2 Sábado, 16 de enero de 2016 La prensa no es aprobación bondadosa o ira insultante; es proposición, estudio, examen y consejo. José Martí El nuevo aliado del cuentapropista Por Laura L. Blanco Betancourt «El banco pierde y se ríe». Con esa idea en la mente, instaurada desde tiempos inmemoriales, hemos transitado hasta hoy. Como si nunca hubieran desaparecido de nuestras instituciones bancarias el mal manejo de fondos o la práctica de los plazos asfixiantes y los intereses descomunales para cualquier crédito. Ciertamente algunas de las transformaciones en materia de financiamiento no han llegado en el momento deseado o con los beneficios añorados. Mas, cuando aparecen, no siempre logran el efecto esperado entre los clientes potenciales. Desde finales del 2011 y como resultado de la actualización del modelo socioeconómico cubano, entró en vigor el Decreto-Ley 289 «De los créditos a las personas natura- les y otros servicios bancarios». Por primera vez, el banco expandía su objeto social hacia los trabajadores por cuenta propia. Una novedad que muchos ansiaban desde los difíciles años 90, cuando el Estado autorizó esa forma de gestión. Ahora, cuando la estructura financiadora se ajusta a los Lineamientos y potencia el cuentapropismo como elemento dinamizador de la economía, la buena nueva no consigue la trascendencia esperada. Lentitud, desconocimiento y desconfianza se combinan para dejarla relegada a un tercer plano, por detrás de vías alternativas de financiamiento, provenientes del exterior o de prestamistas ilegales (garroteros). El efecto logrado en los tres primeros años de vigencia del Decreto-Ley 289 resultó tan ligero, que las autoridades villaclareñas del Banco de Crédito y Comercio (Bandec) involucradas en su ejecución lo describen como «de avances discretos». Solo en 2015 se vislumbraron mejores consecuencias, al financiar a más de 700 trabajadores por cuenta propia con alrededor de 16 millones de pesos. Cifras no tan complacientes, si se tiene en cuenta la existencia de unos 30 000 usuarios potenciales en la provincia, según analizó Laura Delgado García, jefa de Banca Empresa de Bandec VC. Para «cautivar» a los cuentapropistas mediaron varias sesiones de divulgación en la prensa escrita, radial y televisiva, además de promociones cara a cara con la posible clientela. Y pese a ello, todavía se desconocen las ventajas de la renovada política. Mediante el Decreto-Ley 289, el trabajador no estatal puede solicitar un importe que cubra sus necesidades de capital de trabajo (materias primas, pago de agua, electricidad, salario, etc.) o inversiones, con el objetivo de elevar la calidad de sus bienes y servicios, incrementar la productividad o simplemente garantizar confort y elegancia en su negocio. Tiene la posibilidad de acceder, como mínimo, a mil pesos. De ahí en adelante, hasta donde su capacidad de pago le permita, siempre que Bandec analice los registros económicos del trabajador y realice un estimado de su incremento potencial, a partir del préstamo pedido. Las garantías constituyen otra de las cuestiones flexibilizadas a favor de los modelos no estatales de gestión. Para asegurarse de recuperar el dinero invertido, Bandec acepta la cesión de certificados de cuentas de ahorro, joyas, ganado mayor, solares yermos y otros bienes personales, cuyo valor se determina a precios de oferta y demanda por entidades cubanas especializadas para esos fines. Los vehículos de motor figuran entre las propiedades más empleadas como garantía de pago. No obstante, se acepta la cesión de ingresos presentes y futuros, una vez que el solicitante demuestre la experiencia en el negocio y la sostenibilidad en el tiempo. Hasta el momento, se ha minimizado el riesgo. Efecto también de las acciones de control de solicitudes y cobranza emprendidas por las dependencias acreedoras. Transportistas privados, arrendadores de viviendas, albañiles, carpinteros y elaboradores-vendedores de alimentos en sus diferentes modalidades han aceptado los beneficios de las distintas modalidades de financiamiento, con opiniones muy positivas al respecto, según consta en varias encuestas de la institución bancaria. Pero, ¿cuántos más podrían incorporarse a la lista? Ángel Soto Moya, otro de los directivos del departamento de Banca Empresa de Bandec VC, contempla entre posibles clientes a los cuentapropistas ubicados en las áreas comunes de la zona hospitalaria de Santa Clara. Un potencial que bien podría contribuir al progreso físico de esas plazas, en busca de la uniformidad y el embellecimiento de la ciudad. Porque la política prestamista también ha sido pensada para el interés colectivo. Bastaría que el Gobierno local la impulsara con el tan anunciado proyecto de reordenamiento de dichos espacios. Así ganaría el banco, cierto; pero reiríamos todos. Cuando un amigo se va en enero Por Mercedes Rodríguez García C OMENZANDO 2016, una tras otra, las noticias me sacudieron. Primero Aldo, el día 2; ocho días después, Vera. No. No era solo la pérdida física de dos coterráneos queridos y admirados a lo largo de mis años de ejercicio en la prensa escrita. No. Con ellos también se me iba un tiempo de insustituible aprendizaje reporteril, cuando allá por los años 70 del pasado siglo los conocí a ambos. Y por si fuera poco, enero 11 me llegaba triste con el recuerdo del «profe» Julito —sagüero, como Vera—, noqueado cuatro años antes, en plena calle, por un desalmado y desatinado infarto. Y es que esta inevitable cuestión de morirse, por ser la única certeza en la vida —apenas salidos por el hueco más femenino y maternal que existe—, no deja de sorprendernos. De