Política

16 de marzo de 2015
Nº 196
Política
CONTENIDO
1. La mano visible de Wal Mart por Paul Krugman
2. La clase política y sus estandartes por Luis Goytisolo
3. Dante y el islamismo por Umberto Eco
4. Un juicio justo para la deuda soberana por Joseph E. Stiglitz
5. Washington contra Rusia por Walter Laqueur
6. Grecia ya no es lo que era por Guy Sorman
7. El fracaso de Occidente por Michel Wieviorka
8. La transformación digital de Europa por John Chambers
9. ¿Quién creó el Estado Islámico? por Manuel Castells
10. Abstinencia por Simón Pachano
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1. LA MANO VISIBLE DE WAL MART POR PAUL KRUGMAN
En febrero, Wal Mart, el mayor empleador de Estados Unidos, anunció que aumentará los
salarios de medio millón de empleados. Para muchos de ellos, la ganancia será reducida, pero,
con todo, el anuncio es algo importante por dos razones. Primera, habrá efectos secundarios:
Wal Mart es tan grande que es probable que su acción lleve a aumentos para millones de
trabajadores que emplean otras compañías. Segunda, una que se puede decir es muchísimo
más importante, y es lo que esa medida nos dice; me refiero a que los salarios bajos son una
opción política y podemos, y deberíamos, decidir en forma diferente.
Algunos antecedentes: normalmente, los conservadores –con el respaldo, debo admitir, de
muchos economistas– arguyen que el mercado de trabajo es como el de cualquier otra cosa. La
ley de la oferta y la demanda, dicen, determina el nivel de los salarios, y la mano invisible del
mercado castigará a cualquiera que trate de desafiar esta ley.
Específicamente, este punto de vista implica que cualquier intento por subir los sueldos fallará
o tendrá consecuencias malas. Establecer un salario mínimo, se dice, reducirá el empleo y
creará un excedente de mano de obra, en la misma forma en la que los intentos por poner piso
bajo los precios de los productos agropecuarios solía llevar a montañas de mantequilla, lagos
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de vino, y así sucesivamente. Presionar a los empleadores a pagar más o alentar a los
trabajadores a organizarse en sindicatos, tendrá el mismo efecto.
Sin embargo, hace mucho que los economistas del trabajo han cuestionado esta perspectiva.
“Cuando el destino nos alcance” –quiero decir, la fuerza de trabajo– se trata de personas. Y,
debido a que los trabajadores son personas, los salarios no son, de hecho, como los precios de
la mantequilla, y qué tanto se les paga a los trabajadores depende lo mismo de las fuerzas
sociales y el poder político que como sucede con la oferta y la demanda.
¿Cuál es la evidencia? Primera, está lo que sucede realmente cuando se aumentan los salarios
mínimos. Muchos estados fijan el salario mínimo por encima del nivel federal, y podemos ver
lo que sucede cuando uno aumenta el suyo cuando sus vecinos no lo hacen. ¿El estado que
subió los sueldos pierde una gran cantidad de empleos? No; la conclusión abrumadora al
estudiar estos experimentos naturales es que los incrementos moderados al salario mínimo
tienen poco efecto negativo o ninguno sobre el empleo.
Y también está la historia. Resulta que la sociedad de clase media que solíamos tener no
evolucionó como resultado de fuerzas del mercado impersonales; fue la acción política la que
la creó, y un breve periodo de tiempo. Estados Unidos seguía siendo una sociedad muy
desigual en 1940, pero, para 1950, se había transformado debido a una reducción drástica en
las desigualdades en el ingreso, a lo cual economistas como Claudia Goldin y Robert Margo
calificaron de Gran compresión. ¿Cómo pasó eso?
Parte de la respuesta es la intervención directa del gobierno, en especial, durante la Segunda
Guerra Mundial, cuando se utilizó su autoridad para fijar los salarios para estrechar las brechas
entre los mejor pagados y los peor pagados. Parte de eso, sin duda, fue un incremento brusco
en la sindicalización. Parte de ello fue la economía del empleo pleno de los años de la guerra,
la cual generó una demanda muy fuerte de trabajadores y los empoderó para buscar un mayor
pago.
Lo importante, no obstante, es que la Gran compresión no desapareció tan pronto como
terminó la guerra. En cambio, el empleo pleno y las políticas en pro de los trabajadores
cambiaron las normas del pago, y una clase media fuerte aguantó por más de una generación.
Oh, y las décadas posteriores a la guerra también estuvieron marcadas por un crecimiento
económico sin precedente.
Lo que me trae de vuelta a Wal Mart.
El alza en los salarios del minorista reflejan las mismas fuerzas que llevaron a la Gran
compresión, aunque en una forma mucho más débil. Wal Mart está bajo presión debido a los
salarios tan bajos que una cantidad considerable de sus empleados dependen de los vales de
despensa y de Medicaid. Entre tanto, los trabajadores están ganando influencia gracias a un
mercado laboral que está mejorando, lo cual se refleja en una disposición mayor para
renunciar a los malos empleos.
Lo que es interesante, no obstante, es que estas presiones no parecen ser tan graves, al menos
hasta ahora, aunque, de cualquier forma, Wal Mart está lista a aumentar los salarios. Y su
justificación para hacerlo refleja lo que los críticos de la política de salarios bajos han estado
diciendo durante años: pagarles mejor a los trabajadores llevará a reducir los reemplazos, a
una mejor moral y a una productividad más alta.
Lo que esto significa, a su vez, es que es casi seguro que planear un aumento significativo en
la paga de decenas de millones de estadounidenses sería mucho más fácil de lo que sugiere la
creencia popular. Incrementar el salario mínimo en una cantidad considerable; facilitarles a los
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trabajadores su organización para aumentar su poder de negociación; una política monetaria y
fiscal directa hacia el empleo pleno, en comparación con mantener deprimida a la economía
por temor a convertirnos, en forma repentina, en la Alemania de Weimar. No es una lista que
sea difícil implementar, y si hiciéramos estas cosas daríamos pasos agigantados de retorno al
tipo de sociedad en la que queremos vivir la mayoría de nosotros.
El punto es que la desigualdad extrema y las fortunas devaluadas de los trabajadores
estadounidenses son una decisión y no un destino impuesto por los dioses del mercado. Y
podemos cambiar esa decisión si queremos.
Fuente: El Universo, 5.3.15 por Paul Krugman, economista estadounidense
2. LA CLASE POLÍTICA Y SUS ESTANDARTES POR LUIS GOYTISOLO
El concepto de clase política abarca a todo individuo convertido en profesional de la actividad
política, al margen de su ideología y de su pertenencia a tal o cual clase social, así sean
próximos al mundo de las finanzas o al de las organizaciones sindicales, a lo que entendemos
por derechas o por izquierdas. De ahí el error de Podemos al hablar de la casta, ya que si la
clase política es horizontal, toda casta es por definición vertical, la pertenencia a cualquiera de
ellas se transmite de generación en generación, de forma que sus miembros lo son, como quien
dice, desde el momento en que fueron engendrados. Vamos, como las castas que estructuran la
sociedad en India o cualquiera de esos linajes aristocráticos que se remontan a varios siglos de
antigüedad. Un concepto mucho más estricto que el de clase social, algo siempre abierto a
nuevas incorporaciones.
