¿QUÉ ESPERO DE UN SACERDOTE

Revista de comunión sacerdotal, caridad pastoral y formación permanente
¿QUÉ ESPERO
DE
UN SACERDOTE?
P. Rafael López M. Sp.S.
EXISTENCIA SACERDOTAL
Y RADICALISMO
EVANGÉLICO
ENERO - FEBRERO
2016
NO. 121
Pedro Fernández Rodríguez, OP.
EDITORIAL
“Sacerdotes-pastores: ternura de Dios”
P. Alfonso López Muñoz, L.C.
Director del Centro Sacerdotal Logos
Estimados en Cristo, hermanos sacerdotes:
Reciban un cordial saludo. Debido a que la
publicación de la Relación final del Sínodo
de los Obispos de octubre pasado tardó más
de lo esperado, nos hemos visto forzados
a realizar un cambio en fechas respecto a
lo que habíamos anunciado en la anterior
editorial respecto a la temática de fondo de
Sacerdos para los próximos tres números.
Por ello nos permitimos enviar este número especial antes de abordar las diversas partes y
temáticas específicas de la Relación final, lo cual haremos a partir de la próxima edición de nuestra
revista.
En el presente número nos permitimos volver a publicar algunos artículos ya antes publicados
en nuestra revista, añadiendo algún que otro artículo nuevo. Consideramos que no está de más
hacerlo así, pues se trata de artículos -en su mayoría- que tocan directamente nuestra formación
y misión, varios de ellos con gran riqueza de espiritualidad sacerdotal. Otros abordan tanto el
tema del matrimonio, a manera de introducción de la temática general de los próximos meses,
así como el de la Misericordia, dado el recentísimo inicio del Año consagrado a este “núcleo del
Evangelio y de nuestra fe” (Misericordiae Vultus, n. 9 ), tema que ya habrá oportunidad de tratar
con más amplitud y más a fondo, pues, además, no es otro el tratamiento que el Santo Padre
Francisco, a quien nos preparamos a recibir con gran alegría en nuestro país, ha querido que se
diera a la familia y a las dificultades, pruebas y retos por los que atraviesa hoy, y la que, como
pastores, hemos de acompañar y guiar hacia la Verdad más plena, que es Jesús mismo.
Aprovechamos el equipo del Centro Sacerdotal Logos para asegurarles a todos ustedes nuestras
oraciones por su santidad sacerdotal y por la fecundidad de su ministerio. Que María, Madre de
la Misericordia, nos enseñe con su ejemplo y nos alcance con su intercesión el ser cada vez más
verdaderos ministros de la Misericordia de su Hijo.
Quedando suyo servidor en Jesucristo y Su Iglesia,
CONTENIDO
3 ACTUALIDAD
ACTUALIDAD
29 ACTUALIDAD
NEUROSIS: PROPENSIÓN A LOS TRASTORNOS LOS DIOSES MUERTOS SE HAN CONVERTIDO MENTALES CON SUFICIENTE CONSERVACIÓN EN ENFERMEDADES (ENCUENTRO ENTRE PSICOLOGÍA, PSIQUIATRÍA Y FE)
DEL JUICIO DE LA REALIDAD. (PARTE VI)
Pbro. Dr. Armando de León Rodríguez
Maria di Meo
Aquidiócesis de Monterrey
36 PASTORAL CATEQUETICA
LA ESPIRITUALIDAD COMO RECURSO 10 PASTORAL FAMILIAR
PSICOTERAPÉUTICO
CLAVES PARA ENTENDER EL SINODO
Dr. Óscar Perdiz Figueroa 16 PASTORAL FAMILIAR
P. Julio Antonio Doménech
Maestro en Teología y en psicología
¿CUÁL ES EL FUNDAMENTO DE LA 45 ACTUALIDAD
¿QUÉ ESPERO DE UN SACERDOTE?
ESPIRITUALIDAD CONYUGAL?
Juan de Dios Larrú
Guillermo Macías Graue
Profesor de Teología del matrimonio del Pontificio Instituto Juan Pablo II
Maestro en Humanidades
22EVANGELIZACIÓN
NUEROSIS: PROPENSIÓN A LOS
TRASTORNOS MENTALES
CON SUFICIENTE CONSERVACIÓN DEL JUICIO
DE LA REALIDAD. (Parte VI)
Pbro. Dr. Armando de León Rodríguez
Aquidiócesis de Monterrey
49 FORMACIÓN PERMANENTE
EXISTENCIA SACERDOTAL Y RADICALISMO SEXTO MANDAMIENTO DE LA PREDICACIÓN EVANGÉLICO
Pedro Fernández Rodríguez, OP.
SAGRADA
P. Antonio Rivero, L.C.
56 FORMACIÓN PERMANENTE
EXISTENCIA SACERDOTAL GOZOSA BAJO LA ACCIÓN DEL ESPÍRITU SANTO
Rafael López M. Sp. S.
REDACCIÓN
Director responsable: P. Alfonso López Muñoz, L.C.
Consejo editorial: Centro Sacerdotal Logos, sede central México
Coordinación gráfica: Mariana Hernández Ambriz
Coordinación Editorial: Erika Mondragón Tapia
Coordinación Editorial: En Sacerdos velamos porque cuanto se escribe en nuestra revista refleje en todo momento la doctrina de la
Iglesia Católica sobre cada uno de los temas tratados; sin embargo, la responsabilidad del pensamiento y de las ideas en concreto
de cada artículo competen a su respectivo autor.
Fobias. Son consideradas como manifestaciones de muchos
trastornos mentales, de los cuales su sintomatología sería un
componente.
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El término deriva de la palabra griega fobos que
significa miedo y es usado en psicopatología
para indicar el miedo irracional que ciertos
sujetos prueban de frente a animales, objetos,
o situaciones particulares, miedo que no puede
tener ningún fundamento directo, ya que no
se presentan como amenazantes o peligrosos.
Estos miedos son objetivamente irracionales;
pero lo son aunque sea objetivamente y es
ésta la característica esencial de la fobia. El
fóbico está preferentemente convencido, a
nivel cognoscitivo que no debe tener miedo
porque no hay algún motivo para tenerlo; pero
no puede hacer menos que probar miedo.
El miedo del fóbico es un miedo injustificable;
él no quisiera sentir esta sensación
desagradable que lo bloquea, quisiera sentirse
libre para enfrentar la situación así como lo
hacen los otros; pero no alcanza y entonces
huye a la confrontación. Cuando es obligado
a afrontar la situación temida sufre momentos
de ansia violenta.
Entre las fobias se distinguen el trastorno de
ataque de pánico con agorafobia,1 el trastorno
de ataque de pánico sin agorafobia, la fobia
social y la fobia simple.
Las fobias simples agruparían la mayor parte de
las fobias como eran descritas en los tratados
de psiquiatría, por ejemplo: fobias por ciertos
animales (zoofobias), miedo de encontrarse en
lugares cerrados (claustrofobia), miedo por lo
sucio (rupofobia), miedo por las enfermedades
(patofobia), miedo por los lugares muy
elevados (acrofobia). La exposición al estímulo
específico provoca el surgimiento de una ansia
insoportable que impone evitar el estímulo.
La fobia social viene descrita como el temor al
juicio de los otros y teme hacer cualquier cosa
que lo haga sentirse humillado o embarazado.
La agorafobia puede manifestarse sola o
asociada a ataques de pánico. Las situaciones
comunes agorafóbicas incluyen el encontrarse
fuera de casa solo, estar en medio de una
multitud, estar en la fila, estar sobre un puente,
viajar en autobús, en tren o en automóvil.
El paciente fóbico desarrolla conductas de
evitación con el objetivo de controlar las
manifestaciones ansiosas.
Cuando se trata de una fobia bien definida,
está circunscrita a un estímulo bien preciso y
definido. El temor es sostenido de fantasías
terríficas. Si se hace presente el agente ansioso
puede inducir comportamientos clamorosos,
desorganización de fuga o de bloqueo motor.
Pueden darse las sensaciones de
despersonalización,
nauseas,
vómito,
alteración de la presión sanguínea,
palpitaciones cardiacas y el sentido de
sofocamiento.
En ocasiones la agorafobia se asocia con
ataques improvistos de pánico, hasta impedirle
la posibilidad de control mental y operativo,
posteriormente se da un bloqueo psicomotor
o una fuga desordenada y peligrosa, casi
siempre duran minutos, raramente horas,
aparecen repentinamente, se manifiestan
con una intensa aprehensión, miedo o terror,
comúnmente como catástrofes inminentes.
El ataque de pánico no constituye por sí
una enfermedad definida, pero representa
una entidad sintomatológica, además de
presentarse improvisadamente, puede ser
inducida por la exposición a una situación
ansiosa temida, por el estrés, por el uso de
sustancias excitantes, como cafeína, cocaína,
anfetaminas, inhalación de anhídrido
carbónico. También pueden manifestarse
cuando hay tumores cerebrales, epilepsia
temporal, abstinencia del alcohol, sedantes
hipnóticos y ansiolíticos.
La vida puede llegar a ser difícil y estresante, recurre a fórmulas
mágicas con la esperanza de encontrarse con fuerzas extrañas
que solucionen su dificultad, en ocasiones inicia rituales
obsesivos.
Requieren una terapia farmacológica y psicológica, estos
sujetos tienen necesidad de que los sostengan cercanamente,
paso a paso, para poder vencer su temor.
1. Pérdida del sueño.
Los problemas de sueño tienen un impacto significativo en la
calidad de vida de un sacerdote. Sin un sueño adecuado, las
personas se sienten menos alertas y energéticas, la pérdida de
sueño puede afectar el funcionamiento mental y social.
Los trastornos del sueño son una de las manifestaciones
clínicas más frecuentes en los sacerdotes que viven alguna
psicopatología, las alteraciones se dan en el tronco cerebral, en
el sistema reticular activante. Cuando un sacerdote empieza a
tener insomnio, o a despertarse varias veces durante la noche,
probablemente hay una situación que no ha resuelto y debe
atender, si no logra resolver la situación en un período de tres
1 Agorafobia es similar a multitudes
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semanas, hasta tres meses, el problema se
estructura y se puede convertir en un trastorno
mental con suficiente conservación del juicio
de la realidad. En la medida que no resuelva
el problema, éste empieza a ganar terreno en
el juicio de la realidad y cada vez la persona
tiene más dificultades para cumplir con los
compromisos establecidos.
Ordinariamente un sacerdote no duerme bien
porque recibe una denuncia de alguien o una
amenaza con motivo o sin motivo aparente,
puede ser que sienta temor a ser descubierto
en algo y por ello deja de dormir de manera
reposada. El sistema reticular activante que
está en el tronco del cerebro, envía señales
que lo hacen mantenerse en estado de alerta o
de alarma ante la situación que está viviendo.
La mayoría de las personas han sufrido de
insomnio o la incapacidad de permanecer
dormido durante la noche. Para muchas
personas esto es temporal porque logran
resolver la situación a tiempo. Las causas más
comunes son: estrés, ansiedad, un ambiente
de cambios, conductas inapropiadas,
beber cantidades excesivas de cafeína,
depresión, anormalidades endocrinas como
hipertiroidismo.
Es importante que el sacerdote busque ayuda
para que pueda descansar con tranquilidad y
resolver sus problemas.
2. Alteraciones temperamentales:
El temperamento hace referencia a una serie
de características conductuales y emocionales
individuales. Nos manifiesta cómo el individuo
reacciona ante determinadas circunstancias.
Suele tener una base genética, constitucional
y correlatos biológicos identificables; pero
puede ser conducido por la persona. Presenta
una cierta estabilidad a lo largo del tiempo
y contextual, aunque al mismo tiempo va a
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presentar una cierta flexibilidad necesaria
para la adaptación.
Las alteraciones temperamentales son un
desorden mental que puede expresar la
presentación de un conflicto mayor, son
expresiones de que algo le está sucediendo
al sacerdote y que necesita revisar para que
no se estructure. Quienes tienen este modo
particular de ser no presentan los rasgos
de desequilibrio mental convencional. No
muestran desorientación, desequilibrio de
razonamiento, distorsiones perceptuales o
formas de conducta patológica. Al parecer sólo
carecen del elemento moral en su personalidad
y tienden a enojarse con facilidad.
La agresividad, la impulsividad y la
desinhibición social van a marcar una pauta
clara sobre qué tanto la persona es capaz de
manejar su propio temperamento o qué tanto
el temperamento lo domina y colorea toda
su situación. Cuando esto se hace presente
manifiestan trastornos conductuales, el
sacerdote tiende a fluctuar con facilidad.
De cada diez delitos temperamentales, ocho
son cometidos por varones. Una persona que
tiene estos problemas si no se trata puede
llegar a ser un antisocial o un borderline.
Los factores que tienen un mayor peso
específico se presentan cuando el sacerdote
vive situaciones límite, cuando está molesto
por algo que le sucedió o porque las cosas no
resultan como él las pensó.
Básicamente las alteraciones temperamentales
presentan
cinco
rasgos
principales:
incapacidad para aprender de la experiencia,
emociones superficiales, irresponsabilidad,
falta de conciencia moral e impulsividad.
Schneider dice que la persona que posee
alteraciones temperamentales sufre por su
anormalidad o hacen sufrir a los demás.
Las alteraciones temperamentales se dan cuando el sacerdote
se enoja en eventos o con personas con las que antes no se
enojaba y les tenía más paciencia, tenía más tolerancia. Si esto
sucede es posible que tenga un conflicto que no ha logrado
resolver. Además manifiestan agresión a la gente o animales,
destrucción de la propiedad ajena, fraudes, robos o una
violación grave de las normas.
“El histérico
tiene necesidad de
aparecer frente a
sí mismo y a los
otros.”
3. Histeria.
Es la más típica de las neurosis expresivas. Presenta una
variedad indefinida de síntomas, de orden psicomotoríz,
sensitivo, vegetativo, con tonalidad dramática, que busca
manifestar las exigencias de un particular tipo de personalidad
desarmónica, fuertemente sugestionable y tiende a vivir de
manera real, elementos al menos parcialmente imaginarios,
con una exagerada carga emotiva.
Freud logro un gran avance para describir los síntomas
histéricos, contribuyó en modo decisivo.
Los síntomas pueden manifestarse como alteraciones
anatómicas sin una verdadera correspondencia, la persona
puede manifestarse paralítica, ansiosa compulsiva o anestésica,
con disminución de las sensaciones táctiles, térmicas, dolorosas,
siempre sin lesiones orgánicas. El enfermo puede manifestar
parálisis de la parte superior o inferior del cuerpo, estando
íntegros los nervios, los músculos, los huesos de estas regiones.
