C O L U M N A Psicología para padres La separación de los padres Patricia Fernández Bieberach, Psicóloga infanto-juvenil “Por desgracia, los altos niveles de conflicto que existen a veces entre los padres, así como la carga de violencia asociada, logran empañar un proceso que de por sí es doloroso, convirtiéndolo en una herida que quizás nunca llegue a cicatrizar”. Cuando las parejas deciden casarse, pocas veces imaginan que algún día podrían separarse. A pesar de que en ambos existirán temores respecto al futuro compartido, estos tenderán a ser superados por una necesaria cuota de optimismo y una fuerte carga amorosa. En este escenario, los hijos aparecerán como un elemento fundamental que vendrá a completar la idea tradicional de familia. La separación conyugal, con la consiguiente partida de uno de los progenitores del hogar (generalmente el padre), constituye un quiebre significativo para el hijo y una fractura familiar que afecta a todos. Existe una diferencia marcada, por lo tanto, entre el antes y el después de la separación, ya que además de faltar un miembro también existirá una dinámica familiar distinta. Como en toda pérdida, sobrevendrá la tristeza y un período de duelo variable. A pesar que para los cónyuges la ruptura puede significar incluso un alivio, para los hijos implicará un dolor mayor debido a que no han sido ellos quienes lo eligieron así; no sólo habrán perdido a la familia que tenían sino que se añadirá también el temor a perder para siempre al progenitor que se va. La actitud de quien sale del hogar podrá implicar un trauma para el hijo, especialmente cuando se confunde el rol de pareja con el rol parental. Aquel padre o madre que permanece, a pesar del impacto emocional de la separación, brindando seguridad económica y afectiva 14 PadresOk www.padresok.com a sus hijos, se ganará no sólo su respeto sino también su afecto incondicional de por vida. Por desgracia, los altos niveles de conflicto que existen a veces entre los padres, así como la carga de violencia asociada, logran empañar un proceso que de por sí es doloroso, convirtiéndolo en una herida que quizás nunca llegue a cicatrizar. A todo esto habría que agregarle además el inevitable sentimiento de culpabilidad que aparece en los hijos ante la ruptura, situación que tiende a agravarse si es que no se conversa sobre el tema. En la práctica, es posible observar grandes diferencias entre aquellas familias en que se habla de la separación y entre las que se omite el tema; a pesar de que los niños sean muy pequeños, tienen la capacidad suficiente para sentir la separación y reaccionar ante ella. No obstante lo positivo que es expresar las emociones, se debería privilegiar la salud mental de los hijos, ya que será muy distinto hablar de la tristeza que todo este cambio ha significado, que llorar amargamente y a diario abrazado a ellos; éste sería un buen ejemplo de cómo es el hijo quien a veces tiene que proteger al padre y no a la inversa, como se esperaría. En el otro extremo, se ubicaría aquella madre dura, cuya vida continúa como si nada hubiese pasado, sin dejar entonces la posibilidad de hablar sobre las penas. Ambas situaciones retardan el proceso de recuperación del duelo y la posibilidad de comenzar una nueva vida sin cosas importantes pendientes. Como consuelo para quien parte de la casa, siempre tendrá a su favor la fuerza del vínculo afectivo que estableció personalmente (y no a través del otro) con el hijo. Pensando en ellos y para mitigar su dolor, ojalá los niños sigan viviendo en la misma casa y estudiando en el mismo colegio ya que eso dejaría, por lo menos, dos frentes importantes funcionando de manera estable. No privarlos del cariño del padre ausente, es una deuda en la que también deberíamos pensar.
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