L`Osservatore Romano

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L’OSSERVATORE ROMANO
EDICIÓN SEMANAL
EN LENGUA ESPAÑOLA
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Año XLVII, número 12 (2.407)
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Ciudad del Vaticano
20 de marzo de 2015
Al iniciar el tercer año de pontificado el Papa Francisco anuncia un jubileo extraordinario
Bajo el signo de la misericordia
El tercer año del pontificado del Papa Francisco se abrió bajo el signo de la misericordia. El viernes 13 de marzo, por la tarde, aniversario de su elección, durante la celebración penitencial presidida en la basílica vaticana, el Papa anunció un Año santo de la
misericordia. Además, tuvo lugar el rito de la reconciliación de varios penitentes con
confesión y absolución individual; celebrada, como el año pasado, en vísperas del
cuarto domingo de Cuaresma, dedicado de modo especial la misericordia de Dios
Padre.
El Jubileo extraordinario iniciará en la solemnidad de la Inmaculada Concepción de
este año y concluirá el 20 de noviembre de 2016, domingo de Nuestro Señor Jesucristo
Rey del universo. La organización del Año jubilar se encomendó al Consejo pontificio
para la promoción de la nueva evangelización.
PÁGINAS 6
Cómo leer la exhortación apostólica «Evangelii gaudium»
Un desafío importante
VÍCTOR MANUEL FERNÁNDEZ
Publicamos algunos pasajes de la
«Guía breve para aplicar Evangelii gaudium» (Buenos Aires,
2014) del arzobispo rector de la
Pontificia universidad católica
Santa María de los Buenos Aires.
El Papa Francisco nos ha planteado un desafío importante.
Nos dijo que Evangelii gaudium no es un documento
más, porque tiene un «sentido
programático» (25). ¿Qué significa esto? Que no es un documento para estudiar y comentar, o para tomarlo solamente como una inspiración o
una motivación. Es un «programa» de trabajo para todos
los católicos y para todas nuestras comunidades.
7
Lo que nos cambia
RINO FISICHELLA
¿Se nota en nuestras diócesis y parroquias que nos hemos
tomado en serio este programa
que nos presenta Francisco? Si
así fuera, tendrían que verse
cambios importantes, tendría
que llamarnos la atención la
renovación, la vida y el dinamismo novedoso de nuestras
comunidades. De hecho, el PaSIGUE EN LA PÁGINA 2
En el Ángelus el dolor del Pontífice por las tragedias de los cristianos en Pakistán
La persecución que el mundo oculta
El grito de dolor del Papa por la enésima masacre de cristianos, provocada en Pakistán por los
ataques terroristas contra dos iglesias en Lahore,
resonó en el Ángelus del domingo 15 de marzo.
Al dirigirse a los fieles reunidos en la plaza
de San Pedro el Pontífice denunció la indiferencia del mundo ante el drama de las persecuciones que golpean a los creyentes y pidió el fin de
las violencias en el país asiático y en todos lo
países donde «los cristianos son perseguidos,
nuestros hermanos derraman la sangre sólo por
ser cristianos».
PÁGINA 2
Y
En el funeral de las víctimas del atentado (Epa/Rahat Dar)
Un Año santo de la
misericordia. No es
impropio sostener que
el Papa Francisco hizo
de la misericordia su
programa de pontificado. Este Jubileo
aunque llega de modo
repentino no es, de
hecho, algo inesperado. Llega en el segundo aniversario de la
elección de Jorge Mario Bergoglio como
Sucesor de Pedro.
En muchos aspectos el anuncio de un Año santo
extraordinario no hace más que confirmar lo que
el Papa había escrito en su carta programática
Evangelii gaudium: «La Iglesia en salida es la comunidad de discípulos misioneros que primerean,
que se involucran, que acompañan, que fructifican
y festejan... y, por eso, ella sabe adelantarse, tomar
la iniciativa sin miedo, salir al encuentro, buscar a
los lejanos y llegar a los cruces de los caminos para invitar a los excluidos. Vive un deseo inagotable
de brindar misericordia, fruto de haber experimentado la infinita misericordia del Padre y su fuerza
difusiva. ¡Atrevámonos un poco más a primerear!»
(n. 24). Esta es la iniciativa que el Papa Francisco
asumió y que arrastra consigo a toda la Iglesia en
una aventura de contemplación y oración, de conversión y peregrinación, de compromiso y testimonio, de fantasía de la caridad vivida por doquier.
Una iniciativa ya prefigurada desde su primer ÁnSIGUE EN LA PÁGINA 8
L’OSSERVATORE ROMANO
página 2
viernes 20 de marzo de 2015, número 12
En el Ángelus del 15 de marzo el Papa recuerda a los cristianos víctimas de los atentados en Pakistán
La persecución que el mundo oculta
«Que esta persecución contra los
cristianos, que el mundo busca ocultar,
acabe y haya paz»: a los fieles
reunidos en la plaza de San Pedro
el domingo 15 de marzo, el Pontífice
recordó «con mucho dolor» los
atentados en Lahore, Pakistán.
El Papa Francisco rezó por las
víctimas y los familiares a la hora del
Ángelus, durante el cual, al comentar
el Evangelio del cuarto domingo de
Cuaresma, afirmó que «Dios nos ama
con amor gratuito y sin medida»:
esta es, dijo al iniciar la reflexión,
«la expresión más sencilla que resume
todo el Evangelio, toda la fe, toda la
teología».
Queridos hermanos
¡buenos días!
y
hermanas,
El Evangelio de hoy nos vuelve a
proponer las palabras que Jesús dirigió a Nicodemo: «Tanto amó Dios
al mundo, que entregó a su Unigénito» (Jn 3, 16). Al escuchar estas
palabras, dirijamos la mirada de
nuestro corazón a Jesús Crucificado
y sintamos dentro de nosotros que
Dio nos ama, nos ama de verdad, y
nos ama en gran medida. Esta es la
expresión más sencilla que resume
todo el Evangelio, toda la fe, toda la
Continúa así la Plegaria eucarística IV: «Y cuando por desobediencia
perdió tu amistad, no lo abandonaste al poder de la muerte, sino que,
compadecido, tendiste la mano a todos». Vino con su misericordia. Como en la creación, también en las
etapas sucesivas de la historia de la
salvación destaca la gratuidad del
amor de Dios: el Señor elige a su
pueblo no porque se lo merezca, sino
porque es el más pequeño entre todos
los pueblos, como dice Él. Y cuando
llega «la plenitud de los tiempos», a
pesar de que los hombres en más de
una ocasión quebrantaron la alianza,
Dios, en lugar de abandonarlos, estrechó con ellos un vínculo nuevo,
en la sangre de Jesús —el vínculo de
la nueva y eterna alianza—, un vín-
teología: Dios nos ama con amor gratuito y sin medida.
Así nos ama Dios y este amor
Dios lo demuestra ante todo en la
creación, como proclama la liturgia,
en la Plegaria eucarística IV: «A imagen tuya creaste al hombre y le encomendaste el universo entero, para
que, sirviéndote sólo a ti, su Creador, dominara todo lo creado». En
el origen del mundo está sólo el
amor libre y gratuito del Padre. San
Ireneo un santo de los primeros siglos escribe: «Dios no creó a Adán
porque tenía necesidad del hombre,
sino para tener a alguien a quien donar sus beneficios» (Adversus haereses, IV, 14, 1). Es así, el amor de Dios
es así.
Un desafío importante
VIENE DE LA PÁGINA 1
pa dice que lo que él nos plantea
en Evangelii gaudium tiene «consecuencias importantes» (25).
Pero él avanza más todavía, de
una manera muy práctica, y nos dice que no nos conformemos con
ponernos algunos objetivos para renovar nuestras comunidades sino
que hay que «poner los medios necesarios» (25), porque no podemos
«dejar las cosas como están» (25).
Una nueva opción misionera tiene
que ser «capaz de transformarlo todo». (27).
Este pedido es muy claro e insistente, pero a veces parece que estuviéramos como adormecidos, enredados en miles de cosas secundarias
y descuidando lo más importante.
Algunos laicos más generosos y entusiastas suelen lamentar que no logramos reaccionar ante lo que el
Espíritu Santo nos está pidiendo a
través del Papa. Les duele que no
se vean reacciones en algunos obispos, en sacerdotes ni en muchos
laicos que trabajan en parroquias,
movimientos e instituciones católicas.
El reclamo del Papa es muy profundo. Es como si nos dijera:
«¡despierten!». «El mundo se nos
escapa, la gente se aleja, muchos viven sin el amor y la luz de Jesucris-
to. No sigamos perdiendo el tiempo en cosas secundarias. ¡Entremos
en un estado de misión, de búsqueda, de salida, de cercanía con todos! ¡Que nadie se quede sin escuchar de forma directa el anuncio de
un Dios que ama, que salva, que vive! ¡No nos quedemos encerrados,
salgamos!».
Si realmente escuchamos ese pedido, despertamos y reaccionamos,
no se trata sólo de cambiar algunas
cositas. El Papa dice que hace falta
«transformarlo todo» (27) para la
evangelización del mundo actual.
No nos pide que organicemos alguna misión cada tanto, sino que entremos en un «estado permanente
de misión» (25).
En el punto 8 se va al centro, y
allí dice cómo se alcanza la alegría
más bella: sólo gracias al encuentro
con el amor de Dios «somos rescatados de nuestra conciencia aislada
y de autorreferencialidad. Llegamos
a ser plenamente humanos cuando
somos más que humanos, cuando le
permitimos a Dios que nos lleve
más allá de nosotros mismos para
alcanzar nuestro ser más verdadero.
Allí está el manantial de la acción
evangelizadora» (8).
La autorreferencialidad es estar
pendiente de uno mismo, de las
propias necesidades y los propios
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GIOVANNI MARIA VIAN
director
Giuseppe Fiorentino
subdirector
proyectos, sin pensar en los demás
y en la gloria de Dios. La «conciencia aislada» es no dejarse tocar por
el amor de Dios, y entonces vivir
encerrado en la propia insatisfacción y en las propias ideas. Todo
eso se resume en lo que el Papa llama la «mundanidad espiritual»,
porque nos volvemos egoístas y vanidosos pero creemos que somos
espirituales.
Pero hay que descubrir cuál es la
propuesta positiva para romper esos
vicios: la salida de sí. Es decir, que
nos abrazamos al amor del Señor y
le permitimos que nos saque más
allá de nosotros mismos, para volvernos cercanos a todos y llenos de
misericordia. Aplicando esto a la
Iglesia, aquí está el punto de partida de la evangelización. La Iglesia
también debe salir de sí, y eso es la
misión. En el punto 9, retoma un
viejo principio: «el bien siempre
tiende a comunicarse». Si uno realmente se ha dejado transformar por
Dios, ese bien que recibió busca llegar a otros, comunicarse, compartirse. Si lo hacemos somos felices y
nos realizamos como personas. Si
nos encerramos en nosotros mismos, perdemos vida, alegría y felicidad.
TIPO GRAFIA VATICANA EDITRICE
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don Sergio Pellini S.D.B.
director general
Marta Lago
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redactor jefe de la edición
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culo que jamás nada lo podrá romper.
San Pablo nos recuerda: «Dios, rico en misericordia, —nunca olvidarlo, es rico en misericordia— por el
gran amor con que nos amó, estando nosotros muertos por los pecados, nos ha hecho revivir con Cristo» (Ef 2, 4-5). La Cruz de Cristo es
la prueba suprema de la misericordia
y del amor de Dios por nosotros: Jesús nos amó «hasta el extremo» (Jn
13, 1), es decir, no sólo hasta el último instante de su vida terrena, sino
hasta el límite extremo del amor. Si
en la creación el Padre nos dio la
prueba de su inmenso amor dándonos la vida, en la pasión y en la
muerte de su Hijo nos dio la prueba
de las pruebas: vino a sufrir y morir
por nosotros. Así de grande es la
misericordia de Dios: Él nos ama,
nos perdona; Dios perdona todo y
Dios perdona siempre.
Que María, que es Madre de misericordia, nos ponga en el corazón
la certeza de que somos amados por
Dios; nos sea cercana en los momentos de dificultad y nos done los sentimientos de su Hijo, para que nuestro itinerario cuaresmal sea experiencia de perdón, acogida y caridad.
Al término de la oración mariana
el Papa expresó también su cercanía a
la población de Vanuatu, en el Océano
Pacífico, azotada por un fuerte ciclón,
asegurando oraciones «por los difuntos,
los heridos y los sin techo»
y agradeciendo a quienes
se movilizaron para llevar socorro.
Queridos hermanos y hermanas:
Con dolor, con mucho dolor, recibí la noticia de los atentados terroristas de hoy contra dos iglesias en
la ciudad de Lahore en Pakistán,
que provocaron numerosos muertos
y heridos. Son iglesias cristianas.
Los cristianos son perseguidos.
Nuestros hermanos derraman la sangre sólo porque son cristianos.
Mientras aseguro mi oración por las
víctimas y por sus familias, pido al
Señor, imploro del Señor, fuente de
todo bien, el don de la paz y la concordia para ese país. Que esta persecución contra los cristianos, que el
mundo busca ocultar, termine y llegue la paz.
