La Peste de Tebas Buenos Aires, Argentina Marzo de 1999 Publicación Psicoanalítica PRECIO DEL EJEMPLAR: $4 Año 3 Nº 11 LOS CELOS El Monstruo de Ojos Verdes Adriana Sorrentini Celos. Olvido, Homosexualidad, Desmemoria Fidias Cesio Análisis de una pasión Liliana Denicola Los celos inconscientes. Análisis de un caso de impotencia sexual Alberto Loschi El mapa de los celos Carlos Isod Un estudio sobre la lógica de los celos Diana Siguel de Turjanski y Ernesto Turjanski El sentimiento de celos Félix Giménez Noble La teoría freudiana acerca de los celos y los celos de Freud Roberto Rusconi “Los celos son un monstruo que se engendra y nace de sí mismo. ” (Shakespeare: Otelo, acto III, esc. IV. ) Tema del próximo número: Oedipus Tyrannus EDITORIAL En nuestro interés por la investigación de las manifestaciones afectivas que revelan las estructuras „actuales‟ subyacentes, el tema de los celos nos pareció de particular importancia. Se trata de un afecto de presentación universal, evidente en todos los seres humanos e incluso en los animales. En estos últimos el celo es una excitación sexual, que aparece en el período de fertilidad de la hembras, que ejerce intensa atracción en el sexo opuesto. A partir del celo que experimentan los animales y también los seres humanos, cuando la pasión los ciega y los lleva a actos fuera de toda razón, advertimos una clara diferenciación entre el celo, una manifestación primaria, en la que predomina la necesidad, que se nos aparece con representaciones de naturaleza fisiológica, y los celos, de naturaleza secundaria, propias del deseo, con representaciones a partir del desarrollo del complejo de Edipo secundario. Por otra parte es notable que en los animales observamos la existencia de celos semejantes a los de los humanos. En el caso de los celos pasionales, ciegos, que un tanto arbitrariamente asociamos al celo animal, su manifestación da lugar a la actuación sexual trágica. En el segundo caso, cuando el deseo tramita la necesidad sexual, nos encontramos con las vicisitudes de estas últimas mociones que entonces se expresan en fantasías. Entre una y otra manifestación existen fluidos nexos y fácilmente del juego de las fantasías se pasa al de las acciones. Entre los seres humanos los celos son una observación corriente, de todos los días; en la vida familiar surgen constantes dramas, las más de las veces reprimidos, entre los integrantes de la pareja, entre el bebé y sus padres, entre hermanos, entre compañeros del colegio, en los lugares de trabajo y en toda actividad social. Es la forma más generalizada en la que se presenta la actividad edípica y en la que, latente, se asoma la tragedia. Es frecuente la observación de un sufrimiento desgarrador en un niño a quien “le nace un hermano” y que, como reacción presenta una total indiferencia –lo „mata‟ con la indiferencia- o a un amor exagerado. Estas tragedias, que tienen por fundamento los celos primordiales, cuando el bebé es desplazado por el padre -castración fálica- dejan cicatrices imborrables, alteraciones, que el análisis descubre. Por otra parte los celos subyacen a los conflictos de rivalidad, de competencia, de ambición, etc. Los celos, cuando cobran notoriedad y se hacen síntoma, por su componente afectivo configuran una neurosis actual. Se diferencian de la angustia esencial, paradigma de la neurosis actual, en cuanto que para hacer el diagnóstico de celos deben estar presentes los componentes propios de las fantasías correspondientes. Podemos decir que se trata de una angustia de celos así como podemos hablar de la angustia fóbica. También es de destacar cómo los celos evidencian la estructura edípica de los fundamentos, en cuando delatan la presencia de la misma en todas sus manifestaciones. Como ya dijimos los celos tienen manifestaciones de toda índole. Desde expresiones en que no se advierte la gravedad de sus raíces inconscientes, hasta los que motivan, como antes dijimos, alteraciones del yo. De todos modos concluimos en que los celos están siempre presentes participando en la estructuración del yo. En oportunidades la esencia trágica de los celos se abre camino a la consciencia en el crimen celoso. En Otelo -la magistral presentación de la escena trágica fundamental de los celos que nos dio Shakespearetenemos el clásico ejemplo de las manifestaciones de muerte en las que culmina el drama de los celos. Ya hablamos de cómo el celoso mata con la indiferencia o con otros medios a sus rivales, de manera que siempre encontramos de manera plena o parcial el crimen que sepulta al rival. Advertimos así el carácter edípico directo de las expresiones celosas, tal como es evidente cuando comparamos Otelo con Hamlet y con Edipo Rey. En nuestros desarrollos acerca de la técnica para el análisis de lo actual en las neurosis actuales destacamos la importancia de la construcción de la escena trágica subyacente. Los desenlaces trágicos del drama de celos, en los que esa escena fundamental aparece en la actuación, nos señalan lo adecuado de la construcción de las escenas trágicas que aparecen cuando intentamos adentrarnos en el análisis de los celos. El análisis de las asociaciones que dan cuenta de los celos nos abren el camino para aproximarnos a la construcción de la tragedia, así como en el drama de Shakespeare la exposición del drama nos aproxima al descubrimiento del desenlace. El otro punto a destacar, como parte fundamental del síndrome celoso es la homosexualidad. Los celos primordiales son aquellos que expresan la castración fálica, primordial, como una „solución‟ de los mismos aparece la homosexualidad, la que, a su vez, en un segundo paso, es cubierta por los celos secundarios. El celoso oculta con sus celos su fantasía homosexual, que a la vez enmascara los celos trágicos originales, que son acción. En Otelo nos encontramos con la expresión de celos „normales‟ que pronto se hacen síntoma y revelan el componente homosexual que los constituyen y por fin aparece la escena trágica con la muerte violenta de los protagonistas. El Monstruo de Ojos Verdes Adriana Sorrentini Mucho antes de que Freud elaborara psicoanalíticamente el concepto celos -Eifersucht-, o que W. Shakespeare mostrara este afecto en las vibrantes pinceladas con las que define los personajes de su drama -Otelo-, la Humanidad desplegaba a sus dioses, a los que sabiamente hacía depositarios y activos representantes de sus pulsiones. Y serán estas figuras -los dioses- con las que logra dar representación a sus pasiones, las que servirán a escritores y poetas para transmitirlas de diferentes maneras a lo largo de los tiempos. Consecuentemente, comencemos con el „arquetipo de la cosa‟, su nombre: Celo, del latín „zelus‟, y éste del griego „dselos‟, es definido como un „impulso íntimo que promueve las buenas obras; y, amor extremado y eficaz a la gloria de Dios‟, aspecto que luego veremos ligado a su orígen preolímpico y a la lucha por el triunfo de Zeus. Contiene un aspecto de cuidado de otras cosas o personas, que se liga al recelo que se experimenta ante la idea de que „cualquier afecto o bien que disfrute o pretenda, llegue a ser alcanzado por otro‟; de allí que en su versión plural, „celos‟ remite a la „sospecha, inquietud y recelo de que la persona amada haya mudado o mude su cariño poniéndolo en otra. ‟ El segundo aspecto que deseo destacar es el relacionado con la „excitación sexual periódica de los animales de organización superior‟, y el infaltable tercero dirá: „Aplícase a la embarcación que por falta de estabilidad suficiente aguanta poca vela. ‟ Seguro, el celoso -zelosus- es inestable y está expuesto a zozobrar ante las rachas pasionales que lo azotan. El latín nos brinda dos vertientes: Cèlo: mantener secreto, velar, cubrir, ocultar, disimular. . . y Zèlo: amar, adorar, envidiar, celar zèlare- es decir: emular. Y „emular‟ es „imitar las acciones de otro procurando igualarle y aun excederle‟. Émulo es sinónimo de rival. La emulación es definida como „pasión del alma, que excita a imitar y aun a superar las acciones ajenas. Sinónimo de rivalidad y competencia. ‟ Recordemos entonces que este término encierra conceptualmente, en su génesis, por lo menos estos contenidos. Algo de teogonía. . . o, la familia del monstruo Hubo un tiempo en el que Zeus tuvo que combatir contra los Titanes, domeñarlos y encerrarlos en el Tártaro para iniciar de esta manera el orden de los Olímpicos. Contó aquí con la inestimable ayuda de Éstige y de sus hijos: Bia (la Fuerza o la Violencia), Cratos (el Poder), Nice o Nike (la Victoria) y Zèlo (el Ardor o la Emulación), que lucharon con él hasta la victoria, mereciendo Éstige, como recompensa, ser la fiadora de los juramentos de los dioses. Ella rodea nueve veces -con sus meandros de aguas mágicas- el Infierno, lo que sugiere lo difícil que es limitar, encerrar o sepultar a los Gigantes. . . . . o, lo „gigantesco‟ de las pulsiones que debe contener. Me parece importante recordar que el Tártaro es la región más profunda del mundo, situada debajo del Infierno-el Hades-, que dista de él tanto como el cielo de la tierra y constituye los cimientos del universo. Concepto importante, si pensamos en nuestra diferenciación entre sepultamiento y represión. Freud hablaba de una „psicomitología‟, como una suerte de percepción interna del propio aparato psíquico, que se proyecta al espacio y al tiempo de la cultura en la escena grandiosa del mito, permitiendo conocer su estudio, el núcleo de verdad figurado en cada mito. Y en „Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis‟ denomina a la doctrina de las pulsiones, „nuesta mitología‟. Éstige es, para Hesíodo, la más elevada entre los hijos de Océano y Tetis (una de las divinidades primordiales, que personifica la fecundidad „femenina‟ del mar, es la más joven de la titánides y es hermana de Océano). Éstige (de Stigein: odiar) es una Oceánide nacida de un incesto fraterno y, junto con el Titán Palante dan origen a Zelo, Nice, Cratos y Bía. Los dos últimos, el Poder y la Fuerza, no aparecen como abstracciones sino como seres míticos, asistentes al trono de Zeus, y sus acompañantes permanentes, listos a hacer respetar las órdenes del sumo Numen. Tenemos entoces que Zelo, que es el Ardor o la Emulación, tiene por hermanos al Poder, a la Fuerza o la Violencia y a la Victoria; es hijo de una Oceánide y un Titán, es decir, proviene de divinidades primordiales, preolímpicas, entre las que el incesto, la rivalidad y la violencia no tenían límites, . . . simplemente porque no los había. Resulta claro ahora pensar este afecto en toda su dimensión trágica, pasional e ilimitada, proveniente de sus profundas raíces inconscientes, constitutivo del ser humano. Psicoanálisis de los celos En un importante texto freudiano de 1921-22, titulado “Sobre algunos mecanismos neuróticos en los celos, la paranoia y la homosexualidad”, leemos que se trata de un estado afectivo „normal‟, como el duelo, y que cuando parece faltar en el carácter y la conducta humana se debe al efecto de una fuerte represión, lo que le procura una acción mayor en la vida anímica inconciente. Este afecto está en relación directa con la pulsión sexual, en su vertiente de pulsión de apoderamiento, y va a ser objeto de análisis cuando aparece como patología en su aspecto pasional, trágico, en la celotipia. El celoso -dselótipos-, sufre esa pasión que brota desde lo sepultado, desde la tragedia edípica que retorna en insoportables mociones tragico-incestuosas, despliegue de una Gigantomaquia aterradora. De allí lo irracional y „no acorde a la ratio‟. Su presentación incluye una estratificación en tres niveles: Celos de competencia o normales; celos proyectados, y celos delirantes. Estos últimos contienen los tres niveles. Suelen combinarse con la paranoia y la homosexualidad. Los celos de competencia parecen constituir una „norma‟, Zélo representa tanto el „ardor‟ como la „emulación‟, y presentan en su composición tanto el duelo, el intenso dolor por el objeto de amor que se cree perdido, como la afrenta narcisista que lo acompaña. Suele haber sentimientos de hostilidad hacia el rival que supone ha sido preferido, al mismo tiempo que diferentes grados de autocrítica, responsabilizando al Yo propio por la pérdida de amor del objeto idolatrado. Estos celos de competencia son de observación cotidiana en relaciones familiares, amistosas, laborales e institucionales; suelen mantenerse dentro de un nivel neurótico medianamente tramitable, aunque frecuentemente muestran el contenido trágico del que están constituidos. Un ejemplo simple y de observación directa lo constituyen los celos infantiles ante el nacimiento de un hermano: Encontramos el dolor frente a la pérdida del amor materno exclusivo y excluyente, dado por la posición incestuosa, pulsión de apoderamiento como componente de la pulsión sexual; la herida narcisista al saberse excluido de la vida sexual de sus padres, de la que el hermano que lo desplaza es la odiada evidencia, y genera impulsos hostiles dirigidos a la supresión del rival; la culpa y la autocrítica al yo propio por no haber sido capaz de colmar el deseo materno. . . , culpable de crecer y volverse grande dejando de ser grandioso, castración fálica. Por último, la culpa por los sentimientos hostiles que experimenta hacia el amado rival. Un niño de cuatro años observa con interés a un primito de un mes que, a su juicio, lo desplaza del amor de su tío; el bebé llora, él huye asustado a los brazos de su madre y explica, angustiado, que el bebé “se asustó y llora porque cree que soy malo”. . . Clara manifestación de angustia yoica ante el embate de las mociones hostiles rechazadas. La herida narcisista que experimentan los padres cuando „su‟ hijo o hija se enamora de „otro‟: El padre de Desdémona, el noble Brabancio, reacciona con un dolor tal ante su casamiento, que “fue para él un golpe mortal, y la sola pena que cortó en dos el viejo hilo de su vida!”. Ante la elección de Desdémona, que claramente le explica: “. . . Sois el dueño de mi obediencia, ya que hasta aquí he sido vuestra hija. Más he aquí a mi esposo; y la misma obediencia que os mostró mi madre, prefiriéndoos a su padre, reconozco y declaro deberla al moro, mi marido. ” La hostilidad que le despierta esta „preferencia‟ por „otro‟ objeto sexual -se observa claramente el fundamento sexual edípico-, le hace exclamar: “Vela por ella, moro, si tienes ojos para ver. Ha engañado a su padre y puede engañarte a tí. ”(Otelo, esc. 3, actoI). La advertencia quedará temporariamente desestimada, pero cumplirá su cometido en la vida anímica inconciente de Otelo, que ha triufado sobre su „rival‟, el venerable veneciano, el padre. Dice Freud que los celos “arraigan en lo profundo del inconciente, retoman las más tempranas mociones de la afectividad infantil y brotan del complejo de Edipo o del complejo de los hermanos del primer período sexual. ” De allí que la tragedia preside todo el desarrollo del drama hasta su culminación; no habrá pensamiento ni recuerdo de estos aconteceres, ya que las impresiones de la primera infancia demandan „reproducciones‟; sólo habrá repeticiones, como en la compulsión de repetición desde „Más allá del principio de placer‟. En el desenlace final Yago dirá que a Otelo solamente “Le he dicho lo que pensaba, y nada que no haya podido conocer y verificar por sí mismo”. Los celos no son acordes a la „ratio‟. Y ante los lamentos y la insistencia de Otelo le dice: “No me preguntéis nada: sabéis lo que sabéis (. . )” El „saber‟ aflora en las palabras de Otelo refiriéndose a sí mismo:. . . . ”un hombre que no fue facilmente celoso; pero que una vez inquieto, se dejó llevar hasta las últimas extremidades (. . . ) un hombre cuyos ojos, aunque poco habituados a la moda de las lágrimas, vertieron llanto con tanta abundancia como los arboles de la Arabia su goma medicinal. Pintadme así, y agregad que, una vez en Alepo, donde un malicioso turco en turbante golpeaba a un veneciano e insultaba la República, agarré de la garganta al perro circunciso y dile muerte. . . , así. ” Y se da de puñaladas. Ejecuta al culpable, al que „golpeó al veneciano‟-Brabancio es el padre muerto que lo acusa-, e insultó a la República llamando a su fiel Desdémona “¡Oh, ramera pública!” en el paroxismo de su delirio celoso. El drama de Shakespeare nos proporciona un rico desfile de caracteres, de personajes entrelazados por esta pasión celosa que los atraviesa y envuelve, en todos sus aspectos de emulación, envidia, excitación sexual, violencia y poder. Así, Rodrigo, enamorado rechazado por Desdémona, y Yago, postergado en sus aspiraciones de cargos en favor de Cassio, actúan movidos por el deseo de venganza, por la envidia y los celos que experimentan frente a los que consideran sus rivales. Yago es astuto. . . desea emular a su señor, el moro, a quién envidia; Cassio –gentil florentino- es un ideal inalcanzable y, por lo tanto, un rival a eliminar; mientras que Rodrigo, despreciado, es depositario de su fracaso. Rumiando vengar su narcisismo herido, decide mostrarse como un fiel y sumiso lacayo sólo porque. . ”al servirlo, soy yo quien me sirvo. El cielo me es testigo; no tengo al moro ni respeto ni obediencia; pero se lo aparento así para llegar a mis fines particulares”. (acto I, esc. I) Fines particulares que define de esta manera: “(. . . ) Ahora yo la quiero también; no por deso carnal, aunque quizás el sentimiento que me guia sea tan gran pecado, sino porque ella (Desdémona) me proporciona en parte el razonamiento de mi venganza. Pués abrigo la sospecha de que el lascivo moro se ha insinuado en mi lecho, sospecha que, como veneno mineral, me roe las entrañas, y nada podrá contentar a mi alma hasta que liquide cuenta con él esposa por esposa; o si no puedo, hasta que haya arrojado al moro en tan violentos celos que el buen sentido no pueda curarle. (. . . )Quiero que el moro me dé las gracias, me ame y me recompense por haber hecho de él un asno insigne, y turbado su paz y quietud hasta volverle loco (. . . ). ” (acto II, esc. I). „Ahora‟, „también‟ él la quiere -emulación-, y le proporciona un argumento para vengarse del „desamor‟ del moro hacia él, al postergarlo eligiendo a Cassio; casi un delirio de ilación, como el que promoverá en Otelo. Celos vivenciados bisexualmente que muestran su origen sexual trágico, narcisista, y muestran la triple estratificación que describe Freud: de competencia, proyectados y delirantes. Prepara cuidadosamente los entretelones del drama: mientras envía a Cassio a solicitar la ayuda de Desdémona para que interceda por él ante Otelo, imagina que “. . . mientras este honrado imbécil solicite apoyo de Desdémona para reperar su fortuna, y ella abogue apasionadamente en favor suyo cerca del moro, insinuaré en los oídos de Otelo esta pestilencia de que intercede por él por lujuria del cuerpo; y cuanto más se esfuerce ella en servir a Cassio, tanto más destruirá su crédito ante el moro. Así la enviscaré en su propia virtud y extraeré de su propia generosidad la red que coja a todos en la trampa. ” Consecuentemente, mientras sugiere la infidelidad de Desdémona, exalta su „zelo‟ por velar por los intereses de su señor diciendo: “¡Oh, mi señor, cuidado con los celos! Es el monstruo de ojos verdes que se divierte con la vianda que le nutre. Vive feliz el cornudo que, cierto de su destino, detesta a su ofensor; pero ¡Oh, qué condenados minutos cuenta el que idolatra y, no obstante, duda; quien sospecha y, sin embargo, ama profundamente!”