1 Introducción María Emma Mannarelli Es bueno trabajar este prólogo. Significa que lo que escribió Helen Ørvig, entre el inicio de los años setentas y los últimos del siglo pasado en Lima, ha sido reunido y vuelto a publicar, como un todo, que invita a nuevas lecturas. La escritora llegó de París y de Oslo, sí, de los dos lugares. Había nacido en 1929 en Kråkerøy, Fredrikstad (Noruega). En Moss fue a la escuela. Sufrió la ocupación nazi de su país y descubrió un primer feminismo cuando a los dieciséis años vio de Ibsen Casa de muñecas; parecería que el portazo de Nora Helmer se grabó en su retina emocional. A París había ido a estudiar literatura, lenguas. Estaba en La Sorbona viviendo la libertad y estudiando fascinada, emprendiendo uno de sus sueños. Tenía una beca del gobierno francés y ahí conoció a Augusto Salazar Bondy; se enamoró. De ese vínculo nace en Noruega Anne, su primera hija. Llegó a Lima con ella en 1955; recién se aprobaba en el Perú el derecho de las mujeres a votar, pero los que no podían leer y escribir no eran ciudadanos, la mayoría de ellos eran mujeres. Muchos de los habitantes de su nuevo país vivían en servidumbre, en estado de subordinación; la enorme mayoría al margen de la escritura. Eran tiempos sombríos los que la recibieron, pese a lo que pretendían lucir las grandes unidades escolares. Convergen varias situaciones cuando Helen Ørvig empieza a escribir y publicar a inicios de la década de los setentas. Las reformas velasquistas conmocionaban el país, la condición de siervos de buena parte de la población parecía llegar a su fin con la impostergable reforma agraria, las nociones de igualdad se difundían en diversos ámbitos de la vida social y el uniforme único era una de las expresiones más visibles y contundentes de la reforma educativa; contundencia que Orvig reclamaba se radicalizara, que incluyera a las mujeres, que enfatizara las libertades y las opciones personales. Allí estaba Helen, expresando sus ideales en la redacción del artículo 11 de la Ley de Reforma Educativa velasquista en el que se precisó el protagonismo y la relevancia de las mujeres. La escritura la hizo salir del sofoco doméstico; ella agarró ese salvavidas para no soltarlo nunca. Finalmente la palabra escrita, su belleza y su capacidad para desentrañar la condición humana de las mujeres la había llevado de Oslo a París, la había convenientemente alejado de la estrechez del mundo familiar para confrontarla con la complejidad de la vida. Vino a dar a Lima y, afortunadamente, aunque no sin dificultades, a la columna editorial de Expreso. Estaba en medio del “proceso revolucionario de las fuerzas armadas”, y qué pasaba con las mujeres, se preguntaba Orvig; que era un “qué pasa conmigo”. ¿Pueden las transformaciones de la sociedad llevarse adelante sin que las mujeres cambien sus vidas? Esta es una pregunta profunda que se hizo la autora, explícita e implícitamente, a lo largo de los artículos que hoy están reunidos en este libro. Se transforman, pero poco y lo que se invierte, en términos de energía emocional que se encarna eventualmente en las instituciones, para que la vida sea distinta, mejor, es mucho si se le compara con lo poco que se consigue; incluso podemos regresionar como especie cuando buena parte de su contingente está fuera de las posibilidades de cambiar, de escoger en su vida con cierta libertad. El Perú parecía dejar atrás el sopor de la “cultura de la hacienda”, sus formas de menosprecio, de maltrato, pero las relaciones entre hombres y mujeres, pese a algunos contrastes con lo anterior, quedaban a la zaga. La autora veía asomarse la libertad femenina, pero se sorprendía al ver que la mayoría de las mujeres prefería no utilizarla. Lo que podría llamarse la identificación del agresor de las mujeres y la indiferencia ante la libertad llegaban a atormentar a la autora. Sin embargo, a inicios de los setentas, Orvig apreciaba ciertas señales de solidaridad entre las mujeres, un ingrediente eran las movilizaciones por sus derechos. A través de sus observaciones encontramos los sentidos que las mujeres creaban en su historia. 