VAQUITA MARINA - Crónica ambiental

CENTRAL
Tras
la pista de la
vaquita marina
POR GERARDO LAMMERS I FOTOS: PAUL BRAUNS (ENVIADOS)
Encantadora criatura del Alto Golfo de California, la
vaquita marina corre severos riesgos de desaparecer
para siempre. Las alarmas internacionales están
encendidas y el gobierno mexicano ha puesto en
marcha una ambiciosa estrategia de emergencia para
salvarla, que incluye a las comunidades de pescadores
que habitan esta región, entre Baja California y Sonora.
Crónica ambiental viajó hasta el puerto de San Felipe
para lanzarse en busca de este mamífero, el más
pequeño de los cetáceos del planeta.
16
Comunidades ribereñas.
Área de refugio para la protección de
la vaquita (Phocoena sinus).
“
¡Estas vaquitas que no quieren verse!”, dijo Martín Sau con ese acento desparpajado que tienen
los norteños, aprovechando que nuestra embarcación, la panga Pepe Campoy, tenía el motor apagado.
El día anterior se había reportado marejada, pero este
lunes 7 de julio, el mar amaneció tranquilo y el cielo
mayormente despejado; de otra forma no hubiéramos
salido en este pequeño bote, similar en tamaño y potencia a los de la mayoría de los curtidos pescadores
que aquí abundan y que por estos días se han mostrado contrariados, pues hace sólo unas semanas —el
17
Reserva de la Biosfera Alto Golfo
de California y Delta del Río Colorado.
Zona de suspensión temporal del uso
de redes de enmalle.
jueves 16 de abril— que vino el presidente Peña Nieto a ratificar una suspensión de dos años a la pesca con redes agalleras
en el Alto Golfo de California, a cambio de un subsidio de 540
millones de pesos anuales, con el propósito de evitar la extinción de la vaquita marina, una peculiar marsopa endémica,
encantadora para quienes han tenido el privilegio de verla.
Una semana después, un velero de la Sea Shepherd Conservation Society realizaría el más reciente avistamiento, en algo
que esta organización bautizó como la “Operación milagro
2015”. El video —disponible en cronicaambiental.com.mx—
mues-tra un acercamiento a un mar en calma, de donde surge
de pronto una aleta afilada y oscura que, al cabo de tres o cuatro segundos, desaparece.
El subsidio a los pescadores de estas comunidades es parte
de una estrategia que contempla el desarrollo sustentable integral —que incluye la experimentación y uso de nuevas artes
y métodos de pesca—, así como el reforzamiento de la supervisión y vigilancia, a través de aviones no tripulados y lanchas
que patrullan la zona.
Además de la causa conservacionista, esta suspensión está
motivada por presiones internacionales —de gobiernos como
el de Estados Unidos, a través de la Administración Nacional
Oceánica y Atmosférica (noaa), la Comisión de Mamíferos
Marinos, y organismos como la Comisión Ballenera Internacional (que agrupa a 80 países) y Greenpeace— que con el paso
del tiempo se agudizan y que se traducirían, como lo señalan
todos los funcionarios y académicos entrevistados para este
reportaje, en el peor de los casos, en un embargo pesquero,
como el que en 1991, a propósito de los atuneros mexicanos
que atrapaban delfines de manera incidental en sus redes,
golpeó a Ensenada.
Llevábamos poco menos de tres horas mar adentro en el
Alto Golfo de California, a unas 56 millas náuticas del puerto de San Felipe, un pueblo de pescadores, pero de la vaquita
marina ni sus luces. Hacía rato que nos encontrábamos en el
polígono protegido (2 235 km 2), la zona donde se han producido más avistamientos desde que la vaquita marina —especie
descubierta apenas en 1958, cuando el científico estadouni-
Situación crítica
La vaquita marina es una especie tímida que suele nadar en parejas;
de ahí que las posibilidades de avistamiento sean aún menores.
Por tal motivo, los censos se establecen a partir de registros acústicos
que permiten a los científicos determinar un número estimado
de ejemplares.
De acuerdo con información proporcionada por Luis Fueyo
McDonald, quien estuviera al frente de la Conanp de 2010 a abril de
2015, en los últimos dos años hubo un declive de 42% en la cantidad
de grabaciones, lo que coloca a este mamífero marino en peligro
inminente de extinción.
La disminución ha sido así:
EN 2008 había 250 ejemplares.
EN 2014 había 100 ejemplares.
Mayo 2015:
había
80 ejemplares.
