Política - Prisma Bolivia

31 de marzo de 2015
Nº 197
Política
CONTENIDO
1. Colombia: patria o muerte, transaremos por Joaquín Villalobos
2. Se pregunta por Nicaragua por Sergio Ramírez
3. Los contextos de las izquierdas por Boaventura de Sousa Santos
4. El menos común de los sentidos por Jorge Edwards
5. Un fraude billonario por Paul Krugman
6. Reaccionar ante la tragedia venezolana por Jorge G. Castañeda
7. El verdadero modelo Singapur por Minxin Pei
8. Brasil: la calle neoliberal por Manuel Castells
9. El porqué de los Objetivos de Desarrollo Sostenible por Jeffrey D. Sachs
10. La última oportunidad para Ucrania y Europa por George Soros
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1. COLOMBIA: PATRIA O MUERTE, TRANSAREMOS POR JOAQUÍN VILLALOBOS
A principios de 1982 tuvo lugar en La Habana un hecho de gran importancia para mi
aprendizaje político. En una casa del conocido barrio del Laguito, donde ahora se llevan a
cabo las conversaciones entre las FARC y el Gobierno de Colombia, Manuel Piñeiro, el
legendario comandante cubano Barbarroja, promovió una reunión entre Jaime Bateman,
dirigente ya fallecido de la guerrilla del M19 de Colombia, y quien escribe. Por aquellos años
negociar era traicionar para las guerrillas. Bateman estaba en comunicación con el Gobierno
colombiano para una posible negociación. Hablaba de esto con entusiasmo y sin
remordimientos ideológicos. Había hecho una propuesta con la certeza de que sería rechazada;
el problema era, me dijo Bateman, “que todo indica que la van a aceptar”. Ante esto le
pregunté: “¿Qué harás entonces?”. Me respondió rápidamente con una gran sonrisa: “No sé,
pero esto se está poniendo bueno”, y Piñeiro remató diciendo: “Lo bueno de esto es lo
complicado que se está poniendo”.
Bateman asumía los riesgos de la política con coraje y entusiasmo. No hubo en la
conversación argumentos para defender la idea de negociar y aquello me resultó alucinante.
Yo venía de sufrir debates sobre el conflicto entre negociación e ideología en El Salvador.
Esta reunión me permitió concluir que el pragmatismo era la forma más inteligente de
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defender los principios, que política era sinónimo de negociar y que no existían victorias
absolutas porque los progresos son siempre graduales, relativos e imperfectos. La negociación
entre el M19 y el Gobierno de Colombia tuvo una gran influencia sobre la insurgencia
salvadoreña. El M19 fue la primera guerrilla latinoamericana que dejó las armas a partir de un
acuerdo de paz en 1990 y la de El Salvador fue la segunda en 1992. Ambas contribuyeron a
grandes transformaciones en sus países y ambas han sido políticamente muy exitosas.
Dice el filósofo británico John Gray que “los movimientos revolucionarios modernos son una
continuación de la religión por otros medios”. Efectivamente, y con todos sus componentes de
sagradas escrituras, misterios, teólogos, rituales, existencia del cielo, oraciones, santoral, culto
a la muerte y el dolor, etcétera. Gray sostiene que esa influencia religiosa abarca también al
liberalismo y creo que tiene total razón: los intentos de implantar la democracia en Irak y Libia
lo demuestran. Sin embargo, los liberales logran olvidar por ratos su catecismo o lo interpretan
al gusto y por tanto tienen menos problemas para pecar.
Las negociaciones entre el Gobierno colombiano y las FARC en La Habana ya alcanzaron su
punto de no retorno, es evidente que ahora toda la narrativa colombiana sobre el conflicto gira
alrededor de la negociación y no más sobre la guerra. Esto incluye a quienes están en
desacuerdo con el proceso. Ya no se habla de no, sino de cómo. El cese de fuego de las FARC,
la suspensión de los bombardeos por el Gobierno y el inicio del desminado son anuncios
extraordinarios; las FARC renuncian a su principal arma defensiva y el Gobierno a su
principal arma ofensiva. La guerra está virtualmente terminada, ahora el problema es terminar
la negociación.
Existen tres últimos obstáculos importantes: el ELN, una guerrilla más pequeña que las
FARC, se resiste a un acuerdo realista que la sume al proceso; la lentitud de las FARC y las
dificultades que representa la justicia para tratar las atrocidades cometidas por distintos actores
durante el conflicto. Muy a pesar de esto, el peligro ahora no es el regreso a la guerra, sino el
empantanamiento del proceso y la pérdida del sentido político del tiempo. El Gobierno actual
tiene en la práctica menos de tres años en los que debe firmar e implementar; Venezuela y
Cuba tienen sus tiempos determinados por graves problemas económicos y políticos; en
Estados Unidos podría llegar el próximo año un Gobierno que ya no sea tan favorable al
proceso; la disposición de Europa para ayudar a reducir los problemas con la Corte Penal
Internacional no será eterna y finalmente una negociación prolongada se volverá todavía más
impopular entre los propios colombianos.
La práctica paralización de la guerra entre el Gobierno y las FARC convierte al ELN en el
principal objetivo militar del Estado. Esto implica que se concentrarán sobre este grupo
guerrillero todas las capacidades policiales y militares de la poderosa y eficaz Fuerza Pública
de Colombia. En términos generales, tanto la lentitud de las FARC como la resistencia del
ELN responden a un problema de carácter político religioso. Las insurgencias no son lentas
para negociar solo por estrategia o táctica, sino porque cada acuerdo puede constituir para
estas un pecado ideológico. Esto se complica cuando deben explicar los acuerdos a unos
seguidores con los que por mucho tiempo rezaron otra verdad. No es casual que algunos
cambien el contenido y sostengan la nominación; como por ejemplo cuando se dice que se
profundiza el socialismo con reformas capitalistas o cuando en El Salvador los guerrilleros
decidimos autodestruir nuestras armas para evitar la palabra desarme.
La prolongación de la negociación por parte de las FARC y la decisión del ELN de no aceptar
un acuerdo a la medida de sus fuerzas van en contra de sus propios intereses. La guerrilla
guatemalteca se tomó muchos años negociando, terminó derrotada y los acuerdos que firmó no
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se cumplieron. Lo perfecto es enemigo de lo posible. En Colombia el predominio de una
narrativa de paz y una realidad que evidencia el final del conflicto reducirán la autoridad de
los dirigentes y minarán la moral de los guerrilleros. Es comprensible que el ELN y las FARC
tengan dificultades para romper sus amarres ideológicos, pero el pragmatismo se les ha vuelto
una emergencia política. No existen las revoluciones sociales de mesa y decenas de victorias
electorales de la izquierda en Latinoamérica demuestran que las armas ahora no ayudan, sino
que estorban.
Sin embargo, la religiosidad en política no es exclusiva de los revolucionarios, como señala
John Gray. En una negociación, un Estado democrático puede volverse lento por no atreverse
a “traicionar” principios jurídicos que le impiden reinsertar y permitir a los insurgentes
desmovilizados actuar en política. No existe conflicto en el mundo que no haya tenido que
aceptar una dosis de impunidad a la hora de negociar un acuerdo; ese es el precio de la paz.
Nadie firma para ir a la cárcel y tampoco es justo que unos queden presos y otros libres.
