volumeN 1 nÚMERO 3 febrero/marzo 2008 WWW.revistaprl.COM PRL $5,00 EE.UU. Primera Revista Latinoamericana de Libros Un inglés pedestre, sincopado, juguetón, que no pide perdón por su nerviosa inestabilidad sintáctica”. Ilan Stavans sobre The Brief Wondrous Life of Oscar Wao Érase una vez dos curiosos impertinentes Tom Burns Marañón revisa The Invention of Spain Antonio José Ponte: El lector de tabaquería Manuel Lucena Giraldo: Editores españoles en México y Argentina Alejandro Zambra: Levrero vs. la Gran Novela Pablo Alabarces: ¿Será así Latinoamérica? José Luis Rénique: ¿“Abimael Guzmán como Luke Skywalker”? Héctor Abad: A merced de Los Ejércitos www. revistaprl.com PRL Contenido feb/MAR2008 Libros interesantes de la University of Wisconsin Press 3 Ilan Stavans The Brief Wondrous Life of Oscar Wao, de Junot Díaz Ilan Stavans 6 Pablo Alabarces Imágenes de un imperio. Estados Unidos y las formas de representación de América Latina, de Ricardo D. Salvatore Looking South. The Evolution of Latin Americanist Scholarship in the United States, 1850-1975, de Helen Delpar Eight Conversations 8 Tom Burns Marañón The Invention of Spain - Anglo-Spanish Cultural Relations, 1770-1870, de David Howarth Un viaje de ida y vuelta. La edición española e iberoamericana (19361975), de Antonio Lago Carballo y Nicanor Gómez Villegas (Eds.) 12Manuel Lucena Giraldo 14Antonio José Ponte El lector de tabaquería: Historia de una tradición cubana, de Araceli Tinajero 17 Héctor Abad Los ejércitos, de Evelio Rosero 18 José Luis Rénique La cuarta espada. La historia de Abimael Guzmán y Sendero Luminoso, de Santiago Roncagliolo 20Alejandro Zambra La novela luminosa, El discurso vacío, Dejen todo en mis manos, de Mario Levrero. 23Edmundo Paz Soldán Comentario 24 Luis Antonio de Villena Luz de domingo, dirigida por José Luis Garci, sobre una novela de Ramón Pérez de Ayala 25 Nicasio Urbina Rubén Darío, Obras Completas, de Julio Ortega ed. 28Odi Gonzales Dioses y hombres de Huarochirí, traducción de José María Arguedas. Autores Héctor Abad es autor de Angosta y El olvido que seremos. Pablo Alabarces es profesor titular de Cultura Popular Antonio José Ponte es co-director de la revista En- cuentro de la Cultura Cubana, que se publica en Madrid. Sus últimos libros son Un arte de hacer ruinas y otros cuentos y La fiesta vigilada. de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires. Entre sus libros están Fútbol y Patria e Hinchadas. José Luis Rénique es profesor de Historia en City Uni- Tom Burns Marañón es consejero de Eurocofín, una Ilan Stavans ocupa las cátedras Lewis-Sebring de cultural latina y latinoamericana y Five College-Fortieth Anniversary en Amherst College. Es autor de Spanglish y Love and Language. Su edición de Spain, Take This Chalice from Me and Other Poems (Penguin) de César Vallejo, en traducción de Margaret Sayers Peden, aparecerá en abril. consultoría de comunicación corporativa y financiera radicada en Madrid. Es colaborador habitual del diario español El Mundo, y acaba de publicar La monarquía necesaria (Planeta) Odi Gonzales estudia la tradición oral quechua. Es au- tor de los poemarios Valle sagrado y La escuela de Cusco. Manuel Lucena Giraldo es historiador y colaborador versity of New York. Ha publicado La voluntad encarcelada y La batalla por Puno. Nicasio Urbina es autor de La estructura de la novela ni- caragüense y Miradas críticas sobre Rubén Darío. del suplemento cultural de ABC. Sus últimos libros son A los cuatro vientos, las ciudades de la América hispánica y Ciudades y leyendas, un recorrido por la historia de España a través de sus relatos urbanos. Luis Antonio de Villena es, básicamente, poeta. Javier Marías, del Reino de Redonda, le otorgó en 1999 el título de Duke of Malmundo. Edmundo Paz Soldán es autor de El delirio de Turing y vida privada de los árboles. Enseña literatura en la Universidad Diego Portales. Palacio quemado Alejandro Zambra es autor de las novelas Bonsái y La Correcciones: Roberto Torretti no es profesor de la Universidad de Chile, como indicamos erróneamente en el número de diciembreenero. Es professor emeritus de la Universidad de Puerto Rico, donde ha enseñado por muchos años. Por Kant da la hora, el título de su artículo de esa edición, debe entenderse: Kant está muy vigente. Editor: Fernando Gubbins. Editores asociados: Luisa Angrisani, Antonio Espinoza. Corrección: Adriana Camacho. Editor gráfico: Augusto Nieves. Comercialización y ventas: Arturo Conde. Asistentes de publicidad: Justine Thurman, Claudia Saavedra. Practicantes: Elsa Cárcamo, Morena Orué. Diseño de PRL: Lacava Design. Foto portada: “Reading the Numbers” de John Phillip. Aberdeen Art Gallery and Museums collection. PRL - Primera Revista Latinoamericana de Libros. (ISSN 1937-7290 edición impresa, ISSN 1937-7304, PRLONLINE). Febrero, marzo 2008, volumen 1, número 3. Una publicación bimestral de Mido Editores Inc., 474 Central Park West, New York, NY 10025, 1(212) 864-4280. Copyright © 2008. Derechos reservados. Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida sin permiso expreso de Mido Editores. Neal Sokol The New York Times described Ilan Stavans as “the czar of Latino literature in the United States.” But his influential oeuvre doesn’t address Hispanic culture exclusively. In Sokol’s thought-provoking interviews Stavans is caught at the vortex where his Mexican, Jewish, and American heritages meet. Cloth $24.95 The Flight of the Condor Stories of Violence and War from Columbia Translated and compiled by Jennifer Gabrielle Edwards “The dead in Colombia refuse to rest quietly.”—Ilan Stavans After decades of violence of all kinds, what remains are the stories. History is revised and debated, its protagonists bear witness, its writers ensure that all the suffering has not been in vain. These stories contain pain and love, and sometimes even humor, allowing us to see an utterly vibrant and pulsating country amidst so much death and loss. THE AMERICAS, ILAN STAVANS AND IRENE VILAR, SERIES EDITORS Cloth $65.00 Paper $26.95 The Plays of Josefina Niggli Recovered Landmarks of Latino Literature Edited by William Orchard and Yolanda Padilla “[This book] completes the formidable task of revitalizing the archive of Mexican American author Josefina Niggli, a writer whose production defies easy categorization but whose time has arrived.” —Roberto Tejada, University of California Cloth $75.00 Paper $29.95 San Juan Ciudad Soñada Edgardo Rodríguez Juliá Introduction by Antonio Skarmeta Todo el paisaje de mi infancia ha desaparecido . . . Rodríguez Juliá is a lyrical guide to the history, inhabitants, and culture of his native city of San Juan, recalling scenes from his childhood while chronicling the changes in the city. Though superhighways have replaced the winding lanes, Rodríguez Juliá evokes the melancholy sweetness of remembrance as he leads readers through his Ciudad Soñada, his city of dreams.THE AMERICAS, Copublished with Tal Cual Editores, San Juan Spanish language edition, Paper $24.95 (Also published in an English edition Cloth $45.00, Paper $19.95) Other Spanish language titles are available The University of Wisconsin Press at booksellers or www.wisc.edu/wisconsinpress feb/MAR2008 www. revistaprl.com PRL La minoría hispánica viene hallando su sitio Ilan Stavans The Brief Wondrous Life of Oscar Wao de Junot Díaz Riverhead, 340 pp., US$ 24,95 E n el último congreso internacional de la lengua española, en marzo del 2007, en la ciudad costeña de Cartagena de Indias, la presencia del spanglish fue insignificante. No deja de sorprenderme que, con unos cuatrocientos millones de hispano-parlantes en el mundo, el tema haya sido censurado. Hubo sesiones sobre el español en Estados Unidos, pero su carácter era más bien morfológico. El tema del congreso, como lo anunciaba el material publicitario, era “Presente y futuro de la lengua española: Unidad en la diversidad”. ¿En qué otro sitio del planeta se perfila un futuro más desafiante para el idioma de Cervantes? De vez en cuando, el director de la Real Academia Española, Víctor García de la Concha, en entrevistas periodísticas, asegura que el spanglish no existe. Lo mismo hacen algunos otros burócratas de la institución, entre ellos Humberto López Morales, secretario general de la Asociación de Academias de la Lengua Española. Supongo que ello se debe a su conocimiento escaso de la realidad hispánica en los Estados Unidos, donde, según la oficina del censo, la minoría tiene ya unos cuarenta y cinco millones, cifra que rebasa la población entera de España, ni qué decir de la de casi todos los países de América Latina por separado. Otra posibilidad es conceptual. Me refiero a esa vieja costumbre castiza, que se remonta a la Inquisición, de no nombrar las cosas que incomodan. Este encuentro entre el inglés y el español no debe llamarse spanglish porque el mero acto de nombrarlo implica reconocer su existencia. Lo que existe es un menjurje, un cambalache que Dios mediante desaparecerá en el momento en que la minoría hispánica en Estados Unidos aprenda, como es debido, el idioma de Walt Whitman, sin olvidar, por supuesto, el de Neruda. Es decir, dicha confusión no es otra cosa es una chapucería que media entre dos coordenadas léxicas. Es una posición débil. La comunidad hispánica en Estados Unidos no es de reciente arribo. Su historia, amplia y diversa, se remonta a mucho antes de la llegada de los peregrinos a Plymouth Rock en el siglo XVII. Ha tenido momentos claves como el Tratado de Guadalupe Hidalgo en que México, al terminar la Guerra México-Norteamericana, le vendió a Estados Unidos los territorios que hoy conforman la región sudoeste del país. Le siguen la Guerra del 98 y los incidentes en Sleepy Lagoon y las agitaciones de los Zoot Suits. ¿Cómo es que luego de tantos años el español no ha desaparecido del todo como vehículo de comunicación? El idish, el polaco, el francés, el alemán y otros idiomas que usaban inmigrantes de Europa dejaron de existir como modelos viables hace mucho tiempo. ¿Qué distingue al castellano de todos ellos? Concuerdo en que el acto de nombrar al spanglish –los sinónimos que la gente usa a diario son ingañol, espanglish, espanglés, espangleis o espanglis– automáticamente lo legitima. Pero ¿de qué otra manera habría que referirse a esa transacción sintáctica, generalizada de la Florida a California, que se nutre del cambio de códigos, de la traducción simultánea y de la procreación desmedida de neologismos no registrados ni en el Diccionario de la Real Academia ni en el Oxford English Dictionary? En sí el término spanglish surgió por vez primera vez en los setenta en Nueva York entre puertorriqueños radicados allí desde la así llamada “Gran Migración” de los años cincuenta. Por muchos años se lo usó de forma despectiva para referirse a hispanos (el patronímico es, en sí mismo, un spanglicismo) que estaban perdiendo su español, pero todavía no hablaban el inglés perfectamente. Pero en las décadas recientes el matiz semántico de la palabra ha ido cambiando. Hoy el hablar spanglish es motivo de orgullo, al menos entre la gente de la clase media urbana. No existe un solo spanglish sino muchos: el de los dominicanos, el de los nuyorriqueños, los cubanos, los mexicanos, y demás. Entre spanglish-parlantes hay diferencias de uso de acuerdo con la edad (los jóvenes, por ejemplo, tienen una jerga libre y porosa), la ubicación geográfica, el nivel educativo, y el momento de llegada a Estados Unidos. Sobra decir que la polémica en derredor del spanglish es enconada. Yo mismo he estado en el ojo de la tormenta, lo que me ha ganado todo tipo de epítetos. De “insigne destructor del idioma, cuyo mero nombre hace revolcar a Lebrija y a Bello en su tumba” a “nefasto promotor de la cátedra Cheech and Chong”. (Con- fieso que estos ataques me entretienen). Para mí, el spanglish es un híbrido lingüístico que anuncia un nuevo mestizaje, la formación de una manera distinta de entender la civilización hispánica, y, por tanto, uno cuyos atributos son verbales y así mismo raciales, sociales, culturales y políticos. El spanglish no es un catálogo de palabras y expresiones mal escritas sino lo que en alemán se llama un weltanshuung. Desde la época de los derechos civiles en los sesenta, antes aun de existir un término para referírsela, se ha venido gestando una literatura en spanglish que es rica y multifacética y que incluye poemarios, novelas, cuentos, ensayos y obras teatrales, así como películas y un sinfín de manifestaciones musicales, de Celia Cruz a Ciprés Hill y Ricky Martin. Esa literatura pululaba amenazante en la periferia en la cultura norteamericana. A la estética callejera del Nuyorrican Poets Café a la que pertenecen Miguel Algarín, Miguel Piñero y Tato Laviera se le suma la poesía de Juan Felipe Herrera y la prosopopeya de Ana Lydia Vega (Pollito Chicken), las transacciones electrónicas de Susana ChávezSilverman (Killer Crónicas), las versiones espanglizadas de himnos nacionales y canciones navideñas, y los rituales escénicos de performeros como Guillermo Gómez-Peña y Giannina Braschi. Esta última es autora, entre otros textos, de “Pelos en la lengua”, que sirve de manifiesto al movimiento literario que gira en derredor del spanglish. Todo este acontecer, repito, lejos del así llamado mainstream. Pero ese mainstream despierta ya a la nueva realidad del país, lo que se nota en la manera como casas editoriales de prestigio como Knopf, Harper Collins y Viking (parte de The Penguin Group) publican hoy por hoy libros en spanglish que no requieren glosario. Esto implica que el lector medio por fin tiene acceso a estos textos híbridos y de proveniencia geográfica distinta. Lo del glosario es fundamental porque antes todo volumen que incluía términos en castellano requería una lista interpretativa, ya sea al final o como notas a pie de página, que los clarificaba al lector no entendido. Pero ya no. Estas casas editoriales asumen ahora que el público tiene tal acceso al español que esta lista es innecesaria. O bien, prefieren dejárselo como tarea al lector. A esta estrategia, en el ámbito editorial, se la llama sink or swimm: sálvese quien pueda. La bisagra en esta nueva ola literaria es el escritor dominicano Junot Díaz. Nacido en 1968, en Villa Juana, un barrio de Santo Domingo, Díaz inmigró a Nueva Jersey en 1974. Su debut como escritor se llevó a cabo en 1996, cuando publicó su colección de cuentos Drown. (La fallida traducción al español de Eduardo Lago se titula Negocios). Los relatos entrelazados tienen como tema central la experiencia migratoria dominicana. Siguen las aventuras del personaje central, Yunior, cuyo padre –como el del propio Díaz– abandonó la familia en la temprana edad del protagonista. El libro está escrito en un inglés pedestre, sincopado y juguetón que no pide perdón por su nerviosa inestabilidad sintáctica. Un spanglish nuevo, musical, asombroso, que ni exalta ni ensombrece el castellano o el inglés y que adquiere vida autónoma, repleta de orgullo. Drown fue recibido de manera entusiasta por la crítica y se convirtió en un éxito de ventas. Díaz recibió un generoso adelanto monetario de la editorial Riverhead (The Penguin Group). Tardó once años en acabar la novela. El resultado es un libro que es muchos libros, una caja de resonancia en la que es posible entrever ecos a mil y una tradiciones narrativas. En una entrevista en la cadena de televisión pública PBS que le hice1, Díaz habló de su método de escritura. Dijo que, casi como Flaubert, reescribe cada frase una, diez, cincuenta veces, hasta que se siente conforme con ella. Habló también de algunos de sus modelos literarios, a quienes descubrió mientras cursaba el bachillerato en Rutgers University, la universidad estatal de Nueva Jersey. Su inspiración vino del poeta Pedro Mir, del novelista Viriato Sención, que escribió la controversial novela Los que falsificaron la firma de Dios. Pero el debate intelectual que terminó forjándolo más hondamente fue entre Stanley Crouch y Toni Morrison, entre Alice Walter e Ismael Reed, autores afroamericanos (Morrison, obviamente, galardonada con el Premio Nobel) cuyo lenguaje es igualmente idiosincrático, nutriéndose del Ebonics (esto es, Black English), el inglés de los esclavos y el ghetto que no solamente ha definido la literatura negra en Estados Unidos, de W.E.B. DuBois al Harlem Re1 Abril 2003, parte del programa de PBS Conversations with Ilan Stavans. La versión transcrita aparece en el libro del mismo nombre (Tucson, Arizona: University of Arizona Press, 2005: 47-51) PRL naissance y de Richard Wright en adelante, y que sirve de vehículo para el rap, el hip-hop y otros estilos musicales. El mapa que el propio Díaz establece, incompleto sin duda, es importante porque no apunta a la literatura hispánica en inglés (los poetas nuyorriqueños, Oscar Hijuelos, Sandra Cisneros, et al) sino a la afroamericana. Esa conexión es clave en el nivel verbal en su primera novela, The Brief Wondrous Life of Oscar Wao. La pirotecnia estilística es hipnotizante: si se puede hablar del apogeo del spanglish, es en estas páginas donde se lleva a cabo. Pero la novela, a mi gusto, tiene otra raíz igualmente esencial. Me refiero a Call It Sleep, el clásico –delinea socialista, aunque marcado por el flujo de conciencia de James Joyce al final de Ulises– de Henry Roth, que apareció en 1934 y que, a pesar de haber tenido buena recepción, fue olvidado hasta que lo reivindicaran Irving Howe, Alfred Kazin y la generación de los intelectuales neoyorquinos de los sesenta. Como la de Díaz, la novela de Roth es una narración sobre la inmigración, en este caso la de los judíos al Lower East Side de Nueva York. El personaje central es David Scherl, un niño de diez años con un padre tiránico, una madre abnegada, un vecindario repleto de secretos y pasiones, y una ciudad, Nueva York, que lo envuelve en su misticismo. El estilo que usa Roth ha sido descrito como Yinglish, una mezcla de inglés e idish con resonancias a un tiempo bíblicas y modernistas. El protagonista de la novela es Oscar de León, un muchacho dominicano en Nueva Jersey, obeso, neurótico y obsesionado con el sexo, un depresivo maestro sustituto que ama los libros, las tiras cómicas, las novelas de ciencia ficción y los juegos electrónicos. “Our hero was not www. revistaprl.com one of those Dominican cats everybody’s always going on about –he wasn’t no home-run hitter or a fly bachatero, not a playboy with a million hots on his jock”. Díaz, pues, se aleja del estereotipo norteamericano del beisbolista, el músico sabroso y el truhán. Su personaje es “(still) a ‘normal’ Dominican boy raised in a ‘typical’ Dominican family, his nascent pimp-liness was encouraged by blood and friends alike”. Claro que, como es de esperar, Oscar ni es típico ni tampoco normal, simplemente porque no hay personaje novelístico de valor que así lo sea. Su peculiaridad está en ser lo que uno de los narradores define, de un solo golpe, como “a GhettoNerd”. Oscar es víctima de sus propias ambiciones (intelectuales, sociales y sexuales) y de ese fukú que lo rebasa y al final lo fulmina. Como las de Morrison, la novela está contada de manera polifónica, en un entramado de voces (incluyendo la de Yunior) que recuentan sus proezas y las de su familia en la República Dominicana. En la medida en que avanza la narración y se traslada de Santo Domingo a Washington Heights, Paterson, New Jersey y otros sitios, Oscar (apodado Oscar Wao en un giro espanglizado con ecos a Oscar Wilde) cede el escenario a otros personajes: su hermana, su padre, su abuelo el patriarca Abelard Luis Cabral, amigos y otras figuras aledañas. Y el enfoque no es exclusivamente contemporáneo; de hecho, Díaz, en su ambición novelística, construye un mosaico multitudinario de quinientos años de historia dominicana. La novela quiere ser muchas novelas: novela adolescente, novela condena, novela del dictador, novela épica, novela posmoderna… Sus referencias, por eso, tejen una telaraña que igual tiene de Nabokov, Coetzee y García Márquez. De Nabokov (Pale Fire) vienen las copiosas notas a pie de página sobre la historia dominicana, en particular sobre Rafael Leónidas Trujillo, el tirano que sumió el país en un marasmo insoportable, y destruyó todo intento de libertad y democracia. Ese juego de notas hace que la novela sea de un enciclopedismo que compite con la Internet pero también la torna irreverente, mordaz, elástica. Dice una nota en la página 132: feb/MAR2008 Márquez (Cien años de soledad) viene el meollo de la trama, construido a manera de condena: no la del incesto que trae como consecuencia un bebé con cola de cerdo, pero lo que en la primera página de The Brief Wondrous Life of Oscar Wao se describe como un fukú americanus, o, simplemente, un fukú: In my first draft, Samaná was actually Jarabacoa, but then my girl Leonie, resident expert in all things Domo, pointed out that there are no beaches in Jarabacoa. Beautiful beaches but no rivers. Leonie was also the one who informed me that the perrito (see first paragraph of chapter one, “GhettoNerd at the End of the World,” wasn’t popularized until the late eighties, early nineties, but that was one detail I couldn’t change, just liked the image too much. Forgive me, historians of popular dance, forgive me! … generally a curse or a doom of some kind; specifically the Curse and the Doom of the New World. Also called the fukú of the Admiral because the Admiral was both its midwife and one of its great European victims; despite “discovering” the New World the Admiral died miserable and syphilitic, hearing (dique) divine voices. In Santo Domingo, the Land He Loved Best (what Oscar, at the end, would call the Ground Zero of the New World), the Admiral’s very name has become synonymous with both kinds of fukú, little and large; to say his name aloud or even to hear it is to invite calamity on the heads of you and yours. En cierto momento, al lector –o lectores– se le interpela como a un tonto, un negro, un ‘Níger’ (que no es lo mismo) y un platanero. Dichos términos hacen pensar en la tradición literaria, también fecundada por Nabokov (y que viene de Tristram Shandy y, hacia atrás, del Quijote), en la cual el lector es quien, en última instancia, es responsable por el entarimado artístico: tú, lector, dime lo que piensas de Oscar. ¿Qué hago con él en esta escena? De Coetzee (Waiting for the Barbarians, Foe y Disgrace) Díaz extrae el sarcasmo con que el mundo civilizado resiste las embestidas de la barbarie. Y de García Oscar y toda su familia son víctimas de ese fukú. A Abelard Luis Cabral le toca su turno en 1946 y a su nieto, Oscar Wao, el suyo décadas después, cuando regresa a la República Dominicana en un romance extramatrimonial y, como resultado, termina como blanco de un crimen. Sin embargo, la novela de Díaz es, más que nada, una odisea sobre la migración y la vida trasnacional que vivimos en la actualidad. La trama va y viene del Caribe a Estados Unidos y lo mismo hace el spanglish con que se describe esa odisea. Es por eso que el texto fundacional, a mi parecer, es Call It Sleep. También allí el feb/MAR2008 individuo es visto como el representante, primero de una familia, luego de una minoría –en este caso, religiosa– y luego de una nación. El enfoque de Díaz no es Oscar sino la nación dominicana en su totalidad, dentro y fuera de la isla, en su diáspora norteamericana, donde se inserta en el acontecer hispánico pero mantiene su unicidad. Pero, a pesar de los aplausos de que ha sido objeto The Brief Wondrous Life of Oscar Wao, yo lo juzgo un libro desequilibrado. Con frecuencia los abultados comentarios sobre cultura popular (los Cuatro Fantásticos, X-Men y El señor de los anillos), historia (se hace mención de Joaquín Balaguer, Mobutu, François “Papa Doc” Duvalier y muchos más) y literatura (a Julia Álvarez le va mal por In the Time of the Butterflies y a Mario Vargas Llosa mucho peor por La fiesta del chivo), aunque entretenidos, parecen fuera de sitio. Díaz desglosa el avatar dominicano, como si su editora en Riverhead le hubiera pedido que por favor explicara quién es quién y por qué –porque la mayor parte del público anglosajón ni siquiera sabe dónde está la isla. La demás información da la impresión de ser vomitada. Eso es lo que ocurre a diario entre los jóvenes estadounidenses, cuyas referencias intelectuales son una masa inconexa que proviene de la televisión, los videos, Hollywood, la música (la hermana de Oscar es roquera) y los deportes (ese último tema Díaz no lo contempla). Peor aun es la falta de originalidad de la trama en sí. De hecho, la acción es casi irrelevante. Oscar Wao sueña con fornicar y debido a su gordura y al fukú no lo logra sino al final. El lector se cansa de seguirlo de una intentona a la otra. Se cansa de verlo acometido por la depresión. Se cansa de que el personaje sea tan pasivo, aunque, obviamente, esa es la intención de Díaz. Tengo la impresión de que su talento cuaja mejor en el cuento. La concentración que exige el género le permite enfocarse en la sicología de un solo personaje en su contexto. Pero la hazaña de Junot Díaz es la hazaña del spanglish. Es en el nivel lingüístico donde su genialidad es ineludible. Sus dos libros son prueba de la elasticidad del inglés y del impacto que siguen teniendo sobre él las recientes olas migratorias. En Estados Unidos el idioma se enseña en el aula, se debate en la radio y la televisión, se cataloga en diccionarios, siempre de manera abierta, flexible, democrática. En ese sentido, Call It Sleep vuelve a ser un punto de comparación. Cuando Henry Roth publicó su novela, la Depresión estaba en su apogeo y no había empezado la Segunda Guerra Mundial. Los inmigrantes judíos de Polonia, Ucrania, Rusia y otras partes de la Europa del Este que habían pasado por Ellis Island y se habían asentado en la zona sur de Nueva York abandonaban ya, lenta pero sólidamente, la clase baja, para obtener una posición más solvente en la jerarquía económica estadounidense. Esos recién llegados hablaban idish en casa. Sus hijos (la generación representada por Howe y Kazan) lo enten- PRL dían, pero en la calle y la escuela se comunicaban en inglés. A través de un proceso de aculturación, fueron aclimatándose al metabolismo del país. Estoy convencido de que la razón por la que la novela de Roth no tuvo éxito inicialmente es porque todavía no había un público que apreciara su sofisticación. Tres décadas después, en los sesenta, cuando Call It Sleep fue redescubierta, el panorama había cambiado. Por entonces los judíos ya formaban parte del entarimado social y podían reconocerse y reconocer a sus ancestros en David Scherl. Lo que es más, el inglés fluctuante que emplea Roth confirmaba que sólo en la lengua de Whitman podía esta migración plasmar su ansiedad artística. Lo mismo cabe decir de The Brief Wondrous Life of Oscar Wao. La aparición de la novela anuncia una nueva entelequia. Por fin esa encrucijada de lo anglosajón y lo hispánico, cuyo mejor vehículo de expresión es el spanglish, ha producido una obra que, si bien no es del todo satisfactoria, consolida la estética de este mestizaje de manera valiente y desafiante. De haber aparecido hace veinte o treinta años, el libro de Díaz habría sido ignorado porque la minoría hispánica apenas estaba hallando su sitio. Hoy ese sitio es obvio. La influencia que ejerce dentro del país y en las naciones en donde se originó la ola migratoria (en este caso, en el Caribe) es categórica. La novela de Díaz es, pues, un calidoscopio. Oscar Wao es un Oscar Wilde ‘espanglizado’ que representa a más de cuarenta y cinco millones de inmigrantes cuyo impacto en la vida norteamericana es hoy más fuerte que nunca. Vuelvo así a lo inicial. A diferencia del spanglish que usan Ana Lydia Vega, Susana Chávez-Silverman, Juan Felipe Herrera y los poetas del Nuyorrican Poets Café, el idioma de Díaz denota un deseo de ser entendido por el mainstream. El vocabulario está salpicado de términos peculiares y la sintaxis tiende hacia lo arbitrario. El lector norteamericano promedio sin duda se sentirá desorientado, pero no tanto como para abandonar la lectura de jalón. Yo creo que esa desorientación, por el contrario, lo hará sentirse cómodo, como si estuviera dando un paseo por la Loisaida en Nueva York o la Calle Ocho en Miami. O me equivoco: lo hará sentirse tranquilo y contento porque el spanglish de Díaz ya no tiene una dirección geográfica específica. Es de Paterson y Washington Heights y del Internet y la música y la cultura popular… Es decir, se trata de un spanglish trasnacional, universal, de todos y para todos, digan lo que digan el señor Víctor García de la Concha y la Real Academia Española. Ojalá que se le preste atención en el próximo congreso de la lengua española. Porque al fin de cuentas, lo que Junot Díaz hace magistralmente es llamar las cosas por su nombre –en spanglish. Confirma mi impresión de que lo mejor de la literatura latinoamericana está por venir, pero no en la América Latina sino en Estados Unidos. PRL Suscríbase ahora y reciba PRL cada dos meses Edición impresa EE. UU., Canadá, América Latina US$ 21 Resto del mundo US$ 28 PRLONLINE US$ 15 Edición impresa + PRLONLINE EE. UU., Canadá, América Latina US$ 29 Resto del mundo US$ 36 Sí, suscríbanme a PRL: Edición impresa