D E L F O N D O D E C U LT U R A E C O N Ó M I C A OCTUBRE DE 2014 La historia de los libros tiene menos la apariencia de un campo que la de una selva tropical en la que el explorador apenas puede abrirse camino — RO B E RT DAR NTO N Además CONTRA LA CORRIENTE 526 Ilustración: E N C YC LO P É D I E , D E D E N I S D I D E R OT 526 3 El proverbio árabe E DI TOR I A L Libros, censura, apertura EDUARDO LANGAGNE ————————— 6 “¿Qué es la historia del libro?” Una revisión ROBERT DARNTON 11 Una biblioteca digital mundial se vuelve realidad ROBERT DARNTON 14 Adelanto de Censores trabajando ROBERT DARNTON 15 Adelanto de El diablo en el agua bendita ROBERT DARNTON 16 Robert Darnton: de revoluciones y comunicaciones H ay dos fuerzas enfrentadas en gran parte de la obra de Robert Darnton: por un lado, los mecanismos de control de la palabra impresa, multiformes y siempre severos; por el otro, la capacidad para acceder a los libros, sean los prohibidos en el Antiguo Régimen o los “huérfanos” que dormitan en cientos de bibliotecas públicas. Así, censura y apertura funcionan como dos poderosos polos en las preocupaciones de este historiador convertido recientemente en bibliotecario. Como su principal casa editora en español, el Fondo ha organizado para mediados de mes un homenaje a este autor bajo el título “De libros y sociedades”, en el que un grupo de colegas y lectores discutirán sus aportaciones e ideas en campos como la historia cultural y la del libro, así como sus batallas a favor del acceso digital, en condiciones adecuadas, al más amplio acervo posible de obras. Este número de La Gaceta es un complemento de ese acto y un modo de esparcir entre un público más amplio la voz de Robert Darnton. Arranca con un valioso ejercicio de valoración de un artículo seminal para quienes buscan comprender el pasado de lo impreso. En los años ochenta Darnton escribió “¿Qué es la historia del libro?”, donde planteó su famoso “circuito de comunicación” —un modelo simplificado de cómo puede estudiarse el ámbito libresco—, y un par de décadas después quiso revisar su propia propuesta a la luz de lo dicho por sus críticos. Publicamos aquí ese segundo artículo junto con otro en el que festeja la posibilidad de que en nuestros días exista en internet una biblioteca pública mundial (en julio de 2012, en esta revista usamos como pretexto otro artículo suyo para propiciar un debate sobre esa clase de institución en nuestro país). Dos entrevistas, una de ellas tomada de De papel, el libro de Nicholas A. Basbanes publicado por el Fondo hace apenas unas semanas, y otra del periodista chileno Patricio Tapia, así como un par de fragmentos de los libros nuevos, completan la porción de homenaje que esta Gaceta hace a Darnton. Se cierra el número con el discurso que Fernando Escalante Gonzalbo pronunció en la ceremonia en que El Colegio de Mexico concedió al Fondo su premio Daniel Cosío Villegas. Agradecemos al autor no sólo la generosidad de sus palabras sino la oportunidad de incluirlas aquí. W PATRICIO TAPIA 18 En la encrucijada NICHOLAS A. BASBANES 20 20 22 2 CAPITEL NOVEDADES Contra la corriente: elogio del Fondo de Cultura Económica José Carreño Carlón León Muñoz Santini D I R E C TO R G E N E R A L D E L F C E ARTE Y DISEÑO Tomás Granados Salinas Andrea García Flores D I R E C TO R D E L A G AC E TA F O R M AC I Ó N Javier Ledesma Ernesto Ramírez Morales J E F E D E R E DAC C I Ó N V E R S I Ó N PA R A I N T E R N E T Ricardo Nudelman, Martha Cantú, Adriana Konzevik, Susana López, Alejandra Vázquez Alma Meza C O N S E J O E D I TO R I A L Impresora y Encuadernadora Progreso, sa de cv A S I S T E N T E E D I TO R I A L IMPRESIÓN Suscríbase en www.fondodeculturaeconomica.com/editorial/laGaceta/ [email protected] www.facebook.com/LaGacetadelFCE FERNANDO ESCALANTE GONZALBO La Gaceta del Fondo de Cultura Económica es una publicación mensual editada por el Fondo de Cultura Económica, con domicilio en Carretera Picacho-Ajusco 227, Bosques del Pedregal, 14738, Tlalpan, Distrito Federal, México. Editor responsable: Tomás Granados Salinas. Certificado de licitud de título 8635 y de licitud de contenido 6080, expedidos por la Comisión Calificadora de Publicaciones y Revistas Ilustradas el 15 de julio de 1995. La Gaceta del Fondo de Cultura Económica es un nombre registrado en el Instituto Nacional del Derecho de Autor, con el número 04-2001-112210102100, el 22 de noviembre de 2001. Registro Postal, Publicación Periódica: pp09-0206. Distribuida por el propio Fondo de Cultura Económica. ISSN: 0185-3716 OCTUBRE DE 2014 F OTO G R A F Í A D E P O R TA DA : © L E Ó N M U Ñ OZ S A N T I N I OCTUBRE DE 2014 P O ES Í A Desde sus brotes primigenios, anteriores incluso a los que en 1980 le valieron ya el premio Casa de las Américas, la fronda de versos del pródigo Langagne no ha hecho sino ensancharse a fuerza de proyectar excéntricamente poemarios, como si fueran ramas. Verdad posible es la más reciente; en ella anidan y dialogan cantos tan disímiles como unos sobre Pessoa o Jimmy Page con otros más bien sapienciales, como el que aquí presentamos El proverbio árabe EDUARDO LANGAGNE Siempre vuelve el proverbio ancestral del árbol, el libro y el hijo. En un lugar vacío del desierto —Rub al-Jali su nombre—, la sentencia se hizo célebre. Ahí los dátiles crecen con los pies en el agua y la cabeza en el fuego. Los dátiles son dedos, muestran la ruta de las dudas; señalan la procesión de los camellos: ven avanzar jorobas o dunas ondulantes. La palmera solitaria sobrevive: dátiles secos a sus pies. Hacer crecer una palmera que ofrezca frutos renovados. Imaginar la palmera que rumora. Se escuchan los secretos alojados en la arena; los dispersa la estación del viento. Aquí un espejismo: Leer la vida que aún no hemos escrito. Otros podrán vivir sus páginas mientras hojean la propia. Aquí un oasis: El libro dicta los silencios y escucha los lamentos del árbol de Teneré: quejumbrosa pulpa de papel. Tener un libro: un libro. Plantar un árbol para dar sombra al hijo; tener un hijo que imagine como un libro. Escribir un libro. W OCTUBRE DE 2014 3 4 OCTUBRE DE 2014 Ilustración: E N C YC LO P É D I E D E D E N I S D I D E R OT DOSSIER DOSS I ER Abrir los libros: ésa parece la consigna con que Robert Darnton ha participado en la vida pública. Los ha abierto para conocer a los autores, a los papeleros, a los impresores, a los lectores y, lástima, también a los censores. Apertura y censura: dos polos entre los que se mueve este historiador cultural, lo mismo en la Francia prerrevolucionaria que en la era de internet OCTUBRE DE 2014 5 Fotografía: © C O R T E S Í A D E R O B E R T DA R N TO N LIBROS, CENSURA, APERTURA En su ensayo clásico de 1982, nuestro homenajeado planteó un modelo general sobre la manera en que los libros surgieron y se difundieron en la sociedad; en él veía la publicación como un circuito en el que se interrelacionan distintos actores, sujetos a la injerencia de agentes externos. Un cuarto de siglo después, en 2007, luego de numerosas discusiones y del surgimiento de incontables modelos nuevos, hizo una reevaluación de su ensayo; la ofrecemos aquí por primera vez en español A RTÍ C U LO “¿Qué es la historia del libro?” Una revisión ROBERT DARNTON 6 OCTUBRE DE 2014 LIBROS, CENSURA, APERTURA “¿QU É ES L A H I STO R I A D EL L I BR O?” U NA R EV I S I Ó N A l aceptar la invitación a revisar mi ensayo de 1982, “What Is the History of Books?”, me doy cuenta de que sólo puedo llevar a cabo esta tarea en la primera persona del singular, y por lo tanto debo disculparme por consentir ciertos detalles autobiográficos. También me gustaría hacer una aclaración: hace veinticuatro años, al proponer un modelo para el estudio de la historia del libro no era mi intención decir a los historiadores cómo debían hacer su trabajo. Tenía la esperanza de que el modelo pudiera ser útil en una forma heurística y nunca pensé en él como algo que pudiera compararse con los modelos preferidos por los economistas, del tipo en el que se presentan datos, se trabaja en ellos y se llega a una conclusión. (En mi opinión, en la historia no existen las conclusiones.) En 1982 me parecía que la historia del libro sufría de lo que los biólogos llaman fisiparidad: los expertos realizaban estudios tan especializados que comenzaban a perder contacto entre ellos. Los elementos esotéricos de la historia del libro debían integrarse en una visión general que mostrara cómo las partes podían conectarse para formar un todo, o lo que yo describí como un circuito de comunicación. Aún persiste la tendencia hacia la fragmentación y la especialización. Otra forma de hacerle frente podría ser instar a los historiadores del libro a confrontar tres interrogantes principales: • ¿Cómo surgen los libros? • ¿Cómo llegan a los lectores? • ¿Qué obtienen de ellos los lectores? No obstante, para responder estas preguntas es precisa una estrategia conceptual que reconcilie los conocimientos especializados y que conciba el campo como un todo. Cuando reflexiono acerca de mis propios intentos por esbozar una estrategia de este tipo me doy cuenta de que se trata de una reacción ante la intuición de problemas interconectados que me había sorprendido mucho antes, cuando empecé a trabajar en los archivos de una editorial por primera vez. Mirar al pasado desde el presente también funciona como un recordatorio de que mi ensayo de 1982 no hace justicia a los avances de la historia del libro producidos durante el siguiente cuarto de siglo; ha sido reimpreso y debatido lo suficiente como para hacer visibles sus deficiencias. De manera que no me propongo volverlo a escribir, pero sí me gustaría indicar cómo podría mejorar y relatar la experiencia en los archivos en los cuales se originó. Me zambullí por primera vez en los documentos de la Société Typographique de Neuchâtel (stn) en 1965, y sin saberlo de inmediato, ya estaba estudiando la historia del libro. En aquel entonces el término no existía, aunque el innovador volumen de Henri-Jean Martin y Lucien Febvre, La aparición del libro, había estado disponible desde 1958. Fui a Neuchâtel en busca de algo más: información acerca de Jacques-Pierre Brissot, el líder de los “brissotinos” o girondinos durante la Revolución francesa, quien publicó la mayor parte de sus obras antes de 1789 con la stn. Empero, cuando empecé a seguir el rastro de Brissot entre los documentos de su editor, descubrí un tema que parecía más importante que su biografía, a saber, el libro mismo y todos los hombres y mujeres que lo producían y distribuían bajo el Ancien Régime. No es que me sintiera decepcionado por las 160 cartas que Brissot intercambió con la stn. Por el contrario, éstas me proporcionaron la imagen más vívida y detallada que he encontrado hasta la fecha de las relaciones entre un autor y su editor en el siglo xviii. Con el tiempo las publiqué todas en internet. Pero el expediente de Brissot parecía pequeño en comparación con las otras 50 mil cartas en los archivos de la stn: cartas de autores, libreros, molineros, consignatarios, contrabandistas, conductores de carretas, cajistas y tipógrafos; cartas garabateadas por iletrados tales que para entenderlas había que pronunciarlas enfáticamente en una lectura en voz alta; cartas que revelaban una verdadera comedia humana detrás de los libros. El tipo más emocionante de historia en 1965 era conocido como “historia desde abajo”. Fue un intento por recuperar la experiencia de la gente común —especialmente aquella en los estratos inferiores— OCTUBRE DE 2014 y por ver el pasado desde su perspectiva. Estas personas nunca habían llegado a los libros de historia, con excepción de las “masas” sin rostro convocadas para producir revoluciones o morir de hambre en puntos selectos de la narrativa. Como estudiante de posgrado en Oxford simpatizaba con este tipo de historia, pero nunca había intentado escribirla. Los archivos de Neuchâtel abrieron la posibilidad de hacer por los hombres y mujeres desconocidos en el mundo de los libros del siglo xviii lo que E. P. Thompson, Richard Cobb, Georges Lefebvre y George Rudé habían hecho por los trabajadores, los campesinos y los sans-culottes. Incluso la historia intelectual, pensé, podría estudiarse desde abajo. Los autores de Grub Street merecían tanta consideración como los filósofos famosos. Esta perspectiva me sigue pareciendo válida, aunque también creo que el pasado debe ser estudiado desde arriba, desde los márgenes a los costados, desde todos los ángulos posibles. De esa manera, podría ser posible crear lo que los historiadores de los Annales solían llamar histoire totale. Pero hacia 1965 yo no había absorbido mucho de la historia de los Annales. Me encontré con ella por primera vez durante la década de 1960, a través del contacto con Pierre Goubert y François Furet. En 1972 me hice amigo de dos historiadores del libro relacionados con los Annales, Daniel Roche y Roger Chartier, y desde entonces he trabajado con ellos; pero eso vino después. El libro salió primero y llegué a conocerlo a En épocas anteriores la gente miraba el sustrato material de los libros, no sólo su mensaje verbal. Los lectores discutían los grados de blancura, la textura y la elasticidad del papel; empleaban un rico vocabulario estético para describir sus cualidades, tanto como lo hacen hoy en día con el vino. través de los archivos de Neuchâtel, aunque no era lo que yo había estado buscando y resultó ser muy diferente de todo lo que había esperado. Por supuesto, había visto montones de libros del siglo xviii, pero nunca los había tomado en serio como objetos; estudiaba los textos plasmados en sus páginas sin hacer preguntas sobre el propio material. Una vez que me zambullí en los archivos de la stn surgieron todo tipo de preguntas, en particular sobre el papel. Para mi sorpresa, el papel ocupaba una gran parte de la correspondencia de los editores, mucho más amplia que las fuentes de los tipos y las prensas. (A pesar de su carácter anacrónico utilizaré el término “editor”, en lugar de “librero” o libraireimprimeur.) La razón se hizo evidente cuando reconstruí los costos de producción de los libros de cuentas de la stn. El papel constituía 50 por ciento de los costos de producción de un octavo ordinario en una tirada típica de un millar de ejemplares, y 75 por ciento de los costos de la Encyclopédie. Las cartas de los propios molineros abrieron otra perspectiva. En ellas abundan las conversaciones sobre el estado del clima: “El clima se está tornando malicioso”; “Maldigo el clima”. ¿Por qué? Porque si llovía mucho el agua se enlodaba y arruinaba las “cosas” (agua mezclada con trapos viejos molidos) que conformaban el papel. Si no llovía lo suficiente la rueda hidráulica no giraría de forma adecuada. Más aún, el mal clima proporcionaba una excusa para dejar de suministrar a tiempo los lotes de papel. Resulta que los impresores a menudo encargaban lotes especiales, o “campañas”, como ellos las llamaban, cuando aceptaban trabajos importantes. Fijaban su programa de producción —y en ocasiones la contra- tación y despido de los trabajadores— de acuerdo con las fechas de entrega especificadas por los contratos con los proveedores de papel. Los contratos requerían negociaciones intensas, no sólo en relación con los tiempos, sino también en lo que se refería al precio, la calidad y el peso de las resmas. Las condiciones eran diferentes en ciudades como Lyon y París, donde se disponía de grandes cantidades de papel gracias a intermediarios especializados (marchands papetiers). Pero los impresores suizos tenían que obtener sus suministros de molineros esparcidos por todas partes en el este de Francia y el oeste de Suiza, un área vasta en la que se utilizaban tres medidas diferentes de peso y distintos tipos de moneda. Además, puesto que la moneda era cada vez más escasa, los impresores de vez en cuando tenían que pagar con barricas de vino u otras materias primas. El valor de los títulos de crédito variaba según la fiabilidad de quien los firmara y podían ser objeto de comercio a diferentes precios, o ser cobrados en su fecha de vencimiento, por lo general a través de negociaciones en las cuatro ferias anuales de Lyon. Los impresores trataban de deshacerse de títulos de crédito menores con los molineros, y ellos a su vez optaban por no incluir sus mejores trapos en las cosas destinadas a los impresores. Así, la caza de gangas en ambos lados se convirtió en amenazas de virar los negocios hacia proveedores o clientes más complacientes. Desde un molinero con dos cubas en una ladera del Macizo del Jura hasta un cambista en los tumultos de Lyon, la topografía humana era extraordinariamente compleja y proveía un amplio margen para el fraude. Los molineros a menudo estafaban al meter hojas de más en sus resmas. ¿Por qué hojas de más? Lo mismo me pregunté, pero las quejas de la stn revelaron la respuesta: al diluir sus “cosas” los molineros producían hojas de menor calidad, por lo que tenían que utilizar más de 500 hojas en sus resmas con el fin de llegar al peso acordado. Por tanto, los impresores pesaban las resmas recibidas, contaban las hojas que éstas incluían y mandaban cartas llenas de quejas y solicitudes de reembolsos. Los molineros respondían en tono de orgullo herido e indignación, o, cuando eran descubiertos, con excusas, siendo la principal el clima, pero también otras circunstancias especiales como “Mi cubero estaba borracho”. La noción del papel como un producto bajo negociación continua —los contratos para las campañas se negociaban antes de la entrega y después de ésta volvían a ser objeto de negociación— me tomó completamente por sorpresa y, hasta donde sé, nunca ha sido reconocida por los bibliógrafos e historiadores de la impresión. Esto también pesa sobre el asunto de la recepción del lector. Si usted lee los anuncios de libros en revistas del siglo xviii, le sorprenderá el énfasis en la materia prima de la literatura: “Impreso en el papel de mejor calidad de Angulema”. Esa estrategia mercadotécnica sería impensable hoy en día, cuando los lectores rara vez se dan cuenta de la calidad del papel con el que están hechos los libros. En el siglo xviii a menudo se encontraban manchas resultado del escurrimiento de un bastidor mal sujetado o trozos de falda que no habían sido adecuadamente molidas. Las observaciones en relación con el papel aparecen muy a menudo en las cartas de los libreros —e incluso de algunos lectores, aunque la stn rara vez escuchó algo de parte de clientes específicos— que me lleva a pensar que en la Europa moderna temprana existía una peculiar conciencia del papel. Ésta debe haber muerto en el siglo xix, con la llegada del papel fabricado con máquinas papeleras a partir de pulpa de madera. Sin embargo, en épocas anteriores la gente miraba el sustrato material de los libros, no sólo su mensaje verbal. Los lectores discutían los grados de blancura, la textura y la elasticidad del papel; empleaban un rico vocabulario estético para describir sus cualidades, tanto como lo hacen hoy en día con el vino. Podría hablar sin parar sobre el papel, pero lo que quiero señalar se refiere a algo distinto: la complejidad intrínseca en las actividades cotidianas de los editores. Ellos habitaban un mundo que no podemos imaginar a menos que leamos sus archivos y estudiemos su labor desde el interior. Su correspondencia los muestra sorteando las complejidades de los problemas en muchos aspectos de su oficio. No podían concentrarse exclusivamente en un problema, pues cada elemento de su trabajo repercutía en los demás, y el funcionamiento simultáneo de las partes determinaba el éxito del conjunto. La tabulación diaria o 7 LIBROS, CENSURA, APERTURA “¿QU É ES L A H I STO R I A D EL L I BR O?” U NA R EV I S I Ó N El circuito de la comunicación AUTOR E NCUADE RNADOR LECTORE S Compradores Usuarios Clubes Bibliotecas Influencias intelectuales y publicidad VE NDE DORE S DE LIBROS Mayoristas Minoristas Vendedores ambulantes Encuadernadores, etc. semanal de entradas en sus libros de contabilidad —elaborados registros a partir de los cuales pude reconstruir sus cálculos con el fin de comprender su razonamiento— les recordaba que tenían que coordinar una amplia variedad de actividades relacionadas entre sí de manera que cuando las existencias se agotaran y las cuentas fueran saldadas pudieran retener una ganancia. Su patrón de comportamiento corresponde al diagrama, tan inadecuado como éste era, que presenté en “What is the History of Books?” Para enfatizar este punto me gustaría mencionar otros aspectos de la edición que me sorprendieron cuando estudié los archivos de la stn y que, en lo que a mí concierne, no han sido asimilados en la historia del libro. Por ejemplo: Contrabando. Al mirarla a través de las cartas de los contrabandistas, la historia del libro resultó ser muy diferente de la actividad frenética que yo había imaginado. El contrabando era una de las principales industrias —en numerosos gremios, en particular en el de los textiles y el de los libros— y estaba organizado de diferentes maneras. La variedad más sofisticada era conocida por el nombre de “seguro”. Los autonombrados “aseguradores” negociaban contratos con las editoriales, garantizándoles llevar libros ilegales a entrepôts [puestos de comercio] secretos más allá de la frontera francesa, en las montañas del Macizo del Jura, por un porcentaje de su valor al por mayor. Si el envío era confiscado por un escuadrón aduanal (empleados de la Ferme Générale, una corporación externa de recaudación de impuestos y no funcionarios del Estado), la aseguradora le reembolsaría el costo total al remitente. La aseguradora empleaba equipos de campesinos para hacer el trabajo real: cargaban los libros sobre sus espaldas en paquetes de 27 kilos (o 22 kilos cuando los puertos de montaña estaban obstruidos por la nieve). Si eran capturados, podían ser marcados con las letras gal, de galérien o “galeote”, y ser enviados a remar en las galeras de la prisión de Marsella durante nueve años o más. Distribución y venta. Estas funciones