Colombia necesita reconciliarse con su violento pasado y esto demanda una gran dosis de
perdón hacia todos los que se involucraron en el conflicto por motivaciones políticas. La
historia colombiana generó dos realidades que lucen como dos países distintos, una Colombia
rural salvaje que asusta y una Colombia bogotana sofisticada que asombra. La primera ha
vivido dominada por paramilitares y guerrilleros y la otra ha vivido dominada por abogados y
gramáticos. Esto plantea los riesgos de una lucha entre extremismo ideológico y extremismo
jurídico en la última etapa del proceso de paz.
A lo largo de los últimos 25 años, ocho Gobiernos facilitaron la reinserción de decenas de
miles de insurgentes individual o colectivamente. Todos esos Gobiernos buscaron la paz,
actuaron con pragmatismo y obtuvieron éxitos parciales que contribuyeron a configurar la
actual oportunidad de paz para Colombia. Paradójicamente, ahora es necesario superar una
realidad jurídica y política más compleja para obtener un resultado superior, porque se trata de
alcanzar el final definitivo del conflicto. Las oportunidades económicas, sociales de seguridad
y la madurez institucional y política que dejaría la paz son indiscutibles, porque Colombia ya
tiene progresos en todos esos órdenes. A los insurgentes colombianos quizás sirva contarles
que en Centroamérica, en medio de los debates y temores ideológicos que desataban las
negociaciones para terminar los conflictos, el general Humberto Ortega, jefe del entonces
Ejército Popular Sandinista, planteó que nuestra consigna en aquellas circunstancias debía ser:
“patria o muerte, transaremos” y efectivamente transamos con mucho éxito.
Fuente: El País, 18.3.15 por Joaquín Villalobos fue guerrillero salvadoreño y es consultor
para la resolución de conflictos internacionales.
2. SE PREGUNTA POR NICARAGUA POR SERGIO RAMÍREZ
La primera pregunta que escucho acerca de Nicaragua es en qué se parece esta segunda etapa
de la revolución a la primera. Es lo que he oído a los estudiantes de la Universidad Autónoma
de Madrid, y a los de la Universidad de los Ozarks, en Arkansas, en días recientes. Mi
repuesta es que no hay tal segunda etapa de la revolución. La revolución comenzó con el
derrocamiento de la dictadura de la familia Somoza en 1979, y terminó con las elecciones de
1990, que el Frente Sandinista perdió, hace ya 25 años, frente a una coalición de partidos de
oposición que llevaba como candidata a doña Violeta Barrios de Chamorro.
La pregunta es justa, porque se basa en el hecho de que Daniel Ortega, presidente sandinista
de los años 80, lo es hoy otra vez, a partir de las elecciones de 2006, cuando ganó por 38 por
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ciento de los votos, y luego fue relegido en 2011. Ahora no sabemos si será candidato de
nuevo, o lo será su esposa, que gobierna junto con él.
El poder actual pretende envolverse en la misma retórica revolucionaria de aquellos años. Pero
se trata de un discurso que suena a imitación, o falsificación. Imperialismo, burguesía,
soberanía nacional, socialismo, son palabras de ese viejo diccionario que perdieron su
significado, porque el mismo poder se lo ha quitado. O hay que leer ese discurso al revés,
como si fuera todo lo contrario.
Lo que existe es un régimen familiar que busca perpetuarse de manera indefinida. Los pobres
siguen igual de pobres, desorientados por las políticas populistas del gobierno. Hemos
regresado al viejo caudillismo, que ha sido la tradición política de Nicaragua desde el siglo
XIX, una sola persona en el poder que junto con su familia lo controla todo.
No hay ningún traslado real de la riqueza a manos de los más desamparados. El 48 por ciento
de la población subsiste con menos de dos dólares al día, y de entre ellos, la mitad subsiste con
menos de un dólar al día. Nicaragua ocupa uno de los tres últimos lugares en los índices de
miseria de América Latina, junto con Haití y Honduras.
El discurso de defensa a ultranza de la soberanía nacional en contra del imperialismo yanqui
no es más que humo. Los intereses de la seguridad nacional de Estados Unidos en
Centroamérica y el Caribe no tienen ya nada que ver con la antigua guerra fría, como lo
demuestra el inicio de la normalización de relaciones con Cuba.
En un artículo publicado recientemente en Bloomberg se cita a William Brownfield,
subsecretario de Estado para Narcóticos, diciendo que “los esfuerzos del gobierno de
Nicaragua para proteger a su pueblo y su territorio de las actividades de los traficantes de
droga han sido muy positivos”, lo cual es más importante, afirma, que los “diversos elementos
complicados” en las relaciones de Estados Unidos con Nicaragua. La cooperación para detener
cargamentos de drogas es lo estratégico en estas relaciones, no la democracia.
Esta posición demuestra que la progresiva desaparición del sistema democrático en Nicaragua
no es motivo de preocupación de Estados Unidos, ni tampoco de ningún país relevante, en un
mundo conmocionado por la amenaza del terrorismo yihadista y el Estado Islámico, igual que
por el creciente poder de los cárteles internacionales de la droga.
El credo del general Sandino, que inspiró la lucha del Frente Sandinista, estuvo basado en tres
principios básicos: soberanía nacional, democracia, y justicia económica. En su resistencia
contra las tropas de ocupación de Estados Unidos hasta que logró su salida de Nicaragua, la
defensa de la soberanía nacional fue lo más relevante. Y ahora ha sido entregada a China.
La idea de la construcción de un canal interoceánico ha gravitado sobre nuestra historia desde
los tiempos de la Colonia, y Estados Unidos le impuso a Nicaragua un tratado en 1914 para
construir ese canal, algo que nunca hizo. Ahora, Wang Ying, un desconocido millonario de
Pekín, 100 años después, es el nuevo amo y señor de la soberanía nicaragüense, como
concesionario del canal a través del Tratado Ortega-Wang, con duración de 100 años.
Ortega ha sabido tocar un resorte de esperanza muy antiguo en el alma de los nicaragüenses.
Cuando la construcción del canal se anunció en 2013, se prometió la creación de un millón de
nuevos puestos de trabajo, una cifra estrafalaria. Ahora ha sido reducida a 30 mil empleos de
baja categoría, mientras los puestos mejor calificados serían para los chinos que llegarían
masivamente al país para hacerse cargo de las obras.
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La revista The Economist, en un análisis del estado democrático en el mundo, divide a los
países entre democracias plenas e imperfectas, y regímenes autoritarios e híbridos. Nicaragua
es enlistada entre los “regímenes híbridos”. En estos sistemas, afirma el análisis, existen
irregularidades sustanciales en las elecciones que usualmente las alejan de ser libres o justas, y
serias debilidades institucionales, mayores a las que tienen las democracias imperfectas. En
este mismo grupo estarían también Ecuador, Honduras, Guatemala y Bolivia. Solo dos países
de América Latina, Uruguay y Costa Rica, califican como “democracias plenas”.
Pero la frontera entre regímenes autoritarios y regímenes híbridos es muy tenue, y ya
Nicaragua ha avanzado no pocos pasos para adentrarse en ese oscuro territorio de la ausencia
de democracia. Ortega, o su esposa, se impondrán de cualquier manera en las elecciones
presidenciales de 1917.
Pero los gobiernos familiares han terminado siempre en grandes desastres políticos. Las
tensiones empezarán a manifestarse y crecerán en la medida en que las esperanzas creadas por
el discurso populista de Ortega se agoten, sobre todo con el final de la cooperación de
Venezuela, que debe enfrentar los bajos precios del petróleo, el desabastecimiento, la inflación
y una crecida deuda externa de corto plazo.
Y otro punto importante de inflexión será el fracaso del proyecto del canal, percibido hoy
como una gran esperanza, y que se convertirá en frustración cuando el tiempo demuestre que
no era sino un invento desalmado.