. Y el „veneno‟, la‟pestilencia‟ vertida en el oído del moro surten su efecto con gran celeridad; Otelo se debate en la duda: “ (. . . . ) La noche última dormí bien, comí bien, estaba alegre, y mi espíritu era libre; no hallaba en su boca los besos de Cassio. (. . . )”. Freud describe en ciertos casos de paranoia que “al día siguiente de un acto sexual, por lo demás satisfactorio para ambas partes, ” sucede que “después de saciada la libido heterosexual, el componente homosexual coexcitado se conquista su expresión en el ataque de celos. ” Y Otelo después de besar a Desdémona, „encuentra‟ los besos de Cassio. Proyección que descubre fantasías de infidelidad propia, correspondientes a poderosas mociones homosexuales reprimidas. “. . . . . Por el universo, creo que mi esposa es honrada y que no lo es; pienso que tú eres justo y que no lo eres. ¡Quiero tener alguna prueba! Su nombre que era tan puro como el semblante de Diana, está ahora tan embadurnado y negro como mi propio rostro (. . . . )” Él se ve proyectado sobre ella, su color embadurna su blancura, su „negro rostro‟ contamina el semblante puro de Desdémona. Exasperado Otelo gritará:. . . ”¡Villano, ten por seguro que me probarás que mi amada es una puta; tenlo por seguro; dadme la prueba ocular; (. . . )” Certeza psicótica. No existe la duda, nada es acorde a la razón, no existe el buen sentido que lo salve, es seguro que Yago le dará „pruebas‟ de que su amada „es‟ una puta, eso lo defenderá de las mociones homosexuales que lo asaltan y, a la manera de Schreber podrá decir: No soy yo quen lo ama (a Cassio), ella lo ama. Yago, su émulo, sabe qué le está pidiendo y le proporcionará dos „pruebas incontrastables‟ de la infidelidad de Desdémona, pensando con cinismo que. . . ”Bagatelas tan ligeras como el aire son para los celosos pruebas poderosas como las afirmaciones de la Sagrada Escritura (. . . ) El moro se altera ya bajo el influjo de mi veneno (. . . ). ” Así, una „prueba‟ será el pequeño pañuelo que, siendo de su madre, había confiado a Desdémona y que ella debía y aceptaba llevar siempre consigo como prenda de amor. Fetiche que la mutaba en la representación de la „madre fálica‟ de Otelo; nunca „mujer sin‟. . . rebajada, „ramera pública‟, sino „mujer con‟. . . , valiosa y confiable mujer que porta sobre sí la prenda que representa a Otelo-falo materno. Este pañuelo-fetiche, es el que Yago sustrae y coloca en el cuarto de Cassio como prueba de infidelidad. Otelo quiere „ver‟, reclama una prueba „ocular‟, y el servicial Yago satisface prontamente el deseo „voyeur‟ de su señor, exhibiendo su propia fantasía homosexual con este común objeto: “(. . . ) Estaba yo acostado hace poco tiempo con Cassio, y como rabiara de dolor de muelas, no podía dormir. Hay una clase de hombres tan indiscretos de alma, que en sus sueños mascullan sus negocios. Uno de esta especie es Cassio. Le oí decir en sueños:”¡Encantadora Desdémona, seamos prudentes, ocultemos nuestros amores!” y entonces señor, me cogía y estrujaba la mano, diciendo:”¡ Oh, dulce criatura!” y luego me besaba con fuerza, como si quisiera arrancar por la raiz besos que brotaran de mis labios. Después pasó su pierna sobre mis muslos, suspiró y me besó. Y acto seguido repuso: “¡Maldito sea el destino que te ha entregado al moro!” (actoIII, esc. 3). Es demasiado. La escena agita mociones pulsionales tan violentas, que sobreviene un ataque convulsivo. Esta “reacción epiléptica” se pone a disposición de la neurosis, dice Freud, su esencia consiste en descargar por vía somática, masas de excitación que resultan imposibles de tramitar psiquicamente. La manifestación convulsiva y el letargo posterior, son expresión de aspectos trágicos de la vida psíquica. Expresiones de la excitación de núcleos incestuosos, el encuentro en la escena primaria, el crimen primordial. El Tártaro se agita. Mientras Otelo está en su ataque convulsivo, llega Cassio que pregunta por lo ocurrido: Yago: ¡Mi señor ha caído en un ataque de epilepsia! ¡Es su segundo acceso! Tuvo otro ayer. Cassio: Frotadle las sienes. Yago: No, dejadle. El letargo debe seguir su curso tranquilo. Si no, va a echar espuma por la boca y a estallar inmediatamente en un acceso de locura salvaje (. . . . ). (actoIV, esc. 1) El letargo que sobreviene trae la inmovilidad del cadáver, contiene el muerto, expresión del crimen que sabiamente Yago interpreta. Perturbar esa inmovilidad pondría en acción la furia salvaje que reserva para Desdémona. Y la furia celosa, apenas contenida, se abate sobre Desdémona bajo forma de violentas injurias que la dejan dolida y perpleja. En su angustia, recuerda a una doncella de su madre, cuyo novio enloqueció y la abandonó, que cantaba una antigua canción que expresaba su destino y murió cantándola. . . . y exclama:”¡Esta noche no quiere írseme del alma esta canción!” El sauce era emblema de amantes abandonados. Presagio funesto en su noche fatal. Freud cita precisamente este ejemplo, al referirse a los celos proyectados en los que la propia infidelidad o impulsos reprimidos, buscan alivio ante la conciencia moral proyectando estas mociones en el otro miembro de la pareja, logrando justificarse al pensar que, seguramente, el otro no es mejor que uno mismo. “He llamado a mi amor perjuro; pero ¿Qué dijo entonces? cantad: sauce, sauce, sauce; si cortejo a otras mujeres, dormiréis con otros hombres. ” (si yo hago tal cosa, ciertamente tú también lo haces; no me acuses. ) ¿Intuye Desdémona que los celos delirantes del moro, su paranoia, se originaban en sus propias mociones homosexuales inconcientes hacia Cassio, proyectadas en ella? Otelo padecía de “una paranoia de celos bien marcada, cuyo objeto era su mujer, de una intachable fidelidad”, como describe Freud de su paciente. En su delirio dice „. . . Pero debe morir, o engañará a más hombres. ‟. . Sin embargo, poco después la verá „. . ¡Fría, como tu misma castidad!‟. . . Las más tempranas mociones de la afectividad infantil remiten al tiempo mítico de los dioses preolímpicos, donde no existe castración fálica, e imperan las pasiones primarias y violentas. La lucha para establecer el órden Olímpico es gigantesca y el destino de los Titanes será el sepultamiento, el Tártaro. El orden olímpico establece ya un orden tripartito, esbozo de límites y de triangulación: Zeus obtuvo el cielo; Posidón, el mar, y Hades, el mundo subterráneo. De todos modos el orden es siempre disputado, los Gigantes amenazan el orden establecido, y Zeus conserva un lugar preeminente de soberano de hombres y dioses que reina en las alturas. Éstige limita, con sus nueve vueltas el reino infernal, al que contiene y baña con su agua mágica y fatal. Nueve vueltas, como los nueve meses de gestación que separan lo prenatal –preolímpico–, de lo postnatal. Hay una cisura que ningún viviente puede atravesar, no hay retorno al seno materno. El orden de la vida está construído sobre lo sepultado, donde los dioses apoyan sus juramentos en el orden olímpico; comienzo de Ley que preanuncia la castración fálica y la renuncia pulsional, punto de partida de lo humano, la palabra, la cultura. destacados Estado afectivo normal que está en directa relación con el aspecto de pulsión de apoderamiento, perteneciente a la pulsión sexual. El letargo trae la inmovilidad del cadáver, contiene al muerto, expresión del crímen. El celoso sufre esa pasión que brota desde lo sepultado, desde la tragedia edípica que retorna en insoportables mociones tragico-incestuosas. “después de saciada la libido heterosexual, el componente homosexual excitado se conquista su expresión en el ataque de celos. ” Celos Olvido, Homosexualidad, Desmemoria Fidias Cesio Los celos definen y realizan el complejo de castración configurando así la tragedia edípica. En una sesión, Tomás, le relata a su analista, Pedro, que la noche anterior su mujer había salido a encontrarse con una amiga y que mientras la esperaba se sentía mal, sexualmente excitado y enfermo de celos, pensando que ella iba a encontrarse con algún hombre. Mientras transcurrían las asociaciones de Tomás, Pedro sentía una progresiva modorra, no podía pensar, invadido por un letargo cada vez más intenso, hasta el punto que los párpados le pesaban y tenía que hacer esfuerzos para mantener los ojos abiertos, sólo sentía malestar y la necesidad de que la sesión terminara lo antes posible. El análisis de esa experiencia le trajo a Pedro el recuerdo de una oportunidad en la que una noche, le había dado a su esposa una excusa cualquiera para poder salir con otra mujer, y que, cuando estaba junto a su amante, le atormentaba la idea acerca del sufrimiento que tendría el marido de ésta mientras la esperaba. Interpretamos que, cuando el paciente, apasionadamente celoso, asocia con sus fantasías acerca de las relaciones sexuales de su mujer con otro hombre, le presenta a Pedro la escena primaria1, que adquiere una representación en la escena de „su‟ mujer con otro hombre. En el letargo que entonces Pedro experimenta están latentes pasiones incestuosas, celos primordiales que comprenden la muerte de los protagonistas y su identificación con el „cadáver‟ que los contiene2. En los celos primordiales estalla la pasión, una excitación sexual pulsional, que alcanza al yo como excitación erótica. 3 A Pedro, el analista, mientras se aletargaba, le aparecían vagas ideas acerca de que su mujer, que estaba ausente de la casa, podía estar con un hombre. La prolongación de esta fantasía conciente en lo inconciente sepultado, que se manifestaba como letargo, la construimos en los siguientes términos: Pedro asesina a la pareja, y se suicida, su identificación con los muertos constituye al letargo, la naturaleza de este último, real, y de realidad objetiva en su manifestación letárgica, revela el profundo y total compromiso del sujeto en la escena incestuosa. El drama que acabamos de describir es la expresión del complejo de castración, el trauma fundamental. El mismo tiene características específicas en cada caso, difíciles de determinar, en el de Pedro podemos hacer la hipótesis de que se desarrolló con particular violencia dada la intensidad de la manifestación letárgica que apareció en la sesión. Como antes dijimos, la castración, el trauma fundamental, es el momento mítico en el que el bebé experimenta la pérdida del falo, concebido en la unión con la madre. El bebé contempla ahora, celoso, la unión fálica gozosa de la pareja y queda así abandonado por los padres a la „muerte‟. Destacamos que, en este contexto, nuestra descripción es una construcción que trae a la conciencia el drama trágico incestuoso, en el que el letargo que experimenta el analista, Pedro en este caso, es la identificación del mismo con el cadáver de la pareja parental asesinada y sepultada por el hijo celoso. Celos y Olvido. El genio de Freud nos reveló en Edipo Rey la escena de la que acabamos de hablar, el incesto: El abandono de Edipo en el monte Citerón. El parricidio en la encrucijada de los caminos y la coronación del incesto en la unión con Yocasta. Estalla la peste en Tebas, a la que comparamos con la neurosis actual. Las palabras de Tiresias, cuando descubre la causa de la peste, el incesto, tiene el valor de una construcción a partir de los afectos que manifestaba el pueblo y de algunos indicios. Edipo inicia la investigación hasta que descubre que el que realizó el incesto es el propio investigador, Edipo. La tragedia de Edipo concluye en una „muerte apoteótica‟. Caronte lo llevó hasta las profundidades del Hades a a través del río Lethe –y Edipo bebió de sus aguas, las del olvido-. 4 Las asociaciones de Tomás presentan a Pedro la escena primaria y desencadenan en él los celos trágicos, el incesto, y aparece el letargo –„Lethe‟ = olvido-, ya no piensa. En el letargo –muerte aparente- sólo sabe que experimenta un penoso malestar. Las fantasías inconscientes celosas sepultadas son ahora letargo. En otras palabras: el síntoma actual, en este caso el letargo de Pedro a partir de su ataque de celos, expresión del incesto, es una forma extrema de olvido, de „muerte‟ y sepultamiento de las memorias de las tragedias edípicas que tienen por modelo la original. Los celos, constituidos por afectos, más algunas representaciones verbales, nos facilitan la construcción de las escenas que representan esas tragedias sepultadas y nos hablan del „olvido‟ a „muerte‟ de las mismas. Esas memorias sepultadas, olvidadas, así como los „agujeros negros‟ descritos en del espacio, atraen todo lo que está vinculado a ellas, palabras y representaciones, en particular las primeras y de estas, sobre todo, los nombres de los „ausentes‟. Es una experiencia corriente el olvido del nombre de un objeto mientras que por otro lado tenemos el recuerdo de las percepciones que lo definen. Por fin, el muerto, a su vez celoso, arrastra al sepulcro al sujeto que lo condenó al olvido. El Don Juan, que en sus celos incestuosos mata al padre de su amante, es a su vez la víctima del comendador que, celoso, lo arrastra a la muerte. El horror al incesto explica el olvido por sepultamiento de la tragedia –siempre incestuosa- y sus derivados primarios, que, entonces, se manifiestan en síntomas actuales, el letargo en el caso de Pedro. Los olvidos secundarios, los corrientes, que tienen que ver con la represión por el superyo, tienen sus raíces en estos primarios. Mientras los olvidos de memorias subyacentes al sepultamiento sólo son rescatables por medio de la construcción e interpretación, los segundos, resultados de la represión. lo son por la interpretación. En un caso clásico de olvido, el de Signorelli, publicado por Freud, encontramos la asociación entre la tragedia –el suicidio de un paciente- y el olvido. En el análisis que hace Freud de su olvido aparece el „muerto‟ en la realidad objetiva, el suicidio de un paciente. En esos días, en Trafoi –palabra puente para el olvido- había recibido la noticia de que uno de sus pacientes, que le importaba mucho, se había suicidado. El deseo de olvidar este episodio se expresó en el de Signorelli. Tal como encontramos en otros casos, en Freud, las memorias trágicas, sepultadas, activadas por una noticia trágica, motivaron el arrastre al inconsciente de un nombre indirectamente ligado al muerto. Los celos de los muertos. Los fantasmas de los desaparecidos son, desde lo inconsciente, perseguidores. Tal como Freud nos dice, toda muerte es vivida por el sobreviviente como su crimen, en último término, el del incesto, el de los celos primordiales. Se trata del parricidio original que genera el terror a la taliación. A su vez, el fantasma del padre, celoso del hijo que lo castró arrebatándole el falo de la madre, lo condena a muerte, (así como aparece en la cita del Don Juan que acabamos de ver). El fantasma del padre de Hamlet, celoso de su hermano, una especie de doble de Hamlet, que lo asesinó y se quedó con el „tesoro‟ de la Reina-madre –el falo-, que hasta entonces había sido del padre-Rey, retorna y a su vez mata a los que se apoderaron de su tesoro, de su poder, de su falo. Si bien son una constante, con cierta frecuencia nos encontramos con casos en los que estas manifestaciones de celos de los „muertos‟ aparecen de manera destacada, en particular cuando tiene lugar la pérdida de un ser querido. Veamos un caso: Juan consultó porque después de dos años de haber enviudado vivía desesperado, obsesionado por la imagen de la muerta. Según su relato había tenido un buen matrimonio. Me decía que María –la que fue su mujer-, cuando estaba ya muy grave, le manifestaba su deseo de que, cuando ella desapareciera, se uniera a una mujer que lo hiciera feliz como lo había sido con ella, y, más aún, se refería a una amiga del matrimonio, Ana, que ella estimaba sobre manera. Interpretamos que de ese modo negaba los celos, pues, a través de Ana, fantaseaba que iba a continuar su unión con Juan una vez que hubiera muerto. Unos meses después de la muerte de María, Juan comenzó a salir con Ana. Le resultaba sumamente atractiva, sobre todo por que poseía cualidades semejantes a las de María, pero encontraba una dificultad creciente para consolidar la relación. Ocurría que al mismo tiempo que Ana le evocaba más y más la imagen de María, paradójicamente se le volvía extraña, pues se le destacaban los rasgos personales de Ana que poco tenían que ver con los de María. Sentía que María le „impuso‟ a Ana para poder mantenerlo fiel a ella aún después de muerta, es decir, a su fantasma. De manera que cuando Ana era más Ana y menos María, ésta última, celosa, se interponía entrambos. Por otro lado, dada la intensa amistad que tuvo con María, también en Ana los celos del fantasma de María interferían en su relación con Juan de una manera semejante a la que tenía lugar en este último. Son clásicos el tema del Don Juan que posee a la hija del Comendador y asesina a este último, cuyo fantasma „celoso‟, taliativo, retorna y a su vez lo mata; y, también, el de Hamlet que antes mencionamos. Celos y homosexualidad. En el primer caso que exponemos decimos que Tomás, el paciente, en una sesión, le relata a su analista, Pedro, que la noche anterior su mujer había salido a encontrarse con una amiga y que mientras la esperaba se sentía mal, sexualmente excitado y enfermo de celos, pensando que ella iba a encontrarse con algún hombre. En estas palabras aparece anunciada la íntima relación que existe entre los celos y la homosexualidad. La idea de la mujer en relación sexual con otro hombre es motivo, en último término, de violencia asesina –incesto- y, al mismo tiempo, de una excitación erótica homosexual. En esta afirmación no hacemos más que confirmar las observaciones de Freud en su artículo: “Celos, Paranoia y Homosexualidad” ya mencionadas. En el mismo expone el ejemplo de “un hombre que padecía cruelmente con sus ataques de celos y que según él sostenía, era traspasado por las torturas más terribles al trasladarse inconscientemente a la posición de la mujer infiel. ” Nosotros agregamos, „era trasladado‟ del incesto a la homosexualidad. Antes de seguir con las explicaciones teóricas, acerca de las vicisitudes de las organizaciones que subyacen a las manifestaciones que estamos considerando, creo útil aclarar que las descripciones que hacemos en términos de una estructura sexual infantil primordial son metáforas que nos ayudan a especular. Son hipótesis creadas a partir de las observaciones en los análisis de adultos, que nos permiten diferenciar cualidades en la presentación actual. No pidamos a estas metáforas una condición de realidad objetiva, y sí, en cambio, la de un estímulo para que cada lector pueda desarrollar sus ideas. Retomando nuestro tema: apoyándonos en la contribución de Freud sobre el masoquismo femenino hacemos la siguiente teoría para explicar las vicisitudes de la castración. En un primer momento el bebé está unido a la madre por medio del falo de la misma. Luego aparece el padre y lo castra, es decir, se apodera del falo y desplaza al bebé del lugar ideal que tenía junto a la madre. El padre queda entonces con la cosa maravillosa que hacía del bebé el objeto del deseo de la madre. Se trata de la castración fálica. El bebé queda entonces abandonado –como Edipo en el monte Citerón-. El padre tiene el falo de la madre y ésta, ahora, dirige a él su deseo para recuperarlo. -La circunstancia de que sea el pene el órgano privilegiado para representar al falo, hace del mismo en gran medida el objeto del deseo-. El bebé, movido por los celos, celos primordiales, para superar su castración –que es muerte- tiene dos caminos: el del incesto, -Edipo-, es decir, castra, „mata‟ al padre, recupera el falo y queda unido a la madre por el mismo, o bien, impotente, realiza su ataque al padre seduciéndolo para que lo posea sexualmente y lo embarace, ocupando así el lugar de la madre, recuperando de esa manera el falo. La entrega homosexual condensa así la castración indirecta del padre, en cuanto el bebé, en su identificación femenina, se apodera del pene-falo del padre y del goce de la madre. La resolución del complejo de castración, en sus infinitas variantes, dan como resultante el predominio de uno u otro de los elementos que lo componen. De todas maneras el ataque incestuoso, el parricidio, que es la reacción primordial a la castración, subyace a las demás „soluciones‟, sobre todo a la homosexualidad, y se revela en el pasaje desde el sometimiento homosexual a la violencia y al crimen en la realidad objetiva, que en oportunidades encontramos en las relaciones homosexuales. En los celos que aparecen en las asociaciones de nuestros pacientes, nos encontramos con las manifestaciones secundarias del complejo de castración, es decir, las que se expresan a través de los afectos -neurosis actual- y de las palabras. Cuando ahondamos en el análisis de la presentación de los celos en esta versión secundaria y nos aproximamos a sus raíces, nos encontramos con rasgos de acción, una puesta en la realidad del complejo, que puede alcanzar una manifestación trágica, como es la RTN, y, por fin, con la „muerte‟ del análisis. Los celos originales trágicos, sepultados, cuando se manifiestan a través del yo, lo hacen en parte en términos de acción, tanto en manifestaciones homosexuales o dramas trágicos en la realidad objetiva. En cambio, cuando el complejo de castración no alcanza la organización yoica, sus manifestaciones con „corporales‟. Síntomas „actuales‟ con su cualidad somática. Por fin tenemos la versión directa de la tragedia, la „solución‟ de los celos por el parricidio, es decir, el crimen en la realidad objetiva. Los significados de „Untergang‟. En las palabras de Freud, esta última vicisitud del complejo implica la destrucción de parte del mismo, el „Untergang‟ del complejo de Edipo, el que se va a pique, al fundamento. Nosotros, siguiendo la traducción de Etcheverry, traducimos „Untergang‟ por „sepultamiento‟, una traducción que por otra parte nos parece my adecuada, sobre todo cuando trabajamos con los temas de las vicisitudes de las neurosis actuales, en particular el letargo. Por otra parte, cuando nos ocupamos del incesto primordial, de la destrucción del complejo, cobran sentido las otras traducciones, en palabras mucho más contundentes, que se han hecho de „Untergang‟, como lo es la adoptada por Strachey „dissolution‟ (desintegración, descomposición), significados que movieron a Ferenczi a objetar a Freud el uso de esa palabra, por ser demasiado fuerte. Strachey aclara que en el mismo contexto Freud utiliza una palabra más fuerte aún, „Zertrümmerung‟ (demolición). Además, en su articulo sobre el tema, “El Sepultamiento („Untergang‟) del Complejo de Edipo. ” nos dice: “pero el proceso descrito -el „Untergang‟- es más que una represión; equivale, cuando se consuma idealmente a una destrucción y cancelación del complejo. ” Estas otras variantes semánticas corresponden a distintos mecanismos. „Sepultamiento‟ corresponde a las vicisitudes derivadas del incesto que aparecen en la conciencia en términos de „neurosis actuales‟, se trata de un tipo particular de memorias capaces de ser traídas a la conciencia por la construcción. En cambio, „desintegración‟, „destrucción‟ y „demolición‟ corresponden al destino del complejo de Edipo atacado por los celos primordiales, trágicos, el parricidio. Entiendo que este último destino del complejo es un tema del mayor interés. Lo retomo, junto con las consecuencias a las que da lugar, en algunas especulaciones que expongo en las lineas que siguen. La „destrucción‟ del complejo de Edipo. Una hipótesis acerca de la desmemoria (destrucción de la memoria). La „enfermedad de Alzheimer. En las patologías a presentación somática caracterizadas por la importancia de los celos y del olvido, diferenciamos entre otras, en muy grandes líneas, las neurosis actuales y las que están caracterizadas por destrucción de sustancia. Entre estas últimas ubicamos la enfermedad de Alzheimer. Nuestra especulación se centra en que, mientras las primeras, las enfermedades actuales, resultan de la manifestación de una actividad sexual reprimida-sepultada y las memorias sepultadas son posibles de ser traídas a la conciencia por la construcción, en la segunda predomina la destrucción de las memorias fundamentales. Nos encontramos en estas manifestaciones con los dos significados que los traductores han encontrado para „Untergang‟: „Sepultamiento‟ para las neurosis actuales y „Destrucción‟ para las que implican destrucción de sustancia y de memoria. Por otro lado nos llevan a pensar en el pronostico de estas dos formas de patología. La posibilidad de acceder psicoanalíticamente a las primeras y lo que podría ser imposibilidad en el caso de la destrucción. En un paréntesis hablaremos del concepto de „memoria‟ que utilizamos en este apartado: Son formaciones en lo inconsciente, cuyas raíces son heredadas. Sólo algunas se expresan en la conciencia. La inmensa mayoría está reprimida-sepultada, y otras muchas sucumben en el proceso de la castración, son destruidas. De estas últimas concebimos la existencia de restos, de cicatrices en las que ya no es posible encontrar memorias. La destrucción de las memorias originales arrastran las construidas a posteriori sobre las mismas. Desde el punto de vista del recuerdo diremos que podemos recordar lo reprimido, construir y reconstruir lo sepultado, y que nada podemos „recordar‟ de lo destruido. Especulamos con que en la enfermedad de Alzheimer –enfermedad degenerativa progresiva del cerebro de etiología desconocida, que se caracteriza por la pérdida de memoria. No hay pruebas de que su origen esté en el proceso de envejecimiento-5 subyacen celos trágicos que destruyen las memorias originales. Cuando el parricidio, activado por celos violentos elimina el „nombre‟ del padre, la perdida del mismo arrastra al olvido a todos los demás. Las lesiones del cerebro las concebimos como una especie de suicidios parciales que van terminando con las memorias. En el suicidio se matan de una vez todas las memorias en la realidad objetiva. El crimen manifiesto resultado del ataque celoso, nos presenta la imagen última de la escena que está detrás de lo „Untergang‟ (sepultado). Nos enseña en una escena en la realidad, la que construimos como fantasía, real, a partir de las manifestaciones actuales en nuestros análisis. Como un ejemplo extremo, hipotético, mencionemos los celos que despiertan el nacimiento de un hermano. Hay casos en los que la reacción celosa los mueve al fratricidio, en otros a intentos de crimen y en otros a indiferencia –lo mata con la indiferencia-. Este último es un „crimen real‟, que transcurre en lo inconsciente, y que, cuando las circunstancias son propicias, se hace manifiesto en reacciones violentas. Parte de esta reacción „criminal‟, sepultada, llega a la conciencia como afecto, es decir, como una manifestación actual, capaz de ser atraída a la consciencia por medio de la construcción y la interpretación, y, otra parte termina en una „cicatriz‟ –algo así como la destrucción de neuronas en la enfermedad de Alzheimer- y es definitivamente olvidada. La escena primaria aparece representada por los padres unidos en relación sexual. La misma pone en escena la castración del bebé, cuando el „padre‟, apoderándose del falo que hasta entonces unía al bebé con la madre, ocupa el lugar de éste. La „madre‟ busca ahora el falo en el pene-falo del „padre‟. Esta unión de los padres figura la castración del bebé, el trauma primordial, y genera los celos trágicos, sobre los que se desarrollan los demás, secundarios, elaborados en términos del complejo de Edipo. 