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D E L F O N D O D E C U LT U R A E C O N Ó M I C A
OCTUBRE DE 2014
La historia de los libros tiene menos la apariencia
de un campo que la de una selva tropical en la que el
explorador apenas puede abrirse camino
— RO B E RT DAR NTO N
Además CONTRA
LA CORRIENTE
526
Ilustración: E N C YC LO P É D I E , D E D E N I S D I D E R OT
526
3
El proverbio árabe
E DI TOR I A L
Libros, censura, apertura
EDUARDO LANGAGNE
—————————
6
“¿Qué es
la historia del libro?”
Una revisión
ROBERT DARNTON
11
Una biblioteca
digital mundial
se vuelve realidad
ROBERT DARNTON
14
Adelanto de Censores
trabajando
ROBERT DARNTON
15
Adelanto de El diablo
en el agua bendita
ROBERT DARNTON
16
Robert Darnton:
de revoluciones
y comunicaciones
H
ay dos fuerzas enfrentadas en gran parte de la
obra de Robert Darnton: por un lado, los
mecanismos de control de la palabra impresa,
multiformes y siempre severos; por el otro, la
capacidad para acceder a los libros, sean los
prohibidos en el Antiguo Régimen o los
“huérfanos” que dormitan en cientos de
bibliotecas públicas. Así, censura y apertura
funcionan como dos poderosos polos en las
preocupaciones de este historiador convertido
recientemente en bibliotecario. Como su principal casa editora en español,
el Fondo ha organizado para mediados de mes un homenaje a este autor
bajo el título “De libros y sociedades”, en el que un grupo de colegas y
lectores discutirán sus aportaciones e ideas en campos como la historia
cultural y la del libro, así como sus batallas a favor del acceso digital, en
condiciones adecuadas, al más amplio acervo posible de obras. Este
número de La Gaceta es un complemento de ese acto y un modo de esparcir
entre un público más amplio la voz de Robert Darnton.
Arranca con un valioso ejercicio de valoración de un artículo seminal
para quienes buscan comprender el pasado de lo impreso. En los años
ochenta Darnton escribió “¿Qué es la historia del libro?”, donde planteó su
famoso “circuito de comunicación” —un modelo simplificado de cómo
puede estudiarse el ámbito libresco—, y un par de décadas después quiso
revisar su propia propuesta a la luz de lo dicho por sus críticos. Publicamos
aquí ese segundo artículo junto con otro en el que festeja la posibilidad de
que en nuestros días exista en internet una biblioteca pública mundial (en
julio de 2012, en esta revista usamos como pretexto otro artículo suyo para
propiciar un debate sobre esa clase de institución en nuestro país). Dos
entrevistas, una de ellas tomada de De papel, el libro de Nicholas A.
Basbanes publicado por el Fondo hace apenas unas semanas, y otra del
periodista chileno Patricio Tapia, así como un par de fragmentos de los
libros nuevos, completan la porción de homenaje que esta Gaceta hace a
Darnton.
Se cierra el número con el discurso que Fernando Escalante Gonzalbo
pronunció en la ceremonia en que El Colegio de Mexico concedió al
Fondo su premio Daniel Cosío Villegas. Agradecemos al autor no sólo la
generosidad de sus palabras sino la oportunidad de incluirlas aquí. W
PATRICIO TAPIA
18
En la encrucijada
NICHOLAS A. BASBANES
20
20
22
2
CAPITEL
NOVEDADES
Contra la corriente:
elogio del Fondo
de Cultura Económica
José Carreño Carlón
León Muñoz Santini
D I R E C TO R G E N E R A L D E L F C E
ARTE Y DISEÑO
Tomás Granados Salinas
Andrea García Flores
D I R E C TO R D E L A G AC E TA
F O R M AC I Ó N
Javier Ledesma
Ernesto Ramírez Morales
J E F E D E R E DAC C I Ó N
V E R S I Ó N PA R A I N T E R N E T
Ricardo Nudelman, Martha Cantú,
Adriana Konzevik, Susana López,
Alejandra Vázquez
Alma Meza
C O N S E J O E D I TO R I A L
Impresora y Encuadernadora
Progreso, sa de cv
A S I S T E N T E E D I TO R I A L
IMPRESIÓN
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FERNANDO ESCALANTE GONZALBO
La Gaceta del Fondo de Cultura Económica
es una publicación mensual editada por el Fondo de Cultura Económica, con domicilio en Carretera Picacho-Ajusco 227,
Bosques del Pedregal, 14738, Tlalpan, Distrito Federal, México. Editor responsable: Tomás Granados Salinas. Certificado
de licitud de título 8635 y de licitud de contenido 6080, expedidos por la Comisión Calificadora de Publicaciones y Revistas
Ilustradas el 15 de julio de 1995. La Gaceta del Fondo de Cultura Económica es un nombre registrado en el Instituto Nacional
del Derecho de Autor, con el número 04-2001-112210102100, el 22 de noviembre de 2001. Registro Postal, Publicación
Periódica: pp09-0206. Distribuida por el propio Fondo de Cultura Económica. ISSN: 0185-3716
OCTUBRE DE 2014
F OTO G R A F Í A D E P O R TA DA : © L E Ó N M U Ñ OZ S A N T I N I
OCTUBRE DE 2014
P O ES Í A
Desde sus brotes primigenios, anteriores incluso a los que en 1980 le valieron ya el
premio Casa de las Américas, la fronda de versos del pródigo Langagne no ha hecho sino
ensancharse a fuerza de proyectar excéntricamente poemarios, como si fueran ramas.
Verdad posible es la más reciente; en ella anidan y dialogan cantos tan disímiles como
unos sobre Pessoa o Jimmy Page con otros más bien sapienciales,
como el que aquí presentamos
El proverbio árabe
EDUARDO LANGAGNE
Siempre vuelve el proverbio ancestral
del árbol, el libro y el hijo.
En un lugar vacío del desierto
—Rub al-Jali su nombre—,
la sentencia se hizo célebre.
Ahí los dátiles crecen
con los pies en el agua
y la cabeza en el fuego.
Los dátiles son dedos,
muestran la ruta de las dudas;
señalan la procesión de los camellos:
ven avanzar jorobas o dunas ondulantes.
La palmera solitaria sobrevive:
dátiles secos a sus pies.
Hacer crecer una palmera
que ofrezca frutos renovados.
Imaginar la palmera que rumora.
Se escuchan los secretos alojados en la arena;
los dispersa la estación del viento.
Aquí un espejismo:
Leer la vida que aún no hemos escrito.
Otros podrán vivir sus páginas
mientras hojean la propia.
Aquí un oasis:
El libro dicta los silencios
y escucha los lamentos del árbol de Teneré:
quejumbrosa pulpa de papel.
Tener un libro: un libro.
Plantar un árbol para dar sombra al hijo;
tener un hijo que imagine como un libro.
Escribir un libro. W
OCTUBRE DE 2014
3
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OCTUBRE DE 2014
Ilustración: E N C YC LO P É D I E D E D E N I S D I D E R OT
DOSSIER
DOSS
I ER
Abrir los libros:
ésa parece la consigna
con que Robert Darnton
ha participado en la vida
pública. Los ha abierto para
conocer a los autores, a los
papeleros, a los impresores,
a los lectores y, lástima,
también a los censores.
Apertura y censura:
dos polos entre los que
se mueve este historiador
cultural, lo mismo
en la Francia
prerrevolucionaria
que en la era de internet
OCTUBRE DE 2014
5
Fotografía: © C O R T E S Í A D E R O B E R T DA R N TO N
LIBROS, CENSURA, APERTURA
En su ensayo clásico de 1982, nuestro homenajeado planteó un modelo
general sobre la manera en que los libros surgieron y se difundieron
en la sociedad; en él veía la publicación como un circuito en el que se
interrelacionan distintos actores, sujetos a la injerencia de agentes externos.
Un cuarto de siglo después, en 2007, luego de numerosas discusiones
y del surgimiento de incontables modelos nuevos, hizo una reevaluación
de su ensayo; la ofrecemos aquí por primera vez en español
A RTÍ C U LO
“¿Qué es la historia del libro?”
Una revisión
ROBERT DARNTON
6
OCTUBRE DE 2014
LIBROS, CENSURA, APERTURA
“¿QU É ES L A H I STO R I A D EL L I BR O?” U NA R EV I S I Ó N
A
l aceptar la invitación a revisar mi ensayo de 1982,
“What Is the History of
Books?”, me doy cuenta de
que sólo puedo llevar a
cabo esta tarea en la primera persona del singular,
y por lo tanto debo disculparme por consentir ciertos detalles autobiográficos. También me gustaría hacer una aclaración: hace
veinticuatro años, al proponer un modelo para el estudio de la historia del libro no era mi intención decir
a los historiadores cómo debían hacer su trabajo. Tenía la esperanza de que el modelo pudiera ser útil en
una forma heurística y nunca pensé en él como algo
que pudiera compararse con los modelos preferidos
por los economistas, del tipo en el que se presentan
datos, se trabaja en ellos y se llega a una conclusión.
(En mi opinión, en la historia no existen las conclusiones.) En 1982 me parecía que la historia del libro
sufría de lo que los biólogos llaman fisiparidad: los
expertos realizaban estudios tan especializados que
comenzaban a perder contacto entre ellos. Los elementos esotéricos de la historia del libro debían integrarse en una visión general que mostrara cómo las
partes podían conectarse para formar un todo, o lo
que yo describí como un circuito de comunicación.
Aún persiste la tendencia hacia la fragmentación y la
especialización. Otra forma de hacerle frente podría
ser instar a los historiadores del libro a confrontar
tres interrogantes principales:
• ¿Cómo surgen los libros?
• ¿Cómo llegan a los lectores?
• ¿Qué obtienen de ellos los lectores?
No obstante, para responder estas preguntas es precisa una estrategia conceptual que reconcilie los conocimientos especializados y que conciba el campo
como un todo.
Cuando reflexiono acerca de mis propios intentos
por esbozar una estrategia de este tipo me doy cuenta de que se trata de una reacción ante la intuición de
problemas interconectados que me había sorprendido mucho antes, cuando empecé a trabajar en los archivos de una editorial por primera vez. Mirar al pasado desde el presente también funciona como un
recordatorio de que mi ensayo de 1982 no hace justicia a los avances de la historia del libro producidos
durante el siguiente cuarto de siglo; ha sido reimpreso y debatido lo suficiente como para hacer visibles
sus deficiencias. De manera que no me propongo volverlo a escribir, pero sí me gustaría indicar cómo podría mejorar y relatar la experiencia en los archivos
en los cuales se originó.
Me zambullí por primera vez en los documentos de
la Société Typographique de Neuchâtel (stn) en 1965,
y sin saberlo de inmediato, ya estaba estudiando la
historia del libro. En aquel entonces el término no
existía, aunque el innovador volumen de Henri-Jean
Martin y Lucien Febvre, La aparición del libro, había
estado disponible desde 1958. Fui a Neuchâtel en busca de algo más: información acerca de Jacques-Pierre
Brissot, el líder de los “brissotinos” o girondinos durante la Revolución francesa, quien publicó la mayor
parte de sus obras antes de 1789 con la stn. Empero,
cuando empecé a seguir el rastro de Brissot entre los
documentos de su editor, descubrí un tema que parecía más importante que su biografía, a saber, el libro
mismo y todos los hombres y mujeres que lo producían y distribuían bajo el Ancien Régime.
No es que me sintiera decepcionado por las 160
cartas que Brissot intercambió con la stn. Por el
contrario, éstas me proporcionaron la imagen más
vívida y detallada que he encontrado hasta la fecha
de las relaciones entre un autor y su editor en el siglo
xviii. Con el tiempo las publiqué todas en internet.
Pero el expediente de Brissot parecía pequeño en
comparación con las otras 50 mil cartas en los archivos de la stn: cartas de autores, libreros, molineros,
consignatarios, contrabandistas, conductores de carretas, cajistas y tipógrafos; cartas garabateadas por
iletrados tales que para entenderlas había que pronunciarlas enfáticamente en una lectura en voz alta;
cartas que revelaban una verdadera comedia humana detrás de los libros.
El tipo más emocionante de historia en 1965 era
conocido como “historia desde abajo”. Fue un intento por recuperar la experiencia de la gente común
—especialmente aquella en los estratos inferiores—
OCTUBRE DE 2014
y por ver el pasado desde su perspectiva. Estas personas nunca habían llegado a los libros de historia,
con excepción de las “masas” sin rostro convocadas
para producir revoluciones o morir de hambre en
puntos selectos de la narrativa. Como estudiante de
posgrado en Oxford simpatizaba con este tipo de historia, pero nunca había intentado escribirla. Los archivos de Neuchâtel abrieron la posibilidad de hacer
por los hombres y mujeres desconocidos en el mundo
de los libros del siglo xviii lo que E. P. Thompson, Richard Cobb, Georges Lefebvre y George Rudé habían
hecho por los trabajadores, los campesinos y los
sans-culottes. Incluso la historia intelectual, pensé,
podría estudiarse desde abajo. Los autores de Grub
Street merecían tanta consideración como los filósofos famosos. Esta perspectiva me sigue pareciendo
válida, aunque también creo que el pasado debe ser
estudiado desde arriba, desde los márgenes a los costados, desde todos los ángulos posibles. De esa manera, podría ser posible crear lo que los historiadores de los Annales solían llamar histoire totale. Pero
hacia 1965 yo no había absorbido mucho de la historia de los Annales. Me encontré con ella por primera
vez durante la década de 1960, a través del contacto
con Pierre Goubert y François Furet. En 1972 me
hice amigo de dos historiadores del libro relacionados con los Annales, Daniel Roche y Roger Chartier, y
desde entonces he trabajado con ellos; pero eso vino
después. El libro salió primero y llegué a conocerlo a
En épocas anteriores la
gente miraba el sustrato
material de los libros,
no sólo su mensaje verbal.
Los lectores discutían los
grados de blancura, la
textura y la elasticidad del
papel; empleaban un rico
vocabulario estético para
describir sus cualidades,
tanto como lo hacen hoy
en día con el vino.
través de los archivos de Neuchâtel, aunque no era lo
que yo había estado buscando y resultó ser muy diferente de todo lo que había esperado.
Por supuesto, había visto montones de libros del
siglo xviii, pero nunca los había tomado en serio
como objetos; estudiaba los textos plasmados en sus
páginas sin hacer preguntas sobre el propio material. Una vez que me zambullí en los archivos de la
stn surgieron todo tipo de preguntas, en particular
sobre el papel. Para mi sorpresa, el papel ocupaba
una gran parte de la correspondencia de los editores,
mucho más amplia que las fuentes de los tipos y las
prensas. (A pesar de su carácter anacrónico utilizaré
el término “editor”, en lugar de “librero” o libraireimprimeur.) La razón se hizo evidente cuando reconstruí los costos de producción de los libros de
cuentas de la stn. El papel constituía 50 por ciento
de los costos de producción de un octavo ordinario
en una tirada típica de un millar de ejemplares, y 75
por ciento de los costos de la Encyclopédie.
Las cartas de los propios molineros abrieron otra
perspectiva. En ellas abundan las conversaciones sobre el estado del clima: “El clima se está tornando
malicioso”; “Maldigo el clima”. ¿Por qué? Porque si
llovía mucho el agua se enlodaba y arruinaba las “cosas” (agua mezclada con trapos viejos molidos) que
conformaban el papel. Si no llovía lo suficiente la
rueda hidráulica no giraría de forma adecuada. Más
aún, el mal clima proporcionaba una excusa para dejar de suministrar a tiempo los lotes de papel. Resulta que los impresores a menudo encargaban lotes especiales, o “campañas”, como ellos las llamaban,
cuando aceptaban trabajos importantes. Fijaban su
programa de producción —y en ocasiones la contra-
tación y despido de los trabajadores— de acuerdo con
las fechas de entrega especificadas por los contratos
con los proveedores de papel. Los contratos requerían negociaciones intensas, no sólo en relación con
los tiempos, sino también en lo que se refería al precio, la calidad y el peso de las resmas. Las condiciones eran diferentes en ciudades como Lyon y París,
donde se disponía de grandes cantidades de papel
gracias a intermediarios especializados (marchands
papetiers). Pero los impresores suizos tenían que obtener sus suministros de molineros esparcidos por
todas partes en el este de Francia y el oeste de Suiza,
un área vasta en la que se utilizaban tres medidas diferentes de peso y distintos tipos de moneda. Además, puesto que la moneda era cada vez más escasa,
los impresores de vez en cuando tenían que pagar
con barricas de vino u otras materias primas. El
valor de los títulos de crédito variaba según la fiabilidad de quien los firmara y podían ser objeto de comercio a diferentes precios, o ser cobrados en su fecha de vencimiento, por lo general a través de negociaciones en las cuatro ferias anuales de Lyon. Los
impresores trataban de deshacerse de títulos de
crédito menores con los molineros, y ellos a su vez
optaban por no incluir sus mejores trapos en las cosas destinadas a los impresores. Así, la caza de gangas en ambos lados se convirtió en amenazas de virar los negocios hacia proveedores o clientes más
complacientes.
Desde un molinero con dos cubas en una ladera
del Macizo del Jura hasta un cambista en los tumultos de Lyon, la topografía humana era extraordinariamente compleja y proveía un amplio margen para
el fraude. Los molineros a menudo estafaban al meter hojas de más en sus resmas. ¿Por qué hojas de
más? Lo mismo me pregunté, pero las quejas de la
stn revelaron la respuesta: al diluir sus “cosas” los
molineros producían hojas de menor calidad, por lo
que tenían que utilizar más de 500 hojas en sus resmas con el fin de llegar al peso acordado. Por tanto,
los impresores pesaban las resmas recibidas, contaban las hojas que éstas incluían y mandaban cartas
llenas de quejas y solicitudes de reembolsos. Los molineros respondían en tono de orgullo herido e indignación, o, cuando eran descubiertos, con excusas,
siendo la principal el clima, pero también otras circunstancias especiales como “Mi cubero estaba borracho”. La noción del papel como un producto bajo
negociación continua —los contratos para las campañas se negociaban antes de la entrega y después de
ésta volvían a ser objeto de negociación— me tomó
completamente por sorpresa y, hasta donde sé, nunca ha sido reconocida por los bibliógrafos e historiadores de la impresión.
Esto también pesa sobre el asunto de la recepción
del lector. Si usted lee los anuncios de libros en revistas del siglo xviii, le sorprenderá el énfasis en la materia prima de la literatura: “Impreso en el papel de
mejor calidad de Angulema”. Esa estrategia mercadotécnica sería impensable hoy en día, cuando los lectores rara vez se dan cuenta de la calidad del papel con
el que están hechos los libros. En el siglo xviii a menudo se encontraban manchas resultado del escurrimiento de un bastidor mal sujetado o trozos de falda
que no habían sido adecuadamente molidas. Las observaciones en relación con el papel aparecen muy a
menudo en las cartas de los libreros —e incluso de algunos lectores, aunque la stn rara vez escuchó algo
de parte de clientes específicos— que me lleva a pensar que en la Europa moderna temprana existía una
peculiar conciencia del papel. Ésta debe haber muerto en el siglo xix, con la llegada del papel fabricado
con máquinas papeleras a partir de pulpa de madera.
Sin embargo, en épocas anteriores la gente miraba el
sustrato material de los libros, no sólo su mensaje
verbal. Los lectores discutían los grados de blancura,
la textura y la elasticidad del papel; empleaban un
rico vocabulario estético para describir sus cualidades, tanto como lo hacen hoy en día con el vino.
Podría hablar sin parar sobre el papel, pero lo que
quiero señalar se refiere a algo distinto: la complejidad intrínseca en las actividades cotidianas de los
editores. Ellos habitaban un mundo que no podemos
imaginar a menos que leamos sus archivos y estudiemos su labor desde el interior. Su correspondencia
los muestra sorteando las complejidades de los problemas en muchos aspectos de su oficio. No podían
concentrarse exclusivamente en un problema, pues
cada elemento de su trabajo repercutía en los demás,
y el funcionamiento simultáneo de las partes determinaba el éxito del conjunto. La tabulación diaria o
7
LIBROS, CENSURA, APERTURA
“¿QU É ES L A H I STO R I A D EL L I BR O?” U NA R EV I S I Ó N
El circuito de la comunicación
AUTOR
E NCUADE RNADOR
LECTORE S
Compradores
Usuarios
Clubes
Bibliotecas
Influencias
intelectuales
y publicidad
VE NDE DORE S
DE LIBROS
Mayoristas
Minoristas
Vendedores
ambulantes
Encuadernadores,
etc.
semanal de entradas en sus libros de contabilidad
—elaborados registros a partir de los cuales pude reconstruir sus cálculos con el fin de comprender su
razonamiento— les recordaba que tenían que coordinar una amplia variedad de actividades relacionadas entre sí de manera que cuando las existencias se
agotaran y las cuentas fueran saldadas pudieran retener una ganancia. Su patrón de comportamiento
corresponde al diagrama, tan inadecuado como éste
era, que presenté en “What is the History of Books?”
Para enfatizar este punto me gustaría mencionar
otros aspectos de la edición que me sorprendieron
cuando estudié los archivos de la stn y que, en lo que
a mí concierne, no han sido asimilados en la historia
del libro. Por ejemplo:
Contrabando. Al mirarla a través de las cartas de los
contrabandistas, la historia del libro resultó ser muy
diferente de la actividad frenética que yo había imaginado. El contrabando era una de las principales industrias —en numerosos gremios, en particular en el
de los textiles y el de los libros— y estaba organizado de diferentes maneras. La variedad más sofisticada
era conocida por el nombre de “seguro”. Los autonombrados “aseguradores” negociaban contratos
con las editoriales, garantizándoles llevar libros ilegales a entrepôts [puestos de comercio] secretos más
allá de la frontera francesa, en las montañas del Macizo del Jura, por un porcentaje de su valor al por
mayor. Si el envío era confiscado por un escuadrón
aduanal (empleados de la Ferme Générale, una corporación externa de recaudación de impuestos y no
funcionarios del Estado), la aseguradora le reembolsaría el costo total al remitente. La aseguradora empleaba equipos de campesinos para hacer el trabajo
real: cargaban los libros sobre sus espaldas en paquetes de 27 kilos (o 22 kilos cuando los puertos de montaña estaban obstruidos por la nieve). Si eran capturados, podían ser marcados con las letras gal, de galérien o “galeote”, y ser enviados a remar en las galeras
de la prisión de Marsella durante nueve años o más.
