04 LECTURA DOMINGO 24 DE ENERO DE 2016 juventud rebelde Cualquier similitud de los personajes ficticios en este relato con individuos reales sería una coincidencia fortuita. por DANIEL CHAVARRÍA [email protected] PANEQUE es un amigo mío, narrador por radio y comentarista deportivo muy popular por sus dicharachos y ocurrencias, a veces muy disparatadas, pero siempre graciosas, y a menudo inteligentes cuando versan sobre béisbol. Entre las extravagancias suyas que nadie imaginaría, destaca una fuerte afición por la astrología que pocos conocen, y yo entre ellos, por razones que aquí no cabe referir. Este singular personaje, durante un panel televisado de gran audiencia, opinó que el pelotero Osmani Urrutia, un guajiro fortachón de Las Tunas que durante siete años logró batear seis veces por encima de 400 quedaría en el Hall de la Fama como el bateador más destacado en la historia del béisbol cubano. Aquello suscitó objeciones entre varios especialistas. Un conocido crítico de la TV habanera opinó: —Pane tiene razón, pero a mí, Urrutia no me convence. Y Paneque, al ver los cabezazos aprobatorios de varios panelistas reaccionó con su habitual pasión: ––Concho, caballeros: ¿cuánto hay que batear para convencerlos a ustedes? ¿600? ¿800? ––Es que tú te confías demasiado en las estadísticas, Paneque; y no se puede ser tan absolutista. Un prestigioso narrador metió su cuchara con una perogrullada: ––Es que los averages no son más que números, Pane. Y Paneque, ofuscado ante tamaña pamplina replicó con una ironía demasiado agresiva: ––Chocolate por la noticia, Fulano; pero ¿tú no te das cuenta de que todo en esta vida son números: ¿cuánto ganas?, qué hora es, piso cuatro, quinto infierno, figúrate: en esta vida todo es número. ––Eso lo dirás tú. ––Yo y Pitágoras ¿nunca oíste hablar del tipo? Aquella réplica tan oportuna me aportó el tema para una evaluación oral sobre «técnica de la cuentística», al final de un seminario a mi cargo en la Facultad de Filología. Resumí la anécdota en unas pocas líneas, las imprimí, y para no condicionar las respuestas, me cuidé de no mostrar simpatía ni rechazo ante la afirmación final de Paneque. Luego di a los alumnos cinco minutos para pensar sus respuestas. Pretendía captar hasta qué punto habían entendido el valor literario de la concisión, la sugerencia, el iceberg de Hemingway, el didactismo, las reiteraciones y otros rasgos de los paradigmas y defectos que yo les mostrara en obras de Chejov, Maupassant, Quiroga, Poe. Uno de los examinandos, un cabeza hueca preguntón de boberías, Los últimos IOC de Daniel Chavarría (Inédito O Casi, por su escasísima divulgación) Matemáticas, béisbol y astros objetó la afirmación de que «todo es número», y hasta intentó echarlo a chacota: ––Vaya, profe, nadie puede aceptar que se valore con números la música o el amor. Y yo le sugerí pensar en la Novena Sinfonía, una octava disminuida, la voz segunda, y le recordé la relación estrictamente matemática existente entre la longitud y grosor de una cuerda y la altura de los tonos musicales que esa cuerda emite. Sobre el amor, aquel racionalista de Perogrullo me dijo tantas sandeces que yo, como Paneque, también me descontrolé un poco y le repliqué con excesiva mordacidad que un encuentro erótico semanal de 30 segundos o la capacidad repetitiva de un amante reducida a cero, lo descalificarían ante sus parejas; pues con tan pobres rendimientos numéricos, se va a bolina toda la espiritualidad de cualquier relación, por satisfactoria que sea. Luego, una gordita objetó el ejemplo del «quinto infierno» porque en este país, millones de personas no creen en ninguno. Y ese criterio me permitió recordarle que en la Divina Comedia, la numeración de los círculos del único infierno aceptado en toda la Europa cristiana contemporánea de Dante, categorizaba con precisión la gravedad de los pecados. Días después de aquella evaluación, yo referí la disputa entre los comentaristas deportivos a Mario Pastrana, un ex vecinito mío que ví crecer y quiero como a un hijo. A los 25 años Mayito resultó un admirado docente universitario y teórico de las matemáticas, entre cuyas