Fuente: La Jornada, 19.3.15 por Sergio Ramírez, escritor nicaragüense
3. LOS CONTEXTOS DE LAS IZQUIERDAS POR BOAVENTURA DE SOUSA SANTOS
Los países del sur de Europa sufren amenazas similares y enfrentan desafíos comunes, pero
los contextos en los que tendrán que lidiar con unas y otros son diferentes en cada caso.
La mayor amenaza es la austeridad sin fin, el bienestar convertido en lujo de pocos, la
indignidad y la precariedad impuestas a mayorías cada vez más grandes, la corrupción como
modo normal de hacer política, la financierización de la vida, la democracia transformada en
un espantajo vacío agitado por las cotizaciones de la Bolsa para intimidar a los ciudadanos que
todavía no se resignaron.
El mayor desafío es encontrar una salida que no sea un precipicio. Este es el mayor desafío
que las izquierdas enfrentan desde 1919. La gran dificultad es ésta: hace un siglo, las
izquierdas se dividieron entre la opción socialista/comunista y la opción socialdemócrata. Hoy
continúan divididas, pese a que no hay condiciones para ninguna de esas opciones. Lo que
siempre las unió fue la lucha por una sociedad más justa y una vida digna para las grandes
mayorías. Hoy que es más urgente que nunca el objetivo que las une, ¿será posible atenuar lo
que las divide?
Me voy a ocupar ahora de la opción que en Europa resistió más: la socialdemocracia propuesta
por los partidos socialistas. Dado que los partidos socialistas participan en cerca de la mitad de
los gobiernos de la Unión Europea, ¿cómo se explica que la ortodoxia neoliberal, ferozmente
contraria a la socialdemocracia, domine tan ampliamente? Sin dar demasiado peso al pantano
de mediocridad y corrupción en que se ha convertido la política corriente, la razón reside en
que hay partidos socialdemócratas pero no hay condiciones socialdemocráticas. Si el
capitalismo es en general antisocial, el capital financiero es lo más antisocial y es el que
domina hoy, el pilar fundamental del neoliberalismo. Además, su naturaleza es
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antidemocrática, procura neutralizar o impedir todos los procesos de inclusión social por vía
de la redistribución social y de políticas públicas, emergentes de conquistas democráticas.
El drama es que la ausencia de condiciones socialdemocráticas afecta tanto a los partidos
socialistas como a los partidos que, ubicados a su izquierda, aspiran a ser gobierno. O sea,
todos estos partidos incluyen en su agenda el ideario socialdemócrata: derechos sociales
basados en políticas públicas bien financiadas, salud, educación y seguridad social; justicia
fiscal; un Estado democráticamente fuerte; un sistema judicial accesible, independiente y
eficaz. Así, lo que une a las izquierdas a corto plazo es la lucha por la refundación de las
condiciones socialdemócratas. Para eso, es urgente incorporar a lo social y lo popular dentro
de lo político, como forma de defenderlo del asalto a mano armada de los mercados, por parte
del capital financiero. Y es aquí donde los contextos divergen.
En Grecia, el Movimiento Socialista Panhelénico (Pasok) está herido de muerte. Syriza y el
pueblo griego tienen un crédito moral impresionante sobre los europeos del sur: un país
periférico osó negociar en condiciones chocantemente desiguales, en nombre de un pueblo que
no quiere morir de austeridad. Y se prepara para hacerlo en soledad durante meses, incluso
sirviendo de vacuna para Podemos en España y Sinn Fein en Irlanda, los países en los que la
hidra financiera está concentrada. En España, Podemos pone en cuestión la propia distinción
convencional entre izquierda y derecha, como forma de hacer emerger una izquierda digna de
ese nombre. Y probablemente tenga éxito.
En Portugal, el Partido Socialista (PS) puede ganar las próximas elecciones. A diferencia de lo
que sucede en Grecia y en España, ni la izquierda puede prescindir del PS ni el PS puede
prescindir de la izquierda. El secretario general del PS, Antonio Costa, presentó –en un
reciente foro organizado por The Economist– un importante documento sobre la creación de
las condiciones socialdemócratas. No sorprende que no haya tenido eco. La derecha, que
domina los medios de comunicación, ya presintió el peligro y apuesta a neutralizar al PS en
todo lo que se aleje de ella. La estrategia es clara: convertir la devastación social de los
últimos años en un acontecimiento digno de los alemanes; sólo dar visibilidad a Costa en todo
lo que haga del PS una no alternativa. Y lo más grave es que la derecha está bien instalada
dentro del PS, lista para boicotear a su secretario general. Si él se da cuenta a tiempo, deberá
incorporar dentro de lo político a lo social (el desempleo, la precariedad laboral, los bajos
salarios, la deficiente salud pública, los servicios de urgencias hospitalarias convertidos en
cementerios, el aumento de la pobreza y los suicidios); decir inequívocamente que no quiere
hombres de los mismos negocios de siempre en la presidencia de la República, no tener miedo
de las palabras patria y soberanía cuando el país es ya un protectorado, dar espacio a las
izquierdas para que todos luchen por los votos de los portugueses ofendidos y maltratados por
este gobierno, en lugar de enfrentarse unos a otros y mostrar con vehemencia que, a diferencia
de muchos que ocupan altos cargos, es un político honesto.
Fuente: página12, 20.3.15 por Boaventura de Sousa Santos, portugués, doctor en Sociología
del Derecho.
4. EL MENOS COMÚN DE LOS SENTIDOS POR JORGE EDWARDS
En los análisis políticos actuales suele notarse una fuerte ausencia de sentido común, el menos
común de los sentidos, como decía alguien por ahí. Muchos, por ejemplo, se sorprendieron por
el triunfo de Netanyahu y de su partido, el Likud, en las elecciones de Israel del martes
pasado. Las encuestas indicaban tendencias diferentes, y daba la impresión de que la opinión
pública internacional se hacía ilusiones. Soñaba, al parecer, con el final del largo periodo de
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Gobierno de mano dura que se imponía desde Jerusalén. Esperaba con impaciencia salir a las
calles a celebrar la formación de un Gobierno centrista o de centro izquierda, que pusiera más
énfasis en las reformas sociales y menos en los problemas puros y duros de seguridad y de
guerra.
Viajé a Israel hace ya alrededor de 10 años, en un periodo de relativa tranquilidad, invitado
por el Instituto Cervantes de Tel Aviv. Recuerdo encuentros con ciudadanos de Israel que
tenían orígenes chilenos, que habían pasado años de infancia y de juventud entre nosotros, y
que me daban impresiones bastante equilibradas, informadas, interesantes, sobre los conflictos
de todo el Oriente Próximo. No se podía sostener que fueran versiones ultranacionalistas,
sesgadas, autoritarias. No es imposible que estas mismas personas, ahora, hayan asumido
posiciones más radicales. Pero es necesario hacer un esfuerzo importante, decidido, para
entender. El único punto de partida serio de un camino hacia la paz, inevitablemente lento,
accidentado, difícil, es el deseo de comprender, el de alcanzar un conocimiento abierto, libre
de prejuicios. En esa visita a la ciudad de Tel Aviv, seguida de breves viajes a lugares
cercanos, de una mañana entera en Jerusalén, supe algunas cosas, pero sobre todo respiré una
atmósfera intensa, particular, un conflicto que en esos días se intentaba moderar, pero que
estaba a la vista, en carne viva. Un joven palestino que había nacido en la ciudad de Ovalle, en
el norte de Chile, cuyos padres habían tenido un comercio en la plaza principal, me mostraba
lugares, me presentaba a conocidos suyos y me contaba su historia personal. Sus padres habían
decidido regresar de Ovalle a Jerusalén hacía algunos años. Su casa de familia en territorio
fronterizo palestino había sido destruida en un momento de conflicto armado y habían vuelto a
la pacífica plaza de Ovalle, donde asistí una vez a una provinciana y simpática feria del libro.