EE. UU., Canadá, América Latina Resto del mundo US$ 21 US$ 28 PRLONLINE US$ 15 Edición impresa + PRLONLINE EE. UU., Canadá, América Latina Resto del mundo Adjunto cheque a nombre de Mido Editores Cargar a mi tarjeta de crédito: Visa Mastercard American Express ______________________________ Número de Cuenta US$ 29 US$ 36 Discover ______________ Expira _______________________________________________________________ Firma Nombre_____________________________________________________________ Dirección____________________________________________________________ Ciudad_ ____________________________________________________________ Estado______ZIP _______Teléfono______________________________________ Email_______________________________________________________________ Enviar formulario a Mido Editores, 474 Central Park West, New York, NY 10025. También puede enviarlo por fax o llamar al 212.864.4280, o suscribirse en nuestro website: www. revistaprl.com PRL www. revistaprl.com feb/MAR2008 Así debe ser Latinoamérica Pablo Alabarces Imágenes de un imperio. Estados Unidos y las formas de representación de América Latina de Ricardo D. Salvatore Buenos Aires, Sudamericana, 2006, 191 pp., US$ 24.93 Looking South. The Evolution of Latin Americanist Scholarship in the United States, 1850-1975 de Helen Delpar Tuscaloosa, The University of Alabama Press, 2008, 304 pp., US$ 50 E n 1943, la factoría de Walt Disney estrenó un largometraje novedoso, no por la técnica ni por los personajes: se trataba de la misma animación que lo había hecho famoso por lo menos desde La bella durmiente, y la figura que conducía lo que compasivamente llamaremos trama era el Pato Donald, a esa altura un ícono de la cultura de masas americana. La novedad consistía en que las cuatro partes que, entretejidas, construían el film, transcurrían íntegramente en América Latina. La primera ilustraba una visita de Donald al Lago Titicaca, en el límite entre Bolivia y Perú, lo que le permitía al pato exponer la vida de las culturas andinas y de sus animales típicos (más concretamente: una llama algo caprichosa). La segunda la protagonizaba Pedro, un avioncito-correo humanizado que mostraba los avatares de la naciente aviación postal en las inmensas e inclementes tierras sureñas, intentando volar desde Chile a la Argentina a través de los Andes. El tercer segmento, “El Gaucho Goofy”, nos presentaba a Goofy (Tribilín, por estas tierras, merced a la inventiva de nuestros traductores) disfrazado de gaucho argentino, aunque su vestimenta recordaba demasiado a los cowboys que la iconografía hollywoodense nos había acostumbrado a reconocer a primera vista. No en vano, en las notas que acompañan la información sobre este film en Wikipedia se afirma que “Gaucho is the denomination for cowboys in South America Pampa region”. Finalmente, en la cuarta y última sección de la película, Donald descubría a un nuevo personaje, destinado a reaparecer en más de un film: un simpático loro-papagayo brasileño, José Carioca, que le presentaba las maravillas de Rio de Janeiro –las paisajísticas y las humanas: más precisamente, las femeninas–. La parte se titulaba “Aquarela do Brasil”, y llevaba como banda sonora la celebérrima samba de Ary Barroso. El film se tituló Saludos amigos, en español en el original inglés. No conforme con tamaño gesto, se estrenó en Buenos Aires y Observar, registrar, clasificar. Rio de Janeiro (en este caso, como Aló amigos) casi simultáneamente, en agosto de 1942, seis meses antes de su estreno estadounidense. Pero la saga de Disney en América Latina no terminó allí: el 21 de diciembre de 1944 se estrenó en México Los tres caballeros (nuevamente, antes de su estreno en Estados Unidos, que ocurrió en febrero de 1945, simultáneamente con su lanzamiento en Brasil). Ahí se reproducía la estructura episódica, otra vez hilvanada en torno del Pato Donald (a esa altura, un experto viajero): en este caso, se trataba del festejo del cumpleaños de Donald, que recibía como regalo una pantalla sobre la que se comenzaba a proyectar dos cortometrajes, “The Cold-Blooded Penguin” y “The Flying Gauchito”. En el primero, el pingüino Pablo intentaba escapar de los fríos antárticos sobre un iceberg, con proa a las playas tropicales del continente. En el segundo, la precisión informativa de la producción de Disney hacía agua: un pequeño gauchito escalaba los Andes (¿algún sobrante de dibujo de la película anterior?) y encontraba un burrito alado, con el que comenzaba a correr carreras campestres de caballos. Con las alas tapadas por un oportuno “poncho”, gaucho y burro eran objeto de las desalmadas burlas de sus competidores, hasta que en el momento decisivo el animal comenzaba a volar y vencía fácilmente. El problema es que el gauchito, según se afirma en el film, era uruguayo, lo que implicaría que para encontrar al burro debió recorrer unos 1500 kilómetros, dis- tancia que separa la pampa uruguaya de los Andes argentinos… El resto era más previsible. Aguijoneado por el éxito de su primera visita brasileña, Donald es nuevamente conducido por José Carioca, pero en este caso a Salvador, la maravillosa capital del estado de Bahía (título del segmento), donde los amigos culminan bailando samba pero intercalados en la coreografía y el canto de Aurora Miranda, a la sazón hermana menor de la celebérrima Carmen Miranda, quien ya desplegaba los estereotipos brasileños en la cultura de masas norteamericana –sintetizados por partes iguales en su físico exuberante y en su tocado con frutas. Una nota de color, o a la inversa: en toda la coreografía no aparece un solo danzarín negro, a pesar de que el noreste brasileño, y en especial Bahía, es el foco de la cultura afro-brasileña. Para finalizar, el film ampliaba sus horizontes incorporando al “representante” mexicano, Panchito Pistolas, un gallo gritón, algo prepotente, perennemente armado con sus pistolas, pero amante de las fiestas, los amigos y las mujeres. Es decir, un típico mexicano, según el universo que estamos describiendo. La sección, última de la película y del prolongado viaje de Disney por el subcontinente, incorpora tanto las celebraciones navideñas de los niños mexicanos –que reproducen el peregrinar de María y José en el nacimiento, con lo que señalan la fuerza del catolicismo en el país– como las piñatas (Donald debe romper una, con lo que concluye su cumpleaños). Pero en el curso del viaje –que Donald, Carioca y Pistolas hacen en una alfombra mágica, posible tributo al orientalismo dominante–, se hacen un tiempo para visitar Acapulco, donde Donald, que ya viene conmocionado por la visión de las bahianas brasileñas, directamente llega cerca del delirio con la contemplación de las bañistas latinas. En suma: con pingüinos, burritos, aviones, montañas inmensas, llamas caprichosas, indígenas cansinos, gauchos uruguayos o cowboys agauchados, loros brasileños y gallos mexicanos, carmenaurorasmirandas con o sin frutas, y muchas mujeres bellas y sensuales –pero, recordemos: sin un solo negro o negra–, Disney sintetizaba el continente. Lo exponía, lo caracterizaba, lo representaba. Y en ese movimiento, presuntamente, lo conocía, para que de esa manera lo conociera su público. Esta operación Disney tiene, además, una trama expuesta y otra escamoteada: la primera es que ambos films suceden a un viaje del propio Walt Disney a Latinoamérica en agosto de 1941, durante dos meses. La información escamoteada, o más ignota, es que ese viaje fue organizado por el Departamento de Estado norteamericano, como parte de la política de Buena Vecindad (Good Neighbour) imperante en esos años. En su transcurso, Disney visitó, junto con un completo equipo de dibujantes, fotógrafos y animadores, Brasil, Uruguay (y de allí nuestro gauchito volador pero geográficamente ignorante), Argentina y Chile, para luego regresar por barco desde Valparaíso. Un documental sobre esta visita acompaña las ediciones comerciales de Los tres caballeros, pero también se puede consultar las fuentes de la propia Walt Disney Family Foundation (que acepta explícitamente el dato del financiamiento estatal). No he podido volver a ver ese documental, que conocí hace varios años, justamente mientras trabajaba sobre estereotipos argentinos y brasileños. Mientras escribo esto, las imágenes se agolpan en mi memoria: la recepción triunfal, con multitudes reclamando autógrafos, con presidentes y dignatarios sonriendo a cámaras acompañados por el creador de Mickey Mouse… Hay un dato que sobresale, que me resulta inolvidable: en Argentina, Disney se entrevista con Florentino Molina Campos, por ese entonces el ilustrador gauchesco más popular, a través de sus colaboraciones en periódicos y especialmente con sus dibujos para los almanaques de la empresa textil Alpargatas, que lo difundían por todo el país. Disney comparte reuniones con Molina Campos, se obsequian dibujos mutuamente; Disney toma apuntes que uno puede reconocer en los rasgos excesivos de los gauchos de “The Flying Gauchito” (especialmente, las narices: las narices de Molina Campos son inconfundibles), aunque no en feb/MAR2008 Goofy –como dijimos, un cowboy–. Pero tampoco puedo olvidar que, aunque en el documental no existe referencia alguna, ese viaje de Disney construyó uno de los grandes mitos de la cultura de masas argentina. Cuenta la leyenda que el viaje incluyó un traslado a la Patagonia, a la ciudad de Bariloche: más precisamente, al Bosque de Arrayanes, en la península de Quetrihué. Allí, los apuntes de Disney, fascinado por el paisaje boscoso, habrían sentado las bases para los fondos del film Bambi, de 1942. Colonialmente homenajeado por la cultura local, el bosque presenta hoy día una pequeña cabaña conocida como la casita de Bambi, afirmando sin lugar a dudas u objeciones ideológicas que allí estaba la fuente de inspiración del dibujante. Pero es preciso volver al dato político. El contexto de la Segunda Guerra Mundial y la influencia del Eje en las sociedades latinoamericanas habría determinado el viaje, como forma de obtener simpatías hacia la cultura norteamericana. Esto aparecía especialmente crucial en la Argentina, donde las simpatías nazis eran más preocupantes. Afirma J. B. Kaufman, biógrafo de la Disney Foundation, que los artistas anteriormente enviados para estrechar vínculos y publicitar el american way of life vía el influjo de Hollywood mostraban “insulting manners and demands”, que granjeaban más antipatías que adhesiones. La elección de Disney como embajador cultural itinerante era, entonces, perfecta: Walt no se cansa de firmar autógrafos, sonreír para las fotos y dibujar incansables Mickeys y Donalds. Disney desplaza, además, por naturaleza, todo asunto político: porque lo que pone en escena es el mundo de la infancia, por definición un mundo de toda pureza, a-económico, asexuado, ajeno a toda conflictividad, como treinta años después argumentarán Ariel Dorfman y Armand Mattelart en su célebre Para leer al Pato Donald, publicado en el contexto del gobierno de Salvador Allende y la Unión Popular chilena. De este juego de viajes, representaciones y estereotipos nos resta una mención: Wikipedia sostiene que el historietista chileno René Ríos (más conocido como ‘Pepo’) quedó muy molesto con que el avioncito Pedro fuera el único carácter que su Chile inspirara a Disney: en respuesta, creó su personaje Condorito, que se transformara con los años en el personaje más exitoso de la historieta chilena. Así, los estereotipos coloniales, asexuados y puros de Disney fueron complementados con los estereotipos nacionalistas, sexistas, machistas y conservadores de la historieta local. Y todo esto ocurrió antes del golpe de Pinochet, en 1973, financiado y co-organizado por el Departamento de Estado norteamericano. Inevitablemente, hablar de imágenes, representaciones y estereotipos implica hablar de conocimiento, de los modos en que una cultura conoce a otras y se presenta a sí misma para sí y para la mirada ajena. Y consecuentemente, implica hablar de política, porque siempre hay dos culturas en juego. Aun en el solipsismo que siempre se le achaca a la cultura estadounidense hay mucho de narcisismo, y por consiguiente una orientación hacia el otro, hacia la mirada del otro: www. revistaprl.com la cultura estadounidense fabrica imágenes para verse a sí misma –para regodearse y celebrarse, o incluso para criticarse–, pero también para difundir esas imágenes –y sus relatos– en el resto del planeta. A la vez, desde muy temprano construye imágenes y narraciones sobre los otros, inventando diversas otredades más exóticas, más pintorescas, más cautivantes, más estigmatizadas, según el caso. No hace falta ir muy lejos ni rastrear en bibliotecas especializadas: alcanza con recordar las decenas de films con los que Hollywood ha tapizado el anti-islamismo después del 11 de septiembre de 2001. Y en este ejemplo queda claro: la relación entre dos culturas, cuando sus imágenes se ponen en contacto, no puede ser sino política, porque el contacto implica relaciones de poder y necesariamente esto politiza –más explícita o más implícitamente– el juego. Entre dos máquinas de representación, entre dos arsenales de imágenes, siempre se juega el poder: una de las dos posee mayor capacidad de imponer sus imágenes, las propias y las ajenas, como legítimas, y subordinar las otras. Lo que hace muchos años Edward Said llamó orientalismo: la invención –en este caso europea, más que estadounidense, aunque con su gentil y activa colaboración especialmente en el siglo XX– de una imagen de Oriente, a través de la construcción de relatos e iconografía que se transforman en descriptivas y prescriptivas –así debe ser Oriente– por efecto del poder colonial de las potencias imperiales. Para eso actúa una larga serie de actores: las fuerzas militares, claro, pero especialmente los viajeros, los intelectuales, los narradores, los científicos, los antropólogos. El objetivo central es la reducción de la enorme complejidad de cualquier cultura a una serie de estereotipos que permitan su “conocimiento” inmediato, la clasificación en paradigmas reconocibles y por ende controlables, previsibles. Se ve en el viejo caso de la Crónica de Indias americana: cuando los españoles intentaban comprender los templos aztecas, los llamaban mezquitas. Aunque el estereotipo sea pura reducción de la complejidad de lo real a ciertos rasgos esquematizadores, su poder como descriptor de la realidad no es deleznable: luego, todos los árabes pasan a ser terroristas, los argentinos, pedantes; los brasileños, sensuales, y los rusos, borrachos. En ese movimiento que transforma simplificaciones en verdades asumidas e indiscutibles, los medios de comunicación son factores inclaudicables: distantes de la argumentación sofisticada de la sociología o la antropología, la cultura de masas construye y reproduce estereotipos con una eficacia digna de mejor causa, a veces tildándolos de conocimiento sociológico –para no hablar de las ocasiones en que el conocimiento académico se estereotipifica: por ejemplo, los cultural studies vueltos populismo neoconservador. En esa línea, Ricardo Salvatore acierta cuando afirma que “tanto los antiguos estudios del imperialismo como su renovación bajo la forma de estudios de la dependencia continuaron enraizados en conceptualizaciones esquemáticas, rígidas y limitadas acerca de lo que constituye la dominación/ hegemonía colonial o neocolonial”. Las ex- plicaciones de las relaciones entre América Latina y Estados Unidos se rigen así por monocausalismos conspirativos, generalmente reducidos a la intervención militar o al neocolonialismo económico. En la línea interpretativa sugerida por el orientalismo de Said, Salvatore intenta en cambio reconstruir la trama de las máquinas representacionales, concepto que toma de Stephen Greenblatt (Marvellous Possessions, de 1991), los artefactos que construyeron imágenes latinoamericanas hasta 1945 en la cultura norteamericana. Es decir: las máquinas de producción de estereotipos –antes de la llegada de Disney a Rio de Janeiro. “Observar, registrar, narrar, fotografiar, cartografiar, imprimir, clasificar, exhibir (…)” son las operaciones, en soportes distintos, que Salvatore analiza. Las Ferias Internacionales de finales del siglo XIX, el naciente periodismo de masas, los cartógrafos, los viajeros, los entrepeneurs, los constructores de ferrocarriles, los arqueólogos, los acumuladores de saber y archivistas: todos ellos son los operadores de una gigantesca empresa de “conocimiento” que construye, en ese movimiento, la legitimidad para su intervención –a diferencia del imperio español, basado únicamente en la expoliación. Salvatore señala con agudeza que esta operación es más visible en Suramérica, donde la política del garrote (el Big Stick, la intervención lisa y llana que asolara América Central por lo menos desde 1898 en la invasión a Cuba) era menos practicable. Conocer se presenta, en este desarrollo, como la mejor garantía del éxito en la intervención comercial e ideológica: la venta del american way of life traducido en bienes, cultura de masas o credos puritanos. Pero conocer se reduce a la construcción de representaciones que, a la vez, pueden ser variables. Así, desde la pintura que reduce toda Suramérica a primitivismo indígena y repúblicas infantiles en el siglo XIX al “realismo” del dato económico para las inversiones de capitales, Salvatore historiza los modos hegemónicos de representación a lo largo de un siglo, en relación también con las tecnologías dominantes: el peso de la fotografía terrestre y la aérea a partir del siglo XX –el momento de articulación neo-imperial de la máquina representacional, entre 1890 y 1920– es sagazmente analizado. Salvatore no centra su historia en las disciplinas académicas. La importancia de una figura como Hiram Bingham, el conductor de la Expedición Peruana de la University of Yale entre 1911 y 1915 que descubriera las ruinas de Machu Picchu, es leída en la serie completa de las máquinas representacionales y no en cuanto arqueología o antropología. Así, Salvatore deja de lado una posible articulación de su trabajo –y esto no suene a reproche: la elección del libro es otra–: la de entender también la producción académica de conocimiento científico como operación orientalista o decididamente neo-imperial. Es lo que afirma Perry Anderson en La cultura represiva: aunque la academia británica no había generado ningún saber de totalidad en el siglo XIX, se dio el lujo de inventar la antropología… para administrar mejor sus colonias. Esa es en cambio la elección de Helen Delpar: una historia del conocimiento acadé- PRL mico estadounidense sobre América Latina. No la cultura de masas o la fotografía aérea o los viajes de Charles Lindberg o las excursiones de Disney: lo que ocupa a Delpar son los departamentos latinoamericanistas, los LASA (Latin American Studies Association International Congresses, para el neófito, de los que ya se han hecho veintisiete), las políticas de subsidios a la investigación, las fluctuaciones políticas de los académicos en relación con las trasformaciones latinoamericanas. En ese sentido, sus objetivos se cumplen: el trabajo es minucioso, informado, completo, aunque su limitación a 1975 como tope evita las últimas tres décadas y consecuentemente un período riquísimo para el campo, el del exilio, la migración masiva y la latinoamericanización de Estados Unidos. Pero mis objeciones son otras. Aunque el libro de Delpar y el de Salvatore comparten de manera notable sus preocupaciones generales –ampliamente, las relaciones entre Estados Unidos y América Latina en una perspectiva histórica–, las diferencias que estoy señalando implican que se trata de textos complementarios y no confluyentes o polémicos. Ambos libros no dialogan, sino en el vacío. Las bibliografías son radicalmente otras. Una ausencia en el sistema de citas de Delpar se revela como crucial, y es la de, justamente, Said. Faltando este, la misma noción de orientalismo –que organiza el texto de Salvatore– brilla por su ausencia, y el conocimiento de América Latina se vuelve, peligrosa e inocentemente, solamente eso. Delpar señala con claridad que los estudios latinoamericanistas son producto de la invención de los Area Studies en las universidades norteamericanas, en relación con avatares políticos que privilegiaron a los países bálticos y a la vieja URSS durante la Guera Fría, y a América Latina a partir del triunfo de la Revolución Cubana de 1959. Pero no cita –ni utiliza– a Said, que cuestiona el origen y el desarrollo mismo de esos estudios (ver, por ejemplo, su “Representar al colonizado. Los interlocutores de la antropología”, de 1989, y reproducido en español en 1996, donde afirma que en los estudios contemporáneos sobre otras culturas “hay una ausencia casi total de referencias a la intervención imperialista norteamericana como un factor que afecta la discusión teórica”). Conocer encubre, detrás de la inocente pretensión cognoscitiva, una operación política. Incluso en el conocimiento académico: es imprescindible una reflexividad intensa, implacable, para evitar caer en las autojustificaciones que omitan el dato de las relaciones de poder involucradas en toda investigación. Cuando ese conocimiento implica las relaciones asimétricas y neoimperiales entre Estados Unidos y América Latina, el analista debe aguzar, a la vez, su reflexividad y su mirada crítica. Detrás de Bingham y la invención del Imperio Inca, está el indigenismo vulgar; detrás de Lindbergh y la fotografía aérea, están la compra de tierras y la expansión del capitalismo norteamericano; detrás de Disney, está la reducción de América Latina a sensualidad, indigenismo, gauchismo y tropicalismo; a pedritos, josés cariocas y panchitos pistolas. Y ésa es la operación política. PRL www. revistaprl.com feb/MAR2008 Borrow, Ford, y la invención de España Tom Burns Marañón The Invention of Spain - AngloSpanish Cultural Relations, 1770-1870 de David Howarth Manchester, University of Manchester Press, 2007, 256 pp., US$ 85 E l 6 de enero de 1836, habiendo cruzado el plácido país de Portugal desde Lisboa montado en una “triste mula, sin riendas ni estribos”, George Borrow, agente de la British and Foreign Bible Society, se acercó al amplio pero poco caudaloso río Guadiana, a la fronteriza ciudad de Badajoz, enclavada en la lejana orilla, y “a la romántica, a la caballeresca y vieja España”. Si uno se cree todo lo que escribió Borrow en su espectacular bestseller The Bible in Spain, su llegada a la agreste tierra hispana debió perturbar a los lugareños. Borrow, que pronto sería conocido como “don Jorgito el Inglés” y, más específicamente, como “don Jorgito el de las biblias”, vadeó el Guadiana subido en su decrépita cabalgadura al grito de “¡Santiago y cierra España!”. Comenzaron en aquellos momentos los que llamó “los años más felices de mi existencia… [en] el país más espléndido del mundo”. Bienvenidos sean todos a la invención de España por intrépidos extranjeros del XIX, la mayoría de ellos ingleses, que fueron conocidos por los españoles como los ‘Curiosos Impertinentes’. Entre los muchos relatos, o fábulas, de paseos por España en aquel siglo, el más popular y el único permanentemente reeditado es el Bible que escribió don Jorgito. El diminutivo, dicho sea de paso, era irónico o cariñoso, según se mire, puesto que el agente de la poderosa sociedad victoriana de propagación del protestantismo en su versión anglicana era una torre de hombre, y el español medio de la época no le llegaba al hombro. Como extravagante escritor de lo que hoy llamamos faction, muy pocos han estado a su altura. Borrow se emborracharía de España a lo largo de los próximos años repartiendo los sagrados textos de la “verdadera religión” a libreros liberales y desafiando bandoleros, curas y partidas de apostólicos Carlistas. Compartió el camino con los arrieros, montado ya, como consumado jinete que era, en un magnífico corcel, y el rancho con los gitanos, discutiendo con estos los misteriosos “asuntos de Egipto” que le interesaban sobremanera. A mediados de 1838 el gobierno cerró la librería que había inaugurado en Madrid, confiscó sus biblias y le detuvo. Puesto en libertad sin cargos poco después, Borrow volvió a sus andanzas y aventuras: “montaré mis caballos, que relinchan en la cuadra, y me iré a recorrer en persona los pueblos y las llanuras de la polvorienta España”. Borrow explicó a sus lectores que los “genuinos españoles” se hallaban en pueblos apartados y solitarios. En ellos el viajero encontraría “la gravedad en el porte y la caballeresca disposición de ánimo que se dan por destruidos por la sátira de Cervantes; y allí oirá, en la conversación de cada día, esas expresiones grandiosas que son objeto de mofa, como exageraciones ridículas, al encontrarlas en los libros de caballería”. Los Curiosos Impertinentes fueron la punta de lanza de una fascinación entre los ingleses sobre todo, pero también entre los americanos (véase Washington Irving) y por supuesto, entre los franceses, cuyo Curioso campeón fue Théophile Gautier, por lo que ellos mismos llamaron Las Cosas de España. Su folclórica búsqueda de “genuinos españoles”, y su afán por situarlos en un escenario conforme con las románticas ideas preconcebidas que albergaban sobre España, permiten un riquísimo estudio sobre el cruce de culturas. David Howarth se centra en los ingleses que se interesaron mucho por España a partir de lo que ellos llamaron The Peninsular War, en la cual murieron 40000 de sus paisanos luchando contra los ejércitos de Napoleón; y lo que los españoles conocen como la Guerra de Independencia contra los franceses y, también, como el levantamiento del pueblo en armas contra los gabachos y la creación, a trancas y barrancas, de una España constitucional. Howarth, curioso como el que más y documentado como pocos, abarca en su libro no solamente a los literatos viajeros. Se interesa por cómo los británicos estudiaron la historia de España justo cuando el Reino Unido comenzaba su irresistible ascenso imperial; por su percepción política de la lucha hispana entre liberales y la santa tradición del carlismo a partir del primer tercio del XIX y el consiguiente debate que provocó entre progresistas y tories británicos; por el impacto que tuvo España, a través del Cardenal Nicholas Wiseman, primer arzobispo de Westminster, nacido en una familia irlandesa afincada en Sevilla, en el reestablecimiento de la jerarquía católica en Inglaterra; por la audiencia que tuvo en Inglaterra antipapista José María Blanco Crespo, el renegado canónigo de la catedral de Sevilla que se reinventó como el protestante Joseph Blanco White; por la intrigante influencia que tuvo el “puro” gótico hispano, que emerge con naturalidad del románico, sobre el victorian gothic tan querido por el High Church del XIX británico, y por el creciente interés que despertaron Murillo, Velázquez y –tardíamente– El Greco y Goya en críticos, marchantes, coleccionistas y artistas del Reino Unido. Este último cruce cultural es particularmente interesante: en algún momento los ingleses cayeron en la cuenta de que la escuela española no era, de manera alguna, un sucedáneo de la italiana. Es un abanico muy amplio el que abre Howarth, y el hilo central de su narrativa es el encuentro y, sobre todo, el desencuentro entre dos pueblos y dos sensibilidades. Los españoles “inventaron” el Nuevo Mundo al “descubrirlo”. Dos siglos después, los ingleses, nuevos conquistadores y “descubridores” a la vez, “inventarían” una España caída en la decadencia por aquello del imperial over-stretch. Fue un choque de culturas que dice más, como suele ocurrir, de los “inventores” que de los supuestamente “inventados”. Howarth acaba su muy valioso estudio con una lacónica frase que apruebo sin reservas: “The invention of Spain was a confirmation of prejudice, never a broadening of the mind”. Marcelino Menéndez Pelayo, el docto políglota, severo autor de Historia de los heterodoxos y relator de una España que juzgó como luz de Trento, espada de Roma y martillo de herejes, consideró a Borrow un “personaje estrafalario y de pocas letras”. Admitió, sin embargo, que el relato de don Jorgito era “disparatado y graciosísimo… capaz de producir inextinguible risa en el más hipocondríaco leyente”. The Bible in Spain, una esperpéntica mezcla de historias imaginadas, deseadas y reales, le ganó a Borrow una fama literaria imperecedera. Publicado en 1843, se agotaron seis ediciones de mil ejemplares en tres volúmenes y otra de diez mil ejemplares en dos volúmenes en el año de aparición. Dos años después, Richard Ford publicó con parecido éxito su monumental Handbook for travellers in Spain and readers at home, fruto de una estancia anterior a la de Borrow y de un similar recorrido por las highways y los byeways de España. El año siguiente publicó una versión abreviada del grueso Handbook bajo el título de Gathering from Spain, que fue aun más popular. Al contrario de Borrow, que fue hijo de un sargento chusquero, y un autodidacta que, después de abandonar el hogar familiar de adolescente, llegó a hablar, leer y escribir dieciséis idiomas, incluidos el manchú, el hebreo, el euskera y el caló gitano, Ford era el perfecto “milord”. Era muy culto, al haber aprovechado con brillantez su paso por el colegio de Winchester y la