En lo que se refiere a Podemos hay que destacar otro equívoco, éste de carácter semántico, que
reside en su propia denominación, ya que la expresión podemos puede ser entendida como una
voluntad o deseo, pero no como planteamiento programático o ideológico equiparable a esas
otras palabras que procuran precisar los rasgos definitorios del partido político que los ha
hecho suyos: liberal, socialista, conservador… Pues, ¿qué es lo que podemos? ¿De qué
estamos hablando? Porque el we can de Obama se refería a su programa electoral, al programa
del Partido Demócrata, a su cumplimiento en caso de ganar los comicios. Sin esa referencia
previa, podemos es algo que cada cual puede interpretar a su gusto, un equívoco en el que tal
vez resida su éxito.
Lo cierto, sin embargo, es que también las denominaciones de los partidos tradicionales están
hoy en crisis, algo que viene sucediendo periódicamente desde el nacimiento de éstos en el
curso del siglo XIX. Y las causas de tales crisis —por lo general, convulsiones políticosociales— dan pie a que el significado de tales denominaciones se vaya viendo modificado.
Así, mientras que en la sociedad decimonónica ser liberal era sinónimo de progresista frente al
concepto de conservador, más apegado a las tradiciones, el que hoy se proclama liberal suele
ser en la práctica un ultraconservador. Y los conservadores han ido cambiando aquí y allá su
antigua denominación por la de popular, en el sentido de más próximo a las convicciones del
pueblo, por lo común, más apegado a lo tradicional que a lo nuevo, a lo malo conocido que a
lo bueno por conocer. La excepción es Inglaterra, donde el liberal, conservador y laborista
siguen manteniendo su significado original, sin que eso sea obstáculo para que también allí
hayan irrumpido las siglas de nuevos movimientos político-sociales.
También es frecuente que el significado de una denominación determinada cambie de un país
a otro. Este sería el caso, por ejemplo, de republicano, cuyo significado en España nada tiene
que ver con el que tiene en Estados Unidos. Allí, su rígido encasillamiento en los principios
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constitucionales le enfrenta al demócrata, más proclive a los cambios que demanda la realidad
social de sus votantes. Claro que, a su vez, esas demandas poco tienen que ver en los Estados
del Sur de pasado esclavista con las de los Estados más desarrollados del Norte, más
inclinados al progreso y al bienestar social.
Similares cambios en el sentido de las denominaciones se han producido y producen en todas
partes. La práctica extinción del Partido Radical en Francia, por ejemplo, dado lo poco que
tenía de radical, o al declive de la Democracia Cristiana en Italia, minada en su prestigio por
los intrincados casos de corrupción tan ajenos a sus creencias religiosas como a sus
pretensiones democráticas.
Caso cualitativamente distinto es el de las denominaciones malditas, como la que vincula al
partido socialista de un país con la palabra nacional, especialmente, claro está, en el caso de
Alemania. Se puede ser socialdemócrata o radical socialista, pero nunca nacionalsocialista.
Tampoco la palabra comunista —salvo para pequeñas agrupaciones nostálgicas— está
especialmente de moda. La razón, claro, reside en el conocimiento de lo que fueron realmente
los regímenes de la Unión Soviética y demás países de la Europa del Este. La excepción es
China, que ha hecho compatible tal denominación con la existencia de millones de
millonarios. Algo parecido, y por las mismas razones, podría decirse de la expresión
democracia popular.
Todo ello explica la proliferación de las nuevas denominaciones que caracterizan a una serie
de partidos políticos emergentes cuya significación queda más o menos en el aire. Podemos:
¿qué es lo que podemos? Ganemos: ¿para hacer qué? Frente Nacional: ¿contra quién en
particular? Detrás de la marca registrada y de sus siglas bien puede haber una sola persona que
se ha montado un partido a fin de resolver sus problemas personales, caso de Berlusconi, por
ejemplo, y de su Forza Italia, que es al mismo tiempo un eslogan deportivo. O un colectivo,
poco más que un club, organizado en torno a un sólo objetivo como por ejemplo la xenofobia.
O que se remite a valores más amplios que los propios de un partido político.
Caso distinto es el de Ciudadanos, que al remitirnos directamente al concepto de citoyen
sugiere su aspiración a representar los intereses del ciudadano, del ciudadano a secas, al
margen de los trapicheos de los diversos estratos de la clase política. Un concepto
curiosamente poco utilizado, tal vez por ser anterior al de lucha de clases, proletariado y
demás términos popularizados por el marxismo. Claro que si bien la Revolución Francesa
aupó al ciudadano y pese al aparente liderazgo de una Marianne que a pecho descubierto
enarbola la bandera tricolor, el concepto de ciudadano no incluía el de ciudadana y las mujeres
tardaron lo suyo en igualar sus derechos a los de los antiguos compañeros masculinos de
revolución.
La crisis de las denominaciones tradicionales de los partidos es ya un hecho irreversible por
mucho que se intente reconducirlo desde dentro a partir de diversos lobbies, como el Tea Party
norteamericano. Y es que los tiempos de esa especie de escala de colores que se ofrecía al
votante —conservadores, liberales, radicales, socialistas, comunistas, anarquistas—
pertenecen al pasado, su contenido no es aplicable a la sociedad actual. Y si subsisten algunas
de ellas en tal o cual país —conservadores, populares y socialistas— es más bien a modo de
referencia, de referencia respecto a un pasado que, por su carácter relativamente reciente,
contenga algún valor orientativo para el eventual votante, siempre liberadas, por supuesto, de
su adherencia a determinados hechos que hoy supondrían un verdadero suicidio político.
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Ahora bien: el que las denominaciones tradicionales de los partidos políticos estén en crisis no
se debe a que su palabra insignia esté gastada o a que el partido al que designa no haga ya
honor a esa palabra, sino a que la realidad circundante es otra. El cambio está en la realidad
social, no en las palabras. El fenómeno no es nuevo, pero sí distinto al de las diferentes
ocasiones en que se ha producido. Hasta ahora, desde el paulatino aflorar de los diversos
partidos políticos a lo largo del siglo XIX, los cambios experimentados en sus respectivas
denominaciones eran más bien fruto de convulsiones sociales, de movimientos revolucionarios
con frecuencia de signo contrapuesto. Ahora, en cambio, la situación recuerda más bien a la
que describe Tocqueville respecto a la sociedad inmediatamente anterior a dichas
convulsiones sociales.
“Al no estar los hombres ligados entre sí por ningún lazo de casta, de clase, de corporación ni
de familia, se sienten demasiado inclinados a no preocuparse más que de sus intereses
particulares, demasiado propensos a no mirar más que por sí mismos y replegarse en un
individualismo estrecho en el que toda virtud pública está sofocada”.
Hoy, similarmente, la realidad social parece haberse licuado, dejando las palabras flotar a la
deriva. ¿Qué se ha hecho de las masas? ¿Y del pueblo? ¿Y de la clase obrera o proletariado?
Hoy, lo propio, es hablar de empleados o trabajadores, por un lado, y de inversores,
financieros y grandes fortunas, por otro. Hasta las guerras actuales entre misteriosas milicias
no son sino un elemento más de ese panorama de conceptos a la deriva. Un panorama licuado
en el que las redes sociales juegan un papel fundamental. Más que el significado de las cosas
lo que cuenta es su imagen, su representación visual. Lo que importa, por ejemplo, no es la
capacidad de convocar masas sino la imagen de esas masas convocadas con mayor o menor
éxito. La foto.
Fuente: El País, 5.3.15 por Luis Goytisolo escritor español.
