Homiletica.iveargentina.org 06 septiembre Domingo XXIII Tiempo Ordinario (Ciclo B) – 2015 Índice para utilizar el índice en la web haz clic en "Ver mensaje entero" al final del mensaje Textos Litúrgicos · · Lecturas de la Santa Misa Guión para la Santa Misa Directorio Homilético Exégesis · P. Joseph M. Lagrange, O. P. Comentario Teológico · P. Leonardo Castellani Santos Padres · Catena Aurea Aplicación · P. Alfredo Sáenz, S.J. · S S. Benedicto XVI · P. Leonardo Castellani · P. Gustavo Pascua, I.V.E. · P. Jorge Loring, S.J. Ejemplos Predicables Comunicado Especial NUEVO Textos Litúrgicos Lecturas de la Santa Misa Domingo XXIII Tiempo Ordinario (B) (Domingo 6 de Septiembre de 2015) LECTURAS Se despertarán los oídos de los sordos y la lengua de los mudos gritará de júbilo Lectura del libro de Isaías 35, 4-7a Digan a los que están desalentados: « ¡Sean fuertes, no teman: ahí está su Dios! Llega la venganza, la represalia de Dios: Él mismo viene a salvarlos!» Entonces se abrirán los ojos de los ciegos y se destaparán los oídos de los sordos; entonces el tullido saltará como un ciervo y la lengua de los mudos gritará de júbilo. Porque brotarán aguas en el desierto y torrentes en la estepa; el páramo se convertirá en un estanque y la tierra sedienta en manantiales. Palabra de Dios. SALMO RESPONSORIAL 145, 7- 10 R. ¡Alaba al Señor, alma mía! El Señor mantiene su fidelidad para siempre, hace justicia a los oprimidos y da pan a los hambrientos. El Señor libera a los cautivos. R. El Señor abre los ojos de los ciegos y endereza a los que están encorvados. El Señor ama a los justos. El Señor protege a los extranjeros. R. Sustenta al huérfano y a la viuda; y entorpece el camino de los malvados. El Señor reina eternamente, reina tu Dios, Sión, a lo largo de las generaciones. R. ¿Acaso Dios no ha elegido a los pobres, para hacerlos herederos del Reino? Lectura de la carta de Santiago 2,1-7 Hermanos, ustedes que creen en nuestro Señor Jesucristo glorificado, no hagan acepción de personas. Supongamos que cuando están reunidos, entra un hombre con un anillo de oro y vestido elegantemente, y al mismo tiempo, entra otro pobremente vestido. Si ustedes se fijan en el que está muy bien vestido y le dicen: «Siéntate aquí, en el lugar de honor», y al pobre le dicen: «Quédate allí, de pie», o bien: «Siéntate a mis pies», ¿no están haciendo acaso distinciones entre ustedes y actuando como jueces malintencionados? Escuchen, hermanos muy queridos: ¿Acaso Dios no ha elegido a los pobres de este mundo para enriquecerlos en la fe y hacerlos los herederos del Reino que ha prometido a los que lo aman? Y sin embargo, ¡ustedes desprecian al pobre! ¿No son acaso los ricos los que los oprimen a ustedes y los hacen comparecer ante los tribunales? ¿No son ellos los que blasfeman contra el Nombre tan hermoso que ha sido pronunciado sobre ustedes? Palabra de Dios. Aleluia. Cf. Mt 4, 2.1 Jesús proclamaba la Buena Noticia del Reino, y sanaba todas las dolencias de la gente. Aleluia. Hace oír a los sordos y hablar a los mudos Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 7, 31-37 Cuando Jesús volvía de la región de Tiro, pasó por Sidón y fue hacia el mar de Galilea, atravesando el territorio de la Decápolis. Entonces le presentaron a un sordomudo y le pidieron que le impusiera las manos. Jesús lo separó de la multitud y, llevándolo aparte, le puso los dedos en las orejas y con su saliva le tocó la lengua. Después, levantando los ojos al cielo, suspiró y le dijo: «Efatá», que significa: «Ábrete». Y en seguida se abrieron sus oídos, se le soltó la lengua y comenzó a hablar normalmente. Jesús les mandó insistentemente que no dijeran nada a nadie, pero cuanto más insistía, ellos más lo proclamaban y, en el colmo de la admiración, decían: «Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos». Palabra del Señor. Volver Guión para la Santa Misa XXIII Domingo del Tiempo Ordinario- 6 de septiembre 2015- Ciclo B Entrada: La Sagrada Liturgia nos descubre diariamente el amor de Dios Padre que entrega a su Hijo por la salvación de todos. Preparemos nuestras almas para recibirlo con un amor vivo y verdadero. Liturgia de la Palabra Primera Lectura: Is 35,4-7ª Isaías es el profeta de la esperanza que anuncia la salvación inminente que viene de Dios. Salmo Responsorial: 145 Segunda Lectura: St 2,1-5 Dios eligió a los pobres para enriquecerlos en la fe y hacerlos herederos del Reino de los Cielos. Evangelio: Mc 7,31-37 La curación del sordomudo llenó de admiración a cuantos lo presenciaron, quienes decían de Cristo: “Todo lo ha hecho bien”. Preces: Confiando en la promesa de Jesús, que nos asegura la benevolencia del Padre si le pedimos en su Nombre, unámonos en la súplica comunitaria. A cada intención respondamos cantando: * Por la fortaleza y consuelo espiritual del Santo Padre en el gobierno de la santa Madre Iglesia. Oremos. * Por la fortaleza de los que sufren persecución a causa de su fe en Cristo. Oremos. * Por los frutos del sínodo de la familia que se realizará en octubre de este año. Oremos. * Por las almas del purgatorio y por los moribundos para que tengan una santa y serena muerte. Oremos. Señor, que has elegido a los pobres para hacerlos herederos del Reino, acuérdate de aquellos por quienes te hemos suplicado. Por Jesucristo nuestro Señor. Liturgia Eucarística Ofertorio: Participemos con gozo del memorial que salva y santifica al mundo. En Él Jesucristo se ofrece, y nosotros juntamente con Él. Presentamos: * Pan y vino, para que al convertirse en el Cuerpo y la Sangre de Cristo sea la refección que de fuerzas a la Iglesia peregrina. Comunión: Ábreme Jesús, los oídos del corazón y haz que mi boca proclame hoy y siempre que todo lo haces bien para la salud eterna de nuestras almas. Salida: Que nuestra Madre del cielo nos enseñe a escuchar y a meditar la Palabra de Dios con espíritu humilde, y nos ayude a ser dóciles y prontos para ponerla por obra. (Gentileza del Monasterio “Santa Teresa de los Andes” (SSVM) _ San Rafael _ Argentina) Volver Directorio Homilético Vigésimo tercer domingo del Tiempo Ordinario CEC 1503-1505: Cristo, el médico CEC 1151-1152: los signos asumidos por Cristo, signos sacramentales CEC 270-271: la misericordia de Dios Cristo, médico 1503 La compasión de Cristo hacia los enfermos y sus numerosas curaciones de dolientes de toda clase (cf Mt 4,24) son un signo maravilloso de que "Dios ha visitado a su pueblo" (Lc 7,16) y de que el Reino de Dios está muy cerca. Jesús no tiene solamente poder para curar, sino también de perdonar los pecados (cf Mc 2,5-12): vino a curar al hombre entero, alma y cuerpo; es el médico que los enfermos necesitan (Mc 2,17). Su compasión hacia todos los que sufren llega hasta identificarse con ellos: "Estuve enfermo y me visitasteis" (Mt 25,36). Su amor de predilección para con los enfermos no ha cesado, a lo largo de los siglos, de suscitar la atención muy particular de los cristianos hacia todos los que sufren en su cuerpo y en su alma. Esta atención dio origen a infatigables esfuerzos por aliviar a los que sufren. 1504 A menudo Jesús pide a los enfermos que crean (cf Mc 5,34.36; 9,23). Se sirve de signos para curar: saliva e imposición de manos (cf Mc 7,32-36; 8, 22-25), barro y ablución (cf Jn 9,6s). Los enfermos tratan de tocarlo (cf Mc 1,41; 3,10; 6,56) "pues salía de él una fuerza que los curaba a todos" (Lc 6,19). Así, en los sacramentos, Cristo continúa "tocándonos" para sanarnos. 1505 Conmovido por tantos sufrimientos, Cristo no sólo se deja tocar por los enfermos, sino que hace suyas sus miserias: "El tomó nuestras flaquezas y cargó con nuestras enfermedades" (Mt 8,17; cf Is 53,4). No curó a todos los enfermos. Sus curaciones eran signos de la venida del Reino de Dios. Anunciaban una curación más radical: la victoria sobre el pecado y la muerte por su Pascua. En la Cruz, Cristo tomó sobre sí todo el peso del mal (cf Is 53,4-6) y quitó el "pecado del mundo" (Jn 1,29), del que la enfermedad no es sino una consecuencia. Por su pasión y su muerte en la Cruz, Cristo dio un sentido nuevo al sufrimiento: desde entonces éste nos configura con él y nos une a su pasión redentora. 