Universidad de Oxford, rico por familia y casado con una heredera. Ford instaló a su familia y a sus criados en un palacete sevillano en 1830 porque los médicos aconsejaban un clima cálido para mejorar la salud de su mujer. Él se dedicó a visitar todos los lugares donde estuvo su héroe el Duque de Wellington batallando contra la grande armée napoleónica. Lo hizo a lomos de una jaca cordobesa y disfrazado de campesino serrano con zamarra, faja, manta y sombrero calañés, que es el sombrero de ala vuelta hacia arriba que lucía el bandolero José María Hinojosa Corbacho, el ‘Tempranillo’, conocido como el rey de Sierra Morena. En las alforjas de Ford nunca faltaban blocs para tomar apuntes y realizar bocetos y aguafuertes. Al igual que Borrow unos años más tarde, Ford pasaba jornadas enteras con los arrieros, esos muleros transportistas y trashumantes del “arre, arre” y con ellos, al anochecer, metió su cuchara en los pucheros de las posabas de medio país. Así conoció España palmo a palmo por puro placer. Conviene detenerse en estos dos aventureros, auténticos old age travellers ambos, porque la invención de España tiene nombres y apellidos. Los suyos fueron los principales. Ford se interesó mucho por el hecho de que el inclasificable Borrow, a quien llamaba el ‘Gitano’, había recorrido sus mismos pasos por sierras y estepas haciendo proselitismo protestante. Decidió que don Jorgito tenía materia sobrada para escribir lo que hoy se llama un potboiler y le presentó a su amigo John Murria, que sería el editor tanto del Bible como del Handbook. “Una y otra vez mi consejo es evitar un prosa refinada… la poesía tiene que ser completamente evitada”, escribió Ford a Borrow. “Sé fiel a ti mismo, a lo que has visto y a la gente con quien te has entremezclado… danos aventuras… brujería, judíos, callejeos y el interior de las cárceles españolas –cómo entraste y cómo saliste”. Borrow siguió al pie de la letra los consejos del inesperado y refinado mentor que le había salido al encuentro. Con su amigo Murray, un pionero de la edición moderna, Ford se deshizo en elogios sobre Borrow. The Bible in Spain, le escribió, sería “una extraña mezcla de gitanos, judaísmo y aventuras misioneras... Puedes estar se- feb/MAR2008 www. revistaprl.com George Borrow Society “The Tower of the Comares, the Alhambra, Granada” de David Roberts. National Library of Scotland. “Chapel of the Nunnery of the Virgin at Carmona” de David Roberts Trustees of the National Library of Scotland. “The Early Career of Murillo, 1634” de John Phillip. Christie’s ImagesLTD. PRL www. revistaprl.com 10 PRL guro de que el libro venderá. Borrow te va a poner huevos de oro”. Lo que, por su parte, Ford entregó a Murray fue toda una erudita enciclopedia, escrita con gran fluidez y aderezada con juicios subjetivos, a veces certeros y a veces meros prejuicios imbéciles, sobre el país y el paisanaje español. El Handbook trata de la historia de España y de su geografía, de sus costumbres y su refranero popular, de su arte y su arquitectura, de los motivos de su secular retraso económico, del nocivo efecto del clero (Ford, como todo buen tory británico, tuvo una permanente y aguda animadversión por la iglesia de Roma), de la lánguida inutilidad de la aristocracia y de las clases dirigentes españolas (Ford despreciaba a sus homónimos hispanos) y de un sinfín de cuestiones más. De la misma manera que animaba a Borrow a poner negro sobre blanco, Ford tenía muy claro el libro que escribiría sobre el país que había “descubierto”. A su vuelta a Inglaterra, tardó casi una década en completarlo y puso manos a la obra en una torre al estilo mudéjar que mandó construir en su casa de campo cerca de la ciudad de Exeter. Ford le puso el nombre de La Madriguera a su torre/estudio y la rodeó de pinos y cipreses traídos de Andalucía, algunos de los últimos trasladados desde los jardines del Generalife de Granada que él conocía muy bien porque pasó una temporada viviendo en la mismísima Alhambra. Para escribir, Ford se enfundaba en una chaqueta de piel y lana de merina negra que utilizaba en sus paseos a caballo por España. Era el atuendo, y el lugar, idóneo para recrear un país exótico que había visitado años atrás. Ford quería introducir el último territorio virgen en Europa a sus acomodados paisanos que ya tenían el Grand Tour, el triángulo Alemania, Italia y Francia, muy visto. “Aquí, ciertamente, encontrará terreno abonado –explicó en su Handbook–, todo el que quiera en estos tiempos de tan escasas novedades publicar algo nuevo: hay paisajes para llenar una docena de portafolios y asunto para una veintena de volúmenes en cuarto. ¡Cuántas flores se marchitan sin figurar en ningún tratado de botánica! ¡Cuántas rocas se deshacen sin que se las mencione en la geología! Cuántos paisajes dignos de ser dibujados, cuántos osos y ciervos que cazar, cuántas truchas que pescar y comerse, cuántos valles tienden su pecho deseosos de abrazar a sus visitantes ocultos, cuántas bellezas vírgenes desconocidas hasta ahora esperan al feliz miembro del Travellers Club, que en diez días puede cambiar el aburrimiento eterno de Pall Mall por estos sitios solitarios”. Ford conocía muy bien a su público. Se dirigía a los adinerados trotamundos que mataban el tiempo en Travellers, uno de los clubes londinenses de más solera que se encuentra en la señorial calle de Pall Mall, paralela al precioso parque de St. James, y en cuyos salones Julio Verne situó el comienzo y el final de La vuelta al mundo en ochenta días. En el gran lienzo que conjuntamente crearon, Borrow y Ford escribieron para los anglosajones la perdurable narrativa de la romántica y tan “diferente” España: Suyo fue el canon definitivo para sus paisanos y los de habla inglesa al igual que el que perfiló Gautier para los franceses. ¿Perdurable? ¿Canon? Sin duda. Demos un salto al futuro y reunámonos, un siglo después del Bible y del Handbook, con Robert Jordan, profesor de estudios hispanos en un pequeño college americano, convertido en dinamitero de las Brigadas Internacionales al servicio de la República española, un Curioso Impertinente convicto y confeso y el álter ego total de Ernest Hemingway. En uno de los monólogos interiores de Jordan que se prodigan en For whom the bell tolls, nuestro héroe recuerda un libro que escribió sobre España después de haber viajado por el país “a pie, en vagones de tercera clase, en autobús, a caballo en mula y en camionetas” y de haber conocido bien Navarra, Aragón, Galicia y las dos Castillas. Jordan reflexiona que su volumen había añadido muy poco a la literatura existente sobre España porque “ya se habían escrito libros tan buenos por Borrow, Ford y los demás”. En For whom the bell tolls, Hemingway escribió el capítulo central de su propio Bible y de su propio Handbook. La obra de Hemingway como Curioso Impertinente comenzó con Fiesta/The Sun also rises y acabó con el póstu- El Zarco, The Blue-eyed Bandit Ignacio Manuel Altamirano Translated by Ronald Christ ISBN: 978-0-930829-61-2 $17 Lumen Books, 40 Camino Cielo, Santa Fe, NM 87506; [email protected]; wwwlumenbooks.org Distributed by Consortium Book Sales and Distribution: 1-800-283-3572 “Nineteenth-century Mexico comes alive in this bridge to understanding the period’s traditional gender roles, its stark moral divides, its harsh racial hierarchies. Not to be missed!” –John Charles Chasteen mo Dangerous Summer, habiendo pasado por varios de sus mejores cuentos cortos que se sitúan en España y por Death in the Afternoon, su minucioso estudio sobre la tauromaquia que constituye su credo estético. España es el país del todo o nada, del grace under pressure, de la violencia, de la muerte y de la redención y de la resurrección como persona individual, completa y verdadera. España es el país de las juergas y de la vida; de hombres que son muy hombres y de mujeres, como Pilar la guerrillera que guía los pasos de Jordan, que también pueden ser muy hombres, o como María, la joven que se entrega a sus brazos, que son muy mujeres. “[Los españoles] son fantásticos cuando son buenos… No hay gente como ellos cuando son buenos, pero cuando son malos, no hay gente peor”, explica Jordan. Hemingway subraya que lo que atrajo a Borrow y a Ford en el XIX a España seguiría siendo un potente imán en el XX. Lo fue, desde luego, en el caso de Gerald Brenan, un lejano satélite del Bloomsbury Group que, después de sobrevivir la Gran Guerra del 14, se refugió en un pequeño pueblo serrano al sur de Granada porque era un lugar barato para leer y escribir y que acabó siendo una referencia ineludible de la España contemporánea para la imaginación anglosajona. Brenan se trasladó a Inglaterra durante la Guerra Civil y la II Guerra Mundial e hizo una corta excusión a España en 1949 antes de volver definitivamente a esta Patria Chica suya que había elegido. Al regresar a Londres después de aquel viaje, habiendo contemplado desde el avión un país “tan ordenado como una huerta bien cuidada”, se fijó en “las caras redondas” de los ingleses “que carecen de la distinción de ser realmente feas”. Eran caras “lisas como unas legumbres… plácidas como una vaca… ondeadas por pequeñas preocupaciones”. Brenan volvió al país de su adolescencia con sus “facultades condicionadas por España”. Reconoció que el pueblo inglés tenía algunos dones admirables: era sensato y tenía sentido de fair play y de humor. Pero no era un pueblo “dinámico o bello”. Brenan bebió hasta saciarse en las fuentes de la curiosa impertinencia. Elevó a los altares al fiero y franco pueblo español que se movía, según el estereotipo, entre el blanco muro de cal y el negro toro de pena. “Nosotros en Inglaterra –escribió en unas notas sobre la literatura española que se encontraron entre sus papeles depositados en la Universidad de Texas–, medimos nuestro egoísmo y nuestro altruismo según lo requiere la ocasión. Tenemos la medida apropiada para cada situación y si carecemos de ella fingimos que la tenemos. La manera de ser natural del español es la de moverse, en un solo paso, de un extremo al otro. Cuando nos invade el horror ante la insensibilidad española, ante la actitud negativa del español y su egoísmo, nos cruzamos con algún acto de generosidad y de auténtica bondad de corazón que difícilmente existe en ninguna otra nación”. Se trataba de un pueblo distinto que se dedicaba a lo suyo en un contexto determinado. Este era un antiguo mundo, feb/MAR2008 y desde luego premoderno, que respondía a unos valores que el XX había olvidado. En South from Granada, la memoria de su tiempo en la Sierra de las Alpujarras en los años veinte, Brenan cuenta cómo observaba la utilización del trillo que, al igual que en toda la España rural de la época, no había cambiado desde tiempos de Isaías, y del arado, que era el mismo que utilizaron los romanos. Observaba las faenas del campo al tiempo que leía el Antiguo Testamento y estudiaba a Virgilio, y el poder ver y tocar los mismos objetos que poblaban sus lecturas le transportaba en una cápsula del tiempo: “estas supervivencias arcaicas me daban un placer especial”. A Brenan se le colmó el vaso de su felicidad cuando en su pueblo de Yegen, en las Alpujarras, consiguió unas monedas púnicas e ibéricas. Se hizo con ellas cuando fue a comprar tabaco en el estanco del pueblo y se las entregaron como moneda de cambio. Más tarde las donó al Ashmoleum Museum de Oxford. Hombre de letras él, le parecía perfecto que sus vecinos fuesen analfabetos: “los habitantes de Yegen sabían todo lo necesario para su prosperidad y felicidad y solo habrían tenido unas frases pedantescas de haber sabido más”. Brenan inventaría o no. Lo que sí quiso fue preservar “su” España en una ancestral tinaja bien empapada de aceite y protegida del paso del tiempo. Richard Ford, que como todo inglés culto de su época se conocía los clásicos de memoria, consideraba España como un parque temático de estampas y actitudes de la antigüedad que estaba a salvo de cualquier desarrollo. Cuando él “descubrió” su España no existía el ferrocarril que ya había invadido Inglaterra, y Ford se congratuló de ello. Consideró que la vía férrea no llegaría, en parte por la accidentada geografía hispana y también porque sus amigos arrieros, los indómitos señores de las sierras que transportaban enseres por los cañones y las altas estepas, se levantarían en armas contra la “locomotora luterana” que amenazaba con quitarles el pan. Un siglo después, un personaje muy distinto a Ford, el sociólogo centroeuropeo Franz Borkenau, que estuvo en España como agente del Comintern a comienzos de la Guerra Civil, entendió perfectamente lo que tanto le entusiasmaba al aristócrata inglés. Amigo de Brenan, que le consideraba un “romántico nietzcheano” que buscaba la verdad luchando consigo mismo, Borkenau acabaría siendo un tenaz crítico de Moscú. En The Spanish cockpit, su testamento sobre el comienzo del fratricidio español, analizó con lucidez ese imán irresistible para tanto forastero literato y aventurero, melancólico y romántico. La importancia de España, explicó, era que “la vida todavía no es eficiente; eso quiere decir que no está mecanizada; que la belleza es todavía más importante para el español que lo son sus usos prácticos; que el sentimiento es más importante que la acción; que el honor es muchas veces más importante que el éxito; que el amor y la amistad son más importantes que el trabajo. En una palabra, es el aliciente de una feb/MAR2008 civilización cercana a la nuestra que está muy conectada con el pasado histórico de Europa pero que no ha participado en nuestro último desarrollo hacia la mecanización, la adoración de la cantidad y el uso utilitario de las cosas”. Esto lo hubiera firmado George Orwell, que tuvo mucho aprecio por Borkenau y compartió con él una similar travesía ideológica. En Homage to Catalonia hay, sin embargo, unos párrafos tan llenos de estereotipos, que pasan por ser purple prose, pura y dura, digna del más cursi entre los Curiosos Impertinentes, y su lectura provoca rubor. El caso es que Orwell, cuando por fin pudo abandonar, como herido de guerra, las milicias del POUM con las cuales había combatido y tenía el documento de su licencia absoluta en la mano, explica que sintió por primera vez que estaba “realmente en España, un país que había ansiado visitar toda mi vida”. Es entonces cuando le llega “una especie de rumor venido de lejos de esa España que existe en la imaginación de todos”. ¿Cómo era ese país? Adivínenlo. “Sierras blancas, las mazmorras de la Inquisición, palacios moros, filas de mulas formando serpentinas a su paso por los cerros, olivares grisáceos y limonares, mujeres jóvenes con mantillas negras, los vinos de Málaga y de Alicante, catedrales, cardenales, corridas de toros, serenatas –en resumen, España”. A cualquier conocedor de la historia y la cultura de la España moderna y contemporánea no puede menos que sorprenderle, y acaso indignarle, el sofocante e ignorante paternalismo de la visión forastera, sobre todo la inglesa. Algunos, como el potentado Lord Holland, que fue amigo de Gaspar Jovellanos y apoyó a los discípulos liberales de aquel gran español cuando fueron exiliados, tenían cierto interés en la modernización de España bajo, eso sí, el benévolo tutelaje británico. Howarth cuenta bien el engagement de Holland con los ilustrados y progresistas españoles. Pero a los más, los que escapaban de la revolución industrial y de la vida “mecanizada” que con tanto acierto explicó Borkenau, solo les interesaba lo romántico, lo exótico y lo “diferente”. En busca de ello fueron a España, o la estudiaron. Eso fue lo que encontraron porque eso fue lo que les interesaba. Y eso fue lo que contaron en sus discursos, sus libros y sus lienzos. Siempre se halla lo que con ahínco se persigue. La otra cara de la moneda es que lo que no concordaba con los prejuicios preconcebidos de los Curiosos o se ignoraba o se mandaba a la hoguera. Es el caso del autor del Handbook. “Ford could not abide Goya, because he saw him as a dangerous radical”, apunta Howarth en unos de los múltiples dardos que lanza con destreza para desinflar la autosatisfacción de tanto hispanista de biblioteca, de salón y de jaca cordobesa. A partir de la Guerra de Independencia y de la expulsión de los gabachos, lucha épica que precedió a la de cualquier otro pueblo europeo invadido por Napoleón y que Goya retrató para la posteridad, España se embarcó en la titánica labor, con todas sus luces y sus sombras, de constituirse en una nación de hombres y mujeres libres e igua- www. revistaprl.com les. A los que solamente se interesaban por “descubrir” o “inventar” en España “bellezas vírgenes desconocidas”, esto del progreso les interesó un comino. Howarth se ocupa del periodo 1770-1870 y no desarrolla la pervivencia del canon. Puede que esto lo reserve para un futuro estudio porque bien lo merece el tema, y Howarth demuestra talento, sentido del humor, criterio y conocimiento suficiente para introducirse en él. De hecho, Ford y Borrow ocupan solo una pequeña parcela en este libro porque la ambición de The Invention of Spain es auscultar el encuentro/desencuentro de culturas en varios planos con actores que dominan diversas disciplinas. Es así que Howarth introduce, con gran maestría, a los británicos del XIX que estudiaron el arte español y a quienes comenzaron a comprarlo y cómo y por qué coleccionaban –Murillo sí, Velázquez también, aunque se apreciaba más a Van Dyck, Ribera quizá, Zurbarán no porque era demasiado católico. En un soberbio último capitulo titulado Picturing Spain, Howarth introduce a los artistas británicos que se inspiraron en España. Unos idealizaron la decadencia de sus ciudades monumentales y otros, al recrear escenas costumbristas, dieron rienda suelta a todos los tópicos del canon impertinente. Howarth es Reader in the History of Art en la Universidad de Edimburgo y, con soltura y sin pedantería alguna, da buena muestra de sus conocimientos específicos. Es una lástima que The invention of Spain esté muy tristemente ilustrada con láminas en blanco y negro. Se ve que The University Manchester Press cuenta con pocos recursos y, quizá, a Howarth le hubiera ido mejor la editora de una universidad de Estados Unidos. A uno se le ocurre que el autor debería de haber reservado el fascinante y muy poco investigado tema de coleccionistas y artistas hispanistas, estudiosos y marchantes, que tan claramente domina, para otro libro. La mejor colección de arte española fuera de España es la que reunió Archer M. Huntington, ya en el XX, en Nueva York, para la Hispanic Society of America, y queda fuera de los límites que Howarth se impuso para este libro. A la vez, la apertura por Howarth de varios frentes a la vez –aquí los historiadores, allá los políticos, ahora pasemos al plano de la religión, y así seguidamente– y el tratamiento conciso que dedica a cada uno de ellos, muy al modo de los interdisciplinary y los cultural studies que están tan en boga, tiene sus desventajas. The invention of Spain es un libro corto para un tema tan sugerente, rico y vasto. Lo que plantea Howarth es un “asunto –como sentenció Ford– para una veintena de volúmenes en cuarto”. El lector no familiarizado con los Curiosos puede perderse y el que sí lo está, ansía más detalle, más desarrollo. Unos y otros, sin embargo, podrán coincidir en que esta es una original y oportuna historia que desemboca en un confirmation of prejudice en lugar, por desgracia, en un broadening of the mind. Cabe preguntarse si todo cruce de culturas acaba, inexorablemente, siendo un choque. PRL 11 tres americas books 4336 N. Pulaski, Chicago, IL 60641 TEL: (773) 481-9090 • FAX: (773) 481-0090 Sí, suscríbanme a PRL: Edición impresa EE. UU., Canadá, América Latina Resto del mundo US$ 21 US$ 28 PRLONLINE US$ 15 Edición impresa + PRLONLINE EE. UU., Canadá, América Latina Resto del mundo Adjunto cheque a nombre de Mido Editores Cargar a mi tarjeta de crédito: Visa Mastercard American Express ______________________________ Número de Cuenta US$ 29 US$ 36 Discover ______________ Expira _______________________________________________________________ Firma Nombre_____________________________________________________________ Dirección____________________________________________________________ Ciudad_ ____________________________________________________________ Estado______ZIP _______Teléfono______________________________________ Email_______________________________________________________________ Enviar formulario a Mido Editores, 474 Central Park West, New York, NY 10025. También puede enviarlo por fax o llamar al 212.864.4280, o suscribirse en nuestro website: www. revistaprl.com 12 PRL www. revistaprl.com feb/MAR2008 Editores los de entonces Manuel Lucena Giraldo Un viaje de ida y vuelta. La edición española e iberoamericana (1936-1975) de Antonio Lago Carballo y Nicanor Gómez Villegas (Eds.) Madrid, Ediciones Siruela, 2006, 271 pp., US$ 26.55 C orría el año del señor de 1524 cuando el humanista Hernán Pérez de la Oliva señaló en una “Memoria” dirigida al municipio de Córdoba que por culpa del descubrimiento de América la tierra entera había quedado sumida en la incertidumbre. Era preciso impulsar la navegación desde la ciudad andaluza al océano Atlántico por el río Guadalquivir, “porque antes ocupábamos el fin del mundo y ahora estamos en el medio, con mudanza de fortuna cual nunca otra se vio”. Esta identificación del mundo con Europa y de España con su extremo no era caprichosa. Desde los tiempos de los romanos la península ibérica acaba en un cabo gallego que todavía se llama Finis terrae, preludio de un océano habitado por serpientes hambrientas y sirenas ninfómanas, con tormentas infernales capaces de hundir la mejor embarcación. Mucho más moderno y menos quejoso que Pérez de la Oliva, el conquistador y cronista madrileño Gonzalo Fernández de Oviedo, radicado desde 1536 en la relativamente plácida Santo Domingo como alcaide de su fortaleza, se dedicó en su vejez a escribir una monumental Historia general de las Indias, de la que apenas pudo publicar en vida los primeros 19 tomos. Con un pragmatismo que todavía asombra, pidió a sus contemporáneos abandonar “estas discusiones bizantinas y dejar de disputar esta materia de Asia, África y Europa, pues lejos estamos en las Indias de donde al presente aquestas cosas hierven”. Semejante pronunciamiento de autonomía americana no podía complacer a los habitantes del Viejo Mundo, aunque vinieran de un cronista como Fernández de Oviedo, proclive al providencialismo español y europeo, hostil a los indígenas y calificado por su archienemigo fray Bartolomé de las Casas como “falso”, “hipócrita”, “malvado” y “mentiroso en cuestiones de gobierno”. Con todo, la existencia de tan elaborados puntos de vista –una muy temprana “disputa del Nuevo Mundo”, por evocar el título de la obra magistral de Antonello Gerbi dedicada a los debates sobre la naturaleza americana y su supuesta inferioridad entre 1750 y 1900– muestra que había una comunidad de lectores y escritores en español en ambas orillas del At- Antonio López Llausás, de Sudamericana.foto: Editorial Edhasa lántico en fecha inusualmente temprana, incluso antes de 1550. Se trata de uno de los problemas fundamentales de la historia intelectual de Occidente, uno de sus capítulos de más asombrosa creatividad, también uno de los cargados de más intención política, pues encubre cuestiones como los criterios de autoridad (el que habita las tierras “por descubrir y por ganar” no duda en afirmar la suya por encima de otras), la validez de la experiencia y la observación directa frente al juicio de los gigantes de la tradición, o la influencia de la posición geográfica en la cultural: la atribución de una “identidad” obligatoria y un comportamiento individual a una circunstancia más o menos arbitraria, étnica, sexual o de grupo. Aquella república indiana de las letras en trance de fundación planteó estas cuestiones y las resolvió de un modo operativo, gracias a la circulación de libros e ideas entre España y América y a la consolidación de un mercado editorial alimentado y estimulado por intereses complejos. El 12 de julio de 1605 partieron desde Sevilla en el navío Espíritu Santo 262 ejemplares de la primera edición del Quijote destinados a México, cuya lectura pudieron disfrutar seis meses después los primeros interesados. Tres años más tarde, Mateo Alemán, autor del Guzmán de Alfarache, se radicó en la Nueva España para labrar su último infortunio. En la capital del Virreinato mexicano, donde fray Juan de Zumárraga inició en 1539 la labor editorial, hubo en el siglo XVII más de veinte imprentas y se publicaron cerca de 2000 títulos. En el XVIII las cifras se multiplicaron en una apoteosis libresca. Los navíos de la ilustración –en afortunada expresión de Ramón de Basterra– llevaron al Nuevo Mundo hispano los grandes libros del Siglo de las Luces. Imprentas, autores y libros formaron una tríada que puso los fundamentos de la opinión pública y de la sociedad civil en España y América, mientras se formalizaba una república de las letras que ahora se pretendía distinta, cosmopolita, flexible y dinámica. Ajena a las pulsiones barrocas, que habían dado cauce en la centuria anterior de guerra y muerte en Europa y opulencia feliz en América al desarrollo singular de un criollismo triunfante. L a historia de la relación editorial entre España y América ha sido cualitativa, un reflejo de imágenes de ida y vuelta, con afectos, aversiones y necesidades compartidas. En el seno de la sociedad peninsular seiscentista lo habitual había sido el silencio so- bre América o la difusión fuera de medida de sus innumerables peligros y corrupciones. “Guárdate del que es indiano”, llegó a señalar Lope de Vega en una obra. “Que cuanto de Indias nos viene es bueno, si no es los hombres”, escribió Tirso de Molina, que para colmo vivió en Santo Domingo, en otra. El propio Miguel de Cervantes, quizás afectado por el rechazo reiterado a la petición de obtener merced en las Indias, señaló en El celoso extremeño que estas eran “refugio y amparo de los desamparados de España, iglesia de los alzados, salvoconducto de los homicidas, pala y cubierta de los jugadores, añagaza general de mujeres libres, engaño común de muchos y remedio particular de pocos”. Para compensar, muchos criollos produjeron estereotipos opuestos con una acidez igual de notable. Si había peninsulares que criticaban la demasiada libertad de las mujeres en América –les escandalizaba, en particular, que se permitiera a las señoras principales jugar a las cartas y a los dados en compañía de otras mujeres y hasta de hombres–, no dudaron en mofarse de la patética comicidad del chapetón o gachupín, el peninsular tan ignorante del Nuevo Mundo que desconocía la grandiosidad de su geografía y confundía Perú con Guatemala. Las dos grandes capitales virreinales del siglo XVII, México y Lima, produjeron los textos de autoensalzamiento más interesantes y complejos, reflejo de su vocación de metrópolis criollas, tan ricas y capaces como las mejores ciudades de Europa. A punto de cumplir Lima su primer siglo de fundada, el criollo de Chuquisaca fray Antonio de la Calancha proclamó con ardoroso providencialismo: “Y si en sólo 98 años es lo que vemos creciendo tanto en todo, ¿qué será si Dios la guarda?”