El abuelo El abuelo Serafino Laurenzano nació en Caltovetto, Italia, el 5 de diciembre de 1879, y murió en Santa Rosa, La Pampa, Argentina, el 2 de diciembre de 1958, pocos días antes de cumplir 82 años. Sus padres fueron Pedro Laurenzano y Carmela Lipere (asi figura la abuela en la partida de defunción del abuelo, mientras que en la partida de nacimiento de mi padre figura como Carmela Lipera; curiosamente el padre del abuelo figura como Pedro Lorenzano, y el abuelo mismo como Serafín Lorenzano, pese a que firma Laurenzano). Salió de Italia muy joven, emigrando a Estados Unidos, posiblemente a Nueva York. Por un relato que me hizo en una ocasión, casi a los ochenta años, cuando viajábamos en tren rumbo a Trenque Lauquen donde residían mis padres, es posible que haya entrado o salido ilegalmente, ya que refiere una historia en la cual ingresa a un puerto en una barcaza, debiendo eludir a los guardas de inmigración. Si la barcaza corría riesgo de ser interceptada, quienes estaban a cargo de los pasajeros, los arrojaban al mar. Cuenta que eso sucedió cuando estaba embarcado, y que intervino para impedir que fueran a parar todos al agua. Que esta parte de la narración es cierta, da prueba su conocimiento muy elemental del inglés, que conservaba a los 80 años. !1 La siguiente etapa de su vida transcurre en Brasil, más precisamente en el sur. Si es cierta una leyenda familiar, huyó de Italia por motivos políticos, estuvo en los Estados Unidos, vuelve a Italia, y desde allí parte para Brasil. La apelación a motivos políticos para comprender la emigración del abuelo es consistente con su socialismo – como veremos luego- y el clima de revueltas sociales ferozmente reprimidas en el sur de Italia para esas épocas. Su entrada a Brasil debió ser por barco, en los puertos de esa región. Como se verá luego, existen o existieron familiares en Campinas y en San Pablo, que recuerdan su figura. De acuerdo a su relato, entró a trabajar a una fazenda de esa zona, que tenía, como otras, la costumbre de no pagar salario a sus obreros, no tanto por el recurso directo de no pagar, ya que lo hacían cuando alguien pedía una liquidación de salarios para irse del lugar, si no que enviaban matones que los despojaban del dinero, luego de golpearlos o matarlos. Según el abuelo, esto era lo más frecuente, de manera que el trabajo revestía carácter de semiesclavo, únicamente por la comida y el alojamiento, desalentándose que abandonaran el lugar. El abuelo solicitó su paga, y abandonó la fazenda. A alguna distancia, mientras estaba en un lugar de comida y bebida, entran dos matones que le dan dos balazos, de los que el abuelo mostraba la cicatriz. Tirado en el piso, lo despojan del dinero pensándolo muerto. El relato continúa con el abuelo recobrando el conocimiento cuando se retiran, sacando su revólver, y dándoles a su vez dos tiros. Posteriormente, la puntería del abuelo sería proverbial, así que esos balazos les causaron la muerte. En el relato de familiares residentes en Brasil, el abuelo trabajaba en los arrozales, donde el maltrato a los trabajadores era una constante. En una ocasión, mientras están en los campos de cultivo con el agua hasta la rodilla, ve que una mujer negra, que lleva en brazos a una criatura, interrumpe su trabajo para darle mamar cuando la nena llora desconsoladamente de hambre; un capataz intenta forzarla a continuar su trabajo, y a no alimentar a su hija; su negativa provoca su ira, y lanza contra ambas a su caballo, aplastándolas con sus cascos; el abuelo se abalanza sobre el capataz, lo tira del caballo, y lo sumerge en el agua hasta ahogarlo. Escapa en una canoa, llegando al Paraguay. Dado que la primera versión pertenece al abuelo, el encuentro armado en ese despacho de comida fue seguramente posterior. Las historias difieren en los sucesos posteriores a la huida del abuelo. Según una versión, luego de escapar de la fazenda, el abuelo entra a la Argentina desde Paraguay, llegando finalmente a Santa Rosa. Según otra, permanece en Brasil, al frente de un conjunto de hombres armados a caballo, que defienden a los inmigrantes