Apunte N° 1 Mitos. Estereotipos. Teoría del Desapego “Vejez debería arder cuando cae el día.” Dylan Thomas Estamos ante un acontecimiento inédito, nunca hubo tantas personas mayores en la historia de la humanidad, la Asamblea Mundial del Envejecimiento en 1982 estableció que las sociedades que tienen una población mayor de 60 años en un porcentaje que supere al 7% son Sociedades Envejecidas, en nuestro país el censo del ’91 dio la cifra de 13,19% y según el último censo podríamos decir que ésta ha crecido considerablemente. A su vez, demógrafos convocados por el International Herald Tribune en New York señalaron que “para 2050, por primera vez en la historia humana, habrá más personas mayores de 60 años que menores de 15”, esto se visualiza como la amenaza de este siglo, el envejecimiento del planeta, ahora la pregunta es, ¿es esto realmente una amenaza o lo es el hecho de no integrarlas? Los avances científicos nos posibilitan vivir más, esto no significa que se viva mejor, este es otro tema que remite a otro tipo de análisis, lo cierto es que objetivamente se vive más, los científicos calculan que el hombre en buenas condiciones tiene un techo de vida de 120 años. En la época de Cristo la media era de 30 años, a principios de siglo casi con 2.000 años de historia la media subió a los 50 años y ahora estamos arriba de los 70. Las mujeres tienen mayor expectativa de vida que los hombres, viven 7 años más. (Ver Texto complementario N° 1) Con relación a este crecimiento los organismos internacionales encargados de la salud: Organización Mundial de la Salud (OMS), Organización Panamericana de la Salud (OPS) emprendieron en las últimas décadas campañas a favor de la Promoción y Prevención de la Salud para reducir los riesgos de las patologías y estimular el autocuidado para la obtención de mejores condiciones de vida. Debido a esto, la promoción de estos objetivos en los Adultos Mayores nos marca la necesidad de tener en cuenta los fenómenos que acarrea una sociedad que envejece, la mayor esperanza de vida y fundamentalmente, de qué manera comprender el impacto que estos cambios demográficos tienen en los propios Adultos Mayores. En tal sentido, la Organización de las Naciones Unidas ha planteado a los 126 países participantes en la Conferencia Mundial sobre el Envejecimiento, celebrada en 1982 una serie de recomendaciones entre las que se tratarían de promocionar los siguientes aspectos: - Potenciar un retorno a lo que ocurría en sociedades primitivas, en las que las personas de edad ocupaban una posición basada en el respeto, la consideración y la autoridad (30). Para lo cual habrán de eliminarse los estereotipos sociales que afectan a la dignidad del anciano (50), reinstaurando su reconocimiento y su valor. - Promover la participación de las personas de edad en la vida económica y social. Esto habrá de conseguirse mediante dos tipos de actuaciones; de un lado, asegurando que los viejos trabajadores puedan continuar trabajando –sí así lo desean- en condiciones satisfactorias de seguridad y empleo (37); de otro, graduando la transición de la actividad laboral al retiro (40) y, por último, promoviendo actividades voluntarias a través de las cuales las personas mayores que así lo deseen, puedan sentirse útiles a sí mismos y a la colectividad (40). - Potenciar una vida independiente, insertos en la propia comunidad (9), poniendo los medios para que se mantenga el pleno funcionamiento físico y psíquico, mediante las necesarias actuaciones comunitarias a través de las cuales se optimicen las capacidades de las personas mayores (11). - Prevenir la enfermedad así como los déficits comportamentales (11 y 14) para lo cual deberán plantearse programas tanto de entrenamiento en las habilidades de resolución de situaciones conflictivas como de información comprensiva respecto de las formas de combatir las situaciones de “estrés” (54 a 59). - Actuar en los trastornos físicos y psíquicos, aliviando el dolor y mejorando el confort y la dignidad, cuando ésta se vea afectada. Velar por el bienestar físico, mental, social, espiritual y ambiental del anciano (1-2). - Aunque debe potenciarse que los sujetos de edad vivan en la propia comunidad, los Estados deben velar por conseguir alojamientos en los que se cuide especialmente a