Además:
Se necesitan entre 15 y 17 años para alcanzar los 250
individuos, y 20 más para llegar a los 1000 (sólo con esta
cifra la vaquita marina dejará de estar en riesgo).
La vigilancia en las zonas de avistamiento corre a cargo de 17 patrullas marinas, tipo Comander FC-33.
Estas embarcaciones impiden la presencia de pescadores ilegales.
18
dense K. S. Norris encontró varios cráneos en alguna
playa cercana— comenzó a ser estudiada por los científicos. Hace apenas unos minutos que fuimos interceptados por un buque de la Marina que se acercó casi
al filo del encontronazo. Un grumete uniformado con
cara de pocos amigos pidió que nos identificáramos,
como parte de las nuevas tareas de vigilancia para impedir la presencia de pescadores ilegales.
No bien ingresamos a esta área de líneas imaginarias, Ramón Arozamena, uno de los guardaparques
de la Comisión Nacional de Áreas Protegidas (Conanp), que venía a
mi lado, agarrado de la estructura que resguarda la zona de controles,
acercó su cabeza para decirme en un tono lo suficientemente alto para
sobreponerse al ruido del vehículo, con un aire solemne y viéndome a
los ojos: “Ésta es la casa de la vaquita”.
Un lobo marino nos había seguido a una distancia prudente, esperando que le arrojáramos comida, según especuló el biólogo Francisco
Valverde, el otro guardaparque de la Conanp, el de mayor experiencia
y conocimiento, y quien funge como capitán de la panga. Poco antes
de arribar a la Roca Consag, refugio de decenas de éstos —un peñón de 90
metros de altura que parece nevado; en realidad, está cubierto de guano
de aves como el pelícano y el pájaro bobo de patas azules— nos salió al
paso una caguama despistada que, al darse cuenta de nuestra cercanía,
se sumergió en las turbias aguas. Paul, el fotógrafo germano-chilango con el que viajé desde la Ciudad de México, se arrojó de inmediato, como un guardameta, a la proa para realizar varios disparos con
su cámara. Pero de la aleta casi mítica de la vaquita marina (Phocoena
sinus) —que a diferencia de los delfines, no salta—, nada.
Sabíamos que avistar a una de estas pequeñas y tímidas marsopas
en peligro de extinción —que deben su nombre a sus peculiares manchas alrededor de ojos y boca y que se alimentan de calamares y peces
pequeños— sería algo extraordinario. Según el último ejercicio estadístico del Comité Internacional para la Recuperación de la Vaquita
(Cirva), quedan menos de 100 ejemplares. Sin embargo, a decir de Luis
Fueyo, extitular de la Conanp, el número se ha reducido a sólo 80.
“(Las vaquitas marinas) se dejan oír, pero no ver”, agregó Sau, director de la Reserva de la Biosfera Alto Golfo de California y Delta del
Río Colorado, un tipo moreno, sólido como uno de estos peñones y de
un humor chispeante, ecólogo originario de Hermosillo. Su comentario alude a lo que en la proa de la panga sucede: Valverde y Arozamena
jalan la cuerda con el ancla que hace unos minutos arrojaron a las profundidades. Toman un descanso y siguen jalando. Cuando el ancla por
fin sale a la superficie, tiene enganchado un artefacto tubular de poco
más de medio metro con una etiqueta que lleva el número 2258. Se trata
de uno de los más de 50 hidrófonos; es decir, micrófonos submarinos
que se han instalado para monitorear a las vaquitas. Se sabe que este
19
mamífero —no mayor al metro y medio y de 35 kilos,
catalogado como la más pequeña de las marsopas—,
que suele andar en parejas, se comunica por medio
de chasquidos.
El biólogo Valverde pone el aparato en una tina
de plástico y enseguida lanza, atado a otra ancla negra, más pequeña que la anterior, un nuevo micrófono
al mar. Cada uno de éstos tiene un chip donde quedan almacenadas las grabaciones que son analizadas
por un equipo de expertos.
El constante monitoreo acústico de la vaquita es
una parte del complejo y enorme esfuerzo que las autoridades mexicanas están haciendo para evitar que
esta huidiza y —a los ojos de los afortunados que la
han visto— simpática especie se borre para siempre
del mapa mundial.
