Segundo subsidio para Retiro de Advietno 2015 Esquema general de Retiro de Adviento Frase fuerza: “Alégrense y regocíjense porque será grande su recompensa en el cielo” (Mt 5,12) Objetivo general: Proveer un subsidio con temas, dinámicas y modo de implementación del “Retiro de adviento para catequistas” para los centros de catequesis de la Arquidiócesis de Monterrey. I. Oración inicial: del Año Santo de la Misericordia Señor Jesucristo, tú nos has enseñado a ser misericordiosos como el Padre del cielo, y nos has dicho que quien te ve, lo ve también a Él. Muéstranos tu rostro y obtendremos la salvación. Tu mirada llena de amor liberó a Zaqueo y a Mateo de la esclavitud del dinero; a la adúltera y a la Magdalena de buscar la felicidad solamente en una creatura; hizo llorar a Pedro luego de la traición, y aseguró el Paraíso al ladrón arrepentido. Haz que cada uno de nosotros escuche como propia la palabra que dijiste a la samaritana: ¡Si conocieras el don de Dios! Tú eres el rostro visible del Padre invisible, del Dios que manifiesta su omnipotencia sobre todo con el perdón y la misericordia: haz que, en el mundo, la Iglesia sea el rostro visible de Ti, su Señor, resucitado y glorioso. Tú has querido que también tus ministros fueran revestidos de debilidad para que sientan sincera compasión por los que se encuentran en la ignorancia o en el error: haz que quien se acerque a uno de ellos, se sienta esperado, amado y perdonado por Dios. Manda tu Espíritu y conságranos a todos con su unción para que el Jubileo de la Misericordia sea un año de gracia del Señor y tu Iglesia pueda, con renovado entusiasmo, llevar la Buena Nueva a los pobres proclamar la libertad a los prisioneros y oprimidos y restituir la vista a los ciegos. Te lo pedimos por intercesión de María, Madre de la Misericordia, a ti que vives y reinas con el Padre y el Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Amén. II. Dinámica inicial: “Dando regalos” (http://www.icaso.org/vaccines_toolkit/subpages/files/Spanish/energiser_guide_spanish.pdf) Objetivo: Iniciar el retiro buscando que los catequistas comiencen pensando en “el otro”, promoviendo la integración del grupo y preocupación por el hermano fomentando el aprender a acompañar. Material: Dos hojas blancas (puede ser reciclada), pluma o lápiz, una caja o bote, poner en un pedazo de papel el nombre de todos los participantes. Descripción: Ponga los nombres de los participantes en una caja o en una bolsa. Pase la caja o la bolsa y pida a cada persona que tome un nombre. Si les toca su mismo nombre, tienen que ponerlo de vuelta y escoger otro. De al grupo unos minutos para que piensen en un regalo navideño imaginario que le darían a la persona cuyo nombre les tocó, describiéndolo o dibujándolo en una hoja. Pídales también que piensen de qué manera lo presentarían envoltura, bolsa, color, papel, moño, emplallado, etc.-. Haga una ronda de presentaciones y pida a cada participante que dé su regalo imaginario. Reflexión final: Si el nombre que encuentro escrito en mi hoja es Jesús, ¿qué regalo le puedo otorgar en esta navidad? ¿cómo me estoy preparando para dar ese regalo? ¿qué regalo esperaría él? Anotar la reflexión personal y al final abrir el espacio para que dependiendo el número de personas, y conforme lo deseen, puedan compartir en general. III. Introducción: Las obras de misericordia Objetivo: La catequista recordará las generalidades sobre las obras de misericordia, su significado y clasificación a la luz del “Año jubilar de la misericordia”. Propuesta de introducción.Vamos a primerear en este Año Santo recordando las obras de la misericordia, tal cual nos sugiere el Papa Francisco en su bula Misericordiae vultus, documento escrito con el motivo de proclamar la apertura de este tiempo de gracia, así, podemos prepararnos para iniciar de una mejor manera y lograr abundantes frutos. El Papa comienza su invitación diciéndonos: Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre, es decir, el encuentro con Jesús misericordioso es también encuentro con el Padre. Así como el apóstol Tomás le pide: Señor, muéstranos al Padre y nos basta (Jn 14,8) podemos parafrasearlo para preguntarnos: Señor, muéstranos la misericordia del Padre y eso nos basta; Jesús seguramente nos respondería de manera similar con las palabras dirigidas al apóstol, refiriéndonos que, al ver la misericordia de Él, hemos visto la del Padre; parece sencillo pero sólo la persona que conoce el Evangelio como expresión plena de la revelación del plan de salvación divino es quien puede conocer esa misericordia de manera clara y concisa, apropiándose de criterios de caridad que provienen de Jesús y no de criterios propios que la mayoría de las veces son meramente humanos, los cuales no se demeritan pero si debemos reconocer que son limitados y reducidos, sólo las enseñanzas de Jesucristo nos muestran la perfección del hombre en todas sus relaciones, especialmente con Dios y con el prójimo, de todos los dones el mayor es el amor, y de éste, la misericordia como una manifestación específica del amor. En un mundo que cuestiona el amor de Dios a cada uno de sus hijos, o incluso peor aún, reclama su ausencia porque solo se perciben guerras, injusticias, abusos y enfermedades, debemos mostrar cada uno de nosotros, los bautizados, por la unción que nos marca profundamente como “otros cristos”, el rostro de la misericordia del Padre en cada una de nuestras realidades: familia, trabajo, Iglesia, etc.; es decir, si el mundo no ve a la Santísima Trinidad es