volumeN 1 nÚMERO 5 junio/julio 2008 WWW.revistaprl.COM PRL $5,00 EE.UU. Primera Revista Latinoamericana de Libros Explícame, ¿qué es el peronismo? Pablo Alabarces revisa El peronismo clásico, de Guillermo Korn, y Perón, de Horacio González Roberto González Echevarría: Cortés narra una acción bélica Alonso Alegría: Vargas Llosa sorprende Edgardo Rodríguez Juliá: Puerto Rico in the American Century Pedro Ángel Palou: Graham Greene Manuel Lucena Giraldo: Rodríguez Rivero está avisado www. revistaprl.com PRL JUN/JUL2008 Contenido 3 Pablo Alabarces El Peronismo clásico (1945-1955). Descamisados, gorilas y contreras, de Guillermo Korn (comp.) Perón. Reflejos de una vida, de Horacio González 6 Cristóbal Peña Salvador Allende. Biografía sentimental, de Eduardo Labarca 8Julián Corvaglia Hacia la revolución. Viajeros argentinos de izquierda, de Sylvia Saítta (ed.) 12 Tom Burns Marañón Napoleon’s Cursed War. Popular Resistance in the Spanish Peninsular War, de Ronald Fraser 15 Edgardo Rodríguez Juliá Puerto Rico in the American Century: A History since 1898, de César J. Ayala y Rafael Bernabe 17 Silvia Grijalba Las ideas del rock. Genealogía de la música rebelde, de Sergio Pujol 18 Alonso Alegría Al pie del Támesis, de Mario Vargas Llosa 20 Claudio Iván Remeseira El esposo divino, de Francisco Goldman, traducción de Laura Emilia Pacheco 21Lina Meruane Comentario 23 Pedro Ángel Palou En tierra de nadie, de Graham Greene, traducción de Juan Bonilla 24 Manuel Lucena Giraldo Comentario 26 Roberto González Echevarría Rhetorical Conquests. Cortés, Gómara, and Renaissance Imperialism, de Glen Carman 28 Sergio Missana The Bible: A Biography, de Karen Armstrong The Gnostic Discoveries: The Impact of the Nag Hammadi Library, de Marvin Meyer Lost Christianities: The Battles for Scripture and the Faiths We Never Knew, de Bart D. Ehrman Autores Pablo Alabarces es profesor de cultura popular en la Universidad de Buenos Aires. Es autor de Crónicas del aguante e Hinchadas. Alonso Alegría es dramaturgo y director de escena. Es autor de El cruce sobre el Niágara. Enseña en la Pontificia Universidad Católica del Perú. cultural de ABC, en España. Sus últimos libros son A los cuatro vientos, las ciudades de la América hispánica y Ciudades y leyendas, un recorrido por la historia de España a través de sus relatos urbanos. Lina Meruane es autora de las novelas Póstuma, Cercada y, más reciente- mente, Fruta podrida. Sergio Missana es autor de La máquina de pensar de Borges y El día de los Tom Burns Marañón es colaborador habitual del diario español El Mun- do. Ha publicado hace poco La monarquía necesaria (Planeta). muertos. Enseña en el programa de la Universidad de Stanford en Santiago de Chile. Julián Corvaglia es profesor en la Facultad Latinoamericana de Ciencias Pedro Ángel Palou es autor de El diván del diablo. Vive en París. Sociales en Buenos Aires. Roberto González Echevarría es profesor de literaturas hispánicas y comparada en Yale. Su Love and the Law in Cervantes lo acaba de publicar Gredos en traducción. Silvia Grijalba ha publicado las novelas Alivio rápido y Atrapada en el lim- bo. Escribe en el diario El Mundo y dirige el festival de Spoken Word Palabra y Música. Manuel Lucena Giraldo es historiador y colaborador del suplemento Cristóbal Peña trabaja en el Centro de Investigación e Información Perio- dística, CIPER, en Santiago de Chile. Es autor de Cecilia. La vida en llamas y Los Fusileros. Claudio Iván Remeseira dirige el Hispanic New York Project de la Uni- versidad de Columbia. Edgardo Rodríguez Juliá es profesor jubilado de la Universidad de Puerto Rico. Es autor de las novelas Sol de medianoche y La renuncia del héroe Baltasar. Editor: Fernando Gubbins. Editores asociados: Luisa Angrisani, Carlos Aguirre. Corrección: Walter Palomino Arrascue. Editor gráfico: Augusto Nieves. Administración: Arturo Conde. Ventas: Mary Zambrano. Webmaster: Emil Díaz. Practicantes: Ingrid Macías, Dahian Herrmann. Diseño de PRL: Lacava Design. Foto portada: Cornell Capa-Magnum Photos PRL - Primera Revista Latinoamericana de Libros. (ISSN 1937-7290 edición impresa, ISSN 1937-7304, PRLONLINE). Junio, julio 2008, volumen 1, número 5. Una publicación bimestral de Mido Editores Inc., 474 Central Park West, New York, NY 10025, 1(212) 864-4280. Copyright © 2008. Derechos reservados. Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida sin permiso expreso de Mido Editores. JUN/JUL2008 www. revistaprl.com PRL Como un cuento de Cortázar, como el aprismo en estado puro Pablo Alabarces El Peronismo clásico (1945-1955). Descamisados, gorilas y contreras de Guillermo Korn (comp.) Buenos Aires, Paradiso, Fundación Crónica General, 2007, 312pp., US$31.50 Perón. Reflejos de una vida de Horacio González Buenos Aires, Colihue, 2007, 453pp., US$14.42 E ste chiste sigue siendo inmejorable, a pesar de sus más de veinte años. Circulaba entre los exiliados argentinos en España, y sus protagonistas eran dos de ellos, que se encontraban en una fiesta durante los años de la última dictadura militar. Uno, llamémoslo X, encuentra a su compañero Z acompañado de una española bellísima: una andaluza profunda. Z parece estar desconsoladamente enamorado. A los pocos días, X y Z vuelven a verse por casualidad; X no resiste la tentación, como buen hombre, de hacer un comentario elogioso: “Qué bella mujer que te acompañaba”. Z, con sonrojos, acepta: “Sí, es bella y maravillosa”. X decide aprovechar la efímera intimidad construida y repregunta: “¿Estás enamorado?”. “Hasta el tuétano”, responde Z. “¿Te vas a casar?”, más afirma que pregunta su amigo. “¿Con una española? De ninguna manera”, sorprende Z, perdiendo todo sonrojamiento. X tambalea: “Pero eso suena a racismo…”. “No, no es racismo”, continúa Z. “Las españolas son maravillosas, mejores incluso que las argentinas. Son más solidarias, magníficas compañeras, menos histéricas”, concluye. “¿Entonces?”, pregunta su amigo, ya intrigadísimo. “El problema”, afirma Z con tono resignado, “es que si te casás, en algún momento, indefectiblemente, te hacen la pregunta fatídica”. “¿Cuál?”. “Oye, tío”, imita Z, “¿me puedes explicar qué coño es eso del peronismo?”. El chiste apunta a dos afirmaciones de las que debemos partir: la primera remite a una presunta condición inexplicable del peronismo, condición que alcanza incluso a sus informantes nativos –es posible que nuestros X y Z hayan sido, ellos mismos, cuadros del peronismo de izquierda (sintagma que parece ser, en sí mismo, un oxímoron, una contradicción en sus tér- Perón y Evita en Plaza de Mayo. Foto: Wikimedia Commons minos)–. La segunda es una ampliación de la primera: si es inexplicable o misterioso para sus nativos, sufrientes y pacientes, involucrados en la experiencia cotidiana de medio siglo de peronismo, lo será doblemente para los extranjeros, que no pueden clasificarlo en los esquemas tradicionales de los bipartidismos centrales (conservadores o liberales, socialistas o conservadores, conservadores o laboristas, demócratas o republicanos). Una de las mejores tradiciones de los lenguajes políticos argentinos es estar munidos de un arsenal de comparaciones para acrecentar conversaciones internacionalistas: “es un varguismo”, se le explica al brasileño; “es un laborismo periférico”, se sentencia delante de un inglés; “es el aprismo en estado puro”, se afirma en un bar de Lima; “a pesar de todo no era fascista”, le explicamos a mi tío Mario, italiano y fascista… Las mismas tradiciones –especialmente, narradas por peronistas– insisten en caracterizar al peronismo como un tercermundismo avant la lettre, antecesor de Nasser y Nehru; de allí procede otra anécdota, habitual entre los jóvenes militantes de mediados de los ochenta que hablaban de un encuentro de juventudes políticas en el que la delegación de Yugoslavia –para el lector desinformado, un viejo país de los Balcanes del que ya no queda nada– habría cantado un improbable “Tito y Perón/ un solo corazón”. La historia permitía, para los peronistas, un anclaje filo-marxista al que el peronismo de mediados de los ochenta solo podía recurrir en la imaginación calenturienta de sus cuadros más radicales. Preciso es reconocerlo, claro: los textos que describen o narran al peronismo desde una mirada externa suelen ser muy desacertados. En la cultura de masas, son francamente desopilantes. Un ejemplo desternillante es la “Eva Perón” que interpretó Faye Dunaway en 1981; además de la precisión de las locaciones –Buenos Aires se filmó en Guadalajara–, el guionista ni siquiera había visto la Evita de Tim Rice y Andrew Lloyd Weber –que disimulaba sus inconsistencias históricas y políticas detrás de, al menos, una buena historia dramática–. Una película pésima que sintetizaba al peronismo en una tenebrosa reunión de Perón con los delegados nazis, reunión en la que se acordaba una presunta alineación del peronismo y la Argentina con las fuerzas del Eje; pero, para darle un tono más ridículo, los nazis le entregaban a Perón un retrato autografiado de Hitler, a lo que ese contestaba: “Muchas gracias, pero… ¿no tienen uno de Mussolini? Soy un gran admirador del Duce”. Un camino similar siguen todas las interpretaciones que vieron en el peronismo una excedencia del Tercer Reich en tierras sudamericanas –especialmente centradas en la cantidad de oficiales nazis refugiados en estas costas, cantidad que, sin embargo, no es mayor que la de los refugiados en los Estados Unidos–. Ese esquematismo hizo de la Argentina una suerte de metáfora del refugio de los criminales, nuevamente PRL en la cultura de masas: cuando en Yellow Submarine, la película animada de The Beatles, los malvados azules son derrotados por la psicodélica Sargent Pepper’s Lonely Hearts Club Band, uno de ellos se pregunta “¿Dónde podremos huir? ¿A la Argentina?”. En esas lecturas esquemáticas se apuntan las que catalogan al peronismo como fascismo subdesarrollado, o que suscriben la clasificación del peronismo como una dictadura populista. Para eso, finalmente, el que proponía la mejor interpretación del peronismo era mi tío Mario, cuando repetía a quien quisiera escucharlo: “El problema es que todos los analfabetos votan a Perón y a los peronistas”. Esto lo decía infatigablemente el 30 de octubre de 1983, el día de las elecciones democráticas que significaron el fin de la dictadura militar argentina; el día en que, por primera vez en la historia, el peronismo fue derrotado en elecciones libres y sin proscripciones. Mi tío murió unos años después sin recuperarse de la sorpresa. H ay que exceptuar de este cuadro, sin duda, los trabajos del historiador norteamericano Daniel James, un agudo intérprete del peronismo: de tal agudeza, diría, que supera a varios de sus colegas argentinos. En Resistencia e integración. El peronismo y la clase trabajadora argentina 1946-1976, su excelente libro de 1990, James apuntaba con claridad una de las características definitorias del peronismo: su capacidad para convertir la experiencia cotidiana de las clases populares argentinas en doctrina política, sin preocuparse por transformar esa experiencia, en volverla, por ejemplo, conciencia de clase –la postulación de Gramsci que el gramscismo peronista siempre desatendió–. Esa www. revistaprl.com percepción del peronismo como cotidianeidad politizada –o, mejor, como política cotidianeizada– está en la base de otra cita magnífica, ahora literaria y más inteligente que la de mi tío Mario. Uno de los personajes de No habrá más penas ni olvido, la segunda novela de Osvaldo Soriano, en medio del desgarramiento y la violencia de los enfrentamientos entre izquierda y derecha del peronismo entre 1973-1976, pronuncia una frase inolvidable: “yo nunca me metí en política… siempre fui peronista”. La frase es retomada, como homenaje –y como comprensión de que hacía falta un antiperonista como Soriano para definir tan bien al peronismo– por el director de cine Leonardo Favio, que la pone en boca de su Gatica, otro texto poderoso a la hora de entender al peronismo. Primer apunte: parece que más que en mi tío Mario, al peronismo hay que buscarlo en el cine y la literatura. Pero si el peronismo es experiencia popular reconvertida en doctrina política, otros efectos consecuentes, además de su cotidianeidad, son su plebeyismo y su antiintelectualismo. El peronismo afirma, como buen populismo, que las percepciones populares son válidas para la construcción de un cuerpo ideológico, esto conlleva varias afirmaciones simultáneas: que esas percepciones son positivas, que no pueden ser sometidas a crítica, que la experiencia plebeya puede instituirse, de modo irreverente, en el centro luminoso de una nueva organización social y cultural; y a la vez, que su crítica o cuestionamiento solo puede ser un oficio intelectual, por lo tanto distanciado de esas percepciones incontaminadas y legítimas; en consecuencia, toda práctica intelectual se vuelve intromisión indeseada en un universo popular que se piensa como autosuficiente. “Si ya es difícil enterarse de lo que se publica entre nosotros, lo es muchísimo más aún enterarse de lo que se edita en los demás países de la América nuestra. PRL tiene una tarea tan ardua como valiosa por delante”. –Abelardo Oquendo en La República de Lima Una vez más, lo divertido del peronismo es que sus positividades y sus peores consecuencias están, al mismo tiempo, en el mismo lugar. Porque estas afirmaciones son a la vez democráticas y autoritarias: expanden el universo de lo legítimo y lo restringen. El plebeyismo del peronismo es un gesto democrático, y muy especialmente en su etapa clásica (1945-1955): porque se vuelve signo irreverente frente a un lenguaje, una cultura, una organización del espacio burguesa y conservadora –y la movilización popular fundacional del 17 de octubre de 1945 lo demuestra palmariamente, en tanto es, antes que nada, la violación sistemática de todas las prohibiciones espaciales: los recorridos de las masas transgreden los espacios burgueses, con un clímax en las piernas obreras sumergidas en la fuente de Plaza del Congreso, que se transformarán en uno de los significantes peronistas por excelencia: “las patas en la fuente”. Frente a la opresión y explotación desmesuradas que las clases populares sufrían en la década anterior, el peronismo es la experiencia democrática de una revancha: “con Perón, todos éramos machos”, afirma uno de los obreros-informantes de James. A la vez, el antiintelectualismo exasperado lo vuelve intolerante a todo discurso que pueda marcar disidencia o contraste: en tanto pura experiencia, no puede someterse a crítica –porque sería negar una experiencia cotidiana que, para colmo, revela la sistemática mejora de las condiciones de vida, el aumento del consumo, la distribución de la riqueza: el peronismo es un populismo redistributivo, y en tanto tal redistribuye la riqueza económica, y también los significantes: “es la realidad efectiva/que debemos a Perón”, dice la Marcha Peronista. A la materialidad imaginaria de una realidad efectiva, no hay discurso intelectual que pueda hacerle mella. Y si existe, debe ser suprimido, porque introduce ruido en la fiesta popular: y porque Perón, a pesar de todo o justamente con todo ello, es un militar, un oscuro coronel providencial educado en el poco democrático ordenamiento de los cuarteles. De allí el irritante autoritarismo que el primer peronismo exhibe en sus gestualidades públicas, un autoritarismo que eriza, antes que nada, las epidermis intelectuales y las de sus públicos: las clases medias medianamente ilustradas. Pero, también, ese plebeyismo irreverente y transgresor de las codificaciones burguesas, esa pulsión democrática del peronismo es su condición más interesante y la que lo volverá objeto del deseo toda la década siguiente, capturando el espacio de la izquierda y de las juventudes políticas. Y, por ende, también lo convertirá en objeto de la represión de las clases que no toleran ni siquiera la redistribución simbólica de la riqueza. Ese drama argentino solo puede concluir cuarenta años después, en la alianza entre conservadurismo y populismo que construye el propio peronismo a partir de los años noventa. Pero eso es historia más reciente. Durante los sesenta, la frase dominante es otra cita incomparable, esta vez debida a JUN/JUL2008 un político, un intelectual peronista –en tanto tal, infrecuente e irrepetible–: John William Cooke, que definió al peronismo como “el hecho maldito del país burgués”. Carlos Altamirano sostuvo, hace pocos años, que ese enunciado solo podía repetirse hoy como una broma. Y, sin embargo, ese chiste aún circula: en los recientes conflictos en la Argentina entre el gobierno peronista y los grupos de productores agropecuarios que reclamaban una menor carga impositiva, no faltaron grupos de la izquierda peronista –la persistencia del oxímoron– que volvieron al latiguillo. A esta altura, un anacronismo delirante. E ntonces, otra resultante de la condena antiintelectual es las dificultades de los intelectuales frente al peronismo: es muy difícil ejercitar la crítica frente a un objeto que rechaza tan exasperadamente esa práctica, o que reclama del observador una adhesión cotidianeizada, sentimental –el peronismo se siente, reza el slogan con el que se reclama de los intelectuales una empatía puramente pasional. Así, durante años –los contemporáneos al primer peronismo, pero con mucho más énfasis los siguientes, “nuestros años sesenta”, para usar el feliz título del libro de Oscar Terán– los textos sobre el peronismo parecen ordenarse en dos polos excluyentes: el rechazo exasperado o la adhesión acrítica. La serie la inaugura Ezequiel Martínez Estrada en 1955, apenas derrocado Perón de la presidencia por un golpe de Estado pomposamente titulado “Revolución Libertadora” –inicio de tantos eufemismos que concluyen en la dictadura de 1976 autodenominándose “Proceso de Reorganización Nacional”. El ensayista argentino, aquejado por un extraño mal dermatológico del que se curó la mañana del derrocamiento de Perón –es decir, sufría de peronitis–, inició con su ¿Qué es esto? Catilinaria, una larga lista de textos que apenas concluye provisoriamente con el Perón de Horacio González. El carácter de ese folleto sentaría el tono del debate: la condena del peronismo no admite réplica ni matiz, dejando lugar apenas para la extrañeza por las razones de tanto mal acaecido. Otra marca clave, en la misma línea, será meses más tarde El otro rostro del peronismo, a su vez respuesta de Ernesto Sábato a Ayer, hoy y mañana, del nacionalista católico Mario Amadeo: para Sábato, que ya demostraba su precariedad ideológica y analítica, todo el peronismo se explicaba por el resentimiento –de un pueblo postergado, de un coronel oscuro, de una bastarda. No es este el lugar para analizar todos ellos: es imposible en este espacio, y además ese trabajo fue hecho, hace unos años, por Beatriz Sarlo y Carlos Altamirano, que publicaron sendas antologías de esos materiales con los títulos respectivos de La batalla de las ideas y Bajo el signo de las masas. Originalmente pensado como un único tomo, la cantidad de material obligó a dividir el volumen: cada libro se abre con un minucioso estudio preliminar donde esos materiales son sometidos a crítica. JUN/JUL2008 Recientemente, ambos tomos fueron reeditados desplazando el archivo documental a un CD, lo que concentra la lectura en los ensayos introductorios, pero a la vez confina los textos originales a un carácter archivístico. Junto a ellos, es imprescindible entre los hitos analíticos –aquellos textos que se transforman en clásicos por su perspicacia y su novedad interpretativa– Estudios sobre los orígenes del peronismo, de Miguel Murmis y Juan Carlos Portantiero, de 1971, pero reeditado en 2004. Por supuesto: los materiales interesantes son los que se distancian de la lógica desprecio-fascinación, distancia que parece producirse solo en la trama del tiempo y las disciplinas de las ciencias sociales y humanas. Todavía en 1983, Los deseos imaginarios del peronismo hablaba más sobre las carencias teóricas de Juan José Sebreli que sobre su objeto, incapaz de substraerse a un antiperonismo furibundo –y culposo, como buen ex peronista–; casi simultáneamente, Los cuatro peronismos, de Alejandro Horowicz, felizmente reeditado con cierta frecuencia, permitía ver que la sociología podía encarar el peronismo en la fructífera senda abierta por Murmis y Portantiero. En los últimos años, entre los libros recomendables también fue reeditado Mañana es San Perón, de Mariano Plotkin –un muy buen análisis de los rituales festivos del peronismo–, y aún se consigue Un mundo feliz, de Marcela Gené, un trabajo brillante sobre la iconografía peronista que derrumba el mito de la representación nazi-fascista: Gené demuestra la notoria vinculación de la imaginería peronista con el New Deal roosveltiano y la Rusia soviética. Más difícil es hallar, en cambio, La plaza vacía, un muy interesante trabajo de Danilo Martucelli y Maristella Svampa sobre las transformaciones contemporáneas del peronismo: como dijimos, las que lo encontraron populismo plebeyo e irreverente y lo devolvieron neoconservadurismo reaccionario. Y, por supuesto, hay que leer todo lo que publique Juan Carlos Torre (por ejemplo, La vieja guardia sindical y Perón, de 2006). L o que es más escaso es el tipo de trabajos como los que nos ocupan: aquellos que focalizan el entramado simbólico del peronismo, los que lo ven como, fundamentalmente, un nudo de discursos, una encrucijada de textos. Entre ellos, los literarios, o más ampliamente los textos culturales. Para Horacio González, por ejemplo, el peronismo es cartas, discursos, órdenes, proclamas, biografías: entonces, investigarlo es “analizar las fuentes textuales del peronismo, su modo de uso de la palabra, la forja de su dicción, el camino por el que debía pasar la fuerza de sus nombres, la relación de sus iconos con la peculiaridad del mito” (49). Tarea harto compleja, en tanto “Para Perón todo enunciado era reversible. Las formas de lo dicho tenían más maleabilidad que las sospechadas formas de El Greco. El arte de Perón –su teoría del lenguaje nunca esbozada como tal– consistía en la afirmación tratada siempre por su inversión absoluta potencial” (51). PRL Hay que reconocer en González esa perspicacia, producto de su propio entrenamiento en la historia de las ideas: una cultura (o un fragmento de ella, como el peronismo) es antes que nada una trama de voces que deben rastrearse en textualidades variadas, centrales o periféricas, leídas con entrenamientos múltiples –y no los únicamente semióticos que utilizaran Eliseo Verón y Silvia Sigal en su fallido Perón o muerte–. Sin embargo, la debilidad de González está en su barroquismo –una elección de estilo largamente reconocida y reconocible en su extensa obra ensayística, pero que tiende a transformarse, últimamente, en exceso retórico, en una suerte de regodeo en la propia escritura–; la lectura, entonces, se vuelve un trabajo fatigoso a través de los ripios de un texto que busca instituirse a sí mismo como fundacional. La compilación de Korn, por su parte, aunque aquejada de la debilidad de toda compilación –su fragmentarismo, sus desniveles–, permite leer nuevas ideas: la relectura crítica de Borges como antiperonista que hace Jorge Panesi o el análisis de las revistas Contorno e Imago Mundi a cargo de Omar Acha –así como la breve revisión del mapa de revistas culturales que hace el propio Korn– son mis preferidas. A pesar de la buena información complementaria (cronologías, propuestas de lecturas conexas) repuesta por el compilador, le falta una visión de conjunto más informada por Bourdieu –una lectura del campo intelectual de la época– y llama la atención la ausencia de referencias más extensas a la cultura de masas: aunque el volumen se inscribe en una “historia de la literatura argentina”, la presencia de un –poco logrado– trabajo de Gustavo Varela sobre el tango permite señalar esa ausencia como déficit, y no como exclusión forzada por el objeto elegido. Sin embargo, su mayor hallazgo obliga a regresar a la literatura, incluso a corregirnos en parte. El magnífico análisis de Carlos Gamerro sobre “Julio Cortázar, inventor del peronismo” postula a la literatura como el texto por excelencia para comprender al peronismo. Si, afirmamos, el peronismo permanece en buena medida en la indecibilidad y en el misterio, Gamerro afirma que la literatura cortazariana permite, al narrarlo, construirlo: “Cortázar es el primero en percibir y construir el peronismo como lo otro por antonomasia; su mirada no intenta inscribir al peronismo en discursos previos, sino construir un discurso a partir de la irrupción del peronismo como lo refractario a la comprensión del entendimiento y a la simbolización del lenguaje. El peronismo es lo que no puede decirse, por eso en su versión más memorable, Casa tomada se manifiesta únicamente como ruidos imprecisos y sordos, ahogados susurros” (56-57). El peronismo deja así de ser lo que permite explicar al relato; el relato se vuelve, por el contrario, esencial para leer al peronismo, hasta superponerse con él. Como paráfrasis parece insustituible: el peronismo sería, al fin y al cabo, nada más que un cuento de Cortázar. C M Especializados en el Libro Peruano Miguel Dasso 147 San Isidro, 440 0607 Psje Los Escribanos 107-115 Lima, 427 5080 [email protected] www.elvirrey.com Cinco años de excelencia editorial ad_terranova_rll.pdf 5/19/2008 1:32:39 PM Premiada por su excelencia editorial, Terranova Editores se ha consolidado como la editorial de mayor crecimiento y proyección de los últimos años en Puerto Rico. La mejor poesía del país ha encontrado su casa aquí, en la tierra nueva. Sólo un principio nos afirma: permanecer en constante modulación. Y CM MY CY CMY K MARTIN ESPADA NESTOR RODRIGUEZ JAVIER AVILA ELIDIO LA TORRE LAGARES GUILLERMO REBOLLO GIL AMIR VALLE AURORA ARIAS YOLANDA ARROYO PIZARRO MOISES AGOSTO ROSARIO JUAN CARLOS LOPEZ ISRAEL RUIZ CUMBA ZOE CORRETJER MAYRA SANTOS FEBRES JOSE MARIA LIMA PRL www. revistaprl.com JUN/JUL2008 Para entender mejor a Allende Cristóbal Peña Salvador Allende. Biografía sentimental de Eduardo Labarca Santiago, Catalonia, 2007, 426 pp., US$32.00. P reviendo lo que se le podía venir encima, desde una fingida indiferencia a un aluvión de críticas, el autor advierte muy de entrada que el sujeto de su biografía sentimental “no tiene dueño” y que esta “no es ni autorizada ni complaciente, sino veraz”. Sobre todo necesaria, desliza él mismo, completando el blindaje a su persona: a Salvador Allende, ex presidente chileno, no es posible entenderlo a cabalidad sin tener en cuenta esa intrincada trama de mujeres con que articuló su vida. El verbo parece exacto: articular. De acuerdo con la lógica de este libro, en los momentos más críticos el hombre requirió de la ¿compañía?, ¿aprobación?, ¿asistencia? de una mujer que diera sentido a sus acciones, que las consagrara. De ahí que Eduardo Labarca, autor de esta singular biografía, haya decretado que llegó la hora de explicar no solo cómo funcionaba la mecánica de las relaciones con las mujeres que lo rodearon y que fueron públicas, varias de ellas familiares directas, sino también de dar a conocer quiénes y cómo eran muchas de esas otras mujeres con las que se vinculó sentimentalmente, al margen de un matrimonio de toda la vida. La tarea resulta particularmente sensible. Para buena parte de la izquierda chilena, que a decir de Roberto Bolaño piensa, “al menos de la cintura para abajo, exactamente igual que la gente de derecha”, la figura del ex presidente socialista sigue siendo sagrada, intocable. No admite trajines en la intimidad del prócer ni menos del entorno familiar que le sobrevive. Si un aparecido hubiera escrito un libro de esta naturaleza, de seguro estaría contra las cuerdas o en la picota, acusado de miserable, chismoso, pagado por quizás quién. Pero un aparecido no hubiera podido escribir un