1151 Signos asumidos por Cristo. En su predicación, el Señor Jesús se sirve con frecuencia de los signos de la Creación para dar a conocer los misterios el Reino de Dios (cf. Lc 8,10). Realiza sus curaciones o subraya su predicación por medio de signos materiales o gestos simbólicos (cf Jn 9,6; Mc 7,33-35; 8,22-25). Da un sentido nuevo a los hechos y a los signos de la Antigua Alianza, sobre todo al Exodo y a la Pascua (cf Lc 9,31; 22,7-20), porque él mismo es el sentido de todos esos signos. 1152 Signos sacramentales. Desde Pentecostés, el Espíritu Santo realiza la santificación a través de los signos sacramentales de su Iglesia. Los sacramentos de la Iglesia no anulan, sino purifican e integran toda la riqueza de los signos y de los símbolos del cosmos y de la vida social. Aún más, cumplen los tipos y las figuras de la Antigua Alianza, significan y realizan la salvación obrada por Cristo, y prefiguran y anticipan la gloria del cielo. "Te compadeces de todos porque lo puedes todo" (Sb 11,23) 270 Dios es el Padre todopoderoso. Su paternidad y su poder se esclarecen mutuamente. Muestra, en efecto, su omnipotencia paternal por la manera como cuida de nuestras necesidades (cf. Mt 6,32); por la adopción filial que nos da ("Yo seré para vosotros padre, y vosotros seréis para mí hijos e hijas, dice el Señor todopoderoso": 2 Co 6,18); finalmente, por su misericordia infinita, pues muestra su poder en el más alto grado perdonando libremente los pecados. La omnipotencia divina no es en modo alguno arbitraria: "En Dios 271 el poder y la esencia, la voluntad y la inteligencia, la sabiduría y la justicia son una sola cosa, de suerte que nada puede haber en el poder divino que no pueda estar en la justa voluntad de Dios o en su sabia inteligencia" (S. Tomás de A., s.th. 1,25,5, ad 1). Volver Exégesis P. Joseph M. Lagrange, O. P. Curación de un sordo tartamudo (Mc 7,31-37; Mt 15,29-31) Continuando su excursión hacia el norte, llegó Jesús hasta Sidón, la metrópoli más antigua de las ciudades fenicias, menos opulenta que Tiro en sus días de gloria, pero siempre renaciente y próspera, con sus incomparables alrededores de jardines bien regados. Si el Salvador entró en la ciudad, no se detuvo en ella. Atravesando las colinas, muy elevadas ya, del sur del Líbano, se dirigió al sudeste, como para caer en el Lago; pero cortando los dominios de Herodes, pasando al Jordán superior, probablemente por el puente de las hijas de Jacob, llegó a la Decápolis. Este itinerario, aun sin hacer paradas, exigía cierto tiempo: ¡tiempo precioso para los discípulos! En esta vasta extensión de las diez ciudades y no lejos del lago (Mc 8, 10), llevaron a Jesús un sordo tartamudo, rogándole que le impusiese las manos. Creían, pues, en el poder del Maestro, pero también pensaban que esta ceremonia tenía especial eficacia, de que no podía prescindir. Ya anteriormente había Jesús juzgado a propósito no seguir el procedimiento que se le sugería (Mc 5, 23-41), y como en la resurrección de la hija de Jairo, no admitió a las turbas presenciar el milagro. Toma a un lado al enfermo --le acompañaban los discípulos—, le metió sus dedos en los oídos y le puso de su propia saliva en la boca, y levantando los ojos al cielo y suspirando, dijo: ¡Ephphata!, es decir, «¡Ábrete!» Pudiera pensarse que este milagro exige de Él mayores esfuerzos. Pero ¿no ha curado Él de lejos al hijo del funcionario real? ¿Por qué, pues, esta vez quiso adaptar su acción al origen del mal tocando sus orejas y su lengua y poniendo en ella saliva, empleando la palabra y el mandato cuando acaba de librar a una joven posesa sin dar siquiera orden al demonio de que saliera? Acaso con esto quiso dar a entender a sus discípulos que su santa humanidad contenía apropiado remedio para todos nuestros males. El milagro procede de su libre voluntad, cualquiera que sea el modo de manifestarse; pero hay verdaderamente en Él, como ya lo había probado en el caso de la hemorroisa, una virtud que coopera a la acción de Dios, primer autor del milagro. Jesús pidió que se guardase silencio: no lo logró. Pocas veces el estupor del gozo había arrancado semejantes aclamaciones. LAGRANGE , Vida de Jesucristo según el Evangelio, Edibesa Madrid 1999, 216-7 Volver Comentario Teológico P. Leonardo Castellani Legación, Limosna y Lección (Mc.7,31-37) La curación de otro Sordomudo, muy diferente en su “técnica” de aquella de un endemoniado-ciego-sordo-mudo que tuvo lugar después que ésta, en el período que llaman de las Ultimas Excursiones, en el tercer año (Lc.11,14-26; cf. Mc.3,20-30); y ésta, de un sordo de nacimiento –que le dio mucho más trabajo– fue en Galilea, al fin del primer año, o principios del segundo. Al otro, Cristo lo curó con un simple grito que le lanzó al demonio; a éste le hizo una cantidad de curanderismos raros: 1) Lo llevó aparte de la gente; 2) le metió los dos dedos índices en las dos orejas; 3) tomó saliva con el dedo y se la puso en la lengua; 4) levantó los ojos al cielo; 5) dio un gemido; 6) le dijo la palabra “éffetta”, que significa ábrete y que San Marcos pone en arameo y luego traduce al griego; después de lo cual el lisiado “habló y daba gracias a Dios”. La Iglesia ha incorporado todos estos gestos de Cristo a la liturgia del bautismo. ¿Para qué hizo Cristo toda esta pantomima? ¿Para impresionar a la gente? No, porque “apartó al enfermo” de la gente. ¿Porque era necesario sugestionarlo? No, porque cuando resucitó muertos, no los sugestionó primero. ¿Para producir una buena disposición en él? No parece necesario. ¿Para crear un símbolo o una lección espiritual? Por ahí vamos mejor. ¿Qué fueron los milagros de Cristo? Fueron lecciones; porque “etiam gesta Verbi, verba sunt”, dice San Ambrosio: los hechos del Verbo son también verbos, o palabras. Por eso los milagros de Cristo son todos diferentes, y no tienen una “técnica” pareja. El doctor germano H. E. C. Paulas, padre del racionalismo bíblico, dice que Cristo fue simplemente un curandero genial, quizás un hipnotizador; pero todo curandero tiene su “procedimiento”. Cristo curó a este sordomudo con este “procedimiento”; y al otro, un año después, sin procedimiento, con una palabra. Un momento antes de curar a éste, curó a la hija de la Sirofenisa sin nada, de lejos, sin verla. A algunos les exigía la fe; a otros, no. Con algunos hacía maniobras complicadas, a otros les decía simplemente: “Quiero: sé limpio”; y a otros se negaba a sanarlos. En algunos lugares se negaba acérrimamente a hacer curaciones, otras veces las hacía sin que se lo pidiesen, alguna vez provocó a los Apóstoles a que le rogaran un milagro. A un cadáver resucitó porque se lo rogó su padre; a otro porque vio llorar a sus hermanas; a otro sin que nadie le dijera una palabra. Se ponía furioso cuando los fariseos le pedían “un signo en el cielo”. Al principio de su predicación hacía milagros en serie: “lo rodeó una gran muchedumbre y curó a todos sus enfermos”; al fin de su lucha, unos pocos milagros resonantes cuidadosamente preparados y elaborados, como pequeñas piezas dramáticas, como las piezas del teatro griego, como Antígona: un hecho central despampanante y en torno de él el diálogo, los coros y las largas consideraciones lírico-dramáticas bordadas sobre el suceso. En suma, los milagros forman parte inconsútil de la enseñanza de Cristo; y enseñar para Cristo no era hacer conferencias o aprender de memoria la tabla de multiplicar, sino iluminar y limpiar las almas, las dos cosas juntas y obrando recíprocamente una sobre otra. “Perdonados te son tus pecados”. ¿Quién es éste para osar decir eso? “¿Qué os parece que es más difícil decir, “te perdono tus pecados” o “levántate y anda”? Pues para que veáis que el Hijo del Hombre tiene potestad de perdonar pecados, levántate –dijo al paralítico– alza tu camilla, y vete.” ¿Qué significa pues el milagro de este Sordo? Algunos han dicho que significa la Confesión, y que el soplar Cristo en el rostro de los Apóstoles al instituirla es recuerdo del “éffetta” y del gemido; pero esto no coincide y es forzado. La interpretación más natural del símbolo que dan la mayoría de los Santos Padres, es que significa la conversión a la fe, el nacimiento de la fe en el hombre. “La fe es por el oído.” Este leso no era mudo de boca sino sordo de nacimiento; y es sabido que los sordonatos no pueden