. En 1604 Bernardo de Balbuena publicó un famoso elogio en tercetos de la capital virreinal, “Grandeza Mexicana”: “Es México en los mundos de Occidente/ una imperial ciudad de gran distrito/ sitio, concurso y poblazón de gente”. Durante aquella etapa los miembros de la república de las letras americana rivalizaban en ingenio, y lejos de proyectarse hacia la Corte y las urbes peninsulares, lo hicieron, con todo el sentido, hacia la antigua Roma o la Jerusalén bíblica. Ya a fines del siglo XVI el sevillano Juan de la Cueva había distinguido a México por ser urbe con seis cosas excelentes en belleza, todas con la letra “c”, “casas, calles, caballos, carnes, cabellos y criaturas”. Escritores posteriores agregaron “caminos, carreras, calzadas, plazas y vestidos”. Por el contrario, Lima ostentaba según sus panegiristas cuatro letras “p” prodigiosas en que excedió a México, registradas por El lazarillo de ciegos caminantes (1773) de Concolorcorvo, a saber, “pila, puente, pan y peines”. www. revistaprl.com feb/MAR2008 Para cuando esta obra fundamental salió de la imprenta “La robada” en Lima –y no en Gijón, como pretendió para despistar su último capítulo–, se había hecho costumbre del progresismo europeo proclamar la inferioridad americana. Las supuestas evidencias que la probaban, recogidas por gentes como Cornelius de Pauw o el conde de Buffon, fueron irrisorias: lo pequeños que eran los pumas en comparación con los tigres de la India, o el supuesto desinterés de los nativos por el sexo y la reproducción, pues con el sudor producido por la adaptación a un clima caliente y tropical se les iban las ganas. Incluso el mismísimo Carlos Marx disparató del todo cuando le encargaron una biografía del libertador Simón Bolívar para una enciclopedia y lo más suave que dijo fue que se trataba de un oligarca tenebroso. Reflejaba con sus juicios basados en la ignorancia una interminable discusión sostenida durante el siglo XIX a escala atlántica sobre la originalidad de América y la primacía de Europa en lo relativo a la belleza de las lenguas, las costumbres y la civilización. Pero es preciso reconocer que la definición de la nación española en la Constitución de Cádiz de 1812 como “la unión de los españoles de ambos hemisferios” había reflejado una realidad cultural, que las turbulencias de la política se encargaron de liquidar como posibilidad de convivencia a nivel imperial, federativo e incluso regional. De modo que lo ocurrido tras la Independencia fue similar a lo que le había precedido, en la medida en que lo cultural, en ambas orillas del Atlántico, tendió a afirmar los vínculos que las peripecias de la política parecía desintegrar. Así, cuando de manera vergonzosa España aún no había establecido relaciones diplomáticas con algunas repúblicas hispanas debido a intereses particulares o reclamaciones pendientes (hasta el rey felón Fernando VII pretendió lucrarse a cambio de reconocer la emancipación), la Real Academia de la Lengua había logrado establecer una potente red de corresponsales en el Nuevo Mundo. Sobre este sustrato cultural e idiomático del español como lengua atlántica se articuló no sólo el encuentro –por fin oficial– de la España regeneracionista y liberal de Rafael Altamira y José Ortega y Gasset a principios del siglo XX a través de viajes a América de carácter inaugural, sino el desembarco intelectual de los hispanoamericanos como agitadores intelectuales y promotores culturales en la antigua metrópoli. En Madrid vivieron y tuvieron destacada influencia el gran Rubén Darío, el mexicano decisivo Alfonso Reyes, Pablo Neruda y el magnífico editor y escritor venezolano Rufino Blanco Fombona. Sin su trabajo y su actividad el triunfo en España de las vanguardias en los años veinte y el advenimiento de la llamada “edad de plata” de la cultura española (cuyos hagiógrafos oficiales, en estos momentos tan parlantes, olvidan lo mucho que le debió a América) habría sido imposible. En aquellos años también surgieron las primeras industrias culturales españolas dignas de este nombre, con editoriales de nombres míticos –Espasa, Calpe o Urgoiti entre ellos– arrasadas por la brutalidad de la guerra de 1936 a 1939, terminada, como señaló Enrique Moradiellos, con la victoria, pero no con la paz. H asta este punto, hemos referido una historia dispersa, pero conocida. Uno de los capítulos que quedaban por relatar –puesto que aún hay supervivientes como el centenario de larga trayectoria en Argentina Francisco Ayala, capaz de afirmar “todos han muerto, pero yo estoy aquí todavía y, en vista de eso, puedo dar testimonio de algo que he vivido y que para ustedes es un recuerdo registrado en las páginas de la historia”– es el de la continuidad de esta común república de las letras en América. Esto es, la puesta en marcha de multitud de empresas editoriales a cargo de exiliados de la diáspora republicana, que con el paso de los años no solo configuraron emporios locales e hicieron de sus países de adopción el centro de la edición en español, sino que exportaron sus libros a España y produjeron así un indiscutible efecto de modernización política y social, en alianza obvia con quienes, desilusionados del franquismo, vivían su particular camino de retorno a ideales democráticos. En el volumen Un viaje de ida y vuelta. La edición española e iberoamericana (19361975), un libro de sueños y dignidades recuperadas, se evoca esta historia a partir de los materiales recogidos en un encuentro celebrado en septiembre de 2004 en la madrileña Casa de América, gracias a la organización de la Sociedad Iberoamericana de Amigos del Libro y la Edición, y con el apoyo de la Fundación Carolina. Sus capítulos constituyen en realidad un diálogo cuando aún es posible, con sus protagonistas vivos, y narra asuntos tan sustanciales como el traslado de la actividad editorial española a México o Argentina en plena Guerra Civil (caso de Espasa-Calpe, razón por la cual la popular colección Austral, inaugurada en 1937, lleva ese nombre), las conexiones de los exiliados con el mundo de la edición en ambos países, la posterior implantación en España de editoriales iberoamericanas en cuyos fundación y desarrollo habían intervenido exiliados o, como apéndice, esbozos biográficos de algunos editores del exilio devenidos en exitosos empresarios editoriales. El prólogo, “Una pedagogía secreta de la libertad”, a cargo de los editores Antonio Lago Carballo y Nicanor Gómez Villegas, parte de la metáfora del bucle para describir la historia de los libros producidos en América por españoles que hacían el camino de regreso (¿o más bien de ida?) a España, donde “permitieron al público lector mantener abiertos los cauces de comunicación con otras culturas de Occidente. Gracias a los esfuerzos de un grupo irrepetible de editores, distribuidores y libreros que lograron introducir aquellos libros de manera clandestina durante varias décadas –en algunos casos hasta la normalización democrática– tres generaciones de españoles tuvieron acceso a una cultura fundamental”. En las páginas siguientes, la sesión inaugural expresa a partir de los recuerdos centrados en figuras de ambos lados del Atlántico como Francisco Pérez González (Santillana), Antonio López Llausás (Sudamericana), Gonzalo Losada (Losada), Rafael Olarra (Espasa), Manuel Aguilar (Aguilar), Bonifacio del Carril (Emecé), Pedro García (Ateneo), Juan Grijalbo (Grijalbo), Pelayo Sala, Joaquín Almendros, Manuel Andújar (Alianza), Joaquín Díez Canedo, Arnaldo Orfila (FCE) o en la España franquista José Manuel Lara o Luis de Caralt, la existencia de un ecosistema del libro dotado de un ethos particular, tendente a generar reglas propias. Los capítulos posteriores dedicados a la edición en México y Argentina ratifican la centralidad de la labor editorial entre los exiliados españoles, incluso por estrategias políticas, razón esta por la cual también fundaron librerías. El dedicado a “La implantación de editoriales iberoamericanas en España” es importante, porque reconstruye una cronología de reencuentros y negocios mutuos entre los que se quedaron porque habían vencido y los que se fueron porque habían perdido. Javier Pradera apunta con agudeza que hacia 1955 el intento liberalizador del ministro de educación Joaquín Ruiz Giménez facilitó unos primeros contactos, multiplicados desde 1966, cuando la llamada “ley Fraga”, puesta en vigencia cuando Manuel Fraga Iribarne era ministro de información y turismo, eliminó la censura previa. Hasta entonces, nos cuenta, “los editores presentaban los libros para aprobación a máquina, había que esperar semanas, meses, o nunca, a que dijesen sí o no”. El siguiente capítulo, dedicado a “La edición iberoamericana de libros en español”, evoca experiencias paralelas en España, como la del argentino Mario Muchnik, cuyo último episodio de rotundo éxito es el protagonizado por el también argentino Ricardo Rodrigo, presidente del grupo de libreros y revistas RBA. “ Un viaje de ida y vuelta” deja planteado un buen número de interesantes cuestiones. En primer lugar, la relativa a la escasa valoración de la aportación americana a la fundamentación de las industrias editoriales en general y culturales en particular en la España de hoy, que tanto deben a América. A este respecto, un espléndido volumen editado por Joaquín Marco y Jordi Gracia cuyo título no requiere explicación, La llegada de los bárbaros. La recepción de la literatura hispanoamericana en España, (19601981), publicado –como no podía ser menos– por EDHASA, recoge en cuatro partes la historia verdadera de la modernización de las letras españolas por efecto y sobreexposición a las “letras en español” procedentes del otro lado del Atlántico. La evocación del chato y romo panorama literario de la España de fines de los años cincuenta permite al lector de hoy entender el peso decisivo de aquellos autores latinoamericanos que sí habían leído a Faulkner: los Cortázar, Gabo, Vargas Llosa PRL 13 y tantos otros, que entraron con la fuerza ciclónica del boom hispanoamericano desde comienzos de los años sesenta y produjeron efectos cataclísmicos. Entre ellos destaca que su labor ayudó a reconstituir una república de las letras fosilizada desde la Guerra Civil en escrituras de antaño y puso en contacto a los lectores, escritores y críticos españoles con estilos y fórmulas internacionales, que no habían llegado debido a la pobreza material, la censura y el aislamiento intelectual. El segundo efecto fue que crearon unos públicos y una demanda, abrieron paso a una industria editorial puesta al día, con agentes literarios de verdad – Carmen Ballcells fue la fundadora de esta moderna saga–, derechos, tiradas masivas, presentaciones y ferias. Otra reflexión que plantea “Un viaje de ida y vuelta” tiene que ver con los cambios en el campo de la industria editorial en español a largo plazo a causa de la concentración editorial (un fenómeno global) y la aparición de grandes conglomerados multimedia. ¿Suponen estas empresas que poseen editoriales, televisiones, radios y canales de internet el triunfo definitivo de las estrategias de promoción, la Némesis del autor, su victoria final como protagonista del narcisismo y la humana desmesura? Más allá de la abundante propaganda antimercado difundida desde algunos círculos políticos ligados al neopopulismo (encantado de poseer y amordazar medios de comunicación ante la menor disensión), la situación actual resulta contradictoria. La lógica del grupo mediático globalizado apuntaría, según algunos críticos españoles recelosos, hacia una dudosa “superabundancia” de talentosos escritores latinoamericanos, a un triunfo del “mundo literario” de premios y farándulas sobre la auténtica literatura. Y viceversa, la fuerza de estos grupos en América a la hora de estructurar gustos y mercados locales resultaría obvia. Un sistema de premios nacionales promovidos por los grandes grupos filtra y determina los autores capaces de saltar las fronteras. Si logran tener éxito afuera, tienen doble compensación, pues en España y otros países se les editan libros antiguos que se presentan como si fueran novedades. Por supuesto, estamos hablando de libros y por eso existe un amplio margen para la sorpresa. Aunque si hemos de creer al escritor mexicano Alvaro Enrigue, no tanta como quisiéramos. En Hipotermia (Anagrama) retrata las torturas del escritor entendidas como una de las bellas artes, con las condiciones y sevicias impuestas por las editoriales. En su relato, el autor se compromete, por ejemplo, a escribir un libro cuyos título, capítulos y párrafos por página han sido prefijados por los estudios de mercado. Durante la promoción, le programan las apariciones públicas, que incluyen la celebración con un vino capaz de convocar más personas que el propio libro. Al mismo tiempo, se promociona un local de moda. ¿De verdad se trata tan sólo de una invención literaria? 14 PRL www. revistaprl.com feb/MAR2008 Leyendo a Nietzche a voz en cuello Antonio José Ponte El lector de tabaquería: Historia de una tradición cubana de Araceli Tinajero Madrid, Editorial Verbum, 2007, 259 pp., US$ 22.25 N o existía hasta ahora un libro dedicado a estudiar la lectura en voz alta en las fábricas de tabaco. Por aquí y por allá se podía encontrar asomos al tema, y un volumen de Ambrosio Fornet (El libro en Cuba, Letras Cubanas, La Habana, 1994), que habría exigido ocuparse de él sustancialmente, quedaba bastante lejos de conseguirlo. Fornet fallaba por la misma razón que explica la ausencia de una buena bibliografía al respecto: la escasa imaginación de la crítica literaria cubana. Para acercarse a la lectura en voz alta dentro de los talleres pareciera imprescindible entender este fenómeno un tanto novelescamente. Habría que detenerse ante la figura del lector de tabaquería con asombro parecido al que San Agustín sintiera al descubrir que su maestro, San Ambrosio, leía sin pronunciar palabra en voz alta. Pues si resulta extraño que alguien se enfrente al libro solo para sí mismo, sin soltar sílaba, no menos raro es que un lector la emprenda a voz en cuello hasta hacerse oír por toda una fábrica. Lo más extraño, cualquiera que sea el caso, estriba en el acto de leer. El lector de tabaquería constituye una de las más enigmáticas figuras entre los seres que leen. Queda cerca del monje entregado a la lectura en un refectorio, del lector de textos sagrados desde el púlpito, del maestro en su clase, de la novela que la familia entera escucha junto al fuego… Comparable a una criatura de Dickens, estudiar su figura obliga a adentrarse en la imaginación literaria del siglo XIX. No es casual entonces que sus más adelantados tratamientos hayan estado en el teatro (Anna in the Tropics, de Nilo Cruz) y en la narrativa (A Wake in Ybor City, de José Iglesias; Las hermanas Agüero, de Cristina García; The Cigar Roller, de Pablo Medina). Con El lector de tabaquería, Araceli Tinajero se acerca al libro que este tema reclama. Ninguna obra publicada anteriormente resulta tan exhaustiva, ninguna acopia tantas sorpresas. Su autora ha conseguido, no sólo un volumen acerca de la lectura en las fábricas, sino también un estudio sobre los primeros periódicos lati- nos publicados en Estados Unidos y sobre los inicios del periodismo obrero cubano. La primera lectura de textos dentro de una tabaquería ocurrió el 21 de diciembre de 1865 en el taller El Fígaro, en La Habana. Saturnino Martínez, tabaquero, empleado en la biblioteca pública de la Sociedad Económica de Amigos del País y redactor de un semanario literario dedicado a los trabajadores del ramo, fue el primero en hacerlo. La idea parece haber salido de un comentario que hiciera el poeta y diplomático español Jacinto de Salas y Quiroga, retomado luego por el cubano Nicolás de Azcárate. Araceli Tinajero aventura, además, otro origen posible: por los años sesenta del siglo XIX se acostumbraba a leer textos moralizantes en la cárcel de La Habana, y los honorarios del lector y la compra de textos salían del trabajo de los prisioneros, que consistía principalmente en la fabricación de cigarros. Allí donde no reinara el estrépito de las máquinas era posible practicar la lectura en voz alta. Ocurrió en las sastrerías británicas, por ejemplo. Pero lo que resulta excepcional (al menos la autora no aporta episodios anteriores a esa primera lectura habanera) es que tal hábito se extendiera, más allá de los periódicos, a textos literarios, e incluyera poemas, novelas, ensayos filosóficos. La Habana de 1865 contaba con más de quinientas tabaquerías. En ellas laboraban alrededor de quince mil artesanos. Lo empezado en El Fígaro no tardaría en implantarse en otras fábricas. Uno de los mayores talleres, Partagás, inauguró sus lecturas con una ceremonia que mereció ser reseñada en la prensa. Jaime Partagás, propietario, tuvo a bien examinar lo que se escucharía en su negocio: un volumen titulado Las luchas del siglo, descrito por el semanario La Aurora como “obra cuyas doctrinas tendían a encaminar los pueblos hacia un fin digno de nobles aspiraciones de las clases obreras de todo país civilizado”. Un mes más tarde, Partagás volvía a interesarse por la lectura de sus empleados, donaba una tribuna para sentar en ella al lector. La tribuna fue colocada en el centro del taller. Jaime Partagás la inauguró con un discurso contestado por el lector de su tabaquería. En tan solo un mes, quedaba instituida una costumbre, una nueva figura encontraba puesto propio dentro de las fábricas de tabaco. Los propietarios autorizaban la novedad, podían presidir alguna ceremonia de inauguración, pero no eran ellos quienes pagaban al lector, sino los artesanos. Y aquellos que desembolsaban su dinero pretendían imponer sus gustos, sus curiosidades. La lectura devino, de este modo, instrumento pedagógico. No solo por todo lo que enseñaran los textos, sino por el sentido corporativo despertado entre los operarios. Salida de una asamblea, la selección de títulos quedaba expuesta a la revocación del dueño de la fábrica. Por afable que este fuera, el asunto exigía negociaciones, era un contrato a discutir, representaba una buena ocasión para ventilar derechos. Vista por los dueños de talleres, la cuestión se debió plantear aproximadamente así: ¿era legítimo que los operarios de un taller se alzaran como patrón pagándole a un empleado? Más allá de lo subversivo de tal o cual obra, se trataba de una incomodidad de principio. Por encima de todo, planteaba el miedo a la improductividad: la lectura viciaba las cabezas, entorpecía las manos de los trabajadores. La prensa conservadora advertía del peligro de la lectura entre los operarios. El más brillante caricaturista cubano del siglo XIX, Víctor Patricio Landaluze, fustigó a tabaqueros y lectores, tachándolos de criminales socialistas. Lo mismo que tantas historias del leer, la historia de la lectura en las tabaquerías es una historia de la censura. A menos de un año de inauguradas, una circular gubernamental prohibía toda reunión que diese pie a la lecturas. En defensa de ellas, el semanario La Aurora insistió en sus beneficios disciplinarios: “El orden y la moralidad que observan nuestros artesanos en los talleres, y el entusiasmo por el estudio, ¿no es una prueba evidente de que progresamos? (…) Pasad a un taller de doscientos operarios y os quedareis admirados de observar el mejor orden, vereis que a todos les anima un mismo deseo, el de cumplir con sus obligaciones (…) El estudio se ha convertido en hábito entre ellos, hoy abandonan la valla de gallos por la lectura de un periódico o de un libro, desprecian la plaza de toros; hoy es el teatro, la biblioteca pública, y los centros de buena Sociedad, donde se les ve concurrir constantemente”. Las lecturas se pudieron retomar a comienzos de 1868, aunque su restablecimiento duró poco, y volvieron a ser suspendidas por la guerra. Fue necesario esperar a la terminación de los conflictos para que el recién fundado Gremio de Obreros del Ramo de Tabaquerías lograra reanudarlas en 1880. Entonces el puesto de lector dejó de ser ocupado por artesanos que se turna- ban para leer hasta constituirse en empleo. Un comité compuesto por tabaqueros se encargó de seleccionar los títulos, fueron adoptadas pruebas de aspirantes (con votaciones secretas de todos los oyentes) antes de otorgar la plaza de lector. Y cuando se inició otra vez la guerra y cancelaron las lecturas dentro de las fábricas, la prohibición fue respondida con una amenaza de huelga. Algunos diarios agitaron el ambiente. Los propietarios de las fábricas, cuyo último deseo habría sido propiciar una pelea que menoscabase la producción, rogaron a las autoridades por la continuación de las lecturas. Su ruego fue atendido, aunque se les exigió a los propietarios que vigilaran al lector de cada fábrica, cuidando de que este no la emprendiese con material revolucionario. Según Araceli Tinajero, los tabaqueros salidos de Cuba a causa de la guerra pudieron dar origen a la lectura en las fábricas españolas. Un capítulo rastrea la presencia de esta costumbre en España, examina una novela de ambiente tabacalero de Emilia Pardo Bazán (La Tribuna), estudia la descripciones de Mérimée en Carmen, así como el desmentido de tales descripciones hecho por Havellock Ellis durante su visita a Sevilla. Sin embargo, la lectura no resultó demasiado extendida por aquellas fábricas debido a la turbulenta vida política de la época, lo arriesgado de leer textos políticos (periódicos y proclamas) y la transformación de los talleres manuales en talleres mecanizados, con introducción de maquinaria ruidosa. A diferencia del caso español, la emigración hacia Estados Unidos acarrearía larguísimo influjo. En 1868 arribaron a Cayo Hueso los primeros tabaqueros cubanos. El lugar contaba con humedad y temperatura idóneas para la hoja del tabaco, varios propietarios habaneros habían trasladado allí sus fábricas, y procesaban materia prima llegada desde Cuba. No tardó en hacerse famoso el tabaco torcido de Cayo Hueso. Un puerto apenas conocido en 1868 llegó a convertirse, diecisiete años después, en uno de los quince puertos más importantes de Estados Unidos. A los tabaqueros cubanos y españoles vino a sumarse gente de otras naciones americanas, judíos llegados de Bahamas. La vida de todos ellos, así como la de los nativos del cayo, comenzó a girar alrededor del tabaco. Lo que no podían hacer en Cuba lo hacían libremente en el exilio: escuchaban leer. Aquellos que no entendían el español lo aprendieron con tal de no per- feb/MAR2008 derse las lecturas. E, igual que ha llegado hasta nosotros el nombre del primer lector habanero, conocemos el de quien primero leyera en una tabaquería estadounidense. El periodista José Dolores Poyo había huido de Cuba debido a sus simpatías independentistas, y terminó empleado como lector en la fábrica Príncipe de Gales, propiedad de Vicente Martínez Ibor. La autora de este libro sugiere que fue en Cayo Hueso donde el lector de tabaquería empezó a ser un trabajador especializado (de oficio maestro o periodista, en la mayoría de los casos). Los periódicos de Cuba llegaban allí con retraso. Desde Nueva York arribaban, con retraso también, algunos diarios redactados en español. Circulaban revistas y periódicos locales en inglés donde se podían obtener las últimas noticias. Así que muchas veces tocaba al lector de tabaquería traducir a la par que leía. Uno de aquellos lectores, Juan María Reyes, fundó en 1870 el primer diario en lengua española de Cayo Hueso: El Republicano. José Dolores Poyo impulsó la creación de otros dos periódicos. Comenzó a publicarse en 1887 el primer diario bilingüe: The Equator: El Ecuador. Araceli Tinajero rastrea los orígenes del periodismo latino en Florida, documenta la fundación de asociaciones artísticas, literarias y de beneficencia por parte de los artesanos, así como la de centros de enseñanza en los cuales tan importante papel jugara el lector de tabaquería. Fuera de Cuba, este se convirtió una figura pública de primer orden: organizaba actividades para el tiempo libre, contrataba músicos y artistas, fungía como maestro de ceremonia, recogía fondos para la lucha independentista cubana. La autora sostiene que el iniciador habanero Saturnino Martínez merecería un volumen biográfico. Lo mismo se podría decir de varios de los lectores de Cayo Hueso de los cuales ella nos brinda noticias. Lo novelesco aparece en muchas páginas de este volumen. Enterado de que sus novelas eran escuchadas en la fábrica Partagás, Víctor Hugo escribió a los tabaqueros de La Habana una carta de agradecimiento. Aquella carta, leída por el mismo lector que diera voz a los personajes del autor francés, tuvo que crear una misteriosa comunicación entre novelista y público. Valiéndose tal vez de ello, un grupo de trescientas mujeres cubanas exiliadas en Estados Unidos escribió a Hugo una denuncia del salvajismo español. Abundaban entre las firmantes las tabaqueras y las esposas de tabaqueros. “Ustedes, fugitivas, mártires, viudas, huérfanas –contestó Hugo desde la isla de Guernesey–, le piden a un derrotado que las ayude. Ustedes, desterradas, se dirigen a un exiliado. Ustedes que ya no tienen un hogar le han pedido apoyo a un hombre sin patria. A ustedes no les queda más que su voz y yo no tengo nada más que la mía”. Y Hugo se comprometió a denunciar los desmanes españoles cometidos en Cuba, igual que hacía ante los excesos británicos en Creta. El lector de tabaquería narra la historia del español Gonzalo Castañón, director de un diario habanero, quien desembarcó en Cayo Hueso en enero de 1870 dispuesto a retar a duelo al autor de un artículo que lo insultaba, José María Reyes, lector de taba- www. revistaprl.com PRL 15 PRL se publica seis veces al año. Cada edición pasa revista a lo más estimulante y original de lo recientemente publicado en literatura, biografía, memoria, historia, política, filosofía, ciencia. Aproveche nuestras tarifas introductorias. Suscríbase ahora y reciba PRL cada dos meses. Edición impresa EE. UU., Canadá, América Latina . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . US$ 21 Resto del mundo. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . US$ 28 PRLONLINE. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . US$ 15 Edición impresa + PRLONLINE EE. UU., Canadá, América Latina . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . US$ 29 Resto del mundo. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . US$ 36 Obtenga cada edición de PRL en un PDF con diseño propio. La suscripción anual otorga acceso a todas las ediciones de PRL. Para preguntas sobre su suscripción o para ordenar una por teléfono por favor contáctenos llamando al 212.864.4280 o visitando www.revistaprl.com. También puede suscribirse enviando un cheque o money order a: Mido Editores, 474 Central Park West, New York, NY 10025. 16 PRL www. revistaprl.com quería y director del periódico El Republicano. Antes de partir de La Habana, Castañón hizo público su propósito de duelista. El aviso fue leído en todas las tabaquerías de Cayo Hueso. Es posible imaginar que el propio amenazado lo leyera en voz alta. Los dos directores de periódico tropezaron en algún rincón del Cayo. El español sacó de su chaqueta el ejemplar doblado de El Republicano, buscó el artículo de marras, preguntó si se hallaba ante quien perpetrara aquellos insultos. Reyes contestó que sí, Castañón le estrujó el periódico en la cara, lo abofeteó, y quedó acordada de este modo la necesidad de un duelo. Fábricas y comercios cerraron de inmediato. La gente comenzó a juntarse para entretejer comentarios. Un panadero, Mateo Orozco, prometió que acabaría con Gonzalo Castañón. Al día siguiente, cuando el periodista español intentaba fugarse hacia La Habana, Mateo Orozco lo ultimó a balazos. Pero la violencia desatada no concluiría allí. Un año más tarde fusilaban en La Habana a ocho estudiantes universitarios, acusados de profanar la tumba de Castañón. (Aunque este libro no relaciona entre sí el asesinato del periodista español y el fusilamiento de los estudiantes habaneros, una nota de la página 112 equivoca el número de sentenciados.) Lo novelesco iba a llegarles a los tabaqueros no sólo en forma de epístola de un famoso escritor o como oferta de duelo. Los más grandes héroes de la guerra cubana, Máximo Gómez y Antonio Maceo, visitaron las fábricas de Tampa y Cayo Hueso en recolección de fondos para volver sobre las armas. Sus misiones habrían rendido poco fruto de no haber contado con el auxilio de varios lectores de tabaquería. Aunque ninguna visita a esos enclaves resultaría más fecunda que las que hiciera un hombrecito enclenque y sin ninguna hazaña de guerra. Poco conocido entre los tabaqueros, José Martí llegaría a ser leído con pasión en los talleres de Tampa y Cayo Hueso. La identificación entre él y las colonias de tabaqueros, dada fácilmente por sentada en tantos acercamientos biográficos, tuvo que ser ganada a pulso, concienzudamente. Araceli Tinajero fija el instante en que Martí descubrió la lectura en las tabaquerías: el 26 de noviembre de 1891, en Tampa, en la fábrica de Vicente Martínez Ibor. Ese descubrimiento, atendido insuficientemente, debió de ser crucial. Ya que, anterior a la radio y la televisión y el cinematógrafo, Martí pudo encontrar en la lectura de taller un medio ideal para difundir su pensamiento. La tribuna ocupada por el lector le preparó el camino. Se podría aventurar que, de no haber contado con un público tan propicio a lo literario, la campaña retórica de Martí no habría causado el mismo efecto. Existen cartas suyas en las que pide ayuda a determinados lectores de tabaquería. (La autora sospecha, justificadamente, que las escribió a sabiendas de que iban a ser leídas en las fábricas). Muchas de sus piezas oratorias tuvieron como primeros destinatarios a aquellos exiliados, y es posible rastrear en ellas referencias al oficio de su público, así como referencias a la lectura en los talleres. El discurso pronunciado la víspera po- día ser recogido (muchas veces en versión íntegra) en los periódicos cubanos de Cayo Hueso y Tampa. A partir de esa publicación, sería repetido en voz alta en las tabaquerías. Y los trabajadores volverían sobre él en sus hogares, al comentar en familia las lecturas. José Martí pudo beneficiarse así de una efectiva maquinaria propagandística. Y, puestos a datar el origen de la adoración martiana, habría que remitirla a aquellos tabaqueros afincados en Florida. Una muy curiosa figura sirve para testimoniar la lectura en los talleres de otras tierras. La puertorriqueña Luisa Capetillo (1879-1922) fue periodista, escritora, sufragista, luchadora sindical, anarquista y lectora de tabaquería en Puerto Rico, Tampa y New York. Defensora del amor libre, crió a sus hijos sin casarse. Supo manifestar su libertad desde el atuendo: el 24 de julio de 1915, un agente policial la detuvo en una calle de La Habana por ir vestida con camisa, pantalones, corbata, chaqueta y sombrero de ala corta. Al menos uno de sus escritos (editados por Julio Ramos en Amor y anarquía: Los escritos de Luisa Capetillo, Ediciones Huracán, Río Piedras, Puerto Rico, 1992) permite adjudicarle inclinación hacia el espiritismo. Y una vida volcada en tantas direcciones parece corresponderse con la variedad de lecturas de las tabaquerías donde trabajara. Araceli Tinajero estudia