustó el bigote, pero Juan Calavera no se inmutó y la mascó cual manjar de dioses. Se desenvolvió al niño, lo acostó un momento en la tierra y fue a ordeñar a la cabra, mientras pensaba qué nombre darle. Era flaca, pero vigorosa. Tenía los ojos dispares y como de estar loca y al ordeñarla emitía un balido quedo y continuo, además de levantar una de sus patas traseras en un movimiento espasmódico y cómico. Mordaz gruñó a la nada y desapareció, subiendo por el montículo bajo el cual se habían quedado los otros tres. Juan Calavera se dispuso entonces a alimentar a Coco en un biberón improvisado, hecho con una botella de vidrio cortada a la mitad, y un embudo sellado con resina de árbol. Una vez alimentado, Coco volvió a dormir casi en el instante y Juan Calavera aprovechó para comer él mismo un poco de sardina, el menú constante desde hacía unos Fotografía: Úrssula Ramírez Díaz El Mollete Literario 11 15.03.2015 meses. Se preguntó entonces si el cielo tan límpido y la ausencia de temblores eran una buena señal. Reconfortado por esta idea, Juan Calavera se quedó dormido con Coco sobre su pecho, chupándose el pulgar. Despertó con los violentos ladridos de Mordaz y algún otro perro. Pero aquello no podía ser. Llevaba viajando tres meses sin encontrar rastros de vida salvaje más grande que un conejo. Juan Calavera reaccionó tan rápido como el cansancio y el sopor se lo permitieron, no sabía si dejar a Coco donde estaba o llevarlo consigo. Al oír a Mordaz chillar, herido, optó por lo segundo. Al subir el montículo se encontró con Mordaz que sostenía una ardilla en la boca, mientras un perro negro y larguirucho tenía el cuello del primero en el hocico. Juan Calavera desenfundó su revólver, sin pensar siquiera que el sonido podría dejar sordo a Coco cuando un golpe certero azotó el trasero del perro negro. —¡Suéltalo, Tosco, hijo de perra! –gritó un hombre viejo, con una sonrisa divertida en el rostro y tres piedras en su mano izquierda, a punto de arrojarle otra a Tosco–. Espero disculpe a mi animal, buen hombre –le dijo a Juan Calavera–, pero no está acostumbrado a que se interpongan entre él y su cena. Tosco soltó a Mordaz, arrepentido y sumiso, y éste último soltó una dentellada de ataque, pero bastó una amenaza visual de Juan Calavera para detenerlo. —Me llamo Íñigo Buendía –dijo el hombre lleno de canas, extendiéndole la mano a Juan Calavera–. ¡Un gran alivio ver otro viajero en el páramo! Llevo cinco días viajando y ni un alma, sólo ratones de campo y el polvo del camino. Ahora me encuentro no con uno, sino con dos compañeros. Juan Calavera no respondió, pero le dio la mano. Descendieron y se encontraron con la cabra, que en aquellos momentos se dedicaba a la noble tarea de alimentarse. Íñigo le lanzó una piedra, que no dio en el blanco debido a la intervención oportuna y veloz de Juan Calavera, quien desvió el brazo del nuevo conocido en el último momento. Aun así la cabra se asustó y soltó el objeto que poco le importaba a Juan Calavera, que para entonces enfrentaba ya a Íñigo con una expresión que le robó uno o dos latidos de su nada impresionable corazón. Fotografía: Edgar González Galán Fotografía: Edgar González Galán —Entiendo, hombre –le dijo Íñigo a Juan Calavera–. Sólo trataba de ayudar. Pero se lo decía al aire, pues Juan Calavera ya tomaba sus cosas y se disponía a partir, dejando a su nuevo conocido en el olvido, como si jamás hubiesen cruzado camino. Al darse cuenta Íñigo de los hechos apresuró a Tosco a que fuera a seguirlos y él mismo emprendió la marcha, que, presintió, iba a ser larga. —Voy por el camino del Antiguo Paso, amigo –le dijo cuando lo alcanzó, jadeando–. Y ya que veo que usted también, espero no le moleste mucho si le pido viajar juntos. Verá... Juan Calavera seguía el camino sin dar cuenta de Íñigo, pero Mordaz ya lo empezaba a mirar con cautela sin que Tosco se diera cuenta, o tal vez no quería darse cuenta pues la última vez, además de la pedrada de su amo, cuando estuvieron separados y aprovechando la distracción de los dos hombres, Mordaz había lanzado un segundo y más exitoso mordisco, dejando en la pata y la memoria de Tosco un doloroso recuerdo. Íñigo Buendía sintió la hostilidad y retrocedió un paso, pero no dejó de seguirlos. Continuó —... de donde vengo, no hay comida, ni agua. A mis 46 años soy el más joven y tiene tres meses que a razón de día por día muere alguien. Salí a buscar ayuda. ¿Podrá usted ayudarme de alguna manera, señor? Juan Calavera lo miró, apenas girando la cabeza hacia el desconocido. Así le indicó que podía seguirlo. Acamparon tras de una roca, cobijados por una llama casi extinta, bajo el cielo profundo. 12 El Mollete Literario 15.03.2015 Fotografía: Lucía López Canales Quién sabe qué demonios atacan la mente humana que perpetúan la confusión y atormentan la paciencia hasta la locura. Íñigo Buendía despertó en un estado de excitación como no había conocido en su vida, y se levantó de manera febril. En su mente agobiada por el cansancio, harta hasta el extremo por las condiciones hostiles del mundo que habitaban, se formaron imágenes cada vez más consistentes de sí mismo como un héroe en su aldea, los ojos felices de los que lo esperaban con el fervor de los absueltos. Sus ojos desencajados, perdidos en el interior. Pidió el perdón más arrepentido que usted o yo hemos experimentado, le rezó a sus dioses y éstos le escupieron en la cara. Lloriqueó. Pero terminó por levantarse y rebuscó en la penumbra. Tomó un cuchillo y desató los lazos que unían a Juan Calavera y Coco. O eso creyó. Tomó a Coco, silbó imperceptiblemente, síntoma de su locura, pues, como era obvio, también Mordaz atendería al llamado. Íñigo Buendía partió en silencio con Coco envuelto apenas entre sus ropas ajadas. El frío le recordó que era de carne y hueso, pero hacía diez pasos que regresar había salido del rango de posibilidades que llevaran a buen fin. Así que continuó sin dedicarle un segundo al pensamiento de que lo que hacía era por demás malvado e irremediable. La oscuridad frente a sus ojos de pronto se hizo impenetrable. Lo que pasó después, cuando Íñigo Buendía se dio cuenta de que se perdería en medio de la nada y morirían de frío –aunque sorpresivamente sin dejar de avanzar–, vio un resplandor, escuchó una detonación y sintió un dolor agonizante en el hombro izquierdo. Pero lo que lo asustó más fue ver detrás del resplandor el rostro de Juan Calavera deformado por las sombras y espectral como la niebla que ascendía. Rogó. —¡Por favor! –gritó–. ¡Mi familia! ¡Mi mujer! ¡Perdóneme! ¡No sabía lo que hacía! Mordaz mantuvo a raya a Tosco cuando éste se abalanzaba sobre Juan Calavera y al arrancarle la garganta de una mordida se lanzó por Coco y lo fue a llevar tras la roca donde habían acampado, que estaba apenas a 15 metros de distancia, ya que la carrera demente de Íñigo Buendía había sido más circular que recta. Juan Calavera no tenía tiempo para aquello. Volvió a desenfundar su revólver y más rápido de lo que el otro terminara su sexto ruego volvió a disparar. Apenas el enemigo fue impactado por la bala, cayendo al suelo con tremenda fuerza, Juan Calavera se aproximó velozmente y le golpeó el rostro. Una, dos, siete veces. Y luego otras siete más, entonces perdió la cuenta, pero esto no fue motivo suficiente para amilanar su embate. Coco lloraba allá tras la roca, presintiendo quizás el destino funesto que se había abalanzado sobre el enemigo. Se supo solo, aun cuando tenía un guardián dispuesto a matar por protegerlo. Es posible, sin embargo, que simplemente tuviera hambre o frío. Silencio. El viento borró las huellas de Juan Calavera y sus acompañantes. Ya la arena había comenzado a cubrir el cadáver de Íñigo Buendía, que aún muerto encontró la compañía de mil cadáveres más, dándole la bienvenida como a un viejo amigo, pero sin olvidar jamás sus pecados, caso opuesto al suelo donde yacía, porque según dicen, los vivos olvidan, pero los muertos no. Así, mientras el infierno celebraba, en este mundo quedó nada más una efímera mancha carmesí en el desierto abrazador. *** —La Cabra Calambres –se le ocurrió a Juan Calavera al verla caminar dando saltitos dispares–. Coco aprendió entonces lo que era reír. Samuel Enciso (Estado de México) Estudió periodismo en la UNAM y ha colaborado en Cinemaspro, una página web dedicada al séptimo arte, y la página web de la revista Vértigo. Es amante del rock, la literatura y el cine de fantasía y ciencia ficción. En sus escritos hay algo de oscuro y algo de esperanzador, como la vida misma. El Mollete Literario 13 15.03.2015 La vida a cuadros, reflexiones desde el ajedrez Por Luis Flores Romero El ajedrez y el tiempo V er un torneo ajedrecístico es mirar la cara del tiempo. Todo lo que ahí sucede es un concierto de relojes. Un