La única esperanza

A Mutiny in Time
James Dashner
SCHOLASTIC INC.
NUEVA YORK TORONTO LONDRES AUCKLAND
SYDNEY CIUDAD DE MÉXICO NUEVA DELHI HONG KONG
Para papá, que me enseñó la magia de la
ciencia y la maravilla de la historia
— J.D.
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ISBN 978-0-545-38696-8
10 9 8 7 6 5 4 3 2 1
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Ilustración de portada de Sammy Yuen
Diseño de portada de Sammy Yuen y Keirsten Geise
Diseño de página de Keirsten Geise
Fotografía de los personajes de la contratapa de Michael Frost © Scholastic Inc.
Escudo de armas español: Wikipedia/Proof02/GNV
Licencia de documentación gratuita
Ilustración del rompecabezas de la imagen: Keirsten Geise para Scholastic
Primera edición, agosto de 2012
Impreso en China 62
Scholastic EE. UU.: 557 Broadway · New York, NY 10012
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Scholastic New Zealand Limited: Private Bag 94407 · Greenmount, Manukau 2141
Scholastic UK Ltd.: Euston House · 24 Eversholt Street · London NW1 1DB
Papel extraído
de fuentes
confiables
Prólogo
DAK SMYTH estaba sentado en la rama favorita de su
árbol favorito, junto a su amiga favorita, Sera Froste.
Nada mal para pasar una tarde de sábado, pensó.
Más allá de la protección del árbol, había mucho por
qué preocuparse. El mundo se estaba desmoronando
y a los responsables parecía no importarles. Pero Dak
decidió no permitir que algo tan insignificante como
eso lo preocupara en este instante.
Sera parecía estar de acuerdo. “Se está bien aquí
arriba”, dijo. “¿No es cierto?”
“Sí, seguro. Me entristece un poco no haber nacido
mono. Así podría vivir en un árbol como este”.
Sera se rió. “Tienes la personalidad de un mono.
Y el olor. Estás a dos tercios de llegar a serlo, por lo
menos”.
“Gracias”, respondió Dak, como si le hubiera dicho
un cumplido estupendo.
Una brisa suave hacía balancear las ramas de
un lado a otro, lo suficiente como para que Dak se
apaciguara e ingresara en un trance parcial. Él y Sera
trepaban al árbol cada tanto cuando no tenían otra
cosa que hacer. Les permitía hablar, alejados de toda
distracción, distracciones como los adultos que discutían
constantemente sobre los impuestos y las tasas de delitos
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y, en susurros, sobre el SQ. Con toda la interferencia
mental, era asombroso que Dak y Sera lograran hilar un
pensamiento. Afortunadamente, ambos eran genios ...
aunque de formas muy distintas.
“¿Estás entusiasmado con la excursión de esta
semana?” preguntó Sera.
Dak la miró, un poco desconfiado. Su clase iba a ir
a un museo, colmado de historia, que era lo que a él le
encantaba, y con poco que se relacionara con la ciencia,
que era la pasión de ella. Pero la pregunta parecía genuina.
“¿Recuerdas mi último cumpleaños?” le contestó
con una pregunta. “¿Cuando conseguí la réplica de la
corbata de Thomas Jefferson?”
“¿Cómo podría olvidarlo? Viniste gritando por la
calle como una niña que acababa de encontrar un balde
lleno de dulces”.
Dak asintió, saboreando el recuerdo. “Bueno, esta
excursión me entusiasma aún más”.
“Te entiendo. Es muy emocionante”.
Se quedaron en silencio por un rato, mientras Dak
disfrutaba de la brisa, de los sonidos de la naturaleza y del
descanso de la vida cotidiana. De a poco, sin embargo,
se daba cuenta que Sera parecía mucho menos relajada.
Había una tensión inconfundible en sus hombros que
no tenía nada que ver con treparse a los árboles. Siguió
su mirada por el patio hasta su pórtico delantero, donde
sus padres acababan de izar una nueva bandera. La
pequeña asta de la bandera fijada al costado de la casa
se usaba generalmente para exhibiciones estacionales:
banderas de las fiestas durante el invierno, la bandera
de las cuarenta y ocho estrellas de EE. UU. en los largos
meses de verano.
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Ahora, por primera vez, los padres de Dak habían
izado una bandera blanca lúgubre con un símbolo de
color negro en el centro. Ese símbolo era un círculo
partido por una curva y un rayo, la insignia del SQ.
“No me digas que tus padres apoyan todo esto”,
interrogó Sera, con la voz solemne.
“No lo creo. Dijeron que es más fácil así. Es menos
probable que tengan problemas si izan la bandera”.
“El SQ: me saca de quicio”, afirmó Sera. Dak nunca
había escuchado tanta ferocidad en su voz. “Alguien
tiene que enfrentarlos tarde o temprano. O un día será
demasiado tarde”.