hablar bien porque no pueden aprender a hablar; pero por medio de la vista o el tacto –tocando los labios de otros hablantes– pueden llegar a aprender algo y hablar rudamente; y eso es lo que dice el texto griego, que lo llama “moguilálon” (tartamudo, balbuciente, tartaja; literalmente “el que habla penoso”) y no kofoón, como diría si fuera mudo del todo. Así pues Cristo indicó la preparación para la fe al llevarlo aparte de la multitud y al abrirle los oídos; la necesidad de la gracia, con la mirada al cielo; la palabra de Dios significada por su saliva; lo que le iba a costar a Él darnos la fe, con el gemido; después de lo cual el Sordo “habló alabando a Dios”: “credidi, propter quod locutus sunt”, he creído, y por eso hablo. La gente se admiró; y Cristo les pidió que no lo propalasen; porque la fe es amiga de la reserva y la modestia; y ellos hicieron todo lo contrario; porque el entusiasmo es amigo del ruido. Este Mudo no lo era del todo, pues podía hablar un poco; y este hablar un poco significa la razón humana, que es anterior a la fe. Si quieren más alegorías, pueden leer los Santos Padres antiguos. Orígenes, Teofilacto, Agustino, Crisóstomo: El dedo significa el Espíritu Santo, la saliva significa la Sabiduría porque viene de la cabeza, levantar los ojos significa la Oración, el gemido significa la Pasión de Cristo, el Sordo significa la Gentilidad”, etcétera. Los antiguos querían encontrar un significado a cada uno de los pormenores de las parábolas o milagros, lo cual es fácil con un poco de imaginación; pero es arbitrario, y al final cae en el ridículo: alegorismo que los modernos no podemos tragar, y con razón. Pero Maldonado, uno de los precursores de la exégesis moderna, cae en otro error peor: reaccionando al excesivo alegorismo antiguo –al comentar la parábola del Convite, que ya hemos visto– afirma que no todo se ha de alegorizar, porque hay en los Evangelios rasgos de adorno, rasgos superfluos, dice; es decir, cosas inútiles en puridad; lo cual equivale a decir la inocente blasfemia de que él las hubiese hecho mejor a las parábolas, si lo dejan, pues es capaz de distinguir lo que es “superfluo”. Así como Torres Amat publicó una traducción del Evangelio –que según dicen robó al jesuita Petisco– añadiéndole una cantidad de palabras que Cristo no dijo (Evangelio con viruelas) así Maldonado podría haber hecho una traducción con recortes suprimiendo una cantidad de palabras de Cristo “¡superfluas!”. De hecho existe en Norteamérica una Biblia podada, llamada Pocket-Bible, el ideal de Maldonado. Y el error de ambos, tanto de los superalegoristas como de los podadores o superfluistas, es que no conocían la índole de la literatura oral oriental; y confundían el símbolo, que es propio de ella, con la alegoría, que es propio de las literaturas más desarrolladas; y que en el fondo es un género inferior y un poco pueril. Ver las alegorías de Lope, por ejemplo: Pobre barquilla mía. Entre peñascos rota. Sin velas desvelada. Y entre las olas sola... La barquilla es su vida; y todos los pormenores que pone allí el poeta corresponden a sucesos más o menos exagerados de su vida. Pero la parábola no es así: es un género más primitivo, natural y apretado; y en realidad, más profundo. De modo que, en resumen, los milagros de Cristo son a la vez tres cosas que comienzan con L: Legación, Limosna y Lección. Son el sello de la Legación divina, las credenciales con que el Padre acreditaba a su Enviado y a todo cuanto Él dijera; son una Limosna con que la Compasión de Cristo se inclinaba sobre la miseria humana (“plata ni oro yo no tengo, pero de lo que tengo te doy”, cf. Hech.3,6); y son al mismo tiempo Lecciones, porque el Señor se arreglaba, a la facción de gran dramaturgo, para dar a esos gestos portentosos el significado recóndito de un misterio de la fe; para volver en suma en alguna forma lo Invisible visible: porque “lo Invisible de El, por las cosas por El creadas, entendidas, se manifiesta”, dice un texto apretado de San Pablo; el cual se puede glosar así: Dios es invisible; pero sus atributos y cualidades se pueden columbrar un poco por la Creación; mas para eso hay que entender lo creado; lo cual se llama el don de entendimiento; del cual el Maestro por excelencia fue Cristo; y así la Deidad que no sólo es invisible sino hiperinvisible, trascendente... se manifiesta al hombre como en espejos y en enigmas durante esta vida al que es solicito en verla y en buscarla. Los puros de corazón, ésos verán a Dios. El sordo de nacimiento vio a la Deidad Invisible encarnada en un hombre a través del milagro con que lo favoreció el Cristo, y “alabó a Dios”; pero antes creía en Dios, porque lo había visto a través de los milagros naturales de esta gran arquitectura de cielos y tierra, en la cual “vivimos, nos movemos, y somos”. Primero usó de su razón (“moguilálon”) y después recibió la fe. (CASTELLANI, L., El Evangelio de Jesucristo, Ediciones Dictio, Buenos Aires, 1977, p. 301-305) Volver Santos Padres Catena Aurea Mc 7,31-37 Dejando Jesús otra vez los confines de Tiro, se fue por los de Sidón, hacia el mar de Galilea, atravesando el territorio de Decápolis. Y presentáronle un hombre sordo y mudo, suplicándole que pusiese sobre él su mano (para curarle). Y apartándole Jesús (del bullicio) de la gente, le metió los dedos en las orejas, y con la saliva le tocó la lengua, y alzando los ojos al cielo arrojó un suspiro y díjole: "Efetá", que quiere decir: "abríos". Y al momento se le abrieron los oídos y se le soltó el impedimento de la lengua, y hablaba claramente. Y mandóles que no lo dijeran a nadie. Pero cuanto más se lo mandaba, con tanto mayor empeño lo publicaban, y tanto más crecía su admiración, y decían: "Todo lo ha hecho bien: Él ha hecho oír a los sordos y hablar a los mudos". (vv. 31-37) Teofilacto No quería el Señor detenerse entre los gentiles, ni dar motivo a los judíos de que lo creyeran transgresor de la ley por mezclarse con aquéllos, por lo cual se vuelve luego, según estas palabras: "Dejando Jesús otra vez", etc. Beda, in Marcum, 2, 31 Decápolis es el país de las diez ciudades al otro lado del Jordán, al oriente, frente a Galilea. Cuando dice que el Señor llegó al mar de Galilea hacia el centro de Decápolis, no quiere decir que entró en Decápolis ni que atravesó el mar, sino más bien que en el mar llegó hasta un punto desde donde alcanzaba a ver el centro de Decápolis a lo lejos, más allá del mar. "Y presentáronle un hombre sordo", etc. Teofilacto Lo cual se pone con razón después que fue librado el poseído, porque aquella enfermedad procedía del demonio. "Y apartándole Jesús", etc. Pseudo-Crisóstomo, vict. ant. e cat. in Marcum Separa de la gente al sordo y mudo, para no hacer públicos sus milagros divinos, enseñándonos así a despojarnos de la vanidad y del orgullo; porque no hay nada en el poder de hacer milagros que equivalga a la humildad y a la modestia. Le metió los dedos en las orejas, pudiendo curarle sólo con su voz, para manifestar que su cuerpo unido a la Divinidad estaba enriquecido con el poder divino, así como sus obras. Y como por el pecado de Adán la naturaleza humana cayó en muchas enfermedades y en la debilidad de los miembros y los sentidos, Cristo demostró en sí mismo la perfección de esta naturaleza, abriendo los oídos con su dedo y dando el habla con su saliva: "Y con la saliva le tocó la lengua". Teofilacto Esto demuestra que todos los miembros de su sagrado cuerpo son santos y divinos, como la saliva con que dio flexibilidad a la lengua del mudo. Porque es cierto que la saliva es una superfluidad; pero todo fue divino en el Señor. "Y alzando los ojos al cielo, arrojó un suspiro", etc. Beda, in Marcum, 2, 31 Alzó los ojos al cielo, para enseñarnos que es de allí de donde el mudo debe esperar el habla, el sordo el oído y todos los enfermos la salud. Y arrojó un gemido, no porque para demandar algo a su Padre tuviera necesidad de ello, El que satisface, con su Padre, a todos los que lo piden, sino para hacernos ver que es con gemidos como debemos invocar su divina piedad por nuestros errores o los de nuestros prójimos. Pseudo-Crisóstomo, vict. ant. e cat. in Marcum O bien: gimió tomando a su cargo nuestra causa y compadecido de nuestra naturaleza, viendo