Dirijo un cordial saludo a vosotros fieles de Roma y a vosotros llegados de muchas partes del mundo.
Estoy cercano a la población de
Vanuatu, en el Océano Pacífico, azotada por un fuerte ciclón. Rezo por
los difuntos, los heridos y los sin techo. Doy las gracias a quienes se
movilizaron inmediatamente para
llevar socorro y ayudas.
A todos vosotros os deseo un feliz
domingo. Por favor, no os olvidéis
de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y
hasta la vista!
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número 12, viernes 20 de marzo de 2015
L’OSSERVATORE ROMANO
página 3
El Pontífice recuerda que no hay ningún pecado que Dios no pueda perdonar
La fiesta del abrazo
Todos deberían salir del confesionario con la felicidad en el corazón
«Vivir el sacramento como medio para
educar en la misericordia; dejarse
educar por lo que celebramos; custodiar
la mirada sobrenatural»: son las «tres
exigencias» del ministerio de la
reconciliación indicadas por el Papa
Francisco a los nuevos sacerdotes y los
seminaristas participantes en el curso
sobre el fuero interno organizado por
la Penitenciaría apostólica. Durante la
audiencia, celebrada el jueves 12 de
marzo, por la mañana, en la sala
Clementina, el Pontífice destacó que
la confesión «no debe ser una
“tortura”, sino que todos deberían salir
del confesionario con la felicidad
en el corazón».
Queridos hermanos:
Me alegra de manera especial, en
este tiempo de Cuaresma, encontrarme con vosotros con ocasión del
curso anual sobre el fuero interno
organizado por la Penitenciaría
apostólica. Dirijo un saludo cordial
al cardenal Mauro Piacenza, penitenciario mayor, y le agradezco sus
amables palabras. Le doy las gracias
por las felicitaciones que me ha expresado, pero también quiero compartir otro aniversario: además del
de mañana, dos años de pontificado,
hoy se cumple el 57º aniversario de
mi entrada en la vida religiosa. Rezad por mí. Saludo al regente, monseñor Krzysztof Nykiel, a los prelados, a los oficiales y al personal de
la Penitenciaría, a los colegios de penitenciarios ordinarios y extraordinarios de las basílicas papales in Urbe,
y a todos los participantes en el curso, cuyo fin pastoral es ayudar a los
nuevos sacerdotes y a los candidatos
al orden sagrado a administrar rectamente el sacramento de la Reconciliación. Como sabemos, los sacramentos son el lugar de la cercanía y
de la ternura de Dios por los hombres; son el modo concreto que Dios
ha pensado, ha querido para salir a
nuestro encuentro, para abrazarnos
sin avergonzarse de nosotros y de
nuestro límite.
Entre los sacramentos, ciertamente
el de la Reconciliación hace presente
con especial eficacia el rostro misericordioso de Dios: lo hace concreto y
lo manifiesta continuamente, sin
pausa. No lo olvidemos nunca, como penitentes o como confesores:
no existe ningún pecado que Dios
no pueda perdonar. Ninguno. Sólo
lo que se aparta de la misericordia
divina no se puede perdonar, como
quien se aleja del sol no se puede
iluminar ni calentar.
A la luz de este maravilloso don
de Dios, quiero poner de relieve tres
exigencias: vivir el sacramento como
medio para educar en la misericordia, dejarse educar por lo que celebramos y custodiar la mirada sobrenatural.
1. Vivir el sacramento como medio
para educar en la misericordia, significa ayudar a nuestros hermanos a
experimentar la paz y la comprensión, humana y cristiana. La confesión no debe ser una «tortura», sino
que todos deberían salir del confesionario con la felicidad en el cora-
zón, con el rostro resplandeciente de
esperanza, aunque a veces —lo sabemos— humedecido por las lágrimas
de la conversión y de la alegría que
deriva de ella (cf. Exhortación apostólica Evangelii gaudium, 44). El sacramento, con todos los actos del
penitente, no debe convertirse en un
pesado interrogatorio, fastidioso e
indiscreto. Al contrario, debe ser un
encuentro liberador y rico de humanidad, a través del cual se puede
educar en la misericordia, que no excluye, sino que más bien comprende
el justo compromiso de reparar, en
la medida de las posibilidades, el
mal cometido. Así, el fiel se sentirá
invitado a confesarse frecuentemente, y aprenderá a hacerlo del mejor
modo posible, con la delicadeza de
conciencia que hace tanto bien al
Misericordioso es estar cerca y
acompañar el proceso de conversión.
2. Y es precisamente a vosotros,
confesores, que os digo: Dejaos educar por el sacramento de la reconciliación. Segundo punto. ¡Cuántas
veces nos sucede que escuchamos
confesiones que nos edifican! Hermanos y hermanas que viven una
auténtica comunión personal y eclesial con el Señor y un amor
sincero a los hermanos. Almas sencillas, almas de pobres de espíritu, que se
abandonan totalmente al
Señor, que se fían de la
Iglesia y, por eso, también
del confesor. También nos
ocurre a menudo que asistimos a verdaderos milagros
por amor, más aún, precisamente
por misericordia. Yo que he hecho
esto, lo otro y lo de más allá, ahora
debo perdonar… Me viene a la memoria el pasaje final de Ezequiel 16,
cuando el Señor reprocha con palabras muy fuertes la infidelidad de su
pueblo. Pero al final, dice: «Te perdonaré y te pondré sobre tus hermanas —las otras naciones— para que
corazón, incluso al corazón del confesor. De esta manera nosotros, sacerdotes, hacemos crecer la relación
personal con Dios, para que su reino
de amor y de paz se dilate en los corazones.
Muchas veces se confunde la misericordia con el hecho de ser confesor «de manga ancha». Pero pensad
en esto: ni un confesor de manga
ancha ni un confesor rígido es misericordioso. Ninguno de los dos. El
primero, porque dice: «Sigue adelante, esto no es pecado, sigue, sigue». El otro, porque dice: «No, la
ley dice…». Pero ninguno de los dos
trata al penitente como hermano, lo
toma de la mano y lo acompaña en
su camino de conversión. Uno dice:
«Ve tranquilo, Dios perdona todo.
Ve, ve». El otro dice: «No, la ley dice no». En cambio, el misericordioso
lo escucha, lo perdona, pero se hace
cargo de él y lo acompaña, porque
la conversión comienza hoy —quizá—, pero debe proseguir con la perseverancia… Lo toma sobre sí, como
el buen Pastor que va a buscar la
oveja perdida y la toma sobre sí. Pero no hay que confundirse: esto es
muy importante. Misericordia significa hacerse cargo del hermano o de
la hermana y ayudarles a caminar.
No decir «¡ah, no, sigue, sigue!», o
la rigidez. Esto es muy importante.
¿Y quién puede hacer esto? El confesor que reza, el confesor que llora,
el confesor que sabe que es más pecador que el penitente, y si no ha
realizado la cosa fea que dice el penitente, es por pura gracia de Dios.
de conversión. Personas que desde
hace meses, a veces años, han estado
bajo el dominio del pecado y que,
como el hijo pródigo, vuelven en sí
y deciden levantarse y regresar a la
casa del Padre (cf. Lc 15, 17) para implorar su perdón. ¡Qué hermoso es
acoger a estos hermanos y hermanas
arrepentidos con el abrazo de bendición del Padre misericordioso, que
tanto nos ama y hace fiesta por cada
hijo que con todo el corazón vuelve
a Él.
¡Cuánto podemos aprender de la
conversión y del arrepentimiento de
nuestros hermanos! Nos impulsan a
que también nosotros hagamos un
examen de conciencia: yo, sacerdote,
¿amo así al Señor, como esta anciana? Yo, sacerdote, que he sido constituido ministro de su misericordia,
¿soy capaz de tener la misericordia
que hay en el corazón de este penitente? Yo, confesor, ¿estoy dispuesto
al cambio, a la conversión, como este penitente, a quien debo servir?
Muchas veces nos edifican estas personas, nos edifican.
3. Cuando se escuchan las confesiones sacramentales de los fieles es
preciso tener siempre la mirada interior dirigida al cielo, a lo sobrenatural. Ante todo, debemos reavivar en
nosotros la conciencia de que nadie
ejerce dicho ministerio por mérito
propio, ni por sus propias competencias teológicas o jurídicas, ni por
su propio trato humano o psicológico. Todos hemos sido constituidos
ministros de la reconciliación por
pura gracia de Dios, gratuitamente y
las juzgues y seas más importante
que ellas; lo haré para que sientas
vergüenza, para que te avergüences
de lo que has hecho». La experiencia de la vergüenza: al escuchar este
pecado, esta alma que se arrepiente
con tanto dolor o con tanta delicadeza de conciencia, ¿soy capaz de
avergonzarme de mis pecados? Y esta es una gracia. Somos ministros de
la misericordia gracias a la misericordia de Dios; jamás debemos perder
esta mirada sobrenatural, que nos
hace verdaderamente humildes, acogedores y misericordiosos con cada
hermano y hermana que pide confesarse. Y si no he hecho esto, si no
he cometido ese pecado feo o no estoy en la cárcel, es por pura gracia
de Dios, solamente por eso. No por
mérito propio. Y esto debemos sentirlo en el momento de la administración del sacramento. También el
modo de escuchar la acusación de
los pecados debe ser sobrenatural:
escuchar de modo sobrenatural, de
modo divino; respetuoso de la dignidad y de la historia personal de cada
uno, de manera que pueda comprender qué quiere Dios de él o de ella.
Por eso la Iglesia está llamada a
«iniciar a sus hermanos —sacerdotes,
religiosos y laicos— en este “arte del
acompañamiento”, para que todos
aprendan siempre a quitarse las sandalias ante la tierra sagrada del
otro» (Exhortación apostólica Evangelii gaudium, 169). También el pecador más grande, que se presenta a
SIGUE EN LA PÁGINA 8
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página 4
viernes 20 de marzo de 2015, número 12
Con los obispos de Corea el Papa recuerda el viaje del año pasado al país asiático
Memoria, jóvenes, misión
Y desea el crecimiento de la pequeña comunidad de la Iglesia en Mongolia
«La memoria, los jóvenes y la misión
de confirmar a nuestros hermanos y
nuestras hermanas en la fe»: estas
fueron las tres líneas directrices de la
reflexión que el Papa Francisco
presentó a los obispos de Corea al
recibirlos el jueves 12 de marzo, por la
mañana, con ocasión de su visita «ad
limina». Publicamos la traducción del
discurso que el Pontífice les entregó en
lengua inglesa.
Queridos hermanos obispos:
Es una gran alegría para mí daros
la bienvenida mientras realizáis vuestra visita «ad limina Apostolorum»
para rezar ante las tumbas de los
santos Pedro y Pablo y reforzar los
vínculos de amistad y comunión que
nos unen. Rezo para que estos días
sean una ocasión de gracia y renovación en vuestro servicio a Cristo y a
su Iglesia.
Agradezco al arzobispo Kim las
afectuosas palabras de saludo que ha
pronunciado en vuestro nombre y en
el de toda la Iglesia en Corea y en
Mongolia. Vuestra presencia hoy me
trae a la memoria los hermosos recuerdos de mi reciente visita a Corea, donde experimenté personalmente la bondad del pueblo coreano, que me acogió con tanta generosidad y compartió conmigo las alegrías y las tristezas de su vida. Mi
visita a vuestro país seguirá siendo
para mí un incentivo duradero en mi
ministerio al servicio de la Iglesia
universal.
Durante mi visita tuvimos la
oportunidad de reflexionar sobre la
vida de la Iglesia en Corea y, en particular, sobre nuestro ministerio episcopal al servicio del pueblo de Dios
y de la sociedad. Deseo proseguir
esa reflexión con vosotros hoy, destacando tres aspectos de mi visita: la
memoria, los jóvenes y la misión de
confirmar a nuestros hermanos y
nuestras hermanas en la fe. También
quiero compartir estas reflexiones
con la Iglesia en Mongolia. Aun
siendo una pequeña comunidad en
un territorio vasto, es como el grano
de mostaza, que es promesa de la
plenitud del reino de Dios (cf. Mt
13, 31-32). Ojalá que estas reflexiones
incentiven el crecimiento constante
de ese grano y alimenten el rico suelo de la fe del pueblo de Mongolia.
Para mí, uno de los momentos
más hermosos de la vista a Corea
fue la beatificación de los mártires
Paul Yun Ji-chung y compañeros.
Incluyéndolos entre los beatos, alabamos a Dios por las innumerables
gracias que derramó en la Iglesia en
Corea en su infancia, y también dimos gracias por la respuesta fiel dada a estos dones de Dios. Ya antes
de que su fe se manifestara plenamente en la vida sacramental de la
Iglesia, estos primeros cristianos coreanos no sólo habían alimentado su
relación personal con Jesús, sino que
también la habían llevado a otros,
prescindiendo de la clase o posición
social, y habían vivido en una comunidad de fe y caridad como los primeros discípulos del Señor (cf. Hch
4, 32). «Estaban dispuestos a gran-
des sacrificios y a despojarse de todo
lo que pudiera apartarles de Cristo
[…]: sólo Cristo era su verdadero tesoro» (Homilía en Seúl, 16 de agosto
de 2014). Su amor a Dios y al prójimo se realizó en el acto final de entregar su propia vida, regando con
su sangre el semillero de la Iglesia.