libro así. Pocos podrían haber hecho algo así y salir impunes y triunfantes en términos literarios. Uno de esos pocos, que se cuentan con los dedos de una mano, es el autor del libro. Hijo de un estrecho colaborador del ex presidente, Eduardo Labarca (Santiago, 1938) accedió desde pequeño a la intimidad del sujeto biografiado. Fue testigo del Allende y familia. Tencha lo coge del brazo. Beatriz, primera de la izquierda. Foto: Editorial Catalonia modo en que se desenvolvía en su entorno familiar y en los extramuros del mismo. Asistió a sus campañas políticas, giras y actuaciones en el Congreso. Más crecido, consagrado como periodista del diario El Siglo y de la industria cinematográfica Chilefilms, no le perdió paso. Esta trayectoria, que se completa en el exilio con tareas en radio Moscú y una carrera literaria, sirvió para abrir puertas, desclasificar antiguas cartas de amor, romper silencios que de otra forma, como sugiere el autor, “desaparecerían con el tiempo y la muerte de los testigos”. Labarca no se limita a traer a la luz una gran cantidad de información sensible sobre las relaciones afectivas de Allende. Su tarea también es ordenarla, situarla en contexto, interpretarla para que a fin de cuentas, a través de esta original mirada, se comprendan algunas de sus actuaciones políticas, especialmente las ocurridas du- rante su conflictivo gobierno que terminó con el golpe de Estado liderado, en 1973, por el general Pinochet. De paso, además, la tarea sirve para cuestionar el mito de quien decía sentirse “carne de estatua”. El Chicho Allende, como lo llamarán desde pequeño, se crió entre mujeres y se identificó con ellas hasta sus últimos días. Sin embargo, pronto adoptará conductas propias de su padre, hombre galante y mujeriego, por quien el hijo siente distancia y desafecto. “Curiosamente”, interpreta el autor, “es en la relación de género con las mujeres que la proximidad entre el hijo y el padre adquiere significado profundo. En la mente de Chicho ha de haberse grabado la teatralidad inspirada de don Salvador frente a las bellas, aunque por solidaridad con doña Laura considerase reprobable el espectáculo”. El punto de vista no es nuevo. En su psicobiografía sobre Allende, centrada en los primeros años del personaje, la historiadora Diana Veneros sugiere que el líder de la izquierda chilena se guió permanentemente por una búsqueda de lo femenino, al punto de ver en las masas los mismos atributos de debilidad e indefensión de género, compensados por fortaleza interior y capacidad de resistencia, que había visto en su madre, en su mama Rosa que lo crió como a un hijo y en su hermana Laura que lo consintió y lo siguió hasta las últimas, literalmente: atormentada por la pérdida de su hermano, el desastre del gobierno de la Unidad Popular y un cáncer avanzado, en 1981 Laura Allende se arrojará desde el último piso del Hotel Habana Riviera de la capital cubana. Hasta la aparición del libro de Labarca, Salvador Allende no pasaba de ser un picaflor a la chilena, galante y de gustos refinados, con infidelidades contadas. Eso al menos para el observador promedio. Ampliamente conocida era la relación que mantuvo con Miria Contreras, la Payita, su vecina por años y secretaria a su llegada a la casa de gobierno en 1970. Más recientemente, a través de una entrevista aparecida en 2007, Gloria Gaitán, la hija del asesinado caudillo colombiano Jorge Eliécer Gaitán, reveló haber sostenido un romance secreto con el ex mandatario chileno, de quien incluso dijo haber estado embarazada. Al menos en lo que respecta a la Payita, esa relación ha sido aceptada como un hecho de la causa y, de cierto modo, aunque clandestina e impropia, viene a alimentar el mito del personaje. Pero lo que emerge ahora, a partir de esta biografía sentimen- JUN/JUL2008 tal, es distinto. Los amores extramaritales del Chicho fueron múltiples y persistentes, muchos de largo aliento, obsesivos, intensos, multinacionales. A ellos dedicó tanto empeño y pasión como a su carrera política, y por lo mismo, de no ser por una cuota de fortuna y la complicidad de su círculo de colaboradores y amigos, en más de una oportunidad podría haber hipotecado su lugar en la historia y hasta la seguridad nacional: obnubilado por la esposa de un general ecuatoriano, a quien conoce en una gira presidencial, Allende se las arreglará para que la mujer acceda a una invitación secreta –y unipersonal– a Chile. Oportunidades no faltan. Eterno candidato en campaña, Allende es una figura pública que, de acuerdo con la definición del autor, responde a los estereotipos de una estrella de rock en gira. “El juego es obvio y transparente. En la mayoría de los casos el candidato en gira ha de seguir viaje esa tarde o al día siguiente y el tiempo no sobra. Son relaciones de empatía instantánea. A menudo las cosas no pasan de una convivencia pasajera en que una mujer se convierte en acompañante del candidato por unas horas: Allende conversa con ella, se informa de su vida, le cuenta algún ‘secreto’ de campaña, se presenta en su compañía a alguno de los actos, la invita a cenar... En otros casos la relación adquiere más intensidad y va seguida de nuevas ci- www. revistaprl.com tas en otros momentos y circunstancias”. No es de extrañar entonces que en septiembre de 1970, la misma noche de su elección presidencial, el líder desvíe el camino a casa para pasar la noche en compañía de una joven amante. El electo presidente faltará a sus obligaciones maritales pero no a las políticas. A la mañana del día siguiente, el presidente electo se asomará en la puerta de su casa para las fotos de rigor. Amor y política son un poco la misma cosa para Allende. Ambos son artes de un juego de seducción que el ex presidente, según describe Labarca, domina con instinto animal: “Cuando entra en trance de conquista, el candidato se olvida del mundo. Su cuerpo, sus movimientos, su mirada se transforman. Salvador Allende adquiere la postura del gallito que esponja las plumas y marca territorio. Todo su ser se encrespa. La mirada se le vuelve insinuante, la boca se le tuerce. La prominencia del pecho se acentúa, el vientre se retrae. Pero al igual que los gestos del gallo, los movimientos viriles de Salvador tienen algo blando: cierta ondulación de plumas, un balanceo de alas, de cintura, cuello, cabeza… Allende, acaramelado, se halla en pleno coqueteo”. En este juego de seducción, la esposa del ex presidente cumple un papel ingrato que mezcla resignación, cinismo, complicidad A la mañana siguiente del triunfo electoral. Foto: Editorial Catalonia. y rencor. Tencha Allende, quien tras el golpe de Estado se consagró como la viuda de un ex presidente mártir, conoce la situación y de cierto modo la consiente por motivos que en el libro no terminan de revelarse. El autor se basta con describir que el líder político “instala a sus amantes en los comandos, las lleva a las proclamaciones, las saca de viaje, se pasea orgullosamente con ellas. Más de una vez, viendo a Salvador alegre PRL o tarareando una canción, Tencha intuirá que se ha enamorado de nuevo”. Ya sea con silencio o abierta aprobación, la complicidad también se extiende a su entorno familiar, en especial a su hermana Laura y a su hija Beatriz, la más política y radical de sus tres hijas, amiga de Fidel Castro y del Che Guevara, que imitará al padre hasta en la tragedia final. Tres años después de que el ex presidente se descerraje un tiro en la cabeza tras resistir en la casa de gobierno la asonada golpista, Beatriz Tati Allende hará lo propio en su exilio en Cuba. En esa decisión desesperada hay también una muestra de homenaje y lealtad al padre. “¿Dónde reside el límite entre la vida privada y la vida pública de los grandes?”. Eduardo Labarca formula el interrogante al comienzo de su libro y así, más que allanar el camino para una trasgresión a lo impropio, se impone ciertos límites. El autor se muestra respetuoso del sujeto biografiado y lo trata con cariño, lo justifica y mima, lo lamenta. En esa mirada hay también una dosis de amor propio: por su posición de testigo privilegiado, Labarca encuentra un lugar y pretexto para ir contando sus propias experiencias a lo largo del libro. Pero lo importante es que su biografía sentimental tiene rigor y contribuye, para bien y para mal, a la humanización de un líder al que hasta ahora solo se le admitían debilidades políticas. PRL www. revistaprl.com JUN/JUL2008 Cuando querer es poder era el aire del momento Julián Corvaglia Hacia la revolución. Viajeros argentinos de izquierda de Sylvia Saítta, ed. Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2007, 312 pp., US$49.00 ¿ Qué vieron los intelectuales, periodistas y escritores argentinos cuando visitaron las revoluciones socialistas? ¿Cómo marcó el deseo sus miradas?¿Cómo los cambiaron los viajes? Estas preguntas son el corazón de Hacia la revolución. Viajeros argentinos de izquierda, una selección de relatos de 13 viajeros argentinos de izquierda a países comunistas. Descontando el prólogo de Sylvia Saítta, quien seleccionó los textos, a Rusia se le dedican 127 páginas, a China 79 y a Cuba 88. Muchos viajeros hablan de un cuento de hadas hecho realidad: el fin del egoísmo y las diferencias de clases sociales, entre campo-ciudad, y trabajo manual-intelectual (Varela); la cárcel sin cerrojos y puertas (Oliver y Frontini); el arte al servicio de los trabajadores y la educación para todos (Ponce). Saítta nos recuerda que las revoluciones prometieron sociedades donde habría felicidad para todos sus integrantes. Mayormente, los relatos argentinos narran pueblos contentos (Oliver y Frantini, y Kordon en China; y Marechal en Cuba). Solo dos viajeros intentan presentarse como observadores imparciales, ambos periodistas: Castelnuovo lo consigue más que Masetti. Iremos primero a Rusia en 1921, y pasando por China concluiremos en la Cuba de 1973. Rusia / URSS Rodolfo Ghioldi fue dirigente del Partido Comunista Argentino. Viajó a Rusia en 1921 como delegado del III Congreso Internacional Comunista. Estando en Rusia, interpreta –casi hasta en el aire– signos de desafíos al mundo explotador y anuncios del fin de la clase privilegiada y el “inminente advenimiento de una época en la que solo podrán comer los que produzcan...”. Da cuenta del papel de las mujeres en la Conferencia Internacional de Mujeres Comunistas y del optimismo generalizado. Se emociona al ver el trabajo con amor, y al compartir un sábado comunista cuando cargó leñas en un vagón y, por la ayuda de los delegados internacionales: “Cada pila En sentido horario, desde esquina superior izquierda: Martínez Estrada, Masetti, Castelnuovo, Marechal. Fotos: Wikimedia Commons y página web biográfica Jorge Ricardo Masetti trasladada y cargada era un eslabón más que unía indisolublemente, en su amplio significado solidario, al proletariado ruso con el proletariado de todo el mundo”. Al final, canta en un coro de las más diversas lenguas, pero igual tono y compás, La Internacional. Para él la uniformidad del himno comunista, “interpretado en palabras diferentes, era un símbolo de unión de los obreros de los cinco continentes”. Su mirada es complaciente al extremo, y nos transmite la emoción con la que vivió su viaje. Otro enfoque es el de León Rudnitzky, periodista del diario Crítica. Viajó en 1927 a Rusia, invitado por comerciantes soviéticos. Empieza relatando revisiones y complicaciones aduaneras: el paso de la frontera y la seguridad extrema por el temor a espías. Le inundan las dudas sobre el país que visita: “¿Era Rusia, en efecto, un infierno cuyas riendas empuñaba el Terror? ¿Vivía la población bajo un perpetuo pánico sin saber si, llegada la nueva aurora, estaría cada cabeza en su tronco? ¿O se trataba de casos aislados, de calumnias propagadas por los enemigos del régimen, de ejecuciones justas y necesarias que no tenían más razón de ser que la salvación de la patria en peligro?”. Muestra que Rusia consiguió higienizar sus ciudades e intenta posicionarse en la neutralidad: “El error fundamental de amigos y enemigos de aquel país consiste en la creencia de que en Rusia impera el socialismo, cuando en realidad no es así. Allí existe un gobierno socialista que representa a los obreros y campesinos, el que por todos los medios posibles trata de implantar tal régimen”. Después relata importantes logros: mejora de la vida del obrero, de la educación, de la justicia social, y liberación de la mujer. A pesar de esto, sostiene: “Todavía falta mucho para que el pueblo ruso consiga los objetivos de la revolución soviética”. Termina convencido de que los bolcheviques son factores de una “nueva moral superior”. En cuanto al periodismo en Rusia, Rudnitzky narra que los profesionales están muy bien remunerados, y el establecimiento de corresponsales en las fábricas y en los campos. Claramente el viajero no ve el infierno tan temido ni el Terror, sino una sociedad que mejora a paso acelerado. Elías Castelnuovo, escritor y corresponsal del diario La Nación, también relata su paso por la frontera rusa en 1931: “En Lituania se le examinan hasta las medias a las mujeres. En Polonia se rompe la almohada para indagar si hay contrabando adentro, y en Letonia se le da vuelta al baúl sobre el piso, como si se tratase de una bolsa de papas”. Nos comunica la mala fama que tenían los rusos, ya que en Letonia y Polonia se contaban historias terroríficas y recomendaban cientos de precauciones: confiscaciones de lujo en la Aduana, escaseo de ropa, comida y vivienda. Le advierten los letones que si no sabía ruso mejor no fuera a Rusia ya que le harían ver lo blanco negro y viceversa. Y si sabía ruso “se le vigilará constantemente. Dondequiera que usted vaya, irá detrás suyo un GPU o una Cheka...”, luego llamada KGB. El escritor queda sorprendido por la sabiduría de los rusos: “Yo que me preciaba de ser algo así como un doctor en revolución social, no bien entré en contacto con la juventud obrera de la urbe, advertí que era solamente un doctor en nubes. Cualquier mocoso de veinte años me basureaba en la discusión”. Habla de las famosas colas y le pregunta a un ruso por qué no se suprimen. La respuesta es histórica: la cola empezó durante la guerra europea. Ya en 1916 había hasta 10 o 20 cuadras. “Vino la revolución y de golpe la redujo a 5. La Guerra Civil la volvió a estirar. En 1926, sin embargo, se la acortó de nuevo. Tenía 3 cuadras. En 1928, 2. En 1930, 1. Ahora, como usted ve, no pasa nunca de media. Luego, en 1933, perderemos para siempre la cola que tanto les da que hacer a los turistas”. Sobre el sistema judicial relata que un juez no podía desempeñar su cargo si no estaba previamente dos años en una fábrica, y que los jueces son muy accesibles. Vio a la mujer rusa culta y fina. Castelnuovo destaca la independencia femenina. Por supuesto, el lujo ha sido suprimido. En cambio, existe la superinspección de hogares, labor realizada cien por ciento por mujeres: “Consiste en ir de casa en casa JUN/JUL2008 para enterarse de las necesidades higiénicas, económicas y culturales de cada familia con el propósito de elevar el índice de su vida (...)”. En un rico diálogo con una pintora, sobre los cambios de costumbre, ella le dice: “Créame que en Rusia ningún ruso padece de hambre sexual. Quién más, quién menos, tiene su ración asegurada”. A los 14 años, tanto mujeres como niños son independientes (porque trabajan), tienen educación sexual escolar, conocen los métodos anticonceptivos y pueden realizarse abortos legales”. Y continúa: “El hombre, antes, falto de mujer, vivía apegado, más que a la mujer, a la idea de su ausencia. En cuanto la consiguió ampliamente, se despegó bastante. A menudo, le confieso, hay que irlo a buscar.... Está tan ocupado con el plan quinquenal que, por cumplir con Lenin, llega a olvidarse de cumplir con la naturaleza...”. Pareciera que no había celos, una especie de amor libre, al estilo de los hippies. Lo cual explicaría en parte que “la prostitución en Rusia ha desaparecido casi por completo (...) Se calcula que podrá quedar todavía un dos por ciento del total de prostitutas con que contaba el país en la época del zarismo”. Sobre los delitos le comenta la rusa a Castelnuovo que “el crimen ha mermado mucho. No abarca, siquiera, en cifras, la mitad de lo que abarcaba antes. Consulte las estadísticas”. El marxista Aníbal Ponce visitó la URSS en 1935, y fue a visitar al “hombre del futuro”. No es extraño que haya encontrado justamente lo que fue a buscar y que nos hable de una sociedad que resolvió sus problemas, sin desocupación, sin crisis, con solo un 4 % de propiedad privada sobre los instrumentos de producción. Donde “el trabajo ha dejado de ser un tormento”, y de una maldición que era en el capitalismo, “se ha convertido en el país socialista en una causa de honor, de valentía y de heroísmo”. Relata los estímulos que existen a la eficiencia, la productividad y el alto rendimiento. Y contrapone la visión occidental a la realidad rusa: “Pocos días después de escuchar en París a Paul Valéry pronosticar la muerte de la poesía, y a Lenormand, el crepúsculo del teatro, me fue dado comprobar en la URSS que no hay una fábrica sin su círculo de arte; círculo en el que no solo se comentan y discuten las mejores producciones, sino en el que se crean también las condiciones más propicias para que el proletariado extraiga de sus filas a sus propios escritores”. Nos expone un exultante optimismo, que él parece compartir. No tiene la menor duda de que: “Se impone entonces como una verdad de evidencia la certidumbre de que vivimos sobre el filo que separa dos edades: una, la prehistoria de que hablaba Engels; otra, la historia que para Rusia ha comenzado ya. Conmovedor instante de la vida del mundo en que sabemos por fin adónde vamos”. Es un cabal ejemplo de la creencia en el destino manifiesto, en la dirección histórica única e irremediable, en el porvenir inevitable; él lo llama “el Renacimiento verdadero”. www. revistaprl.com Alfredo Varela, escritor y periodista comunista, estuvo en Rusia tres meses, desde diciembre de 1948 a marzo de 1949. Allí se conmovió cuando en la Casa de Cultura de la fábrica de autos “Stalin”, la orquesta toca un clásico tango. “Perdimos 17 millones de personas en la guerra. Unos 7 millones eran hombres jóvenes”, le contesta un ruso cuando Varela le pregunta por qué hay disparidad de sexos (más mujeres, bailan entre ellas). También esa noche, allí, un poeta, que fue militar durante seis años, hoy obrero, le pregunta: “¿Cómo están los obreros en su país?, ¿Pueden estudiar, como nosotros?”. Antes, en las calles Varela exclama: “¡Y en el extranjero se dice que aquí se mueren de hambre!”, mientras recorre negocios de comidas con mucha gente. De Leningrado destaca sus ciudadanos, con “ ingenio ágil y brillante, humor, sencilla cordialidad y su grandiosa arquitectura”. El capítulo titulado “Una prensa realmente libre” es de lo mejor. Se lee: “La prensa soviética esquiva cuidadosamente el sensacionalismo y la frivolidad (...). Al examinar un diario cualquiera, lo primero que se nota es la ausencia de títulos estrepitosos e incitantes, impresos en gruesos caracteres. No hay ninguna tendencia a dar las noticias en forma picante o llamativa (...) Las noticias policiales, que en Occidente ocupan tanto espacio, no tienen cabida en los diarios de la URSS que, en casos excepcionales, solo les dedican algunas líneas”. Sigue su descripción de los diarios: “La mitad de su espacio está dedicado a los temas literarios y artísticos, técnicos y científicos. La mitad, es decir, lo que en la prensa capitalista ocupan los avisos comerciales (que en la URSS no existen)”. Sobre los periodistas, afirma: “Se introducen por todas partes, indagan, escrutan, confrontan las informaciones que reciben con la realidad, asistidos por la intensa colaboración de los lectores, y opinan en consecuencia. Ellos sí gozan de esa verdadera independencia con la que sueñan muchos periodistas honestos del mundo viejo”, y temen cometer errores por la reacción de los lectores. Continúa comparando: “En los países capitalistas los obreros y campesinos no aparecen nunca en los diarios, salvo en las crónicas policiales. Se dedican columnas a la boda de un aristócrata o a los funerales de un millonario, pero no hay cinco líneas para el drama de los desocupados, de los sin casa, de los niños analfabetos o descalzos”. Cuenta que los diarios solo tienen cuatro páginas (normalmente), debido a la escasez en la producción de papel, y que Pravda mantenía un tiraje de 3 millones (desde 1938). También nos narra que “es imposible conseguir en los kioscos las dos publicaciones mencionadas, ya que casi todos sus lectores son abonados”. Nos habla de la hospitalidad soviética y al despedirse de la URSS dice que es una “llameante esperanza” y afirma, personificando al país: “Te envolvieron en sangre, pero has convertido esa sangre en semilla”. Sostiene que “el optimismo se aspira en el aire, porque alienta a millones”, y concluye conquistado por el país: “Te he visto en in- PRL vierno, pero vestida de primavera. Porque en tu tierra se ha instalado la primavera del hombre”. China María Rosa Oliver (escritora) y Roberto Frontini (abogado) visitaron China en 1953, invitados por el Consejo Nacional Chino por la Paz Mundial. Se sorprenden de ver calles limpias: “Si en esos barrios pobres no hay suciedad, ¿dónde la hallaremos?, nos preguntamos recordando cuánto se ha comentado en Occidente la mugre de los suburbios chinos”. Resaltan la humildad de la gente, cuando elogiaban sus logros los chinos decían: “‘Sí, pero de no estar la Unión Soviética a nuestro lado, no nos hubiera sido posible hacerlo’, o ‘Sin la ayuda de la Unión Soviética, esto sería irrealizable’, o ‘Esto lo hemos aprendido de nuestros amigos soviéticos’”. Señalan la gran cantidad de clubes de cultura y recreo (solo en Shanghái 832), donde los obreros se cultivan y expresan, y visitan el mayor de ellos. También mencionan el énfasis en la tecnificación, los inventos de los obreros para aumentar la producción y productividad, y los estímulos para ello. Al ver eso, recuerdan la errónea afirmación: “El socialismo es un sistema que no puede funcionar porque al poner límite a la ganancia individual, mata toda iniciativa”. Y destacan: “La capacidad extraordinaria de ese pueblo para entender todo cuanto a mecánica y a pericia manual se refiere”. Bien interesante es su relato en el hogarescuela que visitaron, donde la directora les informa que en la nueva sociedad la rectitud de carácter se basa en “el amor al trabajo, a nuestros semejantes, a la ciencia y a la propiedad pública, y se demuestra en el dominio de sí mismo, la capacidad de amistad y de solidaridad, la honestidad y la cortesía”. Indican que la gente está feliz: “Luego fuimos comprobando que la alegría es en China un estado casi común, en hombres y mujeres, de cualquier edad y en todo oficio”. Para ellos es “la prueba evidente de que el pueblo chino gozaba de libertad”. Registran también la activa participación de cientos de millones de mujeres. En la despedida se conmueven enormemente: “Hubiésemos deseado decir repetidas veces la palabra: ¡gracias! Pero, no nos cuesta confesarlo, llorábamos”. ¿Sabrían nuestros viajeros que en 1950, las tropas chinas invadieron por fuerza el Tíbet y obligaron al país a aceptar el mandato chino? Suponemos que no, era una época con información poco socializada... El escritor y periodista Bernardo Kordon en 1962 entrevistó a Mao Tse Tung, y viajó ocho veces a China. Lo más rico de su relato, que no pretende convencer sino mostrar, es su experiencia en el comité de vecinos de un barrio pobre de Shanghái, donde un vecino confesó que fue anteriormente contrario a la revolución porque “le habían convencido de que la llegada del ejército rojo significaría la ‘nacionalización’ y el consiguiente reparto de todas las mujeres de Shanghái. Y él, como todos los chinos, ponía la familia por encima de todo”. Recientemente en PRL Pablo Alabarces sobre el componente político del latinoamericanismo académico norteamericano. Sergio Ramírez sobre la Venezuela de Hugo Chávez. Manuel Lucena Giraldo sobre el viaje de ida y vuelta de la edición de libros en español. Vania Markarian sobre las autobiografías de Régis Debray y María Eugenia Vásquez Perdomo. José Luis Rénique sobre La Cuarta Espada. La historia de Abimael Guzmán y Sendero Luminoso, de Santiago Roncagliolo. 10 PRL Luego de afirmar que la revolución logró que el barrio pobre dejara de ser un infierno, cuenta que en las “calles dominan las sonrisas e impera la limpieza”, y se pregunta: “¿Es característica china esta alegría que expresan los rostros que llenan esta callejuela?”. Acertadamente sostienen que para comprender los avances de la revolución hay que comparar no con ciudades lejanas sino con la misma ciudad previamente. Un anciano le dijo que dos veces la aldea de chozas de paja ardió; que el cuerpo de bomberos no intervino porque solo tenía la orden de apagar el fuego en fábricas, comercios importantes y concesiones extranjeras. Llega la hora de la despedida: “Aún no la abandono, pero ya la extraño”. En 1968 hace otro viaje. Desde el avión, Kordon observa en el techo de un galpón el letrero “¡Viva el pensamiento del presidente Mao!”. Al bajar los jóvenes le reciben con el librito rojo de las citas del presidente Mao en versión española y prenden en su solapa el distintivo maoísta. Asombra luego el espectáculo popular organizado por el conjunto artístico del aeropuerto. El decorado son las banderas rojas y el inmenso retrato de Mao. Pero el líder está omnipresente ya que, luego de marchas revolucionarias, sus citas son interpretadas en recitados, cantos y danzas. Al viajero le llama la atención el número de jóvenes que actúan, mayormente mujeres, que dedican amplios gestos de gratitud hacia el gran retrato de Mao en el marco de la función. Y se impresiona al encontrar después, en el avión, a dos de esas mujeres, azafatas sacudiendo panderetas, enarbolando el libro rojo, cantando, recitando y bailando; seguidas de un coro de soldados. Nuestro Marco Polo concluye: “Esta juventud parecía inmensamente feliz en la China de la revolución cultural”. Por lo visto, Kordon ignoraba que durante 1967 y 1968 los enfrentamientos entre maoístas y antimaoístas, así como entre diferentes facciones de la Guardia Roja, costaron miles de vidas. El fuerte del relato del ensayista Carlos Astrada es su encuentro con el presidente chino, en 1960. Sorprende, para empezar, cómo se presenta Mao Tse Tung: “Yo fui maestro, enseñé a chicos de ocho a doce años, hasta que me excluyeron del cargo. No soy militar; pero he hecho veinte años de la guerra”. Hablaron de doctrina, filosofía y religión china. Cuando Astrada pregunta a Mao sobre el mayor aporte de la revolución china a la construcción socialista, este responde: “La creación de las Comunas Populares”. Astrada recuerda que Khruschev, presidente de la URSS en 1960, las criticó, y nos dice que tras verlas se convenció de que son el nervio de la revolución. Encontramos más adelante una crítica directa al Partido Comunista de Argentina: vegeta burocráticamente, cumpliendo directivas de Moscú (la coexistencia pacífica con Estados Unidos) y “silenciando la imperativa exigencia de apoyar la lucha por la liberación nacional de los pueblos sometidos al coloniaje, condición básica para la paz”. www. revistaprl.com JUN/JUL2008 Masetti en Cuba, con Fidel Castro y Che Guevara. Fotos: página web biográfica Jorge Ricardo Masetti. Sostiene que la idea universal de libertad y justicia la encarnaba la Unión Soviética. Y agrega: “Pero esta arrió la bandera que había izado tan alto, para iniciar una política de capitulación, timorata y vergonzante, ante la agresión imperialista yanqui contra un pueblo al que llamaba enfáticamente hermano”. En 1960, dice el viajero: “Pekín es el gran faro de luz (...) el catalizador de todas las esperanzas universales”. Astrada pareciera saber, aunque nunca lo menciona, que en 1960 la Unión Soviética retiró la ayuda económica y el consejo técnico de los soviéticos. Cuba Jorge R. Masetti viaja a Cuba como periodista de la radio El Mundo en agosto de 1958. Consigue llegar a Castro y a Guevara en medio de la Sierra Maestra. En Buenos Aires, el mismo cónsul cubano le advierte que “siempre creen que los jóvenes se van a meter a revolucionarios”. Masetti deduce “que en Cuba era un delito ser joven”. Así, le cuenta los motivos de su viaje a Ernesto Che Guevara: “El deseo de esclarecer, primero que nada, ante mí mismo, qué clase de revolución era la que se libraba en Cuba desde hacía diecisiete meses; a quién respondía; cómo era posible que se mantuviese durante tanto tiempo sin el apoyo de alguna nación extranjera; por qué el pueblo de Cuba no terminaba de derribar a Batista si realmente estaba con los revolucionarios (...)”