CONTRAPORTADA ¿Chávez filósofo? Jorge Dávila AÑO 5 / NÚMERO 230/ DOMINGO 15 DE MARZO DE 2015 LUIS ALBERTO CRESPO De Carora al Panteón Así es el pasado: un encuentro de las calles Ramón Pompilio Oropeza con la calle Bolívar y la curiosidad de varias ventanas, a más del portón de donde el fresco insistía durante el bochorno de la canícula fiel. Sólo una de ellas, la que adelantaba su quicio como una proa, fue menos mirador de la lenta historia caroreña de los años de recua y empedrado que balcón de protesta y aula de lectura, lecciones de socialismo, ejercicios de humanidad, preparación para el destino y anuncios de sensibilidades, conciencia justiciera y rebeldía. Durante mucho tiempo, por ese cruce de calles y esa casa ojerosa de balaustres pasó el olvido, nuestra vergonzosa desestima nacional, hasta que fuera, no ha mucho, dignificada y conjurada, al menos, su preterisión. Alguien, un hombre de cabeza de piedra, los anteojos de fondo de botella, la gorra de Lenín, la camisola de barbero, levantó con su abultada figura de abate sobre sus balaustres la bandera patria para invitar a los suyos a celebrar el fin del nazismo. Una leyenda difunde, una leyenda que desde su muerte lo visita, que en una sus manos flameaba la bandera roja de los soviets. Era 1945. Es 1945. Mientras Hitler arde con una bala en la crueldad de su sien y el veneno pudría el pellejo de su pálpito de caníbal aquí, en Venezuela, Rómulo Betancour y una jauría de militares se aprestan a devorar la confiada ovejuela de la democracia que atendía con esmero del pastor nuestro pacífico primer militar civilista Medina Angarita. Mientras en Berlín el tiempo de los asesinos hedía a chamusquina y se escombraba la alemana esvástica en la puerta de Brandemburgo empezando así el lento y precario adiós a las guerras, aquí en Venezuela un golpe de estado le daba “la bienvenida” a la recién nacida quieta vida nacional, por fin sin sustos de “La Sagrada”, el asesinato minucios, la bestialidad del tormento y se mostraba tímida y cautelosa al goce del disenso y de las garantías democráticas de la reunión política y sindical , el ejercicio de la protesta y del sentir y el decir sin dolor y sin la muerte, la palabra y la escritura sin el caldo de la ergástula sazonada con vidrio molido, la pierna ulcerada con los grillos, la infección y el corazón mordido en el último círculo dantesco de La Rotunda. Carora, en ese lento y difícil amanecer del siglo XX(¿no afirmaría Picón Salas que nosotros había ingresado a ese siglo con retardo en 1935?); Carora, digo, fue nuestra Venezuela de la segunda mitad de los años cuarenta, al fin liberada ya de la rabiosa libertad que amordazara la dictadura gomecista y recién aprendida en una habitación que le hacía proa a las calles de marras, donde su morador apenas tenía tiempo de descabalgar de la mula de hilo y colgadero del chinchorro y abandonar sus frecuentadas lecturas de Bolívar, Martí, Lenín, Mariátegui (me lo refería mi padre, Antonio Crespo Meléndez) porque alguno de sus discípulos se acercaba desde temprano a recibir lecciones de sensibilidad social, pureza ideológica, militancia humanística y postura anticolonial, o si no en procura de algún libro encandelado de expoliaciones obreras y campesinas y recuento de conucos, huertas, valles y sabanas arrebatados por la uña terrófaga. Aquel caroreño, aquel alborotador in comento, tuvo en la fe de nacimiento el nombre de Cecilio Zubillaga Perera, pero nadie, con gentilicio del híspido valle del Municipio Torres, llegó a cometer la desobediencia de la luenga práctica regional del disminutivo que lo llamaba no como se asentaba en la seña de la escritura pública sino como mandaba hacerlo la añosa tradición: Don Chío o simplemente Chío; y de tal guisa lo propalaba la boca del pueblo por las calles y por toda la región y más allá de su eternidad. El cuarto de ladrillos y ventanales de madera de vera que se adelantaba al filo de la esquina nunca conoció recato solariego alguno ni el menor murmullo de jardín: el tráfago más variopinto de poblanos hacía romería en su zaguán y en su escritorio en demanda de su palabra ardorosa de justicia y filosa de acusaciones con la que avizoraba su destino íntimo y común de campesino y obrero preterido y en busca de los dones literarios o artísticos, el racionamiento político anticapitalista, el heridor argumento en