1 La hipótesis que explica la identificación con el „cadáver‟ en el letargo, es la de que es el resultado de la acción de la culpa inconsciente, -una especie de ley del talión- despertada por las fantasías de muerte de los componentes de la escena primaria. 2 Sabemos que el „celo‟ es un estado particular de excitación sexual, atribuido en particular a los animales, pero que también aparece en el ser humano, con un poder tal que lo empuja a pasar todas las barreras, y que puede incluso tener como desenlace el incesto, es decir, el ataque a la pareja que representa la escena primaria, con crimen y posesión sexual. 3 4 Cesio, F. : Tragedia y muerte de Edipo. Rev. De Psicoanálisis. 1986 5 Alzheimer, Enfermedad de, : 1998, Enciclopedia Microsoft Encarta. destacados Las asociaciones de Tomás presentan a Pedro la escena primaria y desencadenan en él los celos trágicos, el incesto, y aparece el letargo –„Lethe‟ = olvido-, ya no piensa. En el letargo –muerte aparente– sólo sabe que experimenta un penoso malestar. Las fantasías inconscientes celosas sepultadas son ahora letargo. Esas memorias sepultadas, olvidadas, así como los „agujeros negros‟ descritos en el espacio, atraen todo lo que está vinculado a ellas, palabras y representaciones, en particular las primeras y de estas, sobre todo, los nombres de los „ausentes‟. cuando nos ocupamos del incesto primordial, de la destrucción del complejo, cobran sentido las otras traducciones, en palabras mucho más contundentes, que se han hecho de „Untergang‟, como lo es la adoptada por Strachey, „dissolution‟ (desintegración, descomposición). En las patologías a presentación somática caracterizadas por la importancia de los celos y del olvido, diferenciamos entre otras, en muy grandes líneas, las neurosis actuales y las que están caracterizadas por destrucción de sustancia. Entre estas últimas ubicamos la enfermedad de Alzheimer. Análisis de una pasión Liliana Denicola No nos enamoramos de una mujer, sino de una situación Macedonio Fernández Lo que se denomina celos se puede definir como un estado que comprende una constelación de emociones. Los celos son un estado, un estado del Yo. Es una experiencia que le acontece al Yo. A ese yo, tan amurallado en un mundo de espejos, lo invade el desarrollo de un proceso, que se traduce en los sentimientos de furor, temor, vergüenza, desconfianza. Estas emociones se hallan enmarcadas en una escena, escena que repetida, persigue al hombre como marca que lo introduce en la socialización. Testimonio de caída de un cetro, de la perdida de la exclusividad. El neurótico está condenado a padecer inesperadamente y en cualquier situación, el drama de los celos. Su adhesión a los objetos primordiales lo enfrenta, inevitablemente, a ser notificado de que ha construido una ficción narcisística de bases poco sólidas. El argumento del niño excluido, expulsado y humillado por la pareja de los padres, de cuyos entretenidos juegos ha sido espectador, es el núcleo esencial de la escena del neurótico. A través de ella, con sus múltiples variantes individuales y míticas, el neurótico insiste en lograr un epílogo satisfactorio. Esta insistencia es una de las tendencias que forma parte del conflicto. La otra, coexistente, es la de mantener a este epílogo en suspenso, conservando así la ilusión de posibilidad y de no enfrentarse a una nueva privación. Para Freud la escena princeps de ser excluido de la pareja de los padres, con las singularidades correspondientes a cada sujeto, es el testimonio actual del momento en que el niño ha comprendido su insuficiencia. La escena de celos ha cristalizado ese instante preciso de exclusión y ha fijado en una imagen la significación de castración. Esta nachspiel (escena sin solución de continuidad) sería una operación inestable, insatisfactoria, pero necesaria a la neurosis. Es un desear el desenlace (incestuoso y parricida) pero a la vez mantenerlo en suspenso. Se elude así la acusación de haber transgredido la ley con la no consumación y su mantenimiento en la fantasía. En una dimensión imaginaria se instala algo cercano a la prohibición. La fantasía sirve al neurótico para lograr el propósito deseado de incluirse en la pareja y asesinar en ese mismo acto al tercero que se interpone, proporcionándole un indudable resarcimiento narcisístico. Diremos que los celos son emociones propias de la naturaleza humana, son el resto de un anhelo incumplido que insiste. Son la hilacha de una sutil red tejida al abrigo de ensueños que nos empeñamos en restaurar a través de mecanismos neuróticos. Por ello los celos quedan vinculados a reclamos de posesión. Son un grito ante la humillación cotidiana donde verificamos que hemos perdido el cetro, la exclusividad. Nos están robando lo que creímos nuestro, somos desposeídos. Distintas circunstancias y la particular forma que el neurótico adopta en la relación con sus objetos, dan cuenta del drama de los celos que subyace a las mismas. La pérdida de un objeto, la autonomía del hijo motivada por su crecimiento o el particular sentimiento de que las ideas puedan ser “robadas”, reviven el drama de desposesión. El fantasma amenazante del ladrón, el intruso o el extranjero lleva en su núcleo las vivencias del nacimiento de un hermano o tercero que ha desplazado y matado los sueños de ser único para mamá. La xenofobia, tan frecuente y tan agitada por regímenes de carácter autoritario, ejercita activamente el drama de la exclusión. Hitler justificaba el deseo asesino y el exterminio del diferente con una frase que se le atribuye: “para los individuos como para los estados es preferible un fin espantoso que un espanto sin fin”. El “diferente” es aquel que rompe la armonía absoluta pero a quien necesitamos. Esta aspiración paradojal del ser humano de rechazar lo diferente y a la vez necesitarlo, responde a la necesidad de ubicar “marginales”, extranjeros, “distintos” en el borde de una escena y confirmar de esta manera el privilegio de ser participante de ella. Dejar a otro en los márgenes me incluye en la escena. Los celos estan vinculados con la idea de posesión, con lo que Freud denominó la pulsión de dominio. Este concepto tuvo, a partir de 1920, como le ocurre a toda la teorización freudiana una inserción diferente. Bemächtigungtrieb, pulsión de dominio, implica el control del objeto, una conservación y poder sobre el mismo. Por ello esta tendencia es esencial al erotismo anal. Freud en Tres ensayos de teoría sexual (1905) atribuye a la pulsión de dominio el origen de la crueldad infantil. Esta pulsión de dominio no tiene como fin el sufrimiento del otro, si no el ejercitar sobre el objeto la autoridad (macht) y verificar su posesión. A esta altura de sus especulaciones Freud postula una pulsión de dominio independiente de la sexualidad y es en el sadismo donde se produciría esta unión. Freud expresa en Tres ensayos la hipótesis de que es debido a una estimulación sexual precoz que se produce la anastomosis de la pulsión de dominio con la sexualidad. Con el desarrollo del concepto de pulsión de muerte considera la tendencia a dominar al objeto, no como una pulsión específica, si no como un aspecto del ejercicio del sadismo. El goce en el dominio, poder o autoridad sobre el objeto, cuando es meta de la pulsión, es una forma de exteriorización de la pulsión de muerte en la sexualidad. Cuando la sexualidad es arrastrada por la perentoriedad de la pulsión, cuando ella busca su descarga absoluta, el destino del objeto es la aniquilación. La tendencia a la posesión total del objeto se ve expresada en las fantasías neuróticas. De acuerdo al modo en se exprese la sexualidad, la fantasía manifestará el deseo de incorporar el objeto (oralidad, canibalismo) el deseo de dominarlo por la violencia y humillación, (analidad, sadismo); o si existe un predominio de lo fálico, el deseo de poseer al objeto como signo de potencia, de poder. Librado de la neurosis, el ser humano instrumentará el sadismo de forma que le permita el dominio sobre el objeto en la medida proporcional para alcanzar la consecución del acto sexual. El dominio o poder sobre el objeto deja de ser un fin en sí mismo. Si consideramos el dominio o posesión como una exteriorización de la pulsión de muerte, cuando se constituye en un fin en sí mismo el objeto gozará de pocas consideraciones y siempre se hallará presente el fantasma de su aniquilación. Aniquilación que si bien puede no corresponder a su desaparición física, sin embargo puede significar un ataque a lo más recóndito de su ser. En determinadas parejas el otro es una posesión y es atacado en el lugar de mayor grado de libertad, su deseo. En ocasiones se manifiesta como luchas de poder entre los integrantes y en otras en el sometimiento masoquista de uno de ellos, quien en ese ser para el otro, aún humillado y maltrecho, encuentra su razón de ser. ¿A qué se debe que un sujeto se encuentre compelido a poseer, retener y dominar, o en su versión pasiva a ser poseído como modalidad predominante en sus vínculos? Freud dice “todo ser humano por efecto conjugado de sus disposiciones innatas y de los influjos que recibe en su infancia, adquiere una especificidad determinada para el ejercicio de su vida amorosa, o sea para las condiciones de amor que establecerá y las pulsiones que satisfará, así como para las metas que habrá de fijarse”. Es de observar sujetos donde los celos constituyen su estado predominante. Son individuos que poseen un exagerado sentimiento de propiedad y los que con “celo” guardan sus pertenencias. Estas personas en cuestión, manifestarían con ello y según el razonamiento freudiano, “una especificidad determinada para el ejercicio de su vida amorosa”. La escena de exclusión, de robo, de expropiación, acompaña al celoso. En esa escena, inconclusa, clama por lo que es supuestamente suyo. En el cuidado exagerado de sus pertenencias denuncia una pérdida primordial de lo que paradojalmente nunca fue suyo. Pertenecer o poseer, variantes de lo mismo, da la certidumbre de unión eterna. Por esto clama y por esto se queja el sujeto apresado por los celos: la unión incondicional que siempre se le escapa. La creencia en la unión incondicional corresponde a la certeza que tiene el niño de ser todo para mamá y que pronto se derrumba, naufraga con la llegada de la inquietante noción de que hay algo o alguien más entre mamá y él. Pero si bien es inquietante, humillante (el celoso se siente avergonzado de la exclusión), también es una experiencia que normativiza las relaciones, pone un límite al goce. Quiero decir con esto que si no hay un intruso, un ladrón que destruye la espléndida beatitud, se lo inventa, a fin de no quedar a expensas del objeto amado. Más allá de la neurosis, en el terreno de la paranoia ya se trate de persecución o de celos, se crea un tercero (llámese perseguidor o acosador sexual) donde estructuralmente faltó. Los celos son la cristalización de la escena donde se desbarata la certidumbre de ser amado exclusivamente, para pasar a vivenciar la humillación de ser excluido, de constituirse en el descarte de una escena. Pensemos que los celos tanto en su versión más paranoica, como en la neurótica son el reclamo de no ser excluidos, básicamente de ser amados. El discurso de modalidad paranoica está lleno de certezas como una suerte de compensación, ya que el paranoico tiene certeza de todo menos de ser amado. El sentimiento de sí (selbstgefühl), es la mirada que el sujeto lleva sobre sí mismo y la que le da la medida del grandor de su Yo. Contiene lo que es él para la mirada de sus padres y aquello de lo que depende para ser amado. El estado de celos contiene una sensación de empequeñecimiento que se invierte y se proyecta en el menosprecio y maltrato al objeto. En la escena de celos encontraremos entonces un niño que lleno de furor, observa cómo le han quitado el objeto amado y el cetro alrededor del cual giraba la vida; que humillado, teme que esta situación se convierta en cotidiana, y que enfurecido, lucha por arrancar al intruso la posesión de su objeto. Si te poseo o me posees logro la certidumbre del amor. Marie Bonaparte, con la frescura de la época en que el Psicoanálisis se cocía al calor de su creador, describe en la Revue Francaise de Psychanalyse (1927) el caso de madame Lefébre, autora de un crimen que horrorizó a la sociedad de la época (1925) M. Lefébre, una mujer de hábitos burgueses, religiosa, frígida en su matrimonio, el cual había sido arreglado por conveniencia, dedica sus ardores a sus dos hijos: Carlos quien se ve afectado tempranamente por una amiotrofía por lo que pasa a ser de su absoluta “propiedad” y Andrés quien logra cierto desarrollo personal. La familia se caracteriza por su aislamiento y son conocidos por una extrema economía. Cuando Andrés, uno de los hijos, está por obtener su título de escribano, M. Lefébre ingresa en la menopausia con un acentuado cuadro de hipocondría. Se destaca entre sus quejas la de tener un peso en el vientre, síntoma que no logra ser atribuido a ninguna afección. El matrimonio interrumpe la vida conyugal. Coincide con ello una constipación pertinaz. Llamativamente la menarca de esta mujer se caracterizó por diarrea y la menopausia por constipación. Como podemos observar el expulsar y el retener, el dar y el apropiarse eran las formas de expresión que para ella adquiría todo lo relacionado con los avatares de la sexualidad. Retengamos esta característica pues será esencial al drama de celos que se despliega posteriormente. Drama del que ella será planificadora y a la vez central protagonista. El proyecto de casamiento del hijo agrava sus males y en consecuencia lo encara con poco entusiasmo. Rechaza a la nuera, en especial cuando se entera que la misma ha tenido la intención de iniciar “un pleito a su propia madre”. Con la boda aumentan las acusaciones a la nuera, sobre todo en cuanto a lo que considera derroche: usar en exceso el automóvil del hijo; usar huevos de más para la salsa, etc. Lefébre quien destacó en las entrevistas el respeto que tenía hacia sus padres, acusa a la nuera de poco respeto, cuando le escucha decir: ”Ya me tiene. Bueno ahora tiene que contar conmigo”. Frase mortal según la consideración de esta suegra quien decide comprar una pistola y en un paseo en automóvil y mientras el hijo conduce, mata a la nuera embarazada de cinco meses. El crimen inspira el horror de la población de la época, horror ancestral frente al asesinato incestuoso. Como coro griego, la opinión pública murmuraba que había prácticas carnales entre madre e hijo e interpreta el asesinato como un desenlace inevitable. Con el crimen desaparece en Mme. Lefébre las quejas hipocondríacas y fríamente dice “ haber cumplido con un deber”. Marie Bonaparte destaca esta ausencia de culpa y atribuye a la realización del acto criminoso virtudes curativas. Sin embargo, posteriormente, surge un cáncer en un pecho (mama) que si bien a la paciente parece no preocuparle, muestra que su psiquismo continúa laborando. La culpa, con un carácter trágico paga con el cuerpo (enfermedad orgánica), lo que no ha podido lograr en la dimensión simbólica. No ha existido una tal “curación por el crimen”. Este caso que presenta tan ricas facetas, interesa a nuestro tema en cuanto es la consumación de una escena que en casos de menor gravedad se mantiene en la tensión de la rivalidad. Muestra que el fundamento del drama que se desarrolla se halla en el “pleito” con el objeto primordial, en el inacabable litigio ante la exclusión y el abandono. El excesivo respeto que M. Lefébre tenía a su madre, escondía odios irreparables. La traición del objeto amado le quedaba, cuando niña, demostrada por el nacimiento de sus hermanos y en el juego repetitivo infantil la pequeña Lefébre trata de conjugar lo traumático de la experiencia. La escena repetida que ella había creado era el “entierro de los pollitos”. Esta consistía en enterrar al infortunado animal en medio de un funeral, en el que a su hermano Carlos le había sido otorgado el papel de sacerdote. A la luz de los acontecimientos posteriores la tragedia que antecede al funeral corresponde al crimen de los hermanos, de los intrusos, testimonios de la traición de la madre. El drama se asentaba sobre la tragedia desatada por la intensa pasión que tenía como objeto la otra mujer. La neurosis se estructura sobre catástrofes narcisísticas, por lo que serán inevitables en la misma, episodios de celos que indican el recrudecimiento de la vieja herida para la cual no ha habido sutura. La fantasía de que “un niño es pegado”, expresa en sus distintas variantes las alternativas del drama de celos que todos hemos experimentado. En ella se renueva la exclusión, pero como Freud lo demuestra, encuentra en las alternativas imaginarias consuelo a su desazón. Esta fantasía, paradigmática desde distintos puntos de vista, culmina en un acto masturbatorio. La fantasía no logra representar suficientemente la experiencia vivida y el acto ocupa su lugar. Freud observa en Tres ensayos que mientras la niña se masturba frotándose, el niño para el mismo acto, se apodera del pene con la mano. En ello fundamenta el carácter masculino de la tendencia al dominio del objeto. En estas ideas que Freud postula es posible reconocer cierta reminiscencia del pensamiento evolucionista, el cual proponía considerar que ciertas variaciones en el despliegue o desenvolvimiento de determinados caracteres se preservan a lo largo del tiempo. Por ejemplo, sostiene que en la evolución humana, le siguió al uso de la mano y como una prolongación de la misma, la creación de instrumentos, lo que constituyó para la especie un momento crucial para la adquisición de la palabra y de la socialización. En algún punto los pensamientos se encuentran. Así no era ajeno al pensamiento de Freud el considerar como un paso a la socialización del sujeto, el abandono de la masturbación y con ello la disminución del poderío de la libido homosexual. El pensamiento freudiano contenido en germen en los primeros escritos se enriquece y afianza a lo largo de su obra. Es así que la relación que establece Freud entre el carácter masculino de la tendencia del dominio sobre el objeto y la facultad que posee el varoncito de apoderarse de su pene con la mano, servirá de base para ideas que desarrolla más adelante en “Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia anatómica entre los sexos”. En estos desarrollos aclara que la envidia del pene en la niña constituye un reforzamiento al sentimiento de celos. La “escena de celos” se hallará estimulada, en su carácter patológico, por el reclamo por la posesión del falo. Ello puede quedar representado por el “celo” por el hijo, por el parternaire sexual, etc. El furor y deseo del dominio del objeto, esencial a los celos, lo vemos enlazado entonces, a la idea de propiedad. Idea que su vez sustenta la posesión imaginaria del falo. En la lucha por la posesión se esconde la competencia con el varón, que cuando pervive, indica interferencias en el camino hacia la consecución de la feminidad. En la mujer la humillación de no ser exclusiva, de verse desplazada por un tercero en el amor del objeto primordial, se ve acrecentada por la diferencia sexual anatómica generadora de aquella envidia que puede convertir los celos en un rasgo de carácter. La lucha por la posesión del falo podrá tomar diversas expresiones, pero siempre estará acompañada de la vivencia de haber sido perjudicada. Al igual que en la niña, en el varón la especial inclinación a los celos se halla vinculada al complejo de castración. El intruso también es amado. Pero el amor del padre puede implicar la castración y como defensa frente a esta tendencia, se sostiene la tensión de la escena de celos. Si hay un intruso debo luchar, evitar entregarme