Aquella primera comunidad ha
dejado a vosotros y a toda la Iglesia
un hermoso testimonio de vida cristiana: «Su rectitud en la búsqueda
de la verdad, su fidelidad a los más
altos principios de la religión que
abrazaron, así como su testimonio
de caridad y solidaridad para con
todos» (ibídem). Su ejemplo es una
escuela que puede enseñarnos a ser
testigos cristianos cada vez más fieles, llamándonos al encuentro, a la
mienzo de su vida y llenos de esperanzas, promesas y posibilidades.
Fue una alegría para mí estar con
los jóvenes de Corea y de toda Asia,
que se reunieron para la Jornada de
la juventud asiática, y experimentar
su apertura a Dios y a los demás.
Precisamente como el testimonio de
los primeros cristianos nos invita a
ser solícitos unos con otros, así también nuestros jóvenes nos desafían a
escucharnos unos a otros. Sé que en
vuestras diócesis, parroquias e instituciones estáis buscando nuevos modos de implicar a los jóvenes para
que puedan expresarse y ser escuchados, a fin de compartir la riqueza
de vuestra fe y de la vida de la Iglesia. Cuando hablamos con los jóvenes, ellos nos desafían a compartir la
caridad y al sacrificio. Las lecciones
que impartieron pueden aplicarse de
modo particular a nuestro tiempo en
el que, a pesar de los numerosos
progresos realizados en la tecnología
y en la comunicación, las personas
están cada vez más aisladas y las comunidades más debilitadas. Qué importante es, pues, que trabajéis junto
con los sacerdotes, los religiosos y
las religiosas y los líderes laicos de
vuestras diócesis para garantizar que
las parroquias, las escuelas y los centros de apostolado sean auténticos
lugares de encuentro: encuentro con
el Señor, que nos enseña cómo amar
y abre nuestros ojos a la dignidad de
cada persona, y encuentro de unos
con otros, especialmente con los pobres, los ancianos y las personas olvidadas en medio de nosotros.
Cuando encontramos a Jesús y experimentamos su compasión por nosotros, nos convertimos en testigos
cada vez más convincentes de su poder salvífico; compartimos más fácilmente nuestro amor por Él y los dones con los que hemos sido bendecidos. Nos convertimos en un sacrificio vivo, entregados a Dios y a los
demás por amor (cf. Rm 12, 1, 9-10).
Mi pensamiento se dirige ahora a
vuestros jóvenes, que con fuerza desean llevar adelante la herencia de
vuestros antepasados. Están al co-
verdad de Jesucristo con claridad y
de un modo que puedan comprender. También ponen a prueba la autenticidad de nuestra fe y de nuestra
fidelidad. Aunque prediquemos a
Cristo y no a nosotros mismos, estamos llamados a ser un ejemplo para
el pueblo de Dios (cf. 1 P 5, 3) a fin
de atraer a las personas hacia Él.
Los jóvenes nos llamarán inmediatamente al orden a nosotros y a la
Iglesia, si nuestra vida no refleja
nuestra fe. Al respecto, su honradez
puede ayudarnos precisamente mientras tratamos de impulsar a los fieles
a manifestar la fe en su vida diaria.
Mientras reflexionáis sobre la vida
de vuestras diócesis, mientras formuláis y revéis vuestros planes pastorales, os exhorto a tener presentes a
los jóvenes a quienes servís. Vedlos
como interlocutores para «edificar
una Iglesia más santa, más misionera
y humilde […], una Iglesia que ama
y adora a Dios, que intenta servir a
los pobres, a los que están solos, a
los enfermos y a los marginados»
(Homilía en el castillo de Haemi, 17
de agosto de 2014). Estad cerca de
ellos y mostradles que os preocupáis
por ellos y comprendéis sus necesidades. Esta cercanía no sólo reforzará las instituciones y las comunidades de la Iglesia, sino que también
os ayudará a comprender las dificul-
tades que ellos y sus familias experimentan en la vida diaria en la sociedad. De este modo, el Evangelio penetrará cada vez más profundamente
en la vida, tanto de la comunidad
católica como de la sociedad en su
conjunto. A través de vuestro servicio a los jóvenes, la Iglesia llegará a
ser esa levadura en el mundo que el
Señor nos llama a ser (cf. Mt 13, 33).
Mientras os preparáis para volver
a vuestras Iglesias locales, además
de alentaros en vuestro ministerio y
confirmaros en vuestra misión, os pido, sobre todo, que seáis servidores
precisamente como Cristo, que vino
a servir y no a ser servido (cf. Mt
20, 28). Nuestra vida es una vida de
servicio, entregada libremente por
cada alma confiada a nuestro cuidado, sin excepción. Comprobé esto
en vuestro servicio generoso y altruista a vuestra gente, que se manifiesta de modo particular en vuestro
anuncio de Jesucristo y en la entrega
de vosotros mismos, que renováis cada día. «Anunciar a Cristo significa
mostrar que creer en Él y seguirlo
no es sólo algo verdadero y justo, sino también bello, capaz de colmar
la vida de un nuevo resplandor y de
un gozo profundo, aun en medio de
las pruebas» (Evangelii gaudium,
167).
Con este espíritu de servicio, sed
solícitos unos con otros. A través de
vuestra colaboración y vuestro apoyo
fraterno, fortaleceréis la Iglesia en
Corea y en Mongolia, y llegaréis a
ser cada vez más eficaces al proclamar a Cristo. Estad cerca de vuestros sacerdotes: sed verdaderos padres que no sólo quieren exhortarlos
y corregirlos, sino sobre todo acompañarlos en sus dificultades y alegrías. Acercaos también a los numerosos religiosos y religiosas, cuya
consagración enriquece y sostiene
cada día la vida de la Iglesia, puesto
que ofrecen a la sociedad un signo
visible del nuevo cielo y de la nueva
tierra (cf. Ap 21, 1-2). Con estos
obreros comprometidos en la viña
del Señor, junto con todos los fieles
laicos, edificad a partir de la herencia de vuestros antepasados y ofreced al Señor un sacrificio digno para
hacer más profundas la comunión y
la misión de la Iglesia en Corea y en
Mongolia.
Deseo expresar de modo particular mi aprecio a la comunidad católica en Mongolia por sus esfuerzos en
edificar el reino de Dios. Que siga
siendo fervorosa en la fe, siempre
confiada en que la fuerza santificadora del Espíritu Santo obra en ella
como discípula misionera (cf. Evangelii gaudium, 119).
Queridos hermanos obispos: Con
renovada gratitud por el testimonio
duradero de las comunidades cristianas en Corea y en Mongolia, os aseguro mis constantes oraciones y mi
cercanía espiritual. Os encomiendo a
todos a la intercesión de María, Madre de la Iglesia, y os imparto de
buen grado mi bendición apostólica
a vosotros y a todos los que han sido confiados a vuestra atención pastoral.
L’OSSERVATORE ROMANO
número 12, viernes 20 de marzo de 2015
página 5
En una entrevista a Televisa
Dos años de pontificado
El Papa Francisco concedió una larga entrevista a Valentina Alazraki,
vaticanista de Televisa, el 6 de marzo por la tarde en la Casa Santa
Marta. La televisión mexicana comenzó a transmitirla el 12 de marzo
por la noche, víspera del inicio del
tercer año de pontificado.
Durante el diálogo abordó muchos y variados temas: el próximo
viaje apostólico a Estados Unidos y
la decisión de no visitar en esa ocasión México; el significado de la Virgen en su vida; la inmigración; el
problema de la droga; la privacidad
de sus llamadas telefónicas y las cartas enviadas a otras personas; el
avance en América Latina de los
evangélicos y las sectas; su elección
al pontificado; su estancia en Santa
Marta; la sensación de la brevedad
de su pontificado; la puerta abierta
por Benedicto XVI al renunciar; su
relación con el Papa emérito; la reforma de la Curia; la reforma que
parte del cambio del corazón; su es-
Pero le tengo que recordar que fue una
monja mexicana la que tuvo una gran
intuición. Usted el sábado antes de la
elección comió en casa de su amigo, el
cardenal Lozano Barragán, y la madre
Estela le dijo: «Eminencia, si lo hacen
Papa Usted nos invita a comer allá
arriba, ¡eh!
La madre Estela me dijo así. Bueno y así empezó el cónclave. Los periodistas decían que a lo más yo era
un kingmaker que, bueno, un elector,
un gran elector, que indicaría a alguno. Y estuve en paz. Empezó la primera votación, el martes a la noche,
segunda el miércoles a la mañana,
tercera el miércoles antes del almuerzo y. El fenómeno de las votaciones
ahí en, siempre, no sólo en el cónclave, en estos grupos, es un fenómeno interesante. Hay candidatos
ya, fuertes. Pero mucha gente que
no sabe dónde dar el voto. Entonces
elige seis, siete, que son los votos
depósito. Entonces yo deposito el
saba gracia. Después, en la segunda
votación cuando se alcanzaron los
dos tercios, siempre se aplaude ¿no?
En todos los cónclaves aplauden. Y
sí el escrutinio. Y él ahí sí me besó y
me dijo: «No te olvides de los pobres». Y eso me empezó a dar vueltas en la cabeza y fue lo que provocó la elección del nombre, después,
¿no? Yo, mientras la votación, rezaba el Rosario, solía rezar los tres Rosarios diarios, tenía mucha paz. Yo
diría que hasta inconciencia. Lo mismo cuando se dio la cosa, y para mí
ese fue un signo de que Dios quería
eso. La paz. Hasta el día de hoy no
la he perdido. Pero es algo de adentro, que, como un regalo ¿no? Y
después, qué es lo que hice, no sé.
Me hicieron parar. Me preguntaron
si aceptaba. Dije que sí. No sé si me
hicieron jurar algo, no me acuerdo.
Estaba en paz. Fui, me cambié la sotana. Y salí y quise primero ir a saludar al cardenal Días, que estaba
allá en su silla de ruedas, y después
saludé a los cardenales. Después le
pedí al vicario de Roma y al cardenal Hummes, por amigo, que me
acompañaran. ¡Cosa que no estaba
prevista en el protocolo!
Ahí empezaron sus problemas con el
protocolo, creo.
¿Qué sabía? Yo puse ahí a...
No porque sea lujoso, como algunos
dicen, no. No es lujoso. El apartamento no es lujoso. Es grande. Pero
esa soledad no la hubiera tolerado.
Venir aquí, comer en el comedor,
donde está toda la gente, tener la
misa esa donde cuatro días a la semana viene gente de afuera, de las
parroquias, me da un poquitito de
holgura espiritual. Me gusta mucho
eso.
¿No se siente solo?
No, no, no. En serio que no.
Esa fue la primera de muchas.
tilo de vida sencillo; los pobres en el
Evangelio; el Sínodo de la familia;
los abusos de menores por parte del
clero y su estilo de comunicación.
La entrevista completa se puede leer
online en: http://www.osservatoreromano.va/es/news/intervista-spagnola
A continuación publicamos amplios pasajes de las respuestas del
Pontífice relacionadas con el aniversario de su segundo año de pontificado, y las preguntas correspondientes de forma sintética.
Esta entrevista cae en el segundo aniversario de su elección. A ver, ¿qué pasó ese día?
La cosa fue muy sencilla. Yo me
vine con una valijita chica porque
hice el cálculo, y dije el Papa no va
nunca a asumir en Semana Santa.
Por lo tanto yo me puedo venir
tranquilamente y estar el Domingo
de Ramos en Buenos Aires. Dejé
preparada la homilía del Domingo
de Ramos sobre mi escritorio y me
vine con lo necesario para esos días,
aunque pensaba que podía ser un
cónclave muy corto ¿no? De todas
maneras, me preparé hasta lo más
posible por si fuera largo de tal manera que tenía el boleto de vuelta.
Lo podía cambiar o adelantar ¿no?
Pero tenía asegurado ese. Además
no estaba en ninguna lista de papables, gracias a Dios, pero ni se me
pasó por la cabeza. En esto quiero
ser sincero para evitar cuentos y eso.
En las apuestas de Londres creo que
estaba en el número 42 o 46. Un conocido mío, por simpatía apostó, ¡y
le fue muy bien!
voto en Usted y cuando veo ya
quien va se lo doy. [...]
¿Es cierto que en el cónclave anterior
había tenido unos cuarenta? ¿Se puede
decir?
No.
Eso dijeron.
Sí, bueno, dijeron.
Algún cardenal dijo.
Bueno, dejémoslo al cardenal.
Aunque yo podría decirlo porque
ahora yo tengo la autoridad para decirlo. Pero mejor. Dejémoslo que lo
haya dicho el cardenal. Pero nada.