torneo de ajedrez es un gran reloj compuesto no sólo por esos aparatos que controlan cada minuto del combate, sino también por casillas, alfiles, personas, gambitos, torres, aperturas, silencios, reinas, equinos, equivocaciones, enroques, tácticas, triunfos, muertes y demás problemas. Todo ahí funciona con una precisión cronométrica. Un torneo es una música de ataques y defensas. La música, lo dijo Borges, es la “misteriosa forma del tiempo”. En una sala de conciertos hay un instante de tensión y angustia: ocurre en el minuto previo a la primera nota musical. En un torneo de ajedrez existe una sensación similar un minuto antes del inicio de la primera ronda. Los contendientes estudian posibles enfrentamientos, calculan sus alcances, dibujan y desdibujan la suerte de los soldados; todas las piezas se miran, se vigilan, se repasan como adivinando sus debilidades. Los relojes están inactivos, pero, en un momento más, habrán de convertirse en un instrumento de tortura. En cuanto inicie el torneo, todo formará parte de la más exacta de las máquinas. Antes que los relojes de ajedrez fueran digitales, eran una caja rectangular, indolente y monótona que contemplaba el juego con dos ojos redondamente fijos. Al interior Fotografía: Monserrat Méndez Pérez de esta caja, había todo un portento de mecanismos y mínimos artilugios que, ensamblados, conseguían medir el tiempo de la batalla. Ahora, aun cuando ya son digitales, no han dejado de ser aparatos bochornosos. Estas máquinas, a su vez, son un fragmento de otra mayor. Un torneo ajedrecístico es una máquina de máquinas. El pensamiento del ajedrecista también tiene su tic tac; los peones forman parte de una relojería organizada; las torres y los alfiles se mueven con exactitud de manecilla; el rey se queda quieto como las horas; el caballo da la hora de la emboscada; la reina es un péndulo indeciso; las jugadas se desencadenan una tras otra; los segundos se suceden uno tras otro; las posibilidades que cada jugador se plantea mentalmente se van proyectando de una en una; los ajedrecistas se distribuyen en la sala como peones. El tiempo es una circunstancia cambiante, cíclica o lineal. Así también ocurre en los torneos. El juego del tablero seis nunca será el mismo que el del tablero doce. El tablero del minuto cuatro nunca será el tablero del minuto quince. El perdedor de la primera ronda puede ser el ganador de la segunda. La reina asesinada en el primer partido puede ser la asesina en el siguiente. Si nadie se baña dos veces en el mismo río, nadie mata o muere dos veces en el mismo tablero. Un torneo de ajedrez es un reloj complicadísimo. Está formado por personas, dígitos, piezas, manecillas y casillas. Má- quinas y máquinas embonan, se articulan, inventan una polifonía que casi es un mandala, que casi es la armonía del universo. En un torneo, los tiempos crecen y decrecen. Las horas de todos los relojes parten de un tiempo en común pero van en diferentes ritmos; una partida puede ir más rápida que otra. Todo en un torneo se convierte en el reflejo del tiempo. Todo en el ajedrez es una sucesión de eventos en un periodo específico y fatal. La maquinaria del cerebro del ajedrecista, la maquinaria del reloj, más la maquinaria del juego, son engranajes, conexiones que funcionan y hacen cantar al tiempo. *** El ajedrez y el caleidoscopio Existe un ajedrez cuyos soldados, en ambos extremos, se encuentran inactivos, a punto de la riña; aguardan una señal. Es una situación semejante a la ocurrida entre decenas de peatones inmóviles que, en ambos lados de la acera, ansían la luz verde. También existe el ajedrez arrumbado en el cajón, desinstalado de la guerra, silenciosamente revuelto. Otro es el ajedrez final, el que viene después de la derrota o las tablas, el juego en ruinas, los restos de la catástrofe. El cuarto ajedrez es el que justifica la existencia de los anteriores; es el ajedrez en movimiento, el ajedrez en gerundio, la contienda transcurriendo; es un ajedrez que se emparenta con el caleidoscopio: 14 El Mollete Literario cada jugada origina un nuevo tablero, cada tablero es producto del anterior. Las formas originadas en un tablero o en un caleidoscopio son fascinantes, son una danza geométrica y diversa. Cuando el caleidoscopio forma un nuevo arabesco, éste difiere del anterior como si tuvieran orígenes distintos, como si uno no fuera la consecuencia del otro. En el ajedrez ya comenzado ocurre algo parecido: es difícil suponer cuáles fueron todas las juagadas previas. Si viéramos la posición final de una partida donde apenas hay algunas piezas esparcidas en el campo, es poco probable que podamos reconstruir el juego en cámara regresiva. Ajedrez y caleidoscopio no difieren en su misterio; en ambos casos hay un vértigo latente por saber cómo se llegó a tal o cual dibujo. Sin embargo, existen algunos contrastes. En el caleidoscopio, los diseños son tan insospechados que los juzgamos como producto del azar. El ajedrez, en cambio, es menos caprichoso; el dibujo consecutivo es más o menos predecible; un rey en jaque, por ejemplo, reduce las posibilidades de combinación inmediata, de modo que es fácil adivinar cuál será la siguiente imagen plasmada en el tablero. 15.03.2015 Según el sexto principio hermético: “toda causa tiene su efecto; todo efecto tiene su causa; todo sucede de acuerdo a la ley; la suerte o azar no es más que el nombre que se le da a la ley no reconocida; hay muchos planos de causalidad, pero nada escapa a la Ley”. Al no reconocer la ley del arabesco y ser incapaces de suponer la futura geometría, decimos que nos encontramos ante un hecho propio del azar. Contrario a ello, en el ajedrez llegamos a predecir la nueva forma. El movimiento de cualquier pieza no es un caso fortuito, sino suscitado por el albedrío del ajedrecista. En este sentido, pareciera que el ajedrez no cabe en el azar, mientras el caleidoscopio es uno de los objetos auspiciados por la suerte. Un juego de azar es un juego de leyes no reconocidas. En el ajedrez no hay azar puesto que pensamos reconocer las leyes. Pero, ¿hasta qué punto las reconocemos? ¿Hasta dónde gobernamos las causalidades de una partida? Nos dan jaque y elegimos una de ocho posibilidades de movimiento, optamos por la que nos parece más adecuada, ¿por qué esa opción y no otra? ¿Y si nos hemos equivocado? Los errores son producto de un mal cálculo que, por mo- tivos ocultos (un inaceptable azar), llevamos a cabo. En el ajedrez, como en el caleidoscopio, hay leyes no reconocidas, un camino azaroso en cada uno de los actos. Jamás comprenderemos profundamente las razones que nos hacen mover un peón y no otro. Una derrota bien podría ser fruto de la mala suerte; aun cuando el aficionado no culpe a la suerte, sino a la estupidez. Hay movimientos cuya causa es desconocida, movimientos que son producto de un sorteo mental. A veces no conseguimos descifrar la razón por la que abrimos con peón de reina y no con peón de rey. Hay decisiones (equívocos, hallazgos o sorpresas) cuyo motivo de ser ejecutadas no se vislumbra del todo. Conocemos la justificación inmediata al mover un caballo, y ésta anula cualquier idea del azar; no obstante, se nos olvida que existen motivaciones internas (misteriosas, poéticas, intuitivas) que nos hicieron mover ese caballo. Motivaciones que no queremos o no logramos explicar. Al no saber exactamente lo que sigue en la partida, propiciamos que la fascinación del caleidoscopio se trasplante al ajedrez. El ajedrez es una batalla de arabescos. *** El Mollete Literario 15 15.03.2015 El ajedrez y el ajedrecista Un día, el ajedrez salió más allá del tablero y de las piezas. Tu afición ha causado que te insertes en una gran partida. Estás contagiado de ajedrez y el ajedrez ha contagiado tu realidad. Todo lo observas con ojos de ajedrecista. Cada vez más, tu entorno se parece al juego que te obsesiona. Nadie mejor que tú sabe que las complicaciones mundanas son problemas ajedrecísticos; esto te ayuda a valorar el recorrido que haces en sesenta y cuatro cuadros (la geografía donde vives). Nadie podrá nunca describir la sensación que experimentas cuando das un jaque, amenazas una torre o haces un doblete. Es verdad, ese placer también implica el riesgo de una afrenta o incluso la derrota, la probabilidad de algún fracaso. Por ello, en cada partida aprendes algo novedoso, controlas mejor tu ejército. Te gusta diseñar planes y escapatorias; piensas cuidadosamente, uno por uno, tus desplazamientos. Despiertas y lo primero que miras es una apertura en tu colcha cuadriculada. Sales a la calle casi siempre con tu peón de rey o peón de reina; los primeros movimientos ya los conoces de memoria. Abordas el transporte público y vas con un silencio que no es el de los otros usuarios; tu silencio es una partida