tomaron muchas formas. Me impresionó de forma particular la importancia de los representantes de ventas (commis voyageurs o agentes viajeros de los editores). Yo pensaba que no existían antes del siglo xix, pero descubrí que habían tejido una intrincada red de conexiones en Francia bajo el Ancien Régime, con la que realizaban todo tipo de tareas. Vendían libros, cobraban facturas, disponían envíos e inspeccionaban todas las librerías a lo largo de sus rutas. Todas las editoriales importantes recurrieron a ellos. A menudo sus caminos se cruzaron, se hospedaron en los mismos hoteles e intercambiaron secretos comerciales durante noches aderezadas con un pichet de vino y un pichón asado. Algo de la conversación de su gremio aparece en sus cartas y diarios. Un representante de ventas de la stn pasó cinco meses a caballo, deteniéndose en casi todas las tiendas de libros en el sur y el centro de Francia. Al llegar a una tienda to- 8 E DITORIAL Conyuntura económica y social Sanciones políticas y legales FLETADORE S Agentes Contrabandistas Encargados de almacenes libres de impuestos Carreteros, etc. maría sus medidas y se haría una serie de preguntas prestablecidas en su diario: ¿Cuánto crédito se podría extender al librero? (Preguntar a los comerciantes locales.) ¿Cuál era su carácter? (“Confiabilidad”, la cualidad más deseable, significaba que se podía contar con que pagaría sus cuentas a tiempo.) ¿Era un hombre de familia? (Los solteros despertaban sospechas, pero los hombres casados no debían tener demasiados hijos, pues podían sumergirlos en deudas.) Al volver a Neuchâtel, el representante de ventas había adquirido un conocimiento incomparable de las condiciones del comercio del libro. Sus informes complementaban las cartas de recomendación de los empresarios y aliados en el gremio que cada semana llegaban a la oficina de la editorial, los cuales, tomados en conjunto, proporcionaban información crucial para el ajuste de las estrategias de ventas a la compleja topografía humana del negocio editorial. Agentes literarios. En el sentido moderno, como representantes de los autores, este tipo de agentes no existía. En el siglo xviii los autores por lo general recibían un pago en efectivo por su manuscrito o un determinado número de ejemplares impresos, si es que recibían algo. No existían las regalías ni los derechos de traducción. Sin embargo, todos los editores importantes en lengua francesa ubicados fuera de París necesitaban un representante que cuidara de sus intereses en el corazón de la industria editorial. Los agentes parisienses escribían informes periódicos acerca del estado de la industria editorial, las condiciones políticas, la reputación de los autores y los últimos libros que estaban creando alboroto entre los infiltrados profesionales. En algunos casos los informes constituyen un comentario sobre la vida literaria y pueden leerse como fuentes para el desarrollo de una sociología histórica de la literatura. Piratería. Francia estaba llena de editoriales que pirateaban todo lo que se vendía bien dentro de sus fronteras. Aunque no puedo probarlo, me parece que más de la mitad de los libros que circularon en la Francia prerrevolucionaria —obras de ficción y de no ficción, pero no manuales profesionales, tratados religiosos ni pliegos de cordel— fueron pirateados. Sin embargo, la piratería difería sustancialmente de lo que es hoy. El concepto moderno de copyright no se ajustaba a las condiciones de publicación en los inicios de la era moderna, excepto en Gran Bretaña después de la ley de copyright de 1710. Fuera de ahí, los “derechos para copiar” eran determinados mediante privilegios y se extendían sólo dentro de la jurisdicción del soberano que los emitía. A los ojos de los franceses los editores holandeses y suizos parecían piratas, pero en casa se les consideraba respetables hombres de negocios. Llevaban a cabo estudios de mercado, calculaban riesgos y beneficios con experiencia profesional y en ocasiones formaban alianzas, que sellaban con tratados, con el fin de vencer a los competidores en el mercado, a tiempo que compartían costos y riesgos. Encontré varios contratos PROVE E DORE S Papel Tinta Tipos Mano de obra IMPRESORES Tipógrafos Prensistas Bodegueros Árboles Ovejas Papiro entre las sociétés typographiques de Lausana, Berna y Neuchâtel, celebrados después de intensas negociaciones que obligaban a cada editor a imprimir una parte de los libros y proporcionar una cantidad correspondiente de la inversión de capital. Tales empresas conjuntas nos obligan a reconsiderar la rentabilidad de la edición moderna temprana y reevaluar la naturaleza de la piratería en sí misma, pues rara vez se pretendía que los libros piratas fueran copias exactas de los originales: impresos en papel relativamente barato, despojados de sus ilustraciones, abreviados y adaptados sin preocuparse por la integridad del texto, estaban destinados a los sectores más amplios y más pobres del público lector. Intercambios. Las alianzas editoriales también tomaron la forma de acuerdos para intercambiar libros. Después de imprimir una edición de mil ejemplares, un editor a menudo intercambiaba cien o más de ellos con editoriales aliadas a cambio de un número equivalente de folios que él mismo seleccionaba de entre sus existencias. De este modo podía maximizar la variedad de obras disponibles en su reserva general (livres d’assortiment) y reducir al mínimo los riesgos involucrados en la difusión de sus productos principales (livres de fond). No obstante, los intercambios involucraban cálculos complejos que comprendían la calidad del papel, la densidad de la tipografía y estimaciones de demanda. La destreza en el terreno de los intercambios podía determinar el éxito de un editor. Demanda. Debido a la prevalencia del intercambio, los editores eran propensos a convertirse en mayoristas. Algunos grupos de editoriales aliadas tenían catálogos similares y todos se abalanzaban al mercado con ediciones piratas cuando se corría la voz de un best seller potencial. A diferencia de los “éxitos de ventas” de hoy —enormes ediciones publicadas por una sola compañía— los best sellers en el siglo xviii eran producidos simultáneamente por muchas editoriales en ediciones pequeñas. Un editor que llegaba tarde al mercado o que calculaba mal la demanda de un libro común “de mediano éxito” podía sufrir fuertes pérdidas. Así, los productores tomaban medidas elaboradas para sondear el mercado mediante sus representantes de ventas, sus agentes en París y, por encima de todo, su correspondencia comercial. Al construir una red de clientes fiables e inteligentes entre los libreros, un editor recibía asesoramiento constante a través de una corriente diaria de cartas de parte de mayoristas y minoristas dispersos en una amplia zona, y a veces en toda Europa. Estar al tanto de la llegada de las cartas, día a día y pueblo por pueblo, es observar el ir y venir de las exigencias literarias. Políticas. Sin embargo, la demanda no podía atenderse libremente porque todo tipo de obstáculos políticos obstruían el camino. Un editor situado al otro lado de la frontera francesa tenía que mantenerse in- OCTUBRE DE 2014 LIBROS, CENSURA, APERTURA “¿QU É ES L A H I STO R I A D EL L I BR O?” U NA R EV I S I Ó N La coyuntura socioeconómica completa INFLUE NCIA S POLÍTICA S , LEGALE S Y RE LIG IOSA S INFLUE NCIA S INTE LECTUALE S Publicación Producción Supervivencia Recepción Distribución COMPORTAMIE NTO Y GUSTO SOCIAL formado sobre los cambios dentro de la Direction de la librairie y entre la policía y los inspectores de la industria del libro en las ciudades de provincia; las condiciones variaban enormemente de un lugar a otro y año con año. Las reglas del juego cambiaban sustancialmente a nivel nacional durante periodos críticos, como durante las presiones para influir en los nuevos règlements de la librairie en 1777. Las disposiciones de los decretos de 1777 pueden estudiarse fácilmente a partir de sus textos impresos, pero es sólo al leer la correspondencia de los libreros que podemos medir sus efectos. Me sorprendió descubrir que los edictos no transformaban las condiciones del comercio y que eran mucho menos eficaces que una orden desconocida, emitida por el ministro de Relaciones Exteriores a los funcionarios de aduanas el 12 de junio de 1783. La orden exigía que todos los envíos de proveedores extranjeros, cualquiera que fuera su destino, pasaran por París y fueran inspeccionados por los oficiales del gremio de libreros parisinos y luego por el duro inspector parisino de la industria del libro. Por tanto, un cargamento que saliera de Ginebra hacia Lyon tenía que dar un desastroso rodeo a París. De un plumazo, esta medida echó por tierra la mayor parte del comercio entre los libreros provinciales y los editores extranjeros. Las cartas de los distribuidores provinciales demuestran que lo anterior produjo una crisis que duró hasta la Revolución, pero los historiadores de la industria del libro nunca lo notaron porque limitaban su investigación a los documentos impresos y a las fuentes administrativas. Podría citar muchos más ejemplos de las sorpresas con las que me encontré mientras trabajaba en los archivos de la stn, y luego al comparar los resultados con el material disponible en las principales fuentes de París: la Colección Anisson-Duperron, los documentos de la Chambre syndicale de la Communauté des libraires et des imprimeurs de Paris, y los archivos de la Bastilla. Lo que más me impresionó fue que un editor tuviera que hacer malabarismos con varias pelotas mientras el piso bajo sus pies también se movía. Podía estar negociando los términos para nuevas campañas de papel, reclutando obreros para su imprenta, finiquitando un contrato con una compañía de seguros en la frontera francesa, lanzando órdenes a un representante de ventas en lo más profundo de Francia, modificando su visión del mercado de acuerdo con la información de su agente en París, haciendo planes para piratear prometedoras obras nuevas, organizando intercambios con media docena de editoriales aliadas, ajustando su inventario conforme al asesoramiento recibido de docenas de minoristas, y recortando su estrategia de negocios para satisfacer los caprichos de la política, no sólo en Versalles, sino en otras partes de Europa, todo al mismo tiempo. También debía tomar en cuenta muchos otros factores, como la posibilidad de adquirir manuscritos originales de manos de los propios autores (una empresa peligrosa, pues en ocasiones vendían varias veces el mismo trabajo bajo diferentes títulos a dos o tres editores), la disponibili- OCTUBRE DE 2014 PRE SIÓN COME RCIAL dad de moneda en las ferias cuatrienales de Lyon, las fechas de vencimiento de los títulos de crédito, las tasas cambiantes de los peajes por el Rin y el Ródano, e incluso la fecha en que era probable que el Báltico volviera a congelarse, lo que lo obligaría a enviar por tierra sus cargamentos a San Petersburgo y Moscú. Era justamente su habilidad para dominar la interrelación de todos estos elementos lo que hacía la diferencia entre el éxito y el fracaso. Por lo tanto, cuando traté de imaginar el sistema como un todo, traté, también, de resaltar sus interconexiones, no sólo desde el punto de vista de la editorial, sino también desde la forma en que afectaban el comportamiento de cada elemento en el sistema. Mi esquema apenas hizo justicia a las complejidades, pero puso de manifiesto la forma en que las partes estaban vinculadas; considero que transmite algo de la naturaleza de la historia del libro como la experimentaron los hombres (y también muchas mujeres, como la veuve Desaint en París, la señora La Noue en Versalles, la veuve Charmet en Besanzón) que la hicieron posible. *** Aquellas impresiones, registradas por primera vez en 1965, determinaron el carácter del modelo que yo desarrollaría en 1982. A partir de entonces, de vez en cuando recibo un ejemplar de otro modelo que alguien ha propuesto para sustituir el mío. La pila de diagramas ha alcanzado una altura impresionante, lo que sin duda es bueno, pues ayuda sobremanera a los investigadores en la producción de cuadros esquemáticos sobre su tema. En lugar de repasarlos todos, me gustaría hablar de uno de los mejores, un modelo propuesto por Thomas R. Adams y Nicholas Barker en “A New Model for the Study of the Book”, publicado en un volumen editado por Nicholas Barker: A Potencie of Life: Books in Society (Londres, 1993). Adams y Barker basan su análisis en lo que llaman un “documento bibliográfico”, en lugar de un libro. Este enfoque deja espacio para impresos efímeros, una consideración importante, pues las imprentas dependían en gran medida de pequeños trabajos y comisiones especiales. Sin embargo, en la práctica Adams y Barker se concentran en los libros y su propuesta para ampliar el alcance de mi diagrama lo vuelve más adaptable a las condiciones que prevalecieron después de las primeras décadas del siglo xix. Aunque pensé que mi diagrama podría ser modificado para adaptarse a periodos posteriores (nunca pretendí que se aplicara a los libros anteriores a Gutenberg), en especial tenía en mente la publicación y el comercio de libros durante el periodo de estabilidad tecnológica que se extendió desde 1500 hasta 1800, y de ahí mi decisión de hacer hincapié en el papel de los encuadernadores, que eran especialmente importantes en una época en que los editores solían vender sus libros en hojas sueltas o en juegos hilvanados pero no cosidos. En lugar de las seis etapas de mi diagrama, Adams y Baker distinguen cinco “eventos”: publicación, pro- ducción, distribución, recepción y supervivencia. Al hacerlo, desplazan la atención de las personas que hacen, distribuyen y leen los libros al libro mismo y a los procesos que atraviesa en las diferentes etapas de su ciclo de vida. Ellos ven mi énfasis en las personas como un síntoma de mi enfoque general, un enfoque que se deriva de la historia social y no de la bibliografía y que está orientado hacia la historia de la comunicación en lugar de hacia la historia de las bibliotecas, donde a menudo los libros encuentran su último lugar de descanso. Sus puntos me parecen válidos. No obstante, me es imposible desarrollar entusiasmo por un tipo de historia que haya sido despojada de los seres humanos y es por ello que, para entender la historia del libro, aún insisto en la importancia de estudiar las actividades de la gente relacionada con el ámbito. Al examinar los puntos más sutiles en el argumento de Adams y Baker me doy cuenta de que ellos hacen lo mismo. Por ejemplo, tienen la intención de que el primer cuadro en su diagrama represente la decisión de publicar, una decisión que, si bien es tomada por la gente, determina la creación del libro como objeto físico. Al mismo tiempo, minimizan el papel de los autores. Yo enfaticé la autoría en el primero de mis cuadros con la intención de abrir la historia del libro a lo que Pierre Bourdieu describió como el “campo literario” (champ littéraire), esto es, un conjunto de relaciones determinadas por líneas de fuerza, y regidas por las reglas del juego aceptadas por los jugadores. El último cuadro en el diagrama Adams-Baker, “supervivencia”, representa una mejora significativa a mi propio diagrama. Yo había dejado espacio a las bibliotecas, pero no tuve en cuenta la reelaboración de los textos a través de nuevas ediciones, traducciones y los contextos cambiantes tanto de la lectura como de la literatura en general. Adams y Baker logran dejar clara su idea al citar el ejemplo de El progreso del peregrino, que apareció por primera vez como un pliego de cordel, más tarde se publicó en ediciones de lujo, y finalmente tomó su lugar en el canon de los clásicos como un libro en rústica de bajo costo leído por estudiantes de todo el mundo. El estudio de Peter Burke de El cortesano, de Castiglione, es un ejemplo más de una excelente historia del libro que es difícil acomodar en mi diagrama. Puesto que traté de imaginar las etapas interrelacionadas en el ciclo de vida de una edición, no hice justicia a fenómenos como la preservación y evolución de los libros en la historia a largo plazo. Sin embargo, me pregunto si un diagrama de flujo puede capturar las metamorfosis de los textos a medida que pasan a través de ediciones sucesivas, traducciones, abreviaciones y compilaciones. Al concentrarse en una sola edición, mi esquema al menos tenía la ventaja de rastrear los pasos de un proceso concreto, uno que conectaba a los autores con los lectores a través de una serie de etapas claramente vinculadas. Por último, en la historia del libro debo reconocer la existencia de campos que desafían la urgencia de dibujar diagramas. Islandia contaba ya con una im- 9 LIBROS, CENSURA, APERTURA “¿QU É ES L A H I STO R I A D EL L I BR O?” U NA R EV I S I Ó N prenta cerca de un siglo antes de que los Padres Peregrinos desembarcaran en Plymouth Rock; sin embargo, no imprimía más que liturgias y otras obras eclesiásticas requeridas por los obispos en Skálholt y Hólar. La impresión secular no comenzó sino hasta 1773, e incluso entonces se limitaba a un pequeño taller en Hrappsey. (Recurro aquí al trabajo de historiadores del libro islandeses como Sigurður Gylfi Magnússon y David Olafsson.) Islandia nunca tuvo librerías entre el siglo xvi y mediados del xix; tampoco tuvo escuelas. Sin embargo, hacia finales del siglo xviii la población había sido alfabetizada casi por completo. Las familias en granjas dispersas sobre un área enorme enseñaban a leer a sus propios hijos —los islandeses leen mucho, especialmente durante los largos meses de invierno—. Además de las obras religiosas, su material de lectura consistía principalmente en las sagas nórdicas, copiadas y vueltas a copiar durante muchas generaciones en miles de libros manuscritos que hoy forman las principales colecciones de archivos de Islandia. Por lo tanto, Islandia es ejemplo de una sociedad que contradice mi diagrama. Por tres siglos y medio tuvo una población altamente alfabetizada afecta a la lectura de libros, sin embargo, prácticamente no tenía imprentas, librerías, bibliotecas, ni escuelas. ¿Una anomalía? Tal vez, pero la experiencia de los islandeses puede decirnos algo acerca de la naturaleza de la cultura literaria en toda Escandinavia, e incluso en otras partes del mundo, especialmente en zonas rurales remotas donde las culturas orales y escribas se reforzaban entre sí más allá del alcance de la palabra impresa. El ejemplo de Islandia sugiere la importancia de aventurarse fuera de la ruta marcada que conecta grandes centros como Leipzig, París, Ámsterdam, Londres, Filadelfia y Nueva York. Y sin importar lo que pensemos de los islandeses, hay que admitir que los diagramas no tienen otro propósito que el de afinar la comprensión de las relaciones complejas. Puede ser que exista un límite para la utilidad de un debate sobre la forma de colocar cajas en diferentes posiciones, colocarles las etiquetas apropiadas y acomodarlas con las flechas apuntando en una dirección u otra. Cuando reflexiono sobre cómo podría haber mejorado mi ensayo, pienso menos en mi diagrama que en la necesidad de tener en cuenta los impresionantes avances logrados en la historia del libro desde 1982. En lugar de intentar estudiarlos todos, me gustaría concentrarme en cuatro e indicar cómo han influido en mi propia investigación. En primer lugar, debo mencionar la reorientación de la bibliografía forjada por D. F. McKenzie, un amigo que me enseñó mucho, no sólo a través de sus escritos, sino también mediante nuestra colaboración en un seminario en Oxford. McKenzie no rechazó las técnicas de análisis bibliográfico desarrolladas hace un siglo por Greg, McKerrow y otros maestros de la disciplina, sino que las usó para abrir un nuevo campo de investigación, al que llamó la sociología de los textos. “Sociología” sonaba como una declaración de guerra para algunos de los bibliógrafos que habían escuchado o leído las conferencias Panizzi, impartidas por McKenzie en 1985. Sin embargo, él lo empleó en un esfuerzo por extender el riguroso análisis bibliográfico a las preguntas sobre las formas en las que los textos resuenan a través del orden social y de las épocas. En uno de sus estudios más influyentes, mostró cómo el carácter de las obras de Congreve se había transformado: de incompleto y concupiscente de la edición en cuarto de finales del siglo xvii, a clásico señorial en la edición en octavo de 1710. Aunque en esencia los textos habían permanecido iguales, su significado había sido modificado por el diseño de las páginas, las nuevas formas de presentar las escenas y la articulación tipográfica de todas las partes. John Barnard ha incorporado la interpretación de McKenzie en un amplio recuento de la emergencia de un canon literario a través de las ediciones de Shakespeare, Dryden, Congreve y Pope. El libro, en toda su materialidad, aparece por lo tanto como un elemento crucial en el desarrollo de la cultura literaria de la Inglaterra augusta y, más allá de la literatura, como un ingrediente en la sociedad de consumo y el ethos de la cortesía que caracterizaba la vida de la clase media en la Gran Bretaña del siglo xviii. En una serie similar de estudios, Peter Blayney ha ampliado la bibliografía a la historia sociocultural de la Inglaterra isabelina. Si tuviera que volver a escribir mi ensayo, trataría de hacer justicia a esta rica variedad de erudición. 