porque no hacemos visible el rostro misericordioso del Padre y del Hijo. Para comprender lo anterior, baste dar una breve lectura al evangelio de Mateo (25,34-40) que más adelante retomaremos en varios puntos: “Entonces dirá el Rey a los de su derecha: "Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a verme." Entonces los justos le responderán: "Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer; o sediento, y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos forastero, y te acogimos; o desnudo, y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel, y fuimos a verte?" Y el Rey les dirá: "En verdad os digo que cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis”. Ver a Jesús en el indigente hambriento, que debe alimentarse de desperdicios, entre la basura, mitigar la sed de Jesús cuando vemos al hermano laborando en medio del calor abrasador de nuestra ciudad, atender como a un hijo, al indocumentado alejado por miles de kilómetros de su hogar y sin dinero porque es Jesús que desea buscar trabajo en los Estados Unidos, apoyar en los gastos del material para el catecismo al catequista, que sabemos quiere dejar sus clases porque no tiene ingresos para poder continuar su apostolado (podemos dar o compartir nuestros bienes materiales en general) es obrar por y para Jesús: nuestro juicio será en el amor a Jesús, viendo y atendiendo su rostro, haciéndonos prójimos de todas las personas sin importar credo, raza, sexo o posición social. La misericordia es una forma de comportamiento cristiano que se funda en el amor, podemos por ello decir que es una virtud teologal y conlleva el cumplimiento de una bienaventuranza (Mt 5,7). Santo Tomás también la define como una virtud fruto de la caridad, aunque distinta de ella, que nos inclina a compadecernos de las miserias y desgracias del prójimo hasta llegar a considerarlas como propias, por el sufrimiento que ocasionan en el hermano y además en cuanto podemos reflejarnos a nosotros mismos en la misma situación1. En los evangelios la misericordia cristiana va tomando diferentes significados que se unen al referirla a una acción específica fruto del amor. Para los evangelistas Mateo y Marcos la visualizan como una superación de la Ley judía estricta, reducida a un mero cumplimiento de la pureza personal y de la nación. En Marcos es un afecto entrañable que brota del contacto más hondo vinculado a la intimidad de la persona, así como la piedad manifestada en la ayuda a los necesitados y fidelidad en el cumplimiento de la Alianza con Dios (Mc 6,34; 10,47-48). En el Evangelio de Mateo encontramos que se mantiene el significado de los textos de Marcos, además agrega una visión particular de la misericordia otorgándola a la salvación universal más allá de la religión judía (Mt 5,7; 8,17; 9,13; 11,28-29; 23,23; 25,31-46). Es san Lucas especialmente quien a través de las parábolas de la misericordia en el capítulo quince de su Evangelio, lleva a plenitud el mensaje de amor que implica esta virtud cristiana, una tendencia que puede ser reducida a lo material (dracma perdida), hacia la creación (oveja perdida) pero es elevado grado de amor hacia las personas (el padre misericordioso)2. En sus primeros tres siglos la Iglesia clarifica su pensamiento y la acción que debe hacia los pueblos, por ello comienza a estimar en gran medida la caridad como uno de sus quehaceres esenciales en conjunto con los Sacramentos y el anuncio de la Palabra, los tres íntimamente 1 2 Cfr. Pikaza, X., Palabras de Amor, DDB, 2007, p. 466 Cfr. Pikaza, X., Palabras de Amor, DDB, 2007, p. 458 relacionados y dependientes entre sí; la misericordia es así uno de los logros más importantes de la Iglesia para motivar a la conversión, más allá de la sola predicación, fue la forma de vivir y el ejemplo de la misericordia de los fieles en los grupos que se reunían que logran imponerse en el Imperio Romano3. Ese nivel de amor, de misericordia, es difícil encontrar su cimiento en el ser humano, el modelo perfecto para nosotros es el amor misericordioso que proviene de Dios. Es sencillo encontrar esa referencia cuando recorremos la Sagrada Escritura y nos encontramos con la infidelidad del hombre para continuar el plan de Dios, desde nuestros primeros padres hasta su culmen en la ruptura de la Alianza del Sinaí, posterior a la liberación de Egipto por Moisés; así, Dios en esas infidelidades humanas ha permanecido siempre fiel ofreciendo su amor a aquellos que se lo niegan; los profetas nos dan cuenta de las acciones divinas para rescate del pueblo y es en nuestro Señor Jesucristo que culmina la revelación del amor misericordioso del Padre mostrándonos el rostro de Dios-con-nosotros (Emmanuel). Debemos saber que nuestras acciones por sí solas no son garantía de nuestra salvación, sino deben ser sostenidas por la misericordia de Dios como esperanza de un futuro, garantía de ternura (perdón y compasión) y firmeza perdurable4. Las obras de amor al prójimo son la manifestación externa más perfecta de la gracia interior del Espíritu (…) en cuanto al obrar exterior, la misericordia es la mayor de todas las virtudes5 y es la vía que une a Dios y el hombre, porque abre el corazón a la esperanza de ser amados para siempre, no obstante el límite de nuestro pecado6. En nuestro tiempo, san Juan Pablo II en su encíclica Dives in misericordia, hizo mención sobre la oposición del mundo al Dios de la misericordia, buscando arrancarla del corazón del hombre al coronarlo como dueño de la tierra, dominándola mucho más que en el pasado7. El anuncio de la misericordia por todos los que formamos la Iglesia de Cristo, debe hacerse visible en el mundo, ser cercanos a los más vulnerables, a los alejados y marginados, a aquellos que se han extraviado del camino de la esperanza en Jesucristo pero están deseosos en su corazón de encontrar sentido a su vida, de dar y recibir el amor que sólo a través de la misericordia alcanza su plenitud y realiza la tarea del hombre llamado a ser testigo y presente a Cristo en las estructuras de nuestro mundo. 