la miseria en que había caído el género humano. Beda, in Marcum, 2, 31 La palabra epheta, que significa abríos, corresponde propiamente a los oídos, porque han de abrirse para que oigan, así como para que pueda hablar la lengua hay que librarla del freno que la sujeta. "Y al momento se le abrieron los oídos", etc. Aquí se ven de un modo manifiesto las dos distintas naturalezas de Cristo; porque alzando los ojos al cielo como hombre, ruega a Dios gimiendo y, en seguida, con divino poder y majestad cura con una sola palabra. "Y mandóles, continúa, que no lo dijeran a nadie". San Jerónimo Con esto nos enseñó a no glorificarnos en nuestro poder, sino en la cruz y la humillación. Pseudo-Crisóstomo, vict. ant. e cat. in Marcum Mandó, pues, que callaran el milagro, a fin de no hacer que los judíos perpetrasen por envidia su homicidio antes de tiempo. Pseudo-Jerónimo Una ciudad situada en la cima de un monte, y que se ve de todas partes, no puede ocultarse; y la humildad precede siempre a la gloria (Prov 15,33). "Pero cuanto más se lo mandaba, prosigue, con tanto mayor empeño lo publicaban", etc. Teofilacto En esto debemos aprender, cuando hagamos un beneficio a cualquiera, a no buscar el menor aplauso o alabanza; a alabar a nuestros bienhechores y publicar sus nombres, aunque ellos no quieran. San Agustín, de consensu evangelistarum, 4, 4 ¿Para qué, pues, El, que conoce la voluntad de los hombres tanto la presente como la futura, les mandaba que no dijeran nada, sabiendo que habían de decirlo tanto más cuanto más les encargaba el secreto, si no fuera para mostrar a los perezosos con cuánto estudio y fervor deben anunciarle ellos, a quienes manda que lo anuncien, cuando así lo hacen aquellos a quienes ordena el secreto? Glosa La fama de las curas que Jesús había obrado aumentaba la admiración de las gentes y el rumor de los beneficios que había hecho. "Y tanto más, sigue, crecía su admiración, y decían: Todo lo ha hecho bien: Él ha hecho oír a los sordos y hablar a los mudos". Pseudo-Jerónimo super Et iterum exiens de finibus En sentido místico, Tiro, que significa lugar estrecho, simboliza la Judea, a quien dice el Señor: "Porque el lecho es angosto" (Is 28); por lo cual se traslada a otras naciones. Sidón significa caza: la bestia salvaje es nuestra nación y el mar la inconstancia que nunca cesa. Porque es en medio de Decápolis, en cuya palabra se interpretan los mandamientos del Decálogo, a donde fue el Salvador para salvar a las naciones. El género humano, compuesto de tantos miembros y consumido por tan diversas enfermedades como si fuera un solo hombre, se encuentra todo en el primer hombre: no ve teniendo ojos, no oye teniendo oídos, y no habla teniendo lengua. Le rogaban que pusiera su mano sobre él, porque muchos justos y patriarcas querían y deseaban la Encarnación del Señor. Beda, in Marcum, 2, 31 O bien es sordo y mudo el que no tiene oídos para oír la palabra de Dios, ni lengua para hablarla; y es necesario que los que saben hablar y oír las palabras de Dios ofrezcan al Señor a los que ha de curar. Pseudo-Jerónimo Porque siempre el que merece ser curado es conducido lejos de los pensamientos turbulentos, de las acciones desordenadas y de las palabras corrompidas. Los dedos que se ponen sobre los oídos son las palabras y los dones del Espíritu Santo, de quien se ha dicho: "El dedo de Dios está aquí" (Ex 8,19). La saliva es la divina sabiduría, que abre los labios del género humano para que diga: Creo en Dios, Padre omnipotente, y lo demás. Gimió mirando al cielo, así nos enseñó a gemir y a hacer subir hasta el cielo los tesoros de nuestro corazón; porque por el gemido de la compunción interior se purifica la alegría frívola de la carne. Se abren los oídos a los himnos, a los cánticos y a los salmos. Desata el Señor la lengua, para que pronuncie la buena palabra, lo que no pueden impedir las amenazas ni los azotes. SANTO TOMáS DE AqUINO, Catena Aurea, comentario a Mc 7, 31-37 Volver Aplicación P. Alfredo Saenz, S.J. EL SORDO-TARTAMUDO El evangelio nos acaba de relatar, amados hermanos, uno de los milagros del Señor. Se trataba de un sordomudo, o mejor, como dice el texto griego, de un sordo-tartamudo a quien Jesús abrió los oídos taponados y liberó su lengua trabada. Resalta ante todo en este hecho la eficacia omnipotente de la palabra de Cristo. Bastóle con decir Éfeta —vocablo arameo que significa ábrete— para que esa lengua se destrabara y ese oído quedara expedito. Tan grande es el poder de la palabra de Dios. Es la misma Palabra que al comienzo de la historia sacó las cosas de la nada: Dios dijo, y la luz fue hecha, leemos en el Génesis. La palabra divina es eficaz, realiza lo que expresa, como lo afirmó el mismo Señor por boca del profeta: "La palabra que sale de mi boca no vuelve a mí sin resultado, sin haber logrado lo que yo quería". Nos dice el evangelio que a la vista del milagro de Jesús, la multitud lo aclamó entusiasmada: "Todo lo ha hecho bien". Palabras que extrañamente nos traen el recuerdo de aquellas otras que se leen en el Génesis, culminando el relato de la creación del mundo: Dios vio lo que había hecho, y era bueno. Pero no nos extrañemos demasiado: el Hijo de Dios, en su obra redentora, procede con la misma sabiduría, con la misma bondad, que en la obra creadora. La Redención es, en cierto modo, un retomar el designio primitivo de la Creación, trunco por el pecado del hombre, por ese pecado cuya trágica consecuencia sufre precisamente el enfermo de nuestro evangelio. Hay otro detalle de este milagro que sin duda nos habrá llamado la atención: Cristo no se vale tan sólo de su Palabra para curar, sino que además recurre a gestos e incluso a elementos de este mundo. Así como al crear al hombre, el Señor tomó tierra y le insufló su Espíritu, de manera semejante Cristo usa ahora su saliva, mojando con ella la lengua enferma, y toca con sus dedos el oído obtuso. No es raro, ya que frecuentemente se lee en el evangelio que Jesús obraba sus curaciones tocando a los enfermos o dejándose tocar por ellos. Lo que el Señor nos quiere dar a entender mediante esos gestos ("porque también los hechos del Verbo, son verbos" dice San Ambrosio) es que su salvación nos llega a través de lo sensible, a través del contacto con su cuerpo, con su naturaleza humana. Tocó al enfermo, le humedeció su lengua. Estas circunstancias destacan el papel de la humanidad de Cristo, instrumento de su poder divino. Resulta impresionante saber que Dios no se acerca a nosotros solamente con su Palabra espiritual sino que además nos toca, saber que Dios llega a nosotros a través de las manos de Cristo, de su saliva. Y así cura nuestra alma y nuestro cuerpo, como lo hizo con el lisiado del evangelio; los dedos del Señor, que se hundieron en las orejas del enfermo, no sólo abrieron sus oídos al sonido humano, sino también a la palabra de Dios; y la saliva divina, puesta sobre la lengua de ese tartamudo, no sólo la liberó de su traba natural, sino que le comunicó la agilidad necesaria para orar y para cantar la gloria de Dios. Así fue la curación del sordo-tartamudo. Parece evidente que San Marcos, al incluir este episodio en su evangelio, pretendió significar algo más que la simple curación taumatúrgico de un enfermo individual. En su sufrimiento, el sordotartamudo se revela como el representante típico de una humanidad cerrada a la voz de Dios e incapaz de alabar al Señor. Así pareció entenderlo la Iglesia por el hecho de haber escogido los mismos gestos de Jesús para elaborar su ritual del Bautismo, haciendo repetir en la administración de este sacramento las acciones y palabras que usó el Señor para curar al enfermo de nuestro evangelio: el sacerdote toca con el dedo pulgar los oídos del que se bautiza mientras dice: Éfeta, abríos. Y no pensemos que la Iglesia obró de manera arbitraria al determinar un ritual similar. Porque realmente en el evangelio de hoy se describe lo que éramos antes de Cristo, antes de nuestro bautismo. Sin Cristo y sin el bautismo éramos espiritualmente sordos, sólo capaces de escuchar la voz de "la carne y de la sangre", pero no la voz de Dios; sin el bautismo éramos espiritualmente tartamudos, indignos y privados del derecho de llamar a Dios "Padre nuestro", incapaces