Terminaron por regresar de nuevo a Jerusalén, pero la situación distaba mucho de ser clara y
segura. Nada más distante en esos puntos de conflicto agudo que la claridad y la seguridad.
Nada más deseable y más ajeno.
Durante esa mañana en Jerusalén, pasé a la parte judía de la ciudad, a la del Muro de las
Lamentaciones, y tuve que someterme a controles estrictos de seguridad. Uno de mis
acompañantes, funcionario de la Embajada chilena, sacó un teléfono celular a un metro de las
piedras milenarias donde la gente rezaba con movimientos rítmicos del cuerpo. Se produjo un
escándalo de proporciones y tuve que intervenir y negociar, a pesar de que entonces me
encontraba lejos de la diplomacia, para impedir que el incidente llegara a niveles más graves.
En la tarde de esa jornada en Jerusalén regresé a Tel Aviv y quise ir de compras a un
supermercado. Me encontré con la sorpresa de que para ingresar a ese recinto comercial, lleno
de materias tan inocentes como plátanos, dátiles, jabones, escobillas de dientes, había que
pasar por un detector de metales y someterse a otro riguroso control. Estábamos en días de paz
por lo menos aparente, pero de cuando en cuando estallaban vehículos con bombas, o caían
proyectiles disparados desde más allá de las fronteras. Era un estado notorio de guerra latente,
y como siempre ocurre, cada lado atribuía la culpabilidad completa, sin matices de ninguna
especie, al lado contrario. Más de uno se habría comprometido de inmediato, sin pensarlo dos
veces, con alguno de los lados, pero tengo la pésima costumbre de pensar las cosas dos veces,
y hasta tres y cuatro veces, y esto me colocaba en una posición que se habría podido definir
como hamletiana. La conciencia de la complejidad de todo el asunto me volvía cobarde, como
le ocurría al joven príncipe de Dinamarca.
Frente a la candidatura de la reforma interna, del énfasis económico y social, se impuso en
Israel, en las elecciones recientes, la opción de la defensa pura, el criterio militar. No sé
todavía cómo se desarrollan las conversaciones para formar Gobierno, pero me imagino que
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saldrá un Gobierno de trinchera, de combate, de desconfianza. No era el resultado inevitable
de la elección, como lo demostraban las encuestas, pero tampoco era un resultado
imprevisible. El camino de la paz se hará más largo y más intrincado, y podría ocurrir que no
conduzca, al menos durante largos años, a ninguna parte. No creo, sin embargo, que la causa
pacífica esté completamente perdida. Si fuera así, sería grave para la región, pero también
sería grave para todos nosotros. Podemos retirar a todos los embajadores que nos dé la gana:
no contentaremos a nadie y no servirá para absolutamente nada.
Fuente: El País, 22.3.15 por Jorge Edwards escritor chileno.
5. UN FRAUDE BILLONARIO POR PAUL KRUGMAN
Ya es una tradición del Partido Republicano: una vez al año, el partido elabora un presupuesto
que, según dice, sirve para reducir drásticamente el déficit, pero que resulta contener un
"asterisco mágico" de un billón de dólares; una frase que promete grandes recortes del gasto o
aumentos de los ingresos, pero sin explicar de dónde se supone que va a salir el dinero.
Pero los presupuestos que acaban de publicar las mayorías de la Cámara de Representantes y
el Senado abren nuevos caminos. Cada uno de ellos contiene, no uno, sino dos asteriscos
mágicos billonarios: uno de gastos y otro de ingresos. Y, de hecho, este cálculo se queda corto.
Si cualquiera de los presupuestos se convirtiera en ley, la deuda del Gobierno federal
aumentaría varios billones de dólares más de lo que afirman, y esto solo durante la primera
década.
Uno podría sentirse tentado a hacer caso omiso de esto, dado que esos presupuestos no van a
convertirse en ley en la práctica. O podría decir que todos los políticos hacen cosas así. Pero
no es cierto. La falta de honradez fiscal del Partido Republicano es algo nuevo en la política
estadounidense. Y esto nos dice algo importante sobre lo que le ha sucedido a la mitad de
nuestro espectro político.
Pero volvamos a los presupuestos: ambos piden reducciones drásticas del gasto federal. Y se
concretan algunas de esas reducciones del gasto: habría recortes despiadados en los cupones
para alimentos, recortes más o menos igual de despiadados en Medicaid que contrarrestarían
con creces su reciente ampliación y se acabaría con las subvenciones para seguros sanitarios
que contempla el Obamacare. Un cálculo aproximado indica que cada plan ente duplicaría el
número de estadounidenses sin seguro sanitario. Pero ambos reclaman también más de un
billón de dólares en recortes adicionales del gasto obligatorio, cantidad que casi con seguridad
tendría que venir de Medicaid o la Seguridad Social. ¿Qué forma adoptarían estos recortes
adicionales? No nos dan ninguna pista.
Mientras tanto, ambos presupuestos piden que se revoque la Ley de Asistencia Sanitaria
Asequible, incluidos los impuestos que sirven para subvencionar los seguros. Esos ingresos
ascienden a un billón de dólares. Pero los dos presupuestos afirman no tener ningún efecto
sobre los ingresos tributarios; se supone que el Gobierno federal tiene que compensar de algún
modo el dinero no ingresado por el Obamacare. ¿Cómo exactamente? Una vez más, no se nos
da ninguna pista.
Y hay más: los presupuestos también piden que se reduzca considerablemente el gasto
destinado a otros programas. ¿Cómo se pondrán estos en práctica? Ya saben la respuesta.
Es muy importante darse cuenta de que este no es un comportamiento político normal. El
Gobierno de George W. Bush no se quedaba atrás a la hora de presentar los planes tributarios
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de forma engañosa, pero nunca fue tan descarado. Y el Gobierno de Obama ha sido
extraordinariamente escrupuloso en sus dictámenes fiscales.
Sí, ya estoy oyendo las risas, pero es la pura verdad. ¿Recuerdan todas las mofas que hubo
sobre las previsiones de gasto de la Ley de Asistencia Sanitaria Asequible? El gasto real se
está quedando muy por debajo de lo esperado y la Oficina Presupuestaria del Congreso ha
reducido un 20% su previsión para la próxima década. ¿Se acuerdan de las burlas que hubo
cuando el presidente Obama declaró que reduciría el déficit a la mitad antes de que acabara su
primer mandato? Bueno, la escasa actividad económica retrasó las cosas, pero solo un año. El
déficit de 2013 fue menos de la mitad que el de 2009, y ha seguido bajando.
De modo que no, la falsedad fiscal no es la norma histórica ni es propia del bipartidismo. Es
un rasgo republicano moderno. Y la pregunta que debemos plantearnos es por qué.
La respuesta que a veces oímos es que, en el fondo, los republicanos piensan que el hecho de
reducir la presión fiscal sobre los ricos se traduciría en una enorme expansión y en un aumento
de los ingresos, pero les preocupa que la ciudadanía no considere creíble este argumento. Así
que los asteriscos mágicos son en realidad un sustituto de su fe en la magia de la economía de
oferta, fe que permanece intacta aunque los defensores de dicha doctrina lleven décadas
equivocándose en todo.