. Pocos renglones más responde algunas de sus preguntas. Afirma que se dio “cuenta de que no estaba entre un ejército fanatizado capaz de tolerar cualquier actitud de sus jefes (...)”. Cuando Masetti le pregunta al Che por qué está en Cuba, este contesta: “Estoy aquí, sencillamente, porque considero que la única forma de liberar a América de dictadores es derribándolos. Ayudando a su caída de cualquier forma. Y cuanto más directa, mejor”. Cuando indaga qué hay del comunismo de Fidel Castro, el Che afirma: “Fidel no es comunista. Si lo fuese, tendría al menos un poco más de armas. Pero esta revolución es exclusivamente cubana”. Guevara habla de su paso por Guatemala, su admiración por Arbenz, y el desembarco del yate Granma, donde solo quedaron 12 de 82 revolucionarios. También de la valentía de Fidel Castro ese día, ejemplificada cuando frente a la metralla enemiga se paró y les dijo: “Oigan cómo nos tiran. Están aterrorizados. Nos temen porque saben que vamos a acabar con ellos”. El Che se muestra ya, antes de la toma del poder, orgulloso de los logros de la revolución: “Entregó tierras a los campesinos, proveyó de un instrumento judicial a sesenta mil almas, enseñó a leer y escribir a miles de niños y jóvenes”. Un guerrillero cuenta al periodista la asombrosa historia de dos hermanos de quince y dieciséis años, que “un día se le presentaron al comandante Che en su campamento y le dijeron que querían incorporarse. Su compatriota les dijo que se vuelvan a casa, pero lo amenazaron de que si no se incorporaban, iban a suicidarse. Querían morir por la patria”. Masetti también contacta a un auditor general, quien tras contar que la primera pena de muerte se aplicó a un grupo de bandoleros que asaltaban y robaban en nombre del Movimiento 26 de Julio, se emocionó al ver que “aguardaba en la puerta un guajiro de unos dieciséis años. Venía a averiguar cómo había que hacer para casarse. Había caminado cuatro días para llegar hasta el juez”. Era parte de la gente olvidada por el gobierno cubano de Batista. Cuando está saliendo de La Habana, el viajero confiesa: “Creía que una vez fuera de ella (...), me sentiría alegre, satisfecho. Pero no era así. Me encontré dentro de mí con una extraña, indefinible sensación de que desertaba (...). Ahí quedaba el ejército de niños hombres que celebraba a gritos y carcajadas la llegada de un fusil o una ametralladora (...)”. Y concluye diciendo que después de su visita al mundo de los que luchan, “retornaba al mundo de los que lloran”. Su viaje a Cuba transformó y enamoró tanto a Masetti que pocos años después fue pionero de la guerrilla argentina (en 1963 y 1964 lideró el Ejército Guerrillero del Pueblo, en el norte de Argentina), cuyo grupo es infiltrado y derrotado. Pero él, su cuerpo, desaparece en medio de la selva y nunca ha sido encontrado. Tenía 34 años. El ensayista Ezequiel Martínez Estrada estuvo en Cuba en 1960 y en 1962. Arranca poniendo en claro que está en Cuba para servir a la revolución. Su admiración por la revolución cubana empapa todo su relato. Al oír al Che se pregunta: “Por qué este cubano tan auténtico, este peregrino no habla mi lenguaje de hombre que todavía está retenido por cadenas impalpables (...)?” Y se muestra fascinado por él (lo llama redentor de pueblos, libertador que dejó patria y familia por su lucha), al punto de manifestar: “Ojalá pueda yo hacer lo mismo”. El escritor Leopoldo Marechal estuvo en Cuba en 1966, formando parte del jurado del premio de Casa de las Américas. Al llegar a La Habana le aguardan dos jóvenes, eficientes y plácidos, que para Marechal confirman el anuncio de la “efebocracia o gobierno de los jóvenes”. Da cuenta del calor solidario de la gente cubana, que en una cena cantó en su honor el himno peronista. A continuación, un poeta cubano le aclara que: “En Cuba no hay ahora ningún hambriento; no hay desnudos ni descalzos; no hay desocupación, ni despidos, ni embargos; no hay mendigos ni analfabetos”. Marechal sostiene que en sus 40 días de viaje, estudios e inquisiciones pudo comprobar que era cierto lo dicho por él. Cuando le pregunta a un sociólogo si el sistema cubano es marxismo-leninismo este contesta: “No creo que Fidel haya leído ni ochenta páginas de El Capital”. El viajero argentino termina convencido de que “el hombre cubano es un ser extrovertido y alegre, con imaginación creadora y voluntad para los combates necesarios, incapaz de resentimientos, fácil a los olvidos, propenso al diálogo y a la autocrítica”. Marechal muestra a un Fidel preocupado por el burocratismo, tanto que en un discurso informa que se creó la Comisión Nacional contra el Burocratismo. A su vez, contrapone lo que se cuenta en EEUU con la realidad: “Desde Miami, las emisoras difunden noticias truculentas: el malecón de La Habana está lleno de fusilados que hieden al sol; faltan alimentos en la isla; Fidel Castro ha desaparecido misteriosamente. Yo estoy ahora observando JUN/JUL2008 el malecón lleno de paseantes alegres y de tranquilos pescadores; todos comen bien en la isla, y hace unas horas vi a Fidel Castro en una reunión de metalúrgicos”. Los cubanos le narran al viajero los buenos resultados de la alfabetización, que iniciada en 1961 redujo el índice de analfabetos a un 3.5 por ciento. También visita Guantánamo, y en la frontera caliente con la base estadounidense escucha que los yanquis mataron a un centinela cubano solo porque les volvió la espalda. El periodista Enrique Raab visitó Cuba en 1973 como corresponsal del diario La Opinión. Lo primero que cuenta es que en el malecón encontró un cubano despotricando contra el gobierno, añorando su época de jefe de lustrabotas y la Coca-Cola. Recuerda entonces la revista Reader’s Digest: “¿No dicen afuera que en Cuba, los que critican al gobierno en las calles son deportados a las granjas de trabajo obligatorio?”. Su anécdota más conmovedora quizás sea la de la visita a la escuela secundaria del campo, donde su director, de 23 años, tras ver que el gobierno estableció tan poco tiempo para que los argentinos visitaran su escuela, dijo apenado de pie junto a la guagua: “¡Lástima, compañeros www. revistaprl.com argentinos, que no tengan tiempo para la discusión! ¿Cómo sabré yo si lo que estoy haciendo está bien o está mal?”. Aunque también uno se puede impresionar cuando lee que, en las cartas que escribieron los infantes cubanos para llevarles a los pequeños argentinos, un niño rogó “para que algún día, compañerito, se unan para siempre los ideales de Martí con los del general San Martín”. El relato de Raab termina cuando la bailarina Alicia Alonso, famosa antes de la revolución, le dice que es feliz porque cambió el lujo exterior por el lujo interior. Son solo algunas pinceladas e imágenes que pueden erizarnos la piel más que largas páginas de descripciones grises y descarnadas. La gran virtud de su relato es que se centra en costumbres, vida cotidiana y prácticas culturales, como el de Castelnuovo. Entrando en las comparaciones, impactan mucho en Rusia los millones de jóvenes muertos, mientras en Cuba y en China los jóvenes son y están en el poder. En el libro tenemos descripciones interesantes del papel de las mujeres y de la higiene (ambos en Rusia y China), del periodismo ruso (Rudnitzky y Varela), de las relaciones sexuales en Rusia (con Castel- nuovo), del arte popular en China y Rusia, de la educación china, y de la justicia de los guerrilleros cubanos antes de vencer al dictador Batista, entre otros. Y tenemos valiosos testimonios de Fidel Castro, Ernesto Che Guevara y Mao Tse Tung. Una coincidencia a destacar es el optimismo generalizado que ven tres de los cinco viajeros a la Unión Soviética, como si “querer es poder” fuera un lema del aire del momento. Otra clara coincidencia, en este caso dos veces en China (Kordon, y Oliver-Frantini), una en la Unión Soviética (Varela) y otra en Cuba (Masetti), es la conmoción al dejar el país visitante, como si fuera un amigo al que uno deja y por eso algo se muere en la propia alma. Otra concordancia de algunos relatos es la contraposición: las versiones que había en Occidente contrastadas con lo que vieron nuestros viajeros. ¡Cuánta propaganda falsa! Los rusos no se comían a los niños, incluso los querían... La principal virtud del libro es la diversidad de miradas y perspectivas: desde matices doctrinarios (comunista ortodoxo), pasando por ensayísticos y periodísticos. Su principal defecto es la falta de contextos históricos en cada viaje. Si los viajeros PRL 11 no los cuentan, quizá hubiera sido bueno tener una breve reseña de la compiladora. Por ejemplo, en el caso de Rusia, nada nos dice Ghioldi de la guerra civil, marco histórico de su viaje, finalizada un año después de su visita (1922). Ni Rudnitzky sobre la feroz interna entre Stalin y Trotsky, expulsado del Partido el mismo año de su visita (1927). Tampoco Castelnuovo, que viajó en 1932, ni Ponce (1935), nombran las grandes y drásticas purgas del stalinismo (iniciadas en 1929 y terminadas diez años más tarde). El libro es grosso modo un despliegue de promesas incumplidas (nuevos mundos, ‘hombre nuevo’) y esperanzas perdidas. También es una descripción del intelectual argentino de izquierda, que fue encandilado por las luces revolucionarias. Difícil juzgar a tanta distancia tantas buenas intenciones, tanta indulgencia, tanto idealismo y optimismo. A fin de cuentas, ¿qué se sabía del lado oscuro del comunismo, del gulag, de las matanzas, opresiones y explotaciones? Sabido es que la revolución es un sueño eterno. Siempre es interesante ver (en este libro mediante ojos de viajeros) cómo algunos países quisieron y creyeron saber y poder llevarlo a cabo. III Feria del Libro en Astoria VIERNES, 3 de octubre del 2008 de 4:00 pm a 9:00 pm SABADO, 4 de octubre del 2008 9:00 am de 6:00 pm St Demetrios Greek American School Auditorium 30 03 30th Drive Astoria, New York 11102 Email: [email protected] Oportunidades comerciales disponibles Programa de conferencias en desarrollo, interesados visitar: www.newyorkbookfairexpo.com 12 PRL www. revistaprl.com JUN/JUL2008 El Dos de Mayo en la narrativa nacional Tom Burns Marañón Napoleon’s Cursed War. Popular Resistance in the Spanish Peninsular War de Ronald Fraser Londres, Verso, 2008, 588 pp., US$54.95 Q uien controla el presente controla el pasado y quien controla el pasado controla el futuro. Esa fue la reflexión que George Orwell se trajo en su macuto de vuelta a Inglaterra después de haber soportado y sufrido en la Barcelona revolucionaria de 1937 las manipulaciones del Partido Comunista español y sus controladores soviéticos. La frase queda bien y es eminentemente citable, pero la táctica descrita no surge con los totalitarios del siglo XX. A lo largo de la historia la han puesto en práctica un sinfín de líderes, desde Julio César hasta Napoleón Bonaparte. Sin embargo, puede que sea España, ese viejo y complejo país que constantemente se pregunta por su ser y sus circunstancias, donde el revisionismo histórico haya echado sus más fructíferas raíces. España carece de lo que se podría llamar una autobiografía acordada y quizás no fuese casualidad que Orwell diese ahí con su fórmula para controlar el futuro. Por lo pronto puede que la estrategia se esté ensayando de nuevo en España, concretamente en Madrid, con ocasión del bicentenario de la gesta del Dos de Mayo de 1808 en la Puerta del Sol de la capital española que Goya inmortalizó. La feroz batalla que se libró aquel día en aquella céntrica plaza fue el pistoletazo de la insurrección patriótica contra los franceses que dio paso a la Guerra de Independencia. A pecho descubierto, con navajas y cuchillos de cocina, los madrileños se enfrentaron a los mamelucos, la caballería egipcia que escoltaba a Joachim Murat, cuñado y mariscal de Napoleón, que había ocupado la ciudad. Goya retrató aquel hecho del pasado, y el libreto de una nación que toma conciencia de su ser como sujeto de la historia lo escribió ese Tolstoy de la novela española que fue Benito Pérez Galdós. En la correspondiente entrega de los Episodios nacionales, su recreación y relato del XIX español, Pérez Galdós nos introduce al listísimo Gabriel que se encontraba el Dos de Mayo de 1808 en las cercanías del Pa- Goya, “La carga de los mamelucos”. En Museo del Prado. lacio de Oriente de Madrid preocupado por asuntos amorosos que le traían a mal vivir. De pronto Gabriel se vio envuelto en una muchedumbre y se dio de bruces con su amigo Pacorro Chinitas, que le explicó que los franceses estaban a punto de llevarse a los Infantes. Los gabachos, en el argot popular, ya habían trasladado a Bayona, la ciudad cercana a la frontera con España, al rey Carlos IV y a su primogénito y sucesor Fernando VII, en quien había abdicado en un vano intento de tranquilizar una masa crecientemente inquieta por la presencia francesa en España. Ahora, en una limpieza total de la familia real española, el poderío napoleónico pretendía llevarse a los jóvenes príncipes, a los Infantes, y así dejar despejado el trono de España para José Bonaparte, hermano mayor del Emperador. Gabriel dijo que lo que podría estar ocurriendo en el Palacio de Oriente, sede de los soberanos españoles, le tenía sin cuidado puesto que lo único que le interesaba era reunirse con su novia. Su amigo Chinitas entonces le increpó y se sucedió el siguiente intercambio: -Tú no eres español -Sí que lo soy – repuse -Pues entonces, ¿qué haces aquí como un marmolillo? ¿No tienes armas? Coge una piedra y rómpele la cabeza al primer francés que se te ponga por delante. A sí ocurrió la carga de los mamelucos en la Puerta del Sol, cercana al Palacio de Oriente y unido a él por la calle de Arenal. Y así tuvieron lugar los posteriores Fusilamientos del Tres de Mayo en el Paseo de la Florida, al oeste del Palacio, que le inspiraron a Goya su segundo gran lienzo de la gesta. Lo demás es historia y cada uno, sea Goya o sea Pérez Galdós o sea una personalidad política de nuestros días, la cuenta según su parecer. Escuchen si no –en este caso lean– las palabras de Esperanza Aguirre, la figura ahora emblemática del liberal conservadurismo español y presidenta de la Comunidad de Madrid, una de las regiones más económicamente dinámicas de la Unión Europea. En su discurso institucional honrando a los mártires madrileños masa- crados por la tropa napoleónica hace doscientos años, Aguirre afirmó que “aquellos héroes sabían muy bien que España era una nación muy antigua y que compartían cultura y valores con otros españoles”. Haciendo uso de su particular lectura del pasado, Aguirre explicó que los patriotas del Dos de Mayo tenían una agenda política, además de la sentimental, de vivencias compartidas: “desde el levantamiento, los sujetos de la soberanía nacional son los ciudadanos españoles libres e iguales”. Según este discurso, se va directamente desde la revuelta popular en el centro neurálgico de Madrid a la no menos espontánea insurrección en el resto de España y de ahí a la creación de Juntas Patrióticas y a la reunión, en 1810, de unas Cortes en la lejana ciudad atlántica de Cádiz, que era el único lugar a salvo de la tropa francesa porque la protegía y la aprovisionaba la marina británica, que era dueña y señora de aquella costa desde la batalla de Trafalgar en 1805. Estas Cortes proclamaron una Constitución en 1812 cuyo primer artículo declaró que “la Nación española es la reunión de todos los españoles de JUN/JUL2008 ambos hemisferios”; el segundo que “la Nación española es libre e independiente, y no es ni puede ser patrimonio de ninguna familia ni persona”; y el tercero que “la Soberanía reside esencialmente en la Nación, y por lo mismo pertenece a esta exclusivamente el derecho de establecer sus leyes fundamentales”. Los faustos conmemorativos del bicentenario en los primeros días de mayo en Madrid han tenido de todo, desde una magnífica muestra de lienzos en el Museo del Prado bajo el título de “Goya en tiempos de guerra” hasta una mezcla de exposición y reality show, “El Dos de Mayo, un pueblo, una nación”, repleto de artilugios interactivos, que hasta entrado septiembre ocupará los antiguos depósitos de agua de la ciudad. Las plazas de la capital se han visto invadidas de nuevo, esta vez por teatros itinerantes recreando la “gesta” y por conciertos de música de la época. Hay numerosas exposiciones menores, los escaparates de las librerías están repletos de libros sobre la Guerra de la Independencia, Los episodios de Pérez Galdós han sido copiosamente relanzados y los diarios y los canales de televisión compiten con ediciones y programas especiales dedicados a 1808. Muchos de los eventos y de las iniciativas se deben al patrocinio de la Comunidad de Madrid que regenta Esperanza Aguirre. L o que hay en todo ello es la programación de una narrativa nacional sobre el soporte de una épica patriótica. El subtexto es que España, como pueblo, se levantó desde el primer momento contra la avaricia, la codicia y la enloquecida ambición napoleónica, cosa que no hicieron ni alemanes ni italianos. Y lo hizo porque, al contrario de aquellos pueblos, los españoles ya constituían una gran nación y una “muy antigua nación” al decir de Esperanza Aguirre. La programación se ha hecho a machamartillo y a conciencia con una visión de futuro. La pregunta es ¿por qué? La respuesta es que en España la narrativa nacional unificadora escasea, hoy más que nunca. No hay que ser Maquiavelo para intuir que en el discurso recordatorio del bicentenario hay gato político encerrado. La narrativa que hoy elabora el centro derecha español es que la nación, que hace doscientos años se unió como una piña en torno a aquellos héroes que Goya retrató, se encuentra hoy en un terreno resbaladizo y se asoma al abismo de la balcanización. Por ello es necesario recurrir al Dos de Mayo para infundir entusiasmos unitarios y patrios. Este “riesgo balcánico”, absurdamente exagerado según algunos, tan real como la zigzagueante historia de España según otros, merece una breve explicación. Lo que más preocupa a los, llamémosles, “nacionalistas españoles” es que está siendo cuestionada la Constitución de 1978, promulgada tres años después de la muerte del general Francisco Franco, que representó el consenso político entre todos los españoles, y fue masivamente aprobada por ellos en referéndum. La Constitución, sancionada por el rey Juan Carlos, sustituyó la dictadura de Franco por un régimen www. revistaprl.com de libertades y dividió la administración de España en 17 comunidades autónomas, de las cuales la de Madrid es hoy la más pujante en la creación de riqueza. Treinta años después Cataluña y el País Vasco, comunidades que tienen una fuerte personalidad histórica e idioma propio, se salen del marco autonómico y propugnan en el mejor de los casos lo que se ha dado en llamar un “federalismo asimétrico” y, en el peor de ellos, la secesión. El nacionalismo catalán se mira en el modelo Québec, y el vasco en el de Estado Asociado de Puerto Rico. Un nuevo Estatuto de Autonomía, redactado por el parlamento de Cataluña y aprobado en referéndum por los catalanes, afirma en su preámbulo que Cataluña, o Catalunya, es una nación y que su gobierno, la Generalitat, tendrá una relación bilateral, de igual a igual, con el gobierno del Estado español. Por su parte el gobierno autónomo del País Vasco, o Euscadi, dominado desde su creación a partir de la Constitución de 1978 por el Partido Nacionalista Vasco, prepara un referéndum abiertamente soberanista que el gobierno central de España ha declarado ilegal. Los happenings en Madrid celebrando una insurrección unitaria y, con ello, la creación de una conciencia nacional de españoles libres e iguales tiene poca resonancia en Cataluña y el País Vasco, donde los partidos nacionalistas en los gobiernos autónomos se han esforzado en cada caso por implantar una leyenda nacional propia y distinta a la de España. En estos nacionalismos periféricos nos encontramos con el mismo impulso de controlar el pasado, contándolo según una determinada narrativa, para así asegurar el control del futuro. No hay el menor interés, por lo tanto, en contar que la Cataluña de 1808, prendida la mecha de la insurrección en Madrid, se levantó contra los franceses al grito de ¡Viva la Nación Española! con mayor bravura si cabe que en cualquier otro lugar de España. Épico, por ejemplo, fue el sitio de Gerona, capital de la provincia que ahora reúne a lo más graneado del nacionalismo secesionista catalán, donde los gerundenses se dispusieron a coger la piedra que tenían más a mano para romper el cráneo del francés más cercano. Tampoco se quiere recordar en el País Vasco que ahí sus partidas de guerrilleros patrióticos contra el invasor francés fueron numerosas y notables. En la vecina Navarra, antiguo reino que forma parte de Euscadi según el ideario del nacionalismo vasco, el campesino Francisco Espoz y Mina pasó a ser el más contundente de los generales guerrilleros a lo largo de la Guerra de Independencia. Enamorado de la Constitución liberal de Cádiz y su propuesta de una nación soberana de hombres libres e iguales, Espoz y Mina tuvo 15,000 hombres a sus órdenes peleando por España y por su rey. Y a todos ellos les instruyó una eficaz táctica de emboscada: una sola descarga de mosquetón a corta distancia y avance inmediato con bayonetas, lanzas, espadas y demás armas blancas. Esa España de comienzos del XIX legó al léxico universal de la política de nues- tros días la palabra “junta”, la de “liberal” y también la de “guerrilla”. Esta última suplió a la tropa regular española que fue deficientemente liderada por sus oficiales y contribuyó muy poco a la lucha del general Wellesley, futuro duque de Wellington y comandante en jefe de todo el esfuerzo militar contra el invasor, a lo largo de lo que los ingleses llaman “The Peninsular War”. Las partidas de insurgentes, en ocasiones muy numerosas como las que dirigía Espoz y Mina, fueron infatigables en su hostigamiento de los invasores. En Napoleon’s Cursed War, Ronald Fraser calcula que hubo 330 partidas y que en 1811 podría haber unos 55,000 guerrilleros emboscando a una tropa imperial que llegó a contar más de 300,000 soldados. ¿Tomaron las armas porque cayeron en la cuenta de que los sujetos de la soberanía nacional son los ciudadanos españoles libres e iguales? O lo hicieron más bien, tal y como sugiere Fraser, por defender a sus familias, sus terrenos y sus huertos, sus tradiciones y sus costumbres, la religión de sus antepasados y la Corona que Napoleón había destituido para imponer a su hermano mayor, José Bonaparte, en el trono de España. Fraser apunta que la línea divisoria que separa al bandolero y vulgar salteador de caminos del guerrillero patriota no estuvo demasiado clara en 1808 y en los años sucesivos. Sin duda tiene razón. El campesino de turno que mataba a un correo napoleónico y entregaba la correspondencia y el caballo del gabacho caído a las autoridades militares españolas o a sus aliados de cuerpo expedicionario inglés, recibía una buena recompensa. Pero patriotas los hubo. Otro de los jefes guerrilleros fue Juan Martín, El Empecinado, también hombre de campo que se convirtió en héroe de la resistencia y líder militar, irregular claro está, después de haber matado a un sargento francés que había “molestado” a su hermana y a su novia. El general José Leopoldo Hugo, padre de Victor Hugo, que perseguía a esta partida le ofreció por escrito a El Empecinado dinero y honores si se pasaba a las fuerzas del Imperio y el jefe guerrillero le contestó, también por escrito con líneas que son de antología: “Aprecio como debo la opinión que habéis formado PRL 13 sobre mí. Yo la tengo muy mala de vos (…) Tened entendido que si sólo quedara un soldado mío, aún no se habría concluido la guerra, porque todos ellos, a imitación de su jefe, han jurado guerra eterna a Napoleón y a los viles esclavos que le siguen. (…) Me haréis el favor de evitar toda correspondencia, y os aseguro con este motivo mi la más perfecta consideración”. ¿Dónde se perdió esa narrativa nacional de 1808? ¿Es posible recuperarla? O ¿es que se está inventando, con fines políticos, llamémoslo, de nation-building, una lineal historia de patriotismo que fue mucho más compleja? P ara aproximarnos a la tercera pregunta Napoleon’s Cursed War, de Ronald Fraser, que lleva el subtítulo de Popular Resistance in the Spanish Peninsular War, es un libro bienvenido. El británico Fraser es un maestro de la historia oral y hace dos décadas demostró su técnica de hilvanar testimonios para contar los hechos según ocurrieron en tiempo real en Blood of Spain: An Oral History of the Spanish Civil War. En esta nueva radiografía y auscultación de un momento convulso de la historia de España, Fraser evidentemente no ha podido entrevistar a supervivientes y someterlos a interrogatorios que rebosan empatía. Lo que ha hecho es rastrear archivos con erudición, con un entusiasmo encomendable y con un afinado oído que le permite escuchar lo que dice, siente y padece el pueblo de a pie. Fraser es un experto a la hora de registrar actas bautismales y de defunciones y tiene el pulso de una población cuya expectación de vida entre los hombres en 1808 era de 25.3 años. La gesta del Dos de Mayo fue popular, protagonizada por el pueblo, y es Fraser quien nos documenta que los muertos en la revuelta de la Puerta del Sol de Madrid y los fusilados el día siguiente eran, casi todos, gentes humildes. Contabiliza hasta treinta oficios entre los heroicos combatientes caídos. Entre ellos habían sastres, zapateros, aguadores y muchos criados con distintas responsabilidades. Y constata que las bajas entre las mujeres, muchas de ellas costureras “armadas” con tijeras, eran desproporcionadamente altas. La importante “Insoslayable... Una nota exquisitamente escrita”. Página 12 de Buenos Aires, sobre “Cien años de soledad”, cuarenta años después, de Roberto González Echevarría en PRL. www. revistaprl.com 14 PRL aportación de Fraser a la historiografía, al relato de los hechos –ya lo demostró en su libro sobre la Guerra Civil Española– es su ingente interés por contar la intrahistoria de los desconocidos. Son estos los que, una y otra vez, impulsan el desarrollo de los acontecimientos históricos si bien son otros, con nombres y apellidos, quienes acaban secuestrando las anónimas iniciativas de aquellos. Fraser, cual perro sabueso, sigue el rastro de estos desconocidos y anónimos y acaba ordenándoles por edad, género, situación familiar y rango social, y, sobre todo, haciéndoles personas de carne y hueso. Pero situémonos primero con las dos preguntas iniciales. ¿Cuándo se perdió la narrativa nacional que ahora se pretende reconstruir? ¿O es que nunca hubo tal y lo que se intenta con el bicentenario es construir ex novo una historia épica? Sea lo uno o lo otro, es evidente que siempre es políticamente necesario y, además, atractivo y útil, certificar el acta fundacional de una nación de hombres libres e iguales que, en un momento determinado gracias a unos hechos concretos, toman conciencia de ser un