10 Una segunda variante que me gustaría destacar por lo general es conocida con el nombre de paratextualidad. Ésta ha mantenido ocupados a los bibliógrafos por generaciones y, más recientemente, ha llamado la atención de los teóricos de la literatura, al mismo tiempo que se ha vuelto cada vez más importante en el estudio textual concreto. Después de vagar a través de este tipo de literatura, descubrí que prestaba mucha más atención a la forma en que las portadillas, los frontispicios, los prólogos, las notas al pie, las ilustraciones y los apéndices funcionaban en la mente del lector. En los libros del siglo xviii aparecen notas burlescas por todas partes. Una de mis favoritas dice simplemente: “La mitad de este artículo es verdad”. Corresponde al lector descubrir a qué mitad se refiere. Recursos como ése invitan al lector a jugar un juego, resolver un rompecabezas o descifrar un acertijo. He quedado fascinado con las romans à clef, un género muy popular en el siglo xviii. Para darles sentido es necesario leer en dos niveles, yendo y viniendo entre la narrativa, que puede ser perfectamente banal, y la clave, que hace que la historia cobre vida a través de “aplicaciones” (un término fundamental para la policía parisina) en la actualidad política o asuntos sociales. La historia de la lectura ahora parece mucho más compleja de lo que yo había imaginado en un principio. De los muchos tipos de lectura que se desarrollaron en la Europa moderna, uno que a mi parecer merece atención especial es la lectura como un juego. Podemos encontrarla en todas partes: en libelos, novelas y reseñas literarias, las cuales constantemente invitan al lector a penetrar en los secretos ocultos entre líneas o detrás del texto. El concepto de intertextualidad alberga otro elemento importante para comprender la forma en que los libros se relacionan con el mundo que los rodea. En términos tan abstractos estas palabras pueden sonar excesivamente pretenciosas, no obstante tanto la paratextualidad como la intertextualidad comunican una preocupación común por la forma en que elementos al parecer ajenos —ya sean internos, como la tipografía, o externos, como préstamos de otros textos— dan forma al significado de un libro. Los historiadores del pensamiento político han estudiado durante mucho tiempo los tratados de Maquiavelo, Hobbes y Locke como parte de un debate vigente señalado por otros tratados. Cada obra, según lo ven ellos, pertenece a un discurso colectivo y no puede entenderse de manera aislada. Al estudiar los libelos del siglo xviii no dejé de encontrarme con pasajes que pensaba que había leído en alguna otra parte, y cuando localizaba sus fuentes me sorprendía al ver esparcidas en libros, folletos y chroniques scandaleuses periodísticas las mismas anécdotas relatadas con casi las mismas palabras. ¿Se trataba de un caso de plagio colectivo? La palabra ya existía hace dos siglos, pero plagio difícilmente describe la práctica de los escritores que garabateaban en Grub Street. Aquellos autores tomaban pasajes de las obras de los demás, añadían material recogido en cafés y teatros, lo agitaban bien y servían el resultado como algo nuevo. Best sellers como La Vie privée de Louis XV y Anecdotes sur Madame la comtesse du Barry contienen las mismas anécdotas extraídas de una gran variedad de fuentes iguales. En los siglos xvii y xviii, a diferencia de hoy, anécdota significaba “historia secreta”. El término, proveniente de Procopio de Cesarea y otros escritores de la antigua Grecia y Roma, hacía referencia a los incidentes ocultos de la vida privada de personas públicas, cosas que realmente habían sucedido, aunque podrían haber sido distorsionadas en la narración, y que, por tanto, ponían de manifiesto las insuficiencias en las versiones oficiales de los acontecimientos. Las anécdotas conformaban los elementos básicos en todo tipo de publicaciones clandestinas y podían ser inventadas en un sinfín de combinaciones. He llegado a pensar en los libros difamatorios como subproductos creados a partir de fragmentos preexistentes de información disponibles para cualquier escritor de poca monta necesitado de ganar algo de dinero, lo mismo que para cualquier agente político con miras al asesinato de alguna reputación. Los libelos eran improvisados a partir de material esparcido en los sistemas de información del Ancien Régime. Para entenderlos es crucial estudiar el sistema en sí, es decir, concentrarse en las combinaciones intertextuales más que en el libro como una unidad autosuficiente. Por último, me gustaría hacer hincapié en la importancia de la historia comparada. A menudo se predica más de lo que se practica, pero algunos historiadores —Roger Chartier y Peter Burke, por ejemplo— han demostrado el valor de seguir las huellas de los libros a través de las fronteras lingüísticas y políticas. En mi propia investigación, desde 1982 he tratado de comparar la censura tal como se practicó en tres regímenes autoritarios durante tres siglos: en la Francia borbónica, la India colonial y la Alemania Oriental comunista. Las comparaciones demuestran que la censura no era una cosa en sí que pudiera ser monitoreada como una partícula radiactiva en una corriente de sangre, sino más bien un componente en los sistemas sociopolíticos, cada uno de los cuales operaba de acuerdo con sus propios principios característicos. Un macroanálisis de la edición y el comercio de libros en toda la Europa del siglo xviii podría arrojar resultados más reveladores. Alemania e Italia se prestan a la comparación, pues ambas estaban fragmentadas en pequeñas unidades políticas, mientras que una literatura nacional inundaba un mercado único a gran escala. La oposición entre Fráncfort y Leipzig llevó a la modernización del comercio en Alemania; esto implicó el cambio de un sistema dominado por el intercambio de libros (Tauschhandel, favorecido en Fráncfort) a uno estimulado por los pagos en efectivo (Barhandel, practicado cada vez más en Leipzig), y dio como resultado la victoria de los editores en Leipzig y Berlín, que pagaban adelantos significativos a los autores importantes, en particular a Goethe. Quizá Milán comenzó a eclipsar a Venecia de la misma manera. La Ilustración italiana sin duda se extendió a partir de fortalezas ubicadas en el norte, al igual que los filósofos se reunieron en torno a Il Caff è, en Milán. Francia e Inglaterra ofrecen posibilidades de análisis comparativo incluso más fructíferas. La Stationers Company monopolizó el comercio en Londres de una manera similar a como lo hizo la Communauté des Libraires et desImprimeurs en París; cada oligarquía sofocaba la publicación en las provincias, y en cada caso las provincias tomaban venganza al formar alianzas con proveedores extranjeros. Edimburgo, Glasgow y Dublín inundaron Inglaterra con ediciones piratas económicas, al igual que Ámsterdam, Bruselas y Ginebra conquistaron el mercado en Francia. Por supuesto que las condiciones políticas eran diferentes: los ingleses disfrutaban de algo cercano a la libertad de prensa, a pesar del efecto represivo de la acción penal por difamación sediciosa; mientras que la censura previa a la publicación y la policía del libro inhibieron el comercio francés, a pesar de la apertura de vacíos legales como los permissions tacites (permiso para publicar libros sin la aprobación oficial de un censor). ¿Acaso las condiciones económicas fueron más importantes que las reglas formales impuestas por las autoridades políticas? Me inclino a pensar que sí. Además, las reglas del juego comenzaron a cambiar al mismo tiempo en ambos países. El caso de Donaldson contra Beckett en 1774 liberó el mercado inglés de una manera similar a la de los decretos franceses sobre el comercio de libros de 1777. Las incursiones de piratas austriacos en el mercado alemán podrían ser comparadas con los ataques de extranjeros escoceses e irlandeses al comercio de Inglaterra, y de holandeses y suizos al de Francia. Mediante la combinación de este tipo de comparaciones con un estudio de la evolución del copyright en toda Europa podría ser posible desarrollar una visión general de las tendencias en la historia del libro a gran escala. Otros historiadores del libro podrían proponer otras agendas para la investigación futura. Los presentes comentarios son necesariamente idiosincráticos y egocéntricos, pues ésa era la naturaleza de la tarea: reevaluar un artículo que escribí en 1982. Por necesidad este ejercicio me ha llevado de nuevo a 1965; no obstante, espero que también pueda ayudar a centrar la atención en las oportunidades que se presentarán después de 2007. W Traducción de Dennis Peña. Artículo de libre acceso en el repositorio DASH de la Universidad de Harvard. OCTUBRE DE 2014 Ilustración: E N C YC LO P É D I E , D E D . D I D E R OT A RTÍ C U LO Una biblioteca digital mundial se vuelve realidad ROBERT DARNTON Abrir los libros, sí, pero ante todo abrir las bibliotecas. Hasta hace pocos años, por ejemplo, el acceso al conocimiento que resguarda la de Harvard estaba limitado a su comunidad universitaria y unos pocos investigadores externos. Ahora es parte de la DPLA, es decir que está abierta para todo el mundo, lo mismo que Europeana y un número creciente de iniciativas interconectadas. Ése es el tipo de apertura que impulsa nuestro bibliotecario: una Alejandría virtual accesible para todos —y a prueba de incendios OCTUBRE DE 2014 11 LIBROS, CENSURA, APERTURA UNA BIBLIOTECA DIGITAL MUNDIAL SE VUELVE REALIDAD A lgo ha comenzado a perderse en la lucha por ganar participación en el mercado del ciberespacio: el interés público. Las bibliotecas y los laboratorios —nodos cruciales de la World Wide Web— van cediendo ante la presión económica; la información que difunden se está desviando de la esfera pública, donde puede ser más útil. No es que la información llegue libre o “quiera ser libre”, como los entusiastas de internet proclamaron hace 20 años.1 La información llega filtrada por tecnologías costosas y es financiada por corporaciones poderosas. Nadie puede ignorar las realidades económicas que subyacen a la nueva era de la información, pero ¿quién discutiría que hemos llegado a un equilibrio adecuado entre la comercialización y la democratización? Considere el costo de las revistas científicas, la mayoría publicadas exclusivamente en línea. Su precio ha aumentado el equivalente a cuatro veces la tasa de inflación desde 1986. Actualmente el precio promedio de una suscripción anual a una revista de química es de 4 044 dólares. En 1970 era de 33 dólares. En 2012 una suscripción al Journal of Comparative Neurology costaba 30 860 dólares, el equivalente a seiscientas monografías. Tres enormes editoriales —Reed Elsevier, Wiley-Blackwell y Springer— publican 42% de todos los artículos académicos y obtienen de ellos ganancias gigantescas. En 2013 Elsevier obtuvo una ganancia de 39% a partir de un ingreso de 2.1 mil millones de libras esterlinas proveniente de sus revistas científicas, técnicas y médicas. En todo el país las bibliotecas de investigación están cancelando sus suscripciones a revistas académicas, pues se encuentran atrapadas entre la disminución de los presupuestos y el aumento de los costos. La lógica de la conclusión es ineludible; sin embargo, hay una lógica superior que merece consideración, a saber, que el público debe tener acceso al conocimiento producido con fondos públicos. En 2008 el Congreso actuó sobre ese principio cuando solicitó que los artículos basados en subvenciones de los National Institutes of Health (nih) fueran ofrecidos, de forma gratuita, en un repositorio de acceso abierto: PubMed Central. No obstante, los cabilderos bloquearon esa solicitud al lograr que los nih aceptaran un embargo de doce meses, lo que impediría el acceso del público durante el tiempo suficiente como para que las editoriales se beneficiaran de la demanda inmediata. No contentos con esa victoria, los cabilderos trataron de abolir el mandato de los nih a través de la llamada Research Works Act, un proyecto de ley presentado en el Congreso en noviembre de 2011 y promovido por Elsevier. El proyecto fue retirado dos meses más tarde, después de una ola de protestas públicas, pero los grupos de presión siguen ocupados tratando de bloquear la Fair Access to Science and Technology Research Act (fastr), que daría al público acceso gratuito a toda la investigación, tanto información como resultados, financiada por agencias federales con presupuestos de investigación de 100 millones de dólares o más. La fastr es la sucesora de la Federal Research Public Access Act (frpaa), el proyecto de ley que quedó guardado en el Congreso después de ser presentado en tres sesiones anteriores. Sin embargo, las disposiciones básicas de ambos proyectos de ley fueron aprobadas por una directiva enviada por la Office of Science and Technology Policy, de la Casa Blanca, el 22 de febrero de 2013, y están por entrar en vigor a finales de este año. En principio, por tanto, los resultados de las investigaciones financiadas por los contribuyentes estarán a su disposición, por lo menos en el corto plazo. ¿Cuál es la perspectiva a largo plazo? Nadie lo sabe, pero hay señales de esperanza. La lucha por las revistas académicas no debe desestimarse como una “cuestión académica”, pues mucho está en juego. El acceso a la investigación pone en marcha grandes sectores de la economía, y mientras más libre y más rápido sea, su efecto se volverá 1 Como ejemplo de idealismo temprano en internet, véase John Perry Barlow, “A Declaration of the Independence of Cyberspace”, proclamada en Davos, Suiza, el 8 de febrero de 1996, disponible en eff.org, el sitio de Electronic Frontier Foundation. 12 más potente. El desarrollo del Proyecto Genoma Humano costó 3.8 miles de millones de dólares provenientes de fondos federales, y gracias a la libre accesibilidad de los resultados, ha producido ya 796 miles de millones de dólares en aplicaciones comerciales. Linux, el sistema de software libre de código abierto, ha producido ingresos por miles de millones de dólares para muchas empresas, entre ellas Google. Menos espectacular, aunque más extendido, es el efecto multiplicador de la información gratuita en las pequeñas y medianas empresas que no pueden permitirse el lujo de pagar por información acumulada detrás de las murallas de las suscripciones. Un retraso de un año en el acceso a investigación y datos puede resultar prohibitivamente caro para ellos. De acuerdo con un estudio realizado en 2006 por John Houghton, especialista en economía de la información, un aumento de 5% en la accesibilidad de la investigación habría producido un aumento de la productividad valorado en 16 mil millones de dólares. Sin embargo, la accesibilidad puede disminuir porque el precio de las revistas ha aumentado de manera tan desastrosa que las bibliotecas —y también los hospitales, los laboratorios de pequeña escala y las empresas basadas en la información— están cancelando sus suscripciones. Las editoriales responden cobrando aún más a las instituciones con presupuestos lo suficientemente fuertes como para soportar el peso adicional, sin embargo, el sistema se está desmoronando. En 2010, cuando el Nature Publishing Group comunicó a la Universidad de California que aumentaría en 400% el precio de sus 67 revistas, las bibliotecas se mantuvieron firmes y el profesorado, que había contribuido con 5 300 artículos para esas revistas durante los seis años anteriores, comenzó a organizar un boicot. Al final las bibliotecas y la editorial llegaron a un acuerdo, pero los aumentos incesantes continuaron generando protestas en los Estados Unidos y en Europa. En Francia, la Universidad Pierre et Marie Curie recientemente canceló su suscripción a Science, cuando se enfrentó a un aumento de 100%, y la Universidad de París V no renovó sus suscripciones a tres mil revistas. En Harvard, donde las suscripciones a revistas electrónicas cuestan 9.9 millones de dólares al año, el Consejo Asesor de la Facultad en la Biblioteca aprobó una resolución en la que declaró los aumentos de precios como insostenibles. En el largo plazo, las revistas sólo pueden mantenerse mediante la transformación de la base económica de las publicaciones académicas. El sistema actual se desarrolló como un componente de la profesionalización de las disciplinas académicas en el siglo xix, y sirvió bien al interés público durante la mayor parte del siglo xx; sin embargo, en la era del internet se ha vuelto disfuncional. En campos como la física, gran parte de la investigación circula en línea a través de intercambios previos a la publicación, y los artículos se forman con sofisticados programas que producen textos listos para el papel. Los costos son lo suficientemente bajos como para que el acceso a ellos sea libre, como lo demuestra el éxito de arXiv, un repositorio de artículos de física, matemáticas, informática, biología cuantitativa, finanzas cuantitativas y estadística. (Los artículos no se someten a revisión por pares a gran escala a menos que, como sucede a menudo, posteriormente sean publicados por revistas convencionales.) Todo el sistema a través del cual se transmite la investigación podría volverse menos costoso y más benéfico para el público mediante un proceso conocido como “inversión” [flipping]. En lugar de subsistir a través de suscripciones, una revista bajo este sistema cubre sus costos mediante el cobro de tarifas de procesamiento previas a la publicación y posteriormente ofrece sus artículos de forma gratuita, como publicaciones de “acceso abierto”. Esto es algo que podría sonar extraño para muchos autores académicos. ¿Por qué —podrían preguntarse— deberíamos pagar por ser publicados? Sin embargo, es probable que no entiendan las disfunciones del sistema actual, en el que suministran la investigación, el texto y el arbitraje de forma gratuita a las revistas de suscripción y luego vuelven a comprar el producto de su trabajo —no personalmente, por supuesto, sino a través de sus bibliotecas— a un precio exorbitante. El público paga dos veces: primero como contribuyentes que subsidian la investigación, luego como contribuyentes o al pagar colegiaturas que apoyan a las bibliotecas universitarias, públicas o privadas. Un sistema inverso beneficia directamente al público mediante la creación de revistas de acceso abierto. Cualquier persona puede consultar en línea la investigación de forma gratuita y las bibliotecas se libran de los crecientes costos por suscripciones. Por supuesto, los gastos de publicación no se evaporan de forma milagrosa, pero sí se reducen considerablemente, sobre todo para las revistas sin fines de lucro que no requieren satisfacer a sus accionistas. Las tarifas de procesamiento, que pueden ascender a mil dólares o más, dependiendo de la complejidad del texto y del proceso de revisión por pares, pueden ser cubiertas de varias maneras; a menudo se incluyen en las becas de investigación para científicos y cada vez con más frecuencia son financiadas por la universidad del autor o por un grupo de universidades. En Harvard, un programa llamado hope (Harvard Open-Access Publishing Equity) subsidia las tarifas de procesamiento. Un consorcio llamado cope (Compact for Open-Access Publishing Equity) promueve políticas similares entre 21 instituciones, incluyendo el mit, la Universidad de Michigan y la Universidad de California en Berkeley, y sus actividades complementan las de 33 fondos similares en instituciones como la Universidad Johns Hopkins y la Universidad de California en San Francisco. El principal impedimento para la publicación solidaria de este tipo no es de carácter financiero. Se trata del prestigio. Los científicos prefieren publicar en revistas costosas como Nature, Science y Cell, pues su aura brilla en la currícula e impulsa el ascenso de carreras. No obstante, algunos científicos prominentes han socavado el efecto que da el prestigio al financiar revistas de acceso abierto y reclutar al mejor talento para escribir y arbitrar en ellas. Harold Varmus, premio Nobel de Fisiología o Medicina, ha tenido un gran éxito con la Public Library of Science, y Paul Crutzen, premio Nobel de Química, ha hecho lo propio con Atmospheric Chemistry and Physics. Ellos han demostrado la viabilidad de las revistas de acceso abierto de alta calidad. No sólo cubren los costos mediante las tarifas de procesamiento, sino que generan ganancias —o, más bien, un “excedente”— que invierten en nuevos proyectos de acceso abierto. La presión por el acceso abierto también se incrementa desde los repositorios digitales, los cuales se están asentando en universidades de todo el país. En febrero de 2008 la Facultad de Artes y Ciencias de Harvard votó unánimemente para exigir a sus miembros (con la opción de poder excluirse de forma voluntaria o de aceptar los embargos impuestos por revistas comerciales) que depositen los artículos revisados por pares en un repositorio, dash (Digital Access to Scholarship at Harvard), donde pueden ser leídos por cualquier persona de forma gratuita. El dash incluye ahora 17 mil artículos y ha registrado tres millones de descargas en países de todos los continentes. Los repositorios en otras universidades también reportan totales muy altos en sus conteos de descargas. Ponen el conocimiento a disposición de un público más amplio, incluyendo investigadores no adscritos a una institución académica y, al mismo tiempo, hacen posible que los autores lleguen a muchos más lectores de los que podrían alcanzar a través de revistas de suscripción. El deseo de llegar a los lectores puede ser una de las fuerzas más subestimadas en el mundo del conocimiento. Además de los artículos para revistas, los académicos producen un gran número de libros; sin embargo, rara vez obtienen de ellos ganancias cuantiosas. Los autores en general obtienen pocos ingresos de un libro uno o dos años después de su publicación. Una vez que ha terminado su vida comercial mueren de forma lenta, guardados sin ser leídos, a excepción de contadas ocasiones, en las estanterías de las bibliotecas, inaccesibles para la gran mayoría de los lectores. Llegado ese punto en los autores predomina un deseo: que su trabajo circule libremente entre el público; su interés coincide con los objetivos del movimiento de acceso abierto. Una nueva organización, Authors Alliance, está a punto de lanzar una campaña con el fin de persuadir a los autores para que ofrezcan sus libros en línea en algún momento después de la publicación a través de distribuidores sin fines de lucro, como la Digital Public Library of America. Más adelante volveremos a este punto. Quedan aún todo tipo de