mental que juegas contra ti mismo. De pronto, ves por la ventana del autobús y te abruma descubrirte a mitad de un embotellamiento, una partida bastante apretada –piensas–, ningún jugador ha capturado alguna pieza. Volteas un poco más hacia arriba y adviertes los edificios, imaginas que están a punto de moverse en hileras o columnas; sería bueno trasladar el más alto de ellos de A8 a H8 para que tapara el sol que te está dando a la cara. Sería mejor subirte al monumento que se ve allá al fondo y, arriba de él, avanzar en “ele”, saltar cuanto objeto se interponga. Después miras a los peatones que esperan otro autobús, ellos están inmóviles, piensan tal vez en la coronación o en una típica defensa que les permita cortar camino y llegar a tiempo. En cambio tú has llegado tarde a la escuela o al trabajo. Como buen ajedrecista, eres impuntual; de otra manera, cometerías múltiples errores (aunque también has aprendido a dominar el arte de las partidas rápidas, sabes ganarle al reloj cuando está a punto de ceder). Llega un momento del día en que te sientes aislado. ¿Hacia dónde huir? No puedes moverte a ningún sitio. Habrás de quedarte estancado durante un par de horas en tu casilla, salón o escritorio. Después, cuando nuevamente salgas a la luz, puede llegar un tropiezo, un jaque, y otro, y otro. O tal vez no, acaso desde un principio hayas hecho grandes maniobras y ahora seas tú el que ataca, el que pone obstáculos a los que consideras enemigos. Porque así sucede siempre: vas a tener que lidiar con piezas más altas que tú; algunos quizá te fastidien más de la cuenta, quieran acabar contigo a como dé lugar. Lo peor es que no desean aniquilarte sólo por maldad hacia tu persona, sino porque pretenden acabar con alguien que ellos suponen más valioso, y tú les estorbas en dicha tarea. Por fortuna, también cuentas con aliados y con un plan para evitar ser comido. Eres un ajedrecista y los problemas que se te presentan puedes resolverlos no sólo con inteligencia de aficionado, sino también con la destreza y elegancia que el ajedrez te da. Cuando por fin tengas tiempo libre, anularás todo lo que has vivido para, aho- 16 El Mollete Literario 15.03.2015 Fotograma de la película “El Séptimo sello”(Det sjunde inseglet) de Ingmar Bergman, 1957. ra sí, sólo jugar ajedrez. Sabes poner cara de ajedrecista, es algo que disfrutas. Recién comienza la partida y tú ya has fruncido el ceño, colocas tu mano en la barbilla, respiras casi imperceptiblemente, gesticulas poco. Tienes una paciencia de pescador. Aunque por fuera eres un paisaje en calma, por dentro haces y deshaces posiciones, pruebas y descartas múltiples avances, retiradas, embestidas o sorpresas. En realidad, no estás concentrado en el tablero de ajedrez, no miras el juego, sino las posibilidades del juego, lo que pudiera venir. Mueves tu brazo y tu brazo está decidido a mover una pieza; desplazas un alfil y ese movimiento es como si deslizaras el cierre de una bolsa que oculta la más valiosa de tus jugadas. O mueves un caballo y, si el ajedrez es de madera, el caballo produce un chasquido breve que el contrincante lo interpreta como la víspera de una emboscada. Cuando terminas de mover la pieza (si es que no te arrepentiste y alejaste la mano del tablero como quien se aleja de un tubo cargado de electricidad) tu mano ya no está en la barbilla, ahora descansa cerca de tu sien. El juego se ha complicado y tu rostro adquiere mayor dureza; es como si la atención se tradujera en tensión facial. Tu angustia, poco a poco, deja de esconderse; ya no puedes fingir más parsimonia. Es imposible ocultar cuánto te cuesta salir de una amenaza que no habías calculado. Te esfuerzas por resolver el nudo en el que te han metido, tu gesto denota una habilidad de matemático o una imaginación de dibujante. Pero no estás frente a una acuarela o una ecuación, sino frente a un ejército dispuesto a liquidarte. A la mitad de la guerra, tu cara es la de un alpinista que lucha en cada movimiento; sudas, sacas aire por la boca, haces muecas, tienes miedo de caer al precipicio. De repente la partida toma un giro brusco y en cuatro o cinco jugadas el rey del flanco opuesto ha sido derrocado. Tal vez inicies otra contienda sólo para probar que tu victoria no fue producto de la suerte sino de tu vocación y afición. O tal vez con eso has tenido suficiente para componer el día, solucionar todo aquello que te acorrala, las dificultades pendientes, la pesadumbre. Por lo pronto, estás satisfecho. Disfrutas que tu vida se sostenga en ese mundo a cuadros. Te sientes protegido, sereno, enrocado, triunfante. Descansas debajo de un tablero: tu colcha ajedrezada. ¿Duermes? No. Estás a punto de soñar y de golpe llega a tu mente un problema que no has resuelto. Un mate en tres te está matando y no has dado con la respuesta. Luis Flores Romero (Ciudad de México en 1987), estudió Letras Hispánicas en la UNAM. Ha publicado en algunas revistas impresas y electrónicas como La palabra y el hombre, Casa del tiempo y Punto de partida. Es autor del poemario “Gris urbano”, publicado en 2013 por la UACM. Becario de la Fundación para las Letras Mexicanas durante los períodos 2010–2011 y 2011–2012. Actualmente es locutor radiofónico y comparte poesía satírica y burlesca en la Fan page Lufloro Panadero El Mollete Literario 17 15.03.2015 Poesía Diario Por Canuto Roldán I. Obsesión Iba de camino a Topilejo pero hubo un accidente. Caminé un tramo de la carretera hasta que llegué a casa. Me metí a uno de los cuartos vacíos. Lleno de libros polvorientos y en desorden comencé a hojearlos. Pocos tenían letras. Obsession. El título de libro fue magnético. La misma imagen repetida en el centro del papel: un chico con una bola de luz amarillenta entre sus manos se hundía lentamente en un agujero oscuro que al principio parecía su sombra. Sentado en posición de loto, el chico se hundía al transcurrir las páginas sin número. La luz permanecía inmóvil justo a la altura en la que sus manos la sostenían en un principio. Ancestros La vida se vuelve prehistórica conforme avanza. La vida de cada uno, el nombre propio se va olvidando. Para casi todos el olvido llega pronto. Papá desaparece cuando todavía no podemos recordarlo entero. Su nombre es como una fecha que aprendemos en la escuela. El descubrimiento de América, la Independencia de México, 2000 el cambio de régimen político, 2012 el poder nos contraataca. Sagas cuyo nombre ya no importa. Vida en bruto, como el hambre zombi de cualquiera. Autor: María Bazana, Tinta china y acuarela. Zombi Siempre fui muy ñoño. Gordo, de lentes, maricón. Aprendí a leer y a escribir lo que me daban para leer y escribir. Resolver problemas de raíces cuadradas, hacer reportes de lectura, resúmenes de problemas filosóficos, trabajos finales sobre el Renacimiento, el arte de Vanguardia, la poesía mexicana. Y nada de eso continua ahora. Por la noches hago planeaciones de clase para mis estudiantes pubertos, revoltosos y con la mirada a veces ida hacia dentro de sí mismos. A veces me causa angustia descubrir cuánto me parezco aún a ellos: alfabetos en desorden, apenas y podemos escribir algo sobre nosotros mismos. Barba Lo único que recordaba antes de que mi padre se muriera en la cárcel era una torta sin cebolla y su barba espesa. Era una de esas visitas de doctor que hacíamos en secreto junto con mi madre. Cuando mi madre era inigualablemente bella, fuerte, audaz. Enamorada de un patán drogadicto, carnicero y a veces y cada vez ladrón. Los abuelos eran todavía el dios iracundo de cuyos padres y ancestros mi hermana y yo no sabíamos nada. Autor: María Bazana, técnica mixta. San Francisco Vivo en Plan de San Francisco. Las noches aquí son largas y solitarias. He empezado a dormir más de 8 horas. Ceno, duermo, me despierto a la 1:00, las 3:00, las 5:00 de la mañana. Me levanto y cacareo con los gallos. He dejado de correr, de escribir, de revisar lo que he escrito antes. Sueño diario con algún amigo, maestro, familiar o alumno. No puedo escribir porque la historia se repite a diario. No me deja descansar aunque sea todas las mañanas una hoja en blanco y negro. No me baño, uso la misma ropa. Bebo el café frío, fumo diferentes cigarros sólo porque las colillas no se pueden fumar. Soy maestro de inglés y de lectura en una biblioteca. Organizamos proyectos comunitarios con los estudiantes. Ya no tomo fotos, no contesto a las convocatorias de poesía que me envían. No hay aullido interior, ni risa, ni lamento. No hay pregunta, no hay respuesta. Todo es un despojo, una madrugada continua. Dejo encendida la luz del cuarto por flojera. Despierto pensando en mi deuda con la comunidad. Casi no pago renta, a veces como gratis. Me he convertido en uno más de los anímales de corral que 18 El Mollete Literario rodean la