Distribución y venta. Estas funciones tomaron muchas formas. Me impresionó de forma particular la
importancia de los representantes de ventas (commis voyageurs o agentes viajeros de los editores). Yo
pensaba que no existían antes del siglo xix, pero descubrí que habían tejido una intrincada red de conexiones en Francia bajo el Ancien Régime, con la que
realizaban todo tipo de tareas. Vendían libros, cobraban facturas, disponían envíos e inspeccionaban
todas las librerías a lo largo de sus rutas. Todas las
editoriales importantes recurrieron a ellos. A menudo sus caminos se cruzaron, se hospedaron en los
mismos hoteles e intercambiaron secretos comerciales durante noches aderezadas con un pichet de
vino y un pichón asado. Algo de la conversación de su
gremio aparece en sus cartas y diarios. Un representante de ventas de la stn pasó cinco meses a caballo,
deteniéndose en casi todas las tiendas de libros en el
sur y el centro de Francia. Al llegar a una tienda to-
8
E DITORIAL
Conyuntura
económica
y social
Sanciones
políticas
y legales
FLETADORE S
Agentes
Contrabandistas
Encargados de
almacenes libres
de impuestos
Carreteros, etc.
maría sus medidas y se haría una serie de preguntas
prestablecidas en su diario: ¿Cuánto crédito se podría extender al librero? (Preguntar a los comerciantes locales.) ¿Cuál era su carácter? (“Confiabilidad”,
la cualidad más deseable, significaba que se podía
contar con que pagaría sus cuentas a tiempo.) ¿Era
un hombre de familia? (Los solteros despertaban
sospechas, pero los hombres casados no debían tener
demasiados hijos, pues podían sumergirlos en deudas.) Al volver a Neuchâtel, el representante de ventas había adquirido un conocimiento incomparable
de las condiciones del comercio del libro. Sus informes complementaban las cartas de recomendación
de los empresarios y aliados en el gremio que cada semana llegaban a la oficina de la editorial, los cuales,
tomados en conjunto, proporcionaban información
crucial para el ajuste de las estrategias de ventas a la
compleja topografía humana del negocio editorial.
Agentes literarios. En el sentido moderno, como representantes de los autores, este tipo de agentes no
existía. En el siglo xviii los autores por lo general recibían un pago en efectivo por su manuscrito o un
determinado número de ejemplares impresos, si es
que recibían algo. No existían las regalías ni los derechos de traducción. Sin embargo, todos los editores
importantes en lengua francesa ubicados fuera de París necesitaban un representante que cuidara de sus
intereses en el corazón de la industria editorial. Los
agentes parisienses escribían informes periódicos
acerca del estado de la industria editorial, las condiciones políticas, la reputación de los autores y los últimos libros que estaban creando alboroto entre los
infiltrados profesionales. En algunos casos los informes constituyen un comentario sobre la vida literaria y pueden leerse como fuentes para el desarrollo
de una sociología histórica de la literatura.
Piratería. Francia estaba llena de editoriales que pirateaban todo lo que se vendía bien dentro de sus
fronteras. Aunque no puedo probarlo, me parece que
más de la mitad de los libros que circularon en la
Francia prerrevolucionaria —obras de ficción y de no
ficción, pero no manuales profesionales, tratados religiosos ni pliegos de cordel— fueron pirateados. Sin
embargo, la piratería difería sustancialmente de lo
que es hoy. El concepto moderno de copyright no se
ajustaba a las condiciones de publicación en los inicios de la era moderna, excepto en Gran Bretaña después de la ley de copyright de 1710. Fuera de ahí, los
“derechos para copiar” eran determinados mediante
privilegios y se extendían sólo dentro de la jurisdicción del soberano que los emitía. A los ojos de los
franceses los editores holandeses y suizos parecían
piratas, pero en casa se les consideraba respetables
hombres de negocios. Llevaban a cabo estudios de
mercado, calculaban riesgos y beneficios con experiencia profesional y en ocasiones formaban alianzas, que sellaban con tratados, con el fin de vencer a
los competidores en el mercado, a tiempo que compartían costos y riesgos. Encontré varios contratos
PROVE E DORE S
Papel
Tinta
Tipos
Mano de obra
IMPRESORES
Tipógrafos
Prensistas
Bodegueros
Árboles
Ovejas
Papiro
entre las sociétés typographiques de Lausana, Berna
y Neuchâtel, celebrados después de intensas negociaciones que obligaban a cada editor a imprimir una
parte de los libros y proporcionar una cantidad correspondiente de la inversión de capital. Tales empresas conjuntas nos obligan a reconsiderar la rentabilidad de la edición moderna temprana y reevaluar
la naturaleza de la piratería en sí misma, pues rara
vez se pretendía que los libros piratas fueran copias
exactas de los originales: impresos en papel relativamente barato, despojados de sus ilustraciones, abreviados y adaptados sin preocuparse por la integridad
del texto, estaban destinados a los sectores más amplios y más pobres del público lector.
Intercambios. Las alianzas editoriales también tomaron la forma de acuerdos para intercambiar libros. Después de imprimir una edición de mil ejemplares, un editor a menudo intercambiaba cien o más
de ellos con editoriales aliadas a cambio de un número equivalente de folios que él mismo seleccionaba
de entre sus existencias. De este modo podía maximizar la variedad de obras disponibles en su reserva
general (livres d’assortiment) y reducir al mínimo los
riesgos involucrados en la difusión de sus productos
principales (livres de fond). No obstante, los intercambios involucraban cálculos complejos que comprendían la calidad del papel, la densidad de la tipografía y estimaciones de demanda. La destreza en el
terreno de los intercambios podía determinar el éxito de un editor.
Demanda. Debido a la prevalencia del intercambio,
los editores eran propensos a convertirse en mayoristas. Algunos grupos de editoriales aliadas tenían
catálogos similares y todos se abalanzaban al mercado con ediciones piratas cuando se corría la voz de un
best seller potencial. A diferencia de los “éxitos de
ventas” de hoy —enormes ediciones publicadas por
una sola compañía— los best sellers en el siglo xviii
eran producidos simultáneamente por muchas editoriales en ediciones pequeñas. Un editor que llegaba tarde al mercado o que calculaba mal la demanda
de un libro común “de mediano éxito” podía sufrir
fuertes pérdidas. Así, los productores tomaban medidas elaboradas para sondear el mercado mediante
sus representantes de ventas, sus agentes en París y,
por encima de todo, su correspondencia comercial.
Al construir una red de clientes fiables e inteligentes
entre los libreros, un editor recibía asesoramiento
constante a través de una corriente diaria de cartas
de parte de mayoristas y minoristas dispersos en
una amplia zona, y a veces en toda Europa. Estar al
tanto de la llegada de las cartas, día a día y pueblo por
pueblo, es observar el ir y venir de las exigencias
literarias.
Políticas. Sin embargo, la demanda no podía atenderse libremente porque todo tipo de obstáculos políticos obstruían el camino. Un editor situado al otro
lado de la frontera francesa tenía que mantenerse in-
OCTUBRE DE 2014
LIBROS, CENSURA, APERTURA
“¿QU É ES L A H I STO R I A D EL L I BR O?” U NA R EV I S I Ó N
La coyuntura socioeconómica completa
INFLUE NCIA S
POLÍTICA S , LEGALE S
Y RE LIG IOSA S
INFLUE NCIA S
INTE LECTUALE S
Publicación
Producción
Supervivencia
Recepción
Distribución
COMPORTAMIE NTO
Y GUSTO SOCIAL
formado sobre los cambios dentro de la Direction de
la librairie y entre la policía y los inspectores de la industria del libro en las ciudades de provincia; las condiciones variaban enormemente de un lugar a otro y
año con año. Las reglas del juego cambiaban sustancialmente a nivel nacional durante periodos críticos,
como durante las presiones para influir en los nuevos
règlements de la librairie en 1777. Las disposiciones de
los decretos de 1777 pueden estudiarse fácilmente a
partir de sus textos impresos, pero es sólo al leer la
correspondencia de los libreros que podemos medir
sus efectos. Me sorprendió descubrir que los edictos
no transformaban las condiciones del comercio y que
eran mucho menos eficaces que una orden desconocida, emitida por el ministro de Relaciones Exteriores a los funcionarios de aduanas el 12 de junio de
1783. La orden exigía que todos los envíos de proveedores extranjeros, cualquiera que fuera su destino,
pasaran por París y fueran inspeccionados por los
oficiales del gremio de libreros parisinos y luego por
el duro inspector parisino de la industria del libro.
Por tanto, un cargamento que saliera de Ginebra hacia Lyon tenía que dar un desastroso rodeo a París.
De un plumazo, esta medida echó por tierra la mayor
parte del comercio entre los libreros provinciales y
los editores extranjeros. Las cartas de los distribuidores provinciales demuestran que lo anterior produjo una crisis que duró hasta la Revolución, pero los
historiadores de la industria del libro nunca lo notaron porque limitaban su investigación a los documentos impresos y a las fuentes administrativas.
Podría citar muchos más ejemplos de las sorpresas con las que me encontré mientras trabajaba en
los archivos de la stn, y luego al comparar los resultados con el material disponible en las principales
fuentes de París: la Colección Anisson-Duperron, los
documentos de la Chambre syndicale de la Communauté des libraires et des imprimeurs de Paris, y los
archivos de la Bastilla. Lo que más me impresionó
fue que un editor tuviera que hacer malabarismos
con varias pelotas mientras el piso bajo sus pies también se movía. Podía estar negociando los términos para nuevas campañas de papel, reclutando obreros para su imprenta, finiquitando un contrato con
una compañía de seguros en la frontera francesa,
lanzando órdenes a un representante de ventas en lo
más profundo de Francia, modificando su visión del
mercado de acuerdo con la información de su agente
en París, haciendo planes para piratear prometedoras obras nuevas, organizando intercambios con media docena de editoriales aliadas, ajustando su inventario conforme al asesoramiento recibido de docenas de minoristas, y recortando su estrategia de
negocios para satisfacer los caprichos de la política,
no sólo en Versalles, sino en otras partes de Europa,
todo al mismo tiempo. También debía tomar en
cuenta muchos otros factores, como la posibilidad de
adquirir manuscritos originales de manos de los
propios autores (una empresa peligrosa, pues en ocasiones vendían varias veces el mismo trabajo bajo diferentes títulos a dos o tres editores), la disponibili-
OCTUBRE DE 2014
PRE SIÓN COME RCIAL
dad de moneda en las ferias cuatrienales de Lyon, las
fechas de vencimiento de los títulos de crédito, las
tasas cambiantes de los peajes por el Rin y el Ródano, e incluso la fecha en que era probable que el Báltico volviera a congelarse, lo que lo obligaría a enviar
por tierra sus cargamentos a San Petersburgo y Moscú. Era justamente su habilidad para dominar la interrelación de todos estos elementos lo que hacía la
diferencia entre el éxito y el fracaso. Por lo tanto,
cuando traté de imaginar el sistema como un todo,
traté, también, de resaltar sus interconexiones, no
sólo desde el punto de vista de la editorial, sino también desde la forma en que afectaban el comportamiento de cada elemento en el sistema. Mi esquema
apenas hizo justicia a las complejidades, pero puso
de manifiesto la forma en que las partes estaban vinculadas; considero que transmite algo de la naturaleza de la historia del libro como la experimentaron los
hombres (y también muchas mujeres, como la veuve
Desaint en París, la señora La Noue en Versalles, la
veuve Charmet en Besanzón) que la hicieron posible.
***
Aquellas impresiones, registradas por primera vez en
1965, determinaron el carácter del modelo que yo
desarrollaría en 1982. A partir de entonces, de vez en
cuando recibo un ejemplar de otro modelo que alguien ha propuesto para sustituir el mío. La pila de
diagramas ha alcanzado una altura impresionante, lo
que sin duda es bueno, pues ayuda sobremanera a los
investigadores en la producción de cuadros esquemáticos sobre su tema. En lugar de repasarlos todos, me
gustaría hablar de uno de los mejores, un modelo propuesto por Thomas R. Adams y Nicholas Barker en “A
New Model for the Study of the Book”, publicado en
un volumen editado por Nicholas Barker: A Potencie
of Life: Books in Society (Londres, 1993).
Adams y Barker basan su análisis en lo que llaman un “documento bibliográfico”, en lugar de un libro. Este enfoque deja espacio para impresos efímeros, una consideración importante, pues las imprentas dependían en gran medida de pequeños trabajos
y comisiones especiales. Sin embargo, en la práctica
Adams y Barker se concentran en los libros y su propuesta para ampliar el alcance de mi diagrama lo
vuelve más adaptable a las condiciones que prevalecieron después de las primeras décadas del siglo xix.
Aunque pensé que mi diagrama podría ser modificado para adaptarse a periodos posteriores (nunca pretendí que se aplicara a los libros anteriores a Gutenberg), en especial tenía en mente la publicación y el
comercio de libros durante el periodo de estabilidad
tecnológica que se extendió desde 1500 hasta 1800, y
de ahí mi decisión de hacer hincapié en el papel de
los encuadernadores, que eran especialmente importantes en una época en que los editores solían
vender sus libros en hojas sueltas o en juegos hilvanados pero no cosidos.
En lugar de las seis etapas de mi diagrama, Adams
y Baker distinguen cinco “eventos”: publicación, pro-
ducción, distribución, recepción y supervivencia. Al
hacerlo, desplazan la atención de las personas que
hacen, distribuyen y leen los libros al libro mismo y a
los procesos que atraviesa en las diferentes etapas de
su ciclo de vida. Ellos ven mi énfasis en las personas
como un síntoma de mi enfoque general, un enfoque
que se deriva de la historia social y no de la bibliografía y que está orientado hacia la historia de la comunicación en lugar de hacia la historia de las bibliotecas, donde a menudo los libros encuentran su último
lugar de descanso. Sus puntos me parecen válidos.
No obstante, me es imposible desarrollar entusiasmo por un tipo de historia que haya sido despojada
de los seres humanos y es por ello que, para entender
la historia del libro, aún insisto en la importancia de
estudiar las actividades de la gente relacionada con
el ámbito. Al examinar los puntos más sutiles en el
argumento de Adams y Baker me doy cuenta de que
ellos hacen lo mismo. Por ejemplo, tienen la intención de que el primer cuadro en su diagrama represente la decisión de publicar, una decisión que, si
bien es tomada por la gente, determina la creación
del libro como objeto físico. Al mismo tiempo, minimizan el papel de los autores. Yo enfaticé la autoría
en el primero de mis cuadros con la intención de
abrir la historia del libro a lo que Pierre Bourdieu
describió como el “campo literario” (champ littéraire), esto es, un conjunto de relaciones determinadas
por líneas de fuerza, y regidas por las reglas del juego
aceptadas por los jugadores.
El último cuadro en el diagrama Adams-Baker,
“supervivencia”, representa una mejora significativa
a mi propio diagrama. Yo había dejado espacio a las
bibliotecas, pero no tuve en cuenta la reelaboración
de los textos a través de nuevas ediciones, traducciones y los contextos cambiantes tanto de la lectura
como de la literatura en general. Adams y Baker logran dejar clara su idea al citar el ejemplo de El progreso del peregrino, que apareció por primera vez
como un pliego de cordel, más tarde se publicó en
ediciones de lujo, y finalmente tomó su lugar en el canon de los clásicos como un libro en rústica de bajo
costo leído por estudiantes de todo el mundo. El estudio de Peter Burke de El cortesano, de Castiglione,
es un ejemplo más de una excelente historia del libro
que es difícil acomodar en mi diagrama. Puesto que
traté de imaginar las etapas interrelacionadas en el
ciclo de vida de una edición, no hice justicia a fenómenos como la preservación y evolución de los libros
en la historia a largo plazo. Sin embargo, me pregunto si un diagrama de flujo puede capturar las metamorfosis de los textos a medida que pasan a través de
ediciones sucesivas, traducciones, abreviaciones y
compilaciones. Al concentrarse en una sola edición,
mi esquema al menos tenía la ventaja de rastrear los
pasos de un proceso concreto, uno que conectaba a
los autores con los lectores a través de una serie de
etapas claramente vinculadas.
Por último, en la historia del libro debo reconocer
la existencia de campos que desafían la urgencia de
dibujar diagramas. Islandia contaba ya con una im-
9
LIBROS, CENSURA, APERTURA
“¿QU É ES L A H I STO R I A D EL L I BR O?” U NA R EV I S I Ó N
prenta cerca de un siglo antes de que los Padres Peregrinos desembarcaran en Plymouth Rock; sin embargo, no imprimía más que liturgias y otras obras
eclesiásticas requeridas por los obispos en Skálholt y
Hólar. La impresión secular no comenzó sino hasta
1773, e incluso entonces se limitaba a un pequeño taller en Hrappsey. (Recurro aquí al trabajo de historiadores del libro islandeses como Sigurður Gylfi
Magnússon y David Olafsson.) Islandia nunca tuvo
librerías entre el siglo xvi y mediados del xix; tampoco tuvo escuelas. Sin embargo, hacia finales del siglo xviii la población había sido alfabetizada casi por
completo. Las familias en granjas dispersas sobre un
área enorme enseñaban a leer a sus propios hijos
—los islandeses leen mucho, especialmente durante
los largos meses de invierno—. Además de las obras
religiosas, su material de lectura consistía principalmente en las sagas nórdicas, copiadas y vueltas a copiar durante muchas generaciones en miles de libros
manuscritos que hoy forman las principales colecciones de archivos de Islandia. Por lo tanto, Islandia
es ejemplo de una sociedad que contradice mi diagrama. Por tres siglos y medio tuvo una población altamente alfabetizada afecta a la lectura de libros, sin
embargo, prácticamente no tenía imprentas, librerías, bibliotecas, ni escuelas. ¿Una anomalía? Tal vez,
pero la experiencia de los islandeses puede decirnos
algo acerca de la naturaleza de la cultura literaria en
toda Escandinavia, e incluso en otras partes del
mundo, especialmente en zonas rurales remotas donde las culturas orales y escribas se reforzaban entre
sí más allá del alcance de la palabra impresa.
El ejemplo de Islandia sugiere la importancia de
aventurarse fuera de la ruta marcada que conecta
grandes centros como Leipzig, París, Ámsterdam,
Londres, Filadelfia y Nueva York. Y sin importar lo
que pensemos de los islandeses, hay que admitir que
los diagramas no tienen otro propósito que el de afinar la comprensión de las relaciones complejas. Puede ser que exista un límite para la utilidad de un debate sobre la forma de colocar cajas en diferentes
posiciones, colocarles las etiquetas apropiadas y acomodarlas con las flechas apuntando en una dirección u otra. Cuando reflexiono sobre cómo podría
haber mejorado mi ensayo, pienso menos en mi diagrama que en la necesidad de tener en cuenta los impresionantes avances logrados en la historia del libro desde 1982. En lugar de intentar estudiarlos todos, me gustaría concentrarme en cuatro e indicar
cómo han influido en mi propia investigación.
En primer lugar, debo mencionar la reorientación
de la bibliografía forjada por D. F. McKenzie, un amigo que me enseñó mucho, no sólo a través de sus escritos, sino también mediante nuestra colaboración
en un seminario en Oxford. McKenzie no rechazó
las técnicas de análisis bibliográfico desarrolladas
hace un siglo por Greg, McKerrow y otros maestros
de la disciplina, sino que las usó para abrir un nuevo
campo de investigación, al que llamó la sociología de
los textos. “Sociología” sonaba como una declaración de guerra para algunos de los bibliógrafos que
habían escuchado o leído las conferencias Panizzi,
impartidas por McKenzie en 1985. Sin embargo, él lo
empleó en un esfuerzo por extender el riguroso análisis bibliográfico a las preguntas sobre las formas en
las que los textos resuenan a través del orden social y
de las épocas. En uno de sus estudios más influyentes, mostró cómo el carácter de las obras de Congreve se había transformado: de incompleto y concupiscente de la edición en cuarto de finales del siglo xvii,
a clásico señorial en la edición en octavo de 1710.
Aunque en esencia los textos habían permanecido
iguales, su significado había sido modificado por el
diseño de las páginas, las nuevas formas de presentar las escenas y la articulación tipográfica de todas
las partes. John Barnard ha incorporado la interpretación de McKenzie en un amplio recuento de la
emergencia de un canon literario a través de las ediciones de Shakespeare, Dryden, Congreve y Pope. El
libro, en toda su materialidad, aparece por lo tanto
como un elemento crucial en el desarrollo de la cultura literaria de la Inglaterra augusta y, más allá de
la literatura, como un ingrediente en la sociedad
de consumo y el ethos de la cortesía que caracterizaba
la vida de la clase media en la Gran Bretaña del siglo
xviii. En una serie similar de estudios, Peter Blayney ha ampliado la bibliografía a la historia sociocultural de la Inglaterra isabelina. Si tuviera que volver
a escribir mi ensayo, trataría de hacer justicia a esta
rica variedad de erudición.