de decir siquiera "Señor Jesús" ya que, como enseña San Pablo, nadie puede decir tal cosa "sin la ayuda del Espíritu Santo". Por el bautismo henos aquí capacitados para comprender el lenguaje de Dios, el lenguaje de la fe; gracias a nuestro bautismo podemos percibir la voz de Dios, que nos habla exteriormente, mediante la enseñanza de la Iglesia, pero también interiormente, ya que El habita en nuestros corazones por "la palabra sembrada en nosotros". Asimismo, en razón del bautismo, nuestra lengua trabada por el pecado quedó libre de impedimentos, dispuesta para la confesión de la fe; como sucedió con San Pablo quien, ni bien bautizado, se puso a predicar a Jesús en las sinagogas, proclamando que era el Hijo de Dios; antes había hablado contra Cristo y sus discípulos, él, que era un perseguidor de todo lo que llevara el nombre de cristiano; ahora, gracias al bautismo, poniendo al servicio del Señor todas sus capacidades humanas, su inteligencia, su dinamismo, sus ímpetus incluso, anuncia con intrepidez a Cristo crucificado y resucitado. Algo similar ha sucedido con nosotros: el bautismo ha desatado nuestras lenguas para permitirnos renunciar a Satanás, para permitirnos proclamar nuestra fe en la Trinidad, no sólo en el momento del bautismo, sino a lo largo de toda la vida, y si es necesario incluso delante de los tribunales; el bautismo, incorporándonos al cuerpo de Cristo, ha desatado nuestra lengua tartamuda, permitiéndonos orar a Dios, nuestro Padre, desde el seno de la Iglesia; como cristianos, podemos pronunciar palabras de oración en Cristo, que es la Palabra, el Verbo de Dios, podemos rezar, por El, con El y en El, según se dice en la misa. Tal es la interpretación más común que hicieron los Santos Padres del evangelio que nos ocupa. La curación del enfermo afectado de sordera simboliza así la conversión de la fe, o mejor, el nacimiento de la fe en el hombre, ya que, como dice la Escritura, "la fe es por el oído". Y una vez curado de la sordera de su infidelidad, el tartamudo comenzó a hablar "alabando a Dios", según aquello de San Pablo: "he creído, y por eso hablo". Amados hermanos, el Bautismo no es para nosotros un episodio que se pierde en las brumas de un pasado quizá ya remoto. Es un hecho actual, siempre presente. El Bautismo ha grabado en nosotros un "carácter" permanente, una gracia que rebrota siempre de nuevo. Si el Bautismo ha abierto nuestros oídos a las cosas de Dios, no tenemos derecho a traicionarlo dejándonos seducir por el lenguaje del mundo que se opone al evangelio —no nos referimos al mundo en sentido bueno, al mundo hecho por Dios, que Dios vio que era bueno, sino al mundo que rinde culto al espíritu de orgullo, al dinero y al placer o, si se quiere, al espíritu del mundo. Abramos, en cambio, nuestros oídos a los criterios del evangelio, de la Iglesia, a su jerarquía de valores, a su enseñanza acerca del sentido cristiano de la vida, del trabajo, de la justicia, de la caridad. Oigamos hoy de nuevo la voz de Cristo que, tocando nuestros oídos, nos dice: Éfeta, abríos. Dios requiere de nosotros un espíritu de apertura. Apertura para recibir las inspiraciones de Dios, apertura para hablar a Dios y para hablar de Dios, apertura para dar y para darnos en caridad, apertura para transmitir lo que tenemos a los demás, para amar a los pobres, a los pobres en dinero, que son quizá desgraciados, pero también y sobre todo a los pobres en la fe, aquellos a quienes les falta lo único necesario, el conocimiento de Jesús, el Salvador, apertura para edificar a la Iglesia, para comprometerse al servicio de la Iglesia, para ser constructores de catedral. Éfeta, dijo Jesús, y nos lo sigue diciendo cada día a nosotros. Siempre de nuevo será preciso abrirnos a Dios y cantar su gloria. Salir de la soledad de nuestra sordera y del aislamiento de nuestra tartamudez, y entrar en comunión con Dios y con nuestros hermanos. Nuestros oídos se abren, nuestras lenguas se liberan. Quizá en ningún lugar con tanta verdad como en el Santo Sacrificio de la Misa, en cuya primera parte, llamada liturgia de la Palabra, nuestros oídos están atentos a la palabra de Dios, proclamada en la lectura, meditada y comentada en la predicación; y en cuya segunda parte, llamada liturgia de la Eucaristía, nuestros labios se abren para alabar, como es justo y necesario, para dar gracias, como es nuestro deber y salvación, se abren para cantar el Sanctus en unión con toda la Iglesia, se abren para consentir al Sacrificio de Cristo renovado sobre el altar, se abren para atreverse a decir Padre nuestro. Pronto nos acercaremos a comulgar, a recibir el cuerpo de Jesús. Pidámosle que nos trate como al enfermo del evangelio, que toque nuestro oído para hacerlo cada vez más atento a sus palabras, que son palabras de vida; que moje nuestra lengua para que no se avergüence de proclamar las maravillas de Dios. (SAENZ, A., Palabra y Vida, Ciclo B, Ediciones Gladius, Buenos Aires, 1993, p. 244-248) Volver SS. Benedicto XVI Queridos hermanos y hermanas: Acabamos de escuchar las tres lecturas bíblicas que la liturgia de la Iglesia ha elegido para este domingo. Todas ellas desarrollan un tema doble, que en el fondo es un único tema, acentuando un aspecto u otro según las circunstancias. Las tres lecturas hablan de Dios como centro de la realidad y centro de nuestra vida personal. "Mirad a vuestro Dios", dice el profeta Isaías en la primera lectura (Is 35, 4). La carta de Santiago y el pasaje del Evangelio dicen a su modo lo mismo. Quieren guiarnos hacia Dios, llevándonos por el camino recto de la vida. Sin embargo, al tema de Dios va unido el tema social: nuestra responsabilidad recíproca, nuestra responsabilidad para que reine la justicia y el amor en el mundo. Esto se expresa de modo dramático en la segunda lectura, en la que nos habla Santiago, un pariente cercano de Jesús. Se dirige a una comunidad en la que algunos comienzan a ser soberbios, porque en ella se encuentran también personas acomodadas y distinguidas, mientras existe el peligro de que disminuya la preocupación por el derecho de los pobres. Santiago, en sus palabras, deja intuir la imagen de Jesús, del Dios que se hizo hombre y, a pesar de ser descendiente de David, es decir, de linaje real, se hizo un hombre como los demás; no se sentó en un trono, sino que al final murió en la pobreza extrema de la cruz. El amor al prójimo, que es en primer lugar preocupación por la justicia, es el metro para medir la fe y el amor a Dios. Santiago lo llama "ley regia" (St 2, 8), dejando vislumbrar la palabra preferida de Jesús: la realeza de Dios, la soberanía de Dios. Esto no indica un reino cualquiera, que llegará más tarde o más temprano; significa que Dios debe llegar a ser ahora la fuerza decisiva para nuestra vida y nuestro obrar. Esto es lo que pedimos cuando oramos: "Venga a nosotros tu reino". No pedimos algo lejano, que en el fondo nosotros mismos ni siquiera deseamos experimentar. Por el contrario, pedimos que la voluntad de Dios determine ahora nuestra voluntad y así Dios reine en el mundo; pedimos, por consiguiente, que la justicia y el amor se transformen en las fuerzas decisivas en el orden del mundo. Esa oración, como es natural, se dirige en primer lugar a Dios, pero también toca nuestro corazón. En el fondo, ¿lo deseamos de verdad? ¿Estamos orientando nuestra vida en esa dirección? A la "ley regia", la ley de la realeza de Dios, Santiago la llama también "ley de la libertad": si todos pensamos y vivimos según Dios, entonces somos todos iguales, somos libres, y así nace la verdadera fraternidad. Isaías, en la primera lectura, al hablar de Dios —"Mirad a vuestro Dios"— habla al mismo tiempo de la salvación para los que sufren, y Santiago, hablando del orden social como expresión irrenunciable de nuestra fe, lógicamente también habla de Dios, del que somos hijos. Pero ahora vamos a centrar nuestra atención en el evangelio, que narra la curación de un sordomudo por obra de Jesús. También aquí encontramos de nuevo dos aspectos del único tema. Jesús se dedica a los que sufren, a los marginados de la sociedad. Los cura y, abriéndoles así la posibilidad de vivir y decidir juntamente con los demás, los introduce en la igualdad y en la