El Colegio y Cicerón. El próximo mes de junio serán ya 47 los años pasados tras nuestra salida del colegio, nuestro colegio de Nuestra Señora del Recuerdo. Si a esto añadimos los diez años que muchos estuvimos en él, la cifra impresiona: 57. Esto me trae recuerdos de aquellos tiempos y me sugiere la lectura de Cicerón. Los primeros recuerdos son los de la inauguración del colegio del Pinar, con la Madre Patricia María, de las monjas irlandesas, en 1957-58, y Miss Felicity Maher en 1958-59. Todavía recuerdo el primer día. Nos dieron a cada uno un cartel con el color y número del autobús para volver a casa. Por supuesto, nos cambiamos los carteles entre nosotros, por aquello de la juguesca, y algunos llegamos a casa pasadas las diez de la noche. Nuestras familias histéricas, pero nosotros lo pasamos bomba. Recuerdo otro día que nevó y se formó un barrizal. Coincidió que tras el patio, donde jugábamos, nos llevaron a la capilla y muchos de nosotros nos quitábamos el barro de los zapatos en el reclinatorio del banco, pero… a mí me pilló la Madre Patricia y todavía recuerdo su reprimenda: Oh Francisco, cleaning the shoes in the chapel! Yo, avergonzado, le pedí perdón, un perdón que obtuve inmediatamente, mediante una caricia unida a una sonrisa. Aquél gesto de la Madre Patricia María me enseñó que siempre se obtiene el perdón de Dios cuando se solicita con humildad. De aquella época recuerdo al Padre Espiritual, el Padre Cano. Otro jesuita, el P. Eduardo Rodríguez, al que conocí fuera del colegio y que murió en olor de santidad (con una bilocación probable en vida) me lo catalogó como santo. Ambos habían ingresado posteriormente en la Compañía de Jesús, tras unos años como párroco y coadjutor. Muchos no hemos dejado el inglés desde entonces, e incluso hemos trabajado en países de habla inglesa o instituciones internacionales, que como bien se sabe, vehiculizan las comunicaciones a través de la lengua inglesa en la mayoría de los casos. En aquella época se estudiaba francés en los colegios. Lo del inglés fue premonitorio. Sin embargo, tengo un recuerdo anterior al colegio del Pinar: el día que hicimos el examen de selección para ingresar en el colegio. Fue en la primavera de 1957, en el antiguo colegio de Areneros. Nos examinó el Hermano Hernández y todavía recuerdo el examen. Consistía en una cuenta, suma y resta, y un dictado que aún recuerdo: “Había un emperador muy malo y el demonio se lo llevó al infierno. Y el emperador dijo: yo quiero ir al cielo con la Virgen María y el Niño Jesús”. Todo ello mientras el Hermano Hernández se balanceaba entre las puntas y tacones de sus zapatos, como acostumbraba. Fue precisamente el Hermano Hernández, igualmente, quien se ocupó de nosotros en Chamartín, ya en Ingreso de Bachiller. La estancia en Chamartín, en el colegio de abajo, fue hasta tercero de bachiller inclusive. Allí conocimos personajes típicos e inolvidables, como el Padre Álava y el Padre Noriega, o el Sr. Soler, una fiera que nos daba Geografía y luego, en 4º, latín. Creo que marchó de misionero seglar al Perú. Igualmente otros muchos profesores laicos y religiosos, destacándose el ínclito P. Terol, el prefecto por aquellos tiempos. Sin embargo, en esos años fue cuando se forjó nuestra amistad y, sobre todo, nuestra manera de ver la vida. Por encima de todas las materias, se nos enseñó decencia y honradez, respeto hacia el prójimo, independientemente de su estatus social y espíritu de sacrificio y colaboración. Nuestra formación se amplió y perfiló en el colegio de arriba, de 4º a Preuniversitario, donde se nos enseñó a estudiar, se nos motivó socialmente y se nos orientó profesionalmente, ayudándonos a superar las dos reválidas, de 4º y 6º, así como la prueba de acceso a la universidad en el Preuniversitario. Sí, fuimos “chicos del preu”. Han pasado años y hemos vuelto a encontrarnos. Igual – no, mucho mejor incluso – que en aquellos años del colegio. Ya van faltando algunos y cuando nos reunimos los recordamos. Todo nuestro cariño les alcanza también a ellos. Ahora más que nunca. Porque nuestro colegio ha sido y es un poco nuestra patria y, como decía Séneca: Nemo patriam quia magna est amat, sed quia sua (Nadie ama a su patria porque ella sea grande, sino porque es suya). Es evidente que nosotros somos de los jesuitas, AMDG, y que sanamente nos enorgullece el serlo. De manera que nuestra patria en cuanto a principios morales está allí. Una cosa que siempre me gustó de nuestro colegio fue la sencillez. Muy pocas normas, porque la decencia es algo tan obvio que no requiere apenas normativa. ¡Qué distinta es nuestra sociedad española y europea! Vivimos en una legislación frenética y constante, de manera que este verano, paseando por Estrasburgo, me venía a la memoria aquella famosa frase de Tácito: Corruptissima republica plurimae leges (la república más corrupta es la que tiene más leyes). Por eso me gusta el Papa Francisco, un jesuita que tiene las cosas claras: simplificar y compartir. Poca norma y mucha cercanía. Eso lo hemos vivido con muchos jesuitas: los Padres Arrizabalaga, Sánchez Nozal, Elías Royón