OBREROS, POLIZONTES, PUPILOS Dramaturgias chilenas de cien años (Notas en progreso) Cristián Opazo Texto elaborado en el marco del proyecto FONDART 55388 Consejo Nacional de la Cultura y las Artes Gobierno de Chile Obreros, polizontes, pupilos 2 Contenidos Introducción: Dramaturgias chilenas más allá de los teatros universitarios 3 Historia y geografía de los teatros universitarios de Santiago de Chile (1941 y 1973) 19 Madrid, Madrid: Jorge Díaz, (auto) exiliado ejemplar 41 Pedagogías teatrales en el Chile pos-autoritario 48 Pedagogía de un bailarín de discoteca: masculinidad y oficio en La huida, de Andrés Pérez Araya 58 Obras citadas 68 Obreros, polizontes, pupilos 3 Introducción: Dramaturgias chilenas más allá de los teatros universitarios (S. XX) A juzgar por nuestros trabajos, historiadores y críticos de las dramaturgias chilenas del S. XX, padecemos de agorafobia: pavor súbito a los espacios ajenos. 1 Efectivamente, en antologías y ensayos, rara vez atendemos a aquellos escenarios situados en los extramuros de los campus universitarios: desdeñamos los circos populares (aunque, en las galerías de Fráncfort y el Múnich, Antonio Acevedo Hernández y Carlos Cariola aprenden el oficio de la escritura de segundas partes [c. 1910]); ignoramos las errancias (aún cuando, en La Habana y Madrid, Isidora Aguirre y Jorge Díaz ensayan nuevas estrategias de disidencia política y sexual [c. 1960]); en fin, negamos las fiestas clandestinas (pese a que, en El Trolley y en Spandex, Ramón Griffero y Andrés Pérez se fascinan con el gestus de las divas transformistas [c. 1980]).2 Más aún, esta misma afección determina la manera en que 1 Del griego ἀγορά (espacio de reunión) y φοβία (miedo), la agorafobia es un trastorno de ansiedad provocado por el miedo que suscita en un individuo la posibilidad de participar de una espacio que percibe amenazante (American Psychiatric Association 5-8). En psiquiatría, este trastorno fue tipificado por C. O. Westphal en 1871 y psicoanalíticamente explicado por S. Freud en 1887: “For him the space of the street [among others] represents temptation for the sexually repressed female patients. . . (Homes 2.2). La agorafobia —insiste Freud— es un mecanismo conectado con “the repression of the intention to take the first man one meets on the street” (17). Para la teoría marxista, en tanto, la agorafobia es un epifenómeno de la modernidad capitalista ya que, bajo este paradigma, “everything that is solid melt into air, including the reasoning solidity of the domestic architecture of the built environment and the stable roles and rules governing social life” (Berman qtd. in Holmes 3.2). Por último, para los estudios de performance, agorafobia será la cualidad de un discurso crítico que releva la jerarquía de la institución que lo legitima y oblitera las condiciones que podrían evidenciar su caducidad (Bankey 136, Opazo, “Pedagogía teatral” 2). 2 En español, el verbo errar tiene dos acepciones significativas: “[3.] andar vagando de una parte a otra” y “[4.] divagar el pensamiento, la imaginación” (RAE 611.2). El psicoanálisis considera estas dos acepciones y dentro del proceso de subjetivación adolescente distingue dos maneras de errar: una psíquica (divagación en la imaginación) y otra actuada (divagación en la acción). En este acting-out, el individuo “transforma el mundo en el escenario fantasmático” donde despliega sus contradicciones (Bisson 330). Sobre la base de la observación, comprendo como errancias a aquellos exilios, fugas, giras, migraciones y viajes a través de los que nuestros dramaturgos representan —más allá de sus escrituras y más acá de las tablas— su profundo desacomodo con el sistema de reglas y prescripciones que informa la cultura chilena (Lotman 21819). Obreros, polizontes, pupilos 4 configuramos nuestros textos de historia y crítica: en ellos, sindicamos, como obreros malogrados, a los dramaturgos que tercian en las revueltas de la época de Centenario (c. 1910); ungimos, como pupilos ejemplares, a los dramaturgos que participan de las “misiones pedagógicas” de los teatros universitarios solo de Santiago (Experimental [f. 1941] y de Ensayo [f. 1943]); y, en último caso, evocamos, como militantes de una causa perdida, a quienes ejercen el oficio de escribir textos dramáticos en las ruinas de la ciudad letrada (c. 1980). Según consignan las bibliografías, a nuestros teatristas, historiadores y críticos los hemos deseado siempre adscritos a espacios de instrucción formalizada: cuando no puedan ser pupilos de universidades, serán obreros de sindicatos o militantes de colectivos poíticos proscritos.3 Quizá, este pavor súbito obedezca a las huellas mnémicas que, como testigos de la escena teatral, guardamos de las travesías urbanas, giras autogestionadas y fiestas alternativas: en el Conventillo del Diablo (Av. Matta 1833), Acevedo Hernández ve morir acribilladas a sus Almas perdidas (marzo, 1912); en la sede del CEFA-Concepción (Freire 1119-B), Isidora 3 Ofrezco algunos ejemplos, seguidos de una observación. En los trabajos de Bravo Elizondo (1986), Cánepa (1974), Durán (1963), Guerrero (1991), Piña (2014) y Rodríguez (1973), el adjetivo obrero es el calificativo dilecto de los textos de los dramaturgos del periodo 1900-1930 (en este contexto de uso, obrero deviene sinónimo de popular y social). A su vez, en las monografías de Guerrero (1991), Hurtado (1993, 1997, 2010), Oyarzún (2004-2012) y Piña (2014), los dramaturgos del medio siglo (generación de 1957) son saludados como pupilos aventajados de las universidades Católica y de Chile (e.g. “movimiento renovador impulsado por un grupo de estudiantes y apoyado por las universidades” [Hurtado 14], o “[camada de] autores [que] se van perfeccionando dentro . . . de los teatros universitarios” [Guerrero 10]). En último término, en los ensayos de BravoElizondo (2000), Lepeley (1994) o Piña (1998), los dramaturgos son “fichados” como “militantes, trabajadores y artistas” (Pradenas 404). Empleados de manera recurrente, los tropos obreros, pupilos y militantes contribuyen a mal comprender la díada ciudad-teatro: emplear la voz obrero como sinónimo de social o popular resta visibilidad al “Santiago deleitoso” (ciudad de burdeles, cines, circos, cocinerías, ferias y mercados donde se abrazan aristocracia y plebe del mil novecientos); elogiar a todos los dramaturgos nacidos entre 1920 y 1934 con el epíteto pupilos contribuye a desconocer sus acciones de disidencia política, sexual o teológica libradas en contra de la universidad; por último, la tríada militantes-trabajadores-militantes menosprecia las luchas micro-políticas de diletantes, migrantes y performeros. Así, esta lectura busca situarse en una genealogía crítica no agorafóbica, compuesta, entre otros, por Catherine Boyel (Out of the Wings) Marta Contreras y Adolfo Albornoz y Patricia Henríquez (Historia del Teatro de la Universidad de Concepción); Mauricio Barría (Biblioteca Sonora del Teatro Chileno); Soledad Lagos (Creación colectiva: teatro chileno a fines de la década de 1980); Sara Rojo (Tránsitos y desplazamientos teatrales), y Juan Villegas (Historia multicultural de teatro de América Latina). Obreros, polizontes, pupilos 5 Aguirre es hostigada por agentes de la DINA (septiembre, 1986); en Spandex (San Diego 1035), Andrés Pérez baila haciendo verónicas a los fantasmas del VIH-SIDA (junio, 1991) —lejos de la universidad, los teatristas padecen con sus cuerpos.4 Soslayada la agorafobia, mi objetivo es reconstruir los sitios de emergencia, aún escamoteados, de las dramaturgias chilenas de cien años: bienales-underground, circos, carpas, giras y fiestas. A estos sitios, aquí, los denomino escenarios contra-pedagógicos: en ellos, las dramaturgias, forzadas por una contingencia hostil, se yerguen en oposición a las doctrinas estéticas y políticas hegemónicas.5 Con este propósito, me interesa (a) determinar las trayectorias de dramaturgos y textos a través del tramado cultural chileno y, cuando corresponda, translocal 6 ; (b) rastrear los modelos pedagógicos con los que se des-identifican; y (c) descubrir las cofradías de espectadores y lectores que se constituyen en torno a ellos. Apuesto que, en esos escenarios contra-pedagógicos, las dramaturgias chilenas de cien años experimentan sus transformaciones más radicales. 4 Mientras historiadores y críticos insistimos en la tríada obreros-pupilos-militantes, los mismos teatristas han ensayado escrituras que invitan a considerar escenarios diferentes del sindicato, la universidad o el partido. Anótense dos ejemplos sobresalientes aunque, aún, poco estudiados: (a) Memorias de un autor teatral (1982), de Antonio Acevedo Hernández (vívidas descripciones de una coyuntura donde la dramaturgia apuntada como obrera debe negociar con el cine, el circo y la zarzuela); y (b) Trasnochadas (1957), de Rafael Frontaura (diario de un bohemio que evidencia cómo el teatro participa de la “noche santiaguina” de las décadas de 1920 y 1930). 5 Construyo la expresión escenario contra-pedagógico sobre la base de voces recicladas. Con el sustantivo escenario señalo la fugaz y precaria coyuntura histórica donde una serie de teatristas fuerza un cambio en las maneras de producir teatro (e.g. actores, directores, diseñadores, dramaturgos, escenógrafos) (Taylor and Townsend 1). Este uso metafórico de la voz escenario está autorizado por su étimo, skené: de manera literal, plataforma; de manera figurada, construcción improvisada (Schefer 175). El adjetivo contra-pedagógico, en tanto, califica un modus operandi que, como el de los teatristas, promueve la reapropiación de los materiales disponibles en el entorno, aunque con el propósito de disponerlos de manera reñida con las convenciones de uso (de ahí, la elección del prefijo contra en lugar de pos, que podría sugerir “superación” o “desdén”) (Whitley and Sklower 9). Dentro de este contexto, las convenciones de recto uso de las ciencias y las técnicas (pedagogía, en un sentido general), son ungidas como hegemónicas por las instituciones de instrucción formalizada, o, lo que es equivalente, partidos políticos, sindicatos y universidades, entre otras entidades cuya misión es la transmisión sistemática de discursos hacia un grupo individuos contractualmente cohesionados (Freire 189). 6 En mi escritura, empleo el adjetivo calificativo translocal para señalar movimientos que no solo transgreden las fronteras nacionales sino, también, límites culturales (líquidos, móviles, oscilantes) (Brickell and Data 3). Obreros, polizontes, pupilos 6 Así, visualizo, entre otros, tres escenarios contra-pedagógicos: (a) en la época del Centenario, en circos pobres y salas de barrio, el circo y el sainete, despreciados como “géneros chicos” o meros “divertimentos,” se convierten en los formatos que instalan en el espacio público las demandas estéticas y políticas de los grupos marginalizados por las élites; (b) en el apogeo de los teatros universitarios, en carpas itinerantes y errancias, el realismo sicológico o el teatro épico, enseñados en las aulas universitarias, se tornan subversivos al cruzarse con bailes chinos y espectáculos revisteriles; (c) en plena dictadura, en bienales underground y fiestas clandestinas, las escrituras insurgentes hallan sus modelos dilectos en las coreografías del Blue Ballet, en la lira popular y en la moda new-wave. En suma, propongo que, desahuciados, expulsados o fugados de las instituciones de instrucción formalizada, los dramaturgos encuentran respuestas más críticas a las urgencias de su cotidianidad en los efímeros repertorios de los divertimentos populares que en los estancos archivos universitarios.7 Aquí, mi afán no es sustituir un lista de textos canonizados por otros relegados. Es, más bien, ofrecer una lectura contra-pedagógica: estrategia para el enfrentamiento de textos dramáticos que presupone que, para reproducir los sentidos de dichos textos, es necesario rehuir los binarismos que informan los currículos de docencia e investigación dramatúrgica (escritura/oralidad, espectáculo/ texto, espectador/ lector, literatura/ teatro).8 En el ejercicio de la lectura contra-pedagógica, al ojo se 7 Aquí subrayo los términos archivo y repertorio como gesto de adscripción al lexicón sugerido por Diana Taylor en su texto homónimo: mientras el archivo es una registro seriado y jerarquizado de textos sistemáticamente codificados, el repertorio es el conjunto de estrategias que permiten a una comunidad apropiarse críticamente de los materiales que los archivos tutelan (16-24). Desde mi formación textualista-chilena, me entusiasma comprender esta díada como una actualización culturalista de otros binomios antes empleados: enunciado/ enunciación (Benveniste), vertreten/ darstellen (Spivak) o epistemología/ práctica enunciativa (Bhabha). 8 Estos binarismos estructuran textos claves de la semiótica del teatro en boga en las décadas de 1970 y 1980 (e.g. Semiótica teatral [1977], de Anne Ubersfeld, y Diccionario de teatro [1987], de Patrice Pavis). En contextos periféricos, la semiótica proveyó un lexicón que permitió superar el Obreros, polizontes, pupilos 7 fascina con cruces, imbricaciones y nudos viejos (Aguirre con El Ché, Díaz con Mc Namara, Sieveking con Jara). Por lógica consecuencia, mi lectura contra-pedagógica se asimila menos a la crítica de teatro que a la de performance: recuérdese que el objeto de la primera es la obra enseñada por un emisor a un receptor (el étimo de teatro es el sustantivo griego theatrón o “lugar de contemplación”); a su vez, el objeto de la segunda es una práctica ejecutada por una comunidad (no por azar, performance deriva del verbo inglés [to] perform o “llevar a cabo una acción”). Por esto, mientras el crítico de teatro se fascina con la descripción de una pieza de archivo (e.g. la tipificación actancial de un texto dramático otrora desatendido), el crítico de performance goza con la imaginación de sus repertorios (e.g. el rastreo de los retazos de memoria que se actualizan en cada lectura o montaje de un drama olvidado). Situados en el territorio del performance, las concepciones de dramaturgia y texto dramático varían sus sentidos. Sin más, la dramaturgia deviene práctica cultural que comprende dos dimensiones: (a) la construcción que hace un individuo o un colectivo del tejido lingüístico que sirve de pretexto para el desarrollo de un espectáculo, y (b) la re-construcción que de ese pre-texto ejecuta un espectador/ lector cunado se apropia de él. Por añadidura, aquí, el texto dramático es una construcción lingüística que se define menos por sus cualidades estructurales que por su uso sistemático como acicate para prácticas espectaculares. De manera consecuente, el dramaturgo será definido como un agente que dispone y moviliza los preimpresionismo (e.g. en Chile, el oficio de Cánepa, Durán y Piga, fue sistematizado por Carrasco, Contreras o Pereira). No obstante, pese a su rigor, las categorías semióticas no permitieron relevar tradiciones liminales: acciones de arte, creación colectiva o teatro circo (Diéguez 35). En contra de la semiótica, Joseph Roach, N.W. Tgiong’ y Diana Taylor, entre otros, coinciden en que en África o Latinoamérica, textos y espectáculos no se excluyen sino que superponen: “estos modos de comunicación se producen entre sí, de forma interactiva a través del tiempo” (Roach 193-94). Por consiguiente, es más significativo pensar quiénes y con qué autoridad se apropian de un texto, independiente de su formato (Thiong’o 348). Así, distanciados de los binarismos, “lo que interesa [ahora] no es la lectura o el estudio de un objeto en sí sino su comportamiento. . . . [en breve] su dimensión performativa” (Prieto Stambaugh 209). Obreros, polizontes, pupilos 8 textos verbales que incitan el diálogo con/ entre actores, directores, dramaturgistas, escenógrafos y vestuaristas. Como diría Frederic Jameson en su cita brechtiana: aquí el dramaturgo no es el “propietario legal” del texto sino quien, de manera tránsfuga, usufructúa de él (189).9 Con estas herramientas, delinearé los tres escenarios contrapedagógicos, a mi juicio, más relevantes para el desarrollo de las dramaturgias chilenas de cien años: Los divertimentos del medio-pelo (c. 1910), Las errancias del pupilo (c. 1960) y Los bailes del polizonte (1980). Estos rótulos en los que el nombre (divertimento, errancia y baila) no calza con su complemento (del medio pelo, del pupilo, del polizonte) tienen como propósito enfatizar el gesto de pensar a estos agentes culturales (dramaturgos) en espacios imposibles (escenarios contra-pedagógicos). Escenario contra-pedagógico: los divertimentos del medio pelo “Yo solo conocía el circo”—Antonio Acevedo Hernández, “Cuarenta años de teatro” (1955). Al revisar ciertos textos dramáticos de la Época del Centenario, sorprende cómo sus dramaturgias se empeñan en señalar los objetos decorativos (cachivaches, chiches, moblajes) que copan las casas del medio pelo criollo: “Salón de taller de modas que es a la vez sala de trabajo y salón de pruebas. . . En las paredes, oleografías y cuadros representando la moda” (Moock, Isabel Sandoval Modas [1915], 7); “conventillo. . . . Santiago. . . 