3 Cfr. Pikaza, X., Palabras de Amor, DDB, 2007, p. 462 Cfr. Pikaza, X., Palabras de Amor, DDB, 2007, pp. 456-458 5 Exhortación apostólica Evangelii gaudium, n. 37 6 Bula Misericordiae vultus, n. 2 7 Bula Misericordiae vultus, n. 11 4 En este tiempo de Adviento, con el inicio del Año Jubilar de la Misericordia, podemos unirnos a la intención del Papa Francisco para iniciar un itinerario de crecimiento espiritual a través de la practica de la virtud divina de la misericordia, que se manifieste en nuestro contacto diario con la familia, el grupo de la Iglesia, en nuestras comunidades, siempre dirigida nuestra mirada amorosa a los más pobres y necesitados de encontrarse con Dios a través de nosotros, poder hacer sentir en esta etapa de preparación donde recordamos el nacimiento de nuestro Señor Jesús esa presencia real de Dios-con-nosotros. Definición: Las obras de misericordia son acciones caritativas mediante las cuales socorremos a nuestro prójimo en sus necesidades corporales y espirituales8. Clasificación: Espirituales: o enseñar al que no saber, o dar buen consejo al que lo necesita, o corregir al que está en error, o perdonar las injurias, o consolar al triste, o sufrir con paciencia los defectos de los demás, o rogar a Dios por vivos y difuntos 8 Corporales: o dar de comer al hambriento, o dar de beber al sediento, o dar techo a quien no lo tiene, o vestir al desnudo, o visitar a los enfermos, o socorrer a los presos o y enterrar a los muertos Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2447 IV. Tema 1: Las obras de misericordia espirituales 1.1 Base bíblica: obras de misericordia espirituales: Gal 6, 1-2 Hermanos, aun cuando alguno incurra en alguna falta, ustedes, los espirituales, corregidle con espíritu de mansedumbre, y cuídate de ti mismo, pues también tú puedes ser tentado. Ayúdense mutuamente a llevar sus cargas y cumplir así la Ley de Cristo 1.2 ¿Cuáles son? 1.2.1 Enseñar al que no sabe Los que enseñaron a la multitud la justicia, como las estrellas, por toda la eternidad (Dn 12,3b) La nueva era digital nos ayuda a poseer una gran cantidad de información de manera inmediata sobre casi todos los temas, basta con hacer una búsqueda desde el teléfono celular o algún dispositivo que cuente con internet, no podemos excusarnos en no acceder a la información pero, ¿qué criterios debo seguir para aceptar o rechazar esa información que recibo? ¿qué información es verdadera? ¿cuáles son las fuentes apropiadas para recibir información? Responder a las preguntas anteriores no es sencillo. Nos encontramos en un tiempo que todo mundo puede opinar de cualquier tema sin poseer la calidad o el título oficial que le autorice hablar con verdad, objetividad y certeza, y esto no aplica sólo a los temas de Iglesia. Enseñar al que no sabe, va dirigido a liberar de las tinieblas de la ignorancia a todas las personas presentándoles a Jesucristo, la Verdad, no como un simple discurso filosófico y reglas de vida, sino un encuentro con Alguien que enseñó con sus palabras, pero sobre todo con sus obras. Así, nuestra primera enseñanza al que no sabe, es dada por el testimonio de vida y sustentada en la Palabra de Dios, buscando siempre el bien del hermano y su salvación por la justicia y la sabiduría divina, sabiendo que uno sólo es nuestro Maestro y debemos llegar a ser como él (Mt 10,24). Conocer la Sagrada Escritura, la Tradición y las enseñanzas del Magisterio de la Iglesia es necesario para poder adoctrinar al que no sabe; siempre nuestra asistencia a las diferentes escuelas, talleres, cursos, etc. de formación cristiana deben ir acompañadas de “predicar” aquello que adquirimos (Mt 28,20) teniendo claridad en verlo como gracia que proviene de Dios, por tanto, sin derecho a lucrar (Mt 10,8) o por mero deseo de fama personal (Hch 8,2022). 1.2.2 Dar buen consejo al que lo necesita Los doctos brillarán como el fulgor del firmamento (Dn 12,3a) La sabiduría popular nos llega por medio de refranes, son bien conocidos, por ejemplo: el que no oye consejos no llega a viejo… aconsejar implica la cercanía y sobre todo el amor al prójimo buscando guiar su camino por una senda iluminada para evitarle sufrimientos, un buen consejo busca el bien de la persona a través de una buena acción, los profetas son ejemplo de hombres que dan un buen consejo tratando de evitar los males al pueblo (Dn 4,24; Jr 23,22; Esd 10,3) reconociendo que la causa de todo buen consejo procede del Espíritu de Dios (Is 11,2; Tob 4,19), por tanto, posee valor mayor que los bienes materiales tan vacíos pero muy estimados por los hombres (Eclo 40,25). Un buen consejo es ofrecido y nunca debe ser impuesto, y mejor aun cuando es solicitado. 