12 Sábado 23 de enero de 2016, Trujillo, La Libertad “No me da vergüenza pedir” La Vida El técnico Alejandro Pérez Rojas nació el 25 de marzo de 1951 en San Rafael, Tarapoto. Su padre falleció un mes antes de que él nazca. Tiene dos hermanos. “Les pido a las personas de buen corazón que por favor me ayuden, que vengan a mi casa en Ayacucho 561, Vista Alegre, o que llamen al teléfono 280984. Necesito pagar las diálisis que son muy caras. No me da vergüenza pedir. Yo quiero vivir. Quiero estar bien por mi familia”, requirió Alejandro Pérez. Ha servido en ciudades como Moquegua, Ayacucho, Juanjuí, Lima, Piura, Las Lomas (Sullana), Lambayeque y en Trujillo. En el colegio Ramón Castilla desempeñó el cargo de monitor. Está casado con María Teresa Rivero. Tienes dos hijas, de 31 y 16 años, y una nieta, Gabriela. “Alejandro, mira a la cámara”, le ordenaba a modo de juego la niña, en la sesión de fotos para esta nota. MUY ENFERMO. LA TRISTE Y DESGARRADORA HISTORIA DE ALEJANDRO PÉREZ ROJAS Un soldado muere por culpa de la burocracia Ha servido en el Ejército peruano por más de 30 años. Ahora el Estado no puede brindarle atención médica para sanar las cuatro enfermedades que lo aquejan. César Clavijo Arraiza [email protected] En el Perú un acto burocrático puede matar a un hombre. Lo puede matar despacio, lentamente y con alevosía. Alejandro Pérez Rojas, un soldado que luchó contra el terrorismo y contra Ecuador, exige que el Estado le brinde la atención médica que él, con su entrega y valentía, se ganó. Pero el Estado no lo hace. bitácora. Defensoría exige que se firme pacto Muchos beneficiarios. Enterada del caso, la Oficina Defensorial La Libertad exigió al Ejército del Perú realizar los trámites para que el técnico en retiro Alejandro Pérez reciba la atención médica que demanda. Las gestiones se encuentran en el Comando de Salud del Ejército. Si se logra el convenio con un establecimiento de salud, los beneficiarios serían las decenas de militares activos y en retiro. l militar en retiro Alejandro Pérez Rojas tiene dificultad para reconocer las fotos de su álbum familiar. La ceguera se lo impide. Hay que describirle las imágenes; entonces un brillo regresa a él. Es el brillo del pasado. De su pasado que fue mejor. Dice Sally Mann que las fotografías abren puertas al pasado, pero también permiten echar un vistazo al futuro. El técnico Pérez se detiene en su presente: está postrado sufriendo de diabetes, párkinson, hepatitis y una severa insuficiencia renal. Su futuro…“¡Qué va ser de nosotros!”, lamenta su esposa al borde de las lágrimas. Las enfermedades, que duda cabe, no solo marchitan al enfermo; sino, también, a quienes los rodean. Su mujer, María Teresa Rivero muestra el pinchazo en el antebrazo. “Tengo la hemoglobina muy baja, señor”. En Trujillo no brilla el sol; pero el calor sofoca. En la vivienda del técnico de tercera del Ejército Peruano, en la urbanización Vista Alegre, el clima es de fatalidad. Las paredes son color blanco humo. Hay dos cuadros familiares, de una familia alegre, que evocan un pasado feliz. El presente, en cambio, golpea: medicamentos desperdigados en la mesa y una cama al lado del juego de comedor. En la cama está postrado Alejandro Pérez, recuperándose de la diálisis del día anterior. Viste un polo blanco con una inscripción en el pecho: “Juntos por la paz”. Habla como enfermo. Pausado. Quejándose. Los malestares de todas las enfermedades que padece se dimensionan luego del tratamiento médico mediante el cual eliminó, ayudado por una máquina, las sustancias tóxicas de la sangre, que se quedaron retenidas a causa de su insuficiencia renal. Desde el 16 de noviembre del año pasado cuando le diagnosti caron que sus riñones ya no funcionaban bien, el médico le or- E La Industria denó someterse por semana a tres sesiones de diálisis. Por carencia de dinero solo lo hace dos veces. Cada tratamiento le cuesta 200 soles. Al mes gasta unos 1.600 soles y su pensión como militar en retiro apenas llega a S/ 1.456. En la última diálisis, que duró 3 horas y media, a Alejandro Pérez le retiraron 5 kilos (sic) de líquido. “Ingresé con 62 kilos y salí con 57”, precisa. Si cumpliera al pie de la letra la prescripción médica; en cada sesión, máximo, le retirarían 2 kilos y medio del líquido que sus riñones no le ayudan a evacuar. Al buen Alejandro Pérez, quien egresó de la Escuela Técnica del Ejército como especialista en operaciones de equipos de ingeniería, no lo está matando la diabetes, ni el párkinson, ni la hepatitis, ni la insuficiencia renal. Al ciudadano, quien participó en el conflicto contra Ecuador de 1981 y luchó contra el terrorismo, lo está matando la burocracia. El Estado le ofrece el servicio de salud a través del Hospital Militar, con sede en Lima. Por su condición, él no puede trasladarse hasta la capital. Allá no tiene familia, ni dinero para viajar. El Comando de Salud del Ejército, una dependencia del Ministerio de Defensa, debería firman un convenio con una institución en Trujillo para que el técnico, quien vistió el uniforme por más de 30 años, reciba la atención que por humanidad merece. Esa acción está reglamentada en el Decreto Legislativo N.º 1159 el cual aprueba las disposiciones para la implementación y desarrollo del intercambio prestacional en el sector público. Los policías sí cuentan con este servicio en el país. El marco legal existe. Solo falta voluntad. Mientras tanto en Trujillo, el militar Alejandro Pérez Rojas, quien no conoció a su padre porque murió un mes antes de que él nazca, sigue luchando contra sus múltiples enfermedades y contra la burocracia, que como dice David Bronstein, estrangula. CON HONOR. Alejandro Pérez sirvió más de treinta años en el Ejército. POSTRADO. Descansa en una cama que instaló en medio de su sala. FOTOS: JIMENA ALVAREZ.
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