complejidades por resolver antes de que un plan de este tipo pueda tener éxi- OCTUBRE DE 2014 Ilustración: E N C YC LO P É D I E , D E D E N I S D I D E R OT LIBROS, CENSURA, APERTURA UNA BIBLIOTECA DIGITAL MUNDIAL SE VUELVE REALIDAD to; por ejemplo: ¿cómo dar cabida a los intereses de los editores que quieren mantener libros en sus catálogos? ¿Qué espacio hay que dejar para los titulares de derechos que se retractan y para la reactivación de libros que adquieren nueva vida económica? ¿Es viable idear algún esquema de regalías como las de los programas de licencias colectivas ampliadas que han demostrado tener éxito en los países escandinavos? Debería ser posible reunir los intereses particulares en una solución que sirviera al interés público, no apelando al altruismo, sino más repensando los planes de negocio en formas que saquen el mayor partido a la tecnología moderna. Varias empresas experimentales ilustran las posibilidades de este tipo. Knowledge Unlatched reúne acuerdos y cobra cuotas a las bibliotecas que aceptan comprar libros académicos a tarifas que garanticen el pago de una cantidad fija a los editores dentro del programa. Mientras más bibliotecas participen en la colecta, menor será el monto que cada una tenga que pagar. Si bien las ediciones electrónicas de los libros estarán disponibles en todas partes de forma gratuita a través de Knowledge Unlatched, las bibliotecas suscritas tendrán derecho exclusivo a descargar e imprimir ejemplares. A finales de febrero, más de 250 bibliotecas se habían inscrito para la compra de una colección piloto de 28 nuevos libros editados por trece editoriales, y la sede de Knowledge Unlatched, situada en Londres, ha anunciado que pronto ampliará sus operaciones con el objetivo de combinar el acceso abierto con la sostenibilidad. OpenEdition Books, situado en Marsella, opera bajo un esquema similar: proporciona una plataforma para los editores que deseen desarrollar colecciones de libre acceso en línea, y vende el contenido electrónico a los suscriptores en formatos que se pueden descargar e imprimir. Con Cambridge, Inglaterra, como su centro de operaciones, Open Book Publishers también cobra por archivos en formato pdf que se pueden utilizar con la tecnología de impresión bajo demanda para producir libros físicos, y utiliza los ingresos para subsidiar ejemplares gratuitos en línea. Recluta a autores académicos que están dispuestos a proporcionar manuscritos sin recibir pago con el fin de llegar al mayor público posible y promover la causa del acceso abierto. La famosa frase de Samuel Johnson: “Ninguna persona, salvo un zoquete, escribió jamás salvo por dinero”, ya no tiene la fuerza de una verdad evidente en la era del internet. Al recurrir a la buena voluntad de autores no remunerados, desde su fundación en 2008 Open Book Publishers ha producido 41 libros de humanidades y ciencias sociales, todos ellos rigurosamente revisados por expertos. “Imaginamos un mundo en el que toda la investigación está a disposición de todos los lectores”, proclama en su página web. El mismo objetivo motiva a la Digital Public Library of America, que tiene como objetivo poner a disposición de los usuarios todas las riquezas intelectuales acumuladas en las bibliotecas, archivos y museos estadunidenses. Como se informó en estas páginas, la dpla fue lanzada el 18 de abril de 2013. Ahora que celebra su primer aniversario, sus colecciones incluyen siete millones de libros y otros objetos —tres veces la cantidad que ofreció cuando abrió su página web hace un año— provenientes de más de 1 300 instituciones ubicadas en los 50 estados, que son ampliamente utilizados: casi un millón de visitantes distintos han consultado la página web de la dpla, y provienen de casi todos los países del mundo (Corea del Norte, Chad y el Sáhara Occidental son las únicas excepciones). En el momento de su concepción, en octubre de 2010, la dpla fue vista como una alternativa a uno de los proyectos más ambiciosos jamás imaginados para comercializar el acceso a la información: Google Book Search. Google se propuso digitalizar millones de libros en bibliotecas de investigación y luego propuso la venta de suscripciones a la base de datos resultante. Después de haber proporcionado los libros a Google de forma gratuita, las bibliotecas tendrían que comprar de nuevo el acceso a ellos, en forma digital, a un precio que sería determinado por Google y que podría incrementar de manera tan desastrosa como los precios de las revistas académicas. Google Book Search en realidad comenzó como un servicio de búsqueda que ponía a disposición sólo fragmentos o pasajes breves de libros, pero debido a que muchos de los libros estaban protegidos por copyright, Google fue demandado por los titulares de OCTUBRE DE 2014 los derechos. Después de largas negociaciones, los demandantes y Google llegaron a un acuerdo que transformó el servicio de búsqueda en una gigantesca biblioteca comercial financiada por suscripciones. No obstante, el acuerdo tenía que ser aprobado por un tribunal. El 22 de marzo de 2011 la Corte Federal del Distrito Sur de Nueva York lo rechazó bajo el argumento de que, entre otras cosas, amenazaba con constituir un monopolio que restringiría el comercio. Esa decisión puso fin al proyecto de Google y despejó el camino para que la dpla ofreciera contenidos digitalizados —aunque nada que estuviera protegido por copyright— a lectores de todo el mundo, de forma gratuita. Además de su carácter sin fines de lucro, la dpla difiere de Google Book Search en un aspecto crucial: no es una organización vertical erigida sobre una base de datos propia. Se trata de un sistema distribuido y horizontal que une las colecciones digitales ya en posesión de las instituciones participantes, y lo hace por medio de una infraestructura tecnológica que las pone inmediatamente a disposición del usuario con un solo clic en un dispositivo electrónico. Es fundamentalmente horizontal, tanto en organización como en espíritu. En lugar de trabajar desde la parte superior hacia abajo, la dpla se basa en “centros de servicio”, o pequeños centros administrativos, para promover las colecciones locales y sumarlas a nivel estatal. Los “centros de contenido”, ubicados en instituciones con colecciones de al menos 250 000 elementos —por ejemplo, la Biblioteca Pública de Nueva York, el Smithsonian Institution y el depósito digital colectivo conocido como HathiTrust—, proporcionan la mayor parte del contenido de la dpla. En la actualidad hay dos docenas de centros de servicio y de contenido, y pronto, de conseguirse el financiamiento, los habrá en todos los estados del país. Tal horizontalidad refuerza el impulso democratizador detrás de la dpla. Aunque se trata de una pequeña compañía sin fines de lucro con sede en Boston y compuesta por un mínimo de personal, la dpla funciona como una red que cubre todo el país. Esta red ha sido tejida en gran parte por voluntarios. Más de un millar de especialistas en informática colaboraron de forma gratuita en el diseño de su infraestructura, que agrega metadatos (descripciones tipo catálogo de los documentos) de una manera que permite la búsqueda fácil. De esta forma, por ejemplo, un estudiante en el último año de preparatoria en Dallas que prepara un informe sobre un episodio de la Revolución estadunidense puede descargar un manuscrito de Nueva York, un panfleto de Chicago y un mapa de San Francisco con el fin de estudiarlos en conjunto. Por desgracia, él o ella no podrá consultar libros recientes porque las leyes de copyright mantienen fuera del dominio público prácticamente todo lo publicado después de 1923. Sin embargo, los tribunales, que están considerando un aluvión de casos sobre el “uso justo” de los derechos de autor, podrían sostener una interpretación lo suficientemente amplia como para que la dpla ponga a disposición, con fines educativos, una gran cantidad de material posterior a 1923. Un pequeño ejército de “representantes comunitarios” voluntarios, principalmente bibliotecarios con conocimientos técnicos, se ha dispersado por todo el país con el fin de promover diversos programas de divulgación patrocinados por la dpla. Ellos refuerzan el trabajo de los centros de servicio, que se concentran en las bibliotecas públicas como centros de integración del acervo. Una donación de la Bill and Melinda Gates Foundation financia el Public Library Partnerships Project, mediante el cual se capacita a los bibliotecarios locales en el uso de las últimas tecnologías digitales. Provistos con nuevas habilidades, los bibliotecarios invitarán a la gente a que aporte su propio material —cartas familiares, anuarios del bachillerato, colecciones de postales almacenadas en baúles y áticos— para ser digitalizado, curado, conservado y puesto a disposición en línea por la dpla. Al mismo tiempo que desarrolla conciencia comunitaria por la cultura y la historia, el proyecto también ayudará a integrar las colecciones locales en la red nacional. tales conectadas al sistema por medio de una api (interfaz de programación de aplicaciones, por sus siglas en inglés), misma que ya ha registrado siete millones de visitas. Entre los resultados se encuentra una herramienta para la navegación digital: el usuario escribe el título de un libro y las imágenes de los lomos de los volúmenes, relacionados con el mismo tema y todos en el dominio público, aparecen en la pantalla como si estuvieran juntos en un estante. El usuario puede hacer clic en una columna para buscar una obra tras otra, siguiendo pistas que se extienden mucho más allá del espacio en las estanterías de una biblioteca física. Otra herramienta hace posible que el lector pase de un artículo de Wikipedia a todas las obras de la dpla relacionadas con el tema. Estas y muchas otras aplicaciones han sido desarrolladas por cuenta propia de algunos individuos, sin seguir instrucciones de la sede de la dpla. Los proyectos derivados ofrecen oportunidades educativas ilimitadas. Por ejemplo, el Emily Dickinson Archive, recientemente desarrollado en Harvard, pondrá a disposición copias digitalizadas de todos los manuscritos de poemas de Dickinson. Los manuscritos son esenciales para la interpretación de la obra, puesto que contienen muchas peculiaridades —puntuación, espaciado, uso de mayúsculas— que modulan el significado de los poemas, de los cuales sólo unos pocos, gravemente mutilados, se publicaron durante la vida de la poeta. Casi todo estudiante de preparatoria en un momento u otro se encuentra con un poema de Dickinson, y ahora los profesores pueden asignar un poema en particular en su versión manuscrita e impresa (que a menudo difieren considerablemente) y estimular a sus estudiantes a desarrollar lecturas más minuciosas y profundas. La dpla también planea adaptar sus materiales a las necesidades especiales de las universidades comunitarias, muchas de las cuales no disponen de bibliotecas adecuadas. En esta y otras formas, la dpla irá más allá de su misión básica de poner el patrimonio cultural de los Estados Unidos a disposición de todos los estadunidenses; les proporcionará oportunidades para interactuar con el material y para desarrollar materiales propios. Facultará a los bibliotecarios y reforzará las bibliotecas públicas en todo el mundo, no sólo en los Estados Unidos. Su infraestructura tecnológica ha sido diseñada para ser interoperable con la de Europeana, una iniciativa similar que está agregando los fondos de las bibliotecas en los 28 Estados miembros de la Unión Europea. Las colecciones de la dpla incluyen obras en más de 400 idiomas y casi 30% de sus usuarios proceden de fuera de los Estados Unidos. Dentro de 10 años, el primer año de la actividad de la dpla podría verse como el comienzo de un sistema de biblioteca internacional. Con todo, sería ingenuo imaginar un futuro libre de los intereses creados que en el pasado han bloqueado el flujo de información. Los grupos de cabildeo en funciones en Washington también operan en Bruselas, y el Parlamento Europeo recién elegido pronto tendrá que hacer frente a los mismos problemas que quedan por resolver en el Congreso de los Estados Unidos. La comercialización y la democratización operan a escala global, y debe darse un acceso amplio antes que la World Wide Web pueda albergar una biblioteca mundial. W Los proyectos derivados y las iniciativas locales también se ven favorecidos por lo que la dpla llama su “plomería”, es decir, la infraestructura tecnológica que ha sido diseñada para promover las aplicaciones generadas por el usuario o las herramientas digi- Traducción de Dennis Peña. Reproducido con autorización; se publicó originalmente en The New York Review of Books el 22 de mayo de 2014. 13 LIBROS, CENSURA, APERTURA En muy diversas maneras y medidas, la censura ha sido una práctica consustancial a la difusión de las ideas en todos los sistemas de poder. La investigación que ponemos a circular en español estos días —intrigante y novelesca por su propia naturaleza— pone en claro por qué la historia del control de los libros es a la vez la historia de las ideologías y de los sistemas políticos que buscan ejercerlo. Aquí un atisbo a sus páginas iniciales ADELANTO Censores trabajando ROBERT DARNTON L a historia de los intentos del Es- tó a la literatura en el espacio social cotidiano a tratado por controlar la comunica- vés de incidentes que se hilvanan con las vidas de ción nos puede dar una visión personajes, ya sea atrevidos o de mala reputación, más amplia de la situación ac- que operaban más allá de los márgenes de la ley. Aquí la investigación da paso al puro placer de la tual. El propósito de Censores trabajando es mostrar cómo se cacería, porque la policía o su equivalente, dependieron dichos intentos —no diendo de la naturaleza del gobierno, se topaba una y todo el tiempo y tampoco en to- otra vez con un tipo de humanos que rara vez aparece das partes, pero sí en determi- en los libros de historia: juglares vagabundos, arteros nados momentos y lugares que vendedores ambulantes, misioneros sediciosos, merpueden ser investigados con detalle—. Se trata de caderes aventureros, autores de toda pinta (desde los una historia de trastienda, puesto que sigue el hilo famosos hasta los desconocidos, incluyendo un falso de la investigación en los cuartos traseros y las mi- Swami y una camarera dispuesta a difundir escándasiones secretas donde agentes del Estado vigilaban el los), e incluso la misma policía, que a veces se unía a uso de la palabra, permitiendo o prohibiendo su im- las filas de sus víctimas. Éstas son las personas que presión y reprimiéndola por razones de Estado una pululan por las siguientes páginas junto con censores de todas formas y tamaños. Y creo que este aspecto de vez que empezaba a circular en forma de libro. La historia de los libros y los intentos por mante- la comedia humana merece ser narrado por derecho nerlos bajo control no habrá de brindarnos conclu- propio. Empero, contando sus historias de la manera siones que podamos aplicar directamente a las polí- más precisa posible, sin exagerar o distanciarme de ticas que rigen la comunicación digital. Su impor- las pruebas, espero lograr algo más: una historia de la tancia obedece a otras razones. Al adentrarnos en el censura en una nueva clave, una que sea tanto comtrabajo de los censores observamos la forma de pen- parativa como etnográfica. Con la excepción de maestros como Marc Bloch, sar, en su momento, de los legisladores; cómo calibró el Estado las amenazas a su monopolio del poder, y los historiadores gustan de predicar la historia comcómo intentó hacer frente a ellas. El poder de la pala- parada muchas más veces de las que la practican. Se bra impresa podía ser tan amenazador como una trata de un género exigente no sólo porque requiere guerra cibernética. ¿Cómo lo entendían los agentes maestría en diferentes campos de estudio en distindel Estado y cómo sus pensamientos determinaron tos idiomas, sino también por los problemas inheel curso de las acciones? Ningún historiador puede rentes al acto de hacer comparaciones. Será fácil dismeterse en las cabezas de los muertos o, para el caso, tinguir entre peras y manzanas, pero ¿cómo puede en las de los vivos, aun si a éstos se los puede entre- uno estudiar instituciones que parecen similares o vistar para estudios de historia contemporánea. Sin llevan los mismos nombres y sin embargo funcionan embargo, con suficientes documentos podemos de- de manera distinta? Una persona entendida como tectar patrones de pensamiento y acción. Muy rara censor puede comportarse según reglas del juego vez contamos con archivos adecuados, dado que la que resultan incompatibles con aquellas bajo las censura se llevó a cabo en secreto y los secretos gene- cuales opera alguien más considerado un censor en ralmente permanecieron ocultos o fueron destrui- otro sistema. Los juegos en sí son diferentes. La nodos. Aun así, con un caudal suficientemente vasto de ción misma de literatura tiene un peso en ciertas soevidencia podemos dilucidar los supuestos subya- ciedades que difícilmente puede ser imaginado en otras. En la Rusia soviética, según Alekcentes y las actividades encubiertas de los sandr Solzhenitsyn, la literatura fue tan funcionarios encargados de vigilar la papoderosa que “aceleró la historia”, mienlabra impresa. Sólo entonces los archivos tras que a la mayor parte de los estaduninos dan pistas. Podemos seguir a los cendenses les importa menos que los deporsores conforme revisaban los textos, a tes profesionales. No obstante, las actitumenudo línea por línea, e ir tras las huedes de los estadunidenses han variado llas de la policía mientras rastreaban lienormemente a través del tiempo. La litebros prohibidos, ejerciendo los límites enratura les pesaba mucho hace 300 años, tre lo legal y lo ilegal. Es necesario hacer cuando la Biblia (especialmente las ediun mapa de los mismos límites, ya que ésciones de Ginebra, derivadas en gran partos frecuentemente eran inciertos y camte de las vigorosas traducciones de Wilbiaban de forma constante. ¿Dónde se CENSORES TRABAJANDO liam Tyndale) contribuyó enormemente a puede establecer el límite entre una nasu forma de vida. De hecho, puede resulrración de Krishna jugueteando con las De cómo los Estados dieron forma a la tar anacrónico hablar de “literatura” enordeñadoras y un grado de erotismo inliteratura tre los puritanos, ya que el término no se aceptable en la literatura bengalí, o entre hizo de uso común sino hasta el siglo el realismo socialista y la narración “tarROBERT xviii. Los términos religión o divinidad dío-burguesa” en la literatura de la AleDARNTON quizá sean más adecuados, y esto también mania Oriental comunista? Los mapas es válido para muchas culturas antiguas conceptuales son interesantes en sí miscomo la de la India, donde la historia litemos e importantes en tanto dieron forma Historia raria no puede distinguirse claramente de a conductas reales. La represión de libros Traducción la mitología religiosa. Empero, más que (es decir, sanciones de todo tipo que caen de Mariana Ortega centrarme en cuestiones de terminología, bajo la firma de “censura pospublica1ªed., 2014; 248 pp. espero poder capturar el idioma mismo, ción”) muestra cómo el Estado se enfren978 968 16 2347 8 14 es decir, entender el tono subyacente de un sistema cultural y la manera en que sus actitudes tácitas y sus valores implícitos influyeron sobre sus actos. Creo que las comparaciones funcionan mejor a nivel sistémico; por lo tanto, he intentado reconstruir la operación de la censura a lo largo de tres sistemas autoritarios: la monarquía borbónica en la Francia del siglo xviii, el Raj británico en la India del siglo xix, y la dictadura comunista en la Alemania Oriental del siglo xx. Cada caso es digno de un estudio propio. Cuando se toman en conjunto y se los compara es posible repensar la historia de la censura en general. Lo mejor sería comenzar con una pregunta: ¿qué es la censura? Cuando pido a mis alumnos que me den ejemplos, sus respuestas han incluido las siguientes (al margen de los casos obvios de represión bajo los regímenes de Hilter y Stalin): • otorgar calificaciones; • llamar a un profesor “profesor”; • la corrección política; • la evaluación por homólogos; • las críticas evaluadoras de cualquier tipo; • la edición y la publicación; • la proscripción de armas de asalto; • jurar lealtad a la bandera o también rehusarse a hacerlo; • solicitar o expedir una licencia de manejo; • la vigilancia por parte de la Agencia de Seguridad Nacional; • el sistema de clasificación de películas de la Asociación Cinematográfica de América; • la Ley de Protección de la Privacidad Infantil en Internet; • las cámaras de vigilancia de velocidad; • obedecer el límite de velocidad; • restringir información para proteger la seguridad nacional; • la restricción de cualquier cosa; • la clasificación algorítmica del grado de relevancia en internet; • el uso de “ella” en vez de “él” como el pronombre estándar; • usar o no corbata; • la cortesía, y • el silencio. La lista podría extenderse indefinidamente y cubrir sanciones legales y no legales, filtros psicológicos y tecnológicos, así como cualquier tipo de comportamiento por parte de autoridades estatales, instituciones privadas, grupos de homólogos o individuos que escudriñan los secretos internos del alma. Independientemente de la validez de los ejemplos, éstos sugieren que una definición amplia de censura podría abarcar casi cualquier cosa. Se puede decir que la censura existe en todas partes, pero si está en todo entonces no está en nada; una definición que encapsulara todo borraría cualquier distinción y no tendría, por lo tanto, sentido alguno. Identificar la censura con restricciones de todo tipo significa trivializarla. Fragmento de la introducción de Censores trabajando, de próxima aparición bajo el sello del FCE. OCTUBRE DE 2014 Ilustración: © B I B L I OT H È Q U E N AT I O N A L E D E F R A N C E LIBROS, CENSURA, APERTURA Chismes y rumores, calumnias y difamaciones, injurias y