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DIFERENCIAS Y DESIGUALDADES SOCIALES
Este documento es una adaptación de la siguiente fuente:
Giddens, A. (2000). Sociología. Madrid: Alianza Editorial.
Divisiones en función de la clase social en las sociedades occidentales
de la actualidad
El problema de la clase alta
¿Quién tiene razón, Westergaard o Goldthorpe? ¿Existe todavía una clase alta
independiente, basada en la posesión de riquezas y propiedades? ¿O acaso sería mejor hablar
de una gran clase relacionada con los servicio», como indica Goldthorpe? Una de las formas
de abordar estos asuntos es observar hasta qué punto la riqueza y la renta se concentran en
manos de unos pocos.
Es difícil obtener información fiable sobre la distribución de la riqueza. Algunos
países tienen estadísticas más precisas que otros, pero en ellas siempre hay muchas
conjeturas. Los ricos no suelen hacer pública la cuantía de sus bienes y a menudo se ha
dicho que sabemos mucho más sobre los pobres que sobre los ricos. Lo cierto es que la
riqueza se concentra realmente en pocas manos. En Gran Bretaña, el 1% de la población
posee cerca del 19% de toda la riqueza personal (la individual, no la de las
organizaciones). En el conjunto de la población, el 10% más rico es dueño de alrededor de
la mitad de la riqueza de los hogares, mientras que la mitad de la población que tiene
menos recursos sólo posee el 8% de la riqueza total
La propiedad de acciones y obligaciones bursátiles es más desigual que la tenencia
de riqueza en su conjunto. El 1% de la población del Reino Unido posee alrededor del
75% de las participaciones privadas en las empresas; el 5% tiene el 90% del total. Pero
también ha habido más cambios a este respecto. Cerca del 25% tiene acciones, en
comparación con el 14% en 1986. Muchas personas las compraron por primera vez con el
programa de privatización del gobierno conservador. El incremento es aún más
pronunciado si examinamos un período más largo, pues en 1979 sólo el 5% de la
población tenía acciones. La cuantía de este tipo de inversiones es pequeña (de un valor
inferior a las mil libras esterlinas, en precios de 1991), y las compras institucionales, es
decir, las acciones que unas empresas tienen de otras, crecen con más rapidez que las
individuales.
«Los ricos» no son un grupo homogéneo ni una categoría estática. Los individuos siguen diversas trayectorias para entrar y salir de la riqueza. Algunas personas nacen en familias de «viejos ricos», lo cual quiere decir que su riqueza viene de antiguo y que ha
pasado de unas generaciones a otras. Otros individuos muy acomodados se «han hecho a
sí mismos», después de conseguir riqueza partiendo de un origen más humilde. El perfil
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de los miembros más ricos de la sociedad varía enormemente. Cerca de los miembros de
familias ricas tradicionales están famosos del mundo de la música y el cine, atletas y
representantes de la «nueva élite» que han ganado millones con el desarrollo y la
promoción de ordenadores, en las telecomunicaciones y en Internet. Al igual que la
pobreza, la riqueza debe estudiarse en el contexto de los ciclos vitales. Algunos individuos
se hacen ricos con mucha rapidez, para después perder gran parte de lo ganado; otros
pueden pasar por procesos graduales de enriquecimiento o empobrecimiento que se
prolonguen en el tiempo.
Aunque es difícil recabar una información precisa sobre los bienes y las vidas de los
ricos, sí se pueden rastrear los grandes cambios que sufre la composición de los sectores
sociales más acomodados. Algunas tendencias de gran interés han surgido en Gran
Bretaña en los últimos años. En primer lugar, un mayor número de «millonarios hechos a
sí mismos» parece estar entrando a engrosar el grupo de los individuos más ricos. Más del
70% de los mil británicos más ricos en 2000 había desarrollado su propia riqueza en vez
de heredarla. Algunos millonarios de este tipo han hecho dinero en la «nueva economía»:
los programas informáticos, los medios de comunicación, Internet y las
telecomunicaciones. En segundo lugar, aumenta el número de mujeres que entra en las
filas de los ricos. En 1980 sólo había seis entre los británicos más adinerados. En 2000
este número se había multiplicado por diez y alcanzaba la cifra de sesenta y cuatro
mujeres. En tercer lugar, muchos de los miembros más ricos de la sociedad son bastante
jóvenes: están en la veintena o la treintena. La riqueza de diecisiete británicos menores de
tremía años se calculaba en más de treinta millones de libras en 2000. Finalmente, está
aumentando la presencia en este grupo de las minorías étnicas, especialmente de las de
origen asiático (SunJay Times, lista de ricos de 2000). La riqueza combinada de los
doscientos británicos de origen asiático más ricos se incrementó en un 40% entre
1999-2000.
