Confesiones en la sombra

Confesiones en la sombra
Jesús María Sánchez González
Confesiones en la sombra
Jesús María Sánchez González
―Narrativa―
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Confesiones en la sombra
Jesús María Sánchez González
Scribere Editores
Alicante – España
[email protected]
Diseño/fotografía portada: Pixabay
© Diseño y maquetación: Scribere Editores
© Montaje de portada: Scribere Editores
Todos los derechos reservados
Safe Creative
Nº de registro: 1601216304150
ASIN:
© Jesús María Sánchez González, 2016
© Scribere Editores, 2016
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Licencia:
© Reservados todos los derechos. No se permite la reproducción total o parcial de
este texto, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier
forma o por cualquier medio, sea este electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del editor. La infracción de los
derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual
(Artículo 270 y siguientes del Código Penal).
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Dedicado a mi padre, a mi hermana y a mi inigualable madre.
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«No hay nada más difícil que dar caza a un cazador de hombres».
Paz Velasco de la Fuente
Abogada-Criminóloga
Especialista en evaluación criminológica
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Jesús María Sánchez González
Sobre el autor
Jesús María Sánchez González (Pamplona, 1983), es miembro en activo de las Fuerzas y
Cuerpos de Seguridad del Estado, en el año 2015 ha sido galardonado con el Premio
Legado Alfonso XIII. Sus estudios en Dirección de Seguridad Corporativa y Protección
del Patrimonio en la Universidad Europea de Madrid le han permitido ejercer la docencia
en las más variadas áreas relacionadas con la seguridad privada. En Confesiones en la
sombra, Jesús María Sánchez pone sus conocimientos sobre el mundo del crimen al servicio de una historia sólida y bien construida en la que todo aficionado a la novela policiaca encontrará un motivo más para seguir amando el género.
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Agradecimientos
Este libro nunca hubiera visto la luz de no haber sido por las siguientes personas:
José Carlos Gómez Martín, Gustavo Antonio de la Iglesia Lacalle, Andrés Araixa del Valle,
Juan Urbán López y Jesús David Alfonso Pagán, que desde el momento que nació la idea de
escribir esta obra no cesaron de animarme a crearla.
Agradezco el tiempo que dedicaron a entrevistarse conmigo las siguientes personas:
Sandra Sánchez Fortes, Licenciada en Historia del Arte por la Universidad de Murcia y Máster Universitario en Profesor de Educación Secundaria Obligatoria y Bachillerato, Formación
Profesional y Enseñanza de Idiomas por la Universidad de Castilla La Mancha.
Dr. Vicente Vañó Santonja, médico de familia del Centro de Salud de Cofrentes (Valencia).
Rvdo. D. Miguel Mateu Martorell, de la Diócesis de Valencia.
Víctor Javier Sanz, director de la Escuela de Formación de Escritores.
Por último, quisiera añadir lo mucho que he disfrutado escribiendo esta novela, así como
también de la investigación y la preparación previa a la redacción. Solo espero que gocéis con
su lectura tanto como yo lo he hecho con su escritura.
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Prólogo
La auténtica novela negra se ha visto contaminada por diferentes series televisivas
que huyen de la realidad de una auténtica investigación policial. Sí, soy un clásico y entiendo que nos encontramos en el siglo XXI y las reglas del juego han cambiado con unos
adelantos científicos que nos muestran la labor policial aparentemente mucho más sencilla, pero la mente del criminal no.
En esa realidad están las personas, los investigadores, los policías que tienen que
enfrentarse a criminales que huyen en sus crímenes de esa tecnología, generan hipótesis,
elaboran el iter criminis e intentan introducirse en la mente de los mismos para conseguir
alguna pista que ninguna máquina o artilugio les puede facilitar. Han de hacer valer sus
habilidades de observación, su capacidad de análisis y un razonamiento deductivo que no
siempre consigue averiguar quién, cómo, cuándo y dónde se cometió el delito. No siempre
hay un final feliz.
Cuando estéis sumergidos en la lectura de esta novela os aconsejo no olvidar ningún
detalle de cada uno de los capítulos para continuar con el siguiente. Os daréis cuenta que
en ningún momento queda tiempo para descansar, estaréis en tensión y suspense a la espera de nuevos acontecimientos que se suceden a lo largo del relato. La responsable de
esta intensidad es la argamasa entre policía, prensa e iglesia.