pueblo soberano con derechos inalienables. Estados Unidos y Francia ya han celebrado sus bicentenarios y dentro de dos años las repúblicas latinoamericanas –no se olvide que la Guerra de Independencia en España se transforma en las Guerras de Independencia de España en las antiguas colonias– comenzarán a celebrar los su- yos. Sin embargo, España, o mejor dicho la parte de España liberal conservadora que abandera la Comunidad de Madrid, se enfrenta a una celebración compleja. La historia de España es todo menos una historia lineal y ascendente hacia la libertad cuyos hitos son por todos aceptados, compartidos y celebrados. Al contrario de las narrativas nacionales americanas, la española carece del marco emancipador que encuadra toda historia y épica de nation-building. Tampoco el 1808 español marca un antes y un después como fue el 1789 francés. Cuando el futuro duque de Wellington y su tropa luso-británica –que no la española– por fin expulsan a la Grande Armée napoleónica y al “Rey Intruso”, José Bonaparte, de la península en 1814, lo primero que ocurre es que se borra de un plumazo todo aquello que huela a hombres libres e iguales. Fernando VII, el “Rey Deseado”, secuestrado por Napoleón y por cuya corona sufrió España los desastres de la guerra a lo largo de seis interminables años, suprimió la Constitución liberal de Cádiz, acabó con la libertad de prensa que aquellas Cortes soberanas habían promulgado en una de sus primeras leyes y, entre otras antigüedades del ancien regime, restituyó la Inquisición. Entre las víctimas del rencor absolutista fernandino estaba el bravo jefe guerrillero Juan Martín, El Empecinado, que murió ajusticiado por seguir fiel a la Constitución de 1812. El Empecinado sí se creyó aquello de “hombres iguales y libres” que La Casa del Libro Conmemorando los 500 años del inicio de la conquista y colonización de Puerto Rico por Juan Ponce de León, La Casa del Libro presenta: La Imprenta En los años del asentamiento en Caparra 1508-1521 La Casa del Libro Cuartel de Ballajá San Juan de Puerto Rico (787) 723-0354 www.lacasadellibro.org eran sujetos de la soberanía nacional. Sin embargo, lo que querían muchos de los que lucharon a sus órdenes y a las de Espoz y Mina y de otros grandes jefes liberales de las partidas patrióticas era una vuelta a la España de siempre. Lo que querían era el retorno al mobiliario reconocible anterior a la brusca irrupción francesa. Para una gran masa de aquellos patriotas, que se alzaron contra el invasor, para los héroes de tantos episodios nacionales galdosianos en Madrid, Gerona, Zaragoza y en tantos otros lugares, animados como estuvieron en todo momento por párrocos y por frailes, el retorno al futuro absolutista les pareció lo correcto y lo deseable. Fernando VII se ganaría el apelativo del “Rey Felón” entre los liberales que persiguió con saña, pero fue recibido con júbilo al grito de “Vivan las cadenas”. P ara algunos la gesta del Dos de Mayo fue todo menos la piedra angular sobre la cual se construye un pueblo soberano y una nación libre. Muy al contrario, lo que ocurrió hace doscientos años fue una quiebra que dio lugar a dos Españas que se batirían a lo largo del siglo XIX y que se enfrentaron con consecuencias catastróficas en la Guerra Civil de 1936-1939. Según esta interpretación España estuvo quebrada a lo largo del periodo que va de 1808, año en que la Familia Real parte, sin demasiado desagrado, a un confortable confinamiento francés, a 1814 cuando se marcha el último gabacho y vuelve Fernando VII a la patria que tan despreocupadamente había abandonado. Lo estuvo de hecho en las mismas Cortes de Cádiz donde los llamados “serviles” se opusieron con más tenacidad que éxito a las ideas progresistas, “revolucionarias” incluso, que impusieron los liberales al redactar la Constitución de 1812. Serían los serviles quienes organizarían las jubilosas recepciones del monarca absolutista. Ahora bien, puede que la mayor quiebra de todas fuese la que abrió una gran brecha entre los patriotas, fuesen liberales, serviles, clérigos o masones, y los llamados “afrancesados”, que fueron quienes aceptaron el bonapartismo como el modelo político de la modernidad emanado de la Ilustración y colaboraron gustosamente con José Bonaparte. Junto con los últimos franceses expulsados de España en 1814 cruzaron la frontera hacia el exilio unos 15,000 afrancesados, la mayor parte de ellos miembros de las élites en las grandes ciudades españolas. Y esta quiebra dura todavía hoy, al igual que la servil-clerical y la liberal-laicista. En gran medida la historia de gran parte del XIX y del XX español es la historia del fracaso liberal. Frente a las arengas patrióticas y el discurso unificador y nacional de políticos liberal-conservadores como Esperanza Aguirre, presidenta de la Comunidad Autónoma de Madrid, está la defensa que otros hacen de los afrancesados. Es el caso, con ocasión también del Bicentenario del Dos de Mayo, de otra política carismática, María Teresa Fernández de la Vega, que ocupa el cargo de vicepresidenta primera JUN/JUL2008 y portavoz del gobierno socialista de España que lidera José Luis Rodríguez Zapatero. “Las ideas reformistas y avanzadas que muchos de esos afrancesados compartieron han seguido impulsando a generaciones de españoles que han luchado, que hemos luchado, por la libertad y el progreso de nuestro país”, explicó Fernández de la Vega. “Ellos fueron los que por primera vez defendieron un concepto de gobierno responsable, que debía ocuparse de que los ciudadanos accedieran al bienestar, incluso a la felicidad”. Estas palabras de la vicepresidenta y portavoz del gobierno causaron no poco estupor en algunos círculos –Pedro J. Ramírez, director del diario El Mundo, se preguntó por lo que ocurriría si “un portavoz del Elíseo anunciara que a quienes de verdad admiran sus actuales moradores es a Pétain, Laval, Darlan y demás capitostes del régimen de Vichy”–, pero fueron aceptadas de buen agrado por otros que desconfían de narrativas nacionales. La disputa historicista fue en cualquier caso celebrada por los nacionalismos periféricos de Cataluña y del País Vasco. Esto era inevitable puesto que los nacionalistas, celosos de su propio pasado y la construcción de su propio futuro, cuestionan abiertamente toda narrativa, venga de donde venga, que tenga que ver con la nación española. Si los políticos en Madrid no se ponen de acuerdo sobre lo que significó 1808, pues mucho mejor para quienes rechazan tanto la Constitución de 1812 y su doctrina de españoles unidos liberales e iguales como el Estado de Autonomías de la Constitución de todos los españoles que se promulgó en 1978. Ronald Fraser no entra en estas disputas. Su propuesta es otra. Su extenso y documentadísimo trabajo es un admirable estudio de la reacción de un pueblo, de sus clases populares, ante una invasión foránea y el consiguiente vacío del poder político. ¿Quién los organiza y cómo? ¿Qué les motiva? ¿Cómo pelean y sobreviven? No hay respuestas claras ni puede haberlas. La historia de la resistencia popular en España a Napoleón se escribe en renglones torcidos y se retrata en imágenes confusas. Queda bien hablar del pueblo en armas, se hace con frecuencia y hay múltiples ejemplos de ello a lo largo de la historia y de la geografía, algunos más válidos que otros. La España de 1808 es sin duda una riquísima mina y Fraser extrae piedras preciosas que enriquecen nuestro entendimiento de quiénes emprenden las armas. Pero para ellos, para los envueltos en la insurgencia, no son momentos luminosos. Lo dramático es que, al final, tanto heroísmo y tantas miserias sirvieron de bien poco. España acabó arruinada, su población diezmada y sometida al arbitrio del soberano más desagradable de su historia. En el último grabado de su serie “Los desastres de la guerra”, Goya nos muestra un cadáver que sale de su féretro con una hoja en la mano que lleva escrita la palabra Nada. Puede que a pesar de tanto empeño, el bicentenario no sea un óptimo punto de partida. 1808 sería Napoleon’s Cursed War pero, mucho más, fue la Guerra maldita de España. www. revistaprl.com JUN/JUL2008 PRL 15 Libro lúcido explica imperialismo bobo Edgardo Rodríguez Juliá rante más de treinta años –y a través de exenciones contributivas bajo el código de rentas internas federal– Puerto Rico ha subsidiado a importantes sectores de la economía norteamericana, en especial al sector farmacéutico. De plantación cañera, pasamos a ser una especie de enclave para el lavado legal de dinero corporativo norteamericano. Mientras tanto, nuestra economía se evidencia cada vez más dependiente de la norteamericana, tanto por los fondos federales directamente dirigidos al mantenimiento de una sociedad consumista y un Estado benefactor paternalista, como por nuestras enormes importaciones y por el acceso a mercados norteamericanos para nuestra cada vez más exigua manufactura. Puerto Rico in the American Century: A History since 1898 de César J. Ayala y Rafael Bernabe The University of North Carolina Press, 2007, 448pp., US$ 29.95 H ace exactamente ciento diez años, Puerto Rico se convirtió en colonia de los Estados Unidos de Norteamérica, como parte del botín de la Guerra Hispanoamericana. En adelante los puertorriqueños, que entonces recién estrenábamos un gobierno autonómico bajo la metrópoli española, tendríamos que remontar cual Sísifos –según la imagen de Luis Muñoz Rivera, nuestro primer Comisionado Residente ante el Congreso de los Estados Unidos– la difícil pendiente de la ignorancia y la insensibilidad yanqui ante los súbditos de su nueva “posesión territorial”. Puerto Rico in the American Century, de César J. Ayala y Rafael Bernabe, es la historia de esa dificultosa relación de Puerto Rico con los Estados Unidos. El libro, publicado en inglés por The University of North Carolina Press, merece una versión en español para el público latinoamericano. Si, respecto de Puerto Rico, los norteamericanos han pecado de insensibilidad imperial y arrogante descuido selectivo, por parte de buena parte de Latinoamérica no ha faltado la desinformación o la ventajería ideológica. Ambos, los conciudadanos del Norte y los hermanos del Caribe, Centro y Sur América, han pecado de ignorancia. De ahí que este libro tan actualizado sea imprescindible. P arte de la complejidad en la relación de Puerto Rico con los Estados Unidos deriva de que estamos ante el caso de una colonia más o menos clásica dentro del marco de un imperialismo no colonial, o dicho en inglés: “a colony of a fundamentally noncolonial imperialism”. Dentro de ese marco, la colonia es una aberración, una curiosidad anacrónica del imperialismo yanqui. Bernabe y Ayala establecen los períodos de la relación nuestra con los Estados Unidos según las fluctuaciones del capitalismo norteamericano dentro de la economía mundial. El esquema resulta revelador y extraordinariamente valioso; bastaría para justificar la publicación del libro. D Luis Muñoz Marín iza por primera vez la bandera puertorriqueña. Foto: Fundación Luis Muñoz Marín. A grandes saltos, podríamos resumir: De un mercado más para una economía capitalista en expansión, en la adolescencia del imperio, pasamos a ser un valioso asentamiento estratégico en la política intervencionista norteamericana en el Caribe y Latinoamérica, un bastión o Gibraltar caribeño. Finalmente, y superado nuestro papel como bastión naval y colonia cañe- ra, nos hemos convertido ahora (un pequeño país caribeño de cuatro millones y pico de habitantes, y detrás de enormes países como Canadá) en uno de los principales mercados de los Estados Unidos en América. Asombra esta íntima ligazón del capitalismo yanqui –casi una interdependencia– con Puerto Rico como mercado. Du- e particular interés en el libro es el análisis de las distintas vertientes del anexionismo puertorriqueño, desde aquella que concibiera a la democracia norteamericana como una esperanza respecto de la autocracia española –visión esta de Rosendo Matienzo Cintrón, quien luego, desencantado con la arrogancia norteamericana, terminó evolucionando hacia el independentismo–, hasta las que se acomodaron, casi como un designio fatal después del cansancio de las luchas autonomistas bajo España, a la anexión como un acatamiento inevitable del destino político puertorriqueño –la otra cara del llamado “destino manifiesto”. El tema de la colonia que acata, que consiente o transa –aun desde posturas independentistas–, que se ajusta a los designios imperiales, es uno de los temas recurrentes en el debate ideológico puertorriqueño a partir de comienzos de siglo XX. Algunos atribuyen esto a la debilidad esencial de la burguesía nacional de aquel entonces, de ambición únicamente acomodaticia. Pedro Albizu Campos –la única voz disidente en aquella época– criticó, desde su postura nacionalista, al anexionismo, precisamente por su falta de voluntad para exigir la incorporación y la estadidad federada mediante una alzada como la del llamado Plan Tennessee. El anexionismo radical ha sido una posibilidad apenas vislumbrada en nuestras luchas políticas. El autonomismo también se ha amoldado a las transacciones con el imperio, y de la manera más dramática en el caso de Luis Muñoz Marín. Muñoz Marín comenzó su carrera política como líder radical formado en las www. revistaprl.com 16 PRL corrientes de la izquierda norteamericana de principios del siglo XX. Militó en el Partido Socialista junto al líder máximo de esa colectividad, Santiago Iglesias Pantín. En los años treinta militó en el Partido Liberal desde una izquierda identificada con la independencia, que renegaba de cualquier solución que transara el derecho de Puerto Rico a su independencia y una transformación social. La evolución de Muñoz Marín es explicada por Ayala y Bernabe con gran precisión ideológica. Hacia 1946, aquel personero del New Deal de Roosevelt en la isla reconsideró sus derroteros anteriores y concibió el desarrollo de Puerto Rico –la industrialización y la abolición del monocultivo cañero– como viable solamente mediante la inversión norteamericana. Sedujo y secuestró a la izquierda y luego la metió en cintura con su reformismo colonial, proclamando aquellas famosas sentencias: “El peor trabajo es el que no se tiene”… “El máximo líder obrero en Puerto Rico habita en La Fortaleza”… No fue Fidel Castro quien comenzó la abolición de la esclavitud cañera en el Caribe, sino Luis Muñoz Marín. Los soldados norteamericanos desembarcaron en Puerto Rico con cepillos de dientes colocados en las cintas de sus sombreros. Para un país que salía del retraso histórico y tecnológico de un imperio en decadencia como el español, semejante alarde de preocupación higienista debe haber tenido el tufillo inconfundible de la modernidad. El tema de la identidad ante la modernidad –otra obsesión que compartimos los puertorriqueños con el resto de los antillanos, sobre todo a partir de las crisis de los años treinta– está cuidadosamente explicada en este libro, en interludios que revisan el panorama literario, cultural e ideológico. (Aquí solo debo señalar que noté la no mención de Puerto Rico Ilustrado, revista o magazine que testimonió la modernidad de los nuevos tiempos bajo los Estados Unidos.) El laberinto político puertorriqueño nunca dejó de tener repercusiones en el resto de las Antillas. Una vez en el poder –fue el primer gobernador electo por los puertorriqueños en 1948–, Muñoz Marín quiso legitimarse como líder de aquella “izquierda democrática” caribeña y centroamericana que tuvo como eje a cuatro caudillos de gran carisma: Juan Bosch en Santo Domingo, Rómulo Betancourt en Venezuela, José Figueres en Costa Rica y el propio Muñoz Marín en Puerto Rico. Aquella izquierda latinoamericana en el exilio que tuvo a Puerto Rico como lugar de refugio y conspiración, todo ello con el permiso del Departamento de Estado, hizo crisis con el golpe de Estado a Jacobo Arbenz en Guatemala y tuvo su último protagonismo con la conspiración para derrocar a Rafael Leonidas Trujillo y la crisis dominicana de 1963-65. Ya hacia 1965 había ocurrido –al menos en Bosch, luego del golpe de Estado de 1963 y la intervención norteamericana en Santo Domingo– el previsible abrazo al fidelismo. Los frutos de la agresión serían la radicalización; el genio político de Muñoz Marín fue transformar los tiempos violentos en voluntad reformista, o, parafraseando al poeta y revolucionario Juan Antonio Corretjer: El Estado Libre Asociado y Muñoz Marín fueron el resultado del nacionalismo a tiro limpio de Albizu Campos. La reunión de Che Guevara con Betancourt y Bosch –convertida en hermosa semblanza del Che por Bosch en su libro Temas históricos– simboliza un cambio generacional, un paso de batón en el relevo hacia una conflictiva y también contradictoria libertad superior. Ahí en Costa Rica estaban convocados tres de los dirigentes de aquella izquierda mediatizada; vivían dos de ellos –Betancourt y Bosch– el exilio y la persecución de sus respectivas dictaduras. Ese episodio, en que Puerto Rico aún tenía visos de protagonismo latinoamericano, debe ser motivo de una indagación tan profunda como la de Puerto Rico in the American Century. (El historiador puertorriqueño Walter Bonilla ya comenzó esa indagación con su libro La revolución de abril y Puerto Rico.) Ello así para que Latinoamérica supere simplismos como los de Neruda y Guillén, aquel en la caricatura de Muñoz Marín en su Canto general y este último en su charlatanería de “¿en qué lengua te hablo, Puerto Rico?”. H oy por hoy, Puerto Rico es una sociedad profundamente integrada a la norteamericana, no empero su definición jurídica como “territorio” colonial no incorporado y su innegable perfil nacional como cultura caribeña y latinoamericana. Cualquier debate ideológico, en ese sentido, necesariamente tiene que partir de los siguientes hechos: más de la mitad de la población que se identifica como puertorriqueña –y que ya supera los ocho millones– vive en los Estados Unidos continentales. Las apropiaciones de fondos federales que llegan a la isla, la productividad y educación superior del puertorriqueño, viabilizan un nivel de vida que aún está por encima de la mayoría de las repúblicas latinoamericanas hermanas de la cuenca caribeña y centroamericana. Con la emigración masiva de latinoamericanos a los Estados Unidos, el panorama político ha cambiado. Hoy en día no es inconcebible un estado hispano; a pesar de la legislación del English only y otros alardes del etnocentrismo yanqui, la principal minoría en los Estados Unidos es hispana. Miami es el uptown de La Habana lo mismo que Nueva York es el nuestro. Este síndrome uptown-downtown ha cambiado radicalmente las posibilidades de la anexión, y la concepción de esta como una aberración, o catastrófica pesadilla de la historia. Se ha dicho que es inconcebible la anexión de un país hispanoamericano con cultura distinta a la del mainstream norteamericano. Pero veamos que ese mainstream ya vive asediado por una hispanidad latinoamericana. También se ha invocado el racismo yanqui como supremo impedimento: Barack Obama evidencia lo mucho que ha cambiado ese país en cuarenta años. Mientras tanto, y en una insólita y tardía humillación colonial, la vida de los puertorriqueños bajo el Estado Libre Asociado sigue asediada por esa Corte Federal que mandó a prisión a Pedro Albizu Campos entre 1937 y 1943. Aníbal Acevedo Vilá, el actual gobernador de Puerto Rico por el Partido Popular Democrático, fundado por Luis Muñoz Marín, ha sido acusado por un gran jurado federal de diecinueve violaciones criminales a las leyes electorales, tanto federales como estatales. Es posible que tenga su día en corte, como candidato a la gobernación de Puerto Rico, frente a unas autoridades federales que resultan cada vez más hostiles. Si el Gobernador se radicalizará –como lo hubiese querido Juan Bosch– o acatará, una vez más, los designios imperiales, está por verse. Es de notar cómo el anexionismo actual, con su correspondiente secuela de debates ideológicos, es revisado por Ayala y Bernabe con una ecuanimidad verdaderamente exótica en nuestra izquierda. Pedro Rosselló, ex gobernador lastrado por un largo historial de corrupción entre sus allegados, es hoy por hoy el dirigente más radical dentro del anexionismo; ha llegado a plantear el caso de Puerto Rico ante la OEA y ante la Comisión de Derechos Civiles de los Estados Unidos. Ha amenazado con activar el llamado Plan Tennessee, que consistiría en nombrar senadores y representantes al Congreso de los Estados Unidos y acamparlos en las escalinatas del Capitolio Federal. Pero semejante bravuconería pienso que no pasará de ser solo eso. El candidato a la gobernación por el anexionista Partido Nuevo Progresista, en las elecciones de noviembre próximo, es un republicano a lo Bush con formación preppy-yuppie de Yale, uno de esos puertorriqueños con vocación yanqui –pitiyanqui– que, de no dar la sorpresa, volverá a identificar ese anexionismo, siempre creciente en votos desde 1956, con las obediencias ancestrales y la paciencia histórica. Y, a la postre, está planteado el dilema señalado por Ayala y Bernabe: lo bueno para vender la anexión aquí –la bonanza de los fondos federales y un populismo que proclama que “la estadidad es para los pobres”– es puro veneno en el Congreso Federal. Cómo admitir a la unión federada –que es un club de ricos– a un estado mulato, hispano y que es más pobre que el más pobre de los estados, Mississippi. El gigantismo del gobierno puertorriqueño –dado su largo historial de paternalismo, clientelismo político y tendencia al Estado benefactor– es otro de los grandes obstáculos para la anexión, ya que, al pagar impuestos federales, nuestra productividad no alcanzaría para también pagar las enormes exigencias fiscales del hipertrofiado gobierno estatal. Buena parte de la fuerza laboral puertorriqueña –la que conforma una vigorosa clase media entregada al consumismo– trabaja en ese gobierno que ha crecido sin control por más de una generación. Los gobier- JUN/JUL2008 nos estatales en la unión federada son minimalistas, el nuestro responde más a patrones del populismo paternalista latinoamericano. Cuando se lea esta reseña, Barack Obama y Hillary Clinton ya habrán hecho campaña primarista en Puerto Rico para la nominación por el Partido Demócrata. Sin embargo, estaremos nuevamente en las contradicciones coloniales: los ciudadanos norteamericanos que vivimos en la isla no podemos votar por el presidente de los Estados Unidos. El reverso de esta humillante contradicción es el reembolso de mil trescientos millones de dólares directamente a esos mismos ciudadanos, para reactivar la actual economía recesionaria. Esos pagos son hechos a los ciudadanos norteamericanos de la isla sin que tengamos la obligación, bajo el estatus de territorio no incorporado, de pagar impuestos federales. Tales son las veleidades de la diosa fortuna colonial. Puerto Rico in the American Century es un libro valiosísimo tanto para el público lector académico norteamericano como para el lector culto latinoamericano. Desde Freedom and Power in the Caribbean, de Gordon K. Lewis, no leía un libro tan lúcido sobre los designios de un imperialismo que Luis Muñoz Marín caracterizó, en un momento de supremo cinismo, como “bobo”. Este libro habla sobre Puerto Rico pero, a la vez, su interlocución profunda es con Latinoamérica y el resto del Caribe. Como el libro de Lewis, está escrito desde una perspectiva de izquierda, pero su materialismo histórico rebasa, con gran inteligencia, los pietismos y simplismos de la beatería izquierdizante. Solo discrepo de esta visión cuando le prenden vela al altar chavista de la “nueva izquierda” latinoamericana, o cuando, en la página 247, caracterizan a la revolución cubana como carente de dogmatismo. La caracterización del ex gobernador Rosselló es compleja y nada unidimensional, un logro extraordinario viniendo de una generación de intelectuales puertorriqueños que se formó durante años tan contradictorios y conflictivos. En la página 286 señalo un error que afea un libro que, por lo demás, resulta impecable en la verificación de sus datos: de 1969 a 1975 no gobernó el Partido Popular Democrático, gobernó el Partido Nuevo Progresista de 1968 a 1972 y el Partido Popular Democrático de 1972 a 1976. La carreta de René Marqués no fue estrenada en 1950 sino por el Teatro Experimental del Ateneo en 1954. Finalmente, hubiese agradecido la mención de cómo los puertorriqueños hemos peleado, cual gurkas o cipayos, en todos los conflictos bélicos en que se han visto envueltos los Estados Unidos, aun antes de recibir la ciudadanía estadounidense en 1917. Estos conflictos han sido menores y mayores, desde Granada hasta Nicaragua, pasando por Vietnam e Irak. La cantidad de cadáveres puertorriqueños devueltos siempre ha sido desproporcional respecto de nuestra población y la del resto de los estados. Ese tributo en sangre solo se justificaría de convertirse Puerto Rico en el Estado 51 de la Unión Norteamericana. JUN/JUL2008 www. revistaprl.com Pujol ayuda a entender el mundo Silvia Grijalba Las ideas del rock. Genealogía de Ayudan a que el que no es especialista en el tema pueda entender mejor a qué se refiere el la música rebelde autor, evitan que el libro se haga hermético (se de Sergio Pujol Rosario, Editorial Homo Sapiens, 2007, 192 pp., US$10.46 D ecir de un libro que ayuda a entender el mundo es mucho decir. Pero este es uno de los pocos casos en los que puede hacerse una afirmación tan grandilocuente. Las ideas del rock. Genealogía de la música rebelde de Sergio Pujol ayuda a comprender la historia de la segunda mitad del siglo XX. Una historia underground, al margen y contracultural, pero que finalmente es la que compone nuestra actual vida cotidiana. Pujol traza un recorrido por la historia del rock desde sus comienzos, en los años 50, hasta el final del siglo XX. Aunque los protagonistas más evidentes de esta historia son la música y los músicos, el interés de Pujol es mucho la sociología de lo que algunos llaman las “culturas juveniles” y el momento histórico, social y político en el que se han forjado. Le son útiles aquí ensayistas como Tricia Henry y Paul Yonet, y el brillante Greil Marcus –cegado, según Pujol, en su objetivo de conectar el punk con el situacionismo–. Se trata de autores que han conseguido que movimientos contraculturales como el rock se traten como parte de la cultura con mayúsculas, aunque parezca un contrasentido. El libro es valioso. Para los profanos, es necesario incluso. Para los expertos (los que vivieron desde dentro alguno de estos movimientos, o los que van ahora a ellos con interés historiográfico) es muy recomendable. En la primera parte, que es la más completa y donde se nota que Pujol se siente más a gusto, el autor habla de la situación política de Estados Unidos en los 50, del racismo (que tanto tuvo que ver con el nacimiento del rock), del espíritu juvenil de esa época. Un recorrido esencial para entender la revolución musical de aquel momento, el comienzo del rock and roll. La estructura se repite páginas después, cuando se trata de hablar del pop y de los Beatles, donde la situación de la Inglaterra de los 60, del swinging London y de los hippies es esencial, y vuelve a aparecer cuando se trata del punk o del grunge. Especialmente interesantes en esa primera parte resultan las alusiones a la generación Beat, la antesala contracultural de todo lo que vendría después. Efectivamente, con Ginsberg, Burroughs y Kerouac se arma la base de lo que vendría años más tarde y aunque ellos tuvieron más conexión con los músicos de jazz, con el tiempo se unirían e influirían en algunos de los artistas claves del siglo XX, como Dylan, Patti Smith o Lou Reed. Un acierto del libro son sus referencias a la literatura y el cine, continuas y muy acertadas. nota que el origen del texto era didáctico, unas clases de “Historia del rock” para estudiantes universitarios) y, por otra, consigue que seamos especialmente conscientes de que la cultura del rock empieza a formar parte de la literatura no especializada o del cine que no es estrictamente musical; ha pasado a formar parte de la cultura de los que forjan nuestra cultura, es decir, de los cineastas, los periodistas, los novelistas, los autores de cómic y los guionistas de televisión. Entre las citas más acertadas podría destacarse la de Cheever, autor de relatos que ayudan a entender el tedio de la familia media americana de postguerra, y la alusión a Hanif Kureishi (devoto confeso de los Beatles) y su texto Ocho brazos para abrazarte, en el que un profesor se empeña en demostrar que los Beatles no tocaban en She’s Leaving Home, sino que la canción la interpretaban unos músicos de estudio contratados por George Martin. Esto le sirve a Pujol para explicar la revolución que el pop y los Beatles produjeron en la manera de entender la composición musical, más cercana al arte plástico de autores pop como Warhol (o conceptuales como Duchamp se podría añadir) que a los compositores tradicionales. Es bueno el detalle en la cobertura de los años 50, 60 y la primera mitad de los 70, esenciales para entender la historia del rock (geniales sus comentarios sobre el rock virtuoso y sobre Zappa). Pero después de esos capítulos minuciosos y brillantes se echa de menos más detalle en los dedicados a géneros como el punk o el grunge. En el caso del punk (hay ahí el despiste de llamar a Malcolm McLaren Norman McLaren), por ejemplo, llama la atención que no se cite a la ola afterpunk de grupos como Bauhaus, The Cure o la propia Siouxie (que sí se menciona en el capítulo del punk, pero sería abanderada de lo que vendría después). Siguiendo el tono general del libro, tan atento al entorno social, más atención a los afterpunks, los siniestros o los góticos hubiera dado un juego perfecto para entender el rock de principios de los 80 y también el posterior rock industrial, e incluso fenómenos de masas como Marilyn Manson, por ejemplo. Continuando con Inglaterra, se echa de menos alguna referencia al movimiento Madchester de Happy Mondays y la discoteca Hacienda, como germen del “verano del amor” y de esa conexión entre el rock y la música electrónica que invadiría todo el final del siglo XX. En cualquier caso esas dos posibles lagunas no empañan en absoluto la calidad de este libro, en el que también hay que destacar y celebrar el “bonus track”, ese apéndice que ahonda en el estudio de la cultura rock en general, con una mirada especial hacia Argentina, certero y acertadísimo además de necesario por la escasa bibliografía que hay sobre este tema. Un epílogo que demuestra la brillantez de este ensayista. PRL 17 18 PRL www. revistaprl.com JUN/JUL2008 Sorpresas caen del cielo Alonso Alegría Al pie del Támesis de Mario Vargas Llosa Alfaguara, 2008, US$ 13 (aprox.) P resenciar una obra de teatro interesante es pasarla conjeturando qué sucederá, cuáles son las alternativas, qué camino argumental seguirá la obra. Si quisiera aburrirnos soberanamente, el argumento cumplirá a pie juntillas nuestras más elementales expectativas. Pero si desea sostener nuestra atención durante todo su trayecto –largo o corto– deberá propinarnos unas cuantas sorpresas muy bien puestas y de buen tamaño. ¿Cómo se propina una sorpresa? Logrando que el público esté segurísimo de que la historia va a ir por este lado para proceder a dirigirlo en otra insospechada dirección. ¿Cualquier sorpresa vale? Nones. La sorpresa debe ser fuerte pero al mismo tiempo lógica, vale decir insólita y nunca sospechada pero al mismo tiempo sutilmente apoyada o respaldada por antecedentes conocidos. “Ah vaya, eso no lo había pensado pero claro, ¡cómo no lo pensé!”