08 LECTURA DOMINGO 10 DE ENERO DE 2016 juventud rebelde ¡Qué gente, caballero, pero qué gente! Lo cubano y los cubanos por el mundo: ese fue el tema al que convocó el más reciente concurso de nuestra sección La Tecla del Duende. Aquí van, como regalo de principio de año, algunas de las historias ganadoras. Con belleza, jocosidad y hondura se retrata, desde disímiles lugares, facetas de cómo somos y sentimos EL CAN BAZUQUERO ESA noche estaba tan oscuro en el refugio, que ni las manos las veía. Angola definitivamente no se parecía a Cuba, allí hasta los mosquitos eran salvajes. Todo estaba en silencio afuera, Blanco era el que hacía la guardia de los flecheros. El albergue estaba a 15 metros de la cocina, donde estaba Blanco. Yo escasamente tenía sueño, después de haber expulsado a los sudafricanos, no tenía cosas más importantes en qué pensar, que salvar mi vida y llegar a Cuba en una pieza. Así que me invadía la nostalgia, sobre todo de mi hijo, aún en la barriga de su madre, bueno, mi esposa, a todo riesgo de lo que lleva esa palabra. Algo sonó en la cocina, supuse que Blanco se había quedado con hambre, como siempre. —Déjame ir a pasar el insomnio en la guardia—, pensé en voz alta. Agarré la AK, cuando iba saliendo una ráfaga de balas retumbó en el campamento. Me tiré al suelo y asomé la cabeza: Blanco, frente a la puerta de la cocina, batía su AK, alumbrando con las trazadoras, y gritando como un loco. El albergue completo se puso en guardia, medio pelotón salió a defender posiciones. El capitán Resquejo salió con dos más alumbrando con linternas. Blanco estaba sentado, con la AK en las piernas; alguien lo alumbró, de la frente le salían gotas de sudor, estando a seis grados Celsius. —¿Qué pasó?... ¿Qué pasó?—, preguntó Resquejo. — Alguien se movía por allá— dijo tartamudeando Blanco, con la mirada fija en el horizonte. —¿Qué cosa? —Alguien, y anda con una bazuca. Las linternas buscaron el objeto. Efectivamente a unos 20 metros había un bulto, pero no se veía más nada. Un grupo nos acercamos lentamente. Blanco, el pobre…, bueno, estaba blanco. Fabré fue el primero en ver lo que era. —Bajen las armas —gritó—. ¡Blanco, coño! Dejaste sin perro a alguien y sin termo a nosotros. (Léster Daniel Fernández Ballester, Las Tunas) ¿LES GUSTAN LAS ALUVIAS? Diciembre del año 1977. Antonio Vilariño y yo nos encontramos en España para realizar una exploración sobre precios de distintos equipos que se necesitan para una importante inversión que se planifica realizar en Cuba. A través de la Oficina Comercial de Cuba en Madrid se coordinan reuniones con distintas empresas españolas con posibilidades. El mes de diciembre es complicado en España. Se acercan las fiestas navideñas y de fin de año y todo el país se prepara para su celebración. No obstante, se logra organizar un buen programa de encuentros y visitas a instalaciones fabriles. Una importante empresa española nos invita para que visitemos su oficina central en Bilbao y además la fábrica productora. Se propone realizar el viaje por carretera para que podamos admirar el paisaje. El tren y el avión son más rápidos pero no permiten ver las bellezas naturales del país. Llegamos a un restaurante típico español. Largas mesas de madera con bancos muy parecidos a los utilizados en la Edad Media. Un lugar para disfrutar una buena comida. Entregan la carta. Uno de los españoles comenta en voz alta: «Hay aluvias». Los españoles se miran y se relamen de gusto anticipadamente. Todo parece indicar que ese es un plato exquisito. Nosotros miramos la carta. Hay carne de todo tipo: chuletas de cordero, chuletas de cerdo, filete mignon, carnes de res de distintos tipos. Uno de los amigos españoles nos pregunta: «¿Les gustan las aluvias»? Yo inmediatamente respondo: «Me encantan» (solo sabía que son un tipo de frijol, pero no tenía idea de cómo las preparaban, mas conociendo a los españoles, seguro era algo delicioso). Vilariño, que tenía muy buen apetito, responde: «Sí, a mí me traen las aluvias, pero también un filete mignon bien grande». El español le advierte: «Mire, no hay