la nota completa - Victor Hugo Morales

MANO A MANO
DIÁLOGOS DE DOS ORILLAS
Mi vida
con Macri
Esta semana se conoció la decisión de Radio Continental de sacar del aire a
Víctor Hugo Morales, a pesar de que su programa estaba entre los más escuchados
de la emisora. Sobre esa situación y otras experiencias personales que involucran al
presidente argentino conversó en esta oportunidad el periodista radial con Mateo Grille.
Por Víctor Hugo Morales
y Mateo Grille
M
ateo Grille. Estoy un poco
sorprendido por la celeridad de las medidas macristas, y
definitivamente estupefacto con
la cruzada que lleva adelante ese
gobierno contra cualquier expresión de pensamiento crítico.
Treinta días de gobierno y el fuerte cambio de rumbo que trata de
imponer apabulla negativamente.
Venimos hablando del significado
de sus anuncios y de esa colosal
redistribución monetaria desde el
Estado hacia los poderes agroexportadores, hacia las empresas
energéticas, los bancos y entidades nacionales y extranjeras, las
empresas multinacionales, los
grupos industriales concentrados,
los importadores y las multinacionales, las grandes empresas
de alimentos y cadenas de supermercados, las grandes empresas
de insumos para construcción, las
farmacéuticas y los grupos mediáticos concentrados. Esa redistribución no puede traer consecuencias
positivas para la mayoría de la
población.
Hemos hablado también del
debut macrista con la megadevaluación que ronda el 45%, y
hemos comentado el fin de las
retenciones y la caída del llamado “cepo” cambiario, pero se
suman el aumento de las tarifas
de servicios esenciales o la desregulación del sistema energético,
la vuelta al megaendeudamiento para tener fondos frescos, la
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búsqueda del acuerdo con los
fondos buitres que será favorable
a éstos y no al Estado argentino, la
disminución de la carga tributaria
para los autos de alta gama y el
aumento de los tributos para los
de gama media y baja; también
se relanzan las relaciones comerciales y diplomáticas con Estados
Unidos, se impulsa la firma de un
Tratado de Libre Comercio con
la Alianza del Pacífico, se aleja al
país de organismos como Unasur,
se dispone la culminación de la
contraloría de las empresas, no se
mide hasta nuevo aviso la inflación, se suspenden las negociaciones paritarias, se procura eliminar
los medicamentos genéricos, se
deroga de facto la ley de medios,
se interviene la Administración
Federal de Servicios de Comunicación Audiovisual y se incumplen
tres fallos judiciales que obligan
al gobierno a desandar la intervención, se liberalizan las tasas
de interés, se modifica la Carta
Orgánica del Banco Central y se
elimina la barrera de ingreso de
fondos especulativos a corto plazo,
entre otras minucias.
Y por si todo este combo no
fuera ya apabullante, ahora proceden, con desprecio, al despido
masivo de funcionarios del Estado
considerados potencialmente díscolos -“grasa militante”, los llama
el nuevo ministro de Economía,
Prat-Gay- se anuncia que se reprimirá la protesta social y se acallan
todas las voces opositoras comprobadas o potenciales.
El último de estos hechos fue
tu despido de Radio Continental,
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que se da en el marco de un “operativo silencio” a escala nacional
que incluye despidos a periodistas
y censuras de programas, buscando que sólo prime la voz del
mercado.
Ya escuché a Macri decir que
no tiene nada que ver con la
decisión de tu despido de la radio,
porque este gobierno, su gobierno,
cree firmemente en la libertad de
expresión. Dice que él no habla de
periodistas, pero cree que vos sos
un fanático kirchnerista.
Víctor Hugo Morales. Te voy
a contar mis encuentros con Macri. Su intento de escrache lleva en
el vientre la falsedad de sus dichos
en esa conferencia de prensa que
mencionás. Allí dijo que su gobierno no diría qué periodista trabaja
y cuál no, y entonces vale enrostrarle lo que surge de inmediato:
lo primero que hizo fue cumplir su promesa de campaña de
eliminar el programa 678, cuyos
periodistas quedaron sin trabajo. Acto seguido limpió a los más
valiosos conductores de Radio
Nacional, en todos los casos por
una cuestión ideológica. Y luego,
con la liviandad de un pintor que
prueba un color sobre la tela, me
perfiló como un fanático kirchnerista a partir de la discusión de la
ley de medios. Esa construcción
es la de Magnetto-Clarín, lo cual
es coherente, porque Macri es
Magnetto.