casa. Me alimentan, me guardo, duermo, emito sonidos para después ser sacrificado. Soy un personaje aburrido de Lovecraft, cada día que voy conociendo más a la comunidad es inevitable deprimirse un poco. No parece ser que estudiar nos sirva de nada. Aprendemos a escribir y leer para escribir y leer documentos burocráticos. Obviamente no 15.03.2015 dan ni ganas de leer el periódico. Yo escribo para dejar migajas por el camino y encontrarme de regreso en algún otro lugar. Pero esas huellas desaparecen pronto; dispersas, no hay entonces un hogar. Hay sólo una fuerza en bruto para levantarse; como el sol, como la noche, los animales gruñimos para conseguir más alimento. Viernes en la noche No importa en realidad el nombre de los días. Cada uno de ellos puede llamarse de distinta forma. El lunes se llama Obsesión; el martes se vuelve Ancestros; el miércoles de Zombi; el jueves de Barbas (yomy); el viernes de darse cuenta que uno vive y vivirá por dos años en Plan de San Francisco. El viernes en la noche es como otro día. Solía ser Viernes en la noche de jotas; viernes en la madrugada de drogas, afters y trasvestis; ahora sólo es viernes en la noche… como un dios que se muere, un fósil dinosáurico. En Plan de San Francisco despierto a las 3:00 am, a las 5:00 am para recriminarme no estar escribiendo el poemario para la Antología de Egipto, no haber practicado para el performance de poesía gay en voz alta ni haber mandado nada para el concurso de poesía de género. Duermo como un Drácula viejo, crudo, desvencijado. Soy un Pedro Páramo mudo incluso en su soliloquio fantasma, un Tyler Durden sin puños. Autor: María Bazana Lápiz y acuarela Fotografía: Edgar González Galán Resumen semanal Somos el programa dominical que conduce una mujer con miles de cirugías plásticas, vestida con ropas que muy difícilmente compraremos. Somos el chiste malcontado de seis días que ya han transcurrido; el drama lacrimógeno de no tener pareja o de estar con una a la que se odia cada día más; la burla mediática de hablar con nuestro acento: marica, pueblerino, pobretón. La mujer en la pantalla no se cansa de reírse a carcajadas de todas las que no son sus vidas. Todos tenemos cola que nos pisen, remata con una sonrisita sutil y ojos de pupilas drogadas, conmovidas. Mamá apaga su mirada, la tele sigue proyectando sus luces estrambóticas de antro sobre las cuatro paredes del cuarto. ¡La vida es una tómbola-ton-ton-tómbola..! ¡Aplausos! Canuto Roldán, pasante de la licenciatura en Lengua y Literaturas hispánicas por la UNAM. Participa con el Colectivo Contra la Violencia, el Arte; asimismo colabora en el Slam Nacional de poesía de la Red Nacional de Estudiantes de Lingüística y Literatura (REDNELL). Actualmente es asesor de inglés en la ONG Enseña por México. El Mollete Literario 19 15.03.2015 Semilla Insólita Por Lydia Zárate Temblor por asalto Oda a tus manos Quiero tener los ojos cerrados cuando llegues. Que se anuncie tu ciudad de estalactitas, el indicio de tu hierro próximo, el deshielo de mis incautas compuertas, con tu arribo de incendio inadvertido. Vienes a las cosas con tus frutos perfectos, con tu lugar de corolas al óleo, con tus trazos limpios, con tus hijas de vistosa arcilla. Quiero que vengas a habitarme con tu tiempo antiguo, a acercarme tu atmósfera de agua, a suspenderme como humedad nueva en algún lugar de tu llovizna. Quiero que me convoques a tu instante impuro, a tu ferviente vicio de mandrágora, a tu ascenso terrible de sangre absoluta, a la espada insospechada que llevas en el vientre. Quiero tener los ojos cerrados cuando llegues. Memoria Tienes la intemperie que se tragan las espigas, la cándida versión de las abejas, el estupor de tiempo que ocupa el humo, el mullido repertorio de la grama. Llegas al instante con tu musgo imaginario, con tu doblez de ola que se extiende, con tu rango de acequia inadvertida, con tu bruñida calma de candor buscado. Acercas un momento las parvadas de tus manos y crece tu colecta de milagros, tu afición de pan multiplicado, tu plácida costumbre de colmar redes, de tornar el agua en vino. Algo se ha ceñido a mi exaltado oficio de nada, doblegando mis lúgubres distancias. Me proyecto en la ventana como juguete imposible, arrojo mi porción de intemperie al mundo. Algo ha venido a poblarme en procura de albergue… viene tal vez a zurcirme el pecho, a rescatar el discurso quebradizo de mis manos, a destejer esta versión urgente de la memoria. Fotografía: Edgar González Galán 20 El Mollete Literario Fijación oral 15.03.2015 Me desordeno amor, me desordeno cuando voy en tu boca, demorada... Carilda Oliver Labra Algo me bebe desde la lluvia incierta de tu boca. (tibias esteras se recogen a la orilla del aire) Alguien ha entregado brasas estelares a mi sombra, a mi estremecida dote de incendios. Debes venir a este orden vertical, a esta muerte empinada que va a jugar a ser tu nombre. Ya estoy borrándome del trazo que me advierte. Tengo en tu vientre una constelación, un paraje inundado en cirios. Tu boca hospedada en mi boca como algo que llora en el umbral del tiempo. Como los hilos de luz que nos suspenden sobre el vientre del agua. Como la quietud abierta, la sobrecogida ausencia de tus brazos. Si no llegas a mi boca, demorada, a juntar los pedacitos de orfandad que nos devuelve el tiempo, a desgranarme en los cristales de la noche con tu libertad enajenante, con tu vicio de amazona incorruptible. Si no llegas con tus teas encendidas, con tus conmovidas pausas a las procesiones de mi boca, si no me pones en los labios las aves que tienes en el vientre... Vuelve sólo la manzana, el oro, el pálido tributo de la efigie con los pies de barro. Textos obtenido del libro Semilla Insólita, Primera edición: Mayo 2009, Ediciones Torremozas, S.L. Madrid, con autorización de la autora. Lydia Zárate (México, 1976) Autora del libro Semilla Insólita, publicado por la Editorial Torremozas en España y presentado en la Feria del Libro de Madrid en Mayo del 2009. Premio Nacional de Poesía “Ramón Iván Suárez Caamal” 2011. Premio de poesía “Griselda Álvarez” 2013. Becaria del programa “Apoyo de Estímulos a la Producción Artística 2011”, otorgado por el Gobierno del Estado de Querétaro a través del Instituto Queretano de la Cultura y las Fotografía: Edgar González Galán De llovizna El alma apaciguada. La inminencia de algún eco persiguiéndome por los pasillos. Mis rituales de silencio van cobrando forma, a pesar del espacio y sus licencias. Mi sombra es de humo y de nostalgia. He llevado a su cauce ese destino donde inician todas mis pequeñas guerras. ¡Todo el aliento por un ápice de luna! Hay una turba de extraños seres persiguiendo el trasiego de esencias que son estos segundos... Me confecciono un par de acertijos para volver, sobreviviendo a la noche a ojos abiertos. Las horas me tienden sus redes de muchedumbre contenida. Hay voces que aguardan detrás de tanta soledad, de esa antigua vigilia hecha de desconcierto. Y a mi costado el lloro soslayado de cada noche, un vendaval de sueños postrados y unas manos hechas de llovizna. Artes. Forma parte de las antologías Hijas de diablo hijas de santo: poetas hispanas actuales (2013) y La república en la voz de sus poetas (2012). Su poema “Condolencias” fue publicado en la Revista de la Casa de Las Américas, en La Habana, Cuba, en septiembre del 2006. Sus poemas han sido publicados en distintas revistas literarias nacionales e internacionales. Actualmente es Editora de la revista digital La que Arde. El Mollete Literario 21 15.03.2015 Ray Bradbury y sus marcianos verde cadavérico Por Monserrat Méndez Ray Bradbury –Waukegan, Illinois, 22 de agosto de 1920 - Los Ángeles, California, 5 de junio de 2012–, es uno de los escritores estadounidenses de culto de ciencia ficción (o fantasía como él prefería decirle al género) por obras como Crónicas Marcianas (1950), El árbol de las brujas (1972), y Fahrenheit 451 (1953) –una de sus obras más ambiciosa al relatar con audacia como un grupo de personas se esfuerzan por mantener los libros por sobre la ignorancia en un mundo donde la sociedad misma los ha desplazado–. “Yo escribí Fahrenheit 451 porque había oído hablar del incendio de la biblioteca de Alejandría y de los libros quemados por Hitler en Berlín”, dijo alguna vez. Autodidacta, sin emprender una carrera universitaria, pero viajando a marte, Bradbury comenzó su vida laboral en la venta de periódicos hasta que en 1943 comenzó a vender sus trabajos a revistas. Su premisa, era un lector que devoraba libros, escritor aficionado y con un gran universo onírico entre pesadillas y fantasías que asentó exitosamente en cada uno de sus cuentos, novelas, guiones y poemas, con temas como el racismo, la violencia, la desigualdad, el clasismo, ese terrible futuro de la