. Esto es lo que el público debe sentir ante cualquier sorpresa dramática o narrativa. Solo en la vida real las sorpresas caen del cielo. Mientras más sorprendente sea la sorpresa, más lógica deberá apoyarla. Si acaso no tiene lógica, o la tiene falsa o insuficiente, la sorpresa defrauda. Esto es lo que sucede con las sorpresas en Al pie del Támesis, la más reciente obra de Mario Vargas Llosa, hace poco estrenada en Lima. Sorprenden mucho pero defraudan igual. Estamos en una suite del Hotel Savoy de Londres. Un empresario cincuentón espera inquieto. Toca a la puerta una bella mujer que se ha presentado por teléfono como Raquel, hermana de Pirulo, el viejo amigo de Chispas –así se llama este exitoso empresario. Pirulo no tiene hermanas, alega Chispas, y además Pirulo al terminar el colegio –hace de eso treinta y cinco años– se hizo humo. ¿Qué hace aquí esta desconocida? ¿Quiere sacarle plata? Nos enteramos de los motivos que tuvo Pirulo para desaparecerse: una tarde, en las duchas del gimnasio de su club, Chispas le metió tremendo puñetazo en la cara cuando Pirulo quiso darle un beso en la boca. Ese puñetazo causó la desesperación de ambos y la desaparición de Pirulo durante tantos años. Al repasar este momento Chispas cae en cuenta de una inaudita verdad: esta Raquel es Pirulo. Su viejo amigo ha soportado un total cambio de sexo. Raquel confiesa su secreto amor de siempre por Mario Vargas Llosa. Foto: Manuel González Olaechea y Franco. Chispas mientras Chispas no sabe cómo reaccionar. Es en este momento cuando la obra, que venía fascinante, comienza a llenarse de elementos innecesarios. En el prólogo de la pieza (también hace poco publicada en Lima) el autor delinea su trabajoso proceso de escritura. El estímulo que engendró casi inmediatamente una primera versión fue una anécdota que le contó Cabrera Infante. Un común conocido de años pasados lo había visitado en Londres, convertido en mujer. Vargas Llosa nos relata su reacción: “En ese momento supe, con absoluta certeza, que la obra (…) giraría en torno a un encuentro tan inesperado como (ese)”. A mí me hubiera pasado lo mismo. Uno se imagina escu- chando tal revelación y la mente se llena de preguntas. Pero hay una, importantísima, que descuella, y que es: ¿para qué fue ese amigo/a a ver a Cabrera Infante? Puestos ya en la ficción, ¿para qué viene Raquel/Pirulo, tantos años después, a darle a su amigo Chispas tal noticia? ¿Cuál es el propósito? Cuando Chispas le pregunte esto a Raquel y conozcamos su respuesta (¿quiero casarme contigo? ¿dame ese beso y me voy?) hemos de querer saber cómo reaccionará Chispas y el conflicto central de la obra quedará planteado, su posible desarrollo establecido y su aún remoto final acaso conjeturado. O Chispas le da ese beso o la manda al cuerno –tomen partido, amigas y amigos. Vargas Llosa, sin embargo, no se pregunta nunca para qué ha venido Raquel. El meollo del tema queda sin explorar, y sucede lo que tenía que suceder: “Ocurrido el encuentro inicial, la gran sorpresa de Chispas al reconocer en la mujer (…) a su mejor amigo de la infancia, el desarrollo (de la obra) se volvía estático, previsible y hasta rígido, e iba languideciendo y marchitándose”. Luego Vargas Llosa trabaja mucho pero, ay, acaba inventando soluciones teatrales y escénicas (no dramáticas) caprichosas que poco a poco van sacando a la obra de “la realidad concreta y objetiva y (metiéndola) cada vez más en la etérea realidad subjetiva de la memoria o, acaso, de la pura fantasía o el sueño”. Es así como se nos revela lo más grave. Teníamos ya sabido que aquel puñetazo no había sido tal, sino más bien una agresión con una pesa gimnástica. Ahora, en la página 79 de 82, nos enteramos de que esa agresión no fue solo lacerante: “No querías matarme, Chispas, te lo concedo”, dice Raquel. “Estoy segurísima de que no. (…) Pero da igual, ¿no? Porque bien muerta que estoy”. ¿Qué cosa? ¿Cómo dijo? ¿Que siempre ha estado muerta? ¿Es ella un fantasma, entonces? ¿O acaso una alucinación o fantasía de Chispas? Debe ser esto último porque ¿cómo hace Raquel para hablar si ella es el resultado de un cambio de sexo que Pirulo muerto no podía hacerse? Nuestra sorpresa es tremenda y con fuerte sabor a trampa, o a desengaño –acaso a engaño– porque no tiene antecedentes, no se inserta dentro de un proceso, no la sustenta la lógica. Chispas le contesta a Raquel muerta: “Son treinta y cinco años, Raquel. ¿No es bastante?”. A lo que su amiga muerta responde, muy animosa: “Claro que sí, Chispas, cambiemos de tema. No nos pongamos tristes ni trágicos. Busquemos algo divertido de qué hablar”. Chispas se niega a seguir conversando, bota a Raquel de su suite y se pone a hablar solo. Lo interrumpe un urgente toque a la puerta. ¿Quién es? ¡Es… Pirulo! Sí, amigos, es Pirulo Saavedra vivito y coleando, sin cambio de sexo, en terno de hombre, que está entrando a llevarse a Chispas a la reunión que este abandonó para atender a Raquel. “Si te digo qué (estaba haciendo aquí) te caerías de espaldas, Pirulo”, le dice Chispas al salir. La pieza termina y nosotros nos resignamos a aplaudir desconcertados. A fuerza de cambios de nivel de realidad, Vargas Llosa ha cancelado lo que venía mostrando como cierto para acabar cancelando esto también. Pero ¿no es acaso legítimo efectuar tales cambios de premisa o nivel? ¿Tales JUN/JUL2008 transformaciones no han funcionado bien nunca? Como en el teatro que conozco no se han dado, recojo de la narrativa, casi al azar, tres ejemplos clásicos de sorprendentes saltos en el nivel de realidad establecido. En An Occurrence at Owl Creek Bridge de Ambrose Bierce a un ahorcado se le rompe la soga. Él escapa, camina mucho y llega a su casa. Justo en el momento en que está abrazando a su esposa la soga termina de ajustarse alrededor de su cuello: en medio segundo ha alucinado toda su deseada salvación. ¿Sorprendente? Por supuesto. ¿Tiene lógica? La tiene porque el cuento, a partir de la (falsa) salvación, ha narrado esa escapatoria usando elementos cada vez más surrealistas, y acabamos apreciando el salto de realidad como la culminación de un cambio que ya se venía dando. En Las ruinas circulares de Borges la idea de que alguien pueda crear un hombre con solo www. revistaprl.com soñarlo es de por sí surrealista, y el salto de realidad final –es el soñador quien está siendo soñado– solo viene a redondear el clima onírico. En La noche boca arriba de Cortázar hay dos realidades –la del hospital y la de la antigua guerra ritual– que se van alternando con cada vez mayor frecuencia hasta que una misma descripción sirve para ambas. Finalmente, que el antiquísimo guerrero que está por ser sacrificado por los aztecas sea quien sueña al moderno motociclista a punto de morir, y no al revés como veníamos suponiendo, es una revelación tan asombrosa como natural. El arte está en esta paradojal combinación. Trasladando estas observaciones al escenario de Al pie del Támesis concluimos que casi toda la pieza podría haber sido escrita –también montada– con un marcado sesgo onírico que fuera anticipando la revelación de que Raquel es una fanta- sía. Y concluimos también que la obra se pierde en teatralismos fáciles –la pareja juega al matrimonio y a los amantes– para contrarrestar los soporíficos efectos de no haberle hecho a Raquel la crucial pregunta: ¿A qué has venido, mujer? Hay, entonces, dos obras por escribirse, ambas escondidas en esta pieza y ambas mejores, creo yo: en una, toda la acción sucede en la realidad concreta. El propósito de Raquel está claro: rehacer con Chispas su vida. Chispas tendría que reaccionar ante la posibilidad de recibir ese beso por parte de esta… pues persona querida o mujer bella que antes fue su amigo. De esta dialéctica surgiría una fructífera exploración de la sexualidad humana. La otra obra posible adquiere un segundo acto –la obra original es breve. Aquí Chispas le cuenta a Pirulo que ha estado ensoñando su transformación de sexo y también su muerte. Probablemente se PRL PRL 19 arme el gran lío esclarecedor. Ambas exploraciones nos hubieran dado sendas piezas más completas y reveladoras que Al pie del Támesis. De más está decir que las dos posibilidades me entusiasman en la misma medida en que me defrauda la obra actual. He tenido siempre la convicción de que Vargas Llosa llegará a escribir una obra maestra teatral que ha de equipararse en calidad y difusión a la mejor de sus novelas. Bienvenido será entonces a un gremio al que no pertenezco: el de los grandes dramaturgos de habla hispana. Mientras tanto, una relectura de la mejor teoría dramática podría ser útil para que nuestro primer novelista se convenciera internamente de que siguen siendo válidas dos muy antiguas verdades: que la pregunta fundamental del drama es “para qué”, y que toda sorpresa debe ser tan sorprendente como lógica. se publica seis veces al año. Cada edición pasa revista a lo más estimulante y original de lo recientemente publicado en literatura, biografía, memoria, historia, política, filosofía, ciencia. Aproveche nuestras tarifas introductorias. Suscríbase ahora y reciba PRL cada dos meses. Edición impresa EE. UU., Canadá, América Latina . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . US$ 21 Resto del mundo. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . US$ 28 PRLONLINE. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . US$ 15 Edición impresa + PRLONLINE EE. UU., Canadá, América Latina . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . US$ 29 Resto del mundo. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . US$ 36 Obtenga cada edición de PRL en un PDF con diseño propio. La suscripción anual otorga acceso a todas las ediciones de PRL. Para preguntas sobre su suscripción o para ordenar una por teléfono por favor contáctenos llamando al 212.864.4280 o visitando www.revistaprl. com. También puede suscribirse enviando un cheque o money order a: Mido Editores, 474 Central Park West, New York, NY 10025. 20 PRL www. revistaprl.com Nueva narrativa de la identidad americana Claudio Iván Remeseira El esposo divino de Francisco Goldman. Traducción de Laura Emilia Pacheco Madrid, Anagrama, 2008, 702 pp., US$35.64 ¿ Qué pasaría si leyéramos la historia como leemos un poema de amor, si el amor fuera la clave para desentrañar el sentido de los hechos históricos? La respuesta a este interrogante, planteado en la primera página de El esposo divino, son las 700 páginas restantes de la novela, un prodigio de notable prosa y barroca arquitectura. La obra, publicada originalmente por Atlantic Monthly Press en 2004, acaba de aparecer en España con el sello editorial de Anagrama y en la impecable traducción de Laura Emilia Pacheco. La engañosa cursilería de dicha pregunta desaparece cuando consideramos que aun el más romanticón de los folletines –y esta novela no lo es– es el camuflaje verbal de una pasión más básica, la atracción entre los sexos, fuerza generadora que en su ciego autocumplimiento arrasa barreras de clase, color de piel, origen étnico, nacionalidad e idioma. La premisa implícita de El esposo divino es que somos primariamente producto del encuentro carnal entre un hombre y una mujer, y que esta afirmación de la fisiología del erotismo tiene consecuencias sociales y políticas que definen al individuo y a la sociedad en la que vive. Al desarrollar esa premisa, el autor (este es quizás su mérito más notable) construye una nueva narrativa de la identidad americana, una identidad continental que asume de una vez por todas las íntimas, múltiples y conflictivas interconexiones del mundo anglosajón, hispano e indígena de este hemisferio, la inevitable pluralidad de América: las Américas. Francisco Goldman está inmejorablemente situado para ejecutar esta tarea. Hijo de madre guatemalteca y padre norteamericano de origen judío, y nacido en Boston, Massachussets, el estado yanqui por antonomasia, Goldman encarna esa nueva identidad estadounidense, resultado del cruce de varios mundos, que la irrupción de Barack Obama ha puesto de manifiesto en la escena política nacional. Periodista de investigación y colaborador de Esquire, Harper’s Magazine, The New Yorker, The New York Times Magazine y The New York Review of Books, Goldman alcan- zó temprano reconocimiento profesional por su cobertura de los conflictos de América Central de los años ochenta. Sus primeras novelas, La larga noche de los pollos blancos y The Ordinary Seaman, retornan a esa región. Su libro más reciente, The Art of Political Murder: Who Killed the Bishop, un importante expose sobre el asesinato del obispo y defensor de los derechos humanos Juan Gerardi, generó un enorme debate público en Guatemala. Las vertiginosas circunstancias de esa nación en el último tercio del siglo XIX, cuando el café y los proyectos de construcción de un canal interoceánico colocaron a Centroamérica en el foco de las intrigas políticas y económicas internacionales, son el trasfondo histórico de El esposo divino. Su narrador, alter ego de Goldman, es un historiador local de Wagnum, Massachusetts, que acicateado por las confidencias de la anciana heredera de una fábrica de globos de caucho, decide reconstruir la existencia de sus padres: la bella María de las Nieves Morán, hija de padre neoyorquino y madre maya, a quien las convulsiones políticas de su país obligaron a emigrar a los Estados Unidos, y el también mestizo, pero oriundo de Nueva York, Mack Chinchilla, fundador de la fábrica. El tercer protagonista central es José Martí (1854-1895), cuyo poema La niña de Guatemala (el poema de amor al que alude la primera pregunta) proveyó a Goldman la inspiración inicial. Sin ser una novela sobre Martí, El esposo divino está construida alrededor de datos cruciales de su vida y su obra, en especial Escenas norteamericanas, la serie de crónicas que escribió durante sus 15 años de exilio en Nueva York como corresponsal para varios periódicos latinoamericanos, y ensayos como Nuestra América. El esposo divino es una novela basada en la historia, pero no es una novela histórica. Es más una recreación de los hechos a la manera de las óperas del período, que acomodaban la verdad fáctica a las exigencias dramáticas del argumento. Goldman, que tardó siete años en escribirla, realizó una exhaustiva investigación documental, incluyendo la paciente consulta de periódicos de la época en el añoso archivo nacional de Guatemala (el polvo del ambiente le produjo una severa infección pulmonar). El detallismo enciclopédico con que describe la vida cotidiana en la Pequeña París centroamericana, como se conocía entonces a la capital del país, los viajes en barco o los espacios públicos de Manhattan, convierten al libro en una Francisco Goldman. Foto: Jerry Bauer. crónica del nacimiento de la modernidad, incluyendo uno de sus aspectos cruciales, la emancipación de la mujer. L a narración comienza durante los agitados días de la Revolución Liberal encabezada por Justo Rufino Barrios, El Anticristo, que como parte de su programa de modernización forzosa ordenó el cierre de los conventos; los acontecimientos desencadenados por esta medida constituyen el motor de la trama, que a partir de ese momento se irá ramificando en una selva fractal de argumentos y temas subsidiarios. Saltos de tiempo y espacio marcan el relato, obligando al lector a una concentración inusual para no perder de vista su hilo conductor: la peripecia de los tres protagonistas principales, y el encuentro final de los amantes. Comparado con María de las Nieves y Mack, el personaje de José Martí es el que menos evoluciona, pero su verdadera función en la arquitectura de la novela, como ya mencionamos, es otra. La obra está poblada por multitud de caracteres secundarios, cada uno de los cuales introduce una nueva historia, extendida a menudo por varias páginas: Paquita y María Chon, la amiga-competidora y la sirvienta india, respectivamente, de María de las Nieves, polos opuestos de la escala social; el paragüero José Pryzpyz y los hermanos Nahón, judíos emprendedores en un mundo trágico; El Muchacho Misterioso, posible padre de la hija de la heroína; o César Romero, latin lover de la época dora- JUN/JUL2008 da de Hollywood que al final de su carrera alcanzó fama más perdurable como El Guasón de Batman, y nieto, nada menos, de Martí, son una breve muestra. Varios críticos lo comparan con García Márquez, pero en Goldman no hay realismo mágico. Su única alusión fantástica, a Sor María de Ágreda, la monja que supuestamente poseía el don de la bilocación (estar en dos lugares al mismo tiempo), es un recuento casi periodístico de fuentes españolas del siglo XVII. Cuando el tema reaparece en la novela, es más bien como un relato de fantasmas à la Henry James, el dibujo ambiguo entre la realidad y la alucinación de los personajes. También se ha comparado al autor con Flaubert, y de los contemporáneos, DeLillo. Una influencia notoria, aunque no aparente, es Borges: a pesar de su extensión, la novela tiene una estructura de hierro: cada episodio, cada personaje, se replican simétricamente en otros, y la misse en abŷme de los relatos encastrados finalmente se engloba (la palabra no es fortuita) en un gran círculo narrativo. (Borges nunca escribió novelas, pero Goldman comenzó su carrera como cuentista.) Tan importante como su esmero constructivo es su particular uso del idioma. Como ya es norma entre los escritores latinos de los Estados Unidos, el narrador de El esposo divino habla como hablan los hispanos bilingües de este país, incorporando palabras y frases en español al inglés dominante. Este “cambio de códigos” o code-switching, imposible de reproducir en la traducción, es el núcleo de lo que los lingüistas denominan Spanglish, el vernacular de los barrios norteamericanos, que Goldman eleva al nivel de gran literatura. Más difícil es determinar si lo que hace Goldman es literatura latina. ¿Existe una definición que vaya más allá del origen étnico de los escritores o de los temas que tratan? Me inclino a pensar que la urgencia de una respuesta obedece más a una necesidad política o de marketing que a una exigencia artística. Las diferencias entre autores como Esmeralda Santiago, Piri Thomas o Miguel Piñero, por ejemplo, y otros como Oscar Hijuelos, Daniel Alarcón o Junot Díaz, son tan grandes que desafían la pertinencia de un rótulo común. El esposo divino es una novela norteamericana, no más latina de lo que las novelas de Philip Roth son judías o las de Toni Morrison negras. Goldman ha logrado articular lo que muchos sospechan, pero pocos han podido decir tan claramente: el hombre nuevo americano, el verdadero criollo cósmico, camina por las calles de Nueva York, de Houston, de Los Ángeles. Fruto del mestizaje acelerado por las migraciones, su presencia está cambiando el rostro de los Estados Unidos, obligándolo a reconocer lo que a causa de la ignorancia y los prejuicios ha permanecido invisible por demasiado tiempo; el efecto de este cambio para América Latina no tardará en verse. Se trata de lo que Walt Whitman, un siglo atrás, llamó el elemento hispano de la nacionalidad norteamericana, que también tiene su correspondencia en español. Pero esa es otra novela. www. revistaprl.com JUN/JUL2008 PRL 21 Escritoras: visibilidad es el problema Lina Meruane E scribir sobre la presencia de escritoras contemporáneas en la escena literaria latinoamericana es un ejercicio incómodo, para el que siempre parece necesario aportar explicaciones. En el prólogo a Usted está aquí, una sucinta colección de relatos de cinco mujeres (entre las que me encuentro), el crítico peruano Julio Ortega preguntaba: “¿Por qué escritoras?”. Como si dudara de su propio emprendimiento editorial o tuviera que justificarse ante la sospecha de estar auspiciando un nocivo gueto, Ortega se debatía. Hasta presentaba un argumento en su contra: “Hemos ya trascendido el feminismo clásico, reivindicacionista, cuya retórica igualitaria se volvió impositiva y al final subsidiaria del sistema que buscaba contestar”. A continuación el editor legitimaba su opción en la creciente (o acaso cada vez más visible) violencia contra las mujeres. Una violencia que cada día estrella las portadas de los diarios. Una serie de agresiones asentadas en otra violencia cotidiana, la discursiva. Una situación que, en la visión de Ortega, confirma que el género sigue siendo un tema álgido en estos tiempos: política, social y, también, literariamente. Ortega no está solo cuando diagnostica la violencia como un síntoma temático de la escritura actual: coincide con esta apreciación Guido Tamayo, el editor de Bogotá 39, quizá la antología más controvertida de los tiempos recientes. Pese a su reivindicación de la supuesta “diversidad” estilística y temática de esa antología mixta, el editor colombiano notaba la prevalencia de la agresión privada (no ya la política) en el conjunto de 39 relatos. “Las distintas violencias, ahora más sutiles que ruidosas, siguen clavándose en la piel de América Latina. No en sus venas abiertas sino en una circulación cerrada, más soterrada e hipócrita, desastrosamente común y oficialmente desestimada como lo es la violencia intrafamiliar”. A diferencia de Ortega, sin embargo, Tamayo no se detiene en la presencia femenina al referirse a la violencia que relatan esos cuentos. Elude de tal modo la cuestión del género que ni siquiera hace distinciones en el de los autores: habla de escritores, de narradores, de personajes, exclusivamente en términos masculinos. (Nótese el artículo que domina su sinopsis del libro: “Desde la mirada del niño o el adolescente, el adulto o el anciano, el homosexual y el moribundo, el viajero y el oficinista, todos descentrados, discrepantes de los asuntos del mundo…”). Post-feministas. Resulta sorprendente que habiendo autoras en ese libro (10 de los 39) y existiendo muchos relatos narrados por personajes femeninos, todas esas escritoras, narradoras y protagonistas femeninas hayan sido discursivamente borradas del prólogo. Acaso sin proponérselo, Tamayo ha efectuado con la palabra su propia violencia de género. Revisemos un momento la ausencia de escritoras en la escena literaria latinoamericana. Retrocedamos poco más de una década, a los tiempos en que la escritora dejaba de ser una figura única o atípica en cada país y empezaba a multiplicarse en todo el continente. Veamos: es 1996 y acaba de aparecer la antología McOndo con un prólogo incendiario contra esa literatura tropicalista que ya no representaba a los entonces nuevos narradores. La antología acometía contra el estereotipo dominante del realismo-mágico con otro paradigma igualmente estereotipante: el de un continente de narrativas urbanas, cosmopolitas, apolíticas y, sobre todo, post-todo: post-modernas, post-yuppies, post-comunistas. Y también, a juzgar por sus argumentos, post-feministas. En ese conjunto que se proponía dar cuenta de una tendencia no existían las narradoras. No parecía haber ninguna latinoamericana o española que escribiera cuentos urbanos (post-macondianos) dignos de sumarse a las páginas de la antología. O, por lo menos, sus editores, los escritores chilenos Alberto Fuguet y Sergio Gómez, nunca las encontraron. “Estamos conscientes de la ausencia femenina en el libro. ¿Por qué?”, se preguntó la dupla. “Quizá esto se deba al desconocimiento de los editores (¿se referían a ellos mismos?) y a los pocos libros de narradoras hispanoamericanas que recibimos”. Como si en los tiempos pre-google las autoras estuvieran condenadas a no ser detectadas ni conocidas ni leídas ni recomendadas. De hecho, esta fue la misma dificultad que encontraron, el mismo año de la bullada McOndo, los editores colombianos del volumen de relatos 17 narradoras latinoamericanas. Al apartarse del círculo de autoras consagradas en los años ochenta (Lispector, Poniatowska, Peri Rossi, Allende, Ferré, Alegría) los editores verificaron la enorme dificultad para dar con autoras noveles: “Nuestra búsqueda demostró que aunque existen muchas narradoras jóvenes que vienen produciendo una literatura de gran calidad, son poco conocidas por no haber tenido acceso a los medios de publicación fuera de sus países”. En la antología no había novatas, salvo por la notable narradora chilena Andrea Maturana, una escritora de 27 años que había debutado precozmente con relatos contemporáneos, urbanos, de mínimos pero poderosos dramas íntimos, en la línea de algunos de los textos reunidos en McOndo. Y quizá porque sí había narradoras a la mano, quizá porque ya en los noventa la escena literaria comenzaba a estar más que poblada de autoras que reunían los requisitos de edad, calidad, temática de tendencia mcOndiana, sea que Fuguet y Gómez necesitaron justificar su ejercicio de abstención. Pero que nadie se equivoque: la aclaración, lejos de ser un mea culpa, acababa con una afirmación contundente: “Dejamos constancia de que en ningún momento pensamos en la ley de las compensaciones solo para no quedar mal con nadie”. Muchos coincidirán con esta afirmación. En literatura no vale la noción abstracta, exacta, discutiblemente democrática, del cuoteo. No valen las exigencias editoriales de incorporar a escritoras (al margen de la calidad de sus textos) solo para llenar el cupo de mujeres y “no quedar mal” con las lectoras. No vale tampoco la corrección política ni el criterio de diversidad. Vale la calidad literaria, punto final. A sí sentencia el sentido común. Y es verdaderamente difícil no encontrarle razón al argumento ideal (pero por lo mismo, ilusorio) que insiste en la pureza del gusto literario. Pero la literatura no existe en el vacío y el criterio del gusto o del valor nunca es neutro ni imparcial. El “valor literario” que nos parece de sentido común contiene altas dosis de capricho y está intervenido por otros intereses. El gusto como valor dentro del campo literario es, a menudo, mucho menos gusto personal de el o los editores que producto de una serie de convenciones, negociaciones y operaciones editoriales que legitiman a las figuras que representan determinadas sensibilidades o intereses, figuras y obras que legitiman ciertas temáticas y resguardan ciertas estéticas. Ya en 1999, el crítico español Eduardo Becerra daba cuenta de las dificultades para determinar un criterio que permitiera dar cuenta de la variada producción literaria de “escritores y escritoras” en español. En el prólogo a Líneas aéreas, acaso la más ambiciosa antología del cuento latinoamericano contemporáneo editada a la fecha, Becerra señalaba dos principios que debían ser usados complementariamente en toda selección. Puesto que el “criterio de calidad” es “ambiguo, arbitrario y por ello discutible”, este requería ser completado con el “criterio de representatividad” –una suerte de antídoto contra lo subjetivo. Para el editor de esta “guía de la narrativa para el siglo XXI”, la representatividad vendría a compensar con un criterio objetivo lo puramente personal, al elegir autores entre aquellos “nombres (que) despuntan en el contexto narrativo de sus respectivos países e incluso en el del conjunto continental”. El resultado: apenas 14 de los 70 relatos reunidos en ese grueso volumen resultaron llevar la firma de alguna narradora. ¿Tan pocas podía encontrarse siguiendo el criterio de la calidad? ¿O fue la falta de representatividad el problema? Creo que el problema residía y todavía reside en este criterio cuantificable de la representatividad. Representatividad significa visibilidad pública, y esta le ha sido históricamente esquiva a las escritoras. Las autoras pueden haberse multiplicado pero 22 PRL www. revistaprl.com PRL se publica seis veces al año. Cada edición pasa revista a lo más estimulante y original de lo recientemente publicado en literatura, biografía, memoria, historia, política, filosofía, ciencia. Aproveche nuestras tarifas introductorias. Suscríbase ahora y reciba PRL cada dos meses. Edición impresa EE. UU., Canadá, América Latina . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . US$ 21 Resto del mundo. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . US$ 28 PRLONLINE. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . US$ 15 Edición impresa + PRLONLINE EE. UU., Canadá, América Latina . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . US$ 29 Resto del mundo. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . US$ 36 Obtenga cada edición de PRL en un PDF con diseño propio. La suscripción anual otorga acceso a todas las ediciones de PRL. Para preguntas sobre su suscripción o para ordenar una por teléfono por favor contáctenos llamando al 212.864.4280 o visitando www.revistaprl.com. También puede suscribirse enviando un cheque o money order a: Mido Editores, 474 Central Park West, New York, NY 10025. JUN/JUL2008 el espacio público todavía es un territorio dominado por los escritores. Ese escaso acceso a los medios les resta visibilidad y limita su llegada a los lectores. Esa falta de visibilidad pública tiende a entorpecer la lectura no solo de sus obras sino también de las obras que ellas leen y podrían recomendar. Esa invisibilidad tiende a obstaculizar la obtención de becas de creación, a dificultar las invitaciones a encuentros literarios o a ferias, a diferir el contacto con otros autores y autoras que eventualmente las leerían y hablarían públicamente de sus obras, harían que sus libros circularan, todo lo cual les facilitaría la entrada a esas grandes editoriales españolas que siguen siendo casi en exclusiva las empresas (¿culturales?) con fuerza para llegar a las librerías de América Latina y por ende a una multitud de lectores. El perro que se muerde la cola tiene un panorama menos arduo. En la vía hacia renovadoras experiencias literarias siempre ha sido crucial la figura de un editor que podría calificarse, a riesgo de anacronismos, revolucionario. Ese editor o editora que puede jactarse de introducir en su catálogo o en su antología un texto de sensibilidad diferente, un texto raro, un texto que relata experiencias distintas. Esa editora o editor que tras dedicarse a la ardua tarea de hurgar debajo de las piedras, y de leer exhaustivamente, aplicando un gusto educado en la verdadera diversidad, se atreve a pensar en lo literario como emprendimiento cultural. No solo arriesgándose a lanzar textos inéditos de factura reciente sino también a rescatar a autores y autoras olvidados o ignoradas. Un editor que realiza las necesarias “compensaciones” que Fuguet y Gómez rechazaban en su manifiesto. Sin ese esfuerzo revolucionario por romper la tan cómoda costumbre de incluir siempre lo probado y dejar fuera lo menos conocido, sin correr esos riesgos necesarios, la literatura en general y la latinoamericana en particular no habría dado pasos hacia ningún lugar, nunca. Habría quedado atrapada en el hechizo internacional del realismo mágico del boom –otra convergencia exclusivamente masculina. Si es cierto que toda antología es el reto, afortunado o infortunado, de visibilizar escrituras, entonces es preciso anotar que, aunque parece prematuro, se vienen verificando cambios y nuevas inclusiones: el surgimiento de antologadores y antologadoras que están colgando en pantalla, y así multiplicando, los textos de nuevos y no tan nuevos escritores y escritoras. Sus antologías electrónicas acaso constituyan verdaderos proyectos de avanzada: son los que están permitiendo a los lectores iniciar una relación íntima con voces anteriormente desconocidas. Esas son las antologías que están llenando los vacíos, permitiendo también que las obras de las escritoras, las recientes y las consagradas, no sean simplemente un reducto en los departamentos de estudios de género. JUN/JUL2008 www. revistaprl.com PRL 23 Greene desbanaliza la experiencia Pedro Ángel Palou En tierra de nadie de Graham Greene. Traducción de Juan Bonilla. Barcelona, Seix Barral, 2008, 128pp., US$22.44 E n ocasiones la infinita necesidad de reciclar autores lleva al mundo editorial a comportarse como ave de carroña: desempolva y desentierra cadáveres literarios que no agregan nada a la obra conocida de los autores en un mero afán comercial. El lector devoto se decepciona y quien no ha fatigado las páginas del autor de marras de cualquier manera no lo lee (sería interesante que alguna revista encuestara sobre las grandes obras compradas y nunca leídas en las bibliotecas de las distintas culturas de nuestra casi ágrafa postmodernidad). No es el caso de la que hoy nos ocupa; esta hermosa edición de En tierra de nadie pone en manos del curioso lector un texto impecable hasta hace poco inédito en inglés del célebre autor británico de El factor humano. ¿Por qué leer un relato escrito hace medio siglo de un escritor reciclado editorialmente? ¿Para qué sirve la literatura?, me pregunto hoy con insistencia. Dice Martin Amis –el novelista inglés autor de Campos de Londres- en su reciente memoria, Experiencia, que antes cada hombre llevaba una novela adentro –yo acotaría, una saga siempre familiar– pero que hoy, en este mundo locuaz, verborreico, mediático, todo hombre o mujer lleva dentro una memoria, no una ficción. Esa memoria les parece a quienes se la cuenta –o a sus posibles lectores– auténtica, ejemplar, una verídica crisis del corazón. Nada, entonces, puede competir con la experiencia hoy en día, tan incuestionablemente individual, democrática y liberal. La experiencia es lo único que compartimos en igualdad, y todos tenemos una noción de ello. Nos rodean, entonces, casos especiales, vidas contables en una atmósfera de celebridad universal. Sin embargo, no se trata ya de los quince minutos de fama a los que todos tenemos derecho en la vida, según Andy Warhol, sino la fama completa de cada instante de la vida, aunque dicha celebridad solo exista en nuestras propias mentes. Es la fama karaoke, la fama del talk show tan de moda. Como novelista me interesa particularmente la reflexión precedente. Muchas veces me han preguntado si lo que he escrito en un cuento o una novela me ha ocurrido en verdad. Sin embargo, para quienes utilizamos la experiencia –o las inconscientes fusiones de las experiencias– para construir ficciones tal reclamo de verdad o de realidad nos parece un tanto injusto. Pero hay sentido. El libro más vendido del último tiempo, Las cenizas de Ángela de Frank McCourt, hoy transformado en película, lo fue porque narraba el testimonio no fictivo de un hombre concreto. Justamente los lectores de hoy buscan esas historias reales, aunque descubran que son fabricadas para dar la ilusión de realidad –como en los talk shows a los que ya me referí o en los programas sensacionalistas tipo Primer impacto o como cuando productores antiéticos pagan dinero a rateros preordenados para actuar un asalto callejero. Los lectores actuales, tal parece, no nos podemos identificar con un héroe novelístico porque no hay heroísmo ni épica posibles en nuestros días. Así las cosas nadie lee novelas con inocencia ni se cree esa esencial trampa ficcional. Antes se leía novelas porque nuestro mundo era ancho y ajeno, insuficiente. Hoy se lee memorias porque se considera que una vida, toda vida, es autosuficiente. ¿No estaremos glorificando la banalidad? La crudeza ha sustituido a las verdades sutiles, incontrovertibles, y la experiencia siempre individual, siempre egoísta con verdad o tintes de verdad –como en Boys Don’t Cry o Amores perros– ha sustituido para siempre a la experiencia colectiva, social. Aquí y así nos tocó vivir. En ese contexto, sin embargo, es que una edición como esta tiene sentido. Nos devuelve la esperanza en esa patria perdida que es la literatura, nos recuerda el poder de la ficción. En tierra de nadie nos lleva como solo puede hacerlo un verdadero maestro del revés de la trama –Greene– a un territorio donde nadie le rivaliza: el de la palabra. Poco importa que el relato se haya escrito como tratamiento para una película que además nunca se filmó. Lo único que vale aquí es que estamos ante un gran narrador, uno de los últimos. Decía Robert Louis Stevenson que para poder atrapar al lector el escritor debía tenerle una confianza ciega a su propio narrador. Es el viejo Dichter de la tradición oral: el que habla por el pueblo. Eso lo sabe Greene, quien nos toma del pescuezo en la primera línea y nos lleva, sin aliento, casi sin respirar, hasta el punto final. El prólogo –también tomado de la edición inglesa– de David Lodge nos sirve para situar el manuscrito y la labor de Greene en el cine, a la que pertenece el relato. ¿Pero qué es lo que tenemos entre las manos? Fríamente: un tratamiento cinematográfico, esto es un índice detallado de lo que la película y el guión posterior pretenden mostrar. ¿Se puede filmar lo que Greene escribió? Probablemente no, porque un maestro de la narrativa siempre sobrepasa los límites de lo pretendido: el relato es más sabio que su autor, porque viene de más lejos (pienso en otro ejemplo célebre e igualmente poco conocido, el tratamiento de John Steinbeck para Elia Kazan de Zapata). Y, entonces, ¿cómo leemos En tierra de nadie? Me apresuro: como literatura, simple y llanamente; como un excepcional y sutil relato de espionaje (el único texto de ficción, por cierto, escrito por Greene entre El tercer hombre y El fin de la aventura). En 1950 Greene visitó la montañas Hatz, donde estaría ambientada la película y escribió a su agente, listo para empezar el relato. Allí aparentemente todos los primeros de mayo se aparecía un espectro. Greene al principio coqueteó con la idea de que se apareciese Teresa Neumann, la mística alemana estigmatizada, motivo de las peregrinaciones al lugar. Luego, en su lugar, dejó a la Virgen María, quien también se aparece a dos niñas en medio de la ocupación rusa. ¿Por qué escoge Greene este lugar en particular? El ambiente es perfecto para una película de espionaje, es obvio. Pero no vamos por allí. Desde el Fausto de Goethe el lugar ha quedado asociado con lo misterioso y lo sobrenatural, el lugar ideal para que ocurra esa revelación que para un católico es el amor. Estamos leyendo a un novelista inglés y también, por qué no, a san Pablo. A llí están todos los elementos: espionaje, tensión británicorusa, catolicismo. Lo único que faltaba era la historia de amor. El novelista estaba esos días corroído por los celos, ya que sospechaba que su amante Catherine Walston se veía con un oficial del ejército norteamericano. La mujer del relato que ama al protago- nista Richard Brown a primera vista, está inspirada en su propia amante. Redburn –un oficial británico– es quien cuenta la historia y un oficial ruso, Starhov, es el antagonista de Brown. Como en todos los triángulos amorosos de Greene –piénsese en El tercer hombre–, aquí el protagonista y su propio oponente ruso cada uno en distintos momentos salvan a la mujer. Este carácter mesiánico del amor es, sin embargo, lo que le da a la historia su sabor. Y aquí llego al punto que deseaba comentar, el valor de este texto rescatado entre los papeles del novelista inglés, su pertinencia. Me atrevo a decir que radica en el manejo singular de la atmósfera. Dice René Girard que el deseo es mimético por excelencia, esto es que siempre se desea lo que es deseado por un tercero. Aquí esta intuición del antropólogo francés es llevada a su paroxismo. Me atrevería a decir que la filiación mayor de la historia no es el thriller sino el relato de amor. ¿A cuál de sus salvadores preferirá la mujer? Al primero, que para salvarla la ha capturado, o al segundo, quien probablemente la lleve a la muerte. Toda la literatura de Greene es de una penetración psicológica excepcional. Aquí, en En tierra de nadie, vemos la agudeza de las descripciones, la profundidad de la mirada. Si la película no llegó a filmarse tenemos estas páginas luminosas sobre el corazón humano que me recuerdan ese momento de la Justine de Durrell en donde la protagonista dice: “Dime quién inventó el corazón humano y muéstrame dónde lo ahorcaron”. La protagonista femenina del relato le contesta a Brown, a la pregunta expresa sobre qué está pensando: “Me preguntaba si terminaremos donde comenzamos”. Toda la fuerza del relato está condensada en esa frase que el lector, cuando lea este libro, recibirá como una puñalada. Toda la tensión narrativa, además, en esa escena. La literatura, por otro lado, está también presente en cada fragmento del relato gracias a Turgéniev a quien Starhov adora. Graham Greene acostumbraba leer mientras viajaba. A las montañas hertz se llevó El Rey Lear de las estepas y En las vísperas, las dos obras de Turgéniev que aparecen por todo En tierra de nadie (incluso el nombre del protagonista ruso es compartido). Y de allí que el tema principal de la historia sea la confianza (y la traición a la confianza, por supuesto). En el inicio de la Guerra Fría hay esta segun- www. revistaprl.com 24 PRL da historia política que subyace a todo el texto amoroso. Tiene razón Ricardo Piglia cuando afirma que en todo gran relato hay dos historias: la que se cuenta y la silenciosa. En Kafka, la que se cuenta es terrible, la que se calla es banal, como en La metamorfosis; en Hemingway, la que se cuenta es banal, la que se calla atroz. ¿En Greene, un maestro indiscutible? Las dos historias, finalmente, coinciden: en su literatura siempre estalla una bomba en manos del lector. La que se cuenta es cruel y dura. Un relato de espionaje ambientado en territorio ocupado por los rusos. El protagonista ha ido allí para recuperar información privilegiada que su propio hermano –un espía acribillado– ha dejado encriptada. La otra historia, la que nos sobrecoge, es un relato sobre la fuerza destructiva del amor, otra guerra. Greene nos deja una pregunta central, ¿será posible, habrá alguna manera, la que sea –filosóficamente, poéticamente, psicológicamente– de resolver los conflictos éticos, las sensibilidades que luchan detrás de ellos? Quizá solo nos deje, también, la sensación de un irreconciliable –pero irrenunciable– sentido de conflicto entre aquellas personas que se creen moralmente serias y su papel social. Como J.M. Coetzee –con quien Greene guarda muchas similitudes– apunta en su ensayo Emergiendo de la censura: el escritor ocupa una posición que simultáneamente se encuentra fuera de la política, rivaliza con la política y domina la política, lo que le hace correr un riesgo desmedido, producto de ese orgullo: el riesgo que corre el escritor como héroe es el de la megalomanía. Es el terrible invento de Carlyle, creer que el escritor ante su mesa de trabajo es un héroe (aunque sea solo un héroe que resiste) y en el caso de un contador de historias no solo eso, alguien que narra. Y Greene lo hace a sangre fría, por eso nos hechiza. La literatura está siempre relacionada con el territorio de la felicidad, que es la infancia, dice Greene en su hermosísimo ensayo La infancia perdida. Pero la tragedia es que ese territorio se nos ha escapado para siempre, solo podemos volver a él vicariamente. La novela, el cuento, son vehículos privilegiados para llegar a ese conocimiento profundo de un territorio del que nunca quisimos salir. Dickens decía que Caperucita Roja había sido su primer amor, cuando las experiencias literarias eran experiencias colectivas, sociales, compartidas. Hoy nadie ama a un personaje de cuento: carece de la carne de la realidad, de la blanda consistencia de la nada de la que todos estamos hechos según se empeña en hacernos creer la postmodernidad. Hegel decía que la oración del hombre moderno era la lectura del periódico por las mañanas. Hoy el hombre postmoderno reza chateando. En medio de ese territorio devastado que es la experiencia la literatura tiene un valor supremo: le otorga densidad, la desbanaliza, la universaliza. Greene lo sabe y por eso nos atrapa, para hacernos vivir. ¿Estás dispuesto a correr el riesgo? Sumérgete en sus páginas. JUN/JUL2008 Cataratas de papel Manuel Lucena Giraldo E l verano de 2006 no fue tan tórrido como el de 2003, que inauguró en el imaginario de los europeos lo que suponía en sus vidas el calentamiento global y exterminó a decenas de miles de jubilados, cuya penosa existencia había sido olvidada por las instituciones públicas, obligadas entonces a hacer un recuento de los vivos a fin de conocer la identidad de los muertos. Sin embargo, para el renombrado crítico cultural español Manuel Rodríguez Rivero la canícula de 2006 resultó no menos inolvidable, pues en la madrugada de un día cualquiera de agosto sufrió un terrible accidente doméstico. Una estantería de su casa madrileña, quizás sobrecargada por el esfuerzo de soportar varios cientos de volúmenes colocados por su dueño en ángulos improbables e inverosímiles durante muchos años, colapsó de madrugada, en riguroso cumplimiento de la ley de Murphy, en el peor sitio posible, sobre el computador, produciendo tal trauma en el mencionado crítico que por primera vez en cinco años faltó a la cita semanal con sus lectores del suplemento cultural del periódico Abc. La fantasía agónica de un crítico, la de fallecer sepultado por los libros pendientes de lectura, fue cumplida también –esta vez en forma de simple aviso–, pero los aspectos crudamente materiales del dramático episodio no resultan desdeñables, si consideramos la avalancha de libros publicados mes tras mes y año tras año a la que deben hacer frente, nunca mejor dicho, tan esforzados agentes culturales (o escritores frustrados, como dijo un famoso novelista, cuyo nombre he olvidado). Al hilo de esta reflexión tumultuosa, se ha hecho pública con el retraso de todos los años la información sobre la producción editorial española de 2007, elaborada por el Instituto Nacional de Estadística (INE). El año pasado (de crisis en el sector, como todos los que se recuerdan) hubo 72,914 títulos publicados (de ellos 63,397 fueron libros y el resto folletos, de cinco a 48 páginas), un 10% más que en 2006 y casi veinte mil más que en 1998, cuando se editaron 55,800 títulos. Fueron primeras ediciones 68,439 y reediciones 4,475 títulos. La tirada media continuó una tendencia descendente y bajó un preocupante 19.4%: se situó en 3,111 ejemplares. Por eso, la cifra total de ejemplares editados descendió un 11.3% y se quedó en “solo” 226.9 millones. Aunque como señaló John Kenneth Galbraith existen dos tipos de mentiras, las que lo son por sí mismas y las estadísticas, las referencias temáticas y cualitativas también son interesantes, a pesar de que expresadas “en bruto” (nunca mejor dicho) resulten indiscutibles. Así, continúa el informe, la literatura ocupó 19,371 títulos, seguida de 14,940 de ciencias sociales, 9,461 de ciencias aplicadas y 8,081 títulos “del ámbito de las artes”. Según el INE, la edición de libros de texto subió un 7%, mientras que la de libros para niños (no dedicados a la enseñanza, con un 62% de títulos en formato de folleto) descendió un 2.6%. En cuanto al número de páginas, el tamaño más habitual se situó entre las 101 y las 200; tres de cada 10 títulos en 2007 tuvieron esa longitud, aunque en las categorías relacionadas con derecho, historia y biografía se situaron entre 301 y 500 páginas. De todo ello se deduce que literatura, historia y crítica literaria dominaron el panorama editorial, pues supusieron el 43% del total de ejemplares editados. Las mayores tiradas medias correspondieron a literatura (5,040 ejemplares por título) y filología e idiomas (4,861). Les siguieron a mucha distancia derecho, administración pública, previsión y asistencia social, seguros (7.0%), historia y biografía “puras” (5.8%), artes plásticas y gráficas, fotografía (5.7% ) y ciencias médicas y sanidad (5.6%). Los datos editoriales reproducen la vieja contienda Madrid-Barcelona, polarizada alrededor de los dos grandes grupos editoriales y mediáticos españoles, Prisa y Planeta, cuyas cabeceras se radican en ambas ciudades. En Madrid se produjeron 25,521 títulos (96.7 millones de ejemplares) y en Barcelona 18,570 (81 millones); les siguen Andalucía con 7,000 y Valencia con 3,734. El dato da idea de la localización regional de la industria, pues acumulan el 78% del total pese a la existencia de distintas lenguas oficiales además del español o castellano en su vertiente peninsular, con el que compiten en algunos casos gracias a políticas educativas excluyentes, fuertes subvenciones públicas a las tiradas o la presencia exclusiva en eventos internacionales. El último de estos episodios fue el de la reciente Feria del Libro de La Habana, donde el gobierno gallego –representado por una consejera nacionalista radical– solo invitó escritores en esa lengua y políticamente afines, ignorando, según lo que es casi una costumbre, a los autores de esa procedencia que publican en español. Lo cierto es que el 78.6% de los títulos (82.9% de los ejemplares) se editó en esta lengua, mientras que en catalán, valenciano y balear (el ISBN prescinde de discusiones dialectales) se publicó el 10.4%, en gallego el 2.0% y en euskera un 1.5% del total. En cuanto a las lenguas extranjeras, el inglés representó el 48.3% de los títulos editados en idioma extranjero (59.6% de las traducciones), con un incremento del 12.7% respecto a 2006, y el portugués se situó por detrás, con el 16.4%. Semejante avalancha de papel es el producto de unas 1,400 empresas editoriales según datos del ISBN, que se agrupan en un número más pequeño y fiable en la Federación de Gremios de Editores, con 776 asociados. Según sus propios datos, el nivel de concentración es brutal. Solo treinta empresas, que venden más de 18 millones de euros anuales, acumulan el 63% de la facturación del sector. El resto lo comparten las restantes 746 empresas, de las cuales 449 facturan menos de 600,000 euros. Pero este es un negocio peculiar. Pese a las enfermedades que aquejan al ecosistema-libro, con la existencia de grupos muy poderosos que conocen y ocupan los mercados, los cos- tos disuasorios de la producción, los márgenes abusivos de la distribución, la decadencia o desaparición de las librerías de barrio “de toda la vida” y la dificultad de la innovación, el número de las pequeñas editoriales sigue creciendo. Es más, en su seno se diseñan colecciones y líneas de negocio que acaban por copiar los grandes grupos cuando se enteran de que existen lectores dispuestos a arriesgar y optan por propuestas diferentes. Uno de los casos más notables es El acantilado, dirigida por Jaume Vallcorba y premio a la labor editorial en 2002, que ha sacado a la luz autores “de riesgo” y desconocidos como el húngaro Imre Hertész, a quien confirieron el premio Nobel con posterioridad, además de reeditar clásicos descatalogados como el inigualable Stefan Zweig –la literatura centroeuropea es una de sus especialidades– y de promover traducciones rigurosas y actualizadas de títulos clásicos faltos de revisión. Este fue el caso de la espléndida Vida de Samuel Johnson, Doctor en leyes de James Boswell en traducción aparecida el año pasado de Miguel Martínez-Lage. No hay duda de que se trata de 1,992 páginas y 53 euros muy justificados, como señaló el infalible Lytton Strachey: “Sería difícil encontrar una refutación más contundente de las lecciones de moralidad barata que la biografía de Boswell. Uno de los éxitos más notables de la historia de la civilización lo logró un individuo que era un vago, un libidinoso, un borracho y un esnob. Y tampoco fue uno de esos éxitos explosivos y repentinos que suelen ser frecuentes entre los genios jóvenes, como el florecer de un Rimbaud o un Swinburne. Fue más bien fruto de largos años de acumulación de energía, fue la expresión suprema de toda una vida. Boswell triunfó mediante el esfuerzo de abandonarse a su instinto durante cincuenta años”. A ver quién lo mejora. Mientras tanto, el presente 2008 envía mensajes contradictorios, en especial por venir asociado a una crisis económica que ha tomado carta de naturaleza. Según afirman los expertos, esta puede afectar al mercado del libro de dos maneras: en negativo, al reforzar la tendencia a que se venda un número de ejemplares limitado y de los mismos títulos, pero también en positivo, pues un libro sale por lo general más barato que una colonia o una corbata y como regalo queda igual de bien (o mejor). Por otra parte, las inercias del mercado editorial han hecho coincidir esta primavera española tres libros de tiradas literalmente millonarias. Se trata de Un mundo sin fin, del británico y antiguo reportero de sucesos Ken Follett (Random House, 30 euros, 1,136 páginas., 1.650 kilos de peso), Harry Potter y las reliquias de la muerte, el séptimo de la saga de J. K. Rowling (Salamandra, 22 euros, 42,000 ejemplares vendidos al día en su etapa inicial) y El juego del ángel, el esperado libro de Carlos Ruiz Zafón (Planeta, 25 euros, 600 páginas). Más de una treintena de títulos han alcanzado en los últimos seis meses ventas superiores a los 50,000 ejemplares. Así que crisis hay para todos… excepto para algunos. ibero-anuncio 20/5/08 07:02 Página 1 JUN/JUL2008 www. revistaprl.com PRL 25 Iberoamericana Editorial Vervuert 2008 Jáuregui, Carlos A. CANIBALIA Canibalismo, calibanismo, antropofagia cultural y consumo en América Latina Edición corregida, 750 p. (Ensayos de Teoría Cultural, 1) Tapa dura/Hardcover USD 142 / Rústica USD 60 ISBN 9788484892991 Pr emio C asa de las Amér icas 2005 * Canibalia traza la genealogía múltiple del caníbal y sus permutaciones, que incluyen al caribe, a la mujer caníbal, al Calibán de Shakespeare, de Fernández Retamar, de Césaire y de Lamming, y al antropófago de Oswald de Andrade, para marcar el lugar del otro en el imaginario del colonizador. El estudio expone de qué modo el caníbal es reapropiado por diversos proyectos indigenistas, vanguardistas, revolucionarios o americanistas como una seña de identidad y como un tropo de apoderamiento por ingestión. Chang-Rodríguez, R. (ed.): «Aquí, ninfas del sur, venid ligeras». Voces poéticas virreinales. 