Aunque la composición del grupo de ricos está cambiando realmente, la idea de que ya
no existe una clase alta como tal es cuestionable. John Scott sostiene que, en la actualidad, esta
clase ha cambiado su estructura pero mantiene su posición diferenciada (1991). Afirma que
existen tres grupos diferentes que juntos constituyen lo que él denomina una constelación de
intereses, relacionada con el control de las grandes empresas y con sus beneficios. Puede que
los directivos principales de las grandes corporaciones no sean propietarios de empresas,
pero suelen acumular acciones, y esto les vincula tanto con los empresarios a la vieja usanza
como con los «capitalistas financieros». En esta última categoría se incluye a las personas que
dirigen las compañías de seguros y otras organizaciones que son grandes accionistas
institucionales y que, según Scott, forman hoy el núcleo de la clase alta.
Las políticas que fomentaron la actividad empresarial durante los años ochenta y la
explosión de las tecnologías de la información en los noventa han producido una oleada de
nuevos integrantes de la clase alta, que han ganado una fortuna con los negocios y los avances
tecnológicos. Al mismo tiempo, el aumento de la tenencia de acciones en los hogares de clase
media ha ampliado el perfil de los propietarios de empresas. Sin embargo, la concentración
de poder y de riqueza en manos de la clase alta sigue intacta. Aunque las pautas de propiedad
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de las grandes empresas puedan ser más difusas que en épocas anteriores, sigue siendo una
pequeña minoría la que se beneficia sustancialmente de la tenencia de acciones.
«Así que cuando volvimos les habían puesto el inmovilizador al Ferrari y al
Rolls. Sarah, ¿no es típico de mi mala suerte?»
Podemos concluir señalando que necesitamos tanto un concepto de clase alta como
un concepto de clase de servicios. La clase alta se compone de un pequeño número de
individuos que gozan tanto de riqueza como de poder y que pueden transmitir sus
privilegios a sus hijos. En líneas generales, la clase alta se puede identificar con el 1% más
rico de la población. Por debajo de esta clase se encuentra la de servicios, que se
compone, como señala Goldthorpe, de profesionales, directivos y administradores de alto
rango. Éstos constituyen alrededor del 5% de la población. A los que Goldthorpe
denomina «clase intermedia» quizá se les llama, de manera más sencilla, clase media.
Observemos esta clase con más atención.
La clase media
La expresión clase media abarca un amplio espectro de personas con ocupaciones
muy diferentes, que van desde empleados en el sector servicios hasta profesores de
escuela, pasando por profesionales médicos. Algunos autores prefieren hablar de «clases
medias» para resaltar la diversidad de las situaciones ocupacionales, de clase y de estatus,
así como de las opciones vitales que caracterizan a sus miembros. Según la mayoría de los
observadores, la clase media engloba en la actualidad a la mayoría de la población
británica y a la de casi todos los demás países industrializados. Esto se debe al hecho de
que la proporción de trabajos de «cuello blanco» ha tenido un considerable aumento en
comparación con los de «cuello azul» a lo largo del siglo xx (véase el capítulo 13 «El
trabajo y la vida económica»).
Los integrantes de las clases medias, en virtud de sus credenciales educativos o de
su cualificación técnica, ocupan puestos que les proporcionan mayores ventajas
materiales y culturales que las que disfrutan los trabajadores manuales. A diferencia de
los miembros de la clase obrera, los de la media pueden vender su trabajo mental y físico
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para ganarse la vida. Aunque esta diferencia resulta útil para establecer una división
general entre la clase media y la obrera, el carácter dinámico de la estructura ocupacional
y la posibilidad de movilidad ascendente o descendente hacen que resulte difícil definir
con mucha precisión los límites de la clase media.