sociedad y su probable dependencia hacia las máquinas; el ajetreo de la humanidad, el miedo a lo desconocido y el miedo a la muerte. Él se consideraba a sí mismo como un “narrador de cuentos con propósitos morales”. “Mi gran influencia fue John Steinbeck. Leí Las uvas de la ira con diecinueve años y me di cuenta de que había aprendido de ellas y Steinbeck resultó ser mi esqueleto”. Bradbury señaló en diversas ocasiones que en sus obras no trataba de hacer predicciones sobre el futuro, sino de prevenir a gritos literarios. Pedía a las personas tener cuidado de los intelectuales y de los psicólogos: “Los intelectuales, ya sean de derechas o de izquierdas, siempre tienen miedo a lo fantástico porque les parece tan real ese mundo que creen que estás intentando engañar y, evidentemente, así es. Creen que es malo para los niños vivir en un mundo de fantasía cuando en realidad es bueno: todos tenemos una vida interior fantástica muy rica. Vivimos en un mundo que nos absorbe con sus normas, con sus reglas y la burocracia, que no sirve para nada. Hay que tener mucho cuidado con los intelectuales y los psicólogos que te intentan decir lo que tienes que leer y lo que no”. Fue de los primeros autores que se atrevió a decir algo tan cierto como sus premoniciones sobre el futuro: “aprendí que si no tienes libros no puedes ser parte de una civilización ni de una democracia”. Entre sus obras destacadas se encuentra, además de las ya mencionadas: Las doradas manzanas del sol (1953), El país de octubre (1955), Remedio para melancólicos (1960), La feria de las tinieblas (1962), Las máquinas de la alegría (1964), Memoria de crímenes (1984), La muerte es un asunto solitario (1985), Cementerio para lunáticos (1990), El verano de la despedida (2006) y Ahora y siempre (2009) entre muchas otras que seguramente los lectores recordarán. Su obra ha sido adaptada al cine y a la televisión, como: Fahrenheit 451 (François Truffaut, 1966), con Julie Christie y Oskar Werner. El hombre ilustrado (Jack Smight, 1969), con Rod Steiger. Crónicas marcianas, (Michael Anderson, 1980), con Rock Hudson, Gayle Hunnicutt y Fritz Weaver. The Ray Bradbury Theater, serie de televisión, 65 episodios, 1985-1986 y 1988-1992. Entre otras. Está en el Salón de la Fama de ciencia ficción por el relato “La tercera expedición” del libro Crónicas Marcianas, obtuvo en 1977 el Premio Mundial de Fantasía por una vida de logros y en 1988 fue nombrado Gran maestros por la Asociación de Escritores de Ciencias Ficción de América (SFWA por sus siglas en ingles). La demolición de su casa en Los Ángeles el pasado 4 de marzo causó la consternación en el mundo literario y entre quienes promueven la preservación de inmuebles históricos de la ciudad, a pesar de que ya había sido considerada en el catálogo de edificaciones con valor histórico, por lo que pasó a ser “una más del montón” y con ello se procedió a su destrucción. Marcianos sometidos y humillados por terrícolas con un profundo miedo a lo desconocido y su inclinación racista. El valor inconmensurable de salvaguardar libros y volverse un héroe prescindible en una sociedad que poco valora la lectura y el vuelo de la imaginación. Bradury, quien pudo darse ese lujo de que un asteroide tuviera su nombre. Este gran maestro de la ciencia ficción que murió el 5 de junio de 2012, a los 91 años de edad y a petición suya su lápida dice “Autor de Fahrenheit 451”. Por todo esto y mucho más es que en 9766 Bradbury marcianos verde cadavérico han sembrado aquellas velas incansables en honor al escritor que les dio vida, volumen desinflado y su característico color. 22 El Mollete Literario 15.03.2015 El Vertedero azul Complicaciones médicas Por Paul Martínez En el fondo de mi estómago nace un perro cada tres minutos El grito El proceso es simple, viene primero un dolor breve, luego se escucha el viento movido por la cola del recién nacido perro, ciego de nacimiento, otea para encontrar la teta de sus alimentos, no hay teta porque yo no tengo pechos nutricios, tengo apenas unas chiches pequeñitas y negras, eso produce un llanto de perro nacido apenas en el fondo de mi estómago. Mi padre gritaba menos, en realidad nunca gritó con fuerza sólo a veces durante días, hablaba para sí mismo. Con su monologo aturdidor hacía crecer silencios alrededor suyo. Para un llavero rojo (souvenir de Tijuana) El cangrejo mira con ternura las manos que lo acarician hace tiempo ya que ha pasado el tiempo de los mordiscos, de pelear contra lo inevitable resignación amorosa de saberse pleno en su propio vacío lleno de piedritas y conchitas venidas de otros mares un bebé de ciento cincuenta años columpiándose entre los dedos del turista. Señor cangrejo, ¿cuánto vale su inmortalidad? No hay valor que cubra lo que no vale la pena porque ya no hay pena ni valor, sólo la alegría de saber que en la esquina de la sexta y revolución se encuentra lo sagrado y lo mundano ya no hay Dios, pero tampoco Diablo sólo mundo que corre sin fin locamente amoroso. Señor Cangrejo. ¿Cuánto le costó su inmortalidad? Fotografía: Edgar González Galán El Mollete Literario 23 15.03.2015 El Terremoto Vivo con un Terremoto, por las mañanas lo veo temblar caigo de rodillas y relleno mis oídos con cera ulula como las sirenas para atraer a las víctimas y de sus manos brotan cunas y catafalcos baila sobre la madera, multiplica sus temblores para orinarse en los lavamanos ajenos, nació caído como un ángel El Terremoto da a luz Nací del terremoto, vine del mar a tierra adentro sacudí mis primeros polvos en la playa salado hasta la médula, nací del Terremoto y la Mar. Hay en mi grito el color de una sirena ululante y ondulada, mi voz aprendió a correr entre los remolinos mojaba cuando nací, salía el sol y secaba mi sal en las espaldas temblaba mi madre y mis hermanos mucho antes de que el Huracán naciera sabían que los terremotos engendran monstruos de grados Richter sabían de la intensidad y el choque, sabían de la espalda cuarteada por el sol, amaban la Paz como si fuera un espacio geográfico. El Terremoto dio a luz seis grados más, sólo yo tuve nombre de Huracán. El Terremoto anda Camina todos los senderos posibles, recorre su temblor los túneles de hormiga, entra en las venas de su padre buscando la furia necesaria para ser tristeza sin sentir rencor, camina sobre el agua porque los terremotos pueden olea de temblores la Mar, entra en cada una de sus olas quiere detenerse pero los terremotos no saben más que de nacer y morir temblando. Es el temor a morir lo que hace andar al Terremoto. Con dificultad me pongo en pie [en eso me parezco a mi padre] para ir al baño Es delante del inodoro que me pregunto ¿Si todo el esfuerzo de ponerse en pie sólo para mear vale la pena? Paúl Martínez Facio (Lagos de Moreno, 1982). Es egresado de la Lic. En Humanidades por la Universidad de Guadalajara, formo parte del Colectivo de Dos, en donde se ha dedicado a fomentar la lectura a través de eventos literarios. Ha colaborado en el proyecto Atentados Poéticos: Poesía por Ayotzinapa, el blog Pristina en el cual se han publicado algunos de sus textos y que se dedica a difundir nuevas voces poéticas, así como en la revista electrónica Es lo Cotidiano, donde también ha participado con poemas. También ha participado en Los Idus de Marzo Revista Literaria, de la cual es miembro y fundador, y es parte del Comité Editorial y que Fotografía: Edgar González Galán recién presentamos nuestro sexto número en la Otra Fil de la ciudad de Guajalajara. Actualmente tiene un poemario en conjunto con otros tres escritores titulado Pieza de paso y ya se encuentra en dictamen para ser publicado por la Universidad de Guadalajara y se encuentra a cargo del Taller de Escritura Creativa en el CU Lagos de la Universidad de Guadalajara. Ha presentado ponencias en varios congresos, y en los Encuentros de Estudiantes organizados por la REDNELL. 