problemas con pedirle el filete mignon, pero si va a comer aluvias, mejor espera a terminar con ellas y después le traen el filete, porque LAS ALUVIAS SON LAS ALUVIAS». Le dije: «Vilariño, hazle caso a la voz de la experiencia. Después te comes el filete. Él contesta: «Tú sabes que yo me como todo lo que me pongan». ¡Y llegaron las aluvias! Para cada uno trajeron una olla sopera, con unos frijoles colorados grandes, rojos, espesos. Y dentro, nadando entre ellos: lacones enteros, trozos de jamón, carnes de distintos tipos, chorizos, tocinos, lomos ahumados y no sé cuántas cosas más. Le dije: «Vila, ¿ahora qué?». Solo me respondió: «¡Me embarqué!». Y tuvo que hacer de tripas corazón y comerse todo aquello, incluido el filete. No pudo dormir esa noche. (Roberto Figueroa Silva, La Habana) UNIDOS A GOLPE DEL DESTINO Transcurría el año 1996. Todo ocurrió en el Hospital Pediátrico Juan Manuel Márquez, de La Habana… En la sala de Neurocirugía, en el 7mo. piso, se encontraban ingresados dos niños, después de haber sido operados por tumor de cabeza. Uno era de Chernobil, vino desde Ucrania; el otro era cubano, perteneciente a la entonces provincia La Habana, de un pueblo llamado Güines. Sus nombres eran: Sacha, de Ucrania, y Leordano, de Cuba. Como todos los niños de esta sala, estos debían estar acompañados de sus madres o de algún familiar o persona cercana, porque sus condiciones de salud no les permitían valerse por ellos mismos. A estos dos los tenían en un cuarto aparte, por ser los más malitos. Después de operados, dependían del cuidado de sus madres, que los trataban con mucho amor, al igual que el personal de enfermería y los médicos. El amanecer en la sala era de un silencio triste, ya que los pequeños no hablaban, no reían, ni caminaban. Eran animados por las voces de sus mamás y del personal que los atendía. En el caso de la madre ucraniana, su nombre era Nina, y el de la madre de Leordano, Maura. Después de la hora del aseo de los niños, Nina preparaba un jugo natural de naranja y lo compartía también con Leordano (…). Estos alimentos eran asignados por las instancias de Tarará; centro cubano donde se encontraban alojados los niños de Chernobil. La mañana se llenaba de agitación por la visita de los médicos, las curas (venía el carrito de las curas), y aquellas enfermeras llegaban muy alegres para que los niños las escucharan en su interior. (…) Después el almuerzo, hasta llegar la hora de la visita, que en el caso de estos pequeños en particular no recibían muchas, ya que los dos eran de lejos. En el cuarto donde se encontraban tenían un fogoncito, que se había autorizado teniendo en cuenta las condiciones en que se hallaban los infantes. Nina, la ucraniana, con su ensalada de vegetales, y la madre de Leonardo con el café, que temprano en la mañana y en la tarde nos gusta a los cubanos. En muchas ocasiones se les daba a los médicos y demás personas que se acercaban al sentir el olor. Así pasaba un día tras otro, hasta aquel de la anécdota del sillón de ruedas… En la sala existían no más de tres sillones de ruedas para trasladar a los niños a coger el sol, hacerse algún análisis u otra prueba, y eso la ucraniana no lo entendía. Era lo único que no quería compartir. El día amaneció un poco gris... La madre cubana preparó el sillón para darle el Sol a Leordano en la hora del mediodía. Se demoraba un poco en ajustar el sillón para que el niño no se cayera. Cuando ya estaba dispuesta a salir, la ucraniana le preguntó a través del traductor que para dónde iban. A darle sol al niño, porque el día está un poco gris, para que no se ponga amarillo, responde Maura. La otra casi no los deja salir. Llegó la enfermera en ese momento y preguntó que qué pasaba; que el sillón era para todos los niños de la sala. Entonces fue cuando la ucraniana se quedó tranquila y se pudo dar el paseo. La enfermera, tratando de reflexionar con todos, explicó que había que comprenderla, que ella estaba en una situación muy triste, lejos de su país y de su familia. La madre cubana entendió que la enfermera tenía toda la razón. Los