10
Una segunda variante que me gustaría destacar
por lo general es conocida con el nombre de paratextualidad. Ésta ha mantenido ocupados a los bibliógrafos por generaciones y, más recientemente, ha llamado la atención de los teóricos de la literatura, al
mismo tiempo que se ha vuelto cada vez más importante en el estudio textual concreto. Después de vagar a través de este tipo de literatura, descubrí que
prestaba mucha más atención a la forma en que las
portadillas, los frontispicios, los prólogos, las notas
al pie, las ilustraciones y los apéndices funcionaban
en la mente del lector. En los libros del siglo xviii
aparecen notas burlescas por todas partes. Una de
mis favoritas dice simplemente: “La mitad de este
artículo es verdad”. Corresponde al lector descubrir
a qué mitad se refiere. Recursos como ése invitan al
lector a jugar un juego, resolver un rompecabezas o
descifrar un acertijo. He quedado fascinado con las
romans à clef, un género muy popular en el siglo
xviii. Para darles sentido es necesario leer en dos niveles, yendo y viniendo entre la narrativa, que puede
ser perfectamente banal, y la clave, que hace que la
historia cobre vida a través de “aplicaciones” (un término fundamental para la policía parisina) en la actualidad política o asuntos sociales. La historia de la
lectura ahora parece mucho más compleja de lo que
yo había imaginado en un principio. De los muchos
tipos de lectura que se desarrollaron en la Europa
moderna, uno que a mi parecer merece atención especial es la lectura como un juego. Podemos encontrarla en todas partes: en libelos, novelas y reseñas
literarias, las cuales constantemente invitan al lector a penetrar en los secretos ocultos entre líneas o
detrás del texto.
El concepto de intertextualidad alberga otro elemento importante para comprender la forma en que
los libros se relacionan con el mundo que los rodea.
En términos tan abstractos estas palabras pueden
sonar excesivamente pretenciosas, no obstante tanto la paratextualidad como la intertextualidad comunican una preocupación común por la forma en
que elementos al parecer ajenos —ya sean internos,
como la tipografía, o externos, como préstamos de
otros textos— dan forma al significado de un libro.
Los historiadores del pensamiento político han estudiado durante mucho tiempo los tratados de Maquiavelo, Hobbes y Locke como parte de un debate
vigente señalado por otros tratados. Cada obra, según lo ven ellos, pertenece a un discurso colectivo y
no puede entenderse de manera aislada. Al estudiar
los libelos del siglo xviii no dejé de encontrarme con
pasajes que pensaba que había leído en alguna otra
parte, y cuando localizaba sus fuentes me sorprendía al ver esparcidas en libros, folletos y chroniques
scandaleuses periodísticas las mismas anécdotas relatadas con casi las mismas palabras. ¿Se trataba de
un caso de plagio colectivo? La palabra ya existía
hace dos siglos, pero plagio difícilmente describe la
práctica de los escritores que garabateaban en Grub
Street. Aquellos autores tomaban pasajes de las
obras de los demás, añadían material recogido en cafés y teatros, lo agitaban bien y servían el resultado
como algo nuevo. Best sellers como La Vie privée de
Louis XV y Anecdotes sur Madame la comtesse du Barry contienen las mismas anécdotas extraídas de
una gran variedad de fuentes iguales. En los siglos
xvii y xviii, a diferencia de hoy, anécdota significaba
“historia secreta”. El término, proveniente de Procopio de Cesarea y otros escritores de la antigua Grecia
y Roma, hacía referencia a los incidentes ocultos de
la vida privada de personas públicas, cosas que realmente habían sucedido, aunque podrían haber sido
distorsionadas en la narración, y que, por tanto, ponían de manifiesto las insuficiencias en las versiones
oficiales de los acontecimientos. Las anécdotas conformaban los elementos básicos en todo tipo de publicaciones clandestinas y podían ser inventadas en
un sinfín de combinaciones. He llegado a pensar
en los libros difamatorios como subproductos creados
a partir de fragmentos preexistentes de información
disponibles para cualquier escritor de poca monta
necesitado de ganar algo de dinero, lo mismo que
para cualquier agente político con miras al asesinato
de alguna reputación. Los libelos eran improvisados
a partir de material esparcido en los sistemas de información del Ancien Régime. Para entenderlos es
crucial estudiar el sistema en sí, es decir, concentrarse en las combinaciones intertextuales más que
en el libro como una unidad autosuficiente.
Por último, me gustaría hacer hincapié en la importancia de la historia comparada. A menudo se
predica más de lo que se practica, pero algunos historiadores —Roger Chartier y Peter Burke, por ejemplo— han demostrado el valor de seguir las huellas
de los libros a través de las fronteras lingüísticas y
políticas. En mi propia investigación, desde 1982 he
tratado de comparar la censura tal como se practicó
en tres regímenes autoritarios durante tres siglos: en
la Francia borbónica, la India colonial y la Alemania Oriental comunista. Las comparaciones demuestran que la censura no era una cosa en sí que pudiera
ser monitoreada como una partícula radiactiva en
una corriente de sangre, sino más bien un componente en los sistemas sociopolíticos, cada uno de los
cuales operaba de acuerdo con sus propios principios
característicos. Un macroanálisis de la edición y el
comercio de libros en toda la Europa del siglo xviii
podría arrojar resultados más reveladores. Alemania e Italia se prestan a la comparación, pues ambas
estaban fragmentadas en pequeñas unidades políticas, mientras que una literatura nacional inundaba
un mercado único a gran escala. La oposición entre
Fráncfort y Leipzig llevó a la modernización del comercio en Alemania; esto implicó el cambio de un
sistema dominado por el intercambio de libros
(Tauschhandel, favorecido en Fráncfort) a uno estimulado por los pagos en efectivo (Barhandel, practicado cada vez más en Leipzig), y dio como resultado
la victoria de los editores en Leipzig y Berlín, que pagaban adelantos significativos a los autores importantes, en particular a Goethe. Quizá Milán comenzó
a eclipsar a Venecia de la misma manera. La Ilustración italiana sin duda se extendió a partir de fortalezas
ubicadas en el norte, al igual que los filósofos se reunieron en torno a Il Caff è, en Milán. Francia e Inglaterra ofrecen posibilidades de análisis comparativo
incluso más fructíferas. La Stationers Company monopolizó el comercio en Londres de una manera similar a como lo hizo la Communauté des Libraires et
desImprimeurs en París; cada oligarquía sofocaba la
publicación en las provincias, y en cada caso las provincias tomaban venganza al formar alianzas con
proveedores extranjeros. Edimburgo, Glasgow y Dublín inundaron Inglaterra con ediciones piratas económicas, al igual que Ámsterdam, Bruselas y Ginebra conquistaron el mercado en Francia. Por supuesto que las condiciones políticas eran diferentes: los
ingleses disfrutaban de algo cercano a la libertad de
prensa, a pesar del efecto represivo de la acción penal por difamación sediciosa; mientras que la censura previa a la publicación y la policía del libro inhibieron el comercio francés, a pesar de la apertura de
vacíos legales como los permissions tacites (permiso
para publicar libros sin la aprobación oficial de un
censor). ¿Acaso las condiciones económicas fueron
más importantes que las reglas formales impuestas
por las autoridades políticas? Me inclino a pensar
que sí. Además, las reglas del juego comenzaron a
cambiar al mismo tiempo en ambos países. El caso
de Donaldson contra Beckett en 1774 liberó el mercado inglés de una manera similar a la de los decretos franceses sobre el comercio de libros de 1777. Las
incursiones de piratas austriacos en el mercado alemán podrían ser comparadas con los ataques de extranjeros escoceses e irlandeses al comercio de Inglaterra, y de holandeses y suizos al de Francia. Mediante la combinación de este tipo de comparaciones
con un estudio de la evolución del copyright en toda
Europa podría ser posible desarrollar una visión general de las tendencias en la historia del libro a gran
escala.
Otros historiadores del libro podrían proponer
otras agendas para la investigación futura. Los presentes comentarios son necesariamente idiosincráticos y egocéntricos, pues ésa era la naturaleza de la
tarea: reevaluar un artículo que escribí en 1982. Por
necesidad este ejercicio me ha llevado de nuevo a
1965; no obstante, espero que también pueda ayudar
a centrar la atención en las oportunidades que se
presentarán después de 2007. W
Traducción de Dennis Peña.
Artículo de libre acceso en el repositorio
DASH de la Universidad de Harvard.
OCTUBRE DE 2014
Ilustración: E N C YC LO P É D I E , D E D . D I D E R OT
A RTÍ C U LO
Una biblioteca digital mundial
se vuelve realidad
ROBERT DARNTON
Abrir los libros, sí, pero ante todo abrir las bibliotecas. Hasta hace pocos años, por
ejemplo, el acceso al conocimiento que resguarda la de Harvard estaba limitado a su
comunidad universitaria y unos pocos investigadores externos. Ahora es parte de la DPLA,
es decir que está abierta para todo el mundo, lo mismo que Europeana y un número
creciente de iniciativas interconectadas. Ése es el tipo de apertura que impulsa nuestro
bibliotecario: una Alejandría virtual accesible para todos —y a prueba de incendios
OCTUBRE DE 2014
11
LIBROS, CENSURA, APERTURA
UNA BIBLIOTECA DIGITAL MUNDIAL SE VUELVE REALIDAD
A
lgo ha comenzado a perderse en la lucha por ganar participación en el
mercado del ciberespacio:
el interés público. Las bibliotecas y los laboratorios —nodos cruciales de
la World Wide Web— van
cediendo ante la presión
económica; la información que difunden se está desviando de la esfera pública, donde puede ser más útil.
No es que la información llegue libre o “quiera ser
libre”, como los entusiastas de internet proclamaron
hace 20 años.1 La información llega filtrada por tecnologías costosas y es financiada por corporaciones
poderosas. Nadie puede ignorar las realidades económicas que subyacen a la nueva era de la información, pero ¿quién discutiría que hemos llegado a un
equilibrio adecuado entre la comercialización y la
democratización?
Considere el costo de las revistas científicas, la
mayoría publicadas exclusivamente en línea. Su precio ha aumentado el equivalente a cuatro veces la
tasa de inflación desde 1986. Actualmente el precio
promedio de una suscripción anual a una revista de
química es de 4 044 dólares. En 1970 era de 33 dólares. En 2012 una suscripción al Journal of Comparative Neurology costaba 30 860 dólares, el equivalente a
seiscientas monografías. Tres enormes editoriales
—Reed Elsevier, Wiley-Blackwell y Springer— publican 42% de todos los artículos académicos y obtienen
de ellos ganancias gigantescas. En 2013 Elsevier
obtuvo una ganancia de 39% a partir de un ingreso
de 2.1 mil millones de libras esterlinas proveniente de
sus revistas científicas, técnicas y médicas.
En todo el país las bibliotecas de investigación están cancelando sus suscripciones a revistas académicas, pues se encuentran atrapadas entre la disminución de los presupuestos y el aumento de los costos. La lógica de la conclusión es ineludible; sin
embargo, hay una lógica superior que merece consideración, a saber, que el público debe tener acceso al
conocimiento producido con fondos públicos.
En 2008 el Congreso actuó sobre ese principio
cuando solicitó que los artículos basados en subvenciones de los National Institutes of Health (nih) fueran ofrecidos, de forma gratuita, en un repositorio
de acceso abierto: PubMed Central. No obstante, los
cabilderos bloquearon esa solicitud al lograr que
los nih aceptaran un embargo de doce meses, lo que
impediría el acceso del público durante el tiempo suficiente como para que las editoriales se beneficiaran
de la demanda inmediata.
No contentos con esa victoria, los cabilderos trataron de abolir el mandato de los nih a través de la
llamada Research Works Act, un proyecto de ley presentado en el Congreso en noviembre de 2011 y promovido por Elsevier. El proyecto fue retirado dos
meses más tarde, después de una ola de protestas
públicas, pero los grupos de presión siguen ocupados
tratando de bloquear la Fair Access to Science and
Technology Research Act (fastr), que daría al público acceso gratuito a toda la investigación, tanto
información como resultados, financiada por agencias federales con presupuestos de investigación de
100 millones de dólares o más.
La fastr es la sucesora de la Federal Research
Public Access Act (frpaa), el proyecto de ley que quedó guardado en el Congreso después de ser presentado en tres sesiones anteriores. Sin embargo, las disposiciones básicas de ambos proyectos de ley fueron
aprobadas por una directiva enviada por la Office of
Science and Technology Policy, de la Casa Blanca, el
22 de febrero de 2013, y están por entrar en vigor a
finales de este año. En principio, por tanto, los resultados de las investigaciones financiadas por los contribuyentes estarán a su disposición, por lo menos en
el corto plazo. ¿Cuál es la perspectiva a largo plazo?
Nadie lo sabe, pero hay señales de esperanza.
La lucha por las revistas académicas no debe desestimarse como una “cuestión académica”, pues mucho está en juego. El acceso a la investigación pone
en marcha grandes sectores de la economía, y mientras más libre y más rápido sea, su efecto se volverá
1 Como ejemplo de idealismo temprano en internet, véase John Perry
Barlow, “A Declaration of the Independence of Cyberspace”, proclamada
en Davos, Suiza, el 8 de febrero de 1996, disponible en eff.org, el sitio de
Electronic Frontier Foundation.
12
más potente. El desarrollo del Proyecto Genoma Humano costó 3.8 miles de millones de dólares provenientes de fondos federales, y gracias a la libre accesibilidad de los resultados, ha producido ya 796 miles
de millones de dólares en aplicaciones comerciales.
Linux, el sistema de software libre de código abierto,
ha producido ingresos por miles de millones de dólares para muchas empresas, entre ellas Google. Menos espectacular, aunque más extendido, es el efecto
multiplicador de la información gratuita en las pequeñas y medianas empresas que no pueden permitirse el lujo de pagar por información acumulada detrás de las murallas de las suscripciones. Un retraso
de un año en el acceso a investigación y datos puede
resultar prohibitivamente caro para ellos. De acuerdo con un estudio realizado en 2006 por John
Houghton, especialista en economía de la información, un aumento de 5% en la accesibilidad de la investigación habría producido un aumento de la productividad valorado en 16 mil millones de dólares.
Sin embargo, la accesibilidad puede disminuir porque el precio de las revistas ha aumentado de manera tan desastrosa que las bibliotecas —y también
los hospitales, los laboratorios de pequeña escala y
las empresas basadas en la información— están cancelando sus suscripciones. Las editoriales responden cobrando aún más a las instituciones con presupuestos lo suficientemente fuertes como para soportar el peso adicional, sin embargo, el sistema se está
desmoronando. En 2010, cuando el Nature Publishing Group comunicó a la Universidad de California
que aumentaría en 400% el precio de sus 67 revistas,
las bibliotecas se mantuvieron firmes y el profesorado, que había contribuido con 5 300 artículos para
esas revistas durante los seis años anteriores, comenzó a organizar un boicot.
Al final las bibliotecas y la editorial llegaron a un
acuerdo, pero los aumentos incesantes continuaron
generando protestas en los Estados Unidos y en Europa. En Francia, la Universidad Pierre et Marie Curie recientemente canceló su suscripción a Science,
cuando se enfrentó a un aumento de 100%, y la Universidad de París V no renovó sus suscripciones a
tres mil revistas. En Harvard, donde las suscripciones a revistas electrónicas cuestan 9.9 millones de
dólares al año, el Consejo Asesor de la Facultad en la
Biblioteca aprobó una resolución en la que declaró
los aumentos de precios como insostenibles.
En el largo plazo, las revistas sólo pueden mantenerse mediante la transformación de la base económica de las publicaciones académicas. El sistema actual se desarrolló como un componente de la profesionalización de las disciplinas académicas en el
siglo xix, y sirvió bien al interés público durante la
mayor parte del siglo xx; sin embargo, en la era del
internet se ha vuelto disfuncional. En campos como
la física, gran parte de la investigación circula en línea a través de intercambios previos a la publicación,
y los artículos se forman con sofisticados programas
que producen textos listos para el papel. Los costos
son lo suficientemente bajos como para que el acceso
a ellos sea libre, como lo demuestra el éxito de arXiv,
un repositorio de artículos de física, matemáticas,
informática, biología cuantitativa, finanzas cuantitativas y estadística. (Los artículos no se someten a
revisión por pares a gran escala a menos que, como
sucede a menudo, posteriormente sean publicados
por revistas convencionales.)
Todo el sistema a través del cual se transmite la investigación podría volverse menos costoso y más benéfico para el público mediante un proceso conocido
como “inversión” [flipping]. En lugar de subsistir a
través de suscripciones, una revista bajo este sistema cubre sus costos mediante el cobro de tarifas de
procesamiento previas a la publicación y posteriormente ofrece sus artículos de forma gratuita, como
publicaciones de “acceso abierto”. Esto es algo que
podría sonar extraño para muchos autores académicos. ¿Por qué —podrían preguntarse— deberíamos
pagar por ser publicados? Sin embargo, es probable
que no entiendan las disfunciones del sistema actual, en el que suministran la investigación, el texto
y el arbitraje de forma gratuita a las revistas de suscripción y luego vuelven a comprar el producto de su
trabajo —no personalmente, por supuesto, sino a través de sus bibliotecas— a un precio exorbitante. El
público paga dos veces: primero como contribuyentes que subsidian la investigación, luego como contribuyentes o al pagar colegiaturas que apoyan a las
bibliotecas universitarias, públicas o privadas.
Un sistema inverso beneficia directamente al público mediante la creación de revistas de acceso
abierto. Cualquier persona puede consultar en línea
la investigación de forma gratuita y las bibliotecas se
libran de los crecientes costos por suscripciones. Por
supuesto, los gastos de publicación no se evaporan
de forma milagrosa, pero sí se reducen considerablemente, sobre todo para las revistas sin fines de lucro
que no requieren satisfacer a sus accionistas. Las tarifas de procesamiento, que pueden ascender a mil
dólares o más, dependiendo de la complejidad del
texto y del proceso de revisión por pares, pueden ser
cubiertas de varias maneras; a menudo se incluyen
en las becas de investigación para científicos y cada
vez con más frecuencia son financiadas por la universidad del autor o por un grupo de universidades.
En Harvard, un programa llamado hope (Harvard Open-Access Publishing Equity) subsidia las
tarifas de procesamiento. Un consorcio llamado
cope (Compact for Open-Access Publishing Equity)
promueve políticas similares entre 21 instituciones,
incluyendo el mit, la Universidad de Michigan y la
Universidad de California en Berkeley, y sus actividades complementan las de 33 fondos similares en
instituciones como la Universidad Johns Hopkins y
la Universidad de California en San Francisco.
El principal impedimento para la publicación solidaria de este tipo no es de carácter financiero. Se
trata del prestigio. Los científicos prefieren publicar
en revistas costosas como Nature, Science y Cell,
pues su aura brilla en la currícula e impulsa el ascenso de carreras. No obstante, algunos científicos prominentes han socavado el efecto que da el prestigio
al financiar revistas de acceso abierto y reclutar al
mejor talento para escribir y arbitrar en ellas. Harold Varmus, premio Nobel de Fisiología o Medicina,
ha tenido un gran éxito con la Public Library of Science, y Paul Crutzen, premio Nobel de Química, ha hecho lo propio con Atmospheric Chemistry and Physics. Ellos han demostrado la viabilidad de las revistas de acceso abierto de alta calidad. No sólo cubren
los costos mediante las tarifas de procesamiento,
sino que generan ganancias —o, más bien, un “excedente”— que invierten en nuevos proyectos de acceso abierto.
La presión por el acceso abierto también se incrementa desde los repositorios digitales, los cuales se
están asentando en universidades de todo el país. En
febrero de 2008 la Facultad de Artes y Ciencias de
Harvard votó unánimemente para exigir a sus
miembros (con la opción de poder excluirse de forma
voluntaria o de aceptar los embargos impuestos por
revistas comerciales) que depositen los artículos revisados por pares en un repositorio, dash (Digital
Access to Scholarship at Harvard), donde pueden ser
leídos por cualquier persona de forma gratuita.
El dash incluye ahora 17 mil artículos y ha registrado tres millones de descargas en países de todos
los continentes. Los repositorios en otras universidades también reportan totales muy altos en sus
conteos de descargas. Ponen el conocimiento a disposición de un público más amplio, incluyendo investigadores no adscritos a una institución académica y, al mismo tiempo, hacen posible que los autores
lleguen a muchos más lectores de los que podrían alcanzar a través de revistas de suscripción.
El deseo de llegar a los lectores puede ser una de las
fuerzas más subestimadas en el mundo del conocimiento. Además de los artículos para revistas, los
académicos producen un gran número de libros; sin
embargo, rara vez obtienen de ellos ganancias cuantiosas. Los autores en general obtienen pocos ingresos de un libro uno o dos años después de su publicación. Una vez que ha terminado su vida comercial
mueren de forma lenta, guardados sin ser leídos, a
excepción de contadas ocasiones, en las estanterías
de las bibliotecas, inaccesibles para la gran mayoría de
los lectores. Llegado ese punto en los autores predomina un deseo: que su trabajo circule libremente entre el público; su interés coincide con los objetivos
del movimiento de acceso abierto. Una nueva organización, Authors Alliance, está a punto de lanzar
una campaña con el fin de persuadir a los autores
para que ofrezcan sus libros en línea en algún momento después de la publicación a través de distribuidores sin fines de lucro, como la Digital Public Library of America. Más adelante volveremos a este
punto.
Quedan aún todo tipo de complejidades por resolver antes de que un plan de este tipo pueda tener éxi-
OCTUBRE DE 2014
Ilustración: E N C YC LO P É D I E , D E D E N I S D I D E R OT
LIBROS, CENSURA, APERTURA
UNA BIBLIOTECA DIGITAL MUNDIAL SE VUELVE REALIDAD
to; por ejemplo: ¿cómo dar cabida a los intereses de
los editores que quieren mantener libros en sus catálogos? ¿Qué espacio hay que dejar para los titulares
de derechos que se retractan y para la reactivación de
libros que adquieren nueva vida económica? ¿Es viable idear algún esquema de regalías como las de los
programas de licencias colectivas ampliadas que
han demostrado tener éxito en los países escandinavos? Debería ser posible reunir los intereses particulares en una solución que sirviera al interés público,
no apelando al altruismo, sino más repensando los
planes de negocio en formas que saquen el mayor
partido a la tecnología moderna.