Desde aquellos días -comienzos
de 2009- habíamos perdido contacto, y naturalmente la relación
que teníamos se enfrió. La fecha
del último almuerzo que compartimos en Barracas, por supuesto
que invitado por él, y con la presencia de la directora de Contenidos de la radio, la periodista
Fernanda Lencinas, fue a finales
de 2013, creo.
Pero lo que revela su incidencia en mi despido de la radio es la
acusación, la misma que fue destinada a los periodistas que expulsó
de los medios públicos, porque
dijo eran militantes políticos.
La hilacha de su presión al
medio, tan fácil de instrumentar a
través de la pauta y el miedo que
insufla el accionar de violencia
institucional que imprimió a sus
primeros 30 días de gobierno, sirve para, con un simple tirón, dejar
desnuda su mentira.
Finalmente, con la ruindad de
quien se quita el pudor como si
fuera una mochila que se abandona para correr más rápido, dio
a entender que estuve varias veces
en su despacho. Sólo tuvimos -por
pedido suyo, además- una conversación en una sala de la legislatura porteña.
Y la excepcional ocasión en
la que le pedí a Macri algo de su
tiempo fue para que visitara el
atelier del artista plástico Aldo Severi, que es un muy querido amigo. Le sugerí que viese un cuadro
de Boca Juniors que me parecía
formidable. Boca compró la obra,
dicho sea de paso, y ahora se luce
en el museo del Estadio. La única
verdad en las palabras de Macri
fue cuando dijo que teníamos una
excelente relación. Mucho más
valiosa teniendo en cuenta que
se estableció con pleno respeto de
nuestras convicciones y una discusión perpetua a propósito de cómo
vemos al mundo desde que desembarcó en la política.
MG. Las consideraciones de
Macri respecto a tu trabajo son
torpes y repiten un lugar común
extendido en los medios hegemónicos, que intenta proyectar esa
imagen de buenos periodistas, objetivos y serios, por un lado (que
son los que trabajan y repiten
apoyando las “verdades” de los
medios de la derecha), y periodistas militantes por el otro, que son
precisamente aquellos que no sólo
no repiten el discurso del mercado, sino que lo combaten. Los serios y objetivos son los que apoyan
con su trabajo la crítica despiadada a los gobiernos progresistas
en todo el mundo, son los que
viven admirando las políticas de
los países centrales, son los que
propalan las verdades de la patria
financiera y los que critican con
saña cualquier demostración de
soberanía.
Los malos periodistas, los que
no son objetivos, son aquellos que
respaldan las políticas populares,
los que reivindican el papel del
Estado, los que no creen en las
bondades inherentes al mercado y
denuncian su injerencia favorable
a la multiplicación de la riqueza
para unos pocos. En esa lógica
falsa, vos y todos los periodistas
despedidos en este último mes son
fanáticos, y los que editorializan a
favor de Clarín o La Nación son
serios. Aún se esperan los comunicados de la SIP a favor de los
despedidos, pero están tardando
más de la cuenta.
VHM. Ellos son los neutros y
yo soy el fanático. Mirá, te voy a
contar mi vida con Macri, si así
puede llamarse. Lo conocí en un
lugar top de la noche de Buenos Aires, pero a media tarde. Él
quería ser presidente de Boca y yo
estaba enfrentado con los directivos de entonces, para los cuales era figura no grata. Cuando
murió Antonio Alegre, presidente
de esa época, la relación era muy
cordial, y llegó a estar en la mesa
el día de mi programa Desayuno
cuando el famoso partido que me
costó el juicio que ahora le pago
al hombre que maneja el rebenque del diablo, Héctor Magnetto.
El vicepresidente [de Boca] era
Carlos Heller, uno de los hombres
de los que más aprendo de temas
económicos y alguien a quien
considero un político creíble y
muy decente. ¡Qué ironía la vida!,
¡qué ironía! En ese tiempo el
mentor de Macri era un común
amigo, llamado Luis Conde, cuyo
nombre lleva hoy La Bombonerita.
Luis era un gran tipo de la noche
porteña, dueño de Shampoo, un
lugar como el Bonanza de los
viejos tiempos montevideanos.
La confianza permitía que yo le
sugiriera artistas amigos míos, a
los que luego iba a ver cuando
actuaban, porque además Luis
publicitaba la casa en unos programas de los sábados que hacía
por entonces. El lugar tenía las
luces, los espejos, los sillones de
un ámbito lujoso, y presumo que
era de lo más paquete de la noche.
