15 nuestra señora, la virgen de los dolores patrona de nuestra orden

15 de septiembre
NUESTRA SEÑORA, LA VIRGEN DE LOS DOLORES, PATRONA PRINCIPAL DE
NUESTRA ORDEN
Solemnidad
El 9 de agosto de 1692 Inocencio XII, acogiendo un vivo deseo de todos los
Siervos de María, ratificaba el decreto con el que la S. Congregación de los
Ritos reconocía a la Virgen de los Dolores como Patrona principal de la Orden.
En la solemnidad del 15 de septiembre celebramos la Virgen de los Dolores con
tono y contenidos pascuales. Es la fiesta de la glorificación del dolor que la
Virgen sufrió con su Hijo para la salvación del género humano: «desde la
humildad del pesebre hasta la ignominia de la cruz» (I Visp. ant. Magn.). Junto
al árbol de la vida, el dolor de la santísima Virgen germino en frutos de gracia
y amor. Por eso Dios Padre la ha glorificado con la gloria misma de su Hijo.
En el cielo la Dolorosa es la Reina de los mártires, la gloriosa Señora, la
Madre llena de misericordia, la Patrona que vela por sus siervos y siervas.
I Vísperas
HIMNO
Cuándo lloras, María,
tu soledad, abismo de amargura,
es cáliz de agonía.
Y la piedra más dura
se parte ante el dolor que en ti madura.
¿Qué sabe el que no sabe
llorar? Jesús lloro en el huerto el llanto
de todo lo que es, Ave
María. Y su quebranto
nos rescato del duelo. Dame el canto
de tu voz en sordina.
Dame la mano en esta cuesta amarga,
dolorosa Señora.
La noche es negra y larga
y el peso del amor es dura carga.
Por la cruz a la luz.
Por el llanto al perfecto y puro gozo.
Por ti, Madre, a Jesus.
Y aunque la cruz destroce
todo el pecho, en la cruz, a las doce.
Cuándo muera la tarde,
todo te lo diré, Madre, llorando:
mi soledad que en ti arde...
¡ay!, mi grito allanado,
contra toda esperanza en ti esperando. Amén.
SALMODIA
Ant.1 ¡Oh admirable condescendencia de tu amor!
Por medio de tu Hijo y de su Madre
has transformado el sufrimiento
en instrumento de gracia y salvación.
Salmo 112
La Madre Iglesia se alegra por la santidad de sus hijos
Derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes (Lc 1,52).
Alaben, siervos del Señor,
alaben el nombre del Señor.
Bendito sea el nombre del Señor,
ahora y por siempre:
de la salida del sol hasta su ocaso,
alabado sea el nombre del Señor.
El Señor se eleva sobre todos los pueblos,
su gloria sobre los cielos.
¿Quién como el Señor, Dios nuestro,
que se eleva en su trono
y se abaja para mirar
al cielo y a la tierra?
Levanta del polvo al desvalido,
alza de la basura al pobre,
para sentarlo con los príncipes,
los príncipes de su pueblo;
a la estéril le da un puesto en la casa,
como madre feliz de hijos.
Ant.
¡Oh admirable condescendencia de tu amor!
Por medio de tu Hijo y de su Madre
has transformado el sufrimiento
en instrumento de gracia y salvación.
[ORACIÓN SÁLMICA
Alaben tu nombre, Señor, todos los pueblos porque enalteces a los humildes y derribas a los
soberbios: has glorificado a la Virgen, tu sierva, que durante su vida terrenal experimentó la
pobreza y el dolor, y la has dado a la Iglesia como madre feliz de hijos. Por Jesucristo, nuestro
Señor.]
Ant. 2 ¡Oh Madre santa,
2
siempre unida a tu Hijo
en el cumplimiento de la obra redentora:
desde la humildad del pesebre
hasta la ignominia de la cruz!
Salmo 147
La ciudad santa reedificada
Ellos serán su pueblo y Dios estará con ellos (Ap 21, 3).
Glorifica al Señor, Jerusalén;
alaba a tu Dios, Sión:
que ha reforzado los cerrojos de tus puertas
y ha bendecido a tus hijos dentro de ti;
ha puesto paz en tus fronteras,
te sacia con flor de harina.
Él envía su mensaje a la tierra,
y su palabra corre veloz;
manda la nieve como lana,
esparce la escarcha como ceniza;
hace caer el hielo como migajas
y con el frío congela las aguas;
envía una orden, y se derriten;
sopla su aliento, y corren.
Anuncia su palabra a Jacob,
sus decretos y mandatos a Israel;
con ninguna nación obró así,
ni les dio a conocer sus mandatos.
Ant. 2 ¡Oh Madre santa,
siempre unida a tu Hijo
en el cumplimiento de la obra redentora:
desde la humildad del pesebre
hasta la ignominia de la cruz!