Entrevistado algunos días después, en el nivel 37
del edificio donde aún están las oficinas de la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat), al sur de la ciudad de México, Rafael Pacchiano,
director del Programa para la recuperación de la vaquita marina, dirá que éste es un esfuerzo intersectorial sin precedentes en el que participan no sólo el
Instituto Nacional de Pesca (Inapesca), la Comisión
Nacional de Acuacultura y Pesca (Conapesca), el
Instituto Nacional de Ecología y Cambio Climático
(inecc) y la Procuraduría de Protección al Ambiente (Profepa), sino también la Secretaría de Desarrollo
Social (Sedesol) y los gobiernos de Baja California
y Sonora; además del Instituto Nacional de Migración
(inm) y aduanas, así como organizaciones no gubernamentales como Noroeste sustentable; sin faltar, claro,
las propias comunidades de pescadores de las dos pesquerías más importantes de la zona: San Felipe y Golfo
de Santa Clara. La gravedad del problema es tal que la
propia Semarnat le ha pedido a la Secretaría de Marina
se haga cargo de coordinar el programa, la cual, a su vez,
ha solicitado la participación del Ejército, de la Policía
Federal y del propio Centro de Investigación y Seguridad Nacional (Cisen).
¿A qué se deben tantas agencias involucradas? Bueno, dirá Pacchiano, entre otras cosas a que en el Alto
Golfo se ha detectado la presencia de pescadores ilegales, que usan las ya mencionadas redes agalleras donde
fácilmente se pueden enredar y morir por asfixia las pocas vaquitas marinas que aún quedan: “Nuestros inspectores —de Semarnat y Profepa— van armados con
un block de actas y una pluma; y estos cuates pescan
con AK-47”.
Aterrizamos en el diminuto aeropuerto de Mexicali el
sábado 4 de julio, una fecha especial en más de un sentido para la gente que vive en la frontera. Poco antes de
bajar del avión y recibir el golpe seco de calor que les da
una bienvenida asfixiante a los recién llegados, comencé
a charlar con el pasajero que venía a mi lado: buscaba
una recomendación de algún lugar para comer. Aquel
tipo era un ingeniero nativo de la capital bajacaliforniana; nos sugirió uno de las docenas de restaurantes
chinos que tapizan la ciudad, al que añadió el número preciso del menú que, según él, debíamos ordenar.
La extracción, acopio,
transporte, posesión
y comercio de especies
marinas protegidas se
castiga con 12 años
de cárcel y multas de hasta
tres millones de pesos.
Cuando se enteró que Paul, el fotógrafo, y yo nos dirigíamos a San
Felipe y al Golfo de Santa Clara para investigar sobre la vaquita marina, nos propuso contactar al académico Alberto Tapia Landeros,
quien escribe la columna “Ecoanálisis” en La Crónica de Mexicali.
Planteó también una idea que al final del viaje resultó reveladora: ir a
un sitio llamado Coco’s Corner, ubicado después del poblado de San
Luis Gonzaga, algunos kilómetros al sur de San Felipe. El dueño del
lugar, Coco, es un hombre que sabe mucho de la región y seguramente
va a saber de la vaquita marina, dijo. También nos habló sobre un
pescado famoso de la zona: la totoaba. Entre bromas y veras, nos dio
un consejo: que no se nos ocurriera ordenar totoaba, pues seríamos
mal vistos (es un pez en veda desde 1975).
En vez de ir al establecimiento chino, enfilamos a San Felipe; al
llegar, luego de atravesar la majestuosa Sierra de San Pedro Mártir
con sus paisajes lunares, nos encontramos —a una cuadra del malecón— con el restaurante La Vaquita Marina. Aunque con los mi-
Principales acciones en favor de la vaquita marina:
1955
Establecimiento de la zona de refugio
para todas las especies (desde la
desembocadura del Río Colorado hasta
el estero Santa Clara, en Sonora).
abril 2015
Suspensión temporal de la pesca
comercial en el norte del Golfo
de California.
1975
Veda indefinida para la totoaba.
2008
Lanzamiento de la Estrategia Integral
para el Manejo Sustentable de los
Recursos Marinos y Costeros en el Alto
Golfo de California (Pace-Vaquita)
20
1992
Creación del Comité Técnico para
la Preservación de la Vaquita
y la Totoaba (ctpvt).
2005
- Establecimiento del Área de Refugio
para la protección de la Vaquita.
- Publicación del Programa
de Protección para la Vaquita.
Las imágenes de totoabas casi del mismo tamaño que sus pescadores reflejan la gran riqueza natural que
albergaron las aguas del Mar de Cortés.
1993
Decreto de la Reserva de la Biosfera del Alto Golfo
de California y Delta del Río Colorado.
1994
Publicación de la NOM-059-ECOL-1994 que clasifica a la vaquita
como especie en peligro de extinción.