2 Su crítica al sistema educativo del Perú fue lapidaria: formaba a las mujeres en la sumisión y en la obediencia, sacrificaba la libertad personal y la dignidad. Por otro lado, el Código Civil de 1936, aún vigente, introducía en la conyugalidad un “desequilibrio destructor”; las mujeres estaban, así, lejos del “éxtasis de los grandes logros”. La autora exige al velasquismo cambios radicales; advierte que una revolución que deja de lado a la mitad de los peruanos, o sea, a las mujeres, es una falacia. Mientras la reforma agraria y la de educación de principios de la década en cuestión no enfrentaran lo particular y lo complejo de la situación de las mujeres –nivel de vida infrahumano–; mientras no tuvieran la posibilidad de entrenarse en la participación comunal y política, el despilfarro seguiría siendo parte de la vida social del Perú. Pero las mujeres y sus agendas específicas eran ignoradas, incluso por posturas supuestamente radicales y revolucionarias. La autora se distancia del economicismo y de la simplificación; pese a identificar las jerarquías que sostienen la sociedad de la época, detecta también los que las clases comparten: “una franca voluntad de dominación, igual en todos los hombres, desde el más miserable hasta el más poderoso”. Desde que empieza a escribir, Helen Ørvig reflexiona sobre los cambios en la estructura familiar. Le interesa ver cómo sus transformaciones impactan en las vidas de las mujeres. Las mujeres mayores tienden a perder autoridad y seguridad. Le preocupa cómo la vida social gira en torno a las parejas, y las mujeres solteras están fuera de las órbitas significativas. La autorrealización no se asocia al trabajo, y persisten las desigualdades: en la mayoría de los casos, el trabajo no era sinónimo de independencia. El trabajo como deshonor sobrevivía en esa época y coexistía con la búsqueda de la autonomía de las mujeres. La mediocridad educativa y su inherente carencia de especialización colocaban a las mujeres en la peor parte del mercado laboral. A esto se agregaba su sujeción al mundo familiar que recortaba el disfrute de su salario, pese a lo magro de este: siempre resultaban dependientes de la voluntad del hombre de la casa. La mujer se ha quedado en la cueva, en función de su biología, de su cuerpo significado por los hombres y la reproducción de la especie. Helen Ørvig apreció los cambios en la clase media urbana, los padres se interesaban en que sus hijas estudiaran, y hasta se enorgullecían cuando estas se desempeñaban en un trabajo pagado; los maridos eran más resistentes. Pero lo más importante era la actitud de las mismas mujeres que lo buscaban y lo disfrutaban. Esto, avizoraba, era un cambio en la vida de la casa, y en la vida de los hombres mismos. No obstante, reparó en algo esencial: la disposición de trabajo doméstico hacía que una nueva distribución del trabajo en la casa fuera algo indescriptible y ajeno. Así ha sido; la perpetuación de la servidumbre doméstica, del trabajo no remunerado, ha inhibido las responsabilidades masculinas en la casa, ha mantenido la desigualdad, y ha diluido las presiones de las mujeres por servicios públicos adecuados. La idea de humanización de las mujeres es un componente que atraviesa estos textos; esta llega a constituirse en un concepto referencial en su pensar a las mujeres y la configuración de la sociedad en la que viven; supone una “vida rica en sí”. Uno de los componentes de esta vida plena, humanizada, sería la emergencia de la intimidad, que implica la transformación de los vínculos entre hombres y mujeres; son nuevas formas de autoridad: la mujer mira, ejerce una presión sobre su entorno. Y aquí toca un punto central en la historia de la humanidad en general: la cuestión del parentesco, y cómo su repliegue es fundamental para que la mujer sea tal y deje de ser definida desde su pertenencia al grupo familiar; solo así puede tener intereses propios, diferenciados, es decir humanizarse. Sin duda, esta posibilidad pone a la virilidad en peligro: el hombre no quiere una igual, señala Ørvig. El diálogo, su riqueza y su calidad es requisito para la democracia y la igualdad, supone cambios radicales, que enfrentan resistencias, femeninas y masculinas. Como que los hombres tienen mucho que perder de su dominio, y las mujeres creen que conseguirán algo que las satisfaga al comprometerse con las reglas de ese juego. 