traductores que acompañaban a Nina eran jóvenes cubanos que trabajaban en Tarará; le decían en español: «Nina, los cubanos somos así, tienes que aprender a compartir lo poco que tenemos». Ella respondía con un silencio y los miraba. Debo señalar que la unión de aquellas madres de distintos idiomas fue linda y la fraguó para siempre el destino de sus hijos. Llegó el día del fin para uno de los niños: 16 de diciembre de 1996. Leordano partió alrededor de las 11:15 a.m. en la Terapia Intensiva del hospital. Nina era la que más lloraba, junto a la enfermera que lo atendía directamente. Su madre, que en este punto puedo decir que era yo, no supe qué expresar. La mayor parte de mi vida la perdí ese día. (…). Después, cuando partió el pequeño Sacha, me puse muy triste y no pude consolar a Nina. Eso ocurrió en septiembre de 1997 (…) Esta narración está dedicada a todos los niños que como Leordano y Sacha no tuvieron larga vida, pero sus añitos significaron toda una vida para sus madres. (Maura Portela Marrero, Mayabeque). LA PALABRA Sereno, majestuoso, aquel crucero surcaba las azules aguas rumbo a París. A bordo, una legión de turistas franceses disfrutaba feliz del regreso a casa, luego de haber visitado Cuba. Formando parte de la tripulación, una joven cubana prestaba sus servicios en la augusta nave, contratada por aquella agencia de viajes gracias a su inteligencia. La chica hablaba un francés genuino. Durante la excursión, la joven se percataba del interés que despertaba en un compañero de trabajo, de origen francés, cuando intercambiaba hábilmente con algún turista. Este, a su vez, hablaba el español con bastante soltura. Además, no perdía oportunidad juventud rebelde para poner a prueba las habilidades que poseía la cubanita cuando de hablar francés se trataba. La sometía a preguntas que ella respondía siempre con acierto, socavando así la prepotencia de aquel sujeto. Aquella mañana el joven francés se le acercó presuroso, con un papel en la mano, haciéndola blanco, nuevamente, de su altivez. —A ver, amiga mía, ¿sabe usted lo que esta palabra significa en mi país? La cubanita leyó rápidamente y sonrió socarrona. «Pues no puedo decir el significado porque esto es, simplemente, una marca. No tiene traducción», aseguró. Asombrado y derrotado a la vez, la miró y pidió permiso para alejarse, pero la muchacha lo detuvo. —Calma, amigo mío, creo que tengo derecho a la revancha, dijo, mientras extraía del bolso que colgaba de su hombro papel y lápiz. —Veamos, ¿sabe usted lo que significa esta palabra en mi país? Y extendió, ante los ojos curiosos del francés, aquel letrero donde se leía: OFICODA. Examinó el joven la palabra una y otra vez, y muy contrariado dijo al cabo: —No alcanzo a saber el significado. —Pues bien, dijo ella satisfecha, si alguna vez decide vivir en Cuba y no sabe lo que esto significa, ¡morirá por inanición! (Julia Hernández Santallana. La Habana). LA CUBANA Quiero ser Presidente, le dije a mi mamá en un mitin de la plaza 28 de Julio en la ciudad de Iquitos. Tenía la edad de cinco años y Fernando Belaúnde levantaba el brazo en señal de «adelante» saludando al mar de gente. Me impactó sobremanera ver cómo tantas personas comulgaban con el ideal de un mismo hombre. Esa imagen y ese sueño se grabaron en mi subconsciente, se archivaron en un tierno rincón de mi mente pueril mientras crecía, y volvió a reaparecer hace unos años, con mayor insistencia hace unos días, todo gracias a la cubana Ernestina. DOMINGO 10 DE ENERO DE 2016 Terminada la Universidad, ingresé a laborar a un lugar caótico, ruinoso y de mala entraña; existía una bien surcada discriminación. Nunca un jefe saludaba al personal de «rango inferior». ¿Cómo puedes saludar con beso a esa cubana?, anda al baño y lávate, me increpaba una abogada regordeta refiriéndose a la cubana Ernestina, del personal de limpieza; pero la que en realidad necesitaba ir al baño y lavarse era aquella mofletuda que siempre olía a pezuña de burro (…). La cubana Ernestina se escabullía avergonzada de la oficina sin mirar atrás. Joven, ya no me salude delante