Advierte calor al contacto con un objeto frío o viceversa. Puede
manifestar improvisadamente sordera, ceguera, una grave
dificultad para respirar o un obstáculo para digerir, se puede
dar en la faringe o el esófago.
El paciente intenta valerse inconscientemente o
semiinconscientemente de sus síntomas para pedir a los otros
atención, estima o afecto. La modalidad de esta petición es
incongruente, pero siempre insistente por una necesidad de
impresionar, de activar la atención. Da la impresión de recitar
en modo dramático una escena irreal.
El histérico tiene necesidad de aparecer de frente a sí mismo y
a los otros.
Se manifiesta como falso, forzado y artificial, aparenta la verdad.
Puede darse una histeria de conversión porque convierte en
síntomas somáticos un trastorno inicialmente psíquico. Otra
histeria es disociativa que tiene como característica esencial una
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anomalía o alteración de las normales funciones integrativas
como la identidad, la memoria y la consciencia. Vive como
si fuese ahora una persona y posteriormente otra. Presenta
amnesias, confusiones y distorsiones perceptivas.
“La psicosis es
una pérdida de
contacto con la
realidad, la persona
convive con sus
propios fantasmas
internos, por ello
nos encontramos
con gente que va
platicando por
la calle con otra
persona aunque no
hay nadie con ellos”
Sufre de una despersonalización. Presenta una amnesia
psicógena, es decir posee la incapacidad de recordar cosas
importantes de la vida o una fuga psicógena con características
de una auténtica fuga material de la casa, la parroquia, el
lugar de trabajo o la escuela. Se da también una alteración
de la afectividad, angustia de frente a situaciones peligrosas y
conflictos que acompañan la vida sexual. Además puede tener
comportamientos irrazonables, temblores, gritos, convulsiones,
rigidez y parálisis.
La persona es fuertemente sugestionable, con un marcado
infantilismo egocéntrico, tendencia a cambiar la fantasía con
la realidad, una necesidad grande de ser amada, aprobada
y estimada de modo vistoso y una fuerte capacidad de
dramatización. Se muestra hiperdependiente, dócil e
infantilmente afectuosa y además es exigente, prepotente e
insaciable.
Para ayudarlo se requiere una aceptación incondicionada, una
equilibrada relación afectiva, el reconocimiento y la satisfacción.
Pues bien, todos estos signos son el preludio para que empiece
a estructurarse el conflicto mental. Si la persona no resuelve
estos conflictos tienden a estructurarse y se hace un trastorno
mental con suficiente conservación del juicio de la realidad,
si no resuelve el conflicto empieza a ganar más terreno, hasta
llegar a border line, es decir, está en la línea entre la neurosis
y la psicosis.
La psicosis es una pérdida de contacto con la realidad, la persona
convive con sus propios fantasmas internos, por ello nos
encontramos con gente que va platicando por la calle con otra
persona aunque no hay nadie con ellos. Un esquizofrénico es
psicótico, como pierde contacto con la realidad, tienen procesos
alucinatorios, distorsionan la realidad externa, sus procesos
perceptivos están alterados, no ven lo que la mayoría vemos,
lo distorsionan, esto es grave. Alguien ve un objeto blanco y
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lo trasforma en oso blanco y su defensa será proporcional no
al objeto que tiene fuera, sino a lo que percibe, su defensa es
proporcional al estímulo que la persona percibe. Por ello, en
ocasiones matan a su propia madre o a su padre.
Esto sucede con un drogadicto cuando está en el trance de la
droga, no ven lo que nosotros vemos, distorsionan la realidad
externa y su defensa es proporcional al estímulo externo que
provocan en su mente.
Utilizamos mecanismos de defensa como la negación o la
racionalización para no aceptar que se están presentando
rasgos neuróticos. Negamos o elaboramos mentalmente muy
bien lo que sucede.
Son muy pocos los casos de sacerdotes psicóticos, realmente
tenemos muy poco en México, son más comunes los casos de
neurosis, una cantidad significativa posee esta afección.
Es importante parar las situaciones neuróticas, porque si la
persona no las resuelve, éstas empiezan a ganar terreno y
cada vez el sacerdote pierde más contacto con la realidad hasta
convertirse en un episodio psicótico o en una verdadera psicosis.
Algunos casos de pedofilia están asociados a la psicosis y la
esquizofrenia, esta última viene del término escisión, división,
es un estado psicótico, aquí no hay conservación del juicio de la
realidad. Es muy difícil que las situaciones psicóticas se curen,
la mayoría de los especialistas piensan que no se curan y que
la persona tiene que convivir con la psicosis el resto de su vida.
Como podemos observar, la clasificación de los trastornos
mentales con suficiente contacto con la realidad ordena y
describe grupos de síntomas. La clasificación del diagnóstico
pretende, de modo ideal, describir un trastorno, predecir su
curso futuro, establecer un tratamiento apropiado y estimular
la investigación de sus causas.
Luchemos juntos por superar las situaciones anticipatorias de
la neurosis, pongamos un alto a ellas y lograremos que no se
estructuren y que no avancen para convertirse en una neurosis.
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PASTORAL FAMILIAR
Claves para entender el Sínodo
Dr. Óscar Perdiz Figueroa
¿a qué viene tanta originalidad en este PVapa? Algunos gestos:
desde su elección decidió salir sin la mozetta o esclavina sobre
los hombros, el largo silencio en su primer encuentro con los
fieles de la Plaza de San Pedro, las llamadas telefónicas –como
las que hizo a su quiosquero o al general de la Compañía, entre
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otros– o la visita sorpresiva a la Basílica de
Santa María la mayor, la continua petición de
oraciones que hace a la gente después de sus
encuentros, la manera espontánea de dirigirse
a los periodistas en su primer encuentro, el
uso de los zapatos negros y el reloj gastados
en sus primeros encuentros; el uso de una
silla blanca en lugar de trono; el vivir en el
apartamento de Santa Marta en lugar de en
los apartamentos papales; la misa del primer
domingo de su pontificado que quiso celebrar
misa en la parroquia de santa Marta, con gran
nerviosismo de los guardias vaticanos y otras
muchas señales.
¿Originalidad a ultranza o signos de un
pontificado? No hay que quedarse en ellos
sino descubrir en ellos el proyecto de un
pontificado, independientemente si está de
acuerdo con algunos de ellos. ¿No indican más
bien un rumbo para la Iglesia? La humildad,
la misericordia y la conversión parecen ser las
claves para entender este pontificado y esto
comienza por el amor a los pobres. El papa
es consciente de que la tranquila revolución
que ha emprendido no es suya sino de toda
la iglesia, por ello el Sínodo sobre la familia.
¿Qué es un sínodo? Sínodo viene de synhodós, caminar juntos en griego, es un
evento de todos los católicos, no sólo de unos
cuantos obispos. Quizá más bien provenga de
syn-oudos, bajo el mismo techo u hogar. Lo
esencial es abrir la Iglesia a todos. Los sínodos
son encuentros antiquísimos, pero los actuales
fueron instituidos por Pablo VI en 1965 –
dando continuidad al Concilio Vaticano II–
para afrontar las condiciones de los católicos y
buscar soluciones, a la luz de la revelación. Se
trata de un evento de toda la Iglesia, porque la
Iglesia somos todos. De allí la consulta previa
a las comunidades católicas de todo el mundo.
La primera etapa del Sínodo se ha celebrado
en octubre de 2014.
Un sínodo sobre la familia, porque la crisis
actual de la sociedad es una crisis de familia,
la crisis de la familia es crisis del matrimonio,
la del matrimonio es sustancialmente una
crisis de amor. ¿pero no será en el fondo una
crisis de educación sexual y en parte a haber
excluido a Dios de la sociedad? El sínodo
tiene un carácter más pastoral, no cambiará
la fe pero sí urge una simplificación de los
procesos. El matrimonio sacramental es de
por sí indisoluble, llamado a la unidad y a la
procreación y a construir la familia. Se trata de
escuchar y mostrarse cerca de ella y ofrecerle
de forma creíble la misericordia de Dios y la
belleza de la respuesta a su llamada.
Los desafíos urgentes son muy diferentes
la atención a las personas homosexuales, la
comunión a divorciados en nuevas uniones,
las madres solteras y hogares rotos, las
relaciones prematrimoniales y la cohabitación.
Junto a ello, las nuevas formas familiares:
familias divididas, familias mixtas, familias
monoparentales, familias sin matrimonio civil
La problemática no se agota en lo que escriba
la prensa occidental o lo que digan un grupo
de cardenales alemanes. Hay problemas
graves de pobreza y marginación en muchas
familias. “¿Cómo podemos recomendar a los
jóvenes que se casen si no tienen casa, ni
la posibilidad de tenerla? ¿Cómo podemos
recomendarles tener hijos sin posibilidades?
La calidad de vida es una condición para la
dignidad”. Hay que preocuparse de los pobres
a propósito de la familia –decía el cardenal
Madariaga.
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¿Hacia dónde va Francisco? ¿Es sólo un papa “buena onda”, que
dice a la gente lo que quiere escuchar? Su proyecto va mucho
más allá que el de atraer y contentar a las masas. La Iglesia no
son los cardenales, obispos y sacerdotes, la Iglesia comienza en
las familias. Quiere tender la mano amorosa de la Iglesia madre,
a las personas que se sienten abandonadas, decepcionadas o
traicionadas en sus legítimas aspiraciones. Las palabras clave
del pontificado son la misericordia y la conversión.
“El objetivo
del Sínodo es
acompañar a
las familias y
reconocer que
son el corazón de
la Iglesia, que no
están en la periferia
ni son objeto
de una pastoral
secundaria”
esquema? Se pueden tener llenos los bolsillos
y vacío el corazón, dice Francisco.
Algunas verdades que parecían naturales,
evidentes e inmediatas hasta hace poco, no
lo son más, decía Rocco Buttiglione. Hay que
revelar hoy qué significa ser un varón, qué
significa ser mujer, ser madre, ser padre,
ser hijos y prosigue diciendo que “si no se
entiende eso, se pierde la sabiduría humana,
porque el hombre es hecho libre, pero hecho
para la comunión, y la experiencia de la
comunión en primer lugar es la familia”. Con
ello es necesario re-aprender qué significado
tiene la sexualidad humana. Cuando no se
educada se vuelve contra la comunidad,
destruye y los hombres se quedan solos.
El objetivo del Sínodo es acompañar a las familias y reconocer
que son el corazón de la Iglesia, que no están en la periferia ni
son objeto de una pastoral secundaria. No es moral ni doctrinal.
Juan Pablo II en esto fue revolucionario con las catequesis
sobre el amor humano. Francisco ha afirmado que el Sínodo no
sirve para discutir ideas hermosas y originales, o para ver quién
es más inteligente, sino para descubrir el proyecto amoroso de
Dios sobre el hombre. En esto la familia es el centro.
Amor y colonización ideológica. El gran problema de fondo es
la dificultad y hasta incapacidad de muchos para amar. El gran
reto es comprender la vocación de cada uno a amar, tener la
convicción de que el matrimonio es la desembocadura natural
del amor, que es un sacramento y una vocación maravillosa,
que es un proyecto y no se puede dejar al instinto o al tiempo.
Que el otro es un jardín que cultivar. Hay que superar el fracaso
estrepitoso de la educación sexual que se reduce a animalismo
y biología, posturas y aparatos, reduciendo a las personas
desde niños a meros animales y máquinas.
¿Basta con que la Iglesia diga lo que está
bien y lo prohibido en cuestiones sexuales?
Más bien cada cristiano está llamado a
descubrir el misterio cristiano y a hacerlo
suyo. Las cosas no son verdad porque las diga
la Iglesia, sino que las dice la Iglesia porque
son verdad. Es lamentable que la Iglesia
sea prácticamente, la única institución que
defiende conscientemente la familia, cuando
deberían ser los gobiernos, las empresas,
las organizaciones que buscan el bien de la
sociedad.
El miedo a amar y la angustia lleva a muchos desde adolescentes
a excluir de sus vidas el amor, a multiplicar las relaciones
sexuales pero sin “engancharse” pues el amor hace sufrir. En
eso consiste al amor líquido o relación pura de la actualidad,
en aplicar el esquema utilitario y consumista de las cosas a las
personas. Así la relación consiste en un irse resbalando hacia
situaciones que no se escogieron. El resultado solo puede ser
la sospecha mutua, el recelo y la convicción de que la relación
tarde o temprano se irá a la basura. En todo esto la visión
zoológica y cosista del ser humano han sido determinantes.
¿Qué matrimonios y familias pueden surgir de ese pesimismo
ateo? ¿Qué puede quedar para los niños y los ancianos en ese
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marzo - abril 2015
Tampoco se solucionan consintiendo todo con
una falsa tolerancia o admitiendo a todos a la
comunión. Muchas situaciones de sufrimiento
y verdaderos callejones vitales sin salida, se
evitarían, si hubiera una sólida preparación al
matrimonio. El hombre está hecho para amar
y ser amado y eso requiere de educación.
Si se sabe y se quiere realmente afrontar
esta maravillosa vocación, hay que levantar
la mirada, prepararse y meter a Dios en la
relación amorosa.
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enero - febrero 2016
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¿Está dividida la Iglesia? Algunos medios han subrayado la
división e incluso se ha hablado de cisma y boicots. Como
en todos los grupos humanos hay posturas diversas. El Papa
mismo ha afirmado que el Sínodo es un espacio donde más
que facciones hay una discusión entre las diferentes posturas
en torno al matrimonio, como lo ha habido siempre en la
historia de la Iglesia, para ello hay que conocerla.
Algunos temas como la comunión a los divorciados vueltos
a casar tienen divididos a los obispos pero hay unanimidad
respecto al trato específico que hay que dar a cada caso. En esto
–como en el tema de la homosexualidad– no necesariamente
habrá una solución dentro del Sínodo. Hay que precisar puntos
como el “camino penitencial” y distinguir entre las personas
abandonadas, aquellas que sienten que su matrimonio fue
inválido.
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¿Continuidad o ruptura?. Este papa quiere “pastoralizar”
el camino emprendido por los anteriores papas. Juan
XXIII promovió una Iglesia más libre de las ataduras y
acartonamientos de poder. Pablo VI, con gran finura espiritual e
intelectual dejaba más espacio a la conciencia y a la convicción
personal. Juan Pablo I fue un papa de la sonrisa y el diálogo
directo con los fieles. Juan Pablo II, sobre todo en su Teología
del amor invitaba a descubrir el proyecto amoroso de Dios sobre
cada uno, desde la propia experiencia y a la luz la Revelación.