9 Los estudios sobre performance enseñan conexiones entre agendas creativas y/ o críticas que, de otro modo, se percibirían desagregadas (Bial 40). Así, bajo su alero, convergen las definiciones de dramaturgia, texto dramático y dramaturgo de Eugenio Barba, Hans-Thies Lehmann y Heiner Müller que, respectivamente, sustentan mi postura. De Barba, recojo el axioma que indica que la dramaturgia es una práctica escrituraria que codifica tres tipos de materiales: sensoriales, verbales e inconscientes (255-56). De Lehmann, tomo la metáfora que figura al texto como un espacio ignoto —textscape, dirá en inglés— cuya topología desconcierta al explorador (148-50). De Müller, rescato la premisa de que dramaturgo es quien dispone, en la escena de la escritura, materiales que obligan a diseñar nuevas maneras de administrar el espacio teatral (26). Como resulta evidente, en este espacio crítico, el mínimo-común-denominador de las premisas de Barba, Lehmann y Müller es la sujeción a experiencias materiales (Pavis 214). Obreros, polizontes, pupilos 9 1915. . . puesto clandestino de licores. . . damajuanas. . . botijos de vino. . . cuadros baratos (oleografías) que representan reyes y militares” (Acevedo Hernández, Almas perdidas [1917], 21); “Sala modesta con muebles de mimbres. . . . Todos los detalles demostrarán un afán por hacer parecer decente el descalabrado mobiliario” (Luco Cruchaga, Amo y señor [1926] 118).10 Intrigado por esta recurrencia, me propongo leer estas acotaciones como representaciones del sensorium o sistema de percepción de este medio pelaje urbano: creo que, en su modesto remedo conventillero, la moda deviene estilo que subvierte la caricatura criollista, el panfleto anarquista y el tratado naturalista. O, como diría Roberto Echevarren: si el criollismo o el naturalismo festinan o denuncian nuestra imposibilidad de acceder a mercancías ofrecidas en las vitrinas de los almacenes (moda), las dramaturgias de Acevedo Hernández, Cariola, Luco Cruchaga y Moock despliegan los usos impropios (estilos) que de ellas hacen pequeños comerciantes, empleados arribistas o trabajadores desgraciados (90-95). Así, resulta evidente que, en estas escrituras, los objetos no se enseñan como utilerías estereotipadas sino que se emplean como signos de declaraciones contra-culturales. Este juego con los materiales aparece, sin ir más lejos, en Almas perdidas (1917) de Acevedo Hernández. Allí, los diálogos esquemáticos (proclamas obreras dispuestas en turnos de habla) son animadas por acotaciones que delinean la planta de movimientos de auténticos performances callejeros: por ejemplo, en el centro del “Segundo acto,” un turco buhonero irrumpe en Conventillo del Diablo con un canasto repleto de jabones, medias, y 10 La locución adjetiva despectiva medio-pelo se zahiere a aquellos individuos que por su linaje (espurio) y por sus pertrechos (exiguos) no cuentan con el reconocimiento (simbólico) de las élites (Jauretche 7). En su avidez de reconocimiento, el medio-pelaje chileno —casta de huachos desclasados— se reconoce, a sí mismo, “introvertido y patético” (Salazar 7-21). Por consiguiente, las oleografías y moblajes sugeridos en las didascalias de Acevedo Hernández, Luco Cruchaga y Moock me seducen, justamente, como los divertidos performances de un fallido afán de visibilidad. Obreros, polizontes, pupilos 10 sedas, irresistibles para los personajes, para los actores y, ni hablar, para los espectadores. En sus “Cuarenta años de teatro,” de hecho, Acevedo Hernández señala cómo los momentos más celebrados de sus montajes eran aquellos en que se ponían en escena pasajes que implicaban la manipulación de objetos de apariencia suntuosa (34-36). En esos instantes, la exhibición del objeto suscita respuesta (de fascinación y repulsa) que no caben en los límites de las frases enunciadas por los actores. Circa 1910, el trabajo con los materiales se aprende del oficio circense, de los géneros chicos y de los clubes de lectura secretos. Del circo, cuentan las segundas partes, mojigangas de asunto escueto que suceden a los números de variedades (acrobacia, adiestramiento y malabarismo). Los escritores de segundas partes aprenden a suplementar el diálogo con juegos de pantomima, lira popular y, sobre todo, con el despliegue de objetos deseados por la audiencia (accesorios, perfumes, vestuarios). De los géneros chicos, en tanto, importa la dicción de su primeras figuras: divas/ divos que reclaman turnos de habla que puedan repetirse como estribillos o manifiestos Al final, de los clubes de lectura secretos, interesa cómo ellos ponen en circulación textos inaccesibles. Al alero de estos tres espacios, la dramaturgia crea un modus operandi que no solo permite presentar la vida de los otros sino, también, relevar los materiales que excitan el goce de los sentidos.11 Por su exuberancia material, estas dramaturgias circulan en simultáneo en soportes diferentes: álbum fotográfico (reproducido en revistas), anejo con ilustraciones (distribuido junto con pasquines obreros), montaje-tiposainete (puesto en escena en teatros de palcos), producción 11 Hacia 1910, la dramaturgia debe prever episodios de exacerbación sensorial. Entonces, los textos dramáticos son el pie forzado de un teatro que se concibe como un hito más de la ciudad deleitosa (conjunto de boîtes, burdeles, cines, circos, ferias, quintas de recreo y teatros donde aristocracia y plebe satisfacen “impostergables de salud, de comida y de amor”) (Salinas 5-16). Obreros, polizontes, pupilos 11 cinematográfica (proyectada en salas de barrio) o radio teatro (emitido en amplitud modulada). Así, con la certeza de la circulación azarosa de sus textos, los dramaturgos también descubren procedimientos de recomposición textual: el collage, el recorte y la reescritura.12 Con estos antecedentes, a este escenario contra-pedagógico lo denomino Los divertimentos del medio pelo: coyuntura donde los dramaturgos aprenden del circo, del género chico y de otros divertimentos en boga, los procedimientos de composición dramática que les permiten superar la díada criollismo/ naturalismo y, articular grupos de afinidad estética (bastarda, kitsch, popular). Dentro este escenario contra-pedagógico proyecto leer los textos que siguen: de Antonio Acevedo Hernández (1886-1962), Almas perdidas (1917) e Irredentos (1918); de Carlos Cariola (1895-1960), Entre gallos y medianoche (1919) y On parle francais (1920); de René Hurtado Borne (18871960), Medio pelo (1917) y Su lado flaco (1932); de Germán Luco Cruchaga (1894-1936), Amo y señor (1926) y La viuda de Apablaza (1928); de Armando Moock (1894-1942), Isabel Sandoval Modas (1915) y Era un muchacho alegre (1922); y de Nicanor de la Sotta (1893-1927), Golondrina (1924) y Se armó la rosca (1921).13 Escenario contra-pedagógico: las errancias del pupilo El tropo teatros universitarios inmoviliza la memoria teatral del periodo 1941-1973: la circunscribe a dos organizaciones (una estatal laica [U de 12 Acevedo Hernández recuerda los deberes de dramaturgo que le encomienda don Rafael Pellicer: “Haga lo posible por arreglar las obras para las seis personas [de la compañía]. . . . Vea la manera de quitar, de unir figuras que haya que quitar. . . . Si puede arreglar en tres actos, lo hace. . . .” (“Cuarenta” 35). 13 Los textos de Acevedo Hernández exploran la cotidianidad de los suburbios; los de Cariola, las componendas arribistas del medio-pelaje urbano; los de Hurtado Borne, las fantasías de las castas espurias; los de Luco Cruchaga, los secretos vergonzantes de madres, huachos y lachos; los de Moock, el asenso frustrado de familias desclasadas; en fin, los de De la Sotta, las patologías que se contagian en la ciudad deleitosa. Obreros, polizontes, pupilos 12 Chile], otra eclesiástica [UC]), la aleja de la ciudad (con su trama de burdeles, revistas y salas urbanas), la resta del tejido institucional (intervenido por los institutos binacionales de cultura), y la abstrae de los conflictos translocales (reforma agraria, revolución cubana, guerra fría).14 Por sobre todo, este tropo no dice las itinerancias de los teatristas: en las escuelas, ¿cómo las militancias tempranas afectan la maduración de los nóveles los pupilos?; de ellos, ¿quiénes abrazan y quienes abdican de la carrera académica?; o, en el territorio político, ¿cómo enfrentan golpe y dictadura militares? Al desmontar el tropo teatros universitarios, revelaré, algunas itinerancias significativas. (a) La radicalización de los textos de Isidora Aguirre, primero, al alero de Casa de las Américas (La Habana); después, como directora de arte de la campaña presidencial del presidente Salvador Allende (Chile), y, al fin, comprometida con asociaciones defensoras de los derechos humanos (Concepción). (b) El contagio de la escritura dramática de Alejandro Sieveking con otras tecnologías (piénsese en lo que ocurre en sus trabajos mancomunados con Raúl Ruiz [Tres tristes tigres, 1968] y Víctor Jara [montaje de Parecido a la felicidad, 1959, y la grabación del disco-documental La población, 1972, entre otros]). (c) Las disputas entre pupilos y maestros que redundan en crisis institucionales (por ejemplo, la escisión que suscita entre los miembros del Teatro Ensayo el estreno de Topografía de un desnudo [1967], pieza en que Jorge Díaz hace eco de los escritos políticos de Erwin Piscator). (d) Las soledades de aquellos 14 La pretendida autonomía de los teatros universitarios de Santiago es, en todo caso, relativa. Esta condición se revela, por ejemplo, en Pro Arte, semanario de difusión cultural afín a las élites universitarias, fundado en 1948 por Enrique Bello. Pro Arte publica bajo la tutela explícita de los institutos binacionales de cultura, en especial el Chileno-Francés. Su primer editorial es claro: “el mundo acaba de salir de la pesadilla de la guerra. . . otro mundo está naciendo” (1, 1). Escindido por la “cortina de hierro,” el “nuevo mundo” reclama un canon teatral donde no caben los maestros de la “órbita soviética”: Brecht, Meyerhold, Piscator. Más aún, con ayuda de su crítico residente —el galo becado por el Chileno-Francés, E. Frois— Pro Arte celebra una genealogía francesa de comediantes, dramaturgos y filósofos (J. Anuilh, J.L. Barrault, J. Copeau, J. Giraudoux, G. Marcel y E. Robles, entre otros) (Ibarra 79-110). Obreros, polizontes, pupilos 13 que solo obtendrían reconocimiento tras el desmoronamiento de la universidad y que, en el periodo, deambulan como cronistas del hampa entre San Diego y el barrio Matadero (es el caso de Juan Radrigán y Luis Rivano, por edad, contemporáneos de Díaz o Sieveking). (e) Las lecturas “erradas” de las que son objetos los textos de los maestros (en su carpa itinerante, los alumnos del TEUC tributan a un Luis Alberto Heiremans más atento a los bailes chinos que descubre en el Valle del Aconcagua y que plasma en su El abanderado [1962], que al existencialismo cristiano de Gabriel Marcel). (f) Los viajes en que los dramaturgos tenidos por pupilos ejemplares se apartan del rebaño (Díaz, en Madrid; Heiremans, en Londres). (g) Las trincheras desde las que los dramaturgos capean el autoritarismo dictatorial (en plena década de 1980, Sieveking y Vodanovic ejercen como guionistas de telenovelas en las estaciones de TV). De estas itinerancias, aprovecho de comentar la que, por mi trabajo reciente, me resulta más próxima: en una nota escrita el jueves 18 de junio de 1970, Díaz explica que se fuga a Madrid animado por una “única compulsión”: sacudirse de “Mi educación, mi formación intelectual [universitaria].” En Madrid, Díaz se fascina con una contra-cultura urbana desconocida para los criollos: la prehistoria de La Movida. Así, asombrado por los bares de ambiente, Díaz termina escribiendo una pieza que jamás publicaría en vida: Todas las fiestas del mañana. En 20 carillas mecanografiadas al otro lado del océano, Díaz invoca a Lou Reed y David Bowie para escribir un tratado de educación sentimental que celebra la androginia de unos teenagers que, como los aún anónimos Almodóvar y Mac Namara, “bailan, separados, a su aire.” Como es evidente, lejos de los bastidores del Experimental y el TEUC, Aguirre, Díaz o Sieveking rinden sus pruebas más arriesgadas. Por ello, denomino escenario contra-pedagógico las errancias del pupilo a esa trama de viajes azarosos en que los otrora discípulos de los teatros universitarios Obreros, polizontes, pupilos 14 deponen maestros, extreman posiciones y truecan oficios. A través de este escenario, leeré doce textos. De Isidora Aguirre (19192011), Población esperanza (1959 [escrita con Manuel Rojas) y Retablo de Yumbel (1987 [concebida para un colectivo penquista]). De Jorge Díaz (1930-2007), Topografía de un desnudo (1967) y Todas las fiestas del mañana (1984 [manuscrito de su periplo madrileño]). De Luis Alberto Heiremans (1928-1964), Moscas sobre el mármol (1961) y El Abanderado (1962). De Alejandro Sieveking (1934-), Parecido a la felicidad (1959) y Pequeños animales abatidos (1974 [de su residencia en Costa Rica]). De Sergio Vodanovic (1926-2001), Perdón, estamos en guerra (1966) y Nosotros, los de entonces (1974 [concebida en escenario pos-golpe]). De Egon Wolff (1926), Los invasores (1963 [entonces, dirigida por V. Jara]) y La balsa de la medusa (1984). Escenario contra-pedagógico: los bailes del polizonte “Me vestía como fleto. . . [Y,] desde la ignorancia, también me preguntaba: ¿qué puede hacer uno como maricón? Un maricón no podía estudiar pedagogía. . . . ”—Daniel Palma, Fuera del clóset (2010). En Santiago de la década de 1980, ya no se puede ser obrero (la industria fue clausurada); tampoco, pupilo (la universidad fue desmantelada). Textos dramáticos de la época, avisan que, en la ciudad sitiada, los vecinos disidentes padecen castigos ejemplares: en La huida (1974 [montaje, 2001]), Andrés Pérez invoca la pasión de los homosexuales lanzados al mar durante la dictadura de Carlos Ibáñez del Campo (“Con sus tacos altos de cemento. . . agitando sus brazos con esos pañuelos, bailando el último pie. . . . de una cueca no deseada” [45]); en El Loco y La Triste (1980), Juan Radrigán denuncia el atropello a la dignidad de un cirrótico y una prostituta coja que añoran la convivencia de las tomas obreras erradicadas (“entonces, se pone[n] a bailar, primero, con Obreros, polizontes, pupilos 15 temor, luego, con enajenada decisión” [137]); en 99 La Morgue (1986), Ramón Griffero recrea el espacio ominoso donde el hospital público de antaño se confunde con un tanatorio para los desadaptados (mientras los camilleros/ torturadores hacen desaparecer a un adolescente, una muchacha canta “más allá del sol yo tengo un hogar, un bello hogar más bello que el sol” [167]) —en las tres escenas, baile, canto y suplicio se traslapan. Estas imágenes de fiesta y suplicio constituyen una bella metáfora de las condiciones de producción de las dramaturgias chilenas de la segunda mitad de la dictadura/ comienzos de la transición (c. 1980-1994). En su afán de sobrevivencia, los teatristas, en especial los jóvenes, descubren espacios residuales que la urbe abandona y los transforman en trincheras contra-culturales: Arte Vivo (General Bustamante 130), El Garage (Matucana 19), Teatro Esmeralda (San Diego 1025), o El Trolley (San Martín 841). Allí, no solo imaginan fiestas new wave (revés andrógino y festivo de la masculinidad melancólica de las peñas folclóricas). También, exhiben piezas teatrales que no caben en las ruinas de los teatros universitarios. Es en estos espacios residuales donde debutan Alfredo Castro, Ramón Griffero y Andrés Pérez. Sin la tutela de los maestros de antaño (exonerados, muertos), los jóvenes polizontes renuevan las pedagogías y los oficios teatrales: abrazan el performance, el posdramatismo y el transformismo (muchas veces, sin siquiera conocer estos rótulos pos-); celebran el diseño teatral (como oficio que da visibilidad camp a subjetividades proscritas) y el dramaturgismo, hasta entonces, ignorado. En los extramuros de la universidad, aunque con otras urgencias, también se hacen visibles los viejos sobrevivientes. En salas sindicales o en teatros de barrio, perseveran Juan Radrigán o Luis Rivano: Radrigán, con el Teatro El Telón, enunciando el reclamo de una dignidad arrebatada por “los bacanes que se acabronaron con el billete” (124); Rivano, con la Obreros, polizontes, pupilos 16 crónica de una precaria “cartografía del placer” aniquilada por el militarismo (boîtes, quintas de recreo, teatros de revistas). Para adelantar la discusión de este periodo, presento un caso registrado durante el gobierno de Patricio Aylwin (1990-1994): Spandex, serie de ocho fiestas urbanas dirigidas por Andrés Pérez y el escenógrafo y vestuarista Daniel Palma. Con ellas, Pérez y Palma buscan financiar el montaje de dos piezas de Shakespeare (Ricardo II y Noche de reyes). La teatralidad Spandex está inspirada en el Blitz (London), The Factory (Manchester) y Studio 54 (New York) (Buckland 170): cada noche de fiesta, los organizadores establecen un layout que incluye acrobacias de gogo dancers, medios-montajes teatrales, performances de transformistas y rutinas de stand-up-comedy que (des) dramatizan la amenaza VIH/ SIDA. En estos cuadros, destacan Candy Dubois, Carlos Franco, Ramón Griffero y Herbert Jonkers, además de Palma y Pérez. Es decir, la pista de baile convoca a un colectivo trans-género, trans-medial y trans-epocal (conviven veteranas rescatadas Blue Ballet que animó la bohemia sesentera, como C. Dubois, con jóvenes artistas de neo vanguardia que retornan de auto-exilios, como Grffero o Pérez). La exhibición de una teatralidad hasta entonces residual conmociona a los santiaguinos: por un lado, decenas de jóvenes creadores encuentran en Spandex un espacio de desarrollo de técnicas y/ o formatos excluidos de los currículos universitarios (el teatro-circo de Mnouschkine, el teatrodanza de Baush, el teatro kathakali de Karunakaran); por otro, el establishment político intuye allí un foco de contagio de patologías clínicas y/ o sociales (las enfermedades de transmisión sexual, el narcotráfico, la pedofilia y la prostitución masculina). Lejos de la universidad, la teatralidad (o condición de exuberancia semiótica) trastorna la disciplina urbana (Féral 88-92). Para reflexionar sobre esta coyuntura, acuño la expresión Escenario Obreros, polizontes, pupilos 17 contra-pedagógico: los bailes del polizonte. A través de ella, designo el espacio de desamparo institucional (pos-golpe, pos-VIH/SIDA) en que teatristas sin instrucción universitaria formalizada reinventan las dramaturgias chilenas a través del tráfico festivo de discursos tránsfugas (cine Clase B, danza, diseño camp y kitsch y música pop) En esta clave, comentaré, entre otros textos, La manzana de Adán (1989) e Historia de la sangre (1990), de Alfredo Castro (1955); Transfusión (1989) y Malasangre (1991), de Mauricio Celedón (1957-): Historias de un galpón abandonado (1984) y Cinema Utoppia (1985), de Ramón Griffero (1954-); Época 70: Allende (1990) y La huida (1974 [2001]), de Andrés Pérez (1951); El Loco y La Triste (1980) y Hechos consumados (1981), de Juan Radrigán (1937-); y Sexy Boom (1987) y El rucio de los cuchillos (1991), de Luis Rivano (1933).15 Envío: las alegorías de una escritura desviada Algo tienen de inquietantes las escenas de nuestra dramaturgia que representan a individuos marginalizados aprendiendo el oficio de la escritura. En Almas perdidas, Aguilucho (un ladrón bueno) es instruido por Laurita (muchacha ejemplar): al comienzo, Laurita toma la mano de Aguilucho y lo ayuda a disponer las letras sobre el papel; luego, el pupilo enfervorizado suelta la mano de su maestra y, sin tutela, comienza a escribir en las murallas (“perro,” “perro”). Años más tarde, en Los invasores y en Flores de papel, Wolff describe la escritura de los que viven al otro lado del río: en Los invasores, la prole de china se mofará de las palabras vacías que proclama un joven voluntarioso (palabras, palabras, estamparán sobre 15 En la clandestinidad de espacios residuales, se (des) escriben autobiografías con diálogos y didascalias (Pérez); dramas en clave pulp (Rivano); escaletas de silentes puestas en escena (Celedón); memorias inter-mediales de ciudadanos abyectos (Castro); pastiches de factura cinematográfica (Griffero); incluso, reescrituras populares de registros realistas (Radrigán). Obreros, polizontes, pupilos 18 su cuerpo); en Flores de papel, en tanto, El Merluza aprovecha las salidas de Eva (solitaria burguesa) para mancillar las impolutas murallas de su departamento (los grafitis destierran la sobria decoración). Ya, en la década de 1980, El Loco y La Triste, de Juan Radrigán, muestra como Huinca, un cirrótico moribundo, imagina un provenir de redención escribiendo, con un palo, un mapa en el suelo. Estas tres escenas constituyen una bella alegoría del oficio de los dramaturgos chilenos: en cien años, ellos se han afanado por romper los marcos institucionales e imaginar escrituras tan libres como divergentes. Pensar la historia de estas dramaturgias desde sus escenarios contra-pedagógicos es una acción vindicativa: se trata, pues, de otorgar el espacio que los académicos hemos negado a formaciones intelectuales escandalosas (en su étimo, escandaloso es lo que no cabe en la lengua). ¿Qué aprenden nuestros dramaturgos del circo y el vaudeville?, ¿dónde recalan los teatristas cuando se fugan del sindicato, la universidad o el partido?, ¿cómo se trastorna nuestra dramaturgia en giras por La Habana o Madrid? Estas son las preguntas que restan. De seguro, en las respuestas que aventuremos, oiremos las voces de todos los que, sin palabras propias, van quedando en nuestro camino. Obreros, polizontes, pupilos 19 Historia y geografía de los teatros universitarios de Santiago de Chile (1941 y 1973) “¿Qué harían ustedes si no tuvieran las palabras para darle armado a todo esto?”