Lara, etc. No quiero que se me olvide ninguno y quiero incluirlos a todos, pero como mi memoria flaquea, por eso no sigo. La sencillez… Por aquellas fechas, algunos veían pecado en casi todo. Yo creo que especialmente en las relaciones con las chicas, sin tener en cuenta que la deriva hormonal es imparable, de manera que lo único que hay que hacer es saber guiarla. Tal vez, siguiendo con los latinos, pensaban que: A bove ante, ab asino retro, a muliere undique caveto - Guárdate del buey por el frente, del burro por detrás, y de la mujer por todos los lados. Lo que no nos quedaba claro era quienes hacían los papeles de buey y burro. Pero no quisiera terminar sin recordar a Cicerón (al que llamaban así por un enorme grano – en latín “cicero” – que tenía en su rostro), quien dice que las cuatro virtudes de la honestidad son la sabiduría, la justicia, la fortaleza y la templanza (tal vez el cristianismo se inspiró en este libro, con sus virtudes cardinales de prudencia, justicia, fortaleza y templanza; de hecho San Agustín recomienda la lectura de Cicerón). De la sabiduría dice que se adquiere con el aprendizaje, pero éste posee dos grandes peligros: dar por cierto lo que no está suficientemente probado y emplear un tiempo hermoso en materias oscuras y farragosas que poseen dudosa o nula utilidad. De las cuatro virtudes, dice Marco Tulio que la más importante es la justicia, porque sin justicia es muy difícil mantener la fortaleza o la templanza o motivar para buscar la sabiduría. Es verdad, cada uno hace lo que puede, pero muchas veces se toman decisiones un tanto arbitrarias, o tal vez insuficientemente explicadas (si es que pueden ser explicables) que producen el descrédito de quien las toma y eso es muy malo porque lleva a la desesperanza. De acuerdo con Bertrand Russell (la conquista de la felicidad), una persona puede perder el amor, puede perder la fe, puede perder el interés por las vivencias presentes, pero no puede perder la esperanza, porque si mantiene la esperanza, podrá recuperar todo lo anterior; la persona desesperada es un ser derrotado y triste, sin opciones a la felicidad. La fortaleza es fundamental para poder envejecer con dignidad. No seamos quejicas ni melindres. No obstante, cuando el aguante es irracional, la fortaleza es viciosa y se llama masoquismo. El límite entre fortaleza y masoquismo viene marcado por la justicia. Por último, la templanza es la opción voluntaria de preservación propia en aras de un bien superior. Es decir, que no es hija del miedo sino de la libertad, ejercida voluntariamente en base a la justicia. Como vemos, todo lo que tiene que ver con lo honesto, confluye en la justicia. Pues bien, puesto que la justicia absoluta es impensable, al menos evitemos lo que se pueda obviar de lo injusto, que es casi todo. En el libro de lo útil, Cicerón habla de la prelación de la benevolencia sobre el miedo (“auctoritas praeter potestas”, que la autoridad prevalezca sobre la potestad), de manera que sea la admiración y el ejemplo lo que motive y no el temor, pues si es así, la lealtad no brillará precisamente. Continúa reflexionando acerca de la beneficencia y la liberalidad. En España somos muy dados a ofrecer a los demás lo que no es nuestro. Hay ciertas cosas que deben consultarse, y esto no significa dejación de ayuda alguna, sino todo lo contrario. Uno no puede estar en todas partes y todas las veces, de manera que ha de informarse y asesorarse adecuadamente, porque otra cosa sería un dispendio de recursos humanos, con los que se debería contar y no se cuenta. Por otra parte, no olvidemos que debe primar siempre el bien común. Igual reza para los recursos materiales: gastemos y hagamos gastar lo necesario, dejemos alguna holgura por si hay demoras, pero no compremos o hagamos comprar cosas que ni son precisas ni se van a usar. La utilidad, en definitiva, se expresa mediante la sensatez, y para ello, nada como tener claros los límites, ajustándolos a la norma del bien común, que a veces no es el propio. Por último, el tercer libro nos habla de la necesidad de hacer compatibles ambas cosas: lo útil con lo honesto, de manera que las virtudes sean ejercidas para cuestiones de utilidad. Por ejemplo, que la sabiduría se ejerza con benevolencia (primum non nocere, lo primero es no hacer daño, que dice el adagio médico) y en beneficio del prójimo. Que la justicia sea clemente y persiga el bien común en vez del propio. Que la fortaleza sea utilizada en bien de los demás y de manera racional, sin poner en peligro la vida cuando no proceda. Que la templanza no sea razón de sufrimiento innecesario y que busque la comunicación de bienes entre las gentes, compartiendo ideales que beneficien a todos. Resumiendo, que la honestidad de lo útil alimente nuestros actos y presida nuestras ambiciones. Tal vez la Compañía de Jesús se inspiró algo en Cicerón. En fin, nos hemos vuelto a ver y nos queremos cada vez más. Que no decaiga y que siempre recordemos a los que nos faltan. Francisco Hervás Maldonado. Excellence in Health Care Prize, 2004.
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