[ORACIÓN SÁLMICA
Te bendecimos, Señor, porque tu palabra corre veloz y tu mensaje se anuncia a toda la tierra: tu
Hijo, nacido de la Virgen y clavado en la cruz por la salvación del mundo, resucito verdaderamente
de entre los muertos y, exaltado a tu derecha, envía constantemente a tu Iglesia el Espíritu
prometido. Por Jesucristo, nuestro Señor.]
Ant.3 ¡Alégrate, Madre dolorosa,
porque, después de tanto sufrir,
estas ahora rodeada de gloria,
reina del universo, junto a tu Hijo!
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Cántico Flp 2,6-11
Cristo, Siervo de Dios, en su misterio pascual
Cristo, a pesar de su condición divina,
no hizo alarde de su categoría de Dios,
al contrario, se anonado a si mismo,
y tomo la condición de esclavo,
pasando por uno de tantos.
Y así, actuando como un hombre cualquiera,
se rebajo hasta someterse incluso a la muerte,
y una muerte de cruz.
Por eso Dios lo levanto sobre todo
y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»;
de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble
en el cielo, en la tierra, en el abismo,
y toda lengua proclame:
Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.
Ant.3 ¡Alégrate, Madre dolorosa,
porque, después de tanto sufrir,
estas ahora rodeada de gloria,
reina del universo, junto a tu Hijo!
[ORACIÓN SOBRE EL CÁNTICO
Toda lengua proclame, Padre, tu misericordia, manifestada en el admirable designio de la salvación:
tu Hijo se despojo de su rango tomando la condición de esclavo en el seno de la Virgen, y,
sometiéndose a tu voluntad, entrego su vida por nosotros; por eso lo levantaste sobre todo y le
concediste el «Nombre-sobre-todo-nombre». Él vive y reina contigo.]
LECTURA BREVE
Heb 5, 7-9
Cristo durante su vida mortal, ofreció oraciones y súplicas, con fuertes voces y lágrimas, a aquel
que podía librarlo de la muerte, y fue escuchado por su piedad. A pesar de que era el Hijo, aprendió
a obedecer padeciendo, y llegando a su perfección, se convirtió en causa de la salvación eterna para
todos los que lo obedecen
RESPONSORIO BREVE
R/. Señor, yo soy tu siervo, * Siervo tuyo, hijo de tu esclava.
Señor, yo soy tu siervo, siervo tuyo, hijo de tu esclava.
V/. Rompiste mis cadenas: te ofreceré un sacrificio de alabanza. * Siervo tuyo, hijo de tu esclava.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Señor, yo soy tu siervo, siervo tuyo, hijo de tu esclava.
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Magnificat, ant.
¡Alégrate, oh Mujer, que tanto nos has amado!
Para abrirnos la fuente del eterno gozo,
aceptaste con fe una misión de inmenso dolor.
Respondiste al ángel:
«Hágase en mi según tu palabra».
PRECES
Señor Jesús, sumo sacerdote y cordero sin mancha, al ocaso del sol ofreciste al Padre en e! altar de
la cruz e! sacrificio de tu vida para la salvación del mundo. Acoge, mientras muere la tarde, nuestras
súplicas: Salva, Señor, a tu pueblo.
Tu, que asociaste a tu Madre, la Virgen inmaculada, al misterio de la pasión salvadora,
- concédenos experimentar en la vida la fuerza redentora de la cruz, que confesamos con los labios.
Tu, que dijiste: «Si e! grano de trigo no muere, queda infecundo»,
- haz que nuestra vida sea semilla, que sembrada en e! campo de la cruz, germine en frutos de gloria
y amor.
Tu, que dijiste: «La paz os dejo, mi paz os doy»,
- ten piedad de los hombres y mujeres oprimidos por la injusticia y divididos por el odio y la guerra.
Tu, que nos has dado el Evangelio como fuente de salvación y alegría,
- disipa la tristeza de los afligidos, sostén la esperanza de los defraudados, infunde fortaleza en los
débiles.
Se pueden añadir a1gunas intenciones libres.
Tu, que muriendo has destruido la muerte y con la sangre derramada en la cruz has reconciliado e!
cielo y la tierra,
- da la vida eterna a nuestros hermanos y hermanas que han muerto en tu paz y amistad.
[Con Cristo dirijamos nuestra oración a Dios, reconociéndole siempre como Padre, cuándo nos
inunda la alegría y cuándo arrecia el dolor:]
Padre nuestro.
La oración conclusiva como en Laudes.
Invitatorio
Ant.
El Hijo asoció a su pasión a la Madre dolorosa:
Vengan, adoremos al Salvador del mundo.
El salmo invitatorio como en el Ordinario.
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Oficio de lectura
HIMNO
Virgen de la Soledad,
yo te clavé ese cuchillo,
tan negro y tan amarillo,
sobre tu inmensa beldad.
Yo fui el viento de impiedad
abatido en tu costado.