Realmente, hasta ese mediodía, nada. Y después pasó algo, no sé. En
el almuerzo, yo vi algún signo raro,
pero. Me preguntan por la salud,
esas cosas que... y ya cuando volvimos a la tarde, se cocinó el pastel
¿no? En dos votaciones se acabó todo ¿no? O sea que para mí también
fue una sorpresa. ¿Qué me pasó a
mí? En la primera votación de la
tarde cuando yo vi que ya eso ya podía ser irreversible, lo tenía al lado
—y esto lo quiero contar porque hace
a la amistad— al cardenal Hummes,
que para mí es un grande. A la edad
que tiene, es el delegado de la Conferencia episcopal para la Amazonia.
Y va allá y se mete y va en barca y
va, y va visitando las iglesias, y lo tenía al lado, y ya a la mitad de la primera votación de la tarde —hubo
dos, porque hubo una segunda—
cuando se vio la cosa, se me acercaba así, me decía: «No te preocupes,
así obra el Espíritu Santo». Me cau-
Y fuimos a rezar a la capilla Paulina, mientras el cardenal Tauran
anunciaba el nombre. Después salí y
yo no sabía lo que iba a decir. Y
bueno, de todo lo demás son testigos ustedes. Sentí profundamente
que un ministro necesita la bendición de Dios, pero también la de su
pueblo. No me atreví a decir que el
pueblo me bendijera. Simplemente
dije: «Pueblo recen para que Dios, a
través suyo, me bendiga». Pero me
fue saliendo todo espontáneo. Igual
lo de rezar por Benedicto. Decía,
no, no sé, no preparé nada. Salió solo.
¿Y le gusta ser Papa?
¡No me disgusta!
Porque uno se hubiera imaginado que
no le hubiese gustado ser Papa.
No, no. Una vez dada la cosa
después se hace.
¿Qué es lo que le gusta y qué lo que no
le gusta tanto de ser Papa? ¿O le gusta todo?
Sí, lo único que me gustaría es
poder salir un día, sin que nadie me
conociera, e irme a una pizzería a
comer una pizza.
¡Eso estaría muy bien!
Lo digo como ejemplo. En Buenos Aires yo era muy callejero. Iba,
venía por las parroquias, y claro
cambiar de hábitos y estar... eso me
cuesta un poquito, pero, no, no sé,
se arregla, se habitúa. Se encuentra
otra manera de callejear: el teléfono...
¿Le gusta estar aquí en Santa Marta?
Es simplemente porque hay gente.
Yo allá solo, no hubiera soportado.
¿Por qué tenemos la sensación de que
Usted, por un lado, es como si tuviera
prisa, en su forma de actuar?, y por
otra, ¿por qué como que parecería que
viera su Pontificado a breve plazo?
Yo tengo la sensación que mi
Pontificado va a ser breve. Cuatro o
cinco años. No sé, o dos, tres. Bueno dos ya pasaron. Es como una
sensación un poco vaga. Le digo,
capaz que no. Por ahí es como la
psicología del que juega y entonces
cree que va a perder para no desilusionarse después. Y si gana está contento ¿no? No sé qué es. Pero tengo
la sensación que el Señor me pone
para una cosa breve, nomás y... Pero
es una sensación. Por eso tengo
siempre la posibilidad abierta ¿no?
Y Usted nos ha dicho también que seguiría el ejemplo del Papa Benedicto...
Bueno, hubo algunos cardenales
en el pre cónclave, en las Congregaciones Generales, que se plantearon
el problema teológico, muy interesante, muy rico ¿no? Yo creo que lo
que hizo el Papa Benedicto fue abrir
una puerta. Hace setenta años, no
existían los obispos eméritos. Y hoy
tenemos mil cuatrocientos. O sea se
llegó a la idea de que un hombre
después de los 75, alrededor de esa
edad, no puede llevar el peso de una
Iglesia particular. En general. Creo
que, lo que hizo Benedicto con mucha valentía fue abrir la puerta de
los Papas eméritos. A Benedicto no
hay que considerarlo como una excepción. Sino como una Institución.
Por ahí sea el único en mucho tiempo, por ahí no sea el único. Pero es
una puerta abierta institucional. Hoy
día el Papa emérito no es una cosa
rara, sino que se abrió la puerta, que
pueda existir esto.
L’OSSERVATORE ROMANO
número 12, viernes 20 de marzo de 2015
páginas 6/7
Durante la celebración penitencial en la basílica vaticana el Papa Francisco anuncia el año santo de la misericordia
El gran perdón
«He pensado con frecuencia de qué forma
la Iglesia puede hacer más evidente su
misión de ser testigo de la misericordia.
Es un camino que inicia con una
conversión espiritual; y tenemos que
recorrer este camino. Por eso he decidido
convocar un Jubileo extraordinario que
tenga en el centro la misericordia de Dios.
Será un Año santo de la misericordia».
Lo anunció el Papa Francisco el viernes
13 de marzo, por la tarde, segundo
aniversario de su elección al Pontificado,
durante la celebración penitencial que
presidió en la basílica de San Pedro.
También este año, en vísperas del cuarto domingo de Cuaresma, nos hemos
reunido para celebrar la liturgia penitencial. Estamos unidos a muchos cristianos que hoy, en todas las partes del
mundo, han acogido la invitación de
vivir este momento como signo de la
bondad del Señor. El sacramento de la
Reconciliación, en efecto, nos permite
acercarnos con confianza al Padre para
tener la certeza de su perdón. Él es verdaderamente «rico en misericordia» y
la extiende en abundancia sobre quienes recurren a Él con corazón sincero.
Estar aquí para experimentar su
amor, en cualquier caso, es ante todo
fruto de su gracia. Como nos ha recordado el apóstol Pablo, Dios nunca deja
de mostrar la riqueza de su misericordia a lo largo de los siglos. La transformación del corazón que nos lleva a
confesar nuestros pecados es «don de
Dios». Nosotros solos no podemos.
Poder confesar nuestros pecados es un
don de Dios, es un regalo, es «obra suya» (cf. Ef 2, 8-10). Ser tocados con
ternura por su mano y plasmados por
su gracia nos permite, por lo tanto,
acercarnos al sacerdote sin temor por
nuestras culpas, pero con la certeza de
ser acogidos por él en nombre de Dios
y comprendidos a pesar de nuestras miserias; e incluso sin tener un abogado
defensor: tenemos sólo uno, que dio su
vida por nuestros pecados. Es Él quien,
con el Padre, nos defiende siempre. Al
salir del confesionario, percibiremos su
fuerza que nos vuelve a dar la vida y
restituye el entusiasmo de la fe. Después de la confesión renacemos.
El Evangelio que hemos escuchado
(cf. Lc 7, 36-50) nos abre un camino de
esta mujer habla de amor y expresa su
deseo de tener una certeza indestructible en su vida: la de haber sido perdonada. ¡Esta es una certeza hermosísima!
Y Jesús le da esta certeza: acogiéndola
le demuestra el amor de Dios por ella,
precisamente por ella, una pecadora
pública. El amor y el perdón son simultáneos: Dios le perdona mucho, le
perdona todo, porque «ha amado mucho» (Lc 7, 47); y ella adora a Jesús
porque percibe que en Él hay misericordia y no condena. Siente que Jesús
la comprende con amor, a ella, que es
una pecadora. Gracias a Jesús, Dios
carga sobre sí sus muchos pecados, ya
no los recuerda (cf. Is 43, 25). Porque
también esto es verdad: cuando Dios
perdona, olvida. ¡Es grande el perdón
de Dios! Para ella ahora comienza un
nuevo período; renace en el amor a una
vida nueva.
Esta mujer encontró verdaderamente
al Señor. En el silencio, le abrió su corazón; en el dolor, le mostró el arrepentimiento por sus pecados; con su llanto,
hizo un llamamiento a la bondad divina
para recibir el perdón. Para ella no habrá ningún juicio si no
el que viene de Dios, y
Al salir del confesionario, percibiremos
este es el juicio de la
misericordia. El protasu fuerza que nos vuelve a dar la vida
gonista de este eny restituye el entusiasmo de la fe.
cuentro es ciertamente
Después de la confesión renacemos
el amor, la misericordia que va más allá de
la justicia.
Simón, el dueño de casa, el fariseo,
esperanza y de consuelo. Es bueno percibir sobre nosotros la mirada compasi- al contrario, no logra encontrar el cava de Jesús, así como la percibió la mu- mino del amor. Todo está calculado, tojer pecadora en la casa del fariseo. En do pensado... Él permanece inmóvil en
este pasaje vuelven con insistencia dos el umbral de la formalidad. Es algo feo
el amor formal, no se entiende. No es
palabras: amor y juicio.
capaz de dar el paso sucesivo para ir al
Está el amor de la mujer pecadora
encuentro de Jesús que le trae la salvaque se humilla ante el Señor; pero an- ción. Simón se limitó a invitar a Jesús a
tes aún está el amor misericordioso de comer, pero no lo acogió verdaderaJesús por ella, que la impulsa a acercar- mente. En sus pensamientos invoca sóse. Su llanto de arrepentimiento y de lo la justicia y obrando así se equivoca.
alegría lava los pies del Maestro, y sus Su juicio acerca de la mujer lo aleja de
cabellos los secan con gratitud; los be- la verdad y no le permite ni siquiera
sos son expresión de su afecto puro; y comprender quién es su huésped. Se
el ungüento perfumado que derrama detuvo en la superficie —en la formaliabundantemente atestigua lo valioso dad—, no fue capaz de mirar al coraque es Él ante sus ojos. Cada gesto de zón. Ante la parábola de Jesús y la pre-
gunta sobre cuál de los servidores había amado más, el fariseo respondió correctamente: «Supongo que aquel a
quien le perdonó más». Y Jesús no deja de hacerle notar: «Has juzgado rectamente» (Lc 7, 43). Sólo cuando el juicio de Simón se dirige al amor, entonces él está en lo correcto.
La llamada de Jesús nos impulsa a
cada uno de nosotros a no detenerse jamás en la superficie de las cosas, sobre
todo cuando estamos ante una persona.
Estamos llamados a mirar más allá, a
centrarnos en el corazón para ver de
cuánta generosidad es capaz cada uno.
Nadie puede ser excluido de la misericordia de Dios. Todos conocen el camino para acceder a ella y la Iglesia es la
casa que acoge a todos y no rechaza a
nadie. Sus puertas permanecen abiertas
de par en par, para que quienes son tocados por la gracia puedan encontrar la
certeza del perdón. Cuanto más grande
es el pecado, mayor debe ser el amor
que la Iglesia expresa hacia quienes se
convierten. ¡Con cuánto amor nos mira
Jesús! ¡Con cuánto amor cura nuestro
corazón pecador! Jamás se asusta de
nuestros pecados. Pensemos en el hijo
pródigo que, cuando decidió volver al
padre, pensaba hacerle un discurso, pero el padre no lo dejó hablar, lo abrazó
(cf. Lc 15, 17-24). Así es Jesús con nosotros. «Padre, tengo muchos peca-
dos...». —«Pero Él estará contento si tú
vas: ¡te abrazará con mucho amor! No
tengas miedo».
Queridos hermanos y hermanas, he
pensado con frecuencia de qué forma la
Iglesia puede hacer más evidente su
misión de ser testigo de la misericordia.
Es un camino que inicia con una conversión espiritual; y tenemos que recorrer este camino. Por eso he decidido
convocar un Jubileo extraordinario que
tenga en el centro la misericordia de
vivo de la misericordia del Padre. Encomiendo la organización de este Jubileo al Consejo pontificio para la promoción de la nueva evangelización, para que pueda animarlo como una nueva
etapa del camino de la Iglesia en su
misión de llevar a cada persona el
Evangelio de la misericordia.
Estoy convencido de que toda la
Iglesia, que tiene una gran necesidad
de recibir misericordia, porque somos
pecadores, podrá encontrar en este Jubileo la alegría para
redescubrir y hacer
Cuanto más grande es el pecado, mayor debe ser
fecunda la misericordia de Dios, con
el amor que la Iglesia expresa hacia quienes se
la cual todos estaconvierten. ¡Con cuánto amor nos mira Jesús!
mos llamados a dar
¡Con cuánto amor cura nuestro corazón pecador!
consuelo a cada
hombre y a cada
mujer de nuestro
Dios. Será un Año santo de la miseri- tiempo. No olvidemos que Dios perdocordia. Lo queremos vivir a la luz de la na todo, y Dios perdona siempre. No
Palabra del Señor: «Sed misericordio- nos cansemos de pedir perdón. Encosos como el Padre» (cf. Lc 6, 36). Esto mendemos desde ahora este Año a la
especialmente para los confesores: ¡mu- Madre de la misericordia, para que dicha misericordia!
rija su mirada sobre nosotros y vele soEste Año santo iniciará con la próxi- bre nuestro camino: nuestro camino pema solemnidad de la Inmaculada Con- nitencial, nuestro camino con el coracepción y se concluirá el 20 de noviem- zón abierto, durante un año, para recibre de 2016, domingo de Nuestro Se- bir la indulgencia de Dios, para recibir
ñor Jesucristo Rey del universo y rostro la misericordia de Dios.