las personas mayores que así lo requieran, los cuales deberán ser diseñados siguiendo una serie de pautas que hagan agradable y posible la vida de sus ocupantes, sin que con ello se fomente la dependencia, sino promoviendo el control del medio por parte de los habitantes ancianos (19 a 24). - Por último, entre las recomendaciones que reseñamos, cabe destacar que cualquier acción que comporte una modificación de la política de asistencia social, psíquica o sanitaria, debe llevar consigo los instrumentos que hagan posible su valoración, entre los cuales habrá de hacerse especial énfasis en las repercusiones sobre el bienestar percibido por los sujetos ancianos a los que se dirijan tales intervenciones. Más allá de todas las recomendaciones, los tratados, los protocolos, lo que nos interpela es ¿qué es ser viejo hoy? ¿Cuáles son los devenires de esta ancianidad? Podríamos sostener esta dispersión interrogativa. Señala Eisdorfer (1983), “el viejo no es ni más ni menos que una víctima, no sabemos si de la vida, de la ciencia o de la sociedad”. La ciencia ha prolongado la vida, pero ¿cómo vive el adulto mayor la vida que vive? “De todas las realidades, la vejez es quizás aquella de la que conservamos durante más tiempo en la vida una noción puramente abstracta.” (Marcel Proust) Prejuicios La cultura mediatiza la conducta humana, en cada sociedad existen ideas, teorías, creencias con respecto a la vejez que poseen tal fuerza que modelan el imaginario colectivo, aunque la mayoría de éstas son infundadas y negativas, existe una tendencia a adoptarlas como verdaderas, estas modalidades de pensar, de sentir, de hacer estigmatizan a los adultos mayores y los marginan de la sociedad, las mismas se van incorporando, naturalizando (al no someterlas a ningún tipo de lectura crítica), con el lamentable resultado de generar actitudes negativas y discriminatorias frente al proceso de envejecimiento. Juventud no podría vivir junto a Vejez una reboza gozo, la otra inquietud; mañana estival una, deslumbrante de júbilo, la otra invierno desnudo, recubierto de escarcha. Juventud tiene ardor, Vejez no tiene aliento, la una es ligereza, la otra lentitud; una es fuerte y caliente, la otra débil y helada, una es puro entusiasmo, la otra sólo torpeza. Vejez, yo te aborrezco y adoro a Juventud. W. Shakespeare, “El peregrino apasionado”, siglo XVI. Algunos ejemplos de prejuicios que producen subjetividad en el desencuentro intersubjetivo. - El viejo no puede aportar nada útil - Sus conocimientos acumulados ya están caducos - No debe enterarse de cosas negativas porque lo afectan - Son todos enfermos o discapacitados - Ya está viejo para trabajar, que descanse - Pasan mucho tiempo en cama a causa de enfermedades - Se aíslan - Padecen anhedonia o falta de interés por lo que los rodea - Si lloran son lábiles - No pueden decidir por sí mismos - Son como niños - Tienen muchos accidentes en el hogar - Viven la mayoría institucionalizados - Son asexuados - Repiten siempre las mismas historias - No tienen facilidad para los cambios - Con la menopausia se termina la vida sexual de la mujer - Las mujeres de más de 70 años no llegan al orgasmo - Los ancianos cometen más delitos sexuales que los demás - La repetición de recuerdos muestra regresión patológica - Ya no pueden enamorarse. -Perdemos la memoria a medida que envejecemos. Existe un amplio consenso en que son múltiples los factores que interactúan en esta etapa, ambientales, sociales, biológicos y psicológicos, pero se atribuye al factor sociogénico o social una importancia relevante, ya que es éste el que sitúa al adulto mayor en un lugar de suspensión de la lógica deseante, la mirada o no mirada de los otros, esa ausencia de espacio asignado, ese no lugar, condición fundamental para convertirlos en víctimas, para estar a merced de los acontecimientos. ¿Serán los prejuicios el gran maltrato social? Entendemos por prejuicio a un juicio antes de tiempo sin tener un conocimiento completo del objeto al que nos referimos. Realizamos entonces un juicio previo, que está teñido de un sentimiento favorable o desfavorable. En realidad son “identificaciones primitivas con las conductas de personas significativas del entorno familiar, no forman un pensamiento racional adecuado, sino que responden con