—Egon Wolff, Los invasores (1963) En el número 1 de la revista Teatro, publicación oficial del Teatro Experimental de la Universidad de Chile, 16 el editorial, titulada “Propósitos,” celebra: La difusión teatral ha sido ampliada con jiras a provincias. . . . En 1944 se organizó el viaje más completo que ha hecho este conjunto [TEUCH]: su jira al Sur de Chile. Actuó en las ciudades de Linares, Chillán, Los Ángeles, Temuco, Valdivia, La Unión, Osorno y Puerto Montt. Durante veinte días, saltando de un pueblo en otro, conoció diferentes públicos, diferentes maneras de reaccionar, y logró hacer surgir en todas partes un sentimiento de optimismo y de fe en el arte [dramático]. . . .17 El objetivo de estas caravanas culturales, iniciadas en 1942 e inspiradas en las misiones pedagógicas (1931-1936) de Alejandro Casona, es “llevar teatro hacia nuevos públicos”: “barrios populares, centros laborales, escuelas, cárceles, hospitales.” 18 Las jiras—enseguida replicadas por el Teatro Ensayo de la Universidad Católica (TEUC)—son un ejemplo elocuente de la tarea que las universidades chilenas le asignan a sus teatros-academias: según definición de Domingo Piga, producir arte dramático compenetrado con la “verdadera y profunda raíz nacional.”19 16 Teatro Experimental (TEUCH), “Propósitos,” Teatro no. 1 (1945): 3. Al hojear la revista, constato que Teatro publica tres números: noviembre de 1945, marzo-abril de 1946 y mayo-junio 1946. Bajo la dirección de Pedro de la Barra y “en consecuencia con los principios extra-docentes de la universidad,” se propone cumplir una función de escuela de espectadores, ya que “en Chile, el espectador concurre a los espectáculos teatrales desprovisto de puntos de referencia. . . esenciales para gustar y juzgar lo que ve” (ibíd.). 17 Op. cit., 8. 18 Op. cit., 1. 19 Pradenas, Luis, Teatro en Chile: huellas y trayectorias. Siglos XVI-XX (Santiago: Lom, 2006), 228. La creación de teatros universitarios—recordemos—se ve favorecida por la instalación de los gobiernos del Frente Popular, cuyo primer mandatario, Pedro Aguirre Cerda, inmortaliza el lema “Gobernar es Educar.” Tal como explica Juan Andrés Piña, bajo los gobiernos frentepopulistas Obreros, polizontes, pupilos 20 La generación de dramaturgos surgida bajo el alero de los teatros universitarios adhiere a esta empresa de “expansión geográfica”: Isidora Aguirre (1919-2011), Enrique Busnter (1912-1976), Jorge Díaz (19302007), Luis Alberto Heiremans (1928-1964), María Asunción Requena (1915-1986), Gabriela Roepke (1920-2013), Alejandro Sieveking (1934), Sergio Vodanovic (1926-2001) y Egon Wolff (1926), entre otros, bregan por aprehender cada rincón del territorio chileno. Así lo atestigua, al menos, una decena de textos ambientados en parajes fronterizos donde los referentes de la cultura nacional se tornan ilegibles o contradictorios: aldeas sureñas, asentamientos mapuches, burdeles rurales, caletas insulares, fiordos patagónicos, latifundios precordilleranos y valles transversales por donde merodean artistas populares y cofradías religiosas.20 Estos textos—minuciosas descripciones del territorio—parecen haber sido concebidos como mapas: “graphic representation, drawn to scale. . . of features—for example, geographical, geological, or geopolitical—of an area of the Earth.”21 Desde un punto de vista cultural, (1938-1958), “de antiguo centro de formación de profesionales para las llamadas carreras liberales, la universidad evolucionó. . . hasta llegar a ser un centro de investigación científica” (“Constantes en el desarrollo del teatro y la historia chilena [1910-1970],” Teatro iberoamericano [Santiago: Teatro UC, 1992], 51). Por consiguiente, estos teatros buscan “promover, incentivar y difundir la creación dramática nacional” (TEUCH, op. cit., p. 1.). Para cumplir este objetivo, el TEUCH y el TEUC implementan medidas que favorecen la creación dramática: por una parte, en 1943, el TEUCH inicia un programa de difusión de autores chilenos, que comprende concursos anuales de dramaturgia y periódicos de textos de autores nacionales. Por otra parte, el TEUC “también organiza concursos de obras teatrales nacionales. Las obras [que allí resultan] ganadoras son representados por el grupo universitario y [a partir de 1960] publicadas por la revista Apuntes [aún en circulación ininterrumpida]“ (Pradenas, op. cit., 297). 20 Anótense algunos ejemplos: Las pascualas (1957) y Los que van quedando en el camino (1969), de Aguirre (laguna sureña [Región del Bío Bío] y fundo en Ranquil [Región de La Araucanía]); El Cherube (1965) y La remolienda (1965), de Sieveking (volcanes andinos [Región de La Araucanía] y colina en las cercanías de Villarrica y burdel en Curanilape [Región de la Araucanía]); La isla de los bucaneros (1944), de Bunster (caleta extraviada en los mares del Pacífico Sur [Chile insular]); Ayayema (1964) y Fuerte Bulnes (1955), de Requena (Isla Wellington [Región de Magallanes]); y, también, El abanderado (1962), El tony chico (1964) y Versos de ciego (1961), de Heiremans (valles transversales [Región de Valparaíso]). 21 Fuechsel, Charles, Encyclopaedia Britannica, 8th ed., s.v. “Map.” Chicago: Encyclopaedia Britannica, 2014. http://global.britannica.com/EBchecked/topic/363506/map (accessed September 4, 2014). Obreros, polizontes, pupilos 21 un mapa es un artefacto lógico que nos permite “da[r] nombres públicos a regiones misteriosas.”22 “It’s been said. . . that the map is not the territory. But, if [we] want an initial and initiating sense of the world, what’s better tan a map?”23 Hoy día, no resulta aventurado señalar que, a través de estos textos/ mapas, los hijos de la burguesía ilustrada, educada ya sea en la aulas o en las salas de teatro de las universidades Católica y de Chile, habrían aprendido a nombrar espacios ajenos a sus lenguas maternas. La metáfora de un mapa que guía a ciudadanos advenedizos no parece descabellada si se considera que, en su mayoría, los dramaturgos universitarios provienen de familias de origen europeo asentadas en Chile en las décadas previas a la fundación de los teatros (c. 1890-1930)—nótense su marcas genealógicas: Bunster, Heiremans, Roepke, Sieveking, Aguirre Tupper, Vodanovic, Wolff. Más próximas a la banca, la industria y las profesiones liberales, que a la economía agraria, estas familias, en su mayoría bilingües, encuentran en la universidad un espacio de legitimación simbólica y de ingreso al tramado cultural criollo.24 La concomitancia entre burguesía, teatro y universidad no ha estado exenta de críticas. La “obsesión geográfica” de estos dramaturgos—opina Juan Villegas—desnudaría “los intereses ideológicos [y prejuicios] de los sectores medios. . . predominantes en el proceso de producción teatral [del periodo].”25 Por esto, en los textos de Aguirre, Heiremans o Wolff, las Ross, Val, El asombroso camino de los mapas, trad. Violeta Linares (Caracas: CEC, 2005), 1. White, Kenneth, “Elements of Geopoetics,” Edinburgh Review no 8 (1992): 166. 24 Considérense los datos biográficos de cada uno de estos dramaturgos: Isidora Aguirre (colegio Jean D’Arc, lenguas española, francesa e inglesa, estudios de trabajo social, piano y ballet moderno); Jorge Díaz (familia asturiana, colegio San Pedro Nolasco, estudios de arquitectura); Luis Alberto Heiremans (familia belga-francesa, lengua belga, francesa e inglesa, colegio The Grange School, estudios de medicina); Alejandro Sieveking (colegio La Salle de Talca, estudios de arquitectura); Sergio Vodanovic (nacido en Croacia, lengua croata, colegio de los Sagrados Corazones, estudios de leyes); Egon Wolff (familia alemana, lengua alemana, Colegio Alemán de Santiago, estudios de ingeniería química). 25 Villegas, Juan, “Los marginados como personajes: teatro chileno de la década del sesenta,” Latin American Theater Review no 19, vol. 2 (1986): 86. 22 23 Obreros, polizontes, pupilos 22 peripecias de alféreces, artesanos, bandidos, cantores, indígenas y peones estarían dispuestas, en todo caso, como relatos ejemplares: ya se de “un comportamiento político [considerado] adecuado” o de la “amenaza potencial” que constituyen “lo marginados.” 26 Consecuentemente, en concordancia con su empresa geográfica, los nóveles dramaturgos universitarios despliegan procedimientos de composición literaria que permiten, como en el oficio de confección de mapas, “da[r] la sensación de que hay una ruta clara del aquí [próximo] hacia [el] allá [remoto].”27 Enfrentado a esta herencia monumentalizada por historiadores y críticos devotos del sistema universitario, el dramaturgo del espacio Ramón Griffero instala la sospecha en 1984: Los llamados teatros universitarios vienen a satisfacer la demanda cultural de la clase media chilena fortalecida por los gobiernos radicales, un estrato cuyo reconocimiento social va por la vía de la cultura y la política. De ahí su necesidad de [entregar] un repertorio clásico y de obras nacionales referidas a la[s] problemática[s] de esta clase social en ascenso [material y simbólico]. . . . Ensimismados con. . . la demanda social de [su] público [burgués] estos teatros, siendo universitarios, no logran transgredir ni vislumbrar un más allá de su paradigma decimonónico [o fundacional]. [Por defecto, allí] estarán ausentes de nuestros escenarios todas las reformulaciones pos-Stanislavski, comenzando por Meyerhold, [los] futuristas, Schlemmer Craig, [los] constructivistas, así como una percepción del grotesco, técnica [de la desfiguración] que subyace a todos estos movimientos.28 La sospecha instalada por Griffero me obliga a concebir la emergencia de los teatros universitarios como una escena en que conviven, de modo polémico, fuerzas culturales en conflicto: intereses políticos nacionales e internacionales; universidades confesionales y laicas; maestros Ibíd. Ross, op. cit., 1. 28 Griffero, Ramón, “Movimientos autónomos y posmodernidad,” Griffero.cl. http://www.griffero.cl/ensayo.htm (accessed September 4, 2014). Las observaciones de Griffero, y también las de Villegas, resultan verosímiles al revisar, por ejemplo, la cronología de estrenos del Teatro Experimental de la Universidad de Chile. Anótense dos hechos significativos: (a) en su primera temporada (1941), el TEUCH estrena cinco obras, todas de autores españoles (Cervantes, Valle Inclán, Lope de Rueda, De la Encina y Casona; (b) el primer estreno de una pieza de Brecht se produce en la décimo tercera temporada (1953), con Madre coraje y sus hijos. Para un catastro desagregado por temporadas, véase Imágenes de la universidad de Chile (Santiago: Ediciones de la Universidad de Chile, 1977), 190-97. 26 27 Obreros, polizontes, pupilos 23 consagrados y discípulos díscolos—en fin, como telón de fondo, se eleva la Guerra Fría con sus epifenómenos latinoamericanos (dictaduras militares y revoluciones obreras).29 En este escenario, leeré una selección de tres escritos por Isidora Aguirre (Los papeleros [1963]), Luis Alberto Heiremans (Versos de ciego [1962]), y Egon Wolff (Los invasores [1963]). Con ellos, me preguntaré: ¿de qué materiales se sirven sus dramaturgias para llevar a cabo semejante empresa cartográfica?, ¿según qué reglas de composición se disponen los materiales en la escena de la escritura? y, por último, ¿en qué coordenadas materiales y simbólicas se instala este ambicioso proyecto intelectual? A esta selección de textos y preguntas, subyace una preocupación mayor: después de medio siglo, hemos aprendido que “los nombres que adoptan los primeros grupos [de estudiantes]—Teatro Experimental, Teatro de Ensayo—resumen el deseo que anima a sus fundadores [dramaturgos pupilos del sistema universitario] de cambiarlo todo, de sentar nuevas bases para construir una expresión artística teatral propiamente nacional.”30 Hoy día, resta una pregunta: ¿cuáles son los límites de la nación que invocan, en su deseo, los dramaturgos universitarios?—no olvidemos que, según los datos biográficos, para la mayoría de estos teatristas, el deseo de nación se escribe en una lengua extranjera. Considérense algunos ejemplos que evidencian las tensiones que se suscitan en el escenario cultural. (a) Los teatros universitarios, por un lado, son impulsados por un Estado laico que considera que los verbos gobernar y educar son sinónimos; pero, por otro, son apuntalados material y simbólicamente por los institutos binacionales de cultura de Estados Unidos, Francia e Inglaterra (la línea editorial revista Pro Arte, publicación dilecta de los teatristas universitarios, evidencia la injerencia de dichos institutos en la educación de audiencias). (b) Asimismo, los repertorios del TEUC y del TEUCH intentan consolidar una línea editorial afín a sus alma mater (mientras el TEUC apuesta por el existencialismo cristiano de J. Anouilh o J. Giraudoux, el TEUCH relee el canon español según las enseñanzas de A. Casona). (c) Por último, dentro de los mismos teatros, se suscitan roces insostenibles a fines de la década de 1960 (e.g. en Parecido a la felicidad [1959], Alejandro Sieveking se une a Víctor Jara para remover las estéticas realistas del TEUCH; Pedro de la Barra deja el propio TEUCH para animar el repertorio político del Teatro de la U. de Concepción; Jorge Díaz se autoexilia en España tras el estreno de Topografía de un desnudo [1967], pieza que demuestra más admiración por E. Piscator que por los existencialistas cristianos). 30 Pradenas, op. cit., 288. El subrayado es mío. 29 Obreros, polizontes, pupilos 24 La Calavera, 1962: Versos de ciego, de L.A. Heiremans Por sus cualidades formales, Versos de ciego: obra en dos partes,31 de L.A. Heiremans, puede leerse como un mapa complejo que, a través de diversos códigos, entrega información simultánea sobre las múltiples dimensiones que informan un territorio: gastronómica, geográfica, política, topográfica o toponímica. Ricos en sistemas de notación, estos mapas exigen un modo de lectura bifronte: al mismo tiempo, se debe atender tanto a las ilustraciones de los bordes costeros, llanuras y montañas como a las líneas, reglas y viñetas que precisan asentamientos urbanos, escalas de distancia e hitos fronterizos. 32 De manera análoga, el texto dramático exige un protocolo de lectura simultánea: si los diálogos, generosos en expresiones populares, representan el sociolecto de una comunidad rural, las didascalias señalan la posición relativa de esa lengua y de ese grupo de individuos dentro del tramado cultural de la nación. Leída desde esta perspectiva, este texto-mapa despliega dos sentidos complementarios. El sentido alegórico, existencialista y cristiano de los diálogos es evidente: una anciana memoriosa (La Abuela) y su nieto inocente (Perico Burro), un profesor chambón (Oliverio Pastor) y una huerfanita (Muchacha), amén de tres músicos ambulantes (Buenaventura, Melitón y Sebastián), se pliegan a una cofradía que, alejada de los caseríos, persigue una estrella esquiva (anunciación de la parusía).33 Las didascalias, por su parte, prodigan referencias geográficas, permiten comprender las determinantes materiales que alientan la errancia de los desamparados: demografía, dieta, economía, oficios y planificación urbana. 31 Texto estrenado en 1961, en la sala Camilo Henríquez, por el Teatro Ensayo de la Universidad Católica. La dirección es de Eugenio Dittborn, mientras iluminación y el vestuario son de Bernardo Trumper. Las canciones y la música, en tanto, pertenecen a Juan Orrego Salas. Ese mismo año, el montaje obtiene el Premio Municipal de Literatura. 32 Harley, J.B. y D. Woodward, eds. The History of Cartography, vol. 2 (Chicago: Chicago UP, 1987), 278. 