1.2.3 Corregir al que está en error Si tu hermano llega a pecar, vete y repréndele, a solas tú con él. Si te escucha, habrás ganado a tu hermano. Si no te escucha, toma todavía contigo uno o dos, para que todo asunto quede zanjado por la palabra de dos o tres testigos. Si les desoye a ellos, díselo a la comunidad. Y si hasta a la comunidad desoye, sea para ti como el gentil y el publicano (Mt 18,15-17) Sepa que el que convierte a un pecador de su camino desviado, salvará su alma de la muerte y cubrirá multitud de pecados (St 5,20) La corrección fraterna que nos enseña Jesucristo en Mt 18,15-17 es el camino para mantener la concordia, la paz y la confianza en una comunidad, casi siempre iniciamos ese camino de manera contraria: diciéndole a toda la comunidad el error del hermano y, algunas veces, sin ni siquiera advertírselo a él o sin que se encuentre presente, ocasionando tensiones, discusiones y relaciones insanas dentro de nuestras comunidades. Aunque es poco agradable para todos escuchar que nos corrijan de nuestros errores, aún cuando es de la manera adecuada que nos presentó Jesús, con el tiempo aceptamos nuestro error, es decir, nuestra conducta desviada que nos lleva al pecado y entonces llegamos incluso a agradecer a la persona por su acción amorosa de regresarnos al buen camino del Evangelio. Debemos tener en cuenta cuando realizamos esta obra de misericordia, de mantener nuestra intención recta, de buscar el bien del hermano, que sea una situación de fe y moral, contar con el conocimiento adecuado para que sea objetiva y no mera apreciación personal, su posibilidad de ser corregida y siempre centrar la atención en la acción y jamás en la persona. La forma en que expresamos nuestra corrección también es muy importante, necesitamos referirnos de manera puntual a un hecho concreto, evitando generalizar el comportamiento del prójimo adjudicando un “siempre” o “nunca”. 1.2.4 Perdonar las injurias Que si vosotros perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas (Mt 6,14-15). Solo la persona que se sabe perdonada puede otorgar el perdón. Al momento de leer o escuchar la palabra “injuria” en nuestro idioma podemos entenderlo como chisme, falsedad o mentira, es decir, andar privando de la buena fama a una persona; pero también aplica cuando se andan difundiendo “las verdades” de alguien a todo el mundo sin buscar la corrección fraterna discretamente como lo mencionamos en la obra anterior. Proponemos ahora que también consideremos para nuestra reflexión el significado en idioma inglés, “injury”, nos refiere a un daño físico, a una lesión física corporal, lo cual implica dolor, sufrimiento y, muchas veces, una marca que puede durar unos días o permanecer mucho tiempo hasta hacer una cicatriz que no pocas veces dura para siempre. Podemos pensar la mayoría de las veces que nuestros pequeños comentarios contra la buena fama de los demás son inocentes e inofensivos, pero podemos ir causando poco a poco esas pequeñas heridas y de tanto repetirlas no permitir que cicatricen; es ahí, cuando sólo el sabernos amados y perdonados por un Dios misericordioso que envió a su Hijo para perdonarnos, de donde surgirá mi capacidad para perdonar las injurias que recibo de los demás. En la resurrección de Cristo en su cuerpo glorificado se mantienen las “marcas” de la crucifixión” en manos y pies (Lc 24,40), es una manera de invitarnos a perdonar a los demás a pesar de que las marcas del daño que nos ha sido infringido persistan en nuestra persona. La principal invitación que debemos de recibir por medio de esta obra es evitar “pagar con la misma moneda” por medio de la venganza, las acciones de las que hemos sido víctimas, buscar que el amor triunfe en el trato con esa persona o personas que nos han hecho un daño específico “porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa vais a tener? ¿No hacen eso mismo también los publicanos (Mt 5,46)”. El mandato de Jesús para nosotros sus seguidores es claro: “Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan” (Mt 5,44) deteniendo con ello la ola de violencia que marcó al hombre desde la creación (Gn 4,8). 1.2.5 Consolar al triste Cuando se acercaba a la puerta de la ciudad, sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda, a la que acompañaba mucha gente de la ciudad. Al verla el Señor, tuvo compasión de ella, y le dijo: No llores (Lc 7,12-13) Alegría y tristeza son dos realidades que nos acompañan en toda nuestra vida, jamás debemos pensar que una u otra tengan relación, ya sea la tristeza como costo por estar alegres o la alegría como recompensa por una larga tristeza. Existe un gran abanico de posibilidades que motiven en nosotros el sentirnos tristes; recordemos el joven rico (Mt, 19,22; Mc, 10,22) que estaba lleno su corazón de los bienes materiales que poseía y no fue capaz de dejarlos para seguir a Jesús, el profeta Nehemías se declara triste ante el Rey porque su ciudad se encuentra destruida, posterior al exilio en Babilonia (Neh 2,3), Tobit, tras las afrentas que debe vivir en el exilio y los reclamos por vivir la Ley de Dios (3,1) siente tristeza en el alma. Un punto muy inusual en el Evangelio, es el consuelo que Jesús otorga en medio de su pasión, con la cruz a cuestas y camino al calvario, a las mujeres de Jerusalén que lloraban por él, ¿que acaso no nos resultará muy lógico llorar por aquél que está sufriendo más que recibir consuelo de él (Lc 23,28)? Es el camino verdadero de la compasión la invitación que nos hace Jesús, no es llorar desencarnados del otro, sino con el otro, no se puede consolar al triste conservando nuestra realidad, sino implica hacernos con el otro, unirnos al otro, padecer con el otro; jamás observándolo desde arriba y ajenos a él. Las mujeres lloran por el sufrimiento de Jesús, él las invita a llorar por la injusticia y el pecado del hombre; el poder consolar al triste implica reconocer la justicia de Dios y de los hombres, luchar por ella y vivir en ella. El triste no se consuela con discursos o consejos que expliquen su pena, la tristeza es un sentimiento, y como tal se asume y se busca actuar de una manera correcta ante lo que se siente. Para consolar lo más importante es buscar una “comunicación compasiva” similar a la que se implica en el encuentro con un enfermo, no es solamente sermonear sino implica entregarse y compadecer, sufrir, con lo que está viviendo el hermano. 