Benedicto XVI con gran delicadeza y claridad expuso la unión
inseparable entre verdad y amor.
Una Iglesia colegial implica
superar los lastres medievales
y poco evangélicos cuya clave
de poder y gobierno exigen
obediencia y sumisión y
dictan “lo que hay que hacer”,
conciben la Iglesia como
monarquía o paraestatal.
Esta actitud concibe la Iglesia
como una serie de círculos
concéntricos donde el papa
es rey, los obispos son
príncipes y los sacerdotes
señores o alcaldes y los
“fieles” periferia. Frente a esta
actitud siempre ha estado
una actitud apostólica, en
clave de servicio, la del pastor
que acompaña a los fieles,
la del acompañamiento, se
concibe la Iglesia como una
comunidad y una gran familia
cristiana, que promueve la
formación y la convicción
personal y la fidelidad de la
conciencia a Cristo en una
relación de confianza y amor.
Una Iglesia sinodal y corresponsable. Detrás del Sínodo está
la concepción misma de la Iglesia, una visión más evangélica,
más fresca, más formada, más convencida y atenta al amor de
Dios, menos papista y más sensible a las necesidades de los
demás especialmente de los pobres, una verdadera familia.
Que no reduzca el cristianismo a un código penal o una lista
de doctrinas. Hay que superar la llamada moral de “tercera
persona” que se limita a decir e imponer los principios morales
y aceptarlos con pasividad o rechazarlos por sistema. Ambas
posturas perciben la indisolubilidad como una imposición
externa o la fidelidad como una piedra insoportable y no como
una aspiración de la pareja. Urge iluminar con energía, la
vocación de cada hombre a amar.
¿Ha cambiado la comprensión
del matrimonio en la Iglesia?
Sí y mucho. Se ha avanzado
mucho en el misterio que
implica y las consecuencias
para la familia, la enseñanza
de Juan Pablo II es el clímax
de esta maduración. Basta
asomarse a la historia de la
Iglesia. El papa quiere dar
un giro y reconocer que las
familias son las verdaderas
constructoras de la sociedad,
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son el recurso más importante de la misma.
Urge una actitud de crecimiento, de formarse, buscar espacios
de reflexión, cuestionarse, meterse a la historia milenaria de
la revelación y saber dónde está uno parado, saborear sus
grandezas y aprender de los errores, saber de dónde realmente
viene uno, dónde se está metido por el hecho de ser humano,
en actitud de drama.
La iglesia son las familias. Los matrimonios cristianos y las
familias cargan sobre sus espaldas el peso entero de la sociedad,
con dificultades y defectos pero con un amor; con desafíos
pero con grandes satisfacciones, cayendo y levantándose Son
ellos los que construyen el reino de Dios en la tierra y son los
principales colaboradores de Dios en la edificación del mundo
y de la Iglesia. Así uno se siente no sólo miembro de la Iglesia
sino protagonista en primera persona y parte esencial de la
presencia Dios en el mundo.
PASTORAL FAMILIAR
¿Cuál es el fundamento de la
espiritualidad conyugal?
Juan de Dios Larrú
Profesor de Teología del matrimonio del Pontificio Instituto Juan Pablo II
El contexto histórico inmediato de su
publicación estuvo marcado por dos eventos
singulares: el matrimonio irregular de la
princesa de Saboya con el rey de Bulgaria,
y la conferencia de Lambeth en la que los
prelados anglicanos admitieron como lícita
la posibilidad de impedir la procreación por
medios distintos de la continencia. La finalidad
inmediata del documento era presentar a los
hombres de su tiempo la verdadera doctrina
sobre el matrimonio, siguiendo de cerca
la estela de la encíclica Arcanum divinae
sapientiae (10.02.1880) de León XIII en el
cincuenta aniversario de su publicación.
La espiritualidad conyugal recibió un gran impulso a raíz de
la publicación de la encíclica Casti connubii de Pío XI el 31 de
diciembre de 1930.
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La encíclica de Pío XI dio lugar a un fecundo florecimiento
de numerosas asociaciones y movimientos de espiritualidad
conyugal. Entre ellos, y por citar solamente algunos, se
encuentran los Equipos de Nuestra Señora creados en Francia
por H. Caffarel, el Movimiento Familiar Cristiano fundado
en Buenos Aires por el matrimonio Llorente y el pasionista P.
Richards, los Grupos de espiritualidad familiar fundados por G.
Colombo en Milán o la Domus Christianae fundada por G. Rossi
en Asís.
La elaboración de una teología del laicado y la renovación de la
teología del matrimonio a la luz de la clarificación de la cuestión
del sobrenatural como principal cuestión antropológica de la
teología del siglo XX, van a ser motores catalizadores de una
profundización en el fundamento de la espiritualidad conyugal.
El Concilio Vaticano II, principalmente en la constitución
Gaudium et spes, corrobora este proceso renovador al presentar
el sacramento del matrimonio desde una teología del amor
y una perspectiva más personalista. El empleo del término
vocación en sentido “inclusivo”, va a propiciar la comprensión
del matrimonio como una vocación a la santidad conyugal, que
tiene como don primero y horizonte último la caridad conyugal.
Junto a ello, el Vaticano II profundiza en la naturaleza
específica de la gracia del sacramento del matrimonio en
clave personalista (Baldanza, 1993). Esta profundización en la
gracia conyugal va a facilitar una visión más clara del camino
específico de los cónyuges, que los distingue de los pastores y
de los consagrados.
Tras el Concilio Vaticano II la profunda crisis postconciliar
tuvo su centro en torno a la publicación de la profética
encíclica Humanae vitae (Tetamanzi, 1988). El crecimiento
de la espiritualidad conyugal y el citado florecimiento de los
movimientos conyugales, se topó, de este modo, con un gran
escollo como fue la dicotomía entre moral y espiritualidad.
Esta disociación establecía un pernicioso cortocircuito entre
una verdad sin amor o un amor sin verdad (Melina, 2007).
Para superar esta honda fragmentación era absolutamente
necesario afrontar la cuestión de los fundamentos de la moral
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y de la espiritualidad. ¿Cuál es el verdadero fundamento de la
espiritualidad conyugal? ¿De qué raíz brota?
c) La dimensión de la misericordia que brota del misterio de la
redención pone de manifiesto la importancia de la recepción
progresiva del don del amor, la temporalidad del amor conyugal
que tiene su expresión en la inseparabilidad alma-cuerpo del
amor humano. Aprender a perdonarse mutuamente es un
ejercicio de regeneración permanente al que los cónyuges
están cotidianamente invitados (Melina, 2009).
La espiritualidad conyugal no es una huida en abstracto sino la
forma de una vida conyugal concreta conducida por el Espíritu.
Basados en el itinerario personal de Juan Pablo II a la luz de
la Regla del amor se pueden formular sintéticamente algunas
conclusiones.
a) La espiritualidad conyugal se funda en el misterio de
la creación como acto de amor trinitario. Ella encuentra su
manantial en el amor de Dios como un amor originario, un amor
creador que nos precede e invita a cada hombre a responder al
mismo, en su propia vocación al amor.
La creación como acto de amor tiene una referencia trinitaria
fundamental, pues es obra del Padre, del Hijo y del Espíritu
(Marengo, 1990). La paternidad divina es la fuente arcana de
la que brota la vocación al amor conyugal. El Padre, fuente y
origen de toda la Trinidad, se revela plenamente en el Hijo que
nos dona el Espíritu Santo. El misterio de la filiación divina de
Jesús se encuentra en el origen de la nupcialidad de Jesucristo
con la Iglesia. Si la razón del amor esponsal de Cristo por la
Iglesia es el amor del Padre, los esposos cristianos en virtud
de la gracia sacramental se aman por amor del Padre (Ricchi,
2003).
b) La íntima conexión entre creación y alianza es una clave
fundamental para la espiritualidad conyugal. El misterio de la
creación apunta más allá de sí mismo hacia el misterio de la
redención, al misterio de la cruz y la resurrección. El don de sí de
Cristo a la Iglesia es el sello de una Alianza Nueva y Eterna de la
que brota el sacramento del matrimonio. En la entrega corporal
de Cristo en la Eucaristía se verifica la recepción plena del amor
divino en la humanidad, y se cumple la promesa de la Nueva
Alianza. La participación en la Eucaristía enraíza a los esposos
cristianos en el origen y el destino último de su específica
misión. Como ha afirmado con singular belleza Benedicto XVI:
“El amor redentor del Verbo encarnado debe convertirse para
cada matrimonio y en cada familia en una “fuente de agua viva
en medio de un mundo sediento””(Deus Caritas est, n° 42).
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“La espiritualidad
conyugal no es una
huida en abstracto
sino la forma de
una vida conyugal
concreta conducida
por el Espíritu.”
d) La espiritualidad conyugal precisa de una morada, de un lugar
de pertenencia, pues ha de vivirse siempre en la experiencia
eclesial de una comunidad más grande que la conyugal. Así
como no hay persona sin personas, no hay matrimonio sin
matrimonios. La amistad y el apoyo de otros matrimonios y
familias es una condición esencial para vivir la vocación a la
santidad de cada matrimonio. De este modo, la espiritualidad
conyugal está llamada a ser una espiritualidad de comunión,
donde el amor conyugal se transforma progresivamente en
caridad conyugal. La Iglesia y el mundo necesitan más que
nunca testigos del amor conyugal, pues el testimonio es el
modo privilegiado de comunicar la verdad de la comunión
(Martinelli, 2002).
La genial intuición de Juan Pablo II que se deja traslucir en
su particular vocación a amar el amor humano es que el amor
divino se revela en la experiencia del amor humano. Su original
modo de leer el plan de Dios en la confluencia de la revelación
divina con la experiencia humana (Benedicto XVI, 2006), que
es la clave hermenéutica para interpretar su original Teología
del cuerpo, funda una espiritualidad que supera sea el peligro
del espiritualismo gnóstico, sea la reducción del humanismo
inmanentista. La experiencia del amor humano nace siempre,
por consiguiente, como una respuesta al amor originario de
Dios, fundamento necesario de cualquier amor. Como afirma
Dante en un verso inmortal de su Divina Comedia con singular
belleza: “Amor ch’a nullo amato amar perdona”. El amor de
Dios penetra en la vida de los cónyuges con tal intensidad
que a ninguno que es amado le permite no amar a su vez. La
correspondencia a la que está llamado el amor conyugal se
funda, de este modo, en la sobreabundancia del amor divino.
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EVANGELIZACIÓN
Sexto mandamiento
De la predicación sagrada
P. Antonio Rivero, L.C.
La predicación no debe entrar por un oído y
salir por el otro, sino del oído pasar al corazón
y de allí a la voluntad y al cambio de vida,
pues la palabra de Dios es eficaz. Para lograr
esto, la predicación debe dejar una profunda
impresión. Sólo tienen garra aquellas
predicaciones que proceden de una brasa
interior: “Qui non ardet, non incendit” decía
San Gregorio Magno.
Este ardor es distinto según el temperamento;
no es lo mismo el ardor de un sanguíneo
que el de un flemático. Pero sólo el que está
convencido puede convencer; sólo el que
arde puede inflamar, sólo el que ama puede
despertar amor. Lo del poeta latino Horacio: “Si
vis me flere, dolendum est tibi ipsi primum”
(si quieres que yo llore, tienes que llorar tú
primero).
Todo esto está motivado por el imperativo de
Cristo: “Id por todo el mundo” (Mc 16, 15).
Queremos que todos se salven y lleguen al
conocimiento de Dios.
“Sé expresivo, no acartonado ni monotono”
En la voz, gestos, sentimientos, variedad de tonos, sin forzar el
propio temperamento ni querer ser como el otro o caer en lo
ridículo.
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Recordemos los tres elementos de toda
predicación: fondo de ideas, forma concreta
de esas ideas y expresión (ritmo y temperatura
oratoria) de esas ideas. Hay que conjugar los
tres elementos para que la predicación sea
perfecta y expresiva. Todo nuestro ser debe
ser expresivo: voz, gestos, manos, cuerpo,
ojos, sentimientos, emociones, silencio,
interpelación y preguntas directas…No
debemos ser acartonados, ni tener miedo
ni hablar con voz apagada o monótona, o
en abstracto o sin mirar a la gente. Así se
duermen. Así odiarán las predicaciones, en vez
de gozar de la predicación sagrada. “Fides ex
auditu”, nos dice san Pablo (Rm 10, 17).
¿Cómo se logra esta expresividad en
la predicación?
Tres consignas:
1. Espontaneidad y autenticidad en tus
gestos y palabras.
El predicador tiene que aparecer tal
como es. Para ser auténtico no basta un
precalentamiento en la preparación inmediata
de la predicación ni mirarnos tontamente al
espejo, sino que se exige una experiencia de la
vida sacerdotal. El oyente puede aceptar tanto
mejor el mensaje de la predicación cuanto
más está el predicador detrás de lo que dice,
con autenticidad. No se trata de hablar desde
lo que he leído, sino desde lo que he vivido.
Nadie da lo que no tiene. El lema del cardenal
Newman era: “Cor ad cor loquitur” (el corazón
habla al corazón).
2. Aceptación incondicional del otro y
comprensión empática.
Sólo así se podrá dar la comunicación. Sólo así
el oyente no será utilizado como un medio u
objeto para alcanzar un fin. Sólo así el oyente
escuchará al predicador y le aceptará. Los
oyentes no son enemigos del predicador, sino
sus hermanos. Así fue Jesús. Comprensión
empática significa “meterse en el pellejo
del otro”, para ver el mundo con los ojos del
otro. Los oyentes esperan del predicador que
no haya nada verdaderamente humano que
no encuentre eco en su corazón. Esperan
comprensión de “los gozos y las esperanzas,
las tristezas y las angustias de los hombres de
nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de
cuantos sufren” (Gaudium et Spes 1).
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3. Variedad de tonos.
Dios nos ha dado diversidad de tonos en la palabra: uno más
alto y otro más bajo; uno más sentido y cordial y otro más firme
y decidido. Después el lenguaje permite hacer diversas frases:
afirmativas, exclamativas, interrogativas, valorativas, suspensos,
antítesis, metáforas, verbos imágenes…Aprovechemos la
riqueza del lenguaje para lograr esa expresividad a la hora de
predicar. Nuestros oyentes lo agradecerán.
La predicación sagrada no es un ejercicio de estilo ni de
redacción estilística, pero esto no quiere decir que no usemos la
riqueza del lenguaje para revestir el mensaje divino. De Cristo
dijeron: “Nadie habló como Él” (Jn 7,46). De nosotros, ¿qué
dicen?