La clase media no está cohesionada internamente y es improbable que pueda
estarlo, dada la diversidad de sus miembros y la divergencia de sus intereses (Butler y
Savage, 1995). Es cierto que la clase media no es tan homogénea como la obrera y que sus
integrantes tampoco comparten la misma procedencia social o perspectiva cultural, que
suele ser común entre las capas superiores de la clase alta. Sin embargo, la composición
«laxa» de la clase media no es un fenómeno nuevo; ha sido un rasgo pertinaz de esta clase
desde su aparición a principios del siglo xix.
Los sectores profesionales, directivos y de administración han sido de los que más
rápidamente han crecido en la clase media. Hay varias razones que lo explican. La
primera está relacionada con la importancia de las grandes organizaciones en las
sociedades modernas (véase el capítulo 12, «Las organizaciones modernas»). La
expansión de las burocracias ha creado oportunidades y una demanda de empleados
destinados a trabajar en las instituciones. Individuos como los doctores y los abogados,
que en épocas anteriores solían ser autónomos, ahora suelen trabajar en ámbitos
institucionales. En segundo lugar, el desarrollo del sector profesional refleja el aumento
del número de personas que trabaja en sectores económicos en los que el gobierno
desempeña un papel capital. La creación del Estado de bienestar produjo un enorme
desarrollo de las muchas profesiones que estaban relacionadas con el cumplimiento de su
cometido, como el trabajo social, la docencia y el conjunto de la asistencia sanitaria.
Finalmente, al profundizarse en el desarrollo económico e industrial, se ha generado una
demanda siempre creciente de servicios de expertos en las áreas jurídica, financiera,
contable, tecnológica y en la de los sistemas de información. En este sentido, las
profesiones pueden considerarse tanto un producto de la modernidad como un agente
capital de su evolución y expansión.
Los profesionales, directivos y administradores de alto nivel obtienen su puesto
principalmente porque tienen credenciales, es decir, licenciaturas, diplomas y otros
títulos. En conjunto, tienen una carrera profesional relativamente segura y bien
remunerada y, probablemente, la distancia que los separa de aquellos que realizan
trabajos de carácter manual y más rutinario ha aumentado en los últimos años. Algunos
autores consideran que, en realidad, los profesionales y los grupos de trabajadores de
cuello blanco de cierta categoría constituyen una clase específica, la «clase profesional
dirigente» (Ehrenreich y Ehrenreich, 1979). Sin embargo, el grado de separación que
existe entre éstos y el conjunto de los trabajadores de cuello blanco no parece ser lo
suficientemente profundo ni estar tan definido como para hacer que esta posición sea
defendible.
Otros autores han analizado cómo se unen los profesionales de cuello blanco para
maximizar sus propios intereses y asegurarse de que alcanzan altos niveles de
compensación material y prestigio. El caso de la profesión médica ilustra claramente este
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punto (Parry y Parry, 1976). Este sector ha logrado organizarse para proteger su posición
social y para garantizar su alto nivel de compensación material. Tres dimensiones
principales de la profesionalidad han permitido que aparezca este fenómeno: la entrada
en la profesión se limita a quienes pueden cumplir un conjunto estricto de criterios
definidos (cualificación), una asociación profesional controla y disciplina la conducta y
comportamiento de sus miembros y se ha aceptado de forma general que sólo éstos se
hallan cualificados para ejercer la medicina. Mediante esos canales, unas asociaciones
profesionales que se autogobiernan pueden excluir de la profesión a individuos no
deseados y luchar por mejorar la posición de sus propios miembros.
La naturaleza cambiante de la clase obrera
Marx creía que la clase obrera —los que tienen empleos en el sector de las
manufacturas o de «cuello azul»— iría aumentando progresivamente. Esta idea era la
base de su perspectiva, según la cual la clase obrera proporcionaría el impulso que
produciría un cambio revolucionario de la sociedad. En realidad, la clase obrera cada vez
se ha reducido más. Hace sólo un cuarto de siglo, alrededor del 40% de la población
trabajadora ocupaba puestos manuales. Ahora, en Gran Bretaña, este sector sólo
representa el 18%, y la proporción continúa disminuyendo. Además, las condiciones de
vida de la clase obrera y sus formas de vida se están alterando.