1.2.6 Sufrir con paciencia los defectos de los demás Soportándoos unos a otros por amor, poniendo empeño en conservar la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz (Ef 4,2b-3) Buscar la perfección en Cristo es buscar la santidad, pero no hay modelos de santidad entre los hombres, el único modelo es Jesucristo, por tanto, hay tantos modos de santificarse como personas existen y han existido en todos los tiempos. A partir de esto podemos reflexionar sobre el tema de las acciones de los demás; tantas veces las personas nos pueden causar dolores de cabeza porque hace cosas que, en base a nuestros criterios, no deben realizarse y nos convertimos en jueces de los demás (Mt 7,1) causando tensiones en nuestras relaciones aún cuando todos buscamos la instauración del Reino de Dios en nuestra realidad. Estas discrepancias se pueden volver más fuertes cuando las acciones no siguen los criterios evangélicos. La paciencia es una virtud que proviene de Dios, una gracia que debe pedirse y ejercitarse, al saber soportar con amor los defectos, faltas o imperfecciones de los demás, damos testimonio de caridad y ejemplo de lo que Cristo ha hecho en nuestra vida. Algunas veces, esas faltas del hermano, llevadas con paciencia y buscando siempre el corregirle con amor y en privado, pueden llevar a la conversión y salvación de él, sin embargo, otras tantas veces no es posible lograr eso, con mucho respeto debemos entonces conservar una sana distancia con el hermano sin olvidar nunca el servicio y amor que le debemos aún en esa santa lejanía. 1.2.7 Rogar a Dios por vivos y difuntos (2M 12,46) Por eso mandó hacer este sacrificio expiatorio en favor de los muertos, para que quedaran liberados del pecado (2M 12,46) Jesús levantó los ojos a lo alto y dijo: ‘Padre, te doy gracias por haberme escuchado. Ya sabía yo que tú siempre me escuchas; pero lo he dicho por estos que me rodean, para que crean que tú me has enviado’. Dicho esto, gritó con fuerte voz: ‘¡Lázaro, sal fuera! (Jn 11, 4143) La oración es la fuerza del cristiano, es la fuente de alimentación de su relación con Dios, si queremos conocer a Jesús debemos mantenernos en oración; en Getsemaní Jesús invita a sus discípulos a orar para no caer en tentación (Lc 22, 40.46). La oración del cristiano puede ser tan sencilla como una jaculatoria o acción de gracias, o tan tierna y reconfortante como la del niño pequeño que ora en su cama a Dios, dando gracias por el día y pidiendo por papá y mamá; sin embargo, siempre es escuchada y atendida por Dios, en miras a aquello que conviene para nuestra salvación. La oración implica una relación también con los demás, el Papa Francisco a través de su método de oración “con los cinco dedos” nos ha recordado lo importante que es pedir por otros anteponiendo sus necesidades a las nuestras. Así también todos aquellos que han fallecido necesitan de nuestra oración, desconociendo su juicio particular, podemos pedir para que se encuentren cara a cara con Dios o, si ya intuimos que lo están, para que intercedan por nosotros. La comunión de los santos implica esa unión, de interceder desde nuestras realidades unos por otros reconociendo la misericordia de Dios y conscientes, como dice el apóstol, en que “hay más alegría en dar que en recibir” (Hch, 20,35), nos es sencillo poder “dar” lo de mayor valor que tenemos a los otros: la gracia de Dios para su persona. Dinámica de tema 1 Objetivo: El catequista reflexionará sobre las obras de misericordia espirituales, la motivación y conveniencia para su realización en la vida diaria. Material: Papel y pluma o lápiz. Descripción: Se formarán distintos equipos de trabajo de acuerdo a la cantidad de catequistas participantes, en el retiro se les pedirá que compartan y comenten las siguientes preguntas: 1. ¿De qué manera en la vida diaria o en su apostolado han puesto en práctica las obras de misericordia mencionadas? 2. ¿Cuál es mi motivación para practicar las obras de misericordia espirituales? 3. ¿Cuáles serán los principales motivos u obstáculos para no practicarlas? 4. ¿Qué sentido tiene en este tiempo de adviento el vivir la misericordia por medio de estas prácticas? 5. ¿De qué manera me comprometo personalmente, con Dios y con los que me rodean a vivir este próximo adviento la misericordia en los demás? Dar un tiempo de reflexión prudente (10-15 min o como considere el coordinador) por grupo, al terminar algún representante de cada uno de los grupos compartirá, de forma breve, lo que en el grupo se comentó en referencia a las preguntas. Receso V. Tema 2: Las obras de misericordia corporales 2.1 Base bíblica: Mt 25,35-36 Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a verme. 2.2 Las Obras de Misericordia Corporales. 