En el 50° aniversario
de la clausura del Vaticano
El Papa Francisco anunció el 13 de
marzo de 2015, en la basílica de San
Pedro, la celebración de un Año santo
extraordinario. Este Jubileo de la misericordia se iniciará el presente año
con la apertura de la Puerta santa en
la basílica vaticana durante la solem-
Tiempo de misericordia
La basílica de San Pedro como un gran «hospital de
campaña». En cada rincón muchos sacerdotes y penitentes. Algunos de rodillas, otros sentados, otros de
pie, decenas de fieles recibiendo la «medicina» de la
misericordia. No es un medicamento, sino mucho más,
porque tiene el poder de curar al instante las heridas
del alma. Y el pecado no hace distinción de personas:
es por ello que en la basílica había gente de toda raza,
lengua, cultura y procedencia geográfica. Uno junto al
otro, jóvenes y ancianos, mujeres y hombres, consagrados, laicos, sacerdotes, esperando recibir el perdón a
través del sacramento de la penitencia. No podía darse mejor ocasión para anunciar un año de gracia, un
jubileo extraordinario, un Año santo bajo el signo de
la misericordia. Como lo hizo el Papa Francisco el
viernes por la tarde, 13 de marzo, al presidir la celebración penitencial. Una sorpresa que dejó asombrados, contentos, conmovidos, y que que fue acogida
con un estruendoso aplauso.
Será un tiempo de misericordia el que iniciará el 8
de diciembre próximo, solemnidad de la Inmaculada,
50° aniversario de la clausura del Concilio Vaticano II,
y concluirá el 20 de noviembre de 2016, domingo de
Cristo Rey del Universo. El anuncio oficial y solemne
tendrá lugar con la lectura y la publicación junto a la
Puerta santa de la Bula en la fiesta de la divina misericordia, el primer domingo después de Pascua.
Un tiempo de gracia que en cierto modo ya inició y
que para cada cristiano inicia todas las veces que el perdón de Dios reconcilia el corazón a través de la absolución sacramental. No pasó desapercibido, por lo demás,
que el primero en arrodillarse ante un confesor haya sido
el Papa Francisco mismo. Sobre el escalón del confesionario de madera, el Pontífice se arrodilló para confesarse
con uno de los frailes menores conventuales que pasa horas enteras en la basílica para acoger a los penitentes. No
es la primera vez que el Pontífice se confiesa en público:
ya lo hizo el año pasado, en la misma ocasión. Como entonces, esta escena quedó grabada en los ojos de quienes
participaban en el rito, con el cual se inició también las
«24 horas para el Señor», la iniciativa del Consejo pontificio para la promoción de la nueva evangelización, que
se ocupará también de la organización del Jubileo extraordinario.
Tras recibir la absolución, el Papa Francisco se sentó
en un confesionario y confesó a ocho penitentes: un joven, un anciano, una madre de familia, dos voluntarios,
una religiosa, un sacerdote y un hombre. Confesaron a
los fieles cuarenta y ocho sacerdotes, entre los cuales los
penitenciarios de las cuatro basílicas papales. Al ver las
largas filas de fieles hacía recordar las palabras que Jesús
confió a la hermana Faustina Kowalska, la santa de la
misericordia: «Ora a fin de que las almas no tengan miedo de venir a este tribunal, que es el de mi misericordia».
II
nidad de la Inmaculada Concepción y
concluirá el 20 de noviembre de 2016
con la solemnidad de Nuestro Señor
Jesucristo, Rey del Universo. El Santo
Padre, al inicio del año, exclamó:
«Estamos viviendo el tiempo de la
misericordia. Este es el tiempo de la
misericordia. Hay tanta necesidad hoy
de misericordia, y es importante que
los fieles laicos la vivan y la lleven a
los diversos ambientes sociales. ¡Adelante!».
El anuncio se realizó en el segundo
aniversario de la elección del Papa
Francisco, durante la homilía de la celebración penitencial con la que el
Santo Padre ha dado inicio a las «24
horas para el Señor», iniciativa propuesta por el Consejo pontificio para
la promoción de la nueva evangelización para promover en todo el mundo
la apertura extraordinaria de las iglesias y favorecer la celebración del sacramento de la Reconciliación. El tema de este año ha sido tomado de la
carta de San Pablo a los Efesios:
«Dios rico en misericordia» (Ef 2, 4).
La apertura del próximo Jubileo
adquiere un significado especial ya
que tendrá lugar en el quincuagésimo
aniversario de la clausura del Concilio
Vaticano II, ocurrida en 1965. Será,
por tanto, un impulso para que la
Iglesia continúe la obra iniciada con
el Vaticano II.
Durante el Jubileo las lecturas para
los domingos del tiempo ordinario serán tomadas del Evangelio de Lucas,
conocido como «el evangelista de la
misericordia». Dante Aligheri lo definía «scriba mansuetudinis Christi»,
«narrador de la mansedumbre de
Cristo». Son bien conocidas las parábolas de la misericordia presentes en
este Evangelio: la oveja perdida, la
moneda extraviada, el padre misericordioso.
El anuncio oficial y solemne del
Año santo tendrá lugar con la lectura
y publicación junto a la Puerta santa
de la bula, el Domingo de la Divina
Misericordia, fiesta instituida por san
SIGUE EN LA PÁGINA 8
L’OSSERVATORE ROMANO
página 8
viernes 20 de marzo de 2015, número 12
En el quincuagésimo aniversario de la clausura del Vaticano II
VIENE DE LA PÁGINA 6
Juan Pablo II que se celebra el domingo siguiente a la Pascua.
Antiguamente, para los hebreos el
jubileo era un año declarado santo,
que recurría cada 50 años, y durante
el cual se debía restituir la igualdad
a todos los hijos de Israel, ofreciendo nuevas posibilidades a las familias que habían perdido sus propiedades e incluso la libertad personal.
A los ricos, en cambio, el año jubilar
les recordaba que llegaría el tiempo
en el que los esclavos israelitas, llegados a ser nuevamente iguales a
ellos, podrían reivindicar sus derechos. «La justicia, según la ley de
Israel, consistía sobre todo en la
protección de los débiles» (San Juan
Pablo II, Tertio millennio adveniente
13).
La Iglesia católica inició la tradición del Año santo con el Papa Bonifacio VIII, en el año 1300. Este
Pontífice previó la realización de un
jubileo cada siglo. Desde el año 1475
—para permitir a cada generación vivir al menos un Año santo— el jubileo ordinario comenzó a espaciarse
al ritmo de cada 25 años. Un jubileo
extraordinario, en cambio, se proclama con ocasión de un acontecimiento de particular importancia.
Los Años santos ordinarios celebrados hasta hoy han sido 26. El último fue el Jubileo del año 2000. La
costumbre de proclamar años santos
extraordinarios se remonta al siglo
XVI. Los últimos de ellos, celebrados
el siglo pasado, fueron el de 1933,
proclamado por Pío XI con motivo
del XIX centenario de la Redención,
y el de 1983, proclamado por Juan
Pablo II por los 1950 años de la Redención.
La Iglesia católica ha dado al jubileo hebreo un significado más es-
piritual. Consiste en un perdón general, una indulgencia abierta a todos, y en la posibilidad de renovar
la relación con Dios y con el prójimo. De este modo, el Año santo es
siempre una oportunidad para profundizar la fe y vivir con un compromiso renovado el testimonio cristiano.
Con el Jubileo de la Misericordia,
el Papa Francisco pone al centro de
la atención el Dios misericordioso
que invita a todos a volver hacia Él.
El encuentro con Él inspira la virtud
de la misericordia.
El rito inicial del jubileo es la
apertura de la Puerta santa. Se trata
de una puerta que se abre solamente
durante el Año santo, mientas el resto de años permanece sellada. Tienen una Puerta santa las cuatro basílicas mayores de Roma: San Pedro,
San Juan de Letrán, San Pablo Ex-
tramuros y Santa María Mayor. El
rito de la apertura expresa simbólicamente el concepto que, durante el
tiempo jubilar, se ofrece a los fieles
una «vía extraordinaria» hacia la salvación.
Luego de la apertura de la Puerta
santa en la basílica de San Pedro, serán abiertas sucesivamente las puertas de las otras basílicas mayores.
La misericordia es un tema muy
sentido por el Papa Francisco quien
ya como obispo había escogido como lema propio «miserando atque eligendo». Se trata de una cita tomada
de las homilías de san Beda el venerable, el cual, comentando el episodio evangélico de la vocación de
San Mateo, escribe: «Vidit ergo lesus
publicanum et quia miserando atque
eligendo vidit, ait illi Sequere me» (Vio
Jesús a un publicano, y como le miró con sentimiento de amor y le eli-
La fiesta del abrazo
VIENE DE LA PÁGINA 3
Dios para pedir perdón, es «tierra sagrada», y también yo, que debo
perdonarlo en nombre de Dios, puedo hacer cosas más feas que las
que ha hecho él. Cada fiel penitente que se acerca al confesionario es
«tierra sagrada», tierra sagrada que hay que «cultivar» con dedicación,
cuidado y atención pastoral.
Queridos hermanos: Os deseo que aprovechéis el tiempo cuaresmal
para la conversión personal y para dedicaros generosamente a escuchar
las confesiones, de modo que el pueblo de Dios pueda llegar purificado a la fiesta de la Pascua, que representa la victoria definitiva de la
Misericordia divina sobre todo el mal del mundo. Encomendémonos a
la intercesión de María, Madre de la Misericordia y Refugio de los pecadores. Ella sabe cómo ayudarnos a nosotros, pecadores. A mí me
gusta mucho leer las historias de san Alfonso María de Ligorio y los
diversos capítulos de su libro «Las glorias de María». Esas historias de
la Virgen, que siempre es el refugio de los pecadores y busca el camino
para que el Señor perdone todo. Que ella nos enseñe este arte. Os
bendigo de corazón y, por favor, os pido que recéis por mí. Gracias.
Lo que cambia al mundo
VIENE DE LA PÁGINA 1
gelus cuando el Papa Francisco decía con sencillez: «Misericordia. Es
lo mejor que podemos escuchar:
cambia el mundo».
No es casualidad que el anuncio
del Jubileo se haya dado precisamente durante una celebración penitencial. El Papa Francisco, hablando
de la misericordia, indicó también el
primer lugar en el que cada uno
puede experimentar directamente el
amor de Dios que perdona: la confesión. La imagen del Papa arrodillado
ante el confesor sigue siendo el lenguaje más expresivo para hacer que
se vuelva a descubrir la belleza de
este sacramento, olvidado desde hace demasiado tiempo. Las palabras
del Papa Francisco en su primer Ángelus vuelven hoy con toda su fuerza profética: «No olvidemos esta palabra: Dios jamás se cansa de perdonarnos, nunca... nosotros nos cansamos, nosotros no queremos, nos cansamos de pedir perdón. Él jamás se
cansa de perdonar». Muchos fieles
en estos dos años se acercaron de
nuevo al confesonario, después de
muchos años, precisamente porque
quedaron impactados por esta invitación del Papa. Celebrar este sacramento, por lo tanto, es el inicio
de un camino de caridad y solidaridad. La misericordia, en efecto, tiene un rostro: es el encuentro con
Cristo que pide ser reconocido en
los hermanos. Reexaminar las obras
de misericordia, por lo tanto, será
un itinerario obligatorio durante el
próximo Jubileo.
La apertura de la Puerta santa
tendrá lugar en la solemnidad de la
Inmaculada Concepción. Tampoco
esta fecha es una elección casual.
Hace 50 años, ante esa misma puerta se concluía el Concilio Vaticano
II. Abriendo la Puerta santa es como si el Papa Francisco quisiera hacer que todos revivieran la intensidad de aquellos cuatro años de trabajos conciliares que hicieron comprender a la Iglesia la exigencia de
salir de nuevo hacia el mundo. El
Vaticano II, en efecto, pedía a la
Iglesia hablar de Dios a un mundo
cambiado, con un lenguaje nuevo,
eficaz, poniendo en el centro a Jesucristo y el testimonio de vida.
¿Qué palabra más expresiva podía
esperar el mundo de parte de la
Iglesia si no la de la misericordia?
Y precisamente en la Gaudium et
spes, donde los padres afrontaban el
tema de la ayuda que la Iglesia podía ofrecer a la sociedad, se insistía
en que ella «puede crear, mejor dicho, debe crear, obras al servicio de
todos, particularmente de los necesitados, como son, por ejemplo, las
obras de misericordia» (Gs 42). Antes de cualquier intervención de orden político, económico y social, la
Iglesia ofrece su nota distintiva: ser
un signo eficaz de la misericordia
de Dios. El Papa Francisco, al
anunciar un Año santo extraordinario, que ponga en el centro la misericordia, destaca la senda que hace
cincuenta años había sido indicada
por los Padres conciliares y confirma a la Iglesia en el incansable camino de la nueva evangelización.
La misericordia será en este Año
la protagonista de la vida de la
Iglesia para consentir que todos
participen en la grandeza del corazón paterno de Dios que ha querido revelarse y darse a conocer como «rico en misericordia y grande
en el amor».
gió, le dijo: Sígueme). Esta homilía
es un homenaje a la misericordia divina. Una traducción del lema podría ser: «Con ojos de misericordia».