investigaciones figuró una rigurosa valoración analítica de los averages beisboleros; pero amén de interesarle el béisbol como objeto de investigación científica, Mayito es un fervoroso fan del equipo de Matanzas y fiel escucha nocturno de la Serie Nacional. Y digo escucha porque prefiere oír los juegos narrados por radio a verlos televisados. Aduce que al acostarse y cerrar los ojos ve más que en la pantalla; y que las excentricidades, dicharachos y discusiones de Paneque lo hacen reír y le sirven de analgésico contra el cansancio de su arduo trabajo investigativo. Así las cosas, un día Mayito me pidió que le presentara a Paneque. Quería verle la cara. La desconocía por no mirar casi nunca programas televisados; y sobre todo, aspiraba a obtener de su indudable conocimiento del béisbol, algunos datos técnicos imprescindibles para su investigación. Y yo, para complacerlo se lo puse a Paneque por las nubes como genio matemático, y hasta le mentí que Mayito había oído la polémica con sus colegas panelistas y le daba toda la razón. Y terminé por pedirle que aceptara una invitación a cenar con Mayito y responderle unas preguntas sobre el béisbol. Paneque no cabía en su ropa al saber que un docente universitario y genio matemático hubiese avalado sus criterios sobre la universalidad de los números en la valoración de cualquier cosa. Inflado de vanidad, Paneque aceptó la invitación a cenar; pero pidió que Mayito fuera a verlo en su cabina de transmisión radial en el Estadio Latinoamericano, una de las dos noches siguientes sobre las nueve de la noche. Su idea era terminar la narración y antes de ir a cenar juntos, retenerlo un rato en el área donde se hallaban sus colegas de la TV para que oyeran los sapientísimos comentarios de Mayito sobre béisbol y números, y sobre todo, explicarles por qué él le daba la razón a Paneque en la polémica sobre el pelotero Urrutia. Y según me contó Mayito, al final de la cena en que conversaran dos horas sobre béisbol, Paneque sorprendió mucho a Mayito al preguntarle el mes, día y hora exacta de su nacimiento, que anotó en una servilleta y se echó al bolsillo sin comentarios. Y el día 19 de junio, cuando el Doctor, Máster y supertitulado Mario Pastrana García cumplió sus 35 años, Paneque le hizo el singular regalo de su carta astral, confeccionada por un especialista en astrología, donde constaba que el cumpleañero nació bajo el signo solar de Géminis, con la luna en Piscis y el ascendente en Cáncer. ¿Y sabía el homenajeado matemático quién había nacido también un 19 de junio bajo los mismos signos de Géminis, Piscis y Cáncer, pero no a las 6:22 a.m. como él, sino a las seis en punto de la mañana; y no en Matanzas, sino en Clermont-Ferrand, Francia y en el año de 1623? Eso sí lo sabía Mayito. Al leer la vida y obra de Blaise Pascal, el fundador de la Teoría de la probabilidad, tan importante para el cálculo estadístico y la moderna física teórica, Mayito disfrutó compartir con él no solo la pasión por la matemática probabilística sino también su fecha de nacimiento; pero no podía imaginarse que hubiesen venido al mundo bajo los mismos signos astrales con solo 22 minutos de diferencia. Para entregarle su obsequio, Paneque lo llamó aparte y le rogó prometerle no revelar nunca que él le había propiciado esa información. Y lo felicitó, porque tan enorme coincidencia de signos anunciaba que a Mayito le esperaba el mismo grandioso destino de una de las mentes más privilegiadas de la ciencia universal. La noticia deslumbró a Mayito. Yo le vi sus ojos brillantes de orgullo y ufanía; y tan insólita reacción, más propia de un místico supersticioso que de un científico como él, me indujo un comentario burlón. Él me miró muy serio a los ojos y con cierta irritación en el gesto. ––No lo tomes tan a la ligera, viejo. ––No jodas, Mayito. No puedo creer que respetes esa superchería de la carta astral. Y en una larga parrafada magisterial, tras levantarme dos veces la mano para que yo no lo interrumpiese, terminó por recordarme las fases de la luna y su comprobada influencia sobre la altura y horarios de las mareas; sobre el vigor y curso de la savia en