33 Thomas, Eduardo, La poética teatral de Luis Alberto Heiremans(Santiago: RIL, 1992), 16-17. Obreros, polizontes, pupilos 25 Antes de cualquier fabulación, sirva listar las alusiones materiales inscriptas en el texto: “hay un entrecruzarse de caminos,”34 “en verdad es la plaza de un pueblo”; “es día de feria,” “los campesinos de los alrededores han traído sus carretelas cargadas de maderas y de animales recién sacrificados,” “un cierto desgano preside los movimientos.”35 Las estructura paratáctica de las acotaciones es una señal inequívoca de la precariedad del trazado urbano del pueblo que acoge la acción: la plaza pública no se distingue de un cruce de caminos. El uso de la voz “camino” en lugar de “calle” es significativo: la calle—apostilla la RAE— forma parte de una “población” y corre “entre edificios y solares,” 36 mientras el camino es apenas una huella de “tierra hollada.” 37 Luego, resulta posible deducir que, en el espacio donde se sitúa la acción, no hay ni cabildo ni iglesia, ni correo ni estación de ferrocarril. Paradójicamente, en este caserío, el único urbano hito reconocible es una edificación transitoria: la feria o, “mercado instalado [de manera provisoria] a lo largo de una calle o plaza,” “parte fundamental. . . del abastecimiento de los sectores más modestos.” 38 En este mercado informal, prima el tráfico de materias primas: “el lugar esta lleno de sacos que se abren mostrando papas, porotos, arvejas y lentejas”; en segundo plano, “hay rumas de frutas o trozos de madera que muestran su pulpa anaranjada y las carnes de los animales con los cueros recién desgarrados, de un tono violáceo, el de la sangre oxidada.”39 La disposición de los sacos y de las carretas, así como el caminar perezoso de quienes “solo han venido a comprar y se pasean mirando,” 40 34 Heiremans, Luis Alberto, Versos de ciego, Teatro completo de Luis Alberto Heiremans (Santiago: RIL, 2002), 263. 35 Op. cit., 264. 36 Diccionario de la lengua española (Madrid: Espasa, 1992), 262. 37 Op. cit., 264. 38 Diccionario de uso del español en Chile (Santiago: Academia Chilena de la Lengua, 2001), 390. 39 Heiremans, op. cit., 264. 40 Ibíd. Obreros, polizontes, pupilos 26 evidencia, de soslayo, una economía aún próxima al trueque. De ahí que, por ejemplo, en los intercambios campesinos apenas se divise el dinero. En lugar de guarismos, prima el voceo: “yerbas... las buenas yerbas/ p’ al corazón y el amor/ p’ al riñón y el dolor/ menta, boldo y cedrón.”41 Más afuera de la historia y más afuera de los circuitos de la modernidad, los habitantes que yacen en este entrecruce de caminos están condenados a ejercer oficios menores. El dramatis personae comprende, entre otros, vendedores de frutas, de flores, de cestería, de greda, de turrones y de pirulines, yerbateros, cargadores, maniseros, huasos, dueñas de casa, criadas, cantoras y prostitutas. 42 Amortajados en sus oficios obsolescentes, estos cuerpos decrépitos describen una ruralidad que es el reverso de las representaciones pintorescas prodigadas, en las décadas anteriores, por los sainetes criollistas.43 Repárese, sin ir más lejos, en sus insistentes percepciones sensoriales. En el oído, el metro popular se escucha corroído por la rutina: “de vez en cuando se escucha... el pregón,” “su voz es monocorde, destemplada casi, como el redoble de un tambor mal afinado.”44 Peor aún, cuando comienza a “flota[r] en el aire algo de fiesta... desemboca en la plaza un cortejo funerario.”45 Y, aunque “la música se reinicia... algo ha quedado en el aire... una especie de tristeza.”46 La monotonía del oído—podría suponerse—se traslada al gusto de los personajes: aunque nunca los vemos comer, los imaginamos consumiendo víveres adquiridos en la feria. Sobre librillos de greda, probablemente, sorberán caldos de ave, guisos de legumbre y presas de Ibíd. Op. cit., 263. 43 Piénsese en Entre gallos y medianoche, texto de Carlos Cariola (1895-1960) estrenado en 1919. Allí se refieren personajes dedicados a oficios tales como los de empleada doméstica o leche- ro; sin embargo, para estos personajes, el oficio es pretexto para enunciar dichos y refranes que imprimen “picardía popular” a la dramaturgia. Tal como concluye José Pineda, “la liviandad [lingüística] de Entre gallos y medianoche permite una visión optimista, donde el dolor no existe, y los problemas del diario vivir casi no aparecen” (op. cit., 137). 44 Op. cit., 264. 45 Op. cit., 269. 46 Op. cit., 270. 41 42 Obreros, polizontes, pupilos 27 carne con papas cocidas. Tras estos platillos, beberán tizanas aromatizadas con “boldo,” “cedrón,” o “clavos de olor.”47 Por lógica consecuencia, el recetario cotidiano de estos lugareños reproducirá la opacidad de aquellas especies que, como sus fantasías, crecen a ras de suelo: “hay papa terrona/ hay papa amarilla/ hay papa canela/ para su chiquilla,” “causeo tengo / con papas y ají / no se me vaya / pase por aquí.”48 Nótese la paleta cromática implícita en las percepciones sensoriales de los personajes: carne, greda, legumbres, madera, tierra, tubérculos y yerbas secas. La vista, entonces, percibe un paisaje poblado de materias de colores cálidos: amarillo, beige, café, rojo, terracota. Los colores cálidos— bien sabemos—acercan los objetos, es decir, nos proporcionan la sensación de que se hayan más cerca. En la pintura, por lo mismo, “se les denomina colores salientes [o excéntricos].”49 Dispuestos en la escena de la escritura, los objetos “cálidos” traman un telón de boca cuyo colorido homogéneo reproducen las cualidades de una paisaje que apremia el cuerpo esmirriado de los lugareños. Consecuentemente, en Versos de ciego, la noción de teatralidad se traslapa con la de geograficidad. La teatralidad designa aquellas representaciones escriturarias que hiperbolizan las materialidades de sus referentes. La geograficidad, por su parte, es la cualidad de aquellos artefactos cartográficos que relevan “la relación existencial entre el ser humano [sujeto] y la tierra que habita [paisaje], siendo la tierra la base y el fundamento de la conciencia en sí [subjetividad].”50 Sobre la base de estos conceptos, bien puede afirmarse que, en el texto dramático de Heiremans, la geograficidad se cristaliza a través de un novedoso modo de producir teatralidad: la dimensión material de los hitos geográficos que describen Op. cit., 264. Op. cit., 265. 49 Pino, Georgina, Las artes plásticas (Madrid: Universidad Estatal a Distancia, 1982), 55. 50 Lindón, Alicia, “Geografías de la vida cotidiana,” Tratado de geografía humana, ed. Daniel Hiernaux y Alicia Lindón (Barcelona: Anthropos, 2006), 359. 47 48 Obreros, polizontes, pupilos 28 las didascalias es amplificada en la medida que los diálogos de los personajes enfatizan cómo ellos los perciben a través de los sentidos. Este paralelismo entre los elementos que las didascalias refieren (caseríos, riscos, quebradas) y lo que los personajes aprehenden (colores cálidos, desamparo, olvido) es el núcleo del proceso de construcción textual que permite cumplir con uno de los mandamientos de la dramaturgia universitaria: “el camino a seguir tiene relación con las obras y el público. Creo que debemos ahondar en el impulso de la dramaturgia nacional. Necesitamos obras chilenas con temas y problemas chilenos. Que cada autor, de acuerdo [con] su sensibilidad y el conocimiento del medio[,] ausculten el momento en que viven y lo transmitan al escenario.”51 A juzgar por su lugar enunciación (antesala de la Revolución en Libertad) y por el contenidos de sus enunciados (agobio sensorial), los “temas y problemas chilenos” de los que habla el texto-mapa de Heiremans tienen que ver con los regímenes de explotación de un territorio descolgado de la modernidad52: mientras el clima semiárido de los valles transversales arruina las notas de sus instrumentos, Buenaventura, Melitón y Sebastián, y los demás peregrinos, van al mar. En este contexto, no resulta aventurado sugerir que la luz que los encandila, tal vez, sea la de un farol porteño, una seña precaria de una modernidad posible. 51 Dittborn, Eugenio y Luis Alberto Heiremans, “El teatro chileno debe buscar el camino social” El siglo. Septiembre 17, 1961, 8. 52 La Calavera, Mauco, Pachacama: los topónimos dilectos de Heiremans conforman una trama de caminos pedregosos, edificaciones de adobe y retenes policiales limitados, al Este, por la Cordillera de los Andes (Monte Aconcagua); al Oeste, por la Cordillera de El Melón (Cerro La Campana); al Norte y al Sur, por cordones transversales semiáridos (cactus, coníferas, espinos y sauces llorones). Obreros, polizontes, pupilos 29 Río Mapocho, 1963: Los invasores, de E. Wolff La cruzada geográfica de los teatros universitarios reclama un trabajo interdisciplinario: si en 1961 el estreno de Versos de ciego del TEUC cuenta con música incidental y canciones de Luis Orrego Salas, en 1963 el estreno de Los invasores de E. Wolff en el TEUCH exhibe una escenografía Bauhaus preparada por Amaya Clunes bajo la dirección de Víctor Jara.53 La geometría de la escenografía (abstracción de trazos cartográficos) representa las estructuras del living burgués propuesto por Wolff: Un living de alta burguesía. Cualquiera: son todos iguales. Lo importante es que nada de lo que ahí se vea sea barato. A la izquierda, un porche a mayor nivel, con la puerta de entrada de la calle. A fondo, la escala de subida al segundo piso. A la derecha, una puerta que da a la cocina y una ventana mira al parque. Cuando se alza el telón, el escenario está en penumbra. Es de noche. Después de un rato, ruido de voces en el exterior, llaves en la cerradura y, luego, una mano que prende las luces. Entran Lucas Meyer y Pietá. . . .54 En el living de la familia Meyer, la dueña de casa (Pietá) exclama, de manera afiebrada, “Ricos, ricos, ricos. . . qué significa.” 55 Luego, le confiesa a su marido (Lucas) la angustia que le provoca la mirada amenazante “de los harapientos de los basurales del otro lado del río” (China, Toletole, Alí Babá y El Cojo) que, en la escena siguiente, usurparán su casa.56 Al igual que la diseñadora teatral Amaya Clunes, observo que diálogos y didascalias contienen los trazos del mapa de un espacio fronterizo. Así, a leer el texto, veo un plano escindido por un rayo (río). Enseguida, en el rectángulo izquierdo, advierto abundante flora (jardín 53 Los invasores se estrenó bajo la dirección de Víctor Jara, en la Sala Antonio Varas, con elenco del Instituto de Teatro de la Universidad de Chile, en 1963. Inmortalizada por las fotografías de René Combeau, la escenografía dispone estructuras metálicas livianas (una escalera, una mesa lateral) que contrastan con un fondo despojado. Considero que el diseño Bauhaus permite desmarcar el montaje de los límites del realismo sicológico (Combeau, René, “Los invasores.” Santiago: Chile Actúa, 2014. [accessed September 4, 2014]). 54 Wolff, Egon, Los invasores, Los invasores/ José (Santiago: Pehuén, 1990), 9. 55 Op. cit., 10. 56 Op. cit., 15. Obreros, polizontes, pupilos 30 privado); mientras, en el derecho, desperdicios (vertedero ilegal). La flora rodea una inmueble residencial (morada de una familia burguesía); los desperdicios, una autoconstrucción informal (trinchera de harapientos amancebados). Para indicar los límites, en cada espacio, burguesía y harapientos se valen de códigos diferenciados: en el rectángulo izquierdo, la burguesía enuncia oposiciones binarias (adentro/ afuera, ricos/ pobres, negocio/ ocio); en el derecho, los harapientos construyen paradojas que neutralizan el sentido de los binarismos: CHINA. (Sentándose cansadamente; ríe.) Usted [Meyer] me hace reír. . . . Es incurable. ¿Cuántas de esas palabras caben en una cabeza como la suya? ¿Qué harían ustedes, si no tuvieran los nombres, para darle armado a todo esto? (Muestra la casa.) [A esta situación] Usted l[a] llama “crimen” y con eso ya la cosa tiene nombre y usted tiene de dónde agarrarse. . . ¿Ha pensado alguna vez que el crimen es una consecuencia, y que sin causa no tiene nombre?57 Este esquema geométrico permite advertir los dos niveles del conflicto dramático: en el nivel del enunciado, la disputa por la propiedad (parque/ vertedero); en el nivel de la enunciación, la disputa por los nombres que autorizan y/ o sancionan los regímenes propiedad (crimen, reivindicación, toma, usurpación). En cada escena, burgueses y harapientos relevan niveles distintos de conflicto: los primeros se inquietan por el cuestionamiento de sus títulos de propiedad; los segundos, por la vacuidad de los topónimos. Con una crueldad digna de A. Artaud, la dramaturgia exalta la diferencia de intereses en la escena final del primer acto, momento en que los harapientos ya han tomado el control de la casa Meyer. En ese instante, Bobby, el primogénito de la familia de industriales, intenta mediar: dice comprender, incluso, “el ocaso de la propiedad privada” ya que, mientras su madre ve “crápulas,” el intuye “¡un enorme hormiguero de alegría! ¡Hombres! ¡Mujeres! ¡Niños!”58 Sin embargo, para sorpresa del lector, sus 57 58 Op. cit., 37. Op. cit., 48. Obreros, polizontes, pupilos 31 diatribas bien intencionadas son desdeñados por los harapientos: “en ese momento entra Bobby del jardín, impulsado por varias manos que le empujan dentro de la habitación. Le han amarrado, fuertemente atando con cuerdas, un cartel que oprime su pecho y que dice, garabateado con letras inciertas: ‘palabras.’ Un instante trastabilla por la habitación y, luego, cae en medio de ella.”59 Para explicar este fracaso, ensayaré un sucinto análisis de discurso: por un lado, Bobby (estudiante universitario) interpela a sus padres (industriales europeos avecindados en Chile); por otro, se muestra hospitalario con China y Toletole (harapientos atrincherados al otro lado del río). Bobby enseña a los miembros de su clase que el presente es resultado de “siglos de abuso”60 y, su vez, azuza las demandas de los harapientos: “Estudiantes con conciencia de clase,” “dictadura del proletariado,” “fraternidad, libertad e igualdad.” 61 Curiosamente, el discurso de Bobby crispa, por sobre todo, al auditorio harapiento. De hecho, el efecto perlocutivo de su acto de habla son, literalmente, ladridos: “Sigue oyéndose la voz de Bobby. Llegan retazos de frases, que lentamente van perdiendo ilación y lógica. Al final surgen como voces de mando. Secas, cortantes, rotundas, como ladridos. Las aclamaciones que siguen a las palabras, también van perdiendo su cualidad cálida y se tornan ladridos.”62 A lo largo del texto, será China quien de las claves para entender la crispación de los harapientos: “me he alzado sin palabras. . . las ideas se han agotado,”63 “las palabras son inútiles porque conocemos todas las. . . justificaciones.”64 China desdeña las palabras porque advierte que, más allá de sus sentidos denotados, sus reglas de su uso reproducen jerarquías. Por consiguiente, a juicio de los harapientos, Bobby se equivoca al arrogarse el Op. cit., 51. Op. cit., 46. 61 Op. cit., 46. 62 Ibíd. 63 Op. cit., 57. 64 Op. cit., 65. 59 60 Obreros, polizontes, pupilos 32 derecho de etiquetar los clamores de su auditorio con términos tomados de los códigos económicos, éticos o estéticos de las élites. Por esto, no es casual que mientras Bobby invoca los principios de la revolución, su auditorio, en lugar de remedar, profiera un habla mucho más radical: el ladrido. En su yerro, Bobby evidencia su pertenencia a la casta de los Meyer: si, entonces, el hijo (a la izquierda) intenta explicar como “revolución obrera” los ladridos hambrientos harapientos, el padre (a la derecha) intenta normalizar la convivencia mediante diezmos: MEYER. (Lentamente, midiendo las palabras.) Ayer en la tarde estuvieron unas monjas de la caridad en mi oficina y les hice un cheque por una suma desmesurada; por poco hipoteco la fábrica a su favor. He estado pensando mucho en eso, desde ayer. . . ¿Qué me impulsó a ello? Lo curioso es que ni siquiera abogaron mucho por mi ayuda... Simplemente se colaron en mi oficina como salidas del muro y se plantaron ante mí con las manos extendidas, y yo les hice el cheque. . . como si estuviera previsto que no me iba a negar. Después se retiraron haciendo pequeñas reverencias y sonriendo irónicamente, casi con mofa. . . como si toda la escena hubiera estado prevista.65 Cheques, hipotecas, sumas desmesuradas/ manos extendidas, reverencias, sonrisas sardónicas: la ansiedad que suscitan los códigos en los personajes no es un mero recurso dramático. En 1959, el Instituto de Economía de la Universidad de Chile publica La población del Gran Santiago, estudio que establece que, entonces, uno de cada tres santiaguinos es inmigrante de diversa ralea, desde industriales europeos hasta harapientos indocumentados: “el estudio de la Universidad de Chile reconocía que la migración había estimulado la industrialización, pero que su influencia favorable parecía haber terminado y la discusión se centraba ahora [en] la conveniencia o inconveniencia del crecimiento desmesurado de la capital.”66 Hacia 1963, las élites santiaguinas pispan que la propiedad y el uso del territorio urbano están en juego. De ahí su crispación, de ahí su Op. cit., 13. Garcés, Mario, Tomando su sitio: el movimiento de pobladores de Santiago (1957-1970) (Santiago: Lom, 2002), 90. 65 66 Obreros, polizontes, pupilos 33 malestar ante la “amenaza” de quienes merodean desde la rivera norte del Mapocho. Vistas así las cosas, creo que este drama fechado en 1963 no merece ser leído como una mera elucubración paranoica de la mirada que las élites económicas tendrían, diez años después, de las reformas impulsadas por el gobierno la Unidad Popular. 67 Dadas las abundantes referencias metalingüísticas, me parece más certero considerarlo un crítica al mesianismo de la cruzada geográfica de los propios teatros universitarios. Nótese como, en el texto, Bobby está dispuesto a ceder los títulos de propiedad que heredará de Lucas, pero lo que no cuestiona es la investidura que lo autoriza para administrar el discurso. Sin mediar ninguna instancia de deliberación colectiva, el muchacho se siente autorizado a organizar en su discurso las demandas de los harapientos. En este escenario, no es casual que los harapientos que se comunican por medio de ladridos lo maniaten con un cartel garabateado. En el contexto, por su parte, los discípulos aventajados del TEUC o del TEUCH deberán diferenciarse de Bobby y ceder su turnos de habla a sujetos que no pueden/ quieren ser pupilos en el aula universitaria. Solo después de ofrecer semejante gesto hospitalario, los jóvenes teatristas universitarios podrán oír algo más que ladridos. Ranquil, 1969: Los que van quedando en el camino, de I. Aguirre En las “Instrucciones generales para el montaje” de Los que van quedando en el camino, drama que recrea la masacre de Ranquil,68 Isidora 67 Skármeta, Antonio, “La burguesía invadida,” Revista Chilena de Literatura no. 4 (1971): 91- 102. 