2001
1997
Inicio de operativos de inspección y vigilancia
coordinados por Profepa.
Creación del Comité Internacional para la Recuperación
de la Vaquita (cirva).
21
nutos nos arrepentíamos de no haber elegido el cuarto refrigerado
que nos ofreció la mesera cuando entramos, decidimos aliviar el bochorno con pescado frito y cervezas. Al atardecer, el malecón se
inundó de pick ups, y la playa, de gente y… cuatrimotos. Y música
de banda. Y ruido. Demasiado ruido para un lugar que ha sido declarado Reserva de la Biosfera.
No tardó en comenzar la pirotecnia, celebrando la independencia de Estados Unidos. Aquel bombardeo, violento, sin ton ni son, era
definitivamente nocivo para cualquier aparato auditivo que estuviera
varios kilómetros a la redonda, incluido, estábamos seguros, el de
las vaquitas marinas que tenían una razón más para irse más lejos.
Al día siguiente fuimos a desayunar. El lugar había amanecido en
completa calma luego de las fiestas. A las ocho de la mañana el Sol ya
caía a plomo. Por sugerencia del biólogo Valverde, fuimos a Rosita’s.
Puede que ahí preparen los mejores huevos con machaca de este pueblo de más de 20 000 habitantes, que en 1930 era tan sólo un embarcadero que reunía a 300 pescadores; en 1939 se convirtió en pesquería;
y para 1980, en puerto. El restaurante tiene las paredes cubiertas de
fotografías de todo tipo: chicas en bikini, personajes de la farándula, atardeceres y, en una de sus esquinas, recuerdos de los célebres
concursos de pesca deportiva que aquí se llevaban a cabo. En particular me llamó la atención una serie de imágenes en blanco y negro,
fotocopiadas tal vez de algún diario o revista, donde vimos, por vez
primera en el viaje, ejemplares gigantescos de totoabas. Algunos de
estos pescados colgados de ganchos, con una apariencia prehistórica, eran de la misma altura que sus pescadores. Cuando le pedimos
más información a la mesera, una chica morena muy gentil, fue a
preguntar a la mujer de la caja. Regresó para aconsejarnos visitar
una exposición fotográfica sobre la totoaba, montada en la biblioteca
de San Felipe.
Ese día habíamos decidido ir en busca del mentado Coco’s Corner y, de pasada, visitar el Valle de los Gigantes, ese hermoso lugar
en el desierto donde se pueden ver familias de saguaros —cactáceas
típicas de la zona— de hasta cuatro o cinco metros de altura. Antes de salir a carretera, me di una vuelta por las tiendas de artesanías que estaban abiertas. Sentí curiosidad por saber hasta qué punto
la vaquita marina formaba parte del imaginario del lugar. Pregunté
en uno de esos puestos de objetos hechos de conchitas. Vi llaveros oxidados de sirenas, tiburones y delfines, pero no tenían un solo objeto
representando a la vaquita. Después me metí en una pequeña boutique donde vendían ropa y bisutería. La mujer que me atendió me
mandó a un local de artículos de vidrio soplado que había a la vuelta,
sobre la avenida del malecón. Ahí conocí al artesano Antonio Badillo
que, aunque aprendió la técnica del vidrio soplado en Tonalá, Jalisco,
nació en Apizaco, Puebla. Ahí mismo, sobre la calle, a la vista de todos, se sienta en un banquito a trabajar las figuras con su soplete. De
nueva cuenta, vi delfines, tiburones, ballenas, pero ninguna vaquita
22
Encontrar a la vaquita marina
es una misión imposible en San
Felipe, por lo que es necesario
conformarse con pequeñas
réplicas hechas por artesanos
del lugar.
marina. Cuando le pregunté, me dijo que no tenía. “Pero te
puedo hacer una”. Cuando me la entregaron descubrí que el
artesano había hecho una creación fantástica, producto de
su imaginación.
La expedición para buscar a la vaquita marina me tenía un
poco nervioso. Sobre todo cuando me enteré de que nos
internaríamos en el mar en lo que consideré una frágil y
bamboleante lanchita —una panga— de a lo mucho cinco
metros de eslora. Me imaginé vomitando sin parar en un
mar infestado de tiburones y orcas. La cualidad turbia de las
aguas del Alto Golfo, ocasionada por la desembocadura del
Río Colorado, que baja desde Estados Unidos y se interna
—aunque hace décadas que lo hace a cuentagotas— en el territorio mexicano, hizo de esta parte del Mar de Cortés una
zona rica en nutrientes y, por lo tanto, en fauna. Ése es uno de
los tantos factores que influyeron para que se desarrollaran
especies endémicas como la vaquita marina, la totoaba y la
curvina golfina.