la polémica verbal y escrita contra toda malechuría (la punzante palabra, invención suya) y la razón y el entu- siasmo en la actitud refractaria. Un adolescente de piel quemada entraría un día a esa casa de revoltosos y de iconoclastas con una guitarra en sus manos de muchacho educado por la resolana de su aldea. Se llamaba Alirio Díaz. El hombre tosco y cabezudo de la casa enventanada lo enrumbara hacia la gloria y vigilaría desde su aldea caliente su nombramiento en los conciertos de Viena y de Venecia. Más tarde, un joven de pelo vivaz y cerdoso como los ayamanes de Aregue se acercaría a esos anteojos de fondo de botella. Empuñaba un libro y ha pergeñado alguna prosa con pretensiones de universalidad. Le dicen Luis Beltrán Guerrero. El de más atrás golpea con sus nudillos de párvulo la puerta de la escuela del humanismo y la oralidad socrática. Observa la vida como si se la pasara registrando lejanías y entonaba su palabra sin cometer error alguno para su tan moza inteligencia. Es oriundo del espinoso valle de San Francisco. Se hace llamar Alí Lameda y ya ha escrito un soneto bien temperado y de ajustado casticismo. El muchacho que le sigue es Héctor Mujica, de su misma parvada. Acusa un perfil de cernícalo y le arde la mirada oscura. No se parece a su adolescencia, tan airado como se halla en medirse con los clásicos de la imaginación creadora de invencionero, de reflexivo y reportero de alto periodismo, del que llegará a ser su renovador, su académico y levantado orfebre. A don Chío le asombra tanta luminosidad en sus nacientes instintos de rebeldía política y hombría literaria. Acuden más, muchos más. Los hay que enderezaban su mañana yendo a escuchar al caroreño ineludible que abría incontables caminos al pensamiento y a la emoción y al cumplimiento vital de una ética contestaría, jinete sobre su chinchorro o curvado frente al escritorio, siempre tocado con su gorra de bolchevique y su perspicacia de lechuzo. Ya llegará de los desiertos de la Candelaria y de Muñoz cierto muchacho a la casa legendaria de la Ramón Pompilio y la Bolívar y la tienda de Don Abel Silva . Era Ramón Gudiño. Pronto, su fervor de justiciero lo habrá de afiliarse al periodismo que guerreaba contra el despojo de las tierras de los pastores de cabras, los amasadores de arcilla y los peones del salario de mendrugo en las páginas El Diario de Carora, aquellas hojas civilizadoras que difundía el abuelo José Herrera Oropeza y su cómplice en el oficio, Don Chío, quien no tardaría en atreverse a hacer circular bajo su voluntad otro cotidiano, al que llamaría Cantaclaro, donde su lectura iracunda se oía como un grito por los campos y los cerros. Me visita un recuerdo. El mediodía donde nací me lleva de mandadero a la casa que refiero. Llevo una hoja suelta, escrita con apuro. Mi padre quiere que vaya a tocar a su puerta. Esa vez todo calla. Logro empinar mi primera infancia para alcanzar la ventanilla del segundo portón. Entonces lo vi: primero, la hamaca amarrada de uno a otro extremo del corredor; alguien montaba a caballo sobre esa montura de hilo y finalmente unos anteojos con grandes ojos de miedo en el rostro pedregoso. Su dueño no se movió. Escuchó mi voz, mejor, mi casi murmullo. Dio una orden y una breve mujer descubrió mi breve presencia al pie del portón y apartó una de sus hojas. En sus manos dejé la misiva. El hombre cachuchudo desensilló su jumento vegetal y se fue hasta los adentros de un cuarto. De allá provino. Traía un libro . La mujer cetrina me lo acercó como algo muy frágil, como una copa. No supe, nunca sabré, que decía la portada; sólo al llegar a la presencia de mi padre me aprendí el nombre de quien lo enviara. “Ese es Chío. Chío Zubillaga”. No pregunté más. Ahora me lo sé de memoria, mientras se aparece desde mi ayer, como un país, como nuestra historia interrumpida, ahora al fin, recomenzada, las veces que somos más pueblo que nunca, más todos, más cada uno, más iguales por la ilusión socialista, más Chío Zubillaga. Hace unos días nuestra Asamblea Nacional determinó rendirle tributo nacional al caroreño de la justicia popular, al maestro y su escuela de escritores, intelectuales, artistas servideros públicos y pueblo redimido con desvelo venezolanista. Mi padre frecuentaba su tumba con una rosa en la mano. ¿Por qué no está en el Panteón de Bolívar, el gran bolivariano de la