Pero yo me inclino por una explicación más cínica. Piensen en lo que harían estos
presupuestos si no prestásemos atención a los misteriosos billones de dólares en recortes del
gasto y aumentos de los ingresos que no se explican. Lo que tendríamos serían unas enormes
transferencias de ingresos de los pobres y la clase trabajadora, que verían tremendamente
recortadas sus prestaciones, a los ricos, que disfrutarían de una gran reducción de la presión
fiscal. Y la forma más sencilla de entender estos presupuestos seguramente consista en
suponer que están pensados para hacer lo que, de hecho, harían en realidad: enriquecer más a
los ricos y empobrecer más a las familias corrientes.
Pero, por supuesto, este no es un rumbo político que los ciudadanos respaldarían si se lo
explicasen claramente. Así que hay que vender los presupuestos como si fueran un valiente
esfuerzo por suprimir el déficit y pagar lo que se debe (para lo cual, deben contemplar un
ahorro inexplicable de billones de dólares).
¿Significa esto que todos esos políticos que pronuncian discursos sobre lo malos que son los
déficits presupuestarios, y que dicen estar decididos a acabar con la plaga de la deuda, nunca
han sido sinceros? Sí, así es.
Miren, sé que es difícil mantener viva la indignación tras tantos años de fraudulencia fiscal.
Pero, por favor, inténtenlo. Nos encontramos ante una estafa enorme y destructiva, y
deberíamos estar muy, muy enfadados.
Fuente: El País, 23.315 por Paul Krugman, profesor de Economía en la Universidad de
Princeton y premio Nobel de Economía en 2008.
6. REACCIONAR ANTE LA TRAGEDIA VENEZOLANA POR JORGE G. CASTAÑEDA
Hasta ahora la crisis venezolana solo surtía efectos dentro del propio país. Salvo algún que
otro exabrupto de Hugo Chávez antes de morir, una que otra expropiación de empresas
extranjeras sin la adecuada compensación, y una que otra injerencia menor en las contiendas
electorales de naciones vecinas, los estragos de 15 años de despilfarro, corrupción, deriva
autoritaria y violaciones crecientes de los derechos humanos únicamente habían dañado a...
Venezuela. Ya no.
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La decisión del presidente Barack Obama de calificar formalmente a Venezuela como una
“amenaza para la seguridad nacional” de Estados Unidos escala el enfrentamiento entre el
Gobierno de Nicolás Maduro y el imperio. Los motivos de la decisión norteamericana
permanecen en el misterio; asimismo, no se comprenden del todo las consecuencias jurídicas
de esta “certificación”. Pero no es imposible que parte de la explicación resida en la pasividad
latinoamericana frente a los encarcelamientos o desafueros de líderes opositores, la represión
de manifestantes estudiantiles y empresariales, la censura a los medios y el derrumbe de la
economía venezolana.
Obama quizás busca obligar a definirse a países como Brasil, México, Chile y Colombia, que,
sin ser parte del ALBA —es decir, la coalición chavista de la región—, han mantenido un
desconcertante silencio ante los atropellos recurrentes de Chávez y Maduro. Sobre todo, la
operación norteamericana puede meter una cuña entre Caracas y La Habana, justo cuando al
régimen cubano le importa más que nunca acelerar las negociaciones con Washington.
Conviene recordarlo: sin Venezuela, Cuba se hunde, a menos que encuentre una tabla de
salvación sustituta. La única disponible es la normalización de relaciones con Estados Unidos,
en mi opinión imposible a corto plazo, pero, en la opinión de muchos expertos, a la vuelta de
la esquina.
Maduro reaccionó de dos maneras a la afrenta de Obama. Primero, pidió poderes especiales a
la Asamblea legislativa, expidió nuevas leyes rehabilitantes y movilizó al Ejército y a las
milicias en maniobras de guerra como si la invasión estadounidense fuera inminente: el viejo
argumento de la agresión externa que justifica la represión interna. Segundo, buscó y
consiguió el apoyo de UNASUR, una de las nuevas organizaciones regionales cuyos
pronunciamientos son tan frecuentes como inocuos, y solicitó una reunión del Consejo
Permanente de la OEA el 18 de marzo —día en que será electo el nuevo secretario general—
para vituperar la decisión de Obama y obtener respaldo latinoamericano. Más aún, se prepara
para transformar la Cumbre de la Américas —a la que normalmente acuden EE UU, Canadá y
todos los países de la región, salvo Cuba— en un aquelarre retórico contra el
“intervencionismo yanqui” en su país. Solo que esta vez, en principio, a la reunión de Panamá
asistirán Obama y Raúl Castro; se darán la mano; se sentarán en la misma mesa y tal vez
celebren una reunión bilateral, si logran destrabar las negociaciones sobre la apertura de
embajadas en cada capital, y en particular eliminar a Cuba de la lista de países que, según
Washington, apoyan el “terrorismo internacional”. No se ve claramente cómo el deshielo de
Estados Unidos con Cuba se compagina con una confrontación verbal y política virulenta con
Venezuela, en la que Cuba y sus aliados se verán obligados a tomar partido.
Pero tampoco se vislumbra una salida fácil para los países antiintervencionistas sin ser
prochavistas. No parece sencillo esquivar los escollos de Panamá sin comprometerse con unos
o con otros. ¿Qué harán los presidentes de Brasil, México, Chile y los demás países
antiintervencionistas, pero no prochavistas, que han aplaudido (con toda razón) la distensión
entre Cuba y Estados Unidos? ¿Se unirán al estridente coro de Maduro, Daniel Ortega, Evo
Morales, Rafael Correa, Cristina Kirchner, acorralando a Obama en Panamá? ¿O repetirán el
exhorto del rey Juan Carlos I a Chávez: “¿Por qué no te callas?”. ¿Tratarán de desactivar la
trampa tendida por Maduro a Obama o se resignarán a la ausencia del estadounidense si la
celada se confirma?
Solo es seguro un vaticinio: los grandes países de América Latina no podrán hacer la vista
gorda ante la tragedia venezolana, como ha sucedido hasta ahora. Gracias al aparente exceso
de Obama, a la desesperación cubana por atraer inversiones, turistas y comercio, y frente al
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descalabro económico venezolano, producto de la incompetencia y de la caída del precio del
petróleo, el tiempo de la indiferencia se agotó. Enhorabuena.
Fuente: El País, 23.3.15 por Jorge G. Castañeda, mexicano, analista político y miembro de la
Academia de las Ciencias y las Artes de EE UU.
7. EL VERDADERO MODELO SINGAPUR POR MINXIN PEI
La muerte de Lee Kuan Yew, el padre fundador de Singapur, ofrece una oportunidad para
reflexionar sobre su legado -y, quizá más importante, sobre si ese legado se ha entendido
correctamente.
Durante sus 31 años como primer ministro, Lee diseñó un sistema único de gobierno,
equilibrando intrincadamente autoritarismo con democracia y capitalismo estatal con libre
mercado. Conocida como “el modelo Singapur”, la marca de gobernancia de Lee suele
caracterizarse erróneamente como una dictadura unipartidaria sobreimpuesta a una economía
de libre mercado. Su éxito a la hora de transformar a Singapur en una ciudad-estado próspera
suele ser invocado por los regímenes autoritarios como un justificativo para su control férreo
de la sociedad -algo que en ningún lugar es más evidente que en China.