En la sociedad británica, al igual que en la de la mayoría de los países
industrializados, hay un número considerable de pobres. Sin embargo, la mayoría de los
individuos que trabajan en ocupaciones de «cuello azul» ya no vive en la pobreza. Como
se dijo antes, la renta de los trabajadores manuales ha crecido considerablemente desde
el cambio de siglo. Este mayor nivel de vida se expresa en la creciente capacidad para
acceder a los bienes de consumo de que disponen todas las clases. Alrededor de un 50%
de los trabajadores de este sector es ahora propietario de su casa. Un gran número de
hogares tiene coches, lavadoras, teléfonos y televisores.
El fenómeno de la opulencia de la clase trabajadora indica la existencia de otra
posible vía hacia una «sociedad más de clase media». ¿Quizá, a medida que prosperan, los
trabajadores manuales se hacen más de clase media? Esta idea, con la característica
afición de los sociólogos a las denominaciones voluminosas, ha venido a ser conocida
como la tesis del aburguesamiento, es decir, «hacerse más burgués», una expresión de
estilo marxista para «hacerse más de clase media». En los años cincuenta, cuando se
planteó esta tesis por primera vez, sus partidarios señalaban que muchos trabajadores
manuales con sueldos de clase media iban a adoptar también los valores, perspectivas y
formas de vida de ésta. Estaba muy extendida la idea de que el progreso de la sociedad
industrial estaba teniendo un profundo impacto en la configuración de la estratificación
social.
En los años sesenta, John Goldthorpe y sus colaboradores llevaron a cabo lo que se
convirtió en un estudio muy conocido cuyo fin era contrastar la hipótesis del
aburguesamiento. Al emprender el trabajo señalaron que si ésta era cierta, los
trabajadores manuales acomodados serían prácticamente indiferenciables de los no
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manuales desde el punto de vista de sus actitudes hacia el trabajo, el estilo de vida y los
puntos de vista políticos. Basada en entrevistas con trabajadores de la industria química y
automovilística de Luton, la investigación se publicó en tres volúmenes. Se cita a menudo
como la investigación del Affluent Worker (El trabajador opulento) (Goldthorpe y otros,
1968-1969). Estudió a un total de doscientos veintinueve trabajadores manuales y a
cincuenta y cuatro de cuello blanco, con fines comparativos. Muchos de los obreros
habían emigrado a la zona en busca de empleos mejor pagados; de hecho, sus salarios
eran mejores que los de la mayoría de los trabajadores de su cualificación y ganaban más
que la mayoría de los de cuello blanco de nivel inferior.
Goldthorpe y sus colaboradores se centraron en tres dimensiones de las actitudes
de la clase trabajadora y descubrieron que apenas había datos que avalaran la tesis del
aburguesamiento. Desde el punto de vista de la perspectiva económica y de la actitud
hacia el trabajo, los autores aceptaban que muchos trabajadores habían logrado un nivel
de vida de clase media a partir de su renta y de la posesión de bienes de consumo. Sin
embargo, esta relativa opulencia la habían conseguido con puestos que se caracterizaban
por tener pocas prestaciones adicionales, escasas probabilidades de ascenso y poca
satisfacción intrínseca con el trabajo realizado. Los autores del estudio descubrieron que
estos trabajadores opulentos tenían una actitud instrumental hacia su trabajo; lo veían
como un medio para lograr un fin: el de ganar buenos salarios. Sus labores eran, en
general, repetitivas y carentes de interés, y ellos apenas se implicaban en ellas.
A pesar de tener niveles de riqueza parecidos a los de los trabajadores de cuello
blanco, los manuales no se relacionaban con éstos en sus ratos de ocio y no aspiraban a
ascender en la escala social. Goldthorpe y sus colegas descubrieron que gran parte de su
sociabilidad se centraba en su hogar, en su familia más cercana o en otros parientes, así
como en otros vecinos de clase obrera. Apenas había signos de que estos trabajadores
estuvieran acercándose a las normas y valores de la clase media. En cuanto a las
perspectivas políticas, los autores descubrieron que había una correlación negativa entre
opulencia de clase obrera y voto al Partido Conservador. Los partidarios de la tesis del
aburguesamiento habían pronosticado que el aumento de la riqueza entre la clase obrera
debilitaría el apoyo tradicional a los laboristas.