de los jefes, mejor abajo nomás en la entradita y, arriba, haga de cuenta que ni me conoce, decía ella con una sonrisa precaria y gris. Jamás le hice caso, la saludaba con beso donde me la encontraba y con mayor gusto si había un jefe por ahí. Siempre la traté con cariño, en innumerables ocasiones escuché atento sus conversaciones tan sentidas. Ciertamente encontraba interesante todas sus experiencias de vida, era fiel a sus consejos porque realmente lo creía, estaba convencido de la importancia que tenía la esencia de ese ser humano. Una tarde, revisando los correos en el trabajo, me llega el aviso de un banco que financiaba una maestría en gestión pública. Mi subconsciente activó como alerta de luz parpadeante el recuerdo y el sueño grabados en el mitin. Una herramienta en gestión es fundamental si se quiere ocupar un rol protagónico en el Estado, y más aún si pretendo un gobierno en algo decente, pensé. Me tomó un mes reunir toda la documentación que me exigían, nadie quiso ser mi aval, pero no me importó. ¿A dónde va tan contento, joven?, pregunta la cubana Ernestina. Voy a… voy a ser Presidente del Perú, respondo. Dejo mi solicitud en el banco. Las clases comienzan en una semana. La espera es insufrible. A 48 horas del inicio de clases, el banco por fin contesta. Usted tiene una cita con su sectorista hoy a las 5:30 p.m., dice el correo. ¿Por qué tan tarde?, cuestiono para mis adentros. Salgo del trabajo con tiempo y llego temprano. El sectorista me recibe con una cordialidad promedio y con el rostro serio, algo anda mal. Perdone que hayamos demorado tanto, pero hemos sido muy minuciosos con su expediente, el comité de riesgos ha encontrado inconsistencias en usted, lamento informarle que su préstamo ha sido rechazado, dice el sectorista con palabras técnicas y en tono solemne, en lugar de expresar sin reparos que mi sueldo tiene aspecto de mierda, sabe a mierda y no puede ser otra cosa más que mierda pura, por lo que teniendo esa sesuda conclusión, dudan con justa razón de mi capacidad de pago. La valentía y solidaridad han distinguido a lo mejor de los cubanos. Mural de Raúl Martínez ubicado en la Cujae. LECTURA 09 La luz deja de parpadear, el sueño se apagó, la oportunidad áurea de estar al frente de un mitin se fue. La cita había sido a esa hora porque el sectorista sabía que no duraría más de 5 minutos. Tuve que tragarme el sapo y regresar al trabajo cabizbajo a terminar con mis pendientes. Desmotivado y afligido, la cubana Ernestina advierte mi malestar. ¿Todo bien, joven?, pregunta. Sí, solo que tendrás que esperar un poco para que sea presidente, rechazaron mi préstamo, digo. ¿Puedo ayudarlo en algo?, vuelve a preguntar. La verdad no creo que mucho, necesito $12 500 dólares a primera hora, respondo. Ernestina, limpia ese baño que está inmundo y no interrumpas al doctor, llama la atención con su vozarrón la abogada mofletuda que huele a pezuña. Chaucito, joven, se despide. Hago un amago de sonrisa, tengo el semblante averiado por la tristeza. Al día siguiente y algo recompuesto, Ernestina se me acerca como escondiéndose, así lo hacía todas las veces por la vergüenza que le habían instaurado. Joven, un favor, quiero que converses con un amigo, te va a esperar. La cubana Ernestina me da un papel con una dirección. ¿Para qué?, pregunto. Anda nomás, de ahí me cuenta, chaucito, dice y se va. Llegada la noche, veo el papel en mi bolsillo, desganado y a regañadientes, pues no tenía muchas ganas de nada, decido ir. Acudo a la dirección para ver cuál era el favor que quería Ernestina. Llego a una casa por el olivar de San Isidro, pasaje Cura Béjar No. 169. Toco a la puerta, pido con el nombre que tengo en el papel. Una señora entrada en años me hace pasar. El señor baja en un momento, me dice. Observo la sala, hay un stand con varios libros de tapas añejas, sin duda el dueño de casa es una persona mayor que lee mucho. Gustavo Ontaneda, para servirlo, me sorprende una voz mientras husmeo los libros. Le doy la mano y sonrío. Estimado Luiz Carlos, una amiga me ha hablado de ti, me dice. Aquel señor era