3 Nos encontramos con una temprana crítica a una celebración vacía y oportunista de la maternidad, que se acompaña de una negligencia pública frente a la deserción paterna; hace pensar en cómo los privilegios masculinos se convierten en un rechazo a la paternidad. Sabiamente toma distancia frente a la actitud maternal asociada al sacrificio. La reivindicación de la maternidad pasa por que sea una elección, y este acto supone el libre acceso a anticonceptivos y a una discusión pública de la legislación sobre el aborto que mata a las mujeres. En relación a este tema aparece otra vez la licencia moral masculina. Está acompañada por un desprecio por las mujeres, incluso por un odio hacia ellas. Este sentimiento le parece profundo, enraizado en la psiquis y la autora se pregunta y reclama un psicoanálisis “en voz alta de la misoginia”. Ese reclamo hizo juego con otro de igual calibre: reparar en las fronteras entre la vida pública y la privada, revisar sus establecidas “paredes”, y construir a partir de ahí la democracia; el hombre también necesitaba democratizarse, y las mujeres madurar nuestra relaciones con el poder. El feminismo, satanizado y ridiculizado le abrió el mundo a las mujeres; es “una ira que se ha convertido en rebeldía cuando las mujeres comprenden sus posibilidades como ser humano”. Casi todos los temas de la agenda de los movimientos feministas, de sus organizaciones, entrelazan el pensamiento de la autora, que está todo el tiempo escuchando e interpretando los debates y el moverse de las mujeres. Y quizás esta es una de las partes más valiosas de esta publicación y de la vida de Helen al mismo tiempo; está en el movimiento, lo va haciendo a través de los vínculos que establece con las mujeres que lo empujan, que lo hacen crecer; aporta, piensa, escribe, y escribe sobre lo que aparentemente no se mueve. Observa y analiza lo que parece no cambiar, y reflexiona sobre los motivos y las urgencias; sobre lo que se resiste a deshacerse de lo fósil, de lo que deshumaniza a las mujeres, de lo que impide una “ampliación de nosotras mismas”. En este libro no están ausentes las proyecciones autobiográficas, sobre su vida de esposa y madre sacrificada; pero ensaya una redefinición del servir. Sus recuerdos al respecto nos llevan a la sinuosidad de la dominación, a su deslizarse quedamente entre las personas que no están atentas; se extinguen las voces interiores. Remite a cómo había estado subordinada a su esposo, jugando un papel secundario, casi de asistente. Su reencontrarse tiene que ver con la escritura, un poema en noruego que al escribirlo inaugura la emergencia de su yo, del que se había separado. La vivencia solitaria la conecta con otras mujeres e identifica el sistema que aliena. Se sentía identificada con el Perú: “valores mistificados, inautenticidad, mitos, impotencia frente a su propio destino, marginación de las decisiones más importantes.” Los textos de la autora llevan a pensar en el papel de la escritura y la lectura en su reconstitución como individuo. En 1966, encuentra en una librería Mística de la feminidad (1963) de Betty Friedan, libro que irrumpe en su soledad y renueva su energía. Vive el 68 en Kansas y en París; en la universidad y en las calles su mente se sigue abriendo; continúa el registro escrito, que parece ser cada vez más apremiante. Hasta que llegó la invitación de Francisco Moncloa, en 1970, para escribir en el diario Expreso. Aunque este no fue siempre un espacio libre de hostilidad, sentía que podía revelar desde la palabra escrita un sistema opresivo, llegar a estar con las mujeres, con las mujeres comunes y corrientes. Pese a las resistencias en el periodismo a su pluma, a partir de ese evento no se siente sola; las mujeres y sus nacientes organizaciones empezaron a formar parte de su vida, y su vida de la militancia feminista. Es una historia de cómo las mujeres empezaron a ocupar la escena pública como tales, dejando de lado la representación masculina. Simone de Beauvoir había puesto en sus manos el hilo que las guiaría fuera de su laberinto. El cuerpo femenino y la imagen de las mujeres son ejes de la reflexión de la autora. La sexualidad y la emergencia del yo, como una experiencia de una libertad garantizada. Esto se contrapone a la publicidad que usa la imagen pública de las mujeres, que “desdramatiza la violencia, excita”; las despersonaliza y deshumaniza. 