En el primer Ángelus después de
su elección, el Santo Padre decía
que: «Al escuchar misericordia, esta
palabra cambia todo. Es lo mejor
que podemos escuchar: cambia el
mundo. Un poco de misericordia
hace al mundo menos frío y más justo. Necesitamos comprender bien esta misericordia de Dios, este Padre
misericordioso que tiene tanta paciencia» (Ángelus del 17 de marzo
de 2013).
También este año, en el Ángelus
del 11 de enero, manifestó: «Estamos
viviendo el tiempo de la misericordia. Este es el tiempo de la misericordia. Hay tanta necesidad hoy de
misericordia, y es importante que los
fieles laicos la vivan y la lleven a los
diversos ambientes sociales. ¡Adelante!». Y en el mensaje para la Cuaresma del 2015, el Santo Padre escribe:
«Cuánto deseo que los lugares en
los que se manifiesta la Iglesia, en
particular nuestras parroquias y
nuestras comunidades, lleguen a ser
islas de misericordia en medio del
mar de la indiferencia».
En el texto de la edición española
de la exhortación apostólica Evangelii gaudium el término misericordia
aparece 29 veces.
El Papa Francisco ha confiado al
Consejo pontificio para la promoción de la nueva evangelización la
organización del Jubileo de la Misericordia.
Lista de los años jubilares
con los respectivos Papas:
1300: Bonifacio VIII
1350: Clemente VI
1390: proclamado por Urbano VI,
presidido por Bonifacio IX
1400: segundo jubileo de Bonifacio IX
1423: Martín V
1450: Nicolás V
1475: proclamado por Pablo II,
presidido por Sixto IV
1500: Alejandro VI
1525: Clemente VII
1550: proclamado por Pablo III,
presidido por Julio III
1575: Gregorio XIII
1600: Clemente VIII
1625: Urbano VIII
1650: Inocencio X
1675: Clemente X
1700: Abierto por Inocencio XII,
concluido por Clemente XI
1725: Benedicto XIII
1750: Benedicto XIV
1775: proclamado por Clemente
XIV, presidido por Pío VI
1825: León XII
1875: Pío IX
1900: León XIII
1925: Pío XI
1933: Pío XI
1950: Pío XII
1975: Pablo VI
1983: Juan Pablo II
2000: Juan Pablo II
2015: Francisco
En los años 1800 y 1850 no hubo
jubileo a causa de las circunstancias
políticas de la época.
número 12, viernes 20 de marzo de 2015
L’OSSERVATORE ROMANO
página 9
La misa en Santa Marta
Cómo
se cambia
Nosotros somos el «sueño de Dios»
que, enamorado de verdad, quiere
«cambiar nuestra vida». Precisamente por amor. Sólo nos pide tener fe
para dejarlo obrar. Y así, «sólo podemos llorar de alegría» ante un
Dios que nos «re-crea», dijo el Papa
Francisco en la misa celebrada el lunes 16 de marzo, en la capilla de la
Casa Santa Marta.
En la primera lectura, tomada de
Isaías (65, 17-21) «el Señor nos dice
que crea cielos nuevos y tierra nueva, es decir, “re-crea” las cosas», destacó el Papa Francisco, al recordar
también que «muchas veces hemos
hablado de estas “dos creaciones” de
Dios: la primera, la que se hizo en
seis días, y la segunda, cuando el
Señor “rehace” el mundo, arruinado
por el pecado, en Jesucristo». Y,
destacó, «hemos dicho muchas veces
que esta segunda es más maravillosa
que la primera». En efecto, explicó
el Papa, «la primera ya es una creación maravillosa; pero la segunda,
en Cristo, es aún más maravillosa».
En la meditación, sin embargo, el
Papa Francisco eligió detenerse «en
otro aspecto», a partir precisamente
del pasaje de Isaías en el cual, explicó, «el Señor habla de lo que hará:
un cielo nuevo, una tierra nueva». Y
«encontramos que el Señor tiene
mucho entusiasmo: habla de alegría
y dice una palabra: “Me regocijaré
con mi pueblo”». En esencia, «el
Señor piensa en lo que hará, piensa
que Él, Él mismo gozará de la alegría con su pueblo». Así «es como si
fuese un “sueño” del Señor, como si
el Señor “soñase” acerca de nosotros: cuán hermoso será cuando estemos todos juntos, cuando nos encontraremos allá o cuando esa persona, la otra o la otra caminará...».
Precisando aún más su razonamiento, el Papa Francisco recurrió a
«una metáfora que nos pueda hacer
comprender: es como si una joven
con su novio o el joven con su novia
pensase: cuando estaremos juntos,
cuando nos casemos...». He aquí,
precisamente, «el “sueño” de Dios:
Dios piensa en cada uno de nosotros, nos quiere mucho, sueña con
nosotros, sueña con la alegría de la
que gozará con nosotros». Y es precisamente «por esto que el Señor
quiere “re-crearnos”, hacer de nuevo
nuestro corazón, “re-crear” nuestro
corazón para hacer triunfar la alegría».
Todo esto condujo al Papa a sugerir alguna pregunta: «¿Habéis pensado alguna vez: el Señor sueña conmigo, piensa en mí, yo estoy en la
mente, en el corazón del Señor, el
Señor es capaz de cambiarme la vida?». Isaías, añadió el Papa Francisco, nos dice también que el Señor
«hace muchos proyectos: construiremos casas, plantaremos viñas, comeremos juntos: todos esos proyectos
típicos de un enamorado».
Por lo demás, «el Señor se manifiesta enamorado de su pueblo» llegando incluso a decir: «Pero yo no
te elegí porque tú eres el más fuerte,
el más grande, el más poderoso; sino
que te elegí porque tú eres el más
pequeño de todos». Es más, «se podría decir: el más miserable de todos. Pero te elegí así, y esto es el
amor».
«De allí —afirmó el Papa— este
continuo querer del Señor, este deseo suyo de cambiar nuestra vida. Y
nosotros podemos decir, si escuchamos esta invitación del Señor:
“Cambiaste mi luto en danzas”», o
sea las palabras «que rezamos» en el
Salmo 29. «Te ensalzaré, Señor, porque me has librado» dice también el
Salmo, reconociendo de este modo
que el Señor «es capaz de cambiarnos, por amor: está enamorado de
nosotros».
«Creo que no existe un teólogo
que pueda explicar esto: no se puede explicar», destacó el Papa Francisco. Porque «sobre esto sólo se
puede reflexionar, sentir y llorar de
alegría: el Señor nos puede cambiar». A este punto surge espontáneo preguntarse: ¿qué debo hacer?
La respuesta es clara: «Creer, creer
que el Señor puede cambiarme, que
Él puede». Exactamente lo que hizo
con el funcionario del rey que tenía
un hijo enfermo en Cafarnaún, como relata san Juan en su Evangelio
(4, 43-54). Ese hombre, se lee, a Jesús le «pedía que bajase a curar a su
hijo, porque estaba por morir». Y
Jesús le respondió: «Anda, tu hijo
vive». Así, pues, ese padre «creyó en
la palabra que Jesús le había dicho y
se puso en camino: creyó, creyó que
Jesús tenía el poder de curar a su niño. Y tuvo razón».
«La fe —explicó el Papa Francisco— es dejar espacio a este amor de
Dios; es dejar espacio al poder, al
poder de Dios, al poder de alguien
que me ama, que está enamorado de
mí y desea la alegría conmigo. Esto
es la fe. Esto es creer: es dejar espacio al Señor para que venga y me
cambie».
El Papa concluyó con una significativa anotación: «Es curioso: este
fue el segundo milagro que hizo Jesús. Y lo hizo en el mismo sitio que
había hecho el primero, en Caná de
Galilea». En el pasaje del Evangelio
de hoy se lee: «Fue Jesús otra vez a
Caná de Galilea, donde había convertido el agua en vino». De nuevo
«en Caná de Galilea cambia incluso
la muerte de este niño en vida». De
verdad, dijo el Papa Francisco, «el
Señor puede cambiarnos, quiere
cambiarnos, ama cambiarnos. Y esto, por amor». A nosotros, concluyó,
«sólo nos pide nuestra fe: es decir,
dejar espacio a su amor para que
pueda obrar y realizar un cambio de
vida en nosotros».
No cerréis
esa puerta
La Cuaresma es tiempo propicio para pedir al Señor, «para cada uno de
nosotros y para toda la Iglesia», la
«conversión a la misericordia de Jesús». Demasiadas veces, en efecto,
los cristianos «son especialistas en
cerrar las puertas a las personas»
que, debilitadas por la vida y por
sus errores, estarían, en cambio, dispuestas a recomenzar, «personas a
las cuales el Espíritu Santo mueve el
corazón para seguir adelante».
La ley del amor está en el centro
de la reflexión que el Papa Francisco
desarrolló, el martes 17 de marzo,
por la mañana, en Santa Marta, a
partir de la liturgia del día. Una Palabra de Dios que parte de una imagen: «el agua que cura». En la primera lectura el profeta Ezequiel (47,
1-9.12) habla, en efecto, del agua que
brota del templo, «un agua bendecida, el agua de Dios, abundante como la gracia de Dios: abundante
siempre». El Señor, en efecto, explicó el Papa, es generoso «al dar su
amor, al sanar nuestras llagas».
El agua está presente también en
el Evangelio de san Juan (5, 1-16)
donde se narra acerca de una piscina
—«llamada en hebreo Betesda»— caracterizada por «cinco soportales,
bajo los cuales estaban echados muchos enfermos, ciegos, cojos, paralíticos». En ese sitio, en efecto, «había una tradición» según la cual «de
vez en cuando bajaba del cielo un
ángel» a mover las aguas, y los enfermos «que se tiraban allí» en ese
momento «quedaban curados».
Por ello, explicó el Pontífice, «había tanta gente». Y, así, se encontraba también en ese sitio «un hombre
que estaba enfermo desde hacía
treinta y ocho años». Estaba allí esperando y Jesús le preguntó:
«¿Quieres quedar sano?». El enfermo respondió: «Señor, no tengo a
nadie que me meta en la piscina
cuando se remueve el agua, cuando
viene el ángel. Para cuando llego yo,
otro se se me ha adelantado». Es decir, quien se presenta a Jesús es «un
hombre derrotado» que «había perdido la esperanza». Enfermo, pero
—destacó el Papa Francisco— «no sólo paralítico»: estaba enfermo de
«otra enfermedad muy mala», la
acedia.
«Es la acedia la que hacía que estuviese triste, que sea perezoso»,
destacó. Otra persona, en efecto, hubiese «buscado el camino para llegar
a tiempo, como el ciego en Jericó,
que gritaba, gritaba, y querían hacerle callar y gritaba más fuerte: encontró el camino». Pero él, postrado
por la enfermedad desde hacía treinta y ocho años, «no tenía ganas de
curarse», no tenía «fuerzas». Al mismo tiempo, tenía «amargura en el
alma: “Pero el otro llega antes que
yo y a mí me dejan a un lado”». Y
tenía «también un poco de resentimiento». Era «de verdad un alma
triste, derrotada, derrotada por la vida».
«Jesús tiene misericordia» de este
hombre y lo invita: «Levántate. Levántate, acabemos esta historia; toma tu camilla y echa a andar». El
Papa Francisco describió la siguiente
escena: «Y al momento el hombre
quedó sano, tomó su camilla y echó
a andar. Pero estaba tan enfermo
que no lograba creer y tal vez caminaba un poco dudoso con su camilla
sobre los hombros». A este punto
entraron en juego otros personajes:
«Era sábado, ¿qué encontró ese
hombre? A los doctores de la ley»,
quienes le preguntaron: «¿Por qué
llevas esto? No se puede, hoy es sábado». Y el hombre respondió:
«¿Sabes? Estoy curado». Y añadió:
«El que me ha curado es quien me
ha dicho: “Toma tu camilla”».
Sucede, por lo tanto, un hecho
extraño: «esta gente en lugar de alegrarse, de decir: “¡Qué bien! ¡Felicidades!”», se pregunta: «¿Quién es
este hombre?». Los doctores comienzan «una investigación» y discuten: «Veamos lo que sucedió aquí,
pero la ley... Debemos custodiar la
ley». El hombre, por su parte, sigue
caminando con su camilla, «pero un
poco triste». Comentó el Papa: «Soy
malo, pero algunas veces pienso qué
hubiese sucedido si este hombre hubiese dado un buen cheque a esos
doctores. Hubiesen dicho: “Sigue
adelante, sí, sí, por esta vez sigue
adelante”».
Continuando con la lectura del
Evangelio, tenemos a Jesús que «encuentra a este hombre más tarde y le
dice: “Mira, has quedado sano, pero
no vuelvas atrás —es decir, no peques más— para que no te suceda algo peor. Sigue adelante, sigue caminando hacia adelante”». Y el hombre fue a los doctores de la ley para
decir: «La persona, el hombre que
me curó se llama Jesús. Es Aquel».