independencia política y social , el venezolano de la redención colectiva?” me decía Sí, papá ¿por qué?, le respondo hoy a su presencia impalpable. ¿Quién de nosotros lo propone? ¿Cuándo? ¿Cuándo que sea ya, que sea hoy? 2 DOMINGO 15 DE MARZO DE 2015 / CIUDAD CCS / LETRAS CCS LETRAS CCS / CIUDAD CCS / DOMINGO 15 DE MARZO DE 2015 Joserramón Meléndes: una escritura en voz alta ALBERTO RODRÍGUEZ CARUCCI Una mañana neblinosa, en octubre de 1987, un helicóptero se levantaba en el cielo de Mérida al mismo tiempo que esparcía por calles y plazas de toda la ciudad miles de poemas de distintos autores de Venezuela, América Latina y el mundo. Entre la ciudadanía sorprendida, aquella ventisca de versos preparaba el ambiente para la realización de un primer Festival Internacional de la Poesía que se llevaría a cabo por toda una semana con la organización y auspicios de la Universidad de Los Andes y de los organismos de difusión cultural estatales. Entre los distinguidos invitados nacionales y de otros países, muchos de ellos de amplio reconocimiento en el mundo de las letras, se encontraban dos jóvenes poetas procedentes de Puerto Rico, José Ramón Meléndez (1952) y Ángela María Dávila (1944 – 2003), ambos integrantes de la generación de poetas que irrumpió en la década de 1970, a la que pertenecían también Aurea María Sotomayor, Vanessa Droz, Ivonne Ochart, Etnairis Rivera, Liliana Ramos Collado, Jorge Morales Santo Domingo, entre otros. La presencia de la pareja boricua permitiría el acercamiento de su propia poesía, y de la literatura puertorriqueña en general, tanto a los escritores participantes como al público que concurrió entusiasta a aquel evento en la entonces pequeña y brumosa urbe serrana. Veinticinco años después, Joserramón Che Meléndes –como prefiere identificarse y como se le conoce tanto en la Isla del Encanto como en la comarca literaria del Caribe- vuelve con la experiencia acumulada en ese cuarto de siglo, esta vez a Caracas en calidad de Escritor Homenajeado de la XI Feria Internacional del Libro de Venezuela, donde participará en el lanzamiento editorial de una representativa muestra de su obra y en las actividades de difusión de la literatura de su país, puesto que este año Puerto Rico es el invitado principal de esta fiesta bibliográfica. Meléndes es un escritor polémico, no pocas veces soslayado por la cultura oficial de su país, en la que sin embargo ha impactado de una u otra forma a través de su empeño creador, de su franqueza comunicativa, del compromiso ético decidido con su nación y -sobre todo- mediante su peculiar escritura que transgrede los convencionalismos de la corrección formal y subvierte la ortografía normativa para fundar otra, en y con su literatura, en un intento por dar mayor legitimidad y autenticidad a la que considera como genuina expresión sensible de las mayorías puertorriqueñas. Desde ese empeño experimental ha hecho un conjunto de reflexiones lingüísticas, filosóficas, históricas y literarias que ha expuesto con detalles al responder distintas entrevistas con el fin de fundamentar su singular modo de escribir, asumido como un ejercicio de libertad ante los rígidos protocolos impuestos por los academicismos universitarios y los arbitrios clasistas. Más de una vez ha expuesto que defiende el criterio fonético de la ortografía, en vez del criterio etimológico, pues estima que aquél facilita la transcripción sin disminuir la profundidad del lenguaje. En una entrevista concedida en 1998 a Quetzal Acosta aclararía sin embargo: “Yo no tengo ningún afán de proponer una ortografía definitiva para el resto de la historia; o sea, que cuando cambie la manera de pronunciar, que cambie la de escribir. La transliteración no tiene por qué tener miedo a ser caduca; pero que sea menos caduca, más intuitiva”. Crítico de la normativa surgida de las Academias, Che Meléndes se ha propuesto con su proyecto de escritura la elaboración de una literatura en puertorriqueño, como una manera de llegar a un público más amplio y poco atendido en su nación, participando al mismo tiempo en el conjunto de la literatura hispanoamericana mediante la transcripción de los componentes propios de la expresión oral boricua. El escritor, y distintos articulistas, han comentado que en los medios ilustrados de Puerto Rico es donde esa escritura ha encontrado mayores resistencias, pues ha