cómo se extendió la lectura a Puerto Rico, México y República Dominicana (único lugar, fuera de Cuba, donde aún se practica). El siglo XX, que trajo la competencia de la radio y la facilidad del micrófono, devolvió la lectura a las tabaquerías cubanas. Para el capítulo último, dedicado al caso de Cuba desde 1959, la autora alcanzó a entrevistar a distintos lectores en activo. Pero, pese a contar con testimonios tan valiosos, esas páginas finales resultan las menos apreciables de su libro. Porque, luego de consignar los cambios impuestos por el régimen revolucionario, evitan sacar conclusiones al respecto. Aprendemos que el puesto del lector ha pasado a quedar lejos de los operarios en algunos talleres. Que en otros, público y lector no consiguen verse nunca. Y que en la mayoría de las fábricas, la tribuna del lector ha terminado por ser inundada de símbolos y de propaganda oficial hasta convertirse en una suerte de tribuna política… Reunidas todas estas novedades, habría sido provechoso interpretarlas a la manera de un Elías Canetti, por ejemplo. (“Sobre las posiciones del hombre: lo que contienen de poder”, tituló Canetti uno de los capítulos de Masa y poder). Y habría sido pertinente echar una ojeada al periodismo leído en las tabaquerías, porque no de otro modo procedió la autora al ocuparse de épocas anteriores. Uno de los lectores entrevistados por ella explica su administración de los escasos diarios que circulan en Cuba: “Yo leo segmentos, leo dos o tres columnas que no pasen de diez minutos porque con ese tipo de temas, si uno se pasa de diez minutos cansa, satura al receptor y como resultado se provoca rechazo”. Un testimonio así reclama, acto seguido, algún análisis del periodismo feb/MAR2008 cubano actual. En caso de realizar ese análisis, quedaría claro que nunca antes el lector de tabaquería anduvo tan necesitado de maniobras. Pues ni siquiera bajo la dominación colonial fue tan aburrida la prensa cubana, ni reflejó tan poco la vida del país. En la Cuba de hoy, el lector de tabaquería ha dejado de ser pagado por los tabaqueros, para convertirse (lo mismo que quienes lo escuchan) en un empleado estatal. Todas las tabaquerías pertenecen a un mismo propietario. Sindicatos y administración vienen a ser lo mismo, por lo que queda excluido cualquier intento de protesta. Y los diarios y libros a leer salen principalmente de imprentas y editoriales estatales. Observa Araceli Tinajero cuánto ha crecido el número de miembros en las comisiones seleccionadoras de lectura de las tabaquerías. Estas cuentan ahora con presidente, vicepresidente, representante sindical, representante administrativo, dos trabajadores destacados y, por último, el lector. Cabría preguntarse si el crecimiento es achacable a democratización o a mayor grado de censura. Nada indica este libro acerca de ello, y es de lamentar que, después de detenerse en cualquier pretensión autoritaria sobre el acto de leer, la autora no repare en lo poco libre que esta operación resulta en Cuba desde hace medio siglo. (Su trabajo señala, junto a algunas ventajas recientes, ciertos conflictos que amenazan la pervivencia de la lectura en las tabaquerías: falta de interés entre los jóvenes trabajadores, preponderancia de la escucha de radio.) Un estudio como este pasa por reconstruir las bibliotecas leídas en alta voz. A lo largo de sus páginas se enumeran autores leídos entre los tabaqueros: Hugo, Dumas, Pérez Galdós, Vargas Vila, Marx, Schopenhauer, Kropotkin, Ibsen, Martí, Cervantes, Zola, Campoamor, Flammarion, Tolstoi, García Márquez, Bakunin, Palacio Valdés, Loti, Dickens, Zamacois, Villaverde, Unamuno, Carpentier, Gallegos, Verne, Nietzsche… Títulos, autores y personajes literarios han pasado a nombrar tabacos y fábricas de tabaco: Montecristo, Romeo y Julieta, Dante, Don Quijote, Walter Scott, Sherlock Holmes, Byron… Dos novelas, Los miserables y El Conde de Montecristo, se mantienen en la preferencia del público desde hace mucho tiempo. (Ambas, historias de prisión inmerecida y de posteriores venganzas y justicias. Tabacos las dos, tal como se acostumbra calificar en el lenguaje popular cubano los libros deliciosamente extensos, largos como puros). El lector de tabaquería estudia una de las mayores particularidades de la cultura cubana, si no la mayor. Quien recorra las páginas de este volumen comprobará que, establecida la costumbre de escuchar periódicos y libros dentro de los talleres, la extrañeza de ese hábito puede llegar a provocar los más estrafalarios sucesos. Como el duelo a tiros seguido por dos tabaqueros de Tampa a partir de una novela de Émile Zola, o la huelga de mujeres contra hombres que causara (en otra fábrica tampeña) el anuncio de que iba a ser leída El cornudo de Paul de Kock. Se hace entrar literatura en nuestras vidas, y es difícil adivinar lo que puede ocurrir en consecuencia. feb/MAR2008 www. revistaprl.com PRL 17 Cual catástrofe ineluctable Héctor Abad Los ejércitos de Evelio Rosero Barcelona, Tusquets, 2007, US$ 11.43 L a primera pregunta que surge al terminar de leer esta hermosa novela de Evelio Rosero es por qué su publicación no ha desatado en Colombia la polémica que un libro tan desolador provocaría en cualquier otro sitio que tuviera un país tan infame como escenario. Aventuro dos respuestas. La primera es que tal vez los colombianos no quieran releer, en una novela, aquello que ya están condenados a leer diariamente en los periódicos. Así de familiares son para un colombiano los horrores que aquí se narran, si bien en la novela los hechos se cuentan con unas herramientas narrativas muy superiores a las de los diarios. La segunda explicación diría que tal vez consista en que aquellos que han reseñado Los Ejércitos lo han hecho de un modo camorrero, resentido, cargado de encono personal, como si el Premio Tusquets que recibió la novela no hubiera respondido a la buena escritura del libro, y a su devastadora historia, sino al deseo de la reivindicación de un grupo de escritores marginados por las grandes editoriales comerciales y la gran prensa, como si contra ellos existiera una conjura del silencio –tal vez pocas cosas inducen tanto a ignorar a un grupo de escritores como la gritería perpetua de “nos ignoran, nos ignoran, nos ignoran”. Los reseñadores resentidos han presentado a Rosero –que es persona discreta y apartada de los escándalos publicitarios– como un general de división cuyos ejércitos vienen a derrotar a un batallón de novelistas mediocres que se han robado injustamente la atención de los lectores. Lo anterior, sin embargo, poco o nada tiene que ver con esta bien lograda novela, y lo señalo tan solo por si alguien estuviera interesado en una posible “sociología de la recepción” de los libros. Más allá el éxito o del fracaso comercial de Los Ejércitos (una circunstancia que no le pone ni le quita una coma a la belleza esta novela), lo que conviene es analizar el libro de Rosero por lo que es. Procedo, entonces, a describir y analizar su contenido, sin caer en la tentación de resumirlo. En escasas doscientas páginas de narración lacónica y bien equilibrada, Los ejércitos hace el recuento del ocaso de la vida de dos maestros de escuela jubilados: Ismael, un voyerista amargado tanto por el paso del tiempo como por la violencia rutinaria, y Otilia, una mujer sensata y ya resignada a los rijosos vicios de su marido. Una de las pocas fallas que se podría lamentar Evelio Rosero. foto: Panamericana Editorial Ltda. en la novela es que a sus protagonistas el narrador no los llama maestros, sino (con una pedantería inútil) pedagogos. Su situación recuerda mucho a la pareja de El coronel no tiene quien le escriba, sobre todo porque en el libro de Rosero, como le ocurría al coronel de García Márquez de hace medio siglo, los protagonistas siguen esperando inútilmente a que el gobierno les pague las mesadas de jubilación atrasadas. Otilia e Ismael viven en un pueblo de Colombia de nombre San José. Muchos lugares se llaman así en este país suramericano y uno de ellos, San José de Apartadó, es tristemente célebre porque en él sus pobladores se han declarado “comunidad de paz” contra todos “los actores del conflicto”, es decir, contra la guerrilla, los paramilitares, y contra las mismas fuerzas oficiales. Esta resistencia pacífica, al San José de la realidad, le ha costado algunas de las peores masacres de la historia del país, a manos de guerrilleros y sobre todo de fuerzas estatales o paraestatales. El San José de la novela, sin embargo, es un nombre genérico de pueblo imaginario. Su situación geográfica es tan indefinida que podría corresponder a cualquier apartado pueblo colombiano, así como la Santa María de Onetti podía ser cualquier ciudad uruguaya. El San José de Rosero, aunque irremediablemente recuerde a San José de Apartadó, es un pueblo indefinido. Sabemos que el país donde se desarrolla la acción es Colombia porque la capital se nombra, Bogotá, porque alguien viene de Buga, porque la hija de los maestros les pide que se vayan a vivir con ella a Popayán, pero sobre todo porque la guerra que aquí se narra es la colombiana, una guerra amorfa, sin buenos ni malos, de escasos méritos humanos, con una violencia tan hundida en el salvajismo, que todos los bandos parecen haber perdido los atributos de la piedad o del heroísmo. Esa sevicia, ese dolor, esa desolación, se parecen tan sólo a nuestra muerte, no a otras muertes. El hecho de que un pueblo se hunda paulatinamente en la nada de la muerte, sin embargo, tiene un modelo literario mexicano: durante la lectura uno no deja de pensar, varias veces, en los cuentos de Rulfo y más aún, en Pedro Páramo. Los habitantes de San José están tan a la merced de “los ejércitos”, esos cuerpos armados genéricos y sin nombre (o con todos los nombres: guerrilla, paramilitares, narcotraficantes, fuerzas armadas), que da la impresión de que la violencia fuera un efecto más de la naturaleza: una catástrofe ineluctable, debida a la intemperie o a la confabulación de unos elementos irracionales, igual a la sequía, las inundaciones, las erupciones volcánicas o los terremotos. Este es quizás el efecto mejor logrado del libro, una novela que no reparte culpas y bendiciones, sino que registra la cara sin forma y tremenda del conflicto colombiano, una guerra degradada en la que todos parecen iguales en maldad, en irracionalidad, en falta de compasión. El autor, y esto lo agradecemos todo el tiempo los lectores, no cae en la desagradable tentación de las siglas, ni a la graduación de su maldad, que es el pan cotidiano de nuestros periódicos: AUC, FARC, ARC, ELN, EP… En el libro no: los uniformes y las armas van y vienen, vestidos siempre de muerte, y nunca estamos seguros de quiénes son los que trafican con la existencia. O, mejor dicho, todos trafican por igual con la muerte. En las novelas, como suele suceder también con las personas, es de las virtudes extremadas de donde provienen al mismo tiempo los defectos. Una persona muy generosa se vuelve fácilmente manirrota; extremado, un simpático cae en el vicio de la zalamería. La gran virtud del libro de Rosero, la descripción de la disolución de un pueblo por la irracionalidad y el salvajismo de ejércitos anónimos y desalmados, es también, en últimas, su mayor límite. Es verdad que nuestra violencia parece a veces tan demente que uno está tentado a definirla como amorfa e irracional. ¿Pero lo es de verdad? ¿No hay intereses, no hay intención de matar a algunos con meditado cálculo? Me temo que sí, y que este cálculo está a la base de todos los ejércitos de nuestro conflicto. En este sentido una novela que pretende ser realista, se vuelve por momentos fantástica, inventada, retórica. La violencia no es una catástrofe natural, sino una decisión voluntaria de personas que deciden por intereses específicos. No obstante, la intuición poética de Rosero es valiosa y todos, en algún momento de la interminable guerra colombiana, hemos sentido que es así: que todo es igual, que del salvajismo no se libra ninguno de los bandos. Esta intuición poética tiene una virtud lírica agradable de leer, como la nebulosa descripción de una nube. Pero quizás el novelista, como el meteorólogo, tenga el deber de hacernos entender y de hacernos ver que no todas las nubes son iguales ni todas nos traerán tormentas idénticas –es cierto que en el conflicto colombiano los observadores parecemos más bien geólogos, incapaces de predecir los terremotos, que atinados meteorólogos. La salvedad anterior, sin embargo, es más moral que literaria, y no es justo juzgar una novela en estos términos. Si juzgamos Los ejércitos por sus palabras y por la historia que se cuenta en ella, tenemos que convenir en que el efecto buscado por la novela se ha logrado cabalmente: la descripción de los horrores, nos convence Rosero, es tan inexplicable y absurda como las catástrofes naturales. Un grupo viene y nos mata, como llega de un nevado la avalancha que sepultará un pueblo entero. La muerte violenta se convierte aquí en el destino ineluctable de la tragedia. En la novela, con masacres, secuestros, desapariciones, ejecuciones arbitrarias, asistimos al progresivo triunfo de la muerte sobre el erotismo, es decir, sobre la vida. Lograr este efecto poético no es poco. Es muchísimo. Criticar la novela porque consigue convencernos de lo que buscaba, es criticarla por lo que no es. Los ejércitos, sin duda, cumple con su cometido. Las novelas no son una explicación, sino una versión de la realidad, y la versión de Rosero está perfectamente lograda. Esta desoladora historia debería ser leída por muchos más colombianos. 18 PRL www. revistaprl.com feb/MAR2008 Sendero: Al margen de la gran narrativa José Luis Rénique La cuarta espada. La historia de Abimael Guzmán y Sendero Luminoso de Santiago Roncagliolo Editorial Debate, 2007, 288 pp., US$ 28.38 E n diversas entrevistas, Santiago Roncagliolo ha explicado sus vínculos con el fenómeno que le ha servido de tema a sus dos últimos libros: la insurgencia de Sendero Luminoso, un partido maoísta nacido en una de las regiones más pobres de los Andes peruanos, que habría de suscitar lo que el historiador británico Lewis Taylor ha llamado “una de las más sangrientas guerras civiles en la historia contemporánea de América Latina”. A fines de los noventa, a raíz de su labor en una entidad de protección de derechos humanos habló con inocentes que cumplían condenas, torturados y familiares de desaparecidos y hasta con un senderista que “había asesinado a sangre fría a decenas de personas”. Varios años pasaría explorando cómo escribir sobre el horror: Reto difícil para un narrador, dice, “precisamente porque el horror comienza donde terminan las palabras”. De una película llamada From Hell, basada en un cuento de Alan Moore, vendría la solución al dilema. A partir de la historia de Jack el Destripador se describía ahí la historia de la sociedad inglesa de fines del XIX: “una sociedad enferma, que se veía como un elegante imperio victoriano pero se alimentaba de las prostitutas de los barrios pobres”. A la luz de aquel relato, el Ayacucho de su memoria –“centro de muchas revoluciones desde Tupac Amaru (que en realidad tuvo lugar en el Cusco) hasta la actualidad” y, a la vez, “un lugar muy religioso, con una vistosa cultura de la muerte”– aparecía como “el escenario perfecto para un thriller”. Su novela Abril Rojo –que le valdría el premio Alfaguara de novela 2006– sería el producto de ese proceso. El punto de quiebre, sin duda, de una carrera esforzada y múltiple –Roncagliolo ha sido autor de literatura infantil y guionista televisivo– en un medio foráneo y altamente competitivo como el español. Este éxito le significaría la oportunidad de transformar en libro un reportaje sobre Abimael Guzmán publicado por El País. Su objetivo era desentrañar la “his- Abimael Guzmán. foto: archivo diario la república, perú toria humana” del líder senderista con el propósito de mostrar “cómo se radicaliza alguien hasta convertirse en terrorista”. Reto que resolvería fusionando los diversos estilos experimentados a través de su múltiple carrera de autor. El producto es esta vez un texto que, a diferencia de Abril Rojo, presenta un singular reto de caracterización. De hecho, no se llega muy lejos buscando en las propias declaraciones del autor la filiación precisa de La Cuarta Espada. La caracteriza en una entrevista como una “novela de no-ficción” en el estilo de A Sangre Fría de Truman Capote: “Todo lo que cuento es real”. “Si todos los personajes fueran ficticios”, el argumento seguiría “funcionando igual.” Es esa flexibilidad, precisamente, la que le permite transformar una fallida biografía de Abimael Guzmán en un éxito de librerías. Sin poder entrevistar a su personaje central o siquiera acceder a fuentes directas; confrontado, por si fuera poco, con un personaje que aparece como un maestro de la disolución del propio yo en los contornos cuasi-milenaristas de su causa revolucionaria, el texto se convierte en la aventura de un joven escritor llamado Santiago Roncagliolo que llega al Perú con el fin de encontrar la “verdad” de Guzmán; que se propone, por esa vía, darles “voz a los terroristas” accediendo así a la versión de la violencia de los ochenta y noventa “que nos falta escuchar.” Roncagliolo –el personaje– se nos aparece tenaz y provocador: un aspirante reportero en busca de un tema vendible que se define nada menos que, como “un mercenario de las palabras” y que –dado el interés por el terrorismo suscitado en España por el 11-M– propone a su editor de El País, “un vistazo al terror desde una perspectiva nueva, un tema violento y poco visto en la prensa, una encarnación del mal”. Recuerda este recurso novelas como Soldados de Salamina, de Javier Cercas, o La Guerra de Galio, de Héctor Aguilar Camín. En ambas, más que el pasado mismo, la pugna por esclarecerlo termina siendo el núcleo del drama; lo que convierte a un periodis- ta, en el primer caso, y a un historiador, en el segundo, en protagonistas centrales. Un epígrafe de J. M. Coetzee sugiere la tesis implícita de su investigación: el revolucionario como un “hombre condenado,” sin lazos que lo unan a nada, que “ha roto amarras con el orden civil, con la ley y la moralidad; que no espera “misericordia alguna”, que si sigue viviendo en sociedad, es sólo con la idea de destruirla. Un hombre sin contexto, en suma, teleológicamente guiado por sus propios impulsos tanáticos. Hijo de exiliados peruanos en México, Roncagliolo creció con “otros exiliaditos”, jugando en el colegio a la “guerra popular”, escuchando en casa las “complicadas” conversaciones de los mayores sobre la revolución por venir, para luego regresar a un país donde “ya había una revolución en marcha” que en absoluto se parecía a “las cosas lindas que nos habían dicho de ella”. Del periodista inglés Justin Webster –quien cree que a los siete años la gente establece los “rasgos esenciales de su personalidad” y después cambia muy poco– recibe el escritor una sugerencia que habría de seguir al pie de la letra: prestar particular atención a la niñez del personaje. Titulado “El pequeño comunista,” efectivamente, el capítulo inicial define la orientación del libro. Relata ahí cómo fue que el lento y rígido mundo provinciano del Perú de los años cuarenta engendra al hombre que habría de poner su país al borde del colapso. Una tras otra, una serie de heridas emocionales –su condición de hijo ilegítimo, el desdén paterno, una decepción amorosa– producen a esa “encarnación del mal en estado puro” que será el Guzmán adulto. Si la clave de las conductas adultas puede rastrearse a la niñez, cree Roncagliolo, lo único que permitiría vincular al tímido estudiante arequipeño con el líder de Sendero Luminoso es “su condición de bastardo”. Acaso un hijo, una verdadera familia o una vida cotidiana aburrida y feliz, habrían interrumpido el proceso que llevó al futuro Presidente Gonzalo –el nom de guerre que adoptaría el líder subversivo– a obsesionarse por crear “un grupo humano, un partido, y luego un mundo que pudiese controlar” como una manera de amenguar las carencias de su niñez. De la dimensión ideológica de Sendero Luminoso a Roncagliolo le interesa no tanto su contenido –“una vez que uno consigue penetrar en los textos, resultan tan claros que se vuelven monótonos”–, feb/MAR2008 sino la manera como es vivida: que haya gente capaz de asignarle un valor casi místico a un discurso ideológico, asumiéndolo como una norma de acción sin fisuras ni matices. “Pertenezco a un mundo en que eso ya no existe”, dice el cronista, subrayando su distancia generacional de aquella manera de vivir la ideología que le recuerda a “la Fuerza de Luke Skywalker,” el personaje de La guerra de las galaxias. A la controversia causada por esta metáfora entre sus críticos peruanos Roncagliolo responde afirmando que, en un libro destinado a traducirse en doce idiomas se hacía necesario usar referentes didácticos simples y directos tomados de la cultura popular. No sorprende, por ello, que en su descripción del Guzmán del tiempo previo a su captura –del cual, por cierto, no existen datos– se sienta la presencia del Hitler de La caída, el notable film de Oliver Hirschbiegel: un hombre acorralado, que inventa ejércitos, que presenta sus mínimos avances como gloriosos despertares y que destituye generales porque no hacen milagros. Asistida por estos mecanismos –la personalización de la historia y el uso de referentes pop– la historia del conflicto interno – tema de la segunda parte del libro titulada “La Guerra”– fluye, descargada de los complicados detalles y de los estériles debates –“miles de palabras largas y toneladas de www. revistaprl.com densa y pastosa ideología”– de los barbudos setenteros de la generación del padre del cronista. El relato encuentra vitalidad dramática en la explotación de tópicos más bien marginales a la “gran narrativa” de la guerra senderista elaborada por antropólogos o historiadores; la muerte de Augusta La Torre, por ejemplo, primera esposa de Guzmán, fallecida en circunstancias jamás esclarecidas. Qué pasó con Augusta, dice Roncagliolo, es una de las dos preguntas que quisiera haber hecho al líder senderista de entrevistarlo; por qué nunca ha llorado, sería la otra. Es el último tercio del texto –titulado “La Cárcel”– el que define el carácter del libro, su esfuerzo por acercar al lector –por la vía de la sentimentalización– a los detalles de una historia de horror. La relación del cronista con los senderistas de carne y hueso es ahí el tema central. En contacto con ellos, comienza a sentirse el narrador emocionalmente involucrado con su tema de investigación. El cínico cronista ‘mercenario’ de las primeras páginas deviene contrito y autoreflexivo. “Siento –dice– vergüenza de ser lo que soy”, un “burgués satisfecho” que está padeciendo un “brote de radicalización”, que es “como una enfermedad”. Su éxito con Abril Rojo le reporta por ese entonces una inesperada oportunidad: una invitación a presentar su libro en cárceles de Lima. Accede finalmente al lado humano de los senderistas. Se entera de que Marisa Garrido Lecca –la bailarina que daba cobertura al escondite de Abimael Guzmán– quería cambiar el mundo danzando. Conoce la historia de Blanca Revoredo, la abnegada madre de Elena Iparraguirre –la segunda pareja del líder y número dos del partido–, su gran sostén a través de su cautiverio. Me siento –escribe a raíz de sus visitas carcelarias– como un “turista en el infierno” que se pregunta “si es posible escribir sobre todo esto sin tomar posición”. Su encuentro con Iparraguirre será, finalmente, lo que más lo acerque a su elusivo personaje central. El diálogo que sostienen se centra en la relación amorosa de Iparraguirre y Guzmán. Es el pie necesario para su observación final: habían llegado a “pensar como un solo cerebro”. Pero la convicción ideológica que les daba su fuerza era su gran debilidad. No sabían cómo controlar aquellos impulsos “no previstos en la ideología”: el amor, el odio, la traición entre los líderes. Más de dos décadas de “senderología” anteceden a La cuarta espada. Una vasta literatura producida por una pléyade de autores peruanos y extranjeros, científicos sociales y periodistas y, recientemente, literatos; un esfuerzo colectivo coronado por el Informe Final de la Comisión de la Verdad y Reconciliación –nombrada por PRL 19 el gobierno peruano con el fin de investigar las violaciones de derechos humanos en el Perú en los años ochenta y noventa– del 2003. Roncagliolo se apoya en esa literatura, pero no para desarrollarla o enriquecerla. Su prioridad es la novedad narrativa, más que el rigor investigativo. Así, parte del debate suscitado por su libro son las listas de errores factuales de La Cuarta Espada –bastante gruesos muchas de ellos– que circulan en revistas y, sobre todo, blogs nacionales. De hecho, para redondear una perspectiva sobre un libro concebido como un producto mediático, hay que prestar atención a esos debates. Así, entre quienes critica su estilo light o que acusan a Roncagliolo de “banalizar” el drama del conflicto, aparece una queja recurrente: ¿por qué los que “sí saben del tema” no han escrito una historia igualmente atrayente? Menudean, de otro lado, las pruebas de la eficacia de su estrategia narrativa: el eco que tiene su recurso a la sentimentalización del drama entre quienes, como Roncagliolo, recuerdan las bombas y los apagones como una lejana memoria infantil. Acaso para esa emergente lectoría, más que el rigor –para citar a un anónimo blogger– sea digna de celebración su audacia “para hacer de un período trágico en la vida de la sociedad peruana un relato que hoy encabeza la lista de los libros más vendidos del país”. Libros en Español e Inglés Música • Videos Ordenes Especiales 787-724-1815 787-723-7074 Fax: 787-724-8177 255 Calle San José, Viejo San Juan Email: [email protected] 20 PRL www. revistaprl.com feb/MAR2008 Renunciando a la Gran Novela Latinoamericana Alejandro Zambra La novela luminosa de Mario Levrero. Montevideo, 2005, 542 pp., US$ 57.30 También de Mario Levrero: El discurso vacío.Buenos Aires, Interzona, 2006, 144 pp., US$ 22.40; Barcelona, Editorial Caballo de Troya, 2007, 176 pp., US$ 23.95 Dejen todo en mis manos. Buenos Aires, Mondadori, 2007, 121 pp., US$ 16.98; Barcelona, Editorial Caballo de Troya, 2007, 128 pp., US$ 23.95 “ Una novela, actualmente, es cualquier cosa que se ponga entre tapa y contratapa”, dice el uruguayo Mario Levrero en La novela luminosa, un libro –se podía esperar– inclasificable: la narración se aleja de las convenciones, pero no para impresionar a los estudiantes de teoría literaria, sino para cumplir con el mandamiento interno de relatar lo imposible, o al menos para registrar minuciosamente el fracaso de escribir. En plenos años ochenta, mientras sus contemporáneos seguían dando forma a la gran novela latinoamericana, Levrero construía una literatura personalísima, irreductible a los patrones de lectura por entonces vigentes; una obra escéptica a los derroteros del boom y reacia, en general, a toda presión normalizadora. Publicada en 2005, un año después de la muerte del autor, La novela luminosa es una obra extraña desde su origen. Levrero comienza a escribirla en 1984, a los 44 años, en vísperas de una operación a la vesícula. Debido, justamente, al miedo que le provoca entrar a pabellón, precipita la novela hasta el séptimo capítulo. La operación es un éxito, pero la novela, un fracaso: de vuelta del hospital Levrero quema dos de los siete capítulos y el libro queda inconcluso. Pero dieciséis años más tarde la Fundación Guggenheim aprueba el proyecto: el autor es becado para dedicarse en plenitud a continuar su obra maestra. Es agosto del 2000, y el escritor avanza poco, nada. No consigue regresar: “La inspiración que necesito para esta novela no es cualquier inspiración, sino una inspiración determinada, ligada a sucedidos que yacen en mi memoria y que debo revivir, forzosamente, para que esta continuación de la novela sea una verda- Mario Levrero. Crédito: Taller Literario de Motivacion a la Escritura, Mexico dera continuación y no un simulacro. No quiero usar mi oficio. No quiero imitarme a mí mismo. No quiero retomar la novela ahí donde la dejé hace dieciséis años y continuarla como si no hubiera pasado nada. Yo he cambiado”. El fragmento recién citado figura en el “Diario de la beca”, un archivo que el autor comienza en calidad de estímulo para la escritura, pero que muy pronto cobra un obligado vuelo propio. Casi la totalidad de la novela será, finalmente, el registro de la imposibilidad de escribirla. En el “Diario de la beca” Levrero enumera sus distracciones, muchas y todas muy atendibles: jugar innumerables solitarios en el computador, leer o releer antiguas novelas policiales, emprender tímidos paseos en compañía de una mujer que ha dejado de amarlo o comprar un sillón verdaderamente cómodo. A lo largo de su vida Levrero desempeñó oficios diversos: fotógrafo, vendedor de libros, humorista, guionista, redactor de revistas, director de talleres literarios. La beca le permite, por primera vez, dedicarse exclusivamente a escribir, pero la luz de la novela no llega. No llegará. La beca ha dejado de ser un beneficio; ahora es una carga que obliga a Levrero a completar no un formulario más sino la obra final, la obra, nada menos. “Diario de la beca” es, a un tiempo, un culposo inventario de fugas y a la vez un oasis de escritura libre. Del mismo modo que El discurso vacío apunta a la difícil plenitud de lo manuscrito, La novela luminosa asume la bastardía del texto-tecla. El computador se transforma en uno de los personajes principales. Levrero anota incluso sus discusiones con el corrector ortográfico –que inexplicablemente admite la palabra “coño” pero no la palabra “pene”–, y sabe lo suficiente de Visual Basic como para quedarse hasta las nueve de la mañana ideando un programa que le avise que es hora de tomar el antidepresivo. A veces escribe a mano simplemente para castigarse por el abuso del computador; otras veces acepta su adicción y la disfruta. El momento más feliz del libro es esta eufórica exclamación: “¡¡¡¡¡¡Arreglé el Word 2000!!!!!!”