Antes, sin embargo, nos reunimos en las oficinas de la
Conanp, a un costado de La Vaquita Marina, el restaurante, en un edificio un tanto abandonado que alguna vez fue
un mercado de pescados y mariscos. Ahí nos encontramos
con Martín Sau, el director de la Reserva del Alto Golfo,
cia—, desde 2012 se detonó una fiebre en la pesca ilegal de totoaba,
principalmente por el mercado negro chino que ha pagado hasta en
10 000 dólares —en playa, lo cual hace suponer que el precio final en
Asia es mayor— el kilo de vejiga natatoria de totoaba, a la que se le
conoce popularmente como “buche”, y a la que se le atribuyen propiedades medicinales y afrodisíacas.
quien venía especialmente de San Luis Río Colorado, en la
frontera, para platicar con Crónica ambiental.
Pegado en uno de los muros, me encontré con un recorte
de periódico, con una nota publicada el miércoles 21 de septiembre de 2011 en el diario regional La Crónica: “Avistan
nueve vaquitas marinas en Alto Golfo de California”, acompañada de una fotografía donde se aprecia un mar en calma,
azul turquesa, en el que sobresalen tres aletas dorsales, delgadas, y un par de lomos apenas asomándose. Sau, enfundado en su uniforme —una camisa en color azul cielo y un
pantalón café—, comenzó a hablar aceleradamente y a sacar
un documento tras otro, mientras yo intentaba tomar notas.
Lo recuerdo mostrándome una fotocopia donde aparece una
vista aérea de la figura del polígono de protección de la vaquita, más cargada hacia el lado de San Felipe, en Baja California,
que a Puerto Peñasco, en la otra orilla del Alto Golfo, en Sonora. A final de cuentas, una construcción mental, humana,
que podrá tener la forma de un corral, pero al que es imposible ponerle murallas para asegurar el cuidado de una especie
en peligro.
Más tarde, durante la comida, Arozamena, el fortachón
guardaparque que presume ser nieto de la primera mujer
nacida en San Felipe —Rosa Albina Castro— explicaría los
motivos por los que no zarpamos esa mañana con un lugar
común tantas veces repetido, que no por eso deja de ser cierto: “Al mar hay que tenerle respeto”.
Las ganancias económicas
obtenidas por la venta
del buche de totoaba son
tan lucrativas que
atrajeron el interés del
crimen organizado.
Lo que se conoce hasta el momento, según explicó Tapia Landeros en entrevista telefónica, es que hace más de un siglo que los
chinos saben que la vejiga de totoaba es muy parecida, en sabor y propiedades, a la vejiga de un pez asiático muy apreciado: la bahaba. De
hecho, se especula que de ahí viene la palabra totoaba que, contra lo
que se podría suponer, no tiene relación con la cultura de los indios
cucapá que habitan esta parte de Baja California. La desenfrenada
entrada del capitalismo en China provocó un aumento de proporciones estratosféricas en la demanda de vísceras exóticas, como la de
la totoaba, con las que preparan —luego de ponerse a secar— sopas
que se ofrecen en ocasiones especiales a invitados más especiales aún.
Se habla también de que hay restaurantes chinos tanto en América
como en Asia que ofrecen estas sopas por “debajo del agua” a ciertos
clientes distinguidos.
Las ganancias económicas obtenidas por el buche de totoaba son
tan lucrativas que atrajeron el interés del crimen organizado —varios
pescadores entrevistados mencionan a narcotraficantes provenientes de Sinaloa—, el cual, con la complicidad de algunos nativos, terminó por hacer suyo este negocio ilegal. A partir de las detenciones
de traficantes de estas vejigas, tanto del lado mexicano como del estadounidense, especialistas como Tapia Landeros, especulan sobre la
existencia de al menos dos rutas hacia el gigante asiático: una saliendo
de Ensenada y la otra, de San Francisco.
La exposición concluía con un par de notas policiacas: delincuentes que han sido aprehendidos con buches de totoabas.
¿Y qué tiene que ver todo esto con la vaquita marina, la cual, por
cierto, no aparece ni mencionada en la edición de 1989 del Diccionario
Enciclopédico de Baja California que hay en la biblioteca?