me reafirma en una simetría con respecto a él. La humillación que acompaña el rendimiento de las tropas en una batalla, con la simbólica entrega de las armas, debe seguramente evocar aquella tendencia masculina de entrega al padre, posición contra la cual el varón neurótico lucha denodadamente. Con la masturbación el varón recobra la posesión concreta del objeto. El falo está allí, entre sus manos y para confirmar esta certeza de posesión deberá repetir el acto innumerables veces. Hay una guerra, la edípica, a la que el varón debe aceptar como perdida, para poder iniciar sus propias batallas. En el caso de la masturbación acompañada por la fantasía que incluye la escena donde un niño es azotado, se cumple el deseo de exclusividad. Soy el falo para mi padre y en mi ensueño el intruso que rompió el encanto es pegado, odiado por mi padre, por lo que elimino el rival y me uno al objeto amado. Goce extremo que finaliza en el acto masturbatorio. Final que sortea la prohibición fundante e incrementa la conciencia de culpa. El descubrimiento de no ser todo para el objeto amado tendrá como desenlace un duelo, que revestirá un carácter de normalidad en tanto conlleve la aceptación de la pérdida. La cristalización de la escena de celos impide la entrada en el duelo y en el padecimiento de sus vicisitudes. El psicoanálisis descubre que quien padece celos suele ser un hábil director de escena. Revela la paradoja de que al sujeto se le hace necesario experimentar celos, construir un rival. En el caso de Dora, paciente de Freud, parecía tener celos de la amante del padre, la señoraK, y sin embargo Dora contribuía a mantener esta relación. En realidad ella contribuía a mantener los juegos del deseo para no precipitarse en la angustia, habida cuenta del atenuamiento del deseo en la trama original. (madre indiferente, padre impotente). La urdimbre de los celos mantiene la tensión del triángulo edípico Se dan exacerbados en aquellos casos donde la entrada en el complejo de Edipo se ha visto dificultada y por lo tanto el sujeto teme caer apresado en la “celada” del objeto primordial, con el sentido más neto de posesión. Temiendo a su vez a su propia tendencia de retorno al abismo materno. Los celos que crean un rival, salvan al sujeto y le permiten cierta socialización. Sin embargo la socialización queda entorpecida por la amenaza de la libido homosexual. Los celos forman parte de toda relación, y en una pequeña dosis agregan atractivos y acicates a la misma. Cuando lo que predomina es el interés por la posesión se acercan a la aniquilación del otro. Quien logra quizás mejor expresar esto es un analizado, que dice lo siguiente: Ella es dueña de sí misma salvo en un lugar, la cama. Y yo. . yo me siento dueño unos momentos antes de penetrarla cuando me mira admirada. Después me pierdo. A diferencia de la inmovilidad repetitiva de la escena de celos, nos encontramos frente a una dinámica: ella admirada y él sabiendo que en su cama se borran los límites, que cede la lucha de posesiones y que ambos se pierden en el fuego renovado de la eterna historia de la humanidad. BIBLIOGRAFIA Freud, S Tres ensayos de teoría sexual Pegan a un niño Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia anatómica entre los sexos Bonaparte M. El caso de Madame Lefébre - Rev. de la Asociación Psicoanalítica Argentina 1947 destacados En la escena de celos encontraremos un niño que lleno de furor, observa cómo le han quitado el objeto amado y el cetro alrededor del cual giraba la vida; que humillado, teme que esta situación se convierta en cotidiana, y que enfurecido, lucha por arrancar al intruso la posesión de su objeto Los celos son la constelación de emociones correspondientes a la escena donde se desbarata la certidumbre de ser amado exclusivamente y se pasa a vivenciar la humillación de ser excluido, de constituirse en el descarte de la escena El descubrimiento de no ser todo para el objeto amado tendrá como desenlace un duelo, que poseerá carácter de normalidad en tanto conlleve la aceptación de la pérdida. La cristalización de la escena de celos impide la entrada en el proceso de duelo y en el padecimiento de sus vicisitudes Los celos inconscientes Análisis de un caso de impotencia sexual Alberto Loschi Introducción El interés que suscitan los celos para nosotros -psicoanalistas- es que se trata de un afecto íntimamente vinculado a las vicisitudes centrales de la conflictiva edípica. Como afecto presenta a la conciencia un tono fuertemente displacentero; la vivencia de los celos es particularmente dolorosa. Uno de los elementos nucleares y que le da una cualidad característica al dolor de los celos es la disminución, más o menos importante, del sentimiento de sí (selbsgefühl). Esta actúa como una herida abierta que atrapa al celoso en una serie inagotable de cavilaciones y elucubraciones que intentan cerrar la herida pero, como la lengua que vuelve una y otra vez sobre la muela dolorida, lo único que logran es sostener y acentuar el sufrimiento de los celos. El carácter de esta ideación reverberante es variable de acuerdo a cuál sea el aspecto del sentimiento de sí que se vea más comprometido. Lo común es que aparezcan ideas referidas al objeto infiel. Imagina escenas, que aunque sepa fantasiosas, hacen más aguda su tortura, como cuando Otelo piensa a Desdémona poseída y gozada por todos sus soldados. Otras veces, cual un detective, cree descubrir infidelidades, presentes y sobre todo pasadas, en los más pequeños indicios que en su momento pasaron inadvertidos. Las cavilaciones pueden también dirigirse sobre las cualidades del objeto infiel para denigrarlo, se trata de alguien ruin, un traidor que ha actuado mal y frente al cual se siente en pleno derecho de juzgarlo y condenarlo como un policía que ha pillado a un delincuente. Puede también sumirse en las más variadas e imaginativas ideas de venganza o fantasear actos que lleven al infiel a arrepentirse y reconocer lo ignominioso de su acción, compartiendo a partir de allí los criterios del celoso, quien puede entonces trocar su fracaso en un triunfo. Todas estas ideas denotan el fuerte compromiso del sentimiento de sí, siempre presente en los celos. El sentimiento de sí, de acuerdo a Freud, se apoya en tres pilares: los residuos del narcisismo infantil, la omnipotencia confirmada por la experiencia y el retorno de libido en la gratificación objetal. Los tres se hallan comprometidos en los celos. Cuando lo que domina es el „factor objetal‟ las reacciones del celoso se acercan a las que ejemplificamos más arriba. Cuando el pilar que tambalea es el de la omnipotencia confirmada por la experiencia la reacción más inmediata será la furia con indignación frente al sentimiento inminente de un fracaso en la omnipotencia. La furia se acompaña con la decisión firme de rechazar tal fracaso. Si la infidelidad se confirma al infiel se lo hará desaparecer y con él desaparecerá también la injuria acontecida. En este caso un elemento dominante es confirmar la veracidad del hecho de lo cual encontramos, nuevamente en Otelo, un ejemplo admirable. En cambio cuando lo prioritario es „el factor objetal‟ este elemento no reviste la misma importancia. Otras veces lo que se derrumba son los residuos del narcisismo infantil, sucumbe „his majesty the baby‟. En tal caso la reacción suele ser melancólica y presentar las características de la misma. Puede también haber reacciones más automáticas y directas, despertándose angustias de muerte con vivencias de catástrofe. Esta división, hecha a los fines expositivos, es útil desde el punto de vista clínico pero hay que tener en cuenta que siempre son los tres niveles los que están comprometidos. Son distintos matices con que se presenta la castración fálica. Otro elemento a considerar, en la reacción que suscitan los celos, son las defensas que se ponen en juego. El pasaje al acto, con el homicidio o suicidio, ejemplifica bien los casos de crímenes pasionales. Estos episodios extremos revisten interés también por otros motivos. Como suele ocurrir, lo que aparece en el extremo de una serie muestra lo que ya está desde el origen. Podemos decir que el crimen, la violencia criminal, es uno de los elementos que hacen a la sustancia de los celos. El crimen no es consecuencia de los celos. El acto criminal está en la base de lo que a la conciencia se presenta como celos. Otra defensa a considerar es la renegación. Nuevamente la literatura nos proporciona un buen ejemplo de la misma. Boubouroche (pieza de G. Courteline, citada por Rosset) ha instalado a su amante Adèle en un pequeño apartamento. Un vecino advierte a Boubouroche de la traición cotidiana de que éste último es víctima: Adèle comparte el apartamento con un joven amante que se esconde en el armario cuando Boubouroche llega. Furioso, Boubouroche va hacia el armario, donde encuentra al amante escondido. Lleno de ira le pide explicaciones a Adèle, pero ésta se limita a reprochar a Boubouroche su conducta vulgar, agregando que a cualquier otro que hubiese sido menos grosero, con gusto le hubiera dado la explicación pertinente. Frente a eso, Boubouroche admite su error y después de hacerse perdonar por Adèle se vuelve contra el vecino llamándolo cornudo y acusándolo de calumniador. Aquí la renegación no es de los celos, sino que está al servicio de sostener la condición erótica; a Boubouroche lo excitaba ser cornudo. El erotismo se muestra así como otro ingrediente de los celos. Así como antes el crimen pasional nos mostraba el vínculo íntimo entre celos y acto criminal, ahora las perversiones nos muestran la relación íntima entre celos y erotismo. Repasemos lo que en esta reflexión sobre los celos hemos podido colegir. Los celos determinan una importante disminución del sentimiento de sí y a la vez están íntimimamente vinculados al crimen y al erotismo, muerte y sexualidad. El sentimiento de sí corresponde al narcisismo del yo. Muerte y sexualidad aluden a algo siempre extraño al yo. Es lo que hace sufrir al yo y que a la vez está en el núcleo de su deseo. El objeto de deseo erótico es fuente de placer pero también de sufrimiento. Hay, en el paso al deseo erótico, una fascinación fundamental por la muerte. El objeto erótico, el objeto amado, hace presente al yo lo que es del orden de la muerte y la sexualidad. De ahí la fascinación que alimenta al erotismo, en un delicado equilibrio siempre amenazado por los celos. Si no se puede poseer al objeto amado es frecuente desear su muerte, o la propia. Pero poseerlo también tiene el sentido de una muerte: así hablamos del acto sexual como de una posesión y del orgasmo como una petite mort. Si el yo es el terreno donde se da la experiencia de lo profano, muerte y sexualidad es el terreno donde se da la experiencia de lo sagrado, de lo trágico. Los celos es una forma de presentarse a la conciencia eso sagrado-trágico que está en la sustancia de la conflictiva edípica. El sufrimiento, la tortura, la voluptuosidad de los celos hablan de ella, como así también el efecto de atracción que ejercen y que hacen que el celoso gire incansablemente „regodeándose‟ en sus ideas tortuosas. Más allá de la ideación, sintomática, del celoso están los celos trágicos, inconscientes, cuya manifestación más directa se evidencia en actuaciones. El núcleo común de las mismas es el crimen. En lo que sigue trataremos sobre un caso donde los celos inconscientes tienen un papel importante. En el relato del mismo nos centraremos en ese aspecto del material dejando de lado otros, no menos importantes, tales como el de la culpa inconsciente y su relación con los celos inconscientes con los que está íntimamente entrelazada. Un caso clínico Z inicia su tratamiento analítico a raíz de una severa impotencia sexual que padece desde hace varios años. Asocia el comienzo de su trastorno con el nacimiento de su hijo, señalando que ambos sucesos coincidieron en el tiempo. Durante el análisis dominaba el tema de su tarea profesional. Z. era periodista y, en las sesiones, encontraba un especial placer en descubrir equivalentes de la impotencia en su actividad laboral. Con el tiempo hizo importantes desarrollos en su profesión que sistemáticamente adjudicaba al éxito del análisis. El analista recibía esos „elogios‟ con marcado displacer, sentía que hablaba de otro, que él era un ausente. A la vez que experimentaba él mismo „la impotencia‟, no podía „penetrar‟ en el análisis de Z. . Al aludir, en oportunidades, al contraste que había entre lo que Z. expresaba de su análisis y lo que sentía y pensaba el analista, Z. se reía. El carácter sádico de esa risa, abordado en diversas ocasiones, parecía permanecer ajeno a la consciencia de Z. . Por otro lado su impotencia sexual, que seguía incólume, no era objeto de su preocupación, salvo en las muy raras ocasiones que intentaba el coito con su mujer o, lo que era más raro, con alguna aventura ocasional, intentos que sistemáticamente fracasaban. En esas ocasiones sí aparecía el reproche que el análisis nada hacía por su impotencia, que el analista era impotente en su tarea. Como dato histórico vale consignar que Z. era hijo único; su padre, una figura ligada al delito internacional, abandonó la familia huyendo del país cuando Z. tenía veinte años. A partir de su huida las amenazas de muerte que pesaban sobre él recayeron sobre su familia. Z. y su madre tuvieron que desprenderse de la considerable fortuna que el padre les había dejado, con el fin de verse libres de tales amenazas. Durante muchos años nada supieron del padre, llegaron a darlo por muerto, pero poco antes del nacimiento del hijo de Z. reciben noticias desde un país limítrofe: el padre vivía y al cabo de unos días estaba en Buenos Aires. Con muchos conflictos se reinicia una relación que dura poco tiempo pues durante una discusión con Z. el padre sufre un infarto, es internado y al día siguiente muere. Durante la ausencia del padre, Z. tuvo que enfrentar las amenazas, la penuria económica que siguió a las mismas y mantener a su madre. Trabajó, se vinculó al periodismo y llegó a casarse. La relación con su mujer era mala, la describía como una bruja que constantemente lo denigraba y no dejaba pasar ocasión de enrostrarle con sarcasmo su impotencia. Mientras transcurría el quinto año de análisis conoce a una mujer con la que inicia una relación y con la que vuelve a poder tener vida sexual. Pero esto, que parecía un cambio significativo, desató la tragedia en el análisis. De golpe apareció en Z. una angustia de muerte intolerable acompañada con un cuadro de arritmia cardíaca; consulta a un cardiólogo que aconseja la internación y una medicación a base de beta bloqueantes, medicamentos que como efecto secundario suelen provocar impotencia. A instancias del analista decide „internarse‟ en el análisis pasando a tener sesiones diarias y con frecuencia más de una sesión en el día. No llega a tomar la medicación haciendo responsable al analista por esa decisión; lo acusa de haberlo llevado a ese estado y de “estar jugando con su vida”. Atravesado por la angustia y sintiendo la muerte como algo inminente confiesa a la mujer su infidelidad. Dada la gravedad de la situación esta confesión no provoca en la mujer una reacción inmediata. Al cabo de un tiempo el cuadro de angustia cede y en ese momento la mujer le plantea a Z. que ella no puede tolerar la infidelidad; le reprocha que el análisis había provocado esa situación entre ellos y lo conmina a abandonar el tratamiento si quiere continuar con ella. Z. siente que no puede interrumpir el análisis, trata de hablar con la mujer, sin resultado, y se separan. Luego de la separación el clima parece tranquilizarse. Z. vuelve a salir con la amante, relación que había quedado interrumpida durante el desarrollo del cuadro de angustia, se siente bien con ella y comienzan a planear pasar juntos un período de vacaciones. En esas circunstancias se entera que su ex mujer está saliendo con un antiguo novio. Esa noticia, que primero lo sorprende, comienza a excitarlo, quiere averiguar más, arregla un encuentro con ella a partir del cual empiezan a verse, vuelven a tener relaciones sexuales y al poco tiempo ya están viviendo juntos nuevamente. En ese momento Z. interrumpe su análisis acusando al analista de una “falta ética grave” al haber puesto en peligro su matrimonio. Lo que llamó la atención del analista fue que la resolución de la impotencia desatara en cascada sucesos que desbordaron el análisis. Era evidente en Z. la intensa fijación a la madre. El vínculo entre ambos fue muy estrecho durante toda la infancia y aún la adolescencia de Z. . Cuando el padre huyó al extranjero, Z. pasó a hacerse cargo de la madre. Hablaba con orgullo de esa época, de cómo pudo enfrentar los problemas, empezar a trabajar y mantener el hogar que compartía con su madre. Ella lo elogiaba, a la vez que criticaba al padre y a la relación que había mantenido con él. Tal como Edipo, „muerto‟ el padre, Z. pasó a reinar en el hogar, alejó a los enemigos y resolvió la penuria económica. Hasta que apareció la impotencia. Años después inicia su análisis. Es curioso que durante esos años no realizó ningún tipo de consulta por su impotencia. Durante una primera etapa del tratamiento las sesiones desplegaban estas escenas de „la vida familiar‟. Z. elogiaba al analista por los logros del análisis tal como la madre elogiaba a Z. . La transferencia homosexual respondía a la estructura que Freud indicara para ciertos casos de homosexualidad masculina. Así como se sintió amado por la madre, el homosexual, ahora identificado a la madre, busca un objeto que lo represente y al cual amar bajo el mismo modelo. Frente a esos elogios el analista sentía una profunda inquietud; identificado al padre, se sabía excluido, estéril, impotente y el clima que vivenciaba era de una violencia inquietante. La violencia tenía referentes históricos importantes y se mostraba en lo actual de la vivencia del analista, pero en cuanto a la dinámica del tratamiento permanecía bloqueada en la transferencia homosexual. Este bloqueo se reflejaba en la impotencia pertinaz de Z. , y en la que padecía el analista para llevar adelante el análisis. Fue mucho más tarde, cuando reaparece la potencia, que se desata la violencia. Recordemos que transcurría el quinto año de análisis cuando Z. conoce a una mujer con la que puede volver a tener erecciones. La „aparición‟ del pene en estado erecto provocó en Z. un tremendo impacto. Desequilibró las defensas narcisistas del yo dando lugar a un cuadro de angustia agudo acompañado por una arritmia cardíaca. El pene y el corazón estaban hablando, en ellos se hacía presente un „aparecido‟, un objeto fundamental que anunciaba la tragedia. También apareció la „potencia‟ del analista, lo que generó un cambio en la transferencia homosexual que dio lugar a un cuadro de angustia, con manifestaciones paranoides e hipocondríacas. Z. , angustiado, sentía que el analista lo estaba acercando a la muerte. Nota sobre la impotencia Es interesante señalar de éste caso la relación entre el pene erecto y el corazón por un lado con el narcisismo del yo por otro. Freud decía del yo que es ante todo corporal, y sobre todo la proyección de una superficie. Esta imagen de superficie, bidimensional, ilustra que su „contenido‟, tridimensional, es de alguna manera extraño al yo. Hay cierta superficie corporal que responde al yo. El yo puede levantar una pierna, mover un brazo, etc. , pero la erección del pene, como los latidos del corazón, responden a otro amo. La congestión sanguínea que involucra responde a un movimiento ajeno al yo, a algo „otro‟ que yo. La excitación sexual pone en juego eso „otro‟ que, en su origen, es amenazante para el yo. Es el poder de la sangre, de la herencia, de los antepasados; es el poder del „padre‟. El poder de lo sexual es ajeno al yo, aunque éste pueda hacerlo suyo. Vale aquí la frase de Goethe, citada por Freud: “lo que de tu padre has heredado tuyo debes hacerlo”. Sabemos que cuando eso „otro‟ invade un territorio del yo, éste pierde potestad sobre ese territorio, como ocurre en la histeria (“La perturbación psicógena de la visión según el psicoanálisis”). Un ejemplo universal de esto y que, dentro de ciertos límites, lo consideramos normal es el rubor. Al igual que en la erección hay congestión, pero ésta afecta la superficie del rostro. En el caso del rubor es transparente la incomodidad que invade al yo como sentimiento de vergüenza, y la vergüenza surge cuando se muestra aquello que el yo debía mantener oculto; por extensión se llama “vergüenzas”, en cierto lenguaje, a los genitales. También la erección del pene provoca vergüenza si ocurre en un lugar inadecuado, por ejemplo en publico, o si no ocurre cuando debería ocurrir. No obstante, la erección del pene, a diferencia del resto de la superficie corporal, muestra como normal lo que pasa a ser síntoma si afecta otras partes del cuerpo. En la histeria se genitaliza una parte de la superficie del cuerpo, mostrándose así lo oculto bajo la forma de un síntoma. Lo que no es genital se comporta como un genital. Ahora bien, en la impotencia parecería ocurrir un proceso inverso al de la histeria, el genital se comporta como un no genital. Sin embargo algo nos induce a pensar que no hay tanta diferencia y que la particularidad de la impotencia es que lo que se sexualiza, a diferencia y semejanza con la histeria, es el genital mismo. Explicar esto requiere que hagamos cierta especulación sobre los contenidos del acto sexual normal. Decíamos que la excitación que acompaña a la erección manifiesta algo „otro‟ que yo. Desde esa perspectiva, el pene erecto durante el coito es un „otro‟. Presenta „la potencia del padre‟ poseyendo a „la mujer-madre‟; son „fantasmas en celo‟ que excitan, entre otros contenidos, aquellos de la escena primaria. Estos contenidos tienen el poder del contagio. La excitación se contagia, encendiendo „el celo‟. Por su parte la mujer, durante el acto sexual, recibe el pene, que en su significado inconsciente es el pene-hijo del padre; es un „otro‟ que yo. El coito pone en juego las vicisitudes en la relación con eso „otro‟. Poder dar lugar a la unión sexual implica poder integrar los celos que despierta el hecho de „ser yo y no ser yo‟ aquello con lo que goza la