Leamos ahora esta plática que impartí a familias en Los
Ángeles en uno de los Congresos de Hombre Nuevo. Noten la
novedad, a través de una imagen, “El edificio matrimonial”, y la
expresividad y concreciones para la vida matrimonial.
CONFERENCIA DEL PADRE ANTONIO RIVERO, L.C.
EN LOS ÁNGELES
Año 1999
Quiero comparar el matrimonio a un gran edificio que se va
construyendo día a día, minuto a minuto, segundo a segundo.
El día del casamiento se pone el primer ladrillo. Y el día de la
muerte, el último.
Del esposo y de la esposa, junto con los hijos, dependen:
• La solidez de ese edificio.
• La belleza de ese edificio.
• La luminosidad de ese edificio.
• La limpieza de ese edificio.
• La altura de ese edificio.
1. Solidez del edificio
¿De qué depende la solidez del edificio matrimonial?
De los cimientos y columnas. La solidez de una casa no
depende de los cuadros que colgamos en la pared, ni de la
antena parabólica, ni de la hermosa chimenea que hermosea y
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calienta el rincón de nuestra casa. Para que un
matrimonio sea sólido, resistente a todos los
vientos, huracanes y sismos, es necesario que
tenga unos cimientos bien sólidos, graníticos,
macizos.
¿Cuáles son esos cimientos y columnas sólidos
y macizos en el matrimonio?
La piedad, esa virtud hermosa que reúne a toda
la familia en torno a Dios todos los domingos,
que junta todos los días a padres e hijos junto
a un cuadro o una imagen de la Virgen a quien
rezan un poco. La piedad es la que mueve a
esa familia a bendecir los alimentos antes de
las comidas.
La fe es otro cimiento y columna sólida en el
matrimonio. La fe que les permite ver todas las
cosas que les ocurren a la luz de Dios, es más,
ven la mano de Dios en todo. La fe les hace
superar las crisis y posibles vaivenes de la vida.
quitando de nosotros esas actitudes egoístas
y caprichosas.
Si estos son los buenos y sólidos cimientos,
¿cuáles serían los cimientos débiles, de paja,
de barro? Los gustos, los caprichos, el egoísmo,
la indiferencia religiosa.
2. Belleza del edificio
La belleza de una casa depende del buen gusto
en las dimensiones, proporciones, simetría.
Y la belleza de un matrimonio, ¿de qué
depende? Del amor. El amor es el que
embellece al matrimonio, le da sus perfiles
hermosos, permite la serenidad en cada rincón
de casa, hace sonreír a padres e hijos.
El amor es una columna sin la cual el edificio
del matrimonio se derrumba. El amor como
entrega, sacrificio, donación, capacidad de
comprensión y bondad.
La fidelidad no puede faltar como cimiento
que sostiene toda la casa matrimonial. La
fidelidad a la palabra dada. La fidelidad al otro
cónyuge. Fidelidad a los deberes del propio
estado. Fidelidad en la prosperidad y en la
adversidad, en la salud y en la enfermedad.
¿Qué es el amor? Es difícil definir el amor,
pues el amor no es para explicar. El amor es
para vivir, para dar, para recibir. El amor es esa
fuerza interior que me hace salir de mí mismo
para darme a los demás, para entregarme a
mi amado, sin buscar compensaciones, sin
obligarle ni forzarle a que me ame. El amor
es saber callar los defectos del otro, salir
al encuentro del otro cuando lo necesita,
es ofrecerme al otro, perdonar al otro,
comprender al otro, ofrecerle limpiamente
mi cariño. El amor exige una buena cuota de
desprendimiento personal, de sacrificio y de
renuncias por la persona a quien amo.
Y sacrificio, como cimiento macizo del edificio
matrimonial. ¿Qué es el sacrificio? Es ese
saber sufrir, soportar, aguantar todos los
contratiempos de la vida. Ese poner buena
cara a lo que nos cuesta o nos desagrada. La
vida matrimonial y cualquier vida humana
está llena de sacrificio, porque el sacrificio
es ingrediente del devenir humano. Es
el sacrificio el que nos hace madurar y va
¿Por qué el amor embellece el edificio
matrimonial? Porque va quitando aristas
que sobran, puliendo superficies rugosas,
limpiando azulejos sucios, empapelando con
buen gusto paredes descarapeladas o en mal
estado. El amor se fija en el detalle bello del
ramo de flores para la esposa, en ese dejar la
ropa olorosa al esposo. El amor es el perfume
del hogar. El amor es afecto, es decir, ternura,
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acercamiento cariñoso al estado anímico del otro. El amor es
amistad, es decir, quiere el bien del otro y une las personas. El
amor no se empolva. El amor verdadero embellece el hogar. El
amor hace crecer sanos física y psicológicamente a los hijos. El
amor rejuvenece al matrimonio.
La falta de amor afea el matrimonio, desteje el paño familiar,
raya las escaleras que hermosean la casa, quiebra las lámparas
colgantes, ensucia las alfombras de los recibidores y exhala
un mal olor en toda la casa. La falta de amor provoca las
discusiones, hace subir el tono, hiere los sentimientos de
las personas a quien más deberíamos amar. La falta de amor
distancia los corazones, las almas y los cuerpos. La falta de amor
descuida los detalles y le hace a uno ser grosero. La falta de
amor envejece al matrimonio.
El amor es fuego que calienta esa casa. La primera que lo
enciende es la madre, que es el corazón de la familia y es la
primera en levantarse. Ese fuego que el marido, el papá, debe
mantener a lo largo del día, desde su trabajo, llamando por
teléfono a su mujer, trayendo a casa siempre y todos los días,
algo de leña para alimentar ese fuego del amor en el hogar.
¡Que no traiga el cubo de agua de sus disgustos, para echarlo
encima y apagar ese fuego! Ese fuego del que se alimentan los
hijos, les hace crecer sanos, física, psicológica y espiritualmente.
Este fuego hay que colocarlo en el centro del hogar y desde ahí
se irradiará a todos los rincones. Ese fuego se alimenta cada día
con la piedad, el rezo en familia, la devoción mariana.
Que no pase un día sin alimentar y acrecentar ese fuego con la
oración en familia. A veces cuesta encender ese fuego en los
hogares, sobre todo, si se dejan todas las puertas y ventanas
abiertas a todos los aires, o se cuela el hielo del invierno y de
la indiferencia. ¡Familias, enciendan el fuego del amor durante
su vida, poniendo cada uno la leña del sacrificio que han ido
consiguiendo a base de esfuerzo y trabajo! ¡Defiendan ese
fuego, aunque tengan que quemarse las manos y el corazón!
Sin el fuego del corazón, se destruye el hogar, la familia, los
matrimonios, todo.
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3.Luminosidad del edificio
¿De qué depende la
luminosidad de una casa?
De los ventanales. Una casa
sin ventanas al exterior
se convierte en una casa
lúgubre, oscura y propensa a
la humedad.
Lo mismo en el matrimonio.
La luminosidad en el
matrimonio depende de los
grandes ventanales. ¿Para
qué los grandes ventanales?
Los grandes ventanales
permiten airearse todos los
rincones de la casa, para
que no se acumulen los
malos olores. Los grandes
ventanales permiten la
entrada de luz al hogar...y
entrando la luz mueren las
bacterias, la humedad, los
hongos. Entrando la luz,
se puede percibir mejor el
polvo y las cosas sucias, y así
poder limpiarlas, barrer bien
todo. Los grandes ventanales
permiten
descansar
la
vista y alargarla hacia los
anchos horizontes, ver las
necesidades del mundo y
de los hombres. ¡Familias,
construyan en sus hogares
grandes ventanales!
No para que dejen meter
los malos aires que hoy
soplan por ahí: el aire del
egoísmo que quiere limitar
los nacimientos por medios
ilícitos, artificiales, porque –
según dicen- “familia pequeña, vive mejor”; ¡esto es egoísmo!;
el aire del hedonismo, que busca el placer por el placer mismo;
el aire del consumismo, que prefiere una heladera o un nuevo
apartamento, a un nuevo hijo; los aires de la emancipación y
liberación de la mujer, a quien se le obliga trabajar fuera de
casa todo el día “porque así se realiza mejor, profesionalmente”,
pero nunca está en casa para educar a sus hijos, para convivir
con sus hijos; los aires de matrimonios a prueba, mientras
tanto, a ver si funciona; los aires divorcistas, separatistas, para
hacerse un nuevo amigo sentimental.
¡Grandes ventanales para que entre el aire renovado del Espíritu
que sopla donde quiere y trae aromas del cielo! ¡Grandes
ventanales para que la brisa suave de la oración matutina y
vespertina consuele a toda la familia! ¡Grandes ventanales para
poder ver la Iglesia de nuestra zona y acordarnos de ir a misa
en familia y rezar antes de las comidas, o ante una imagen de la
Virgencita! ¡Grandes ventanales para ver lo mucho que sufren
nuestros hermanos, los hombres, y poderles echar una mano!
¡Grandes ventanales como los de la casa de la Sagrada Familia,
que era todo ventanal donde tanto María, como José y el Niño
miraban a todos los hombres y se compadecían o los ayudaban!
¡Que no haya recovecos en nuestros hogares, puertas secretas
y oscuras, teléfonos escondidos desde donde llamar a piratas
que quieren destruir nuestro hogar, nuestra familia, nuestros
hijos!
Luminosidad en el matrimonio, y no mentira, falsedad,
apariencia, infidelidad.
4. Limpieza del edificio
¿De qué depende la limpieza
del matrimonio? De los
mil detalles de cada día.
De quitar cada día lo que
ensucie, ese polvo que cae
casi sin percibirlo. De no dejar
acumulada ropa sucia, ni
arrinconada la basura. ¡Fuera!
Limpieza en el dormitorio.
Nada debe haber ahí que
manche la intimidad del
matrimonio. Limpieza de
palabras, de gestos, de
miradas. ¡Qué conversaciones
tan limpias deberían hablarse
ahí! La oración común en el
dormitorio va limpiando a
la pareja cada noche y la va
fortaleciendo en sus vínculos.
Limpieza en la mesa del
comedor. Es la mesa la que va
a unirnos varias veces al día
a los miembros de la familia,
para compartir el pan, las
alegrías, las lágrimas, los
proyectos. En la mesa se da el
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banquete familiar. Por eso, ahí debe haber limpieza suma. Allí
en la mesa, nos miramos mutuamente, sonreímos, charlamos,
disfrutamos de ese gozo de sabernos amados, queridos.
En la mesa tenemos la oportunidad de practicar y crecer en
muchas virtudes: apertura, respeto, servicialidad, moderación,
generosidad.
Sobre la mesa se pone el pan, las flores y el cariño. El pan
que se parte, se reparte, se comparte. Las flores que adornan
y embellecen la mesa familiar. Ahí se ofrece el cariño, que es
esa corriente cordial que electrifica a todos los miembros y les
permite el darse mutuamente, el abrirse, el comprenderse, el
perdonarse. En la mesa hay que evitar el discutir, el pelearse, el
encerrarnos en nosotros mismos...., pues todo esto ensuciaría
el amor del matrimonio e impediría una buena digestión,
creando un clima de crispación y rivalidad.
En la mesa hay que evitar el querer comer a solas, en un rincón,
o después de todos...como islas...; así simplemente se corta con
esa corriente afectiva y familiar, y se convierte uno en su misma
casa en un huésped extraño que entra y sale. Ha convertido su
casa en un hotel, o posada, donde se va a comer, a dormir, a
tomar una ducha o a cambiarse de traje, cuando se quiere.
Limpieza en la sala de estar. No permitir hablar mal de nadie,
cuando vienen huéspedes o amigos. La sala de estar debe estar
limpia de envidias, maledicencias, calumnias. La sala de estar
debe tener siempre el florero lleno de flores olorosas: el buen
humor, la benedicencia, el respeto, la jovialidad, la alegría. En
la sala de estar no debe acumularse el humo de cigarrillos de
la frivolidad y de la chabacanería. La sala de estar debe tener
vista al patio o al jardín, para que allí se vea lo que se hace sin
intenciones torcidas.
Limpieza en el patio, porque ahí deben jugar los niños. Que
haya árboles y columpios y jardín. Pero todo limpio. La limpieza
ayuda a los hijos a oxigenarse, airearse y a crecer sanos.
5. Altura del edificio
La altura del edificio matrimonial depende de la generosidad
en el amor fecundo, abierto a la vida. Dios dijo a la primera
pareja de la historia, Adán y Eva: “Creced y multiplicaos”.
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Así como Dios es generoso
con nosotros, así también
los matrimonios deben ser
generosos en transmitir la
vida. ¡Qué hermoso es ver
esas familias numerosas,
donde los hijos alegran cada
rincón de la casa! ¡Cómo se
ejercitan en el cariño, en la
donación, en la preocupación
de unos por otros...cuando
son muchos hermanos!
Comparten todo, juegan
juntos; las cosas pasan de
hermano a hermano y de
hermana a hermana; ¡qué
lindo! También a veces se
pelean, pero después se
reconcilian. Si sólo hay un
hijo en casa –cuando bien
se pudiera compartir la vida
a más hijos, con el favor de
Dios-, ¿con quién juega, con
quién comparte sus cosas,
a quién sonríe, con quién
se pelea, con quién hace las
paces? No tiene hermanos. El
niño que no tiene hermanitos
es más propenso a la tristeza,
al egoísmo, al aislamiento.
Se le acorta el crecimiento
afectivo y psicológico.
Familias, sean generosas.
¡Amen, sean portadoras de
amor, defiendan el amor,
protejan el amor, den amor!
Muchas gracias. Dios les
bendiga.
Los dioses muertos se han convertido
en enfermedades
Encuentro entre psicología, psiquiatría y fe.
Maria di Meo
Sin duda la psicología es una ciencia, y, sin embargo, como
afirmaba William James, “la consideración que atribuimos a
los hechos no ha neutralizado en nosotros la religiosidad, que
es de por sí, en un cierto sentido, religiosa; nuestro talante
científico es devoto”.