Pero si lo veías durante el día, era
decadente. Fanático de Boca, líder
de una agrupación xeneize, don
Luis quería presentarme a Macri.
Es un buen tipo, me decía. Y creo
que, salvo este baño de maldad
que a veces da el poder, estoy aún
de acuerdo. Le descuento al concepto la conferencia del martes.
Allí, en un lugar que me resultaba
irreconocible al verlo a la luz del
día, Macri me contó los planes
que tenía. Lo de siempre, pero
dicho con entusiasmo y humildad.
Cuando ya era el presidente de
Boca invitó a algunos periodistas
deportivos para mostrar las obras
que estaba haciendo, en medio
de frustraciones deportivas que
lo opacaron hasta la llegada de
Carlos Bianchi, el hombre que
realmente construyó un presidente. Creo que después viene lo del
cuadro de Severi. Macri tenía una
custodia importante, y me convertí en pasajero de su caravana
hasta Quilmes, donde vivía el gran
artista. Un auto adelante, nosotros
en el medio y otro atrás. ¿Cómo se
podía vivir así?
Regateó el precio del cuadro
cuando decidió adquirirlo, según
me contó después, y me pareció
que lo hacía como si tuviera el
vicio de ganar hasta en esa pulseada, con un hombre que todo
lo que quería era ver su magnífica pintura en las paredes del
Museo de su amado club. Alguna
broma le hice al respecto. “No es
mi plata, es la de Boca”, me dijo.
Lo cierto es que aquel mediodía,
cuando vi el rocío en las pestañas de Severi, porque el cuadro
había emocionado a todos, sentí
una inevitable gratitud por Macri.
Aquel día de Quilmes, al volver,
o algunos días después, almorzamos. Más adelante, Macri me
invitó a desayunar en la confitería Rond Point frente a la que se
accidentó Julio Sosa. Esa charla
fue más tensa, luego de la sociabilidad de rigor.
-Me están pegando bastante,
¿qué es lo que pasa?
-Usted dijo que iba a cambiar
la AFA, que pensaba adecentarla, que no se iba a limitar a ganar un campeonato con Boca. Y
lo vemos a los pies de Grondona.
-Víctor Hugo, usted me va entender esto: detrás de Grondona,
está Clarín, ¿qué puedo hacer?
Cuando por primera vez ganó
las elecciones en la Capital, me
invitó otra vez a esa confitería de
la avenida Figueroa Alcorta. Era
de tardecita y estaba organizando
su gobierno.
-Lo voy a sorprender -tenía la
tensión amable de quien avanza
hacia algo muy difícil de lograr-,
pero escúcheme primero, déjeme
hablar.
Macri me estaba ofreciendo la
Secretaría de Cultura de la Ciudad
de Buenos Aires.
Quise interrumpir, y sin dejar
de hablar, interpuso una mano.
“Espere, déjeme terminar”. El
creía que mi apego al teatro y
al cine y el hecho de ir seguido
al Colón me convertían, ante
la mirada de los demás, en un
hombre culto. Yo movía la cabeza
negando, y él mantenía una idea
que se iba eclipsando a medida
que sus propias palabras tropezaban con el error. Lo que él quería
que entendiese es que uno puede
pensar como quiera, pero la gestión es otra cosa. De mi lado, alzaba el escudo de la incapacidad
para manejar un quiosco, siquiera. No he sido ni jefe de deportes,
en serio, le retrucaba. Esa vez la
charla transcurrió al revés. Primero los bifes, el asunto central,
y luego la conversación de cualquier cosa. Allí, ya lejos del asunto
principal, tuve una curiosidad.
- Mauricio, doy por descontado que usted me ofreció ese cargo de buena fe, sin ninguna
otra intención. ¿Por qué lo hizo,
sabiendo que soy de otro palo y
que, como le dije, hay gente que
lo mataría si yo aceptara?
- La verdad, la pura verdad,
es que no tengo equipo. Es espantoso. Sólo tengo a Rodríguez
Larreta y a una piba que es una
genia -nombró a Maria Eugenia
Vidal-, que es una máquina de
trabajar. Y por ahora, créame,
no mucho más que eso. Nadie
agarra viaje o nadie me convence. Los que podrían ayudar,
como usted, no quieren ni hablar. Usted es el tercero o cuarto
con el que hablé para Cultura.
No quieren, no sé qué hacer.