Para los autores de este estudio los resultados eran inequívocos: la tesis del
aburguesamiento era errónea. Estos trabajadores no estaban en proceso de hacerse más
de clase media. Sin embargo, Goldthorpe y sus colaboradores sí aceptaban la posibilidad
de que se produjera cierta convergencia entre la clase media baja y los estratos
superiores de la obrera en ciertos puntos. Los trabajadores acomodados compartían con
los de «cuello blanco» pautas de consumo económico parecidas, una mentalidad muy
hogareña y, en el lugar de trabajo, eran partidarios de un colectivismo instrumental
(acción colectiva a través de los sindicatos cuyo fin era mejorar sus salarios y condiciones
laborales).
No se ha llevado a cabo ninguna investigación comparable en los años posteriores y
no está claro en qué medida las conclusiones de Goldthorpe y sus colaboradores siguen
siendo válidas, si es que lo eran en su momento. En general, se acepta que las
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tradicionales comunidades obreras se han ido fragmentando o se han dividido por
completo con el declive de la industria manufacturera y el impacto del consumismo. Sin
embargo, aún está por discutir hasta dónde ha llegado esta fragmentación.
La clase y el estilo de vida
Al analizar la posición de clase, los sociólogos han solido apoyarse en signos
convencionales de este componente como la posición en el mercado, la relación con los
medios de producción y la ocupación. Sin embargo, recientemente ha habido algunos
autores que han señalado que debemos evaluar la posición de clase de los individuos no
sólo, o ni siquiera principalmente, en función de la economía y del empleo, sino respecto a
factores culturales como el estilo de vida y las pautas de consumo. Según este enfoque, en
la época actual los símbolos y marcadores relacionados con el consumo desempeñan un
papel cada vez más importante en la vida cotidiana. Las identidades de los individuos se
estructuran en mayor medida en torno a opciones relativas a los estilos de vida —como
son la manera de vestirse, lo que se come, cómo se cuida el propio cuerpo y dónde
relajarse— y menos teniendo en cuenta indicadores de clase más tradicionales como el
empleo.
Para el sociólogo francés Pierre Bourdieu los grupos de clase se identifican según
niveles cambiantes de capital cultural y económico (1986). Los individuos cada vez se
distinguen más del resto a partir de gustos culturales y actividades de tiempo libre, y no
según factores económicos u ocupacionales. Para ayudarles en este proceso cuentan con
la proliferación de «mercaderes de la necesidad», ese creciente número de personas
dedicadas a presentar y representar los bienes y servicios —bien simbólicos o reales—
para su consumo dentro del sistema capitalista. Quienes trabajan en publicidad,
comercialización, moda y diseño o son asesores de estilo, diseñadores de interiores,
entrenadores personales, terapeutas y diseñadores de páginas web, por citar sólo unos
pocos, influyen en los gustos culturales y fomentan opciones relativas a los estilos de vida
entre una comunidad de consumidores siempre en aumento.
Otros estudiosos están de acuerdo con Bourdieu en que las divisiones de clase están
relacionadas con formas de vida y pautas de consumo determinadas. De este modo, al
referirse a los grupos que hay dentro de la clase media, Savage y otros autores (1992)
identifican tres sectores, teniendo en cuenta los gustos y «bienes» culturales.
Profesionales que trabajan en el sector público, que tienen mucho «capital cultural» y
poco «capital económico», suelen llevar formas de vida sanas que se basan en hacer
ejercicio, beber poco alcohol y consumir actividades culturales y comunitarias y
participar en ellas. Por el contrario, los directivos y los burócratas están tipificados por
pautas de consumo «indiferenciadas», en las que los niveles de ejercicio son intermedios
o bajos, se participa poco en actividades culturales y se prefieren los estilos tradicionales
a la hora de decorar el hogar y en la moda. El tercer grupo, el de los «posmodernos», lleva
un estilo de vida que carece de ningún principio definitorio y que puede contener
elementos que antes no solían combinarse. Así, la equitación y la literatura clásica pueden
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ir acompañadas de una fascinación por deportes de riesgo como el ascenso de superficies
pedregosas y de una afición extrema por la música máquina y drogas como el éxtasis.