24 El Mollete Literario 15.03.2015 Memoria de un personaje que no existe Por Ulises Casal Nacer Aqua Nace la vida de un sueño tuyo. Nace mi vida de tu lágrima roja. Nazco de tu fe, tu lástima y orgullo. Nazco cuando tu lágrima a mi piel moja. Ven a nadar a mi cuerpo, necesito que te sumerjas en mí, lánzate a mi precipicio desde lo más alto del faro, - el que tiene tu pupila dilatada mi mar es de sangre dulce la que se bebe como almíbar, mi corazón te espera Un tímido e intruso mar. como una isla que ve pasar la Luna como una bomba de jabón. Tú eres un océano. Pegado al ocaso. Con rayos jineteando tu espalda que refleja las estrellas. Hace tiempo tú naufragas con tu excéntrico nado de sirena acorralada en las costillas. Yo te acaricio en la brisa como un titán que se enreda en tus entrañas, y te bebo en un sorbo de avidez. El sonido de mi piel es un rechinido almidonado, de rugidos silenciosos que se exasperan a una voz. ... siempre unidos... Nazco de una cicatriz que quema como quema el rencor cuando cae el ocaso, nazco de tu prendedor, de tu diadema, nazco del perdido recuerdo de tu abrazo. Nazco de la noche sucia de nubes, de la Luna reflejada en tu ojos, nazco de la espina que en tu pecho cubres de la melancolía, de tus labios rojos. Nacemos de las miradas ajenas nacemos del suspiro y del calor, nacemos de tus arterias y mis venas de las estrellas, el barro y el amor. Naces de tu puerta entrecerrada, naces del viento que ayer perdí, naces de mi mirada enamorada, naces cuando muero, naces para mí. Olas calmadas, rigen el destino que te espera como un suspiro suave al oído, cuando te recuestas en mi pecho sobre mi rojo caracol. Somos agua enfurecida, un huracán labial... Soy mar. Fotografía: Edgar González Galán El Mollete Literario 25 15.03.2015 Fotografía: Edgar González Galán Ser Plegaria Eres -junto con dios- lo que más envidio. Eres un trozo de paraíso en mi memoria, eres quien me altera al borde del suicidio, eres mi tiempo, mi consciencia, mi historia. Hay una plegaria en mis ojos, el iris pasando por el arco que lanza la flecha, la mirada que se clava en tu manzana, la que muerdo con la boca ávida, la del beso que me enjuga los labios, aquellos que pronuncian tu nombre como oración, la que te rezo desgranando el viento desde mi pecho, en el que se ha deslizado tu mano coloreándome, aquella que con mi mano se hace nudo, en el que se siente el nerviosismo de las almas, las que atraviesan los cuerpos mágicos, esos que se fusionan como líquidos, como dos puños de tierra fértil en la arena, los de pieles lamidas de regocijo, de delicia divina, aquellas por las que se mezclan nuestros brazos, los que terminan más allá de los dedos, con los que se pueden empuñar las plumas, las espadas afiladas con tinta iluminada, con las que se marcan los papeles, las esencias o los vientos, por los que suspiramos o endurecemos los gestos, con los que ciertamente nos tocamos sin tocarnos, como saben tocarse entre sí las palabras, con las que te digo te amo, con cada molécula de mi ser, ese ser que es tu poeta, el poeta que tu inspiras, por el amor que tú me tienes. Eres el poema perfecto jamás escrito las letras en tu piel son perfectas a tu figura. Eres mi pluma, mi testigo, mi delito, hermoso es tu sentir, perfecta tu envoltura. Eres el tapiz nocturno de la Luna, la cascara del cielo está en tus labios. El refugio del molde de las dunas, eso eres, en mis dedos extraños. Somos un cuerpo con dos pieles. Tu contorno fue hecho con mi boca, tu color pintado con mis pinceles, tus huesos fueron hechos de mi roca. Soy la elegancia en tu pelo, el prendedor que llevas siempre, soy tu deseo, tristeza y anhelo, soy tu memoria de noviembre. Soy tu pasado y tu presente, soy tu futuro y tu codicia, el brillo de tus ojos, tu amante ausente, el único mortal que dios envidia. Ulises Casal (Estado de México, 1988). Estudió periodismo en la Facultad de Estudios Superiores Acatlán, de la UNAM. Profesional en el periódico La Crónica de Hoy como coeditor y reportero de espectáculos con especialidad en cine y música, crítico de cine en su sección de opinión La pluma y la lente en el mismo diario, cronista en la revista radiofónica Crónicas de Asfalto y apasionado y adicto de la poesía, el séptimo arte, los viajes, la noche, el amor, la comida y la cerveza, siempre inspiradora. 26 El Mollete Literario 15.03.2015 Crónica animalesca Eugenio Partida presenta su libro “Viaje”… muy a pesar de que odie presentar sus libros Por P.I.G. M iércoles 11, marzo 2015. Expendio de Pulques Finos está por cumplir cinco años de vida (eso nos dijeron) y Producciones El Salario del Miedo no quiere quedarse fuera del festejo; aprovecha el momento, mitad de semana, noche lluviosa, casi fin de quincena, para presentar la nueva obra que todavía huele a tinta caliente: Viaje, de Eugenio Partida, un escritor proveniente “de la tierra donde se dan los hombres… unos con otros”: Jalisco. Hay invitados de lujo, todo es de lujo cuando el calibre de la obra lo amerita: la también escritora Bibiana Camacho y Eusebio Ruvalcaba. Además, no podía faltar, pues hay que ver cómo va el negocio, J. M. Servín, aquel que prende el foco en la oficina gerencial de El Salario del Miedo. Sexto libro de crónicas de esta casa editorial, “el más gordo”, según Camacho; “una obra recomendable”, según Ruvalcaba; “un libro que no se debe presentar”, según Partida, quien detesta el viejo protocolo de la presentación literaria en las Ferias de Libro: auditorio lleno, un pódium cualquiera y un presídium integrado por gente desconocida; silencio total, bochorno, un micrófono inservible, y un aplauso hipócrita como broche de oro para cerrar el aburrido evento que se queda grabado sólo en el programa general de actividades. Lo importante de la creación literaria, al menos de ésta, afirma el autor, es el libro, no la presentación. “Si quieren saber de qué trata el libro, cómprenlo y léanlo. Si quieren saber lo que opino de este libro, vayan a mi casa a entrevistarme”. Así de serio el asunto. No hay nadie sin trago, ni el público, ni el presentador, ni los invitados de lujo. Todo a punto, aunque para este momento Ruvalcaba, (quien entre la oscuridad emu- la a un Bukowski cansado y triste) lucha por no quedarse dormido. La escena transcurre con calma: hay quien, entre el público, pregunta qué tanta influencia tuvo Ruvalcaba en la obra recién publicada; influencias hay de sobra, la pujanza del autor de Lo que tú necesitas es tener una bicicleta no es el único que se refleja en la buena nueva del escritor jalisciense. Servín prepara garganta para dar el trago final a su bebida; seguro le preocupa más su cuba de cortesía que el hilo conductual de la presentación. Conoce la dinámica y sabe cómo se maneja el engranaje de estos menesteres. Eugenio Partida se autodenomina viajante, viajero, viajador, vejador, escritor ambulante. “Desde pequeño me alejaba de mi espacio de comodidad para conocer otros terrenos”, aunque el verdadero viaje que le interesa es el viaje interior, aquel lugar donde no se está en el hábitat personal ni se está del todo seguro. Una treintena de personas en el lugar (deberían ser cientos, pero no es el momento: mitad de semana, noche lluviosa, casi fin de quincena), contando a quienes atienden la barra y al fotógrafo; cuatro más contando a los integrantes de la mesa de honor. Eusebio Ruvalcaba, el mismo, la pluma gorda de La Mosca en la Pared, habla de las virtudes de la crónica, de la narrativa de Partida, del desparpajo y precisión de su lenguaje y del conglomerado de emociones con que describe sus historias. El autor no refuta, pero afirma que no es un escritor libre, más allá de lo irritante que puede ser escribir para una editorial con formas y tiempos establecidos. “Estamos sujetos a las leyes de nuestra propia técnica”, luego entonces se justifican las limitantes de todos quienes se dedican a escribir. Pero la virtud de Partida es ser un viajero despiadado, aunque comúnmente los viajeros no escriben; no obstante él lo hace y tal vez sea ésa la parte generosa de la obra del también escultor, estudioso de cine, viajador, bebedor, etcétera, etcétera. Él mismo lo dice. Sus ojos han observado mucho, aunque no han logrado capturar la escena en toda su dimensión. Sus letras captan una buena parte de esa experiencia, aunque no han logrado transmitir lo que ha observado. En fin, la plática viene a más, pero el tiempo de la presentación concluye. Aunque le pese al autor, hay que cumplir con los horarios humanos que exige un evento así. Además, a todos les urge brindar, festejar el logro literario, hablar más en corto, abrazarse, dejar del lado el protocolo que tanto odiamos y transformar esto en un encuentro de colegas que prefieren por encima de todo el “salud, puta madre; qué bueno salió esto”, al “gracias por asistir a esta presentación. Buenas noches tengas todos y cada uno de ustedes”. El Mollete Literario 27 15.03.2015 Reseñas literarias Por El bolillo escéptico Autopsia de un Recuerdo. Rene Delgado. Editorial Grijalbo. México. 2015 .256 pág. Esta es la segunda novela del periodista René Delgado, quién hace 23 años incursionó como escritor con la novela El Rescate, misma que ha sido reeditada por la editorial Grijalbo y puesta al público junto Autopsia de un Recuerdo durante la pasada Feria Internacional del libro del Palacio de Minería. En esta nueva novela el autor vuelve a utilizar el personaje del periodista Juan Lavín y reaparece Teresa, su amante, que hoy ya no es una guerrillera como en la primera novela sino una ex modelo, quien se interesa por el pasado guerrillero de un narcomenudista que le surte droga. En esta trama ella será ejecutada y el periodista se vuelve el centro del eje de la historia, en el que aparecen otros El héroe discreto. Mario Vargas Llosa. Ediciones Alfaguara. 