De hecho, el presidente chino, Xi Jinping, está implementando una agenda transformadora
sumamente influenciada por el modelo Singapur -una guerra implacable contra la corrupción,
medidas severas contra el disenso y reformas económicas pro-mercado-. El Partido Comunista
Chino (PCC) encuentra en Singapur una visión de su futuro: la perpetuación de su monopolio
sobre el poder político en una sociedad capitalista próspera.
Pero el modelo Singapur, como lo entienden las autoridades de China, nunca existió. Emular
el modelo de gobierno de Lee -en lugar de su caricatura animada- exigiría permitir un sistema
mucho más democrático del que alguna vez toleraría el PCC.
El verdadero secreto del genio político de Lee no fue el uso habilidoso que hizo de prácticas
represivas, como iniciar demandas legales contra los medios o sus oponentes políticos. Esas
tácticas son frecuentes y ordinarias en regímenes semiautoritarios. Lo verdaderamente
revolucionario que hizo Lee fue utilizar las instituciones democráticas y el régimen de derecho
para frenar el apetito predatorio de la elite gobernante de su país.
A diferencia de China, Singapur permite que los partidos de la oposición participen en
elecciones competitivas y libres (aunque no necesariamente justas). En la última elección
parlamentaria de 2011, seis partidos de la oposición ganaron un 40% de los votos en total. Si
el Partido de Acción Popular (PAP), el partido fundado por Lee, perdiera su legitimidad
debido a una mala gobernancia, los votantes de Singapur podrían sacarlo del poder.
Al llevar a cabo elecciones competitivas regulares, Lee efectivamente estableció un
mecanismo de autorregulación y responsabilidad política -les dio a los votantes de Singapur el
poder para decidir si el PAP debería permanecer en el poder-. Este mecanismo de regulación
ha mantenido la disciplina al interior de la elite gobernante de Singapur y hace que sus
promesas suenen creíbles.
Lamentablemente, el resto del mundo, en su mayoría, nunca le reconoció como corresponde a
Lee el haber diseñado un sistema híbrido de autoritarismo y democracia que mejoró
marcadamente el bienestar de los ciudadanos de su país, sin someterlos a la brutalidad y
opresión a la que han recurrido muchos de los vecinos de Singapur.
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China haría bien en adoptar este modelo, introduciendo un grado considerable de democracia
y fortaleciendo la obediencia del régimen de derecho. Los 1.400 millones de habitantes de
China se beneficiarían inmensamente si sus gobernantes adoptaran instituciones y prácticas
políticas al estilo de Singapur. Esto implicaría, como mínimo, legalizar a la oposición política
organizada, introducir elecciones competitivas en intervalos regulares y crear un sistema
judicial independiente.
Emular a Lee le permitiría a China lograr un inmenso progreso y volverse una sociedad más
humana y abierta con un futuro más prometedor. Tristemente, casi no existe ninguna
posibilidad de que esto ocurra, al menos no en lo inmediato. Cuando los líderes de China citan
el modelo Singapur, lo que tienen en mente se limita a la perpetuación de su poder. Quieren
los beneficios de la dominancia política, sin los controles impuestos por un contexto
institucional competitivo.
Lee puede haber sido escéptico respecto de los beneficios de la democracia, pero frente a ella
no era visceralmente hostil; entendía su utilidad. Por el contrario, los líderes de China ven en
la democracia una amenaza ideológica existencial que se debe neutralizar a cualquier costo.
Para ellos, permitir incluso un grado módico de democracia como medio de imponer cierta
disciplina a la elite es un acto suicida.
Desafortunadamente, Lee ya no está con nosotros. Sería bueno imaginarlo explicándoles a los
líderes de China lo verdaderamente innovador del modelo Singapur. Obviamente, esa opción
no existe. Pero le correspondería al PCC -aunque más no sea por el simple respeto hacia uno
de los grandes estadistas de Asia- impedir la apropiación de la marca Singapur al servicio de
una agenda completamente diferente.
Fuente: Project syndicate, 27.3.15 por Minxin Pei, profesor de gobernabilidad en el
Claremont McKenna College
8. BRASIL: LA CALLE NEOLIBERAL POR MANUEL CASTELLS
Volvieron a las calles de Brasil, por cientos de miles, el 15 de marzo, como en junio del 2013.
Pero no es la misma calle, aunque la corrupción política sigue siendo el centro de la protesta.
No es la misma calle por lo que piden ni por quienes lo piden. Piden la destitución de la
presidenta Dilma Rousseff, del Partido de los Trabajadores (PT), reelegida en octubre pasado.
Piden menos intervención del Gobierno, menos impuestos, menos sistema público, más
privatización económica. Y piden un cambio del sistema político, incluyendo a todos los
partidos en la corrupción, aunque algunos sectores salvan a Aécio Neves, derrotado opositor
de Dilma Rousseff. En una franja minoritaria del movimiento hay llamamientos a un golpe
militar como única forma de salvar a Brasil de los políticos. Paradójicamente, al tiempo se
denuncia el autoritarismo de un Estado bolivariano y se llama a la protesta fuera de las
instituciones.
No son los mismos. Los principales núcleos de las redes sociales de las movilizaciones del
2013 son poco activos. Según el análisis de tráfico en las redes durante la protesta realizado
por el especialista Marcelo Branco, hay una clara polarización entre dos grupos, el de la
protesta anti-Dilma, apoyado en los principales medios, y los defensores de Dilma, fieles al
Partido de los Trabajadores, minoritarios. Los que convocaron las manifestaciones del 15 de
marzo representan una abigarrada amalgama de intereses e ideologías apoyados por algunos
de los diputados más corruptos. Entre ellos están Vem Pra Rua, defensores del Estado mínimo
y opuestos a la bolivarización de Brasil; Revoltados On Line, abiertamente fascistas, racistas y
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homofóbicos, partidarios de un golpe; el diputado Bolsonaro, militar que preconiza la vuelta a
la dictadura; el pastor Silas Malafaia de la influyente Asamblea de Dios; el conservador PPS
de Roberto Freire; Aécio Neves, el excandidato presidencial del PSDB, y el grupo que pareció
tomar la iniciativa del 15 de marzo, el Movimento Brasil Livre, creado en la red pero muy
activo en las manifestaciones. Este grupo, predominantemente formado por profesionales y
estudiantes, se relaciona con el Instituto Liberal, un think tank empresarial, apoyado por
grandes empresas nacionales y extranjeras, entre las que se dice está la petrolera de los
hermanos Koch, matriz del Tea Party en Estados Unidos. Este movimiento articula una
propuesta de liberalización económica, como expresa uno de sus jóvenes líderes, el estudiante
de 19 años Kim Kataguiri que idolatra a Milton Friedman. Quién podría imaginarse las tesis
de Milton Friedman voceadas en la calle por jóvenes estudiantes… Claro que el liberalismo
económico no está reñido con las llamadas a los militares: recuerden la conexión entre
Pinochet y los Chicago Boys.
Tampoco son los mismos participantes en las manifestaciones del 2015 que los del 2013. En
São Paulo, un 72% nunca se había manifestado antes. El 68% eran de clase media, y el 19%,
de clase alta. En Porto Alegre eran más del 80% blancos, más del 65% con estudios
universitarios, y tres cuartas partes sin ningún parado en la familia. Y, en su conjunto, menos
jóvenes (25 a 44 años) que los del 2013. Es una revuelta de clase media urbana, tirando a alta,
contra el estatismo y la política corrupta.