Espero y deseo que disfrutéis tanto como yo de la lectura de esta novela.
Como dijo F.W. Nietzsche: “El criminal es un hombre fuerte en circunstancias desfavorables, un hombre fuerte enfermo”.
Juan Francisco Palacios Sánchez
Licenciado en Criminología
por la Universidad de Valencia
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CAPÍTULO 1
San Real del Júcar (Valencia)
Viernes 10 de enero 09:00 horas.
El padre Roberto se encontraba en el confesionario de su parroquia. Su pulso se había
disparado, la temperatura de su cuerpo aumentaba por segundos, las gotas de sudor resbalaban por su frente. Era como si el confesionario se hubiera convertido en una sauna
que registrara un aumento constante de temperatura. La silueta que estaba al otro lado le
acababa de confesar los hechos más perversos que jamás había escuchado.
—Pero hijo mío, ¿cómo puedes haber cometido tales actos de maldad? —preguntó
el sacerdote intentando controlar sus nervios.
—Solo soy un siervo de un poder superior al igual que usted. La única diferencia es
que a mí se me ha encomendado un cometido que no todo hombre es capaz de acatar
―contestó la silueta en tono bajo, casi como un susurro.
—¡Por el amor de Dios, tienes que parar esta barbarie! ¡Debes expulsar a tus demonios y escuchar la palabra de Dios!
—Créame, padre, usted no consigue ver a los diablos que caminan por esta tierra y
ni se imagina lo que son capaces de hacer. Por suerte para este mundo, yo sí.
El sacerdote escuchó un leve chasquido, como el crujido que produce un suelo de
madera al ser pisado. Lo había oído muchas veces, sabía perfectamente lo que significaba:
«se está levantando, se va a marchar», pensó.
Hubo un instante de silencio.
De repente, la cortina que cubría el habitáculo donde se encontraba el sacerdote comenzó a abrirse lentamente. Al clérigo le dio un vuelco el corazón, no conseguía articular
palabra. Cuando el visillo había recorrido unos quince centímetros paró de golpe, a continuación se introdujo en la cabina una mano cubierta con un guante de cuero negro y
sosteniendo un sobre de color gris.
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—Cójalo, padre —escuchó.
—¡Dios santo!, no me obligues a hacer esto —rogó el religioso mientras sentía como
el sudor comenzaba a bañar sus ojos, incluso tuvo que limpiarse con un pañuelo.
—Si no lee el contenido de este sobre, padre, el mundo dejará de ser tal y como lo
conoce. ¿Tengo que repetirle lo que le he desvelado?
El padre Roberto volvió a sentir como aumentaba su calor corporal. No quería volver
a escuchar los terribles actos que aquel sujeto le acababa de relatar, y menos aún que
amenazara con repetirlos. A su pesar, cogió la carta, y el guante de cuero se retiró. La
examinó detenidamente: en el exterior no había remite ni destinatario. Escuchó cómo se
alejaban los pasos de ese aterrador individuo. El sacerdote dejó la carta en su asiento, no
aguantaba más su ansiedad, se levantó, apartó la cortina con energía y salió del confesionario.
—¡Hijo mío! —gritó el párroco.
Una silueta se detuvo en seco, sin girarse. Se encontraba justo en el pasillo, en el
epicentro de la parroquia. La figura era alta. El párroco pudo ver que se trataba de un
hombre muy alto, vestido con un chubasquero oscuro. También pudo observar que cubría
su cabeza con una capucha que le impedía ver su rostro con claridad. La iglesia estaba
completamente vacía a esas horas. El eclesiástico comenzó a caminar hacia aquel ser siniestro, cada paso le costaba más esfuerzo, le sudaban las manos, sentía como si los latidos de su corazón hicieran eco en su cabeza.
«Tranquilo, Dios está contigo», pensó.
Cuando estaba a un metro y medio de aquella malvada criatura, esta comenzó a darse
la vuelta. El sacerdote se paró de golpe ante aquel gesto y entonces vio sus ojos, sobresalían desde el interior de la capucha. Sus ojos tenían un halo oscuro, eran tenebrosos e
irradiaban ira y dolor. Inesperadamente, fue consciente de que lo conocía, sabía quién era,
pero tardó un momento en asimilarlo. La persona con la que compartía un cara a cara era
el mal.