Y se lee: «Por esto los judíos perseguían a Jesús, porque hacía tales cosas en sábado». De nuevo comentó
el Papa Francisco: «Porque hacía el
bien también el sábado, y no se podía hacer».
Esta historia, dijo el Papa actualizando su reflexión, «se repite muchas veces en la vida: un hombre
—una mujer— que se siente enfermo
SIGUE EN LA PÁGINA 11
L’OSSERVATORE ROMANO
página 10
viernes 20 de marzo de 2015, número 12
COMUNICACIONES
Colegio episcopal
RENUNCIA:
El Papa ha aceptado la renuncia al
gobierno pastoral de la archidiócesis de Fort de France (Martinica,
Antillas francesas) que monseñor
MICHEL MÉRANVILLE le había presentado en conformidad con el canon 401 § 1 del Código de derecho
canónico.
Michel Méranville nació en Vauclin, archidiócesis de Fort de France, el 4 de febrero de 1936. Recibió
la ordenación sacerdotal el 20 de
diciembre de 1959. Benedicto XVI le
nombró arzobispo de Fort de France el 14 de noviembre de 2003; recibió la ordenación episcopal el 18 de
abril de 2004.
EL PAPA
HA NOMBRAD O:
—Arzobispo de Fort de France
(Martinica, Antillas francesas) al
padre DAVID MACAIRE, O.P.
David Macaire, O.P., nació en Hexagonale, Francia, el 20 de octubre
de 1969. Ingresó en la Orden de
Frailes Predicadores (dominicos),
donde recibió la ordenación sacerdotal el 23 de junio de 2001. Se licenció en teología y en derecho canónico en Francia. Desempeñó su
ministerio como profesor de teología en el seminario mayor de Burdeos, formador de los estudiantes
dominicos, miembro del consejo
presbiteral de Burdeos, superior de
una comunidad dominica y miembro del consejo provincial de su Orden religiosa.
—Arzobispo de Maribor (Eslovenia)
al padre ALOJZIJ CVIKL, S.J.
Alojzij Cvikl, S.J., nació en Celje
el 19 de junio de 1955. Se licenció
en pedagogía y ciencias sociales en
Bruselas. Recibió la ordenación sacerdotal el 3 de julio de 1983. Ha sido vicario parroquial, párroco, superior provincial de los jesuitas en
Eslovenia, presidente de la Conferencia de superiores mayores de su
país, rector del Pontificio Colegio
ruso de Roma y ecónomo de la archidiócesis de Maribor.
—Obispo de San Diego (Estados
Unidos) a monseñor ROBERT WALTER MCELROY, hasta ahora obispo
titular de Gemelle di Bizacena y auxiliar de San Francisco.
Robert Walter McElroy nació en
San Francisco, California, el 5 de
febrero de 1954. Recibió la ordenación sacerdotal el 12 de abril de
1980. Benedicto XVI le nombró
obispo titular de Gemelle di Bizacena y auxiliar de San Francisco el 6
de julio de 2010; recibió la ordenación episcopal el 7 de septiembre
sucesivo.
—Obispo de Spokane (Estados Unidos) a monseñor THOMAS ANTHONY DALY, hasta ahora obispo titular
de Tabalta y auxiliar de San José en
California.
Thomas Anthony Daly nació en
San Francisco, California, el 30 de
abril de 1960. Recibió la ordenación
sacerdotal el 9 de mayo de 1987. Benedicto XVI le nombró obispo titular de Tabalta y auxiliar de San José en California el 16 de marzo de
2011; recibió la ordenación episcopal
el 25 de mayo sucesivo.
Sínodo
de los obispos
El Santo Padre ha nombrado
consultores de la Secretaría general del Sínodo de los obispos a
las siguientes personas: monseñor LLUÍS CLAVELL, miembro ordinario de la Pontificia Academia
de Santo Tomás de Aquino;
GIUSEPPE BONFRATE, docente en
la facultad de teología de la Pontificia Universidad Gregoriana de
Roma; MAURIZIO GRONCHI, profesor ordinario de teología dogmática en la Pontificia Universidad Urbaniana de Roma; MICHELE
GIULIO MASCIARELLI,
profesor de teología dogmática
en la Facultad Marianum de Roma y de teología fundamental en
el Instituto teológico Abruzzese
Molisano de Chieti; PETER PAUL
SALDANHA, profesor de eclesiología en la Pontificia Universidad
Urbaniana de Roma; DARIO VITALI, profesor de eclesiología en
la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma; AIMABLE MUSONI, S.D.B., profesor de teología
sistemática, eclesiología y ecumenismo en la Pontificia Universidad Salesiana de Roma; padre
FRANÇOIS XAVIER DUMORTIER,
S.J., rector magnífico de la Pontificia Universidad Gregoriana de
Roma; GEORGES RUYSSEN, S.J.,
profesor de derecho canónico en
el Pontificio Instituto oriental de
Roma; SABATINO MAJORANO,
C.SS.R., profesor de teología moral sistemática en la Academia
Alfonsiana de Roma; MANUEL
JESÚS ARROBA CONDE, C.M.F., director del Instituto «Utriusque
iuris» en la Pontificia Universidad Lateranense; JOSÉ GRANAD OS, D.C.J.M., subdirector del
Pontificio Instituto Juan Pablo II
para los estudios sobre el matrimonio y la familia, profesor en la
Pontificia Universidad Gregoriana.
Audiencias pontificias
EL SANTO PADRE
EN AUDIENCIA:
A los obispos de la Conferencia
episcopal de Bosnia y Herzegovina,
en visita «ad limina Apostolorum»:
HA RECIBID O
Jueves 12 de marzo
—A monseñor Girolamo Prigione,
arzobispo titular de Lauriaco, nuncio apostólico.
—Cardenal Vinko Puljic, arzobispo de Vrhbosna, Sarajevo, con el
auxiliar: monseñor Pero Sudar,
obispo titular de Selja.
—A monseñor Andrés Carrascosa
Coso, arzobispo titular de Elo, nuncio apostólico en Panamá.
—Monseñor Franjo Komarica,
obispo de Banja Luka, con el auxiliar: monseñor Marko Senren, obispo titular de Abaradira.
A los obispos de la Conferencia
episcopal de Corea, en visita «ad limina Apostolorum»:
—Monseñor Ratko Peric, obispo
de Mostar-Duvno, administrador
apostólico de Trebinje y Mrkan.
—Monseñor Matthias Ri Ionghoon, obispo de Suwon, con el auxiliar: monseñor Linus Lee Seonghyo, obispo titular de Torre di Tamalleno.
—Monseñor Tomo Vuksic, Ordinario militar.
—Monseñor Peter Lee Ki-heon,
obispo de Uijeongbu, con el obispo
emérito: monseñor Joseph Lee
Han-taek, S.J.
—Monseñor Jacobus Kim
Seok,, obispo de Wonju.
Ji-
—Monseñor
Thaddeus
Cho
Hwan-kil, arzobispo de Daegu.
—Monseñor John Chrisostom
Kwon Hyeok-ju, obispo de Andong.
—Monseñor Paul Hwang Chulsoo, obispo de Busan, con el auxiliar: monseñor Joseph Son Samseok, obispo titular de Fessei.
—Monseñor
Gabriel
Chang
Bong-hun, obispo de Cheongju.
—Monseñor Francis Xavier Ahn
Myong-ok, obispo de Masan, con el
obispo emérito: monseñor Michael
Pak Jeong-il.
—Monseñor Francis Xavier Yu
Soo-il, O.F.M., Ordinario militar.
—Monseñor Wenceslao S. Padilla,
obispo titular de Tharros,
prefecto apostólico de Ulaanbaatar
(Mongolia).
C.I.C.M.,
Sábado, día 14
—Cardenal Marc Ouellet, P.S.S.,
prefecto de la Congregación para
los obispos.
—Monseñor Orlando Antonini,
arzobispo titular de Formia, nuncio
apostólico en Serbia
Lunes, día 16
—A sus excelencias los señores
Gian Franco Terenzi y Guerrino
Zanotti, capitanes regentes de la
República de San Marino, con sus
esposas y el séquito.
—Cardenal Robert Sarah, prefecto de la Congregación para el culto
divino y la disciplina de los sacramentos.
—Hermano Alois, prior de Taizé.
Miércoles, día 18
—Cardenal Angelo Amato, S.D.B.,
prefecto de la Congregación para
las causas de los santos.
Representaciones
pontificias
El Santo Padre ha nombrado
nuncio apostólico en Cuba a
monseñor GIORGIO LINGUA, arzobispo titular de Tuscania, hasta ahora nuncio apostólico en
Irak y en Jordania.
Giorgio Lingua nació en Fossano (Cúneo, Italia) el 23 de
marzo de 1960. Recibió la ordenación sacerdotal el 10 de noviembre de 1984. Se doctoró en
derecho canónico. Entró en el
servicio diplomático de la Santa
Sede el 1 de julio de 1992. Benedicto XVI le nombró arzobispo titular de Tuscania y nuncio apostólico en Jordania y en Irak el 4
de septiembre de 2010; recibió la
ordenación episcopal el 9 de octubre sucesivo.
Luto en el episcopado
VALLÉE,
—Monseñor
ANDRÉ
P.M.E., obispo emérito de Hearst
(Canadá), falleció el 28 de febrero. Había nacido en Sainte-Anne-de-Pérade, diócesis de TroisRivières, el 31 de julio de 1930.
Era sacerdote desde el 24 de junio de 1956. Juan Pablo II le
nombró obispo titular de Sufasar
y Ordinario militar para Canadá
el 28 de octubre de 1987; recibió
la ordenación episcopal el 28 de
enero de 1988. El mismo Papa le
nombró obispo de Hearst el 19
de agosto de 1996. Benedicto XVI
aceptó su renuncia al gobierno
pastoral de dicha diócesis el 3 de
noviembre de 2005.
número 12, viernes 20 de marzo de 2015
L’OSSERVATORE ROMANO
página 11
El Papa invita a los obispos y a los fieles de la comunidad coreana de Roma a permanecer fieles a la herencia de los mártires
Promesa para Asia
«Vosotros sois Iglesia de mártires, y esta es una promesa para toda Asia.
Seguid adelante»: con estas palabras el Papa Francisco saludó en la basílica de
San Pedro a los obispos y a la comunidad coreana de Roma antes de la misa
celebrada por los prelados el jueves 12 de marzo, por la tarde, en acción de
gracias por la reciente visita del Pontífice al país asiático y por la beatificación
de 124 mártires coreanos. El Pontífice invitó a todos a mantener intactos la fe
y el celo y a cuidarse de las tentaciones del «bienestar religioso».
¡Buenas tardes a todos!
Os doy la bienvenida. Me complace volver a reunirme otra vez con
los obispos y encontraros a vosotros,
miembros de la comunidad coreana.
Tengo siempre en el corazón —¡aún
no se ha ido!— la alegría de la visita
a Corea. Fue una visita preciosa,
preciosa, y no puedo olvidar vuestra
fe y vuestro celo. Quiero expresar mi
agradecimiento por esto. A vosotros
obispos pido, por favor, que al regresar a la patria, llevéis mis saludos
a la comunidad coreana y a todos
los coreanos, también a los no católicos, porque es un pueblo que me
ha edificado. Y no olvido el día de
la beatificación, tan llena de gente,
tan llena. Transmitid mis saludos.
Quisiera solamente recordar dos
cosas. Primero, los laicos. Los laicos
llevaron adelante vuestra Iglesia durante dos siglos. Ayudad a los laicos
a ser conscientes de esta responsabilidad. Ellos heredaron esta gloriosa
historia. Primero, los laicos: ¡que
sean valientes como los primeros!
Segundo, los mártires. Vuestra
Iglesia fue «regada» con la sangre
de los mártires, y esto dio vida. Por
favor no cedáis. Cuidaos del «bienestar religioso». Estad atentos, porque el diablo es astuto. Os explicaré
con una anécdota: los japoneses,
cuando en la persecución religiosa,
torturaban a los cristianos —también
entre vosotros, muchas torturas—
después los llevaban a la cárcel, pero
un mes antes del juicio, cuando debían apostatar, los conducían a una
casa hermosa, les daban bien de comer, en un buen bienestar. Todas estas cosas están escritas en la historia
de la persecución de los cristianos
en ese país. ¿Por qué los llevaban un
mes antes? Para ablandar la fe, para
La misa en Santa Marta
VIENE DE LA PÁGINA 9
en el alma, triste, que cometió muchos errores en la vida, en un cierto
momento percibe que las aguas se
mueven, está el Espíritu Santo que
mueve algo; u oye una palabra». Y
reacciona: «Yo quisiera ir». Así, «se
arma de valor y va». Pero ese hombre «cuántas veces hoy en las comunidades cristianas encuentra las
puertas cerradas». Tal vez escucha
que le dicen: «Tú no puedes, no, tú
no puedes; tú te has equivocado
aquí y no puedes. Si quieres venir,
ven a la misa del domingo, pero
quédate allí, no hagas nada más».