una respuesta emocional directa ante un estímulo determinado” (L. Salvarezza) Con relación a los prejuicios extractamos parte de un relato de un cuento de los hermanos Grimm, citado por Simone de Beauvoir: “Un campesino hace comer a su padre separado de la familia, en una pequeña escudilla de madera, sorprende luego a su hijo juntando maderitas: -Qué estás haciendo -Es para cuando tú seas viejo, responde el niño. Inmediatamente, el abuelo recobra su sitio en la mesa familiar”. Wordsworth decía que “el niño es el padre del hombre”. Y con ello aludía a una concepción muy extendida en el romanticismo, luego heredada por el psicoanálisis, según la cual los sucesos de la niñez, aun siendo olvidados y de alguna manera irrecuperables, eran los más significativos y determinantes. Ahora ¿se perjudican sólo los viejos? podríamos decir que también los jóvenes, y las personas que rondan la mediana edad, negar la vejez, el paso del tiempo, puede ser una defensa pero que sólo nos servirá para determinado momento. “La única oportunidad en la cual esta conducta defensiva fracasa por completo es cuando entrevistamos a un viejo, porque ya no podemos separar las cosas: si tenemos el tiempo suficiente todos llegaremos a eso, no hay escapatoria. Un viejo frente a nosotros es como una especie de ‘espejo del tiempo’ y como todos sabemos el destino que la sociedad impone a la vejez –desconsideración, rechazo, aislamiento, explotación y depósito en sórdidos lugares a la espera de la muerte-, nos provoca angustia frente a este futuro posible y nos impulsa a escaparnos de ella. En otras palabras, elegimos no atenderlos” (L. Salvarezza). Por su parte, Butler (1973) enfatiza que existe una propensión humana de hostilidad hacia los discapacitados con los cuales son identificados los viejos. “El temor es la base de la hostilidad y la ignorancia lo prolonga. El temor de que esto pueda pasarme a mí, por lo tanto o debo escaparme o debo luchar activamente en contra”. Aceptar el paso del tiempo, poder llegar a ser el eslabón dentro de la cadena generacional pareciera ser la tarea fundamental, pero la subjetividad está atravesada por esta tremenda negación, de la que da cuenta el historiador Philippe Ariés “la sociedad actual está fundada en tres negaciones: la negación del viejo, el rechazo del niño y la negación de la muerte”. “En esta generación del siglo XIX encontramos rasgos de la sociedad que la ha precedido durante mucho tiempo, y en particular esa idea de que es preciso detenerse en un momento determinado cuando se llega a un período que se denomina vejez, es decir, cuando uno es definido como viejo. En ese momento quedaba perfectamente aclarado que se cambiaba de estado para dedicarse a una actividad diferente, a un género de vida distinto, e incluso, y esto es algo que me ha llamado mucho la atención, el viejo pasaba a asumir costumbres diferentes. Había costumbres de viejos, algo que era una realidad sobre todo para las mujeres. Cuando yo era niño mis abuelos, y sobre todo las mujeres, eran como personas sin edad: no se podía saber quiénes de esas viejas damas eran las más jóvenes o las de mayor edad, porque todas ellas tenían los mismos achaques, pero sobre todo porque todas iban vestidas del mismo modo. Los vestidos se compraban en los almacenes especializados de París. La Belle Jardinière era particularmente conocida por su sección de trabajo para señoras viejas. Las señoras se vestían de negro siguiendo una moda muy particular que había quedado un poco anticuada. Lucían joyas especiales, concretamente de azabache, y llevaban estos vestidos hasta que se morían, incluso aunque algunas de ellas gozasen de una cierta lozanía y siguiesen estando bastante activas. Se puede decir se situaba para las mujeres según los casos entre los cuarenta y los cincuenta años, y para los hombres entre los cincuenta y los sesenta. Por supuesto, la mayor parte de las mujeres de esta generación y de estas capas sociales no eran asalariados en el sentido que lo entendemos hoy, no tenían jubilación, y muchos carecían de profesión”. (Philippe Aries). Cuando volcamos la mirada hacia el tránsito misterioso de la vejez (Yo soy la morada de mi futura vejez. Buda), no deja de inquietarnos que esta etapa de la vida adquiera en la actualidad una especie de