fraternidad. Esto, como es obvio, nos atañe también a todos nosotros: Jesús nos señala a todos la dirección de nuestro obrar, nos dice cómo debemos actuar. Sin embargo, todo el episodio presenta también otra dimensión, que los Padres de la Iglesia pusieron de relieve con insistencia y que también nos concierne de modo especial a nosotros hoy. Los Padres hablan de los hombres y para los hombres de su tiempo. Pero lo que dicen nos atañe de modo nuevo también a los hombres modernos. No sólo existe la sordera física, que en gran medida aparta al hombre de la vida social. Existe un defecto de oído con respecto a Dios, y lo sufrimos especialmente en nuestro tiempo. Nosotros, simplemente, ya no logramos escucharlo; son demasiadas las frecuencias diversas que ocupan nuestros oídos. Lo que se dice de él nos parece pre-científico, ya no parece adecuado a nuestro tiempo. Con el defecto de oído, o incluso la sordera, con respecto a Dios, naturalmente perdemos también nuestra capacidad de hablar con él o a él. Sin embargo, de este modo nos falta una percepción decisiva. Nuestros sentidos interiores corren el peligro de atrofiarse. Al faltar esa percepción, queda limitado, de un modo drástico y peligroso, el radio de nuestra relación con la realidad en general. El horizonte de nuestra vida se reduce de modo preocupante. El evangelio nos narra que Jesús metió sus dedos en los oídos del sordomudo, puso un poco de su saliva en la lengua del enfermo y dijo: "Effetá", "Ábrete". El evangelista nos conservó la palabra aramea original que pronunció Jesús en esa ocasión, remontándonos así directamente a ese momento. Lo que allí se nos relata es algo excepcional y, sin embargo, no pertenece a un pasado lejano: eso mismo lo realiza Jesús a menudo, de modo nuevo, también hoy. En nuestro bautismo él realizó sobre nosotros ese gesto de tocar y dijo: "Effetá", "Ábrete", para hacernos capaces de escuchar a Dios y para devolvernos la posibilidad de hablarle a él. Pero este acontecimiento, el sacramento del bautismo, no tiene nada de mágico. El bautismo abre un camino. Nos introduce en la comunidad de los que son capaces de escuchar y de hablar; nos introduce en la comunión con Jesús mismo, el único que ha visto a Dios y que, por consiguiente, ha podido hablar de él (cf. Jn 1, 18): mediante la fe, Jesús quiere compartir con nosotros su ver a Dios, su escuchar al Padre y hablar con él. El camino de los bautizados debe ser un proceso de desarrollo progresivo, en el que crecemos en la vida de comunión con Dios, adquiriendo así también una mirada diversa sobre el hombre y sobre la creación. El evangelio nos invita a caer en la cuenta de que tenemos un defecto en nuestra capacidad de percepción, una carencia que al principio no reconocemos como tal, porque precisamente todo lo demás se nos impone con su urgencia y racionalidad; porque, aunque ya no tengamos oídos para escuchar a Dios ni ojos para verlo, aunque vivamos sin él, aparentemente todo se desarrolla de un modo normal. Pero, ¿es verdad que todo se desarrolla de un modo normal cuando Dios falta en nuestra vida y en nuestro mundo? Antes de plantear más preguntas, quisiera referir algunas de mis experiencias en los encuentros con los obispos de todo el mundo. La Iglesia católica en Alemania es excelente en sus actividades sociales, en su disponibilidad a ayudar en todos los lugares donde existan necesidades. Durante sus visitas ad limina, los obispos, recientemente los de África, me hablan siempre con gratitud de la generosidad de los católicos alemanes y me piden que me haga intérprete de esta gratitud; y es lo que quisiera hacer ahora públicamente. También los obispos de los países bálticos, que vinieron antes de las vacaciones, me explicaron que los católicos alemanes les han ayudado con gran generosidad para la reconstrucción de sus iglesias, muy deterioradas a causa de las décadas de dominio comunista. De vez en cuando, sin embargo, algún obispo africano me decía: "Si presento a Alemania proyectos sociales, encuentro inmediatamente las puertas abiertas. Pero si voy con un proyecto de evangelización, más bien encuentro reservas". Como es obvio, algunos piensan que los proyectos sociales se han de promover con la máxima urgencia, mientras que las cosas que conciernen a Dios, o incluso la fe católica, son más bien particulares y menos prioritarias. Sin embargo, la experiencia de esos obispos es precisamente que la evangelización debe tener la precedencia; que es necesario hacer que se conozca, se ame y se crea en el Dios de Jesucristo; que hay que convertir los corazones, para que exista también progreso en el campo social, para que se inicie la reconciliación, para que se pueda combatir por ejemplo el sida afrontando de verdad sus causas profundas y curando a los enfermos con la debida atención y con amor. La cuestión social y el Evangelio son realmente inseparables. Si damos a los hombres sólo conocimientos, habilidades, capacidades técnicas e instrumentos, les damos demasiado poco. En ese caso, sobrevienen pronto los mecanismos de la violencia, y prevalece la capacidad de destruir y matar, el afán de conseguir el poder, un poder que debería llevar más tarde o más temprano al establecimiento del derecho, pero que en realidad nunca será capaz de lograrlo. De este modo se aleja cada vez más la posibilidad de la reconciliación, del compromiso común en favor de la justicia y del amor. Entonces se pierden los criterios según los cuales la técnica se pone al servicio del derecho y del amor. Pero precisamente todo depende de estos criterios, que no son sólo teorías, sino que iluminan el corazón, haciendo así que la razón y la acción avancen por el camino recto. Las poblaciones de África y de Asia ciertamente admiran las realizaciones técnicas de Occidente y nuestra ciencia, pero se asustan ante un tipo de razón que excluye totalmente a Dios de la visión del hombre, considerando que esta es la forma más sublime de la razón, la que conviene enseñar también a sus culturas. La verdadera amenaza para su identidad no la ven en la fe cristiana, sino en el desprecio de Dios y en el cinismo que considera la mofa de lo sagrado un derecho de la libertad y eleva la utilidad a criterio supremo para los futuros éxitos de la investigación. Queridos amigos, este cinismo no es el tipo de tolerancia y apertura cultural que los pueblos esperan y que todos deseamos. La tolerancia que necesitamos con urgencia incluye el temor de Dios, el respeto de lo que es sagrado para el otro. Pero este respeto de lo que los demás consideran sagrado exige que nosotros mismos aprendamos de nuevo el temor de Dios. Este sentido de respeto sólo puede renovarse en el mundo occidental si crece de nuevo la fe en Dios, si Dios está de nuevo presente para nosotros y en nosotros. Nuestra fe no la imponemos a nadie. Este tipo de proselitismo es contrario al cristianismo. La fe sólo puede desarrollarse en la libertad. Pero a la libertad de los hombres pedimos que se abra a Dios, que lo busque, que lo escuche. Nosotros, aquí reunidos, pedimos al Señor con todo nuestro corazón que pronuncie de nuevo su "Effetá", que cure nuestro defecto de oído con respecto a Dios, a su acción y a su palabra, y que nos haga capaces de ver y de escuchar. Le pedimos que nos ayude a volver a encontrar la palabra de la oración, a la que nos invita en la liturgia y cuya fórmula esencial nos enseñó en el padrenuestro. El mundo necesita a Dios. Nosotros necesitamos a Dios. ¿Qué Dios necesitamos? En la primera lectura, el profeta se dirige a un pueblo oprimido, diciendo: "Llegará la venganza de Dios" (Is 35, 4). Nosotros podemos fácilmente intuir cómo se imaginaba la gente esa venganza. Pero el profeta mismo revela luego en qué consiste: en la bondad de Dios, que vendrá a sanarlos. Y la explicación definitiva de las palabras del profeta la encontramos en Aquel que murió por nosotros en la cruz: en Jesús, el Hijo de Dios encarnado, que aquí nos contempla con tanta insistencia. Su "venganza" es la cruz: el "no" a la violencia, el "amor hasta el extremo". Este es el Dios que necesitamos. No faltamos al respeto a las demás religiones y culturas, no faltamos al respeto a su fe, si confesamos en voz alta y sin medios términos a aquel Dios que opuso