sido precisamente en esos círculos donde se ha hecho más difícil su desciframiento. Por el contrario, en otros escenarios menos exquisitos se ha leído con más naturalidad, según testimonia Che Meléndes en su singular grafía: Los segtores populares qe an leido mis testos ni notan la ortografía. La diferensia entre mi forma de trascribir el idioma i la popular es la regularidá. El pribilejio en la atensión de algunos de mis testos se lo deben a su difusión oral: no puedo desir qe impliquen simpatía “oxigráfica”. La ofisialidá intelegtual a acojido mi oxigrafía (…) con desconosimiento, con miedo, con odio: Si le tambalea su edifisio de seguridades i candados a la bes qe le jode su reflejo fotomotor tan pavlobianamente cultibado, se entiende. Pero los mejores entienden qe algo ai. Anjelamaría Davila me dijo sentirse liberada cuando leyó Desimos désimas. [Respuesta a Eduardo Díaz Guerra. “Tras las huellas de la oralidad”. En una entrevista previa, concedida a Julio Ortega [publicada en el número 167 de Casa de las Américas, en La Habana], el poeta había afirmado que “en el caso de Puerto Rico, particularmente, aceptar la inmediación y aceptar la oralidad como canal solvente de producción intelectual es absolutamente natural”. La formación intelectual de Meléndes ha sido resultado de un cultivo hetero- doxo, pues si bien realizó estudios de filosofía, ha incursionado en estudios de estética, lingüística, sociología, antropología, artes visuales, literatura, entre otros saberes que han atraído su atención. La densidad de su propia obra así lo revela. Poeta, ensayista, narrador, editor, investigador, antólogo, organizador cultural, ha sido además libretista de radio, teatro y cine, conferencista de excepción en Cuba, Jamaica, Puerto Rico, República Dominicana y Venezuela; fuera de nuestra América en los Estados Unidos y Rusia. Su obra publicada alcanza cerca de una veintena de títulos. En 2002 obtuvo el Premio Nacional de Poesía del Pen Club de Puerto Rico y en 2009 los Premios de Poesía, Ensayo y Narrativa que otorga el Instituto de Cultura Puertorriqueño. Su labor de antólogo ha producido Poesiaoi: antolojía de la sospecha (1978) y Puño de poesía (1979), indispensables para el conocimiento de la poesía de Puerto Rico en los últimos treinta años. Asimismo, como editor, ha contribuido a la recuperación y divulgación de textos poéticos fundamentales en la historia cultural de su país, como los de Juan Antonio Corretjer, Francisco Matos Paoli y José María Lima, cuyos libros publicó bajo su sello editorial qeAse. Junto a esas ediciones Meléndes se ha ocupado de escribir valiosos ensayos sobre esos autores, contribuyendo a su articulación en el conjunto literario nacional, cuyo canon se ha ampliado y fortalecido con sus aportes. Su obra poética disruptiva y transgresora se encuentra recogida en los volúmenes Desimos désimas (1976), La casa de la forma (1986) y Calaboso –restos de la casa de la forma (2011). El primero de esos libros fue resultado de minuciosas indagaciones sobre una forma tradicional como la décima, que el poeta logró actualizar y renovar según las posibilidades enunciativas contemporáneas, dotándolas de nuevas funciones y salvándolas del aprisionamiento que les imponían las lecturas escolarizadas, guiadas según las claves del criollismo. Desimos désimas, título inicial del autor, fue leído como obra de altibajos que terminarían superados por la audacia del simulacro de oralidad en la escritura “oxigráfica”, por el rescate de ritmos y sonoridades, por el tratamiento de temas nacionales urgentes unidos al desplazamiento y transformación de aquella forma campesina en una décima urbana rebelde, convertida en estilete político necesario, de conciencia y vocación independentistas. Asomaba así la búsqueda de una poética alternativa cuya continuidad se ligaría en lo sucesivo a otra variante de la versificación tradicional, el soneto, que sería escogida para el libro La casa de la forma, cuya primera publicación –artesanal- contó apenas con una edición de trescientos ejemplares particularizados, únicos, distinto cada uno del otro. La escogencia del soneto, de extensa y versátil tradición en la literatura universal, no respondía a una mera preferencia por un formato -que podría ser visto como anacrónico- sino a una voluntad de escritura en deliberada disidencia con el facilismo