vilipendios… La escritura en sí misma es neutra y puede usarse para fines edificantes lo mismo que para mancillar reputaciones o deslegitimar regímenes. Los libelos han existido siempre en diversas formas –hay quien dice que algunos blogs no son sino eso—. En una de sus más recientes investigaciones, Darnton hace el recuento de algunos pasajes de esta oscura faceta del quehacer editorial ADELANTO El diablo en el agua bendita ROBERT DARNTON P ara entender el libelo es imporLa colonia de libelistas franceses en Londres tante estudiar a los libelistas y aprendió a vivir en las Grub Streets de ambas capitael mundo que habitaban. Vivían les. Muchos de ellos aprendieron lo elemental para caen “Grub Street”,1 un entorno lumniar en el submundo literario de París y emigraque para después de 1750 estaba ron para escapar del encierro, no sólo en la Bastilla, sobrepoblándose debido a una sino en lugares peores como las sórdidas celdas de Biexplosión demográfica en la Re- cêtre o el Fort l’Evêque, o las galeras de Marsella, despública de las Letras. Para 1789, pués de ser marcados y exhibidos en la Place de Grève. Francia había desarrollado una Al llegar a Londres descubrían un mundo de folletos, amplia subcultura de autores opúsculos y periodismo panfletarios sin cortapisas, indigentes: 672 poetas tan sólo, de acuerdo con un en gran parte financiado por políticos que contrataestimado contemporáneo. La mayoría de ellos vi- ban a escritores de poca monta para vilipendiar a sus vían en la pobreza en París y sobrevivían como po- rivales. Algunos de los expatriados comenzaron a hadían haciendo trabajitos de gacetilleros y apoyándo- cer periodismo, particularmente como colaboradores se en algunos magros auspicios. Cuando la desespe- en el Courrier de l’Europe, una revista bisemanal puración los alcanzaba, ya fuera por deudas o por la blicada en Londres y reimpresa en Boulogne-sur-Mer amenaza de la Bastilla, intentaban escapar. Huían a que suministraba los reportes más completos acerca Bruselas, Ámsterdam, Berlín, Estocolmo, San Pe- de la Revolución estadunidense y la política británica tersburgo y otros centros urbanos con sus propias disponibles para los lectores franceses durante las Grub Streets. Una diáspora de escritores andrajosos décadas de 1770 y 1780. Otros vivían de escribir libebuscaba fortuna donde fuera que pudieran aprove- los. Gracias a los reportes de informantes secretos en charse de la fascinación por todo lo francés. Se em- París y Versalles, producían muchos libros y opúscupleaban como tutores, traducían, vendían panfletos, los que difamaban a todos: desde el rey y sus minisdirigían obras de teatro, probaban suerte en el perio- tros hasta las bailarinas y los hombres de mundo. Sus dismo, especulaban como editores y difundían las obras se vendían abiertamente en Inglaterra, sobre modas parisinas en todo ámbito, desde el de sombre- todo en una librería en la calle St. James, en Londres, operada por un expatriado genovés llamado Boissièros hasta el de libros. La colonia más grande de todas estaba en Lon- re. No obstante, su principal mercado era Francia, dres, el lugar que desde el siglo xvi había dado la donde los libelos eran el principal producto del cobienvenida a los emigrados franceses, cuando los mercio de libros clandestino. primeros hugonotes buscaron refugiarse de la perEs imposible decir qué tan profundo y extenso era secución. Londres desarrolló una de las culturas este submundo. Sin duda alcanzaba cada rincón del de Grub Street más vivas en Europa. Era el hogar del reino, y se convirtió en el sector más vital de la inGrub Street Journal (1730-1737) y de la calle misma, dustria editorial durante la segunda mitad del siglo. que atravesaba el East End y que a inicios del siglos Para publicar un libro de manera legal, éste debía xvii fue acumulando una población de escritores enfrentarse a un combate de censores y burócratas que sobrevivían a base de componer sin cesar textos adscritos a la oficina de gobierno encargada del code dudoso valor y recibían un pago mezquino. Para mercio de libros (Direction de la Librairie). Para 1789, 1726, cuando llegó Voltaire como refugiado de la el gobierno empleaba a casi doscientos censores que Bastilla, los escritores de poca monta se habían mu- revisaban manuscritos. Con frecuencia objetaban dado a otros sitios y se ganaban la vida en deficiencias de estilo y de contenido, así como cualquier ofensa en contra de la gran medida a través de las riñas y el manIglesia, el Estado, la moralidad convenciocillamiento de la reputación, típicos de la política hanoveriana. Sus contrapartes nal y la reputación de los individuos. Sin su aprobación escrita ningún libro podía parisinos vivían de manera muy semejanaspirar al privilegio real otorgado por la te, esparcidos en buhardillas por toda la ciudad. Crearon su propia manera de enCancillería, que daba legalidad y algo semejante al derecho de autor. Los inspecsuciar reputaciones: el libelle (libelo), un tores del libro supervisaban el comercio relato escandaloso de los asuntos públicos en las principales ciudades, y al ejercer su y la vida privada de grandes personajes de labor confiscaban obras ilegales en casas la Corte y la capital. El término no se usa mucho en francés moderno, pero perteaduanales o hacían redadas en las libreEL DIABLO EN EL AGUA BENDITA rías según se necesitara. El gremio parisinecía al habla cotidiana en el comercio no de vendedores de libros (Communauté de libros del Antiguo Régimen, y los auo el arte de la tores de esas obras eran registrados en calumnia de Luis XIV des Libraires et des Imprimeurs de Paris) a Napoleón también ejercía poderes policiacos para los archivos de la policía como libellistes fortalecer su monopolio sobre la literatu(libelistas).2 ROBERT ra con privilegios. El sistema era menos rígido en la práctica de lo que parecía en papel; era así necesariamente, ya que las regulaciones impresas, cerca de tres mil edictos sobre el comercio del libro emitidos entre 1715 y 1789, aparecían con tal frecuencia y eran tan densas que ningún vendedor de libros, incluso cuando intentara respetarlas, podía estar al tanto de todas las reglas del juego. Con frecuencia los inspectores se hacían de la vista gorda cuando llegaban cargamentos ilegales a su territorio, y el uso de medidas semioficiales como las permissions tacites (acuerdos para tolerar libros que no podían recibir privilegios) abría enormes huecos en la legislación represiva. Aun así, las obras que ponían en entredicho las perspectivas ortodoxas —incluida casi toda la Ilustración—usualmente se producían en las imprentas que proliferaban más allá de las fronteras francesas, desde Ámsterdam y La Haya hasta Bruselas, Lieja, la zona del Rin, Suiza y Aviñón, que era entonces territorio papal. Estas imprentas también pirateaban todo lo que en el comercio legal se estuviera vendiendo bien. Crearon una compleja red de contrabandistas para cruzar los libros a través de las porosas fronteras francesas y hacerlos llegar a los distribuidores que los entregaban a libreros y vendedores en todo el reino. Al ofrecerles a los lectores hambrientos una dieta picante de libros prohibidos, los comerciantes clandestinos hicieron un gran negocio. Probablemente hicieron circular más de la mitad de la literatura producida durante el siglo xviii, es decir, libros de ficción y no ficción de todo tipo, además de obras profesionales, publicaciones religiosas, almanaques y chapbooks, la llamada literatura de cordel.3 En un estudio previo compilé pedidos de literatura prohibida realizados por libreros esparcidos por toda Francia e hice una lista retrospectiva de best sellers. La lista incluía libros de Voltaire, Rousseau y otros filósofos famosos, así como numerosas obras pornográficas y libros sacrílegos. Pero una sorprendente proporción de los best sellers eran libelos, ya fueran biografías difamatorias de personajes públicos, recuentos incendiarios de historia contemporánea o una variedad seductora del periodismo conocida como chroniques scandaleuses. W DARNTON 3 Éste es mi propio estimado, pero debo admitir que no puedo probarlo. Se basa en una lectura de prácticamente todos los documentos del periodo de 1750 a 1789 en las colecciones de manuscritos en la Bibliothèque Nationale de France y en la Bibliothèque de l’Arsenal, así como las 50 mil cartas de libreros, editores y otras personas involucradas en la industria del libro en los documentos de la Société Typographique de Neuchâtel, Bibliothèque Publique et Universitaire, Neuchâtel, Suiza. Debido a que el Estado francés no pudo ejercer con eficacia los privilegios para los libros, la piratería se convirtió en una gran industria que rebasaba por mucho a la producción legal. 1 Término común en inglés tomado del nombre de una calle antigua de Londres en que vivían escritores y periodistas necesitados que debían ser mercenarios. [N. del T.] 2 El francés no tenía un equivalente para el término inglés “Grub Street” en el siglo xviii, pero con frecuencia hablaban de la literatura abyecta, producida por la canalla o los autores salidos de las alcantarillas, esos Rousseau del arroyo (“la basse littérature”, “la canaille de la littérature” OCTUBRE DE 2014 Historia Traducción de Pablo Duarte 1ªed., 2014; 604 pp. 978 968 16 2343 0 y “les Rousseau du ruisseau”), expresiones que aparecen con frecuencia en las obras de Voltaire, Louis-Sébastien Mercier y otros. No hay un estudio exhaustivo de este entorno, pero he esbozado algunos aspectos sobre él en Edición y subversión. Literatura clandestina en el Antiguo Régimen, fce/Turner, México, 2003]. Fragmento de la introducción de El diablo en el agua bendita, de próxima aparición bajo el sello del FCE. 15 Ilustración: © B I B L I OT H È Q U E N AT I O N A L E D E F R A N C E LIBROS, CENSURA, APERTURA “Claro sin ser pedestre y preciso sin ser pedante”: así atina a apostrofar a Darnton —justo con esas mismas virtudes— Patricio Tapia, quien tuvo la oportunidad de conversar con él. El resultado es este concentrado que expone con gran concisión las ideas centrales del bibliólogo y compendia sus intereses y apetitos intelectuales. Libros, censura, apertura; bibliotecas, claroscuros de la comunicación, acceso abierto: todo está contenido en esta docena de respuestas A RTÍ C U LO Robert Darnton: de revoluciones y comunicaciones PATRICIO TAPIA E n una celda en La Bastilla, contigua a la del Marqués de Sade, Anne Gédéon Lafitte, marqués de Pelleport, escribía una novela política libertina, Los bohemios. Buscando en archivos el historiador Robert Darnton la encontró hace unos años y rescató esa obra casi desconocida de 1790. Pelleport fue también autor de otro volumen oprobioso, El diablo en el agua bendita (1783), el que da título al libro de Darnton sobre el mundo oscuro de la difamación literaria —destinada a destruir reputaciones de poderosos y a deslegitimar regímenes— en la Francia del siglo xviii. Pelleport es uno de sus protagonistas, junto a otras figuras no menos maledicentes como Pierre Manuel o Charles Théveneau de Morande, quien dijo tener una obra sobre Madame du Barry, la principal amante de Luis XV, “memorias secretas de una mujer pública”, aludiendo a su pasado como cortesana. Uno de los últimos libros de Darnton, Poesía y policía, trata sobre la mayor operación policiaca que él ha encontrado en su trabajo en archivos: el intento de seguir el rastro de un poema satírico contra la corte de Luis XV, sus ministros y su amante, en el París de 1749, que fue memorizado, cantado y cambiado. El incidente fue conocido como el “caso de los Catorce” (fueron arrestados 14 supuestos cómplices). Darnton es, después de todo, uno de los historiadores más importantes sobre dos campos distintos: la historiografía de la Ilustración en Francia y los orígenes de la Revolución Francesa; o su labor pionera en la historia de los libros y la lectura, con El negocio de la Ilustración —su historia editorial de la Enciclopedia— o la recepción de la lectura de Rousseau (en La gran matanza de gatos). 16 Pero Darnton es también, desde 2007, director de la red de bibliotecas de Harvard y por ello le tocó participar en el proyecto Google Book Search, al que considera una buena idea, si bien fallida, y luego ha sido uno de los gestores de la Biblioteca Pública Digital de Estados Unidos (dpla, según su sigla en inglés), quizá el mayor proyecto histórico digital del mundo en la actualidad. Tal como en sus libros, Darnton hablando es claro sin ser pedestre y preciso sin ser pedante. ¿Cree que la comunicación ha llegado a ser la actividad más importante de la vida moderna? La gente suele decir que vivimos en la sociedad de la información, como si no hubiera existido información en otras sociedades. En cuanto historiador me ha fascinado su historia. Cómo funciona, a través de qué medios. En el caso de los libros: cómo ellos penetran al interior de las sociedades, cómo los leemos y cómo esa lectura tiene influencia en la opinión pública y en la acción política. Y eso es muy difícil porque no tenemos una clara cadena de causalidad. Se da en un complejo mundo de significados y la historia de la información deviene en cierta forma antropológica: cómo se construye un sentido y cómo los medios, de hecho, dan sentido a la vida de las personas. Eso suena muy gris y abstracto, pero en mi propia investigación histórica me he ocupado de casos muy específicos. En Poesía y policía, por ejemplo, se ocupa de un caso muy curioso... En Poesía y policía resulta que la comunicación se producía a menudo cantando. Descubrí cientos y cientos de manuscritos con nuevos versos en viejas melodías. Todo el mundo tenía en su cabeza ciertas melodías sobre las cuales era fácil improvisar palabras sobre los reyes y sus amantes, sobre los cambios de ministros o sobre las relaciones exteriores. Eran como los periódicos actuales, pero en la Francia del siglo xviii. Imagino que París estaba llena de canciones sobre cuestiones de actualidad de entonces, como hoy en día estamos inmersos en un conjunto de medios, como twitter, blogs, streaming y otros. Más allá de los peligros de la comparación, según su libro El diablo en el agua bendita el mundo de la difamación en el Antiguo Régimen se parecía bastante a la blogósfera actual... Sí, es cierto. También di una conferencia sobre los blogs en la actualidad y las anécdotas en el siglo xviii. Tengo una colección de anécdotas escandalosas de los blogs actuales que se parecen mucho a lo que en el siglo xviii se llamó “anécdotas”. La palabra misma, anécdota, tenía un sentido distinto. Hoy se dice de algo probablemente verdadero, pero secundario; en el siglo xviii, el sentido era, literalmente, “historia secreta”, que derivaba de un historiador del siglo vii, Procopio. Y era sorprendente la propagación de una anécdota en toda la literatura del siglo xviii: podía tomarse una de un libro y ser puesta en otro y ser arreglada. De esta forma, los libros eran mosaicos de anécdotas. No todos los libros, claro, pero los best sellers, que he descubierto e investigado —la vida privada de Luis XV o anécdotas secretas de Madame Du Barry— eran leídos por la gente y circulaban enormemente, en otros libros o a través de chismes, lo que es normal en cierta clase de vida. ¿Qué pasa con los blogs hoy en día? Bueno, hay gente que tiene blogs con fines comerciales y se dedica a buscar en la internet información escandalosa y se les paga (entiendo que, por lo general, 12 dólares por cada entrada en el blog). Y así tenemos gente que está en busca de información, que normalmente es salaz: sobre sexo, sobre desenfreno, sobre la vida de la OCTUBRE DE 2014 LIBROS, CENSURA, APERTURA R O BERT DA R NTO N: D E R EVO LU C I O NES Y CO M U NI C AC I O NES “gente linda”. Esto era así también en el siglo xviii. Quizá no nos damos cuenta de eso, porque se piensa que la historia “seria” sólo se ocupa de reyes, ministros, generales..., pero la historia que se ocupa de la comunicación como una experiencia cotidiana de la gente común es un asunto extraordinario y allí puede encontrar una fascinación similar con la “gente linda” —los ricos, los poderosos, los de buena cuna—; allí, los pequeños pueden hacer mofa de los grandes, en francés se decía, le petit contre le Grand. ¿Podría considerarse el “caso de los Catorce” como una versión oral de las correos electrónicos en cadena? Es precisamente lo que es. Y lo que encuentro más asombroso es que se puede reconstruir el verdadero patrón de difusión de forma muy precisa, afortunadamente, porque la policía fue tan efectiva. De manera que estoy muy agradecido a la policía del siglo xviii por hacer esta investigación sobre la comunicación para mí. Las bibliotecas, ¿tienen algo que ver con la comunicación? De cierta forma las bibliotecas son un centro neurálgico de la comunicación. La Biblioteca universitaria de Harvard, por ejemplo, tiene un posición central respecto de la universidad entera. Toda la información fluye desde la biblioteca, incluso la que surge de laboratorios científicos. Creo, por lo tanto, que las bibliotecas tienen una creciente importancia en la era electrónica y mis investigaciones sobre Francia en el siglo xviii también apuntan a la importancia de las bibliotecas. ¿Es usted el conductor detrás de la DPLA o se trata de una calumnia? No, no es una calumnia. Comenzó cuando invité a un grupo de jefes de fundaciones, jefes de bibliotecas y algunos estudiosos para discutir sobre la posibilidad de crear una Biblioteca Nacional Digital. Tuvimos un encuentro en Harvard, en octubre de 2010 y ése fue el comienzo de la dpla. Fui parte del ímpetu de crearla, pero hay otra gente también. Es algo mucho más grande y más importante que Robert Darnton. La dpla es una institución enorme, que ahora existe, que espero crezca por muchas generaciones y que llegará a todas las personas, no sólo en los Estados Unidos, sino en todo el mundo. De manera que sí, fui uno de los “originadores” de la dpla y tengo una especie de orgullo paternal por ella, pero es un esfuerzo colectivo y en la actualidad es una empresa independiente sin fines de lucro, tiene su junta directiva (formo parte de ella), su propia sede (en Boston), un equipo y relaciones crecientes con las bibliotecas de investigación en Estados Unidos. Hemos creado lo que llamamos “ejes” en 42 estados y esperamos que éstos crezcan en mayores comunidades de comunicación. Aunque no como Borges la imaginó, ¿podría ser la DPLA una especie de biblioteca de Babel? Se podría decir que sí, porque está abierta a todo. No hay una dirección desde “arriba”, la información viene desde “abajo” y todo el mundo puede participar. Hemos diseñado nuestra infraestructura de tal forma que la gente pueda crear sus propias herramientas. La página de la internet es muy amigable con el usuario y es fácil para él crear sus propios códigos y desarrollar sus propias colecciones y vincularlas a la dpla. Ya está sucediendo. Hay gente en todo Estados Unidos que están “construyendo” sus propias minibibliotecas y ellas son integradas en la red del sistema nacional de la dpla. Es un ejemplo de organización; es virtual porque todos están conectados de manera electrónica, y es completamente distinta de, digamos, la Biblioteca del Congreso: no hay un inmenso edificio con un gran domo encima y una gigantesca base de datos. Es una red con toda clase de mensajes fluyendo todo el tiempo. Siento que es un gran acontecimiento, porque la riqueza intelectual de las bibliotecas está encerrada en sus murallas, pero ahora, podemos atravesar esas murallas, haciendo que la gente común tenga acceso a esta herencia cultural que normalmente estaba cerrada. En Harvard, que es la biblioteca universitaria más grande del mundo, las únicas personas que podían entrar a ese caudal de información eran los profesores o estudiantes de Harvard o algunos investigadores de afuera. Estaba limitado a una cierta élite muy pequeña. Ahora podemos abrir la biblioteca para todos. Es nuestra responsabilidad, es un deber, porque esta biblioteca es muy antigua, de 1638, es la más antigua de Estados Unidos y la más OCTUBRE DE 2014 grande —después de la Biblioteca del Congreso—. En ella, generación tras generación se ha invertido mucho dinero y talento en desarrollarla. Esto quizá suena muy elevado, pero hay que considerar seriamente la dpla como una misión. ¿Se puede pensar el conocimiento como un bien público? No sé si tengo una buena respuesta. A menudo cito a Thomas Jefferson —cuando el ciudadano estadunidense quiere encontrar soporte intelectual en lo que dice, cita a Jefferson—. Él dijo: el conocimiento es la propiedad común de toda la humanidad. En otras palabras, las ideas no deberían pertenecer a nadie y deberían ser accesibles a todos. Es verdad que tenemos la propiedad intelectual, pero es sobre la expresión de las ideas, no sobre las ideas mismas. Yo creo que todo el mundo debe ser capaz de saber cuáles son esas ideas. En la bibliotecas —que contienen libros, videos, música, información de todo tipo—, en esta noción de las bibliotecas, como una fuente de recursos, ellos deberían estar disponibles para todos. Es fácil decir esto, pero ¿comó hacer que funcione así? Bien, es lo que la dpla está haciendo. Y esto no sólo implica visiones utópicas e idealistas de democratizar el acceso a la información, sino que también cuestiones pragmáticas de organización: tener dinero, tecnología, arreglos administrativos, lo hace posible. Creo que esta combinación de utopismo y pragmatismo funciona. Pero no es fácil. ¿Cuál es, en su opinión, el estado del debate sobre el “acceso abierto”? Pienso que el movimiento sobre el “acceso abierto” está alcanzando un punto de inflexión, con lo que quiero decir que actualmente más y más revistas especializadas y científicas están yendo hacia el acceso abierto. Es cierto que algunas de las revistas más famosas (especialmente en temas como la biología molecular) son de acceso cerrado, es decir, se venden. Tienen tanta influencia y prestigio que no están amenazadas y continuarán. Pero son muy pocas revistas, mientras que la mayor