A Mutiny in Time James Dashner SCHOLASTIC INC. NUEVA YORK TORONTO LONDRES AUCKLAND SYDNEY CIUDAD DE MÉXICO NUEVA DELHI HONG KONG Para papá, que me enseñó la magia de la ciencia y la maravilla de la historia — J.D. Copyright © 2012 de Scholastic Inc. Todos los derechos reservados. Publicado por Scholastic Inc., Editores desde 1920. SCHOLASTIC, INFINITY RING y todos los logotipos correspondientes son marcas comerciales o marcas comerciales registradas de Scholastic Inc. Ninguna parte de esta publicación podrá reproducirse, almacenarse en un sistema de recuperación o transmitirse de ninguna forma ni por medio alguno, ya sea electrónico, mecánico, de fotocopiado, grabación o de otro modo, sin el permiso por escrito del editor. Para obtener información relacionada con los permisos, escriba a Scholastic Inc., Dirigido a: Permissions Department, 557 Broadway, New York, NY 10012. Se dispone de datos de catalogación en publicación de la Biblioteca del Congreso ISBN 978-0-545-38696-8 10 9 8 7 6 5 4 3 2 1 12 13 14 15 16 Ilustración de portada de Sammy Yuen Diseño de portada de Sammy Yuen y Keirsten Geise Diseño de página de Keirsten Geise Fotografía de los personajes de la contratapa de Michael Frost © Scholastic Inc. Escudo de armas español: Wikipedia/Proof02/GNV Licencia de documentación gratuita Ilustración del rompecabezas de la imagen: Keirsten Geise para Scholastic Primera edición, agosto de 2012 Impreso en China 62 Scholastic EE. UU.: 557 Broadway · New York, NY 10012 Scholastic Canadá: 604 King Street West · Toronto, ON M5V 1E1 Scholastic New Zealand Limited: Private Bag 94407 · Greenmount, Manukau 2141 Scholastic UK Ltd.: Euston House · 24 Eversholt Street · London NW1 1DB Papel extraído de fuentes confiables Prólogo DAK SMYTH estaba sentado en la rama favorita de su árbol favorito, junto a su amiga favorita, Sera Froste. Nada mal para pasar una tarde de sábado, pensó. Más allá de la protección del árbol, había mucho por qué preocuparse. El mundo se estaba desmoronando y a los responsables parecía no importarles. Pero Dak decidió no permitir que algo tan insignificante como eso lo preocupara en este instante. Sera parecía estar de acuerdo. “Se está bien aquí arriba”, dijo. “¿No es cierto?” “Sí, seguro. Me entristece un poco no haber nacido mono. Así podría vivir en un árbol como este”. Sera se rió. “Tienes la personalidad de un mono. Y el olor. Estás a dos tercios de llegar a serlo, por lo menos”. “Gracias”, respondió Dak, como si le hubiera dicho un cumplido estupendo. Una brisa suave hacía balancear las ramas de un lado a otro, lo suficiente como para que Dak se apaciguara e ingresara en un trance parcial. Él y Sera trepaban al árbol cada tanto cuando no tenían otra cosa que hacer. Les permitía hablar, alejados de toda distracción, distracciones como los adultos que discutían constantemente sobre los impuestos y las tasas de delitos 1 y, en susurros, sobre el SQ. Con toda la interferencia mental, era asombroso que Dak y Sera lograran hilar un pensamiento. Afortunadamente, ambos eran genios ... aunque de formas muy distintas. “¿Estás entusiasmado con la excursión de esta semana?” preguntó Sera. Dak la miró, un poco desconfiado. Su clase iba a ir a un museo, colmado de historia, que era lo que a él le encantaba, y con poco que se relacionara con la ciencia, que era la pasión de ella. Pero la pregunta parecía genuina. “¿Recuerdas mi último cumpleaños?” le contestó con una pregunta. “¿Cuando conseguí la réplica de la corbata de Thomas Jefferson?” “¿Cómo podría olvidarlo? Viniste gritando por la calle como una niña que acababa de encontrar un balde lleno de dulces”. Dak asintió, saboreando el recuerdo. “Bueno, esta excursión me entusiasma aún más”. “Te entiendo. Es muy emocionante”. Se quedaron en silencio por un rato, mientras Dak disfrutaba de la brisa, de los sonidos de la naturaleza y del descanso de la vida cotidiana. De a poco, sin embargo, se daba cuenta que Sera parecía mucho menos relajada. Había una tensión inconfundible en sus hombros que no tenía nada que ver con treparse a los árboles. Siguió su mirada por el patio hasta su pórtico delantero, donde sus padres acababan de izar una nueva bandera. La pequeña asta de la bandera fijada al costado de la casa se usaba generalmente para exhibiciones estacionales: banderas de las fiestas durante el invierno, la bandera de las cuarenta y ocho estrellas de EE. UU. en los largos meses de verano. 