protagonismo invertido: por exclusión. ¿Cuáles son las razones para que esto ocurra? Lo simple no existe manifestaba Bachelard, sólo existen las simplificaciones, con esto queremos decir, que hay múltiples formas de envejecer, Ajuriaguerra dice “se envejece de acuerdo a cómo se ha vivido”, pero insistimos en que los prejuicios se destinan a grupos humanos, podrían señalarse razones económicas (lucha por el lugar de trabajo), ideológicas (los adultos mayores son más rígidos, más conservadores), físicas (enlentecimiento de todos los procesos, disfunciones sensoriales, etc), humanitarias (el viejo necesita un “descanso”), psicológicas (declive de las funciones sensoriales), todo este conglomerado como se verá es el productor de esta resultante. Si como se ha dicho, el sujeto postmoderno se corresponde con un modelo de sujeto cóncavo, dominado por una pasiva perplejidad a causa de sentirse fraguado de elementos caducos para afrontar un mundo en mutación que le sobrepasa, y por eso mismo, más vegetativo que actuante, parecería que es el viejo quien mejor encarna ese encorvado modelo. Se trataría, una vez más, de un protagonismo paradójico por exclusión: por ser quien de un modo más gráfico y palpable -Mi rostro como pastel de bodas arruinado de pronto por la lluvia, decía de sí mismo el viejo Auden- representa ese estigma del envejecimiento colectivo -pastel de bodas de la modernidad arruinado..., y por la lluvia que compone, sin síntesis -ecológica ducha de clases- lo actual diferido y lo global fragmentario...; por ser el viejo quien mejor anatomiza ese sentimiento de demolición respecto a su atomización generalizada. Tal vez podríamos hipotetizar que el adulto mayor ha dejado de ser un medio de producción efectivo, ha cumplido ya en la cadena social y económica y encarna la imagen de un futuro indeseable y rechazado. No deja de parecer extraño, ya que en toda etapa de la vida el sujeto ansía vincularse pero esas relaciones han devenido en esta hora, en asistencia o abandono, en necesidad básica a satisfacer, una especie de bebé viejo que en todo tiempo y lugar demanda y obtiene las palmadas en la espalda de la ciencia; y esto ya comienza a generarse después de la jubilación, como eventos críticos de esta etapa, se han recalcado como sobresalientes; la pérdida de seres queridos y la jubilación, la que los españoles no por nada la llaman garrote, si pensamos, en todas las asociaciones que puede traernos esta palabra, la edad es un garrote. Aquí debemos citar otro concepto que también implica discriminación y es llamado Edadismo, el incluir en una categoría y juzgar a las personas sólo en función de su edad cronológica, se parece en muchos aspectos al racismo, y al igual que esos perfiles “es una manera de encasillar a las personas y no permitirles ser individuos con un modo propio de vivir sus vidas” (Butler y cols. 1991). Para Butler fue llamativo este sentimiento generalizado hacia los viejos, el utilizó el término ageism, fue Salvarezza quien artesanalmente hizo una traducción y se permitió llamar a este prejuicio como Viejismo, con él define al conjunto de estereotipos, prejuicios y discriminaciones que se aplican a los viejos simplemente en función de su edad. En esa dialéctica identificatoria ante la mirada del otro que discrimina, rechaza, que genera mecanismos defensivos de aislamiento, será necesario reforzar a ese Yo sumido en la indefensión y en la extrema vulnerabilidad. “El sujeto es sano en la medida en que aprehende al objeto y lo transforma, es decir que hace ese aprendizaje operativo, se modifica también a sí mismo entrando en un interjuego dialéctico con el mundo” y también en la concepción de sujeto de Pichon Riviere, “al hombre configurándose en una actividad transformadora, en una relación mutuamente modificante con el mundo, relación que tiene su motor en la necesidad”. Y es precisamente en esa búsqueda donde se expresa la salud mental como un proceso en el que se realiza un aprendizaje de la realidad a través del enfrentamiento, manejo y la solución integradora de los conflictos. En tanto se cumple este itinerario, la red de comunicaciones es constantemente reajustada, y sólo así es posible elaborar un pensamiento capaz de diálogo con el otro y enfrentar un cambio. El advenimiento de esta nueva