Yo te cubrí de morado
y sembré de espinas rojas
la senda de tus congojas,
Madre del Crucificado.
Soledad de soledades,
flor de sal, amargo espejo,
si despiadado y perplejo,
volqué en ti esas tempestades
de sombra y de iniquidades,
pinta en mi rostro, María,
ese rictus de agonía.
Señora, si tu me dejas
llorar contigo mis quejas,
seremos dos por la vía.
Dame ese llanto bendito
para llorar mis pecados.
Dame esos clavos clavados,
esa corona, ese grito,
ese puñal, ese escrito
y esa Cruz para loarte;
para ungirte y consolarte,
oh Virgen de los Dolores;
para ir sembrando de flores
tu viacrucis, parte a parte. Amén.
SALMODIA
Las antífonas se toman, a elección, de una de las tres series (A, B, C): cada una tiene su característica y estructura
propia.
Antífona 1
Serie A Tu Hijo será signo de contradicción en Israel,
y a ti una espada te traspasará el alma.
Serie B En el camino de la fe, Virgen dolorosa,
sentimos tu presencia de madre y hermana.
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Serie C Te bendeciré, Señor, en mi tribulación:
mi suerte esta en tu mano.
Salmo 15
El Señor es el lote de mi heredad
Se alegra mi espíritu en Dios mi salva dar (Lc 1,47).
Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti;
yo digo al Señor: «Tu eres mi bien».
Los dioses y Señores de la tierra
no me satisfacen.
Multiplican las estatuas
de dioses extraños;
no derramaré sus libaciones con mis manos,
ni tomaré sus nombres en mis labios.
El Señor es mi heredad y mi copa;
mi suerte esta en su mano:
me ha tocado un lote hermoso,
me encanta mi heredad.
Bendeciré al Señor, que me aconseja,
hasta de noche me instruye internamente.
Tengo siempre presente al Señor,
con él a mi derecha no vacilaré.
Por eso se me alegra el corazón,
se gozan mis entrañas,
y mi carne descansa serena.
Porque no me entregaras a la muerte,
ni dejaras a tu fiel conocer la corrupción.
Me enseñarás el sendero de la vida,
me saciaras de gozo en tu presencia,
de alegría perpetua a tu derecha.
Serie A Tu Hijo será signo de contradicción en Israel,
y a ti una espada te traspasara el alma.
Serie B En el camino de la fe, Virgen dolorosa,
sentimos tu presencia de madre y hermana.
Serie C Te bendeciré, Señor, en mi tribulación:
mi suerte esta en tu mano.
[ORACIÒN SÁLMICA
Protégenos, Señor, que nos refugiamos en ti, y renueva en nosotros el misterio que veneramos en la
santísima Virgen: para que, participando de la pasión de Cristo, tengamos también parte en el gozo
de su resurrección. Por Jesucristo, nuestro Señor.]
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Antífona 2
Serie A Hijo, ¿por qué has hecho esto?
Mira, tu padre y yo, angustiados,
te andábamos buscando.
Serie B Te contemplamos, María, al pie de la cruz:
tu eres el modelo de nuestro servicio.
Serie C Tu misericordia, Señor, sea mi gozo y mi alegría;
te has fijado en mi aflicción.
Salmo 30, 2-9
Súplica confiada del afligido
Has mirado, Señor, la humillación de tu esclava (Lc 1,48).
I, 2-9
A ti, Señor, me acojo:
no quede yo nunca defraudado;
tú, que eres justo, ponme a salvo,
inclina tu oído hacia mi;
ven aprisa a librarme,
sé la roca de mi refugio,
un baluarte donde me salve,
tú que eres mi roca y mi baluarte;
por tu nombre dirígeme y guíame:
sácame de la red que me han tendido,
porque tu eres mi amparo.
A tus manos encomiendo mi espíritu:
tú, el Dios leal, me libraras;
tu aborreces a los que veneran ídolos inertes,
pero yo confío en el Señor;
tu misericordia sea mi gozo y mi alegría.
Te has fijado en mi aflicción,
velas por mi vida en peligro;
no me has entregado en manos del enemigo,
has puesto mis pies en un camino ancho.
Serie A Hijo, ¿por qué has hecho esto?
Mira, tu padre y yo, angustiados,
te andábamos buscando.
Serie B Te contemplamos, María, al pie de la cruz:
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tu eres el modelo de nuestro servicio.
Serie C Tu misericordia, Señor, sea mi gozo y mi alegría;
te has fijado en mi aflicción.
[ORACIÓN SÁLMICA
Tu misericordia, Señor, sea gozo y alegría de la Iglesia: al mirar la humillación de la Virgen, la
elegiste por madre de tu Unigénito; al fijarte en su aflicción junto a la cruz, le diste fortaleza para
compartir la pasión del Hijo; y, al resucitar él victorioso, la colmaste de alegría.