. De seguro arreglar el Word 2000 es más fácil que escribir esa novela que Levrero escribe pero no escribe. En fin: para escribir la novela luminosa es necesario pasar por la novela oscura; para hacer literatu- ra de verdad es preciso recurrir, como él dice, a la literatura fraudulenta. La edición uruguaya de La novela luminosa –durante 2008 aparecerá también en España, bajo el sello Caballo de Troya– suma quinientas y tantas páginas: las cuatrocientas del “Diario de la beca” (incorporadas en calidad de gigantesco prólogo) más las escasas carillas escritas en 1984 y un notable capítulo-cuento titulado “Primera comunión”, único resultado “real” del año Guggenheim. Figura además un breve epílogo en el que Levrero manifiesta sus dudas respecto a la naturaleza del libro: “Me hubiera gustado que el diario de la beca pudiera leerse como una novela; tenía la vaga esperanza de que todas las líneas argumentales abiertas tuvieran alguna forma de remate. Desde luego, no fue así, y este libro, en su conjunto, es una muestra o un museo de historias inconclusas”. Pero enseguida –contraviniendo su propia sentencia– el autor da cuenta de la evolución de algunas de esas líneas, de manera que la pregunta carece de una respuesta válida: ¿Es La novela luminosa una novela? Sí y no; ya se sabe que una novela es “cualquier cosa que se ponga entre tapa y contratapa”, feb/MAR2008 pero la obra mayor de Levrero tampoco es, con propiedad, un diario, pues en ella persisten, en aparente dispersión, algunos acciones o incidentes cuya reaparición dota el proyecto de una cierta unidad. Si bien prevalece el carácter inconcluso que señala Levrero, las líneas argumentales sí se cierran. Es un poco lo que apunta Ignacio Echevarría en un ensayo centrado en la dimensión mística de La novela luminosa. Levrero dedica varios fragmentos a la descripción del cadáver de una paloma en la azotea vecina; la recurrencia de esta imagen –la observación meticulosa del narrador, que relata las mínimas variaciones que experimenta la escena– va cobrando, con el paso de los días y de las páginas, un innegable valor alegórico. El diario de la beca se cierra con una mención al estado actual del cadáver, cuya permanencia finalmente equivale, para Echevarría, a la permanencia del Espíritu, “de su huella, incluso ahí donde parece haber sido aniquilado”. Observar el cadáver es persistir en lo inerte y www. revistaprl.com vivificarlo, del mismo modo que escribir es esperar una iluminación que demora y nunca llega. Hay en La novela luminosa salidas de tono y berrinches que poco a poco conforman, por oposición, una estética: escuchar a Beethoven es, para Levrero, como escuchar “a un niño tocando el tambor a la hora de la siesta”, y el Himno a la alegría le hace pensar “en alemanes haciendo gimnasia, dirigidos por una profesora de cara caballuna”. La novela tradicional le provoca similares dolores de cabeza: “No me interesan los autores que crean laboriosamente sus novelones de cuatrocientas páginas, con base en fichas y en una imaginación disciplinada; sólo transmiten una información vacía, triste, deprimente. Y mentirosa, bajo ese disfraz de naturalismo. Como el famoso Flaubert. Puaj”. Mucho más benevolente es su comentario sobre la novela Valis, de Philip K. Dick: “Es muy agradable leer estas cosas que, de algún modo, jerarquizan la propia locura”. Pero el desdén por formas estatuidas de arte no es programático. Levrero no es un vanguardista. Levrero extraña una unidad a la que ya no es posible acceder por las vías tradicionales, pero no por ello renuncia a intentar conseguirla. El discurso vacío (1996) es también una obra límite, en la que es visible la ruta que conducirá a La novela luminosa. La anécdota de El discurso vacío es mínima: ya que no ha podido cambiar la vida, Levrero intenta –modestamente– cambiar la letra, por lo que se dedica a rellenar planas procurando “reformar” su prosa manuscrita. Esta, como él dice, autoterapia grafológica, no obedece, en apariencia, a un desafío literario: no pretende concretar el libro sobre nada que quería Flaubert, ni reivindicar el método surrealista, sino simplemente indagar en la relación entre letra y personalidad. “Debo permitir que mi yo se agrande por el mágico influjo de la grafología”, dice, y enseguida precisa su razonamiento: “Letra grande, yo grande. Letra chica, yo chico. Letra linda, yo lindo”. PRL PRL 21 El libro alterna dos tipos de textos: los ejercicios propiamente dichos y diversos fragmentos de diario, dos facetas que se van permeando mutuamente, aunque es posible observarlas en forma pura, como en este intento de caligrafía: “B B B B B B B B B B B B Bien, otra vez había olvidado la manera de escribir la B. El problema es que olvido por dónde comenzar a trazarla, y si no me sale espontáneamente, pensándolo no puedo conseguirlo. Hay algún truco en alguna parte, y no termino de descubrirlo”. El diario, en tanto, registra la vida cotidiana con celo microscópico: “Es indudable que la modalidad de Alicia la hace mucho más eficaz que yo. A menudo la envidio por esa aparente facilidad para resolver imposibles. Ahora bien: de los momentos de mi vida en que yo he desarrollado similar modalidad y similar eficacia, he extraído la experiencia de que esa eficacia práctica tiene un alto precio espiritual”. Pero no sólo Alicia –Alicia Hoppe, la mujer de Levrero, por entonces– es blanco de esa implacable mirada analítica: se publica seis veces al año. Cada edición pasa revista a lo más estimulante y original de lo recientemente publicado en literatura, biografía, memoria, historia, política, filosofía, ciencia. Aproveche nuestras tarifas introductorias. Suscríbase ahora y reciba PRL cada dos meses. Edición impresa EE. UU., Canadá, América Latina . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . US$ 21 Resto del mundo. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . US$ 28 PRLONLINE. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . US$ 15 Edición impresa + PRLONLINE EE. UU., Canadá, América Latina . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . US$ 29 Resto del mundo. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . US$ 36 Obtenga cada edición de PRL en un PDF con diseño propio. La suscripción anual otorga acceso a todas las ediciones de PRL. Para preguntas sobre su suscripción o para ordenar una por teléfono por favor contáctenos llamando al 212.864.4280 o visitando www. revistaprl.com. También puede suscribirse enviando un cheque o money order a: Mido Editores, 474 Central Park West, New York, NY 10025. www. revistaprl.com 22 PRL Recientemente en PRL Edmundo Paz Soldán sobre Bolaño Pablo de Santis sobre el Borges de Bioy Casares Roberto González Echevarría sobre la edición conmemorativa de Cien años de soledad Fernando Cervantes sobre Empires of the Atlantic World Germán Carrera Damas sobre el Bolívar de Lynch la conducta del perro y los ardides del gato –un gato que se ha colado en casa, modificando significativamente la realidad doméstica– motivan brillantes análisis desmesurados. El propio cuerpo es escrutado con crudeza, aunque por momentos surge alguna reconciliación con lo físico: “Me miro en el espejo y veo a alguien que no me gusta del todo, pero es alguien en quien puedo confiar”. Otra versión de la misma idea: “No odiaba a ese cuerpo gordo y deforme porque lo fuera, sino que mi cuerpo se había transformado precisamente en eso porque yo, desde antes, lo odiaba”. (Hay un evidente aire a las observaciones de Kafka sobre la fisonomía. Sin duda la influencia de Kafka es decisiva en la obra de Levrero). El discurso vacío y La novela luminosa son libros importantes que justifican con creces la atención que ahora recibe Levrero. Pero el reconocimiento llega tarde. Levrero no alcanzó a disfrutar de las cada vez más frecuentes reediciones de sus libros. El protagonista de la novela Dejen todo en mis manos, por el contrario, es un Levrero verosímil que, a mediados de los años noventa, visita a un editor poco dispuesto a correr riesgos. El escritor solo quiere unos dólares para sobrevivir durante unas pocas semanas; el editor –a quien llama Gordo, a pesar de que es flaco– le rechaza la novela, pero lo mismo le adelanta una pequeña cantidad a cambio de una misión bastante rara: encontrar al misterioso autor de un manuscrito excelente que llegó a la editorial en un sobre sin más datos que el nombre del autor –Juan Pérez– y las señas del pueblo donde presuntamente vive. Al escritor menor le pagan por encontrar al escritor genial: suena justo. Es ésta una novela de repertorio, representativa del lado más convencional de la literatura de Levrero. El narrador de Dejen todo en mis manos no se llama Levrero, pero tampoco se llama de otra manera; por comodidad o por fidelidad al juego, supongamos que es Levrero, es decir, un autor por entonces medianamente valorado por la crítica uruguaya pero ampliamente ignorado por los lectores. “Siempre consideré preferible picar piedras –dice– a matar el libre acto creativo pensando en el público”, pero ni siquiera él cree demasiado en esta visión heroica de su trayectoria. Después de tantos rechazos, ha comenzado a acostumbrarse a los eufemismos: “Escuché, pues, con resignación, sobre las actuales dificultades de la industria editorial en nuestro país, como si fuera un tema novedoso, como si el Gordo lo hubiera descubierto tras profundas meditaciones y encuestas. Como si en nuestro país existiera una industria editorial. Como si nuestro país fuera un país”. El narrador dice haber cambiado los nombres de personas y de lugares, “para no lesionar a nadie” (¿a quién podría lesionar una historia como ésta? A nadie. El lector tarda algunas páginas en asimilar el chiste). Así, el supuesto pueblo del hipotético Juan Pérez es Penurias, una pequeña localidad del interior cercana a Miserias y a Desgracias y a otros lugares nada auspiciosos. Pronto las pistas se re- feb/MAR2008 velan insuficientes, sobre todo cuando la encargada del correo examina la caligrafía del sobre y asegura que se trata de la letra de una mujer. El narrador piensa que Juan Pérez es homosexual, o que corresponde al seudónimo de una mujer, de una mujer lesbiana, tal vez, y enseguida visita a Juana Pérez, que no es lesbiana sino una prostituta de la que se enamora instantánea y perdidamente. Lo que sigue es el fantaseo en torno a una improbable vida futura junto a Juana Pérez, en tanto se suceden los malentendidos y el lector –que a esas alturas ya adivina el final– se desespera o se divierte ante la total impericia del detective tímido. Dejen todo en mis manos no es, desde luego, una novela policial, sino una parodia o un homenaje a las novelas policiales, y también a las novelas menores, como las que escribió Levrero a lo largo de toda su vida: voluntariosas, muy personales, poco propicias para satisfacer el gusto de la academia o de los lectores. La novela de Juan Pérez, en cambio, es una gran obra, de tema nacional y conflictos políticos y todo eso. A la hora de valorar el manuscrito, el protagonista es generoso: “No era la novela que yo había escrito, hubiera escrito o hubiera querido escribir, pero sin duda Juan Pérez era mejor escritor y mejor persona que yo”. Son pocos los narradores de entonces que renunciaron, de antemano, a escribir la gran novela latinoamericana. En esa renuncia está la grandeza de Mario Levrero; no es difícil imaginarlo, ahora, observando con ironía o con prudente satisfacción la antología del tiempo. El arte es “la inminencia de una revelación que no se produce”; esta célebre definición de Borges viene a cuento cuando se habla de Levrero. La novela luminosa y El discurso vacío recrean, por así decirlo, las aventuras de la inmovilidad. Levrero espera, con o sin paciencia, una esquiva iluminación mayor. Escribir es esperar, llenar una expectativa propia con luz o con vacío. “Hay cosas que no se pueden narrar”, dice Levrero, a medio camino entre la resignación y la satisfacción, tras terminar La novela luminosa: “Todo este libro es el testimonio de un fracaso. El sistema de crear un entorno para cada hecho luminoso que quería narrar me llevó por caminos más bien oscuros y aun tenebrosos. Viví en el proceso innumerables catarsis, recuperé cantidad de fragmentos míos que se me habían enterrado en el inconsciente, pude llorar algo de lo que habría debido llorar mucho tiempo antes, y fue sin duda para mí una experiencia notable. Leer eso sigue siendo para mí removedor y aun terapéutico. Pero los hechos luminosos, al ser narrados, dejan de ser luminosos, decepcionan, suenan triviales. No son accesibles a la literatura o por lo menos a mi literatura”. “Escribir entre paréntesis me produce ansiedad, seguramente por temor a olvidarme de cerrarlos”, anota Levrero en alguna perdida página de La novela luminosa, una obra extraña y magnífica que se asemeja, justamente, a un larguísimo paréntesis siempre a punto de cerrarse. feb/MAR2008 www. revistaprl.com PRL 23 Borges, Bioy y Cortázar: avatares de la ciberliteratura Edmundo Paz Soldán L a reflexión sobre la literatura y sus relaciones con las nuevas tecnologías en América Latina y España se encuentra en un momento de inflexión. Después de años de pensar que la internet no tenía nada que ver con la literatura, académicos y escritores se han puesto a indagar en este tema. Pienso en estas cosas al ver Latin American Cyberculture and Cyberliterature, un libro editado por Claire Taylor y Thea Pitman que Liverpool University Press acaba de publicar en Inglaterra (y en el que he contribuido con un epílogo); el número de enero del 2008 de la revista Quimera, que trae un dossier dedicado a “Nuevas tecnologías narrativas”, y la antología Mutantes: Narrativa española de última generación, publicada a fines del 2007 por la editorial Berenice y editada por Julio Ortega y Juan Francisco Ferré. Algunas conclusiones se desprenden de la lectura del libro de Taylor y Pitman: por un lado, la comprobación, una vez más, de que los nuevos medios tecnológicos influyen en la estética, el arte de un período. Sucedió con la fotografía, con el cine, con la televisión, y ahora está ocurriendo con la computadora. Por otro lado, la forma en que la emergencia de un nuevo medio permite otras lecturas de la tradición. Taylor y Pitman definen ciberliteratura de manera amplia, como “un campo que incluye la literatura electrónica –obras literarias concebidas tradicionalmente, pero en formato electrónico–, y formas específicas de la literatura en la internet como el hipertexto, los hipermedios y los blogs, así como la literatura escrita que reflexiona acerca de la aparición de la cibercultura y los productos ciberculturales”. Así, los argentinos Borges, Bioy Casares y Cortázar vendrían a ser considerados como “avatares de la ciberliteratura”. La revista Quimera, que solía ser un reducto de la tradición y que, gracias al nuevo consejo de dirección se ha convertido en abanderada de una literatura más a tono con la sensibilidad contemporánea, se interesa en explorar cómo, en palabras de Vicente Luis Mora, “los escritores comienzan a utilizar, en momentos puntuales, elementos tomados directamente de las nuevas tecnologías, copiando sus estructuras y reproduciendo elementos visuales en las obras, que abandonan ya el paradigma de la Galaxia Gutemberg para desembocar en el cosmos de la World Wide Web, configurada como nueva Weltanschauung”. Sorprende cómo la nueva generación de críticos y escritores españoles utiliza palabras en inglés, algo que de periódico dan forma al relato “Cero absoluto”, de Javier Fernández. Mutantes también incluye un fragmento de Nocilla Dream, la emblemática novela de Agustín Fernández Mallo que se ha convertido en un referente, a tal punto que se habla de una generación Nocilla. U es mucho más común encontrar en escritores latinoamericanos. Laura Borrás, por ejemplo, menciona la “web-based literature” como nueva forma de literatura, y el título de una sección de poemas que reflexionan sobre la tecnología y el consumo, editada por el Dj Eloy Fernández Porta, es “RealTime”. A propósito de Fernández Porta, su libro Afterpop: La literatura de la implosión mediática, se debe ver como el punto central de partida para la reflexión sobre el impacto de las nuevas tecnologías en la literatura española. Mutantes es una antología desigual –casi todas lo son–, con prólogos algo contradictorios: mientras Ferré escribe que “el panorama español de los últimos veinte años ha sido… anestésico y anodino”, Ortega dice que “demandan atención los re- latos de Juan Antonio Masoliver, Cristina Fernández Cubas, Julio Llamazares, Carmen Riera, Carlos Trías, Soledad Puértolas, Belén Gopegui, Nuria Amat, Manuel Rivas, Imma Monzó…” (es decir, algunos de los escritores españoles más destacados de los últimos veinte años). Con todo, la antología abre una puerta fascinante al trabajo de los escritores españoles de la nueva generación. En algunos casos, los nuevos medios influyen en la forma: Jordi Carrión, por ejemplo, utiliza la estructura de cómo se accede a la información en Google para “Búsquedas (para un viaje futuro a Andalucía)”, un texto más bien ensayístico. En otros, como en “500% Costa”, de Jordi Costa, en el fondo. A veces el tema es una exploración futurista, pero el medio no es tan nuevo: unos recortes na amiga española me contó que acababa de leer una nouvelle inédita del escritor mexicano Jorge Volpi en su Blackberry. Sí, una sorpresa para los lectores acostumbrados a las meganovelas de Volpi: su nuevo trabajo, El jardín devastado, no necesita ni siquiera del Kindle o el Sony Reader para ser leído; tiene entre sesenta y ochenta páginas, lo cual significa que se puede leer en celulares y portátiles. Yo la leí en mi MacBook Pro. En El jardín devastado aparecen temas caros a Volpi, relacionados con su preocupación política global –en este caso, una mujer que busca a sus hermanos en plena guerra en Irak–, pero también hay novedades. Se trata de un Volpi íntimo, en cuyo narrador no cuesta reconocer ciertos aspectos de su biografía: el intelectual que deambula por el mundo, el hombre exitoso capaz de una feroz autocrítica. Hay un personaje femenino magnífico (la bipolar Ana). La prosa también sorprende: desprovista de retórica, su filoso laconismo convierte el libro en un jardín nada devastado de máximas para subrayar. En el blog de Volpi (www.elboomeran. com/blog/12/jorge-volpi/) han ido apareciendo capítulos de la novela. En los primeros posts, Volpi explicó la razón de ser de su proyecto: “Escribir. Escribir de nuevo. No otra novela –cualquier novela–, sino una bitácora, una combinación de memoria, ficción, aforismos. Una aventura que sea, también, una negación. Un ejercicio de escritura, una forma de aprender a escribir de nuevo a un año de haber concluido la trilogía formada por En busca de Klingsor, El fin de la locura y No será la Tierra”. No queda claro si los comentarios de los lectores influirán en la versión final de la nouvelle. Lo que sí es cierto es que, gracias al blog y a los nuevos lectores electrónicos, el escritor tiene más posibilidades de interactuar con sus lectores, saber sus opiniones, hacerles caso (o no). Así, a su manera, El jardín devastado es también ciberliteratura. Esta nouvelle será publicada en septiembre por Alfaguara. Pero antes saldrá otro libro de Volpi: uno de ensayos, que publicará la editorial Páginas de Espuma. 24 PRL www. revistaprl.com Una vida nueva en América Luis Antonio de Villena Luz de Domingo de José Luis Garci, sobre una novela de Ramón Pérez de Ayala. Sony Pictures, 2007 J osé Luis Garci (Madrid, 1944) es un director de cine bien conocido en España, al que el mundo intelectual adscribe últimamente a posiciones políticas próximas a la derecha, como no pocos supuestos “desencantados” de una militancia “gauchiste” y antifranquista en sus tiempos primeros. Garci saltó a la fama internacional al ser –en 1982– el primer director español que obtenía un Oscar de Hollywood a la mejor película de habla no inglesa, por Volver a empezar”. Una historia sentimental enraizada en el desarraigo del exilio producido por la Guerra Civil Española. Con el tiempo (y quizás algo lejos de su cine primero) Garci se ha vuelto un autor virtuoso, de buen oficio, un excelente artesano cinematográfico, especializado –ello no es nada nuevo– en adaptar obras literarias a la gran pantalla. Lo singular de este último Garci es que, salvo en El abuelo de 1998, basada en la homónima novela de Benito Pérez Galdós (Galdós sí ha sido un novelista muy llevado al cine, recordemos la excelente Tristana de Luis Buñuel), Garci ha querido adaptar autores un tanto olvidados que el público considera anticuados o raros al cine: Así, Canción de cuna (1994), drama del muy olvidado y poco valorado Gregorio Martínez Sierra (un modernista tardío, que ello sí, tuvo bastante éxito en su tiempo), o La herida luminosa (1996), otro drama del autor catalán Joan de Sagarra. En este recorrido no exhaustivo, le ha tocado el turno ahora (la película se estrenó en España en el otoño de 2007) a Luz de Domingo, una de las “novelas poemáticas” de un autor casi relegado al panteón de los clásicos ilustres y creo que nunca tocado por el cine, pero ciertamente de muy otra altura y enjundia intelectuales, Ramón Pérez de Ayala (Oviedo, 1880 - Madrid, 1962). Si la película de Garci no tuviese otro valor que el de recordar al gran público la obra de un importante novelista y ensayista que se movió entre el modernismo y la modernidad, ya sería suficiente. Es Luz de Domingo, de nuevo, una película artesanal, bien hecha y grata de ver, con pocos riesgos y un claro alegato político y moral, en la que el guionista ha debido ir un poco más allá del texto de Ayala, pues su Luz de Domingo es una novela corta. La primera aparición pública en libro de nuestra novelita fue en Paula Echevarría en Luz de Domingo. foto: Nickel Odeon el tomo de 1916, Bajo el signo de Artemisa, en compañía de otras dos novelas poemáticas, Prometeo y La caída de los limones. Si hemos de hacer caso a la “Pequeña plática apologética y disquisitiva” que Pérez de Ayala puso a la segunda edición de 1921 (cuando el libro ya había sido traducido al inglés, precisamente en Estados Unidos, con un estudio preliminar de Hayward Keniston, profesor de Cornell), aquella primera edición pasó casi inadvertida en España, donde las novelas de Ayala que siempre tuvieron más éxito son las de su inicial cuatrilogía autobiográfica que se abre con Tinieblas en las cumbres (1908) para concluir en 1913 con Troteras y danzaderas, una novela en clave sobre la vida literaria madrileña de la época. Aunque quizá la novela que más ruido armara fue la segunda, A. M. D. G. (las iniciales del lema latino de la Compañía de Jesús), editada en 1910 y subtitulada “La vida en un colegio de jesuitas”, donde el autor pasa revista a sus años de internado en un colegio de esa orden, de lo que resultó una magnífica novela que devino fuertemente anticlerical y que llegó –en varias ocasiones, según la época– a ser prohibida. Luz de Domingo pertenece a ese grupo de novelas cortas en que (al introducir poemas en el texto, el autor inició su carrera como poeta) Pérez de Ayala se propone una escritura más libre, elíptica y nueva, aunque su tema central sea un claro ataque al caciquismo, una auténtica pandemia de la vida rural española en la primera década del siglo XX y aun más tarde. Garci hace que el enfrentamiento entre el joven y ho- nesto funcionario Cástor Cagigal con el cacique del asturiano e inventado pueblo de Cenciella (la acción transcurre en esa primera década del siglo XX) sea un anticipo o premonición inevitable de lo que serían la crueldad y el exilio de la Guerra Civil, cosa difícilmente augurable por Pérez de Ayala a la altura de 1915. Aunque Cástor y su mujer Balbina (que ha sido violada por los hijos del cacique) decidan emprender una vida nueva en América, para alejarse de un mundo corrupto, al que no pertenecen. La “luz de domingo” es la luz tranquila, la luz de la paz, y en la película la América a la que huye la joven pareja es Nueva York, aunque es más fácil (cuando escribió la novela) que en la mente de Ayala se tratara de Buenos Aires, donde él mismo vivió exilado algunos años después de la Guerra Civil. La lectura de Garci no distorsiona el libro, en absoluto, sólo le añade una visión más contemporánea. Ha tenido la suerte de contar con dos actores con gancho, el joven Álex González (hoy un actor de moda), que cumple muy dignamente el papel del probo Cagigal, y el veterano Carlos Larrañaga, muy propio en su rol de patriarcal, déspota y vulgar cacique colmado de riqueza. Pérez de Ayala fue siempre muy anglófilo: Vivió algún tiempo en Londres durante su juventud más desahogada y fue más tarde embajador de la República en el Reino Unido, hasta poco antes de la Guerra Civil. Además, estaba casado con una norteamericana, Mabel Rick, que le sobrevivió algunos años, lo que pudiera dar un sentido (que pocos cazarán) al viaje final de los protagonistas de la película a Estados Unidos. feb/MAR2008 Con todo, el problema –que es extrapolable a bastantes autores de calidad– es saber qué queda de una literatura tan cuidada y de un estilo tan culto y alquitarado como el de Ramón Pérez de Ayala en el cine. Si cine y literatura se han alimentado mutuamente a lo largo ya de más de un siglo, poseen aún barreras propias casi insalvables. Básicamente la equiparación del estilo de autor y director. Que es posible; lo demostró, por ejemplo, Visconti en Il Gattopardo, película que está a la altura de la novela de Tomasi di Lampedusa. Pero los ejemplos de aquiescencia son muy pocos y temo que en ellos no entrará (pese a su dignidad) Luz de Domingo de José Luis Garci, sin duda un filme sembrado de buenas intenciones. Pérez de Ayala, que tenía una muy rigurosa formación clásica, y que no infrecuentemente une en su decir clasicidad grecolatina, elementos simbolistas y modernidad, parece un autor poco dado al cine: otra sencillez y otro lenguaje. Pero es muy bueno –me parece– que haya vuelto a bajar de su sitial de clásico irredento de la lengua Ramón Pérez de Ayala, autor bien reivindicado en los primeros y pasados años 70, por un aún joven y más inquieto profesor, Andrés Amorós, en varias ediciones críticas de sus novelas, y en un estudio que sigue siendo necesario: “La novela intelectual de Ramón Pérez de Ayala” (Gredos, Madrid, 1972). Ayala, que había estado a favor de la República en 1931 con Marañón y Ortega, terminó dejando que sus hijos se alistaran en el bando franquista al inicio de la Guerra Civil, mientras él se marchaba a Biarritz y a París y más tarde a Buenos Aires, como quedó dicho, hasta su retorno a España –ya solo escribiría cultos artículos, voluntariamente ajenos a la actualidad– en 1954. La fama de “bon vivant” perezoso que le acompañó mucho tiempo, proviene sin duda de su gusto por la charla, mientras fumaba habanos y bebía coñac, su afamado ingenio y quizás el hecho de que sus últimas y complementarias novelas, Tigre Juan y El curandero de su honra, aparecieran en 1926. A partir de ese momento Pérez de Ayala fue sobre todo intelectual, político y periodista (siempre un gran periodista de cultura y pensamiento) que pudo llegar a considerarse, pese a su estatuto de clásico del idioma, íntimamente un fracasado, porque nunca o casi nunca llegó a vivir en la España culta y liberal que había soñado, y que parece casi imposible de lograr en el final de Luz de Domingo: “Y así, confundidas las dos almas en un aliento, volaron (la pareja que huye) al país de la Suma Concordia, en donde no existen Becerriles ni Chorizos (nombres de los bandos rivales en Cenciella) y brilla eternamente la pura e increada luz dominical”. Claro que es bien posible que el alejamiento del público lector actual de Pérez de Ayala pueda así mismo deberse no a esa preterida fama de “perezoso”, pero sí a los muchos años (desde 1926) en que pareció alejado, siendo tan nuevo y tan altísimamente culto, de la literatura de su tiempo último, que fueron muchos, muchos años… Pero (con cine además) muy bienvenido sea su retorno porque se trata de un escritor, un prosista, nada pequeño. feb/MAR2008 www. revistaprl.com PRL 25 De poeta pobre a producto de marca Nicasio Urbina Rubén Darío. Obras Completas I. Poesía Edición de Julio Ortega Galaxia Gutenberg, Círculo de Lectores, 2007, 1353 pp., US$ 88.39 N o cabe duda de que la obra de Rubén Darío es una de las más importantes de la literatura en lengua española. Su poderosa