y el culto exagerado por el verso libre, predominante por entonces en la poesía puertorriqueña, a la que Meléndes opo- nía la manifestación de su exigencia estética, intentando expresarla con responsabilidad y libertad dentro de la forma estricta del soneto. En la entrevista que le hiciera Quetzal Acosta, sintetiza su propósito: Yo traté de desnudar la poesía, lo poético, lo artístico, el lenguaje, la comunicación; de lo que dijera. ¿Cómo? Poniendo a correr todos los contenidos en esa maqinita, en ese cuerpo repetido, en ese espesimen de la espesie qe es el soneto, para qe se fuera, en esa sentrífuga, desasiendo del sentido. …… La casa de la forma quiere ser ese cuerpo alternatibo del sircuito. Leamos, por fin, no lo que dise el poema, sino ‘el poema’. Leamos, por fin, no lo qe dise la poesía, sino ‘la poesía’. La poetisidá, lo artístico; la imajen , finalmente, qe se nutre en nosotros de esa bibensia elégtrica. Libro-objeto de intrínseco valor artístico, La casa de la forma, dio concreción a un proyecto poético de realización compleja, que en cierta medida rendía homenaje al legado de Juan Ramón Jiménez y José Lezama Lima. El poemario, en tanto corpus textual, se ofrece integrado y consustanciado con su materialidad gráfica y objetual, potenciando así las posibilidades de su recepción, que ha sido tan diversa como polémica. Cintio Vitier, en lúcidas y densas notas que sirven de epílogo, distingue seis partes vertebrales que parecen mostrar una organización circular del libro, cuya primera proposición sería “la glosa de un soneto”. Los que constituyen La casa de la forma, sin embargo, son sonetos diversos en los cuales no escasean los empeños experimentales y las recreaciones audaces de esa tipología poética, tanto en sus modos de versificación como en sus componentes rítmicos, que dan fe de las consecuentes búsquedas expresivas del poeta. Aquel libro tiene en cierta medida su continuidad y extensión en Calaboso, –restos de la casa de la forma-, un volumen que pone de manifiesto la formación erudita de su autor a través de la diversidad y abundancia de textos y autores referidos durante el tratamiento de asuntos como la vida, la muerte, el ser, el destino, la ética y la estética, la verdad, la dignidad, la libertad, la palabra, la poesía. El título, Calaboso (calabozo), nombra el foso, celda de aislamiento o de reclusión propios de las antiguas fortalezas o de las viejas casas solariegas. Es decir, el último recinto de la construcción. Es por esto que en portadilla interior, un subtítulo establece más explícitamente la relación de este libro con su precedente: “-fragmentos i sonetos escombrados en La casa de la forma. 2ª Sinfonía”. Si la armonización de la sonoridad y las cadencias propias de la dicción puertorriqueñas son relevantes en La casa de la forma, aquella búsqueda de eufonías reaparece en Calaboso de manera manifiesta al distinguirlo como “2ª Sinfonía”. Para Meléndes la literatura es forma, es arte, así como lo son también la pintura, la arquitectura y la música, la danza y el performance. En su obra poética esa concepción se materializa conjugando rasgos de esa diversidad expresiva, convertida en última instancia en el libro-objeto artístico integral, que debe impactar en todos los sentidos del receptor. Aunque la recurrencia del soneto sugiere la continuación de ese modelo de escritura, en Calaboso se han incluido formas poéticas clásicas, formas vanguardistas, textos reflexivos en prosa que indagan en el propio quehacer poético. Libro irreverente, irónico, transgresivo de las formas de escritura convencionales, conserva en su heterogeneidad textual una voluntad unitaria que logra darle cierta cohesión e integridad, a pesar de su fragmentariedad originaria. Parte de los textos que lo conforman fueron dejados fuera del libro anterior. Aquí aparecen revisados y complementados con otros nuevos que cumplen los efectos de organizar la coherencia y unidad necesarias en este nuevo volumen. Pasados veinticinco años, Meléndes apela a la metáfora de los despojos para identificar aquellos restos como “fragmentos escombrados”, retirados, despejados o depurados del libro previo. En su peculiar ortografía, Che Meléndes caracteriza su libro en esta aclaración, con la que reemplaza la escritura de un prólogo: Así, imperfegtos i desordenados, e intentado presentar con alguna dignidá