Dak la escuchó mientras contemplaba el bosque
que se extendía más allá de su casa. Todo ese verde,
todos esos animales. Había partes del mundo en las que
este tipo de lugares habían desaparecido por completo.
Había leído lo suficiente sobre historia para saber que
habría problemas en todo lugar al que fuera el SQ. De
repente sintió un leve arrebato de resolución.
“Quizás seamos nosotros quienes los enfrentemos”,
dijo. “Nunca se sabe”.
“¿Te parece?” respondió distraída.
“Hay un viejo dicho”, le dijo Dak. “Los tiempos
están cambiando”.
“Oye, me gusta eso”.
“Quizás ese sea nuestro lema. Quizás cambiemos
los tiempos algún día. Todos los problemas tienen
solución, ¿verdad? Y nuestros cerebros enormes tienen
que servir para algo. ¿Qué dijiste?”
Lo miró y extendió la mano. Él la apretó fuerte.
En un lugar cercano, un pájaro trinaba alborotado.
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La única esperanza
BRINT TAKASHI miró el monitor e intentó recordar
aquellos tiempos en que ignoraba que el mundo
estuviera a punto de terminar.
Mari Rivera, su subcomandante, se sentó junto a
él, y la manera en que movía lentamente su cabeza de
un lado a otro la hacía parecer la segunda persona más
abatida del planeta. Brint era la primera.
“¿Y bien?” preguntó Mari. “¿Qué piensas?”
“¿Qué pienso? Pienso que tenemos una catástrofe
mundial en nuestras manos”, contestó Brint. “Erupciones
volcánicas a lo largo de los países de la Costa del Pacífico.
Tormentas de nieve en zonas de América del Sur que
nunca antes habían visto nieve. Si tenemos suerte, la
tormenta tropical que se avecina en el Atlántico podría
extinguir los incendios forestales en el noreste”.
“Mira el lado positivo”, dijo Mari con la voz
desanimada. “Al menos ahora la gente cree que estamos
en problemas”.
“La gente sigue creyendo en lo que les dice el SQ.
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Porque el miedo siempre es más poderoso que la verdad”.
Se pasó los dedos por su cabello oscuro y suspiró.
“Aristóteles hubiera estado tan orgulloso. ¡Mira a lo
que quedaron reducidos los Hystorians! El SQ ganará,
incluso si eso significa destruir el mundo”.
No solo eran los desastres naturales lo que los
preocupaba. Ni los apagones. Ni la escasez de alimentos.
También eran los Recuerdos vívidos. Todos los días
cuando Brint volvía a su casa y miraba la fotografía
colgada sobre la chimenea, él y su esposa sentados junto
a un río, con el sol brillando sobre el agua a sus espaldas,
sentía que la cabeza y el estómago se le retorcían al no
saber qué hacer. Un vacío que le carcomía la mente y
lo hacía sentir extremadamente incómodo. Alguien, al
menos una persona, faltaba en esa fotografía. No tenía
ningún sentido, pero sabía en lo profundo de su ser que
faltaba alguien.
No era el único que padecía este tipo de sensaciones.
Con el paso de los días más gente experimentaba los
Recuerdos vívidos. Se te aparecían cuando menos lo
esperabas. Y te podían volver loco. Literalmente loco.
Los tiempos habían fracasado, eso era lo que creían
los Hystorians. Y si las cosas ya no se podían arreglar,
solo quedaba una esperanza, en cambio...viajar en el
tiempo y remediar el pasado.
Mari hizo lo que siempre hacía cuando él tendía
a quejarse. Lo ignoraba y continuaba con la tarea
que estaba haciendo. “¿Qué novedades hay sobre los
Smyths?” preguntó. De todos los científicos que habían
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perseguido los Hystorians, ellos eran los únicos que el
SQ no había prohibido...aún.
Brint extrajo su expediente y señaló las últimas
novedades. Todos los experimentos, descubrimientos
y datos de los Smyth, hasta lo más mínimo que hacían
en su laboratorio todos los días, todo era supervisado
por los Hystorians. Sin que los Smyths supieran, por
supuesto. Brint seguramente se disculparía por eso una
vez que hubieran salvado el mundo.
Los dos se quedaron en silencio durante un minuto,
mirando los datos en la pantalla como hipnotizados.
Los Smyths estaban muy cerca. Si solo llegaran a
descubrir la parte que faltaba en sus cálculos. Si solo
le dieran a los Hystorians una oportunidad de poder
llevar a cabo el plan de Aristóteles de 2000 años de
antigüedad para salvar el mundo.
“Está cerca, sabes”, susurró Mari. “Más cerca de lo
que jamás hubiera pensado”.
Brint asintió mientras el terror le estrujaba el
corazón. “Nunca me hubiera imaginado que sería en
nuestra época”.
Mari continuó, sus palabras eran como una profecía
de fatalidad de un viejo oráculo arrugado.
“Está cerca, de acuerdo. El Cataclismo está cerca y
todos desearemos estar muertos mucho antes de que
nos aniquile”.
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