Varias empresas experimentales ilustran las posibilidades de este tipo. Knowledge Unlatched reúne
acuerdos y cobra cuotas a las bibliotecas que aceptan
comprar libros académicos a tarifas que garanticen
el pago de una cantidad fija a los editores dentro del
programa. Mientras más bibliotecas participen en la
colecta, menor será el monto que cada una tenga que
pagar. Si bien las ediciones electrónicas de los libros
estarán disponibles en todas partes de forma gratuita a través de Knowledge Unlatched, las bibliotecas
suscritas tendrán derecho exclusivo a descargar e
imprimir ejemplares. A finales de febrero, más de
250 bibliotecas se habían inscrito para la compra de
una colección piloto de 28 nuevos libros editados por
trece editoriales, y la sede de Knowledge Unlatched,
situada en Londres, ha anunciado que pronto ampliará sus operaciones con el objetivo de combinar el
acceso abierto con la sostenibilidad.
OpenEdition Books, situado en Marsella, opera
bajo un esquema similar: proporciona una plataforma para los editores que deseen desarrollar colecciones de libre acceso en línea, y vende el contenido
electrónico a los suscriptores en formatos que se
pueden descargar e imprimir. Con Cambridge, Inglaterra, como su centro de operaciones, Open Book
Publishers también cobra por archivos en formato
pdf que se pueden utilizar con la tecnología de impresión bajo demanda para producir libros físicos, y
utiliza los ingresos para subsidiar ejemplares gratuitos en línea. Recluta a autores académicos que están
dispuestos a proporcionar manuscritos sin recibir
pago con el fin de llegar al mayor público posible y
promover la causa del acceso abierto.
La famosa frase de Samuel Johnson: “Ninguna
persona, salvo un zoquete, escribió jamás salvo por
dinero”, ya no tiene la fuerza de una verdad evidente
en la era del internet. Al recurrir a la buena voluntad
de autores no remunerados, desde su fundación en
2008 Open Book Publishers ha producido 41 libros de
humanidades y ciencias sociales, todos ellos rigurosamente revisados por expertos. “Imaginamos un mundo en el que toda la investigación está a disposición de
todos los lectores”, proclama en su página web.
El mismo objetivo motiva a la Digital Public Library
of America, que tiene como objetivo poner a disposición de los usuarios todas las riquezas intelectuales
acumuladas en las bibliotecas, archivos y museos estadunidenses. Como se informó en estas páginas, la
dpla fue lanzada el 18 de abril de 2013. Ahora que celebra su primer aniversario, sus colecciones incluyen
siete millones de libros y otros objetos —tres veces la
cantidad que ofreció cuando abrió su página web
hace un año— provenientes de más de 1 300 instituciones ubicadas en los 50 estados, que son ampliamente utilizados: casi un millón de visitantes distintos han consultado la página web de la dpla, y provienen de casi todos los países del mundo (Corea del
Norte, Chad y el Sáhara Occidental son las únicas
excepciones).
En el momento de su concepción, en octubre de
2010, la dpla fue vista como una alternativa a uno
de los proyectos más ambiciosos jamás imaginados
para comercializar el acceso a la información: Google
Book Search. Google se propuso digitalizar millones
de libros en bibliotecas de investigación y luego propuso la venta de suscripciones a la base de datos resultante. Después de haber proporcionado los libros
a Google de forma gratuita, las bibliotecas tendrían
que comprar de nuevo el acceso a ellos, en forma digital, a un precio que sería determinado por Google y
que podría incrementar de manera tan desastrosa
como los precios de las revistas académicas.
Google Book Search en realidad comenzó como
un servicio de búsqueda que ponía a disposición sólo
fragmentos o pasajes breves de libros, pero debido a
que muchos de los libros estaban protegidos por copyright, Google fue demandado por los titulares de
OCTUBRE DE 2014
los derechos. Después de largas negociaciones, los
demandantes y Google llegaron a un acuerdo que
transformó el servicio de búsqueda en una gigantesca biblioteca comercial financiada por suscripciones.
No obstante, el acuerdo tenía que ser aprobado por
un tribunal. El 22 de marzo de 2011 la Corte Federal
del Distrito Sur de Nueva York lo rechazó bajo el argumento de que, entre otras cosas, amenazaba con
constituir un monopolio que restringiría el comercio. Esa decisión puso fin al proyecto de Google y
despejó el camino para que la dpla ofreciera contenidos digitalizados —aunque nada que estuviera
protegido por copyright— a lectores de todo el mundo, de forma gratuita.
Además de su carácter sin fines de lucro, la dpla
difiere de Google Book Search en un aspecto crucial:
no es una organización vertical erigida sobre una
base de datos propia. Se trata de un sistema distribuido y horizontal que une las colecciones digitales
ya en posesión de las instituciones participantes, y lo
hace por medio de una infraestructura tecnológica
que las pone inmediatamente a disposición del usuario con un solo clic en un dispositivo electrónico. Es
fundamentalmente horizontal, tanto en organización como en espíritu.
En lugar de trabajar desde la parte superior hacia
abajo, la dpla se basa en “centros de servicio”, o pequeños centros administrativos, para promover las
colecciones locales y sumarlas a nivel estatal. Los
“centros de contenido”, ubicados en instituciones
con colecciones de al menos 250 000 elementos
—por ejemplo, la Biblioteca Pública de Nueva York, el
Smithsonian Institution y el depósito digital colectivo conocido como HathiTrust—, proporcionan la
mayor parte del contenido de la dpla. En la actualidad hay dos docenas de centros de servicio y de contenido, y pronto, de conseguirse el financiamiento,
los habrá en todos los estados del país.
Tal horizontalidad refuerza el impulso democratizador detrás de la dpla. Aunque se trata de una pequeña compañía sin fines de lucro con sede en Boston y compuesta por un mínimo de personal, la dpla
funciona como una red que cubre todo el país. Esta
red ha sido tejida en gran parte por voluntarios. Más
de un millar de especialistas en informática colaboraron de forma gratuita en el diseño de su infraestructura, que agrega metadatos (descripciones tipo
catálogo de los documentos) de una manera que permite la búsqueda fácil.
De esta forma, por ejemplo, un estudiante en el último año de preparatoria en Dallas que prepara un
informe sobre un episodio de la Revolución estadunidense puede descargar un manuscrito de Nueva
York, un panfleto de Chicago y un mapa de San Francisco con el fin de estudiarlos en conjunto. Por desgracia, él o ella no podrá consultar libros recientes
porque las leyes de copyright mantienen fuera del
dominio público prácticamente todo lo publicado
después de 1923. Sin embargo, los tribunales, que están considerando un aluvión de casos sobre el “uso
justo” de los derechos de autor, podrían sostener una
interpretación lo suficientemente amplia como para
que la dpla ponga a disposición, con fines educativos, una gran cantidad de material posterior a 1923.
Un pequeño ejército de “representantes comunitarios” voluntarios, principalmente bibliotecarios
con conocimientos técnicos, se ha dispersado por
todo el país con el fin de promover diversos programas de divulgación patrocinados por la dpla. Ellos
refuerzan el trabajo de los centros de servicio, que se
concentran en las bibliotecas públicas como centros
de integración del acervo. Una donación de la Bill
and Melinda Gates Foundation financia el Public Library Partnerships Project, mediante el cual se capacita a los bibliotecarios locales en el uso de las últimas tecnologías digitales. Provistos con nuevas habilidades, los bibliotecarios invitarán a la gente a que
aporte su propio material —cartas familiares, anuarios del bachillerato, colecciones de postales almacenadas en baúles y áticos— para ser digitalizado, curado, conservado y puesto a disposición en línea por
la dpla. Al mismo tiempo que desarrolla conciencia
comunitaria por la cultura y la historia, el proyecto
también ayudará a integrar las colecciones locales
en la red nacional.
tales conectadas al sistema por medio de una api
(interfaz de programación de aplicaciones, por sus
siglas en inglés), misma que ya ha registrado siete
millones de visitas. Entre los resultados se encuentra una herramienta para la navegación digital: el
usuario escribe el título de un libro y las imágenes de
los lomos de los volúmenes, relacionados con el mismo tema y todos en el dominio público, aparecen en
la pantalla como si estuvieran juntos en un estante.
El usuario puede hacer clic en una columna para
buscar una obra tras otra, siguiendo pistas que se extienden mucho más allá del espacio en las estanterías de una biblioteca física. Otra herramienta hace
posible que el lector pase de un artículo de Wikipedia a todas las obras de la dpla relacionadas con el
tema. Estas y muchas otras aplicaciones han sido desarrolladas por cuenta propia de algunos individuos,
sin seguir instrucciones de la sede de la dpla.
Los proyectos derivados ofrecen oportunidades
educativas ilimitadas. Por ejemplo, el Emily Dickinson Archive, recientemente desarrollado en Harvard,
pondrá a disposición copias digitalizadas de todos
los manuscritos de poemas de Dickinson. Los manuscritos son esenciales para la interpretación de la
obra, puesto que contienen muchas peculiaridades
—puntuación, espaciado, uso de mayúsculas— que
modulan el significado de los poemas, de los cuales
sólo unos pocos, gravemente mutilados, se publicaron durante la vida de la poeta. Casi todo estudiante
de preparatoria en un momento u otro se encuentra
con un poema de Dickinson, y ahora los profesores
pueden asignar un poema en particular en su versión manuscrita e impresa (que a menudo difieren
considerablemente) y estimular a sus estudiantes a
desarrollar lecturas más minuciosas y profundas. La
dpla también planea adaptar sus materiales a las
necesidades especiales de las universidades comunitarias, muchas de las cuales no disponen de bibliotecas adecuadas.
En esta y otras formas, la dpla irá más allá de su
misión básica de poner el patrimonio cultural de los
Estados Unidos a disposición de todos los estadunidenses; les proporcionará oportunidades para interactuar con el material y para desarrollar materiales
propios. Facultará a los bibliotecarios y reforzará las
bibliotecas públicas en todo el mundo, no sólo en los
Estados Unidos. Su infraestructura tecnológica ha
sido diseñada para ser interoperable con la de Europeana, una iniciativa similar que está agregando los
fondos de las bibliotecas en los 28 Estados miembros
de la Unión Europea. Las colecciones de la dpla incluyen obras en más de 400 idiomas y casi 30% de
sus usuarios proceden de fuera de los Estados Unidos. Dentro de 10 años, el primer año de la actividad
de la dpla podría verse como el comienzo de un sistema de biblioteca internacional.
Con todo, sería ingenuo imaginar un futuro libre
de los intereses creados que en el pasado han bloqueado el flujo de información. Los grupos de cabildeo en funciones en Washington también operan en
Bruselas, y el Parlamento Europeo recién elegido
pronto tendrá que hacer frente a los mismos problemas que quedan por resolver en el Congreso de los
Estados Unidos. La comercialización y la democratización operan a escala global, y debe darse un acceso
amplio antes que la World Wide Web pueda albergar
una biblioteca mundial. W
Los proyectos derivados y las iniciativas locales
también se ven favorecidos por lo que la dpla llama
su “plomería”, es decir, la infraestructura tecnológica que ha sido diseñada para promover las aplicaciones generadas por el usuario o las herramientas digi-
Traducción de Dennis Peña.
Reproducido con autorización; se publicó
originalmente en The New York Review of Books
el 22 de mayo de 2014.
13
LIBROS, CENSURA, APERTURA
En muy diversas maneras y medidas, la censura ha sido una práctica
consustancial a la difusión de las ideas en todos los sistemas de poder.
La investigación que ponemos a circular en español estos días —intrigante
y novelesca por su propia naturaleza— pone en claro por qué la historia del
control de los libros es a la vez la historia de las ideologías y de los sistemas
políticos que buscan ejercerlo. Aquí un atisbo a sus páginas iniciales
ADELANTO
Censores trabajando
ROBERT DARNTON
L
a historia de los intentos del Es- tó a la literatura en el espacio social cotidiano a tratado por controlar la comunica- vés de incidentes que se hilvanan con las vidas de
ción nos puede dar una visión personajes, ya sea atrevidos o de mala reputación,
más amplia de la situación ac- que operaban más allá de los márgenes de la ley.
Aquí la investigación da paso al puro placer de la
tual. El propósito de Censores
trabajando es mostrar cómo se cacería, porque la policía o su equivalente, dependieron dichos intentos —no diendo de la naturaleza del gobierno, se topaba una y
todo el tiempo y tampoco en to- otra vez con un tipo de humanos que rara vez aparece
das partes, pero sí en determi- en los libros de historia: juglares vagabundos, arteros
nados momentos y lugares que vendedores ambulantes, misioneros sediciosos, merpueden ser investigados con detalle—. Se trata de caderes aventureros, autores de toda pinta (desde los
una historia de trastienda, puesto que sigue el hilo famosos hasta los desconocidos, incluyendo un falso
de la investigación en los cuartos traseros y las mi- Swami y una camarera dispuesta a difundir escándasiones secretas donde agentes del Estado vigilaban el los), e incluso la misma policía, que a veces se unía a
uso de la palabra, permitiendo o prohibiendo su im- las filas de sus víctimas. Éstas son las personas que
presión y reprimiéndola por razones de Estado una pululan por las siguientes páginas junto con censores
de todas formas y tamaños. Y creo que este aspecto de
vez que empezaba a circular en forma de libro.
La historia de los libros y los intentos por mante- la comedia humana merece ser narrado por derecho
nerlos bajo control no habrá de brindarnos conclu- propio. Empero, contando sus historias de la manera
siones que podamos aplicar directamente a las polí- más precisa posible, sin exagerar o distanciarme de
ticas que rigen la comunicación digital. Su impor- las pruebas, espero lograr algo más: una historia de la
tancia obedece a otras razones. Al adentrarnos en el censura en una nueva clave, una que sea tanto comtrabajo de los censores observamos la forma de pen- parativa como etnográfica.
Con la excepción de maestros como Marc Bloch,
sar, en su momento, de los legisladores; cómo calibró
el Estado las amenazas a su monopolio del poder, y los historiadores gustan de predicar la historia comcómo intentó hacer frente a ellas. El poder de la pala- parada muchas más veces de las que la practican. Se
bra impresa podía ser tan amenazador como una trata de un género exigente no sólo porque requiere
guerra cibernética. ¿Cómo lo entendían los agentes maestría en diferentes campos de estudio en distindel Estado y cómo sus pensamientos determinaron tos idiomas, sino también por los problemas inheel curso de las acciones? Ningún historiador puede rentes al acto de hacer comparaciones. Será fácil dismeterse en las cabezas de los muertos o, para el caso, tinguir entre peras y manzanas, pero ¿cómo puede
en las de los vivos, aun si a éstos se los puede entre- uno estudiar instituciones que parecen similares o
vistar para estudios de historia contemporánea. Sin llevan los mismos nombres y sin embargo funcionan
embargo, con suficientes documentos podemos de- de manera distinta? Una persona entendida como
tectar patrones de pensamiento y acción. Muy rara censor puede comportarse según reglas del juego
vez contamos con archivos adecuados, dado que la que resultan incompatibles con aquellas bajo las
censura se llevó a cabo en secreto y los secretos gene- cuales opera alguien más considerado un censor en
ralmente permanecieron ocultos o fueron destrui- otro sistema. Los juegos en sí son diferentes. La nodos. Aun así, con un caudal suficientemente vasto de ción misma de literatura tiene un peso en ciertas soevidencia podemos dilucidar los supuestos subya- ciedades que difícilmente puede ser imaginado en
otras. En la Rusia soviética, según Alekcentes y las actividades encubiertas de los
sandr Solzhenitsyn, la literatura fue tan
funcionarios encargados de vigilar la papoderosa que “aceleró la historia”, mienlabra impresa. Sólo entonces los archivos
tras que a la mayor parte de los estaduninos dan pistas. Podemos seguir a los cendenses les importa menos que los deporsores conforme revisaban los textos, a
tes profesionales. No obstante, las actitumenudo línea por línea, e ir tras las huedes de los estadunidenses han variado
llas de la policía mientras rastreaban lienormemente a través del tiempo. La litebros prohibidos, ejerciendo los límites enratura les pesaba mucho hace 300 años,
tre lo legal y lo ilegal. Es necesario hacer
cuando la Biblia (especialmente las ediun mapa de los mismos límites, ya que ésciones de Ginebra, derivadas en gran partos frecuentemente eran inciertos y camte de las vigorosas traducciones de Wilbiaban de forma constante. ¿Dónde se
CENSORES
TRABAJANDO
liam Tyndale) contribuyó enormemente a
puede establecer el límite entre una nasu forma de vida. De hecho, puede resulrración de Krishna jugueteando con las
De cómo los Estados
dieron forma a la
tar anacrónico hablar de “literatura” enordeñadoras y un grado de erotismo inliteratura
tre los puritanos, ya que el término no se
aceptable en la literatura bengalí, o entre
hizo de uso común sino hasta el siglo
el realismo socialista y la narración “tarROBERT
xviii. Los términos religión o divinidad
dío-burguesa” en la literatura de la AleDARNTON
quizá sean más adecuados, y esto también
mania Oriental comunista? Los mapas
es válido para muchas culturas antiguas
conceptuales son interesantes en sí miscomo la de la India, donde la historia litemos e importantes en tanto dieron forma
Historia
raria no puede distinguirse claramente de
a conductas reales. La represión de libros
Traducción
la mitología religiosa. Empero, más que
(es decir, sanciones de todo tipo que caen
de Mariana Ortega
centrarme en cuestiones de terminología,
bajo la firma de “censura pospublica1ªed., 2014; 248 pp.
espero poder capturar el idioma mismo,
ción”) muestra cómo el Estado se enfren978 968 16 2347 8
14
es decir, entender el tono subyacente de un sistema
cultural y la manera en que sus actitudes tácitas y
sus valores implícitos influyeron sobre sus actos.
Creo que las comparaciones funcionan mejor a nivel
sistémico; por lo tanto, he intentado reconstruir la
operación de la censura a lo largo de tres sistemas
autoritarios: la monarquía borbónica en la Francia
del siglo xviii, el Raj británico en la India del siglo
xix, y la dictadura comunista en la Alemania Oriental del siglo xx. Cada caso es digno de un estudio propio. Cuando se toman en conjunto y se los compara es
posible repensar la historia de la censura en general.
Lo mejor sería comenzar con una pregunta: ¿qué
es la censura? Cuando pido a mis alumnos que me
den ejemplos, sus respuestas han incluido las siguientes (al margen de los casos obvios de represión
bajo los regímenes de Hilter y Stalin):
• otorgar calificaciones;
• llamar a un profesor “profesor”;
• la corrección política;
• la evaluación por homólogos;
• las críticas evaluadoras de cualquier tipo;
• la edición y la publicación;
• la proscripción de armas de asalto;
• jurar lealtad a la bandera o también rehusarse
a hacerlo;
• solicitar o expedir una licencia de manejo;
• la vigilancia por parte de la Agencia de Seguridad Nacional;
• el sistema de clasificación de películas de la
Asociación Cinematográfica de América;
• la Ley de Protección de la Privacidad Infantil
en Internet;
• las cámaras de vigilancia de velocidad;
• obedecer el límite de velocidad;
• restringir información para proteger la seguridad nacional;
• la restricción de cualquier cosa;
• la clasificación algorítmica del grado de relevancia en internet;
• el uso de “ella” en vez de “él” como el pronombre
estándar;
• usar o no corbata;
• la cortesía, y
• el silencio.
La lista podría extenderse indefinidamente y cubrir
sanciones legales y no legales, filtros psicológicos y
tecnológicos, así como cualquier tipo de comportamiento por parte de autoridades estatales, instituciones privadas, grupos de homólogos o individuos que
escudriñan los secretos internos del alma. Independientemente de la validez de los ejemplos, éstos sugieren que una definición amplia de censura podría
abarcar casi cualquier cosa. Se puede decir que la censura existe en todas partes, pero si está en todo entonces no está en nada; una definición que encapsulara todo borraría cualquier distinción y no tendría, por
lo tanto, sentido alguno. Identificar la censura con
restricciones de todo tipo significa trivializarla.
Fragmento de la introducción de Censores trabajando,
de próxima aparición bajo el sello del FCE.
OCTUBRE DE 2014
Ilustración: © B I B L I OT H È Q U E N AT I O N A L E D E F R A N C E
LIBROS, CENSURA, APERTURA
Chismes y rumores, calumnias y difamaciones, injurias y vilipendios…
La escritura en sí misma es neutra y puede usarse para fines edificantes lo mismo
que para mancillar reputaciones o deslegitimar regímenes. Los libelos han
existido siempre en diversas formas –hay quien dice que algunos blogs no son
sino eso—. En una de sus más recientes investigaciones, Darnton hace el recuento
de algunos pasajes de esta oscura faceta del quehacer editorial
ADELANTO
El diablo en el agua bendita
ROBERT DARNTON
P
ara entender el libelo es imporLa colonia de libelistas franceses en Londres
tante estudiar a los libelistas y aprendió a vivir en las Grub Streets de ambas capitael mundo que habitaban. Vivían les. Muchos de ellos aprendieron lo elemental para caen “Grub Street”,1 un entorno lumniar en el submundo literario de París y emigraque para después de 1750 estaba ron para escapar del encierro, no sólo en la Bastilla,
sobrepoblándose debido a una sino en lugares peores como las sórdidas celdas de Biexplosión demográfica en la Re- cêtre o el Fort l’Evêque, o las galeras de Marsella, despública de las Letras. Para 1789, pués de ser marcados y exhibidos en la Place de Grève.