3. DANTE Y EL ISLAMISMO POR UMBERTO ECO
En 1919, Miguel Asín Palacios publicó un libro sobre la Divina Comedia de Dante que causó
enorme sensación. En ese entonces estaba a punto de conmemorarse el aniversario 600 de la
muerte de éste, el más italiano de los poetas.
En el libro, La escatología musulmana en la Divina Comedia, Así Palacios dedicó cientos de
páginas a documentar las asombrosas semejanzas entre el alegórico ascenso de Dante del
infierno al paraíso, y las travesías descritas por variados textos dentro de la tradición islámica,
especialmente las varias versiones del viaje nocturno del profeta Mahoma al infierno y su
ascenso al paraíso.
Las ideas del erudito español fueron explosivas, especialmente en Italia. El libro de Asín
Palacios condujo a un apasionado debate entre los simpatizantes de su investigación y los
defensores de la originalidad de Dante. Además, en ese entonces el mundo islámico era
menospreciado en Occidente en medio de un clima de ambición colonial y “civilizadora”.
¿Cómo podía alguien pensar que un genio italiano como Dante debía algo a las tradiciones de
esos andrajosos no europeos?
A fines de los años 80 en Bolonia, mis alumnos y yo organizamos una serie de seminarios que
trataban de los intérpretes “delirantes” de Dante. Se publicó un libro (L’idea deforme, o “La
idea deformada”, editado por Maria Pia Pozzato) que incluía varios ensayos sobre algunos de
estos pensadores —Gabriele Rossetti, Eugène Aroux, Luigi Valli, René Guénon, Giovanni
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Pascoli—, todos los cuales eran etiquetados como intérpretes excesivos, extravagantes o
paranoicos del poeta divino.
En ese entonces hubo cierta discusión en cuanto a si deberíamos incluir a Asín Palacios en las
filas de estos excéntricos. Pero decidimos que no porque, para entonces, ya había habido
mucha investigación subsecuente que demostraba que Asín Palacios había sido quizá excesivo
a veces en sus afirmaciones, pero ciertamente no delirante.
Se ha establecido firmemente que Dante se vio influenciado por muchas fuentes musulmanas.
Así que el tema de discusión no es si Dante recurrió a estos textos directamente, sino cómo
llegó a tener acceso a ellos durante la Edad Media. Muchos eruditos cristianos escribieron de
sus visiones del próximo mundo. Esas visiones están descritas en La vida de san Macario el
romano, El viaje de Brandan y La visión de Tundal, así como en la leyenda del pozo de San
Patricio. Pero, por supuesto, todas éstas eran fuentes occidentales.
En su libro, Asín Palacios comparó estas historias con las encontradas en la tradición islámica,
demostrando que, como Dante, estos visionarios occidentales habían aprendido algo de los
visionarios en la costa lejana del Mediterráneo. En ese entonces, Asín Palacios aún no sabía
del Libro de la escala de Mahoma, redescubierto en los años 40, que había sido traducido del
árabe.
¿Dante mismo pudo haber conocido la historia del viaje del profeta a la otra vida? Quizá haya
escuchado de él a través de Brunetto Latini, su maestro, o leído las versiones en latín de textos
árabes sobre la historia y teología del islamismo, que estaban incluidas en el Collectio
Toledana, comisionado por Pedro el Venerable, el abad francés de Cluny, antes del nacimiento
de Dante.
Por supuesto, el reconocimiento de estas influencias no quita nada a la grandeza de Dante.
Muchos grandes autores han tomado las tradiciones literarias anteriores y, a partir de ahí,
concebido obras totalmente originales.
Entonces, ¿por qué he desempolvado estos descubrimientos y debates? Porque ahora el libro
de Asín Palacios ha sido relanzado por la editorial italiana Luni. La nueva edición tiene un
título más atractivo, Dante e l’Islam (“Dante y el islam”), e incluye la excelente introducción
escrita por Carlo Ossola para la traducción de 1994.
¿Aún tiene sentido leer el libro de Asín Palacios después de que tanta investigación sucesiva
ha sostenido sus afirmaciones? Sí, porque está agradablemente escrito y presenta una cantidad
inmensa de comparaciones entre Dante y sus “precursores” árabes. Y es incluso más relevante
hoy en día, en una época en que, confundida por la estupidez bárbara de los fundamentalistas
islámicos, la gente tiende a olvidar las relaciones que siempre han existido entre las culturas
occidental e islámica.
Fuente: El Espectador, 8.3.15 por Umberto Eco escritor italiano
4. UN JUICIO JUSTO PARA LA DEUDA SOBERANA POR JOSEPH E. STIGLITZ
En los seis últimos años, la política monetaria se ha vuelto cada vez más heterodoxa, pues los
bancos centrales han aplicado políticas de tipo de interés cero, relajación cuantitativa,
relajación crediticia, orientación sobre las políticas monetarias e intervención ilimitada en los
tipos de cambio, pero ahora ha aparecido la más heterodoxa de todas ellas: los tipos de interés
nominales negativos.
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Semejantes tipos predominan actualmente en la zona del euro, Suiza, Dinamarca y Suecia y no
son sólo los tipos de interés principales los que son negativos en términos normales: unos tres
billones de dólares en activos en Europa y el Japón, con vencimientos a diez años nada menos
(en el caso de los bonos estatales suizos), tienen ahora tipos de interés negativos.
A primera vista, parece absurdo: ¿por qué habría de querer alguien prestar dinero con un rédito
nominal negativo cuando podría sencillamente conservarlo en metálico y al menos no perder
en términos nominales?
En realidad, los inversores llevan mucho tiempo aceptando réditos reales negativos (ajustados
a la inflación). Cuando se mantiene una cuenta corriente en un banco con un tipo de interés
cero —como hacen la mayoría de las personas en las economías avanzadas—, el rédito real es
negativo (el rédito nominal cero menos la inflación); dentro de un año, sus saldos de caja
servirán para comprar menos bienes que en la actualidad y, si tenemos en cuenta las
comisiones bancarias que se imponen a dichas cuentas, el rédito nominal efectivo era negativo
antes incluso de que los bancos centrales optaran por tipos nominales negativos.
Dicho de otro modo, los tipos nominales negativos hacen que el rédito sea más negativo de lo
que ya lo era. Los inversores aceptan los réditos negativos por la comodidad de mantener
saldos de caja, por lo que, en cierto sentido, los tipos de interés nominales negativos no son
una novedad.
Además, si la deflación llegara a consolidarse en la zona del euro y otras partes del mundo, se
podría relacionar un rédito nominal negativo con un crédito real positivo. Así ha sido durante
los 20 últimos años en Japón, por la deflación persistente y los tipos de interés cercanos a cero
de muchos activos.
Aun así, se podría pensar que tiene sentido conservar el dinero en metálico directamente, en
lugar de un activo con un rédito negativo, pero conservar el dinero en metálico puede ser
arriesgado, como comprobaron los ahorradores griegos, preocupados por la seguridad de sus
depósitos bancarios; después de guardarlos bajo sus colchones o en sus paredes, el número de
robos a mano armada en las casas aumentó marcadamente y algunas cantidades fueron
devoradas por roedores. Así, pues, si se incluyen los costos de conservar el dinero en metálico
con seguridad —y los beneficios de extender cheques—, tiene sentido aceptar un rédito
negativo.