influencia a finales del siglo XIX y principios del XX marcó la universalidad latinoamericana, puso pie firme en nuestro europeísmo, y le dio amplitud a nuestro americanismo. Aunque es cierto que Darío ha perdido lectores desde su estelar actuación en el tablado de la literatura hispanoamericana, a nivel intelectual obra es cada vez más importante y paradigmática. A medida que vamos entrando en la posmodernidad, vamos entendiendo mejor los mecanismos por los cuales llegamos a la modernidad en América Latina. Su obra nos ayuda a contestar una de las preguntas centrales del debate intelectual contemporáneo: ¿De qué manera y por medio de qué mecanismos se incorporó América Latina a la modernidad mundial, que a principios del siglo XX se consolidaba en Europa y los Estados Unidos? Para modernizarse América Latina tuvo que apropiarse de un discurso moderno, de un lenguaje, de una serie de códigos y significaciones. Los objetos de arte, las máquinas, las construcciones, las carreteras, la tecnología, todo eso tenía que pasar por un proceso de naturalización, de acercamiento, de apropiación. Eso es lo que hace Darío para todo el mundo de habla española. Sale de Nicaragua en un periplo que lo lleva a América del Sur, a los Estados Unidos, y finalmente a Europa, donde asimila los discursos de la modernidad y se los apropia para América Latina y el mundo hispanohablante. Galaxia Gutenberg y Club de Lectores están por lanzar al mercado una nueva edición de las obras completas de Rubén Darío, en tres volúmenes, bajo la dirección de Julio Ortega y el cuidado de Nicanor Vélez. El primer volumen contiene toda la poesía de Darío, incluyendo los cuentos de Azul…, el segundo recoge sus crónicas, y el tercero todos los otros cuentos, la crítica literaria y prosas varias. He tenido oportunidad de revisar el primer tomo en archivo PDF y me ha dado mucho gusto ver la elegancia de la edición, la calidad de Rubén Darío. foto: Círculo de Lectores la tipografía y lo acertado de los criterios editoriales. El primer volumen empieza con Azul… y recoge en su primera parte lo que Ortega llama “la obra mayor”. De esta forma, en un gesto paradigmático, el volumen de poesías completas empieza con los “cuentos en prosa”. Esto, que pareciera contradictorio a simple vista, refleja la esencia de la revolución Modernista que a Darío le tocó liderar. El Modernismo no solamente importa una pasión fundamental por la belleza, sino que impone una nueva visión de la poesía. Les da una nueva carta de ciudadanía a la literatura y a la poesía, poniéndolas en el centro de un proyecto de vida, con una concepción estética de la realidad. La poesía no está en el verso, está en el lenguaje, parece decirnos Darío con su obra. Azul… es un libro más narrativo que lírico, aún los poemas del libro “cuentan historias” –pero al hacerlo, el lenguaje, escogido con certeza y trabajado con elegancia y lirismo, se convierte en pura poesía. Por esto la búsqueda y los hallazgos de Darío se extienden a la crónica y al ensayo, porque en cada página que escribía, independientemente del género formal, iba guiado por la búsqueda de la modernidad, de lo novedoso, y de lo bello. Nada es más importante para Darío que la búsqueda de la belleza. La historia de las ediciones de las “Obras Completas” de Darío tiene ya su abolengo y su discurso propio. En 1917, un año después de la muerte del poeta, Alberto Ghiraldo empieza la labor de publicación de las “Obras completas” de Darío”. Para 1919 Mundo Latino ha publicado 22 volúmenes y Darío entra póstumamente en la fábrica de productos para el consumo y la venta masiva. Cuando en 1905 Juan Ramón Jiménez tiene listo para publicación el manuscrito de Cantos de vida y esperanza, el mejor libro de Darío, no hay un solo editor en la península dispuesto a apostar por él. Quizás el fallo se deba a la confianza que Darío depositó en Juan Ramón, poeta talentoso pero joven. Probablemente no era la persona indicada para negociar el libro mayor del mayor poeta hispanoamericano. Al morir Darío la maquinaria editorial entra en función y Ghiraldo será su mayor albacea. Se gana la confianza de Francisca Sánchez, compañera de vida del poeta, y se convierte en el administrador de la fortuna literaria de Darío. Las ediciones de Mundo Latino son hechas a la carrera, copiando la edición del libro que se tenía a la mano. Los volúmenes no tienen un orden específico. Empiezan con La caravana pasa, Prosas Profanas ocupa el segundo volumen y Azul… el cuarto. Cuatro años más tarde, Ghiraldo con Andrés González Blanco proyectan otra edición en 22 volúmenes y acuñan el nombre del poeta como marca de fábrica: Le llaman Biblioteca Rubén Darío y publican los 22 volúmenes entre 1923 y 1929. Esta vez hay un criterio cronológico en el orden de publicación, recogiendo en el primer volumen los Poemas de adolescencia, en el segundo Poemas de juventud. El volumen trece recoge por primera vez cartas de Darío bajo el título Epistolario. El poeta pobre que nació en Chocoyos se ha convertido en uno de los primeros productos de marca de América Latina. Hemos entrado en la modernidad. Otros escritores latinoamericanos como José María Vargas Vila habían vendido más libros que Darío, pero ninguno tenía el prestigio y el caché del poeta nicaragüense. En 1926, a los 10 años de su muerte, Alberto Ghiraldo y Andrés González Blanco vuelven a vender el proyecto de las “Obras completas” de Darío, esta vez al sello de G. Hernández y Galo Sáenz. En 1932, el mismo Ghiraldo, bajo el sello editorial Aguilar publica en un volumen Obras poéticas completas. La edición es deficiente y resulta ser bastante incompleta, pero ha sido reproducida varias veces. La reimprime El Ateneo de Buenos Aires, y para 1949 Aguilar va por la sexta edición, corregida y aumentada, con prólogo de Federico Carlos Sainz de Robles. Entre www. revistaprl.com 26 PRL 1950 y 1953 Afrodisio Aguado publica en Madrid, lo que hasta ahora había sido la única verdadera edición de las “obras completas” de Darío: cinco volúmenes, octavo menor, papel cebolla, encuadernados en cuero, con casi seis mil páginas. Con todos los defectos que 50 años de labor crítica le han señalado, el trabajo de M. Sanmiguel Raimúndez es digno de encomio y admiración. En 1952 Alfonso Méndez Plancarte publica bajo el sello de Aguilar en Madrid su edición de las Poesías completas, en 1954 son revisadas por Antonio Oliver Belmás, y para el centenario del nacimiento de Darío en 1967, se hace una nueva edición de las Poesías completas. Este volumen es parte de la fiesta continental que se realiza con motivo del centenario del nacimiento de Darío y Aguilar le saca buen partido a la edición. En 1971 Aguilar vuelve a editar las Poesías completas, ahora en dos volúmenes. Por su lado, en 1950, Ernesto Mejía Sánchez empieza su trabajo editorial para Fondo de Cultura Económica, publica los Cuentos de Rubén Darío. Dos años más tarde edita Poesías, con un estudio preliminar de Enrique Anderson Imbert, finalmente prepara un tomo para la Biblioteca Ayacucho de Venezuela, donde restaura algunos de los poemas que habían sufrido a manos de los editores y los tipógrafos de Darío. Esta edición de Julio Ortega ha abandonado la quimera de recoger todo lo que Darío escribió, o lo que se atribuye a su pluma, partiendo del principio de que no todo lo que escribe un autor, por muy brillante que sea, es digno de comparecer en sus “Obras completas”. Ortega, lector inteligente y acucioso, reorganiza las “Obras completas” de Darío relegando al final su obra primeriza, privilegiando las grandes creaciones darianas, y dando en el volumen a cada pieza el lugar que en realidad merece en la historia de la literatura hispanoamericana. Por supuesto que todo ordenamiento impone un desorden. No faltarán los críticos que digan que este criterio impide ver el desarrollo literario de Darío, patente en las recopilaciones anteriores; o que lamenten que un poema tan importante para la dariolatría nicaragüense como “Del trópico” quede relegado a la página 1039. Pero los argumentos del editor son de peso y este nuevo orden establece un criterio cualitativo en la obra de un autor, redefine lo que debe ser “Obra completa”; estigmatiza ciertas produccio- nes como “mundanas” y destaca las obras que no solo hicieron historia literaria, sino que fueron ejemplares en la vida y la creación de Rubén Darío. En Los hijos del limo, Octavio Paz señala acertadamente que “El modernismo fue la respuesta al positivismo, la crítica de la sensibilidad y el corazón –también de los nervios– al empirismo y el cientismo positivista. En este sentido su función histórica fue semejante a la de la reacción romántica en el alba del siglo XIX. El modernismo fue nuestro verdadero romanticismo, y, como en el caso del simbolismo francés, su versión no fue una repetición, sino una metáfora: otro romanticismo” (Barcelona: Seix Barral, 128). Paz tiene razón: así “El rey burgués” es un cuento que se inscribe dentro de la mejor tradición romántica, un cuento perfecto, escrito en una prosa poética incomparable, lleno de metáforas, de alusiones inteligentes, de guiños al lector, y que al incorporar elementos parnasianos a la prosa española inaugura la gran revolución literaria que fundó el modernismo. Fue publicado originalmente en el número 1976 de La Época, periódico de Santiago, el 4 de noviembre de 1887. En La Época apareció bajo en título de “Un cuento alegre”, que luego sirvió de subtítulo al cuento en todas las ediciones de Azul… “Un cuento alegre”, es por supuesto un título irónico, ya que no tiene nada de alegre la imagen de un poeta muerto de frío en una noche invernal, mientras le da vuelta al manubrio de una caja de música. El carácter poético de los cuentos de Darío ha sido señalado y estudiado desde sus inicios. Raimundo Lida, en su “Estudio preliminar” a los Cuentos de Rubén Darío publicados por Fondo de Cultura Económica en 1950 dice al respecto: “Páginas poéticas, pues, por su intensidad y abundancia de fantasía y por su alto decoro verbal. Es más. El empuje lírico llega por veces a moldear la forma exterior del relato acercándola a los ritmos reconocibles del verso. Así la prosa de “El rey burgués” se organiza en paralelismos y simetrías justamente en aquel punto en que el protagonista, el poeta, anuncia con exaltación de visionario el triunfal advenimiento de la poesía: He acariciado a la gran Naturaleza, y he buscado, al calor del ideal, el verso que está en el astro en el fondo del cielo, y el que está en la perla en lo profundo del Océano… Porque viene el tiempo de las grandes revoluciones, con un Mesías todo “Nocturno de Chile es la novela de la complicidad de la literatura, de la cultura letrada, con el horror latinoamericano” Edmundo Paz Soldán sobre Bolaño, PRL diciembre 2007 luz, todo agitación y potencia, y es preciso recibir su espíritu con el poema que sea arco triunfal, de estrofas de acero, de estrofas de oro, de estrofas de amor. Se puede ver en este breve ejemplo la cadencia y la musicalidad poética de los cuentos de Darío, quien en muchos de sus cuentos escribe en endecasílabos. Lida llama “versículos” a las unidades básicas organizativas de algunos cuentos de Darío, pero en realidad son poemas en prosa, prosemas, verso libre escrito en párrafos. E s bien sabido que el asunto de “El Rey Burgués” es una metáfora de la situación de Darío en sus tiempos chilenos. Es fácil asumir que él es el poeta pobre a quien llevan ante el rey poderoso, de trajes caprichosos y aficionado a las artes. Pero una lectura biográfica del cuento, aunque correcta, delimita demasiado el alcance y la significación del mismo. Darío está haciendo mucho más que denunciar su propia situación personal, y aun mucho más que presentar el drama de los artistas en la sociedad en general. Darío está ejemplificando, por medio de esta metáfora, la situación político-social por la que está pasando América Latina en el mundo, está preconizando la estética modernista, y está reflejando la contradicción de la modernidad. “El rey burgués” es un cuento sumamente político, es un cuento que revela la problemática que planteaba la modernidad de finales del XIX en el mundo desarrollado. Pero la posición del poeta frente a la modernidad es problemática. ¿A qué porvenir se refiere Darío? El porvenir que se perfilaba en su época era el provenir de la industrialización, de la máquina, de los descubrimientos. El porvenir estaba definido en su tiempo por la máquina de vapor, las fábricas, el telégrafo, las grandes ciudades. Empezaba la producción masificada de objetos, la línea de ensamblaje. Sabemos que Darío critica precisamente ese porvenir, ese progreso que nos ha dado a la burguesía, a los señores dueños de los palacios llenos de objetos de arte por lujo y nada más. El porvenir que canta el poeta entonces tiene que ser diferente. Cuando Darío dice: “busco la raza escogida que debe esperar, con el himno en la boca y la lira en la mano, la salida del gran sol” habla de una raza de artistas, de hombres nuevos, amantes de la poesía y de la música, seres humanos que esperan la nueva aurora. Pero a continuación afirma “He abandonado la inspiración de la ciudad malsana, la alcoba llena de perfume, la musa de carne que llena el alma de pequeñez y el rostro de polvos de arroz”. Sin embargo sabemos que la vida futura de Darío estará precisamente marcada por estas cosas que el poeta condena en “El rey burgués”. De hecho Santiago es la primera gran ciudad que Darío ha visto. Pasará luego muchos años en París, en Madrid, visitará Roma y Nueva York. La lectura biográfica de este cuento nos presenta ante el problema de que Darío está criticando la forma de vida que él llevará por los próximos veintiocho años. Su debilidad por la belleza femenina, por la carne y el placer, por el lujo, está problematizado feb/MAR2008 en este cuento de su juventud. “He roto el arpa adulona de las cuerdas débiles, contra las copas de Bohemia y las jarras donde espumea el vino que embriaga sin dar fortaleza”. Sabemos que Darío escribió muchos versos ocasionales, que amigos poderosos le pedían versos para tal o cual persona, que muy a su pesar tuvo que adular a señoras y señorones. Sabemos que admiraba los cristales costosos y finos, sabemos que sufría de alcoholismo. ¿Cómo interpretar entonces estas afirmaciones? El arpa de Darío era de cuerdas fuertes, lo demuestran sus grandes poemas, su “obra mayor”, como la llama Ortega, pero el discurso del poeta de “El rey burgués” cuestiona en la juventud de los veintiún años, facetas de la vida que luego seguirá. A continuación el cuento dice: “He ido a la selva, donde he quedado vigoroso y ahíto de leche fecunda y licor de nueva vida; y en la ribera del mar áspero, sacudiendo la cabeza bajo la fuerte y negra tempestad, como un ángel soberbio, o como un semidiós olímpico, he ensayado el yambo dando al olvido el madrigal”. Este poeta que ha rechazado las ciudades se ha nutrido de las savias de la selva, ha bebido de la gran Naturaleza. Ha ensayado el verso griego, antiguo y robusto, y ha olvidado el madrigal, verso corto y débil, muy cultivado en la España del siglo XIX para cantar trivialidades y bellezas efímeras. Aquí vemos ya la determinación de Darío por la renovación y el cambio. Quiere buscar en las fuentes antiguas la fortaleza y el idilio. No lo satisfacen las formas poéticas de la literatura hispánica que le precede, quiere renovar la forma. Como dice a continuación: “he buscado al calor del ideal, el verso que está en el astro en el fondo del cielo, y el que está en la perla en lo profundo del Océano”. No hay duda de que el joven Darío tiene un programa poético que se perfila desde ahora por medio del discurso del poeta de “El rey burgués”, y que para lograr su cometido está dispuesto a subir al cielo y bajar hasta el fondo del mar. Esos son los grandes artistas, los que nunca contentos con lo que está a la mano, remontan el vuelo, se sumergen en las profundidades de los infiernos, y buscan en los abismos los retos más profundos. “¡He querido ser pujante!” continúa diciendo, “Porque viene el tiempo de las grandes revoluciones, con un Mesías todo luz, todo agitación y potencia”. ¿A qué revoluciones se refiere Darío? Algunos lo han interpretado como una visión de las revoluciones políticas que traería el siglo XX, otros han visto aquí la gran revolución tecnológica que ya se estaba viviendo y que ha transformado nuestras vidas hasta lo que vivimos hoy en día. Dudo mucho que se trate de cualquiera de esas dos. Sospecho más bien que Darío se refiere a una revolución artística, a una revolución de la sensibilidad, a una revolución espiritual quizás. Una revolución que “es preciso recibir […] con el poema que sea arco triunfal, de estrofas de acero, de estrofas de oro, de estrofas de amor”. Un cambio sustancial en el ser humano, un cambio que lo haga más fuerte, más valioso, más generoso. Hermosos pensamientos de un joven grande y talentoso, www. revistaprl.com feb/MAR2008 PRL 27 H:I$C DK'% :9>ID LLL#B>9D %, G:H#8DB ZmeZ" ZhXg^idg! b{h VWgVh! nd ZgV digd ZhiVheVa gZYVXX^c AV dnVkZoVYdÇ#:c ZgV eVgV g^bZciVY fjZ Za [daaZid ZbegZhVh 7^dn cd VXaVgV YZ aVh bVndgZh V jcV V! n fjZ eZgiZcZX BVgidcV! aV 6g\Zci^c a{XiZVh YZ oVZaY^Vg^d# Vhj[Vb^a^V# ,!Xdb^Zc VcdiV" 6eVgi^g YZaVd) Zhib^Yd/edXVh Za)-# 6aeg^cX^e^d7^dn VigddX^cXdeVgV Zh^c# Za),!Xj X^dcZhZc ZXdck^ZgiZZcdWh cY^XV :cZa). aViVgZVh ^dcZhYZ ZhZVd^V jcV kZo JcVYZaVhVcdiVXedg eg^bZgV Vaa Za YZ Vh^hi^ 6 eVgi^g fjZ 7^dn YZ 7dg\Zh# Vb^\d Zc Xdc[ZgZcX^V hZ\j^g V hj Zh Zbej_V V Vh VeVg^X^dc Y^Vg^d ad kZo b{h cjbZgdhcdiV/Æ8dbZZc XVYV hjh igVkZoV VnZa eWa^XVh#JcVndZXZhVeZcVhaV[ZX] Zc Za d XVhV7dg\ZhÇ#6k7dg\ZhÇ! XdckZgi^Y dfjZ XVhV Æ8dbZ Zc cZa{WgZiZHhVbVaYZ bdi^kdYZaa^Wgd!ZciVXdggV!ZcaVhZ eZgb^iZ fjZaVi^ c# VYV jcVYZkdX^c#6b cV_ZdjcVedhiZg\ hXg^WZ 7dg\Zh ´:hjcaVg\d]dbZ dhVhVaVkZo#7^dnZ dh^ad VhVgZh igV^X^c4AVhYdhX aVYZ7dg\Zh!Xdb VYYZ YZ6Yda[d7^dn8 !&#++(ee#! igVkhYZ edh^W^a^Y Zh!'%%+ hjk^YVV ]ZX]dhaV dak^YV" 9Zhi^cd:Y^X^dc hdWgZ jc fjZaZY^ZgVVadh jcV Y^hXjh^c Xdb^YVZc]d" JH()!.* eZgYjgVg 7dg\Zh ghda^iZgVg^d!jcV WgZ]VWgVfjZ dg\ZAj^h YdXdcXj Xjndcdb YZciZ VheZhVY^aaVhYZ? V ^cÒc^iV AV bZcV_ZVVa\j^Zc akdg^Zcidh!jc^cX^gZhZc" W^Wa^diZX a^" a^Wgdhed hdWgZ jcV 7VWZa d hdWgZ jc jZgVaVe WjhXVgZc YZ hZ VciZXjVafj^ZgV[^hV!ad[j\Vo!ad 7^Wa^diZXV :a a^Wgd YZ VgZcV ^ch^\c^ÒX YdcYZe \gVWV" adi^Z" Wgd ^cÒc^id cZd fjZYV X^VYZ7dg\Zh/V] VW^Wa^d\gV[VfjZ %+!aV a! ad bdbZci{ ZckVcdVeVgZ" ^cX^YZciV ]VcXjbea^Yd!na ZXZh^ceVgVg#:c'% Xjb" ^YVY#Cd dXidg YdeVgV aVedhiZg jcVndigVkZoZaYfjZ ad cZXdbdXZcigdXg kdVc^kZghVg^dhZ ai^ea^" hZ ^dcVYdh ZjccjZ VbVcjZc XZcbZcX dXVh^cY hYZhjbjZgiZbjjdWgV 7dhlZaa! Za ]ZX]dh n Vcdi hjh ?d]chdc n ea^ZgdckZ^ciZVd VYVhVhjk^YV!Vh gZgVh cd hj k^YV n h^\j^ idYV ^Vh# :h [VbV fjZ 7dhlZaa XaVhdWgVhYZY^X ZVbWVh#6aVha^WbZhZh hYZhj hjh dXjggZcX nVadhb{g\ZcZhYdcZcadhai^bdh k^YV! hZgkVgaVheVaVWgV h^ijVX^dcZh jcV hZa^b^iVWVVXdc Vg\Zci^cVhaaZ\Vg Vh 7dg\Zh! ^ckZciVWV ^c\Z" na^" h^cd fjZ VbW^X^dh g\Zh#K^YV Zm]^W^g hj bVZhigd! W^d\gV[Vh ejY^ZgV hdc!n7d Za digd Y^{ad\dh L^aa^Vb ZcZhiVhe{\^" eVgV fjZ KVXXVgd! YZ:Yl^c Zk^hiV" 6aZ_VcYgd hZbZ_VciZdXjggZegdedcZiZbVh c^d#6a\d iZgVijgV! YZ n8VhVgZh Y^hiVhfjZadZcig gVg^0:a hj\^ZgZ cVh!ZcaVhfjZ7^d d h^ijVX^dcZh aZ adXdc Y^kZghdh YZeZg^d >>!YZDhkVaYd;Zg chVndh X^c! YZ XdckZghV gdc:cY^{ad\d>n ZWVcEZ^Xdk^X]!Z VXZcV!edgZ_Zbe EZgd V 7dg\Zh n ZhXg^W^g# fjZXdcXjggVVjc eVaVWg^hiV!YZ:hi bdi^kd eVgV ghVX^dcZhZa[Vc" YZ hj a^iZgVijgV 0 7dg\Zh iVa YZ iZcZg hdWgZ VheZXidhYZ HZg\^d LV^hbVc aVhXdckZ n YZÒX" c! 6a^[Vcd0 7dg\Zh bZcjYdhjg\ZZc _VXaZWgZ!ZhiVkZo ^ZciZh aV igVYjXX^ #Cd YZ GdWZgid iVhbVYZdigVeVgZ XjX]Zi!adhZhXg^W XVYdh n Za ]jbdg! Z8Vgadh 6WgV]Vbdh :a kVgYnE X^c/7dj aVX^ZcX^VÒXX^c!Y b{h Ydbhi^X WV_ VYZ;aVjWZgi!VWd XdhiVYdh ! V aV VY" V!fjZigV YZaVai^bVcdkZahVh n VWhjgYVh [VaiVgdc adh ccnJkZY !Vadh giZYZa V iVgZVh bZi^Xjad X^b^Zcidh^ci^aZh jcVn hZdg7dg\Zh!YZ;V .),]VhiVaVbjZ XZaZciZ fj^h^X^cYZXdcd dh#9Z7dg\ZhhVaZ cV_Zh ZcaVXVhVYZhYZ&hVWhigVXidhZaZm BVg" eZgXVcXZheZgeZij VX^cXdcadheZghdcYdaV ZhXg^idgc^adhb{ i^XV!YZ<j^aaZgbdiVaZc" digVkZoaVXdbeVg naVVcdiV!VXZeiV 7dg\ZhnaVbViZb{ cjc{aWjbYZaV jZcdh >9DH [Vij^YVY WdiVbW^ >C8DCI:C VcX^V! aV YZ;aVjWZgi!n7^d icZo#=j V#;DID8A6G V;VX^d!7dg\ZhZc7a\^Xd! aV ^ch^\c^ÒX Y! YZigZ^ci \gV[VHVg c^c\c bdbZcid dXdb{h Xdb^X^YV idhV[di dhdgVhigZd\ZcZV WgZaV 7^dn Zc _ZhYZ;aVjWZgi ZhjcZhXg^idgYZe hegZk^dhYZhj YZ aV ZhXZcV# 6^gZh!njcXj^YVY ci^YVYYZYVidhhd dg\Zh heZghdcV V!adhVd VhVYZ jZVfj cbjX]VX]d!7dg\ cdiV^cigdYjXidg^ ^ZgdcZc&.(&ZcX ajZ\d ]VXZcdiVgfjZad^ZciZh!b^ZcigVhf jggZZh 7^dnZgVj fjZgZjc^jcVXV bZciZZab^hbd7 mXcig^" dhZhXg^W cZh n bVaV Vb^hiVY#HZXdcdX dfjZdX gVYZhZg [Vb^a^VfjZhZ\jgVeaZid/A^iZgVidhnZ h7dg" 7^dn hdcadhY dhdVcdiVYdgYZa V V aVh gZeZi^X^d cd# DXVbed!fjZ]VW ZcidcXZh iVaVkZo# ^\cdgVWVedgXdb c\aZhZhYZ?dg\ZAj^kVg^Z" a^WgZ! idaZgVcX^ X^VZa\cZgd]jbV Wa^" K^Xidg^V 7^dn# :c ZhZ X]VX]d!7dg\Zh ZaXj^YVYdjkVgYnEXjX]Z gVYZaVdWgV h^X^c]V VWVcej XjVYV YZ Xdh#AdhVcXZhigdh^ Y^h#67dg\ZhZhiV ! nV egZY^hed dhnVhZ] gVjcbj Xdc ahdad!7 ZhVYZb{haVW^i{Xd ^cXajnZ Z7^dn aV i^bdhV c&.&)Z Vgic=V igZ^ciV! V\gVYVYd h!nfjZ g{ÒXdhY YZ :hiZa^Wgd :cadha \Zh!YZB VjidW^d\ YZ cVX^YdZ YZ edXd b{h aZ ]jW^ZgV heZXj" jcV dWgV fjZadhYdh]^X^Zgdc_jcid {i^gVhÒgbVYdh h n 9ZhXVchd jc ZhXg^idg YVY YZ Zc[dfjZh VcV[cVaVejgVZ X^VaZh XVYdkVg^dha^Wgdh ejWa^XVYdh Zcidhnh WV Hj{gZo :c k^V_Z! BZbdg^V VWaZX^ZgdcjcV X^cXd d hZ^h a^Wgdh ! cd ZcXdcigV kVg^dha^WgdhYZXj9dbZXf d Xdbd dhAdh fjZhjbZciZZgVi gVh\dhX^gXjchiVc YVYV 8VhVgZh/ a^WgdhZhi ^cY^h" 7jhidh Zc ZhZ ZcidcXZh EZgd aV XdaVWd" Zh#:hidh bdVadh =# Vid\g{ÒX 7^dn! YVggZVa^ cdhYZaV iZ# fjZ XVb^cVci aVX^cXd VX^cYZ adhiZggZ ZciZ Xdbd dh\j^dcZhX^cZb \cZgd ^ciZgZhVc caVdWa^\ gZnZciZh!nkV" oVcgZVab AncX]!Y 9Zcigd YZa cdYZ Zc VWhdajid acZVXgZX^ZciZZc fjZiZcV YXdb^Zc :aeVgVhdYZadhXfjZ gZVa^oVgdc aV bVaYVY# djck^aaV dg^aaZgdhn gVX^cn aVVb^hiV XgZX^c n aVigVbV# AV dWgV kdjc ejh/ g{ÒXd!7^dnZhXdb ZV[VWaZ! ajZ\d V eVhVg jcV g^Vh Vcidad\Vh# gZhdVciad\dhij VYd \Zh ]V" VjidW^d\ fjZeg^bZgdeVgZX V Xdci^cjV" VdhYZh d &.(+ [j^bdh EVgYd Xdc Za VWaZ fjZ Zh! Zc Æ:c &.(* _jcidhXdbdZY^id gfjZhjhÒXX^dcZh \VYZ [daaZic! 8dbZZcXVhV7dg n [V ^ciZgb^c ÅfjZ jcV ZhiVcX^V XdaVWdgVX^c jc ]dbVnd bVaVh ^ciZcX^dc bVakVYd! eZhdbjX Zc hZbVcV V 6 ZhV W^Wa^d\gVV adh XdaZXX^dc^hiVh dhZh" gZkZaV hjh hZg Y^gZXiVbZciZ adgVYVh/hj6cidad d# V YZ ZhXg^W^g chdWgZkV bZciZ X^Zc" aV fjZ iVbW^c Wg{ YZ dWa^\Vg ÅVV\gZ\VgcjZkdiZXVh! X^c eVhV YZhigj^gZabjcY 7^dn eVaV" egdeh^idXdbZgX^Va! VeVgZciZ jc Va^bZcid fjZZhi{ [Vci{hi^XV Zc ZhedhV YZ YZ gZXd\Zg aVh aV a^iZgVijgV ÒcVabZciZfj^ZgZ hdcjcdhXjVcidh WgZXVg\VYVhW^Wa^ DXVbed! igViVgV YZ c^dZhhdaddgVa [daaZid hdWgZ adh bg^idh aV XVhV eVeZa/ Za Xdbd gVh\d =VXV [gd! 8dbd h^ hZ igVWV_ H^ak^cV iÒXd! iVciZhV hjhnVhdjcV XViZYgVa YZ Za \cZgd V! n aV Zb^a cbVZhigdXjnd\Z ! 7^dn hZ Zb" b{h d bZcdh Wa\Vgd#hVaVbdh YZa XdbZ" h^gk^ eVgV jW^XVg Vg\Zci^c hZ hjbV V]dgV ^dn8VhVgZh!b{hY jZV# WgVhYZj cd a^iZgVijgV iijad 8g^hid d HXgViZhÅV!YjgVciZb{h ZhiVWV Zc gj^cVh! ^iVWVcaaVbVh Y^hi^ci^kd YZ aV XgXjad Xjnd 7dg\ZhYZ6Yda[d7hZci^ed\gV[VeZf hVij" ÅXdbd ZcZVXgZe eVgV :a hei^bd jVgYVgYVigVhY^dcZhYZ 7dg\Zh Ydg!ZcXjnVX]^b hZ^hX^ZciVhe{\^cV jZZm^\ZZaa^WgdÅÅ cd eZVZc\ Za[daaZidh^\c^ÒXYZhj XdaZXX^c !aVhde^c gZh! bj_Z" YZZjXVa^eidh#6fj YZhejh AVaZXijgVg{e^YVfbVa^ciZcX^dcVYdh Z YZ YZXjVgZciVVdhX^cZ! XdhijbW ZcY^oV_Z0 Y^Vg^d Xd" bjckVa^dhdVeg Zh ^bedh^Wa hdWgZ Xdb^YV! ZhXg^idgZh# :a gVYd YZ X]^hbZh cjcV hj iVbVd/ Xi^kd!Z n! hdWgZ idYd! Zgd7^dn gZhZV!Z Xd^cX^YZ Xdc {cZddZcZaXdaZ ZhV! gZh b^ZcoVZc&.)-!e aZZgZcZahjWiZgg V#HZcZXZh^iVjcVb iZ i^Zbed ^cXajh^kZZcaVXVb VWjcYVc a{beVgV! jcV WjZcV -EGA pensamientos preñados de la esperanza propia de la juventud. “Señor, el arte no está en los fríos envoltorios de mármol, ni en los cuadros lamidos, ni en el excelente señor Ohnet”. El verdadero arte no está en la ornamentación, está en la esencia. Esta frase ha provocado mucho debate por la asociación directa que se hace entre Darío y el mármol, la piedra fría que tanto figura en sus versos, y la elegancia de sus líneas. Sin embargo recuerden aquellos dos versos magníficos del poema liminar de Cantos de vida y esperanza. “En mi jardín se vio una estatua bella: / se juzgó mármol y era carne viva” (I, 21-22). El arte no está en los envoltorios de mármol, el arte está desnudo, en llamas y es de oro; el verdadero arte es opulento y es fuerte. Ese es el arte que Darío preconiza, esa es la revolución de la que habla, a ese progreso es al que se refiere. De cierta forma Darío está anunciando en este cuento la gran revolución modernista. El poeta de “El rey burgués” se rebela contra la prostitución de los ritmos, contra los jarabes poéticos, contra la frase fácil que canta los lunares de las mujeres bellas. Si hay progreso entonces, es en el arte. ¿Sin embargo, cómo conciliar esto con la admiración de Darío por los inventos de la Exposición Universal, por sus gustos cosmopolitas, por su amor a la belleza y la elegancia, por su culto al poder y al dinero? Hay sin duda aquí una contradicción, pero una contradicción que es totalmente humana, totalmente moderna, totalmente entendible. Ningún espíritu complejo y fuerte está siempre libre de contradicción. Se equivocan los que piensan que la obra de Darío no es política, como se equivocó Rodó al decir que Darío no era el poeta de América. La problemática que Darío enfrenta en su literatura es eminentemente política y eminentemente americana. La miopía no nos permite ver a veces que el poeta que habla del éter se refiere en realidad al ser. Darío a menudo hablaba de princesas y sus lectores inmediatos lo calificaban de superfluo, más no entendían que al hablar de Sonatina Darío hablaba de la poesía y del espíritu poético. Sonatina no es la historia de una princesa, es la historia del alma poética. Darío habla de Grecia y de Roma, porque América Latina necesitaba apropiarse de esos discursos fundacionales de la cultura occidental, para poder pararse al lado de Francia y de Italia. Pocos críticos han entendido, que el Modernismo fue un movimiento tanto literario como político, que Darío no era un escapista: “la torre de marfil tentó mi anhelo” dice con sinceridad; pero Darío vivió toda su vida luchando con las fuerzas políticas de su tiempo, definiendo su americanismo, ganándose la vida como escritor y como intelectual. Algo que muchos de sus críticos nunca tuvieron que hacer porque venían de familias patricias y adineradas. La política del Modernismo empieza por apropiarse de los discursos europeos, esa es la forma de abrirle un espacio a América Latina en la lucha de poderes de la cultura occidental. Para poder hablar de la pampa, de Macondo o del Tahuantinsuyo, con propiedad y fuerza, los escritores hispanoamericanos HZZmigVV Z7dg\Zh Za]jbdgY tenían que dominar a Homero y a Virgilio, tenían que navegar el Rhin y el Támesis, tenían que ir hasta la China y el Indostán. He ahí el gran gesto político del Modernismo, y en ese gesto hay contradicción. Por eso es tan complejo y problemático el mensaje del poeta de “El rey burgués”. EVWadYZHV A E sta edición de las “Obras completas” de Darío nos debe llenar de alegría a todos sus lectores. La prisa que se nos impone por los plazos editoriales y los compromisos, la examinación incompleta por tratarse del primero de tres volúmenes, la visión virtual de un documento en una cultura aún libresca como la nuestra –y sobre todo la de Darío–, no me permite un veredicto definitivo. No obstante, la “Introducción general” de Julio Ortega con su exquisita apreciación de la obra de Rubén Darío, el “Prólogo” pausado y preclaro de José Emilio Pacheco, el cuidado de los volúmenes de Galaxia Gutenberg/Club de lectores me hacen disfrutar desde ahora estos libros. Pensemos que no hay en este momento acceso a las “Obras completas” de Darío. Los múltiples planes de su publicación que se han fraguado han terminado en planes, o como decía Darío en la “Epístola a la Señora de Lugones”, “forman mis ensueños, mis vidas y esperanzas”. Ahora tendremos una edición que pretende “postular la permanente convocación de lo nuevo en la obra de Darío” una edición que se aparta del aparato crítico y de las múltiples versiones y odiosas correcciones a los versos, para ofrecernos una versión “clara, limpia y solvente” de la obra de Darío. Si el lenguaje de Julio Ortega en el párrafo final suena a anuncio comercial es porque lo es. Después de todo, esta edición responde a un proyecto editorial que en la posmodernidad atiende a un público lector con suficiente dinero discrecional para comprar grandes obras que el Club de Lectores mensualmente les ofrece: grandes obras de la cultura universal que el usuario piensa que debería conocer aunque no tenga el tiempo ni la disposición para leerlas. Darío y su obra se insertan en la cadena de factores que definen la modernidad y la consiguiente posmodernidad en el mundo. Es uno de los primeros escritores en ganarse la vida escribiendo para el mayor periódico de su época, sirvió y escribió para empresas editoriales y publicitarias de su tiempo, fue un trabajador de la cultura, amaba los productos manufacturados y fue al mismo tiempo un marginado y un dependiente de la sociedad de consumo de su época. Que su obra se reproduzca y se mercadee en forma masiva es emblemático y deseable. Podríamos decir que en cierta forma Darío es como el Louis Vuitton o el Christian Dior de la literatura, produciendo piezas de gran calidad, únicas y exclusivas, pero al mismo tiempo inserto en una cadena de producción masiva de objetos de arte, víctima de una serie de falsificadores dispuestos a copiarlo, a reproducirlo, a momificarlo, y a vivir de él cueste lo que cueste. Ahora tendremos por primera vez en 50 años, unas obras completas dignas de un espíritu moderno, cosmopolita, controvertido y genial como el de Darío. ci^h I6 EG A#8DB *!