68 La masacre de Ranquil (cercanías de Lonquimay) ocurrió en los meses de junio y julio de 1934. Entonces, los campesinos mapuche se levantan en contra de la políticas implementadas durante el gobierno de Arturo Alessandri (usurpación de tierras a favor de colonos alemanes, bohemios y suizos). En su levantamiento, los campesinos organizan una marcha de protesta con Obreros, polizontes, pupilos 34 Aguirre advierte: Basta un tablado con una tarima o puente de mayor altura al fondo. La ambientación la da la utilería campesina que se designa en el texto. . . . Elementos escenográficos: tres paneles simples que se colocan de manera [de] figurar un hueco en un muro de adobe; dos caballetes de madera. . . . bancas. . . y escaños. . . . Una importancia especial tendrá la iluminación (que se puede reemplazar por paneles, blanco para la escena del frío, rojo para el incendio, azul para la escena del estero). . . . La obra fue escrita del tal manera que pueda prescindir de todo aparato escénico para su representación al aire libre, en plazas o en el campo. Podrá pues adaptarse a los medios de [los] que se disponga.69 El requerimiento de bancas, caballetes y paneles, entre otros productos de carpintería de fácil confección/ manipulación, avisan de una autocrítica a los métodos empleados por los teatros universitarios para llevar a cabo su cruzada geográfica: para Aguirre, no solo importa presentar hechos ocurridos en sitios remotos (Ranquil) dentro de las salas universitaria (TEUCH) sino, también, poder representar tales sucesos fuera de las salas (dramaturgia “apt[a] para ser representad[a] en la plaza” 70 ). Con este propósito, Aguirre, entra en diálogo con un colectivo de artistas: Luis Advis (música), Amaya Clunes (diseño), Eugenio Guzmán (dirección) y Víctor Segura (escenografía). 71 Con ellos, desarrolla una poética de los materiales solidaria con la cultura de las audiencias obreras. De acuerdo con esta poética, la teatralidad del texto dramático debe erguirse sobre la base de materiales y procedimientos que puedan ser aprehendidos por actores, albañiles, campesinos, carpinteros, músicos y pobladoras. El léxico popular de las didascalias reafirma este compromiso: “artesa,” “almud,” “carrizales,” “cayana,” “guacha,” “pilchas,” “puebla,” “pulpero,” destino a Temuco. Alarmado por lo que Alessandri considera un conato de “República Socialista” (1932), el gobierno envía un regimiento de fuerzas policiales. El de julio de 1934, la policía acribilla a un número estimado de 150 a 200 campesinos mapuche. 69 Aguirre, Isidora, Los que van quedando en el camino, prólogo de Volodia Teitelboim (Santiago: Mueller, 1970), 8-9. 70 Op. cit., 4. 71 El estreno de Los que van quedando en el camino (1969) estuvo a cargo del Departamento de Teatro de la Universidad de Chile. La edición impresa de Los que van quedando en el camino comprende “Instrucciones generales para el montaje” (extensa didascalia) “Reparto” (pormenorizado dramatis personae) y dos partes (“Días buenos” y “Días malos”). Obreros, polizontes, pupilos 35 “talaje.”72 Al igual que las didascalias, los diálogos se construyen desde la perspectiva de los obreros: si las primeras definen las condiciones materiales, los segundos señalan las condiciones históricas. Ya el “Prólogo,” tres actores principales y un coro (compuesta por el restos del reparto) descreen del proceso de reforma agraria que corre paralelo a la cruzada geográfica de los teatros universitarios: ACTOR I. Allá por los años veinte un gobierno “progresista” prometió la tierra para los campesinos pobres. CORO. Igual que hoy. ACTOR. II [El gobierno “progresista”] Los alentó para salir de la esclavitud resignada y ellos, confiados en la ley, reclamaron sus derechos. CORO. Igual que hoy. ACTOR III. Alarmados los dueños de la tierra se unieron para defender sus intereses. Para conservar sus privilegios. CORO. Igual que hoy. ACTOR I. La pobreza y la injusticia siguió en los campos. CORO. Igual que hoy. ACTOR II. El gobierno culpó a los terratenientes. Los terratenientes culparon al gobierno. CORO. Lo mismo que hoy. ACTOR III. Las leyes que dicta la clase dominante no le sirven a la clase dominada. Entonces, los campesinos se alzaron en la “ilegalidad.” CORO. Lo mismo que hoy. ACTOR II. Y aquel gobierno progresista que los había alentado a pelear por sus derechos ¡respondió con la sangre!73 Desde la perspectiva de los campesinos mapuche, Actor I emplea comillas dobles (seña de ironía) para negar el supuesto carácter progresista atribuido por los historiadores de las élites al gobierno Arturo Alessandri—recuérdese que el 5 de septiembre de 1938, el mismo gobierno se haría responsable de la Matanza del Seguro Obrero. En su turno de habla, en tanto, Actor II deja entrever que el mentado “progresismo” no sería más que el discurso de las élites que manipula el nombre del subalterno como tropo funcional a la defensa de sus intereses. A su vez, Actor III agrega que, en el discurso “progresista,” el adjetivo 72 73 Op. cit., 11. Op. cit., 12. Obreros, polizontes, pupilos 36 legal designa las carencias que la élite reconoce en el subalterno. Por el contrario, su antónimo, ilegal, es el rótulo que corresponde al reclamo que el subalterno dirige a la élite. En su segunda serie de turnos de habla, los tres los actores coinciden en que el discurso del gobierno de antaño (Alessandri) no difiere del discurso del gobierno de hogaño (Frei): ACTOR III. Hoy, el gobierno ‘vuelve’ a prometer la tierra a los campesinos pobres. CORO. Igual que ayer. ACTOR I. Pero el hombre siguió en los campos. CORO. Lo mismo que ayer. ACTOR II. Le piden al campesino que tenga paciencia. CORO. Lo mismo que ayer.74 De acuerdo con este diagnóstico profético, la promesa del gobierno es un acto de habla legal pues no rompe la díada élite-activa/ subalterno-pasivo. A la inversa, cuando los campesinos mapuche inviertan la jerarquía comunicativa e interpelen a gobernantes y terratenientes, serán castigados con “respuestas de sangre.” En este contexto histórico, la dramaturgia comprometida con peones e inquilinos tendrá la misión clave de enseñar a las audiencias burguesas a comprender, más allá de la paranoia, el mensaje de aquellos que, en lugar de máquinas de escribir y pliegos de papel, no han tenido más que machetes, palos y piedras: AHORA SÍ. LA HISTORIA TENDRÁ QUE CONTAR CON LOS POBRES DE AMÉRICA Se les ve día a día marchando Día a día en marcha sin fin Con machetes y palos y piedras Ocupando las tierras ya van Se les ve ya fincando sus garfios En el suelo que les pertenece.75 74 75 Op. cit., 13. Op. cit., 81. Obreros, polizontes, pupilos 37 La reflexión metahistórica que instalan diálogos y canciones permite comprender la obsesión de Aguirre por el uso de determinados materiales y técnicas de construcción: a diferencia del discurso de los gobernantes, el discurso de los “compañeros teatristas” no quiere solo representar a obreros e inquilinos; también, quiere aprender la materialidad de sus experiencias. Santiago, 1973: colofón En concordancia con el programa de gobierno del Frente Popular, las instituciones de educación superior establecieron una agenda de modernización del Estado-nación. En el ámbito de la educación, esta agenda pro-modernización señala que la instrucción formalizada debe ser complementada por el fomento y difusión de la ciencia y de la cultura. Es así que, bajo el alero de las universidades de Chile, Católica y de Concepción surgen compañías de teatro, cuerpos de danza y orquestas sinfónicas.76 De manera particular, el teatro es concebido como instancia de educación cívica: frente a las tablas, los connacionales aprenderían virtudes, reconocerían defectos y se hermanarían con sus pares. Bien podría decirse que con el asenso del Frente Popular se inicia la primera gran nacionalización del periodo 1938-1973: la nacionalización del teatro.77 De 76 En su novela Machos tristes, Darío Oses recrea con maestría la fulgurante vida cultural del periodo: “como lo hicieron las iglesias con sus campanarios durante la colonia fue la universidad la que después marcó el tiempo y el ritmo de la vida en la ciudad, y además le inoculó una sustancia nueva porque no solo engranajes de relojería operaban en el altillo. Los cabros del ITUCH [nombre adquirido por el TEUCH a partir de 1959, cuando se consolida como instituto de la U. de Chile] renovaron el arte dramático que hasta entonces se reducía a los galanteos de Alejandro Flores. Más allá Domingo Santa Cruz organizaba orquestas. . . . mientras los maestros de danza exiliados de la Alemania Nazi preparaban las coreografías de Carmina Burana y de la Mesa verde. . . todo eso, conciertos, estrenos, sueños, manifiestos, pasaban a ser parte del lenguaje con que la ciudad hablaba, entendía y gratificaba a los hombres que vivían en ella” ([Santiago: Planeta, 1991], 71-72). 77 Sugiero la metáfora de la nacionalización, pues, durante el periodo en cuestión, el Estado, Obreros, polizontes, pupilos 38 manera consecuente con el proceso de nacionalización teatral, los textos del periodo parecen menos enfocados en la documentación antropológica que en la necesidad de enunciar una crítica radical a la manera en que, en las décadas anteriores, se administró el paisaje. Los textos en los que aquí he puesto atención tienen la particularidad de evidenciar cómo, durante el proceso de nacionalización, surgen miradas críticas con acentos divergentes. En Versos de ciego, la dramaturgia apuesta por la necesidad de “subir” a artesanos y campesinos al “tren de la modernidad” (mirada mesiánica). En Los invasores, diálogos y didascalias advierten sobre la imposibilidad de conciliar las lenguas de burgueses y harapientos (mirada escéptica). En Los que van quedando en el camino, en tanto, el texto impone un imperativo ético: aprender la lengua del otro (mirada militante). Muchas veces, el tropo teatro universitarios ha eclipsado las divergencias. En este trabajo, yo la celebro, pues, son ellas las que permiten el florecimiento de agencias culturales que, a fines de la década de 1970, comienzan a exceder los repertorios del TEUC y del TEUCH: en 1967, Jorge Díaz se auto-exilia en España para participar de la pre-historia de La Movida78; en 1972, Isidora Aguirre recorre Chile con los muñecos del Teatro Educativo Contingente; en fin, en 1972, Alejandro Sieveking colabora en el disco-documental La población de Víctor Jara. De este elogio a la divergencia surge mi conclusión. Hacia 1938, las universidades se proponen formar dramaturgos (entonces pupilos) que, con su escritura, mapeen un territorio hostil. Ya, hacia 1973, los dramaturgos (ahora autores) están en su apogeo y, en lugar de trazar vía universidad, ofrece incentivos materiales y simbólicos para que los nuevos teatristas desarrollen su trabajo dentro de la universidad. Dentro de los incentivos, se cuentan programas de apoyo a la internacionalización, instancias de intercambio académico y concursos de dramaturgia y dirección, entre otros (De la Barra, ibíd.). 78 Opazo, Cristián, “Madrid, Madrid: Todas las fiestas del mañana,” Siete obras desconocidas de Jorge Díaz (Santiago: UC, 2013), 29-35. Obreros, polizontes, pupilos 39 mapas, comienzan a imaginar utopías infinitas. Si la historia es cruel, también lo serán sus metáforas: justo cuando los pupilos truecan el arte de confeccionar mapas por el de hilvanar utopías, el Estado les prodiga un castigo cuya violencia apenas cabe en la memoria. Obreros, polizontes, pupilos 40 Obreros, polizontes, pupilos 41 Madrid, Madrid: Jorge Díaz, (auto) exiliado ejemplar “Siento no poder explicarte algunas expresiones, pero sé que las entenderás sobre la base de la intuición”— Jorge Díaz, Carta personal enviada a la editora, (c.1990). En una nota escrita el jueves 18 de junio de 1970, Jorge Díaz confiesa estar “harto de Chile”: el “público complaciente” de los teatros universitarios lo fastidió con su “aplauso benévolo.” Según se lee entre líneas, Díaz se habría marchado a Madrid animado por una “única compulsión”: sacudirse de “Mi educación, mi formación intelectual.” Efectivamente, en Madrid, Díaz se fascina con una contra-cultura urbana aún desconocida para los criollos: la prehistoria de La Movida. 79 Así, agitado como las noches madrileñas, se propone reinventar el oficio teatral y arguye que “hay que intentar tres cosas concretas”: apoyar a “pequeños teatros subterráneos” marginados del “tinglado empresarial capitalista”; “constituir equipos de trabajo” que “puedan prescindir del [autor] literario individualista”; y formar audiencias cada vez más amplias y heterogéneas. Cinco años después de su arribo a la capital española, Díaz reconoce, con cierto placer, que —sobre la base de estos principios— “[ya] empiezo a escribir un teatro diferente, más polémico. . . más. . . 79 La Movida es la denominación de un conjunto de manifestaciones de cultura popular juvenil española que germinan durante el primer gobierno de Felipe González (1982-1986). Estas manifestaciones comparten tres rasgos comunes: (a) desdén por la utopía socialista abortada por el franquismo; (b) fascinación por el diseño, la literatura y la música de los jóvenes ingleses opositores a Margaret Tatcher (desde el punk hasta el new wave); y (c) vindicación de sexualidades que descreen de la díada heterosexual/ homosexual. Borja Casani—director de La Luna de Madrid—resume con: “Todo el mundo había estudiado como cultura a Kierkegaard, Nietzsche, Flaubert. Y, de pronto, hay una generación que empieza a memorizar y a considerar como cultura propia unos nombres rarísimos: Siouxsie & the Banshees, Echo & the Bunnymen. . . [dejando, así,] fuera de combate. . . a toda la memorización previa” (cit. en Fouce 145). Obreros, polizontes, pupilos 42 beligerante” (“Dos” 74). En su periplo madrileño, Díaz deja desperdigados materiales, aún desconocidos, que enseñan argumentos y retóricas “diferentes, beligerantes y polémicos.” De ellos, uno me ha cautivado de manera especial, Todas las fiestas del mañana: un borrador de 20 carillas (papel tamaño oficio) mecanografiadas, según parece, en una máquina Olivetti ET101. Sus páginas iniciales, sin numeración, presentan el título (i), el epígrafe (ii) y el dramatis personae (iii); las siguientes, numeradas con arábigos, diálogos y acotaciones (1-17). El título y el epígrafe —como es evidente— son traducciones de “All Tomorrow’s Parties,” canción compuesta por Lou Reed y grabada por The Velvet Underground en abril de 1966.80 Estos paratextos seductores anuncian el espacio descrito, a vuelta de página, por las didascalias: la acción trascurre, alrededor 1980, en “un bar de mala muerte con pretensiones de pub”, donde unos adolescentes “bailan absortos en sus propios cuerpos” (1). Estos cinco jóvenes de clase obrera son Missa (punk adicta a las anfetaminas), Chema (chapero homosexual), Curro (moderno devoto de los trajes Adolfo Domínguez), Paco (consumidor compulsivo de comics, cine gore y videojuegos), y Moncho (dealer de heroína). Una vez presentados, y sin mediar mayores divisiones formales, se suceden, de manera intercalada, los monólogos de cada uno de los parroquianos del bar. En ellos, Missa, Chema, Curro, Paco y Moncho se apropian de la jerga juvenil madrileña y enuncian, en 80 En su texto, Díaz transcribe (con errores) y traduce (con licencias) la primera y la última estrofas de la canción. En el original, Reed escribe: “And what costume shall the poor girl wear/ To all tomorrow’s parties,/ For Thursday’s child is Sunday clown/ For whom none will go mourning/ And blackened shroud, a hand-me-down-gown/ Of rags and silks, a costume/ Fit for one who sits and cries/ for all tomorrow’s parties.” En su texto, en tanto, Díaz anota: “And what caused him to sell the poor girl rags/. . . ./ And black and charred and hand ne down bared/ of flags and silks and costumes” (Díaz [transcripción] i); “¿Y qué le obligó a venderle a la pobre chica esos trapos/ para todas las fiestas del mañana?