parte de ellas pueden prosperar en la llamada “vía dorada” de acceso abierto —hay también una “vía verde”, que es el autoarchivo en un repositorio—. Esto significa que se requiere conseguir los fondos de la revista como un fin de producción y no como un fin de consumo. En vez de revistas por suscripción, que han llegado a ser extravagantemente caras, tenemos autores que con becas de investigación o la ayuda de las universidades pagan para que sus artículos sean publicados. Puede parecer una locura, pero es muy práctico y factible. Lo que se hace es una estimación seria de los costos de edición, diseño, comprobación de referencias, proceso de arbitraje, es decir, el trabajo editorial, además de una ganancia honesta —insisto en lo de honesta—. Si el valor es mucho mayor que esto, hay una ganancia sólo comercial. Si las bibliotecas y las universidades cubren los costos de las revistas, reducen el gran gasto en revistas. En Harvard se gastan 9 millones de dólares al año en revistas. Yo creo que eso es demasiado, y podemos, al subsidiar la producción, reducir ese gasto, y todo el mundo gana. En El diablo en el agua bendita, ¿diría que postula un argumento adicional a la idea de que la “baja” literatura tuvo un impacto mayor que la “alta” en la Revolución Francesa? No exactamente. Es una clase diferente de impacto. Siempre se estudia a Rousseau, Voltaire, Montesquieu, Diderot. Yo he hecho una investigación sistemática en los papeles de los libreros y editores, como resultado de la cual obtuve una especie de lista de los libros más vendidos, que aparece en mi libro Los best sellers prohibidos en Francia antes de la Revolución, de manera que podía probar que muchos de los libros escandalosos se vendieron copiosamente. Pero, al mismo tiempo, encontré que se vendía mucho a Voltaire y Rousseau. No es “o esto o lo otro”. De hecho, pienso que la literatura escandalosa reforzó a la de cierta filosofía. Tomemos a Montesquieu. Él sostiene que hay tres tipos de gobierno: monarquías, repúblicas (que podían ser aristocráticas o democráticas) y despotismos. Esto es completamente distinto a todas las teorías previas a Montesquieu. Aristóteles distinguía el gobierno de uno, de pocos y de todos: monarquía, aristocracia y democracia. Montesquieu rompe con esa tradición y trata de captar el “espíritu de las leyes”, viendo la manera en que el poder del rey es parte de la cultura. El despotismo es central en el análisis de Montesquieu de la manera en que los sis- temas de poder operaban en los cambios cíclicos de los gobiernos. Ahora bien, el tema principal de la literatura escandalosa es el despotismo, o la decadencia y el despotismo. Yo creo que esa literatura tan difundida y vendida entrega una imagen del gobierno francés como despótico, aunque no lo era. Los historiadores pueden demostrar cómo, en muchas formas, especialmente bajo Luis XVI, fue un gobierno progresista, había un movimiento de reformas (con ministros como Turgot). De esta manera, tenemos en una amplia literatura un concepto de decadencia y despotismo que está completamente en contra de la reconstrucción histórica de la política. Y esta diferencia entre la percepción de los eventos y los eventos es crucial para la comprensión de la historia. El tipo de historia que hago es sobre la percepción y la comunicación. No sólo sobre lo que ocurrió. ¿Es el viejo gesto de buscar en fichas y en libros —que hace sentirse en compañía de siglos de conocimiento humanístico— una reliquia? Acabo de terminar otro libro. Es sobre la censura. Me tomó quince años de investigación. Cuando hacía las pesquisas, escribía en fichas y ponía las fichas en cajas de zapatos. Releyendo las fichas y escribiendo los capítulos, sentí que yo era un dinosuario. Pero las fichas, en realidad, son muy efectivas. Hay un peligros para los jóvenes estudiosos, quienes van a los archivos, y sólo obtienen copias, porque no los leen. Si se escriben fichas se resumen los documentos y se copian algunas frases claves. Pienso que eso permite estar inmerso en el material de archivo. Ahora bien, no es que esté obsesionado con las fichas y las cajas de zapatos, no, pero creo que hay una sensación de estar absorbiendo los documentos mediante el contacto con los archivos, al sentir el papel, en la apreciación de lo escrito a mano a menudo por gente de las capas más bajas de la sociedad que no saben escribir correctamente las palabras. Eso lo encuentro muy emocionante: captamos su lucha por poner las ideas en palabras sobre el papel. Esa lucha es parte de la historia. De manera que la investigación en archivos a la antigua usanza todavía es indispensable. Bien, tal vez soy un dinosaurio y seguiré trabajando de esa manera. Lo que no implica que no se puedan utilizar las tecnologías actuales. Como historiador, viendo grandes periodos de tiempo (grandes en comparación con los que la mayoría de las personas considera). ¿Cuál es la importancia de la internet? A veces se puede hacer un recuento de periodos de tiempo muy grandes. Así lo hice en Las razones del libro. 4 500 años a.C. tenemos la invención de la escritura; 2 000 años a.C. tenemos el alfabeto; los primeros siglos d.C. tenemos el codex, el libro que se lee girando las páginas unidas de un lado; luego la invención de los tipos móviles. Ése es un tramo muy largo. Pero luego, en 1977, tenemos la internet, en 1990 la web; luego las redes sociales. Esos cambios, que cada vez son más rápidos, tocan la vida de casi todo el mundo. Creo que la internet, vista desde la perspectiva de largo plazo de la historia de la comunicación, representa la culminación de un proceso de acelerado cambio en las tecnologías comunicativas, haciendo a la comunicación más extendida, más rápida y, al mismo tiempo, creadora de comunidades, comunidades virtuales. No es algo totalmente diferente de la historia de los libros, hay similitudes, pero hay diferencias en las habilidades, en la velocidad y en la medida en que la gente común es alcanzada por estas tecnologías. De manera que pienso que la internet es un cambio verdaderamente revolucionario en la experiencia cotidiana de la gente común. Y uso la expresión “revolucionario” de manera muy cauta, porque es usada en exceso a menudo —se habla de una revolución en la moda masculina, o una revolución en el estilo de defensa en el fútbol americano, todo el tiempo se habla de revoluciones—. Yo procuro limitar mi propio uso de la palabra revolución a aquello que transforma la vida de la gente. Y eso es lo que está haciendo la internet. No es una revolución política, aunque, por cierto, tiene implicaciones políticas. W Patricio Tapia estudió derecho, pero luego se desvió hacia el llamado “periodismo cultural”. Ha escrito o traducido para varias publicaciones. Trabajó más de una década en el cuerpo “Artes y Letras” del diario chileno El Mercurio, en el que apareció parte de la entrevista que aquí presentamos 17 LIBROS, CENSURA, APERTURA No es raro que en el mundillo de los asuntos librescos se den resonancias y entrecruzamientos. En el libro de Basbanes que publicamos un mes atrás se dedican unas páginas a una entrevista con Darnton en la que éste reflexiona sobre temas públicos cruciales, como el futuro de las bibliotecas, y en la que también, en un plano más íntimo, relata cómo fue que empezó a estudiar los libros en su juventud, cómo “descubrió” la importancia del papel en éstos, y sí: cómo descubrió su propio papel como historiador ADELANTO En la encrucijada NICHOLAS A. BASBANES E n un coloquio de un día que organizó Yale University Press en el verano de 2008 para hablar sobre el futuro de las publicaciones académicas, un panelista comenzó su discurso con la observación de que al menos 60% de las monografías técnicas de su biblioteca personal eran “obsoletas” y que probablemente no serían de utilidad alguna para él en un futuro cercano. La declaración no era un llamado a la acción de ningún tipo, de modo que el asunto se dejó sobre la mesa para que otros lo ponderasen en silencio. Pero de cualquier modo ahí quedó, suspendida pesadamente en el aire, la inferencia de un prominente miembro del claustro de profesores de Yale de que ahora se dispone de opciones con un chasquear de dedos, lo que convierte a ciertos tipos de libros en un desperdicio de valioso espacio en las repisas. Cuando unos minutos después se permitieron preguntas del público, un afectado joven que se identificó como estudiante de licenciatura en Yale hizo el deprimente comentario de que la mayor parte del tiempo que pasaba en los laberínticos pasillos de la Sterling Library [Biblioteca Sterling] lo dedicaba a coquetear con las estudiantes y a entablar vacuos juegos con compañeros de gustos similares. Su punto era que la investigación más seria en estos tiempos se hace electrónicamente, no así entre las pastas duras de los libros impresos. “Los estudiantes de mi generación ven las bibliotecas casi como los turistas consideran las grandes catedrales de Europa —añadió, removiendo el dedo en la herida—: admirables, pero rara vez útiles.” Hubo otros comentarios aquel día, buena parte de ellos reflexiones sobre qué tipo de medidas podrían tomar los editores académicos en un tiempo en que las opciones digitales orillan a tantos de ellos cada vez más al olvido. Pero aquellos dos comentarios en particular parecen resumir una visión cada vez más evidente en lo que atañe al formato que seguramente tendrán los libros en los años venideros. Desconcertante desde mi punto de vista fue que ambos comentarios se hubiesen expresado abiertamente en el campus de una universidad de la Ivy League que cuenta con aproximadamente 13 millones de libros en varios acervos, lo cual la convierte en una de las mayores colecciones de investigación en el mundo. Mi función en el coloquio —llamado “Por qué los libros aún son importantes”— era de simple observador. Acababa de terminar un encargo para escribir una historia centenaria de la Yale University Press, muy reconocida como una de las más sobresalientes editoriales universitarias en el mundo y que, a diferencia de 90% de sus homólogas entre las editoriales universitarias estadunidenses en esa época, es capaz de operar, con cierta regularidad, en números negros. En efecto, Yale se erigía en esos años clave de transición como un ejemplo notable de astuta supervivencia en medio de grandes recortes. El moderador de varias conferencias ese día fue Robert Darnton, académico, profesor, autor de grandes ventas y pionero en un campo conocido como historia del libro. De 2007 a 2011 fue el titular de la cátedra Carl H. Pforzheimer y director de la Harvard University 18 Library [Biblioteca Universitaria de Harvard] antes de ser nombrado bibliotecario universitario en 2011. Como curador del mayor acervo de material impreso congregado por una biblioteca universitaria, Darnton ocupa un puesto influyente en el campo de los libros y la tecnología de la información. Hay 73 colecciones en el sistema de Harvard, con un almacenamiento total, en 2012, de aproximadamente 17 millones de volúmenes. Lo que Harvard hace con estos libros es un ejemplo que otras instituciones con frecuencia se inclinan a seguir. Entre estas políticas de constante preocupación se incluyen temas como el desarrollo de colecciones, el descarte de libros y revistas especializadas considerados redundantes, el almacenaje externo de material poco utilizado, la conservación de material considerado en situación de riesgo y la integración a nuevas tecnologías de colecciones tradicionales. “Es en verdad una gran responsabilidad, y me siento comprometido no sólo con la facultad y los estudiantes de Harvard, sino también con el mundo académico en general”, me dijo Darnton cuando lo entrevisté en Cambridge un año después del coloquio en Yale. Nos encontramos para hablar concretamente sobre su involucramiento con el papel como agente de transmisión cultural, pero también para charlar de su labor como encargado principal de tan preciado acervo. Yo tenía curiosidad por saber asimismo qué había pasado por su mente 12 meses atrás en Nueva Haven, cuando escuchó aquellos dos sombríos comentarios. Fue en ese asunto donde comenzó nuestra conversación. Rechazo enteramente esa premisa —dijo sin dudarlo cuando le pregunté sobre el profesor de Yale que sugería la obsolescencia del libro—. No puedo entender cómo un libro llegue a ser obsoleto, a menos que tengas una perspectiva muy utilitaria de lo que es un libro. Si es un manual para que el lector eche a andar, por ejemplo, un modelo descontinuado de una segadora de pasto, puedes decir que el instructivo es obsoleto, inútil; de acuerdo, ya no sirve. Pero ese tipo de libro representa una diminuta fracción de una fracción de los libros existentes. ¿En qué sentido una novela es obsoleta? Cualquier libro, me parece, aunque su calidad no sea muy alta, es sin embargo testimonio de la versión que alguien tuvo de los acontecimientos, su visión del mundo, la forma de entender su propia condición. Así, creo que un libro, virtualmente todos los libros, son productos culturales, y los productos culturales nos dan información sobre el entorno cultural. Respecto de la mención del estudiante de licenciatura de Yale sobre la indiferencia frente a la relevancia de las bibliotecas, el comentario de Darnton fue por igual desdeñoso. Hay sin duda una tradición de que las bibliotecas sean grandes símbolos culturales en el mismo sentido en que lo son las catedrales medievales, tradición que de ningún modo me parece denigrante —dijo, citando la New York Public Library [Biblioteca Pública de Nueva York], de cuyo consejo de administración es miembro, como uno entre muchos ejemplos de edificios cuya construcción de piedra y argamasa representa más que su contenido intelectual—. Pero si el estudiante sugiere algo más, como creo que lo hacía, es decir, que ya no acude allí, o que no usa lo que la biblioteca le ofrece, porque le parece irrelevante, entonces merece mi comprensión. Puedo decir, sin embargo, que aquí en Harvard medimos con cierta precisión el uso que se da a las bibliotecas, y lo hacemos todo el tiempo. Lo que observamos es que todas nuestras bibliotecas están activas, y que son relevantes. De hecho, nos ajustamos a la demanda manteniendo abierta una de ellas, la Lamont Library [Biblioteca Lamont], 24 horas al día, cinco días a la semana. Los estudiantes están ahí a las tres de la mañana, y usan todos los tipos de herramientas de investigación que les ofrecemos, incluso, definitivamente, libros impresos. Otros cambios se han hecho en respuesta a la manera como los estudiantes se reúnen para estudiar. Las bibliotecas no son simples almacenes de libros —me dijo—. Creo que nunca ha sido así, pero no lo son especialmente ahora. Estamos rediseñando las bibliotecas de manera que funcionen más como centros nerviosos para intercambiar ideas. Los estudiantes trabajan más en grupos y con más frecuencia que nunca. Cuando yo estudiaba aquí, nunca lo hice en grupo. “Estudiar en grupo” era para mí una contradicción de términos. Tenía que clavar mi cabeza en los libros yo solo. Pero hemos descubierto que con frecuencia el estudio en grupo es muy eficaz, y que para los estudiantes es algo normal. Así que dispusimos algunas áreas de la biblioteca para que los grupos puedan reunirse, para que haya lugares donde conecten sus computadoras, pero donde también puedan meter sus libros y debatir. Los reconocimientos y logros de Darnton son extraordinarios conforme a cualquier estándar: es graduado magna cum laude de la Generación 1960 de Harvard después de tres años de estudio, Académico Rhodes, MacArthur Fellow, presidente de la American Historical Society [Sociedad Estadunidense de Historia] en 1999, caballero de la Legión de Honor de Francia y autor de numerosos libros aclamados por la crítica. Pero en ninguna parte de su curriculum vitae dice “bibliotecario”, circunstancia que, de manera bastante curiosa, refleja la imponente estatura que los libros disfrutan en Harvard desde su fundación, en 1636, gracias a una donación de libros del legado del reverendo John Harvard. “Nunca soñé ser director de una gran biblioteca como ésta, y nunca me propuse serlo —dijo—. De modo que sí, para responderte, a veces me pregunto cómo llegué aquí.” Pero cuando se lo considera como parte de una historia lineal, su designación es congruente con el papel que los libros han desempeñado en la historia de Harvard, en particular su disposición para ir de vez en cuando fuera de la comunidad de bibliotecarios profesionales en busca de un director. Es un “puesto peculiar” en Harvard, coincidió Darnton, puesto que suele conferírsele a alguien “que no es un bibliotecario, sino un decano erudito de Harvard. En mi caso, me trajeron de Princeton, pero el principio, creo, fue el mismo, es decir, alguien cuyo interés académico fuese compatible con las bibliotecas. Y también he pasado muchos, muchos años tratando de desarrollar esta área que conocemos como historia del libro. Quizá eso me hizo parecer, a los ojos del preboste y del presidente de Harvard, elegible para OCTUBRE DE 2014 LIBROS, CENSURA, APERTURA EN LA ENCRUCIJADA el puesto, aunque es difícil pensar que alguien sea digno de tal puesto”. Una filosofía semejante de pensar de manera heterodoxa, por decirlo así, adoptó la Biblioteca del Congreso, entre cuyos mejores bibliotecarios en décadas recientes se encuentran el poeta Archibald MacLeish y los historiadores Daniel Boorstin y James Billington, y la Biblioteca Pública de Nueva York, con direcciones sucesivamente encomendadas a académicos como Vartan Gregorian y Paul LeClerc, y el politólogo de Amherst Anthony W. Marx. La persona reconocida como la mente maestra del más agresivo programa de expansión bibliotecaria de Harvard en los primeros años del siglo xx es Archibald Cary Coolidge, a quien suele recordarse por afirmar: “No existe ningún libro muerto en Harvard”. Un colega de Coolidge, el eminente profesor de literatura George Lyman Kittredge, resumió la actitud prevaleciente cuando le dijo a sus amigos que si, por alguna catástrofe, se destruyeran todos los edificios de Harvard Yard excepto la Harry Elkins Widener Memorial Library, “aún tendríamos una universidad”. En 2007, cuando fue invitado a suceder a Sidney Verba como académico universitario y director de la biblioteca, Darnton estaba terminando su trigésimo noveno año en la facultad de la Universidad de Princeton. Cuando se le nombró, era profesor de historia de Europa y director del Center for the Study of Books and Media [Centro para el Estudio de Libros y Medios] en Princeton. Pensaba entonces —y lo reiteró cuando nos vimos en 2009— que los libros impresos son con mucho algo más que contenedores de información, y cumplen con numerosas funciones. “Los libros pertenecen a la economía porque son mercancía: se compran y se venden —le dijo a un redactor del Princeton Weekly Bulletin en 2005—. Pertenecen a la historia del arte porque son obras de valor estético. Pertenecen al mundo de la filosofía y de la historia intelectual porque son portadores de ideas. Pertenecen a la lengua inglesa como forma de literatura, y pertenecen a la historia porque movilizan la opinión pública y con frecuencia han resultado decisivos durante conflictos políticos.” Consciente asimismo de lo que ocurre en el mundo con los medios electrónicos, Darnton ha estado al frente de la formalización de estrategias para las tecnologías emergentes. Como presidente de la American Historical Association [Sociedad Estadunidense de Historia] en 1999, elaboró los protocolos para la publicación electrónica de tesis doctorales, y su labor en el proyecto eGutenberg con Columbia University Press derivó en varios libros académicos de libre acceso, uno de los cuales, Between Winds and Clouds [Entre vientos y nubes], de Bin Yang, se cita en las notas del primer capítulo de este libro. Darnton me dijo que la meta principal de su trabajo como director de la biblioteca de Harvard es asegurar que mantengamos esta biblioteca en un nivel apropiado, lo cual no es fácil en un mundo en el que tienes que comprar todo por vía digital, al tiempo en que debes estar al día con el libro impreso, y con revistas especializadas de todo tipo, electrónicas o impresas, por no mencionar objetos y grabación de música y películas y demás. Es sencillamente enorme. Dedico mucho tiempo a varios proyectos electrónicos, de modo que no soy sólo alguien a quien le gusten los libros antiguos, sino que sí creo que los nuevos medios ofrecen posibilidades para expandir libros, crear nuevos tipos de libros, hacer cosas que no era posible hacer con los formatos antiguos del libro. En 2011, Darnton fue nombrado bibliotecario universitario, posición redefinida que le permite centrarse más en la formulación de políticas generales y menos en las funciones administrativas, cambio que, según me confesó en un correo electrónico, le permite trabajar más activamente en la Digital Pubic Library of America [Biblioteca Pública Digital de Estados Unidos] (dpla), que estableció en 2010 el Berkman Center for Internet and Society [Centro Berkman para Internet y la Sociedad], en Harvard. La meta de la colaboración nacional, de acuerdo con la declaración de principios, es crear “una red abierta y distribuida de recursos exhaustivos en internet que se base en la herencia viva nacional de bibliotecas, universidades, archivos y museos a fin de educar, informar y facultar a todos en la generación actual y en las futuras”. En abril de 2013, el propio Darnton OCTUBRE DE 2014 anunció el lanzamiento formal de la dpla en un extenso ensayo publicado en el New York Review of Books. Como académico, Darnton ha hecho un trabajo de avanzada en el movimiento desarrollado en Francia en la década de 1960 conocido como histoire du livre: historia del libro. Esta labor condujo a la publicación de numerosas monografías, en especial The Business of Enlightenment: A Publishing History of the Encyclopédie, 1775-1800 [El negocio de la Ilustración. Historia editorial de la Encyclopédie, 1775-1800], en 1979, y The Forbidden Best