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La disciplina psicológica que más que todas
ha sanado en lo cotidiano la antigua fractura
entre alma y cuerpo, al trabajar sobre la
totalidad de la persona, suscita reflexiones
profundas en el no marcado confín entre
vitalidad y espiritualidad del alma. Uno de
los resultados más evidentes de una terapia
eficaz es la recuperación de parte del enfermo
de una vitalidad que se expresa en una
fuerza mayor para llevar a cabo sus propios
proyectos o realizar proyectos nuevos. En el
creyente, el hacer proyectos está íntimamente
unido al propio designo de vida, y, por tanto,
a la dimensión espiritual. Sin embargo los
psicólogos no asumen nunca el papel de guía
hacia una espiritualidad auténtica: es ésta
una tarea del sacerdote y a ambos les parece
oportuno que la situación no cambie.
cada vez más eficientes. Esto, sin embargo, no quiere decir que
no perciban la presión en el contexto en el que viven. Dicha
presión es quizá más indirecta, pero a la vez más aguda. Como
bien indicaba el profesor De Murtas (catedrático en la Escuela
de Especialización de Psiquiatría, Universidad de Roma, La
Sapienza), una mujer que se rehace el seno “opta libremente
bajo presión”. La presión de la idea de mujer propuesta por los
medios de comunicación.
En el ámbito psicológico y psiquiátrico este mecanismo se hace
más peligroso aún.
Una publicidad que anima a usar psicofármacos, y que los
presenta como medios excelentes para volver a adquirir ciertas
características de la personalidad momentáneamente perdidas
por un genérico agotamiento, lanza un mensaje que conlleva
diversas implicaciones.
Por otro lado, también la ausencia de una
espiritualidad auténtica podría quizá contribuir
a minar la vitalidad del alma. Si esto hubiera
ocurrido realmente el problema social de los
trastornos psicológicos pertenecería tanto al
ámbito de la psicología como al de la teología.
De aquí la exigencia de una integración y
de una armonización entre el psicólogo y el
sacerdote.
El trabajo espiritual podría ser un sostén para
las familias o para las personas que están
llamadas a mantener vivas sus capacidades
de actuar y sus motivaciones internas, en
un contexto social que exige continuas
rectificaciones, demasiado rápidas.
El período histórico en el que vivimos tiene
sus exigencias y pide que se afronten. Las
personas han dejado de vivir en una realidad
local, y están sumergidas en una realidad
“global”, gracias a los medios de comunicación
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En primer lugar, la propuesta de una
personalidad ideal “cómo debería ser”, que
se convierte en un modelo culturalmente
transmitido, en un mito del hombre moderno
caracterizado por una gran fuerza y voluntad,
gracias a las cuales resolvería con éxito los
mil compromisos diarios. Esto nos aleja
de la realidad. Se pretende uniformar las
características de la personalidad, con un
medio: el fármaco (es decir la sustancia
psicoactiva), presentado como el más útil para
conseguir las cualidades deseadas.
Asimismo, se tiende a dar una definición
única a trastornos psicológicos que pueden
ser entre ellos muy distintos. Como lo
hace notar el doctor Girardi (Departamento
de Ciencias psiquiátricas y de Medicina
psicológica, Universidad La Sapienza de
Roma), en el pasado era muy común hablar de
“neurastenia”; hoy ya no se usa este término.
Y parece, por el contrario, que cualquier
trastorno psicológico pueda definirse como
“depresión”.
Las personas piden algo que les ayude a ser
eficientes, y cuando buscan la ayuda de los
fármacos a menudo detrás de esto está el
deseo de tener sustancia de soporte, más
que una terapia. Los psicofármacos han ido
asumiendo paulatinamente la misma función
que para otros tienen las drogas ligeras.
“Se pretende
uniformar las
características de
la personalidad,
con un medio:
el fármaco (es
decir la sustancia
psicoactiva),
presentado
como el más útil
para conseguir
las cualidades
deseadas.”
El enfermo no quiere conseguir un tono de
humor equilibrado y sano, sino que quiere un
tono de humor particularmente gozoso, casi
eufórico. Pide una “píldora de la felicidad”, que
le ayude a vivir mejor.
El doctor Girardi habla de la búsqueda de
euforia en la sociedad de la eficiencia.
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Yo considero que esta necesidad de euforia sugiere algunas
reflexiones.
La primera es que las personas que viven en el contexto
contemporáneo conceden una muy escasa consideración
a las necesidades más profundas del alma y a la esfera de la
espiritualidad.
Los psicofármacos se convierten en una especie de “lifting” del
alma.
La segunda consideración es que al buscar uniformar
algunas características de la personalidad según los modelos
culturalmente transmitidos, lo que viene a faltar es el concepto
de identificación personal, como algo que sigue siendo
auténticamente nuestro, a pesar de que puedan variar sus
características y modalidades.
El proceso de des-identificación, dice el doctor Valeriano
(Docente de Psiquiatría y Presidente de SIFIP), genera
inseguridad e insta a la búsqueda de identidad en el grupo.
Esto es evidente en particular entre los jóvenes, y de manera
más acentuada en las dinámicas patológicas de grupos
juveniles responsables de comportamientos violentos.
El chat-line y el espacio cibernético ofrecen la perspectiva
aseguradora de una dimensión protegida del contacto físico.
Y al sentirse uno más en seguridad, a menudo en el correo
electrónico vuelven a aflorar las emociones de viejas relaciones
epistolares, en las que era posible detenerse para reflexionar
sobre lo que uno siente y qué quiere comunicar al otro.
Maneras de comunicar que habían sido puestas de lado porque
eran demasiado lentas para ir detrás de los ritmos frenéticos de
nuestros sentimientos y de nuestro actuar de cada día.
La búsqueda de un encuentro que no hiera nuestra identidad
y nuestro ser único: parece ser éste el reto que se nos lanza en
el Tercer Milenio.
Encuentro con el otro, encuentro con Dios. Jesús nos enseña
que las dos cosas se equivalen. Si aquél que dedica su vida
profesional a cuidar del encuentro con el otro, se pone también
al servicio de aquel que dedica su vida consagrada al encuentro
con Dios, en sí mismo y en el prójimo, creo que los frutos de
estas obras serán fecundos por lo menos en la medida en que
sea real el compromiso de los que las realizan.
Si la persona tiene una escasa identidad personal, percibe
también al otro, no ya como a alguien sino como algo. En un
grupo con dinámicas agresivas el otro se convierte en una cosa,
en un objeto mediante la conquista o el sometimiento del cual
afirma su propia identidad. Falta el encuentro con el rostro del
otro, falta el verdadero encuentro.
La función real de la agresividad, la función ecológica, no es de
por sí y en sí violencia, sino reacción instantánea de la persona
a contextos o situaciones que hieren su propia identidad
personal y su dignidad de ser humano.
La percepción subjetiva de esa identidad personal es aún
demasiado débil para ser defendida con decisión, por lo cual se
tiende a buscar protección como mejor se puede, levantando
murallas más sofisticadas como las electrónicas.
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noviembre - diciembre 2015
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PASTORAL CATEQUÉTICO
La espiritualidad como recurso
psicoterapéutico
P. Julio Antonio Doménech
Maestro en Teología y en psicología
“No somos seres humanos teniendo experiencia
espiritual, somos seres espirituales, teniendo
experiencia humana” (Pierre Teilhard de Chardin)
Presento aquí una pequeña muestra de un trabajo de
investigación presentado como tesis de maestría en psicología.
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Evito abundar en referencias, que en la tesis fueron más de
cien, dado que versó sobre el uso psicoterapéutico que puede
darse a la espiritualidad. Me limito aquí a presentar unas notas
del marco teórico sobre lo terapéutica que es en si misma la
espiritualidad religiosa.
En la actualidad numerosas corrientes posmodernas, parten
de epistemologías cualitativas y socio-construccionistas que
dan más espacio a la posibilidad y validez de la fe religiosa,
así como de su posible aprovechamiento psicoterapéutico.
Se reconoce desde estos nuevos paradigmas, lo valiosa que
puede ser la espiritualidad, como de hecho lo es para tantas
personas, siempre y cuando no se viva de manera inadecuada o
patológica, ya que en realidad ha ayudado a lograr realización
personal, satisfacción, felicidad y sentido de vida de mucha
gente durante siglos. De ahí que, lejos de desecharla, habría
que explorar su potencialidad como herramienta terapéutica,
pues puede servir para promover cambios y mejoría, tanto a
nivel individual como a nivel familiar, como reconocen las
abundantes y crecientes investigaciones sobre este tema en
revistas especializadas de psicología.
Aunque son varios los autores que han investigado sobre la
espiritualidad y religión en el área de la psicología, desde el
siglo XIX hasta el XX - William James, Starbuck, Freud, Jung,
Fromm, Erikson, Allport, Rogers, por mencionar a algunos (Ávila,
2003)- lo han hecho principalmente desde el área investigativa
de la Psicología de la Religión. Se ha investigado, pues, sobre
el origen de lo religioso en el ser humano, los modos de vivir
la religión y sus consecuencias y del fenómeno religioso en
general, tanto a nivel individual como a nivel social, ofreciendo
diversas teorías sobre tal dimensión en la psicología humana.
Nos interesamos aquí más en la psicoterapia y en los usos
terapéuticos que pueden hacerse de las creencias espirituales,
como de hecho ya lo hacen muchos terapeutas que he
entrevistado en mi trabajo de investigación; por razones de
espacio me limitaré a presentar aquí solo algunas conclusiones.
Es importante clarificar que no se aborda esta temática como si
de una corriente psicoterapéutica se tratara; más bien yo diría
que se trata de una herramienta más que puede ser utilizada
enero - febrero 2016
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por cualquier psicólogo en su práctica clínica,
sea cual sea su corriente psicológica. Se trata
pues de un recurso más, que puede ayudar
tanto a la evaluación como al tratamiento,
sólo cuando se considere oportuno con
determinadas personas. Es decir, esta
herramienta es compatible con cualquier otro
modelo psicoterapéutico, y no se pretende
reemplazar a ninguno, sino tan solo aportar
un recurso más para algunos casos.
A modo de antecedentes de la relación entre
psicoterapia y espiritualidad cabría mencionar
la consejería psicológica, la consejería pastoral,
la psicología transpersonal y tal vez de algún
modo indirecto la logoterapia; son algunos
modelos que, cuando menos, no están cerrados
al uso de los valores espirituales como recursos
terapéuticos, sin embargo actualmente, desde
los paradigmas postmodernos son muchos los
terapeutas que se abren a la inclusión de la
espiritualidad como recurso, que de hecho ya
utilizan de modos muy diversos.
Para entender esta apertura de la
postmodernidad a la espiritualidad quisiera
hacer algunas breves apreciaciones.
La modernidad del el siglo XX estuvo
protagonizada por la ciencia, que se convirtió
en la nueva “pseudo-religión”; es decir que
si algo era científicamente comprobado era
tanto como decir que era “dogma de fe”,
por lo que habría que creerlo como verdad
absoluta. Aquélla nos vendió muchas ideas
como verdades absolutas y dogmáticas,
pretendiendo desplazar otras, desde el
imperio del positivismo. La postmodernidad ha
cuestionado y minado esos terrenos “seguros”.
Se abren lugar nuevos paradigmas desde el
constructivismo y el construccionismo social,
los cuales demuestran que los conocimientos
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se construyen socialmente y también
individualmente, por lo que son cuestionadas
esas ciencias que pretenden ser la nueva
religión de las masas, esas posturas “expertas”
con pretensión de objetivas; se redescubre así
el valor de lo subjetivo, de lo cual no puede
escapar el ser humano.
Se revaloriza así la espiritualidad de cada
individuo, que adquiere tanto valor como la
ciencia más aparentemente objetiva, por lo que
los psicólogos que parten de epistemologías
postmodernas tendrán total respeto a las
creencias que encuentran en cada cliente, e
incluso se servirán de ellas en la medida de lo
posible, para beneficio terapéutico.
Son muchas las investigaciones cualitativas
y cuantitativas que hacen alusión a la
espiritualidad y religión y sus claras
repercusiones positivas en la salud de los
clientes. Las estadísticas sobre el lugar
que ocupa la religión en los individuos y
en la sociedad hablan por sí mismas: en
todo el mundo hay una gran mayoría de
personas creyentes, para las que su religión
ocupa un lugar central en sus vidas, lo cual
tiene, sin duda, una repercusión positiva
en sus vidas así como en su entorno, como
demuestran abundantísimas investigaciones.
En
consecuencia,
también
muchos
estudios hechos en EEUU han mostrado la
importancia que tiene el tema religioso en
los psicoterapeutas entrevistados. Ya son
una gran mayoría los que reconocen el papel
central que debe darse a este aspecto, incluso
desde la misma preparación y capacitación
que reciben, para no dejar de lado algo tan
importante en la vida de las personas.
Algunas de las disciplinas que están
considerando el factor espiritual y religioso como importante
para la salud integral de la persona son la medicina, la
psiquiatría y muchos otros procesos terapéuticos que proliferan
en la actualidad, lo que puede dar una idea más clara de la
importancia de su inclusión también en la psicoterapia. Tanto
en medicina general como en psiquiatría hay abundantes
reportes del beneficio terapéutico encontrado en el “uso” de
las creencias religiosas para el mejoramiento mismo en lo físico
y en lo psíquico.
En efecto, con mucha frecuencia los conflictos espirituales, los
problemas y preocupaciones, van conectados con enfermedades
serias que muchos médicos no saben cómo abordar, por lo que
en varios artículos se presentan modos en que se integra el
trabajo médico con el de psicólogos y consejeros espirituales,
mostrando la enorme ayuda que pueden significar a la hora de
enfrentar todo tipo de enfermedades.
Estudios sobre la religión y su influencia en la salud mental,
hablan del papel que ha tenido la religión históricamente,
como elemento estabilizador y adaptativo del individuo y de
la sociedad, aunque también menciona casos en que ha sido
vivida de manera patológica y ha sido causa de conflictos
sociales, por lo que alude a algunas señas de identidad de una
religión madura:
-Promueve una moralidad familiar y sexual sólida y realista.
-Promueve la dignidad humana y los procesos de motivación.
-Es centrífuga, se mueve hacia el exterior, hacia el bien de la
sociedad.
-Su sistema ético está centrado en leyes, en consonancia con los
derechos humanos más básicos.
-Se apoya en la ciencia y en la razón para descubrir las leyes
de la naturaleza y entender el funcionamiento del psiquismo
humano.
Esta investigación (O´Ferrall et al., 2004) trata de los numerosos
estudios que reflejan que las personas con un marcado sentido
religioso y espiritual, muestran tasas más bajas de depresión,
ansiedad, trastorno de estrés postraumático y suicidio. De
igual manera, es menor el trastorno mental cuando se asocia
la religiosidad a situaciones críticas de la vida, como puede
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ser la misma proximidad de la muerte. Pese a esto, reconocen
también estos autores:
salud física y psíquica, por lo que se va abriendo campo a las
creencias espirituales y religiosas en estas disciplinas.