2.2.1 y 2.2.2 Dar de comer al hambriento y dar de beber al sediento Tuve hambre y me diste de comer, tuve sed, y me distes de beber (Mt 25,35). Nuestro cuerpo para sobrevivir requiere de una fuente de energía, y así realiza todas sus actividades, esto lo obtenemos a través de los alimentos; el agua, es un elemento también básico, que si no consumimos, en cuestión de días podríamos morir. Todos sabemos que la alimentación y la hidratación son dos factores básicos para los seres vivos. Juan Bautista, en su predicación llamando a la conversión, es cuestionado por la gente para saber qué deben hacer para salvarse y abandonar el pecado. El Bautista respondió: “El que tenga dos túnicas, que las reparta con el que no tiene; el que tenga para comer, que haga lo mismo” (Lc 3,11). En la multiplicación de los panes, el mandato de Jesús a sus discípulos fue “denles ustedes de comer” (Mt 14,16), posterior a la conciencia clara de que ese “pan de cada día” nos llega por regalo de Dios tal como lo expresa en el Padre Nuestro (Mt 6,11). El encuentro con la samaritana, inicia con la petición expresa de Jesús hacia ella: “dame de beber” (Jn 4,7). La acción misericordiosa de dar de comer al hambriento y dar de beber al sediento, en su sentido literal, es brindar la oportunidad al necesitado para seguir manteniendo el don de la vida que proviene de Dios; en contraparte, negarle al hermano o ignorarlo en sus necesidades básicas equivale a contribuir a quitarle la vida. Recordando la oración del Padre Nuestro, podemos decir que no es dar de “nuestros bienes”, ya que las cosas son dadas por Dios, para hacerlo presente en nuestro tiempo y espacio, así como debemos saber dar a los demás, aquello que poseemos sin mérito alguno, sino por gracia de Dios. Compartir lo que tenemos reconociendo que nos viene de Dios, refleja el rostro de la misericordia y la seguridad que Él en su infinita providencia, jamás se apartará de nosotros. 2.2.3 Dar techo a quien no lo tiene Era forastero y me acogiste (Mt 25,35) No olviden la hospitalidad; gracias a ella, algunos, sin saberlo, hospedaron a ángeles (Hb 13,2). “Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del Hombre no tiene en donde reclinar la cabeza” (Lc 8,20). Jesús es bien recibido en algunos de los pueblos a los que visita, sin embargo, sabemos que en otros no es admitido; igual que el Rey David y el profeta Elías deben vagar por un tiempo, sin poder refugiarse en un lugar seguro, en el cual no fueran presa de los ladrones y saqueadores. El pueblo de Israel conoce bien en su historia la orfandad, que produce el ser un “sin techo” durante el tiempo de su paso por el desierto, y sólo se puede concebir como nación a partir de la seguridad que les proporciona poseer una tierra, como cumplimiento de las promesas de Dios. Nosotros los cristianos en nuestra historia de Iglesia, vivimos también en los primeros siglos de nuestra era la sensación de no tener dónde reposar la cabeza, así como lo experimentó nuestro Salvador y Redentor, fuimos y aún somos, perseguidos y, por tanto, siempre preparados para dejar nuestros hogares. Pude causar poco problema ejercer esta obra con nuestros familiares y amigos, y sobre todo si es por un tiempo breve; lo importante es reconocernos como “extranjeros”, ciudadanos de otro mundo, para poder motivar nuestra alegría al ayudar a los otros, que como yo que están lejos de su familia, de su hogar y acogerlos compartiendo el techo, que a nosotros como migrantes, nos ha sido también otorgado. 2.2.4 Vestir al desnudo Estaba desnudo y me vestiste (Mt 25,36). Muchas veces que han tocado la puerta de nuestro hogar, nos hemos topado con personas que urgen nuestra ayuda para entregar un poco de comida y cuando respondemos a esto puede llamar la atención que lo siguiente que nos puede pedir el hermano que necesita de nuestra ayuda es algo de ropa que ya no nos sirva. Este es el ejemplo de la necesidad que tenemos de andar vestidos, primero que nada es el alimento el que nos ayuda a subsistir internamente, pero las inclemencias del exterior, frío, lluvia, calor, sólo podemos buscar reducirlos con ropa adecuada. Es sencillo regalar aquellas prendas que ya no “nos sirven” por estar en malas condiciones, eso llena las bodegas de las parroquias de ropa que debe seleccionarse y mucha de ella es descartada por resultar inservible; se debe entregar de corazón aquello que aún sea útil para otro y que nos obligue a no “almacenar”, ya que dicha acción muchas veces nos puede encaminar a la ambición. 2.2.5 Visitar a los enfermos Enfermo y me visitaste (Mt 25,36) ¿Quién ha estado libre de enfermedad? ¿Quién puede garantizar que nunca en su vida estará postrado por la enfermedad? La enfermedad es una realidad humana que nos acompaña en toda nuestra existencia terrena, no es castigo de Dios, es una realidad que es consecuencia muchas veces de nuestras acciones o las de otros. Además, de por sí el paso de los años en nuestra vida, va dejando sus huellas y nos va creando dependencia de otros tarde que temprano. Nuestros abuelos, padres o familiares son los primeros a los que debemos facilitar nuestros servicios en los momentos que sufren la enfermedad, además de aquellos prójimos que olvidamos del grupo parroquial, de nuestro trabajo y de las amistades junto con los apostolados que podemos desarrollar en la pastoral de la salud o en tantas casas de atención a enfermos que existen en nuestra comunidad. Si ponemos atención al texto de las palabras de nuestro Señor Jesucristo, también exalta la “simple” presencia y compañía que podemos brindar al enfermo. Entonces, al visitar un enfermo podemos ayudar a limpiar su habitación, lavar su ropa y llevarle un poco de comida pero sin olvidar que lo que más puede requerir después de esas necesidades primarias, es hacerlo sentir