Sellers of PreRevolutionary France [Los best sellers prohibidos en Francia antes de la Revolución],1 estudio sobre el intercambio informal de libros que en 1996 mereció el National Book Critics Circle Award [Premio Nacional de la Crítica]. Darnton comenzó su investigación en 1965, en mitad de “un mar de papel” con el que prácticamente tropezó en el pueblo de Neuchâtel, Suiza, cuando comenzaba a investigar para un libro sobre un personaje clave de la Revolución francesa, libro que, por cierto, nunca terminó. Encontré una nota al pie referente a los manuscritos de Neuchâtel que sugería que allá tenían material relativo a alguien llamado Jacques Pierre Brissot —dijo Darnton—. Brissot fue el último republicano radical antes del Reinado del Terror, y antes de la Revolución francesa fue un gacetillero y aspirante a filósofo fascinado con los Estados Unidos. Yo acababa de llegar a Oxford, donde había hecho mi doctorado. Tenía 26 años, me había desempeñado brevemente como reportero del New York Times y acababa de obtener el puesto de profesor asistente aquí en Harvard. Tenía tres años para hacer mi investigación posdoctoral, y pensé que ése sería un buen tema. En el siglo xviii, Neuchâtel albergó a muchas empresas que aprovechaban las estrictas leyes de censura que restringían la publicación en Francia de libros con contenidos no autorizados. Ante la ausencia de una legislación de copyright, los impresores estaban autorizados para imprimir cualesquiera títulos que quisieran y embarcarlos subrepticiamente a través de las fronteras a Francia, donde se vendían a los ávidos lectores. “No hablamos aquí de manuales o libros jurídicos, médicos ni teológicos, sino de toda la literatura de entonces. La mayor parte se producía fuera de Francia y se vendía en Francia”, dijo Darnton. Muchos de estos proyectos eran franca piratería, y los agraviados contaban con muy escasos recursos para exigir justicia. “Estas casas editoriales constituían una industria muy grande, y en prácticamente todos los casos sus archivos han desaparecido. Pero la ciudad de Neuchâtel es la excepción. Participaban tres familias, tres directores principales de la compañía, llamada Société Typographique de Neuchâtel. Uno de ellos tenía una casa grande con un ático muy espacioso, y cuando la empresa finalmente quebró, sencillamente puso los papeles en el ático, y se instalaron ahí durante muchos años”. Darnton viajó a la ciudad sin otra perspectiva que la de su investigación en proceso: iluminar la vida temprana de un hombre que fue una figura central en la Revolución francesa. Entré y ahí estaban, ni más ni menos, las 115 cartas de Brissot que me habían dicho que encontraría ahí, con respuestas, todas muy reveladoras. Pero estaban rodeadas de otras 50 000 cartas que tenían que ver con todo lo referente a los libros. La fabricación del papel era el tema principal, pero también los trabajadores que formaban los tipos, quienes tiraban de las barras de la prensa, los carretoneros que transportaban los libros terminados, por no mencionar a autores y libreros de todas partes de Europa, inclusive Moscú, San Petersburgo y Budapest. Tenían todo lo que puedas imaginar, todo fresco e intacto. Darnton escribió 500 páginas sobre Brissot antes de suspender su labor y apartar el manuscrito. “Es un caso de algo que nunca publiqué. Lo que tengo es valioso, pero sólo cubre la historia hasta 1789, cuando Brissot cobra importancia. Es entonces cuando comienza la Revolución, y él desempeña una 1 Ambos disponibles en español en ediciones del Fondo [E.] función en ella. Para eso yo tenía que investigar mucho más en otras fuentes. Pero me interesó mucho el material que acababa de hallar en Neuchâtel. Me dije: “¿Sabes?, este libro es más importante que la biografía de Brissot: el tema es el libro”. Así, en vez de dedicar otros cinco años a terminar la vida de Brissot, la dejé y comencé a concentrarme en los libros. Y hago eso desde entonces”. Darnton pasó un verano tras otro en Neuchâtel hasta terminar ahí su obra, en 1990. Leí los 50 000 documentos —me dijo, y entre las muchas satisfacciones que obtuvo se cuenta una perspectiva enriquecida sobre el papel—. Descubro para mi sorpresa que la gente habla del papel todo el tiempo. Por “gente” me refiero a editores, libreros, incluso lectores. Encontré cartas de lectores que se quejaban de la calidad de algún tipo particular de papel de un libro concreto. Ahora bien, para el lector moderno, eso es sorprendente. Terminé por convencerme de que no sólo los profesionales del libro, es decir, impresores y libreros, sino también los lectores se fijaban en el papel. Y hay muchas pruebas de esto. Si ves los anuncios de los libros, éstos solían decir, por ejemplo, “hecho con el mejor papel”. Me parece entonces que durante dos o tres siglos existió una conciencia del papel que no se ve en nuestros días. Darnton dijo que los archivos de Neuchâtel contienen además “docenas y docenas y docenas de cartas” de todo tipo de personas vinculadas al comercio de papel: molineros, vendedores, “incluso los exploradores del papel que visitaban molinos e informaban sobre la calidad del agua y los harapos. No todos utilizaban harapos de Borgoña, que eran excelentes, sino a veces tenían harapos de menor calidad, y hay comentarios sobre recogedores de harapos y su calidad. Así, se trata de todo un mundo, el mundo del papel, tremendamente rico y complicado. Y la gente hablaba también del agua, porque el agua, como sabes, es muy importante. Las montañas de Jura, por ejemplo, son muy buenas para fabricar papel porque tienen un agua maravillosa”. Al leer las cartas, dijo Darnton, le intrigó el tema del papel como soporte físico de la literatura, y su importancia central en el comercio de libros para el periodo moderno temprano. “Así que decidí incluir un pequeño capítulo sobre el papel en el libro que estaba escribiendo sobre la historia de la edición de la Encyclopédie, llamado El negocio de la Ilustración. Pero el capítulo creció hasta convertirse en una monografía de un centenar de páginas, que a la fecha aún aguarda en el cajón de mi escritorio junto con la biografía de Brissot.” Aunque también ese manuscrito permanece inédito, Darnton dijo que la experiencia fue instructiva para él en muchos sentidos. Cuando era estudiante aquí en Harvard, leía libros y nunca ponía atención al papel. Di por sentado al papel hasta que lo conocí. Cuando antes vagaba por esos archivos, en 1965, no me interesaba el papel, y la historia de los libros como campo de estudio apenas existía. El término ni siquiera estaba en boga todavía. Y tampoco es que creyera estar escribiendo la historia de los libros. Tan sólo pensaba escribir otra monografía. Pero cuanto más me adentraba en el tema, tanto más entendía que, primero que nada, si me gustaba la vena antropológica, que sin duda me gusta, entonces debía entender cómo pensaban en realidad los impresores y los editores. Bueno, pues resulta que pensaban mucho en el papel. Y para mí, aquello fue revelador. Y siempre que me encuentro con algo que es esencialmente contrario a la intuición, siento que estoy en camino de encontrar algo, y procuro seguirlo. W DE PAPEL En torno a sus dos mil años de historia NICHOLAS A. BASBANES historia Traducción de Ignacio Padilla Suárez 1ªed., 2014; 400 pp. 978 607 16 2217 4 $240 Nicholas A. Basbanes, historiador de la cultura, es autor de A Gentle Madness (1995), que fue finalista del National Book Critics Award; de él acabamos de publicar De papel. En torno a sus dos mil años de historia, una de las ediciones conmemorativas de nuestro 80 aniversario. 19 Ilustración: E N C YC LO P É D I E , D E D E N I S D I D E R OT CAPITEL Darnton: reportero del pasado C on las dos que comienzan a circular este mes, son ya ocho las obras de Robert Darnton que el Fondo de Cultura Económica ha publicado. El lector en español puede hoy, si suma dos títulos más aparecidos en años recientes bajo el sello de casas editoriales amigas, leer una decena de volúmenes que dan cuenta de una vida académica ejemplar —en la que tenacidad, astucia y suerte se han trenzado de manera excepcionalmente fructífera—, de una prosa que seduce e informa, de una inteligencia capaz de percibir la médula de un fenómeno —sea el comercio ilegal de libros en la Francia del Antiguo Régimen o los riesgos de un monopolio en los tiempos del libro electrónico—. Pasaron más de quince años entre la publicación del primer libro de Robert Darnton en nuestra lengua y la del segundo, pero pronto se intensificó la traducción de sus obras, pues en la década más reciente llegaron al español siete libros más. DE OCTUBRE DE 2014 C uando en 1987 apareció La gran matanza de gatos y otros episodios en la historia de la cultura francesa, se iniciaba para el Fondo una relación entrañable y productiva con uno de los historiadores estadunidenses más originales del momento actual, relación que hoy estrechamos publicando sus dos volúmenes más recientes: El diablo en el agua bendita o el arte de la calumnia de Luis XIV a Napoleón y Censores trabajando. De cómo los Estados dieron forma a la literatura. (Aprecie el lector, desde ya, el talento bautismal de Darnton: los títulos de cada uno de sus libros son fuertes ganchos que captan la atención del lector y le comunican con precisión el asunto del que se ocupa la obra. La curiosidad sobre cómo intitular libros académicos lo llevó a escribir “La edición: una estrategia de supervivencia para autores académicos”, un artículo en que explora, con agradecible sorna, algunas estrategias para decir y no decir, para ensamblar frases pomposas y efectistas que funcionan de maravilla en la mancuerna título-subtítulo; sin duda, esa sensibilidad ante los nombres le ha permitido elegir fórmulas certeras para todos sus trabajos publicados.) L a producción de Darnton es a la vez muy focalizada y muy diversa. El grueso de sus libros y artículos tiene que ver con la palabra impresa, con las personas involucradas en esa metamorfosis radical que lleva un original manuscrito hasta los ojos de muchos lectores, pero al mismo tiempo sería erróneo decir que sus reflexiones se ciñen a un entorno tan acotado, pues en todo momento su mirada está puesta en los efectos más amplios que producen las ideas, los sistemas de producción y comercialización de libros, las manifestaciones físicas del pensamiento. Es difícil determinar el peso que tendrán en la persona madura las múltiples experiencias que se tienen durante la juventud, pero está claro que la fugaz actuación del veinteañero Darnton como reportero de The New York Times influyó en su modo de abordar los problemas de la comunicación. Por un lado, atestiguó cómo día a día se inventa la realidad al dar forma a la primera plana del diario, y cómo en ello juega un papel importante 20 EL RETORNO DEL PÉNDULO Sobre psicoanálisis y el futuro del mundo líquido ZYGMUNT BAUM A N Y G U S T AV O D E S S A L ¿Libertad o seguridad?, ¿hasta qué punto ganar la una significa renunciar a la otra?, ¿se puede alcanzar un equilibrio estable? Dos voces, procedentes de países lejanos y disciplinas que a veces también aparentan serlo —aun cuando su objeto de estudio sea a fin de cuentas el mismo, sólo que a escala distinta—, discuten en torno a esta y otras cuestiones cruciales para comprender el mundo contemporáneo; Zygmunt Bauman, el connotado sociólogo polaco, y Gustavo Dessal, psicólogo argentino de altos vuelos, han recogido en este pequeño volumen el resultado de un intenso diálogo epistolar en el que además han intercambiado textos preparados para congresos o como respuestas unos de otros. A la luz del concepto de liquidez, que ha vuelto célebre a Bauman —y que, puesto en una frase, se refiere a la interpretación de la civilización globalizada como un estado desprovisto de toda estructura narrativa, en el que cada individuo debe reinventar su teogonía personal—, articulado con conceptos del psicoanálisis, especialmente algunos freudianos —seguridad, principio de placer, principio de realidad, pulsión de muerte—, ambos pensadores esbozan conjunta- mente una reflexión acerca del vaivén en que se mueve y se construye la civilización, entre esos extremos que, por otra parte, dotan de energía al movimiento: no se puede concebir la historia de la humanidad como un mero progreso hacia la libertad; perseguir ésta conlleva sacrificar seguridad, y viceversa. Ida y vuelta, búsqueda de la eutopía, movimiento pendular, pues. Publicado por nuestras filiales de Argentina y España unos meses atrás —en español antes que en cualquier otro idioma—, y con una recepción extraordinaria en los países en que ha circulado, el libro que recoge ese diálogo está disponible en México a partir de este mes. sociología Traducción de Lilia Mosconi 1ª ed., 2014; 162 pp. 978 84 375 0708 0 $195 ANTROPOLOGÍA DEL CEREBRO Conciencia, cultura y libre albedrío ROGER BARTR A La exploración de la mente humana es un tema que no por antiguo ha agotado sus incógnitas; antes bien, en la medida que se han desarrollado el pensamiento y la técnica se han registrado significativos progresos, sin duda, pero a la vez se han profundizado numerosas interrogantes y han surgido muchas otras. Más allá de un puñado de certezas, lo que tenemos son ante todo suposiciones e hipótesis; la relación entre el cerebro y la conciencia, en particular, es un inagotable objeto de estudio y de reflexión que —elusivo como pocos— pese a haber sido escudriñado a lo largo de los siglos bajo las lentes de disciplinas como la filosofía, la psicología y las neurociencias, permanece en su mayor parte desconocido. Desde su posición de antropólogo, Bartra busca situarse en el cruce de varias disciplinas, de modo que su mirada pueda abarcar tanto realidades neurobiológicas como el análisis de los fenómenos socioculturales. Su exploración arroja así luces sobre los límites conceptuales, las coincidencias y los contrastes entre las explicaciones científicas y las humanísticas sobre la reciprocidad entre el cerbero y la conciencia; temas como la voluntad, el libre albedrío, la identidad y el yo, por otra parte –todos ellos enraizados en la conciencia–, desde luego han sido siempre cruciales para los estudios antropológicos. Nuestra nueva edición de Antropología del cerebro añade a esta indagación, que publicamos en 2007, el ensayo Cerebro y libertad, aparecido también bajo nuestro sello unos años después, en 2013. Se trata de dos obras concebidas en momentos distintos pero que debían estar reunidas en un mismo volumen, pues la segunda es, más que un complemento, una ampliación de los alcances a la vez que una profundización en las implicaciones de la primera. antropología 2ªed., 2014; 300 pp. 978 607 16 2167 2 $190 OCTUBRE DE 2014 Ilustración: E N C YC LO P É D I E , D E D E N I S D I D E R OT NOV EDA D ES GEORG SIMMEL L A LECTU R A , OTR A REVOLUCIÓN D AV I D F R I S B Y Una manera natural de celebrar las ocho décadas del Fondo ha sido revitalizar nuestros emblemáticos Breviarios; este relanzamiento de la colección, además de la publicación de diez títulos nuevos, involucra la reimpresión y la reedición de setenta obras, en su mayoría agotadas y que aguardaban su turno para volver a estar en las manos de los lectores. Una de las más esperadas —han pasado treinta años desde su publicación orignal— es probablemente el volumen que David Frisby dedica la obra de Georg Simmel; se trata de una concisa introducción al pensamiento de este sociólogo que, hasta la publicación de este trabajo, se conocía muy poco fuera de Alemania y que sin embargo hoy en día –en buena medida gracias a esta revaloración— se considera una de las piedras sobre las que se erige el edificio de la sociología moderna, a la par de figuras como la de Max Weber y Émile Durkheim. Esta nueva edición, oficiosamente revisada, viene además precedida por un prefacio ampliado por el propio Frisby que contribuye a ubicar los contextos social e histórico de los que nació la obra y en el que se explican los escritos esenciales —Sobre diferenciación social, La filosofía del dinero y Sociología— y hace una revisión de los conceptos sociológicos que Simmel introdujo —el intercambio, la interacción y la diferenciación— para luego examinar los vínculos de éstos con las teorías de Weber y Marx. En el conjunto ofrece una sólida argumentación para reconsiderar el pensamiento de Simmel y explicar por qué su aportación es central para el desarrollo de la sociología moderna. De Simmel, tenemos además en preparación su Sociología. Estudios sobre las formas de socialización, que verá la luz en fechas próximas.. breviarios JUSTICIA PAR A ERIZOS RONA LD DWOR KIN MARÍA TERESA ANDRUETTO La pregunta ya no es si se lee más o menos que antes, dice la autora en una de sus conferencias, sino qué podemos hacer para mejorar la calidad de los lectores; al plantear este reto, sin embargo, no se dirige meramente a la escuela o la familia —como se ha hecho tradicionalmente— sino antes bien a escritores y editores, quienes con su actividad ejercen influencia en los gustos de sus destinatarios y hasta cierto punto determinan sus hábitos. María Teresa Andruetto despliega en estos textos —la mayoría presentados en congresos, coloquios, foros y otros encuentros– una revisión crítica del estado actual de la literatura infantil y juvenil, lo mismo que de la promoción de la lectura, y ofrece en el conjunto una reflexión que marca la pauta para la constitución plena del campo y busca contribuir a propiciar una “revolución” de la lectura. Ésta requiere, dice, que los lectores sean capaces de comprender que la única libertad de pensamiento es aquella que se construye, y en ello sitúa el reto para los profesionistas vinculados al área cultural y la mediación literaria. A propósito de la labor de éstos, refiere que “el encuentro con el libro no depende sólo de lo que ese libro tiene o es en sí mismo, sino de una conjunción misteriosa de ese objeto, el lector y la ocasión de su encuentro”. El nuevo título de nuestra colección Espacios para la Lectura es, pues, una herramienta necesaria para todos aquellos que de una u otra manera intervienen en la producción y la difusión de la literatura infantil y juvenil, principalmente para aquellos comprometidos con el fomento a la lectura. No es el libro de Dworkin, según aclara él mismo con humor desde las páginas iniciales, un alegato en favor de los derechos de los animales ni cosa semejante. Su título es una resonancia de un antiguo verso de Arquíloco, que Isaiah Berlin volvió a traer a la actualidad en su ensayo El zorro y el erizo: “El zorro sabe muchas cosas; el erizo sabe una, pero grande”. Qué es la verdad, qué significa la vida, qué requiere la moral y qué exige la justicia son, a decir del autor, aspectos de una misma cuestión: una sola, pero muy grande. El célebre filósofo del derecho ensaya, pues, una original teoría de la justicia en la que postula que los “valores” conforman una gran unidad conceptual, es decir, que tanto valores éticos y valores morales —los que orientan una buena vida y los que sancionan nuestras acciones, esto es— no sólo pueden llegar a ser coherentes entre sí, sino que se sustentan mutuamente. En su exposición el autor analiza diversas temáticas filosóficas que van desde la epistemología y la metafísica del valor, la metaética y el fenómeno de la responsabilidad moral, hasta la naturaleza de la interpretación, las características de la verdad, el problema de la voluntad y la relación con los conceptos de ley, democracia, derechos políticos y libertad. Los alcances de los postulados y la originalidad de la argumentación de esta arriesgada obra, que en muchos veces va a contracorriente respecto a la tradición filosófica dominante, hace de Justicia para erizos una obra de gran interés no sólo para áreas como la filosofía del derecho, la ética o la politología; se trata de una reflexión que de igual modo se dirige, como lo sugiere su título, a quienes saben poco, pero lo saben bien. espacios par a la lectur a 1ª ed., 2014; 192 pp. política y derecho p 978 607 16 2194 8 T Traducción de Horacio Pons $90 1ª ed., 2014; 591 pp. Traducción de José Andrés Pérez Carballo; 9 978 607 16 2118 4 o prólogo de Peter Hamilton; traducción del nuevo $ $360 prefacio y revisión de la nueva edición de Alejandro Pérez-Sáez 2ª ed., 2014; 286 pp. 978 607 16 2066 8 $125 el diseño editorial y la tipografía, pero sobre todo cobró conciencia de que la batalla por la atención de los lectores se libra párrafo tras párrafo. Quizá también de esa época le venga la intuición de que todo relato necesita un protagonista al cual seguir y en torno del cual puedan exponerse los problemas de una época. Así, por ejemplo, en Edición y subversión. Literatura clandestina en el Antiguo Régimen, que en 2003 apareció en la colección Noema, coeditada con Turner, algunos pillos del bajo mundo editorial conducen al lector hacia las prácticas sórdidas, sumamente riesgosas, de escritores, periodistas, editores en el periodo favorito de Robert Darnton: la Francia dieciochesca. U no de los libros darntonianos que más enorgullecen al Fondo es El coloquio de los lectores. Ensayos sobre autores, manuscritos, editores y lectores, publicado en 2003 en Espacios para la Lectura, pues es un libro “inventado” por su traductor y su editor, Antonio Saborit y Daniel Goldin, a partir de numerosos ensayos y artículos sueltos, lo que le da un atractivo carácter fragmentario. Caso opuesto en su concepción es el de El negocio de la Ilustración. Historia editorial de la Encyclopédie, 17751800 (Libros sobre Libros, 2006), sin duda el más ambicioso de sus emprendimietos intelectuales: gracias al cuasi milagroso hallazgo de 50 mil cartas de la suiza Société Typographique de Neuchâtel, imprenta que tuvo su apogeo en el siglo xviii, Darnton pudo emprender la “biografía” de la edición que hizo de la Encyclopédie de Diderot y d’Alembert un libro medianamente popular, es decir poseído —no sabemos qué tan leído— por un público no aristócrata, esa “clase media” por la que necesariamente pasó el Siglo de las Luces. E l diablo en