En realidad el detonante del movimiento ha sido la revelación de la corrupción sistémica de la
política brasileña a raíz de la investigación sobre la utilización de la empresa nacional
Petrobras por los políticos de todos los partidos. De todos, aunque la ira se centra en el PT
actualmente en el Gobierno. De los imputados, sólo seis son del Partido de los Trabajadores
(incluida Gleisi Hoffmann, mano derecha de Dilma), uno del PSDB, siete del PMDB (partido
bisagra de todos los gobiernos) y treinta y uno del ultraderechista PP. Pero ha quedado claro
que en todos los gobiernos Petrobras contrataba a las empresas a cambio de comisiones del
3% que iban a los partidos en el poder y al bolsillo de los intermediarios. Los hombres clave
son los recaudadores (tipo Bárcenas) de cada partido, funcionando fuera del Gobierno pero
bajo protección. El sistema político en su conjunto siempre ha sido podrido. En la dictadura
las comisiones eran del 20%, Collor de Mello robó, y todos los gobiernos han tenido sus
escándalos porque como ningún presidente puede tener mayoría en el Congreso se tienen que
comprar apoyos, en puestos y en pagos. El PT es más castigado porque se ofrecía como
alternativa a la corrupción. Y porque llueve sobre mojado: el primer gran escándalo de Lula
(el mensalão) fue de su primer ministro y jefe del aparato del PT, José Dirceu, que fue a la
cárcel por sus manejos y aun así creó luego una consultora y se sospecha que siguió en la
mismo, para el partido y para él.
Dilma, que es limpia, parece impotente para cambiar el sistema. En parte porque no es del
núcleo fundador del PT (vino del PDT de Brizzola). Y en parte porque no tiene suficiente
fuerza para exponer las miserias de un partido que no parece dispuesto a dejar el poder, como
demostró su salvaje campaña de mentiras que acabaron con Marina Silva cuando iba delante
en las presidenciales. La presidenta acaba de presentar un paquete de medidas contra la
corrupción (Blog.planalto.gv.br). Pocos confían en su aplicación efectiva. Y es que el
problema es sistémico. Perdida la protección de la bonanza económica de los últimos años, la
paciencia de los brasileños se acabó. Y el descontento, en una extraña mezcla de
neoliberalismo y militarismo, se expresa fuera de las instituciones, en las redes y en las calles,
como todas las movilizaciones de nuestro tiempo, cualquiera que sea su origen y su ideología.
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Porque la sociedad es diversa y sale a la calle, en su diversidad, cuando no hay otros canales
de participación.
Fuente: La Vanguardia, 28.3.º5 por Manuel Castells, sociólogo y profesor español
9. EL PORQUÉ DE LOS OBJETIVOS DE DESARROLLO SOSTENIBLE POR JEFFREY D. SACHS
Después de los avances logrados con los Objetivos de Desarrollo del Milenio, que guiaron las
iniciativas mundiales de desarrollo entre 2000 y 2015, los gobiernos del mundo están
negociando un conjunto de Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) para el período
2016‑2030. Los ODM apuntaban a poner fin a la pobreza extrema, el hambre y las
enfermedades evitables, y fueron los objetivos mundiales de desarrollo más importantes en la
historia de las Naciones Unidas. Los ODS continuarán la lucha contra la pobreza extrema,
pero añadirán el desafío de garantizar un desarrollo más equitativo y ambientalmente
sostenible, con especial atención a reducir los peligros del cambio climático inducido por el
hombre.
¿Podrá un nuevo conjunto de objetivos ayudar al mundo a trascender los riesgos actuales y
entrar en una nueva senda de desarrollo sostenible? ¿Serán realmente eficaces?
A tal sentido, los resultados de los ODM son contundentes y alentadores. Fueron adoptados en
septiembre de 2000, a través de la “Declaración del Milenio” de la Asamblea General de la
ONU. Los ocho objetivos se volvieron piedra basal de las iniciativas de desarrollo para los
países pobres de todo el mundo. ¿Produjeron cambios reales? La respuesta parece ser que sí.
Los objetivos permitieron claros avances en reducción de la pobreza, control de enfermedades
y mejoras en escolarización e infraestructuras en los países más pobres del mundo,
especialmente en África. La adopción de metas mundiales ayudó a movilizar el esfuerzo
internacional.
¿Cómo lo lograron? ¿Por qué son necesarios? Nadie expresó la importancia de fijarse
objetivos para lograr el éxito tan bien como lo hizo John F. Kennedy hace 50 años. En uno de
los discursos más memorables de la presidencia estadounidense moderna, pronunciado en
junio de 1963, Kennedy dijo: “Definir nuestro objetivo más claramente, hacer que parezca
más realizable y menos lejano, ayuda a que todos lo vean, se esperancen con él y avancen
hacia él inexorablemente”.
La adopción de objetivos es importante por muchas razones. En primer lugar, son esenciales
para la movilización social. Para luchar contra la pobreza o trabajar en pos del desarrollo
sostenible, el mundo necesita que se lo oriente en una dirección; pero en este mundo ruidoso,
desparejo, dividido, superpoblado, congestionado, distraído y a menudo agobiado en que
vivimos es difícil orquestar una respuesta coherente a nuestras necesidades compartidas. La
adopción mundial de objetivos ayuda a que personas, organizaciones y gobiernos de todo el
mundo se orienten en una misma dirección, básicamente, la de concentrarse en lo que
realmente importa para el futuro.
Poner objetivos también sirve para crear presión colectiva. La adopción de los ODM expuso a
los líderes políticos a que se los cuestionara, en público y en privado, sobre lo que estaban
haciendo para terminar con la pobreza extrema.
Fijar objetivos también es importante para incentivar a comunidades epistémicas (redes de
personas dotadas de experiencia, conocimiento y práctica) a trabajar por el desarrollo
sostenible. Al plantearse metas audaces se estimula la formación de comunidades expertas
capaces de recomendar modos prácticos de alcanzar los fines deseados.
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Por último, los objetivos movilizan redes de interesados. Motivan a líderes comunitarios,
políticos, ministerios de gobierno, comunidades científicas, organizaciones no
gubernamentales de primera línea, grupos religiosos, organismos internacionales, grupos de
donantes y fundaciones a mancomunarse por un fin común. Estos procesos multisectoriales
son esenciales para abordar los complejos desafíos del desarrollo sostenible y la lucha contra
la pobreza, el hambre y la enfermedad.
Kennedy mismo fue un ejemplo de liderazgo por medio de objetivos, cuando hace medio
siglo, en plena Guerra Fría, buscó la paz con la Unión Soviética. A través de una serie de
declaraciones que comenzó con el famoso discurso inaugural en la American University de
Washington, D. C., Kennedy lanzó una campaña por la paz basada en una combinación de
ideales y pragmatismo, y centrada en poner fin a las pruebas nucleares.
Apenas siete semanas después del discurso por la paz, estadounidenses y soviéticos firmaban
el tratado de prohibición limitada de pruebas nucleares, un acuerdo histórico para frenar la
carrera armamentista de la Guerra Fría que hubiera sido impensable meses antes. Aunque no
significó el fin de la Guerra Fría, fue la prueba de que era posible negociar y acordar, y sentó
las bases de futuros pactos.
Pero fijar objetivos no garantiza que se obtengan resultados apreciables, ya que es sólo el
primer paso en la implementación de un plan de acción. Después, se necesitan políticas bien
diseñadas, financiación suficiente y nuevas instituciones que supervisen la ejecución de los
planes. Y a lo largo del proceso habrá que medir resultados y reconsiderar estrategias,
sintonizando las políticas en forma continua bajo la presión y la motivación de objetivos y
plazos claros.
Así como el mundo logró grandes avances con los ODM, podemos hacer realidad los ODS.