448 p. (Textos y Estudios Coloniales y de la Independencia, 18) USD 29,80 ISBN 9788484893431 rústica / USD 98 ISBN 9788484893943 tapa dura Igler, S.; Stauder, T. (eds.): Negociando identidades, traspasando fronteras. Tendencias en la literatura y el cine mexicanos en torno al nuevo milenio. 280 p. (Estudios latinoamericanos, 49 [Erlanger Lateinamerika-Studien]) USD 40 ISBN 9788484893608 Lienhard, M.: Disidentes, rebeldes, insurgentes. Resistencia indígena y negra en América Latina. 164 p. (Nexos y diferencias. Estudios de la cultura de América Latina, 21) USD 24,80 ISBN 9788484893493 Perkowska, M.: Historias híbridas. La nueva novela histórica latinoamericana (1985-2000) ante las teorías posmodernas de la historia. 372 p. (Nexos y diferencias. Estudios de la cultura de América Latina, 19) USD 40 ISBN 9788484893196 Saranyana, J. I. (dir.); Alejos Grau, C.-J. (coord.): Teología en América Latina II/ 2. De las guerras de independencia hasta finales del siglo XIX (1810-1899). 1126 p. USD 96 ISBN 9788484893332 * Disponibles los 4 vols. al precio especial de USD 240 ISBN 9788495107473 Sigüenza y Góngora, C. de: Oriental Planeta Evangélico. Edición de Antonio Lorente Medina. 128 p. (Biblioteca Indiana, 11) USD 25,80 ISBN 9788484893479 IBEROAMERICANA - VERVUERT. Madrid: Amor de Dios, 1 - E-28014. Tel.: +34 91 429 35 22 - Fax: +34 91 429 53 97 Frankfurt: Elisabethenstr. 3-9 - D-60594 . Tel.: +49 69 597 46 17 - Fax: +49 69 597 87 43 www.ibero-americana.net Para pedir en los Estados Unidos/Orders in the US: www.amazon.com - www.latambooks.com - www.latinamericanbooks.com www. revistaprl.com 26 PRL JUN/JUL2008 La retórica del conquistador Roberto González Echevarría Rhetorical Conquests. Cortés, Gómara, and Renaissance Imperialism de Glen Carman. Purdue University Press, 2006, 249pp., US$43.95 C ortés es una de las personalidades más polémicas del período colonial; en ciertos momentos la leyenda negra gira casi enteramente alrededor de su persona. Sus proyecciones en el pensamiento y la literatura posteriores son tan marcadas como las de personajes literarios como Don Juan o Don Quijote o Lazarillo de Tormes, porque Cortés tiene muchas afinidades con esas figuras. Como hará Don Quijote, Cortés se organiza una campaña caballeresca; como Don Juan, violenta, seduce y engaña a quienes lo rodean; y como Lazarillo, escribe epístolas a autoridades superiores (la más alta de todas en su caso) solicitando legitimidad y absolución. De hidalgo se eleva a Marqués del Valle y a héroe nacional –nada menos que la contrapartida de Lutero. Cortés encarna la moderna voluntad de poder implícita en las transformaciones que experimentan esos personajes literarios. Su técnica consiste en ejercer la fuerza sobre otros, ya sean españoles o indios, sin respetar leyes ni costumbres. Por eso es inevitable que la literatura absorba a Cortés, ya que Cortés, desde fuera de ésta, refleja algunas de sus más grandes creaciones. Es debido a todo lo anterior que Cortés ha sido estudiado tantas veces por críticos e investigadores literarios como Glen Carman, quien en su estudio, que abre con una cita del Quijote, está muy consciente de la dimensión literaria del conquistador. Carman estudia contrastes retóricos entre los escritos de Hernán Cortés y los de su secretario y biógrafo, el humanista Francisco López de Gómara, en un contexto histórico que abarca todo el proceso de la conquista de México e incluye no pocos comentarios oportunos sobre otros cronistas como Pedro Mártir de Anglería, Gonzalo Fernández de Oviedo y Bernal Díaz del Castillo. Aunque hay omisiones bibliográficas que citaré, se trata de un libro concebido según las prácticas de la crítica académica, atento a lo que se ha escrito sobre el tema en cuestión, y con argumentos concebidos en un contexto histórico suficiente. Aunque no es su intención principal sino parte de su montaje, Rhetorical Conquests ofrece una buena síntesis y resumen de la conquista de México y del desarrollo de la historiografía sobre ésta, desplegando una clara sucesión de quién leyó a quién, cuándo y cómo esas genealogías textuales inciden en la visión de conjunto que tenemos del acontecimiento. Carman también demuestra un conocimiento cabal para su propósito de las doctrinas retóricas renacentistas y sus fuentes clásicas, y algo de la retórica judicial, aunque éste es su punto más flojo. La tesis principal gira en torno a la relación entre retórica y verdad, y cómo la concurrencia de las dos se traduce en poder, o por lo menos en justificación de las acciones perpetradas por el poder. En medio de estos razonamientos, y de los debates suscitados por la conquista entre Sepúlveda y Las Casas, se encuentra la controvertida figura de Cortés, el conquistador por antonomasia, y el monstruo de la leyenda negra. Tal vez por el prurito académico de demostrar que está al día, Carman malgasta espacio situándose en relación a trabajos recientes cuyos autores pretenden participar en polémicas políticas actuales librando batallas del siglo XVI, o alardean de defender principios morales fustigando a personalidades de la conquista por no comportarse según normas éticas de hoy, pero que haciendo un arqueo riguroso no han producido ni un solo libro digno de tomarse en serio. Más consecuente y sincero, Carman confiesa que “My own ‘locus of enunciation,’ by contrast, resides squarely within the modern/colonial world system” (4). También tiene la mala costumbre Carman de glosar los textos que cita, como si el lector no fuese capaz de entenderlos, y, en términos de su propia retórica, tiende a reiterar demasiadas veces las ideas principales de su libro sin llegar a dar una síntesis clara y convincente de la tesis global de éste. Las glosas y repeticiones pueden ser deformaciones profesionales de profesor. Otra curiosa falla, menor es cierto, pero que debo admitir me causó risa, es que Carman se refiere a los taínos que Cortés llevó consigo a México como “Cubans,” nacionalidad que no existía todavía en el siglo XVI. La tesis de Carman sobre Cortés no es nueva, pero está expuesta de una forma minuciosa como no lo había sido antes: Cortés conquista militar y retóricamente al ser protagonista y relator de sus acciones, y al concebir la conquista misma en términos retóricos. Gómara, por su parte, según Carman, amplía este concepto aduciendo que fue la idea de la conquista traducida a términos retóricos más que la convicción de que los españoles esgrimían una verdad avalada por la religión lo que triunfó sobre el imperio azteca. Ambos, propone Carman, podían distanciarse de su actuación retórica para darle forma a sus discursos y aumentar su poder, sobre todo Gómara, quien no sólo toma distan- cia de su narrativa sino hasta de su héroe, a quien no ceja en criticar. Gómara escribe como el humanista que fue, con un concepto de la retórica en que persuasión y belleza confluyen para fraguar la verdad; el buen estilo refleja el buen gobierno y viceversa, y la cabal representación de los protagonistas, no sólo en sus actividades bélicas sino sobre todo oratorias, revela su condición de adalides del bien. Los análisis que avalan estas ideas son convincentes, aunque Carman no sabe establecer la crucial diferencia entre retórica notarial y la retórica de la historiografía renacentista, ni parece estar consciente de que los discursos pronunciados por Cortés y Moctezuma revelan el carácter de éstos en acción, y que es éste el que contiene la verdad sobre ellos; la retórica era también una psicología. Aun así, su libro es una valiosa contribución a los estudios coloniales. Sorprende que Carman no tome en consideración el excelente libro de Don Paul Abbott Rhetoric in the New World: Rhetorical Theory in Colonial Spanish America, de 1996. Esta obra, aunque se centra en la retórica empleada con fines evangelizadores, da un buen panorama de la retórica renacentista a partir de la publicación por Poggio Bracciolini de la Institutio oratoria de Quintiliano, en 1416, y su desarrollo en España y el Nuevo Mundo a lo largo de los siglos XVI y XVII. Tiene Abbott muy buenas páginas dedicadas a fray Luis de Granada, Bernardino de Sahagún, Diego Valadés, Bartolomé de las Casas, José de Acosta y José de Arriaga, y un capítulo menos bueno sobre Garcilaso de la Vega, el Inca, y Felipe Huaman Poma de Ayala. Me permito señalar otra laguna. La integración de la retórica notarial que practicó Cortés con la de la historiografía renacentista, en que se basa Gómara, fue estudiada por el que suscribe en una serie de trabajos que, empezando en 1976, desembocan en Myth and Archive: A Theory of Latin American Narrative, de 1990, y que Carman no parece conocer. En breve, la retórica notarial sirve para fraguar el testimonio según fórmulas establecidas para relaciones, peticiones, cartas, memoriales y otros documentos legales que constituyen el trasiego burocrático del imperio; la retórica de inspiración clásica de la historiografía renacentista reordena todos esos materiales según cánones de persuasión y belleza en que se filtra todo lo que no sea pertinente al argumento en cuestión, amén de lo desagradable, y se hace a los protagonistas pronunciar discursos que ponen de manifiesto su personalidad y aptitud para realizar las acciones en que se ven implicados. El resultado es una verdad superior que es una con la política del imperio por su coherencia interna y estética –el Estado renacentista se concibe como una obra de arte, como arguye Maquiavelo. Pedro Mártir de Anglería y Hernán Pérez de Oliva son los precursores de Gómara en esta tendencia historiográfica, que va a alcanzar su culminación en el Inca Garcilaso, donde el resultado es de especial interés porque, como en Bernal Díaz, está entreverada con la retórica notarial típica del testigo. En la pareja Cortés-Gómara tenemos a representantes eximios de cada una de esas tendencias. Las Cartas de Cortés son documentos notariales como los de Colón y Pané, pero con características especiales que las dotan de un interés literario muy peculiar. En primer lugar, poseen una continuidad narrativa –en cada carta y en su conjunto– porque están centradas en un yo que vive y obra, que se enfrenta a una serie de circunstancias y reacciona ante ellas para modificarlas, y que se hace de una identidad narrativa, social y política en el proceso de contar sus peripecias. Segundo, Cortés tiene plena conciencia de la evolución de su narrativa y alude a ella en una serie de shifters en que se refiere a lo ya narrado y a lo que va a narrar. La organización es rudimentaria; Cortés no enmarca la acción en períodos sintácticos elegantes que enlazan las acciones, sino por contigüidad consecutiva, como haciendo una lista o enumeración, lo cual es típico de la retórica notarial, pero sí demuestran una tosca voluntad de eslabonamiento. En el siguiente ejemplo de la tercera carta vemos cómo Cortés abusa del polisíndeton, expresando una temporalidad que tiene algo de infantil en su expresión, con sus reiteradas conjunciones (y, y, y), pero que, como veremos, encierra un significado profundo que está en el fundamento mismo de la persona de Cortés y de su escritura. También pone de manifiesto las complejidades estilísticas del testimonio, y la posibilidad de analizarlo en términos retóricos. Nebrija define así la figura en su Gramática: “Polysyntheton es cuando muchas palabras o cláusulas se aiuntan por conjunción, como diziendo Pedro, y Juan, y Antonio, y Martín leen, o Pedro ama y Juan es amado, y Antonio oie, y Martín lee, y llama se polysyntheton, que quiere dezir composición de muchos”. El pasaje describe una acción bélica a la que Cortés intenta dar continuidad narrativa, difícil empeño porque se trata de hechos casi simultáneos, que él enmarca en el período de un día –“otro día” quiere decir “al día o a la mañana siguiente”: Otro día por la mañana llegó el alguacil mayor con los quince de a caballo, y yo tenía de los de Cuyoacán allí otros veinte y cinco, que eran cuarenta. Y a diez dellos mandé que luego por la JUN/JUL2008 mañana saliesen con toda la otra gente, y que ellos y los bergantines fuesen por la orden pasada a combatir y a derrocar y ganar todo lo que pudiesen, porque yo, cuando fuese tiempo de retraerse, iría allá con los otros treinta de caballo; y que pues sabían que teníamos mucha parte de la cibdad allanada, que cuanto pudiesen siguiesen de tropel a los enemigos hasta los encerrar en sus fuerzas y calles de agua, y que allí se detuviesen con ellos hasta que fuese hora de retraer y yo y los otros treinta de a caballo sin ser vistos pudiésemos meternos en una celada en unas casas grandes que estaban cerca de las otras grandes de la plaza. Y los españoles lo ficieron como yo les avisé, y a la una hora después de mediodía tomé el camino para la cibdad con los treinta de a caballo. Y allegados, dejélos metidos en aquellas casas, y yo me fui y me sobí en la torre alta, como solía. Y estando allí, unos españoles abrieron una sepoltura y hallaron en ella en cosas de oro más de mil y quinientos castellanos. Y venida ya la hora de retraer, mandéles que con mucho concierto se comenzasen de retraer, y que los de caballo, desque que estuviesen retraídos en la vplaza, ficiesen que acometían y que no osaban llegar, y esto se ficiese cuando viesen mucha copia de gente alrededor de la plaza. Y en ella los de la celada estaban ya deseando que se llegase la hora, porque tenían deseo de facello bien y estaban ya cansados de esperar. Y yo metíme con ellos, y ya se venían retrayendo por la plaza los españoles de pie y de caballo y los indios nuestros amigos que habían entendido ya lo de la celada. Y los enemigos venían con tantos alaridos, que parescía que conseguían toda la vitoria del mundo, y los nueve de a caballo hicieron que arremetían tras ellos por la plaza adelante, y retraíanse de golpe, y como hobieron fecho esto dos veces los enemigos traían tanto favor que a las ancas de los caballos les venían dando fasta los meter por la boca de la calle donde estábamos en la celada. Y como vimos a los españoles pasar adelante de nosotros y oímos soltar un tiro de escopeta que teníamos por señal, conoscimos que era tiempo de salir, y con el apellido de “señor Santiago” damos un súbito sobre ellos y vamos por la plaza adelante alanceando y derrocando y atajando muchos que por nuestros amigos que nos seguían eran tomados, de manera que desta celada se mataron más de quinientos, todos los más prencipales y esforzados y valientes hombres. Y aquella noche tuvieron bien que cenar nuestros amigos, porque todos los que mataron tomaron y llevaron hechos piezas para comer. Fue tanto el espanto y admiración que tomaron en verse tan de súpito ansí desbaratados que ni hablaron ni gritaron en toda esa tarde ni osaron asomar en calle ni en azotea donde no estuviesen muy a su salvo y seguros. Y ya que era casi de noche, PRL 27 que nos retraímos, paresce que los de la cibdad mandaron a ciertos esclavos suyos que mirasen si nos retraíamos o qué hacíamos. Y como se asomaron por una calle arremetieron diez o doce de caballo y siguiéronlos de manera que ninguno se les escapó. (Las cursivas negritas son mías) Por torpe que parezca y sea, Cortés ha logrado expresar una progresión temporal que abarca desde la mañana hasta la noche, pasando por el mediodía. En el Diário de bitácora de Colón, por contraste, se resuelve el problema de la temporalidad porque obedece a una pauta prescrita, cada día, pero Cortés tiene que generar sus unidades narrativas. Por tosco que parezca el polisíndeton, lo cierto es que le da fuerza y vigor al párrafo porque crea la sensación de acciones acumuladas pero concatenadas, del fragor de un día de combate en que los sucesos se amontonan de manera anonadante pero con sentido de avance. Es decir, a la inocencia retórica aparente, hay que reconocer una voluntad de estilo que supera la regla –esa sensación de continuidad es la del yo que narra y actúa, que centra la acción y así se afirma en su ser. La unidad temporal, aunque parezca desordenada, expresa en su movimiento inexorable a lo largo del día de acción la recia contextura del yo narrador-actor. A esto se suma la representación temática de ese yo en el acto de organizar tanto el despliegue de la batalla como su representación. Cuando Cortés dice “me subí en la torre alta”, lo hace para alcanzar y transmitir al lector una visión panorámica –superior literal y figurada– del conjunto de acciones de las que es protagonista. Debe notarse, además, cómo se pasa de repente a un presente histórico –“damos”– que eleva el discurso al plano de la evocación histórica, al estilo de los grandes historiadores y oradores. Es como si Cortés ya pudiera vislumbrar que su texto va a ser leído como historia, y que va a ser integrado a historias como las de Gómara. Pero a la vez que juega el papel de integrador del tiempo y del yo, el polisíndeton simultáneamente es un agente de disgregación, de fragmentación; el yo cuya voluntad busca la coalición sigue disperso en fragmentos sólo unidos por el tenue hilo de la repetición de “y´s” –por la contigüidad más que por la continuidad. Cada instante de tiempo y de ser es como una chispa aislada que con las otras configura una imagen efímera, la del yo de Cortés, viva sólo en el momento de enunciación, en la memoria de cada “y” que le precede, porque en el polisíndeton está todavía muy presente el espectro de la oralidad. El yo narrador bascula en esa figura infantil de cruda voluntad de coherencia pero a la vez de constitutiva fragmentación; he aquí todo el drama de Cortés contenido en esa diferencia inherente en la rudeza de su estilo, es decir, en su carencia de estilo, que es la que crea la ilusión de su presencia inmediata. Es precisamente en esa ambigüedad que se aloja el hechizo literario de sus textos, que perduran a pesar de los notorios defectos del conquistador, humano, demasiado humano. PRL Suscríbase ahora y reciba PRL cada dos meses Edición impresa EE. UU., Canadá, América Latina US$ 21 Resto del mundo US$ 28 PRLONLINE US$ 15 Edición impresa + PRLONLINE EE. UU., Canadá, América Latina US$ 29 Resto del mundo US$ 36 Sí, suscríbanme a PRL: Edición impresa EE. UU., Canadá, América Latina Resto del mundo US$ 21 US$ 28 PRLONLINE US$ 15 Edición impresa + PRLONLINE EE. UU., Canadá, América Latina Resto del mundo Adjunto cheque a nombre de Mido Editores Cargar a mi tarjeta de crédito: Visa Mastercard American Express ______________________________ Número de Cuenta US$ 29 US$ 36 Discover ______________ Expira _______________________________________________________________ Firma Nombre_____________________________________________________________ Dirección____________________________________________________________ Ciudad_ ____________________________________________________________ Estado______ZIP _______Teléfono______________________________________ Email_______________________________________________________________ Enviar formulario a Mido Editores, 474 Central Park West, New York, NY 10025. También puede enviarlo por fax o llamar al 212.864.4280, o suscribirse en nuestro website: www. revistaprl.com 28 PRL www. revistaprl.com JUN/JUL2008 El estado de la cuestión en teología especulativa Sergio Missana The Bible: A Biography de Karen Armstrong Atlantic Monthly Press, 2007, 302pp., US$21.95 The Gnostic Discoveries: The Impact of the Nag Hammadi Library de Marvin Meyer Harper Collins, 2005, 239 pp., US$21.95 Lost Christianities: The Battles for Scripture and the Faiths We Never Knew de Bart D. Ehrman Oxford University Press, Paperback 2005, 294pp., US$16.95 “L os católicos”, escribió Borges, “creen en un mundo ultraterreno, pero he notado que no se interesan en él. Conmigo ocurre lo contrario; me interesa y no creo”. Esta dicotomía parece valer también para el examen histórico de los textos bíblicos, que suele resultar menos interesante a quienes los consideran la palabra revelada de Dios y distinguen, bajo sus numerosos y diversos autores, la pluma del Espíritu Santo. Es posible ver en la obra de Karen Armstrong –que incluye biografías notables de Mahoma y del Buda, y textos abarcadores como A History of God (1993) y The Great Transformation (2006)– una feliz prueba de lo contrario. La reflexión sobre el carácter multiforme y cambiante del fenómeno religioso no tiene que contraponerse –excepto para el fundamentalismo que, como señala en A History of God, es necesariamente anti histórico– a la creencia. El apóstol Pablo, el primer autor cristiano, se jactó en su Epístola a los Corintios I de sus dotes de spin doctor, afirmando que había llegado a transformarse en “todo para todos los hombres”. Lo propio puede decirse de los textos bíblicos, que han demostrado, a lo largo de los siglos, una asombrosa plasticidad. Como señaló Wilfred Cantwell Smith, profesor de literatura comparada de Harvard fallecido en 2000, la Biblia no es tanto un texto como una actividad, es un proceso. Sus páginas han admitido lecturas no solo variadas, sino incluso contrapuestas. En Norteamérica, por ejemplo, predicadores recurrieron a citas de la escritura para justificar la esclavitud, en tanto que los esclavos asumieron y redefinieron, a partir de fines del siglo XVII, la tradición bíblica en el spiritual. En The Bible: A Biography (que forma parte de una serie sobre “Libros que han cambiado al mundo”), Armstrong esboza una apretada síntesis histórica de la producción, compilación y revisión de los textos que componen la Biblia y de las distintas corrientes exegéticas tanto en la tradición judía como cristiana. La narración de Armstrong se centra en la compasión como la virtud primordial de todas las religiones. Lo cual comprende a la tradición judeo-cristiana; algunos de sus exponentes más destacados consideraron a la caridad como un elemento esencial en la interpretación bíblica: Hilel, Jesús, Pablo, la escuela rabínica del midrash y Agustín, quien afirmó que “la escritura no enseña nada excepto caridad”. La aproximación de Armstrong a las escrituras, conciliatoria, deliberadamente no controversial, basada en un principio de “caridad interpretativa”, no parece dirigida a predicar entre los conversos ni del fervor religioso ni del secularismo extremo, sino a tender puentes, exponiendo con respeto la asombrosa multiplicidad de lecturas y usos que han admitido los textos bíblicos. Aunque a ratos el resumen histórico abordado en The Bible: A Biography es demasiado sucinto, en general priman las proverbiales virtudes de su autora: ecuanimidad, erudición, amenidad, fluidez narrativa, equilibrio entre el detalle y la visión amplia, conexiones agudas y una notable capacidad para resumir procesos complejos sin caer en el simplismo. Por ejemplo, en su narrativa de la composición del Pentateuco (los cinco textos iniciales de la Biblia: Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio). El estrato más antiguo del Pentateuco o Torá corresponde a dos relatos escritos en el siglo VIII Antes de la Era Común (AEC) (contemporáneos de la escritura de los textos homéricos y, al igual que estos, originalmente orales): J, compuesto en el reino sureño de Judea, llamado así porque alude a Dios como Yavéh, y E, originario de Israel, donde se prefería el nombre más formal de Elohim. Ambas sagas nacionales, que luego se fundirían para Karen Armstrong. Foto: Jerry Bauer. formar la base del Pentateuco, reflejan visiones distintas de Dios: el Yavéh antropomórfico retratado en J contrasta con la concepción trascendente de Elohim presentada por E. Los relatos se centran en héroes distintos (Abraham en J, Moisés en E) y ninguno menciona la ley recibida por Moisés en el Monte Sinaí, relato fundacional que sería incorporado en el siglo VII, con posterioridad a la invasión asiria, el hallazgo de la ley de Moisés en el Templo de Jerusalén y la composición del Deuteronomio (D). Armstrong destaca como un hecho fundamental la destrucción del Templo de Salomón en Jerusalén (Judea) a manos de Nabucodonosor, precedida a comienzos del siglo VI AEC por el exilio de la clase dominante judía a Babilonia. Este evento traumático dio origen a un nuevo estrato de escritura, P, que agregó Números y Levítico, y escribió el primer capítulo del Génesis (que Armstrong califica como un “mito de creación no violento”). A partir de la construcción del Segundo Templo, bajo el amparo de Ciro, emperador de Persia, y tras el regreso a Jerusalén de los exiliados, la Torá comienza a adquirir el carácter de sagrada escritura, lo que marca el inicio del judaísmo clásico, preocupado “no solo de la recepción y preservación de la revelación, sino de su constante reinterpretación”, donde la exégesis va a buscar siempre conexiones con el presente y el futuro, no solo desentrañar el significado original de los textos. La autora traza un paralelo entre esa catástrofe fundacional y la destrucción del Segundo Templo por los romanos en 70 de la Era Común (EC), que iba a resultar decisiva en la evolución del cristianismo temprano y desataría también una explosión de creatividad textual. Pablo, el apóstol ante los gentiles, nunca imaginó que, en sus epístolas, hacía “escritura”, puesto que esperaba el regreso de Jesús durante su propia vida. En esto representaba el zeitgeist apocalíptico que había imperado entre los judíos desde el siglo II AEC. Su interpretación de las escrituras como un preludio del cristianismo tampoco era algo nuevo, según Armstrong, sino que formaba parte de la tradición judía de encontrar nuevos sentidos en textos antiguos. A mediados del siglo II EC, los veintisiete libros que iban a integrar el Nuevo Testamento habían sido completados y las epístolas de Pablo eran citadas como escritura. El canon aún no estaba cerrado, debido a que no existía una forma única de cristianismo, sino diversas sectas en competencia. Circulaban numerosos evangelios, la gran mayoría de los cuales se ha perdido. Los evangelios canónicos, escritos en griego, fueron textos anónimos, atribuidos más tarde a figuras de la Iglesia temprana. Los autores eran cristianos judíos que vivían en las ciudades helenizadas del imperio romano. Marcos fue escrito cerca de 70 EC, Mateo y Lucas a fines de los 80, y Juan a fines de los 90. Para Armstrong, al igual que el Deuteronomio absorbió “el ethos de violencia de la dominación asiria”, los evangelios