mujer. El coito es una relación de dos que sigue a la relación de tres, y las „memorias‟ de las alternativas que atravesó la triangularidad son actuales en el coito. En ese sentido la impotencia de Z. dramatiza una escena parricida, el yo mata al „otro‟, no hay lugar para los dos, el pene queda „muerto‟, se realiza el crimen pasional. Es desde esta perspectiva que podemos decir que la impotencia es manifestación de esta carga sexual primaria sobre el genital, la impotenciasíntoma encubre y muestra „eso‟ oculto. Recordemos que en Z. la impotencia coincide con el momento en que el padre se hace presente y cuando aparece el hijo. Es el pene-hijo del padre que toma posesión de la mujer desatando los celos pasionales. Es el momento de la discusión violenta con el padre, del infarto y posterior muerte de éste. La impotencia condensa el incesto-parricidio. En la impotencia Z. sigue „reinando‟ junto a la madre, vive ese idilio narcisista, que en el análisis cobra la forma de una transferencia homosexual. Cuando Z. recupera la potencia el pene erecto es eso „otro‟, la aparición del padre repudiado. Tal como cuando aparece el padre, que se creía muerto, estalla la pelea que culmina en el infarto y la muerte, el pene erecto es el „aparecido‟ que vuelve a hacer presente la escena trágica. Esta escena, que despliega el crimen pasional, se anuncia en la intensa angustia que pasa a dominar este período de análisis. Tal como el padre se iba a internar, tal como al padre el corazón le anunciaba la muerte. La arritmia cardíaca dramatizaba la alteración del tiempo; recuerdos „latentes‟ de otros tiempos volvían a latir en el corazón, el ritmo pasional de la escena del duelo con el padre agitaba esos latidos. La sangre que había vuelto a ingurgitar su pene, también había vuelto a poner en circulación recuerdos sangrientos. El padre, con su potencia, había vuelto a poseer a la madre desatando la pasión de los celos. El „celo‟ y los celos Esta escena pone en evidencia el origen común del celo -excitación sexual- y los celos. La excitación sexual en el coito implica una escena violenta: aparece la „potencia del padrec poseyendo a la „mujermadre‟; son „fantasmas en celo‟ que instalan la escena primaria contagiando el celo y desatando los celos. „Sentir celos‟, en plural y tomado literalmente, es así estar en presencia de estos „fantasmas en celo‟. El celo y los celos excitan la pasión y el crimen se lanza hacia su perpetración; la penetración, los movimientos que impulsan el coito, la agitación de los latidos cardíacos hasta el espasmo final en el orgasmo, la petite mort, hablan de esta escena de duelo que despliega la excitación sexual condensando el celo y los celos. Estos contenidos, faltos de tramitación y disociados del juego erótico, excitaron en Z. la angustia hipocondríaca con sensación de muerte inminente. Los celos pasionales y el crimen concomitante hablaban en el corazón. Esto explica que cuando el cardiólogo, por la gravedad del cuadro, indicó la internación y la administración de beta bloqueantes con su efecto secundario de impotencia, la vivencia del analista fue de celos; se sentía amenazado de exclusión, de quedar impotente. El análisis de estos contenidos llevó a dejar de lado la internación por el problema cardíaco. Pero de algún modo Z. se „interna‟ en el análisis y es entonces el analista el mensajero de la muerte, la escena de duelo pasa a desplegarse entre ambos y Z. lo acusa de haberlo llevado a ese estado. La culpa se hace presente y empieza a haber un culpable, el analista. El cuadro cardíaco cede pero no así la angustia, alimentada por los celos. En ese momento decide confesar a la mujer su infidelidad. El sentido de esa confesión era señalar que había un culpable de „esa violencia sexual‟ y ese culpable era otro, el analista. Con la confesión vuelve a ser el de „los buenos sentimientos‟, el de „buen corazón‟, „el que no mata a nadie‟. A partir de esa actuación la angustia empieza a disiparse. Con la actuación, la escena de celos se traslada de la angustia hipocondríaca a excitar los celos de la mujer -el que celos da celos tiene- y es ahora ella la portavoz de los mismos. Coloca a Z. en la alternativa de elegir: el analista o ella. Se repite dramáticamente la escena del exilio del padre. Como antes el padre, es ahora el analista el culpable de un delito, de „una falta ética grave‟, y debe ser desterrado. Es interesante señalar que la posibilidad de volver a tener vida sexual con la mujer pasó por otra escena de infidelidad, la de la mujer con su antiguo novio. Esta escena despertó en Z. un estado de excitación en la medida que posibilitó dar a los contenidos homosexuales mayor riqueza de representación. La homosexualidad mantiene un equilibrio narcisista que enmascara la „herida‟ de la castración fálica. Por esa „herida‟, abierta, es por donde asoman los celos trágicos. La infidelidad de la mujer brinda un elemento que, a la vez que encubre, da mayor representabilidad a la homosexualidad. Es bajo esa condición que los celos pueden excitar el celo. La misma escena, ultracondensada en la angustia hipocondríaca, no pudo desplegarse y elaborarse en el análisis de la transferencia y se „resolvió‟ en una actuación, aquella en que la mujer aparece volviendo con su antiguo novio -el padre-, „novio‟ al que ahora Z. podía desplazar con su pene. Esta escena recuerda el derecho de pernada de los ritos primitivos que tenían el sentido, de acuerdo a algunas interpretaciones que se hicieron de los mismos, de favorecer la potencia del marido. También en la clínica es frecuente observar, como en este caso, que cuando la relación de dos está perturbada por contenidos de celos trágicos la tendencia sea provocar la infidelidad del partenaire. Escena ésta que logra darle cierta representabilidad a los celos trágicos. Tal vez éste sea uno de los sentidos de una frase que tantas veces le hemos escuchado comentar a Turjanski: “el celoso cuernos quiere”. destacados . . . la violencia criminal es uno de los elementos que hacen a la sustancia de los celos. El crimen no es consecuencia de los celos. El acto criminal está en la base de lo que a la conciencia se presenta como celos. El coito es una relación de dos que sigue a la relación de tres, y las „memorias‟ de las alternativas que atravesó la triangularidad son actuales en el coito. La excitación sexual en el coito implica una escena violenta: aparece la „potencia del padre‟ poseyendo a la „mujer-madre‟; son „fantasmas en celo‟ que instalan la escena primaria contagiando el celo y desatando los celos. „Sentir celos‟, en plural y tomado literalmente, es así estar en presencia de estos „fantasmas en celo‟. Glosario “ATENCIÓN FLOTANTE Y ASOCIACIÓN LIBRE (2)1” „Atención flotante asociación libre‟ es la expresión que describe la posición que analista y paciente adoptan en la sesión psicoanalítica. Es una unidad indisoluble que, así entendida, señala una modalidad del pensar del psicoanalista para entender el trabajo en común con el analizante. Así, la atención flotante configura asociación libre. Se trata de una unidad compleja aunque generalmente se la conceptualiza como dos términos separados pero relacionados. En la clínica psicoanalítica la asociación libre está expresada en la regla fundamental que, en los términos en que Freud la enuncia en “Interpretación de los sueños”, solicita del paciente que comunique todo cuanto pase por su cabeza, sin sofocar una ocurrencia por considerarla poco importante, vergonzosa o disparatada. Esto es, “que intensifique su atención para sus percepciones psíquicas y que suspenda su crítica con que acostumbra expurgar los pensamientos que le afloran”. Destacamos en la cita la alusión a la atención que se requiere del analizante, abierta a todo cuanto se presenta en su conciencia por el trabajo psíquico. En el “Diccionario de Psicoanálisis”, Laplanche y Pontalis dicen que Freud llama a estas ocurrencias Einfall, que ellos traducen por idea, “literalmente lo que cae en el espíritu, lo que viene a la mente”. Estas ideas, comunicadas a la escucha del analista por las palabras del paciente, presentan una operación psíquica en la circulación de representaciones constitutivas del aparato psíquico. Estas representaciones expresan, como retoños del inconciente, las representaciones reprimidas. En esta estructura, el decir del paciente es palabra de transferencia. La “libertad” de que gozan estas asociaciones está dada por la unidad atención flotante asociación libre antes que por la libre indeterminación de las ocurrencias (con esto estamos diciendo que la sesión psicoanalítica es una construcción dada por el encuadre, la transferencia y la palabra que se articulan en la asociación libre atención flotante). Las representaciones-meta inconcientes, al renunciarse a las representacionesmeta concientes, toman el comando del decurso psíquico determinando el suceder de la sesión. Podemos ampliar nuestras ideas sobre la (atención flotante) asociación libre diciendo que en las palabras del paciente (tanto como en las del analista) habla la psiconeurosis; es el modo discursivo en el que se presenta lo inconciente (del yo) a través de sus formaciones, y constituye las construcciones analista y paciente (estos son tales en tanto la palabra está presente). Este texto es palabra simbólica -que se diferencia de la „palabra hipocondríaca y la palabra cosa-; habla de las sucesivas transcripciones y retranscripciones en las que la pulsión sexual se fue inscribiendo, pero no se independiza de ella. La palabra en la (atención flotante) asociación libre mantiene la continuidad del trabajo psíquico que transcurre entre representaciones, a través de la elaboración que sucede a los hallazgos del análisis. Cuando la fuerza de los contenidos trágico incestuosos puede más que el yo, se interrumpe la (atención flotante) asociación libre y emerge el trauma en la sesión. Aquí las palabras han cedido su lugar a la presentación de lo actual que interrumpe la atención flotante asociación libre. Atención flotante asociación libre es continuación del glosario de LA PESTE DE TEBAS n* 10. En esta oportunidad el texto se explaya en la asociación libre. Pero tanto una como otra consideramos que forman una única idea, por lo que siempre que escribimos una también aparece la otra aunque, en este caso, incluimos atención flotante entre paréntesis. 1 El mapa de los celos Carlos Isod “ Los celos, como el fuego, pueden acortar los cuernos, pero les hacen oler mal ”. André Breton El mapa no es el territorio, y el nombre no es la cosa. Partiendo de este principio, enunciado por Korzybsky1, que implica que en toda comunicación hay codificación de la cosa sobre la que se comunica, lo que introduce una clasificación y una asignación de la cosa a una clase; partiendo de que lo que se logra es un mapa que describe un territorio y no el territorio mismo, encaramos este artículo que intenta transmitir una descripción, una comprensión de la „cosa celos‟ desde nuestra perspectiva teórica y desde la experiencia que deviene de una práctica clínica. Sabemos que no podemos aspirar más que a eso, a tratar de esbozar un mapa condenado a ser parcial, o ampliar, pensar críticamente sobre otros mapas ya hechos, recordando -y esto debería atenuar „el celo‟ sobre las propias ideas- que “aquellos a quienes ni siquiera se les ocurre que es posible estar equivocado, no pueden aprender otra cosa que habilidades prácticas” (Bateson). 1. Al este del paraíso De Génesis, IV2, extraemos: “. . . Y Abel fue pastor, en tanto Caín fue labrador. Y sucedió al cabo del tiempo que Caín trajo al Eterno ofrenda del fruto de la tierra. Y Abel trajo corderos primerizos de su rebaño con su grasa. Y el Eterno vio con agrado a Abel y su oblación pero no así a Caín y su presente. Y encolerizóse Caín sobremanera y se abatió su rostro. Entonces le preguntó el Eterno: ¿Por qué estás airado y por qué ha decaído tu semblante? Ciertamente si obrares bien serás acepto, pero si no obrares bien el pecado se agazapará a la puerta y te tentará, más tu puedes dominarlo”. Y le refirió (eso) Caín a su hermano Abel. Y ocurrió que estando ambos en el campo, alzóse Caín contra su hermano Abel y lo mató. Y le preguntó el Eterno a Caín: “¿Donde está tu hermano Abel?” Y respondió (Caín): “No sé. ¿Soy acaso el guardián de mi hermano?”. Entonces dijo (el Eterno): “¿Qué has hecho? La voz de la sangre de tu hermano clama a Mí desde la tierra. Ahora serás maldito de la tierra que ha abierto su boca para recibir de tu mano la sangre de tu hermano. Cuando labores la tierra ya no te dará más su fuerza. Vagabundo y errante serás en la tierra”. En otra versión del Génesis, apócrifa, conservada en un texto etíope del siglo VI 3, Dios habría dicho a Caín, cuando éste reaccionó con ira ante el rechazo de su ofrenda: “¿Por que lo tomas a mal? ¡Domina tu celoso orgullo!”. Recuerdo que cuando siendo niño accedí a la lectura del texto bíblico sentí un fuerte sentimiento de compasión por la trágica figura de Caín. Tenía la certeza de que la urdimbre del crimen que presentaba a Caín como autor había sido diseñada de antemano por la divinidad que había incitado los celos y la envidia fratricida. Esaú4 -otro personaje trágico- parecía seguir una vicisitud similar. Primogénito, como Caín, sufrió el desprecio de su madre, Rebeca, quien tramó la pérdida de los derechos de Esaú en favor de su hijo preferido, Jacob. La venta previa de los derechos de primogenitura por el plato de lentejas me parecía un agregado posterior, una especie de racionalización tendiente a disimular el injusto acto. Otra figura del relato bíblico despertaba en mí sentimientos contradictorios, la de José 5, “hijo preferido de Jacob-Israel, hijo de su vejez”, quien le hizo “una túnica talar de mangas largas”. José oficiaba de „alcahuete‟ al “traer a su padre referencias sobre las malas conductas de sus hermanos” y se jactaba, en los sueños de las gavillas y de las luminarias, y en su autointerpretación de dichos sueños, de que sus padres y hermanos se posternarían ante él; parecía haber hecho todo lo posible para despertar en sus hermanos sentimientos envidiosos y fratricidas, y gozado de ellos. Años más tarde, con la lectura de los evangelios, veía también, en Judas Iscariote -victimario- a la víctima de un designio superior. El más débil de los discípulos había sucumbido a la incitación del Maestro, cumpliendo con la condición necesaria para que éste accediera a su destino y entronación. 6 Yahvé, Jacob y José, en la escena fratricida, Rebeca en la escena del engaño, Jesús en la escena parricidadeicida al anunciar la traición, incitándola de esa manera, aparecen como instigadores de crimen. De esta cuestión y de sus implicancias me ocuparé más en detalle en el tramo final de este artículo. Del Génesis bíblico llama la atención el orden de los capítulos que lo conforman. De esos capítulos suman cincuenta- el primero está dedicado a la descripción de la creación del mundo “desde el vacío, la desolación y las tinieblas” y de todo ser viviente en él, así como su entrega al hombre para que „denomine y domine‟ (en otra ocasión me referiré al poder con el que se inviste el analista al nominar lo innominadoactual); el segundo describe el jardín del Edén y la creación de la mujer (desde una costilla en la versión oficial, desde el coxis de Adán y desde sus excrementos en versiones apócrifas) así como la incitación por parte del demonio-serpiente de la envidia por el conocimiento, la transgresión de la prohibición y la expulsión del Paraíso; en el cuarto, parte del cual transcribí al comienzo, se describe el crimen fratricida, producto de los celos y la envidia. Resulta fuertemente sugestivo que aparezca tan tempranamente en el texto la alusión manifiesta a esas pasiones, como si el autor intentara expresar que, en lo esencial, „en el origen‟, el ser humano está constituido por esos afectos primarios de odio y envidia, el complejo afectivo de los celos y por transgresión, crimen y culpa-castigo, que contienen en potencia y a que dan lugar. Estos afectos primarios y complejos afectivos constituyen, junto con la pulsión de apoderamiento, la manifestación más genuina y directa -descripta exhaustivamente por la escuela inglesa- de aquello que desde el psicoanálisis llamamos pulsión de muerte. Queda enunciada de esta manera una posición frente al tema que destaca lo tanático en la génesis de los celos, más allá de las diferencias nosológicas y estratigráficas que el mismo Freud establece entre los celos “normales” (!), “proyectados y delirantes”7, diferencias éstas que, entiendo, tienden a resistir y a evitar el encuentro con la naturaleza común a todas las manifestaciones de celos. Más allá de la elaboración yoica, “Más allá del principio del placer”, más allá de defensas y coartaciones, los celos manifiestan -por el sufrimiento (y el goce) que ponen en juego en el que cela y en el celado- su relación trágica con un crimen. Antes de retirar a Caín de escena quiero destacar que ese personaje es el inventor mítico de los pesos y medidas, de las „pircas‟ que separan los campos y de las murallas que protegen -„celan‟- las ciudades8. Es pues, „el inventor‟ de la propiedad privada, correlato inevitable, en el plano social y económico, del celo y de los celos, con los que comparte sesa cualidad narcisista y tanática que se manifiesta, esencialmente, como apoderamiento, necesidad de separar, dividir, atomizar. Un detalle significativo, en ese sentido, en el diálogo de Caín con Dios es cuando el primero responde a la pregunta del segundo: “¿Soy acaso, el guardián de mi hermano?” En nuestra lengua, la función de cuidar, de „guardar‟ coincide con una de las acepciones de „celar‟; aunque no conozco en profundidad la lengua hebrea como para aseverar que esa intención esté manifiesta en el texto, interpreto que en la palabra guardián están contenidos los celos y el vínculo homosexual entre los hermanos que da lugar al crimen. Recuperando del Génesis bíblico su esencia metafórica y atemporal podríamos decir que “en un principio” todo era Pulsión y Tánatos, apoderamiento, envidia y celos. . . „en un principio todo es actual‟. 2. El conventillo olímpico Siempre resulta instructivo repasar la Teogonía para ver las relaciones que en los mitos se establecen entre los personajes que, en esa cosmovisión, representan las pasiones humanas. Para los griegos9, Zelo ( Zhloz ), estaba identificado con la emulación y, por lo tanto, con la rivalidad y la competencia -en un sentido- y con el apoderamiento y cuidado por la cosa -en otro-. Zelo es hijo de Palante y Éstige. Palante es un nombre compartido por varias figuras mitológicas, una de las cuales corresponde al gigante que intentó violar a Atenea. Hasta aquí aparece una relación compleja pero evidente entre el celo-cuidado, los celos y la violencia, y detrás de ello -desde nuestra perspectiva- la pulsión de apoderamiento, que da a la pulsión sexual de la que forma parte, su fuerte matiz o, más aún, su condición tanática. La madre de Zelo, Éstige, es identificada con una corriente tenebrosa, un helado manantial venenoso que amenaza a aquellos que traicionan sus juramentos. Tiene poder aún sobre los dioses que habitan el Olimpo a los que puede privar -en castigo por los juramentos traicionados- de la respiración y de sus alimentos. Según una versión, Éstige es también madre de Equidna, figura monstruosa que a su vez procreó monstruos, entre ellos Cérbero, perro guardián del Hades. Por parte de padre y madre, Zelo es hermano de Nice -personificación de la victoria-, de Cratos personificación del poder- y de Bía -personificación de la violencia-. Nice, hermana de Zelo, resulta muchas veces identificada con la figura de Atenea, víctima ésta -recordemos- del intento de violación por un homónimo de su padre. Los celos tienen que ver, pues, desde el relato griego, con un „cuidado‟ por el otro que introduce la traición, el castigo, la victoria (el dominio, la posesión), el poder, la violencia, la violación, el incesto. Sintetizando lo expuesto hasta ahora, esta augusta familia nos presenta, emparentados al „noble‟ sentimiento de los celos -y a la „meritoria‟ cualidad del celo y del recelo- competencia, rivalidad, violación, denigración, degradación, infierno, veneno, traición, castigo, asfixia, poder, violencia, venganza e incesto. ¿En qué estaría pensando Freud cuando hablaba de celos “normales”?. Prefiero pensar que aludió con esa palabra -normal- a una cuestión estadística, al hecho universal de la existencia de los celos, y no a una apreciación sobre lo saludable de ese complejo afectivo. He aquí -a mi modesto entender- más allá de las elaboraciones que el yo haga de ello y de los disfraces que le ponga al ello, la naturaleza genuina de los celos. Hela aquí más allá de cualquier perspectiva estratigráfica que intentemos establecer, defensivamente, para diferenciar los celos que advertimos en nosotros mismos de las manifestaciones extremas que, cuando las percibimos, siempre „son de otro‟. 3. . . . las pruebas de la infamia las traigo en la maleta. . . 10 El texto de Freud “Más allá del principio del placer” (leído a la luz de “El yo y el ello”), más allá de las dificultades que presenta su lectura y comprensión, no deja claramente establecida la cuestión de si las pulsiones sexuales pertenecen a la órbita de Eros o a la de Tánatos. No es que Freud no siente posición al respecto, sino que se introduce la cuestión, no resuelta, de si lo erótico y lo tanático se definen como tales por su naturaleza o por sus efectos. Personalmente prefiero la primera posición, que propone que “sólo cuando la libido proveniente del yo aporta tramitación a la pulsión sexual, ésta -neutralizada- se convierte en pulsión de vida, Eros (. . . ) El ello es el dominio de la necesidad, de la pulsión y de la repetición, de Tánatos; el yo de la tramitación del deseo, de Eros, es decir de la libido (. . . ) pulsión sexual tramitada por el yo”. 