Sin embargo existe una tendencia, en la formación y en la praxis
médica, a marginar o estigmatizar las cuestiones religiosas, a
pesar de las pruebas evidentes que recoge la literatura sobre
sus efectos protectores sobre el estado físico y mental, sobre
la evolución de la enfermedad e incluso sobre la longevidad .
De hecho en el estudio de Weaver et al. (2002) se recoge
un artículo sobre el valor de la religión en la vida familiar
donde dice que el 95% -de los 90% que reportan orar a
Dios frecuentemente en EEUU- dicen que sus oraciones son
respondidas. Alude también a varias investigaciones que
constataron que el involucramiento religioso era un indicador
importante en la satisfacción, compromiso y felicidad marital,
así como de su estabilidad, conclusión a la que llegan muchas
otras investigaciones.
Otra investigación alude al aspecto sanador de la espiritualidad,
citando experimentos que llegaron a comprobarlo. Uno de ellos,
hecho con 1.104 pacientes hospitalizados con dolor crónico: al
grupo experimental se le proporciona una cita bíblica (1 Jn 4,
16-21; 5, 1-4) y se les pide meditarla a diario. El contraste con
el grupo control -al que no se le proporcionó nada especial- fue
notable, llegando a afirmar que hubo una mejora significativa
en los resultados terapéuticos, tanto en creyentes como en
agnósticos, por lo que concluye el autor que el factor fe, como
también la oración y la meditación bíblica, tienen un efecto
mensurable en la salud física de las personas, sean hombres
o mujeres.
A similar conclusión llegaron, también de modo experimental,
Parker y Johns (1973) al tratar de comprobar el efecto de
determinado modo de oración en el bienestar psicológico,
en contraste con la psicoterapia tradicional y con el modo en
que habitualmente oraban. El grupo que practicó la oración
indicada progresó más que el grupo que oró como lo hacía
siempre y que el grupo que recibió psicoterapia sin referencia
alguna a lo espiritual. Por lo que se atreven a afirmar:
Nuestros experimentos prueban que el poder radica en Dios.
Nadie en nuestras clases recibió ayuda o fue curado por el poder
del grupo o la aplicación de la psicología... Examinadores muy
exigentes admitieron que parecía concluyente que la terapia
de oración era no solamente un factor de curación muy efectivo,
sino que la oración adecuadamente entendida y practicada
puede ser el instrumento más importante en la reconstrucción
de la personalidad del sujeto (p.29).
Así, son muchos los estudios que han investigado sobre la
influencia de la oración y otras formas de espiritualidad en la
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De esto mismo trata la investigación de Lehrer y Chiswick
(1993) sobre el rol de la religión como determinante de la
estabilidad marital, llegando a determinar la importancia de
la compatibilidad religiosa de los esposos, que produce una
mayor estabilidad marital que cuando son de distinta religión. A
la misma conclusión llegan Call y Heaton (1997) en un estudio
basado en encuestas a miles de familias a nivel nacional en
EEUU, llegan a considerar que el factor de la religiosidad
que predice con más seguridad la estabilidad marital, es la
asistencia de ambos a sus prácticas religiosas y el hecho de que
compartan la misma fe.
McIntosh, Silver y Wortman (1993) encuentran en su
investigación hecha a 124 matrimonios que habían perdido un
hijo, que una mayor participación religiosa se correlaciona con
una mayor percepción de apoyo, como con un mayor significado
para las pérdidas y la muerte. Más aún, se encontró también la
correlación con un mayor bienestar y menos desesperación en
los matrimonios 18 meses después de haber sufrido la muerte
de sus hijos, por lo que concluyen reconociendo el papel
positivo que juega la religión a la hora de enfrentar las pérdidas
y encontrar sentido a la muerte.
Son también muy significativas y abundantes las investigaciones
sobre la felicidad, que reportan el factor religioso como uno
de los ingredientes incluidos en la gente más feliz, así como
también en las familias de mayor satisfacción y bienestar. Esto
hace pensar en la importancia que puede tener el uso de las
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creencias religiosas en la psicoterapia, ya que
es un medio por el que mucha gente resuelve
sus conflictos y logra el deseado bienestar,
que es también el objetivo principal de la
psicoterapia.
mismo autor resalta que la espiritualidad es
básica en la búsqueda de sentido de la vida,
alivia de la ansiedad existencial y da sentido
de seguridad, ya que contiene elementos
básicos.
Estudios cuantitativos muestran la asociación
positiva entre la asistencia al templo con la
satisfacción y estabilidad marital, llegando a
afirmar que los datos acumulados, parecen
contradecir la tesis de Freud al catalogar
la religión como una forma de neurosis
y una ilusión que socava la felicidad. La
gente religiosa tiende menos a delinquir, a
abusar de drogas y de alcohol, a divorciarse
o a suicidarse, afirmando experimentar una
mayor felicidad (Myers, 1993). Llega incluso a
decir que, según encuestas, se demuestra que
la felicidad y la satisfacción vital aumentan
con el grado de afiliación religiosa y con la
frecuencia de la práctica religiosa. A similares
conclusiones llegan las investigaciones de
Diener, Diener y Diener(1995), de McIntosh
et al. (1993) y de Hodge, Cárdenas y Montoya
(2001).
También Walsh (1999) habla muy claramente
sobre cómo las creencias son una influencia
poderosa en la salud y enfermedad. Hace
alusión a los estudios médicos en aumento,
que reportan evidencias de cómo la fe, la
oración y los rituales espirituales pueden
fomentar la sanación y fortalecer la salud,
moviendo y suscitando emociones que
influyen en todo el sistema psicológico. Trata
también de los ancianos con fe religiosa,
que en ciertos estudios han mostrado menos
riesgo de ataque de corazón y más satisfacción,
una mejor capacidad para enfrentar pérdidas y
la misma muerte.
En otra investigación de Prest et al. (1999)
se muestra que el 70.6% de los terapeutas
encuestados, manifestó creer que los clientes
se benefician de los rituales espirituales
que practican en su proceso de crecimiento
y sanación, es decir que consideraron las
practicas religiosas como benéficas para
sus vidas. Haug (1998) considera que la
espiritualidad da sentido a los eventos de
la vida, ayuda a trascender las experiencias
difíciles, mantiene a las personas con
esperanza, lleva a comportamientos de
más unión, proponiendo, por ello, incluir la
espiritualidad en la terapia e incluso en los
programas de formación de los terapeutas. El
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Ávila (2003) recopila en su libro sobre
psicología de la religión, varias investigaciones
referidas a los efectos de la religiosidad
en la persona; alude a un estudio hecho a
160.000 personas de 14 países europeos,
en que el número de personas que reportan
estar muy satisfechas es mayor entre los
asistentes a alguna iglesia que entre los no
asistentes. Menciona también que la relación
de la religiosidad y el bienestar varía con la
edad, con la clase social y con otras variables.
Similares resultados se reportan en un metaanálisis de 56 estudios sobre la relación entre
religión y felicidad, encontrando, en conjunto,
un efecto positivo.
CONCLUSIONES
Los resultados obtenidos de la gran mayoría
de estas investigaciones son contundentes
al considerar los efectos positivos de la
espiritualidad, ya sea individualmente como
a nivel de pareja o de familia. Efectos como la
mejor capacidad de enfrentar los problemas
del día a día e incluso las pérdidas o la
misma muerte, la mejor positividad ante la
enfermedad o desgracias de la vida, el mayor
grado de satisfacción y felicidad, tanto a nivel
personal como en la relación de pareja, son
algunos de los efectos que se encontraron en
los numerosos artículos aquí tratados.
Se revisaron en este sentido varios aspectos
de la importancia de la espiritualidad, tanto
en la psicoterapia como en la medicina o
psiquiatría, que, según el reporte de varias
investigaciones, ha mostrado ser un elemento
fundamental a considerar y de enormes
beneficios terapéuticos, hasta el punto de ser
ya incluido -el estudio de la espiritualidad- en
los programas de entrenamiento de medicina,
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FORMACIÓN PERMANENTE
en psiquiatría y en psicoterapia, aunque de modo aún muy
escaso en esta área, por lo que varias de las investigaciones
abogan por el incremento de tal inclusión que demuestra ser
de enorme provecho.
Se ha visto también que, tras tantos años de evitar el tema
espiritual en la psicoterapia -aunque con algunos escritos
de psicología de la religión- se dio una gran proliferación de
investigaciones sobre esta integración, con propuestas de todo
tipo, algunas de ellas muy específicas sobre detalles particulares
que puede encontrar el terapeuta en sus clientes; parejas de
creencia diversa, o incluso sobre instrumentos y métodos de
exploración de la espiritualidad familiar, como los genogramas
espirituales o también los ecomapas para explorar la incidencia
del tema espiritual en la vida del cliente, qué tanto le afecta y
cómo se relaciona con su fe, etc. Aspectos muy particulares que
son una muestra de la importancia que se le ha ido dando a
esta temática en los últimos años.
Por razones de espacio no
es posible aquí plantear
algunas propuestas del
uso terapéutico que puede
hacerse de la religión en la
psicoterapia, por lo que me
limité a plantear algunas
investigaciones que tratan de
lo terapéutica que resulta ser
la religión por si misma.
¿Qué espero de un Sacerdote?
Guillermo Macías Graue
Maestro en Humanidades
Docente de la Universidad Anáhuac México Norte
Creo importante destacar que todas estas investigaciones se
hacen, en su mayoría, desde posturas aconfesionales, aunque
también son muchas las investigaciones hechas desde posturas
religiosas determinadas. La psicología en general, desde su
laicidad aconfesional, se abre enormemente a esta dimensión
espiritual y religiosa del ser humano, desde un gran respeto
y valoración, reconociendo los efectos positivos de la misma,
a diferencia de la mayoría de enfoques modernistas que eran
más bien despectivos al respecto. Hay pues, en la actualidad,
una gran apertura a tomar con aprecio las creencias espirituales
de los clientes, a reconocer lo terapéutica que es la religión en
si misma, hasta el punto de querer aprovechar todo lo que de
positivo puedan extraer de ella precisamente para beneficio
terapéutico.
Llama la atención positivamente la creatividad mostrada por
los autores en sus trabajos terapéuticos, para incluir, de modos
diversos, aspectos de la espiritualidad en provecho del cliente;
trabajo que, en general, han considerado exitoso y de enorme
beneficio, señalando la rapidez en que se resuelven los casos,
por lo que muestran estar muy satisfechos al respecto.
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Misa de domingo, Misa en la parroquia. Hoy me he propuesto,
muy firmemente, no dormitar durante la homilía, aunque
conozco tanto al párroco que tengo bien aprendidas sus
anécdotas de siempre.
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“El tedio estival me ayudará a no cumplir”, pienso en cuanto
peleo la banca que las típicas viejitas que llegan tarde me
quitarán después del Credo, con esa lastimera mirada de “tú
que eres joven y aguantas…”. En fin, que una vez ocupado el
sitial con mi familia me dispongo a vivir el día del Señor como
el Señor nos pidió vivirlo. Empieza el paseíllo (perdón, quise
decir procesión de entrada, pero hoy por la tarde voy a los
toros). ¡Oh, sorpresa! ¡Cara nueva! ¿Cura nuevo? Sí, y viene a
tomar la alternativa.
Me gustaría, cada vez que veo a un sacerdote desconocido,
decirme: éste sí es un tío grande. Pero no siempre ocurre así.
Entre otras cosas, es verdad, porque me dejo llevar por un
racionalismo exacerbado que quiere meter a todos y cada uno
de los padres en un esquema que me he forjado de cómo debe
ser el vicario ideal, el sacerdote perfecto. Segundo, porque eso
de los juicios temerarios se me da muy bien; y criticar, también.
Aún así, y a pesar del apego al propio seso, tengo arranques de
arrepentimiento y me acerco a la confesión, o al menos a buscar
una plática amena que me ayude a ser un hombre mejor, más
cercano a Dios. ¿Por qué hago esto? ¿Qué busco yo en un clérigo?
Ante todo, un hombre que transmita a Dios, que cuando lo vea
a él me encuentre con Él. Ante todo, ejemplo y guía. Es decir,
creo que el sacerdote debe ser guía o, por emplear el término
en boga, líder de almas, en particular de la mía.
mal con el bien. Al hablar de liderazgo hablamos de madurez. Es
decir, del equilibrio de las facultades del hombre y del señorío
sobre las propias pasiones. Es entonces cuando el sacerdote es
modelo y su comportamiento medida de los demás. El líder es
potencia que se actualiza con el propio esfuerzo, el líder se hace
día con día. El líder no es quien no cae, es quien se levanta y
evita que los otros caigan, pues tiene una fuerza de gravedad
que lo levanta hacia el ideal, por encima del desgaste diario,
de los imprevistos, de la contingencia. La figura real, concreta
y atractiva de Cristo lo llevan a superarse a sí mismo y a actuar.
¿Cómo plantear el problema? Quizá el énfasis de la pregunta
“El sacerdote
debe ser guía o,
por emplear el
término en boga,
líder de almas, en
particular de la
mía.”
Escucho una primera objeción, rayana en queja. Hoy por hoy,
todos hablan de liderazgo, pero cada cual interpreta el término
a sus anchas. Es verdad, encuentro un ejemplo más de lenguaje
secuestrado, como diría don Alfonso López Quintás. ¿Basta con
la referencia etimológica? ¿Queremos espantarnos con traidoras
traducciones? Pues el británico to lead, y de ahí leader, se traduce
al germano como führen, ¡ups!, lo que nos lleva al substantivo
Führer. No, creo que este artículo ya no resulta políticamente
correcto. Vayamos mejor al docere, que aunque nos recuerda
al Duce también es origen de la excelsa docencia, que no deja
de ser guía, pauta, supervisión e incluso modelo. El sacerdote,
pues, está llamado a ser caudillo (esos títulos…). Su liderazgo,
en todo caso, no debe ser entendido como predominio, sino
como una vocación de servicio, como una invitación a hacer la
opción por el bien integral de la persona humana, a vencer al
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FORMACIÓN PERMANENTE
sobre el pastor que guiará a su rebaño no
sea el quién, sino el cómo. Si tuviera que
buscar el perfil del puesto diría, ante todo,
que el sacerdote debe ser santo. Pero santo
sin carmines barrocos ni ojos entornados en
arreboles místicos, como el imaginario popular
nos presenta a tantos hombres y mujeres que
corrieron por la corona de la virtud heroica y
la alcanzaron. Por santo entiendo a aquel cuyo
criterio de acción y pensamiento sea Cristo, y
así sí quiero imaginarme al presbítero en la
tierra. Espero respuestas, consejos concretos,
ejemplo. El hombre ungido es un traductor
de lo que Dios quiere para mí, un faro, luz
que guía y orienta, vínculo entre el hombre
y la divinidad, relación que te conecta a una
realidad superior a ti.