Macri no se pudo presentar
como candidato a presidente en
las siguientes elecciones. La formidable operación de Clarín contra
el gobierno de Cristina Fernández
aún no había cavado en el alma
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de mucha gente un pozo tan
profundo que sólo se podría llenar
con la lluvia o con lo que cayera.
Pero en el camino, Macri mejoró
la performance. Alentados a luchar
contra el Estado tal como lo iban
diseñando los Kirchner, los privados fueron afilando los colmillos,
encontrándole la vuelta al asunto.
Se fue perfilando como un dibujo
distraído en la servilleta del bar,
el acceso masivo de los ceos, que
en estos días, dando forma a la
síntesis del zorro y el gallinero, se
quedaron con el gobierno. El poder
real se hizo cargo del poder político.
Un día me invitó a la Legislatura.
Estábamos charlando mano a mano
cuando apareció Rodríguez Larreta,
que venía de la calle, como apurado.
De pie, le dio un toque de saludo a
Macri, pero se dirigió a mí:
-Está casi listo lo de la villa, así
que tiene que cumplir con la promesa de venir a la inauguración.
Meses antes, desde una cabina de San Lorenzo, había criticado la inundación de las calles
entre el estadio y la villa 1-11-14.
Rodríguez Larreta escuchó ese
domingo, y en un reportaje posterior comprometió obras que
corregirían el problema. Por mi
lado, le había prometido cubrir la
noticia desde allí, lo cual sucedió
cuando presentó una parte de las
obras y estábamos trasmitiendo
con un móvil. “¿De qué hablan?
¿Qué villa?”, preguntó Macri, interesado en el diálogo.
- De la 1-11-14, hemos avanzado
muchísimo, dijo Rodríguez Larreta.
- ¿Qué tenemos ahí?
- Era un desastre, prefiero
que te cuente Víctor Hugo, dijo
Rodríguez Larreta, y lo invitó a escucharme. Le describí aquello que
había mencionado en la trasmisión de fútbol.
-¿Y cuánto cuesta eso?, preguntó Macri.
-Tres millones, un poquito más quizás, dijo Rodríguez
Larreta.
- ¡La pucha! Macri enarcó las
cejas y apretó los labios con un
gesto de pura satisfacción. Esto
marcha, ¿ve?
Las charlas privadas de los
periodistas con hombres públicos importantes son irrelevantes.
Es un ejercicio de usted ahí y yo
aquí, pero cordial. Suelen describir cuánto hacen y se esfuerzan, y
el invitado acompaña con preguntas que sólo sirven para que
la plática avance. La prensa hace
méritos, el periodista sabe que
accederá más fácil al reportaje en
los meses siguientes, el político
debilita al interlocutor. Excepcionalmente puede haber tramos un
poco más picantes. Recuerdo dos
almuerzos más, en los años 2012
y finales de 2013 o comienzos de
2014, ambos en Barracas, en unas
oficinas nuevas del gobierno de
la ciudad. A la primera fui con un
gerente de apellido Yocca y a la
segunda con la periodista y jefa de
programación de entonces, Fernanda Lencinas. Esa sería la última ocasión de un diálogo abierto
y franco con Mauricio Macri.
Ya había transcurrido la mayor
parte del almuerzo y no se había
hablado nada que valiese la pena.
Pero la comida era una de las más
deliciosas que probé en mi vida,
y la elogié, como ofreciendo un
centro.
- Bueno, Víctor Hugo, dígame,
¿qué le pasa conmigo?
- Magnetto, pasa, y usted lo
sabe.
- Pero déjese de embromar
con Magnetto, siempre lo mismo,
¿qué tiene que ver Magnetto en
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todo esto, y qué tengo que ver yo
con este señor?
- Que le da todo, le dio Boca, las
computadoras de los pibes, todo.
- Pero eso fue una licitación,
¿qué puedo hacer yo?
- La escribió Clarín esa licitación. Nadie más pudo entrar. ¿O
entró alguien?
- Pero usted se olvida que
los tipos tienen todo, están más
preparados que nadie, ¿qué
puedo hacer yo con eso? Es una
cosa limpia, quítese de la cabeza cualquier otra cosa, no le dé
más vueltas.
-¿Usted entiende que un medio periodístico está para fiscalizar, no para ser socio de un
gobierno?, le dije. Imagine que el
New York Times le vende computadoras a la ciudad de Nueva
York, ¿en qué cabeza cabe? Le
Figaro no le vende las computadoras a París. No se puede ni
empezar a hablar.