Aparte de los pequeños ahorradores, los bancos que mantienen la liquidez de un exceso de
reservas necesarias no tienen otra opción que aceptar los réditos nominales negativos que
imponen los bancos centrales; de hecho, no podrían mantener, manejar y transferir esos
excedentes de reservas, si los conservaran en metálico, en lugar de en una cuenta con rédito
negativo en el banco central. Naturalmente, es así sólo mientras el tipo de interés nominal no
sea demasiado negativo; de lo contrario, conservar el dinero en metálico —pese a los costos de
almacenamiento y seguridad— empieza tener mas sentido.
Pero, ¿por qué habrían de aceptar los inversores un rédito nominal negativo durante tres, cinco
o incluso diez años? En Suiza y en Dinamarca los inversores quieren contar con una divisa
cuya apreciación en términos nominales se espera. Quien hubiera tenido activos en francos
suizos con un rédito nominal negativo justo antes de que el banco central abandonara su
vinculación con el euro a mediados del pasado mes de enero habría podido conseguir un rédito
del 20% de la noche a la mañana; un rédito nominal negativo es un pequeño precio que pagar
por una gran ganancia de capital.
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Y, sin embargo, los réditos negativos de los bonos están dándose también en países y regiones
en los que la divisa está depreciándose y es probable que lo haga aún más, incluida Alemania,
otras partes centrales de la zona del euro y el Japón. Así, pues, ¿por qué conservan los
inversores semejantes activos?
Muchos inversores a largo plazo, como las compañías de seguros y los fondos de pensiones,
no tienen otra opción, pues están obligados a conservar bonos seguros. Naturalmente, los
réditos negativos hacen que sus balances sean más frágiles: un plan de pensiones con
beneficios determinados de antemano necesita réditos positivos para no perder y, cuando la
mayoría de esos activos producen un rendimiento nominal negativo, semejantes resultados
resultan cada vez más difíciles de conseguir, pero, en vista de las obligaciones a largo plazo
(títulos y beneficios), su mandato consiste en invertir sobre todo en bonos, que entrañan menos
riesgo que las acciones u otros activos inestables. Aun cuando sus réditos nominales sean
negativos, deben atenerse a la seguridad.
Además, en un ambiente contrario al riesgo, cuando los inversores son reacios al riesgo o
cuando las acciones y otros activos de riesgo están sujetos a la incertidumbre del mercado o
del crédito, puede ser mejor conservar los bonos con rendimientos negativos que unos activos
más inestables y con mayor riesgo.
Naturalmente, con el tiempo los rendimientos nominales y reales negativos pueden mover a
los ahorradores a ahorrar menos y gastar más, y ese es precisamente el objetivo de los tipos de
interés negativos: en un mundo en el que la oferta supera a la demanda y un exceso de ahorro
se disputa unas escasas inversiones productivas, el tipo de interés en equilibrio es bajo, si no
negativo. De hecho, si las economías avanzadas padecieran un estancamiento prolongado, un
mundo con tipos de interés negativos tanto a corto como a largo plazo podría llegar a ser la
nueva normalidad.
Para evitarlo, los bancos centrales y las autoridades fiscales deben aplicar políticas que hagan
arrancar el crecimiento e induzcan una inflación positiva, lo que, paradójicamente, entraña un
período de tipos de interés negativos para inducir a los ahorradores a ahorrar menos y gastar
más, pero también requiere estímulo fiscal, en particular inversión pública en proyectos de
infraestructuras productivos, que rinden más que los bonos utilizados para financiarlos.
Cuanto más se aplacen esas políticas, más tiempo pasaremos en un mundo invertido de tipos
de interés nominales negativos.
Fuente: El Espectador, 8.3.15 por Joseph Stiglitz, profesor, Escuela Stern de Administración
de Empresas de New York University
5. WASHINGTON CONTRA RUSIA POR WALTER LAQUEUR
Es sabido que las relaciones entre Estados Unidos y Rusia se han deteriorado notablemente. Se
debate actualmente en Washington cuál debería ser la política estadounidense hacia Rusia.
Cuando resultó elegido el presidente Obama, declaró que un “reajuste” (una mejora de las
relaciones) figuraba entre las principales prioridades de su agenda. Indudablemente lo intento,
pero la suerte le fue esquiva. ¿Por qué? Según la versión oficial rusa, porque Washington
intentó constantemente causar perjuicios a Rusia de todas las formas posibles. La élite política
gobernante rusa (muchos de sus integrantes proceden del KGB) constituye una clase formada
en la creencia de que EE.UU. es el eterno enemigo de Rusia y de que los líderes
estadounidenses, casi sin excepción, se han visto implicados día y noche en intrigas tendentes
a la destrucción de Rusia. EE.UU. fue responsable de la caída de la URSS y ahora quiere
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acabar la tarea de modo que Rusia deje de ser un factor de cierta importancia en los asuntos
mundiales.
Una teoría interesante. Sin embargo, ¿es verdadera? La actitud de Washington hacia Rusia
mientras llegaba a su fin la guerra fría no fue de hostilidad implacable; fue de una gran falta de
interés, perceptible a todos los niveles. Así sucede, por ejemplo, en el terreno de la economía:
Rusia aparece sólo en el lugar número veinte de la lista como socio comercial de EE.UU.. En
el terreno del mundo académico, hasta 1990 se había observado un gran interés en Rusia y sus
universidades y centros de investigación, y gran número de estudiantes aprendían la lengua
rusa y los temas soviéticos. Tras 1990, a los jóvenes dotados y con ambiciones se les aconsejó
no entrar en la escena rusa con el argumento de que no sería positivo para el desarrollo de sus
carreras. Entre los expertos en política exterior de Washington se abrió paso la convicción de
que Rusia ya no revestía importancia. En resumen, Rusia, en lo concerniente a Estados
Unidos, no era la víctima de intrigas diabólicas sino de falta de interés y de descuido e
indiferencia que, en última instancia, desembocaban en falsas ilusiones y errores de
apreciación por parte del presidente y de numerosos políticos. Incluso hace tan sólo un año, las
falsas ilusiones sobre Rusia estaban ampliamente extendidas. No se entendió que, aunque
Rusia había perdido su imperio, era lo más natural del mundo que intentara recuperarse en la
mayor medida posible. Mientras que las ideas estadounidenses sobre Rusia demostraron ser
equivocadas, tras la reconquista de Crimea y los combates en Ucrania el estado de ánimo
imperante se inclinó hacia la decepción e, incluso, a la convicción (según los recientes sondeos
de opinión) de que Rusia era el principal enemigo de EE.UU., cosa que no había sido así en
los últimos treinta años.
De ahí el debate actual: ¿cómo actuar con respecto a Rusia? Según una escuela de
pensamiento, hay que oponer resistencia a Rusia. Crimea ha podido perderse, pero es menester
ayudar a Ucrania para mantener su independencia. No obstante, otra escuela de pensamiento
argumenta que sería un error básico, tal vez fatal, que EE.UU., después de Afganistán e Iraq se
viera implicado en una guerra más que no sería ganada y en la que ningún interés importante
de EE.UU. está en juego. Tales puntos de vista proceden de la extrema izquierda y la extrema
derecha, de la llamada escuela política realista y de algunos considerados elementos de
influencia o gente con intereses concretos en servir a los fines del Kremlin.
Sus argumentos son muy poderosos; el precio que podría tenerse que pagar por una
intervención estadounidense, aunque fuera sólo indirecta, podría ser muy elevado y lo cierto es
que resta escaso entusiasmo en EE.UU. para implicarse en otra guerra en principio de
pequeñas proporciones pero que podría convertirse en una guerra de amplias proporciones.