/ porque la niña del jueves es el payaso del domingo/ por quien nadie llevará luto,/ negra, chamuscada y desamparada,/ sin sedas, banderas ni vestidos,/ adecuados para quien se sienta y llora/ por todas las fiestas del mañana” (ii). Obreros, polizontes, pupilos 43 primera persona singular, proclamas cuya diferencia, beligerancia y polémica se inscribe en el campo de los afectos, las masculinidades y los ritos urbanos.81 He estado esnifando un potingue de carpintero y tragado esta birria. . . pero no acabo de ponerme a tono. Y encima me han quedado los dedos pringados con el Novopren. ¿Véis este dedo tieso? Me lo rompieron los fachas en los Aurrerá. Vengo aquí porque hacen la vista gorda. En los pubs finolis les da repeluzno vernos entrar. Inquietamos a las niñas del “Totus Tuus.” Por eso es mejor reunirse en una esquina. Los jipis y los rockers nos odian solo porque sacamos la lengua y mostramos el culo. Y no digamos nada de los “modernos” que se la cogen con papel de fumar. El sábado monté el cirio en el concierto de Parálisis Permanente en la Rockola. Me arrastraron de los pies y me quitaron la blusa y los abalorios. Se armó una movida de tortas de impresión. (1) Aquí, quién habla —alentada por el alcohol y la “esnifada— es Missa. Esta chica punk seduce al lector con un discurso pródigo en giros idiomáticos que se leen excéntricos a la lengua española: apócopes, coloquialismos y extranjerismos que aluden a hitos de una contracultura callejera, en boga en Madrid, entre 1980 y 1985 (fachas, jipis, rockers y modernos, entre otros). Estas selecciones léxicas no son azarosas, pues, a través de ellas, la muchacha manipula el paisaje urbano: visibiliza lugares de encuentro (los pubs finolis, Los Aurrerá, y la Rockola) y enseña modos apócrifos de recorrerlos (sacando la lengua, mostrando el culo). Guiada por la jerga de una cofradía secreta, Missa camina desde Los Aurrerá hasta la Rock Ola: el primero es apócope de Los Bajos de Aurrerá (calle Mellado, entre Gaztambide y Fernando el Católico, pleno Chamberí); el segundo, nombre de un bar de ambiente (calle Padre Xifré 3, Prosperidad). En ese trayecto, un transeúnte ajeno a los códigos de la cofradía solo vería edificios obsoletos: en Bajos de Aurrerá, un complejo 81 Aunque el borrador de no esta fechado, sus diálogos y sus didascalias ofrecen marcas temporales significativas: en los diálogos, Missa recuerda asistir a un concierto de Parálisis Permanente (activos entre 1981-1983), en la sala Rock Ola (abierta entre 1981-1985), y, en las didascalias, la dramaturgia señala que Curro viste en plan “La arruga es bella” (eslogan de Adolfo Domínguez utilizado entre 1979-1980). Desde un punto de vista contextual, agreguemos que Warhol —amigo de Reed que inspira “All Tomorrow’s Parties”— visita Madrid, causando gran revuelo, en enero de 1983. De esto se sigue que el texto, con seguridad, fue escrito después de 1981 y, probablemente, en una fecha no posterior a 1985 (año de la clausura de Rock Ola). Obreros, polizontes, pupilos 44 brutalista con bares-cafés, botillerías y peluquerías semivacíos; y, en Prosperidad, corrales que evocan el proyecto socialista-utópico de convertir la zona en una villa obrera. Los jóvenes, en cambio, aprehenden un paisaje diferente: de noche, en Los Aurrerá, los bares-cafés, acogen a cientos de muchachitos ataviados con botas militares, jeans ajustados y suspensores blancos (skinheads); en la Rock Ola, por su parte, se dan cita actores, artistas plásticos, cineastas y diseñadores de afectada androginia juvenil (new romantics). Para los parroquianos de Los Aurrerá y los de la Rock Ola, estos nombres fraguados en la jerga definen dos territorios culturales antagónicos: en Los Aurrerá, una cofradía de masculinidad hiperbolizada (skinheads); en el Rock-Ola, la ebullición, ya sin culpas, de nuevas sexualidades (new romantics).82 Así, descreídos de los sistema topográfico y lingüístico de sus padres, los punks y los modernos ordenan su mundo como los track-lists de los discos que los obsesionan83: en turnos sucesivos, los “cinco o seis chicos jóvenes” enuncian pequeños poemas en prosa que, amén de un léxico cargado de referencias a los íconos del punk y la new wave, proclaman una disidencia que es tanto política como sexual: PACO. Me gusta venir aquí y bailar solo, moverme entre tanta tía sudada con olor a chota. El pantalón bien ceñido. Solo con moverme un rato al compás del tecno ese, me voy por la pata abajo, sin tocármela siquiera. Lo cuento y no me lo creen. Para quedarse grogui, en plan de total relajo, lo mejor es llegar hasta el final. . . . Hay muchos que piensan que no debo estar bien del coco. Anda y que los zurzan. (7) Efectivamente, descreídos de la verbosidad dialógica de los adultos, los 82 Al recordar el aporte las cofradías new wave a la contra-cultura madrileña, Borja Casani señala: “En ese momento, [los jóvenes de pose andrógina] son la vanguardia absoluta, los que realmente dan el cante, los que ponen la carne en el asador en lo que es el show, el espectáculo. Eran deslenguados, brillantes, apoteósicos. Hicieron avanzar la cosa a un ritmo al que no hubiera avanzado si hubieran tenido que ser los machos ibéricos quienes tiraran el asunto” (cit. en Bermúdez 173). 83 En la página 17 del manuscrito original, el parlamento de Missa es una traducción literal de la canción “I’m Waiting for my Man,” de Lou Reed: “Estoy esperando a mi hombre/. . . ./ La cabeza me da vueltas/ solo estoy buscando a un sucio amigo mío/ estoy esperando a mi hombre.” Díaz no cita la fuente, pero entrecomilla el parlamento (¿acertijo para lectores futuros?). Obreros, polizontes, pupilos 45 adolescentes desarrollan una revolucionaria conciencia corporal: Chema, Missa y Paco entienden que los cuerpos son superficies anatómicas. Y la administración de estas superficies dependerá de los deseos que, en cada momento, los invistan. Esta conciencia permite, por ende, administrar el cuerpo de tres maneras complementarias: como herramienta de trabajo (“por el culo solo doy por dinero [Chema 6]), como proclama política (“sacamos la lengua y mostramos el culo” [Missa 1]), y como objeto para el goce (“lo mío es el toma y daca” [Paco 7]). Se impone, aquí, una referencia a la dramaturgia conocida de Díaz: su lectores sabemos de su predilección por los personajes travestis. En Nadie es profeta en su espejo (1998) o en El desvarío (2000), entre otras, son los travestis quienes evidencian las contradicciones morales de la cultura chilena de post-dictadura: si el matrimonio heterosexual es el contrato que permite el reconocimiento civil del individuo en la esfera pública (denuncia Nadie es profeta en su espejo), el comercio homosexual permite canalizar deseos desmesurados (acusa El desvarío). En estos textos desmesurados (Olivares), Díaz parece concordar con el ensayista Paul A, Morrison, quien señala que en determinados contextos el amor es el nombre del relato que prescribe el deseo (71). He aquí la relevancia de Todas las fiestas del mañana: en este texto desconocido, la dramaturgia de Díaz explora un orden contra-cultural donde la relación entre los sujetos adolescentes y su deseo no requiere la mediación de chivos expiatorios (travestis pobres). El desdén por la manera en que los adultos traman sus afectos se halla reforzado por una de las escenas finales de Todas las fiestas del mañana. Allí, los bailes de estos “chicos jóvenes” son interrumpidos por la diatriba de una “vieja intrusa”: Elisa, una mujer recién divorciada que se ha maquillado y se ha puesto un vestido de persona más joven, pero la edad no perdona” (8). Intimidada por la mirada desaprobatoria de los Obreros, polizontes, pupilos 46 parroquianos del bar, “mira a su alrededor” y “bebe con ansiedad” (12). Enseguida, se desahoga: Son críos. Me dan rabia y ternura. Recuerdo mi propia juventud, aunque no tiene nada que ver con ellos. Cuando conocí a mi marido en la facultad y los dos éramos jóvenes rebeldes. . . . las salidas a Francia para comprar los libros del Ruedo Ibérico. Y aquella vez que hice el amor en Ibiza en un sitio como este. Yo tenía 17 años. El era holandés y yo tenía pánico de quedar embarazada. . . Y los hijos. Y la separación. Y el psiquiatra. (12) Elisa afirma que la adolescencia es aquella etapa de la vida clausurada por “los hijos,” “la separación” y “el psiquiatra.” De esta afirmación, se desprende una suposición doble: como diría Roland Barthes, los adolescentes van a los bares a conversar con el cuerpo, y los adultos van al psiquiatra a hablar con palabras. Extrapolada, la suposición permite dividir, de manera tentativa, la escritura dramática de Díaz: si las relaciones de los adultos son dialógicas, es porque la imaginación psicoanalítica debe suplir el anquilosamiento de los cuerpos y, si las interacciones de los adolescentes son kinésicas, es porque las pulsiones adolescentes activan sistemas libidinales que “desbordan” la sintaxis del diálogo. A la luz del monólogo de Elisa, es posible especular por qué Díaz— hasta donde sabemos—no llegó a estrenar este texto: según parece, en Todas las fiestas del mañana, léxico y sintaxis reclaman una dicción y, sobre todo, un gestus que solo pueden ofrecer los cuerpos de los adolescentes. Consecuentemente, el desafío que este texto impone a sus lectores no es la traducción literal de sus giros idiomáticos, sino la reconstrucción del contexto afectivo donde se inscriben; es decir, esas pandillas de madrileños raros que “bailan, separados, a su aire” (16). Desconcertados, algunos acusarán que el ejercicio crítico de adentrarse en la lectura de este texto desconocido reclama un glosario: basca (pandilla), caballo (heroína), camello (traficante), chapero (prostituto) chunga (vulgar), chute (inyección), hacer chapas (prostituirse), julandrón (homosexual), menda (cualquiera), retambufa (retaguardia), trullo (cárcel), o Obreros, polizontes, pupilos 47 yonqui (adicto). Otros, fascinados, descubrirán los guiños a Bryan Ferry, David Bowie, Lou Reed, Parálisis Permanente, Roxy Music y The Velvet Underground (héroes de los jóvenes de La Movida). Por mi parte, creo que, enfrentado a este texto hecho de jergas menores y citas pop, Díaz anotaría sereno: “Queda aún mucho lenguaje por destruir. Y solo entonces, en medio de los desechos y la basura, emergerá temblorosa una expresión auténtica de la condición humana” (“Dos” 78). Obreros, polizontes, pupilos 48 Pedagogías teatrales en el Chile pos-autoritario Agorafobia y memoria teatral A juzgar por nuestros trabajos, historiadores y críticos del teatro chileno del siglo XX, padecemos de agorafobia o pavor súbito a los espacios ajenos. 84 Efectivamente, en antologías y ensayos, rara vez atendemos a aquellos escenarios situados en los extramuros de los campus universitarios: desdeñamos los circos populares (aunque, en las galerías de Fráncfort y el Múnich, Antonio Acevedo Hernández y Carlos Cariola aprenden el oficio de la escritura de divertimentos populares [c. 1910]); ignoramos las giras circun-atlánticas (aún cuando, en La Habana y Madrid, Isidora Aguirre y Jorge Díaz ensayan nuevas estrategias de disidencia política y sexual [c. 1960]); en fin, negamos las fiestas clandestinas (pese a que, en El Trolley y en Spándex, Ramón Griffero y Andrés Pérez se fascinan con el gestus de las divas transformistas [c. 1980]).85 84 Del griego ἀγορά (espacio de reunión) y φοβία (miedo), la agorafobia es un trastorno de ansiedad provocado por el miedo que suscita en un individuo la posibilidad de participar de una espacio que percibe amenazante (American Psychiatric Association 5-8). En psiquiatría, este trastorno fue tipificado por C. O. Westphal en 1871 y psicoanalíticamente explicado por S. Freud en 1887: “For him the space of the street [among others] represents temptation for the sexually repressed female patients. . .” (Holmes 2.2). La agorafobia —insiste Freud— es un mecanismo conectado con “the repression of the intention to take the first man one meets on the street” (17). Para la teoría marxista, en tanto, la agorafobia es un epifenómeno de la modernidad capitalista ya que, bajo este paradigma, “everything that is solid melts into air, including the reasoning solidity of the domestic architecture of the built environment and the stable roles and rules governing social life” (Berman citado en Holmes 3.2). Por último, para los estudios de performance, agorafobia será la cualidad de un discurso crítico que releva la jerarquía de la institución que lo legitima y oblitera las condiciones que podrían evidenciar su caducidad (Bankey 136). 85 Nótese el contexto crítico de este ensayo. En Chile, antologías, ensayos e historias reconocen un hito: la fundación de los teatros universitarios (U. de Chile,1941; UC, 1943; U. de Concepción, 1945)—epifenómeno del triunfo electoral del frente-populismo (1938). Antes y después de los teatros universitarios, dichos trabajos rescatan manifestaciones para-institucionales, ya “prehistoria” o “Apocalipsis” de los teatros universitarios (1900-1940 y 1973-2010) (véase, entre otros, Rojo [1984], Piña [2014]). Con todo, estos valiosos trabajos histórico-críticos escamotean, cuando menos, cuatro hechos significativos: primero, los teatros universitarios mantuvieron una relación ancilar con las opciones político-estéticas de una élite que, salvo excepciones, se distanció del proyecto cultural de la Unidad Popular; segundo, la concomitancia entre teatros universitarios y burguesía eclipsó una tradición de teatros populares gestada al alero de movimientos sindicales en Obreros, polizontes, pupilos 49 Esta misma afección determina la manera en que configuramos nuestros textos de historia y crítica teatral: en ellos, sindicamos, como obreros malogrados, a los dramaturgos que tercian en las revueltas de la época de Centenario (c. 1910); ungimos, como pupilos ejemplares, a los dramaturgos que participan de las “misiones pedagógicas” de los teatros universitarios solo de Santiago (Experimental [U de Chile 1941] y de Ensayo [UC 1943]); y, en último caso, evocamos, como militantes de una causa perdida, a quienes ejercen el oficio de escribir textos dramáticos en las ruinas de la ciudad letrada (c. 1980). Según consignan las bibliografías, a nuestros teatristas, historiadores y críticos los hemos deseado siempre adscritos a espacios de instrucción formalizada: cuando no puedan ser pupilos de universidades, serán obreros de sindicatos o militantes de colectivos políticos proscritos. Quizá este pavor súbito a los espacios extra-universitarios obedezca a las huellas mnémicas que, como testigos de la escena teatral, guardamos de las travesías urbanas, giras auto-gestionadas y fiestas alternativas: al sur de Santiago, en el Conventillo del Diablo (Av. Matta 1833), Acevedo Hernández ve morir acribillados a los jóvenes protagonistas de sus Almas perdidas (marzo, 1912); en Concepción, en la sede del CEFA (Freire 1119B), Isidora Aguirre es hostigada por agentes de la DINA (septiembre, 1986); en Spándex (San Diego 1035), Andrés Pérez baila junto a Daniel Palma haciendo verónicas a los fantasmas del VIH-SIDA—diagnóstico, entonces, estigmatizado como plaga distintiva de una ciudadanía abyecta (junio, 1991).86 la década de 1910, y revivida, afuera de la universidad, por la UP (e.g. A. Acevedo Hernández, L.E. Recabarren); tercero, aquello que se desdeña como para-institucionalidad (“prehistórica” o “apocalíptica”), constituye una genealogía de movimientos de resistencia contra cultural imbricados con causas tan diversas como significativos; cuarto, la etapa universitaria de nuestros autores canónicas es una coyuntura de transición que, una vez superada, los conduciría a errancias sexuales (Díaz en Madrid), compromisos militantes (Aguirre en el PC) o aventuras experimentales (Sieveking con Víctor Jara). 86 Adelantemos que los parroquianos de Spándex—caso del que me preocuparé en las páginas Obreros, polizontes, pupilos 50 Situados en los extramuros de los campos universitarios, los teatristas chilenos padecen las vejaciones de sus cuerpos; no obstante, esas vejaciones no forman parte de las historias y críticas del teatro chileno.87 Consecuentemente, en contra del estatuto agorafóbico de cierta crítica teatral chilena, me propongo hacer mía la máxima de Sussanah Radstone y Katharine Hodgkin: el performance de una memoria cultural no-hegemónica exige una lectura cómplice de los devenires de cuerpos de los agentes de creación teatral (23-25). Por esto, el objetivo de mi proyecto es reconstruir los sitios de emergencia, aún escamoteados, de las dramaturgias chilenas de cien años (1900-2000): bienales-underground, circos populares, carpas sindicales, giras circun-atlánticas y fiestas clandestinas. De manera tentativa, a estos espacios los he venido denominando escenarios contra-pedagógicos, pues, en ellos, las prácticas teatrales, forzadas por una contingencia hostil, se yerguen en oposición a las doctrinas estéticas y políticas hegemónicas.88 centrales de este ensayo—deben aprender a tolerar los perpetuos allanamientos del Grupo de Operaciones Policiales Especiales (GOPE). De la velada El Caribe Nunca tan Lejos, los asistentes recuerdan: un comando ordena “¡Mujeres a la derecha, hombres a la izquierda!” y un transformista empinado sobre sus tacos aguja reclama “¿Y nosotras?” Desconcertados, los policías observan cómo se forma una tercera fila de andróginos bailarines. Minutos más tarde—según registra un VHS inédito—Pérez espeta: “Vamos a tener que desalojar. A la salida, carabineros los revisará uno por uno. Nosotros nos quedamos hasta el final. Y, tranquilos, los esperamos el próximo sábado” (cit. en Iglesias). Las cosas no acabarían ahí: el martes de la semana siguiente, El Mercurio publicaría una nota de advertencia: “Importan nuevos conceptos de diversión juvenil” (firmada por Germán Echevarría). Desde un punto de vista retórico, en la nota abundan epítetos que sitúan las fiestas en el campo semántico de lo abyecto: “[los asistentes] da[n] cauce a sus más extrañas conductas,” “[los] muchachos [engalanados] con. . . maquillaje” o “[no se sabe si] esa niño o niña que está allá está estupendo o estupenda” (A19). Para un tramado crítico que permita aproximarse a la relación entre estas ciudadanías abyectas y la violencia policial-estatal, véase el trabajo indispensable de Ileana Rodríguez y Mónica Szurmuk en Memoria y Ciudadanía. Santiago de Chile: Cuarto Propio, 2009. 87 Un caso significativo de cómo el quehacer extra universitario es escamoteado es el de Víctor Jara: al día de hoy persiste la idea de que su labor de insurgencia (que le costó la vida) se canalizó casi exclusivamente a través de la canción popular. Este mito comienza a ser desmontado en Víctor Jara: hombre de teatro, de Gabriel Sepúlveda (Santiago: Sudamericana, 2001). Allí, se repasa, entre otros hitos de rebeldía creativa, su temprana dirección de Parecido a la felicidad (1959), de Alejandro Sieveking. A cargo de estudiantes díscolos de la Universidad de Chile, este montaje impugnó la “lectura sentimental” que los maestros criollos hacen de Stanislavski y, en su lugar, apostó por un híperrealismo done la cotidianidad burguesa se expresa a través de un trabajo que releva la exuberancia del gesto corporal, el lenguaje coloquial y los síntomas de una sexualidad vivida como neurosis. 