Por Jesucristo, nuestro Señor]
Antífona 3
Serie A Cuándo llegaron al sitio llamado Calvario
crucificaron a Jesús;
junto a la cruz estaba su madre.
Serie B Enséñanos, Señora nuestra,
a permanecer contigo,
al pie de las infinitas cruces de nuestros hermanos.
Serie C Bendito sea el Señor,
que ha hecho por mi prodigios de misericordia.
II, 20-25
¡Qué bondad tan grande, Señor,
reservas para tus fieles
y concedes a los que a ti se acogen
a la vista de todos!
En el asilo de tu presencia los escondes
de las conjuras humanas;
los ocultas en tu tabernáculo,
frente a las lenguas pendencieras.
Bendito el Señor, que ha hecho por mí
prodigios de misericordia
en la ciudad amurallada.
Yo decía en mi ansiedad:
«Me has arrojado de tu vista»;
pero tu escuchaste mi voz suplicante
cuándo yo te gritaba.
Amen al Señor, fieles suyos;
el Señor guarda a sus leales,
y a los soberbios les paga con creces.
Sean fuertes y valientes de corazón
los que esperan en el Señor.
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Serie A Cuándo llegaron al sitio llamado Calvario
crucificaron a Jesús;
junto a la cruz estaba su madre.
Serie B Enséñanos, Señora nuestra,
a permanecer contigo,
al pie de las infinitas cruces de nuestros hermanos.
Serie C Bendito sea el Señor,
que ha hecho por mi prodigios de misericordia.
[ORACIÓN SÁLMICA
Haz, Señor, que inspirándonos en el ejemplo de María, pongamos en ti nuestra esperanza y alegría;
tu, que reservas para tus fieles una gran bondad, guardas a tus leales, y salvas a los que a ti se
acogen. Por Jesucristo, nuestro Señor.]
R/. Puse tus palabras, Señor, en mi corazón.
V/. Para meditar tu proyecto de salvación.
PRIMERA LECTURA
De la carta del apóstol san Pablo a los Romanos
5, 1-12. 17-19
Por la obediencia de uno solo todos quedarán constituidos justos
Hermanos: Ya que hemos sido justificados por la fe, mantengámonos en paz con Dios, por
mediación de nuestro Señor Jesucristo. Por él hemos obtenido, con la fe, la entrada al mundo de la
gracia, en el cual nos encontramos; por él, podemos gloriarnos de tener la esperanza de participar en
la gloria de Dios, Más aún, nos gloriamos hasta de los sufrimientos, pues sabemos que el
sufrimiento engendra la paciencia, la paciencia engendra la virtud sólida, la virtud sólida engendra
la esperanza, y la esperanza no defrauda, porque Dios ha infundido su amor en nuestros corazones
por medio del Espíritu Santo, que él mismo nos ha dado. En efecto, cuando todavía no teníamos
fuerzas para salir del pecado, Cristo murió por los pecadores en el tiempo señalado. Difícilmente
habrá alguien que quiera morir por un justo, aunque puede haber alguno que esté dispuesto a morir
por una persona sumamente buena. Y la prueba de que Dios nos ama está en que Cristo murió por
nosotros, cuando aún éramos pecadores.
Con mayor razón, ahora que ya hemos sido justificados por su sangre, seremos salvados por
él del castigo final. Porque, si cuando éramos enemigos de Dios, fuimos reconciliados con él por la
muerte de su Hijo con mucho más razón, estando ya reconciliados, recibiremos la salvación
participando de la vida de su Hijo. Y no sólo esto, sino que también nos gloriamos en Dios, por
medio de nuestro Señor Jesucristo, por quien hemos obtenido ahora la reconciliación.
Así como por un solo hombre entró el pecado en el mundo y por el pecado entró la muerte,
así la muerte pasó a todos los hombres, porque todos pecaron. […]
En efecto, si por el pecado de un solo hombre estableció la muerte su reinado, con mucha
mayor razón reinarán en la vida por un solo hombre, Jesucristo, aquellos que reciben la gracia
sobreabundante que los hace justos.
En resumen, así como por el pecado de un solo hombre, Adán, vino la condenación para
todos, así por la justicia de un solo hombre, Jesucristo, ha venido para todos la justificación que da
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la vida. Y así como por la desobediencia de uno todos fueron hechos pecadores, así por la
obediencia de uno solo, todos serán hechos justos.
RESPONSORIO
R/. La Virgen María, unida a Cristo Redentor, obedeciendo a la voluntad del Padre, * Contribuyó a
su propia salvación y a la de todo el mundo.
V/. Lo que Eva ató por la incredulidad, María lo desató por la fe.
R/. Contribuyó a su propia salvación y a la de todo el mundo.