un alto funcionario del banco, Ernestina había trabajado más de 15 años con él. La persona que menos recursos tenía fue mi aval, sin dar un centavo y tan solo con el valor de su palabra abogó por mí. A la otra mañana, el sectorista adusto ahora me pela los dientes, me sonríe con fervor y me trata como a un rey. Hubieras empezado diciéndome que conocías al gerente, pues, luchito, firma aquí, me dice el jijuna y yo escudriño todos sus movimientos con desprecio, con frialdad oriental. Regreso a mi trabajo. Delante de todos, abrazo a la cubana Ernestina e inflo sus cachetes a besos. Dime qué puedo hacer para pagarte todo esto, digo. Joven, usted ya hizo mucho por mí, la humildad y la sencillez no se negocian, responde. Se me hacen agua los ojos y la vuelvo a abrazar. Es inevitable recordarla cuando estoy a pocos meses de la graduación. Con su trabajo diario supo ganarse la admiración y el respeto de muchos, porque ella es como un billete de un millón de dólares que por más que la arruguen, la tiren al suelo y la pisen, nunca perderá su verdadero valor, siempre seguirá valiendo exactamente lo mismo. Elegí entregarle mi amistad sin condición, ella a cambio me devolvió un sueño. Yo no sé si llegue a ser presidente, pero de lo que estoy seguro es que su ser y su palabra valen un mundo, su esfuerzo por salir adelante aún más, y ante una eventual campaña electoral la elegiría de nuevo. Yo voto por ella. Gracias, Ernestina, un beso. (Luiz Carlos Reátegui del Águila, Perú). juventud rebelde DOMINGO 10 DE ENERO DE 2016 LECTURA 11 Anatomía de un teatro por CIRO BIANCHI ROSS [email protected] UNO de los rostros más entrañable de la ciudad se transforma a ojos vista. Aludo al tramo que corre a lo largo del Paseo del Prado, entre la calle Virtudes y la Calzada de Monte. En ese espacio se construyó el hotel Parque Central y, más que restaurarse, se edificaron otra vez los hoteles Telégrafo y Saratoga, más flamantes ahora que como lo fueron en sus orígenes. Hoy se rehabilita el Capitolio, y la prohibición de parqueo desde Neptuno a Monte confiere una perspectiva al Prado hasta ahora inédita, por no aludir al sistema de luminarias que pone asimismo una nota novedosa en el área. Hay algunos buenos restaurantes. Faltaría proceder a la eliminación de timbiriches estatales y privados, y sigue siendo inconcebible que en un establecimiento que produce tanto dinero como la Pastelería Francesa, pedazos de nylon sustituyan los cristales rotos de sus vidrieras. Un poco más allá, cruzando el Parque Central, se construye el hotel Manzana. Se restaura el teatro Payret. ¿Sucederá igual con el edificio de la casa editora Abril? En esfuerzo constructivo tan colosal se inscribe la remodelación del Gran Teatro de La Habana, que reabrió sus puertas el pasado 1ro. de enero con el nombre de Alicia Alonso, merecido homenaje a la eximia bailarina que se presentó en su escenario por primera vez en 1950. Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso. ¿Qué tal si dedicamos la página de hoy a rememorar algunas curiosidades de ese coliseo? LOS NOMBRES La primera de ella sería el nombre. Digamos antes que, a nuestro juicio, el Gran Teatro es una institución cultural que ha transitado por diversas etapas, desde su inauguración en 1838 hasta hoy. Cuando se construía el edificio de la esquina de Prado y San Rafael, la prensa comenzó llamarlo Teatro Nuevo, pero Francisco Marty, el catalán que había recibido del Gobierno colonial la concesión para construirlo, no demoró en atajarles los caballos a los periodistas. Se llamaría, dijo, Gran Teatro de Tacón, como muestra de agradecimiento a su protector y amigo el Capitán General que tanto dinero le dio a ganar. Para la construcción del teatro, Tacón concedió a don Pancho Marty una discutida franja de terreno realengo situada casi al frente de la puerta de Monserrate de la muralla, en una de las zonas más codiciadas de extramuros, y suministraría la piedra necesaria, en tanto que garantizaba la mano de obra con los reclusos de la cárcel de La Habana, esclavos y peones. Como respaldo de la empresa, pondría