Pero estos argumentos adolecen de una fatal debilidad: no abordan la cuestión de cuál sería el
precio de la inacción estadounidense. ¿Es Ucrania (o el Este de Ucrania) todo lo que quiere el
Kremlin? ¿O sería el principio de la reconquista del antiguo imperio, de Asia Central a los
países bálticos, Moldavia y en última instancia la imposición de gobiernos aliados con el
Kremlin en toda Europa Oriental? ¿No acarrearía el final de la UE y la OTAN y el
surgimiento de Rusia como poder dominante en Europa?
Tonterías, argumentan los realistas, siembra de temores… Las ambiciones de Rusia son muy
limitadas e históricamente, tal vez, incluso justificadas. Hoy, Rusia es muy débil económica y
también militarmente. Ha invertido mucho dinero en rearme en los últimos años, pero los
resultados sólo se apreciarán dentro de cinco o diez años. Con la mala situación económica
(las sanciones, el declive del rublo y el precio del petróleo) podría suceder perfectamente que
fuera imposible mantener tal política de rearme. ¿Cabe concebir que se comprometa en una
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peligrosa aventura desde una posición de debilidad? Que alguien sea fuerte o débil es siempre
una afirmación relativa. Depende de las fuerzas y la determinación de la otra parte. En caso de
observarse que los riesgos implicados en la expansión son pequeños, podría constituir una
gran tentación seguir apostando. Como dice la Biblia: “No nos dejes caer en la tentación”.
Fuente: La Vanguardia, 8.3.15 por Walter Laqueur, consejero del Centro de Estudios
Internacionales y Estratégicos de Washington
6. GRECIA YA NO ES LO QUE ERA POR GUY SORMAN
La Grecia contemporánea se fundó sobre la base de un malentendido geográfico: nos gusta
pensar que es la heredera de la civilización helenística. Esto no es así, pero la crisis actual
tiene su origen en este mito. Aunque Grecia no reunía las condiciones necesarias para entrar
en la Unión Europea, fue admitida después de 1981, ya que el presidente Valéry Giscard
d’Estaing consideraba que no se le podía negar nada a la «madre de la democracia». En 2001,
se explotó de nuevo el mismo mito con la entrada prematura en la eurozona, aun cuando el
presidente del Banco Central Europeo reconocía que la contabilidad griega estaba trucada; un
acceso al euro que permitió al Gobierno griego, a los emprendedores del país y a la clase
media, endeudarse a un coste bajo para invertir en bienes inmobiliarios y en los Juegos
Olímpicos. Muchos gastos improductivos y ninguna inversión.
Los gobiernos, socialistas o conservadores, también han abusado del crédito internacional para
perpetuar la economía más estatista de Europa, no para reformarla: la mitad de la población
activa trabaja –lentamente– en el sector público, mientras que las actividades más rentables, la
naviera especialmente, se benefician de un régimen extraterritorial y no pagan impuestos. La
Iglesia ortodoxa, propietaria de un inmenso patrimonio inmobiliario, está asimismo exonerada
de pagar impuestos. Esta combinación financiera de un Estado abotargado y una base fiscal
minúscula ha terminado espantando a las entidades crediticias: estas comprendieron, aunque
un poco tarde, que el Estado griego nunca sería capaz de pagar sus deudas, lo que a partir de
2011 hizo subir los tipos de interés, y esto a su vez hizo aún más improbable la devolución.
A esas alturas, solo quedaban malas soluciones: declararse en quiebra o volver al dracma
habría arruinado a la mayoría de los griegos endeudados en euros, puesto que, aparte del
turismo, la economía griega no exporta lo suficiente para sacar provecho de una moneda
devaluada. La transacción acordada en 2012 con las entidades crediticias, los bancos europeos
y el Fondo Monetario Internacional ha permitido a los griegos sobrevivir usando el euro, con
la condición de que el Estado reduzca sus gastos para devolver, al menos, los intereses de la
deuda. Esta transacción era viable: el Estado habría podido privatizar los puertos, aeropuertos
e industrias, pero ha recurrido poco a esta opción, dada la resistencia de los sindicatos y de los
burócratas que viven del sector público.
«Hacer que paguen los ricos» era más complicado, porque viven fuera del país y los
armadores amenazarían con cambiar de bandera. Por tanto, el compromiso que acaba de
adquirir el Gobierno de Tsipras de perseguir a los defraudadores es demagógico: los
defraudadores son legales (la Iglesia y los armadores), o bien están fuera de su alcance.
Mientras que las víctimas del plan de devolución de la deuda son y seguirán siendo los
ciudadanos humildes que han visto bajar sus sueldos o desaparecer sus puestos de trabajo.
En vez de hacer este análisis, el partido Syriza, ahora en el poder, prefiere denunciar «la
austeridad impuesta por Alemania» –los helenos inventaron la democracia, pero también la
xenofobia–, una postura más cómoda que el enfrentamiento con la Iglesia y los sindicatos. En
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esto, Syriza es tan hipócrita como sus predecesores. Hipocresía, demagogia, xenofobia: ¿es
esto todo lo que los griegos modernos han conservado de los griegos antiguos? Esta
mediocridad de Syriza hace improbable que el país salga de la crisis; los conservadores
liberales y los socialdemócratas que los precedieron admitían en cualquier caso que era
necesario entrar en una economía normal con un Estado menos despilfarrador, mejores
medidas fiscales y salarios competitivos respecto al resto de Europa.
Grecia, lentamente, se dirigía hacia la normalidad, pero seguía un camino semejante al de
España, cuyo crecimiento y cuyas exportaciones se han recuperado después de que el
Gobierno de Rajoy aplicara las medidas elementales de una economía normal. Syriza no se
conforma con esta normalidad y prefiere una estrategia «romántica», la de los primeros
independentistas de principios del siglo XIX en su campaña contra el Imperio Otomano.
Sabemos que lord Byron y Chauteaubriand se adhirieron a ella, que los tribunales europeos los
siguieron, que Grecia se reinventó y que se la dotó de un príncipe alemán como primer
soberano. Uno de los pocos observadores que denunció la impostura fue el escritor Mark
Twain.
En un reportaje de 1867 para un diario neoyorquino, escribió que esperaba encontrar la
civilización helenística, pero no divisó más que unos cuantos pastores, cuyos rebaños pastaban
entre las ruinas de la Acrópolis. Mark Twain se preguntaba también cómo podían la
monarquía y su corte vivir en la opulencia mientras explotaban a un pueblo en la miseria. Es
evidente que la ironía y la agudeza de Twain no bastaron para desestabilizar el mito. Este mito
–la identificación de los griegos con los helenos– invita, conscientemente o no, al primer
ministro Alexis Tsipras a situarse por encima de las leyes ordinarias de Europa. Se dice que es
marxista; yo le veo más bien como un neorromántico, convencido de que Europa no sería
capaz de abandonar a la «madre de la democracia».
La prórroga de cuatro meses que acaba de conseguir de los europeos y del Fondo Monetario
Internacional consolida, de momento, su estrategia. El pueblo es más realista: vacía sus
cuentas bancarias. Dentro de cuatro meses, cuando el Estado ya no pueda pagar a sus
empleados, este Gobierno se hundirá o deberá adherirse a la «solución española», trabajar para
devolver sus deudas. Esta solución es injusta, puesto que los culpables de la quiebra nunca
serán castigados. Pero la economía no es una ciencia del todo moral ni pretende serlo;
solamente es eficaz.