SEGUNDA LECTURA
De los Sermones de san Lorenzo de Brindis, presbítero
(Sermón sobre los dolores de la Virgen Madre de Dios, 4-5: Mariale, Padua 1928, pp. 66-69)
María estaba junto a la cruz como modelo de paciencia inagotable para la Iglesia
La Virgen María padeció, por causa de Cristo, muchos dolores desde que lo dio a luz, más
aun, desde antes de darlo a luz. En primer lugar, porque José, que no quería denunciarla, pensaba
repudiarla en secreto (cf. Mt 1, 18-20). Luego, cuando ya se acercaba el tiempo del parto, en Belén
experimentó el crudo egoísmo humano, ya que fue rechazada en todas las casas. Como no había
lugar en la posada, la Virgen se vio obligada a guarecerse de las inclemencias de la noche en un
establo, junto a los animales, y allí tuvo que dar a luz al Hijo unigénito y primogénito suyo y de
Dios, y colocar en el pesebre a aquel niño tan tierno y delicado. Experimentó una gran aflicción por
la dolorosa circuncisión del Hijo, viendo que, a causa de la herida, sufría y lloraba aquel adorable
niño. Experimentó un gran dolor el día de la purificación y de la presentación de su Hijo en el
templo de Jerusalén, cuando escucho la profecía de Simeón sobre las duras y crueles persecuciones
que habría de padecer su Hijo. Experimentó un gran dolor cuando supo, por revelación del ángel,
que el impío Herodes buscaba al niño para matarlo y que era necesario huir a Egipto. Sintió un gran
dolor cuando perdió en el templo al niño Jesús que entonces tenía doce años: Tu padre y yo,
angustiados, te andábamos buscando (Lc 2, 42).
Pero esto no fue más que el comienzo, es decir, el preludio y anticipo de los dolores: aun no
había llegado la hora de que la espada atravesara su alma. Cuando Cristo, después de recibir el
bautismo de Juan y vencer en el desierto a Satanás, comenzó a manifestarse al mundo y a predicar
el evangelio, realizando milagros para destrucción y ruina del reino de Satanás, entonces fue cuando
desató la cruel persecución, que la Virgen no ignoraba.
En realidad, la espada de un agudísimo dolor traspasó su alma cuándo supo que Jesús,
traicionado por Judas, había sido capturado por los judíos; cuándo se enteró de que, después de los
duros azotes, había sido condenado injustamente al suplicio de una muerte infame, que era
reservada solo para los ladrones; cuándo lo vio coronado de espinas y cargado con la cruz, junto con
los ladrones, camino del Calvario para ser allí crucificado; cuando lo vio suspendido de la cruz en la
que estaba clavado y oyó su voz, pues, como dice el evangelista: Junto a la cruz de Jesús estaba su
madre (Jn 19,25); cuando lo vio ya muerto. ¡Oh dolor inefable! Y si Pablo, por su ardiente amor a
Cristo, pudo decir: Estoy crucificado con Cristo: vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mi
(Gal 2, 19), ¿con cuanta más razón pudo decirlo María? Si, pues, de tal modo Cristo vivía en la
Virgen, ¿podía Cristo padecer algo sin que no lo padeciera también la Virgen? María se compadecía
de los dolores de su Hijo, y también ella padecía lo indecible.
Estaba junto a la cruz sostenida por la fuerza de la fe, sabiendo que su Hijo pronto
resucitaría. Estaba allí con el cuerpo, pero más con el espíritu; estaba allí contemplando con estupor
el amor de Dios que de ese modo amaba a los hombres; contemplaba admirada la divina obediencia
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de su Hijo al Padre, su divina fortaleza contra los demonios, su infinita paciencia en aguantar los
más atroces suplicios. Así, atónita, estaba contemplando el divino misterio de la redención humana,
y estaba también como modelo y ejemplo de inquebrantable paciencia ante la adversidad para la
Iglesia de todos los tiempos. Así, con gran fuerza de animo, bebió hasta las heces el amarguísimo
cáliz que Dios le ofrecía. Así, por su generosidad y fortaleza, su dolor fue en todo semejante a la
pasión de su Hijo.
Y, si Cristo padeció por nosotros dejándonos un ejemplo para que sigamos sus huellas (1Pe
2, 21), también María, su santísima Madre, sufrió los mismos dolores; junto con su Hijo nos da un
ejemplo, para que como hizo ella, también hagamos nosotros, y nunca apartemos la mirada del
divino modelo que se nos ha mostrado en el Calvario. Contemplémosle y pongamos todo nuestro
empeño en imitar a Cristo y a su santísima Madre. Recordemos a la que soporto tal oposición de los
pecadores, para que no desfallezcamos en el camino de la santidad y de la salvación. María sea
siempre para nosotros ejemplo de inagotable e invencible paciencia, de sólida virtud y de espíritu
animoso, para que ninguna tribulación, más aún, ninguna criatura nos pueda separar del amor de
Cristo.
RESPONSORIO
R/. Virgen Dolorosa, hubieras sucumbido ante un dolor tan inmenso, si el Espíritu Santo no te
hubiera iluminado interiormente: * La muerte no acaba con tu Hijo, sino que sale de ella victorioso
y Señor de todo.