estos posbertebrados –pero sin imponerles una ortolojía ni ortonomía falsificadoras de su eterogonía, qe entonces resultara más bien materia natiba metida en moldes importados. Fásil sería salbar una antolojía de estos salbajes, me parece; yo presento su tribu con algún adorno y pudor naturales. ….. […] el material ‘desechado’ se ofrese como una lus o una oscuridá posible para la lectura, no sabemos cuánto distinta de su Casa. Los textos que integran Calaboso, más allá de sus posibles defectos e inconsistencias de origen, releídos desde la perspectiva autocrítica del mismo autor y sin la pretensión de conservar las matrices de pensamiento y expresión iniciales, cobran en este libro un nuevo ordenamiento y también nuevos sentidos procurando mantener únicamente su libertad expresiva y su autenticidad esencial. La publicación de Che Meléndes en dos poemarios y una entrebista nos entrega La casa de la forma y Calaboso, acompañados del trabajo periodístico de Quetzal Acosta, que puede permitir a los lectores un acercamiento esclarecedor sobre la personalidad y las concepciones del poeta puertorriqueño, así como un mejor conocimiento de su estética y de su escritura compleja y transgresiva, densa en su comunicación y franca en sus pronunciamientos sociales, políticos y culturales, a la vez que representativa de la mejor producción intelectual de Puerto Rico. 3 L A L IBRERÍA MEDIÁTICA Marialcira Matute A los soñadores, a los hermanos de FUNDARTE A los soñadores no hay fuego que los detenga, ni silencio que los desanime. ¿Cómo aceptar que un fuego pretenda llevarse lo material de un proyecto que está hecho de sueños que no puede consumir fuego alguno? ¿Cómo comprender lo inentendible aunque sea parte de lo cotidiano, tan parte de lo cotidiano como los eventos felices, también inexplicables? Esta semana un fuego irrumpió en la fábrica de sueños que es FUNDARTE. No tocó a los soñadores, por fortuna. Se llevó consigo bienes importantes, pero no se llevó, porque no puede, las ganas de seguir soñando y haciendo posibles los sueños de otros, de hacer visibles las expresiones culturales de tantos, de hacer sentir dignos y útiles a tantos. No hay palabras de consuelo para un evento tan terrible. Pero sobran abrazos solidarios y ganas de ponerse a la orden, y poesías para decir aquí estamos y con ustedes nos pondremos a reconstruir. Transcribimos este poema de Gustavo Pereira en nombre del colectivo TVLecturas y el equipo de La Librería Mediática como un conjuro para que FUNDARTE renazca con su equipo más fuertes y mas soñadores que nunca. Más generosos, solidarios y creativos que nunca. Somari de los soñadores Si no fuera por los soñadores el mundo sería una basura. Y caverna lóbrega nuestro lecho. Si no fuera por los soñadores ¿qué sentido tendría todo esto? Los búhos serían amos del día y los garrotes terminarían por escribir [las únicas palabras *** Nuestro XII Concurso Anual de Cuento Breve y Poesía 2015 se encuentra en fase de preproducción de las antologías Libro Radial y Libro Televisivo con los textos ganadores. De 650 recibidos el Jurado Postulador envió 57 al Jurado Calificador, y éste ha eligido como ganadores a 27 textos de autores de Venezuela y otros países. El veredicto se publicará el 23 de abril. *** La Feria Internacional del Libro FILVEN 2015 se extiende hasta el 22 de marzo en su capítulo Caracas en el Teresa Carreño, Unearte y Plaza Museos. Luego recorre el país. Desde La Librería Mediática y TVLecturas participamos en varios eventos a los cuales nos han convocado diversas instituciones como FUNDARTE, Ministerio del PP para la Educación y CENAL, y haremos también un taller de Análisis Crítico de Medios para maestros con base en nuestro libro ¿Cómo hacernos amigos de los libros mientras vemos televisión? (El Perro y La Rana, 2014 y descarga gratuita en www.lalibreriamediatica.com ) 4 LETRAS CCS / CIUDAD CCS / DOMINGO 15 DE MARZO DE 2015 ¿Chávez filósofo? JORGE DÁVILA A muchos asombró J. A. Calzadilla Arreaza. No es la primera vez. En esta ocasión, porque ha tenido la osadía de postular la estatura filosófica de Hugo Chávez (Letras CCS del 8-3-2015). De boca de un profesor de filosofía escuché que eso es una aberración. Pregunté por qué. Sus razones, apartando la mueca que dibuja en su rostro el menosprecio, refieren a la ausencia de “estudio especializado” e incluso a la “falta de formación básica”. Argumenté en contra, no con mucho ánimo. En vano. Al final me dijo que, en el mejor de los casos, Chávez sería un “pésimo aspirante a diletante”. Callé. Preferí hablar conmigo y mis interlocutores ya para siempre ausentes. Entre ellos J. M. Briceño Guerrero. Distinguió el diletante con genio del profesor de filosofía. La filosofía como enérgeia (la reflexión crítica, problematizadora de lo obvio) se petrifica en la filosofía como ergon (los productos del filosofar, los sistemas de pensamiento). Por eso, dice Briceño Guerrero, “la filosofía como ergon tiene como perspectiva el poder ser utilizada como instrumento, manejada como cosa en el quehacer cultural”. Pero, también, sobre el piso pétreo del ergon se erige el mismo filosofar, la filosofía como enérgeia. Al convivir, ambas corren su riesgos propios: para el ergon, desprecio u olvido; para la enérgeia, copia y simulación. En el marco de esa distinción de la filosofía, se puede destacar un cuarteto tipológico de personas ocupadas de la filosofía de acuerdo con lo que dice el maestro Briceño: “La filosofía como enérgeia, el filosofar, surge dentro de una tradición caracterizada por un estilo, modelos y sistemas, surge dentro de la filosofía como ergon. Un amplio conocimiento de la tradición, sin filosofar, además de ser necesariamente superficial, no pasa de ser árida erudición. Un filosofar que ignora la tradición es diletantismo: no logra la buscada relación directa con los problemas porque se encuentra bajo el imperio de la tradición, tanto mas fuerte por cuanto opera secretamente desde la lengua, mundo que nos toca en heredad donde se han sedimentado los pensamientos más altos gastándose y banalizándose. Sin embargo, es interesante lo que resulta del diletantismo unido a la genialidad como en el caso de Federico Nietzsche, quien si bien estaba en muchos aspectos por debajo del nivel ya alcanzado en la tradición, se elevó sobre ella en ciertos puntos a alturas quizá no logradas todavía por el pensamiento contemporáneo. Deprimente es, en cambio, la erudición unida a la mediocridad como en el caso de tantos profesores e historiadores de la filosofía; pero su fun- ción como conservadores de la tradición no es de despreciar” (“¿Qué es la filosofía?”, 1962). Ignorancia de la tradición (dilentantismo, desconocimiento del ergon) y erudición son los extremos relativos a la formación de la persona. Mediocridad y genialidad son extremos de caracteres propios de la persona, más o menos intrínsecos. No es difícil caer en cuenta que los ejes que unen ambos pares de extremos (genialidad-mediocridad y erudición-diletantismo) expresan y ocultan las virtudes y vicios de la persona. En un eje, la virtud y el vicio intelectual; en el otro eje, la virtud y el vicio moral. Se pueden formar cuatro tipos combinando los extremos. Briceño Guerrero sólo hace explícitos dos de ellos, a saber: diletantismo/genialidad y erudición/ mediocridad. Y cada uno con su ejemplos: Nietzsche y el profesor/historiador de filosofía. Los otros dos extremos, no explícitos son: erudición/genialidad y diletantismo/mediocridad. Curioso: el primero de estos dos parece definir una exigencia mayor que la que ejemplifica Nietzsche. Nietzsche sabía de su diletantismo genial; conocía de lo que llamó el daltonismo de los pensadores (“ No se trata únicamente de un defecto. Quizá ha sido este el camino por el que la humanidad ha aprendido el placer en la contemplación de la existencia ...hay individuos que consiguen salir por su propio esfuerzo de un daltonismo parcial a una visión y una distinción más rica...”; Aurora, 426). Sin duda, el erudito genial es el caso límite de la excelencia y, por así decirlo, la máxima escalada que alcanzaría el verdadero filósofo. Y, por su parte, el diletante mediocre, una versión más deprimente que la del profesor/historiador de filosofía. Es como si a la sublimación del carácter ejemplificado por Nietzsche (sublimación del diletantismo/genialidad, quiero decir) se le opusiera la degradación patética del profesor que se hunde tanto en la ignorancia de la tradición como en su propia mediocridad haciendo de ambas una sola y misma cosa: la peor estirpe del profesor. Lo que nos ha mostrado Calzadilla Arreaza, con su acertado ensayo, es cuan cerca estaba Chávez del diletante genial y, en la misma medida, cuan lejos estaba