acompañado, amado, bendecido y único; recordarle que es persona, hijo de Dios hecho a su imagen y semejanza. En la Biblia, se dan muchos testimonios de los milagros hechos por Jesús al sanar enfermos, ya en los primeros capítulos del evangelio de Mateo se hace una mención general de su poder para curar (Mt 4,23-24), que es seguida por el gran discurso de vida para todos los cristianos (Mt 5,1-7,28), que es coronado por tres curaciones milagrosas muy particulares: el leproso que pide su salud (Mt 8,2); el criado del centurión cuyo amo intercede por él para curarlo (Mt 8,6) y la acción por decisión de Jesús sin petición de nadie de aliviar a la suegra de Pedro (Mt 8,14). El cristiano realiza esta obra de misericordia por petición del enfermo, de sus allegados o simplemente por su deber de amor al prójimo, en quien reconoce la presencia real de Jesús. 2.2.6 Socorrer a los presos En la cárcel y acudiste a mí (Mt 25,36) Acuérdense de los presos, como si estuvieran presos con ellos (Hb 13,3). El preso más famoso injustamente aprendido, sentenciado y eliminado por la muerte es nuestro Salvador Jesucristo, así lo presentan los evangelios, también sus discípulos sufrieron la persecución judicial: el diácono Esteban, san Pablo y los Doce; algunas de las famosas cartas de san Pablo fueron escritas desde la prisión. Independientemente de la presunta inocencia o culpabilidad, la atención a nuestros hermanos privados de su libertad debe darse como testimonio de amor a la persona, infundir y mantener la esperanza de que todos debemos perdonar nuestras faltas, porque nos reconocemos que fuimos perdonados por aquél que nos amó hasta el extremo. A raíz de la pasada inestabilidad social en nuestra ciudad, la atención a los presos en la pastoral penitenciaria, es un apostolado que ha ido creciendo en sus exigencias, para la atención espiritual y material de estos hermanos; uno de los mayores testimonios de perdón que podemos ofrecer, es dar amor y ayuda material a aquellos hijos que estaban perdidos y han sido encontrados (cfr. Lc 15,24). 2.2.7 Enterrar a los muertos Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús, aunque en secreto por miedo a los judíos, pidió a Pilato autorización para retirar el cuerpo de Jesús. Pilato se lo concedió. Fueron, pues, y retiraron su cuerpo. Fue también Nicodemo - aquel que anteriormente había ido a verle de noche - con una mezcla de mirra y áloe de unas cien libras. Tomaron el cuerpo de Jesús y lo envolvieron en vendas con los aromas, conforme a la costumbre judía de sepultar. En el lugar donde había sido crucificado había un huerto, y en el huerto un sepulcro nuevo, en el que nadie todavía había sido depositado. Allí, pues, porque era el día de la preparación de los judíos y el sepulcro estaba cerca, pusieron a Jesús (Jn 19, 38-42). Puede sonar un tanto distante esta obra ya que en la práctica es algo que asumimos como normal: realizar el entierro del cuerpo de una persona difunta. Tal vez debemos dirigir en esta obra nuestra mirada a los sucesos anteriores al sepelio, es decir, a la disposición que tenemos al cooperar en los gastos de muchas familias que no cuentan con los recursos necesarios para dar una despedida digna a un ser querido. Es bueno recordar, que la Virgen María no contaba con los medios económicos, para la sepultura de nuestro Señor Jesús, debió contar con la ayuda de José de Arimatea y Nicodemo (cfr. Jn 19,38-42). Además, estos santos varones debieron “rescatar” el cuerpo de Jesús, posterior a la crucifixión (cfr. Jn 19,38), ello nos invita a apoyar a los hermanos que se encuentran privados de su libertad, ya sea por la autoridad o por el crimen, para poder “rescatarlos” de la condición en que se encuentran y puedan vencer esa “condición mortal” y reanimar su vida en la comunidad eclesial. Dinámica de tema 2. Material: Un pesebre arreglado sin misterio, rollitos que contengan por escrito las obras de misericordia espirituales y corporales, música para ambientación. Descripción: Para realizarse esta dinámica, debe considerarse que desde el inicio del retiro (para la ambientación del lugar), en algún lugar visible, se preparó un pesebre vacío (puede fabricarse con anticipación si lo desean). Colocar dentro del pesebre cada una de las obras de misericordia tanto espirituales como corporales, escritas en papel; hacer “rollitos” sujetados con un hilo o estambre o listón. Debe cuidarse el hacer suficientes rollitos, para cada uno de los catequistas, no importa que se repitan. Se recomienda poner como música de fondo, algún canto alusivo al adviento (ej. Ven Señor no tardes, Alegría de esperar, etc.), para ambientar el momento, sólo cuídese que el canto sea armonioso y que la música no acapare el momento. Para iniciar esta dinámica, se pedirá a los catequistas ponerse de pie y alrededor de pesebre. Se les dará una motivación en torno a lo que se ha reflexionado durante los dos temas. Después, se pedirá a cada catequista, que tomen un rollito sin abrirlo, hasta que todos pasen. Al terminar, se invita a ver qué es lo que dice el rollito, después de que lo hayan abierto, vendrá el momento de compromiso, en el que se les invitará a realizar, para este tiempo próximo de adviento esa obra de misericordia, y se les exhortará a preparase mejor a la llegada de Cristo, por medio de esta obra. Es muy importante dejar en claro, que eso no excluye realizar las demás obras. VI. Cierre general de retiro: ¿Cómo vivir el Año Santo de la Misericordia? Proponemos algunos puntos extraídos, a manera de decálogo, de la bula del Papa Francisco Misericordiae vultus que pueden ser una breve guía para involucrarte rápidamente a este Jubileo extraordinario. 