Aunque los intentos de luchar contra la pobreza, la desigualdad y el deterioro medioambiental
estén rodeados de cinismo, confusión y obstruccionismo político, el cambio es posible. Y si a
veces las potencias del mundo parecen renuentes a actuar, eso también puede cambiar. Las
ideas importan, y pueden tener un impacto mucho mayor y más rápido sobre las políticas
públicas de lo que se imaginan los pesimistas.
En su discurso final ante las Naciones Unidas, en septiembre de 1963, Kennedy describió los
esfuerzos contemporáneos por la paz con una cita de Arquímedes, quien “al explicar los
principios de la palanca, presuntamente dijo a sus amigos: «Dadme un punto de apoyo, y
moveré el mundo»”. Cincuenta años después, a nuestra generación le llegó el turno de mover
el mundo hacia el desarrollo sostenible.
Fuente: Project syndicate, 31.3.15, por Jeffrey D. Sachs, profesor de Desarrollo sustentable y
director del Instituto de la Tierra en la Universidad de Columbia
10. LA ÚLTIMA OPORTUNIDAD PARA UCRANIA Y EUROPA POR GEORGE SOROS
La Unión Europea se encuentra en una encrucijada. En los próximos 3 a 5 meses se decidirá la
forma que tenga de aquí a cinco años.
Año tras año, la UE ha ido encontrando maneras de salir de sus dificultades. Pero ahora, en
Grecia y Ucrania, tiene que lidiar con dos crisis que amenazan su propia existencia. Tal vez
sea demasiado para ella.
Desde el comienzo mismo, todos los actores implicados en la persistente y larga crisis de
Grecia han manejado mal la situación. Se ha llegado a un punto en que las emociones están tan
a flor de piel que tratar de salir del paso como se pueda es la única alternativa constructiva.
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Pero Ucrania es diferente: se trata de un caso de claros contrastes. La Rusia de Vladimir Putin
es el agresor y, al defenderse a sí misma, Ucrania está defendiendo los valores y principios
sobre los que se creó la UE.
Sin embargo, Europa la trata como a otra Grecia, en un enfoque erróneo que está produciendo
resultados equivocados. Putin está ganando terreno en Ucrania, y Europa está tan preocupada
con Grecia que apenas le presta atención.
El resultado que Putin preferiría en Ucrania es causar un colapso financiero y político que
desestabilice el país, y por el que no deba asumir responsabilidad alguna, en lugar de una
victoria militar que lo deje en posesión de una parte (y tener que hacerse responsable de ella).
Esto se advierte en el hecho de que haya convertido dos veces una victoria militar en un alto al
fuego.
El deterioro de la posición de Ucrania entre los dos acuerdos de alto al fuego (Minsk I,
negociado en septiembre pasado, y Minsk II, completado en febrero) muestra el grado de éxito
de Putin. No obstante, se trata de algo temporal: Ucrania es demasiado valiosa como aliado
para que la UE la deje abandonada a su suerte.
Hay algo fundamentalmente equivocado en la política de la UE. De otro modo, ¿cómo se
puede entender que la Rusia de Putin haya superado en astucia a los aliados de Ucrania, que
solían liderar el mundo libre?
El problema es que Europa ha ido sosteniendo a Ucrania a cuentagotas, tal como lo ha hecho
con Grecia. Como resultado, Ucrania sobrevive apenas, mientras que Putin tiene la ventaja de
poder ser el primero en mover ficha. Puede elegir entre la guerra híbrida y la paz híbrida, y
Ucrania y sus aliados no tienen más remedio que limitarse a responder.
La situación del país se está agravando. En febrero, cuando el valor del grivna cayó un 50% en
unos pocos días, ocurrió el colapso financiero que yo había estado advirtiendo desde hacía
meses, y el Banco Nacional de Ucrania se vio obligado a inyectar grandes cantidades de
dinero para rescatar al sistema bancario. El clímax se alcanzó el 25 de febrero, cuando el
banco central introdujo controles de importación y elevó las tasas de interés al 30%.
Desde entonces, los esfuerzos de persuasión e influencia del presidente Petro Poroshenko han
hecho que el tipo de cambio se vuelva a acercar al nivel en que se basó el presupuesto
ucraniano de 2015. Pero se trata de una mejora muy precaria.
Este colapso temporal ha sacudido la confianza del público y puesto en peligro los balances de
los bancos de Ucrania y las empresas con deudas en divisas duras. Además, ha socavado los
cálculos en que se basan los programas de Ucrania con el Fondo Monetario Internacional. El
Programa de Servicio Ampliado del FMI dejó de ser suficiente incluso antes de su aprobación.
Los estados miembros de la UE, que enfrentan sus propias limitaciones fiscales, han
demostrado nula disposición a prestar ayuda bilateral adicional, y así Ucrania sigue
asomándose al abismo.
Y sin embargo, va ganando impulso un programa de reformas radicales que poco a poco se ha
vuelto visible al público ucraniano y las autoridades europeas. Hay un marcado contraste entre
la situación externa en deterioro y el ritmo constante de estas reformas internas, lo que da un
aire de irrealidad a la situación en Kiev.
Un escenario plausible es que Putin logre su objetivo óptimo y se desmorone la resistencia de
Ucrania. Europa se vería inundada de refugiados: dos millones parece ser una estimación
realista. Para muchos, esto marcaría el inicio de una Segunda Guerra Fría. Su consecuencia
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más probable sería que un Putin victorioso obtuviera algunas simpatías en Europa y las
sanciones a Rusia fueran perdiendo fuerza hasta extinguirse.
Sería el peor resultado posible para Europa, que acabaría por dividirse aún más,
convirtiéndose en un terreno donde la Rusia de Putin y Estados Unidos competirían por ganar
influencia. La UE dejaría de ser una fuerza política efectiva en el mundo (especialmente si
Grecia también abandona la eurozona).
Un escenario más probable es que Europa se las apañe haciendo concesiones a Ucrania: el país
no colapsará pero los oligarcas consolidarán sus posiciones y la nueva Ucrania comenzará a
parecerse a la antigua.
Putin encontraría esta situación casi tan satisfactoria como un colapso total. Pero su victoria
sería menos segura, ya que daría lugar a una segunda Guerra Fría, que acabaría perdiendo tal
como la Unión Soviética perdió la primera. La Rusia de Putin necesita que el barril de petróleo
cueste 100 dólares o, de lo contrario, en 2 a 3 años agotará sus reservas en moneda extranjera.
El último capítulo de lo que llamo la “Tragedia de la Unión Europea” es que la UE pierda la
nueva Ucrania. Se dejarían de lado los principios que ésta defiende (los mismos en los que se
basa la Unión) y la UE tendría que gastar mucho más dinero en defenderse a sí misma de lo
que costaría ayudar a la nueva Ucrania a funcionar como país.
También hay un escenario más esperanzador. La nueva Ucrania sigue viva y decidida a
defenderse. Aunque por sí sola no es rival para el poder del ejército ruso, sus aliados podrían
decidir hacer “lo que sea necesario” para ayudar, sin que eso implique llegar a involucrarse en
una confrontación militar directa con Rusia ni violar el acuerdo de Minsk. Si lo hacen, no sólo
ayudarían a Ucrania, sino que también a la UE a recobrar los valores y principios que parece
haber perdido. No es necesario decir que éste es el escenario que promuevo.
Fuente: Project syndicate, 31.3.15 por George Soros, Presidente de la Fundación Soros y
Presidente de la Open Society Foundation
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Edición a cargo de Ronald Grebe