Busco, además, congruencia entre su dicho y
su hecho, entre lo que predica y su quehacer
cotidiano. Esto dará fuerza a su palabra,
que transmite la Palabra, pues la fuerza del
discurso le da autoridad. Autoridad, sí, que
deriva de la vivencia de las virtudes. A esto,
entre otras formas, le llamamos integridad. El
liderazgo, así mismo, se da por empatía, que
pueda meterse en mis zapatos y ayudarme a
meterme en los suyos. Espero, pues, un sabio
que sepa gobernar y guiar a las almas que
Dios le ha encomendado; es decir, espero un
pastor. Hablamos de un pastor egregio (ex
gregis) en cuanto que ha sido separado de la
grey para guiarla. Ergo, el sacerdote es líder
por vocación, pues para eso ha sido llamado.
Los laicos esperamos que con su ejemplo y
su oración cada presbítero sea una primavera
más en la historia de la Iglesia que lleve
muchas almas al cielo, que se desgaste en
su misión. Al buen sacerdote lo imagino
eucarístico y mariano, con un gran amor
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entrañable a la Iglesia y a su cabeza visible, el
Papa. Lo imagino fiel a su vocación, con una
constancia que persista hasta que el Señor
lo llame al encuentro definitivo. Que sea la
suya una fidelidad como la de los héroes de
los cuentos que le leo a mi hijo, que llegue
hasta el infinito y más allá. Un hombre que
tenga los ojos en el cielo y los pies en la tierra.
Sólo así logrará bajar a la realidad concreta el
mensaje del Redentor y transmitir su celo en
la salvación de las almas. Quizá una de las
tareas más difíciles del líder sea precisamente
ésta: contagiar el ardor por la misión. Motivar,
en expresión de mi esposa, es “dar razones a
la cabeza que muevan el corazón”. Razones
que me hagan entender que no estoy en esta
tierra para quedarme aquí, sino que la vida
es el tiempo que Dios me da para merecerle.
Hablamos, pues, de un liderazgo práctico que
mueva voluntades.
Existencia Sacerdotal y radicalismo
evangélico
Pedro Fernández Rodríguez, OP.
¿Qué espero, entonces, del sacerdote que viene
a tomar la alternativa? Espero que me atraiga
y que me exija, que haga de mí un hombre
cada vez mejor, que me ayude a conocerme
en mis defectos para superarme, que me
muestre a ese Cristo a quien ha ofrecido su
vida, que me contagie en su amor y me lleve
a Él. Solamente en la entrega total alcanzará
su plena realización el presbítero. Él será feliz
y habrá hecho feliz a los demás. Si logra poblar
de santos el cielo habrá merecido la pena su
vida, pues habrá ejercido su liderazgo de cara
a Dios.
Con gusto acepto reflexionar sobre la identidad del sacerdote
ordenado y su forma de vida, cuando se advierte a veces una
dispersión en los múltiples quehaceres de algunos sacerdotes,
y otras veces un cansancio provocado no sólo por el excesivo
trabajo, sino también por el no saber qué hacer.
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En la existencia de todos los cristianos se necesita una disciplina
espiritual, pero en la vida del sacerdote si falta esta disciplina
interior, fruto del conocimiento y aceptación de la propia
identidad, se entra en una existencia confusa, poniendo en
peligro la propia salvación y la salvación de los demás.
La exhortación apostólica Pastores dabo vobis del Siervo de
Dios Juan Pablo II (25-III-1992), en la tercera parte dedicada a
la vida espiritual del sacerdote, trata en concreto de la existencia
sacerdotal y del radicalismo evangélico, en referencia a los
consejos evangélicos de pobreza, castidad y obediencia, que
caracterizan la vida consagrada, sea por el sacramento del
orden, sea por la profesión religiosa.
Ahora bien, sea la existencia sacerdotal, sean los consejos
evangélicos como característicos de la vida sacerdotal y
religiosa, son realidades cristianas que sólo se entienden y se
aceptan a partir de la identidad del sacerdocio ordenado y de la
naturaleza de la profesión religiosa. En consecuencia, queremos
con la ayuda de Dios presentar unas breves reflexiones sobre la
esencia del ministerio ordenado, sobre la forma de existencia
sacerdotal y sobre los consejos evangélicos vividos por el
sacerdote ordenado, sea diocesano o religioso.
1. Esencia de la vocación sacerdotal.
El sacramento del orden configura, a quien lo acepta y recibe
voluntariamente, con Cristo Cabeza, Verbo, Sacerdote-Sacrificio
y Pastor, merced a lo cual se actúa en el nombre y con la autoridad
de Cristo y en comunión con la Santa Iglesia la propia misión
profética, sacerdotal y real, realizando así la amable voluntad de
salvación universal de Dios Padre y de su Hijo Jesucristo en la
virtud del Espíritu Santo. En este sentido, el sacerdote ordenado
tiene la necesidad de regenerarse continuamente, encontrando
en la vida y misión de Jesucristo las formas más esenciales
del propio ser. Los diversos caminos para esta renovación no
pueden dejar de lado algunos elementos irrenunciables. Antes
que nada una educación profunda gestada en la oración y
vivida como un diálogo con el Señor crucificado y resucitado
presente en su Iglesia.
El sacerdote ordenado está no sólo en la Iglesia, sino también
ante la Iglesia, por ser sacramento de Cristo y, en consecuencia,
camina hacia el Padre delante abriendo paso a la comunidad,
tal como se le advierte especialmente durante la celebración
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del sacrificio de la Santa Misa, cuyo fruto es el sacramento
de la Eucaristía. Se precisa un estudio teológico que permita
encontrar una síntesis verdadera entre la vida de la persona,
sacerdote, y de la comunidad. Esto da a lugar a una vocación
bellísima en el interior de la Iglesia, que hace presente a Cristo,
porque participa del único y eterno Sacerdocio de Cristo.
Ahora bien, así como la cabeza exige también su propio cuerpo,
lo contrario sería algo monstruoso, así también el sacerdote,
cabeza, está siempre en medio de la Iglesia y ante ella,
enseñando, santificando y pastoreando a su pueblo, realizando
esta misión de tal modo que sea escuchado, sea capaz de reunir
al pueblo para la celebración de los sacramentos y sepa regir al
pueblo de Dios.
Además, la Iglesia ha sido dotada por Dios no sólo de
sacramentos, sino también de carismas, que el sacerdote debe
discernir y favorecer su desarrollo para la completa edificación
de la comunidad. Una cuestión hoy pendiente es que el
sacerdote aprenda a trabajar en la comunidad junto con los
seglares y los seglares aprendan a colaborar con el sacerdote,
ocupando cada uno el puesto que le compete en la Iglesia,
según los sacramentos recibidos. Pues no está bien que el
seglar juegue a ser cura y el cura viva, vista, hable y se comporte
como un seglar.
2. Existencia del sacerdote ordenado
La existencia sacerdotal, cuando está centrada en lo que le es
esencial, gesta la forma definitiva de la vida sacerdotal, a partir
de las tres virtudes teologales. El sacerdote es un hombre de fe,
pero en la fe es preciso descubrir no sólo la dimensión intelectual,
sino también la dimensión afectiva, que nos introduce en la
amistad con Dios y nos libera de los deseos mundanos que
nos llevan a experiencias engañosas que primero desilusionan
y después oprimen. Sólo una mirada sabia puede, de hecho,
valorar la fuerza que la fe posee para iluminar la propia vida,
guiándonos continuamente a Jesucristo, Creador y Salvador.
La virtud teologal de la esperanza concede al sacerdote un
optimismo capaz de vencer toda dificultad. Pero no se trata de
un optimismo ingenuo, típico en algunos eclesiásticos del siglo
pasado a partir del modernismo y de la nueva teología, sino de
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un optimismo fruto de la esperanza teologal,
que sabe que las promesas de Jesucristo no
defraudan a quien se somete amorosamente a
la voluntad de Dios y espera siempre en medio
de la contrariedad. No hay un crecimiento
verdadero y fecundo en la Iglesia sin una
auténtica presencia sacerdotal que la sostenga
y la alimente.
La caridad pastoral, antes se hablaba de
celo sacerdotal, es una virtud síntesis de
todas las demás virtudes que caracterizan
especialmente la existencia sacerdotal, a
partir de la conciencia que el sacerdocio
cristiano no es un fin en sí mismo, pues ha
sido instituido por Jesucristo en función de
la vida de la Iglesia, que brota de la palabra
y los sacramentos. La gloria y la alegría del
sacerdote consiste en servir a Cristo y a su
Cuerpo Místico. La presencia de vocaciones
sacerdotales es un signo necesario y seguro de
la verdad y de la vitalidad de una comunidad
cristiana.
Ningún sacerdote vive individualmente
su misión, sino que participa con otros
hermanos de un don sacramental que procede
directamente de Jesucristo. Aquí radica la vida
fraterna, que caracteriza la existencia de los
sacerdotes, como camino para sumergirse en
la realidad de la comunión. La vida en común
es, de hecho, expresión del don de Cristo que
es la Iglesia, y está prefigurada en la misma
comunidad apostólica, en la que encontramos
los primeros presbíteros.
La vida en común, por este motivo, expresa
una ayuda que Cristo da a nuestra existencia,
llamándonos a través de la presencia de los
hermanos, a una configuración cada vez más
profunda a su persona. Vivir con otros significa
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aceptar la necesidad de la propia y continua
conversión y sobre todo descubrir la alegría de
la humildad, de la conversación y del perdón
mutuo, gozando la belleza de la comunión,
que da vida a la comunidad. Pero la vida común
sacerdotal no se mantiene sin la oración, sin la
experiencia y enseñanzas de los santos y sin
una vida sacramental vivida con fidelidad. Si
no se entra en el diálogo eterno que el Hijo
mantiene con el Padre en el Espíritu Santo,
no es posible una auténtica vida en común.
Es imprescindible estar con Jesús para poder
estar con los demás.
En compañía de Cristo y de los hermanos,
cualquier sacerdote puede encontrar las
energías necesarias para poder atender
a los hombres, para hacerse cargo de las
necesidades espirituales y materiales con las
que se encuentra y para enseñar con palabras
siempre nuevas, que vienen del amor, las
verdades eternas de la fe de las que también
tienen sed nuestros contemporáneos. Éste es
el corazón de la misión.
3. Vida sacerdotal y consejos evangélicos
Aunque el radicalismo evangélico de los
consejos evangélicos es una realidad referida
en realidad a todos los bautizados, pues todos
han sido llamados a ser perfectos como el Padre
celestial es perfecto, con todo, este radicalismo
evangélico, concretado en los consejos
evangélicos de pobreza, castidad y obediencia,
debe ser vivido no sólo afectivamente sino
también efectivamente de un modo especial
por todos los sacerdotes y religiosos, quienes
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por su vocación de identificación con Cristo
cabeza, sacerdote y sacrificio, han de seguir e
imitar a Cristo pobre, virgen y obediente.
Y el estilo con el que los sacerdotes y religiosos
han de vivir estos consejos evangélicos brota
de su identificación con Cristo, pues la
consagración es fruto de la vocación, así como
la misión es fruto de la consagración. Con otras
palabras, la vocación sacerdotal o religiosa,
como su consagración y su misión propias, se
evidencian en la misma vocación de Cristo, el
consagrado por antonomasia, nacido para la
misión de ser la verdad, el camino y la vida,
siendo la luz y la salvación del mundo.
La pobreza sacerdotal es una pobreza teologal
y cristológica, es decir, todos los bienes han
de estar sometidos al bien fundamental y
necesario que es Dios, es decir, el pobre es
el que vive siempre en dependencia de la
palabra de Cristo y de la voluntad del Padre, en
la virtud del Espíritu Santo. Además, la pobreza
sacerdotal y religiosa es el seguimiento y la
imitación de Cristo, que siendo rico se hizo
pobre por cada uno de nosotros, cargando y
perdonando nuestros pecados en la Cruz. De
este modo, el sacerdote será capaz de poner las
riquezas del mundo al servicio de los pobres
de la comunidad. Una comunidad cristina, que
conoce y ama a sus miembros, conoce, ama y
cuida especialmente a los enfermos de cuerpo
y alma y a los pobres de cuerpo y alma.
La pobreza para un discípulo de Cristo no es
vivir como los pobres, sino saber utilizar los
bienes de este mundo con responsabilidad.
En este sentido, lo primero es distinguir
entre los bienes personales y los bienes de la
Iglesia, diócesis y parroquia, según los casos,
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que se han de administrar adecuadamente.
Después, con respecto a los bienes personales
el sacerdote o religioso los tiene que utilizar
para el bien de la comunidad a la que sirve,
con sentido pastoral, lo cual es imposible si el
sacerdote está atado a una clase social o a su
familia de sangre.
El celibato sacerdotal o religioso es una
estupenda realidad en la Iglesia Católica, en
cuanto signo del amor esponsal a Jesucristo,
forma de plena dedicación paternal a la misión
eclesial y estímulo celeste de fecundidad
apostólica. La base teologal del celibato es,
en definitiva, la misma vida de Jesucristo,
hijo del Padre y esposo de la Iglesia, y si el
sacerdote por la ordenación o el religioso
por la profesión se identifican con Cristo es
normal que vivan como vivió Jesucristo, quien
por el misterio de la Encarnación se desposó
con la humanidad, para realizar la voluntad
de salvación del género humano. Por eso, el
cuerpo y el alma del sacerdote o del religioso
se entienden sólo en relación con el cuerpo y
el alma del Verbo Encarnado.
de vida humana y espiritual que facilite en la
práctica este propósito angélico, que repito
sólo se vive con la ayuda de la gracia.
La obediencia, vivida sin servilismos, se
caracteriza por una sumisión de la voluntad
a los superiores, como un modo que facilita
el conocimiento y el cumplimiento de la
voluntad de Dios. Y esta obediencia sacerdotal
se caracteriza por ser jerárquica, pues invita a
desarrollar el ministerio en concordia con el
propio obispo y con el Sumo Pontífice, vicario
de Jesucristo, ya que se encuadra en la Santa
Iglesia, tal como fue fundada por Jesucristo.
La obediencia sacerdotal es también pastoral,
pues busca en todo el bien de la comunidad en
armonía con las líneas pastorales diocesanas y
nacionales.
De este modo, se advierte cómo la obediencia
ayuda al sacerdote a superar el peligro de la
autoreferencialidad en la que caen algunas
veces las personas acostumbradas a vivir solas.