11 Vale decir que la pulsión sexual es, desde esta posición, „por naturaleza‟ -como toda pulsióntanática. Definida desde el apoderamiento, la pulsión sexual revela más aún esa profunda raigambre tanática, en tanto no lleva, por sí, a la conservación del vínculo con el objeto -en la realidad o en la fantasía- ni a una identificación, sino que tiende a esclavizarlo, a restablecer una fusión que restañe, en sentido regresivo, la herida de la castración. Estamos en el terreno del ello-yo ideal, vale decir el terreno del parricidio y del incesto consumados. Cuando el componente posesivo de la pulsión recibe aporte libidinal, en su pasaje por la elaboración yoica, adquiere cualidad objetal y representabilidad, integrándose -ya como deseo- a la corriente erótica, modificado su manifestarse de manera sustancial. Y aquí nos encontramos, en la cuestión que nos ocupa, con una particular paradoja que resalta la intelección que estamos desarrollando: siendo los celos relictos pulsionales que acompañan la corriente erótica, siendo expresión pasional de la más genuina irracionalidad -al punto que no se dice que alguien tiene celos sino que los padece, al punto de que definidos como pasión se muestra en ellos hipertrofiado ese carácter común de los afectos que consiste en que no puede concebirse para ellos ningún otro proceso que no sea el de descarga- se presentan siempre (y cuanto más directa y brutal su manifestación, más intensa esta característica) bajo la forma de una fundamentación ética abstracta -v. g. el honor, la justicia, la decencia, la hombría- que les da una apariencia de máxima racionalidad -de hiperracio-nalidad-, y de ética. En tanto, el objeto celado -característica ésta bizarra de los celos- aparece investido de cualidad negativa -v. g. traicionero, mentiroso, infiel, „sotreta‟-. En nombre de esa cualidad „ética‟ de los celos, proclamados como amor, quien padece celos humilla, ataca, denigra, esclaviza, violenta, domina, viola y mata. Esa paradoja que los celos nos presentan se nos muestra también en otras expresiones humanas que se despliegan en el territorio de las verdades absolutas -ideologías extremas, dogmas, sistemas de clasificación-; en todas ellas encontramos, latente, la escena de celos. Ese territorio parece coincidir con el de la pasión, lo incoercible, lo pulsional. Se nos devela así lo que parece ser la característica más destacada de las manifestaciones de celos: la certeza, los argumentos absolutos que no admiten otros argumentos, la violencia frente al disenso. Algunos renglones más arriba señalé, al pasar, que los celos -pasión- tienen en común con los afectos el hecho de que son, básicamente, procesos de descarga y en ese sentido comparten con éstos la cualidad de ser manifestaciones del ello. Pero se hace necesario establecer, en este punto, una diferencia. Los afectos, en general, salvo quizás -en ocasiones- la angustia, son „cargas‟ que han estado ligadas a una representación y por efecto de la represión en sentido amplio han quedado desvinculados de ella. Pero aún así, desgajados, conservan algo de la cualidad erótica, libidinal, yoica de la representación y del objeto al que estuvieron ligados; figurativamente, „la forma del molde‟. A diferencia de esos afectos, los celos, en tanto expresión pulsional directa, traerían „memorias‟12 de escenas sepultadas en el ello, o actuales, que sólo toman la apariencia de ligarse a lo representacional, apariencia aportada por el yo en su intento de disimular su avasallamiento por el ello. Probablemente de ahí derive la „hiperlógica‟ del delirio celotípico. Al final del apartado A de “Sobre algunos mecanismos neuróticos en los celos, la paranoia y la homosexualidad”, dice Freud: “Frente a un caso de delirio de celos, habrá que estar preparado para hallar celos de los tres estratos, nunca del tercero solamente. ”(La referencia al tercer estrato de los celos corresponde a los celos delirantes). Mi propuesta, a la luz del desarrollo que expongo en esta contribución es que frente a un caso de celos, “normales, proyectados o delirantes”, habrá que estar preparado para hallar celos de los tres estratos, nunca del primero solamente. Destaco nuevamente el hecho de que los celos están en directa relación con la pulsión de apoderamiento, “producto de la mezcla de la pulsión sexual con la pulsión de muerte” 13 en una versión y expresión directa de lo tanático de la pulsión sexual en mi propuesta. Su carácter pregenital, su relación directa con la agresión, el sadismo y la desconsideración por el destino del objeto encuentra una sola posibilidad de derivación „positiva‟ en la “pulsión de saber”, forma sublimada de la pulsión de apoderamiento, que da acceso -si sobrevive al narcisismo y a la amenaza de castración- al universo del conocimiento y las representaciones. 4. El objeto incitante en la escena psicoanalítica. Cada vez que se configura una escena en la sesión psicoanalítica la persona del analista es, inevitablemente, puesta en juego. El analista, objeto de investiduras libidinales es, al mismo tiempo, objeto de investiduras pulsionales. Desde esa posición tienen lugar en su persona movimientos afectivos y manifestaciones somáticas que denuncian su participación vivencial, estimulada por esas investiduras. La impresión traumática se abre camino en la vivencia y el analista se sume en ella. La construcción nace de esa escena; desde la escena el analista construye y con su construcción emerge, construido. La escena ES, no está en „representación de‟. La investidura pulsional, actual, otorga a la persona del analista su cualidad de realidad-vivencia, exteriorización directa y sin sustituciones del ello. Esta dimensión de la transferencia involucra al analista, que se ofrece como el „espacio‟ en el que se manifiestan exterio-rizaciones de neurosis actual y en el que tienen lugar vivencias de carácter traumático. Si logra vencer las resistenciaslímite que derivan de esa manera de manifestarse lo actual, puede encontrar en ese mismo „material‟ el argumento para la construcción, la intervención psicoanalítica adecuada para ese suceder. De no mediar la tramitación constante de esas vivencias el analista termina actuando, incluidas dentro de esa definición de actuación la disociación de la vivencia y la represión de su posible sentido. 14 15 Extraigo estos conceptos de trabajos anteriores para enmarcar teóricamente mi aporte a „la clínica de los celos‟. ¿Qué sucede cuando un material -asociación, síntoma, sueño, lapsus, acto fallido, actuación, vivencia, manifestación somática- da una pista de que se está suscitando una escena con celos?. Una primer vicisitud posible es que el analista retenga ese material en su conciencia o que, por el contrario, lo disocie o reprima. Supongamos que ese primer escollo ha sido superado y que el analista no haya obviado esa manifestación. A partir de ahí se abren otras dos posibilidades: que el analista comprenda y organice su intervención desde esa manifestación de celos en el paciente o en sí mismo, en el sentido de dar cuenta del hecho de que expresa una escena de celos que está sucediendo en la sesión, o que la refiera -siguiendo el contenido manifiesto en el caso de una asociación, o a través de una reconstrucción histórica- a una escena en la que no se involucra. Supongamos nuevamente que el analista ha optado por encuadrar el material desde una perspectiva centrada en lo transferencial. Se abre entonces un abanico de posibilidades que, en términos generales podemos agrupar en tres categorías: 1) que el analista destaque que los celos ocurren en el paciente en relación con su persona, apareciendo el analista, en esta formulación, como un resto diurno, „insignificante e inocente‟, cuya presencia activa un suceso infantil del paciente que se enlaza a él. Estamos en el “aquí y ahora conmigo”; 2) que el analista comprenda la manifestación en juego como algo que „describe‟ un objeto celoso, objeto que el analista introduce en el „aquí y ahora en mí‟. Esta modalidad permitiría deshacer identificaciones del paciente con ese objeto celoso, al tiempo que, con la intervención haría consciente la transferencia, resistida por esa identificación, paso necesario para deshacer dicha transferencia; 3) que -en el caso específico de los celosel analista construya una escena en la que se describe como objeto incitante de los celos en el paciente. Es a esta última vicisitud a la que quiero referirme como anticipé al comienzo de esta contribución al destacar las figuras bíblicas de Yahvé, Jacob, José, Rebeca y Jesús. Debo, en este punto, hacer una digresión, abrir la cuestión. Desde mi experiencia clínica y desde la observación cotidiana se me hace evidente que siempre que una persona manifiesta celos hay otra que comparte la escena incitando esos celos. Y es ese personaje -el del incitador- el que nomina, el que define, el que -con la palabra celos- detiene la circulación, coagula la escena, fija el concepto, arma la trampa para el celoso. Ese personaje puede o no coincidir con el de la persona celada -recordemos a Yago, incitando los celos de Otelo hacia Desdémona- aunque en mi observación el rol de incitador y el rol de objeto celado las más de las veces coinciden. Cuando ello sucede el celoso -el victimario- es, como suele pasar también en otras escenas, víctima de su víctima. Es notable que el discurso del celado responda al mismo esquema del discurso del celoso: la certeza absoluta de los argumentos que no admiten disenso, el erigirse en el lugar de la ética, la violencia, la hiperracionalidad, la denigración del objeto celoso. Éste pasa a ser el enfermo, el injusto, el atrasado, el sádico, el latentemente infiel, el homosexual en potencia, el violento, el desconsiderado, el asesino. En las vicisitudes del juego vincular con el celado, el celoso tiene pocas posibilidades de emerger invicto. Víctima de su propio sistema de organización de la escena sólo puede insistir en la acusación y el reproche, „técnica‟ con la que el celado siempre tiene las de ganar por su incuestionable habilidad para elegir el lugar más lucido, por estar en el papel de la víctima y contar por ello con el favor del consenso así como por la complicidad del celoso que tiende a desmentir que, con sus celos, ha cumplido con la condición erótica del celado, sometiéndose a él. En síntesis, celoso y celado tienen en común la exaltación de su propia virtud y la denigración de su objeto, aunque el celado tenga siempre ese rasgo más hipertrofiado que el celoso. Desde esa perspectiva considero que el análisis de una escena con celos estará francamente incompleto en tanto el analista se resista a asumir que, con sus celos, el paciente cumple con el deseo de su objeto que en la sesión- ES el analista y que el analista ES -en la sesión- el incitador de los celos del paciente. Como ya he expuesto anteriormente entiendo que hay una neta continuidad entre los procesos pulsionales, tanáticos, y su vicisitud erótica. La fuente pulsional es tanática y en su devenir puede mantener esa cualidad o, ligadura libidinal yoica mediante, producir una transformación. El concepto de la palabra incitación, al que hace referencia el título de este apartado alude a influir o tratar de influir sobre alguien para que haga cierta cosa. Proviene del latín incitare compuesto de in y citare, intensivo de ciere: “excitar, poner en movimiento” (Moliner, 1986). En Freud, en el mito del héroe 16, la mujer pasa de ser botín, a instigadora del crimen. En los primeros trabajos con Breuer el término alemán correspondiente a incitación, anregung, aparece referido al incremento de excitación “útil” a la vida anímica. Por otra parte, en los mitos y sagas primitivas el crimen representa el cambio de un orden social por otro y la incitación al crimen es el motor de dicho cambio. El crimen parricida, instigado por la madre, es condición mítica para el nacimiento de un nuevo orden social, la familia y la cultura. 17 A la manera de la formulación de un silogismo intentemos la siguiente aseveración: detrás de todo cambio hay „un crimen‟ y detrás de todo crimen una incitación (el psicoanálisis es, esencialmente, cambio, y el analista es el motor -el incitador- de ese cambio) „ergo‟ el analista es, por definición, el instigador de „un crimen‟. Ya he mencionado la relación entre crimen y celos. En la escena con celos está en potencia análisis mediante- el cambio; está en la habilidad y el esfuerzo del analista remover los obstáculos que lo impiden. 5. Intuiciones Hace tiempo intento dar cierta precisión a la formulación de una idea que no logra trascender el status de una intuición. Sospecho que el concepto de escena, explorado en toda su amplitud potencial, puede acercarnos a una dimensión del análisis que va más allá de las identidades personales de analista y paciente y de las neurosis, historias y prehistorias respectivas. La escena es del análisis y, en ese sentido, está más allá de sus protagonistas. Presiento que la construcción psicoanalítica debería llegar a poder dar cuenta de una dimensión de la escena donde analista y paciente están -como los personajes de una tragedia- „sujetados‟ por un suceso traumático que los trasciende, „juguetes‟ de un destino que toma cuerpo en el análisis y que, buscando ligadura y sentido, se hace carne en el vínculo entre ambos. Intuyo también que las escenas con celos ofrecen, en potencia, un camino adecuado para esa comprensión. Al comienzo de este artículo hice referencia a un mapa y a un territorio. Queda fuera del mapa que he trazado un interrogante. Los celos, no ya como manifestación directa sino como defensa, no ya como lo resistido sino como resistencia ¿de qué defienden? ¿qué resisten? ¿de qué peligro protegen? ¿qué hay detrás de los celos?. No puedo dar respuesta acabada a esos interrogantes aunque puedo intuir que detrás de los celos se esconde el narcisismo absoluto, las vivencias melancólicas, la ausencia del sentimiento de sí. Detrás de los celos, detrás de las manifestaciones trágicas, se esconde el aborto que todo ser eligió no ser. Detrás de los celos hay Nada. BIBLIOGRAFÍA: 1 “Espíritu y naturaleza”, G. Bateson, Amorrortu Editores, Bs. As. , 1990. 2 “La Biblia”, versión castellana de M. Katznelson, Editorial El árbol de la vida, Tel Aviv, 1986. “Adambuch”, Gottingen, 1853, citado por Graves y Patai. “Los mitos hebreos”, Editorial Alianza, Madrid, 1988. 3 4 “Génesis”, XXVII 5 “Génesis”, XXXVII 6 “El evangelio según Jesucristo”, J. Saramago. “Sobre algunos mecanismos neuróticos en los celos, la paranoia y la homosexualidad”. S. Freud, O. C. T. XVIII, Amorrortu Editores, Bs. As. , 1974. 7 8 “Génesis” IV, 17; Sefer Hayashar; Filón de Alejandría; Flavio Josefo. “Diccionario de mitología clásica”. Fernández Galiano, López Melero y Falcón Martínez, Editorial Alianza, Madrid, 1980. 9 10 “A la luz de un candil”, tango de Navarino y López. 11 “De la tragedia al pensamiento”, S. Hodara, C. Isod, Editorial Kargieman, Bs. As. , 1994. 12 “Trauma y verdad”, A. Loschi, en La Peste de Tebas, año 2, N*8. 13 “Diccionario Freudiano”, J. L. Valls, Editorial Yebenes. Bs. As. 1995. 14 “De la tragedia al pensamiento”, S. Hodara, C. Isod, Ibid. “La sexualidad del analista”, C. Isod, en La Peste de Tebas, año 1 N*4. 15 16 “Psicología de las masas y análisis del yo”, S. Freud, Tomo XVIII, Ibid. “La bisexualidad y la sublimación de lo femenino”, R. Salzman, C. Araujo, C. C. M. Weiszaecker, 1997. 17 destacados „. . . los celos manifiestan -por el sufrimiento (y el goce) que ponen en juego en el que cela y en el celadosu relación trágica con un crimen. ‟ „. . . más allá de cualquier perspectiva estratigráfica que intentemos establecer, defensivamente, para diferenciar los celos que advertimos en nosotros mismos de las manifestaciones extremas que, cuando las percibimos, siempre „son de otro‟. . . ‟ „En nombre de esa cualidad „ética‟ de los celos, proclamados como amor, quien padece celos humilla, ataca, denigra, esclaviza, violenta, domina, viola y mata. ‟ „. . . que el análisis de una escena con celos estará francamente incompleto en tanto el analista se resista a asumir que, con sus celos, el paciente cumple con el deseo de su objeto que -en la sesión- ES el analista y que el analista ES -en la sesión- el incitador de los celos del paciente. ‟ „. . . el concepto de escena, explorado en toda su amplitud potencial, puede acercarnos a una dimensión del análisis que va más allá de las identidades personales de analista y paciente y de las neurosis, historias y prehistorias respectivas. ‟ MESA REDONDA Las intervenciones La presentación de este nuevo número, dedicado a las intervenciones del analista, tuvo lugar el 18 de enero en el salón de La Casa Alsina. Fueron los oradores de esa noche la Lic. Liliana Denicola y el Dr. Fidias Cesio. Haciendo la presentación del número habló en primer lugar Liliana Denicola. Señaló que con la palabra -intervención- se intentó abarcar todas las participaciones del analista. Aclaró que -intervención- lleva significados como -entrar en juego-, -meter baza-, -entrometerse-, -ayudar-, influir-, -comprometerse-. Todas acepciones en las que podemos reconocer avatares de nuestra práctica. Dependerá de la concepción de la cura que posea el observador cuáles serán consideradas psicoanalíticas. Las herramientas tradicionales utilizadas por el psicoanalista son las interpretaciones, las construcciones y las traducciones. Pero, la variedad de facetas que presenta el análisis, lleva a pensar que siempre hay un „algo‟ más para intervenir. De todas estas herramientas la que más ha prendido en la divulgación ha sido la interpretación. Remarcó que interpretación -en español- no es superponible a deutung -en alemán-. Deutung tiene un sentido cercano a esclarecimiento. La deutung de un sueño consiste en determinar su bedeutung, su significación, es decir que interpretación queda unida a la búsqueda de una significación. Por momentos se confunde interpretación con la búsqueda de la verdad de lo que dice el paciente. Como si hubiera algo oculto en el discurso. Esto lleva a la búsqueda de la verdad como un fin último de la cura. Señala que otra posición es la freudiana que marca un imposible de ser significado, una grieta que ninguna palabra puede salvar, posición que Freud hace explícita en Análisis terminable e interminable. Hecha esta introducción al tema pasó luego a hacer una reseña de los artículos presentados en éste número. Fue luego el turno de Fidias Cesio. Para desarrollar su idea tomó como eje la obra Edipo Rey, obra que, como la de Freud, es fuente inagotable de lecturas y reflexiones. La peste es la enfermedad que padeció Tebas por el incesto de Edipo; menciona que es de allí que surge el nombre que identifica nuestro periódico. Explica que cuando Edipo salva a Tebas de su enfermedad primera lo hace respondiendo a los enigmas que planteaba la esfinge; hasta él nadie había podido responderlos y a todo aquél que lo intentaba sin éxito era muerto por ello. Dice Fidias que Edipo puede responder, tiene el poder para eso, porque está inmerso en el incesto. Había sido víctima del filicidio, luego huye de Corinto para no matar a Pólibo, su padre adoptivo y a quien él cree su verdadero padre, esta huida es una reacción neurótica de Edipo asustado por el parricidio, susto que denota que el incesto ya estaba activo en él. Tal es así que en su huida mata a Layo. Esta posición incestuosa le da el poder para enfrentar a la esfinge, él sabe las respuestas porque conoce el incesto. De ese modo destruye a la esfinge, lo que podemos tomar como otra versión del parricidio. Agrega que en esta obra de Sófocles está el paradigma del ser humano, la estructura que anima el fundamento del ser. Freud, luego, fue el que trajo a la consciencia estos contenidos que están en cada hombre. Los mismos permiten comprender las neurosis actuales y también las psiconeurosis. Continúa relatando que al llegar Edipo a Tebas se encuentra con Yocasta. Yocasta estaba con Creonte, su hermano, y rey en sustitución de Layo, ya muerto. O sea encuentra a Yocasta y Creonte, una pareja fraterna, incestuosa. Edipo acusa a Creonte de ser el asesino de Layo, es como si Edipo ya supiera que el incesto tiene que ver con el crimen de Layo. Por fin se une a Yocasta hasta que aparece la peste nuevamente. La peste en Tebas es la enfermedad manifiesta, una enfermedad somática, como las neurosis actuales. Así como Edipo investigando esta enfermedad llega al crimen, del mismo modo investigando las neurosis actuales llegamos al muerto, que tiene que ver con el parricidio, con el incesto. El letargo del analista -una neurosis actual- muestra la presencia del muerto y nuestro compromiso en la tragedia en relación con el paciente. Como esta neurosis actual se presenta a manifestación somática, es enfermedad somática, la que entonces entendemos como una conversión de los contenidos actuales sepultados. Manifiesta que estas ideas son una vía importantísima para investigar la enfermedad somática y resulta coherente con la afirmación de Freud que compara, la investigación de Edipo, con la del psicoanalista. A partir de la enfermedad -la peste- Edipo investiga el crimen. Alguien ha matado al rey y mientras no se pueda encontrar al culpable hay culpa, que es la culpa inconsciente. Es la culpa que está, sin mayor definición, y que se manifiesta como enfermedad, como peste, como enfermedad somática. Para curarla hay que encontrar el origen de la culpa; son las mismas palabras que usa Freud en El Yo y el Ello cuando dice que si podemos encontrar el culpable se puede aspirar a la resolución de la reacción terapéutica negativa. Como eso es muy difícil el analista lo sustituye ocupando el lugar del ideal, del salvador, lo que significa que, sin saberlo, está ocupando el lugar del culpable. Esta posición omnipotente es la de Edipo en Colonna, que está más allá de la culpa, casi un semidios, que puede realizar el filicidio enviando a la muerte a los dos hijos, sin culpa. Agrega que la investigación de Edipo es sobre Edipo y que la nuestra es sobre nosotros mismos. Así como la investigación de Edipo lo lleva por un camino peligroso, también nosotros nos vemos llevados a él, pero, al revés de Edipo, nos detenemos en ese punto y allí es donde se detiene el análisis. Seguir más allá nos introduce en la tragedia. Todo fin de análisis por exitoso que sea deja un resto que tiene que ver con la tragedia. El debate dio comienzo con la intervención de Carlos Isod. Menciona que hay una leyenda, paralela a la saga de Edipo, que dice que Edipo pudo responder a la esfinge porque Apolo le sopló las