reflejan la ansiedad y turbulencia del periodo posterior a la destrucción del Segundo Templo. En su afán por atraer a los gentiles, los evangelios sinópticos (Marcos, Mateo y Lucas), absolvieron a los romanos y enfatizaron la culpa de los judíos en la muerte de Jesús. En Mateo, la multitud judía clama por la ejecución de Jesús, cuya sangre caerá sobre ellos y sus hijos, lo que por siglos iba a inspirar en Europa la “enfermedad incurable” del antisemitismo. El ensañamiento contra los fariseos desplegado en los evangelios encuentra en el relato de Armstrong una justificación política. Aparte de los seguidores de Jesús, los fariseos iban a emerger de la caída de JUN/JUL2008 Jerusalén como la secta judía más exitosa de su tiempo. El centro establecido en Yavnéh, con la aquiescencia del emperador Vespasiano, inauguró una nueva modalidad de exégesis, la midrash, guiada por un principio de compasión y que sería la base del Talmud. Para los rabinos de Yavnéh, la escritura contenía la suma del conocimiento humano en estado embrionario; la revelación no se había completado en el monte Sinaí, sino que era un proceso continuo actualizado por los exegetas. Se consideraban discípulos de Hilel, el sabio fariseo contemporáneo de Jesús que, al igual que este, predicara una versión de la Regla de Oro. L a muerte de Jesús había sido traumática y vergonzosa para sus seguidores, una fuente de disonancia cognitiva que iba a ser limada por los evangelios. El apologista Justino concibió a Jesús como la encarnación del Logos y postuló que Dios había codificado un mensaje para la humanidad en las escrituras judías que solo los cristianos podrían descifrar. Ello se transformaría en una idea central en la teología de los Padres de la Iglesia, que concebirían el “Antiguo Testamento” no como una antología de textos misceláneos, sino como un solo libro con un mensaje uniforme que Ireneo llamó “hipótesis”, el argumento bajo (hypo) la superficie, un libro que reflejaba la economía del cosmos y permitía un desciframiento alegórico (desarrollado por Orígenes), cuyos eventos prefiguraban a Cristo. Entre las diversas tradiciones interpretativas, Armstrong presta especial atención a la Cábala (“tradición heredada”), originada a fines del siglo XIII en Castilla, que considera una reacción contra la penetración del racionalismo escolástico en la tradición judía y en la que distingue la influencia de los gnósticos. Los cabalistas adoptaron un método hermenéutico de prolijo desciframiento de la Torá, a la que sin embargo consideraban fallida e incompleta. Se ocuparon del En Sof, esencia profunda e incognoscible de Dios (no mencionado en la Biblia o el Talmud), a través de sus diez emanaciones o sefiroth, que informan y rodean el mundo y la psiquis humana, trazando un mapa del cosmos y representando los pasos de ascenso místico hacia la divinidad. Aunque comenzó como un movimiento minoritario, encontró amplia resonancia a partir de su reformulación en el siglo XVI por Isaac Luria, quien dio forma a un nuevo mito de creación (más violento que el del Génesis) basado en el exilio de Dios, asignando a los judíos un papel central en la redención del mundo. Armstrong subraya que el Renacimiento no solo implicó un redescubrimiento del paganismo clásico, sino que tuvo también un fuerte componente bíblico, inspirado en parte por un entusiasmo en el estudio de la lengua griega y la lectura de los textos de Pablo en el original. Lutero, en su creación de un canon cristológico dentro del canon, se sintió especialmente atraído por las epístolas paulinas; su interés en www. revistaprl.com el Antiguo Testamento estuvo mediado por el apóstol. Para Armstrong, la mayor contribución de Lutero habría sido la traducción de la Biblia al alemán, la primera de una serie de ediciones vernáculas de crucial importancia política en la época de la emergencia de los nacionalismos. Asimismo, destaca el respeto de Calvino por la ciencia moderna, su visión del mundo natural como parte de la revelación de Dios (paradójica si se considera la filiación calvinista del antievolucionismo norteamericano). Resulta particularmente lúcido el análisis de Armstrong de la emergencia de movimientos religiosos ultraconservadores como una consecuencia indirecta o lado oscuro de la modernidad racionalista. Por ejemplo, el surgimiento del judaísmo hasídico en Polonia durante el siglo XVIII, movimiento que fue resistido en un principio por el judaísmo ortodoxo. Asimismo, señala que la difusión de las conclusiones de la Alta Crítica (escuela alemana que aplicó desde fines del siglo XVIII un método histórico-crítico de análisis a los textos bíblicos, concluyendo que Moisés no había sido el autor del Pentateuco ni David de los Salmos, cuestionando la veracidad histórica de los eventos descritos en el Antiguo Testamento, etc.) resultó mucho más alarmante para los sectores conservadores que las ideas de Darwin. El protestantismo “científico”, asociado a la fundación de los institutos de estudio de la Biblia en Estados Unidos, puede verse como una reacción o respuesta al “desafío de la modernidad”. El nuevo fundamentalismo cristiano propugnó, por primera vez, una interpretación literal de la escritura y adoptó creencias apocalípticas: en particular, la teoría del “rapto”, que postulaba que los fieles serían llevados al cielo y escaparían de los sufrimientos de los últimos días. Las yeshivoth, escuelas fundadas en Europa a principios del siglo XIX para el estudio de la Torá y el Talmud, fueron el equivalente a los Bible Colleges norteamericanos. El movimiento misnagdim intentaba oponerse a los Hasidim pero, a lo largo del siglo XIX, ante la amenaza del iluminismo reformista judío, ambos terminaron por unir fuerzas. Armstrong considera a los fundamentalismos como “bastiones”, entidades defensivas que responden a la modernidad creando enclaves de fe pura. Lo cual se habría intensificado ante los hechos traumáticos del siglo pasado. “La interpretación de la Biblia siempre ha sido afectada por las condiciones históricas. Durante el siglo XX, judíos y cristianos, y musulmanes, comenzaron a desarrollar ideologías basadas en las escrituras que habían absorbido la violencia de la modernidad”. Armstrong destaca que, aunque la Biblia haya sido usada en el pasado para justificar atrocidades, el énfasis actual de los fundamentalistas en lo literal significa una ruptura con la tradición exegética. A lo largo de la historia, judíos y cristianos han intentado cultivar una actitud intuitiva, receptiva hacia la Biblia que no forma parte de la mentalidad actual, cuando es- PRL 29 -EGA LLL#B>9D:9>IDG:H#8DB HZZmigVV Za]jbdgYZ7dg\Zh EVWadYZHVci^h 7dg\Zh YZ6Yda[d7^dn8VhVgZh 9Zhi^cd:Y^X^dcZh!'%%+!&#++(ee#! 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Caretas de Lima “Que vayamos a tener esto en castellano puede significar el término del aislamiento entre escritores, lectores, editoriales, librerías, periódicos y bibliotecas latinoamericanas, de que hemos padecido tanto tiempo”. –Carla Cordua en El Mercurio de Santiago Para más información visite nuestro sitio web: www.revistaprl.com PRL Suscríbase ahora y reciba PRL cada dos meses Edición impresa EE. UU., Canadá, América Latina US$ 21 Resto del mundo US$ 28 PRLONLINE US$ 15 Edición impresa + PRLONLINE EE. UU., Canadá, América Latina US$ 29 Resto del mundo US$ 36 Sí, suscríbanme a PRL: Edición impresa EE. UU., Canadá, América Latina Resto del mundo US$ 21 US$ 28 PRLONLINE US$ 15 Edición impresa + PRLONLINE EE. UU., Canadá, América Latina Resto del mundo Adjunto cheque a nombre de Mido Editores Cargar a mi tarjeta de crédito: Visa Mastercard American Express ______________________________ Número de Cuenta US$ 29 US$ 36 Discover ______________ Expira _______________________________________________________________ Firma Nombre_____________________________________________________________ Dirección____________________________________________________________ Ciudad_ ____________________________________________________________ Estado______ZIP _______Teléfono______________________________________ Email_______________________________________________________________ Enviar formulario a Mido Editores, 474 Central Park West, New York, NY 10025. También puede enviarlo por fax o llamar al 212.864.4280, o suscribirse en nuestro website: www. revistaprl.com 30 PRL peramos respuestas inmediatas a cuestiones complejas. E ntre las numerosas sectas en las que se ramificó el cristianismo temprano, los gnósticos han ejercido y siguen ejerciendo una inagotable fascinación, en gran medida debido a la económica respuesta que ofrecieron al problema del mal (lo que Borges, ya en 1931, en Una vindicación del falso Basílides, consideraba un lugar común, como ahora lo es la referencia obligada a su banalidad). Para Borges, resulta igualmente cautivante la sugerencia gnóstica de “nuestra central insignificancia”. Anota: “Admirable idea: el mundo imaginado como un proceso esencialmente fútil, como un reflejo lateral y perdido de viejos episodios celestes”. Durante siglos, hasta el descubrimiento de la biblioteca de Nag Hammadi, la única fuente de conocimiento sobre los gnósticos habían sido los heresiólogos (como Ireneo, Tertuliano o Hipólito de Roma) que describieron sus ideas para refutarlas. A fines de 1945, un campesino egipcio llamado Muhammad Alí desenterró una vasija de barro en la ladera de la montaña Jabal al-Tarif, en la ribera del Nilo, cerca del pueblo de Nag Hammadi, mientras recolectaba sabakh, un fertilizante natural. En un principio se abstuvo de abrirla, temiendo que encerrara a un genio maligno. Pero pudo más la codicia. La vasija contenía trece códices en papiro, que databan del siglo IV EC y contenían más de cincuenta textos, traducciones cópticas del griego, en su gran mayoría desconocidos hasta entonces. Alí rasgó parte de los códices y ofreció compartir el hallazgo con sus compañeros, pero estos se negaron. De vuelta en su casa en el poblado de al-Qasr, Alí tiró los códices en un patio reservado a animales. Su madre recogió más tarde fragmentos de papiro y los usó para encender el fuego en el horno de barro de la familia. Muhammad Alí iba a recordar la fecha del hallazgo porque ocurrió poco después de un hecho más memorable: él y sus hermanos habían vengado por esos días la muerte de su padre, ultimando al asesino –que dormía a la vera de un camino– y comiéndose su corazón todavía caliente. El accidentado hallazgo de la biblioteca dio paso a una larga saga de mezquinas disputas políticas y académicas, resuelta en 1975 cuando se hizo público el contenido de todos los textos. Se cree que los manuscritos fueron enterrados por monjes de un monasterio cercano como respuesta a la carta enviada en 367 EC por Atanasio, obispo de Alejandría, a las iglesias de Egipto, delineando en términos estrictos los contornos del canon escritural. La carta de Atanasio es el primer documento en que constan exactamente los veintisiete textos del Nuevo Testamento que terminarían por imponerse y que Jerónimo traduciría al latín en la Vulgata. En su clásico The Gnostic Gospels (1979), Elaine Pagels, profesora de Religión de la Universidad de Princeton, presentó los JUN/JUL2008 textos y enfatizó aspectos sociales y políticos reflejados en ellos. En particular, analizó los aspectos del cristianismo ortodoxo que garantizaron su viabilidad institucional. En Beyond Belief (2003), Pagels se concentra en el texto más importante de la biblioteca: el Evangelio de Tomás. Coincidiendo con el sexagésimo aniversario del descubrimiento, Marvin Meyer, profesor de Estudios Bíblicos y Cristianos en Chapman University, da cuenta en The Gnostic Discoveries: The Impact of the Nag Hammadi Library (2005) de los últimos avances en el estudio de la biblioteca y ofrece un breve resumen del contenido de cada uno de los textos. Meyer los organiza en cinco grupos: aquellos pertenecientes a la tradición de Tomás (el hermano mellizo de Jesús), centrados en enseñanzas de Jesús; los textos gnósticos asociados a la figura de Seth, incluyendo El Libro Secreto de Juan; los libros adscritos al gnóstico Valentino o sus discípulos; textos pertenecientes a la tradición hermética; y escritos gnósticos misceláneos. Meyer concluye que los hallazgos demuestran que “… la antigüedad greco-romana, judía y cristiana era un mundo de notable diversidad y que temas gnósticos y místicos permeaban ese mundo”. Es en torno a esa extraordinaria diversidad que Bart D. Ehrman, profesor de Estudios Religiosos de la Universidad de Carolina del Norte en Chapel Hill, organiza Lost Christianities: The Battles for Scripture and the Faiths We Never Knew (2003). Para Ehrman, la mayoría de las variantes del cristianismo temprano permanecen desconocidas, puesto que fueron marginalizadas y sus textos sagrados, prohibidos, destruidos y olvidados. Solo una corriente emergió triunfante de los conflictos de los siglos II y III EC, decidiendo qué libros canonizar y cuáles considerar heréticos. Ehrman llama “proto-ortodoxia” a esa variante que, a partir del siglo IV, terminaría por transformarse en ortodoxia. Los victoriosos impusieron la doctrina de la Trinidad, la visión de que Cristo era a un tiempo plenamente humano y divino, la jerarquía de la Iglesia y el canon de la escritura. Motivo central del libro es la pérdida que resultó de ese proceso y su impacto externo: Ehrman conjetura que, si otra forma de cristianismo se hubiera impuesto, este no hubiera llegado a ser la religión oficial del Imperio Romano y de Europa durante la Edad Media, el Renacimiento y la Reforma. Una de las prácticas que arrojan luz sobre modalidades perdidas de cristianismo es la fiebre de “fraude piadoso” que irrumpió en el siglo III EC (cuando, como señala Borges, la teología “era una pasión popular”), la moda de firmar documentos a nombre de autoridades apostólicas. Muchos de los textos que terminaron siendo excluidos del canon (y algunos incluidos) eran apócrifos. Por ejemplo, el Evangelio de Pedro, encontrado en Egipto en 1886. Escrito después de los evangelios canónicos, fue proscrito a comienzos del siglo III por sus pasajes de carácter docético (el docetismo, que distinguía a Jesús, la persona de carne y hueso, de Cristo, un ser www. revistaprl.com JUN/JUL2008 divino que no podía experimentar dolor ni la muerte, había sido tempranamente proscrito como herético por la proto-ortodoxia). Ehrman se refiere a otro texto apócrifo, los Actos de Tecla, discípula de Pablo (que gozó de gran popularidad en áreas del mundo cristiano durante la Edad Media), para aludir al papel de liderazgo de mujeres en ciertas manifestaciones de cristianismo temprano y a la opción por el ascetismo (y el rechazo al matrimonio) como una manera de rehusar “las limitaciones de la sociedad patriarcal”. Ehrman destaca que no existen copias originales de ninguno de los veintisiete libros del Nuevo Testamento. Las versiones completas más antiguas de que se dispone datan del siglo IV. Hallazgos de fragmentos de data anterior, durante los últimos cien años, dan fe de la falta de prolijidad de los copistas. Para el autor, el Evangelio de Tomás, parte de la biblioteca de Nag Hammadi, sería el “descubrimiento arqueológico cristiano más importante del siglo XX”. Esta colección de 114 dichos de Jesús (donde afirma, por ejemplo, que “El reino del padre se extiende sobre la tierra y la gente no puede verlo”) sería similar al evangelio perdido que los estudiosos llaman Q. Se estima que Mateo y Lucas usaron a Marcos (65-70 EC) como fuente para muchas de sus historias. Mateo y Lucas también contienen una serie de dichos no encontrados en Marcos, que procederían de Q, compuesto en la década de los 50 (contemporáneamente a los textos más antiguos del Nuevo Testamento, las epístolas de Pablo). Al igual que Q, el Evangelio de Tomás está compuesto enteramente de enseñanzas de Jesús, sin alusión a su muerte y resurrección; se refiere a la salvación no en términos de la fe de esa muerte y resurrección (la visión paulina), sino de entender las enseñanzas secretas de Jesús: “Quien encuentre la interpretación de estos dichos no experimentará la muerte”. Recuérdese el papel decisivo que tuvieron las ideas de Pablo en la conformación del Nuevo Testamento. Pablo, fariseo de formación helenista, fue uno de los primeros en considerar la misión de Jesús –a quien no conoció personalmente– como el comienzo de una nueva religión, no como parte de un continuo dentro de la tradición judía. A partir de su dramática conversión (había sido opositor fanático a la “Secta de los Nazarenos”, participando como testigo en la ejecución del primer mártir, Esteban, hasta que fue cegado por una luz y escuchó la voz de Cristo), para Pablo lo determinante no fueron las enseñanzas de Jesús sino su muerte y resurrección. Puso énfasis en la fe, no en la ley, como otros apóstoles. Después de la destrucción del Tempo en 70 EC, las iglesias fundadas por Pablo fuera de Jerusalén sobrevivieron. Los evangelios canónicos son paulinos, empezando por Marcos, el que contiene menos información sobre el Jesús histórico. Mateo y Lucas agregaron datos biográficos sensacionales, creando una personalidad mítica con paralelos en leyendas paganas sobre el nacimiento y vida de dioses y diosas. El Evangelio de Tomás daría una idea de los materiales que debieron perderse: compuesto en 150 EC, pertenecería a una tradición de sucesores del Apóstol Santiago, seguidores de la ley judía, no a la versión paulina del cristianismo. (Véase la monografía The Marketing of Christianity: The Evolution of Early Christian Doctrine, Institute for Cultural Research, Londres, 2000, y el clásico de William Sargant sobre la conversión súbita: Battle for the Mind, 1957). E hrman prefiere hablar de gnosticismos, ya que los textos de Nag Hammadi dan cuenta de una gran diversidad de creencias entre los gnósticos, aunque con elementos comunes: el mundo en el que estamos exiliados es producto de una catástrofe cósmica, solo es posible escapar de la prisión de cuerpo a través del conocimiento, la gnosis. Observa además, con agudeza, que los textos recuperados no son descriptivos, sino que presuponen una base de conocimientos sobre la gnosis de la cual los lectores contemporáneos carecemos. Ehrman delinea una interesante conjetura sobre los antecedentes del gnosticismo en la tradición profética judía, que explicaba los sufrimientos del pueblo judío y la falta de intervención de Dios (Job, Eclesiastés) a partir del pecado contra Dios, y en las visiones apocalípticas imperantes desde el siglo II AEC, que justificaban el mal en el mundo por la intervención del Demonio y esperaban una inminente intervención rectificadora de Dios. El autor destaca que grupos gnósticos cristianos parecen haber operado dentro de las iglesias, considerándose una elite espiritual que entendía el sentido profundo de los ritos, y su opción por el ascetismo, contrario al testimonio de heresiólogos que los retrataban como libertinos. Respecto a la disputa clave entre Pedro y Pablo sobre la asimilación de los gentiles al cristianismo, Ehrman subraya que “no cabe duda de que durante su ministerio público, Jesús aceptó, obedeció, interpretó y enseñó las Escrituras Judías a sus discípulos”. Pablo fue central en proclamar que la salvación traída por Jesús también abarcaba a los gentiles y que para ella solo era necesaria la fe en su muerte y resurrección. Este conflicto habría admitido varios matices de opinión. En los extremos se situaban dos sectas declaradas heréticas. Por una parte, los Ebionitas, sostenían que era imprescindible convertirse al judaísmo para adoptar la nueva religión. No ayudó a promover su causa su visión adopcionista de Cristo, a quien consideraban elegido por Dios, no nacido de una virgen ni de carácter divino. Por otra parte, los Marcionitas (discípulos de Marción, nacido en 100 EC) fueron antijudíos. Marción desarrolló una teología basada en la existencia de dos divinidades separadas: el Dios vengativo del Antiguo Testamento, quien habría creado el mundo, y el Dios misericordioso de Jesús y los escritos de Pablo, superior al primero. La secta gozó de gran éxito en Asia Menor, por lo que los heresiólogos dedicaron numerosos volúmenes a denigrarlos. Ehrman marca la originalidad del exclusivismo cristiano, la primera religión que declara estar en lo correcto de un modo que implica que las otras están equivocadas, distinguiendo ortodoxia (creencia correcta) de herejía (creencia errónea). En la antigüedad, el ritual había sido más importante que el contenido exacto de las creencias. La visión clásica de la herejía (del griego “elección”, la decisión intencional de rechazar la verdad), formulada por Eusebio, señala que todas las herejías provienen de una única fuente: Simón Mago, mencionado en Actos. Los herejes habrían decidido desviarse de la doctrina verdadera enseñada por Jesús a los apóstoles. Para la historiografía contemporánea, no es posible hablar de una ortodoxia cohesionada y opuesta a la herejía en los primeros siglos de la EC. “Las creencias que más tarde fueron aceptadas como ortodoxas o heréticas eran interpretaciones competitivas del cristianismo…”. La visión proto-ortodoxa era una de muchas, lo que queda de manifiesto en los primeros textos cristianos sobrevivientes, las epístolas de Pablo. La jerarquía de la Iglesia se estructuró en gran parte a través del argumento de “sucesión apostólica”: los obispos de las principales iglesias trazaban su linaje a través de sus predecesores hasta los apóstoles; solo los obispos nombrados por los herederos de Cristo estaban en lo cierto sobre las verdades de la fe. De forma complementaria, a partir de los siglos II y III, cada variante cristiana intentó dar autoridad a sus textos en base a su autoría apostólica. Para Ehrman, los textos del Nuevo Testamento pueden considerarse apostólicos en el sentido amplio de contener enseñanzas aceptables para la proto-ortodoxia, no en el sentido estricto de haber sido escritos por apóstoles. Los cuatro Evangelios canónicos fueron atribuidos por autoridades proto-ortodoxas en el siglo II a apóstoles (Mateo y Juan) o compañeros cercanos de estos (Marcos, secretario de Pedro, y Lucas, compañero de viajes de Pablo). De hecho, de los trece libros adscritos a Pablo, solo siete son unánimemente considerados de su autoría por los estudiosos. PRL 31 Los veintisiete libros del Nuevo Testamento fueron escritos por una variedad de autores entre 50 y 120 EC. Solo a partir de la segunda mitad del siglo II surgió la necesidad de un canon de escritura, debido a la emergencia de movimientos proféticos al interior de la proto-ortodoxia (como el Montanismo) y de fuerzas “heréticas” antagónicas. El canon fue aceptado, a comienzos del siglo V, por consenso, no por una proclamación oficial. Los conflictos internos del cristianismo durante los siglos II y III, concluye Ehrman, no fueron solo teológicos sino, ante todo, políticos. La proto-ortodoxia era la forma de cristianismo que predominaba en la Iglesia de Roma, la capital del Imperio. La comunidad cristiana en Roma, numerosa y rica, logró establecer, a fines del siglo III, su dominio sobre los otros cristianismos. La proto-ortodoxia se transformó en ortodoxia con la conversión de Constantino y el Concilio de Nicea (325 EC), y la transformación del cristianismo en religión oficial del Imperio bajo Teodosio. Las creencias, prácticas e instituciones que estableció contribuirían de manera decisiva a moldear la civilización occidental. Doris Lessing anotó (en Prisons We Choose to Live Inside, 1987) que, durante siglos, “Europa fue dominada por un tirano, la Iglesia Católica, que prohibió cualquier otra forma de pensamiento, cortó las influencias externas y no dudó en matar, extirpar, perseguir, quemar y torturar en nombre de Dios”, señalando que su influencia sigue en nosotros, no solo encarnada en los totalitarismos del siglo XX. Para Paul Feyerabend, la ciencia, que contribuyó de manera decisiva a erosionar el monopolio del pensamiento religioso a partir de los siglos XVII y XVIII, ha pasado a declararse ella misma poseedora de la verdad absoluta, deviniendo en una religión que “inhibe la libertad de pensamiento”. En la actualidad, el cristianismo ya no ejerce el dominio absoluto de antaño. En su interior conviven y discuten múltiples voces, tal como ocurrió en sus orígenes. “Nocturno de Chile es la novela de la complicidad de la literatura, de la cultura letrada, con el horror latinoamericano” Edmundo Paz Soldán sobre Bolaño, PRL diciembre 2007 32 PRL www. revistaprl.com JUN/JUL2008 Próximamente Ibsen Martínez sobre Medio siglo de besos y querellas Ilan Stavans sobre Heroes, Lovers and Others – The Story of Latinos in Hollywood Julián Corvaglia sobre el Diccionario biográfico de la izquierda argentina Máximo Badaró sobre Sal en las heridas – Las Malvinas en la cultura argentina contemporánea También: Gustavo Pérez-Firmat sobre Rafael Rojas Paul Firbas sobre Rolena Adorno Mariana Canavese sobre Tulio Halperin Donghi 474 Central Park West New York, NY, 10025 212.864.4280 WWW.MIDOEDITORES.COM Princeton University Program in Latin american stUdies FeLLowshiPs: caLL For aPPLications, 2009–2010 The Princeton University Program in Latin American Studies (PLAS) invites applications for research fellowships, to be awarded to outstanding Latin Americanists for a semester or year in residence at Princeton University. Fellowships are open to scholars in all disciplines, with preference given to applicants from Latin America; the terminal degree must have been completed by the application deadline. Fellows are expected to pursue independent research at Princeton; to teach one undergraduate seminar per semester, conditional upon approval of a Princeton department and the Dean of the Faculty; and participate in PLAS-related campus events. Fellows enjoy full access to Firestone Library and to a wide range of activities throughout the University. For more information, visit the PLAS website: www.princeton.edu/~plas/. Fellows will be appointed for one or two semesters during the academic year (fall: September 1, 2009–January 31, 2010; spring: February 1–June 30, 2010). The Office of the Dean of the Faculty determines stipends on the basis of current academic rank, award duration, and home institutional support; Princeton appointment rank is determined on the basis of seniority and current institutional affiliation. Applicants are asked submit all of the following by the deadline, Monday, September 29, 2008. • A cover letter indicating the applicant’s proposed length of stay (1–2 semesters), title of the proposed research project, and teaching interests; • A curriculum vitae; • A four- to five-page statement describing the research project and its scholarly contribution; • One undergraduate seminar syllabus or proposal for each proposed semester in residence; • Three (3) reference letters addressing the applicant’s teaching and research, sent directly by the deadline to the Program in Latin American Studies (via post, or or e-mailed to [email protected] with the subject line “PLAS Fellowship Recommendation [Applicant Name]”). • To complete the process, applicants must complete the fellowship application cover sheet online at: www.princeton/edu/~plas/. Application materials must be sent electronically by the deadline, Monday, September 29, 2008, to [email protected] with the subject line “PLAS Fellowship Application.” In addition, four (4) paper copies must be sent via post or courier, postmarked by the deadline, to: Princeton University Program in Latin American Studies PLAS Fellowship Program 309–316 Aaron Burr Hall Princeton, NJ 08544–0001 USA Awardees for 2009–2010 will be announced in February 2009. Princeton University is an Affirmative Action/Equal Opportunity Employer. For information about applying to Princeton University, see: http://web.princeton.edu/dof/ApplicantsInfo.htm.
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