Fuente: ABC, 9.3.15 por Guy Sorman, economista, periodista, filósofo y autor francés
7. EL FRACASO DE OCCIDENTE POR MICHEL WIEVIORKA
Dos fenómenos recientes invitan a profundizar de forma sustancial en la reflexión sobre la
naturaleza del terrorismo contemporáneo. Por una parte, hay que mencionar los espectaculares
tiroteos en París, en la sede de Charlie Hebdo, el 7 de enero, y en un supermercado de comida
kosher, el 9 de enero, además del episodio posterior, en Dinamarca, el 14 de febrero con
ocasión de un debate sobre la libertad de expresión: tales hechos han recordado la existencia
de una violencia ejercida por individuos que pueden actuar solos o en grupos de dos o tres, que
apuntan contra objetivos claramente identificados, sean periodistas, policías, judíos como en
los casos citados, y además con resultados aparatosos a ojos de todos. Tales episodios han
golpeado a otros países, como Bélgica con el atentado contra el museo judío de Bruselas, y
han sido precedidos de otros asesinatos del mismo tipo, por ejemplo el asesinato de Theo van
Gogh en los Países Bajos, de soldados y luego de niños en Toulouse.
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El islamismo radical constituye el ideal de los protagonistas de la cuestión que nos ocupa,
quienes dan fe de un odio sin fronteras con respecto a Occidente y asimismo dan prueba de un
antisemitismo desenfrenado. Ambas cuestiones son indisociables, ya que los asesinatos
cometidos en Europa presentan dimensiones globales y no muestran únicamente un carácter
interno en los países afectados. Por más aislados que puedan parecer, sus autores mantienen
vínculos virtuales, a través de internet, pero además llevan a cabo prácticas o acciones
concretas en conexión con otros defensores de la yihad a quienes han podido conocer sobre
todo en la cárcel o en Siria, Yemen…
Para hacer frente a estos radicalismos espantosos, se propone crecientemente políticas con el
marchamo de una desradicalización, un término acuñado inicialmente en el mundo anglosajón.
Pero esto no puede ser la panacea. Conviene, en este punto, hacer algunas observaciones.
En primer lugar, el islamismo no es el único factor significativo al que abocan los llamados
procesos de radicalización. La extrema derecha proporciona otro elemento, como se vio en la
acción de Anders Breivik en Noruega. En segundo lugar, el islam no es necesariamente el
punto de partida o el crisol donde se moldean la pérdida de referencias y el descubrimiento de
nuevas orientaciones que desembocarán en la violencia extrema: la mayoría de yihadistas no
han recibido por lo general una formación religiosa más que de forma tardía, reducida y de
escasa solidez, y un porcentaje significativo de quienes se desplazan a Siria son conversos,
sobre todo católicos e, incluso en el caso de algunos individuos, judíos.
En tercer lugar, las explicaciones sociológicas demasiado elementales no funcionan
adecuadamente, ya que, si se trata de Europa, los jóvenes radicalizados no proceden todos
ellos de la inmigración de modo que, partiendo de ese hecho, hay que referirse a la crisis de
los suburbios, del paro, de la precariedad, de la exclusión, del racismo y de las
discriminaciones sufridas: algunos proceden de las clases medias, de familias que han salido
adelante en alguna medida.
El punto de partida proviene de la entrada en escena de ciertos individuos en procesos que
combinarán lógicas de pérdida de sentido y lógicas de reconstitución o de adopción de un
sentido, sin que quepa proponer un modelo único, un “enfoque óptimo”; de hecho, más bien
una “vía peor”…
La pérdida de sentido puede tener lugar desde la infancia, en la escuela o en el instituto, sobre
todo si se trata de familias desestructuradas, monoparentales. Puede continuar en la cárcel.
Sufre un proceso de aceleración por la crisis económica, cuando las políticas públicas dedican
medios insuficientes para mantener el nivel de trabajo social o bien a los docentes en sus
esfuerzos para detectar y ayudar a los jóvenes en dificultades. Puede, asimismo, remitir a una
crisis de adolescencia mal gestionada o comprendida por el entorno, a un sentimiento de vacío
existencial que se convierte en una situación insoportable, a una búsqueda de sentido que no
aporta la modernidad de la sociedad de consumo. Debe mucho al individualismo
contemporáneo que insta a cada cual a triunfar, a marcar su diferencia, a configurarse en tanto
que individuo singular por más que las condiciones objetivas de la existencia no lo permitan.
El proceso que conduce al islamismo radical debe mucho a lo que este ofrece. Tal oferta
permitirá al futuro asesino descargar sobre espaldas ajenas la exclusión, echar la culpa no a sí
mismo, a su propia impotencia, sino a la sociedad, a Occidente, con sus valores referidos a un
universalismo abstracto válido para otros pero no para uno mismo. El individuo rechazado,
despreciado, totalmente excluido, que no ha encontrado ningún sitio en la sociedad se
convertirá, en última instancia, en un héroe de modo que su nombre y su imagen circularán
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por los medios de comunicación. Los islamistas organizados, los que gestionan la citada oferta
de sentido, saben manipular la conciencia de los jóvenes comprometidos en estos procesos,
infundirles confianza, animarles en esa rehabilitación o restablecimiento del ideal del yo que
permite o propicia la yihad en el marco de una determinada realidad.
Las trayectorias en cuestión son variadas, y los individuos en cuestión pueden mostrar un
grado más o menos avanzado de radicalización; la desradicalización debe tener en cuenta
esfuerzos diferentes, en el caso de un joven apenas comprometido en estos procesos, por
ejemplo, y en el caso de otro plenamente comprometido. Desde el momento en que un
individuo ha ido lejos en los procesos de pérdida y de búsqueda de sentido, se caracteriza por
una capacidad, sin más límite que su propia muerte, de entregarse a la barbarie. La
deshumanización que ha experimentado desemboca en más deshumanización, crueldad y
violencia sádica. Y el odio a Occidente no tiene vuelta de hoja, inextinguible, asociado a un
odio a los judíos igualmente sin fronteras.
Frente a una idea preconcebida, el islam no es el punto de partida, ni la causa o factor
determinante de este doble odio, sino más bien su resultado. Si hay que buscar los orígenes,
hay que considerar más bien el fracaso de Occidente a la hora de promover sus valores, sus
modelos. Fracaso terrible, que se percibe tanto en las sociedades de Oriente Medio cuanto en
los países occidentales, que no han sabido poner en práctica de modo aceptable para todos la
transición poscolonial. Quienes se apartan de modo violento de los valores universales, de la
modernidad, del humanismo, de la democracia, de los derechos humanos, son también en
primer lugar quienes no han tenido acceso a sus promesas o quienes viven en la sensación de
que media una brecha entre lo que se anuncia y la realidad, en la que no quieren ver más que
doblez, mentira, corrupción, pretextos falsos.
La teoría del choque de civilizaciones de Samuel Huntington no podría ser válida más que si
tales violencias terroristas acompañaran o, al menos, anunciaran la existencia de una
civilización, cualquiera que fuera. Estamos lejos de ello porque para el terrorismo
contemporáneo se trata de destruir, sin proponer la imagen de una cultura distinta de la de la
muerte. Tal vez se verá surgir del caos actual un islam renovado. Por el momento, el problema
de las sociedades occidentales, pero también del mundo árabe, consiste en hacer frente a las
violencias resultantes de un dilatado periodo histórico de fracaso.