2 Ahora, por primera vez, los padres de Dak habían izado una bandera blanca lúgubre con un símbolo de color negro en el centro. Ese símbolo era un círculo partido por una curva y un rayo, la insignia del SQ. “No me digas que tus padres apoyan todo esto”, interrogó Sera, con la voz solemne. “No lo creo. Dijeron que es más fácil así. Es menos probable que tengan problemas si izan la bandera”. “El SQ: me saca de quicio”, afirmó Sera. Dak nunca había escuchado tanta ferocidad en su voz. “Alguien tiene que enfrentarlos tarde o temprano. O un día será demasiado tarde”. Dak la escuchó mientras contemplaba el bosque que se extendía más allá de su casa. Todo ese verde, todos esos animales. Había partes del mundo en las que este tipo de lugares habían desaparecido por completo. Había leído lo suficiente sobre historia para saber que habría problemas en todo lugar al que fuera el SQ. De repente sintió un leve arrebato de resolución. “Quizás seamos nosotros quienes los enfrentemos”, dijo. “Nunca se sabe”. “¿Te parece?” respondió distraída. “Hay un viejo dicho”, le dijo Dak. “Los tiempos están cambiando”. “Oye, me gusta eso”. “Quizás ese sea nuestro lema. Quizás cambiemos los tiempos algún día. Todos los problemas tienen solución, ¿verdad? Y nuestros cerebros enormes tienen que servir para algo. ¿Qué dijiste?” Lo miró y extendió la mano. Él la apretó fuerte. En un lugar cercano, un pájaro trinaba alborotado. 3 1 La única esperanza BRINT TAKASHI miró el monitor e intentó recordar aquellos tiempos en que ignoraba que el mundo estuviera a punto de terminar. Mari Rivera, su subcomandante, se sentó junto a él, y la manera en que movía lentamente su cabeza de un lado a otro la hacía parecer la segunda persona más abatida del planeta. Brint era la primera. “¿Y bien?” preguntó Mari. “¿Qué piensas?” “¿Qué pienso? Pienso que tenemos una catástrofe mundial en nuestras manos”, contestó Brint. “Erupciones volcánicas a lo largo de los países de la Costa del Pacífico. Tormentas de nieve en zonas de América del Sur que nunca antes habían visto nieve. Si tenemos suerte, la tormenta tropical que se avecina en el Atlántico podría extinguir los incendios forestales en el noreste”. “Mira el lado positivo”, dijo Mari con la voz desanimada. “Al menos ahora la gente cree que estamos en problemas”. “La gente sigue creyendo en lo que les dice el SQ. 4 Porque el miedo siempre es más poderoso que la verdad”. Se pasó los dedos por su cabello oscuro y suspiró. “Aristóteles hubiera estado tan orgulloso. ¡Mira a lo que quedaron reducidos los Hystorians! El SQ ganará, incluso si eso significa destruir el mundo”. No solo eran los desastres naturales lo que los preocupaba. Ni los apagones. Ni la escasez de alimentos. También eran los Recuerdos vívidos. Todos los días cuando Brint volvía a su casa y miraba la fotografía colgada sobre la chimenea, él y su esposa sentados junto a un río, con el sol brillando sobre el agua a sus espaldas, sentía que la cabeza y el estómago se le retorcían al no saber qué hacer. Un vacío que le carcomía la mente y lo hacía sentir extremadamente incómodo. Alguien, al menos una persona, faltaba en esa fotografía. No tenía ningún sentido, pero sabía en lo profundo de su ser que faltaba alguien. No era el único que padecía este tipo de sensaciones. Con el paso de los días más gente experimentaba los Recuerdos vívidos. Se te aparecían cuando menos lo esperabas. Y te podían volver loco. Literalmente loco. Los tiempos habían fracasado, eso era lo que creían los Hystorians. Y si las cosas ya no se podían arreglar, solo quedaba una esperanza, en cambio...viajar en el tiempo y remediar el pasado. Mari hizo lo que siempre hacía cuando él tendía a quejarse. Lo ignoraba y continuaba con la tarea que estaba haciendo. “¿Qué novedades hay sobre los Smyths?” preguntó. De todos los científicos que habían 5 perseguido los Hystorians, ellos eran los únicos que el SQ no había prohibido...aún. Brint extrajo su expediente y señaló las últimas novedades. Todos los experimentos, descubrimientos y datos de los Smyth, hasta lo más mínimo que hacían en su laboratorio todos los días, todo era supervisado por los Hystorians. Sin que los Smyths supieran, por supuesto. Brint seguramente se disculparía por eso una vez que hubieran salvado el mundo. Los dos se quedaron en silencio durante un minuto, mirando los datos en la pantalla como hipnotizados. Los Smyths estaban muy cerca. Si solo llegaran a descubrir la parte que faltaba en sus cálculos. Si solo le dieran a los Hystorians una oportunidad de poder llevar a cabo el plan de Aristóteles de 2000 años de antigüedad para salvar el mundo. “Está cerca, sabes”, susurró Mari. “Más cerca de lo que jamás hubiera pensado”. Brint asintió mientras el terror le estrujaba el corazón. “Nunca me hubiera imaginado que sería en nuestra época”. Mari continuó, sus palabras eran como una profecía de fatalidad de un viejo oráculo arrugado. “Está cerca, de acuerdo. El Cataclismo está cerca y todos desearemos estar muertos mucho antes de que nos aniquile”. 6
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