En general, resultaría difícil rebatir que la estratificación dentro de la clase
trabajadora, así como entre clases, depende en la actualidad no sólo de las diferencias
ocupacionales, sino de las que se refieren al consumo y al estilo de vida. Así se constata si
se observa el conjunto de las tendencias sociales. Por ejemplo, la rápida expansión de la
economía de servicios y de la industria del entretenimiento y del ocio pone de manifiesto
la insistencia creciente que se hace en el consumo dentro de los países industrializados.
Las sociedades contemporáneas se han convertido en sociedades de consumidores,
orientadas a la adquisición de bienes materiales. En cierto sentido, la sociedad de
consumo es una «sociedad de masas» en la que las diferencias de clase están superadas;
así, personas que proceden de distintas clases puede que vean el mismo programa de
televisión o que compren su ropa en las mismas tiendas de las «calles principales». Sin
embargo, las diferencias de clase también pueden intensificarse a través de las
variaciones en el estilo de vida y en el «gusto» (Bourdieu, 1986).
Sin embargo, aun teniendo en cuenta estas transformaciones, resulta imposible
olvidar el papel crucial de los factores económicos en la reproducción de las
desigualdades sociales. La mayoría de las personas que sufren privaciones sociales y
materiales extremas no ha elegido esa forma de vida. En realidad, sus circunstancias se
ven condicionadas por factores que tienen que ver con la estructura económica y
ocupacional (Crompton, 1998).
La infraclase
El término «infraclase» se suele utilizar para describir al sector demográfico que
ocupa el estrato inferior de la estructura de clases. El nivel de vida de los integrantes de la
infraclase es considerablemente peor que el de la mayoría de la sociedad. Es un grupo que
se caracteriza por sufrir múltiples desventajas. Muchos de sus miembros son parados de
larga duración o van de un empleo a otro constantemente. Algunos son indigentes o
carecen de lugar permanente en el que vivir. A veces los miembros de la infraclase pasan
largos períodos viviendo de la asistencia social. La infraclase se describe con frecuencia
como una clase «marginada» o «excluida» del estilo de vida que lleva el grueso de la
población.
La infraclase suele asociarse con minorías étnicas desfavorecidas. Gran parte del
debate sobre este sector se originó en los Estados Unidos, donde el gran número de
negros pobres que vive en el interior de las ciudades hizo que se comenzara a hablar de
una «infraclase negra» (W. J. Wilson, 1978; Murray, 1984, 1990). Sin embargo, este
fenómeno no sólo se da en Estados Unidos. En Gran Bretaña, la presencia de la población
negra y asiática en la infraclase es desproporcionadamente alta. En algunos países
europeos, los trabajadores emigrantes que encontraban trabajo en épocas de mayor
prosperidad, hace veinte años, ahora constituyen gran parte de este sector. Así ocurre,
por ejemplo, con los argelinos en Francia y con los inmigrantes turcos en Alemania.
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La naturaleza —y, realmente, la propia existencia— de la infraclase es objeto de
encendidos debates sociológicos. Nos ocuparemos de este asunto con más detalle en el
capítulo 11, «Pobreza, bienestar y exclusión social».
Género y estratificación
Durante muchos años las investigaciones sobre la estratificación «prescindieron del
género»; se realizaban como si las mujeres no existieran o como si no tuvieran
importancia o interés para el análisis de las divisiones de poder, riqueza y prestigio. Sin
embargo, en sí mismo, el género es uno de los ejemplos más profundos de estratificación.
No hay sociedades en las que el hombre no tenga, en ciertos aspectos de la vida social,
más riqueza, un estatus mejor o más influencia que la mujer.
Uno de los principales problemas que plantea el estudio del género y de la
estratificación en las sociedades modernas parece sencillo, pero resulta difícil de resolver.
Es la cuestión de hasta qué punto podemos entender las desigualdades de género del
mundo contemporáneo a partir de las divisiones de clase. Este tipo de desigualdades
tiene una mayor raigambre histórica que los sistemas de clases; los hombres disfrutan de
una posición mejor que las mujeres, incluso en sociedades como las de cazadores y
recolectores en las que no hay clases. Sin embargo, las divisiones de clase tienen tanta
importancia en las sociedades modernas que, sin duda, se «solapan» considerablemente
con las de género. La situación material de la mayoría de las mujeres suele reflejar la de
sus padres o esposos; de ahí que se pueda afirmar que es preciso explicar las
desigualdades de género partiendo de la clase.
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