mayoritariamente italianos de la violencia de los terratenientes. Se transforma en una especie de Robin Hood, muy apreciado por los trabajadores rurales. Esto es corroborado parcialmente por los familiares brasileros, que tienen su propio relato de la mitología familiar de Serafino Laurenzano. En uno de sus recorridos, para en la casa de una familia italiana, que tenía tres hijas, enamorándose de la menor, Teresa Sposatta (en la partida de nacimiento de mi padre la abuela firma como Esposada). Los padres de mi abuela son Domingo Esposada (tal como figura en esa partida de nacimiento), y Rosa Maiorano. Como la costumbre era que debían casarse previamente las dos hijas mayores, los padres niegan el permiso, !2 por lo que la pareja se fuga, constituyéndose en un matrimonio consolidado, con el nacimiento de su primer hijo, Domingo Laurenzano, aproximadamente en 1901. La mitología familiar sitúa el casamiento a los 13 años de la abuela, pero dado que su hijo mayor nació a sus 16 o 17 años, posiblemente haya sido más tarde. Mi abuela debió nacer en 1884; según consta en la partida de nacimiento de mi padre, en 1909 tenía 25 años, seis años menos que el abuelo, de 31. También difieren las versiones sobre su encuentro con la abuela. Otro de los relatos lo sitúa en el puerto de Italia, pronto a partir para Brasil, cuando llega una tía, madre de Teresa, que encuentra como solución para que ésta también se embarque, que se casen –única posibilidad, puesto que tenía sólo 13 años. En esta historia, los casa el capitán del barco. Llega embarazada de 4 meses a Brasil, donde nace Domingo, el primogénito. Posteriormente, llega a Argentina. Debió viajar por tierra, no siendo improbable que una escala haya sido, como lo es ahora, Paraguay, y tiendan a coincidir ambas versiones. Desde Buenos Aires viaja a Santa Rosa, La Pampa, radicándose allí con su mujer y su pequeño hijo. En el camino, busca a un “cugino” que vivía en Pellegrini, un Laurenzano que es señalado inmediatamente por los residentes del lugar como “el que junta bosta”. Algo que papá siempre relataba riendo, burlándose de quienes buscan orígenes aristocráticos a su familia. !3 De la etapa brasilera de su vida da testimonio su hijo José Lorenzano, quien viaja a San Pablo y conoce a familiares que residían allí, y posteriormente su nieto, Aldo Lorenzano, quien cuenta que las historias brasileras del abuelo son recordadas por ellos. Este último paró en casa de Eugeu Leonel Pezzagatti, en Campinas, posiblemente emparentado por el lado de la abuela Sposatta. Es posible que sus abuelos fueran primos de la abuela. Eugeu viaja a Italia, donde reside desde hace años, desconociéndose su domicilio. Recuerda Aldo que en algún momento lo llevó en automóvil a San Pablo, mostrándole un gran supermercado, y diciéndole que era de alguien que también era familiar de los Laurenzano. A Aldo debo la versión que surge del viaje de Pepe, la Tita y Rosita con Torino a Brasil, y el encuentro con los familiares brasileros. Viajan en automóvil por las malas carreteras de aquél entonces. Al llegar a San Pablo, se alojan en un hotel de costo moderado, posiblemente tres estrellas. Al comentar que el abuelo vivió por esa zona, mencionan su apellido y el de la abuela. El encargado les dice que el dueño del hotel es un Sposata, como la abuela. Cuando éste llega, señala inmediatamente a Pepe –uno de los hijos más parecidos al abuelo, junto con Domingo-, y lo reconoce como hijo de Serafino. A su través conocen otros familiares que los agasajan, felices de recuperar parte de la historia familiar, debiendo prolongar su estadía, que planearon de 15 días, a cerca de tres meses. La existencia en Brasil de una rama más o menos extensa de la familia de la abuela, y quizás del abuelo, abona la versión de un barco cargado de inmigrantes italianos, aproximadamente de la misma zona, muchos parientes entre sí. También añade verosimilitud a la etapa brasilera del abuelo las historias que repiten los familiares de la abuela que lo conocieron mientras vivió allí, y su descendencia, que encuentra años después Aldo. Agrego ahora el dato que el primero