V/. Los hombres redimidos nos unimos a tu dolor y proclamamos:
R/. La muerte no acaba con tu Hijo, sino que sale de ella victorioso y Señor de todo.
O bien:
De la Carta encíclica Ad caeli Reginam del papa Pio XII
(AAS 46 [1954], pp. 633-635)
La santísima Virgen María tuvo parte excelentísima en la obra de nuestra eterna salvación
La santísima Virgen María debe ser llamada Reina no solo por razón de su maternidad
divina, sino también porque, por voluntad divina, tuvo parte excelentísima en la obra de nuestra
eterna salvación. Dice Pio XI: «¿Qué cosa más hermosa y dulce puede acaecer que Jesucristo reine
sobre nosotros no solo por derecho de su filiación divina, sino también por el de redentor?».
Mediten los hombres, todos olvidadizos, cuanto costamos a nuestro Salvador: Os rescataron, no
con bienes efímeros, con oro o plata, sino a precio de la sangre de Cristo, el Cordero sin defecto ni
mancha (1Pe 1, 18-19). Ya no somos nuestros, porque Cristo nos compró (1Co 6, 20) «a gran
precio».
Ahora bien, en la realización de la obra redentora, la santísima Virgen María estuvo sin duda
íntimamente asociada a Cristo, y con razón canta la sagrada liturgia: «Estaba en pie dolorosa junto a
la cruz de nuestro Señor Jesucristo santa María, Reina del cielo y Señora del mundo». Así, en la
Edad Media, pudo escribir Eadmero, un piadosísimo discípulo de san Anselmo: «Así como Dios,
creando con su poder todas las cosas, es Padre y Señor de todo, así María, reparando con sus
méritos todas las cosas, es Madre y Señora de todo: Dios es Señor de todas las cosas, porque las ha
creado en su propia naturaleza con su poder, y María es Señora de todas las cosas, porque las ha
elevado a su dignidad original con la gracia que ella mereció». En fin, - escribe Suárez - «como
Cristo por título particular de la redención es Señor y Rey nuestro, así la bienaventurada Virgen es
Señora nuestra por el singular concurso prestado a nuestra redención, suministrando su sustancia y
ofreciéndola voluntariamente por nosotros, deseando, pidiendo y procurando de una manera
especial nuestra salvación».
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De estas premisas se puede argüir así: si María fue asociada por voluntad de Dios a Cristo
Jesús, principio de vida, en la obra de la salvación espiritual, y lo fue en modo semejante a aquel
con que Eva fue asociada a Adán, principio de muerte, así se puede afirmar que nuestra redención
se efectuó, como enseñaba san Ireneo, según una cierta «recapitulación» por la cual el género
humano, sujeto a la muerte por causa de una virgen, se salva también por medio de una virgen; si
además se puede decir que esta gloriosísima Señora fue escogida para Madre de Cristo
principalmente «para ser asociada a la redención del género humano», según palabras de Pío XI, y
si realmente «fue ella la que, libre de toda culpa personal y original, unida estrechamente a su Hijo,
lo ofreció en el Gólgota al eterno Padre, sacrificando al mismo tiempo el amor y los derechos
maternos, cual nueva Eva, en favor de toda la descendencia de Adán, manchada por una lamentable
caída», como en otra ocasión hemos afirmado, se podrá legítimamente concluir que como Cristo,
nuevo Adán, es Rey nuestro no solo por ser Hijo de Dios, sino también por ser Redentor nuestro,
Así, con una cierta analogía, se puede igualmente afirmar que la bienaventurada Virgen es Reina,
no solo por ser Madre de Dios, sino también porque, como nueva Eva, fue asociada al nuevo Adán.
RESPONSORIO
R/. Virgen María, tú desataste el nudo de Eva, tú fuiste constituida por Dios compañera del nuevo
Adán: * Luchas con Cristo contra el mal y participas más que nadie en su victoria.
V/. Alégrate, tú engendraste a Cristo, rey del universo; alégrate, Reina del mundo, alégrate, María,
Señora de todos nosotros.
R/. Luchas con Cristo contra el mal y participas más que nadie en su victoria.
Para la vigilia de la Virgen de los Dolores, p.
HIMNO Te Deum.
La oración conclusiva como en Laudes.
Laudes
HIMNO
Junto a la cruz quiero estar
a tu lado, y asociar
a tus lagrimas las mías.
Haz que contigo me duela
y con Cristo me conduela
mientras me duren los días.
De pie, la Madre penaba
junto a la cruz y lloraba
viendo al Hijo suspendido;
y una espada hundida
en el alma dolorida,
hecha tristeza y gemido.
No seas dura conmigo
déjame llorar contigo,
Virgen de vírgenes, santa.
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Haz que con Cristo yo muera,
que con pasión parte adquiera
y nunca olvide sus llagas.