Sucede de este modo que «lo que
hace el Espíritu Santo en el corazón
de las personas, los cristianos con
psicología de doctores de la ley lo
destruyen».
El Pontífice dijo estar disgustado
por esto, porque, destacó, la Iglesia
«es la casa de Jesús y Jesús acoge,
pero no sólo acoge: va a al encuentro de la gente», así como «fue a
buscar» a ese hombre. «Y si la gente está herida —se preguntó—, ¿qué
hace Jesús?, ¿la reprende diciéndole: por qué está herida? No, va y la
carga sobre los hombros». Esto,
afirmó el Papa, «se llama misericordia». Precisamente de esto habla
Dios cuando «reprende a su pue-
blo: “Misericordia quiero, no sacrificios”».
Como es costumbre, el Pontífice
concluyó la reflexión sugiriendo un
compromiso para la vida cotidiana:
«Estamos en Cuaresma, tenemos
que convertirnos». Alguien, dijo,
podría reconocer: «Padre, hay tantos pecadores por la calle: los que
roban, los que están en los campos
nómadas... —por decir algo— y nosotros despreciamos a esta gente».
Pero a este se le debe decir: «¿Y tú
quién eres? ¿Y tú quién eres, que
cierras la puerta de tu corazón a un
hombre, a una mujer, que tiene ganas de mejorar, de volver al pueblo
de Dios, porque el Espíritu Santo
ha obrado en su corazón?». Incluso
hoy hay cristianos que se comportan como los doctores de la ley y
«hacen lo mismo que hacían con
Jesús», objetando: «Pero este, este
dice una herejía, esto no se puede
hacer, esto va contra la disciplina de
la Iglesia, esto va contra la ley». Y
así cierran las puertas a muchas personas. Por ello, concluyó el Papa,
«pidamos hoy al Señor» la «conversión a la misericordia de Jesús»:
sólo así «la ley estará plenamente
cumplida, porque la ley es amar a
Dios y al prójimo, como a nosotros
mismos».
que encontraran el placer de estar
bien, y después les proponían la
apostasía y ellos cedían porque se
habían debilitado. El cardenal Filoni
me regaló un libro con la historia de
las persecuciones japonesas, muy
bueno. Y así algunos se derrumbaban y caían, mientras que otros luchaban hasta el final y morían.
Yo no quiero ser profeta, pero así
os puede suceder a vosotros. Si vosotros no seguís adelante con la
fuerza de la fe, con el celo, con el
amor a Jesucristo, si vosotros llegáis
a ser blandos —cristianismo de
«agua de rosas», débil— vuestra fe se
vendrá abajo.
El demonio es astuto —decía— y
hará está propuesta, el bienestar religioso —«somos buenos católicos, pero hasta aquí...»— y os quitará la
fuerza. No os olvidéis, por favor:
sois hijos de mártires y el celo apostólico no se puede negociar. Recuerdo lo que dice la Carta a los hebreos: «Recordad aquellos días pri-
meros, en los que soportasteis múltiples combates y sufrimientos por la
fe. No renunciéis ahora» (cf. Hb 10,
32-36). Y dice también, en otro pasaje casí al final: «Acordáos de vuestros padres en la fe, de vuestros
maestros, y seguid su ejemplo» (cf.
Hb 12, 1).
Vosotros sois Iglesia de mártires, y
esta es una promesa para toda Asia.
Seguid adelante. No cedáis. Nada
de mundanidad espiritual, nada. Nada de catolicismo fácil, sin celo. Nada de bienestar religioso. Amor a Jesucristo, amor a la cruz de Jesucristo
y amor a vuestra historia.
Y con estas dos cosas me despido,
para que podáis seguir la misa. Os
agradezco mucho la visita y ahora os
invito a rezar a la Virgen, todos juntos, un Avemaría: en coreano vosotoros y yo en italiano.
[«Ave María...»]
Y por favor rezad por mí. Y ¡adelante!
Audiencia a una delegación
de la Red latinoamericana
sobre la doctrina social de la Iglesia
El lunes 16 de marzo, por la mañana, el Papa Francisco recibió en audiencia a la comisión coordinadora de la Red latinoamericana y del Caribe sobre la doctrina social de la Iglesia (REDLAPSI). El encuentro tuvo lugar en
la biblioteca privada del palacio apostólico. La delegación de seis personas
esta formada por la presidenta, la brasileña Rosana Mazini; el tesorero, el
mexicano Víctor Chávez; la secretaria, la uruguaya Roxana Esqueff; por
Eduardo Ramos, de Honduras; Roberto Sandoval, de Chile; y el jesuita
argentino Juan Carlos Scannone, escritor de la «Civiltà Cattolica».
L’OSSERVATORE ROMANO
página 12
viernes 20 de marzo de 2015, número 12
En la audiencia general del miércoles 18 el Papa habla de los niños
Riqueza de la humanidad
Pero también grandes excluidos porque ni siquiera les dejan nacer
«Los niños son una riqueza para la
humanidad y también para la Iglesia,
porque nos remiten constantemente
a la condición necesaria para entrar en
el reino de Dios: la de no
considerarnos autosuficientes,
sino necesitados de ayuda, amor y
perdón». Lo destacó el Papa Francisco
en la audiencia general del miércoles
18 de marzo, por la mañana. Al
continuar con los fieles presentes en la
plaza de San Pedro las reflexiones
dedicadas a las diversas figuras
relacionadas con la vida familiar, el
Pontífice se detuvo a hablar de los
hijos.
Queridos hermanos
¡buenos días!
y
hermanas,
Después de haber pasado revista a
las diversas figuras de la vida familiar —madre, padre, hijos, hermanos,
abuelos—, quisiera concluir este primer grupo de catequesis sobre la familia hablando de los niños. Lo haré
en dos momentos: hoy me centraré
en el gran don que son los niños para la humanidad —es verdad, son un
gran don para la humanidad, pero
son también los grandes excluidos
porque ni siquiera les dejan nacer—
y próximamente me detendré en algunas heridas que lamentablemente
hacen mal a la infancia. Me vienen a
la mente muchos niños con los que
me he encontrado durante mi último
viaje a Asia: llenos de vida y entusiasmo, y, por otra parte, veo que en
el mundo muchos de ellos viven en
condiciones no dignas... En efecto,
del modo en el que son tratados los
niños se puede juzgar a la sociedad,
pero no sólo moralmente, también
sociológicamente, si se trata de una
sociedad libre o una sociedad esclava de intereses internacionales.
En primer lugar, los niños nos recuerdan que todos, en los primeros
años de vida, hemos sido totalmente
dependientes de los cuidados y de la
benevolencia de los demás. Y el
Hijo de Dios no se ahorró este paso.
Es el misterio que contemplamos cada año en Navidad. El belén es el
icono que nos comunica esta realidad del modo más sencillo y directo.
Pero es curioso: Dios no tiene dificultad para hacerse entender por los
niños, y los niños no tienen problemas para comprender a Dios. No
por casualidad en el Evangelio hay
algunas palabras muy bonitas y fuertes de Jesús sobre los «pequeños».
Este término «pequeños» se refiere a
todas las personas que dependen de
la ayuda de los demás, y en especial
a los niños. Por ejemplo Jesús dice:
«Te doy gracias, Padre, Señor del
cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y
entendidos, y se las has revelado a
los pequeños» (Mt 11, 25). Y dice
también: «Cuidado con despreciar a
uno de estos pequeños, porque os
digo que sus ángeles están viendo
siempre en los cielos el rostro de mi
Padre celestial» (Mt 18, 10).
Por lo tanto, los niños son en sí
mismos una riqueza para la humanidad y también para la Iglesia, porque nos remiten constantemente a la
condición necesaria para entrar en el
reino de Dios: la de no considerarnos autosuficientes, sino necesitados
de ayuda, amor y perdón. Y todos
necesitamos ayuda, amor y perdón.
Los niños nos recuerdan otra cosa
hermosa, nos recuerdan que somos
siempre hijos: incluso cuando se llega a la edad de adulto, o anciano,
también si se convierte en padre, si
ocupa un sitio de responsabilidad,
por debajo de todo esto permanece
la identidad de hijo. Todos somos
hijos. Y esto nos reconduce siempre
al hecho de que la vida no nos la
hemos dado nosotros mismos sino
que la hemos recibido. El gran don
de la vida es el primer regalo que
nos ha sido dado. A veces corremos
el riesgo de vivir olvidándonos de
esto, como si fuésemos nosotros los
dueños de nuestra existencia y, en
cambio, somos radicalmente dependientes. En realidad, es motivo de
gran alegría sentir que en cada edad
de la vida, en cada situación, en cada condición social, somos y permanecemos hijos. Este es el principal
mensaje que nos dan los niños con
su presencia misma: sólo con ella
nos recuerdan que todos nosotros y
cada uno de nosotros somos hijos.
Y son numerosos los dones, muchas las riquezas que los niños traen
a la humanidad. Recordaré sólo algunos.
Portan su modo de ver la realidad, con una mirada confiada y pura. El niño tiene una confianza espontánea en el papá y en la mamá;
y tiene una confianza natural en
Dios, en Jesús, en la Virgen. Al mismo tiempo, su mirada interior es pura, aún no está contaminada por la
malicia, la doblez, las «incrustaciones» de la vida que endurecen el corazón. Sabemos que también los niños tienen el pecado original, sus
egoísmos, pero conservan una pure-
za y una sencillez interior. Pero los
niños no son diplomáticos: dicen lo
que sienten, dicen lo que ven, directamente. Y muchas veces ponen en
dificultad a los padres, manifestando
delante de otras personas: «Esto no
me gusta porque es feo». Pero los
niños dicen lo que ven, no son personas dobles, no han cultivado aún
esa ciencia de la doblez que nosotros
adultos
lamentablemente
hemos
aprendido.
Los niños —en su sencillez interior— llevan consigo, además, la capacidad de recibir y dar ternura.
Ternura es tener un corazón «de carne» y no «de piedra», come dice la
Biblia (cf. Ez 36, 26). La ternura es
también poesía: es «sentir» las cosas
y los acontecimientos, no tratarlos
como meros objetos, sólo para usarlos, porque sirven...
Los niños tienen la capacidad de
sonreír y de llorar. Algunos, cuando
los tomo para abrazarlos, sonríen;
otros me ven vestido de blanco y
creen que soy el médico y que vengo
a vacunarlos, y lloran... pero espontáneamente. Los niños son así: sonríen y lloran, dos cosas que en nosotros, los grandes, a menudo «se bloquean», ya no somos capaces... Muchas veces nuestra sonrisa se convierte en una sonrisa de cartón, algo
sin vida, una sonrisa que no es alegre, incluso una sonrisa artificial, de
payaso. Los niños sonríen espontáneamente y lloran espontáneamente.
Depende siempre del corazón, y con
frecuencia nuestro corazón se bloquea y pierde esta capacidad de sonreír, de llorar. Entonces, los niños
pueden enseñarnos de nuevo a sonreír y a llorar. Pero, nosotros mismos, tenemos que preguntarnos:
¿sonrío espontáneamente, con naturalidad, con amor, o mi sonrisa es
artificial? ¿Todavía lloro o he perdido la capacidad de llorar? Dos preguntas muy humanas que nos enseñan los niños.
Por todos estos motivos Jesús invita a sus discípulos a «hacerse como niños», porque «de los que son
como ellos es el reino de Dios» (cf.
Mt 18, 3; Mc 10, 14).
Queridos hermanos y hermanas,
los niños traen vida, alegría, esperanza, incluso complicaciones. Pero
la vida es así. Ciertamente causan
también preocupaciones y a veces
muchos problemas; pero es mejor
una sociedad con estas preocupaciones y estos problemas, que una sociedad triste y gris porque se quedó
sin niños. Y cuando vemos que el
número de nacimientos de una sociedad llega apenas al uno por ciento, podemos decir que esta sociedad
es triste, es gris, porque se ha quedado sin niños.
Los tuits en
pontifex_es
12 MAR [12.30 AM] ¡Cuidado con
la comodidad! Cuando nos acomodamos olvidamos fácilmente a
los demás
14 MAR [10.30 AM] La Cuaresma
es un tiempo para acercarse a
Cristo por medio de la Palabra de
Dios y los sacramentos
17 MAR [1.00 PM] Dejemos que
Dios nos colme de su bondad y
de su misericordia
La víspera de la fiesta de san José
Ejemplo de vida humilde y discreta
«Mañana celebraremos la solemnidad de
san José, patrono de la Iglesia universal»,
recordó el Papa Francisco en los saludos
que dirigió a los fieles presentes
en la plaza de San Pedro al término de la
audiencia general, diciendo: «Queridos jóvenes, miradlo a él como ejemplo de vida
humilde y discreta; queridos enfermos, llevad la cruz con la actitud del silencio y la
oración del padre putativo de Jesús; y vosotros, queridos recién casados, construid
vuestra familia en el mismo amor que
unió a José y a la Virgen María».
Dirigiéndose a los fieles de lengua francesa dijo, además, que «la Cuaresma es un
tiempo favorable para llegar a ser como
niños, porque el reino de Dios es para
quienes se asemejan a ellos».