En la exposición La totoaba: gigante del Alto Golfo de California había una fotografía que, por muchas razones, era la más
impactante de todas: una imagen en blanco y negro, un tanto
difusa, publicada por la revista National Geographic, en la
que se ve a un hombre con el agua hasta las rodillas, tratando
de pescar totoabas con las manos. Fue tomada en 1943 en
alguna orilla cercana. En el texto que acompaña a la imagen,
escrito por Alberto Tapia Landeros —el académico al que
me sugirieron buscar en el avión—, el curador e investigador
de la muestra, asegura que en realidad se trataba de delfines
que se quedaron varados en su intento de seguir a un cardumen por aguas someras. Sean delfines o totoabas, la foto es
una constancia de la extraordinaria abundancia que llegaron a albergar estas aguas.
La muestra, organizada por la Universidad Autónoma
de Baja California a través del Instituto de Investigaciones
Culturales-Museo, funciona como un llamado a la concientización de los pescadores de la zona. Aunque la pesca de esta
especie está prohibida desde los años 70 y no obstante que
científicos mexicanos han conseguido su reproducción en
cautiverio —lo que en principio aseguraría su sobreviven23
— ¿Hay mucho totoabero?
— Mucho. Yo no entiendo por qué la autoridad no hace
su chamba.
— ¿Hay pescadores que dan “mordida”?
— Es lo más fácil.
En opinión de este líder, el problema no se solucionará
si no se amplía la vigilancia y si no se endurecen severamente los castigos. Hasta ahora, la pesca ilegal no está tipificada
como delito grave en nuestro país.
La razón principal del
decrecimiento poblacional
de la vaquita (y de su probable
extinción) está relacionada con la
pesca ilegal de totoaba. Las redes
usadas para pescarla
son las mismas en las que
terminan enredadas, de manera
incidental, las marsopas.
Ramón Franco, de 63 años, es presidente de la Federación de Cooperativas Ribereñas Andrés Rubio Castro, que agrupa 14 asociaciones
de pesca. Antes de dedicarse a dicha labor, este hombre —originario de Durango— que exhibe desde el primer momento su don de
gentes, fue pescador en buques de altura desde los 11 años. Nos recibe en su modesta oficina, en el centro de San Felipe. Su lugar de
trabajo está adornado por un clásico velero a escala y varias fotografías. En una de ellas aparece abrazado por el exgobernador José
Guadalupe Osuna Millán. Pegada a la pared con cinta adhesiva hay
una fotocopia a color con dos imágenes: a la izquierda, una totoaba
con brillos plateados y un apunte con marcador: esta especie tiene
cuatro orificios en la mandíbula inferior; la imagen contigua muestra dos buches de este animal, entre rojizos y color carne, con el señalamiento de que su característica principal es el olán que la masa
oblonga tiene alrededor. Contra esquina, bajo el silencioso equipo
de aire acondicionado, un tanto escondido, hay un póster de un
par de vaquitas marinas dibujadas al modo naturalista: madre e hija,
como un par de ballenitas. Para Franco no hay duda: la razón principal del decrecimiento poblacional de la vaquita (y de su probable
extinción) está relacionada con la pesca ilegal de totoaba. Las redes
usadas para pescarla son las mismas en las que terminan enredadas,
de manera incidental, las marsopas.
El líder explica que los pescadores nada ganan con capturar vaquitas marinas, pues es un animal sin valor comercial. “He tenido la
dicha de verla varias veces y puedo decir que cuando te la encuentras
es un animalito tan simpático que no te dan deseos de matarlo”, dice.
Conocedor de las artes y hábitos de los pescadores en el Alto Golfo, Franco lo explica de este modo: “(los pescadores ilegales) se van en
la mañana, tienden las redes y regresan al otro día”.
24
Además de San Felipe, la otra gran comunidad de pescadores afectada por la suspensión de pesca de dos años, es Golfo
de Santa Clara, en el estado vecino de Sonora, con una población de 10 000 habitantes. Después de la expedición que
hicimos —en la que no registramos ningún avistamiento de
vaquita marina—, viajamos por tierra hasta esta población
ubicada en las proximidades del delta del Río Colorado, en
un territorio aún más desértico.
Yo había preguntado por la vaquita marina a todo aquel
pescador, funcionario o investigador que tuvo la posibilidad de verla en el mar, viva de preferencia: ¿Cómo es en realidad la vaquita marina? ¿Por qué hay pescadores que han
dicho que ya no existe?
No bien acabábamos de instalarnos en un hotel a la orilla de la playa, cuando llegó a buscarnos en una cuatrimoto
Iram García, un ingeniero pesquero que hace siete años trabaja en la Conanp. “¿No la han visto?”, preguntó refiriéndose
a la vaquita. “Parece artificial, como si fuera un salvavidas
de plástico”.