—No voy a permitirte que sigas con esto y menos que me amenaces con causar más
horror del que ya has provocado.
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—Padre, le aconsejo que no diga ni haga nada de lo que pueda arrepentirse. Tampoco
espero que comprenda la misión que me ha sido encomendada. Usted y yo estamos en el
mismo bando, lo que ocurre es que yo he sido elegido y se me ha bendecido con un poder
que escapa a su comprensión.
El padre Roberto dio dos pasos más hacia aquel hombre, que ahora le parecía una
criatura extraña, incluso pudo olerla.
—Tú solo sirves al diablo, aunque aún no lo sabes. Un día tendrás que responder por
tus acciones ante Dios —explicó el cura clavando la mirada en los ojos al hombre que
tenía delante.
—Todos responderemos ante Él cuando nos llegue la hora. Antes de que me reúna
con Nuestro Señor, enviaré ante su presencia a varios demonios disfrazados de seres humanos que habitan en este valle —afirmó la silueta con una calma sobrenatural.
El padre Roberto comprendió que aquel ser del infierno no iba a parar.
Inclinó levemente la cabeza.
—Lo siento, hijo mío, pero no me dejas otra opción. —Volvió a incorporarse y se
abalanzó sobre aquel individuo, agarrándolo con fuerza del antebrazo izquierdo. La silueta ni se inmutó. Su brazo era musculoso, denotaba que estaba en una forma física perfecta—. Haré lo que sea necesario para detenerte —aseguró el párroco mientras lo sujetaba con energía.
La criatura, giró su brazo izquierdo y lo liberó sin ningún esfuerzo. A su vez, extendió
el brazo derecho hasta que su guante de cuero rodeó la garganta del padre Roberto.
El párroco no se lo esperaba. Intentó liberarse, pero era como si lo estuviera estrangulando un brazo de acero, incluso parecía que no tocaba el suelo con los pies. Empezaba
a notar que el oxígeno no entraba en sus pulmones. «Me estoy ahogando», pensó.
El individuo se acercó al oído del sacerdote y susurró:
—No existe poder en este mundo que pueda detener la voluntad de Dios. Además,
quiero pensar que lo que acaba de ocurrir sea debido a que no logra entender la situación,
aunque no espero en absoluto que usted lo entienda, solo que me obedezca, y más sabiendo cuáles serían las consecuencias. Siga al pie de la letra las instrucciones del sobre
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que le he entregado. Interprete bien sus palabras, pues las elijo muy cuidadosamente. No
queda mucho tiempo, sabe que el reloj juega en nuestra contra. Por eso le recordaré mi
último mensaje en el confesionario. Esta misma noche daré caza a otro demonio. Buenas
noches, padre.
Aquel sujeto liberó el cuello del sacerdote y este cayó al suelo. Le fallaban las piernas, no podía levantarse. A continuación, la encarnación del mal siguió su camino hacia
la salida de la parroquia.
El clérigo observaba como aquel individuo abandonaba la iglesia mientras intentaba
recobrar el aliento. No podía moverse ni hablar, le había recordado parte de su confesión:
«Esta noche va a asesinar a alguien», pensó; sabía que tenía que hacer algo, tenía que
parar a aquel ser infernal.
«Absolutamente todo lo que me ha relatado está bajo secreto de confesión», lamentó
el cura.
La impotencia recorría todo su cuerpo.
Ahora podía moverse, el cuello le dolía, pero sus articulaciones volvieron a responderle.
Entonces recordó el sobre. Corrió hasta el confesionario, lo cogió y lo abrió. De su
interior extrajo un documento. Decidió buscar sus gafas en su sotana, se le resbalaron del
bolsillo, las manos continuaban sudándole, al igual que todo el cuerpo. Consiguió al fin
ponérselas, bajó la mirada hacia el documento que estaba escrito a máquina y comenzó a
leerlo.
Pocos segundos después un escalofrío recorrió su espalda, reconoció muy rápido esa
sensación: era miedo.
Estuvo rezando durante unos minutos, cuando terminó solo mencionó unas palabras
en voz alta:
«Dios mío, prepáranos para lo que nos espera».
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Esperamos que te haya gustado
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