el agua bendita… es fruto de una vocación más de Darnton: la de coleccionista de datos y de ejemplares —el grueso de las ilustraciones de esta obra provienen de su biblioteca personal—. Con ese tino suyo para elegir ejemplos paradigmáticos, Darnton presenta libros, y aun partes de libros como un grabado en particular o una portada, que sirvieron para menoscabar el poder establecido mediante la difusión de noticias falsas pero creíbles sobre aristócratas, clérigos o funcionarios públicos. Finalmente, Censores trabajando reúne las Panizzi Lectures, dictadas por Darnton apenas a comienzos de este año. Son tres breves estudios de caso: la Francia borbónica, la India sometida por el Imperio británico y la Alemania oriental con su régimen comunista, en los que Darnton se cuida de hacer “denuncias” de cómo se ejerció la censura, pues para él lo relevante es cómo la fuerza del Estado a veces contribuye a perfilar el tipo de obras que se publican. Junto con estas dos novedades reimprimiremos dos obras lanzadas en Argentina a finales de la década pasada: Los best sellers prohibidos en Francia antes de la Revolución (Historia) y El beso de Lamourette. Reflexiones sobre historia cultural (Historia), volumen de artículos dispersos entre los que se cuenta “¿Qué es la historia del libro?” L ejos de ser un ludita, el conocedor del pasado del libro ha querido influir en el modo en que estamos construyendo su futuro. No sólo se opuso a los excesos del programa de escaneo, por parte de Google, de libros cuyos autores o herederos no pueden ser localizados, sino que promovió un modelo, lo más horizontal posible, para edificar en el ciberespacio una biblioteca nacional. Puesta ya en marcha pero con una larga ruta por recorrer, este proyecto demuestra que no por infrecuente la simbiosis entre academia y vida pública puede dar frutos concretos, ambiciosos, esperanzadores. Por todas éstas, y muchas razones más, el Fondo rinde en octubre un homenaje al gran Robert Darnton. W TOMÁS GR ANADOS SALINAS OCTUBRE DE 2014 21 Fotografía: © A R C H I VO F C E PREMIO DANIEL COSÍO VILLEGAS LIBROS, CENSURA, APERTURA2014 DISCURSO CONTRA LA CORRIENTE: elogio del Fondo de Cultura Económica En días recientes El Colegio de México honró al Fondo con el premio que lleva el nombre de nuestro fundador en común. No podíamos dejar de recoger aquí la mirada de un académico anfibio, cercano a ambas casas, que pone en claro por qué premiar a una institución significa, ante todo, reconocer la importancia de una idea. Éstas son las palabras que se leyeron en la entrega del Premio Daniel Cosío Villegas F E R N A N D O E S CA L A N T E G O N Z A L B O I gual que todos ustedes, o casi todos ustedes, yo leí por primera vez a Isaiah Berlin en una edición del Fondo de Cultura Económica: Contra la corriente. Igual que ustedes, también, leí a Max Weber y a LèviStrauss en ediciones del Fondo de Cultura. Y a Braudel y Ranke, a David Brading, a Raúl Prebisch. También por cierto leí La muerte de Artemio Cruz en la Colección Popular del Fondo, y Pedro Páramo, y las Memorias póstumas de Blas Cubas. Y leí a Erich Fromm, a Roberto da Matta, Michal Kalecki, y Antonello Gerbi. Verdaderamente, no haría falta decir casi nada más como explicación. Nos podríamos pasar el resto de la tarde recordando nombres, evocando lecturas: Veblen, Heidegger, Norbert Elias, Irving Leonard, Albert Béguin, Santayana, Hirschmann. O bien podríamos escoger cualquiera de los últimos títulos en el catálogo del Fondo, el librito de Bétrice Hibou sobre la privatización del Estado, o el último tomo del diario de Alfonso Reyes, y dedicarnos un rato a leer –que es el más obvio homenaje que se puede rendir al Fondo de Cultura. Y explica muy bien el premio. Algo más diré, aunque sobre. No mucho. Demasiado tarde me doy cuenta de que yo no sé escribir un elogio. Ya sé que no hubiese hecho falta que lo dijera, porque ustedes se iban a dar cuenta enseguida. Pero prefiero que conste de entrada, y evitar que nadie se decepcione. No sé escribir un elogio. Mucho menos sabría hacer el elogio del Fondo de Cultura Económica. Para empezar porque el tema me excede, absolutamente. Pero además, y acaso tendría que haber empezado por ahí, porque todo lo que se refiere al Fondo de Cultura es para mí algo personal. Y eso siempre complica las cosas. O sea, que tocaría que me callase. Sería lo más sensato. No obstante, si acepté la invitación para hablar aquí, ahora, y sin pensarlo, antes de que nadie fuese a cambiar de idea, fue porque el honor de hablar en esta ocasión implica también la posibilidad de decir algo de lo que el Fondo significa, para mí y para tantos. Y esforzarme por articular mi gratitud, la de tantos, por haber podido vivir contando con la compañía del Fondo de Cultura Económica –que ha hecho que nuestro mundo fuese mucho más interesante. A mediados de 1934, hace ahora ochenta años, Daniel Cosío Villegas se propuso la tarea modesta, discreta, urgente, de producir los libros que necesitaban los universitarios mexicanos para estudiar economía. Bien poco, algo muy factible, sencillo incluso, pero indispensable. Pronto resultó que esa pequeña, modesta tarea iba a ser otra cosa, mucho mayor. La historia la conocemos todos. Sobrevino la guerra civil española, para muchos la triste urgencia del exilio. Y Cosío Villegas comenzó a imaginar lo que sería El Colegio de México. Y aquel pequeño fideicomiso creado para publicar textos de economía se vio de pronto editando la obra de Dilthey, Max Weber, Meinecke. Entre el azar y la necesidad, mediante la intuición histórica de don Daniel Cosío Villegas, cobró forma el proyecto editorial más importante de la lengua española. Veinte años después, reflexionando sobre su experiencia en el Fondo, decía Cosío Villegas: “tengo hoy todavía la sensación de que sigue siendo un milagro hacer libros en México. Es verdad que a los cuarenta y cinco años de edad tengo todos los días la sensación de otro milagro: ver salir el sol entre los dos volcanes del valle. Me parece éste un milagro por el horror que me causa imaginar cuán densa sería en el valle la oscuridad el día que no saliera el sol; como me causa también horror imaginar cuánta luz perdería el país si dejaran de imprimirse los libros que hoy se hacen en México”. Podríamos decir hoy algo muy parecido. Porque no es más fácil hacer libros en 22 México, ni menos urgente. Y si añadimos alguna calificación: hacer bien buenos libros, se entiende en qué consiste la dificultad. Porque están las librerías llenas de libros, los hay hasta en los supermercados, en las cafeterías –pero no es eso, no es eso. Antes de decir algo más sobre el Fondo, el tema es para mí inagotable, quiero hablar sobre el premio, quiero reparar en el hecho de que el Premio Daniel Cosío Villegas se otorgue a una institución. A él sin duda ninguna le hubiera gustado eso. Entre otras cosas, es un gesto un poco a contracorriente del individualismo cínico de nuestra cultura de las celebridades. Desde luego, premiar a una institución es también premiar a un conjunto de individuos, eso está claro. Pero es sobre todo reconocer la importancia de una idea –que es la que da continuidad y coherencia al trabajo de una institución. Me extiendo un poco. A nadie le podría haber resultado extraño que un premio como éste, de ciencias sociales, se le hubiese otorgado a Lèvi-Strauss, a Mannheim, a Robert Merton. Su influencia ha sido enorme, ha marcado nuestra manera de entender la vida social. Y bien, en algún sentido el premio corresponde a todos ellos también, y con justicia a quien los ha hecho existir en español. Nadie ha tenido mayor influencia sobre las ciencias sociales en el mundo de habla española que el Fondo de Cultura Económica. De hecho, el panorama de las ciencias sociales en español resultaría irreconocible sin los libros del Fondo de Cultura. Pero decía que premiar a una institución significa reconocer la importancia de una idea. En este caso, lo que justifica al Fondo es una idea muy simple: que la lectura es un asunto de interés público. Lo que pasa es que esa idea tan simple resulta ser a fin de cuentas enormemente complicada. Significa para empezar que es de interés público que la gente aprenda a leer. Pero también la publicación de algunos libros, según cuáles, y la traducción de algunos libros, y la circulación de los libros, también la integración de un mínimo canon, el cuidado de un patrimonio cultural, y más. En su momento lo dijo con perfecta claridad Cosío Villegas: “enseñar a leer sin haber resuelto antes, o concomitantemente, el problema de ofrecer una lectura digna, que eleve, es un engaño” (no me resisto a citar lo que sigue: “que los dueños de un periódico diario digan que éste es un instrumento de cultura, pase; pero apenas es concebible que lo crea alguien más”). Ofrecer una lectura digna. Es decir, libros. Pero no cualquier libro. Y otra vez, la idea es muy simple, y muy complicada. La lectura es de interés público, o sea que nos interesa a todos, y no sólo a quienes lean una cosa u otra. No se trata de que todos los habitantes del país se conviertan en grandes lectores. Ni es posible, ni tendría sentido. Pero sí que todos sepan leer. Tampoco se trata de que todo el mundo lea una determinada lista de libros. Eso sería un disparate. Pero sí se trata de que haya esos libros “de lectura digna”: muchos, distintos, nuevos y viejos, y clásicos, originales y traducidos. No importa que se lea esto o aquello en particular, sino que se lea, y habrá libros que interesen a miles, decenas de miles de gentes, pero no son por eso más importantes que otros, que tienen sólo unos pocos cientos de lectores –es de interés público que exista la posibilidad de leer, que se mantenga esa conversación interminable, abigarrada, esa conversación de siglos que se desarrolla mediante la cultura del libro. Ésa es la misión básica del Fondo de Cultura Económica. Ahora bien, al cumplir con ese propósito, y producir los libros que hacen falta en México, el Fondo hace mucho más. Porque produce libros para todos los hablantes de español. Todos: mexicanos, españoles, argentinos, incluso durante décadas, brasileños, todos leímos a Marx, y a Dumézil, a Castoriadis, a Marcel Bataillon y Carl Becker gracias al Fondo de Cultura. OCTUBRE DE 2014 PREMIO DANIEL COSÍO VILLEGAS 2014 CONTRA LA CORRIENTE: ELOGIO DEL FONDO DE CULTURA ECONÓMICA. PREMIO DANIEL COSÍO VILLEGAS, 2014 Todo ese rodeo, que espero que no haya resultado demasiado aburrido, para subrayar la importancia del trabajo del editor –que es lo que este premio reconoce hoy. Al traductor de un libro en general sólo se le ve cuando se equivoca, cuando tropieza, y su éxito consiste precisamente en que el texto no parezca una traducción, que ofrezca la ilusión de haber leído el original. Algo parecido sucede con el editor, que si hace bien su trabajo casi no se nota. Uno llega a una librería y encuentra el libro que buscaba, que estaba allí, naturalmente, en la sección de sociología, naturalmente, y se lee con facilidad, no se deshoja al abrirlo, el papel permite hacer anotaciones, naturalmente. Pero no, no es natural nada de eso. El editor es quien hace posible que un autor se encuentre con sus lectores, sean mil o cien mil. Estamos acostumbrados a que suceda, vale la pena recordar que es absolutamente improbable. En el mundo se han escrito varios millones de libros, sólo en español se publican unos cien mil títulos cada año, una librería bien surtida puede tener acaso treinta mil volúmenes –y en medio de ese maremágnum sucede que yo quiero comprar precisamente Las pasiones y los intereses, de Albert Hirschmann. No me sirve otro autor, ni otro título. Y resulta que está ahí. En la tramoya de ese pequeño milagro está el editor. Que tiene que escoger los autores, los títulos, tiene que ordenarlos en colecciones, tiene que traducir muchos de ellos, tiene elegir el formato, y decidir el diseño, el tiraje, el papel, el modo de anunciar la publicación, las vías de distribución… Para que cada autor se encuentre con sus lectores. Y si lo hace bien, no nos damos cuenta. Imagino que con ese pequeño rodeo se entiende mejor si digo ahora que la obra del Fondo de Cultura Económica es su catálogo. Ese inmenso panorama de la cultura, con diez mil invitaciones distintas para seguir la conversación. El Fondo de Cultura es un editor sui generis, y lo es desde su fundación, desde la idea primera de Cosío Villegas. Porque se creó para producir los libros que hacían falta, que eran importantes y necesarios –descontando las demás consideraciones. Y eso impuso un modo de seleccionar los títulos, un modo de integrar el catálogo que lo convirtió, como se suele decir, en sello de referencia. Uno puede no conocer a Gerbi o a Pietschmann, por ejemplo, pero están en la colección negra, de historia, del Fondo, y eso basta como recomendación. No digamos que no haya habido errores, libros de interés más efímero, olvidables. Sin duda. A Cosío le hubiera sorprendido menos que a nadie, después de todo el Fondo es obra humana, burocrática. Pero el peso del conjunto es indiscutible. En el catálogo coexisten Ronald Laing, Oscar Lewis y Antonio Alatorre, François Furet y Robert Redfield, clásicos absolutos como Cassirer, Ibn Jaldún o Marcel Mauss, y autores vivos, que están descubriendo nuevos paisajes: Sissela Bok, Mary Louise Pratt, Thomas Piketty. La inagotable riqueza de la conversación a la que invita el Fondo depende de eso. En aquel lejano 1934, y en los años siguientes, en las horas más oscuras de la cultura española del siglo xx, el Fondo hacía lo que nadie más estaba haciendo, y fue literalmente indispensable para mantener vivas las ciencias sociales en español. Pero sucede que hoy, ochenta años después, tampoco hay nadie que haga lo que hace el Fondo. Hay muchas editoriales, que publican muchísimos títulos, algunos extraordinarios, algunos que se venden por decenas de miles. Pero la capacidad para pensar en los libros que hacen falta, más allá de otras consideraciones, de rentabilidad o de popularidad, ésa nadie la tiene como el Fondo –que ha terminado hace relativamente poco la edición de la obra completa de Alfonso Reyes, la de Octavio Paz, la nueva edición anotada de Economía y sociedad, la de Las formas elementales de la vida religiosa, de Émile Durkheim, la monumental biografía de Dostoievski, de Joseph Frank. Adicionalmente, esa abundancia de libros en el mercado subraya la importancia del Fondo de Cultura en otra dimensión. El crecimiento desbordado del número de títulos, los catálogos millonarios aplanados por la búsqueda del best seller, la destrucción publicitaria de casi todas las mediaciones que configuran la cultura del libro, todo eso hace particularmente útil esa función de “sello de referencia”. Pero además, ahora como entonces, los libros del Fondo sirven de soporte para muchas otras lecturas, son un punto de partida. Es imposible saber a dónde llegará una conversación que comienza en las páginas de Tibor Scitovsky, por ejemplo, o de Paul Bénichou o George Steiner. La lectura siempre abre el apetito, las ganas de leer. La primera misión que se dio Fondo fue la traducción de libros de otros idiomas. Sigue siendo el eje de su actividad, y con razón. E importa reconocerlo en lo que vale. La traducción es uno de los signos más elocuentes de vitalidad cultural. Y tiene una importancia especialísima para las ciencias sociales y las humanidades. De hecho, eso que llamamos las humanidades es fundamentalmente un vasto esfuerzo de traducción, consecuencia de esa felicísima catástrofe que fue la Torre de Babel. No llegamos al cielo, pero en cambio aprendimos a hablar en inglés, en italiano, en griego. El Fondo de Cultura es en ese sentido el mejor testimonio de la vigencia en español de las humanidades como modo de asumir la experiencia humana. Sólo como juego se me ocurre imaginar un itinerario que podría empezar con la Paideia, de Jaeger, y Otras obras de Darnton en nuestro catálogo OCTUBRE DE 2014 LA GRAN MATANZA DE GATOS Y OTROS EPISODIOS EN LA HISTORIA DE LA CULTURA FRANCESA historia Traducción de Carlos Valdés 1ª ed., 1987; 269 pp. 978 968 16 2578 8 $175 seguir con el Primero sueño, de Sor Juana, Los 1001 años de la lengua española, de Antonio Alatorre, con La sabiduría de los bárbaros, de Momigliano, o ese prodigioso monumento al lenguaje que es Erdera, de Gerardo Deniz –eso apenas mordisqueando una esquina del catálogo del Fondo. Traducir, editar, publicar lo indispensable: Weber, Husserl, Braudel, Frazer, es contribuir a formar un canon. Eso ha hecho el Fondo. Con el resultado de que hoy no sería posible estudiar en español historia, sociología, psicología, filosofía, sin contar con los libros del Fondo. A continuación, con el mismo ánimo, comenzó a integrar un canon de las letras mexicanas: Sor Juana, Juan Ruiz de Alarcón, Mariano Azuela, Martín Luis Guzmán, Rosario Castellanos, Alfonso Reyes, y ese maravilloso compendio continental que es la Biblioteca Americana. Y al lado de la serie monumental a la que pertenecen Heidegger o Dilthey, comenzó también a publicar libros con otra ambición, más didáctica, para formar “la base de una biblioteca que lleve la universidad al hogar”, y así surgió la colección más hermosa, de horizonte más amplio en el mundo editorial en español: Breviarios. También en el Fondo, no sobra recordarlo, en la Colección Popular, luego en Tezontle, publicaron sus primeros libros jóvenes escritores mexicanos como Juan Rulfo, Juan José Arreola o Carlos Fuentes. Y en Tierra Firme están Cardoza y Aragón, Euclides da Cunha, Alejandro Rossi. Ya va siendo hora de que termine. Pero hay un par de cosas que no querría dejarme en el tintero. La tarea del editor consiste en que el autor se encuentre con sus lectores. Para eso, hay un eslabón último al que se presta poca atención, como cosa ancilar, de interés puramente mercantil: la librería. Es una pieza clave de la cultura del libro, la más frágil acaso, que no tiene fácil sustitución. Una librería es una tienda, y a la vez es otra cosa, diría que es menos librería cuanto más se parece a cualquier otra tienda. La librería se lleva mal con el espíritu del tiempo sobre todo porque admite mal el crecimiento, la espectacularidad, el gigantismo, el movimiento masivo de novedades que hace el comercio de hoy, que requiere grandes superficies, procesos estandarizados. Pero insisto: no hay sustitutos a la vista. Digamos de paso, por no dejar, que por mucho que ayude la comunicación por internet, nunca podrá ofrecer una experiencia equiparable –ni siquiera la ofrecerá cuando Amazon tenga en español, si la llega a tener, una importancia parecida a la que tiene en inglés. Ése ha sido entre nosotros desde siempre el talón de Aquiles para el mundo del libro. A mediados del siglo xx calculaba Cosío Villegas que en México podría haber una librería por cada 134 000 habitantes según la estimación más optimista, una por cada 875 000 habitantes según los editores industriales. No estamos mucho mejor. Tenemos bastantes “puntos de venta” de libros, que son tiendas de regalos, cafeterías y kioscos de aeropuerto: en conjunto, uno por cada 70 000 habitantes. Registradas como librería, o papelería-librería, tenemos aproximadamente una por cada 170 000 habitantes. Pero si nos ponemos un poquito exigentes, y nos tomamos en serio el nombre, hay en México una librería por cada 680 000 habitantes. El Fondo de Cultura también ha terminado haciéndose cargo de eso, para la venta de sus libros y de todos los demás fondos editoriales que circulan en el país –sin eso, no podría cumplir con su tarea editorial. Hacer libros en México ha sido siempre una tarea complicada. Y si decimos publicar bien buenos libros, y que se lean, mucho más. Contaba Cosío Villegas en los años cincuenta con unos cinco mil o seis mil lectores habituales en el país –efecto de todas las causas que se quieran imaginar. Aunque hoy los hubiésemos multiplicado por diez, sería un mercado pequeñísimo. Aun así, en su momento se enorgullecía Cosío de que se hubiese agotado la edición de 3 000 ejemplares de la Paideia de Jaeger, antes que las ediciones alemana e inglesa, de 2 000. Contra la corriente, pero algo siempre puede hacerse, algo se ha hecho. Decía hace un rato que al premiar a una institución se reconoce la vigencia de una idea. Pero también el trabajo de personas concretas. El trabajo de traductores únicos como Eugenio Ímaz, José Medina Echavarría, Tomás Segovia, Elsa Frost, Juan Almela, el trabajo de editores extraordinarios, como Arnaldo Orfila, Jaime García Terrés, José Luis Martínez, Joaquín Díez-Canedo Manteca, Alí Chumacero, Adolfo Castañón. Termino. Se lamentaba Cosío Villegas de la “propagación casi patológica” de las historietas como lectura única de los niños, de los jóvenes y no tan jóvenes, “en parte por que son fáciles y en parte porque son baratas y se encuentran al alcance de su mano; pero en parte quizá todavía mayor porque no hay nada que pueda sustituirlas, en la misma abundancia, por el mismo precio y con una calidad de verdad superior. El editor o el Estado que acometa este problema y lo resuelva habrá hecho un servicio a la cultura que difícilmente podría tener rival”. También a ese empeño está dedicado el Fondo de Cultura. Y también en reconocimiento a ese servicio, y no sería el menor de los méritos, el premio que lleva el nombre de Daniel Cosío Villegas, corresponde hoy al Fondo de Cultura Económica. W Fernando Escalante Gonzalbo, sociólogo, es investigador de El Colegio de México. EL NEGOCIO DE LA ILUSTRACIÓN Historia editorial de la Encyclopédie, 1775-1800 libros sobre libros Traducción de Márgara Averbach y Kenya Bello 1ª ed., 2006; 692 pp. 968 16 8013 8 $280 EDICIÓN Y SUBVERSIÓN Literatura clandestina en el Antiguo Régimen noema Traducción de Laura Vidal 1ª ed, 2003; 269 pp. 968 16 7072 8 $195 EL COLOQUIO DE LOS LECTORES Ensayos sobre autores, manuscritos, editores y lectores espacios par a la lectur a Prólogo, selección y traducción de Antonio Saborit 1ªed.,2003; 464 pp. 968 16 6727 1 $200 23
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