Haz que me hiera su herida,
y de su sangre vertida en la cruz,
haz que me embriague;
y que por ti defendido
del fuego sea eximido
el día del juicio, Madre.
Y cuándo la muerte llame,
por tu Madre, Cristo,
dame la palma de la victoria;
y, pasado el duro trance,
que el alma por fin alcance
del paraíso la gloria. Amén.
SALMODIA
Ant. 1 Aleluya, el Señor reina desde la cruz,
la Virgen dolorosa vence a la antigua serpiente.
Los salmos y el cántico, del domingo de la semana I.
Ant. 2 Bendecimos contigo, Madre, al Señor,
porque al morir nos encomendó a ti como hijos.
Ant. 3 Alabemos al Señor:
en la resurrección glorificó a su Madre,
que había sufrido con él.
LECTURA BREVE
2Tim 2, 10-12a
Por eso lo sobrellevo todo por amor a los elegidos, para que ellos también alcancen en Cristo Jesús
la salvación, y con ella, la gloria eterna. Es verdad lo que decimos: Si morimos con él, viviremos
con él; si nos mantenemos firmes, reinaremos con él.
RESPONSORIO BREVE
R/. Estaba santa María, Reina del cielo y Señora del mundo, * Junto a la cruz del Señor.
Estaba santa María, Reina del cielo y Señora del mundo, junto a la cruz del Señor.
V/. Feliz ella que, sin morir, mereció la palma del martirio. * Junto a la cruz del Señor.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Estaba santa María, Reina del cielo y Señora del mundo, junto a la cruz del Señor.
Benedictus, ant.
Bendita tu, Reina de los mártires:
concebiste en tu seno virginal
y fuiste madre de Cristo;
14
unida a su pasión,
concebiste en tu corazón puro
y fuiste madre de todos los vivientes.
PRECES
Bendigamos a Dios Padre, que quiere que todos los hombres participen en el misterio pascual, y
pidámosle llenos de confianza:
Interceda por nosotros, Señor, la Reina de los mártires.
Padre santo, que enviaste a tu Hijo al mundo para que diera a todos los hombres el agua de la vida,
- haz que lo recibamos con ardiente amor, como la tierra reseca recibe el rocío de la mañana.
Padre misericordioso, en quien la santísima Virgen puso toda su esperanza y cuya palabra guardó
fielmente,
- concédenos que, acogiendo tu palabra con amor, seamos fortalecidos en nuestra esperanza.
Padre cruentísimo, cuándo tu Hijo, la Vida misma, murió en la cruz, la Virgen María no perdió la fe
y la esperanza,
- haz que sepamos penetrar en el misterio del sufrimiento y descubrir su eficacia redentora.
Padre, autor de la vida, cuyo Hijo continua siendo crucificado en los hombres injustamente
perseguidos,
- haz, que a imitación de María, estemos junto a la cruz de los hermanos que sufren, ofreciéndoles
el consuelo de nuestro amor.
Padre justo, que en María, la mujer nueva, nos has dado el fruto más excelso de la redención,
- haz que nuestras comunidades sean un signo visible de la vida nueva, que mana de Cristo.
Se pueden añadir algunas intenciones libres.
[Concluyamos nuestras súplicas con la oración de todos los redimidos: conscientes de ser hermanos
de Cristo, nos atrevemos a llamar Padre al Dios de los cielos:]
Padre nuestro.
ORACIÓN
Señor, tu has querido que la Madre compartiera al pie de la cruz los dolores de tu Hijo; haz que la
Iglesia asociándose con María a la pasión de Cristo, merezca participar de su resurrección. Por
nuestro Señor Jesucristo.
O bien:
Señor, Dios nuestro, que para redimir al género humano caído por el engaño del demonio, has
asociado a la Madre a la pasión de tu Hijo, concede a tu pueblo que, despojándose de la triste
herencia del pecado, se revista de la luminosa novedad de Cristo. Que vive y reina contigo.
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Hora intermedia
Salmodia complementaria. Si el día de la solemnidad cae en domingo, se dicen los salmos del domingo de la I semana.
Tercia
Ant.
Alégrate, fuente de la Vida:
por tu dolor el mundo se renueva.
LECTURA BREVE
Jdt 9, 11
Tu poder no está en el número, ni tu señorío se apoya en los guerreros, sino que eres Dios de los
humildes, ayuda de los pequeños, defensor de los débiles, protector de los abandonados, salvador de
los desesperados.
V/. Señor, tu eres mi refugio.
R/. Mi amparo en el día de la angustia.
Sexta
Ant.
Alégrate, Madre de la Luz:
Cristo muriendo disipa las tinieblas del pecado
y resucitando alumbra al mundo.
LECTURA BREVE
Job 23, 10-12
Sin embargo, él conoce mi camino; si me purifica en el horno saldré como oro puro. Mis pies han
seguido sus huellas, sin desviarme he recorrido su camino. No me he apartado de los mandatos de
sus labios, he conservado en mi interior las palabras de su boca.