Francia había desarrollado una Al llegar a Londres descubrían un mundo de folletos,
amplia subcultura de autores opúsculos y periodismo panfletarios sin cortapisas,
indigentes: 672 poetas tan sólo, de acuerdo con un en gran parte financiado por políticos que contrataestimado contemporáneo. La mayoría de ellos vi- ban a escritores de poca monta para vilipendiar a sus
vían en la pobreza en París y sobrevivían como po- rivales. Algunos de los expatriados comenzaron a hadían haciendo trabajitos de gacetilleros y apoyándo- cer periodismo, particularmente como colaboradores
se en algunos magros auspicios. Cuando la desespe- en el Courrier de l’Europe, una revista bisemanal puración los alcanzaba, ya fuera por deudas o por la blicada en Londres y reimpresa en Boulogne-sur-Mer
amenaza de la Bastilla, intentaban escapar. Huían a que suministraba los reportes más completos acerca
Bruselas, Ámsterdam, Berlín, Estocolmo, San Pe- de la Revolución estadunidense y la política británica
tersburgo y otros centros urbanos con sus propias disponibles para los lectores franceses durante las
Grub Streets. Una diáspora de escritores andrajosos décadas de 1770 y 1780. Otros vivían de escribir libebuscaba fortuna donde fuera que pudieran aprove- los. Gracias a los reportes de informantes secretos en
charse de la fascinación por todo lo francés. Se em- París y Versalles, producían muchos libros y opúscupleaban como tutores, traducían, vendían panfletos, los que difamaban a todos: desde el rey y sus minisdirigían obras de teatro, probaban suerte en el perio- tros hasta las bailarinas y los hombres de mundo. Sus
dismo, especulaban como editores y difundían las obras se vendían abiertamente en Inglaterra, sobre
modas parisinas en todo ámbito, desde el de sombre- todo en una librería en la calle St. James, en Londres,
operada por un expatriado genovés llamado Boissièros hasta el de libros.
La colonia más grande de todas estaba en Lon- re. No obstante, su principal mercado era Francia,
dres, el lugar que desde el siglo xvi había dado la donde los libelos eran el principal producto del cobienvenida a los emigrados franceses, cuando los mercio de libros clandestino.
primeros hugonotes buscaron refugiarse de la perEs imposible decir qué tan profundo y extenso era
secución. Londres desarrolló una de las culturas este submundo. Sin duda alcanzaba cada rincón del
de Grub Street más vivas en Europa. Era el hogar del reino, y se convirtió en el sector más vital de la inGrub Street Journal (1730-1737) y de la calle misma, dustria editorial durante la segunda mitad del siglo.
que atravesaba el East End y que a inicios del siglos Para publicar un libro de manera legal, éste debía
xvii fue acumulando una población de escritores enfrentarse a un combate de censores y burócratas
que sobrevivían a base de componer sin cesar textos adscritos a la oficina de gobierno encargada del code dudoso valor y recibían un pago mezquino. Para mercio de libros (Direction de la Librairie). Para 1789,
1726, cuando llegó Voltaire como refugiado de la el gobierno empleaba a casi doscientos censores que
Bastilla, los escritores de poca monta se habían mu- revisaban manuscritos. Con frecuencia objetaban
dado a otros sitios y se ganaban la vida en
deficiencias de estilo y de contenido, así
como cualquier ofensa en contra de la
gran medida a través de las riñas y el manIglesia, el Estado, la moralidad convenciocillamiento de la reputación, típicos de
la política hanoveriana. Sus contrapartes
nal y la reputación de los individuos. Sin
su aprobación escrita ningún libro podía
parisinos vivían de manera muy semejanaspirar al privilegio real otorgado por la
te, esparcidos en buhardillas por toda la
ciudad. Crearon su propia manera de enCancillería, que daba legalidad y algo semejante al derecho de autor. Los inspecsuciar reputaciones: el libelle (libelo), un
tores del libro supervisaban el comercio
relato escandaloso de los asuntos públicos
en las principales ciudades, y al ejercer su
y la vida privada de grandes personajes de
labor confiscaban obras ilegales en casas
la Corte y la capital. El término no se usa
mucho en francés moderno, pero perteaduanales o hacían redadas en las libreEL DIABLO EN EL
AGUA BENDITA
rías según se necesitara. El gremio parisinecía al habla cotidiana en el comercio
no de vendedores de libros (Communauté
de libros del Antiguo Régimen, y los auo el arte de la
tores de esas obras eran registrados en calumnia de Luis XIV
des Libraires et des Imprimeurs de Paris)
a Napoleón
también ejercía poderes policiacos para
los archivos de la policía como libellistes
fortalecer su monopolio sobre la literatu(libelistas).2
ROBERT
ra con privilegios.
El sistema era menos rígido en la práctica de lo
que parecía en papel; era así necesariamente, ya que
las regulaciones impresas, cerca de tres mil edictos
sobre el comercio del libro emitidos entre 1715 y
1789, aparecían con tal frecuencia y eran tan densas
que ningún vendedor de libros, incluso cuando intentara respetarlas, podía estar al tanto de todas las
reglas del juego. Con frecuencia los inspectores se
hacían de la vista gorda cuando llegaban cargamentos ilegales a su territorio, y el uso de medidas semioficiales como las permissions tacites (acuerdos para
tolerar libros que no podían recibir privilegios) abría
enormes huecos en la legislación represiva. Aun así,
las obras que ponían en entredicho las perspectivas
ortodoxas —incluida casi toda la Ilustración—usualmente se producían en las imprentas que proliferaban más allá de las fronteras francesas, desde Ámsterdam y La Haya hasta Bruselas, Lieja, la zona del
Rin, Suiza y Aviñón, que era entonces territorio papal. Estas imprentas también pirateaban todo lo que
en el comercio legal se estuviera vendiendo bien.
Crearon una compleja red de contrabandistas para
cruzar los libros a través de las porosas fronteras
francesas y hacerlos llegar a los distribuidores que
los entregaban a libreros y vendedores en todo el reino. Al ofrecerles a los lectores hambrientos una dieta
picante de libros prohibidos, los comerciantes clandestinos hicieron un gran negocio. Probablemente
hicieron circular más de la mitad de la literatura
producida durante el siglo xviii, es decir, libros de
ficción y no ficción de todo tipo, además de obras
profesionales, publicaciones religiosas, almanaques
y chapbooks, la llamada literatura de cordel.3
En un estudio previo compilé pedidos de literatura prohibida realizados por libreros esparcidos por
toda Francia e hice una lista retrospectiva de best sellers. La lista incluía libros de Voltaire, Rousseau y
otros filósofos famosos, así como numerosas obras
pornográficas y libros sacrílegos. Pero una sorprendente proporción de los best sellers eran libelos, ya
fueran biografías difamatorias de personajes públicos, recuentos incendiarios de historia contemporánea o una variedad seductora del periodismo conocida como chroniques scandaleuses. W
DARNTON
3 Éste es mi propio estimado, pero debo admitir que no puedo probarlo.
Se basa en una lectura de prácticamente todos los documentos del periodo
de 1750 a 1789 en las colecciones de manuscritos en la Bibliothèque Nationale de France y en la Bibliothèque de l’Arsenal, así como las 50 mil cartas de libreros, editores y otras personas involucradas en la industria del libro en los
documentos de la Société Typographique de Neuchâtel, Bibliothèque Publique et Universitaire, Neuchâtel, Suiza. Debido a que el Estado francés no
pudo ejercer con eficacia los privilegios para los libros, la piratería se convirtió en una gran industria que rebasaba por mucho a la producción legal.
1 Término común en inglés tomado del nombre de una
calle antigua de Londres en que vivían escritores y periodistas necesitados que debían ser mercenarios. [N. del T.]
2 El francés no tenía un equivalente para el término inglés “Grub Street” en el siglo xviii, pero con frecuencia hablaban de la literatura abyecta, producida por la canalla o
los autores salidos de las alcantarillas, esos Rousseau del
arroyo (“la basse littérature”, “la canaille de la littérature”
OCTUBRE DE 2014
Historia
Traducción
de Pablo Duarte
1ªed., 2014; 604 pp.
978 968 16 2343 0
y “les Rousseau du ruisseau”), expresiones que aparecen
con frecuencia en las obras de Voltaire, Louis-Sébastien
Mercier y otros. No hay un estudio exhaustivo de este entorno, pero he esbozado algunos aspectos sobre él en Edición y subversión. Literatura clandestina en el Antiguo Régimen, fce/Turner, México, 2003].
Fragmento de la introducción de El diablo en el agua
bendita, de próxima aparición bajo el sello del FCE.
15
Ilustración: © B I B L I OT H È Q U E N AT I O N A L E D E F R A N C E
LIBROS, CENSURA, APERTURA
“Claro sin ser pedestre y preciso sin ser pedante”: así atina a apostrofar a Darnton
—justo con esas mismas virtudes— Patricio Tapia, quien tuvo la oportunidad
de conversar con él. El resultado es este concentrado que expone con gran concisión
las ideas centrales del bibliólogo y compendia sus intereses y apetitos intelectuales.
Libros, censura, apertura; bibliotecas, claroscuros de la comunicación, acceso abierto:
todo está contenido en esta docena de respuestas
A RTÍ C U LO
Robert Darnton:
de revoluciones y comunicaciones
PATRICIO TAPIA
E
n una celda en La Bastilla,
contigua a la del Marqués de
Sade, Anne Gédéon Lafitte,
marqués de Pelleport, escribía
una novela política libertina,
Los bohemios. Buscando en archivos el historiador Robert
Darnton la encontró hace unos
años y rescató esa obra casi
desconocida de 1790. Pelleport fue también autor de otro volumen oprobioso, El
diablo en el agua bendita (1783), el que da título al libro de Darnton sobre el mundo oscuro de la difamación literaria —destinada a destruir reputaciones de
poderosos y a deslegitimar regímenes— en la Francia
del siglo xviii. Pelleport es uno de sus protagonistas,
junto a otras figuras no menos maledicentes como
Pierre Manuel o Charles Théveneau de Morande,
quien dijo tener una obra sobre Madame du Barry, la
principal amante de Luis XV, “memorias secretas de
una mujer pública”, aludiendo a su pasado como cortesana. Uno de los últimos libros de Darnton, Poesía y
policía, trata sobre la mayor operación policiaca que
él ha encontrado en su trabajo en archivos: el intento
de seguir el rastro de un poema satírico contra la corte de Luis XV, sus ministros y su amante, en el París
de 1749, que fue memorizado, cantado y cambiado. El
incidente fue conocido como el “caso de los Catorce”
(fueron arrestados 14 supuestos cómplices). Darnton
es, después de todo, uno de los historiadores más importantes sobre dos campos distintos: la historiografía de la Ilustración en Francia y los orígenes de la
Revolución Francesa; o su labor pionera en la historia de los libros y la lectura, con El negocio de la Ilustración —su historia editorial de la Enciclopedia— o la
recepción de la lectura de Rousseau (en La gran matanza de gatos).
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Pero Darnton es también, desde 2007, director de
la red de bibliotecas de Harvard y por ello le tocó
participar en el proyecto Google Book Search, al que
considera una buena idea, si bien fallida, y luego ha
sido uno de los gestores de la Biblioteca Pública Digital de Estados Unidos (dpla, según su sigla en inglés), quizá el mayor proyecto histórico digital del
mundo en la actualidad.
Tal como en sus libros, Darnton hablando es claro
sin ser pedestre y preciso sin ser pedante.
¿Cree que la comunicación ha llegado a ser la actividad más importante de la vida moderna?
La gente suele decir que vivimos en la sociedad de la
información, como si no hubiera existido información
en otras sociedades. En cuanto historiador me ha fascinado su historia. Cómo funciona, a través de qué
medios. En el caso de los libros: cómo ellos penetran
al interior de las sociedades, cómo los leemos y cómo
esa lectura tiene influencia en la opinión pública y en
la acción política. Y eso es muy difícil porque no tenemos una clara cadena de causalidad. Se da en un complejo mundo de significados y la historia de la información deviene en cierta forma antropológica: cómo
se construye un sentido y cómo los medios, de hecho,
dan sentido a la vida de las personas. Eso suena muy
gris y abstracto, pero en mi propia investigación histórica me he ocupado de casos muy específicos.
En Poesía y policía, por ejemplo, se ocupa de un caso
muy curioso...
En Poesía y policía resulta que la comunicación se
producía a menudo cantando. Descubrí cientos y cientos de manuscritos con nuevos versos en viejas melodías. Todo el mundo tenía en su cabeza ciertas melodías sobre las cuales era fácil improvisar palabras
sobre los reyes y sus amantes, sobre los cambios de
ministros o sobre las relaciones exteriores. Eran
como los periódicos actuales, pero en la Francia del
siglo xviii. Imagino que París estaba llena de canciones sobre cuestiones de actualidad de entonces,
como hoy en día estamos inmersos en un conjunto
de medios, como twitter, blogs, streaming y otros.
Más allá de los peligros de la comparación, según su libro El diablo en el agua bendita el mundo de la difamación en el Antiguo Régimen se parecía bastante a la
blogósfera actual...
Sí, es cierto. También di una conferencia sobre los
blogs en la actualidad y las anécdotas en el siglo
xviii. Tengo una colección de anécdotas escandalosas de los blogs actuales que se parecen mucho a lo
que en el siglo xviii se llamó “anécdotas”. La palabra
misma, anécdota, tenía un sentido distinto. Hoy se
dice de algo probablemente verdadero, pero secundario; en el siglo xviii, el sentido era, literalmente,
“historia secreta”, que derivaba de un historiador del
siglo vii, Procopio. Y era sorprendente la propagación de una anécdota en toda la literatura del siglo
xviii: podía tomarse una de un libro y ser puesta en
otro y ser arreglada. De esta forma, los libros eran
mosaicos de anécdotas. No todos los libros, claro,
pero los best sellers, que he descubierto e investigado
—la vida privada de Luis XV o anécdotas secretas de
Madame Du Barry— eran leídos por la gente y circulaban enormemente, en otros libros o a través de
chismes, lo que es normal en cierta clase de vida.
¿Qué pasa con los blogs hoy en día? Bueno, hay gente
que tiene blogs con fines comerciales y se dedica a
buscar en la internet información escandalosa y se
les paga (entiendo que, por lo general, 12 dólares por
cada entrada en el blog). Y así tenemos gente que está
en busca de información, que normalmente es salaz:
sobre sexo, sobre desenfreno, sobre la vida de la
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LIBROS, CENSURA, APERTURA
R O BERT DA R NTO N: D E R EVO LU C I O NES Y CO M U NI C AC I O NES
“gente linda”. Esto era así también en el siglo xviii.
Quizá no nos damos cuenta de eso, porque se piensa
que la historia “seria” sólo se ocupa de reyes, ministros, generales..., pero la historia que se ocupa de la comunicación como una experiencia cotidiana de la
gente común es un asunto extraordinario y allí puede encontrar una fascinación similar con la “gente
linda” —los ricos, los poderosos, los de buena cuna—;
allí, los pequeños pueden hacer mofa de los grandes,
en francés se decía, le petit contre le Grand.
¿Podría considerarse el “caso de los Catorce” como
una versión oral de las correos electrónicos en cadena?
Es precisamente lo que es. Y lo que encuentro más
asombroso es que se puede reconstruir el verdadero
patrón de difusión de forma muy precisa, afortunadamente, porque la policía fue tan efectiva. De manera que estoy muy agradecido a la policía del siglo
xviii por hacer esta investigación sobre la comunicación para mí.
Las bibliotecas, ¿tienen algo que ver con la comunicación?
De cierta forma las bibliotecas son un centro neurálgico de la comunicación. La Biblioteca universitaria
de Harvard, por ejemplo, tiene un posición central
respecto de la universidad entera. Toda la información fluye desde la biblioteca, incluso la que surge de
laboratorios científicos. Creo, por lo tanto, que las bibliotecas tienen una creciente importancia en la era
electrónica y mis investigaciones sobre Francia en el
siglo xviii también apuntan a la importancia de las
bibliotecas.
¿Es usted el conductor detrás de la DPLA o se trata de
una calumnia?
No, no es una calumnia. Comenzó cuando invité a un
grupo de jefes de fundaciones, jefes de bibliotecas y algunos estudiosos para discutir sobre la posibilidad de
crear una Biblioteca Nacional Digital. Tuvimos un encuentro en Harvard, en octubre de 2010 y ése fue el
comienzo de la dpla. Fui parte del ímpetu de crearla,
pero hay otra gente también. Es algo mucho más grande y más importante que Robert Darnton. La dpla es
una institución enorme, que ahora existe, que espero
crezca por muchas generaciones y que llegará a todas
las personas, no sólo en los Estados Unidos, sino en
todo el mundo. De manera que sí, fui uno de los “originadores” de la dpla y tengo una especie de orgullo paternal por ella, pero es un esfuerzo colectivo y en la actualidad es una empresa independiente sin fines de
lucro, tiene su junta directiva (formo parte de ella), su
propia sede (en Boston), un equipo y relaciones crecientes con las bibliotecas de investigación en Estados
Unidos. Hemos creado lo que llamamos “ejes” en 42
estados y esperamos que éstos crezcan en mayores comunidades de comunicación.
Aunque no como Borges la imaginó, ¿podría ser la DPLA
una especie de biblioteca de Babel?
Se podría decir que sí, porque está abierta a todo. No
hay una dirección desde “arriba”, la información viene desde “abajo” y todo el mundo puede participar.
Hemos diseñado nuestra infraestructura de tal forma que la gente pueda crear sus propias herramientas. La página de la internet es muy amigable con el
usuario y es fácil para él crear sus propios códigos y
desarrollar sus propias colecciones y vincularlas a la
dpla. Ya está sucediendo. Hay gente en todo Estados
Unidos que están “construyendo” sus propias minibibliotecas y ellas son integradas en la red del sistema
nacional de la dpla. Es un ejemplo de organización;
es virtual porque todos están conectados de manera
electrónica, y es completamente distinta de, digamos,
la Biblioteca del Congreso: no hay un inmenso edificio con un gran domo encima y una gigantesca base
de datos. Es una red con toda clase de mensajes fluyendo todo el tiempo. Siento que es un gran acontecimiento, porque la riqueza intelectual de las bibliotecas está encerrada en sus murallas, pero ahora, podemos atravesar esas murallas, haciendo que la gente
común tenga acceso a esta herencia cultural que normalmente estaba cerrada. En Harvard, que es la biblioteca universitaria más grande del mundo, las únicas personas que podían entrar a ese caudal de información eran los profesores o estudiantes de Harvard
o algunos investigadores de afuera. Estaba limitado a
una cierta élite muy pequeña. Ahora podemos abrir la
biblioteca para todos. Es nuestra responsabilidad, es
un deber, porque esta biblioteca es muy antigua, de
1638, es la más antigua de Estados Unidos y la más
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grande —después de la Biblioteca del Congreso—. En
ella, generación tras generación se ha invertido mucho dinero y talento en desarrollarla. Esto quizá suena muy elevado, pero hay que considerar seriamente
la dpla como una misión.
¿Se puede pensar el conocimiento como un bien público?
No sé si tengo una buena respuesta. A menudo cito a
Thomas Jefferson —cuando el ciudadano estadunidense quiere encontrar soporte intelectual en lo que
dice, cita a Jefferson—. Él dijo: el conocimiento es la
propiedad común de toda la humanidad. En otras palabras, las ideas no deberían pertenecer a nadie y deberían ser accesibles a todos. Es verdad que tenemos
la propiedad intelectual, pero es sobre la expresión de
las ideas, no sobre las ideas mismas. Yo creo que todo
el mundo debe ser capaz de saber cuáles son esas
ideas. En la bibliotecas —que contienen libros, videos,
música, información de todo tipo—, en esta noción de
las bibliotecas, como una fuente de recursos, ellos deberían estar disponibles para todos. Es fácil decir
esto, pero ¿comó hacer que funcione así? Bien, es lo
que la dpla está haciendo. Y esto no sólo implica visiones utópicas e idealistas de democratizar el acceso
a la información, sino que también cuestiones pragmáticas de organización: tener dinero, tecnología,
arreglos administrativos, lo hace posible. Creo que
esta combinación de utopismo y pragmatismo funciona. Pero no es fácil.
¿Cuál es, en su opinión, el estado del debate sobre el
“acceso abierto”?
Pienso que el movimiento sobre el “acceso abierto”
está alcanzando un punto de inflexión, con lo que
quiero decir que actualmente más y más revistas especializadas y científicas están yendo hacia el acceso
abierto. Es cierto que algunas de las revistas más famosas (especialmente en temas como la biología molecular) son de acceso cerrado, es decir, se venden.
Tienen tanta influencia y prestigio que no están
amenazadas y continuarán. Pero son muy pocas revistas, mientras que la mayor parte de ellas pueden
prosperar en la llamada “vía dorada” de acceso
abierto —hay también una “vía verde”, que es el autoarchivo en un repositorio—. Esto significa que se
requiere conseguir los fondos de la revista como un
fin de producción y no como un fin de consumo. En
vez de revistas por suscripción, que han llegado a ser
extravagantemente caras, tenemos autores que con
becas de investigación o la ayuda de las universidades pagan para que sus artículos sean publicados.
Puede parecer una locura, pero es muy práctico y
factible. Lo que se hace es una estimación seria de los
costos de edición, diseño, comprobación de referencias, proceso de arbitraje, es decir, el trabajo editorial, además de una ganancia honesta —insisto en lo
de honesta—. Si el valor es mucho mayor que esto,
hay una ganancia sólo comercial. Si las bibliotecas y
las universidades cubren los costos de las revistas,
reducen el gran gasto en revistas. En Harvard se gastan 9 millones de dólares al año en revistas. Yo creo
que eso es demasiado, y podemos, al subsidiar la producción, reducir ese gasto, y todo el mundo gana.