Ahora Macri, ya presidente, le
ofrece a Magnetto hasta lo que no
le hace falta. En ese altar del verdadero poder, declina la República
que había prometido mejorar.
Regalos a un dios inca para que
no venga la tempestad. Saltando
sobre un pie y ahora el otro, con
las manos arriba, inclinándose, ahora sí y ahora no. Con un
decreto de Necesidad y Urgencia
intenta abolir la mejor y más pura
de las leyes de la democracia aún
en construcción y ahora devastada
por un huracán que le vuela las
chapas.
La ley de medios ya no es una
enemiga peligrosa para Clarín,
que pudo reírse todos estos años
con sus jueces cautelares socavándola. Pero Macri le dice al
gran maestre de la corporación
que va por más, como el caza-
dor que ahora apunta con una
rodilla apoyada junto al cuerpo
del animal que acaba de matar.
El decreto es una burla cruel a los
propósitos reguladores de la ley.
Abre las compuertas de nuevo.
Vamos con la libertad. Clarín en
una Ferrari y los otros medios en
carros tirados por caballos. Todos
compran y todos venden lo que
quieren. Hagan juego señores. El
que gana, gana, qué se le va a hacer. Más democrático no puede resultar el asunto.
Hay una larga entrevista de
2011 en el programa Bajada de
Línea, que está en mi página [victorhugomorales.com.ar], que no
he visto por mucho tiempo, pero
contiene la evidencia de un buen
trato, mucho más acá de la ley de
medios, que él, repitiendo la invención de Clarín, ubica como la
fecha de un cambio, que en todo
caso se produjo en el gobierno de
entonces. Macri intenta cobrar
cuentas tomando parte del poder
impune del Grupo, y se comporta
bien lejos de la conducta del hombre que supo bancarse el Topo
Gigio que le hizo Riquelme, o el
increíble desplante de Bianchi,
quien se levantó abruptamente de
una conferencia de prensa durante la que discrepaban y lo dejó
solo, con el gesto de un chico que
no entiende la penitencia impuesta. Este no es Macri. O sí, pero no
lo habían soltado.
Después del gobierno de una
mujer muy fuerte, como Cristina,
Macri es el emergente inmediato
del mundo de varones al que pertenecemos. Y siente que debe tener
los pantalones puestos, aunque
por ahora meta las dos piernas en
una. Vio en Cristina la personalidad que quiere para sí mismo. Ser
o no ser, una vez más.
Macri presidente:
¿Los Soprano al poder?*
D
icen que decía Perón que si
uno quería entender el mundo moderno había que leer Cosecha roja, de Dashiell Hammett.
Pero eso porque Perón todavía no
había visto la saga de El Padrino,
de Coppola-Puzzo. Sobre todo la
primera, en la que una escena
ilustra como nada el nacimiento
del mundo moderno. Es cuando
Michael (Al Pacino) toma el poder, o se anuncia para hacerlo.
Herido el viejo en un atentado
de famiglie rivales, los hijos, reunidos, debaten qué hacer. Sonny
(James Caan) quiere iniciar una
guerra. Tom, il consigliere (Robert
Duvall), trata de calmarlo, cuando
Michael, el más chico todavía, el
héroe de guerra, recién golpeado
por el jefe de Policía de Nueva
York, propone asesinarlo. Todos se
ríen. Creen que es algo personal, y
le dicen aquello de que “son sólo
negocios”, y luego le explican por
qué no se podía matar un jefe de
Policía.
Es ahí cuando Michael les hace
la pregunta que inaugura el mundo
moderno: “¿Para qué tenemos los
diarios?”, y les explica: “Matan jefe
de Policía envuelto en narcotráfico”,
y allí, así, los dueños de los fierros
descubren algo más poderoso y letal
que los fierros: los medios.
En ese momento de la película y del mundo, todo lo demás se
vuelve pasado pisado. Por fin la
democracia mostraba su talón de
Aquiles.
Como un escalpelo que así
mata como cura, la libre expresión podía resultarles muy útil.
Ahora, así, era posible participar
en política, promover senadores,
incluso poner presidentes, y hasta
ser condecorado por el Vaticano.
¿Para qué tenemos los diarios?
De igual forma el poder económico que en los años 70 arrastró a
los militares latinoamericanos a un
oprobio infinito (por lo pronto, ya
lleva casi medio siglo), descubrió un
día que había algo mejor, más efectivo que los fierros: los medios.