2014. 392 pág. Novela en la que dos hombres son puestos a prueba por la vida y descubren el verdadero sentido del coraje y la lealtad. Un libro lleno de humor, con elementos propios del melodrama, donde Piura y Lima ya no son espacios físicos, sino reinos de la imaginación poblados por los personajes de este escritor. Vargas Llosa narra la historia paralela de dos personajes: el ordenado y entrañable Felícito Yanaqué, un pequeño empresario de Piura, que es extorsionado; y de Ismael Carrera, un exitoso hombre de negocios, dueño de una aseguradora en Lima, quien planea una sorpresiva venganza contra sus dos hijos holgazanes que quisieron verlo muerto. Ambos personajes son, a su modo, discretos rebeldes que intentan hacerse cargo de sus propios destinos, actores: un grupo de sicarios, un fiscal férreo y el tío de la ex modelo, que asediarán al periodista, quien se ha convertido en un sospechoso. Una novela que nos plantea la emoción, las angustias, las convicciones, los intereses de los protagonistas y la contradicción de la naturaleza humana. Buena novela y si quiere más trama léase también El Rescate. Los últimos días de nuestros padres. Joel Dicker. Alfagura. 2014. 416 pág. Joël Dicker, que nos diera la sorpresa con más de dos millones de lectores con su libro La verdad sobre el caso Harry Quebert, hoy aborda en Los últimos días de nuestros padres, un hecho de la Segunda Guerra Mundial que fue mantenido en secreto durante años. En esta novela nos sitúa en el año de 1940 en donde Winston Churchill tiene una idea que cambiará el curso de la guerra: crear una nueva sección de los servicios secretos, el Special Operations Executive (SOE), para llevar a cabo acciones de sabotaje desde el interior de las líneas enemigas. Unos meses más tarde, el joven Paul-Émile deja París rumbo a Londres con la esperanza de unirse a la Resistencia. El SOE no tarda en llamarlo a sus filas, junto a un grupo de jóvenes compañeros. Tras un entrenamiento brutal, los pocos elegidos conocerán el amor, el miedo y la amistad, y serán enviados en misión a la Francia ocupada. Pero el contraespionaje alemán ya ha sido alertado. pues tanto Ismael como Felícito le echan un pulso al curso de los acontecimientos. Mientras Ismael desafía todas las convenciones de su clase, Felícito se aferra a unas pocas máximas para sentar cara al chantaje. No son justicieros, pero están por encima de las mezquindades de su entorno para vivir según sus ideales y deseos. Los corruptores. Jorge Zepeda Patterson. Editorial Destino. 2013. 416 pág. En esta novela, Patterson busca acercar, además de la corrupción del poder y la impunidad del crimen, la vitalidad del mexicano y su incontenible fuerza para la supervivencia. La obra se sitúa en diciembre de 2013 en la Ciudad de México, Tomás, un periodista que ha ido perdiendo su vocación, redacta la noticia del asesinato de la famosa actriz Pamela Dosantos. Para llegar cuanto antes a las novecientas palabras que le exigen, incluye algunos detalles como la ubicación del cadáver, sin contrastar sus fuentes. Por desgracia, la publicación de ese dato lo colocará en el punto de mira: el cuerpo estaba a escasos metros de la casa de Salazar, el hombre más poderoso del nuevo gobierno al que prácticamente lo está incriminando. El primero en alertarlo del peligro que corre es Mario, uno de los componentes de “Los Azules” junto al propio Tomás, Amelia y Jaime, amigos desde el colegio, quienes buscarán salvar no sólo lo que queda de sus ideales sino su propia vida. 28 El Mollete Literario 15.03.2015 De mi Cuaderno de apuntes Los músicos en la literatura Por Margarita Salazar Mendoza G randes obras literarias han sido escritas sobre artistas de otras disciplinas como la novela Anhelo de vivir, escrita por Irving Stone, y que trata sobre la vida de Van Gogh. O también la escrita por el periodista Baltasar Magro, titulada La luz del Guernica (2012), un libro que narra tanto la vida de Picasso como su conocida pintura. O una reciente novela histórica llamada Gioconda (2011), de Lucille Turner, que como se imaginarán, trata sobre su famoso autor, Leonardo Da Vinci. Pero no sólo novelas se escriben sobre artistas, también en otros géneros aparecen esos grandes hombres. Un ejemplo de ello es la obra de teatro compuesta por Antonio Buero Vallejo, Las meninas (1960), que se centra en la figura del pintor español Diego Velázquez. Muy conocido es el nombre de Wolfgang Amadeus Mozart, músico que no necesita de mucha presentación. Y mucho se ha hablado de su rivalidad con otro compositor de su época, Antonio Salieri. Las acusaciones recayeron sobre el italiano, quien fue acusado tanto de haber plagiado obras de Mozart, como de haberle causado la muerte. Ese antagonismo ha sido plasmado en diversas obras literarias, por ejemplo en un poema de Aleksander Pushkin, que después fue retomado por Nikolai Rimski-Körsakov para componer una ópera titulada Mozart y Salieri (1898), misma que mucho tiempo después fue retomada para la pantalla grande, ahora titulada Amadeus (1984), del escritor británico Peter Shaffer y dirigida por Milos Forman. Ese poema de Pushkin también fue clasificado por Pacheco de pequeña tragedia. He aquí el fragmento final. Mozart: Sí, fue tu gran amigo. Para él escribiste Tarara que me encanta. Tiene un pasaje fascinante. Adoro cantarlo siempre cuando estoy alegre. Escúchame, Salieri: ¿será cierto que Beaumarchais envenenó a un amigo, a no sé quién en no sé dónde...? Dicen. Salieri: No, Mozart, es mentira. Para ello seriedad y coraje le faltaban. Mozart: Beaumarchais fue genial. Tú y yo lo somos. Crimen y genio son incompatibles. (Salieri echa el veneno en la copa.) Salieri: Si así lo crees, bebe de esta copa. Mozart: Brindo por tu salud, por la amistad de Mozart y Salieri, grandes músicos. (Mozart bebe.) Salieri: Espera que yo tome de la mía. Mozart: No quiero beber más. Voy a tocarte algo de lo que llevo de mi Réquiem. (Mozart se sienta al piano y toca.) Mozart: Salieri ¿estás llorando? Fotografía: Lucía López Canales. El Mollete Literario 29 15.03.2015 ¿Por qué? Dime. Salieri: Nunca antes he llorado en esta forma lágrimas a la vez dulces y amargas como el cansancio de un deber cumplido. Me parece que un arma bienhechora un miembro enfermo me amputase. Oh Mozart, no hagas caso: continúa. Y que mi alma se anegue con tu música. Mozart: Ah, si todos sintieran como tú el arte de la música... Imposible: el mundo acabaría. Nadie ya se ocuparía de asuntos terrenales. La música iba a ser centro de todo. Somos pocos los grandes elegidos; no abundamos los sumos sacerdotes de la belleza. Imprácticos, dejamos el lucro para otros. ¿No lo crees?... Salieri, no estoy bien. Algo me pasa. Me marcho a descansar. Adiós, amigo. (Sale Mozart.) Salieri: Mozart, adiós. Será tu sueño eterno. Pero ¿es verdad lo que dijiste? ¿Son incompatibles genio y crimen? No: ¿Y Miguel Ángel?... ¿O será invención o engaño torpe del infame vulgo? Acaso no mató nunca en su vida el constructor del Vaticano. Y yo no soy un genio como él y Mozart. No pasaré a la historia por mi música sino por ser el que ha matado a Mozart. Y cae el telón. Todos sabemos de Mozart pero ¿todos hemos oído hablar de Antonio Salieri? Comencemos por decir que fue contemporáneo de Mozart pero vivió más que él, nació en Legnago 1750 y murió en Viena en 1825. Era músico de la corte, con José II de Habsburgo, fungía como compositor y maestro de capilla. Para él fue primero la música y luego las palabras, sin embargo, entre su repertorio se encuentran 39 óperas. Una actividad que desempeñó constantemente fue la enseñanza, y, ¡asombrémonos!, entre sus discípulos se cuentan Beethoven, Shcubert y Lizst. Salieri también fue muy amigo de Haydn. Además, un hijo de Mozart fue su alumno, lo que puede ayudar a desmentir los rumores de la enemistad que entre ambos, se dice, existía. Precisamente con una ópera suya, L’Europa riconosciuta, se inauguró el teatro La Scala de Milán, en 1778. Esa misma obra fue la puesta en escena para la reapertura del teatro en el 2004, pues estuvo cerrado durante un largo tiempo por restauración. Fue uno de los autores más prolíficos de su época: compuso música de cámara, sacra y óperas a la italiana. También escribió 27 variaciones sobre La Follia di Spagna, así como varios conciertos, dos sinfonías y otras obras instrumentales. De acuerdo con el historiador Alexander Wheelock, Mozart acusó en varias ocasiones a Salieri de estorbar su trabajo, pero en esa época Saliere estaba Francia. Ya muerto Mozart, Saliere continuaba con su trabajo de profesor de música y era miembro de la Orquesta de Viena, y trabajó junto a Beethoven. La última parte de su vida fue triste. Quedó ciego y pasó esos años internado en un hospital. Cuando murió, fue enterrado en el cementerio central de Viena y su alumno predilecto, Schubert, dirigió el Requiem que el mismo Salieri había escrito para su muerte. Caso contrario fue el de Mozart, quien muerto en la pobreza hubo de ser enterrado en una tumba simple. 