el mundo vegetal; y sobre la menstruación de las mujeres. Más de una vez había supuesto él que el sistema solar, mejor estudiado con la tecnología de la ciencia moderna, quizá pudiera fijar los rasgos más característicos de los seres vivos cuyo nacimiento en un día y hora precisos, coincidiera con determinado punto orbital de los planetas u otros astros. ––No lo doy por cierto; pero no me parece tan descabellado; y si algo deseo yo en este mundo es lograr en el campo de las matemáticas modernas, los geniales vislumbres de Pascal. Estas no fueron exactamente sus palabras; pero fue lo que me llegó; y esa misma noche,abrazado de mi almohada, le di la razón a Mayito. Por fin, me dormí persuadido de que es estúpido desechar una fantasía con visos de realidad posible, por lejana que sea; máxime si esa fantasía nos estimula a avanzar con valentía y probidad, en pos de una noble ambición. juventud rebelde por CIRO BIANCHI ROSS [email protected] MARIANO Barberán y Joaquín Collar, dos heroicos aviadores españoles, fueron protagonistas, el 10 de junio de 1933, del vuelo Sevilla-Camagüey, que los llevó a atravesar, sin escalas, el Atlántico por su parte más ancha. Hazaña no intentada hasta entonces. En 39 horas con 50 minutos cubrieron la distancia que separa a esas ciudades a bordo del avión conocido con el nombre de Cuatro Vientos. De Camagüey el Cuatro Vientos voló a La Habana. Pasaron Barberán y Collar varias jornadas en nuestra capital. Se alojaron en el hotel Plaza y fueron agasajados por corporaciones cubanas y españolas. Eran los héroes del momento. De aquí partieron rumbo a México, donde se les esperaba. Varios especialistas cubanos les recomendaron entonces que retrasaran la partida. Barberán y Collar, que habían llegado enfermos, no descansaron lo suficiente en La Habana, donde se vieron sometidos a un régimen de vida social inusitado para ellos. Además, imperaba el mal tiempo en aquella mañana en que el Cuatro Vientos salió de Cuba y no se sabía bien si los desperfectos técnicos advertidos en el aparato habían sido convenientemente reparados. Pero Barberán y Collar debían arribar a México en una hora ya convenida y les era imprescindible partir. Jamás llegaron a su destino. Y se desconoce todavía con exactitud cuál fue su suerte. Todo eso es historia conocida. Lo que se conoce menos es que, hace 80 años, en los primeros días de 1936 un aviador cubano se dispuso a cruzar el Atlántico de oeste a este y, sin pretensión de batir marca alguna, devolver a España la visita que Barberán y Collar habían hecho a Cuba. SIN RADIO Y CON MAL TIEMPO El aviador cubano, teniente de la Marina de Guerra, se llamaba Antonio Menéndez Peláez e hizo el viaje a bordo del avión bautizado como 4 de Septiembre; un monoplano Lockheed Sirius 88 transformado en monoplaza y al que se le hicieron adaptaciones importantes para la travesía. Despegó Menéndez Peláez en Camagüey, a las siete de la mañana del 13 de enero para tomar tierra en Campo Alegre, Venezuela, y de allí se trasladó al aeródromo de la Pan American, en Maiquetía. Al día siguiente se elevó hacia Puerto España, en la isla de Trinidad, y pasó a Ámsterdam, en la antigua Guayana Británica, y a Leguiar, para concluir en Pará, Brasil, en el delta del Amazonas, el 3 de febrero. Dos días más tarde se desplazó hasta San Luis de Maranho y Fortaleza y culminó en la jornada siguiente la primera fase de su vuelo al aterrizar en Natal a fin de cruzar desde ese punto el océano para arribar a África. Sobre el Atlántico, el teniente Menéndez Peláez encontró vientos fuertes y mal tiempo, lo que lo obligó a volar, en muchas ocasiones, a escasa altura sobre el agua. Como no llevaba radio a bordo, debió confiar en su pericia como navegante y tomó de referencia los barcos en ruta que avistaba desde su aparato. Consiguió aterrizar en Bathhurst, Senegal, después de haber recorrido 3 160 kilómetros sobre el océano. Desde Bathhurst voló el cubano al cabo Yuby, en el antiguo Sahara español, el 12 de febrero, y dos días después llegó por fin a Sevilla para tomar tierra en el aeropuerto militar de Tablada, desde donde, tres años antes, partió el Cuatro