V/. Bendito sea por siempre tu nombre, Dios de Israel.
R/. Después del llanto tu das el gozo.
Nona
Ant.
Alégrate, morada del Altísimo:
del corazón rasgado de Cristo nace la Iglesia,
habitación de Dios entre los hombres.
LECTURA BREVE
Heb 4,15-16
En efecto, no tenemos un sumo sacerdote que no sea capaz de compadecerse de nuestros
sufrimientos, puesto que él mismo ha pasado por las misma prueba que nosotros, excepto el pecado.
Acerquémonos, por tanto, con plena confianza, al trono de la gracia, para recibir misericordia,
hallar la gracia y obtener ayuda en el momento oportuno.
V/. En virtud de la sangre de Cristo, tenemos libertad para entrar en el santuario del cielo.
R/. Acerquémonos a Dios con sinceridad y plenitud de fe.
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La oración conclusiva como en Laudes.
II Vísperas
HIMNO
¿No son más blandas las piedras
y el sol del luto vestido,
que si mi pecho endurecido
cuándo tu, como las piedras
junto a la Cruz, no te arredras
de ahogarte en esos oleajes
de hiel? Obscuros celajes
envolvían el Calvario,
y tu eras, Madre, el sudario
de aquel diluvio de ultrajes.
Así se vive la vida.
Así se espera en la muerte.
Asila cruz se convierte
en la rosa más herida
de jubilo. Así, escondida,
la soledad nos redime.
Así, como arma, se esgrime
contra las sombras el alba.
Así, Señora, se salva
lo que clama y lo que gime.
Hoy la angustia te tortura
con siete rojos puñales;
pero después de esos males
de tu llanto, en otra altura
de tu soledad madura,
florecerá, como un huerto
sobre el sepulcro, el concierto
de mil cítaras de gozo:
¡en tus manos, tembloroso,
todo el jubilo despierto! Amén.
SALMODIA
Ant. 1 Cristo pendía del madero,
María estaba junto a la cruz.
Los salmos y el cántico, del Común de la Virgen María.
Ant.2 Junto a la cruz estaba la Madre,
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sostenida por la fe,
fortalecida por la esperanza,
abrasada por el fuego de la caridad.
Ant.3 Desde la cruz, Jesús proclama
a la Virgen, Madre universal,
cuando en la persona de Juan
le encomienda a todos los hombres.
LECTURA BREVE
Col 1, 24-25
Ahora me alegro de padecer por ustedes, pues así voy completando en mi existencia terrena, y a
favor del cuerpo de Cristo, que es la Iglesia, lo que aún falta al total de su sufrimientos. De esa
Iglesia he llegado a ser servidor, conforme al encargo que Dios me ha confiado de anunciarles
plenamente su palabra.
RESPONSORIO BREVE
R/. Por ti, Virgen María, * Obtenemos la salvación.
Por ti, Virgen María, obtenemos la salvación.
V/. De las llagas de Cristo. * Obtenemos la salvación.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Por ti, Virgen María, obtenemos la salvación.
Magnificat, ant.
Proclamamos tu grandeza, Virgen dolorosa,
ornato de toda la creación,
hija del hombre y madre de Dios:
contigo el Señor reconcilió la tierra con el cielo
y trajo la paz al mundo.
PRECES
En la hora del sacrificio, Cristo extendió sus brazos en la cruz, en presencia de la Madre y del
Discípulo, y se ofreció al Padre para la salvación del mundo. Con humilde confianza imploremos:
Guíanos, Señor, par las sendas del amar.
Cristo, Salvador nuestro, en tu pasión una espada de dolor atravesó el alma de tu Madre,
- haz que en las pruebas de la vida permanezcamos firmes en la fe y fuertes en la esperanza.
Cristo, Redentor nuestro, que al morir te dirigiste a tu Madre con gesto de piedad filial,
- haz que confesemos siempre tu divinidad, como hijo verdadero del Padre, y verdadero hombre
nacido de María.
Cristo, Hermano nuestro, que desde la cruz nos diste por madre a tu misma Madre,
- haz que la amemos como tu la amaste, y vivamos como hijos suyos verdaderos.
Cristo, Maestro nuestro, que desde la cátedra de la cruz nos has ensenado a amar y a perdonar,
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- haz que todos los siervos y siervas de María sean instrumento de reconciliación y signo de
misericordia.
Se pueden añadir algunas intenciones libres.
Cristo, Sacerdote eterno, bajado al lugar de los muertos para librar las almas de los justos,
- concédenos en el ultimo día, participar contigo y con la Virgen María en la gloria de la
resurrección.
[Dirijámonos a Dios como Cristo desde la cruz: llamándole Padre y pidiéndole que venga su reino:]
Padre nuestro.
La oración conclusiva como en Laudes.
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