30 El Mollete Literario 15.03.2015 Una vuelta más en el infinito Por Ximena Cobos E sto inicia así, aquí, ahí, dondememantengo, porque sigo… frente a la misma computadora desde hace años. Estás tú, en el mismo lugar indeterminado del “no sé dónde encontrarte porque no te quiero buscar”, aunque me muera…la muerte quizá, entonces, también sea relativa (En adelante, no sé si es un recuerdo o un remordimiento de años luz girando en mi paladar adormilado) La génesis de nuestro amor vertido en Viento-música-Concertina de recuerdos que aún no suceden, pero podemos recordar en esta paradoja de existir y saber cómo van pasando cosas que aún no pasan y que ya pasaron en el mismo preciso espacio-no-tiempo en que caminamos de la mano lejos y cerca, perto tu de mim meu namorado dos dias de hoje y ontem e pra sempre, es el punto justo donde nos paramos cuando más creímos avanzar. Per seculam seculorum dije algún día, y por tu amor, por mis deseos, por mis sueños y porque nos quiero/ por los suspiros rotos, pegados, descocidos, reparados/ vividos, recortados y siempre, pero siempre, realidades aparte que nadie nunca podrá explicarse ni en sus mejores momentos. No obstante, nada es perpetuo, inmarcesible… (Viene luego la tristeza… en un presente pasado, anotación al margen del recuerdo) Somos y siempre hemos sido, desde el principio de todos los tiempos, antes de existir, sustancias alucinógenas, psicotrópicos que se elevan bajo la influencia de sustancias más adictivas como el amor y los deseos que no son más que recuerdos de ese principio de unión, separación y reconstrucción de los sentidos. Somos, mi amor perpetuo, la verdad de las cosas que se convirtió en mentira en aquel momento en que perdimos la conciencia de vivir y vivimos aquí, en este mundo de peleas y accidentes. (Pasado presente, con su tristeza correspondiente) Cerramos los ojos y corremos, nos recorremos uno a uno cada poro de recuerdos, cada sabor ximenandarina en espirar rompiendo los riaxanidenimos de los astros que reparan en Orión atravesado (todo tan sólo un invento) y así, mientras suenan las canciones del universo tan desconocido, todas al mismo tiempo, amontonadas, nosotros reparamos en una. La asimos en el espacio, psicodelia de nuestros reencuentros, I want you (she’s so heavy –subrayo–). La orquesta se prepara. Hay silencio que no puede totalizarse, murmullos y dudas por alguna parte. (Tras un corte en la respiración… Iniciamos con las luces apagadas) Nadie nos mira, estamos lejos. Yo frente a la computadora en pijama poca ropa y a oscuras, tú en la cárcel vestido de dolor y miedos en la mitad de la noche. Estamos solos, nadie nos mira, en un lugar de la universidad en un primer momento repetido tantas veces en mi mente. El gato negro se prepara su vodkamilk, truena sus deditos, bocanada al cigarrillo, humo por toda la habitación, una buena maquina se ajusta a él y comienza a recitarle palabras al oído… Luego de un suspiro suspendido en la nada de un poema, hoy me pregunto por qué su historia no termina por quedarle. Cuándo nos dejará escritos, flotando en el tiempo detenido del parasiempre, con un buen cauce en la historia y no siendo veinte borradores de equívocos. (Toma II… el silencio vuelve) Estamos solos en el cuarto de Lu.., la oscuridad nos envuelve, la pared nos sostiene y ambos… estamos solos, la piel se eriza. Estamos solos en la casa de O…, lúgubre espacio que encierra nuestros momentos de secretos donde vamos a juntar armonías, tiempos, solos de guitarra y bajo sideral: recuerdos. Y recuerdo estamos solos, es una casa de campaña en la azotea del universo: tú me besas yo me vengo y te derrites en gritos contenidos de placer. Estamos solos y todos se han acomodado en sus asientos: jugamos, nos besamos y aquellas caricias en una silla te llevan a tomarme de la cintura, a mí me conducen al asidero más propicio de mi piel con las piernas en tu ser espaldafónico. Me llevas El Mollete Literario 31 15.03.2015 a la cama y comienzas a besar todo el ser, substancia que no miente. La tonada que se arrastra desde otra canción tocada y escuchada en cualquier sitio, en cualquier momento y en cualquier universo que no vemos, nos avienta a abrir los ojos muy, muy grandes, en plena oscuridad, como gatos. La canción nos duele desde el centro del pecho, como un ardor de cigarrillo apagándose despacio en nuestra piel (que por momentos sólo es una, extendida a contrapelo) porque sabemos dónde es que termina, sin embargo, como suicidas, avatares de la inconsciencia, aceptamos tocarla nota a nota nuevamente. Alors (un beso) Una guitarra suave hace notas desgarrantes que nos convierten en andrajos de piel, nos deja hechos jirones de persona, nos maneja con hilos sutilmente brillantes para quitarnos la ropa que nos queda. Estamos solos en la habitación de siempre y para siempre mutable. La desnudes nos alcanza, reconocemos todo lo que habíamos olvidado cuando alguien quiso separarnos, lo tocamos paso a palmo, palmo a paso y con todos los sentidos abiertos en una Larga Sinfonía en D. Estamos solos, A... duerme el bajón en la recamara contigua. Estamos solos, C…, muchas veces C…, esta vez C… and S… duermen en la cama de al lado del sillón. Pero seguimos solos. Ya no nos acompaña la molestia de la ropa. Los besos han ido intensificándose conforme la canción avanza en estruendo. Estamos solos en El Faro, es la primera vez que nos tocamos… Y sigue esa canción que no va a terminar en horas años luz de lejanos tiempos. I want you... (suspiro) I soo ooº Oo o ºo oº o Ooo o o o o H E A V Y Tras la caída… entonces el recuento. Hemos conocido todos los aromas que jamás vamos a poder abarcar en cada noche. Haz entrado em meu beco, me recorres los murmullos y gemidos con cada caricia, y “no es la ausencia la que duele en realidad (interferencia) son las marcas que dejamos en la piel”. La canción comienza a deshacerse en estentóreos tus y yos en el Viento. Nos estamos ya desintegrando en fluidos de pasiones… tibiecitas. Nuestros rostros dicen más que cual- quier instinto animal. Tu cuerpo, unido, prensado al mío, es la maravilla de las visiones que cualquier droga puede darnos, y despides marihuana en cada orgasmo. Colores, cuándo comenzaron los colores. Minhas cores são respirações da alma que entra y sale de mis costillas y mi vientre, haciendo crecer el viento que no sabe por qué tiene que soplar. La mezcla de deseo ha creado un tornado que revuelve los horizontes y crea mariposas que se desintegran brillando en la oscuridad iluminada por tu piel. Nos reímos, nos reímos porque lo que ha explotado, implota, y se reconstruye en un filme de renovación y azul eléctrico que nada deja ver desde el oriente de nuestras plantas y nuestros gatos, que rellena huecos con algodón para embriagarnos de mágicas luces que salen detrás de los trazos de nuestras vidas color morado me deshago y me vengo (UNA VEZ MÁS, CUÁNTAS VECES MÁS) mientras me miras mirarte con los ojos cerrados los deseos y los orgasmos benditos que purifican mis labios purificadores de tu piel y nadie sabe que los sinsentido se arrojan por los balcones del desconsuelo para atrapar las luciérnagas que mudan de canción en caranejos porque la luna nos mira celosa de tanta falta de pudor y entonces las libélulas nos toman con sus alas y nos agitan al máximo, y así reventamos en lo que nadie nunca podrá ver, porque estamos solos, sudorosos, creando vida. (O al menos, eso es lo que siempre quisimos creer) Mandalarina fecha incierta de/ un día cierto que/ juro fue real. Fotografía: Edgar González Galán Ximena Cobos CRUZ (“para no olvidar el puerto que le puso a mi sangre la necedad de buscar calor a toda costa) es una mujer que a sus 26 años busca titularse de la carrera de Letras Hispánicas, pero que, ya que la única montaña rusa a la que me he subido es a la de las emociones, escribo en todas las hojas que me encuentro textos muchas veces ininteligibles. Por ello, me declaro una de las categorías faltantes en el Manifiesto Infrarrealista de Mario Santiago Papasquiaro: El Caos Total. He publicado en dos ocasiones en la revista Letras de Reserva, pero manejo un blog junto a un amigo en el que, creyente fervorosa de que un escritor, antes de ser leído, necesita generar un público, busco acercar a cualquiera que se deje con mis textos a los autores que me han construido”, así se autodefine nuestra colaboradora.
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