Marty su cuantiosa fortuna. En el juicio de residencia que se le siguió en Madrid a su salida del gobierno, Tacón declaró que el Gran Teatro había significado una inversión de 200 000 pesos. Marty dijo por su parte que el costo del edificio fue de 291 507 pesos con 16 reales, cifra que no incluía los recursos aportados por la administración colonial. El 15 de abril de ese año iniciaba el teatro su primera temporada dramática y, con ella, quedaba oficialmente inaugurado. Por esas coincidencias de la vida, ese día llegaba a Cuba la Real Orden que disponía el cese de Miguel Tacón como gobernador general de la Isla y su sustitución por Joaquín de Ezpeleta. Don Pancho Marty acompañó a su amigo hasta la tumba, pero no se metió en el hueco junto con él. Siguió disfrutando hasta su fallecimiento de los favores de los capitanes generales siguientes. Con el fin de la dominación colonial española se imponía un cambio de nombre. El Gran Teatro de Tacón empezaría a llamarse Gran Teatro Nacional. Pero como apunta el historiador Francisco Rey Alfonso en su Biografía de un coliseo, el nuevo nombre estuvo sujeto durante años a una consideración ambivalente pues, por una razón u otra, aun en formulaciones oficiales lo mismo se le llamaba de esa manera que Teatro Nacional a secas, denominación que terminó por imponerse a partir de 1915, cuando en el portal del nuevo edificio se incrustaron las iniciales TN. Ya para entonces, el teatro había pasado a ser propiedad del Centro Gallego. En 1906 esa sociedad regional española pagaba a la empresa norteamericana Tacón Realty Company —que había comprado a los herederos de don Pancho Marty— más de medio millón de pesos por el teatro y sus edificaciones anexas, desplegadas en la manzana enmarcada entre Prado, San Rafael, San José y Consulado. Como deferencia al presidente Estada Palma o en un gesto de delicadeza hacia los cubanos, el teatro no cambiaría de nombre. Seguiría siendo el Teatro Nacional. Solo que ese nombre que identificaba un establecimiento perteneciente a una entidad extranjera molestaba a muchos. Poco tenía de Nacional, porque la nación nada tenía que ver con él. A mediados de los años 50 empieza a edificarse en la llamada entonces Plaza Cívica o de la República, actual Plaza de la Revolución José Martí, el edificio que albergaría al Teatro Nacional de Cuba. No podrían existir dos teatros con igual nombre en una misma ciudad. Se imponía una nueva denominación para el coliseo de Prado y San Rafael. Se llamaría Teatro Estrada Palma. El cambio ocurrió ya en 1959, el 24 de octubre, fecha en la que entonces se celebraba en Cuba el Día del Periodista. No por mucho tiempo identificó el nombre de Estrada Palma a nuestro emblemático escenario. El 19 de agosto de 1961, en ocasión del aniversario 25 del asesinato de Federico García Lorca, la Junta Interventora del Centro Gallego daba a conocer que el coliseo llevaría el nombre del poeta granadino. Ahí no paró el asunto. En 1967 se le dio el nombre de Gran Teatro de Ballet y Ópera de Cuba, y diez años después el de Liceo de La Habana Vieja cuando se rescataron para la cultura los valiosos espacios que fueron parte del palacio social del Centro Gallego y que daban cabida entonces a la Sociedad de Amistad Cubano-Española (SACE). A partir de entonces se buscó una nueva organización de las potencialidades del edificio, rebautizado en 1981 como Complejo Cultural del Gran Teatro García Lorca, sede estable, bajo la dirección general de Alicia Alonso, del Ballet Nacional de Cuba, la Ópera Nacional, el Teatro Lírico Gonzalo Roig, el coro y la orquesta. El desarrollo de esas agrupaciones da lugar a un suceso significativo en la historia del inmueble: todas sus áreas se suman al trabajo cultural. La incorporación de los nuevos locales, apunta el historiador Francisco Rey Alfonso, daba inicio a un proyecto ambicioso e inédito en Cuba. Al teatro, llamado ahora Sala García Lorca, se añadieron las salas Ernesto Lecuona (conciertos), Lezama Lima (conferencias) y Bola de Nieve (actividades musicales), así como otros locales destinados a