su sufrimiento a la violencia, que ante el mal y su poder eleva su misericordia como límite y superación. A él dirigimos nuestra súplica, para que esté en medio de nosotros y nos ayude a ser sus testigos creíbles. Amén. (Explanada de la Nueva Feria de Munich, Domingo 10 de septiembre de 2006) Volver P. Leonardo Castellani CURACIÓN DE UN SORDOMUDO La curación de un sordomudo en el primer año de la predicación de Cristo. O mejor dicho, de un tartajo, "moguilálon", que habla poco y mal: un sordo de nacimiento, que por lo mismo, habla chueco; como un operado de cáncer de laringe —si es que habla. Cristo lo cura a éste con una serie de gestos raros, como si le costara trabajo. Un año más tarde, en las "'Últimas Excursiones", curará a otro sordomudo con una sola palabra, exorcizando al demonio. ¿Qué significa este procedimiento de curandero que usa aquí? Los Santos Padres, la mayoría dellos, dijo enseguida que significa "la Fe", el nacimiento de la fe; lo que los modernos llamarían "la psicología de la fe"; y en consecuencia, la Iglesia incorporó estos gestos raros de Cristo a las ceremonias del Bautismo; añadiendo un rasgo de la segunda curación, que es el exorcismo, el más raro de todos. Muchos sienten repulsión a que la Iglesia "arroje al demonio" de los recién nacidos; y los curitas neoleros lo suprimen. Pero la Iglesia por las dudas quiere preservar al hombre ya desde su nacimiento del invisible y misterioso poder del Príncipe deste Mundo; en el cual no creen los neoleros; hasta que llega un día que los agarra. La fe es querer ver, ver, y después alabar —a Dios. "He creído, por eso hablo", dijo David (Psalmo 115). La fe cristiana así entendida, dominó desde el siglo IV al siglo XVI; no en el gran continente en el cual Cristo nació sino en el pequeño continente en el cual San Pedro se asentó. "Europa es la Fe", dice Belloc. Esta noción de la fe que dije, fue formulada por Santo Tomás en esta forma: la fe es un acto intelectual, o sea un conocimiento; un conocimiento cierto como la ciencia: VER, y aún más cierto; pero diferente de la ciencia en que es libre; y es libre porque requiere un acto o impulso de la voluntad: QUERER VER; y requiere un acto volitivo porque su objeto es oscuro: son misterios sobre la Razón. Es más cierto que la ciencia porque es creer a Dios; pero para creer a Dios es necesario primero ver que Dios ha hablado; y eso lo sumistra la razón en lo que llaman "Preámbulos de la Fe". Para poder ser cristiano necesito saber primero que Dios existe, y que Cristo hizo realmente eso que de Él cuentan. Esta noción de la fe —un acto de conocimiento diverso de la ciencia y más noble y necesario que ella, "la creencia" — sufre una quiebra con la revolución de Lutero. La fe deja de ser primordialmente conocimiento para ser un acto de adhesión firmísima y aun frenética a Cristo; la cual produce ipso facto la justificación —o sea el perdón de los pecados y el estado de gracia; y continúa haciendo ese efecto toda vez que renovamos esa adhesión voluntaria; como ven Uds., se ha convertido de conocimiento en voluntad y sentimiento. El contenido intelectual de la fe, o sea los dogmas, no fue cambiado por Lutero; pero se convirtió de causa en mera materia de la fe. La fe es voluntad, es sentimiento, es querer. Este cambio parece inimportante pero es capital: dijeron que lo esencial era adherir a Cristo y poco a poco se hallaron sin Cristo a quien adherir. Los teólogos llaman a esto campanudamente "el proceso heterodoxo de subjetivización de la fe". Pues muy pronto los protestantes liberales y los modernistas dieron "un pasito más adelante": la fe consiste en una experiencia religiosa y, luego después en simbolismo: los dogmas son puros símbolos que pueden cambiar, no importa mucho. Por ejemplo, uno siente una viva emoción porque se le murió una tía en City Bell, y piensa en Dios: eso es la fe. Esa emoción se transforma, conforme a la natura humana, en imágenes, y uno ve a su tía en el cielo; eso son los dogmas: al fin uno traba todos los dogmas que tiene en el buche, y eso es la teología, que es una especie de mosaico de símbolos; por ejemplo, yo deduzco que mi ha fue Santa Eduvigis, invento una historia de la reencarnación de Santa Eduvigis; y fundo una Iglesia, la "Nueva Iglesia Sudamericana Apostólica" (que está alao mi casa) para rendir culto a mi tía Eduvigis, o sea los Eduvigianos. Parece broma, pero esto es exactamente lo que dicen los modernistas de Cristo. La fe es una experiencia religiosa envuelta posteriormente en un simbolismo, el cual ni es esencial ni es importante: puede cambiar; más aún DEBE ir cambiando. "La Iglesia ha durado 2000 años; ahora debe cambiar, más aún, está cambiando; estamos en el tiempo de la muda, y yo soy el primero que se ha dado cuenta" —decía Telar Cardón. Pero la "muda" de las culebras consiste en que dejan una piel vieja pegada a un árbol ("la camisa", llaman los paisanos) y salen con una camisa nueva enteramente idéntica a la otra; y aquí no, la Iglesia tiene que salir con una camisa de todos colores si es que tenía una camisa blanca; o viceversa. De manera que la famosa "sumisión" de Telar a las autoridades religiosas, con la cual sus discípulos lo convierten en un santo y aun en un mártir, es filfa. Telar decía: "Yo soy hijo de la Iglesia y no saldré della; yo obedezco al Papa". Pero lo que pensaba conforme a la práctica de los "modernistas" de principios de siglo, era esto: "Yo soy hijo de la Iglesia, pero no desta Iglesia viejita; yo obedezco al Papa, pero no a este Papa sino al que vendrá, que será telardiano-cardiniano". Aquí parezco mentiroso; pero esto es literalmente verdadero, y ha sido puesto en claro en la interminable discusión que vige ahora en Francia acerca de Telar Cardón. "La fe se está acabando en el mundo", dicen ahora. ¿Por qué? Porque se está acabando la religiosidad en el mundo, dicen; y no es exacto como veremos luego. "Es que la fe del siglo XII no puede ser la fe del siglo XX" —dicen los telardianos. Eso es una gansada: viene a ser como decir: "Esto es creíble los Lunes pero no es creíble los Jueves". Eso es verdad de la frase: "Hodie est dies Lunae", que dijo Julio César el día que lo mataron: "Hoy es el día de la Luna", que no es verdad el "dies Jovis", el Jueves. Pero fuera deso es disparate. Los motivos que tenían para creer en Cristo Hijo de Dios en el siglo XII son exactamente los mismos que tenemos nosotros ahora. ¿Por qué pues en el siglo XII Europa en masa creía en Cristo y ahora no creen sino minorías? ¿Qué ha pasado? Yo no lo sé: me he roto la cabeza buscando razones deste fenómeno patente y he encontrado como siete pero no sé cuál es la verdadera o cuál es la razón que conglutina las otras seis. Es como el fenómeno de la decadencia de España a partir del siglo XVII; los españoles han escrito muchos libros y han encontrado como diez razones y nadie sabe cuál es la verdadera. Yo los he leído, y he inventado otra razón que a lo mejor es la verdadera y a lo mejor es la peor de todas: a saber, la filosofía de Francisco Suárez. Pero que la razón sea que la religiosidad ha bajado en el mundo porque los hombres ya no somos ignorantes ni supersticiosos y no tenemos miedo de los truenos, los rayos y los terremotos, es falsa. La fe católica ha disminuido, por lo menos en cantidad, pero el sentimiento de religiosidad no ha disminuido, ni creo pueda disminuir por ser natural al hombre. Cicerón dice en su tratado "De Natura Deorum" que hay muchos pueblos que no tienen escritura, que no tienen fortalezas, que no tienen templos; pero no hay uno solo que no tenga dioses: no hay pueblos ateos. Pero se le olvidó decir que, si todos los pueblos tienen dioses, un solo pueblo entonces tenía un solo Dios. O sea, que sacando a los judíos, a quienes desprecia, todos los demás pueblos eran idólatras. Y es lo que pasa ahora: los que claudican de la fe cristiana se vuelven idólatras, aunque no lo sepan; la religiosidad se les ha descarriado, no ha desaparecido. Conozco una matrona que no cree ni en los ángeles ni en los demonios, pero cree como fierro en los espíritus; es espiritista, o como dice ella: "espiritualista". Y así por el estilo. Fíjense que las ideologías que dominan hoy en el mundo tienen un resabio religioso; son a