en viajar al Brasil, es Domingo, el hijo nacido allí y que nunca se nacionalizó argentino. Lo hizo en 1964 durante seis meses, buscando a su orígenes. Encuentra finalmente a sus familiares en San Pablo. Rosa,, una prima dueña de un supermercado. En Curitiba encuentra un primo que comentaba era igual a su hermano Juan. Un tio, Pepe, con una fazenda en el Mato Groso. Es por sus comentarios que posteriormente, casi diez años después, viajan Pepe y Rosita, y reinician el ciclo de búsqueda y encuentro de familiares. Falta aclarar que el matrimonio tiene varios hijos, de los cuales la mayoría conservan el apellido paterno tal como es, mientras que tres hijos, Pedro, Serafín y José pasan a apellidarse Lorenzano. En Santa Rosa trabaja primeramente en los obrajes de caldén –un árbol de madera valiosa, del que existen bosques a distancia de la ciudad-. Está a cargo de un grupo grande de trabajadores cuya tarea es el desmonte del bosque, y su posterior envío como madera. En ese período, y posteriormente, llegan a Santa Rosa inmigrantes italianos provenientes de Brasil que lo buscan y encuentran trabajo al lado suyo. Lo conocí repitiendo unas estrofas que cantaba en esos tiempo, y que mi padre le oyó innumerables veces: “al otro lado du rio / se oyeno un forte canonazo / arteyero de mi vida / te han hecho pedazo”, y que él remonta a sus años de Italia. El abuelo es socialista, y cuenta mi padre que llegaban a la ciudad los peones encabezados por él, para sumarse a los actos del partido. En un período, esta agrupación !4 política gana las elecciones locales, pasando a ser gobierno. Los votos del abuelo y su gente fueron importantes en los resultados. Posteriormente, trabaja en la construcción hasta que se retira. Tiene una pequeña empresa de construcción, a la que se suma luego su hijo Domingo. Es probable que trabajaran con él otros hijos del abuelo. Los hijos de Domingo continúan la tradición familiar en la construcción. Mientras estudian para ser maestro mayor de obra, Domingo, de grande, estudia con ellos, y se recibe. Es una familia muy humilde. La madre, doña Teresa, muere siendo muy chicos los hijos, en 1916, a los 32 años de edad. Ahora un pequeño ejercicio de análisis con respecto a los datos que se poseen de la abuela. Su edad al morir, y el año de su muerte del párrafo anterior consta en la partida de casamiento de mis padres, y es coherente con la edad que figura en la partida de nacimiento de mi padre, ya que tenía en 1909, 25 años. De lo poco fiable de los documentos oficiales, y los errores que constantemente cometen los funcionario –un buen ejemplo es el cambio del apellido Laurenzano originario en Lorenzano- da cuenta la partida de nacimiento de Rosita, quien nace el 16 de enero de 1915. Allí consta que la abuela tenía 29 años; en seis años, desde 1909, año en que nace mi padre, hasta 1915, envejece sólo cuatro, de los 25 que tenía entonces, a los 29 seis años después, cuando nace Rosita. Para completar los malentendidos, y los errores de las actas, si es cierto que Rosita tenía 4 años al morir su madre, esto debió suceder en 1919, no en 1916, y tener, por consiguiente, 33 años al morir –o 35, si tenía 32 años en 1916). Mi padre, el tercero de los hijos, era muy joven cuando esto sucede, apenas 7 años (o 10, según otro cálculo). Tiene muy pocos recuerdos de ella, o quizás no quiso nunca evocarlos, por el dolor que le provocaban. Sólo relata, en una ocasión que no pudo evitarlo, el recuerdo de la imagen de su madre llorando mientras plancha, porque !5 el abuelo, que había bebido, la golpea, dejándola con la cabeza sangrante. Es la única imagen de la abuela que nos dejó, y que pudo conservar. Como otra curiosidad cronológica, sé que el abuelo muere pocos días antes de cumplir 82 años, pues así figura en su partida de defunción. Sin embargo, el dato es cuestionado por sus nietas Kuqui y Chichí, que recuerdan haber asistido a la fiesta de sus 82 años. Ambos datos son ciertos, y el equívoco se origina probablemente porque el festejo fue en una fecha anticipada. El abuelo bebía, sin que eso lo transforme en un bebedor habitual. Sabía –así me lo dijo- que llegado a un cierto punto –“cuando se calienta u pico” no podía dejar de tomar. La familia completa es: Domingo, el mayor, nacido el 13 de septiembre de 1901 Pedro, nació el 15 de noviembre de 1906 Serafín, nació el 8 de enero de 1909 Carmen, nació en 1911 José, nació el 18 de diciembre de 1910 Rosa, nació el 16 de enero de 1915 Luis, nació el 27 de julio de 1916 Vicente, nació en 1918 Juan, nació el 2 de agosto de 1920 Todos hombres y mujeres de bien, trabajadores, inteligentes, que formaron a su vez las familias en las que todos nosotros nacimos. No fue tarea sencilla que se criaran sin madre, los hermanos mayores cuidando a los menores, Carmen cuidando a los más chicos y a su hermana Rosita; forman una escalera de niños, que si se comienza a contar desde mi padre a sus siete años, crece a razón de casi un niño por año. Había mencionado la buena puntería del abuelo. En una ocasión me dijo que era capaz, en sus buenos tiempos, de quebrar con un tiro de revólver un escarbadientes clavado en un corcho a cincuenta metros de distancia. Contó que había sólo un hombre que tiraba mejor que él, y que era capaz de cortar el hilo del que pende una aguja, también a esa distancia. Me dijo que su arma cargaba solamente dos balas, con las que podía enfrentarse a un grupo numeroso, ya que si acertaba el primer tiro, no había quien quisiera adelantarse y ser blanco certero del segundo. El cumplir los setenta años, los hijos al finalizar la comida de agasajo comienzan a tirar al blanco con un revólver, poniendo balas a una cierta distancia. Casi todos yerran. El abuelo toma el revólver, la mano temblorosa por la edad, y hace saltar la bala con su tiro. Es casualidad, dice. Pongan otra. Nuevamente, la bala salta impactada. El abuelo era muy respetado por la comunidad italiana de Santa Rosa, y por la gente en general. Es posible que sus hazañas en Brasil fueran conocidas, o que además hubiera tenido actuaciones en las que exhibiera su valor y coraje personal en la misma Santa Rosa, posiblemente en el obraje, que no han llegado hasta nosotros. Sólo así se explica la siguiente anécdota. Papá cuenta que cuando era muy chico, había en Santa Rosa un matón muy famoso llamado el Toro Bravo, al que nadie se enfrentaba. Una de sus hazañas consistía !6 en apostar en las ferias a un número determinado, poniendo un billete de mayor valor envuelto en uno de valor pequeño. Si perdía, dejaba el billete pequeño; si ganaba, sacaba a relucir de su envoltura al de mayor valor, y cobraba por esa apuesta. Cuando iba a un baile, sacaba a bailar a chicas de buena familia, que no se animaban a rechazarlo, ni tampoco sus familiares. En algún momento, el Toro Bravo dijo algo acerca del abuelo, que se entera de esto, disgustándose. Va en busca del matón, encontrándolo en un boliche sentado en una mesa y bebiendo. Se enfrenta a él, interpelándolo de la siguiente manera: “Así que vos sos el famoso Toro Bravo. Que vas a ser un Toro Bravo. Sos una porquería, eso es lo que sos”. A continuación, toma el vaso de vino que estaba en la mesa, y se lo arroja a la cara. El matón no alzó la vista, quedando quieto, sin moverse. El abuelo se retira, habiendo vengado la afrenta. Mi padre, que acompañaba al abuelo en esta ocasión, recuerda el diálogo –o monólogo del abuelo- y me lo refirió más de una vez. Fue un duro trabajador, interviniendo en la construcción de muchas casas de Santa Rosa, y con un cierto éxito, pues además de criar a su numerosa familia, pudo dejar varios terrenos en herencia. Recuerdo la búsqueda casi infructuosa junto con mis padres, conducidos incansablemente por el abuelo, de un terreno comprado en Córdoba, durante un viaje que hicimos juntos, hasta llegar a un prado sin zonas delimitadas, en las que el vendedor señaló apuntando vagamente un sitio “por ahí”. La vida nunca le fue sencilla, y la crisis de los años treinta impacta en la familia, que según mi padre, consume íntegro un tonel de porotos como casi única comida. La situación comenzó a mejorar con el regreso de mi padre, su aporte a la economía familiar, y sobre todo, el ingreso de los