1. Meditar la Palabra de Dios 2. Peregrinar: caminar en nuestra existencia no juzgando, ni condenado, sino perdonado y donándonos sin condiciones 3. Abrir nuestro corazón a los hermanos que viven en las periferias existenciales, encontrarnos con las miserias del mundo. 4. Reflexión y acción de las obras de misericordia corporales y espirituales. 5. Llevar una palabra y un gesto de consolación a los pobres, anunciar la liberación a cuantos están prisioneros de las nuevas esclavitudes de la sociedad moderna, restituir la vista a quien no puede ver más porque se ha replegado sobre sí mismo, y volver a dar dignidad a cuantos han sido privados de ella. 6. Experimentar en profundidad el sacramento de la Reconciliación: vivir la indulgencia para ser indulgente. 7. Vivir en conversión. 8. Comprender y vivir la justicia como abandono confiado a la voluntad de Dios amoroso dando disposición a otorgar la misericordia y el perdón. 9. Unir mi debilidad a la santidad de los beatos y santos: buscar la comunión de los santos especialmente en la Eucaristía y la oración. 10. Diálogo con otras religiones y tradiciones religiosas. VII. Lectio Divina Objetivo: Finalizar nuestro retiro con una Lectio divina que engloba todos los temas del retiro e iluminados por un encuentro con la Palabra de Dios en la dimensión celebrativa (festejar) incentivando en las personas fructificar en este tiempo de gracia. Desarrollo: 1. Lectura: Leer con atención Mt 5, 1-12; “El sermón de la montaña” Según San Mateo: Al ver tanta gente, Jesús subió a la montaña, se sentó, y se le acercaron sus discípulos. Entonces comenzó a enseñarles con estas palabras: Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Dichosos los afligidos, porque Dios los consolará. Dichosos los humildes, porque ellos heredaran la tierra. Dichosos los que tienen hambre y sed de hacer la voluntad de Dios, porque Dios los saciará. Dichosos los misericordiosos, porque Dios tendrá misericordia de ellos. Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Dichosos los que construyen la paz, porque Dios los llamará sus hijos. Dichosos los perseguidos por hacer la voluntad de Dios, porque de ellos es el reino de los Cielos. Dichosos serán ustedes, cuando los injurien y los persigan, y digan contra ustedes toda clase calumnias por causa mía. Alégrense y regocíjense, porque será grande su recompensa en los cielos, pues así persiguieron a los profetas que vivieron antes que ustedes. Vuelve a Leer el texto de Mt 5, 1-12; “El sermón de la montaña”, en esta ocasión disfrutando cada palabra del evangelio de forma calmada. Re-lee, en esta ocasión tomando una palabra o la frase que más que más te llama la atención o que más se adapta a tus necesidades o situación que estás viviendo. 2. Meditación. Contesta las siguientes Preguntas: 1. ¿Para quién es esta invitación de Jesús por parte del evangelio de Mateo? 2. ¿A que me invita Dios en este próximo tiempo de adviento? 3. ¿Experimento la alegría y la misericordia de Dios en las bienaventuranzas? “Dichosos los misericordiosos, porque encontrarán misericordia” Es en la palabra de Jesús donde escuchemos que ha señalado la misericordia como ideal de vida y como criterio de credibilidad de nuestra fe. “Dichosos los misericordiosos, porque encontrarán misericordia” (Mt 5,7), es la bienaventuranza en la que hay que inspirarse durante este Año Santo. Como se puede notar, la misericordia en la Sagrada Escritura es la palabra clave para indicar el actuar de Dios hacia nosotros. Él no se limita a afirmar su amor, sino que lo hace visible y tangible. El amor, después de todo, nunca podrá ser una palabra abstracta. Por su misma naturaleza, es vida concreta: intenciones, actitudes, comportamientos que se verifican en el vivir cotidiano. La misericordia de Dios es su responsabilidad por nosotros. Él se siente responsable, es decir, desea nuestro bien y quiere vernos felices, colmados de alegría y serenos. Es en esta misma amplitud de onda que se debe orientar el amor misericordioso de los cristianos. Como ama el Padre, así aman los hijos. Como Él es misericordioso, así estamos nosotros llamados a ser misericordiosos los unos con los otros9. 3. Oración. Teniendo en claro que lo que Dios nos pide, se invita a realizar un momento de oración en silencio de forma personal (apróx. 5 min.), se puede poner algún canto que inspire a este momento y al terminar la oración personal se propone realizar la siguiente oración: 9 Bula Misericordiae vultus, n. 9 Señor tu que eres Misericordia infinita y que los tesoros de Tú compasión no tienen límites, míranos con favor y aumenta Tú Misericordia dentro de nosotros, para que en nuestras grandes ansiedades no desesperemos, sino que siempre, con gran confianza, nos conformemos con Tu Santa Voluntad, por Jesucristo nuestro Señor. Amén. 4. Contemplación – Compromiso Motivar a los catequistas a sentirse parte de las bienaventuranzas y en estas buscar experimentar no solo el rostro misericordioso de Dios, sino el amor de Dios que no tiene límites y que rompe las murallas del odio y la tristeza, y que llama a compartir el anuncio del nacimiento del redentor. Releer y reflexionar sobre el compromiso (rollito) de la Dinámica 2, dando espacio para profundizar o modificar en tanto que sea alcanzable en su vida diaria y camino hacia una bienaventuranza específica.
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