Que Dios nos conceda a los sacerdotes la
alegría del sentirnos amados por Dios e
instrumentos del amor de Dios a favor de la
salvación eterna de quienes encontramos en
nuestro camino. Hablo de ese amor que nos
permite hacer la voluntad de Dios.
Ahora bien, no me parece adecuado decir
sencillamente que el celibato es una ley
disciplinar de la Iglesia, pues estamos
ante una tradición de la Iglesia que indica
la entereza del corazón que caracteriza el
corazón indiviso del sacerdote ordenado. Esta
realidad eclesial resplandece especialmente
en la Iglesia Católica de tradición latina, que
en esto supone una riqueza de la carece la
iglesia de rito oriental. Pero adviértase bien
que el celibato sólo es posible con la gracia
de Dios; aquí los propósitos no bastan. Por eso,
el llamado al sacerdocio debe, no sólo asumir
el vínculo entre el celibato y la ordenación
sacerdotal, sino también someterse a un estilo
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PASTORAL CATEQUÉTICO
Existencia Sacerdotal Gozosa bajo la
acción del Espíritu Santo
Rafael López M. Sp. S.
El sacerdote está llamado por Dios a configurarse, bajo la acción
del Divino Espíritu, con Cristo Sumo y Eterno Sacerdote, no
únicamente en el misterio de su anonadamiento, quebranto y
toda clase de sufrimiento y pena, sino también en su aspecto
de gozo espiritual, de júbilo santo, de exaltación y participación
de gloria. Ambas etapas; muerte y resurrección son parte de un
solo misterio, el misterio Pascual del Redentor. Ambas etapas
según nos lo presenta la Revelación divina se encuentran
totalmente iluminadas, vivificadas por la presencia del Espíritu
de Dios.
De aquí, que así como el Espíritu Santo preparó a Cristo para
soportar el dolor más profundo de acuerdo a su dignidad, y
misión sacerdotal, y en vista de esto también lo preparó para
la experiencia del gozo de Dios, así de esta misma manera sea
el Espíritu Santo quien continúe esta nobilísima actividad en
todos aquellos que prosiguen, a través de los tiempos, la obra
sacerdotal de Cristo.
Afortunadamente que todos estos enunciados no son gratuitas
afirmaciones, sino que, por misericordiosa condescendencia
de Dios, son una feliz realidad, que Dios le ha entregado a su
Iglesia y que ésta la proclama y defiende con todo el vigor de
su ser.
Hablar de la acción del Espíritu Santo en la existencia sacerdotal
es, más que nada, hablar de una “experiencia gozosa” con la
que ese Divino Espíritu inunda con su júbilo espiritual cada
uno de los momentos de la existencia de todo sacerdote, es
hablar de algo vivo, continuo, que no es otra cosa sino Dios
mismo participando en abundancia su Vida Divina, en esa
forma tan peculiar como lo exige el ministerio específico de los
presbíteros.
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Siempre el misterio de Cristo será el principio fundamental
para comprender y valorar, en toda su amplitud y extensión,
lo que es el misterio del sacerdocio, su trascendencia, su
excelsitud, sus prerrogativas, sus exigencias. Esta es pues la
razón por la que inmediatamente trataremos de ver la acción
del Espíritu Santo en Cristo sumo y Eterno Sacerdote para sacar
las correspondientes consecuencias sobre el ministerio y vida
de cada uno de aquellos que participamos del sacramento del
Orden.
El autor de la epístola a los Hebreos, en reiteradas ocasiones,
enseña que el Hijo de Dios vino al mundo, tomó una carne
pasible y se ofreció como hostia de alabanza al Padre a fin de
salvar a los hombres. Cristo, pues, aparece como el Gran Pontífice
cuyo sacerdocio es superior al sacerdocio de Melquisedec
abroga en esa forma todas las otras manifestaciones posibles
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de sacerdocio. La excelencia del sacrificio
de Cristo; la ofrenda de su propia existencia
en una cruenta inmolación satisfacen
plenamente la deuda del pecado y alaban
tan cumplidamente a Dios que le bastará a
Cristo ofrecer una sola vez la excelencia de su
amorosa oblación.
Cristo es sacerdote desde el primer instante
de su preciosa existencia. Y este hecho aparece
iluminado por la presencia del Espíritu Santo,
quien hace posible la concepción virginal de
Cristo en las purísimas entrañas de la Virgen
María. Cristo es asistido a lo largo de toda su
existencia sacerdotal por la acción bienhechora
de este Divino Espíritu. Cristo es impulsado
por la fuerza del Espíritu de Dios a realizar la
ofrenda de su propia existencia. Finalmente,
el cuerpo inerte de Cristo es resucitado a la
Nueva Vida por la Fuerza Omnipotente del
Espíritu de Dios.
Los Santos Padres son explícitos en afirmar
que Dios, a través del Espíritu Santo, unge la
carne de Cristo, realiza la unión hipostática
y constituye a Cristo en Supremo y Eterno
Sacerdote. Se trata, por lo mismo, de una unión
ontológica, que ve a la existencia misma del
ser de Cristo. Y aunque, aparentemente, sean
escasos los pasajes de la Sagrada Escritura que
nos hablen, explícitamente, de la presencia
operante del Espíritu de Dios en la vida de
Cristo, no por eso nos podemos permitir pensar
como si se tratara de un influjo pasajero. Los
hagiógrafos han querido presentar más que
nada la actividad del Espíritu Santo en los
principales momentos de la vida de Cristo.
Entre los momentos trascendentales de
la existencia de Cristo se encuentra la
hora suprema de su sacrificio. Un exégeta
contemporáneo, Ceslas Spicq, analiza la
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Epístola a los Hebreos y llega a la contundente
afirmación de que este Espíritu Santo, fuente
de espiritualidad, santidad y vida divina,
es quien confiere al sacrificio de Cristo una
excelencia inigualable…
Cristo Sacerdote supremo, bajo la acción
del Espíritu Santo, por un movimiento de
perfecta caridad, se ofrece al Divino Padre,
no únicamente para reparar el pecado del
hombre, sino para rendirle una alabanza
perfecta a Dios e implorar nuevos beneficios
a favor de los hombres sus hermanos. La
Iglesia lo proclama, solemnemente, a través
de su liturgia y por eso exclama: “Es nuestro
deber darte gracias Señor, Padre Santo, Dios
Todopoderoso y Eterno. Porque consagraste
Sacerdote Eterno y Rey del universo a tu único
Hijo nuestro Señor Jesucristo, ungiéndolo
con óleo de alegría, para que ofreciéndose a
Sí mismo como víctima perfecta y pacificadora
en el altar de la Cruz consumara el misterio
de la redención humana … Y en el prefacio V
de Pascua (denominado: De Cristo Sacerdote
y Víctima) encontramos estas afirmaciones
análogas: “Porque El con la oblación de
su cuerpo en la Cruz llevó a la plenitud los
sacrificios de la antigua ley y al ofrecerse a Ti
por nuestra salvación quiso ser a un tiempo
Víctima, Sacerdote y Altar”.
Aparece clara la presencia del Espíritu Santo
consagrando a Cristo supremo y Eterno
Sacerdote para el misterio de la inmolación y
del gozo supremo. Es imprescindible la acción
del Espíritu Santo en la misión sacerdotal de
Cristo.
De aquí, también, que la Iglesia, al reactualizar
el sacrificio del Redentor, pida la asistencia de
este divino Espíritu para que transforme aquel
pan y aquel vino en el Cuerpo y en la Sangre
del Señor. Ya que esta es la misión propia del
Espíritu Santo. Y es por esta misma razón por
la que la Iglesia dirige su oración en estos
términos: “Por eso Señor, te rogamos que este
mismo Espíritu santifique estas ofrendas, para
que se conviertan en el Cuerpo y en la Sangre
de Jesucristo, nuestro Señor, y así celebremos
el gran misterio que nos dejó como alianza
eterna.”
León XIII en su encíclica Divinum Illud munus,
continuamente trae a cuento esta verdad
trascendental: la relación viva y constante
del Espíritu Santo y la obra sacerdotal de
Cristo. Realidades inseparables desde el
punto de vista de la redención, máxime si
consideramos la obra de la redención como
una manifestación de la divina caridad, que de
Dios brota y a Dios retorna.
El Misterio Pascual de Cristo presenta dos
grandes momentos: el tiempo de kénosis,
que es desprendimiento y humillación, y el
tiempo de la exaltación gloriosa, tiempo en el
que “Cristo ha sido entronizado Hijo de Dios
en gloria y poder, y por tanto, sumo pontífice
triunfante de la Nueva Alianza. Este poder lo
ejercerá por la misión del Espíritu Santo a su
Iglesia, continuadora en la tierra de su misión
sacerdotal. La presencia del Espíritu Santo en
la comunidad eclesial no está condicionada
solamente por la glorificación corporal de
Cristo; proviene de hecho de Cristo glorificado
como de su fuente primordial”.
Cristo glorificado cumple en esta forma, y
de manera cabal, su promesa de estar con
nosotros a través de la presencia de su Espíritu.
Esta afirmación la recoge el Concilio Vaticano II
y la pone en conexión, directa e inmediata, con
la función específica de los presbíteros, como
más adelante veremos en forma detallada.
No podía ser de otra manera, pues así como
la humanidad de Cristo vehiculizaba la gracia
que brotaba de la plenitud de vida divina, que
se encontraba en Cristo, así los sacerdotes
siguen vehiculizando la presencia de la
gracia de Cristo sacerdote, que conquistó con
el sacrificio de su vida y que ahora le brinda
a todo hombre. Se puede pues afirmar que
“el espíritu Santo continúa en nosotros un
secreto trabajo de encarnación, pero por
cuenta de Cristo, integrándonos en Cristo y
asimilándonos a Él”, según la expresión de San
Pablo, hasta que se forme en nosotros el Cristo
adulto, el Cristo perfecto.
Esto lo podemos ver desde los primeros
momentos de la existencia de la Iglesia,
en donde el mismo Espíritu Santo suscita
verdaderos voceros del mensaje de salvación
dispensadores de los bienes divinos. Esto
aparece en una forma más clarividente en el
caso de los Apóstoles. La efusión del Espíritu
Santo sobre el apóstol es una condición
indispensable a su misión de enviado, y
esta nota característica la tenemos firme y
constante desde los primeros años de la vida
de la Iglesia.
Existe, pues, una verdadera dependencia
del apóstol respecto a la acción del Espíritu,
dependencia viva, eficaz, familiar de sociedad
indivisible en proyección constante al ejercicio
de un ministerio específico. Baste recordar, por
el momento, aquel pasaje en donde San Pablo
les dice a los presbíteros de Éfeso: “Velad
sobre vosotros y sobre toda la grey en la cual el
Espíritu Santo os ha constituido obispos, para
apacentar la Iglesia de Dios, que El compró con
su propia sangre.”
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El libro de los Hechos de los Apóstoles, llamado el evangelio
del Espíritu Santo, manifiesta pues, en forma pormenorizada
y constante, la acción del Espíritu de Dios sobre los primeros
cristianos, y de manera especial sobre los Apóstoles y sus
continuadores. Nada extraño que veamos a estos hombres, que
dóciles al Espíritu de Dios cambien sus planes y sigan con toda
diligencia las mociones del Espíritu.
Así, por ejemplo, leemos de Pablo y Timoteo que habiendo
atravesado Frigia y Galacia, el Espíritu Santo les prohibió
predicar la palabra de Dios en Asia y que cuando llegaron a
Misia e intentaban pasar a Bitinia, el Espíritu Santo no se lo
permitió.
El ministerio sacerdotal de estos apóstoles aparece tan fecundo
precisamente por su docilidad a la acción del Espíritu Santo en
ellos, docilidad que en algunas ocasiones los llevará a romper
tradiciones beneméritas o a obrar por caminos completamente
desconocidos para ellos. Así, por ejemplo, Pablo mismo dirá:
“al presente, constreñido por el Espíritu Santo, voy a Jerusalén
sin saber las cosas que me han de acontecer allí. Solamente
puedo deciros que el Espíritu Santo en todas las ciudades me
asegura y me avisa que en Jerusalén me aguardan cadenas y
tribulaciones, pero yo no tomo en cuenta mi vida, ni la considero
preciosa, con tal que pueda dar fin a mi carrera y cumpla el
ministerio que he recibido del Señor Jesús para predicar el
evangelio de la gracia de Dios”.
Este último texto, es un verdadero testimonio de lo que significa
vivir la existencia sacerdotal bajo el hálito del Espíritu de Dios,
secundado en la propia vida y en forma práctica, precisa, los
designios de la augusta Providencia, no obstante que para ello
se tenga que machacar la propia voluntad y renunciar a todos
aquellos deseos tan íntimos y tan cuidadosamente acariciados.
Sin embargo, en aquella misma hora el apóstol experimentará
el consuelo espiritual, íntimo, propio a su vocación que estará
derramando en forma profusa el Divino Espíritu.
Si hay una existencia que pudiera llamarse “existencia luminosa”
sería, sin duda alguna, la existencia sacerdotal. El sacerdote está
llamado a colmarse de la plenitud de la riqueza de Dios, que
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es Luz, que es Caridad, que es Júbilo desbordante espiritual,
bajo la acción transformante del Espíritu Divino. El sacerdote
está llamado a identificar su existencia al misterio de su Señor.
De aquí, que, no obstante los terribles sufrimientos y penas
que tenga que soportar el sacerdote, siempre experimentará
la reconfortante y suavísima presencia del Espíritu Santo que
le estará brindando, en forma íntima y personal, el supremo
consuelo: Él mismo.
Este es el verdadero secreto de toda existencia sacerdotal,
que se realiza en el júbilo de Dios, en la alegría indecible de
la experiencia quemante del misterio santo: Dios, Dios, Dios, y
únicamente Dios. Y ésta es la riqueza, la herencia y el galardón
del sacerdote fiel a las inspiraciones del Divino Espíritu.
Dios Padre le encargó a Cristo la obra de la redención, incluida
en ella la oblación amorosa de su propia vida. Pero también
Dios Padre le ofreció a Cristo para el cumplimiento cabal,
pleno, perfecto de esa dificilísima y ardua misión, la presencia
reconfortante, consoladora, amable del Espíritu Santo… Es
precisamente en este marco, en esta dimensión excelencia y
altura en donde se debe realizar toda existencia sacerdotal ávida
de continuar la obra de Cristo Sacerdote y Víctima… ¡Siempre
bajo la acción consoladora, jubilosa, del Espíritu Santo!
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