respuestas al oído. Si tenemos en cuenta esto podemos entender el castigo de Edipo por la negación que él hace de este hecho. Se llena de soberbia asumiendo que fue él el que venció a la esfinge, negando la intervención de Apolo. Si trasladamos esta escena a la sesión psicoanalítica encontramos la misma soberbia en el analista al pretender dar cuenta de lo que le pasa a su paciente. Esa soberbia se atenúa si el analista se incluye en la escena reconociendo que uno forma parte de eso que está describiendo. Por eso cuando la reconstrucción histórica se da en lugar de la construcción el analista se coloca fuera de la escena, ocupando un lugar de soberbia. Agrega también que tendemos a pensar que hay peste porque hubo incesto y no que hubo incesto porque hay peste, es cuando buscamos el sentido de la peste que construimos el incesto, pero a esa construcción no puede aplicársele luego el principio de causalidad ni de realidad. El incesto, que aparece como causa de la peste, es, en rigor, consecuencia de la peste. Lo que importa en la construcción no es la verdad como realidad, sino el efecto de verdad. Cesio responde que construcción y reconstrucción se acompañan. El analista hace una construcción, pero la construcción sola no alcanza para resolver la neurosis. La construcción describe una escena pero luego viene el análisis de esa construcción que requiere de interpretaciones y para completar el análisis de esa construcción vamos a hacer una serie de desarrollos que, necesariamente, por una necesidad de la lengua, tendrá tiempo y espacio y por ende tendrá historia. Es más si no tenemos una reconstrucción se dificulta mucho la siguiente construcción o no hay un aprovechamiento total de la construcción que hicimos. Las cosas más resistidas pueden trabajarse mejor en términos de reconstrucción histórica porque no nos da nuestro yo como para asimilarlas de otra manera, en ese sentido la historia es una manera de hablar de lo que está pasando ahora. En cuanto a la soberbia, comenta que está de acuerdo con lo dicho porque la soberbia forma parte del incesto. A continuación Adriana Sorrentini comenta que cuando Freud compara la investigación de Edipo con la que hace el analista en realidad es que él, Freud, ha descubierto su propio incesto, y luego lo traslada a Edipo haciendo una reconstrucción histórica. Agrega que está de acuerdo con Carlos en cuanto a la reconstrucción, pero la reconstrucción es un elemento de ayuda, secundario, donde después de haber hecho la construcción, describiendo lo que ocurre, lo que aquí está, se hace la reconstrucción que facilita al paciente el poder incluirlo y ligarlo en un sistema representacional. Es como traducir una lengua muerta, como el latín o el griego, lo que se dijo en forma originaria -actual- necesita ser traducido a una lengua viva -el castellano por ej. - para que podamos entendernos. En cuanto a la soberbia dice que es cierto que si el analista puede descubrir su incesto es porque hay voces que le soplan eso originario, actual, es porque hubo quien lo analizó durante tantos años; si no reconocemos esto caeríamos en la soberbia, negando la deuda. Diana Turjanski toma lo de la soberbia para decir que el analista caería en la soberbia si opina sin que lo busquen, pero si tenemos en cuenta que el paciente nos busca para consultarnos, al responder, el analista, lo hace porque se siente convocado y eso es difícil considerarlo como soberbia. Menciona también el problema de homologar el incesto al crimen y pregunta, es el incesto un crimen?. Es tarea del analista juzgar si el incesto es un crimen? o su tarea es pensar acerca del incesto?. Lo mismo surge acerca de la culpa, analizamos la culpa, pero los analistas creemos que hay una culpa?. Si como analistas juzgamos y decimos que hay una culpa entonces somos soberbios y participamos de una concepción religiosa de la culpa. La culpa no nos ayuda a pensar, hace que expulsemos el pensamiento, intenta, con el castigo, expulsar el deseo incestuoso. Cuando el analista hace construcciones o reconstrucciones ambas son historias, son dos tipos de historias y ninguna es La Historia, con mayúsculas, son novelas, como Edipo o Hamlet. Cesio retoma la cuestión de la soberbia. Dice que el analista al instalar la regla de abstinencia lo que hace es marcar la prohibición del incesto y al mismo tiempo instalarse junto al paciente en el incesto. Esto crea transferencias especiales, se podría decir que en cierto sentido el analista es como Edipo, está en el incesto y desde allí está analizando. En ese sentido es el que sabe y el que tiene una cierta omnipotencia, desde ese punto de vista el analista tiene algo de esa soberbia. Cuando ese papel se hipertrofia y escapa a la consciencia entonces sí, ya no se asemeja a Edipo es como Edipo, ocupando el lugar del redentor. En cuanto a la culpa, menciona que es cierto que la culpa es como una maldición, es producto de una maldición y nos perturba fuertemente. Pero el modo de abordarla psicoanalíticamente es ir investigando, buscando donde está el culpable, el criminal. En este punto interviene Ernesto Turjanski comparando la vigencia de Edipo con la de la Biblia; tienen la misma fuerza, despiertan la misma creencia y se utilizan del mismo modo. Son relatos que no se pueden entender desde un punto de vista racional, se entienden de un modo particular. La pregunta es si sigue teniendo vigencia el Edipo con las características que fue planteado. Hace luego todo un desarrollo sobre culpa e inocencia que lamentablemente, debido a un problema técnico, no pudo quedar grabado. Interviene luego Liliana Denicola. Refiere que Sófocles, como todo escritor, primero descubre en sí mismo los contenidos de la tragedia -el incesto y parricidio-, luego, en una suerte de sublimación, construye el mito que da por resultado Edipo Rey. Por su parte Freud deconstruye el mito construido por Sófocles y hace su propia interpretación de Edipo, pero también descubre en sí mismo ese Edipo. Luego el analista va a tomar este mito, que lo tiene como una especie de pretexto en la escucha, su tarea entonces será deconstruir el pretexto y construir „el Edipo‟ que descubre en sí mismo. Edipo es el nombre que le da forma a lo que descubre en sí mismo. Cesio opina que lo dicho por Denicola se aplica a cualquier cosa, todo material, toda teoría, toda obra es una construcción del autor. Pero lo que tiene de particular Edipo es, como dice Freud, su carácter universal que lo coloca más allá del tiempo. Manifiesta, también, no entender por qué Denicola habla de desconstrucción ya que Freud utiliza la construcción de Edipo para aplicarla a Hamlet, a él mismo y a sus pacientes. Denicola responde que para poder aplicarlo a él mismo Freud tiene que desconstruir la construcción hecha por Sófocles. A continuación Sara Hodara vuelve al tema de las intervenciones. Plantea que a su criterio la reconstrucción es algo que metaforiza la construcción y viene a continuación de ésta. Pregunta entonces cuándo se hace una construcción, cuándo una reconstrucción y cuándo una interpretación. Agrega que es claro cuándo interpretamos, en cuanto a la construcción señala que, el momento de la misma, resulta inevitable por el compromiso vivencial-actual del analista. Este compromiso marca la urgencia de la construcción. Luego, recurriendo al material de la asociación libre y de la atención flotante, puede el analista hacer una reconstrucción que metaforice la construcción previa, que tiene un carácter mucho más directo. Opina que el ejemplo que da Freud en su artículo “Construcciones en análisis” es en realidad una reconstrucción e imagina cómo puede haber surgido la misma. Especula que el paciente, bajo el impacto de un estímulo de celos, dice algo que molesta y perturba a Freud. Freud saltea esa perturbación y pasa directamente a la reconstrucción. Termina expresando que la construcción es la construcción de la escena que transcurre en la sesión. La reconstrucción le agrega la dimensión metafórica, temporo-espacial, a la construcción. Félix Giménez Noble, después de elogiar la publicación, se refiere a la tarea de darle representación a lo irrepresentable, capítulo éste un poco dejado de lado por el psicoanálisis. Menciona que ya en “Intepretación de los sueños” la parte dedicada a los afectos es desmesuradamente pequeña en relación a todo el trabajo dedicado a la representación. A partir de allí toda la metapsicología se abocó más al campo de lo representacional quedando este otro sector -el de lo irrepresentable- privado de desarrollo. El trabajo sobre las neurosis actuales, al que se aboca La Peste de Tebas, aborda justamente este otro campo. Una metapsicología de este campo tiene que incluir la realidad del analista, que es imprescindible en este proceso de a dos, y explicar cómo se hace posible la construcción que da palabra a lo irrepresentable y qué papel juega en ello la compulsión a la repetición. Fue luego el turno de Adriana Sorrentini que tomó el comentario de Diana Turjanski sobre la culpa para señalar que no es tarea del analista culpabilizar al paciente sino indicar que -aquí hay culpa-. El analista es una suerte de actante, toma ese lugar que habla de una urdimbre primaria, donde los actantes no están diferenciados aunque mantengan una asimetría, como la que hay entre analista y paciente. Al formar parte de esa urdimbre el analista puede hablar de esa culpa, porque forma parte de ella, sabe de ella, sabe de qué se trata. Cuando el analista puede tomar sobre sí la identificación de la culpa, ocupar el lugar del que enferma, paradójicamente cura. Cuando hablamos de culpa inconsciente es una culpa conocida por el analista, tomada por éste desde un lugar de actante que testifica que hay culpa y ayudar a transformar lo que el paciente siente como enfermedad en la conscientización de los contenidos de esa culpa. Luisa Kremer le pregunta a Cesio por qué homologa la destrucción de la esfinge al parricidio. Pregunta también por „el resto‟ que, como dijo Cesio, siempre queda al final de un análisis, ese „resto‟ requiere de un nuevo análisis o puede quedar sujeto al autoanálisis?. Menciona también que la validez de una construcción está dada por la emergencia de lo que Freud llama “recuerdos hiperclaros”. Cesio responde que, Edipo, después del asesinato de Layo llega a Tebas y como requisito de su unión con Yocasta mata a la esfinge. Desde ese punto de vista la destrucción de la esfinge forma parte del parricidio para luego, en el proceso incestuoso, unirse sexualmente a Yocasta. En cuanto a la otra pregunta responde que en todo final de análisis por exitoso que sea siempre hay una reacción terapéutica negativa producto de toda esa transferencia incestuosa que no llega a resolverse y que queda como un resto perturbador, que puede mover a otro análisis o a otros intentos de solución; pero siempre queda ese resto. Vuelve a intervenir Ernesto Turjanski para señalar, retomando un comentario de Giménez Noble, que el hacer consciente no es sólo levantar una represión sino que es fundamental la figura del analista y lo que acontece dentro de la sesión analítica. En cuanto a la culpa, el sentimiento trágico siempre está montado sobre la culpa y la inocencia, independientemente de su carácter consciente o inconsciente. El sujeto piensa que si está enfermo es porque algo malo ha hecho, esto tiene que ver con el super yo y nuestro interés, como analistas, es atenuar el rigor superyoico. Pero la manera de hacerlo no es mostrarle su inocencia, sino que llegue a la concepción que cuestione la culpa -qué culpa?-, -por qué culpa?-. Esto es lo más costoso en un análisis, llegar a que carezca de sentido patogénico la estructura verbal en la que aparece la culpa. Pero si partimos de la culpa como fundamento estamos trasladando un concepto sociológico, antropológico, religioso a la concepción psicoanalítica. Lo mismo con la enfermedad somática, si el cáncer no pierde su significación fija, fundamental y traumática difícilmente podamos hacer algo. Acercándonos al final interviene Alberto Loschi. Señala como una inquietud el poder discernir qué es lo que le da validez a una construcción, ya que no cualquier construcción por el hecho de ser formulada es válida. Una pista en ese sentido la da Freud cuando habla del efecto de verdad de la construcción, pero acá debemos entender por -verdad- algo distinto al concepto habitual de la misma. No se trata de una verdad que encuentre su validación en un referente otro, es un efecto de verdad sin ningún referente que la garantice. Pero entonces, de dónde surge ese efecto de verdad?. Una posible respuesta es pensar que para que la construcción despierte ese efecto de verdad debe contener en sí un cierto matiz traumático y sería ese matiz traumático el que se presenta a la conciencia despertando un efecto de verdad. Alude luego a la culpa inconsciente y dice que resolver la culpa inconsciente no culmina con llevar la culpa a la consciencia. La culpa consciente es sólo un síntoma de la culpa inconsciente, como la inocencia es sólo un síntoma de la culpa inconsciente. Por eso nadie cree en su culpa -consciente-, como nadie cree en su inocencia, ambas se sustentan en la culpa inconsciente. Resolver la culpa inconsciente implica una cierta mutación en el psiquismo como señalaba Turjanski. Con esa mutación tiene que ver la construcción y su cierto efecto traumático, correlativo al efecto de verdad. Frente a la verdad, entendida de esta manera, la que tiene que ver con los contenidos de la culpa inconsciente, se abre otra dimensión en la que los conceptos de culpa o inocencia no parecen apropiados para dar cuenta de lo que allí tiene lugar. Silvia Chamorro menciona que desde el super yo somos culpables, no es necesario que exista el incesto realmente, con desearlo es suficiente. En ese sentido somos culpables. En cuanto a quitarle a la palabra culpa el peso que tiene, refiere que en la cura tal vez sea al revés, es haciendo consciente la culpa como podemos liberarnos. Por último Amalia Estévez menciona que la tarea del analista se asemeja a la del historiador. El historiador no busca la verdad, resignifica datos dispersos, inconexos y así da sentido. Pero en este momento el historiador tiene una dificultad porque se le presenta un exceso de datos y en ese exceso de datos ya no hay posibilidad de verdad. Por otro lado la verdad tiene un efecto de cierre porque es tranquilizadora, de ahí la tendencia a buscar la verdad, pero la verdad se va, es permanentemente evanescente y lo que no podemos tolerar es esa inestabilidad. Nos cuesta mucho vivir en la incertidumbre. Palabras como -intervención- responden quizá al pensamiento médico que tenía Freud, hace pensar en intervención quirúrgica. Tal vez sea mejor usar una palabra como participación. La palabra -construccióntiene un origen semejante, viene de la arquitectura, hace pensar en apilar ladrillos y la tarea del analista se puede comparar más a tejer redes, hacer resignificaciones, dar nuevas tramas. Denicola recuerda que el espíritu con que fue usada la palabra intervención tiene que ver con sus significados que son: participar, meter basa y que es distinto al que puede evocar una intervención quirúrgica o judicial. De esta manera terminó la reunión despidiéndonos hasta la próxima, cuya fecha anunciaremos oportunamente y cuyo tema será: Los Celos. Un estudio sobre la lógica de los celos Diana Siguel de Turjanski y Ernesto Turjanski En el largo camino recorrido por el psicoanálisis, se ha desarrollado de un modo útil y suficientemente convincente el paradigma de la situación celosa con la descripción del complejo de Edipo. La triangulación-pareja parental y el hijo en sus múltiples interrelaciones- instaura en la cultura con singular solidez, la idea que esta configuración constituye el núcleo alrededor del cual se organiza el sufrimiento humano. El afán de desentrañar su constitución psíquica ha permitido que, en todos estos años, se hayan desarrollado un sinnúmero de interpretaciones donde causas y efectos intercambian su rol engrosando el aservo representacional. En una corta recorrida por los textos psicoanalíticos llegamos a darnos cuenta que muchas de las interpretaciones vinculadas con la situación celosa se refieren a ella como un elemento perturbador que invade al pensamiento siendo, por lo tanto, ajena y exterior a él. Nos resulta útil recurrir a una idea de Melanie Klein quien, citando a Shakespeare en Otelo (“Oh mi señor, cuidado con los celos ! Pero las almas celosas. . . no son siempre celosas con motivo; son celosas porque son celosas. Los celos son un monstruo que se engendra y nace de sí mismo. ”), ubica a los celos como una cualidad esencial de la mente. Entendemos entonces que no se trata de algo externo al pensar corriente sino algo inherente a él. Identificar los celos como una cualidad de lo mental permite, si equiparamos lo mental con los procesos de pensamiento, ubicar los celos en un lugar central de esos procesos psíquicos. Estos son entendidos no como causa de un determinado pensar sino como una cualidad esencial del pensar mismo. Nos atrae la posibilidad de jugar con la idea que el pensar sería de naturaleza celosa en la medida que la palabra es palabra oída y por lo tanto, proviene de otro. Si bien pensar y palabra no son equiparables es difícil concebir el uno sin la otra. Suponemos que cuando Borges decía que la palabra es un hecho de memoria compartida aludía a estos mismos contenidos. Observando especialmente el discurso de nuestros pacientes nos ha sido de particular utilidad pensar con cuánta frecuencia el relato de sus padecimientos se organiza alrededor de ideas celosas, esto es de conflictos de inclusión-exclusión. Creemos que Freud le otorga una importancia parecida cuando escribe en “Envidia y celos” que: ”Es raro que nos formemos la representación cabal de la intensidad de esas mociones celosas, de la tenacidad con que permanecen adheridas, así como la magnitud de su influjo en el desarrollo posterior. ” Tanto en autores psicoanalíticos como en la literatura de todos los tiempos encontramos ejemplos de este lugar central que atribuímos a los celos y que, a nuestro modo de ver, trasciende el aspecto meramente afectivo con que en general se los conoce, para pasar a constituir una cualidad de la mente y de la estructura de los pensamientos. Esta forma de pensar los celos nos permite “escuchar” en nuestros pacientes la particular visión del mundo que se organiza en función de una lógica particular que dimos en llamar la lógica de los celos. En relación con lo que venimos desarrollando hay un punto importante en que se vinculan los celos con el saber y con el conocer. Otelo, atormentado por la duda expresa:”Juro que vale más ser engañado mucho que saber sólo un poco. ” “Hubiera sido feliz aún cuando el campamento entero con zapadores y todo hubiera gozado de su dulce cuerpo con tal de no haber sabido nada. “Saber se presenta como una fuente de sufrimientos que son independientes de los sucesos supuestamente temidos. Qué significa, a qué alude el deseo de no saber? Reconocemos que, estos interrogantes hacen a la condición humana, por ello no es nuestra intención resolverlos sino asociarlos con el tema que nos ocupa. García Lorca, en su bello poema “La casada infiel”, comienza y termina con estas estrofas: “. . . y yo que la llevé al río pensando que era mozuela pero tenía marido. . . . Y no quise enamorarme porque teniendo marido me dijo que era mozuela cuando me la llevé al río. ” En este caso la condición del amor queda supeditada al conocimiento. El amante se siente traicionado en su buena fé por la amada dado que no era “mozuela”. (“Verde, que te quiero verde”, dice el poeta, como metáfora de virgen. ) En el Antiguo Testamento se usa el término “conocer” para referirse al encuentro sexual entre un hombre y una mujer. No creemos equivocarnos al suponer que el “saber” en estos contextos alude a un saber del otro, de un conocer en su diferencia a un otro, extraño, incognosible. La situación celosa sería al mismo tiempo, una suerte de reacción a este saber que implica una salida del encierro narcisista, un intento de negación de aquéllo que los celos le evidencian: su real interés por el otro. La idea de traición expresa, más que el dolor ante la posible pérdida del objeto de amor, una ofensa narcisista. Ofensa que, además de la derivada de la rivalidad edípica por la presencia de un tercero en la posesión amorosa, se relaciona con la herida que implica interesarse por otro que por añadidura no responde en la medida de lo esperado. Por ejemplo, podemos imaginarnos que, en el poema de Lorca, la condición de no ser” mozuela” es precisamente lo que provocó la seducción, pues en los versos en que se relata poéticamente el encuentro sexual, es la “madurez” de su amante lo que le causa placer, sin embargo esto es negado con desdén. Nos preguntamos entonces, nuevamente, qué es aquí aquéllo que hubiera preferido no saber? Siguiendo con lo que venimos pensando diríamos que no quiere saber que está enamorado de ella a pesar que no le pertenece a él sólo. Simone de Beauvoir relata la relación entre dos protagonistas: Pedro y Francisca. . . ”Es verdad que ambos formamos uno. . . ”Esta unidad no impedía que en la vida no viesen todo desde el mismo ángulo. A traves de sus placeres y humores cada uno veía un aspecto diferente y no por eso la vida de ambos dejaba de ser la misma. ”Había hechos que existían primeramente para uno y otros para el otro, pero estos hechos dispersos ellos los ligaban fielmente a un conjunto único donde el tuyo y el mío se hacían indicernibles. Nunca ninguno de los dos distraía para sí la menor porción, habría sido la peor traición, la única posible. ” Se observa un indudable padecimiento en la exclusión, de características pasivas, pero también hallamos durante el análisis de estas situaciones un moviento activo que lo lleva a esta exclusión. Encontramos su expresión más cabal en la frase “ el celoso cuernos quiere”. Esta última afirmación supone un cierto beneficio: mantener una posición de superioridad. Dice Yago: ”Vive feliz el cornudo que cierto de su destino detesta a su ofensor”. Esta idea de superioridad proviene del mismo narcisismo herido no sólo por la exclusión sino, básicamente, por