En El diablo en el agua bendita, ¿diría que postula un
argumento adicional a la idea de que la “baja” literatura tuvo un impacto mayor que la “alta” en la Revolución Francesa?
No exactamente. Es una clase diferente de impacto.
Siempre se estudia a Rousseau, Voltaire, Montesquieu, Diderot. Yo he hecho una investigación sistemática en los papeles de los libreros y editores, como
resultado de la cual obtuve una especie de lista de los
libros más vendidos, que aparece en mi libro Los best
sellers prohibidos en Francia antes de la Revolución,
de manera que podía probar que muchos de los libros escandalosos se vendieron copiosamente. Pero,
al mismo tiempo, encontré que se vendía mucho a
Voltaire y Rousseau. No es “o esto o lo otro”. De hecho, pienso que la literatura escandalosa reforzó a la
de cierta filosofía. Tomemos a Montesquieu. Él sostiene que hay tres tipos de gobierno: monarquías, repúblicas (que podían ser aristocráticas o democráticas) y despotismos. Esto es completamente distinto
a todas las teorías previas a Montesquieu. Aristóteles distinguía el gobierno de uno, de pocos y de todos:
monarquía, aristocracia y democracia. Montesquieu
rompe con esa tradición y trata de captar el “espíritu
de las leyes”, viendo la manera en que el poder del rey
es parte de la cultura. El despotismo es central en el
análisis de Montesquieu de la manera en que los sis-
temas de poder operaban en los cambios cíclicos de
los gobiernos. Ahora bien, el tema principal de la literatura escandalosa es el despotismo, o la decadencia
y el despotismo. Yo creo que esa literatura tan difundida y vendida entrega una imagen del gobierno
francés como despótico, aunque no lo era. Los historiadores pueden demostrar cómo, en muchas formas, especialmente bajo Luis XVI, fue un gobierno
progresista, había un movimiento de reformas (con
ministros como Turgot). De esta manera, tenemos
en una amplia literatura un concepto de decadencia
y despotismo que está completamente en contra de
la reconstrucción histórica de la política. Y esta diferencia entre la percepción de los eventos y los
eventos es crucial para la comprensión de la historia.
El tipo de historia que hago es sobre la percepción y
la comunicación. No sólo sobre lo que ocurrió.
¿Es el viejo gesto de buscar en fichas y en libros —que
hace sentirse en compañía de siglos de conocimiento
humanístico— una reliquia?
Acabo de terminar otro libro. Es sobre la censura.
Me tomó quince años de investigación. Cuando hacía
las pesquisas, escribía en fichas y ponía las fichas en
cajas de zapatos. Releyendo las fichas y escribiendo
los capítulos, sentí que yo era un dinosuario. Pero las
fichas, en realidad, son muy efectivas. Hay un peligros para los jóvenes estudiosos, quienes van a los
archivos, y sólo obtienen copias, porque no los leen.
Si se escriben fichas se resumen los documentos y se
copian algunas frases claves. Pienso que eso permite
estar inmerso en el material de archivo. Ahora bien,
no es que esté obsesionado con las fichas y las cajas
de zapatos, no, pero creo que hay una sensación de
estar absorbiendo los documentos mediante el contacto con los archivos, al sentir el papel, en la apreciación de lo escrito a mano a menudo por gente de
las capas más bajas de la sociedad que no saben escribir correctamente las palabras. Eso lo encuentro
muy emocionante: captamos su lucha por poner las
ideas en palabras sobre el papel. Esa lucha es parte
de la historia. De manera que la investigación en archivos a la antigua usanza todavía es indispensable.
Bien, tal vez soy un dinosaurio y seguiré trabajando
de esa manera. Lo que no implica que no se puedan
utilizar las tecnologías actuales.
Como historiador, viendo grandes periodos de tiempo
(grandes en comparación con los que la mayoría de las
personas considera). ¿Cuál es la importancia de la
internet?
A veces se puede hacer un recuento de periodos de
tiempo muy grandes. Así lo hice en Las razones del libro. 4 500 años a.C. tenemos la invención de la escritura; 2 000 años a.C. tenemos el alfabeto; los primeros siglos d.C. tenemos el codex, el libro que se lee
girando las páginas unidas de un lado; luego la invención de los tipos móviles. Ése es un tramo muy largo.
Pero luego, en 1977, tenemos la internet, en 1990 la
web; luego las redes sociales. Esos cambios, que cada
vez son más rápidos, tocan la vida de casi todo el
mundo. Creo que la internet, vista desde la perspectiva de largo plazo de la historia de la comunicación,
representa la culminación de un proceso de acelerado cambio en las tecnologías comunicativas, haciendo a la comunicación más extendida, más rápida y, al
mismo tiempo, creadora de comunidades, comunidades virtuales. No es algo totalmente diferente de la
historia de los libros, hay similitudes, pero hay diferencias en las habilidades, en la velocidad y en la medida en que la gente común es alcanzada por estas
tecnologías. De manera que pienso que la internet es
un cambio verdaderamente revolucionario en la experiencia cotidiana de la gente común. Y uso la expresión “revolucionario” de manera muy cauta, porque es usada en exceso a menudo —se habla de una
revolución en la moda masculina, o una revolución en
el estilo de defensa en el fútbol americano, todo el
tiempo se habla de revoluciones—. Yo procuro limitar
mi propio uso de la palabra revolución a aquello que
transforma la vida de la gente. Y eso es lo que está haciendo la internet. No es una revolución política, aunque, por cierto, tiene implicaciones políticas. W
Patricio Tapia estudió derecho, pero luego se desvió
hacia el llamado “periodismo cultural”. Ha escrito o
traducido para varias publicaciones. Trabajó más de
una década en el cuerpo “Artes y Letras” del diario
chileno El Mercurio, en el que apareció parte de la
entrevista que aquí presentamos
17
LIBROS, CENSURA, APERTURA
No es raro que en el mundillo de los asuntos librescos se den resonancias y entrecruzamientos.
En el libro de Basbanes que publicamos un mes atrás se dedican unas páginas a una entrevista
con Darnton en la que éste reflexiona sobre temas públicos cruciales, como el futuro de las
bibliotecas, y en la que también, en un plano más íntimo, relata cómo fue que empezó
a estudiar los libros en su juventud, cómo “descubrió” la importancia del papel
en éstos, y sí: cómo descubrió su propio papel como historiador
ADELANTO
En la encrucijada
NICHOLAS A. BASBANES
E
n un coloquio de un día que
organizó Yale University Press
en el verano de 2008 para hablar sobre el futuro de las
publicaciones académicas, un
panelista comenzó su discurso con la observación de que
al menos 60% de las monografías técnicas de su biblioteca personal eran “obsoletas” y que probablemente no serían de utilidad alguna para él en un futuro cercano. La declaración no
era un llamado a la acción de ningún tipo, de modo
que el asunto se dejó sobre la mesa para que otros lo
ponderasen en silencio. Pero de cualquier modo ahí
quedó, suspendida pesadamente en el aire, la inferencia de un prominente miembro del claustro de
profesores de Yale de que ahora se dispone de opciones con un chasquear de dedos, lo que convierte a
ciertos tipos de libros en un desperdicio de valioso
espacio en las repisas.
Cuando unos minutos después se permitieron
preguntas del público, un afectado joven que se identificó como estudiante de licenciatura en Yale hizo el
deprimente comentario de que la mayor parte del
tiempo que pasaba en los laberínticos pasillos de la
Sterling Library [Biblioteca Sterling] lo dedicaba a
coquetear con las estudiantes y a entablar vacuos
juegos con compañeros de gustos similares. Su punto era que la investigación más seria en estos tiempos se hace electrónicamente, no así entre las pastas
duras de los libros impresos. “Los estudiantes de mi
generación ven las bibliotecas casi como los turistas
consideran las grandes catedrales de Europa —añadió, removiendo el dedo en la herida—: admirables,
pero rara vez útiles.”
Hubo otros comentarios aquel día, buena parte de
ellos reflexiones sobre qué tipo de medidas podrían
tomar los editores académicos en un tiempo en que
las opciones digitales orillan a tantos de ellos cada
vez más al olvido. Pero aquellos dos comentarios en
particular parecen resumir una visión cada vez más
evidente en lo que atañe al formato que seguramente
tendrán los libros en los años venideros. Desconcertante desde mi punto de vista fue que ambos comentarios se hubiesen expresado abiertamente en el
campus de una universidad de la Ivy League que
cuenta con aproximadamente 13 millones de libros
en varios acervos, lo cual la convierte en una de las
mayores colecciones de investigación en el mundo.
Mi función en el coloquio —llamado “Por qué los
libros aún son importantes”— era de simple observador. Acababa de terminar un encargo para escribir
una historia centenaria de la Yale University Press,
muy reconocida como una de las más sobresalientes
editoriales universitarias en el mundo y que, a diferencia de 90% de sus homólogas entre las editoriales
universitarias estadunidenses en esa época, es capaz
de operar, con cierta regularidad, en números negros. En efecto, Yale se erigía en esos años clave de
transición como un ejemplo notable de astuta supervivencia en medio de grandes recortes. El moderador de varias conferencias ese día fue Robert Darnton, académico, profesor, autor de grandes ventas y
pionero en un campo conocido como historia del libro. De 2007 a 2011 fue el titular de la cátedra Carl
H. Pforzheimer y director de la Harvard University
18
Library [Biblioteca Universitaria de Harvard] antes
de ser nombrado bibliotecario universitario en 2011.
Como curador del mayor acervo de material impreso
congregado por una biblioteca universitaria, Darnton ocupa un puesto influyente en el campo de los libros y la tecnología de la información. Hay 73 colecciones en el sistema de Harvard, con un almacenamiento total, en 2012, de aproximadamente 17
millones de volúmenes. Lo que Harvard hace con estos libros es un ejemplo que otras instituciones con
frecuencia se inclinan a seguir. Entre estas políticas
de constante preocupación se incluyen temas como
el desarrollo de colecciones, el descarte de libros y
revistas especializadas considerados redundantes,
el almacenaje externo de material poco utilizado, la
conservación de material considerado en situación
de riesgo y la integración a nuevas tecnologías de colecciones tradicionales.
“Es en verdad una gran responsabilidad, y me
siento comprometido no sólo con la facultad y los estudiantes de Harvard, sino también con el mundo
académico en general”, me dijo Darnton cuando lo
entrevisté en Cambridge un año después del coloquio en Yale. Nos encontramos para hablar concretamente sobre su involucramiento con el papel como
agente de transmisión cultural, pero también para
charlar de su labor como encargado principal de tan
preciado acervo. Yo tenía curiosidad por saber asimismo qué había pasado por su mente 12 meses atrás
en Nueva Haven, cuando escuchó aquellos dos sombríos comentarios. Fue en ese asunto donde comenzó nuestra conversación.
Rechazo enteramente esa premisa —dijo sin dudarlo
cuando le pregunté sobre el profesor de Yale que sugería la obsolescencia del libro—. No puedo entender
cómo un libro llegue a ser obsoleto, a menos que tengas una perspectiva muy utilitaria de lo que es un libro. Si es un manual para que el lector eche a andar,
por ejemplo, un modelo descontinuado de una segadora de pasto, puedes decir que el instructivo es obsoleto, inútil; de acuerdo, ya no sirve. Pero ese tipo de libro
representa una diminuta fracción de una fracción de
los libros existentes. ¿En qué sentido una novela es
obsoleta? Cualquier libro, me parece, aunque su calidad no sea muy alta, es sin embargo testimonio de la
versión que alguien tuvo de los acontecimientos, su visión del mundo, la forma de entender su propia condición. Así, creo que un libro, virtualmente todos los libros, son productos culturales, y los productos culturales nos dan información sobre el entorno cultural.
Respecto de la mención del estudiante de licenciatura de Yale sobre la indiferencia frente a la relevancia
de las bibliotecas, el comentario de Darnton fue por
igual desdeñoso.
Hay sin duda una tradición de que las bibliotecas
sean grandes símbolos culturales en el mismo sentido en que lo son las catedrales medievales, tradición
que de ningún modo me parece denigrante —dijo, citando la New York Public Library [Biblioteca Pública
de Nueva York], de cuyo consejo de administración es
miembro, como uno entre muchos ejemplos de edificios cuya construcción de piedra y argamasa representa más que su contenido intelectual—. Pero si el
estudiante sugiere algo más, como creo que lo hacía,
es decir, que ya no acude allí, o que no usa lo que la biblioteca le ofrece, porque le parece irrelevante, entonces merece mi comprensión. Puedo decir, sin embargo, que aquí en Harvard medimos con cierta precisión el uso que se da a las bibliotecas, y lo hacemos
todo el tiempo. Lo que observamos es que todas nuestras bibliotecas están activas, y que son relevantes. De
hecho, nos ajustamos a la demanda manteniendo
abierta una de ellas, la Lamont Library [Biblioteca Lamont], 24 horas al día, cinco días a la semana. Los estudiantes están ahí a las tres de la mañana, y usan todos los tipos de herramientas de investigación que les
ofrecemos, incluso, definitivamente, libros impresos.
Otros cambios se han hecho en respuesta a la manera como los estudiantes se reúnen para estudiar.
Las bibliotecas no son simples almacenes de libros
—me dijo—. Creo que nunca ha sido así, pero no lo son
especialmente ahora. Estamos rediseñando las bibliotecas de manera que funcionen más como centros
nerviosos para intercambiar ideas. Los estudiantes
trabajan más en grupos y con más frecuencia que
nunca. Cuando yo estudiaba aquí, nunca lo hice en
grupo. “Estudiar en grupo” era para mí una contradicción de términos. Tenía que clavar mi cabeza en los
libros yo solo. Pero hemos descubierto que con frecuencia el estudio en grupo es muy eficaz, y que para
los estudiantes es algo normal. Así que dispusimos algunas áreas de la biblioteca para que los grupos puedan reunirse, para que haya lugares donde conecten sus
computadoras, pero donde también puedan meter
sus libros y debatir.
Los reconocimientos y logros de Darnton son extraordinarios conforme a cualquier estándar: es graduado magna cum laude de la Generación 1960 de
Harvard después de tres años de estudio, Académico
Rhodes, MacArthur Fellow, presidente de la American Historical Society [Sociedad Estadunidense de
Historia] en 1999, caballero de la Legión de Honor
de Francia y autor de numerosos libros aclamados
por la crítica. Pero en ninguna parte de su curriculum vitae dice “bibliotecario”, circunstancia que, de
manera bastante curiosa, refleja la imponente estatura que los libros disfrutan en Harvard desde su
fundación, en 1636, gracias a una donación de libros
del legado del reverendo John Harvard. “Nunca soñé
ser director de una gran biblioteca como ésta, y nunca me propuse serlo —dijo—. De modo que sí, para
responderte, a veces me pregunto cómo llegué aquí.”
Pero cuando se lo considera como parte de una
historia lineal, su designación es congruente con el
papel que los libros han desempeñado en la historia
de Harvard, en particular su disposición para ir de
vez en cuando fuera de la comunidad de bibliotecarios profesionales en busca de un director. Es un
“puesto peculiar” en Harvard, coincidió Darnton,
puesto que suele conferírsele a alguien “que no es un
bibliotecario, sino un decano erudito de Harvard. En
mi caso, me trajeron de Princeton, pero el principio,
creo, fue el mismo, es decir, alguien cuyo interés académico fuese compatible con las bibliotecas. Y también he pasado muchos, muchos años tratando de
desarrollar esta área que conocemos como historia
del libro. Quizá eso me hizo parecer, a los ojos del
preboste y del presidente de Harvard, elegible para
OCTUBRE DE 2014
LIBROS, CENSURA, APERTURA
EN LA ENCRUCIJADA
el puesto, aunque es difícil pensar que alguien sea
digno de tal puesto”.
Una filosofía semejante de pensar de manera heterodoxa, por decirlo así, adoptó la Biblioteca del
Congreso, entre cuyos mejores bibliotecarios en décadas recientes se encuentran el poeta Archibald
MacLeish y los historiadores Daniel Boorstin y James Billington, y la Biblioteca Pública de Nueva
York, con direcciones sucesivamente encomendadas
a académicos como Vartan Gregorian y Paul LeClerc, y el politólogo de Amherst Anthony W. Marx.
La persona reconocida como la mente maestra del
más agresivo programa de expansión bibliotecaria
de Harvard en los primeros años del siglo xx es Archibald Cary Coolidge, a quien suele recordarse por
afirmar: “No existe ningún libro muerto en Harvard”. Un colega de Coolidge, el eminente profesor
de literatura George Lyman Kittredge, resumió la
actitud prevaleciente cuando le dijo a sus amigos que
si, por alguna catástrofe, se destruyeran todos los
edificios de Harvard Yard excepto la Harry Elkins
Widener Memorial Library, “aún tendríamos una
universidad”.
En 2007, cuando fue invitado a suceder a Sidney
Verba como académico universitario y director de la
biblioteca, Darnton estaba terminando su trigésimo
noveno año en la facultad de la Universidad de Princeton. Cuando se le nombró, era profesor de historia
de Europa y director del Center for the Study of
Books and Media [Centro para el Estudio de Libros y
Medios] en Princeton. Pensaba entonces —y lo reiteró cuando nos vimos en 2009— que los libros impresos son con mucho algo más que contenedores de información, y cumplen con numerosas funciones.
“Los libros pertenecen a la economía porque son
mercancía: se compran y se venden —le dijo a un redactor del Princeton Weekly Bulletin en 2005—. Pertenecen a la historia del arte porque son obras de valor estético. Pertenecen al mundo de la filosofía y de
la historia intelectual porque son portadores de ideas.
Pertenecen a la lengua inglesa como forma de literatura, y pertenecen a la historia porque movilizan la
opinión pública y con frecuencia han resultado decisivos durante conflictos políticos.”
Consciente asimismo de lo que ocurre en el mundo con los medios electrónicos, Darnton ha estado al
frente de la formalización de estrategias para las tecnologías emergentes. Como presidente de la American Historical Association [Sociedad Estadunidense
de Historia] en 1999, elaboró los protocolos para la
publicación electrónica de tesis doctorales, y su labor en el proyecto eGutenberg con Columbia University Press derivó en varios libros académicos de
libre acceso, uno de los cuales, Between Winds and
Clouds [Entre vientos y nubes], de Bin Yang, se cita
en las notas del primer capítulo de este libro.
Darnton me dijo que la meta principal de su trabajo como director de la biblioteca de Harvard es asegurar que
mantengamos esta biblioteca en un nivel apropiado,
lo cual no es fácil en un mundo en el que tienes que
comprar todo por vía digital, al tiempo en que debes
estar al día con el libro impreso, y con revistas especializadas de todo tipo, electrónicas o impresas, por
no mencionar objetos y grabación de música y películas y demás. Es sencillamente enorme. Dedico mucho
tiempo a varios proyectos electrónicos, de modo que
no soy sólo alguien a quien le gusten los libros antiguos, sino que sí creo que los nuevos medios ofrecen
posibilidades para expandir libros, crear nuevos tipos
de libros, hacer cosas que no era posible hacer con los
formatos antiguos del libro.
En 2011, Darnton fue nombrado bibliotecario universitario, posición redefinida que le permite centrarse más en la formulación de políticas generales y
menos en las funciones administrativas, cambio que,
según me confesó en un correo electrónico, le permite trabajar más activamente en la Digital Pubic
Library of America [Biblioteca Pública Digital de
Estados Unidos] (dpla), que estableció en 2010 el
Berkman Center for Internet and Society [Centro Berkman para Internet y la Sociedad], en Harvard. La
meta de la colaboración nacional, de acuerdo con la
declaración de principios, es crear “una red abierta y
distribuida de recursos exhaustivos en internet que
se base en la herencia viva nacional de bibliotecas,
universidades, archivos y museos a fin de educar, informar y facultar a todos en la generación actual y
en las futuras”. En abril de 2013, el propio Darnton
OCTUBRE DE 2014
anunció el lanzamiento formal de la dpla en un extenso ensayo publicado en el New York Review of
Books.
Como académico, Darnton ha hecho un trabajo de
avanzada en el movimiento desarrollado en Francia
en la década de 1960 conocido como histoire du livre:
historia del libro. Esta labor condujo a la publicación
de numerosas monografías, en especial The Business
of Enlightenment: A Publishing History of the Encyclopédie, 1775-1800 [El negocio de la Ilustración.
Historia editorial de la Encyclopédie, 1775-1800], en
1979, y The Forbidden Best Sellers of PreRevolutionary France [Los best sellers prohibidos en Francia
antes de la Revolución],1 estudio sobre el intercambio
informal de libros que en 1996 mereció el National
Book Critics Circle Award [Premio Nacional de la
Crítica]. Darnton comenzó su investigación en 1965,
en mitad de “un mar de papel” con el que prácticamente tropezó en el pueblo de Neuchâtel, Suiza,
cuando comenzaba a investigar para un libro sobre
un personaje clave de la Revolución francesa, libro
que, por cierto, nunca terminó.
Encontré una nota al pie referente a los manuscritos
de Neuchâtel que sugería que allá tenían material relativo a alguien llamado Jacques Pierre Brissot —dijo
Darnton—. Brissot fue el último republicano radical
antes del Reinado del Terror, y antes de la Revolución
francesa fue un gacetillero y aspirante a filósofo fascinado con los Estados Unidos. Yo acababa de llegar a
Oxford, donde había hecho mi doctorado. Tenía 26
años, me había desempeñado brevemente como reportero del New York Times y acababa de obtener el
puesto de profesor asistente aquí en Harvard. Tenía
tres años para hacer mi investigación posdoctoral, y
pensé que ése sería un buen tema.