hermanos Pedro y José como agentes del servicio penitenciario pampeano, cargos concedidos por el caudillo conservador de turno a pedido de papá. Tal como lo recuerdo, mi abuelo era de altura mediana, rostro regular y armonioso, unos ojos celestes muy expresivos enmarcados por una red de arrugas que se acentuaban al sonreír, y una nariz mediana con el clásico corte aguileño que reaparece en sus hijos, y en alguno de sus nietos. El cutis blanco, al igual que los bigotes y una conservada cabellera, le daban aires de caballero antiguo, confirmado por su silueta redondeada. Vestía de saco. Era extremadamente apegado a su familia, a la que visitaba largamente, y con la que convivía muy frecuentemente. Seguía con orgullo la historia primero de sus hijos, y luego de sus nietos. Podía emprender un viaje al solo efecto de conocer “a la novia de Goguito” en Trenque Lauquen, como efectivamente lo dijo pocos días antes de una muerte que frustra el encuentro. O pasar la noche –esa noche del tren- contándome interminables historias de sus años mozos, de sus tiempos heroicos, y dándome distintos consejos, algunos desopilantes –provenientes de él, un joven viudo reconocido gustador de mujeres - como el de que no hiciera abusos sexuales –“no más de una vez por noche, aunque sea todas las noches”-, aparentemente pensando que la cantidad de actos de las que dispone cada hombre es limitada. Era reconocido su carácter explosivo, que hacían temibles sus arranques. Existe una anécdota que lo pinta de cuerpo entero, y que muestra, además, las difíciles relaciones de un padre obligado a criar solo a hijas mujeres. Cuando Rosita llega a la edad de merecer, encandila a Torino Barancelli, un joven vecino que se hace notorio a la familia por sus frecuentes pasadas frente a la casa. El abuelo, velando por la honra de la familia, se enoja, y dice en varias oportunidades que lo va a matar. Torino, superando el !7 temor que le inspiraba la fama del abuelo, llama a la puerta y solicita hablar con él, buscando aclarar su buena disposición, y el respeto a las normas familiares. El abuelo lo hace entrar, y le pide a Juancito –un nene en esos días- que traiga una silla para la visita. Juancito, que tantas veces había oído la amenaza, pregunta con aprehensión: “¿Cuál cuchilla, la grande o la chica?”, pensando en un arma, más que en la comodidad del visitante. Pese al equívoco, Torino, enamorado profundamente, no se retira, y la pareja se formaliza. Su fuerte carácter fue heredado por varios de sus hijos, también terribles a la hora de enojarse, pero ablandados inmediatamente por sus mujeres, transformados en “leones de circo”, como les decían. Para mí siempre fue un misterio el lugar donde nació el abuelo. Intenté encontrar su partida de nacimiento desde México, y posteriormente encomendé la tarea a Pablo, que la emprende desde Berlín. Posiblemente los datos desde los que partimos fueran erróneos, como suponer que nació en Cosenza, o en alguno de sus aledaños, sin precisar cuál, o quizás el año estuviera equivocado. Sea como fuere, Pablo consigue prontamente que desde Italia le envíen las partidas de nacimiento y de casamiento de los abuelos Ferro, pero la respuesta con respecto al abuelo Laurenzano, es que no se encuentran rastros de él. Pensamos que dada su vida tan aventurera, el abuelo quiso enturbiar las aguas, despistando con respecto a sus orígenes. En diciembre de 2001, estando en Firenze por asuntos académicos, entablo amistad con el joven profesor Roberto Fidelli, quien tiene a su cargo un doctorando de Calabria. En una carta, ya en Argentina, me confirma que el lugar debe ser Caloveto, enviándome la dirección y número de teléfono de cerca de veinte Laurenzanos que viven allí, incluyendo la de un club social Laurenzano. Caloveto es una pequeña localidad blanca que corona un cerro de 600 metros, antiguo, con aproximadamente 1.800 habitantes. El paese de los Laurenzano. Quisiera llegar allí, y conocer a mis lejanos familiares, abrazarlos, y con ellos volver abrazar al abuelo, a sus orígenes, a mis orígenes. !8
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