modo que a los tres: Aldo Isidrón del Valle, Ernesto Vera Méndez y Julio García Luis, por haber sido gente extremadamente seria y formal, no podré perdonarles la chacota de abandonarnos en este primer mes del calendario, cuando los revolucionarios cabales solemos celebrar la gran fiesta del Triunfo. Pero me han pedido hablar de Vera, un hombre que, pese a las más de dos décadas de diferencia de edad, supo guiarme en la conducción de la delegación provincial de la Unión de Periodistas de Cuba (UPEC), que él presidía a nivel nacional. Entonces no existía eso de «jóvenes» y «viejos». La diferencia entre unos y otros solo la marcaba el estilo. Mas no el del vestir ni el de los gustos, sino el de escribir, y sobre el cual siempre me aconsejaron responsabilidad, autenticidad, claridad y elegancia, cualidades que se enseñan, pero no se aprenden en la universidad. El estilo viene con el hombre o el estilo es el hombre, se dice. Y el de Vera se traslucía de los pies a la cabeza, de la cabeza al corazón, del corazón a la mano. Y más que todo en el azul antiestresante de sus ojos, que un día me atreví a lisonjear en plena tertulia porque «tenían el poder de paralizarme» si me miraba «en el mismo momento en que iba a decir un disparate». Vera era el mismo en todas partes: en las reuniones, en las tribunas, en el aula, en la oficina, en la casa. Sé que tenía su genio, pero lo mordía o se lo tragaba junto al café o con el humo de los inveterados cigarrillos que en sus años de fumador sentaron cátedra pulmonar y amarillo indeleble en aquellos dos dedos humeantes con los que revelaba, demostraba, denunciaba, descubría, incitaba, diciendo con ellos en alto lo que su boca callaba por prudencia, o exclamaba sin miedos y sin manchas. Con Vera compartí muchos momentos, hasta que tras el congreso de la UPEC de 1986, y luego de encabezar durante 20 años la organización, pasó a dirigir en México el Centro Regional de la Organización Internacional de Periodistas, de la cual fue vicepresidente. Mas, antes de marcharse, el 8 de julio de 1985, Vera me puso a Fidel en el camino. O mejor, me invitó a una recepción que organizó el Comandante en Jefe para los delegados e invitados al IV Congreso de la Federación Latinoamericana de Periodistas (Felap), que acababa de concluir en La Habana. Nunca me reprochó lo que algunos tildaron de locura al pedirle yo a Fidel «dos minutos para hablar de Medicina». Al contrario. «Aprovechaste bien la oportunidad», como dijo poco después durante una reunión de presidentes de las delegaciones provinciales de la UPEC, mientras me entregaba el cuadro con la foto de aquel momento inolvidable. Con Vera viajé a la URSS en febrero de 1982, vi el ballet Espartaco en el Bolshoi, caminé por Volokolansk, degusté el vodka y el caviar, la piba, la smetana y el borsch, y trabajé y trabajé organizándole y mecanografiándole documentos traducidos del ruso al español, cumpliendo otras encomiendas en la agencia Novosti o en la embajada de Cuba, o en las tiendas, porque a él nunca le alcanzaba el tiempo para establecer contactos y afianzar relaciones. Siempre cumplí al pie de la letra sus instrucciones, sin más advertencias que «no me hagas quedar mal». A veces sentía miedo. Yo solo tenía 31 años. A mi regreso, con algo de ironía y más de suspicacia, un colega a quien le conté me dijo: «Te estaba probando». No lo creo. Y juntos, Vera, Irma Armas y yo bautizamos la editorial de la organización. «No se rompan más la cabeza, vamos a hacer una encuesta», les dije. Y sin esperar autorización salí con un papelito por toda la UPEC para que la gente marcara el de su preferencia: Pablo de la Torriente Brau, Julio Antonio Mella y Rubén Martínez Villena. El primero acaparó la mayoría. No recuerdo cuántas, pero sí lo que Vera, con apropiado tacto, me dijo al otro día, cuando sin permiso irrumpí en su oficina para informarle. «Cualquiera de los nombres sería el mejor, pero ya veo que la mayoría coincide con Irma y conmigo… Y tú, ¿también? ¿Por qué?» Ese era su magisterio. El magisterio de los pedagogos sabios. Ya entrado el nuevo siglo Vera me ayudó en la adecuación de asignaturas y preparación personal docente para la apertura de la carrera de Periodismo en la Universidad Central de Las Villas. Jamás rechazó a ninguno de los alumnos que mandé a consultarle. Dos de sus textos: Mentira organizada y verdad dispersa y Periodismo, lucha ideológica —en coautoría con Elio Constantín Alfonso— resultan indispensables en la especialidad. Pero además, su memoria privilegiada, su protagonismo y capacidad para integrar y valorar sucesos, lo convertían en el experto perfecto para cualquier tesis de grado. Siempre lo llamaba antes por teléfono: «Que venga, que me localice, que ya buscaremos el tiempo y el lugar», me respondía invariablemente. Me apeno de que Ernesto ya no viva, y del dolor de su último dolor físico incalmable. «Ya no habrá nueva oportunidad de recibir su mirada dulce; o escuchar sus ideas en palabras directas, precisas, pausadas, de impecable dicción; ni hojear más el libro de su vida, abierto siempre a todos; y no disfrutar más la maravilla de medir la altura de su modestia. Y de su dignidad», dijo en la despedida de duelo Túbal Páez, vice presidente primero de la Felap y presidente de honor de la UPEC. Y aunque la muerte es la única certeza de la vida, la de Ernesto Vera Méndez continuará sorprendiéndome. Siempre lo recordaré. Cuando repase uno sus textos, cuando lea cualquiera de sus artículos, cada vez que asome enero y los revolucionarios continuemos aportando por el Triunfo.
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