Por la noche, visitamos a Mario García, uno de los contados expescadores que aprovecharon desde 2008 la oferta
del gobierno para entregar sus redes, sus botes y adoptar otro
modo de vida (aunque parezca que el asunto es nuevo, las autoridades mexicanas llevan varios sexenios empujando distintos programas de protección a la vaquita marina), inserto
en lo que se conoció como el Programa de Acción para Conservar Especies (pace). En su caso, aprovechó los subsidios
otorgados para construir cabañas que, en principio, contribuirían a desarrollar el turismo en la región. El problema es
que el turismo, como la pesca, se acabó o es insignificante.
Primero dejó de venir la gente de Estados Unidos y ahora,
con la suspensión, dejaron de venir los compradores de camarón y, en fechas más recientes, hasta los inspectores. La
criminalidad, dijo, ha aumentado de forma notable.
Durante sus años como pescador, más de 20, en embarcaciones mayores —barcos camaroneros que permanecían
varios días en el mar—, nunca vio una vaquita marina, por
lo que para él es una cuestión de fe: “Salimos del agua por la
protección a la vaquita; creímos en ella. Yo no la he visto, pero
si existe, pues qué bueno”.
Carlos Tirado, líder pescador en Golfo de Santa Clara, en 2014 fotografío una vaquita marina muerta que un colega le regaló.
A la mañana siguiente, día de nuestro regreso a la Ciudad
de México, fuimos los primeros en llegar al restaurante El
Delfín. Teníamos cita con Carlos Tirado, uno de los dos líderes
de pescadores de Golfo de Santa Clara. Es presidente del consejo de administración de la Federación Regional de la Sociedad Cooperativa Pescadores de la Reserva de la Biosfera S.C.
de R. I. de C.V. (del Alto Golfo de California), que agrupa 69
organizaciones (en total, unos 800 pescadores).
Mientras lo esperaba, me entretuve, para variar, contemplando tres fotografías de un tiburón gris, capturado y exhibido como trofeo con un letrero en rojo con la leyenda “El Golfo
presente”. El autor de estas imágenes es el propio Tirado quien,
por alguna razón, llegó a la cita con todo y cámara, guardada
en un estuche de cuero. Por si acaso dudábamos de sus palabras, sacó de algún cajón la mismísima dentadura de aquel
escualo y posó para que lo retratáramos. Hace pocas semanas
que tiene un motivo extra para sonreír a la lente: se hizo una
la vaquita marina también es conocida como:
COCHITO
Los chasquidos que emite oscilan en una frecuencia
de entre 120 y 150 Khz.
Periodo de gestación: Entre 10 y 11 meses.
Área de conservación: 5 000 km2.
25
tífico a bordo del barco David Starr Jordan de la noaa, con
investigadores que monitoreaban a estas raras marsopas
en el polígono protegido. Navegaban próximos a la Roca
Consag cuando detectó a una pareja de vaquitas con sus binoculares. Vio el par de aletas rompiendo las olas, una, dos
veces, y luego no las vio más. Antes de ese encuentro, sólo
las había visto muertas: “Son chiquitas, muy bonitas. Si las
ves, crees que son de hule. Tienen los ojos y la boquita muy
marcados, como cuando se pinta una mujer”.
Pidió entonces que lo acompañáramos hasta su casa,
pues nos mostraría algo. En la cochera tenía sillas y una mesita con plantas. Al cabo de unos instantes, regresó con una
foto enmarcada de una vaquita muerta que llegó a entregarle
un pescador. La retrató justamente ahí, en el piso de ese lugar, con una de esas cámaras que reproducen la fecha en una
esquina: 30 12 ’04.
Le di entonces la razón a Tirado y a todos aquellos pescadores que hablan de la vaquita marina como algo irreal.
Antes de despedirnos, Paul le hizo varios retratos afuera,
en las calles con piso de arena que caracterizan a este pueblo.
Tirado posó con un ejemplar de la revista Audubon, donde
aparece en su anterior versión, antes de operarse. Y refiriéndose a la vaquita, remató: “Todos somos culpables”.
“Son chiquitas, muy
bonitas. Si las ves, crees que
son de hule. Tienen los ojos
y la boquita muy
marcados, como cuando
se pinta una mujer”.
operación de estómago con la que se quitó al menos la mitad del peso
que llevaba encima.