Y entonces los compraron. Y
así como alguna vez la dominación económica reemplazó la
ocupación militar, ahora ya no
precisaban encañonar a la masa,
reprimirla: bastaba intoxicarla
intelectualmente, confundirla,
proyectar, contra la tela en blanco de su apuro cotidiano en la
lucha por la supervivencia, una
película de la realidad. Como en
la caverna de Platón, igual.
Era la democracia. Su talón de
Aquiles.
En nombre de la libertad
de expresión, se podía levantar
incluso un monopolio mediático más poderoso que la verdad.
Mejor, peor: se podía sustituir la
verdad, y poner algo más conveniente en su lugar. De ahí a elegir
parlamentarios, ministros, jueces
y presidentes, era sólo cuestión de
volumen. De crecer. De comprar y
tener más medios, hasta convertirse en un Estado paralelo. Como
una mafia.
El mejor ejemplo, por perfecto, sería la Argentina, en donde,
como en ningún otro país del
mundo, un conglomerado periodístico se adueñaba de pronto
de todo el papel para diarios de
un país. Nadie se había atrevido
a tanto.
Dicen también que decía Perón
que fundó Telam porque la gente
no conocía China sino lo que le
contaban de China, y que entonces era mejor ir a China.
Así también Magnetto comprendió que, si eran dueños de
todos los medios, la gente no
conocería la realidad, sino lo que
ellos le contaran de la realidad. Y
clavó sus colmillos en nuestro talón de Aquiles. En 1977, a cambio
de encubrir el genocidio, se quedó
con todo el papel del país, y a partir de entonces fueron la realidad.
La verdad. Alfonsín se les opuso, y
se lo comieron hasta deshacerlo.
Menem les soltó la correa y les
entregó los medios audiovisuales.
En 2002 Duhalde les pesificó la
deuda y los salvó del desastre al
precio de todos nosotros. Entonces
llegó Néstor Kirchner y les entregó
lo que les faltaba: todo el cable.
Cristina los enfrentó. Así lo
pagó, lo paga y lo pagará. No
habrá respeto ni piedad con ella,
como sí los tuvieron con auténticos asesinos, con verdaderos corruptos, con indiscutibles dictadores. Cristina será un ejemplo para
cualquier otro que se atreva. (Pero
la monstruosidad de su enemigo
da la estatura de su coraje).
Ahora volvieron y se quedaron
con todo. La Capital, la provincia,
el país... Metieron uno de sus abogados en la Corte Suprema, uno
de sus gerentes en la Ansess, otro
en el Incaa, y siguen y comen...
¿Para qué tenemos los diarios?
Trabajaron duro, sin descanso,
sin reparar en ningún código de
ética ni en nada; entre injurias y
mentiras se jugaron el poco prestigio periodístico que tenían, fueron
por todo, y por fin, por prepotencia de volumen, y un pelito de
votos, consiguieron imponer su
muchacho. Un socio. Un empresario multinacional de larga trayectoria en el saqueo del Estado. Uno
de los nuestros, diría Magnetto,
después de preguntarse, sonriendo, ¿Para qué tenemos los diarios?
Hablando de diarios, el último
domingo, en Página 12, el incontestable Horacio Verbitsky cierra
su columna lacónica, dramáticamente. “Así como Sebastián Piñera aprovechaba cada contacto bilateral con CFK para plantear los
reclamos de la línea aérea LAN en
la Argentina, Macri utilizó su primer encuentro con Dilma Rousseff para solicitar que se reviviera
el crédito del banco brasileño de
desarrollo para el soterramiento
del Ferrocarril Sarmiento. Piñera
era el principal accionista de LAN,
y aunque había colocado esas
acciones en un fideicomiso, seguía
gestionando a favor de la compañía chileno-estadounidense. Del
mismo modo, Macri tiene interés
directo en las obras del Sarmiento,
que están a cargo de un consorcio integrado por la constructora
brasileña Odebrecht, la española
Comsa, la italiana Ghella y la argentina Lecsa. Las dos últimas forman parte del grupo que conduce
el nuevo jefe de la famiglia Macri,
el primo Angelo Calcaterra, hijo
de la hermana de Franco y Tonino
Macri, María Pía”.
Esperamos una semana la
desmentida. Nadie dijo nada, y
decidimos comentarlo.
Porque si fuera verdad, sería
como si Tony Soprano llegara a la
Casa Blanca.
*Por Daniel Ares
Texto tomado de elmartiyo.
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