modo de religiones falsas, o sea "herejías". Por ejemplo, el Comunismo es mesiánico, ha puesto en el Credo un artículo 15 que dice: "Creo en la redención del mundo por el proletariado"; el Liberalismo ha añadido después del "Creo en la Santa Iglesia": "Y en la Santa Democracia". De modo que hoy estamos obligados a defender nuestra fe amenazada; porque la Iglesia pasa por una crisis tan grave por lo menos como la del siglo XVI, que reventó en el Protestantismo. Si ésta va a reventar en algo parecido o peor, o bien se va a curar con remedios homeopáticos, no lo sabemos —yo no lo sé. Lo que sé es que tengo que conservar la fe que tenía a los 7 años —o digamos a los 14 años; y decir a todo el que me venga con cuentos de Evolución, Cristo Cósmico, Punto Omega, Universo nooesférico, y "el Progreso del Dogma", decirle: "Yo estoy bien así; y el que está bien no se mude —dice el español". "Yace aquí un español - Que estaba bien y quiso estar mejor". (CASTELLANI, L., Domingueras prédicas, Ediciones Jauja, Mendoza (Argentina), 1997, p. 217 – 221) Volver P. Gustavo Pascual, I.V.E. Curación del sordomudo Las múltiples curaciones de Jesús tienen características distintas, cada una tiene un matiz particular. A veces son concisas y simplemente una palabra potestativa hace desaparecer la enfermedad, otras veces, hay un progreso en la curación como en el caso del ciego del Evangelio, otras, se dirige al Padre como pidiendo su poder para hacer el milagro, otras, sorprenden a la gente porque las realiza con autoridad. En la presente curación se dan gestos particulares: meter los dedos en los oídos del sordo, tocar con saliva su lengua, gemir mirando al cielo. Ciertamente que los gestos hechos por Jesús antes de curar al enfermo tienen su razón de ser pero en definitiva esa razón se encierra en la Sabiduría divina. Jesús tenía poder absoluto sobre todas las enfermedades y sólo una palabra o un gesto suyos producían la curación. Jesús prefería ocultar las manifestaciones externas de poder para no producir una desviación en la concepción mesiánica y además la simplicidad en las curaciones manifestaba más su divinidad. Los milagros de Dios son simples, no aparatosos y espectaculares, por lo cual, hay que tener cuidado, ya lo enseñan los santos, de ir tras la última manifestación extraordinaria de la cual tengamos noticia, sino más bien, desconfiemos de lo espectacular de las manifestaciones divinas, en esto hay muchos engaños de parte de los hombres, de nosotros mismos y del diablo. Los milagros de Dios, aunque extraordinarios por exceder las leyes naturales, son simples, escondidos, en su manifestación externa. Jesús quiere privacidad y se retira a un lugar aparte y allí frente a algunos discípulos y ante el interesado realiza el milagro. Los gestos de la curación, según mi parecer, se deben a la condición del enfermo. Antes de realizar los milagros Jesús exige la fe. ¿Cómo suscitar la fe en un sordo? Las palabras no sirven, en este caso no resulta lo de “la fe entra por el oído”. Si resultan adecuados los gestos, que son el estadio primitivo del lenguaje. Jesús con sus gestos busca trasmitir un mensaje al sordo. Es una parábola en acción. Los gestos buscan suscitar la fe y dar a conocer que Jesús es el Enviado de Dios. Mete los dedos en sus oídos para indicar que va a abrirlos, toca con saliva su lengua para darle a conocer que su lengua se va a destrabar, mira al cielo para manifestar la procedencia del poder, gime para expresar la petición al Padre. Jesús condesciende con el sordomudo. Le trasmite el mensaje de salvación de un modo comprensible para él. Comienza a oír y habla sin dificultad. Jesús pronuncia la palabra aramea “Effetá” para expresar con palabras el poder de curar ante los testigos oculares. Para el sordo fueron los gestos. Para los discípulos una palabra de autoridad “ábrete”. La parábola en acción quiere revelar la presencia del Mesías entre los hombres. El final del Evangelio narra el efecto del milagro en muchos: “todo lo ha hecho bien, hace oír a los sordos y hablar a los mudos” haciéndose eco de las palabras de Isaías que se referían al futuro Mesías. Jesús condesciende con el sordomudo. El Verbo Encarnado. La Palabra Subsistente se ha hecho hombre. La Sabiduría humanada ha asumido una cultura histórica determinada, la cultura palestina. Nacido en Belén, criado en Nazaret, conoce la cultura de los galileos, de los samaritanos y también la de los judíos. Domina la lengua aramea y el lenguaje propio de su época, lenguaje de trasmisión oral. Jesús baja un peldaño en los estadios de la lengua, del lenguaje oral al lenguaje de los gestos para comunicarse con el sordomudo. El lenguaje de los gestos es el más primitivo de los lenguajes. Es la manera más primitiva de comunicarse y la más universal, de ahí que el lenguaje de los sordomudos sea el más universal. Jesús suscita a través de los gestos en el sordomudo la fe necesaria para realizar el milagro de su curación. Esta condescendencia no es sino un pálido reflejo de la Encarnación del Verbo que ha querido descender hasta los hombres para salvarlos a través de la fe en Él y devolver al hombre la voz para alabar a Dios y el oído para escuchar su voz, pues ambas, le habían sido arrebatadas por el demonio desde la caída de nuestros primeros padres. Volver P. Jorge Loring, S.J. Domingo Vigésimo Tercero del Tiempo Ordinario - Año B Mc. 7:31-37 1.- Jesús curó el sordo y mudo. Pidámosle que nos cure de nuestra sordera y mudez. Nosotros también podemos ser algo sordos y mudos. 2.- Nosotros somos sordos para oír a los demás. Es frecuente que nos guste contar nuestras cosas, pero también es frecuente que no nos guste escuchar las de los demás. 3.- Hoy hay mucha falta de comunicación. A veces, incluso dentro del matrimonio. Para escuchar a otro no basta poner la oreja. Hay que sintonizar con su corazón. Esto exige esfuerzo, tiempo y sacrificio, pero saber escuchar es una gran obra de caridad. Muchas personas necesitan desahogarse y no tienen con quién hacerlo. Alguien dijo: «Tendré que ir a hablar con el espejo, que es el único que me escucha». 4.- También somos mudos porque muchas veces callamos en lugar de defender nuestra fe. El respeto humano es muy frecuente entre los católicos. Nos da vergüenza que nos puedan llamar antiguos, tradicionales, carcas, etc. 5.- Habrá momentos en que lo prudente sea callar. Pero otras el callarse es por cobardía en defender la verdad, el Evangelio, la Iglesia, la moral, la virtud, etc. 6.- Pero peor que la sordera del oído es la del corazón: no queremos oír la voz de Dios. No hay peor sordo que el que no quiere oír, y cerrarse a la fe es una desgracia. 7.-El Evangelio que acabo de leer dice que Cristo todo lo hizo bien. Y San Pedro hablando de Jesús dijo que pasó por el mundo haciendo el bien. ¿Y yo? 8.- Cristo liberó al sordo de un mal físico. Y a toda la humanidad del pecado. Muchos de los que hablan de la libertad del hombre lo que hacen es esclavizarnos a nuestras pasiones. Volver Ejemplos Predicables VICTORIA Cuando todo se desmorona en nuestros proyectos humanos, en nuestros apoyos terrestres; cuando de nuestros más bellos sueños sólo nos queda la desilusión; cuando nuestros mejores esfuerzos y nuestra firme voluntad no alcanzan el objetivo propuesto; cuando la sinceridad y el ardor del amor nada consiguen y el fracaso está ahí, desolador y cruel, frustrando nuestras más bellas esperanzas, Tú permaneces, Señor, indestructible y fuerte, nuestro amigo que todo lo puede. Tus designios permanecen intactos, nada puede impedir que tu voluntad se cumpla. Tus sueños son más bellos que los nuestros y Tú, los realizas. Conviertes los fracasos en un triunfo mayor, nunca eres vencido. Tú, que de la nada haces surgir el ser y la vida, tomas nuestra impotencia en tus manos creadoras, con infinito amor, y la haces producir un fruto. Obra tuya, mejor que todos nuestros deseos. En Ti, nuestra esperanza se salva del desastre, cumplida en plenitud. Volver COMUNICADO ESPECIAL Estimada familia de Homilética, queríamos anunciarles que debido al pedido de nuestros suscriptores hemos decidido aplazar el cambio definitivo del sistema de distribución hasta el mes de Octubre. 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