Vientos en su histórico viaje a Camagüey. En Tablada se tributó al militar cubano un caluroso recibimiento, el mismo DOMINGO 24 DE ENERO DE 2016 LECTURA 11 Un héroe olvidado que recibiría una semana después al arribar al aeródromo que llevaba el nombre famoso del aparato utilizado por Barberán y Collar. En resumen, el teniente Antonio Menéndez Peláez, a bordo del 4 de Septiembre, recorrió 14 454 kilómetros en 72 horas y 27 minutos para devolver el abrazo que en 1933 dos valerosos aviadores trajeron desde España. En Madrid, como antes en Sevilla, fue saludado con los mayores honores. Lo recibió el Ministro de Estado y otras importantes autoridades civiles y militares. El Ministro de Guerra y el Director General de Aeronáutica asistieron a la comida con que lo congratuló el Aero Club español y hubo chinchín de copas en la embajada de Cuba. Las fuerzas armadas españolas lo condecoraron con la Cruz del Mérito Militar y la Cruz del Mérito Naval y el Ejército cubano le anunció desde La Habana su ascenso a primer teniente. Lo entrevistó, entre otros periodistas, el corresponsal en la capital española de la revista Caras y Caretas, de Buenos Aires. Lo vio en la sede diplomática cubana y «respondía a los saludos con una sonrisa y contestaba con monosílabos. Daba la impresión del hombre que se sorprende por un acontecimiento que no acaba de explicarse. El hombre que está aturdido de saber que ha realizado una proeza extraordinaria que para él sigue siendo una cosa completamente sencilla». —Vengo a retribuir el vuelo de los heroicos aviadores españoles Barberán y Collar. Traigo a España el saludo de Cuba. Mis padres viven en un pueblecito de Asturias y les daré la sorpresa de mi visita —declara a la revista argentina y el corresponsal apunta: «Esto es lo único que sabe decir Menéndez, casi con una sobriedad de hombre valeroso y ejecutivo. Los periodistas hacen esfuerzos por arrancarle revelaciones sensacionales y no logran más que frases cortadas de una desesperante simplicidad». Inquiere la prensa sobre los momentos de mayor peligro durante el vuelo, si sintió miedo en algún momento; sus emociones. Expresa el aviador cubano: —Mi mayor emoción la he experimentado al verme pisando la tierra de España. Comenta el historiador español Juan A. Guerrero Misa en su libro El vuelo SevillaCuba-México del avión Cuatro Vientos: «El gesto de Menéndez puso punto final a una época de heroísmo y profesionalidad que hoy solo podemos tomar como ejemplo y que hermanó, ya para siempre, a las aviaciones de ambos lados del océano. Desde la hazaña de Barberán y Collar, el mar ya no nos separa». No sería esa la única hazaña de Antonio Menéndez Peláez. Apenas un año después, fue uno de los protagonistas del Vuelo Panamericano Pro Faro de Colón, uno de los episodios más tristes y trágicos de la aviación en América Latina. El 29 de diciembre de 1937, los tres aviones cubanos que conformaban la escuadrilla, de la que el piloto cubano era jefe técnico y navegante, sufrieron un horrible accidente en el tramo CaliPanamá, cuando ya habían quedado atrás las etapas más difíciles del trayecto. Perecieron en el desastre el periodista Ruy de Lugo Viña, cronista oficial del vuelo, los mecánicos Naranjo, Castillo y Medina y los pilotos Risech Amat, Jiménez Alum y Menéndez Peláez. Solo cuando arribó a Panamá, el mayor dominicano Frank F. Miranda, jefe del cuerpo de aviación de su país, y que por su grado y por viajar en el más potente de los cuatro aviones era el jefe de la expedición, se enteró de la suerte de sus compañeros. VERSIÓN DE VERSIONES Erigir un monumento a Colón era un viejo deseo de los Gobiernos latinoamericanos. La idea, sin embargo, no empezaría a concretarse hasta 1923 cuando en Santiago de Chile la Conferencia Internacional Americana llamó a las naciones del área a aunar esfuerzos con tal propósito. Se perpetuaría la memoria del Almirante con un faro monumental que llevaría su nombre y se emplazaría en República Dominicana. Se convocó a un concurso y casi 450 arquitectos de 48 naciones presentaron sus proyectos. Los resultados del certamen se hicieron públicos en Río de Janeiro, en 1931. Resultó