% %: :#J J# h VYZAjc^WÒgd c V ^X g [d Z hd a b V d Zh KVaaZ_dcd Xd!h^cd k^hiVAVi^c c^jcX^ZciÒ ^dfjZ! Eg^bZgVGZ a^iZgVg Zc jc hVn^hiV gV %,$:C :G :B 7G : '% D '% %- L L L# G: K>H EG A KD AJ B: C& C æB :GD' 9 >8> 9> 8 '% %,$: C: '% %- 8jVgZ ciVV dhYZh ejh b{hej VeZaVcYdVaVdW^cVYZ6bg^XV GdWZgi igVY^X^c_VX^ZgiZVa^chjaidZc d<dco{aZo:X]ZkVg gV ck AVi^cV!Xd aaVhVgiZhÇ# jcVYZaVhWZ WgZ hd ?dg\ZKdae^ ^adc^V VW AVejiVYZ7 LL L#G :K >HI6E GA #8D B 8^ZcV dhYZ hdaZYV YZ<VWg Y ^Za<VgX gZk^hVY dedgZ VB{gfjZo#IZ aVjidg :Y^X^ eVgVZh mid c8dcb iVZY^X ZbdgV ^c# GZVa6X i^kV VYZb^V YZ6XV YZb^Vh :heVdaV!6 '%%,!, hdX YZaVA Zc\jV ^VX^c *+ee# !JH& :heVd %!-* aV! A :hiVkZg i^ZciZb aZYVY cd i^XVYZ VaZZc edci{c dWZYZXZ XjVcid had 8^ZcV &.+,! hVa^e Zc adh ZV d ^c\Zcj V aV ^cb dhYZhd " ed [jc ZhijY^d XV Zc fjZ jWa^XVYV!Z iVbW^c YVbZcid V YZ <VgXV Zgh^c Zh" h YZ c XjghVW V b^h bjX]d nbZYZhajb YdXidgV ]dn/fj Vjc]ZX] h YZ ad cVg B{gfjZo Yd gVi^ k^YV n h![jZjca^Wg Wg#8dbd Zc NVaZ! ejWa^XV Z8^Zc Vd d[{X^abZci kd! h^cd Zda XdcXdb hYZhda b^ XVgg ijkd jc ^be dfjZbZb aZeVhV YZa ZYVYhZ k^YVWaZ Zhig ^iVc VgX ZhXg^WZ gVijgVa ZgV Xdbde VXid YZiZgb YZedg &.+%hZ jXi jgVa^hb iZbZciZ n gd[Z Xdc d fjZ bVc^[Z YZb Vi^cdVbZg^X hdg nXg ^cVciZ Zc ned Zc aV Za Vj\Z hi ^hZ i^Xd0aV eja X^V Zhi heZX^Va^YVY VcVhZgViV a^iZ 8aVjYZ Vg^YVYYZaV XdcZaYZhXj YXVYV YZ bW^c " eZg[ZXi i^XVidiVa!a Zh# ;jZjc YZejWa Ak ^"HigVj dWgVYZaV Wg^b^Zcid VhZ VZmeZg jcV hh#GZXd cigd jceZghdd!VadfjZc chVX^c \gVciZ ^XVX^cYZ ^Zc" gYZbd ead\d YZ adh jc VXV cV_Z!jcZe^ daZhdWgVW aZZgVa\d ijgVaZ&g^XdYZab a^Wgdheg^cX haV[ZX]Vh Vc^ WVYdb hdY ^id/ YZjcVc idib^h .*-!AVeZ 6ci]gdedad ^eVaZhYZa {hY^\c ^d!jcVe [VaiVWV h^caVi dkZaVYZ(* dYZjcXjVaVWgV!YZ fjZh>/a bZ Vj_djgY chZhVjkV\ \^ZhigjX" É]j^ &.+ Z&.+' kZaV idiVZcYgVcdig &e{\^cVh# ZcidfjZ >>/Yjb ZXg jZiaZX j^i&.+ '! Bni !AZ V[dgbj aÇÄ! eZgd dhÄhZ]VWa :hV^begZ" >>>/ aÉdg^ ^ZaVjmXZcY )!Bni]d ]dad\^" V gZh ad\^ fjZ ad aVg aViZdg b iVbW^c YZaVÆcd" jcdVci \^cZYZhbV &.++!B VY ni]dad\^ fjZh c^gZhY idYVaV Xdci^ZcZ idY ZaVgX]^kd! bZ aaZk YXVYV Zg^dg!eZgd ]^hidg^ fjZ[jZ ZiVWaZ &.+ fjZh d/ YZa aVh gZ\ 6aZ_d8 ! Ig^hiZh igde VaVi^cd idYV aV a^iZ iZmid -! n gZZY^iV aVh gVij Xdc_j\ edgaVhfj VbZg^XV YZh eVg VgeZci^Zg ^fjZh &.**! YdZcaV cV!^cXa gV n Vc! n gZhZ Zh VaZa iVh Y^hXjgh hj gZaV ^hbdh eZgY^Ydh nfjZi^ a^Wgd fjZ hZXdb jh^kZ Xdc fjZhjg dh ]Z\Zb X^c b^bi^X W^cVcn eZcZigV &.*(#Cd hj cdkZaV ZcZ\gVc" c^Xdh dak ^YZb ciZ Zch Adh eVh VcY6gX \Z# :agZhj YZa bd V Xdc adh YZ Ak^"Hi Vnd dhi dh aiVYd[j bZc ggVi^kZ! ]^kZ/6 I]Z &.+-! gVjhh d YZ DXiVk^d VbedXdZa Zb^a^W id Zc dgn EVo! fjZ VXa^ Za cjZ kd ZY^X^ fjZ ejWa^X d[AVi^c6b gdBni] 9ZW^i^ija Vci 8aV [Zhi gdead\ j" bVi cZc VgaVBV Za eZc c YZ :hd :Xdcb ZheVd 8VbWg^Y Zg^XVCV" dV VadhZh XdcYd# \Z Zc aYZa;d ^XV ijY^Vci aVa^iZgVijgV hVb^Zci ed ;DID/H6C &..% a^dhh^bd!X dWg 8^ZcVd YZ'%%% d cYd ![VX YZa Zhn Vfj I>AA 6C6 ^a^i{ Xg hYZhda !digVed YZ 8jaijgV nWZaad] Vh^XVgZciZ [gVXiV YZ idY ZegdbZiV i^XdhZaVXX cYdcdh :9>8 ghV VhiVZaY ZYV >DC: YZ[jcX gZk dh adh Zhd Ad fjZ H<: C:G iZgVg^dhidYdh Zhdh Y!jceg^hba^g# h^kZ Za ^ceg{ h^hiZbV ZaVgcdhadh VjcV bZidX ZhXVgd# 6A:H Xi^XV VYZb{h VciZg^dgZh! iZmidh ]^hi VfjZgZ" bVh YX egZhZ [VWja^hiVedi^Xd# AV h h^bWa hZXgZidh egdkZc VYV g^Xdh cX^V ^Xdh Vajh^c Xdci^Zc ZcZaegdX hZ gZ[aZ_V n a^" Xa{h^Xd# AV h [jZ aV ^chi gZcaVh aV a^iZ \g^Z\d hZ YZ EVo ! ^cXaj" Vh^b V YZ Xb Zhd V gVij \Zc YZ Z Zc hj eg^b YZ]VXZgad h b^hbd YZ<gZ\dgn ZheacY^YV VjgVX^ egm^" X^iV ^aVYd hjh d <VgXV igjXijgV gV! ad fjZ Zmea^XV edg Va \gVc c fjZZa[ ZhZ eg^hbV Zg XVeija #AVcdkZaV VdhYZhda GVWVhhV\ igVYjXX^c YZ jc gZXV YVh!VajY^Y [jZciZh# :hiVB{gfjZo ]VW YZ aV a^hbd [jZ b{h ^ciZ fjZ! YZhYZ Vc d kZ Vic jijgd8dgd Zc Za WadfjZ jcV ^bV" jc^kZgh^iVg ZYVYZbeZo jcegZb^d^c\aZhV hjh id c^ gZhe Vh! ^cXdged h hdc k^h^ V b{h Zhig jXi jgV hj XdcXZe gZh YZa Zh" Vbe YZa WaZh V aZZg cZa id Zid# :hiV gVYVhh !8^Zc VgY^YZh fjZhje ^id Zc aV XVge 6jgZa^V YZ ]^Zad edai^XVnhd^dh!cdnV ^cbVnd ! aV Xjai a^dh n hZY gZaVid# :c YZa b^id! h ZgVc YZa^iZg hZZcXjghdh i^Zg! Xdc a^iZgVg^ cd VYg X^da jgV jXid Xdc V 7jZ g / 7dg igb^cd YZ dhnaVW ZadaaZk Xdb d\V!n Za\^\Vc dX^Y Vij cYV hj d jcV gZh! [jZ h Zg^cidh0 \Zh Xdc Xd]ZgZciZ!X V/Æ6 ahZgadh \^iVcdh XV B{ V]VhiV Zca hj^c[aj gVh^cdYZ aVi^cdVbZg igVchbj id \aVX iZ!ZaXd[gZ dbeaZi kVhiV XdbaV ^YZV YZ XaVY iVX^ 8Vg ZcX YZhiVe V aV gfj V8 ^XVc V!Y W^c VYdedg cdVbZg Zo[jZZahZ ]^cV#:c&. ^V[jZgZ" aaVbVghZZaÆ VZc[^XX c YZ aV ]^hi eZc" Xdb dhgZaVi^kdh WadfjZ ^Va# 9Zcigd YZ_ZhXVeV ^XVc ^c!nad VVXi^k Zh^\cdhZc Vidg^V hj8db \jcYd gZVa^hb daVXdX -'! <Vg dg^V igZb fjZ ^ciZgcV igVcheVgZc had ]VWV gjcVa^Zc" ÄZa eg^b d Zc gZX^ ^YVY VaV! cdk db ^cV " bVi jc iZ!Xdc igVhXZc Zgd! B^\ W^g Za EgZ Za^hiVaVi^" 8Zg kVciZh! ejZWadYZ {\^XdÇ0 Gja k^cdV bj g^bdc^VaZh !adhiiZbh ZhiVcY^kZg Zo" ZhigZaaV h Zc aVh XjV ^c[^c^iV ZcdgbZ jZa Ûc\ [VciVhb b^d CdW !aVhXdh YZhYZa Y^ [d! Xdc hVh a aV \dh XgZV n Za aZc\ ijb Za Vha XjadÇ' hYZXdadgZ aZh hZ YZheZY hV\ j_Vh :c NVaZ!YdZa{bW^idY Za gVa! Vjidg^VaZh0 jZ\d!Xd haVXaV ZaVaZc 6hijg^Vh chj^gd dXjVXZh0 :hiZ Zh Xdb X^c YZa bj jV_Z! ad fjZ WgZh cYZ CZg VoVWV XdbeVg VWV Vfj# ,!X^id edg d jcV Zc iV b^h hZ\jV!V] \jVZheVd cd EVonh gXVYdgVe^ jYV!Xdchj cVn_jZ" ZcfjZh aVZY^X^g^YVYYZaX :hV ZcdgbZcYd bVXdcY Zhi^" ZXd dgVYZ 8V XVXdci aV# jh^YZV YV!VigV Zhig jXi c fjZ gZeh" Yg\jZo Bd Zcijh^V ^cd# Zh[Z \V egd jgV ^cZciVa0 cid\ZcZ" \VYdh V hjh bW^cVc!X hj bd kZhVYVedgg W^hZaVYV XdbZcid Va aVcoVb cZ\Va! fjZ hbdhXdc: [Zhdg! bd YZaVhdaZYVhhdWgZZaV dbde gV Vgb^aVg g^Zc hZkZ DX iZh! VXd gVh gW b^gGd ciV ! ^Zci aVcZiVh gjgVa0 Y0;Vja bdgn aVe iVk^d bZcdhh _Z ^ciZg^dg VndhYZajo igVchaX^" [gV\bZcidh d YZ aV ]VWV Xdc dWa^" `cZg!Xd h^Xdad" ^bVciVYdh ciZX^b^Zci ^iVh! cdb fjZ ig^Wj^Y " igVY^X^ eZgd V cdk WgZ chj igVk gdhdh! a^YVd YZ[ ! cd edg igVc gZkZaVc gZk^hiV fjZ ZcBjcYdC ZaV Vci dh! ed d 9Vc c dXX ^X^e ^YZciVa h YZ idY [ViVa^h" ^cXZhid!ZhV gZaiZggdg bjZgiZh! h! eV" Zh edg <Vg Xdbd Za ^c^YVedgea heVgZciZ aVYXVYVY Y^g^\^Zc jZkd!aV^c[ VcYd X^Va iZ n aaZ\ dh Zaad hZc YZh idY Zci nZa EVg bjcYd ajnZ Vcd nVcVXgd Z&.+%! bZciZV VcYd V =dbZgV! eVhVcY h aV YZi ^cdgZb^i^g iZcX^V ZYe VigVXi^kdY dh aVYd!Z[ XV B{gfj [^Xi^X^d hg^\j" nXjndZ hVbZY^VY ciZ IVb ^XV c^hb Zo dhY W^c aV 7^Wa^V naV Zgd n bj d edg ]^W dYdad]jb VAk^"HigVj fjZcdej Za chV X^c#6a bZgd!eZgd Zc hj cdk XgZVYd XdcjcVYZ dYZ8^Z n hhn VcdZc ^X^cf cVdhY ndÆCdkZYV Z gVijgV\ hZcdiVW Z" bVX^od ZaV aVh gZciZY VaV^c[ igV\ZY^V\ ZheZ" adh ZhVeg^b hjhj_ZX^c jZg Y^d 7jZ kZgZaWadf ZhdaZYV Y Cdh ch ZchjX Äh^bj" ZhYce XaVkZh YZa dgY^Vae igVYVbji^XVnZadXj ajZcX^VYZa g^Z\V# fjZ XaVcZh!nfj ^\Z ZaYZhZd dgadhZm VcdkZaV YÇ!Y^d ZaY^Vb cYV ÆhZ VigZjZYZ]^Zad! dchi^ij" kdhYZ aVh eVg ai^hb gd" ZZhVc{ Va^i Vafj Ähj ]VX hn eZg ?dh6 ZaiVgYd kVc\jV Nd! Vai VciZb{h\ k^ V bj ad\VVaVVdg\Vc^oVg gXV" gY^Vh#8 ^bZcidhcV VeV" cZh ^b^V! n jc hjh bjX]d degd[i^Xd Z" hVbZci Zh^\c^[^XVi^ gZX gbj gVc Zgb hhZ YZ n XgZZ 7dg\Zh Y^[ dcdX^b ZedgZa YZchd kdhVad ggVi^" dcXdb YZY gVg ^cV eZch Zc[ VXZgkd \j^YdgZh!a hhdc^Y ZgZcX^V cX^V ^Zci ^iVc aVi^ Zc jc gYZaZZgaV ZabjcYdÇ Ä:h a^iZgVij ! <VgXV V b^c dcZbVh#AV XdcigVhiZf B{gfj d^ciZgcVX^d iZXdc eV cdVbZg^XVc h edejaVgZh YZ igVY cd ZcdgbZ ', jZadhX dhegZX^" Zo ]VW cVa YZ VhnZc daVh Y^VbVckZaV!iVbW^c # ViZcX^cgVaVi^cdVb XdadbW ^X^d" B{ jX^dhVVgbdhdg egZcYZ dck V ejZ ai^bV Zg^XVcV gfjZo ^VcVh! ^ci Xdcjc ÄXdciZbe iZ! Yjg cVYZ ciZWZaaZoV ^ZgiZ EVgVjc ZgcVX^d ^chi Zc Za[d hid aV gZ[a dg{ Zhe d! kV" aVc cVa# Zhi XdYZaV aV8dcf Zhdg]^hig cZVh!k ^\Zc VcX^VZh" eVaVWgVÄXd Z_V ZhZ eVg dkZaVYZ< YZaV YZ aV j^hiVn caV Zci iZh!eZg fjZ hdgegZhVjY^dhdYZ VgX ^Xd 6Zh edgV] fjZhZg aVa^ Zh d kVc idhZV dWgVYZAk ZhXd ÄkVa\V V n bj Zbd VYZ VaV:Y X]V YZ iZgVijgV!eV ^"Hi Y\ZcV b{h!edgk aV VYB ciVV Xdc iZh! fjZ hZ ZaZ[ZXidYZ gVjhh# VYZ giZ !<V aV VYb bVcjh cdi 7dg\Zh ^gVX^c iZhdgdY gXVB{gfj ad V[g^XVc ZY^V#Ad Xg^idhn V Zc adh n8 Zb kZaV dn b^h Zo^ bdhYZ ^idhnXgZZc cXdgedgVi ad^c" :hY caVhaZnZhY [^\jgVhYZ bVaVWVg^hb Zg" X^VhZc ad]jb dYd dh Zab aVj ZX^g!Za adhdg\ Za hZi Vcd# b^idYZ ^id! dZab^ idg!fjZgZ" gViV ZcZh idYZab aVZhXg^ YZeZcY YZ jc gZaV ijgV!ed ^id# idd gfjZcd b^idhZ ZYZaVeg{Xi gVa! h^cd g{!ZcZ[ ^XV YZa YZ jcd fj ZXid!hjb VZh Z ^c^higVY Xg^ijgV#:h dedgaV Z aZn! V :aegdWaZb gV[Vnh \ d ^ W d i j V h XdcaBVVg`Vg^VchdWgZaVhYZG\ZgY^hd9bZWd gV jZoE KVc^V \Zc^VK{hf nBVgV:j ]ZkVgg V/ dco{aZo:X ZbdgVi ^kV GdWZg id< dc b X c X^ Y^ Z aZ gbZ JcVdak ^YVW Zo/8]{kZoh^cjc^[d #J J# g Vc ^hiVZc:: Vb he G ]^ ^d d g\ HZ X^hb i^ Vc db ; G VnZa9 jZggV/ cEViV\dc^ ^oVgZh:h\ ?dg\Z8V BZcZhZhZ gVi^kVWgVh^ aZV ?jVcEVWad Vg c {h B Xc/µ EVWad8]V “Que vayamos a tener esto en castellano puede significar el término del aislamiento entre escritores, lectores, editoriales, librerías, periódicos y bibliotecas latinoamericanas, de que hemos padecido tanto tiempo”. –Carla Cordua en El Mercurio de Santiago “Si ya es difícil enterarse de lo que se publica entre nosotros, lo es muchísimo más aún enterarse de lo que se edita en los demás países de la América nuestra. RPL tiene una tarea tan ardua como valiosa por delante”. –Abelardo Oquendo en La República de Lima Para más información visite nuestro sitio web: www.revistaprl.com EG A( www. revistaprl.com 28 PRL feb/MAR2008 En las escarpadas y los páramos andinos Odi Gonzales Dioses y hombres de Huarochirí – Narración quechua recogida por Francisco de Ávila [1598?] Traducción de José María Arguedas, edición bilingüe quechua/español, Fondo Editorial Universidad Antonio Ruiz de Montoya Jesuitas, 2da. Edición. Lima, Perú, 2007, 287pp., US$ 8.53 A nterior al Popol Vuh, el manuscrito de Huarochirí constituye el primer documento quechua que registra los orígenes del mundo andino: el peregrinaje y las reyertas de los dioses fundadores en los páramos y litorales del antiguo Perú, la saga de los héroes civilizadores, la progenie y los rituales de los purun runa o simples mortales. Conocida como la ‘Biblia andina’ en comparación con su ineluctable par de orden fundacional Popol Vuh , la ‘Biblia de los maya-quiché’, Dioses y hombres de Huarochirí fue recopilado a fines del siglo XVI en la provincia de Huarochirí, arquidiócesis de Lima, por el sacerdote cusqueño Francisco de Ávila junto a un equipo de colaboradores andinos. Extirpador de idolatrías al fin y al cabo, el jesuita Ávila, más que enfrascarse en la recopilación misma, se encargó de sonsacar y escudriñar los resultados obtenidos por sus adoctrinados ayudantes –entre ellos el mestizo Huacha, con quien tradujo del original quechua los ocho primeros capítulos– con la intención de difundir en España los cultos idolátricos de los antiguos peruanos y justificar su exterminio. Originalmente se llamó “Tratado y relación de los errores, falsos Dioses y otras supersticiones y ritos diabólicos en que vivían antiguamente los indios de las Provincias de Huaracheri, Mama, y Chaclla y hoy también viven engañados con gran perdición de sus almas”. Desde entonces, el manuscrito permaneció alrededor de cuatro siglos en la Biblioteca Nacional de Madrid, apilado probablemente entre la documentación atribuida a hechicerías y rituales diabólicos provenientes de las Indias. En 1939 y 1942 aparecen ediciones parciales –a partir de la traducción de Ávila y Huacha– al alemán y al latín, en Leipzig y Madrid, respectivamente. Andando el tiempo, el investigador y políglota europeo Gerald Taylor –cuya dicción quechua es mejor incluso que la de muchos andinos– publicó su propia versión con un José María Arguedas. foto: archivo diario la república, perú minucioso estudio de notable valor filológico1. Con todo, el quechua, como cualquier otro idioma, guarda resquicios insondables a los que solo puede acceder alguien que, como Arguedas, el traductor de esta edición, tuvo al runa simi como lengua materna. Esa es la diferencia entre la versión de Taylor –especialista en dialectología quechua y lingüística histórica– y la del peruano2. 1 Ritos y tradiciones de Huarochirí. Gerald Taylor. Lima: Instituto de Estudios Peruanos, Instituto Francés de Estudios Andinos, 1987. 2 Conocido más como escritor, Arguedas realizó también una determinante labor en la antropología, los estudios etnológicos y la traducción, difundiendo y dilucidando sus propias experiencias e investigaciones de campo sobre oralidad quechua, festividades, música, ferias, fiestas religiosas, peregrinaciones, etc. Por lo demás, su trabajo de antropólogo y traductor nutrió e enriqueció el literario, al punto que no sólo el título de su última novela El zorro de arriba el zorro de abajo sino también su planteamiento formal provienen de Dioses y hombres de Huarochirí. Conformado por 31 capítulos y dos suplementos o comentarios atribuidos a colaboradores mestizos, Dioses y hombres de Huarochirí, a pesar de sus yuxtaposiciones de orden mítico, aborda estructuralmente el discurrir de los primeros dioses o huacas: Yanañamca Tutañamca/ “Deidad de los senderos oscuros, Deidad de la noche”; los colosales duelos entre Huallallo Carhuincho y Pariacaca por la primacía en el Universo; el peregrinar de Cuniraya Viracocha, obsesivo caminante que discurre, siendo poderosa deidad, tras la apariencia de un mendigo para probar la sensibilidad de sus adversarios; el ritual de la fecundación: la astucia del dios y la subsiguiente creación de los mortales; el diluvio; los percances de Huatyacuri con la disoluta Chaupiñamca, “la que pecaba con todos los huacas”; el desenfreno de la diosa Chuquisiso, deidad de la fertilidad; la aparición de los incas sometidos al mandato de los dioses de Huarochirí; el advenimiento de las primeras etnias y los ritos de adoración de estas hacia sus progenitores; entre otros. En cada uno de los segmentos el torrente oral –el zumo nutricio del manuscrito– se desborda en pasajes fastuosos. En otros, se aviene con la cuota justa de poesía: Y cuando el hombre cantó acompañándose con el tambor del zorrino, el mundo entero se movió. Ensamblado mediante una yuxtaposición de historias que discurren fuera del espacio y del tiempo lineal, Dioses y hombres es un libro mitológico de cuya urdimbre afloran duelos colosales entre dioses que lanzan rayos o incendian planicies enteras, porque el fuego llameante es una de sus atribuciones. Las escarpadas y los páramos andinos son los escenarios donde una deidad nace de cinco huevos; y en un atajo del camino, zorros embusteros, cóndores honestos y camélidos parlanchines dialogan, intercambian información del mundo de abajo y del mundo de arriba: Como Pariacaca estaba formado por cinco hombres, desde cinco direcciones hizo caer torrentes de lluvia; esa lluvia era amarilla y roja. Después, de las cinco direcciones empezaron a sa- feb/MAR2008 lir rayos; pero, desde el amanecer hasta la tarde, Huallallo Carhuincho permaneció vivo, como fuego inmenso que ardía y alcanzaba hasta el cielo. El relato de los inicios del mundo no puede ser más vivo, más verosímil. Es más vigente que cualquier historia de su género que pueda uno escuchar actualmente en los Andes: En tiempos antiguos dicen que el sol murió. Y, muerto el sol, se hizo noche durante cinco días. Las piedras, entonces, se golpeaban entre ellas mismas, unas contra otras. Por lo demás, aunque el valor inherente del documento haya sido ponderado por un sinfín de estudiosos, lo que señaló Arguedas, en 1966 sigue siendo particularmente puntual: …el propio testimonio que ofrece Guaman Poma de Ayala se nos presenta como un inmenso documento inevitablemente convencional, con todas las limitaciones y riqueza de una obra inspirada por el amor y el odio, el credo confuso, la sabiduría un tanto libresca; Dioses y hombres de Huarochirí es el mensaje casi incontaminado de la antigüedad, la voz de la antigüedad transmitida a las generaciones por boca de hombres comunes que nos hablan de su vida y de su tiempo. Arguedas realiza sin duda una proeza al traducir en el siglo XX un texto quechua de finales del siglo XVI o inicios del XVII. Entre las enormes dificultades a que se enfrentó está el hecho de que él no dominaba absolutamente el quechua dialectal de la región de Yauyos, Huarochirí, de las alturas de Lima, distinto en muchos aspectos del quechua apurimeño o quechua del sur que sí hablaba magníficamente. Por otro lado, las complicaciones cunden porque el original quechua no lleva signos de puntuación ni espacios que marquen las pausas, a la manera de un párrafo. Y más aun: los radicales quechuas están escritos separados, desmembrados de sus sufijos. Esto genera bastante confusión y extravíos en el lector en quechua. Para el traductor que, para enlazarlos, hubo de idear seguimientos guiándose solamente por el contexto o, en muchos casos, por sus sospechas; que tuvo que desentrañar el significado de tan asombrosas como ininteligibles palabras quechuas que contiene hasta cinco sufijos seguidos, la labor tiene que haber sido extenuante. Y en efecto, Arguedas demoró cinco años en traducir el manuscrito. En el proceso contó con la valiosa ayuda de acaso el más calificado estudioso peruano del quechua: Alfredo Torero. Y también con el apoyo y las sugerencias de John Murra y Pierre Duviols. Con todo, ahora que es posible cotejar la traducción con la versión original, se pueden señalar algunas debilidades. A pesar de que podrían ser referentes claves que encaminarían al lector, Arguedas opta por no traducir los nombres pro- PRL 29 pios de las deidades ni de los lugares por donde estas discurren. Al mantenerlos intactos se evita complicaciones. Si bien en algunas versiones del Popol Vuh3 se ha hecho esto –y se arrojó algo más de luz sobre el arcano universo de los maya-quiché–, en el caso del manuscrito de Huarochirí habría sido riesgoso. ¿Cómo sabemos que estos nombres (Pariacaca, Huatyacuri, Cavillaca; Huacsa, etc.) fueron transcritos con fidelidad –digamos– auditiva? Huacha, el mestizo ayudante de Ávila, es quien transcribe al quechua –usando la grafía española– la mayor parte de los testimonios orales recogidos en esta cuenca. O sea, al bilingüismo del mestizo hay que sumarle su biculturalidad, con todas las interferencias idiomáticas que ello involucra. Esto es, el oído de Huacha, por su condición de mestizo evangelizado, percibía dos códigos: el quechua y el español –Taylor le atribuye el dominio de otras lenguas regionales–. Y es precisamente por las interferencias idiomáticas que algunos cronistas españoles –que hablaban quechua– van a escuchar de una manera y transcribir de otra una misma palabra quechua. Es el caso, por ejemplo, del nombre propio del último emperador inca, que unos registran como “Atahualpa” y otros como “Atabalipa”. Incluso los cronistas más doctos escribían como oían. Y esto mismo ocurre en la portada original del propio manuscrito, donde se lee “Huaracheri” en vez de Huarochirí. El respeto y la extrema fidelidad a los textos originales quechuas fueron siempre prioridad para el Arguedas traductor. Sin embargo, a partir del capítulo 10, algunos nombres propios aparecen modificados en la versión española. Concretamente, en las páginas 66-67 la etnia de los Huacsas –que suelen practicar rituales de canto y baile sin licor– aparece reiteradamente –en la versión traducida– como la de los “Huacasas”: REVISTA PERUANA DE ARTES Y LETRAS Dirigen: Mirko Lauer y Abelardo Oquendo [email protected] Editorial Ala de cuervo Libros de Venezuela chay huacsa ñiscanchiccuna cocacta huallquispa pichca ponchao taquircancu Celebraban los huacasas cantando y bailando durante cinco días. Y así, en las páginas siguientes los Huacsa4 aparecen como “Huacasa”. Esta modificación, tan desacostumbrada en el autor de Los ríos profundos, no podríamos atribuirla, desde luego, a una interferencia idiomática porque el conocimiento fonológico-sintáctico del quechua en Arguedas no tiene discusión. Al parecer, al usar la palabra “huacasa” –suponemos– lo que está haciendo es atribuyéndole a “huaca” 3 Por ejemplo, en la traducción de Miguel Ángel Asturias –que el Nobel guatemalteco hace del francés y no directamente del maya-quiché (Ed. Losada. Buenos Aires, 1973)– más que por conservar tal cual los nombres propios nativos, se opta por la traducción de los mismos: Gran Maestro de la Noche, Gran Cerdo del Alba, Antigua Ocultadora, etc. 4 ‘Huacsa’ significa literalmente: dientes incisivos salientes. ¿La etnia de los dientes salientes? [email protected] www.aladecuervo.net No deje de visitar nuestra página www.aladecuervo.net con la revista Logogrifo y todas las novedades del mundo de la literatura universal. Apartado postal 50.878. Caracas 1050-A. Venezuela. 30 PRL www. revistaprl.com un aumentativo, para diferenciarla de deidades menores y de los simples mortales, miembros de una etnia de la cuenca de Huarochirí. Sin embargo, más adelante –en la versión en español– aparece un posible correlato del término “Huacsa”, cuando se nombra –en quechua– el lugar “Huasuctambo” que Arguedas registra en la versión en español como “Huacsatambo”. Sin duda alguna, entre “huacsa” y “huacsatambo” hay una clara correspondencia: huacsa: etnia; huacsatambo: lugar, sitio de la etnia; tambo/tampu: lugar, territorio. De hecho, si el traductor hubiera mantenido intacto el término “huacsa”, la correspondencia con “huacsatambo” habría sido irrebatible. De otro modo, no se puede establecer un correlato entre “huacasa” y “huacsatambo”. Otra observación: En el capitulo 8 (página 49 en adelante), Arguedas traduce “ticti” como potaje, comida; cuando en el contexto de la frase en quechua hay indicios, como el verbo “upiay” que insinúan más bien que se está tratando de una bebida. “Upiay” no es ni siquiera “sorber”, que se podría aplicar a los potajes, especialmente a las mazamorras o lawas de chuño y maíz: chaymanta mullontapas cocantapas tictin cunactapas huallallocta upiachi musac ñispa apaspa llevaba tambien mullo [coral] y un potaje selecto llamado ticti, “Para que lo tome Huallallo” decía. Nos parece que “ticti” –en el quechua de hoy “teqte”– se refiere no a un potaje sino a una bebida. Y más precisamente a la chicha dulce sin fermentar que se elabora de maíz o quinua. El hecho de que se trate de una bebida, no de una comida, lo corrobora por lo demás el verbo “beber” (upiay) que Arguedas traduce por su sinónimo, “tomar”. En consecuencia, “ticti” más que un potaje es una bebida. Líneas atrás señalamos que el jesuita y su experto colaborador andino habían alcanzado a traducir al español los ocho primeros capítulos del manuscrito quechua, en los que consignaron los nombres propios de algunas deidades y lugares que, por más de una razón, han permanecido intactos y respetados por Arguedas y los otros traductores. Sin embargo, después de recurrentes lecturas de la versión original quechua nos asedia una incertidumbre que trataremos de explicar. En la transcripción de Ávila y Huacha se lee, por ejemplo, los nombres propios de las deidades: Yanañamca Tutañamca, Pariacaca, Chaupiñamca. Estos nombres, en la versión quechua, llevan implícito un sufijo gramatical que, no obstante tratarse de una declinación que solo funciona para el quechua, nos parece que pasa tal cual a la versión en español que, naturalmente, tiene sus propias reglas morfosintácticas. Yanañamca Tutañamca, Pariacaca, Chaupiñamca son nombres propios que –en la versión quechua– llevan la partícu- la [ca], que es un sufijo funcional que determina el género y va como un artículo tácito. Por lo tanto, se podría deducir que los nombres propios en sí son: Tutañam Yanañam, Pariaca, y Chaupiñam; es decir, sin el sufijo funcional. Sin embargo, estos nombres pasan a la versión española con el sufijo quechua. Para ilustrar el caso, valga este ejemplo: Si traducimos al quechua la oración Carlos es mi hijo, no podemos mantener el nombre Carlos tal cual; el quechua le aplicará sus propias declinaciones gramaticales: Carlosca churiymi / Carlos es mi hijo En “Carlosca churiymi”, el sufijo [ca] de Carlosca sirve para enfatizar la idea, el género, y va como artículo tácito cuya declinación sólo funciona en el quechua. Ahora bien, si quisiéramos traducir esta oración al español, no iremos a decir: “Carlosca es mi hijo”. Al español solo ha de pasar el nombre propio “Carlos”. De esta manera, así como a Carlos en este ejemplo, a Tutañam se le agregó el sufijo quechua [ca] Tutañamca, y esto, creo, fue trasladado a la versión en español. Con todo lo subyugante que es, la traducción de Arguedas me parece perfectible. “La traducción del texto quechua nos pareció una tarea superior a nuestras posibilidades. Consideramos que la presente traducción habrá de ser perfeccionada”, señala el propio Amauta. Creo que su excesivo respeto por ceñirse a la versión original le cohíbe, por momentos, a seguir el contexto y emprender una traducción más libre, menos literal. Esto mismo ocurre con el poema elegiaco Apu Inca Atahuallpaman. En el estudio preliminar de esta edición, Luis Millones y Hiroyasu Tomoeda son del parecer que ambos textos forman parte de la misma atmósfera. En Dioses y en Apu Inca subyace la llamada resonancia interior. En Apu Inca Atahuallpaman, elegía perteneciente al siglo XVII, recopilada en Pisac, Calca, Cusco, en las primeras décadas del siglo XX, Arguedas, no obstante su hermosa traducción, se ciñe tanto al original y a la disposición espacial de los versos, que por buscar esta coincidencia, su versión en español termina, a veces, cargada de un aire más bien retórico. En cambio, cuando arriesga, trasciende lo literal y deduce del contexto, nos entrega las imágenes más luminosas: feb/MAR2008 antropológico ni un propósito académico. La verdadera intención de Ávila y sus colaboradores conversos era allanar la cosmovisión y el pensamiento prehispánico y desde allí desbaratar sistemáticamente las creencias y la fe de los antiguos peruanos, en un proceso de evangelización hostil. “En su cargo de extirpador de idolatrías, Ávila entendía que su misión era la de destruir los ídolos, las antiguas creencias andinas y reemplazarlas por la religión católica”, dice el filósofo jesuita Vicente Santuc en la introducción a esta edición. Por esta razón, el propio manuscrito fue configurado con un evidente sesgo cristiano, incluidas interpolaciones y similitudes con algunos pasajes de la Biblia: el diluvio, el Génesis, la peregrinación de un dios bajo la apariencia de un menesteroso que desenmascarará el verdadero temple de algunas deidades andinas: falta de compasión; arrogancia. Para finalizar, hay que remarcar que siempre que uno se refiere a Dioses y hombres de Huarochirí es inevitable establecer comparaciones con el Popol Vuh. Ambos documentos, provenientes de la oralidad prehispánica de Suramérica y Centroamérica, mantienen sorprendentes semejanzas. Redactados “dentro de la ley de Dios, en el cristianismo” ambos testimonios fueron recopilados en lenguas nativas, transcritos con grafía española y traducidos por sacerdotes cristianos. Francisco Ximénez, de la orden de los dominicos, fue el artífice del Popol Vuh. Por encima de las similitudes con algunos pasajes de La Biblia, destaca el uso de la astucia del héroe para empreñar a una doncella, en uno de los pasajes más poéticos y análogos de ambos libros: Cierto dia [Cavillaca] se puso a tejer al pie de un árbol de lúcuma. En ese momento Cuniraya, que era sabio, se convirtió en pájaro y subió al árbol. Ya en la rama tomó un fruto, le echó su germen masculino e hizo caer el fruto delante de la mujer. Ella, muy contenta, tragó el germen. Y de ese modo quedó preñada (Dioses, 15). Entonces [Ixquic] llegó al pie del árbol. “!Ah, ah! ¿Son esas las frutas del árbol? ¡Cuán agradables las frutas de ese árbol! ¿Moriré, me perderé si cojo algunas?”, dijo la joven. Entonces una voz que salió de entre los frutos dijo: “¿Qué deseas Ixquic? ¿Las deseas todavía? añadió. “Ese es mi deseo” dijo la joven. “!Muy bien! extiende solamente el extremo de tu mano”. “Sí” dijo la adolescente, alargando su mano que extendió hacia el árbol. Entonces uno de los frutos lanzó con fuerza saliva en la mano extendida de la joven. “En esa saliva, en esa baba, te he dado mi posteridad” dijo la voz5. Entonces Pariacaca bajó, y con su manto tapó la bocatoma de la lagunapequeña. La mujer lloró más dolorosamente, viendo que la poquísima agua desaparecía. Así la encontró Pariacaca, y le preguntó: “Hermana, ¿Por qué sufres?”. Y ella le contestó: “Mi campo de maíz muere de sed”. “No sufras –le dijo Pariacaca–. Yo haré que venga mucha agua de la laguna que tienen ustedes en la altura, pero acepta dormir antes conmigo (Dioses, 41) La recopilación de los testimonios de Dioses no tenía, desde luego, un móvil 5 Popol Vuh. Traducción de Emilio Abreu Gómez. Mexico: FCE, 2003. p. 84. feb/MAR2008 www. revistaprl.com PRL 31 32 PRL www. revistaprl.com Próximamente Jorge Volpi sobre Diary of a Bad Year Vania Markarian sobre Chomsky Alvaro Bisama: Sábato según Alberto Breccia Pablo Alabarces: el Peronismo Clásico 474 Central Park West New York, NY, 10025 212.864.4280 WWW.MIDOEDITORES.COM También: Jorge Cañizares Esguerra Mauricio Tenorio Josep Miquel Sobrer Enric Bou feb/MAR2008
© Copyright 2024