la injuria de la inclusíon. Tenemos aquí una modificación de la forma habitual de pensar los celos. Esta otra lógica, nos referimos a aquélla por la cual pasa de ser de un” sufriente” pasivo a un “sufriente” superior, es la que se encuentra habitualmente en el material clínico donde los celos dominan el panorama. Más compleja es aún la interpretación de estos mismos celos cuando no se expresan manifiestamente. Sospechamos que la necesaria presencia de un tercero sería la condición por la cual los celos acceden a la consciencia. Esta triangulación daría justificación a su padecer. Socialmente no suelen comprenderse los celos del niño en relación con la pareja parental sino cuando aparece la presencia de un hermano con el consiguiente desplazamiento del primero. En cierta medida la presencia de un tercero, prototipo de lo que solemos entender como situación celotípica, oscurece la comprensión de los celos en la otra lógica, la de dos. Como lo señalamos anteriormente en el poema de Lorca, el sufrimiento por saberse enamorado de ella. En esta lucha por y con el ”objeto” los celos serían también la expresión del deseo de posesión única y excluyente del mismo. Las experiencias de la vida conducen inevitablemente a la idea que esta lucha es permanente y el encuentro constante con su imposibilidad dan a este padecimiento su caracter doloroso y patético. Es factible pensar que toda vinculación con el no-yo, con lo ajeno, despierte en nosotros vivencias celosas. El lugar que ocupa lo otro y su importancia determina la magnitud relativa con la que estas ideas pueden llegar a imponerse. Cuando nos referimos a este valor no pensamos sólo en el valor que manifiestamente se le atribuye, sino en una auténtica representación de su importancia en tanto implica una salida del encierro narcisista. Los celos, como padecimiento, serían la expresión de la pérdida del narcisismo omnipotente y del fracaso de las fantasías de autosuficiencia. Desde estos puntos de vista se puede comprender porque los celos y sus variantes proteiformes, los “cuernos”, las ideas de traición, etc. , están en el centro mismo de todo el discurso que analizamos, haciendo inevitable su verbalización y elaboración dada su universalidad, si pretendemos de algún modo liberar a nuestros pacientes de su “destino” repetitivo que se representa en nosotros como un murmullo continuo, tal vez equiparable al murmullo de Yago en los oídos de Otelo. destacados Esta idea de superioridad proviene del mismo narcicismo herido, no sólo por la exclusión sino, básicamente, por la injuria de la inclusión. En cierta medida la presencia de un tercero, prototipo de lo que solemos entender como situación celotípica, oscurece la comprensión de los celos en la otra lógica, la de dos. El sentimiento de celos Félix Giménez Noble “Conozco el caso de una niña de menos de tres años que intentó ahogar en su cuna a un hermanito recién nacido, de cuya existencia no esperaba, por lo visto, nada bueno. ” La interpretación de los sueños. Sueños de muerte de personas queridas. “Las violentas emociones suscitadas por los celos sirven para proteger la elección sexual de objeto contra la influencia que sobre ella pudiera ejercer un ligamen colectivo. ” Psicología de las masas y análisis del yo. Un signo de la vida amorosa. Los celos han sido definidos por Freud, como „una pasión‟ temprana. Su intensidad es un factor de naturaleza infantil, y en su carácter cuantitativo habrá de intervenir decisivamente en la vida amorosa del sujeto. Al igual que la ternura, los celos exteriorizan una función psíquica de la vida erótica del niño y anterior a la pubertad; pero a diferencia de la ternura, el destino de los celos se prefigura más incierto. Sus raíces se afirman, -predominantemente-, en territorio traumático. El impulso sexual hacia la madre inspira los celos contra el padre: el advenimiento de un hermano, despiertan rabia y hostilidad (Freud distingue taxativamente el caso de los hermanos que los niños „ya encuentran a su lado‟, hacia los que no se desarrollarían nunca reacciones intensas). Otro de los ocasionamientos capaces de excitar la vida sentimental del niño incrementando impulsos muy tempranos del Complejo de Edipo y fraterno es el desacuerdo entre los padres. Para que se produzcan las variadas y alternativas identificaciones llamadas a suscitar amor, odio y celos, basta que el niño piense, en tener relaciones sexuales con el progenitor deseado. El rango de un sentimiento. En el principio, las mociones pulsionales habrán de asediar al infante. Sentirlas, despierta la necesidad de procurarles destino. El objeto capaz de aliviar esa tensión de necesidad deviene así, sexual; incestuoso. El niño, ahora „sintiente‟, se pone como un yo en la misma medida que experimenta una actividad de reflexión: „yo siento‟, „yo soy sintiente‟. Pero el aspecto pasivo de su sentimiento {Gefülhl} exterioriza un „no-poder‟ {Zwang} (se siente hasta lo que no se quiere sentir); en el ser-limitado hay una compulsión, un compromiso con el instinto insuperable. Este ser-limitado es la exteriorización de una pulsión a ir más lejos y también de su atadura congénita. El yo es el encargado de poner un confín, debe ponerlo fuera de sí mismo, y lo hace a partir de su núcleo instintual. Inaugura así al objeto {Objekt} como lo totalmente opuesto al yo. Pasa entonces, de la mera vida al ser inteligente, cuando como „sintiente‟ se pone como un yo en la misma medida que experimenta en sí mismo el sentimiento de sí {Selbstgefühl} y de su propia fuerza. Ahora el yo deviene „sintiente-sentido‟. Como tal, es activo pasivo respecto del no yo. El no-yo es sentido, y a eso se debe que se preste creencia a su realidad u objetividad: es que la creencia pertenece al orden del sentimiento. El sentimiento de celos contendrá así uno de los archivos más explícitos acerca de la historia genética de la autoestima y la robustez del yo. “Yo tenía intensos celos de él, -se le podría hacer decir a Göethe, en “Poesía y Verdad” (1917)-, pues era más fuerte y más guapo que yo y todos le querían más. ” “Los celos que su hermano hubo de inspirarle y que le habían llevado hasta atentar contra él cuando todavía era un niño de pecho estaban ha largo tiempo olvidados. Ahora le trataba con grandes consideraciones; pero ciertos extraños actos casuales con los que había causado graves daños a animales que le eran queridos, tales como su perro de caza o pájaros a los que cuidaba con esmero, debían interpretarse como ecos de aquellos impulsos hostiles contra su hermano. ” Hay celos y. . . celos. La capacidad de desplazamiento ostensible en el ejemplo del recuerdo infantil de Göethe, tiene su contrapartida en la fijeza de los celos delirantes. Hay desde celos insuceptibles de conciencia, hasta los que se aprontan ante el menor estímulo. Celos que dan bofetadas, como los de Dora hacia la Sra. K. y celos enmascarados de orgullo capaces de producir reaciones terapéuticas negativas. Pero en los orígenes todos reconocen una causa en común y tanto como la tristeza, por ejemplo, se cuentan entre aquellos estados afectivos que hemos de considerar normales. El desarrollo impuesto al yo por la sexualidad infantil se consuma mediante un distanciamiento del narcisismo primario. Las pulsiones sexuales se desplazan del narcisismo primario, -tanto hacia la investidura del ideal del yo impuesto desde afuera (en principio por los padres), como hacia la investidura objetal (la cual recae sobre los padres). El empobrecimiento del yo del niño es recompensado por la satisfacción obtenida directamente a partir de señales de aprobación y aprecio por parte de los padres y por el cumplimiento del ideal. El sentimientode-sí irá afirmándose, como expresión del „grandor del yo‟, a partir de albergar imprescindibles residuos del narcisismo primario. Pero es incapaz de completarse sin la omnipotencia corroborada con la experiencia de cumplir con el ideal del yo y sin la satisfacción directa que procura la madre a través de su aprecio sexual. La frustración del impulso sexual hacia la madre, o la brusca irrupción de aquel heraldo fraterno que lo anoticia del ajusticiamiento de „His Majesty, The Baby‟, producen una injuria en el sentimiento de sí que persistirá almacenada como daño permanente ( y en actividad) en las huellas mnémicas reprimidas de ese tiempo primordial. Esas alteraciones permanentes del sistema mnémico darán albergue a esas Sachvorstellungen, o investiduras „alejadas‟, derivadas de las imágenes mnémicas directas de la madre, presentes en diferentes sistemas o complejos asociativos inconcientes en atención a uno u otro de sus aspectos (no como un análogo mental del conjunto de la Sach: madre ). Nótese que dichas representaciones-cosa frustradas en su intento de ligadura, insuceptibles de proceso secundario quedan marginadas para siempre de la regulación que el yo ejerce sobre su territorio. Habrán de exteriorizársele al yo forzosamente, con un carácter demoníaco, al sacar a la luz los restos del dolor y la angustia temprana de la sexualidad infantil sepultada. Son „cosa de madre‟ que, -como „el Mandinga‟ impone -, lo disgracean a uno. Agonía procurada: éxtasis conseguido. Al igual que muchos funcionarios públicos, los celos llegaron primero y están para quedarse. Como cicatriz ineluctable del sepultamiento del narcisismo fálico, resultarán más o menos ostensibles y|o anormales según variables que conjugan desde la diferencia sexual anatómica hasta las contingencias psicopatológicas. Es sabido que Freud le atribuye un papel muy considerable en el desarrollo afectivo de las mujeres. El reforzamiento de sus celos debe tomarse como manifestación de la envidia fálica desviada, sobre todo en aquellas que a partir de su sentimiento de inferioridad comparten el desprecio del hombre por un sexo defectuoso. En el territorio de la enfermedad, los celos son la misma enzima que cataliza tanto la transfiguración de personas amadas en perseguidores odiados (paranoia persecutoria), como la conversión de rivales odiados en objetos amorosos (elección homosexual de objeto). En “Más allá del principio de placer”, refiriéndose a „una‟ transferencia „que se le ha caído del mapa de Repetir Para No Sufrir‟, Freud describe al neurótico como un avezado „baqueano‟ que sabe orientarse muy bien para “. . . hallar los objetos apropiados para sus celos. ” El poder de los celos El fragmento mencionado, el cual delata un sentido inconciente, continúa así: “Todas estas dolorosas situaciones afectivas y todos estos sucesos indeseados son resucitados con gran habilidad y repetidos por los neuróticos en la transferencia. ” La asociación de Freud transluce una especie de ley genética en la neurosis: todo lo que le ofreció forma a la nada, aquello que consiguió ligar la tendencia a la destrucción, tiene ganado como derecho de piso su persistencia. “Los celos son una pasión que busca con celo lo que produce dolor” (Schleiermacher). Así como el masoquismo conmemora la libidinización de Tánatos, el tormento de los celos actualiza el intento de ligadura de injurias primordiales que amenazaron fracturar el sentimiento-de-sí. Volver a sentir celos es la manera de afirmación arcaica con la que un yo en peligro busca restañar su propia objetivación. El ápice de su tormento, contiene paradojalmente en estado informe, tanto la insoportable pérdida como la renuencia misma, a la pérdida del Paraíso. Los celos. . . “¿Es bueno o es malo?” Uno de los desenlaces de la fijación a la madre en el varón conjuga la ligereza sexual del objeto sexual con su alta valoración, la consecuente intención redentora, y la fidelidad, a la necesidad de sentir celos (condición erótica del tercero perjudicado, etc. ) Otro punto de vista, en cambio, le reconoce a los celos, la posibilidad de generar un campo que protege a la investidura sexual. Así se lee en “Psicología de las masas y análisis del yo” (1921): “Las violentas emociones suscitadas por los celos sirven para proteger la elección sexual de objeto contra la influencia que sobre ella pudiera ejercer un ligamen colectivo. Solo cuando el factor tierno y, por lo tanto personal de la relación amorosa desaparece por completo ante el factor sexual es cuando se hace posible el público comercio amoroso de una pareja o la realización de actos sexuales simultáneos dentro de un grupo, como sucede en la orgía. Pero con ello se efectúa una regresión a un estado anterior de las relaciones sexuales, en el cual no desempeñaba aún papel ninguno el amor propiamente dicho y se daba igual valor a todos los objetos sexuales aproximadamente en el sentido de la maligna frase de Bernard Shaw. „Estar enamorado significa exagerar desmesuradamente la diferencia entre una mujer y otra. ‟ “ En definitiva, el ser humano no puede menos que sentir tristeza y dolor por el objeto erótico que se le aparece como perdido. El menoscabo de su orgullo y la hostilidad dispuesta a aprontarse contra el rival preferido pueden contrarrestarse por la autocrítica que es capaz de hacer el yo ( solamente en algunos casos y nunca totalmente) al reconocer su propia responsabilidad por la pérdida amorosa. Queda demostrado así, que el potencial destructivo no depende en forma inequívoca del tipo de pasión de que se trate (amor, celos), sino del delicado equilibrio resultante entre las necesidades pulsionales y la imposición de la cultura. Los celos más morbosos, carentes de todo fundamento y sin apoyo en la realidad, son en esencia, los mismos que le sirvieron a los jóvenes desterrados de la horda para garantizar y mantener la prohibición de las relaciones sexuales en su nueva sociedad. Y cuando atacan, traen consigo todo el dolor que es capaz de albergar el amor. La teoría freudiana acerca de los celos y los celos de Freud Roberto Rusconi Resulta difícil, al examinar una teoría, dejar de considerar la posibilidad de la intervención de las vivencias y fantasías inconscientes del autor de la misma. Una teoría, después de todo, es la formulación ordenada, lógica, de una fantasía que se descubre en sí mismo acerca de un determinado hecho o fenómeno. Igualmente, sabemos que en las hipótesis que con el nombre de construcciones e interpretaciones realiza el analista, puede detectarse la presencia de las fantasías de quien las formula. Sabemos que lo que Freud nos enseña en cuanto a los celos (más allá de los que llama normales o edípicos y de los proyectados, me refiero a los delirantes) es realmente un descubrimiento absolutamente original y esclarecedor. Su descubrimiento de la sintaxis del delirio celotípico nos permite una comprensión indudable del fenómeno. Ahora bien, y más allá de que haya presentado esa hipótesis en su análisis del Presidente Schreber, cabe preguntarnos hasta qué punto pudo haber surgido también - al menos en parte - como resultado de su autoanálisis. Tal como sus formulaciones acerca de sueños o del complejo de Edipo, etc. A tal efecto, los invito a examinar una carta que el joven Sigmund le enviara a su amada, en donde creo que podemos ir siguiendo de cerca los sentimientos en juego, desde la admiración homosexual enamorada hasta la aparición de los celos. Carta a Martha, fechada el 27 de junio de 1882 (*): “[. . . ] ayer fui a ver a mi amigo Ernst v. Fleischl, a quien antes, cuando aún no conocía a Marty, envidiaba en todos los aspectos [. . . ] Es una excelente persona en quien la naturaleza y la educación se han combinado y producido los más óptimos resultados. Acomodado, experto en todos los juegos y deportes, con la impronta del genio en sus facciones varoniles, apuesto, refinado, dotado de talento multiforme y capaz de formar juicios originales acerca de la mayoría de las cosas, ha sido siempre mi ideal y no me sentí satisfecho hasta que nos hicimos amigos, dándome la oportunidad de disfrutar de sus muchos valores y habilidades. En esta ocasión le llevé la crítica de un libelo que había redactado él, y me enseñó el juego japonés llamado „Go‟, asombrándome con la noticia de que estaba aprendiendo sánscrito”. En este fragmento vemos en primer lugar la sustitución de Ernst por Marty, como si se tratara de dos objetos en los que uno reemplazó al otro, más la inclusión del firmante de la carta, configurándose la situación triangular. La serie de elogios (“apuesto, refinado”, etc. ) que exaltan la figura de Ernst parecen los que podrían ser dichos por una joven enamorada, en la que la idealización le “falsea el juicio” como diría Freud. Es que efectivamente de idealización se trata y él mismo así lo afirma “ha sido siempre mi ideal”, vale decir que lo ha hecho coincidir con su Ideal del yo. Resalta “la impronta del genio en sus facciones varoniles” así como el hecho de que es “experto en todos los juegos y deportes”, lo que suena obviamente un tanto exagerado. En tal entusiasmo por la persona en cuestión, queda clara la búsqueda por parte del joven Sigmund de un acercamiento que le permitiera disfrutar, como él mismo dice, sus valores y habilidades. Parecería que no puede quedarnos duda acerca de la elección realizada. “[. . . ] Después eché una ojeada por su habitación, y, pensando en este amigo, superior a mí en muchos aspectos, se me ocurrió cuánto podría hacer él por una muchacha como Martha, qué magnífico engarce podría proporcionar para esta joya; cómo Martha, a quien encantó incluso nuestro humilde Hahlenberg, admiraría los Alpes, los canales de Venecia, el esplendor de San Pedro en Roma; de cómo disfrutaría compartiendo la importancia e influencia de este su presunto amado, y cómo los nueve años que me lleva este hombre podrían representar otros tantos de felicidad sin paralelo en su vida comparados con los nueve miserables años de andar a escondidas que le esperan conmigo. ” Párrafo sumamente interesante si tomamos en consideración que luego de tantos elogios, de tanta exaltación, y echando una ojeada por su habitación, se le ocurriera la relación con Martha. Subrayo el “echando una ojeada por su habitación”, porque la habitación en tanto lugar íntimo, espiado por esa ojeada freudiana, puede ser propicio para despertar fantasías de contenido sexual inaceptables para la consciencia. Quiero decir que tal vez fue en ese preciso momento, en el activarse fantasías homosexuales y de escena primaria, que surge a la consciencia la idea del vínculo de Martha con Ernst. No soy yo, Sigmund, quien lo ama; es ella, Martha. Qué magnífico engarce, cómo disfrutaría, cuántos años de felicidad. . . Hasta podemos sospechar la existencia de una fantasía de embarazo, dada la reiteración de los nueve años a los que hace alusión. Pero como toda defensa, va también acompañada de inconvenientes, de sufrimiento. Es así que continúa: “Dolorosamente me vi obligado a imaginar cuán fácil sería para él - que pasa dos meses de cada año en Munich y frecuenta la más alta sociedad - conocer a Martha en casa del tío de ésta. ” En ese dolor vemos ya la aparición de uno de los componentes esenciales de los celos. Pero queremos destacar que surge de una situación absolutamente imaginada por el que padece dicho dolor; escenas que presencia en su fantasía y que nos parecen que aparecieron como defensa frente a una situación de intensa exaltación por alguien del mismo sexo. “Luego, súbitamente, disipé este ensueño y vi perfectamente claro que no podía renunciar a mi amada aunque mi compañía no fuera la más adecuada para ella. ” El dolor producido deja ver sus efectos. Pero el disiparse el ensueño, si tenemos en cuenta el modo en que lo relata, más bien parece típico de la cristalización de una idea particular. Relatado al modo en que suele escuchárselo a quienes nos cuentan cómo concluyeron (en un momento de “iluminación”) lo que solemos llamar delirios. Me estoy refiriendo a la frase “vi perfectamente claro”. Lo que él vio perfectamente claro fue que no podía renunciar a su amada. Menos mal. Porque tal vez estuvo muy cerca de ver perfectamente claro el vínculo que él había imaginado entre Martha y Ernst. La estructura de Freud no parece ser la de un delirante celotípico. Con respecto al “súbitamente”, ignoro si en el original habrá utilizado el término alemán “plötzlich”, habitualmente traducido por Etcheverry como “de pronto”. En el historial del Hombre de los lobos, por ejemplo, de pronto se abre la ventana en el sueño, de pronto se abren los ojos, etc. De cualquier modo, ese “súbitamente” alude al momento de revelación en el que algo se deja ver, algo se descubre, algo aparece o desaparece de la escena, ese instante de cambio entre un antes y un después. Momento de aparición ante los ojos de una escena primaria, o momento de explosión de un afecto, o de cristalización de un delirio, pero momento sin duda privilegiado a partir del cual las cosas ya no son como antes. “La parte de felicidad a la que Martha renunció al hacerse mi novia será compensada más tarde. Mi niña tiene que prometerme que se mantendrá joven y fresca durante el mayor tiempo posible y que aún después de nueve años, se sentirá tan amablemente sorprendida por todo lo que es nuevo y bello como ahora. [. . . ] ¿Acaso no puedo por una vez en mi vida conseguir algo mejor de lo que merezco? Martha sigue siendo mía. “ Conclusión en la que promete compensación más tarde, a la manera de la religión, y en la que exige también promesa de la otra parte. Infaltable en su espíritu la queja en cuanto a los merecimientos, de fondo melancólico pero de construcción rigurosamente al estilo de ser excepcional que demanda su merecida indemnización aunque sea “por una vez en mi vida”. Como reaseguramiento frente a su “pequeño delirio de celos”, establece con convicción que “Martha sigue siendo mía”, es decir, en ese “mía” está presente la marca de la posesión del objeto. La posee, es de su propiedad, puede ya el celoso dormir tranquilo. Para terminar, quiero destacar que en este breve ejemplo tal vez podamos considerar presente el material de pensamientos y afectos que, investigado por el propio Freud a través del autoanálisis de situaciones similares, llevó a que postulara sus hipótesis acerca de los celos del modo en que lo hizo y comprender de esa manera el delirio celotípico. BIBLIOGRAFÍA (*) FREUD, Sigmund: “Epistolario 1873 - 1939”; Biblioteca Nueva, Madrid, 1963
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