Fuente: La Vanguardia, 12.3.15 por Michel Wieviorka, profesor de la Escuela de Estudios
Superiores en Ciencias Sociales de París
8. LA TRANSFORMACIÓN DIGITAL DE EUROPA POR JOHN CHAMBERS
Europa está en los albores de una transformación tecnológica sin precedentes, a la que
denomino “la Internet de Todo”: la penetración de la Web en la vida cotidiana. Tecnología de
vestir que nos dirá si estamos durmiendo bien y cuándo necesitamos hacer ejercicio. Sensores
callejeros que nos ayudarán a evitar atascos de tráfico y encontrar estacionamiento.
Aplicaciones de telemedicina que permitirán a los médicos tratar pacientes a cientos de
kilómetros de distancia.
Esta enorme transición modificará la interacción de los ciudadanos con sus gobiernos,
revolucionará industrias enteras y cambiará nuestro modo de relacionarnos. En Europa, la
Internet de Todo se presenta como la mejor esperanza de revitalizar una economía moribunda
y encarar el pertinaz problema de desempleo. Por todo el continente, empresas, ciudades e
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incluso países enteros se posicionan como líderes en innovación, crecimiento y creación de
puestos de trabajo.
El ejemplo más reciente es Francia. El mes pasado, el primer ministro Manuel Valls y yo
anunciamos un ambicioso acuerdo de colaboración cuyo objetivo es promover una
transformación digital de todo el país. El acuerdo, que incluye una inversión de cien millones
de dólares de Cisco en start‑ups francesas, puede transformar la gestión de la energía, la
atención de la salud y la educación, lo que impulsará la competitividad económica, la creación
de empleo, el dinamismo y el crecimiento de Francia.
El programa francés es un enorme paso hacia una Europa digital, que se suma a la iniciativa
Industrie 4.0 de la canciller alemana Angela Merkel y a los planes del Reino Unido de ampliar
sus centros de innovación para fomentar avances tecnológicos y soluciones pioneras en
energía, transporte, atención de la salud y educación.
Diversas ciudades también están haciendo suya la digitalización. Barcelona adoptó una
estrategia Smart City que incluye la instalación de sensores de estacionamiento en las calles y
un sistema de transporte público conectado. Niza ha creado un “bulevar conectado” con
iluminación inteligente y monitoreo ambiental. Y el puerto de Hamburgo tiene un sistema
digital que reduce la congestión del tráfico naval, ferroviario y terrestre.
Proyectos como estos se multiplican por todo el continente y generan valor por miles de
millones de dólares en la forma de reducción de costos, mejor productividad y mayores
ingresos. Por eso, además de oportunidades de crecimiento, la dirigencia europea ve la
necesidad de no quedarse atrás.
Para crear una Europa verdaderamente digital se necesitan conexiones de banda ancha de alta
velocidad y calidad, tanto alámbricas como inalámbricas. Los gobiernos europeos han
adoptado una Agenda Digital que incluye el objetivo de conectar el 50% de los hogares
europeos a servicios de banda ancha ultrarrápida (de 100 Mbps o más) de aquí a 2020, y que
para entonces todas las casas tengan conexiones de al menos 30 Mbps. Estos objetivos
merecen un compromiso firme. Los gobiernos no deben dejar de alentar inversiones
importantes en banda ancha y en la infraestructura de la que dependen los dispositivos móviles
que hoy son una herramienta habitual de nuestras vidas.
Europa también debe alentar a los emprendedores, lo cual demanda fomentar una cultura de
asunción de riesgos, facilitar el acceso a capitales interesados en nuevos emprendimientos e
invertir en instituciones educativas sólidas. Ya muchos países lo están haciendo, de modo que
bien puede ocurrir que la próxima tecnología disruptiva no salga de Silicon Valley, sino de un
laboratorio en París, Londres o Berlín.
A más largo plazo, Europa necesita una fuerza laboral capacitada para las carreras de la nueva
economía digitalizada. Se estima que en Europa habrá un faltante de habilidades digitales, y
que resolverlo permitiría la creación de 850 000 empleos en 2015 y el doble de eso en 2020.
En un continente donde el desempleo juvenil supera el 50% en algunos países, no faltarán
jóvenes y otras personas interesadas que puedan desempeñar esos empleos si se les da la
formación necesaria.
Ese faltante no se puede resolver de un día para el otro, pero los países que no hagan nada al
respecto corren el riesgo de quedar rezagados. Una provisión sostenida de talentos demandará
un compromiso generacional con la enseñanza de la matemática y la ciencia, programas de
capacitación técnica y dar a jóvenes de muy diversos intereses orientación acerca de la enorme
variedad de posibilidades que ofrece una carrera tecnológica.
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En la marcha de Europa hacia la transformación digital, las posibilidades de crecimiento son
inmediatas y significativas. El continente ya es el principal bloque económico del mundo, con
un PIB que en 2014 ascendió a más de 14 billones de euros (15,2 billones de dólares). Pero su
crecimiento viene en bajada. La Comisión Europea estima (y creo que es una estimación
conservadora) que la revolución digital puede estimular un “2,1% adicional de crecimiento del
PIB sobre la línea de base”.
La Internet de Todo también será un motor clave de creación de empleo. Sólo los avances en
computación en la nube pueden crear 2,5 millones de puestos adicionales en Europa de aquí a
2020. La transformación digital traerá oportunidades y nuevos tipos de trabajo: desarrolladores
de sistemas, ingenieros de redes de transporte, consultores en dispositivos médicos, analistas
de datos, ingenieros electricistas para redes de distribución inteligentes, etcétera.
En horas de delinear el rumbo económico de Europa para la década venidera, la dirigencia
europea debe poner la transformación digital como base de su estrategia. Eso hará posible una
Europa más fuerte, más veloz, más dinámica y, también, más digital.
Fuente: Project syndicate, 13.3.15 por John Chambers ejecutivo de Cisco.
9. ¿QUIÉN CREÓ EL ESTADO ISLÁMICO? POR MANUEL CASTELLS
Nosotros. Y por nosotros me refiero a los países llamados occidentales, con Estados Unidos en
primer lugar. Pero no sólo los gobiernos. El nosotros abarca a aquellos ciudadanos que
estigmatizan al islam en general y a los musulmanes en particular. Lo cierto es que nos
encontramos en una escalada de violencia y alerta generalizada sobre un yihadismo que se
extiende por momentos y alcanza cada día mayores niveles de deshumanidad. Convirtiendo
sus gestos atroces en imágenes globales que amenazan, repugnan y amedrantan al tiempo que
galvanizan la rabia de miles de proto-yihadistas. ¿De dónde sale esta nueva generación de
islamistas decididos a todo, con armas, tácticas y estrategias de comunicación que superan a
sus enemigos?
Sale de las prisiones y campos establecidos en Iraq por las tropas estadounidenses, como es el
caso del “califa” supremo, Al Baghdadi. Con esa rabia de quien ha sido torturado y ya ha
aprendido que no hay respeto humano. Sale de los enfrentamientos sectarios entre distintas
confesiones del islam, en donde el suní y el chií son enemigos mortales, como lo fueron
católicos y protestantes en Europa. Sale de las humillaciones recibidas por jóvenes
musulmanes en sus incursiones en las sociedades occidentales. Y sale de las discriminaciones
económicas, sociales y culturales que es el cotidiano de las comunidades musulmanas en
Europa y América del Norte. Ahora bien, el detonante de la aparición del Estado Islámico fue
la descomposición de los estados de Iraq, Siria y Libia, provocada por la intervención militar
de EE.UU. y sus aliados. ¿En nombre de qué? Se sabe que nunca hubo armas de destrucción
masiva y que Sadam Husein, Asad o Gadafi nunca fueron amenazas para los intereses
occidentales. Recuerdo una conversación con un alto oficial estadounidense justo antes de la
guerra de Iraq en que yo argumentaba “¿por qué atacar si no hay potencial bélico enfrente?”.