88 Construyo la expresión escenario contra-pedagógico sobre la base de voces recicladas. Con el Obreros, polizontes, pupilos 51 4/5/91 Spándex Para evidenciar la condición agorafóbica de nuestra crítica, comentaré un caso de imaginativa resistencia teatral registrado durante el gobierno de Patricio Aylwin (1990-1994): Spandex, serie de ocho fiestas urbanas dirigidas por el diseñador teatral Daniel Palma (Montevideo 1960) y por el director de escena Andrés Pérez (Punta Arenas, 1951), en el Teatro Esmeralda de Santiago, los días sábado de mayo y junio de 1991.89 Con la serie Spándex, Pérez y Palma buscan financiar, mediante la venta de entradas (CLP$ 1,000 [2 USD]), los nuevos proyectos de la compañía Gran Circo Teatro; a saber, el montaje de dos piezas de W. Shakespeare (Ricardo II y Noche de reyes) y la segunda etapa de la refacción del Esmeralda (esta vez, anhelan convertir este espacio residual en un laboratorio de investigación teatral independiente).90 Antes de formular mi análisis, valga una descripción sumaria de estos sustantivo escenario señalo la fugaz y precaria coyuntura histórica donde una serie de teatristas fuerza un cambio en las maneras de producir teatro (e.g. actores, directores, diseñadores, dramaturgos, escenógrafos) (Taylor and Townsend 1). Este uso metafórico de la voz escenario está autorizado por su étimo, skené: de manera literal, plataforma; de manera figurada, construcción improvisada. El adjetivo contra-pedagógico, en tanto, califica un modus operandi que, como el de los teatristas, promueve la reapropiación de los materiales disponibles en el entorno, aunque con el propósito de disponerlos de manera reñida con las convenciones de uso (de ahí, la elección del prefijo contra en lugar de pos, que podría sugerir “superación” o “desdén.” Dentro de este contexto, las convenciones de recto uso de las ciencias y las técnicas (pedagogía, en un sentido general), son ungidas como hegemónicas por las instituciones de instrucción formalizada, o, lo que es equivalente, partidos políticos, sindicatos y universidades, entre otras entidades cuya misión es la transmisión sistemática de discursos hacia un grupo individuos contractualmente cohesionados (Freire 189). 89 Los títulos de las convocatorias de cada fiesta de la serie son Spándex (5/4/91), Noche de Negros (5/11/91), 70 a la Chilena (5/18/91), El Caribe Nunca tan Lejos (5/25/91), Made in Ingland [sic] (6/1/91), Noche de Estrellas (6/8/91), La Noche del Verbo (6/15/91) y Noche de Época: La Nuestra (6/22/91). 90 Sirva una breve contextualización: en su afán de sobrevivencia, los jóvenes teatristas del Chile pos golpe descubren espacios residuales que la urbe abandona y los transforman en genuinas trincheras o escenarios contra pedagógicos: El Garage (Matucana 19), Teatro Esmeralda (San Diego 1025), o El Trolley (San Martín 841). Allí, no solo imaginan fiestas new wave (revés festivo de la heteronormatividad de las peñas folclóricas). También, exhiben piezas teatrales que no caben en las ruinas de los teatros universitarios. Es en estos espacios residuales donde debutan Alfredo Castro, Ramón Griffero y Andrés Pérez. Sin la tutela de los maestros de antaño (exonerados, muertos), los jóvenes polizontes renuevan las pedagogías y los oficios teatrales: abrazan el performance, el posdramatismo y el transformismo; celebran el diseño teatral y el dramaturgismo, hasta entonces, desdeñados. Obreros, polizontes, pupilos 52 espectáculos y de sus contextos de producción. La teatralidad Spándex está inspirada en el Blitz (London), The Factory (Manchester) y Studio 54 (New York): cada noche de fiesta, los organizadores establecen un layout que incluye acrobacias de go-go dancers, medios-montajes teatrales, performances de transformistas y rutinas de stand-up-comedy que (des) dramatizan la amenaza VIH/ SIDA. En estos cuadros, destacan Candy Dubois, Carlos Franco, Ramón Griffero y Herbert Jonkers, además de Palma y Pérez. Por añadidura, la exhibición de una teatralidad hasta entonces residual 91 conmociona a los santiaguinos [explicación]: por un lado, decenas de jóvenes creadores encuentran en Spándex un espacio de desarrollo de técnicas y/ o formatos excluidos de los currículos universitarios (el teatro-circo de Arianne Mnouschkine, el teatro-danza de Pina Baush, el teatro kathakali de Karunakaran Nair); por otro, el establishment político intuye allí un foco de contagio de patologías clínicas y/ o sociales (las enfermedades de transmisión sexual, el narcotráfico, la pedofilia y la prostitución masculina). Dicho esto, en lo que sigue, guiaré mi análisis de este hito urbano escandaloso sobre la base de dos preguntas: ¿por qué surge y por qué se clausura Spándex? Apuesto a que estas preguntas sencillas me permitirán ejemplificar la lógica agorafóbica de la crítica teatral y de la institucionalidad cultural posautoritarias. (1) ¿Por qué surge Spándex? El contenido manifiesto de los antecedentes consignados señala un impasse financiero: Gran Circo Teatro debe saldar la deuda generada por el fracaso de su última entrega, Época 70: Allende (1990). En cambio, el contenido latente revela la primera 91 Hablo de teatralidad residual, pues, en Spándex, los organizadores buscan dar visibilidad a exponentes del teatro de revistas y del vaudeville travesti. En dictadura (1973-1988), estas manifestaciones fueron desdeñadas por una izquierda que consideró la revuelta del género una querella frívola. Obreros, polizontes, pupilos 53 política cultural de la Concertación Democrática. Sirva una cronología: en noviembre de 1988, Gran Circo Teatro estrena La Negra Ester92 en un erial periférico (Plaza O’Higgins, Puente Alto); en diciembre del mismo año, el gobierno, “interesado” en el asunto amoroso-popular del montaje y el rédito popular asociado al apellido Parra (el tío Roberto Parra Sandoval compone las décimas que darán origen al montaje y que originalmente se referían a su amorío con una prostituta del puerto de San Antonio), ofrece a la compañía trasladar sus funciones al casco histórico de la capital (Cerro Santa Lucía); en 1989, el colectivo aguarda apoyo estatal para producir una nueva pieza de asunto amoroso y popular, esta vez una biografía afectiva de Salvador Allende fraguada al alero de la técnica kathakali; en 1990, tras un polémico estreno, la élite política abandona, para siempre, a Pérez y los suyos.93 De esta cronología se desprenden dos corolarios: primero, el silencio de los políticos anuncia, cuál epígrafe, el tipo de teatro que el Estado considera adecuado y oportuno (una fiesta despojada de sexualidad, una historia despojada de ideología); segundo, Spándex surge como respuesta a la urgencia de un grupo de creadores que ensayan una teatralidad proscrita y que no encuentran respuesta a sus inquietudes en los currículos de las escuelas de arte dramático. (2) ¿Por qué se clausura Spándex? Daniel Palma recuerda: Después de la sexta fiesta [Noche de Estrellas, 8/6], Pérez me invitó a almorzar y me pidió que me dedicara exclusivamente al vestuario de lo que estábamos haciendo, Ricardo II y Noche de reyes. . . . Era él o Spándex, y yo seguí por Spándex. Nos cambiamos al Teatro Carrera. . . . [tras el alejamiento de Pérez,] Arturo Barrios [presidente] de la FECH [Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile] se acercó a nosotros para hacer 92 El mayor éxito de la compañía el Gran Circo Teatro con más de 25 temporadas nacionales y 5 giras extranjeras. 93 En 1989, tras asistir a una función de La Negra Ester, el senador democratacristiano Ignacio Walker escribe una carta al diario La Época y celebra el que la obra sea “un pedazo de Chile, de su música, de su idiosincrasia” (7). En 1990, en tanto, Rosario Guzmán Errázuriz, de La Segunda, consigna que “luego de un largo peregrinaje en que invitamos a diversos políticos. . . algunos de la Concertación manifestaron una decidida falta de interés por presenciar una obra que. . . no les parecía adecuada ni oportuna” (6). Obreros, polizontes, pupilos 54 una feria de prevención de SIDA. La idea era hacer stands estilo Spándex: bien adornados y con harta osadía. . . . [Al final] fue un escándalo y, a la semana siguiente, llegaron los pacos a hablar con el viejo chico, el dueño del teatro: si nos volvía a arrendar la sala, le quitaban la patente. . . . (Palma 16566) En esta escena, Palma ignora información clave. Días antes, Pérez recibe un llamado de un funcionario de gobierno: si Spándex no cesa, Gran Circo Teatro perderá todo apoyo fiscal. Efectivamente, el gabinete de Aylwin teme la inminencia de un destape a la española y, para evitarlo, encarga el Primer informe nacional sobre la juventud. De acuerdo con el informe, el Estado debe implementar un conjunto de políticas públicas que dificulte la organización espontánea de colectivos contra culturales. Dentro de este contexto, el fin de Spándex debe ser comprendido como el cierre de una paso fronterizo por donde unos polizontes abyectos trafican mercancías libidinales no-codificadas.94 Tras el cierre de Spándex, Palma y Pérez parecen condenados a errar como polizontes. Daniel Palma es diagnosticado como portador de VIH (octubre, 1995) y, a causa de una infección oportunista, pierde el noventa por ciento de la visión; tras un breve paso como jefe de comunicaciones de la ONG Frena SIDA (1997), desarrolla una incipiente carrera literaria (es autor de la novela autobiográfica Hijos de la trampa [Santiago: Asterión, 2014]). Por su parte, Andrés Pérez monta una decena de piezas en la década que sucede a Spandex (ninguna volvería a seducir a la crítica periodística del modo en que lo hizo la Negra Ester). En 2002, sin apoyo institucional, Pérez muere a causa de una neumonía favorecida por su condición de portador de VIH. Una investigación posterior demostraría 94 Varios ejemplos prueban el impacto de este informe. Desde su encargo (1991) hasta su publicación oficial (1994), se multiplican las instancias privadas que cooptan la disidencia juvenil en calidad de target o nicho de consumo. Algunos ejemplos: el diario El Mercurio inicia la publicación de la revista Zona de Contacto; la Compañía Chilena de Comunicaciones funda la radio Rock & Pop (1992) y la revista homónima (1994); el gobierno crea la Corporación Cultural Balmaceda 1215. Para comprender el modus operandi del Estado, véase: Fernando Blanco, Desmemoria y perversión: privatizar lo público, mediatizar lo íntimo, administrar lo privado (Santiago: Cuarto Propio, 2010-12). Obreros, polizontes, pupilos 55 que su deceso habría sido agravado por deficiencias técnicas en el ducto respiratorio de su lecho de muerte (cama 8, Hospital San José de Santiago). Memorial elegiaco para un baile imposible Para concluir esta crónica sumaria de un episodio teatral extrauniversitario, releeré un fragmento de La huida, la última entrega de Pérez. Allí, sobre la base de un texto autobiográfico fechado en 1974, el dramaturgo/ director dramatiza dos relatos paralelos: desde el pasado, evoca la posible desaparición masiva de homosexuales ocurrida durante el gobierno de Carlos Ibáñez del Campo (1927-1931); en el presente, funde ese rumor maldito con la razzia de la dictadura de Pinochet (1973-1988). De la pieza, cito el pasaje final donde el Joaquín, un botillero de barrio, inquiere a su compañero: JOAQUÍN. (Con una caracol entre sus manos.) ¿Tú sabes que no se los llevan a ninguna isla, verdad? ¿Tú sabes que los suben a un barco y, luego, en altamar, les ponen los pies en cajones con cemento fresco y mordazas en las bocas para que no griten? ¿Tú sabes que gritan igual? (Acercándose el caracol a su oído derecho.) Escucha. (Susurrando.) Escucha. ¡Pedro! ¡Miguel! ¡Auxilio! ¡Jorge! ¿Tú sabes que ahí van ellos? Con sus tacos altos de cemento, desatando sus mordazas, agitando sus brazos con esos pañuelos, bailando el último pie. . . (susurrando: tiqui tiqui ti, Tiqui tiqui ti) . . de una cueca no deseada. (s.p.) Propongo que el discurso de Joaquín merece considerarse como el memorial elegíaco de la generación Spándex. Nótense sus detalles formales: abundan las frases interrogativas que apelan a un destinatario clandestino cuya lengua es el rumor (¿tú sabes?); los vocativos susurrados siempre invocan a una comunidad de polizontes tan invisibles hoy como ayer (Pedro, Miguel y Jorge); en fin, los verbos describen el afán por entregarse a un goce proscrito (el último pie. . . de una cueca no deseada, zapateada con tacos altos de cemento). Obreros, polizontes, pupilos 56 A través de estas constantes lingüísticas, el discurso de Joaquín —al igual que el de Daniel Palma, Andrés Pérez y los demás parroquianos de las fiestas clandestinas— ofrece el modelo de los actos de habla performativos de quienes hacen teatro más allá de las aulas universitarias: lejos de la universidad, la pedagogía hegemónica es sustituida por saberes tránsfugas que se susurran como rumores (e.g. oficio de artistas transgéneros, coreografías imaginadas por DJs); lejos de la universidad, los prefijos de investidura académica ceden su lugar a vocativos espectaculares que celebran identidades fugitivas (e.g. Candy Dubois, Divina Extravaganza); lejos de la universidad, el protocolo del teatro que supone la escisión entre actores/ espectadores es sustituida por la lógica “promiscua” y “arriesgada” del performance (la danza y la fiesta de unos cuerpos voluptuosos). A partir del caso Spándex, enfatizo la expresión memorial elegiaco para señalar la necesidad de volver a pensar los artefactos que construye la crítica teatral (chilena) para llevar a cabo sus ejercicios de memoria (posautoritaria). El texto dramático, codificado desde los tropos aprendidos en el aula universitaria, no puede contener las huellas mnémicas de una historia cuyos escenarios de emergencia son contrauniversitarios, contra-pedagógicos, contra-culturales. Para ser justos con los hitos de esta historia teatral —concluyo— deberemos aprender a construir textos que privilegien la memoria vertiginosa de los cuerpos por sobre la letra de periodizaciones estancas. En fin, quizá por esto me siento conminado a confesar que, para un crítico teatral, salir de la tradición universitaria y aventurarse al rescate de la memorable frivolidad de una fiesta clandestina implica asumir—al igual que Fionna Buckland—que “Any queer dance floor is a node in which many weaving, layered maps meet. Any one of these maps is part of a queer lifeworld: a mobile theater. . . of common relations” (3). Obreros, polizontes, pupilos 57 Obreros, polizontes, pupilos 58 Pedagogía de un bailarín de discoteca: Masculinidad y oficio en La huida, de Andrés Pérez Araya Andrés Pérez Araya, go-go dancer En la biografía del teatrista chileno Andrés Pérez Araya,95 las fiestas clandestinas, celebradas en casas ocupadas o en galpones abandonadas, son siempre coyunturas críticas. En 1982, improvisa fiestas para capear el toque de queda y, en ellas, proyecta la Casa del Arte Vivo, desvencijada vivienda donde actores desempleados bailan de noche y ensayan de día (calle Bustamante 372, Providencia). En 1991, Pérez se ve agobiado por las urgencias económicas que le imponen la restauración del Teatro Esmeralda (1989), el fracaso de Época 70: Allende (1991) y la preproducción de Noche de reyes y Ricardo II (1992). Y, para “hacer caja,” monta Spandex, memorable serie de fiestas underground enseguida clausuradas por la Municipal de Santiago. Con la complicidad del artista visual Daniel Palma, en Spandex, él mismo oficia de anfitrión, curador y go-go dancer (calle San Diego 1035, Santiago Centro).96 Sin más, durante sus 95 Pérez nace el 11 de mayo de 1951, en Punta Arenas. En sus años de formación aúna cuatro tradiciones: la de los teatros universitarios (se gradúa de actor en la Universidad de Chile [1977]); la del teatro callejero (funda el Teatro Urbano Contemporáneo [1980]); la del teatro circo (inspirado por la dirección de Ariane Mnouchkine, funda el Gran Circo Teatro [1986]), y la de los performance revisteriles (es coreógrafo de la compañía de vedettes Bim Bam Bum [1973-1975]). Sobre la base de estas tradiciones, oficia de director y dramaturgista en montajes de textos de autores tan diversos como Roberto Parra (La negra Ester [1988]), William Shakespeare (Noche de reyes y Ricardo II [1992]) y Yukio Mishima (Madame de Sade [1998]), entre otros. Muere el 3 de enero de 2002 producto de una infección oportunista suscitada por el virus del VIH. 96 El origen de la crisis económica de la compañía de Pérez estaría en el montaje de Época 70: Allende. En pleno gobierno cívico-militarizado de Patricio Aylwin, este proyecto amenaza con reflotar los fantasmas de la Unidad Popular (1970-1973) y, por consiguiente, es escamoteado por el oficialismo cultural. De manera sintomática, en el diario La Segunda, Rosario Guzmán Errázuriz consigna: “luego de un largo peregrinaje en que invitamos a diversos políticos...algunos de la Concertación manifestaron una decidida falta de interés por presenciar una obra que...no les parecía Obreros, polizontes, pupilos 59 últimos meses de vida, Pérez se atrinchera en unas bodegas clausuradas para estrenar La huida, texto zurcido con materiales autobiográficos en los que unge las fiestas clandestinas como enclaves donde una cofradía de artistas, en su mayoría homosexuales, se educa bajo la tutela de las “locas viejas” y, con ellas, ensaya proyectos de subversiva resistencia contracultural (calle Matucana100, Estación Central).97 ¿Dónde más, sino en una fiesta clandestina, podría educarse, enamorarse y guarecerse Andrés Pérez Araya, teatrista estigmatizado como “maricón,” “pobre” y “comunista”?98 Efectivamente, en el proceso de escritura y montaje de La huida, Pérez oye a las locas viejas y, azuzado por sus cuchicheos, construye un texto en el que intercala dos relatos simultáneos: por un lado, el melodrama de Joaquín y Pedro, pareja escindida por el terror que suscitan los fondeos homofóbicos que, según rumores de la época, habrían sido perpetrados por sicarios paramilitares durante la dictadura de Carlos Ibáñez del Campo (1927-1931). Y, por otro, el testimonio del autor, ciudadano marginalizado adecuada ni oportuna” (6). 97 La huida se estrena el 4 de noviembre de 2000 en las Bodegas Teatrales de la calle Matucana, donde el montaje tuvo dos breves temporadas bajo la dirección de Andrés Pérez y su compañía Gran Circo Teatro (primavera de 2000 y otoño de 2001). Al finalizar las temporadas, el elenco de la última función de 100 minutos de duración estuvo conformado por Pablo Valledor, Juan José Olavarrieta, Ivo Herrera, Iván Álvarez de Araya y Ramón González, además del propio Pérez. De paso, conviene recordar que las bodegas que acogieron el montaje fueron entregadas en comodato informal a Pérez durante el primer año de gobierno de socialista Ricardo Lagos (2000-2006), pero que, meses después, le fueron expropiadas por orden la misma presidencia. 