En el siglo xviii, Neuchâtel albergó a muchas empresas que aprovechaban las estrictas leyes de censura
que restringían la publicación en Francia de libros
con contenidos no autorizados. Ante la ausencia de
una legislación de copyright, los impresores estaban
autorizados para imprimir cualesquiera títulos que
quisieran y embarcarlos subrepticiamente a través
de las fronteras a Francia, donde se vendían a los ávidos lectores. “No hablamos aquí de manuales o libros jurídicos, médicos ni teológicos, sino de toda la
literatura de entonces. La mayor parte se producía
fuera de Francia y se vendía en Francia”, dijo Darnton. Muchos de estos proyectos eran franca piratería, y los agraviados contaban con muy escasos recursos para exigir justicia.
“Estas casas editoriales constituían una industria
muy grande, y en prácticamente todos los casos sus
archivos han desaparecido. Pero la ciudad de Neuchâtel es la excepción. Participaban tres familias,
tres directores principales de la compañía, llamada
Société Typographique de Neuchâtel. Uno de ellos
tenía una casa grande con un ático muy espacioso, y
cuando la empresa finalmente quebró, sencillamente puso los papeles en el ático, y se instalaron ahí durante muchos años”. Darnton viajó a la ciudad sin
otra perspectiva que la de su investigación en proceso: iluminar la vida temprana de un hombre que fue
una figura central en la Revolución francesa.
Entré y ahí estaban, ni más ni menos, las 115
cartas de Brissot que me habían dicho que
encontraría ahí, con respuestas, todas muy
reveladoras. Pero estaban rodeadas de otras
50 000 cartas que tenían que ver con todo lo
referente a los libros. La fabricación del papel era el tema principal, pero también los
trabajadores que formaban los tipos, quienes
tiraban de las barras de la prensa, los carretoneros que transportaban los libros terminados, por no mencionar a autores y libreros
de todas partes de Europa, inclusive Moscú,
San Petersburgo y Budapest. Tenían todo lo
que puedas imaginar, todo fresco e intacto.
Darnton escribió 500 páginas sobre Brissot
antes de suspender su labor y apartar el manuscrito. “Es un caso de algo que nunca publiqué. Lo que tengo es valioso, pero sólo cubre la historia hasta 1789, cuando Brissot
cobra importancia. Es entonces cuando comienza la Revolución, y él desempeña una
1
Ambos disponibles en español en ediciones del Fondo [E.]
función en ella. Para eso yo tenía que investigar mucho más en otras fuentes. Pero me interesó mucho el
material que acababa de hallar en Neuchâtel. Me dije:
“¿Sabes?, este libro es más importante que la biografía de Brissot: el tema es el libro”. Así, en vez de dedicar otros cinco años a terminar la vida de Brissot, la
dejé y comencé a concentrarme en los libros. Y hago
eso desde entonces”.
Darnton pasó un verano tras otro en Neuchâtel
hasta terminar ahí su obra, en 1990.
Leí los 50 000 documentos —me dijo, y entre las muchas satisfacciones que obtuvo se cuenta una perspectiva enriquecida sobre el papel—. Descubro para mi
sorpresa que la gente habla del papel todo el tiempo.
Por “gente” me refiero a editores, libreros, incluso lectores. Encontré cartas de lectores que se quejaban de
la calidad de algún tipo particular de papel de un libro
concreto. Ahora bien, para el lector moderno, eso es
sorprendente. Terminé por convencerme de que no
sólo los profesionales del libro, es decir, impresores y
libreros, sino también los lectores se fijaban en el papel. Y hay muchas pruebas de esto. Si ves los anuncios
de los libros, éstos solían decir, por ejemplo, “hecho
con el mejor papel”. Me parece entonces que durante
dos o tres siglos existió una conciencia del papel que
no se ve en nuestros días.
Darnton dijo que los archivos de Neuchâtel contienen además “docenas y docenas y docenas de cartas”
de todo tipo de personas vinculadas al comercio de
papel: molineros, vendedores, “incluso los exploradores del papel que visitaban molinos e informaban
sobre la calidad del agua y los harapos. No todos utilizaban harapos de Borgoña, que eran excelentes,
sino a veces tenían harapos de menor calidad, y hay
comentarios sobre recogedores de harapos y su calidad. Así, se trata de todo un mundo, el mundo del papel, tremendamente rico y complicado. Y la gente hablaba también del agua, porque el agua, como sabes,
es muy importante. Las montañas de Jura, por ejemplo, son muy buenas para fabricar papel porque tienen un agua maravillosa”. Al leer las cartas, dijo
Darnton, le intrigó el tema del papel como soporte
físico de la literatura, y su importancia central en el
comercio de libros para el periodo moderno temprano. “Así que decidí incluir un pequeño capítulo sobre
el papel en el libro que estaba escribiendo sobre la
historia de la edición de la Encyclopédie, llamado El
negocio de la Ilustración. Pero el capítulo creció hasta convertirse en una monografía de un centenar de
páginas, que a la fecha aún aguarda en el cajón de mi
escritorio junto con la biografía de Brissot.”
Aunque también ese manuscrito permanece inédito, Darnton dijo que la experiencia fue instructiva para él en muchos sentidos.
Cuando era estudiante aquí en Harvard, leía libros y
nunca ponía atención al papel. Di por sentado al papel
hasta que lo conocí. Cuando antes vagaba por esos archivos, en 1965, no me interesaba el papel, y la historia
de los libros como campo de estudio apenas existía. El
término ni siquiera estaba en boga todavía. Y tampoco es que creyera estar escribiendo la historia de los
libros. Tan sólo pensaba escribir otra monografía.
Pero cuanto más me adentraba en el tema,
tanto más entendía que, primero que nada,
si me gustaba la vena antropológica, que sin
duda me gusta, entonces debía entender
cómo pensaban en realidad los impresores
y los editores. Bueno, pues resulta que pensaban mucho en el papel. Y para mí, aquello
fue revelador. Y siempre que me encuentro
con algo que es esencialmente contrario a la
intuición, siento que estoy en camino de encontrar algo, y procuro seguirlo. W
DE PAPEL
En torno a sus dos mil
años de historia
NICHOLAS A.
BASBANES
historia
Traducción de
Ignacio Padilla
Suárez
1ªed., 2014; 400 pp.
978 607 16 2217 4
$240
Nicholas A. Basbanes, historiador de la
cultura, es autor de A Gentle Madness
(1995), que fue finalista del National
Book Critics Award; de él acabamos
de publicar De papel. En torno
a sus dos mil años de historia,
una de las ediciones conmemorativas
de nuestro 80 aniversario.
19
Ilustración: E N C YC LO P É D I E , D E D E N I S D I D E R OT
CAPITEL
Darnton: reportero
del pasado
C
on las dos que comienzan a circular
este mes, son ya ocho las obras de
Robert Darnton que el Fondo de Cultura Económica ha publicado. El lector en español puede hoy, si suma dos títulos
más aparecidos en años recientes bajo el sello
de casas editoriales amigas, leer una decena de
volúmenes que dan cuenta de una vida académica ejemplar —en la que tenacidad, astucia y
suerte se han trenzado de manera excepcionalmente fructífera—, de una prosa que seduce e informa, de una inteligencia capaz de percibir la médula de un fenómeno —sea el comercio ilegal de libros en la Francia del Antiguo
Régimen o los riesgos de un monopolio en los
tiempos del libro electrónico—. Pasaron más
de quince años entre la publicación del primer
libro de Robert Darnton en nuestra lengua y la
del segundo, pero pronto se intensificó la traducción de sus obras, pues en la década más reciente llegaron al español siete libros más.
DE OCTUBRE
DE 2014
C
uando en 1987 apareció La gran matanza de gatos y otros episodios en la
historia de la cultura francesa, se iniciaba para el Fondo una relación entrañable y productiva con uno de los historiadores estadunidenses más originales del momento actual, relación que hoy estrechamos
publicando sus dos volúmenes más recientes:
El diablo en el agua bendita o el arte de la calumnia de Luis XIV a Napoleón y Censores trabajando. De cómo los Estados dieron forma a la
literatura. (Aprecie el lector, desde ya, el talento bautismal de Darnton: los títulos de cada
uno de sus libros son fuertes ganchos que captan la atención del lector y le comunican con
precisión el asunto del que se ocupa la obra. La
curiosidad sobre cómo intitular libros académicos lo llevó a escribir “La edición: una estrategia de supervivencia para autores académicos”, un artículo en que explora, con agradecible sorna, algunas estrategias para decir y no
decir, para ensamblar frases pomposas y efectistas que funcionan de maravilla en la mancuerna título-subtítulo; sin duda, esa sensibilidad ante los nombres le ha permitido elegir
fórmulas certeras para todos sus trabajos
publicados.)
L
a producción de Darnton es a la vez
muy focalizada y muy diversa. El
grueso de sus libros y artículos tiene
que ver con la palabra impresa, con las
personas involucradas en esa metamorfosis
radical que lleva un original manuscrito hasta
los ojos de muchos lectores, pero al mismo
tiempo sería erróneo decir que sus reflexiones
se ciñen a un entorno tan acotado, pues en
todo momento su mirada está puesta en los
efectos más amplios que producen las ideas,
los sistemas de producción y comercialización
de libros, las manifestaciones físicas del pensamiento. Es difícil determinar el peso que
tendrán en la persona madura las múltiples
experiencias que se tienen durante la juventud, pero está claro que la fugaz actuación del
veinteañero Darnton como reportero de The
New York Times influyó en su modo de abordar los problemas de la comunicación. Por un
lado, atestiguó cómo día a día se inventa la realidad al dar forma a la primera plana del diario, y cómo en ello juega un papel importante
20
EL RETORNO DEL PÉNDULO
Sobre psicoanálisis
y el futuro del mundo líquido
ZYGMUNT BAUM A N
Y G U S T AV O D E S S A L
¿Libertad o seguridad?, ¿hasta qué
punto ganar la una significa renunciar a la otra?, ¿se puede alcanzar un equilibrio estable? Dos voces, procedentes de países lejanos
y disciplinas que a veces también
aparentan serlo —aun cuando su
objeto de estudio sea a fin de cuentas el mismo, sólo que a escala
distinta—, discuten en torno
a esta y otras cuestiones cruciales
para comprender el mundo contemporáneo; Zygmunt Bauman, el
connotado sociólogo polaco, y Gustavo Dessal, psicólogo argentino de
altos vuelos, han recogido en este
pequeño volumen el resultado de
un intenso diálogo epistolar en el
que además han intercambiado
textos preparados para congresos
o como respuestas unos de otros.
A la luz del concepto de liquidez,
que ha vuelto célebre a Bauman
—y que, puesto en una frase, se
refiere a la interpretación de la
civilización globalizada como un
estado desprovisto de toda estructura narrativa, en el que cada individuo debe reinventar su teogonía
personal—, articulado con conceptos del psicoanálisis, especialmente algunos freudianos —seguridad,
principio de placer, principio de
realidad, pulsión de muerte—, ambos pensadores esbozan conjunta-
mente una reflexión acerca del
vaivén en que se mueve y se construye la civilización, entre esos
extremos que, por otra parte, dotan de energía al movimiento: no
se puede concebir la historia de la
humanidad como un mero progreso hacia la libertad; perseguir ésta
conlleva sacrificar seguridad, y
viceversa. Ida y vuelta, búsqueda
de la eutopía, movimiento pendular, pues.
Publicado por nuestras filiales
de Argentina y España unos meses
atrás —en español antes que en
cualquier otro idioma—, y con una
recepción extraordinaria en los
países en que ha circulado, el libro que recoge ese diálogo está
disponible en México a partir de
este mes.
sociología
Traducción de Lilia Mosconi
1ª ed., 2014; 162 pp.
978 84 375 0708 0
$195
ANTROPOLOGÍA
DEL CEREBRO
Conciencia, cultura y libre albedrío
ROGER BARTR A
La exploración de la mente humana es un tema que no por antiguo
ha agotado sus incógnitas; antes
bien, en la medida que se han desarrollado el pensamiento y la técnica se han registrado significativos
progresos, sin duda, pero a la vez
se han profundizado numerosas
interrogantes y han surgido muchas otras. Más allá de un puñado
de certezas, lo que tenemos son
ante todo suposiciones e hipótesis;
la relación entre el cerebro y la
conciencia, en particular, es un
inagotable objeto de estudio y de
reflexión que —elusivo como pocos— pese a haber sido escudriñado a lo largo de los siglos bajo las
lentes de disciplinas como la filosofía, la psicología y las neurociencias, permanece en su mayor parte
desconocido.
Desde su posición de antropólogo,
Bartra busca situarse en el cruce
de varias disciplinas, de modo que
su mirada pueda abarcar tanto
realidades neurobiológicas como
el análisis de los fenómenos socioculturales. Su exploración arroja
así luces sobre los límites conceptuales, las coincidencias y los contrastes entre las explicaciones
científicas y las humanísticas sobre la reciprocidad entre el cerbero
y la conciencia; temas como la voluntad, el libre albedrío, la identidad y el yo, por otra parte –todos
ellos enraizados en la conciencia–, desde luego han sido siempre cruciales para los estudios
antropológicos.
Nuestra nueva edición de Antropología del cerebro añade a esta
indagación, que publicamos en
2007, el ensayo Cerebro y libertad,
aparecido también bajo nuestro
sello unos años después, en 2013.
Se trata de dos obras concebidas
en momentos distintos pero que
debían estar reunidas en un mismo volumen, pues la segunda es,
más que un complemento, una
ampliación de los alcances a la vez
que una profundización en las
implicaciones de la primera.
antropología
2ªed., 2014; 300 pp.
978 607 16 2167 2
$190
OCTUBRE DE 2014
Ilustración: E N C YC LO P É D I E , D E D E N I S D I D E R OT
NOV EDA D ES
GEORG SIMMEL
L A LECTU R A ,
OTR A REVOLUCIÓN
D AV I D F R I S B Y
Una manera natural de celebrar
las ocho décadas del Fondo ha sido
revitalizar nuestros emblemáticos
Breviarios; este relanzamiento de
la colección, además de la publicación de diez títulos nuevos, involucra la reimpresión y la reedición de
setenta obras, en su mayoría agotadas y que aguardaban su turno
para volver a estar en las manos de
los lectores.
Una de las más esperadas —han
pasado treinta años desde su publicación orignal— es probablemente el volumen que David
Frisby dedica la obra de Georg
Simmel; se trata de una concisa
introducción al pensamiento de
este sociólogo que, hasta la publicación de este trabajo, se conocía
muy poco fuera de Alemania y que
sin embargo hoy en día –en buena
medida gracias a esta revaloración— se considera una de las piedras sobre las que se erige el edificio de la sociología moderna, a la
par de figuras como la de Max Weber y Émile Durkheim.
Esta nueva edición, oficiosamente revisada, viene además precedida por un prefacio ampliado
por el propio Frisby que contribuye a ubicar los contextos social e
histórico de los que nació la obra y
en el que se explican los escritos
esenciales —Sobre diferenciación
social, La filosofía del dinero y Sociología— y hace una revisión de
los conceptos sociológicos que
Simmel introdujo —el intercambio, la interacción y la diferenciación— para luego examinar los
vínculos de éstos con las teorías de
Weber y Marx. En el conjunto
ofrece una sólida argumentación
para reconsiderar el pensamiento
de Simmel y explicar por qué su
aportación es central para el desarrollo de la sociología moderna. De
Simmel, tenemos además en preparación su Sociología. Estudios
sobre las formas de socialización,
que verá la luz en fechas próximas..
breviarios
JUSTICIA PAR A ERIZOS
RONA LD DWOR KIN
MARÍA TERESA
ANDRUETTO
La pregunta ya no es si se lee más o
menos que antes, dice la autora en
una de sus conferencias, sino qué
podemos hacer para mejorar la
calidad de los lectores; al plantear
este reto, sin embargo, no se dirige
meramente a la escuela o la familia
—como se ha hecho tradicionalmente— sino antes bien a escritores y editores, quienes con su actividad ejercen influencia en los
gustos de sus destinatarios y hasta
cierto punto determinan sus hábitos. María Teresa Andruetto despliega en estos textos —la mayoría
presentados en congresos, coloquios, foros y otros encuentros–
una revisión crítica del estado
actual de la literatura infantil y
juvenil, lo mismo que de la promoción de la lectura, y ofrece en el
conjunto una reflexión que marca
la pauta para la constitución plena
del campo y busca contribuir a
propiciar una “revolución” de la
lectura. Ésta requiere, dice, que los
lectores sean capaces de comprender que la única libertad de pensamiento es aquella que se construye, y en ello sitúa el reto para los
profesionistas vinculados al área
cultural y la mediación literaria.
A propósito de la labor de éstos,
refiere que “el encuentro con el
libro no depende sólo de lo que
ese libro tiene o es en sí mismo,
sino de una conjunción misteriosa
de ese objeto, el lector y la ocasión de
su encuentro”.
El nuevo título de nuestra colección Espacios para la Lectura es,
pues, una herramienta necesaria
para todos aquellos que de una u
otra manera intervienen en la producción y la difusión de la literatura infantil y juvenil, principalmente para aquellos comprometidos
con el fomento a la lectura.
No es el libro de Dworkin, según
aclara él mismo con humor desde
las páginas iniciales, un alegato en
favor de los derechos de los animales ni cosa semejante. Su título es
una resonancia de un antiguo verso de Arquíloco, que Isaiah Berlin
volvió a traer a la actualidad en su
ensayo El zorro y el erizo: “El zorro
sabe muchas cosas; el erizo sabe
una, pero grande”. Qué es la verdad, qué significa la vida, qué requiere la moral y qué exige la justicia son, a decir del autor, aspectos
de una misma cuestión: una sola,
pero muy grande. El célebre filósofo del derecho ensaya, pues, una
original teoría de la justicia en la
que postula que los “valores” conforman una gran unidad conceptual, es decir, que tanto valores
éticos y valores morales —los que
orientan una buena vida y los que
sancionan nuestras acciones, esto
es— no sólo pueden llegar a ser
coherentes entre sí, sino que se
sustentan mutuamente.
En su exposición el autor analiza diversas temáticas filosóficas
que van desde la epistemología y la
metafísica del valor, la metaética y
el fenómeno de la responsabilidad
moral, hasta la naturaleza de la
interpretación, las características
de la verdad, el problema de la voluntad y la relación con los conceptos de ley, democracia, derechos
políticos y libertad.
Los alcances de los postulados y
la originalidad de la argumentación de esta arriesgada obra, que
en muchos veces va a contracorriente respecto a la tradición filosófica dominante, hace de Justicia
para erizos una obra de gran interés no sólo para áreas como la filosofía del derecho, la ética o la politología; se trata de una reflexión
que de igual modo se dirige, como
lo sugiere su título, a quienes saben poco, pero lo saben bien.
espacios par a la lectur a
1ª ed., 2014; 192 pp.
política y derecho
p
978 607 16 2194 8
T
Traducción de Horacio Pons
$90
1ª ed., 2014; 591 pp.
Traducción de José Andrés Pérez Carballo;
9
978 607 16 2118 4
o
prólogo de Peter Hamilton; traducción del nuevo
$
$360
prefacio y revisión de la nueva edición de
Alejandro Pérez-Sáez
2ª ed., 2014; 286 pp.
978 607 16 2066 8
$125
el diseño editorial y la tipografía, pero sobre
todo cobró conciencia de que la batalla por la
atención de los lectores se libra párrafo tras párrafo. Quizá también de esa época le venga la
intuición de que todo relato necesita un protagonista al cual seguir y en torno del cual puedan exponerse los problemas de una época.
Así, por ejemplo, en Edición y subversión. Literatura clandestina en el Antiguo Régimen, que en
2003 apareció en la colección Noema, coeditada con Turner, algunos pillos del bajo mundo
editorial conducen al lector hacia las prácticas
sórdidas, sumamente riesgosas, de escritores,
periodistas, editores en el periodo favorito
de Robert Darnton: la Francia dieciochesca.
U
no de los libros darntonianos que
más enorgullecen al Fondo es El coloquio de los lectores. Ensayos sobre
autores, manuscritos, editores y lectores, publicado en 2003 en Espacios para la
Lectura, pues es un libro “inventado” por su
traductor y su editor, Antonio Saborit y Daniel Goldin, a partir de numerosos ensayos y
artículos sueltos, lo que le da un atractivo carácter fragmentario. Caso opuesto en su concepción es el de El negocio de la Ilustración.
Historia editorial de la Encyclopédie, 17751800 (Libros sobre Libros, 2006), sin duda el
más ambicioso de sus emprendimietos intelectuales: gracias al cuasi milagroso hallazgo
de 50 mil cartas de la suiza Société Typographique de Neuchâtel, imprenta que tuvo su
apogeo en el siglo xviii, Darnton pudo emprender la “biografía” de la edición que hizo
de la Encyclopédie de Diderot y d’Alembert un
libro medianamente popular, es decir poseído —no sabemos qué tan leído— por un público no aristócrata, esa “clase media” por la que
necesariamente pasó el Siglo de las Luces.
E
l diablo en el agua bendita… es fruto
de una vocación más de Darnton: la
de coleccionista de datos y de ejemplares —el grueso de las ilustraciones de esta obra provienen de su biblioteca
personal—. Con ese tino suyo para elegir
ejemplos paradigmáticos, Darnton presenta
libros, y aun partes de libros como un grabado en particular o una portada, que sirvieron
para menoscabar el poder establecido mediante la difusión de noticias falsas pero creíbles sobre aristócratas, clérigos o funcionarios públicos. Finalmente, Censores trabajando reúne las Panizzi Lectures, dictadas por
Darnton apenas a comienzos de este año. Son
tres breves estudios de caso: la Francia borbónica, la India sometida por el Imperio británico y la Alemania oriental con su régimen
comunista, en los que Darnton se cuida de hacer “denuncias” de cómo se ejerció la censura,
pues para él lo relevante es cómo la fuerza del
Estado a veces contribuye a perfilar el tipo de
obras que se publican. Junto con estas dos novedades reimprimiremos dos obras lanzadas
en Argentina a finales de la década pasada:
Los best sellers prohibidos en Francia antes de
la Revolución (Historia) y El beso de Lamourette. Reflexiones sobre historia cultural (Historia), volumen de artículos dispersos entre los
que se cuenta “¿Qué es la historia del libro?”