clase social “pasiva” pone sobre el tapete la ruptura del pacto social, de aquellos principios organizadores que resaltaban la importancia de la solidaridad, esta carencia es la que le niega al adulto mayor su condición humana. Es importante resaltar que como grupo etario tienen mayores dificultades de adecuación no sólo por razones psicológicas sino específicamente por la ausencia de un “mundo real” para ellos, ello conlleva una elaboración a nivel social de la trascendencia que cobran las redes salutogénicas, para potenciar los instrumentos que supo tener en otras etapas de su vida en el manejo de situaciones conflictivas. Otras definiciones Gerontofobia, se refiere a una conducta de temor u odio irracional hacia los viejos, de manera que es menos abarcativa y debe ser incluida dentro del Viejismo, no podría ser utilizada como sinónimo de éste ya que es una patología. “Tocadme, las arrugas no son contagiosas”, Maggie Kuhn (líder de un grupo de activistas, los Gray Panthers. Estereotipos, un estereotipo es una creencia rígida y generalizada sobre determinados grupos de personas, que permite considerar a todos los miembros de un grupo como portadores del mismo conjunto de características. Ej: todos los viejos son iguales. Discriminación: implica una disfunción social que daña la dignidad, los derechos y las libertades fundamentales de las personas, las causas de la misma podrían estar relacionadas con respecto a los adultos mayores con un modelo de sociedad que exalta la juventud, el consumismo y la productividad. Quizás lo que no se tenga en cuenta en esta cultura del olvido -Zygmunt Bauman dice la cultura de la sociedad de consumo no es de aprendizaje sino principalmente de olvido- es que la vejez es el único tramo de la vida que exhibe experiencia adquirida, de ahí la importancia de considerar a esta franja etaria como recurso cultural. (http://www.pagina12.com.ar/diario/dialogos/21-232810-2013-1104.html. “Nuestras referencias sobre la vejez siguen atrasando”) La ausencia de calor y de contactos táctiles en los geriátricos de ancianos hace nacer entre los residentes un profundo sentimiento de soledad que Donna Swanson (1978) expresa en este poema: Dios mio, qué viejas son mis manos. Jamás lo diré nunca en voz alta, pero lo son. Y tan orgullosa que antes me sentía de ellas. Eran suaves como el terciopelo de un melocotón maduro. Ahora su suavidad se parece más a la de las sábanas raídas o a la de las hojas secas. ¿Cuándo se tornaron garras nudosas y contraídas aquellas manos graciosas y pequeñas? ¿Cuándo, Dios mío? Se hallan extendidas sobre mis rodillas como separadas de este cuerpo gastado que tan bien me sirvió. ¿Cuánto tiempo hace que alguien me acarició? ¿Veinte años? ¿Veinte años? Soy viuda desde hace veinte años. Respetada. Una persona a quien se sonríe. Pero nunca tocada. Jamás junto a alguien, para que se esfume la soledad. Recuerdo, Dios mío, cómo me tenía mi madre junto a ella. Cuando había sido herida en mi cuerpo o en mi alma, me tomaba contra sí y acariciaba con sus cálidas manos mi espalda y mis sedosos cabellos. Dios mío, qué sola me hallo. Recuerdo al primer chico que me besó. Era algo tan nuevo para nosotros. El sabor de los labios jóvenes y de las palomitas de maíz, la impresión de los misterios futuros. Me acuerdo de Hank y de los bebés. ¿Cómo podría recordarles de otra forma que no fuera juntos? Los bebés llegaron de las torpes y desmañadas tentativas de los nuevos amantes. Nuestro amor creció al mismo tiempo que ellos. Y, Dios mío, a Hank no parecía inquietarle ver como mi cuerpo se ensanchaba y se ajaba un poco. Siempre me amaba. Y también me acariciaba. No nos importaba no ser ya bellos. Y los niños me apretaban tanto contra sí. Oh, Dios, qué sola estoy. Dios mío, ¿Por qué no enseñamos a los hijos a ser apasionados y afectuosos tanto como dignos y decentes? Ya ves, cumplen con su deber. Se presentan en sus magníficos coches: vienen a mi habitación y me saludan. Charlan alegremente y evocan recuerdos. Pero no me tocan. Me llaman Mamá, Madre o Abuela. Nunca Minnie. Mi madre me llamaba Minnie. Y también mis amigos. También Hank me llamaba Minnie. Pero ya se han ido. Y Minnie también. Sólo queda la abuela. Y Dios mío, qué sola está.
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