Su cínica y sonriente respuesta fue: “Precisamente, podemos controlar todo sin problema”.
Controlar, obviamente, el petróleo. Pero también organizar regímenes súbditos en una región
clave para nuestro petróleo y para la protección de Israel. Paradójicamente, de la destrucción o
debilitamiento de estos regímenes dictatoriales surgió el islamismo que estaba latente bajo los
tiranos seculares. Los movimientos sociales democráticos fueron convertidos en peones
geopolíticos, usados por los países occidentales para consolidar una hegemonía en la región
para luego reprimirlos, mediante intermediarios militares como en Egipto, al comprobar que
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no eran manipulables. Es así como Occidente destruyó su primera línea de defensa contra el
islamismo radical. Fue un error estratégico, como fue ayudar a Bin Laden a crear La Base (Al
Qaeda) en Afganistán para combatir a la URSS. No tengo nostalgia de las dictaduras que
aherrojaron el mundo árabe con el apoyo de Estados Unidos. Pero en la perspectiva de
contener al islamismo, el debilitar a sus perros de presa buscando una dominación estable
abrió la caja de Pandora de donde surgieron mezcladas las aspiraciones árabes de libertad y la
defensa de una identidad religiosa, refugio de la gente contra las corruptas castas políticas.
¿Qué hacer en esas circunstancias? El Estado Islámico se hace cada vez más global. Si no su
organización, sí su idea. El EI está ya presente en la región china de Xinjian, donde la minoría
turcomana se enfrenta con Pekín desde hace tiempo. Boko Haram, las milicias nigerianas
masacradoras y esclavizadoras de niñas, han proclamado su obediencia al Estado Islámico.
Como lo han hecho las milicias somalíes de Al Shabab y muchos otros grupos islamistas en
África, Oriente Medio y Europa. Al Qaeda mantiene cierta distancia con el EI pero pierde
terreno en la competencia del terror porque no es suficientemente terrorista.
Jóvenes estadounidenses pueblan la red estos días alabando al EI y pensando en ir a luchar,
morir, o esposar guerreros en cuanto puedan, según revelaciones del espionaje electrónico. El
fenómeno parece imparable, con enormes potenciales consecuencias que lleven al blindaje del
miedo en nuestras sociedades. A la cuestión del qué hacer entonces, la primera respuesta es
qué no hacer. Si emprendemos la vigilancia y represión preventiva de las comunidades
musulmanas en Europa, fomentaremos la radicalización masiva de sus jóvenes. Tendremos el
enemigo en casa, lo que no sucede por ahora en escala significativa. Si pensamos que
censurando internet arreglamos el tema, no entendemos lo que pasa. La red es una dimensión
fundamental del islamismo, pero no en secreto, sino en abierto, con webs de comunicación y
relación entre islamistas radicalizados, con su música, sus sueños, sus proyectos, sus
imágenes. Lo organizativo pasa por otros canales. Y la miríada de webs que existen pueden
ser fácilmente reemplazadas si se cierran. Más efectivo es estar en ellas y entender lo que está
pasando en esa subcultura.
El quehacer eficaz consiste en combinar la integración social y el diálogo, con la acción
policiaco-militar que desgraciadamente se ha hecho necesaria. La integración pasa por la
concienciación ciudadana de la paz y la coexistencia. Lo contrario de lo que hacen los
políticos azuzando a la gente por sus intereses electorales. Y la represión debe ser selectiva,
basada sobre todo en infiltración e inteligencia de las redes islámicas antes de que lleguen a su
terreno de combate. Y en el combate, olvidarse de solucionarlo por bombardeos que
soliviantan a las poblaciones. Fíjese en que las derrotas del EI las consiguen los kurdos y las
milicias chiíes, los que tienen motivación porque les va la vida a ellos. Hay que ayudar y
proteger a quienes están en primera línea, incluyendo dispositivos militares occidentales
pegados al terreno. La estupidez y el militarismo han creado una amenaza que hoy día es
ineluctable enfrentar, desgraciadamente. Pero si no se hace con inteligencia aumentará la
espiral de barbarie en la que estamos envueltos.
Fuente: La Vanguardia, 14.3.15 por Manuel Castells, sociólogo español
10. ABSTINENCIA POR SIMÓN PACHANO
El gobierno revolucionario desempolvó las ideas de moda en el Medioevo y descubrió que la
solución para el embarazo de adolescentes es cerrar los ojos, taparse los oídos y rechazar el
hedonismo. En los mismos días, acudió a los bestsellers de los años cincuenta del siglo pasado
para sostener que la solución para la crisis económica está en el encarecimiento de los
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productos importados. Finalmente, uno de sus aparatos de control de los medios retomó las
prácticas del franquismo y del estalinismo –siempre hermanados en sus principios– para
advertir que cualquier desvío de la verdad oficial podría caer en la tenebrosa figura jurídica de
pánico económico.
No es solo el olor a naftalina lo que une a esas tres acciones. Si en todas ellas es evidente la
recuperación de concepciones y políticas del pasado, es porque apuntan a un objetivo común.
En diferentes campos, tanto de la vida individual como de la convivencia social, las tres
buscan implantar el verbo abstener en todas sus formas y con todos sus sinónimos.
Abstinencia, abstención, inhibición, contención, continencia, privación, renuncia e incluso –
para no traicionar al origen religioso– sacrificio y martirio, son las recetas para las relaciones
afectivas, para el consumo diario y para la expresión del pensamiento.
Será porque son soluciones tomadas de épocas lejanas o simplemente porque quienes las
proponen viven el sueño ecuatoriano, lo cierto es que resulta difícil encontrar el vínculo con la
realidad. Sostener que la actividad sexual debe tener únicamente fines reproductivos y entregar
la responsabilidad a la familia es no conocer elementalmente la función del placer en el
comportamiento humano. Más grave aún es ignorar la realidad de una abrumadora proporción
de familias en las que el peligro está en su interior. No les haría mal, para comenzar, una
lectura de Freud y una mirada atenta a las familias, que no son la familia.
En la limitación del consumo, llama la atención que ninguno de los funcionarios que
recorrieron los medios a lo largo de la semana hubiera incluido entre los escenarios posibles el
de los efectos negativos de las salvaguardias. Al esgrimir como principal y único argumento
que los pobres no consumen productos importados, implícitamente confesaron que no
asistieron a la clase sobre los encadenamientos productivos y que nunca vieron la matriz de
insumo-producto. Se ve, además, que ninguno de ellos se ha dado una vuelta por la Bahía o
por la Ipiales para entender la inutilidad de las medidas que convocan a la abstención en el
consumo.
El llamado a ceñirse a la verdad oficial y, por consiguiente, inhibirse de expresar la opinión
propia, vino con el olor de la amenaza. Siguiendo la pauta establecida, encontraron que la
causa de los incrementos de precios y de los abusos que podrían venir se encuentra en la
información (no se diga en la opinión) divulgada por los medios. En la lógica de guerra
avisada, advirtieron que esto podría causar conmoción social. El buen entendedor, dirán ellos,
sabrá que es mejor abstenerse. Como en las relaciones afectivas, como en el consumo.
Fuente: El Universo, 16.3.15 por Simón Pachano, sociólogo ecuatoriano
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