98 Me permito el uso de los epítetos loca, maricón y pobre por dos razones: primero, porque en el mismo manuscrito de La huida, Pérez avisa que “en ese tipo de fiestas no se decía ‘homosexual,’ se decía ‘hola, loca’” (4); segundo, porque sus cercanos truecan el denuesto que estigmatiza a los artistas populares en vocativo memoriosa de orgullo disidente: “[en nuestra historia nacional] estamos llenos de momentos crueles en que el obrero, el homosexual, el comunista, el pobre, han sido muy reprimidos y aniquilados”—dice la madre de su hijo, Rosa Ramírez (28). El uso de estos epítetos es un gesto retórico que busca reafirmar la posición marginal de Pérez, incluso, respecto de aquellos homosexuales que logran insertarse en el ámbito de la academia, las galerías de arte o la industria del entretenimiento. Obreros, polizontes, pupilos 60 por su oficio (artista de vocación callejera) y por su condición (portador de VIH).99 A través de didascalias que encomiendan el desdoblamiento de los actores, la dramaturgia crea un espacio, la “disco pirata,” donde el susurro de las locas mezcla melodrama y testimonio, goce y tortura: AUTOR. [Dejando de lado su papel de Joaquín.] Fue un comentario así como “ojalá no se repita contra nosotros lo de barco…” Fue en una fiesta clandestina de homosexuales, aún cuando en aquellos años muchas acciones eran clandestinas [y] había toque de queda, las fiestas duraban toda la noche. Se conversaba mucho, recuerdo. Y se bailaba. Y, bueno, todo lo humano. En una de esas estábamos bailando en una casa prestada por alguien que también vendía el trago y las bebidas. Eso se acostumbraba. Estábamos bailando cuando empezaron a caer piedras en el techo, un techo de calaminas [. . . ]. La fiesta era bien lejos, siempre eran lejos [. . .]. Esa noche era en una población de la capital. Miramos por las ventanas y vimos a unas quince personas, todas hombres, insultando y lanzando piedras hacia la casa al mismo tiempo que se acercaban esgrimiendo palos [. . .]. [Obligados, salimos a defendernos] Y los hicimos arrancar [. . .]. Cuando volvimos a la casa, a la tranquilidad, tomándonos un trago de consomé [. . .] surgió el comentario “ojalá no vuelvan los tiempos del barco.” Y la historia de ese barco se fue develando… Alguien también dijo: “volvieron, solo que se están llevando a otros…” En esos años [y en ese lugar] se empezó a gestar dentro de mi esta obra [. . .].Me tomó 26 años encontrar la forma de contarla. (4-5; los subrayados son míos) Como se ve, en la fiesta, las locas aprenden a administrar el sensorium o “[the] ability of the brain to receive and interpret sensory stimulii” (Merriam-Webster’s 2). Por la instrucción que allí reciben, las locas aprenden, cuando menos, cuatro lecciones: decodificación del gestus discreto de los obreros ambidiestros (chilenismo que designa a los varones bisexuales); proxémica del crussing entre profesores y futbolistas (por sus perfiles públicos ellos deben llevar una vida doble); santo y seña de los circuitos de la vida galante (como la ley sanciona la homosexualidad, las fiestas deben ser clandestinas); adiestramiento corporal que permite huir en noches de persecución (las habituales redadas de policías y sicarios 99 Tilda a Pérez de discriminado no es trivial: sus fiestas Spandex fueron clausuradas luego de la realización de un performance en que, su “socio,” Daniel Palma, enseñaba cómo usar correctamente el condón en una época en que, en Chile, el VIH se expandía debido a la carencia de campañas de salud públicas eficientes (Opazo 13132). Obreros, polizontes, pupilos 61 paramilitares así lo exigen). A partir de esta descripción preliminar, propongo que La huida lleva inscritas las huellas de una pedagogía de la masculinidad y del oficio teatral cuyo espacio de gestación son las fiestas clandestinas. En los apartados que siguen, analizaré el modelo pedagógico de la fiesta, la teatralidad que inviste el testimonio del dramaturgo-bailarín y las proposiciones metateatrales que subyacen cada una de sus intervenciones. Mi premura metodológica por mentar a un dramaturgo go-go dancer, como un bailarín de discoteca, obedece a la constatación de que, para historiadores y críticos del teatro chileno, la fiesta homosexual es un espacio todavía real: en Chile, salvo Pérez, nadie ha hozado simbolizarla en primera persona singular. De la calle Huenchaca a Divine Disco Gay y otras fiestas inolvidables De La huida se conserva un texto de 29 carillas mecanografiado en altas sobre papel tamaño carta (mayo de 2000), además de dos registros en video: una sesión de ensayo filmada en la azotea del apartamento de Pérez en el barrio Bellavista (septiembre de 2000) y una función captada en las Bodegas Teatrales de Matucana (abril de 2001). Estos tres registros documentan la última etapa de un trabajo de investigación cuya gestación es anterior a las instancias de escritura, ensayo y estreno (septiembre 1974).100 De ahí que mi objeto de estudio sea un archivo personal: una caja 100 En entrevista concedida a Marcos Llanos de el diario La Nación, Pérez describe el proceso de escritura de La huida: “[l]a escribí en 1974.” “A lo largo de estos 26 años, la habré reescrito dos veces y, ahora, la última rescritura fue en mayo de este año [2000]. Sí, [en algún momento, el manuscrito] se me perdió. Es que yo soy un poco descuidado. Pero como sé que cuento con amigos fantásticos, que me guardan las obras, tal vez por eso soy descuidado, un poco regalón también. El director de teatro, Fernando González, es alguien que tiene todas mis obras guardadas. Yo le había prestado este texto a un grupo donde estaba Alfredo Castro, Aldo Parodi y Patricio Strahovsky, con quienes formábamos un grupo que se llamaba Teatro Urbano Obreros, polizontes, pupilos 62 de cartón repleta de afiches, casetes, entrevistas, fanzines, fotocopias, fotografías y recortes de prensa de diversa data. Según estos registros, el proceso de investigación de Pérez comprende una auténtica epistemología del teatro de “homosexuales, comunistas y pobres.” De acuerdo con ella, en el hemisferio americano, la iniciación en investigación del director/ dramaturgo homosexual encuentra su pie forzado en el rumor: enunciado que, por los fondeos, por el SIDA o por cabezas rapadas, queda siempre huérfano de un locutor conocido. En su discurso, cada enunciado acusa esta merma: “escuché por primera vez del barco aquel” (4), “surgió el comentario” (4), “alguien también dijo” (5). Con vocación de director interesado en el teatro documental, Pérez busca registros escritos de los fondeos que completen los vacíos de los rumores escuchados en las fiestas clandestinas. Pero, aunque “[m]e tomó veintiséis años” (5), la pesquisa no arrojó pruebas concluyentes. Recién en 2011, gracias al historiador del MUMS, Leonardo Fernández, sabríamos que hay datos que Pérez, en vida, ignora. Sirva una breve glosa del estudio de Fernández: en la época que Pérez (y el rumor) señalan, no hay fondeos demostrables. Lo que sí hay es una sucesión de eventos de violencia sexual que habrían condensado en la imagen del barco y que excederían los límites temporales de la dictadura de Ibáñez del Campo (1927-1931). A saber, en 1931, el profesor primario Manuel Anabalón es asesinado por sicarios paramilitares afines al gobierno de Ibáñez en el puerto de Valparaíso. En los meses siguientes, el crimen es aclarado por el periodista Luis Meza Bell, de la revista Wikén, pero Meza no vive para contarlo. Pocos días después de su hallazgo, habría sido apresado en las inmediaciones del puerto. Tras padecer Contemporáneo, pero no lo hicimos, y el Pato [Strahovsky] guardó este texto, por muchos años, mientras yo estaba en el extranjero, y cuando llegué, él me dijo, ‘oye, hagámosla de nuevo,’ pero no la hicimos, y ese fue el texto que rescaté. De todas formas la tenía en la cabeza” (39). Obreros, polizontes, pupilos 63 torturas de diverso tipo, su cuerpo sin vida sería encontrado por transeúntes en un erial del barrio Carrascal de Santiago. En este crimen doble, razzia homofóbica y vida porteña se superponen: Anabalón, además profesor, comunista y pobre, habría sido “acusado” de homosexual; el mismo “vicio” se le habría achacado a Meza. De seguro, la sospecha de género habría endurecido la sentencia que, frente al mar, ambos padecieron. A este crimen doble, se suman otros antecedentes de ajusticiamientos de homosexuales en instalaciones portuarias. Según documenta Fernández, en concordancia con expedientes de gendarmería, en la misma época, siete homosexuales reclusos en Santiago habrían sido trasladados en la cárcel de Pisagua, donde habrían desaparecido si dejar rastro. En todo caso, podrá cambiar la escenografía de la escena, no su estructura: tortura de homosexuales, escenografía marina. Hasta aquí la glosa del estudio de Fernández. Volvamos, pues, la pesquisa de antecedentes históricos de Pérez. Después de este fracaso, en 2000, Pérez constata que la práctica de lo que hoy mentamos como teatro documental o teatro de lo real, conlleva una pregunta por el acceso a los soportes y a las tecnologías que median la representación de la memoria: ¿a qué registro puede echar mano un teatrista que quiere contar la historia de un grupo de locas que esquiva la violencia bajo un techo de calaminas de asbesto? Enfrentado a esta interrogante, especulo que Pérez apostaría por volver a las fiestas clandestinas de homosexuales. Para él, auténticos laboratorios de producción corporal donde la anatomía de los asistentes deviene cuerpo al ser investida por la trama de los afectos proscritos por ley.101 Sustento esta elucubración en la didascalia inicial del manuscrito de 101 En esta máxima aludo a Relationscapes: Movement, Art, Philosophy, Erin Manning. Allí, la ensayista distingue entre anatomía (biological data) y el cuerpo (relational condition). Por consiguiente, el cuerpo no debería ser representado con ilustraciones anatómicas sino a través de biogramas: mapeos de los tejidos afectos Obreros, polizontes, pupilos 64 2000 (“el lugar, un puerto; el país, Chile” [2]). Los bailarines de discoteca saben (-mos) que los puertos de Antofagasta y Valparaíso son los escenarios urbanos de las míticas fiestas; por ejemplo, la de la calle Huanchaca (11 Jul. 1969) o la de la Divine Disco Gay (4 Sep.1993). Cito dos fiestas claves para comprender cómo se construye el cuerpo de los homosexuales marginalizados. En la cultura popular chilena, la primera se recuerda como el escándalo de la calle Huanchaca: en una vivienda de fachada continua, una patrulla de carabineros sorprende a una cofradía varones homosexuales. El titular y la bajada de La Estrella del Norte rezan: “Los verdes embarraron una fiesta loca, loca,” “diez bailan piluchos y nueve vestidos como mujeres” (1). Tras la redada, los jóvenes son encarcelados y torturados. La segunda fiesta se celebra en Divine, “disco pirata” ubicada en el segundo piso de un inmueble ubicado en el número 2687 de la calle Chacabuco. A las 3.30 de la madrugada, estalla un incendio en que culmina con 16 muertos. Inconsistencias en la investigación, permiten suponer que el siniestro habría sido ocasionado por una brigada de cabezas rapadas. A partir de estas fiestas trágicas, los parroquianos saben que las huellas del baile de homosexuales, comunistas y pobres, no las guardan los libros de texto sino sus propios cuerpos. Figurados entre redadas policiales y/ o paramilitares, estos cuerpos son el único soporte de las locas con aspiraciones teatrales. Consciente de la precariedad, Pérez se enfrenta a sus actores como un maestro que exige a sus pupilos una economía radical de recursos materiales. Sobre las tablas, las didascalias escuetas apuntadas en pliego mecanografiado se traducen en un acuario rectangular, un biombo de tela, una cama de fierro, un lavatorio de loza. Lo irreductible es el cuerpo del actor go-go dancer, anatomía proyectada por dos vectores: una secuencia de que lo invisten. Obreros, polizontes, pupilos 65 enunciados en primera-persona-singular y la lipodistrofia inscrita en la musculatura por el virus del VIH. Make-up para “una cueca no deseada” En el registro impreso de La huida, Pérez establece: en las fiestas “[s]e conversaba mucho. . . . Y se bailaba” (4). Dirá que, al conversar, el cuerpo de las locas huye del “bando del silencio” (homosexualidad = “pecado innombrable” [18]). Y, dirá que, en rebelión, satura cada frase: acumula nombres, multiplica adjetivos, introduce cláusulas.102 Pérez, dirá, también, que, al bailar, el cuerpo de las locas se convierte en traficante: en la pista, ellas no “siguen” las canciones; por el contrario, las “piratean,” pues agregan coros apócrifos, inventan coreografías o instauran códigos de vestuario ad-hoc. 103 En estos estilos de conversación y baile radicales, Pérez halla el modelo retórico de su dramaturgia: JOAQUÍN. [Interpretado por Pérez.] Tú sabes que no se los llevan a ninguna isla, ¿verdad? Tú sabes que los suben a un barco y, luego, en altamar, les ponen los pies en un cajón de cemento fresco, con una mordaza en la boca para que no griten… Tú sabes que gritan igual. [Tomando una concha.] Escucha… [ahora, susurrando] Pedro… Joaquín… Tú sabes que, una vez que el cemento solidificado, los lanzan al mar. . . . [Gesticulando.] Y ahí van ellos, con sus tacos altos de cemento, desatando sus mordazas, agitando sus brazos con esos pañuelos, bailando la última patita de una cueca no deseada. (3-4) Aquí, Pérez habla como bailarín de discoteca. A él no le importa que sus 102 Pedro Lemebel describe estos recursos de saturación sintáctica como “chapas,” “pequeñas crueldades, “caricaturas zoomorfas,” “chistosas ocurrencias” (57). Creo que conviene meter estas estrategias retóricas dentro del mismo saco: con la primera (chapa), el sujeto rompe la teleología del nombre propio; con las siguientes, fija, aunque sea en la jerga, un escenario donde reconocerse. 103 El baile de las fiestas clandestinas la palabra es capital. En las fiestas Spandex, tan importante como las canciones del playlist (no siempre novedosas) era el layout diseñado por Daniel Palma y Pérez. Cada noche de sábado, los parroquianos esperaban con ansiedad las sorpresas de un layout que mezcla la música con discursos de Pérez sobre las políticas culturales de la Concertación, lecciones prácticas de Palma sobre el uso correcto del condón (Opazo, “Pedagogías” 128-30). Obreros, polizontes, pupilos 66 frases sean “verdaderas.” Sí le importa que ellas recuperen la “máxima de la tortura.” Es decir, la inmovilización del cuerpo mediante prótesis rectificadoras (“mordazas” [4], “tacos altos de cemento” [28], “maceteros con. . . delicadas flores rearas” [25]). Para Pérez, las prótesis constituyen el guardarropa común de los “fondeados” en un barco mercante, en la cárcel de Pisagua, en la calle Huanchaca o en la Divine Disco Gay: “JOAQUÍN. [Concluyente.] Y aquí estamos. Unos con tacos altos de cemento. Y, otros, con medias nylon color sangre. . . . Bien entretenida la partuza que podríamos hacer” (28). Desde un punto de vista formal, estimo que esta semiótica de la tortura bien merece el epíteto de cruel camp: es camp y cruel aquella imagen donde los fetiches vestimentarios de las divas transformistas son confeccionados con los mismos materiales que las herramientas de tortura y coloreados con los fluidos que exudan los cuerpos abusados. Pánico a la discoteca En la primera secuencia del video del montaje de La huida, Joaquín (interpretado por Pérez) está solo en casa. Enciende una varilla de incienso, desempolva un disco de vinilo, se recuesta sobre su cama. Lo que suena en el tocadiscos es el poema “Señor,” escrito y recitado por Alejandro Flores Pinaud, primerísima figura de la bohemia criolla (18961962). Al minuto siguiente, Ernesto y Esteban, dos homosexuales prófugos, golpean la puerta. En el acto, se interrumpe el recitado. En la escena, un homosexual del puerto debe renunciar a su afición por el melodrama por “razones” de Estado. Azuzado por el mito de los fondeos, Pérez sitúa la acción en 1929. Sobre la base de los expedientes carcelarios, el MUMS corrige que el año es 1941. Introducida la enmienda, es plausible la alegoría. En su último Obreros, polizontes, pupilos 67 año de gobierno (1938-1941), Pedro Aguirre Cerda confina a los presos homosexuales a la cárcel de Pisagua.104 También, en el último año de su gestión, el gobernante crea las condiciones para que la Universidad de Chile funde su Teatro Experimental y para que los demás planteles de educación superior repliquen esta iniciativa (Teatro Ensayo de la Pontificia Universidad Católica de Chile [1943] y Teatro de la Universidad de Concepción [1945]). Según Darío Oses: “[l]os cabros del ITUCH renovaron el arte dramático que hasta entonces se reducía a los galanteos de Alejandro Flores” (71). Pero, como he dicho antes, los teatros universitarios son organismos académicos que estatizan las artes escénicas de acuerdo con los intereses de la novel burguesía industrial (Opazo 4550). En ningún caso, es posible sostener que el TEUCH, o el Ensayo “profesionalizan” la escena. Guiadas por sus intereses, estas instituciones fondean una generación de divos que contribuyó al desarrollo de las industrias del cine, la fonografía y el teatro. En La huida, los sentidos literal y alegórico mientan un mismo fondeo. El de los bailarines de discoteca. Desde 1929 (o 1941, según el MUMS), Joaquín y Pedro, Ernesto y Esteban, Francisco Flores Pinaud y Andrés Pérez Araya son calzados con tacos de cemento. Metáfora cruel y camp que acepta ser permutada por instrumentos de tortura, VIH u omisión deliberada de los libros de texto. En Chile, el Estado y sus teatros, pero aún, nosotros los críticos, aún sufrimos de pánico a la discoteca. 104 La cárcel de Pisagua es célebre porque, en ella, se perpetraron violaciones contra los derechos humanos durante la dictadura de Augusto Pinochet (1973-1990). Sin embargo, pocos saben que, durante la administración de Aguirre Cerda, Pinochet fungió como guardia de este recinto penitenciario. No solo eso, en 1947, el senador Salvador Allende visita Pisagua alertado por las noticias de violación sistemática de los derechos de los reos. Entonces, el encargado de entorpecer su inspección es el teniente Pinochet (Binaque 9). Obreros, polizontes, pupilos 68 Obras citadas “Errancia.” Diccionario de la lengua española. Madrid: Espasa, 1996. 611. Impreso. “Highlights of Changes from DSM-IV-TR to DSM-5.” American Psychiatric Association. May. 23, 2013. Web. Jun. 8 2014. Acevedo Hernández, Antonio. “Cuarenta años de teatro.” En viaje 259 (1955): 34-36. Impreso. 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