L
ejos de ser un ludita, el conocedor del
pasado del libro ha querido influir en
el modo en que estamos construyendo su futuro. No sólo se opuso a los
excesos del programa de escaneo, por parte
de Google, de libros cuyos autores o herederos no pueden ser localizados, sino que promovió un modelo, lo más horizontal posible,
para edificar en el ciberespacio una biblioteca nacional. Puesta ya en marcha pero con
una larga ruta por recorrer, este proyecto demuestra que no por infrecuente la simbiosis
entre academia y vida pública puede dar frutos concretos, ambiciosos, esperanzadores.
Por todas éstas, y muchas razones más, el
Fondo rinde en octubre un homenaje al gran
Robert Darnton. W
TOMÁS GR ANADOS SALINAS
OCTUBRE DE 2014
21
Fotografía: © A R C H I VO F C E
PREMIO
DANIEL
COSÍO VILLEGAS
LIBROS,
CENSURA,
APERTURA2014
DISCURSO
CONTRA LA CORRIENTE:
elogio del Fondo de Cultura Económica
En días recientes El Colegio de México honró al Fondo con el premio que lleva el nombre
de nuestro fundador en común. No podíamos dejar de recoger aquí la mirada de un
académico anfibio, cercano a ambas casas, que pone en claro por qué premiar
a una institución significa, ante todo, reconocer la importancia de una idea.
Éstas son las palabras que se leyeron en la entrega del Premio Daniel Cosío Villegas
F E R N A N D O E S CA L A N T E G O N Z A L B O
I
gual que todos ustedes, o casi todos ustedes, yo leí por primera vez a
Isaiah Berlin en una edición del Fondo de Cultura Económica: Contra
la corriente. Igual que ustedes, también, leí a Max Weber y a LèviStrauss en ediciones del Fondo de Cultura. Y a Braudel y Ranke, a David
Brading, a Raúl Prebisch. También por cierto leí La muerte de Artemio
Cruz en la Colección Popular del Fondo, y Pedro Páramo, y las Memorias
póstumas de Blas Cubas. Y leí a Erich Fromm, a Roberto da Matta, Michal Kalecki, y Antonello Gerbi.
Verdaderamente, no haría falta decir casi nada más como explicación. Nos podríamos pasar el resto de la tarde recordando nombres,
evocando lecturas: Veblen, Heidegger, Norbert Elias, Irving Leonard, Albert Béguin, Santayana, Hirschmann. O bien podríamos escoger cualquiera de los últimos
títulos en el catálogo del Fondo, el librito de Bétrice Hibou sobre la privatización del
Estado, o el último tomo del diario de Alfonso Reyes, y dedicarnos un rato a leer
–que es el más obvio homenaje que se puede rendir al Fondo de Cultura. Y explica
muy bien el premio.
Algo más diré, aunque sobre. No mucho.
Demasiado tarde me doy cuenta de que yo no sé escribir un elogio. Ya sé que no
hubiese hecho falta que lo dijera, porque ustedes se iban a dar cuenta enseguida.
Pero prefiero que conste de entrada, y evitar que nadie se decepcione. No sé escribir
un elogio. Mucho menos sabría hacer el elogio del Fondo de Cultura Económica.
Para empezar porque el tema me excede, absolutamente. Pero además, y acaso tendría que haber empezado por ahí, porque todo lo que se refiere al Fondo de Cultura
es para mí algo personal. Y eso siempre complica las cosas.
O sea, que tocaría que me callase. Sería lo más sensato. No obstante, si acepté la
invitación para hablar aquí, ahora, y sin pensarlo, antes de que nadie fuese a cambiar de idea, fue porque el honor de hablar en esta ocasión implica también la posibilidad de decir algo de lo que el Fondo significa, para mí y para tantos. Y esforzarme
por articular mi gratitud, la de tantos, por haber podido vivir contando con la compañía del Fondo de Cultura Económica –que ha hecho que nuestro mundo fuese
mucho más interesante.
A mediados de 1934, hace ahora ochenta años, Daniel Cosío Villegas se propuso
la tarea modesta, discreta, urgente, de producir los libros que necesitaban los universitarios mexicanos para estudiar economía. Bien poco, algo muy factible, sencillo incluso, pero indispensable. Pronto resultó que esa pequeña, modesta tarea iba a
ser otra cosa, mucho mayor.
La historia la conocemos todos. Sobrevino la guerra civil española, para muchos
la triste urgencia del exilio. Y Cosío Villegas comenzó a imaginar lo que sería El Colegio de México. Y aquel pequeño fideicomiso creado para publicar textos de economía se vio de pronto editando la obra de Dilthey, Max Weber, Meinecke. Entre el
azar y la necesidad, mediante la intuición histórica de don Daniel Cosío Villegas, cobró forma el proyecto editorial más importante de la lengua española.
Veinte años después, reflexionando sobre su experiencia en el Fondo, decía Cosío
Villegas: “tengo hoy todavía la sensación de que sigue siendo un milagro hacer libros
en México. Es verdad que a los cuarenta y cinco años de edad tengo todos los días la
sensación de otro milagro: ver salir el sol entre los dos volcanes del valle. Me parece
éste un milagro por el horror que me causa imaginar cuán densa sería en el valle la
oscuridad el día que no saliera el sol; como me causa también horror imaginar cuánta luz perdería el país si dejaran de imprimirse los libros que hoy se hacen en México”. Podríamos decir hoy algo muy parecido. Porque no es más fácil hacer libros en
22
México, ni menos urgente. Y si añadimos alguna calificación: hacer bien buenos libros, se entiende en qué consiste la dificultad. Porque están las librerías llenas de libros,
los hay hasta en los supermercados, en las cafeterías –pero no es eso, no es eso.
Antes de decir algo más sobre el Fondo, el tema es para mí inagotable, quiero hablar sobre el premio, quiero reparar en el hecho de que el Premio Daniel Cosío Villegas se otorgue a una institución. A él sin duda ninguna le hubiera gustado eso. Entre
otras cosas, es un gesto un poco a contracorriente del individualismo cínico de
nuestra cultura de las celebridades. Desde luego, premiar a una institución es también premiar a un conjunto de individuos, eso está claro. Pero es sobre todo reconocer la importancia de una idea –que es la que da continuidad y coherencia al trabajo
de una institución.
Me extiendo un poco. A nadie le podría haber resultado extraño que un premio
como éste, de ciencias sociales, se le hubiese otorgado a Lèvi-Strauss, a Mannheim,
a Robert Merton. Su influencia ha sido enorme, ha marcado nuestra manera de entender la vida social. Y bien, en algún sentido el premio corresponde a todos ellos
también, y con justicia a quien los ha hecho existir en español. Nadie ha tenido mayor influencia sobre las ciencias sociales en el mundo de habla española que el Fondo de Cultura Económica.
De hecho, el panorama de las ciencias sociales en español resultaría irreconocible sin los libros del Fondo de Cultura.
Pero decía que premiar a una institución significa reconocer la importancia de
una idea. En este caso, lo que justifica al Fondo es una idea muy simple: que la lectura es un asunto de interés público. Lo que pasa es que esa idea tan simple resulta ser
a fin de cuentas enormemente complicada. Significa para empezar que es de interés
público que la gente aprenda a leer. Pero también la publicación de algunos libros,
según cuáles, y la traducción de algunos libros, y la circulación de los libros, también
la integración de un mínimo canon, el cuidado de un patrimonio cultural, y más. En
su momento lo dijo con perfecta claridad Cosío Villegas: “enseñar a leer sin haber
resuelto antes, o concomitantemente, el problema de ofrecer una lectura digna, que
eleve, es un engaño” (no me resisto a citar lo que sigue: “que los dueños de un periódico diario digan que éste es un instrumento de cultura, pase; pero apenas es concebible que lo crea alguien más”). Ofrecer una lectura digna. Es decir, libros. Pero no
cualquier libro. Y otra vez, la idea es muy simple, y muy complicada.
La lectura es de interés público, o sea que nos interesa a todos, y no sólo a quienes
lean una cosa u otra. No se trata de que todos los habitantes del país se conviertan en
grandes lectores. Ni es posible, ni tendría sentido. Pero sí que todos sepan leer. Tampoco se trata de que todo el mundo lea una determinada lista de libros. Eso sería un
disparate. Pero sí se trata de que haya esos libros “de lectura digna”: muchos, distintos, nuevos y viejos, y clásicos, originales y traducidos. No importa que se lea esto o
aquello en particular, sino que se lea, y habrá libros que interesen a miles, decenas
de miles de gentes, pero no son por eso más importantes que otros, que tienen sólo
unos pocos cientos de lectores –es de interés público que exista la posibilidad de
leer, que se mantenga esa conversación interminable, abigarrada, esa conversación
de siglos que se desarrolla mediante la cultura del libro. Ésa es la misión básica del
Fondo de Cultura Económica.
Ahora bien, al cumplir con ese propósito, y producir los libros que hacen falta en
México, el Fondo hace mucho más. Porque produce libros para todos los hablantes
de español. Todos: mexicanos, españoles, argentinos, incluso durante décadas, brasileños, todos leímos a Marx, y a Dumézil, a Castoriadis, a Marcel Bataillon y Carl
Becker gracias al Fondo de Cultura.
OCTUBRE DE 2014
PREMIO DANIEL COSÍO VILLEGAS 2014
CONTRA LA CORRIENTE: ELOGIO DEL FONDO DE CULTURA ECONÓMICA. PREMIO DANIEL COSÍO VILLEGAS, 2014
Todo ese rodeo, que espero que no haya resultado demasiado aburrido, para subrayar la importancia del trabajo del editor –que es lo que este premio reconoce hoy.
Al traductor de un libro en general sólo se le ve cuando se equivoca, cuando tropieza,
y su éxito consiste precisamente en que el texto no parezca una traducción, que
ofrezca la ilusión de haber leído el original. Algo parecido sucede con el editor, que si
hace bien su trabajo casi no se nota. Uno llega a una librería y encuentra el libro que
buscaba, que estaba allí, naturalmente, en la sección de sociología, naturalmente, y
se lee con facilidad, no se deshoja al abrirlo, el papel permite hacer anotaciones, naturalmente. Pero no, no es natural nada de eso.
El editor es quien hace posible que un autor se encuentre con sus lectores, sean
mil o cien mil. Estamos acostumbrados a que suceda, vale la pena recordar que es
absolutamente improbable. En el mundo se han escrito varios millones de libros,
sólo en español se publican unos cien mil títulos cada año, una librería bien surtida
puede tener acaso treinta mil volúmenes –y en medio de ese maremágnum sucede
que yo quiero comprar precisamente Las pasiones y los intereses, de Albert Hirschmann. No me sirve otro autor, ni otro título. Y resulta que está ahí. En la tramoya de
ese pequeño milagro está el editor. Que tiene que escoger los autores, los títulos, tiene que ordenarlos en colecciones, tiene que traducir muchos de ellos, tiene elegir el
formato, y decidir el diseño, el tiraje, el papel, el modo de anunciar la publicación, las
vías de distribución… Para que cada autor se encuentre con sus lectores. Y si lo hace
bien, no nos damos cuenta.
Imagino que con ese pequeño rodeo se entiende mejor si digo ahora que la obra
del Fondo de Cultura Económica es su catálogo. Ese inmenso panorama de la cultura, con diez mil invitaciones distintas para seguir la conversación.
El Fondo de Cultura es un editor sui generis, y lo es desde su fundación, desde la
idea primera de Cosío Villegas. Porque se creó para producir los libros que hacían
falta, que eran importantes y necesarios –descontando las demás consideraciones.
Y eso impuso un modo de seleccionar los títulos, un modo de integrar el catálogo
que lo convirtió, como se suele decir, en sello de referencia. Uno puede no conocer a
Gerbi o a Pietschmann, por ejemplo, pero están en la colección negra, de historia,
del Fondo, y eso basta como recomendación.
No digamos que no haya habido errores, libros de interés más efímero, olvidables. Sin duda. A Cosío le hubiera sorprendido menos que a nadie, después de todo el
Fondo es obra humana, burocrática. Pero el peso del conjunto es indiscutible. En el
catálogo coexisten Ronald Laing, Oscar Lewis y Antonio Alatorre, François Furet y
Robert Redfield, clásicos absolutos como Cassirer, Ibn Jaldún o Marcel Mauss, y autores vivos, que están descubriendo nuevos paisajes: Sissela Bok, Mary Louise Pratt,
Thomas Piketty. La inagotable riqueza de la conversación a la que invita el Fondo
depende de eso.
En aquel lejano 1934, y en los años siguientes, en las horas más oscuras de la cultura española del siglo xx, el Fondo hacía lo que nadie más estaba haciendo, y fue literalmente indispensable para mantener vivas las ciencias sociales en español. Pero
sucede que hoy, ochenta años después, tampoco hay nadie que haga lo que hace el
Fondo. Hay muchas editoriales, que publican muchísimos títulos, algunos extraordinarios, algunos que se venden por decenas de miles. Pero la capacidad para pensar en
los libros que hacen falta, más allá de otras consideraciones, de rentabilidad o de popularidad, ésa nadie la tiene como el Fondo –que ha terminado hace relativamente
poco la edición de la obra completa de Alfonso Reyes, la de Octavio Paz, la nueva edición anotada de Economía y sociedad, la de Las formas elementales de la vida religiosa,
de Émile Durkheim, la monumental biografía de Dostoievski, de Joseph Frank.
Adicionalmente, esa abundancia de libros en el mercado subraya la importancia
del Fondo de Cultura en otra dimensión. El crecimiento desbordado del número de
títulos, los catálogos millonarios aplanados por la búsqueda del best seller, la destrucción publicitaria de casi todas las mediaciones que configuran la cultura del libro, todo eso hace particularmente útil esa función de “sello de referencia”. Pero
además, ahora como entonces, los libros del Fondo sirven de soporte para muchas
otras lecturas, son un punto de partida. Es imposible saber a dónde llegará una conversación que comienza en las páginas de Tibor Scitovsky, por ejemplo, o de Paul
Bénichou o George Steiner. La lectura siempre abre el apetito, las ganas de leer.
La primera misión que se dio Fondo fue la traducción de libros de otros idiomas.
Sigue siendo el eje de su actividad, y con razón. E importa reconocerlo en lo que vale.
La traducción es uno de los signos más elocuentes de vitalidad cultural. Y tiene una
importancia especialísima para las ciencias sociales y las humanidades. De hecho,
eso que llamamos las humanidades es fundamentalmente un vasto esfuerzo de traducción, consecuencia de esa felicísima catástrofe que fue la Torre de Babel. No llegamos al cielo, pero en cambio aprendimos a hablar en inglés, en italiano, en griego.
El Fondo de Cultura es en ese sentido el mejor testimonio de la vigencia en español
de las humanidades como modo de asumir la experiencia humana. Sólo como juego
se me ocurre imaginar un itinerario que podría empezar con la Paideia, de Jaeger, y
Otras obras
de Darnton
en nuestro
catálogo
OCTUBRE DE 2014
LA GRAN MATANZA
DE GATOS Y OTROS EPISODIOS
EN LA HISTORIA DE LA
CULTURA FRANCESA
historia
Traducción de Carlos Valdés
1ª ed., 1987; 269 pp.
978 968 16 2578 8
$175
seguir con el Primero sueño, de Sor Juana, Los 1001 años de la lengua española, de
Antonio Alatorre, con La sabiduría de los bárbaros, de Momigliano, o ese prodigioso
monumento al lenguaje que es Erdera, de Gerardo Deniz –eso apenas mordisqueando una esquina del catálogo del Fondo.
Traducir, editar, publicar lo indispensable: Weber, Husserl, Braudel, Frazer, es
contribuir a formar un canon. Eso ha hecho el Fondo. Con el resultado de que hoy no
sería posible estudiar en español historia, sociología, psicología, filosofía, sin contar
con los libros del Fondo. A continuación, con el mismo ánimo, comenzó a integrar
un canon de las letras mexicanas: Sor Juana, Juan Ruiz de Alarcón, Mariano Azuela, Martín Luis Guzmán, Rosario Castellanos, Alfonso Reyes, y ese maravilloso
compendio continental que es la Biblioteca Americana. Y al lado de la serie monumental a la que pertenecen Heidegger o Dilthey, comenzó también a publicar libros
con otra ambición, más didáctica, para formar “la base de una biblioteca que lleve la
universidad al hogar”, y así surgió la colección más hermosa, de horizonte más amplio en el mundo editorial en español: Breviarios. También en el Fondo, no sobra recordarlo, en la Colección Popular, luego en Tezontle, publicaron sus primeros libros
jóvenes escritores mexicanos como Juan Rulfo, Juan José Arreola o Carlos Fuentes.
Y en Tierra Firme están Cardoza y Aragón, Euclides da Cunha, Alejandro Rossi.
Ya va siendo hora de que termine. Pero hay un par de cosas que no querría dejarme en el tintero. La tarea del editor consiste en que el autor se encuentre con sus
lectores. Para eso, hay un eslabón último al que se presta poca atención, como cosa
ancilar, de interés puramente mercantil: la librería. Es una pieza clave de la cultura
del libro, la más frágil acaso, que no tiene fácil sustitución. Una librería es una tienda, y a la vez es otra cosa, diría que es menos librería cuanto más se parece a cualquier otra tienda. La librería se lleva mal con el espíritu del tiempo sobre todo porque admite mal el crecimiento, la espectacularidad, el gigantismo, el movimiento
masivo de novedades que hace el comercio de hoy, que requiere grandes superficies,
procesos estandarizados. Pero insisto: no hay sustitutos a la vista. Digamos de paso,
por no dejar, que por mucho que ayude la comunicación por internet, nunca podrá
ofrecer una experiencia equiparable –ni siquiera la ofrecerá cuando Amazon tenga
en español, si la llega a tener, una importancia parecida a la que tiene en inglés.
Ése ha sido entre nosotros desde siempre el talón de Aquiles para el mundo del
libro. A mediados del siglo xx calculaba Cosío Villegas que en México podría haber
una librería por cada 134 000 habitantes según la estimación más optimista, una
por cada 875 000 habitantes según los editores industriales. No estamos mucho mejor. Tenemos bastantes “puntos de venta” de libros, que son tiendas de regalos, cafeterías y kioscos de aeropuerto: en conjunto, uno por cada 70 000 habitantes. Registradas como librería, o papelería-librería, tenemos aproximadamente una por cada
170 000 habitantes. Pero si nos ponemos un poquito exigentes, y nos tomamos en
serio el nombre, hay en México una librería por cada 680 000 habitantes. El Fondo
de Cultura también ha terminado haciéndose cargo de eso, para la venta de sus libros y de todos los demás fondos editoriales que circulan en el país –sin eso, no podría cumplir con su tarea editorial.
Hacer libros en México ha sido siempre una tarea complicada. Y si decimos publicar bien buenos libros, y que se lean, mucho más. Contaba Cosío Villegas en los
años cincuenta con unos cinco mil o seis mil lectores habituales en el país –efecto de
todas las causas que se quieran imaginar. Aunque hoy los hubiésemos multiplicado
por diez, sería un mercado pequeñísimo. Aun así, en su momento se enorgullecía
Cosío de que se hubiese agotado la edición de 3 000 ejemplares de la Paideia de Jaeger, antes que las ediciones alemana e inglesa, de 2 000. Contra la corriente, pero
algo siempre puede hacerse, algo se ha hecho.
Decía hace un rato que al premiar a una institución se reconoce la vigencia de
una idea. Pero también el trabajo de personas concretas. El trabajo de traductores
únicos como Eugenio Ímaz, José Medina Echavarría, Tomás Segovia, Elsa Frost,
Juan Almela, el trabajo de editores extraordinarios, como Arnaldo Orfila, Jaime
García Terrés, José Luis Martínez, Joaquín Díez-Canedo Manteca, Alí Chumacero,
Adolfo Castañón.
Termino. Se lamentaba Cosío Villegas de la “propagación casi patológica” de las
historietas como lectura única de los niños, de los jóvenes y no tan jóvenes, “en parte por que son fáciles y en parte porque son baratas y se encuentran al alcance de su
mano; pero en parte quizá todavía mayor porque no hay nada que pueda sustituirlas, en la misma abundancia, por el mismo precio y con una calidad de verdad superior. El editor o el Estado que acometa este problema y lo resuelva habrá hecho un
servicio a la cultura que difícilmente podría tener rival”. También a ese empeño está
dedicado el Fondo de Cultura. Y también en reconocimiento a ese servicio, y no sería el menor de los méritos, el premio que lleva el nombre de Daniel Cosío Villegas,
corresponde hoy al Fondo de Cultura Económica. W
Fernando Escalante Gonzalbo, sociólogo, es investigador de El Colegio de México.
EL NEGOCIO
DE LA ILUSTRACIÓN
Historia editorial de la
Encyclopédie, 1775-1800
libros sobre libros
Traducción de Márgara Averbach
y Kenya Bello
1ª ed., 2006; 692 pp.
968 16 8013 8
$280
EDICIÓN Y SUBVERSIÓN
Literatura clandestina
en el Antiguo Régimen
noema
Traducción de Laura Vidal
1ª ed, 2003; 269 pp.
968 16 7072 8
$195
EL COLOQUIO
DE LOS LECTORES
Ensayos sobre autores,
manuscritos, editores y lectores
espacios par a la lectur a
Prólogo, selección
y traducción de Antonio Saborit
1ªed.,2003; 464 pp.
968 16 6727 1
$200
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