A partir del informe del Cirva, explicó, sus representados reconocieron la gravedad de la situación y, a tiros y tirones, aceptaron la
suspensión de pesca; sin embargo, hay malestar entre ellos y, se diría,
que enojo. El motivo, explicó, tiene que ver con que las autoridades
mexicanas —sea porque la vigilancia es insuficiente o por corrupción
(sobornos a agentes de la Policía Federal, por ejemplo)— no han podido eliminar la pesca ilegal de totoaba.
Tirado sostiene que es urgente que todas las partes involucradas
en la protección de la vaquita marina se reúnan para analizar quién
específicamente está incumpliendo su tarea. Se dijo consciente de
que, no obstante los subsidios durante este par de años, será necesario desarrollar artes sustentables de pesca: “Si no lo hacemos, puede
que desaparezcan las comunidades. No creo que el gobierno nos quiera mantener toda la vida”.
Estábamos a punto de salir rumbo al aeropuerto de Mexicali, cuando le pregunté si había tenido algún encuentro cercano con
vaquitas marinas. A diferencia de Ramón Franco, su colega en San
Felipe, Tirado, que estudió Contabilidad, no adquirió el oficio de
pescador, lo que no impide que, de cuando en cuando, salga al mar
a tomar fotos. Respondió que sí: en 2008 fue invitado a un viaje cien26
La suspensión de redes agalleras durante dos años en el Alto
Golfo, coinciden todos los funcionarios y expertos entrevistados, debe ser vista sólo como un primer paso en la recuperación de la vaquita marina y de ninguna forma como su
salvación. Llegada a su madurez sexual —a los seis años, de
los 30 que viven— este pequeño cetáceo tiene una sola cría
cada dos años. Según los cálculos de Luis Fueyo, si la estrategia puesta en marcha da resultados, se necesitarían entre 35
y 40 años para tener una población suficiente de vaquitas que
no se considere en riesgo. Este número, para Armando Jaramillo —investigador de la Coordinación de Investigación
y Conservación de Mamíferos del inecc y el experto en el
programa de monitoreo acústico del que se habló al inicio—
debe ser de 1 500 vaquitas, que es, según su tesis de doctorado, la mitad de la población que tuvo esta especie antes del
comienzo de las pesquerías en la región.
Jaramillo considera que estos 24 meses deben ser tomados como un espacio de oportunidad para crear condiciones necesarias para que, de aquí en adelante, no se utilicen
nunca más redes agalleras en esta parte del Mar de Cortés.
Desde su perspectiva, la combinación perfecta sería el de-
sarrollo de artes de pesca alternativos —con
excluidores para animales como la vaquita marina, pero también, por ejemplo, para tortugas,
delfines y otras especies protegidas— y de mercados verdes o, en este caso, azules, en donde los
consumidores paguen, convencidos y gustosos,
un sobreprecio por productos pesqueros que
certifiquen que no dañan a las poblaciones de
estas especies.
Coco’s Corner resultó ser una chocita surrealista
en medio del desierto, cuya cerca está decorada
con latas vacías que brillan como espejos y producen melodías con el viento. Su propietario es
un hombre solitario, viudo, que alguna vez trabajó como mecánico en la Carrera Panamericana.
Se podría decir que tiene un impedimento, pero
en realidad no lo tiene. Gana un poco de dinero
vendiendo cerveza a los incautos que pasan por
aquí. Cuenta que alguna vez fue pescador, pero
en las aguas de Ensenada. El techo del recibidor
está decorado con calzones de mujeres, algunos
francamente grotescos. “Yo no sé nada de vaquitas marinas, nunca las he visto”.
Poco antes de irnos, Coco sacó un cuaderno
de visitas para que nos registráramos. Cuando
me disponía a firmarlo, vi que las páginas estaban
llenas de sencillos dibujos hechos con bolígrafo
y coloreados: carritos, plantas. Dibujé entonces
una vaquita marina con cuernos y saltando del
agua. Le devolví el cuaderno abierto. Lo miró por
un momento y después sacó un bote con lápices
de colores, bien afilados, y comenzó a completar
el dibujo. Le puso una panga con dos pescadores
pescando con cañas y, a un lado, una isla. Le puso
pájaros y dibujó un Sol en el horizonte. “¿De qué
color son las vaquitas?”, preguntó el hombre.
Gerardo Lammers. Periodista cultural. Sus crónicas
y reportajes han sido publicados en distintas revistas
latinoamericanas. Autor de Historias del más allá en el
México de hoy (Producciones El Salario del Miedo/Almadía, 2012).
CENTRAL
27
Tras la pista de la vaquita marina