4 Los intercambios personales y políticos de la autora con las mujeres y feministas contemporáneas son un tema específico en esta obra. Gracias a Rosa Dominga Trapasso, “incansable y clarividente”, conoció el artículo de Jackie McMillan "La prostitución como política sexual". Así, sus escritos sobre la prostitución y sus ideas al respecto se iluminan, se despejan en el encuentro con Rosa Dominga Trapasso, de cuyo vínculo hay una preciosa expresión en esta publicación. La entrevista con aquella aborda temas centrales de la agenda feminista. Las feministas van tramando los escritos de Helen Orvig, y gracias a ellos las futuras investigaciones tendrán a la mano testimonios de cómo se construían las redes, como se transmitían las ideas y los intereses entre las mujeres que querían cambiar el mundo. Sus crónicas de arte revelan la práctica de la observación. La creatividad de las mujeres floreció durante los ochentas y se buscó un lenguaje propio. Orvig, recordándonos las dudas de Georges Simmel de inicios del siglo XX, se pregunta de forma similar a la del filósofo alemán, hasta dónde pueden llegar las mujeres sin romper con el lenguaje científico, supuestamente objetivo, pero masculino. Se pregunta: ¿cómo escribir si el lenguaje, como parte decisiva de toda nuestra cultura, existe a partir del hombre? Para llevar a la práctica este cuestionamiento, Orvig fundó publicaciones periódicas como Presencias y Atajos, ambas desde su creativo e infatigable trabajo en el Centro de Documentación de la Mujer. Las mujeres organizadas en comedores populares emergen en estas páginas, comentadas, interpretadas por la autora; la forma en que pretendieron ser manipuladas por los diferentes gobernantes, sobre todo durante los gobiernos de Fujimori y las actividades de Sendero Luminoso. Dado lo macabro de esta parte de la historia del Perú, Orvig hace un balance negativo al final del siglo XX. La vida de las mujeres había cambiado, pero no para mejor, el deterioro del país y sus instituciones les pasaba una factura altísima, pese a que ellas respondían con propuestas y originalidad. Si bien algunas mujeres accedían a puestos gerenciales, su número era ínfimo. La pobre educación que seguimos recibiendo, entre otras cosas, las exponían a severos maltratos en varios terrenos de la vida social, desde las posibilidades recreativas hasta la planificación urbana que las ignoraba. Queda clara la importancia de la organización de las mujeres, una forma de contrarrestar su invisibilidad, tema que la hace dialogar con el cuento de Mariella Sala "La mujer invisible" (1984): el ama de casa inmersa en la inmanencia; con las mujeres insumisas rescatadas del olvido por María Rostworowski, en contraste con los hombres: un género aterrorizado con sus fantasías de castración. La palabra escrita acude para superar la poca trascendencia de un evento como la Conferencia Mundial de Beijing (1995) en la cultura pública peruana, para lidiar con las dificultades de divulgar la agenda de las mujeres, para presionar al gobierno peruano en el cumplimiento de sus compromisos internacionales, para el registro de eventos políticos que conciernen a las mujeres, para denunciar hechos como la manipulación de Fujimori del Vaso de Leche, sin escuchar a la Coordinadora Metropolitana del Vaso de Leche. El fujimorismo como destructor de instituciones mantiene un sistema de inteligencia, autor de actos “delincuenciales inmundos.” La palabra escrita también la llevó a saludar a los jóvenes y a las mujeres que tomaban las plazas públicas en su rechazo total a la corrupción, a la estafa que vivimos en el cambio de siglo. Entonces estos textos conectados por el transcurrir vital de la autora sugieren varios acercamientos. Dicen de lo que estaba ocurriendo en la vida de las mujeres entre 1970 y el 2000, es decir, son una fuente que complementada con otras es clave para entender esa parte de la historia, y no solo de las mujeres, sino de aquella organización social enajenante y que algunas se embarcaron en cambiar. Sus descripciones de las actitudes masculinas son también sugerencias a atender para el estudio de la cultura emocional, de la clase de relaciones de las que estaba hecha la trama social en el Perú, tanto en la casa como en la calle. Por otro lado, estos escritos hacen pensar en los intereses y preocupaciones del feminismo, tanto el de Helen 5 como el del movimiento; en cómo fueron evolucionando las formas de pensar los problemas que nos aquejaban.
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