triunfador, y se le recompensó con una bolsa de diez mil dólares, el arquitecto inglés J. L. Gleave. En mayo de 1937, la Sociedad Colombista Panamericana, con sede en La Habana, insta a los Gobiernos de Cuba y República Dominicana a formar una escuadrilla que recorra el continente en un viaje de buena voluntad con vistas a la realización del monumento. Cuba aporta tres aviones Stinson Reliant de 285 Hp, y Dominicana un Curtis Wright de 420 Hp. Este llevaría el nombre de Colón; los otros, los de las naves del Almirante. Cada aparato volaría con su mecánico a bordo. En el Santa María, piloteado por Menéndez Peláez, iría el cronista Lugo Viña, representante asimismo de la Colombista. El proyecto se llamó Vuelo Pro Faro de Colón y se pensó que saliera de Santo Domingo el 12 de octubre de 1937, pero un imprevisto lo retrasó durante todo un mes. Partió finalmente el 12 de noviembre de un aeropuerto abarrotado de público. El general Trujillo, presidente dominicano, encabezó la despedida. Visitarían 26 países, algo sin precedentes en esos vuelos de buena voluntad. Puerto Rico, Caracas, Trinidad, Guayana Holandesa; y Belem, Fortaleza, Natal, Recife, Bahía y Río de Janeiro, en Brasil. El 29 de noviembre volaron a Montevideo. Era intención de la escuadrilla trasladarse a Asunción, pero los casos de fiebre amarilla reportados en la capital paraguaya los disuadieron de ese empeño. Volaron a Buenos Aires y Santiago de Chile, Bolivia, Perú, Ecuador y Colombia. En Cali, el gerente de la Sociedad Colombo Alemana de Transporte Aéreo (Scadta) puso a disposición de los viajeros uno de sus Junkers para que pudieran trasladarse a Bogotá, a 2 250 metros de altitud, porque los aviones cubanos carecían de potencia para un vuelo como ese. El 28, el grupo estaba de nuevo en Cali. Pondría el 29 proa a Panamá. No se sabe bien porqué Menéndez Peláez, que era el navegante de la escuadrilla, persistió en su propósito de cruzar al Pacífico desde Cali a Buenaventura. Era una ruta desechada ya por los pilotos de la Scadta, una ruta muy peligrosa que se hacía menos recomendable dada la falta de potencia de los aviones cubanos. Más seguro resultaba seguir el curso del río Cauca hasta Medellín y salir por Turbo a Panamá; los Stinson de los cubanos no podían remontar la cordillera desde Cali a Buenaventura. Aseguran especialistas que las malas condiciones atmosféricas y la falta de visibilidad hicieron el resto. Los cubanos se metieron en un embudo de montañas que se les fue cerrando hasta llevarlos a un punto de no retorno. Al tratar de girar se estrellaron uno tras otro. El Curtis de Dominicana, más potente, pudo sobrevolar las montañas o tomó el camino del cauce del río. FINAL Los restos de las víctimas fueron traídos a La Habana a bordo del crucero Patria, de la Marina de Guerra, y velados con honores en el Salón de los Pasos Perdidos del Capitolio. El 18 de enero de 1938 los inhumaron en el Panteón de las Fuerzas Armadas. En febrero del mismo año el mayor Frank F. Miranda y su mecánico regresaron por barco a su país. Llevaban el Colón desarmado. En ocasión del primer aniversario de la tragedia, el Gobierno de la República, en coordinación con autoridades colombianas, dispuso la erección de un obelisco en el lugar del accidente. Posteriormente, el alférez Rivery, a bordo de un avión que llevaba el nombre de Teniente Menéndez Peláez realizó un viaje de buena voluntad por ciudades de América Latina. La Asociación de Reportes instituyó en su momento el Premio Ruy de Lugo Viñas (mil pesos) para reportajes. El mayor Frank F. Miranda continuó su carrera en la aviación militar dominicana y alcanzó el grado de brigadier general. Murió el 20 de junio de 1954. El avión Colón se conserva en un pequeño parque a la entrada de la base aérea de San Isidro, en Dominicana. El Faro de Colón fue finalmente construido. Bajo el Gobierno del Doctor Joaquín Balaguer se iniciaron las obras en 1986 y concluyeron en 1992, en ocasión del V centenario de la llegada de los europeos a América. Sirve de tumba al Almirante, cuyos restos jamás salieron de Santo Domingo.
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