clases, ensayos, exposiciones… En junio del 85, ese complejo cultural pasa a denominarse, siempre bajo la dirección general de Alicia, Gran Teatro de La Habana. Surgen las salas Alejo Carpentier (artes escénicas), Imago (artes visuales) y Artaud (teatro arena), al tiempo que importantes agrupaciones artísticas, como el Ballet Español, Danza Contemporánea y el Ballet de Lizt Alfonso, hacen del coliseo su sede. Eventos internacionales tienen su escenario principal en el Gran Teatro, que se reafirma como el símbolo por excelencia de las artes escénicas en Cuba. LA ARAÑA El Gran Teatro Tacón fue en su momento uno de los mejores del mundo. Su austera fachada contrastaba con el lujo y la elegancia de su interior. La eximia bailarina Fanny Elssler lo comparó con el San Carlo, de Nápoles, y la Scala, de Milán, «y no creo que sean mucho más grandes ni más elegantes en proporciones y estilo». La condesa de Merlin lo vio, en 1844, como un salón que no desentonaría en Londres ni en París, en tanto que otros viajeros se resentían al encontrar en la colonia lo que no existía en la metrópoli. El palco destinado al Gobernador lucía mejor adornado que el que se destinaba a los reyes en algunos países. Ochenta ventanas y 22 puertas ventilaban la estancia. Su acústica era insuperable. En 1878 admitía a 2 287 personas sentadas y a otras 750 que podían colocarse de pie detrás de los palcos, aunque se dice que en sus inicios tenía capacidad para unos 4 000 espectadores. En ese entonces la plantilla del teatro la conformaban un director, un secretario, un contador, un tenedor de libros, un portero mayor y 13 porteros y acomodadores. También un expendedor de boletos, un mecánico, cuatro carpinteros, dos serenos, una costurera con cinco ayudantes, un cartelero y varios conserjes, tramoyistas y utileros, así como cierto número de extras, que solo eran llamados a trabajar, y cobraban, cuando las circunstancias lo requerían. Su lámpara central, en forma de araña, constituía, según la copla popular, uno de los elementos distintivos de la ciudad, junto al Morro y la Cabaña. «Tres cosas tiene La Habana / que causan admiración: / son el Morro, la Cabaña / y la araña de Tacón». Se decía que esa lámpara solo la superaban en tamaño las de la Ópera de París y el Palacio Real madrileño. Si bien provocaba la admiración de muchos, irritaba a otros, a aquellos que debían presenciar el espectáculo desde los pisos superiores del teatro. Esto es, desde la tertulia y la cazuela: los obligaba a hacer prodigios para ver el escenario completo. Se hicieron muchas sugerencias para remediar esa situación, pero la araña del Tacón permaneció en su mismo sitio durante más de 60 años. La luminaria sufrió una seria avería cuando una noche de 1863 los espectadores decidieron tomar la escena por asalto. Había vuelto a abrir sus puertas, luego de una de las tantas remodelaciones que sufriera, y lo hizo con la presentación de una compañía de tan mala calidad que el público de la tertulia y la cazuela, molesto y enfurecido, arremetió contra los cómicos lanzando a la platea y al escenario los brazos de las butacas y cuanto objeto contundente encontró a su alcance. Rey Alfonso en su Biografía de un coliseo se permite otra lectura, quizá más exacta, de ese incidente: los espectadores más humildes asumieron tan agresiva actitud no contra los actores, sino en repudio al régimen colonial. La famosa lámpara desaparecería el 9 de enero de 1900. Se limpiaba el teatro con vista a la temporada de ópera que se iniciaría al día siguiente, cuando la mítica araña se desprendió del techo y cayó estrepitosamente sobre el lunetario. Para sustituirla se adquirió a toda prisa un plafón en forma de estrella que sostenía 120 bombillas eléctricas. Los tiempos habían cambiado, el nombre de Tacón resultaba obsoleto y se sugirió dar al Gran Teatro el nombre de La Estrella. La idea no progresó. La lámpara con forma de estrella fue también sustituida. A mediados de 1915 comenzó a funcionar un ventilador absorbente que hacía descender a 20 grados la temperatura de la sala.
© Copyright 2025