del diletante mediocre. De ese tenor sería el encuentro de Chávez, en sus últimos días, con los escritos de Nietzsche. Los profesores de filosofía no entienden de eso; su encuentro con un filósofo es de otro tenor: mera técnica. Y claro está, todo dilentante mediocre, la estirpe degradada del profesor, siente desprecio por los otros tipos y se esmera, con soberbia, en ser simulacro de erudito genial, ni siquiera de diletante genial. Tuve otros interlocutores ausentes: Gilles Deleuze y Félix Guattari. Ellos dieron el mismo título del ensayo de Briceño Guerrero para un libro más amplio: ¿Qué es la filosofía?” (Minuit, 1991). Contemplación, reflexión, comunicación: nada de eso es la filosofía; lo explican bien y sencillo. Construcción de conceptos, sí. Pero conceptos que encuentran su buen sitio en un plano, en una base donde se mueven en su propio orden, un plano fiel a la pura inmanencia. También, unos personajes, los amigos -y enemigos, por supuesto-, que dan como la fuerza vital al plano y los conceptos. Y en el ensamble de esos tres elementos (personaje, plano, conceptos), como el cemento que une, hay un gusto: el del filósofo, el de su decir, en el lenguaje, que insinúa o violenta para alcanzar lo Director Freddy Ñáñez Coordinadora Karibay Velásquez. Letras CCS es el suplemento literario del diario Ciudad CCS y se distribuye de forma gratuita | correo-e: [email protected] | Twitter: @LetrasCcs bello, lo sublime. La filosofía se aferra a la tierra, se territoraliza, es viva en una tierra concreta y específica; aunque puede desterritorializarse, se reterritoraliza, viajando epocalmente. Y esa tierra a la que se aferra, que es propiamente el concepto, es el territorio. Y un territorio es la tierra fecunda de la creación de conceptos. “La creación de conceptos apela en sí misma a una forma futura, pide una tierra nueva y un pueblo que no existe todavía”. Si la filosofía, con vigor modernamente, se reterritorializó europea, “eso no constituye un devenir, constituye únicamente la historia del capitalismo que impide el devenir de los pueblos sometidos”. El filósofo que cuenta en ese devenir es el que lleva a un pueblo por dentro: “el pueblo es interior al pensador porque es un ‘devenir-pueblo’ del mismo modo que el pensador es interior al pueblo, en cuanto devenir no menos ilimitado”. El gusto, el decir del filósofo, se hace uno y el mismo con el del pueblo interiorizado en él cuando él mismo está entrañablemente sumergido en ese pueblo: ese pueblo en ese territorio que pide un pueblo y una tierra nueva en el devenir que deja atrás el capitalismo. El ensayo de Calzadilla Arreaza nos muestra el nítido paisaje de ese cuarteto de ideas en el pensamiento de Chávez: conceptos, plano de inmanencia, personajes y gusto filosófico. Núcleo de ellos son: los conceptos de la Ilustración radical, reterritorializados más que actualizados, sometidos a “la reinyección de sentido”, son esos “conceptos universales que se habían hecho huecos y vacíos del uso, mal uso y desuso” como dice Calzadilla; la Historia como plano de inmanencia, “una metamorfosis de la Historia” como dice Calzadilla: la Historia como “lo que debe ser pensado y no puede serlo” (Deleuze); Bolívar como personaje central -filósofo también, tan próximo de Spinoza- y en su entorno eso que Calzadilla identifica como “un insólito sincretismo o síntesis” que reúne filósofos, pensadores, personajes históricos. ¿Y el gusto? Bien lo responde Calzadilla: un decir en el lenguaje, en el lenguaje popular, en el lenguaje del pueblo que palpita en su interior, que impulsa “la creación heroica de un pueblo con una cultura e identidad firmes, erigido en sujeto patrio ante la voracidad de los imperios pasados, presentes y futuros”. Sé de otros interlocutores ausentes y presentes en cuyo gusto no cabe todo esto sino como disgusto. Me apeno por los primeros. De los segundos temo su falta de generosidad, su rechazo al “deseo por el que los hombres, bajo el dictado de la razón, nos esforzamos en ligarnos de amistad”, como la define Spinoza. Ciudad CCS es un periódico gratuito editado por la Fundación para la Comunicación Popular CCS de la Alcaldía de Caracas | Plaza Bolívar, Edificio Gradillas 1, Piso 1, Caracas | Teléfono 02128607149 correo-e: [email protected] | Depósito legal: pp200901dc1363
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