De Carora al Panteón

CONTRAPORTADA
¿Chávez filósofo?
Jorge Dávila
AÑO 5 / NÚMERO 230/ DOMINGO 15 DE MARZO DE 2015
LUIS ALBERTO CRESPO
De Carora al Panteón
Así es el pasado: un encuentro de las calles Ramón Pompilio Oropeza con la calle
Bolívar y la curiosidad de varias ventanas,
a más del portón de donde el fresco insistía durante el bochorno de la canícula fiel.
Sólo una de ellas, la que adelantaba su quicio como una proa, fue menos mirador de
la lenta historia caroreña de los años de recua y empedrado que balcón de protesta y
aula de lectura, lecciones de socialismo,
ejercicios de humanidad, preparación para el destino y anuncios de sensibilidades,
conciencia justiciera y rebeldía.
Durante mucho tiempo, por ese cruce
de calles y esa casa ojerosa de balaustres
pasó el olvido, nuestra vergonzosa desestima nacional, hasta que fuera, no ha mucho, dignificada y conjurada, al menos, su
preterisión.
Alguien, un hombre de cabeza de piedra, los anteojos de fondo de botella, la gorra de Lenín, la camisola de barbero, levantó con su abultada figura de abate sobre sus balaustres la bandera patria para
invitar a los suyos a celebrar el fin del nazismo. Una leyenda difunde, una leyenda
que desde su muerte lo visita, que en una
sus manos flameaba la bandera roja de los
soviets.
Era 1945. Es 1945. Mientras Hitler arde
con una bala en la crueldad de su sien y el
veneno pudría el pellejo de su pálpito de
caníbal aquí, en Venezuela, Rómulo Betancour y una jauría de militares se aprestan a
devorar la confiada ovejuela de la democracia que atendía con esmero del pastor
nuestro pacífico primer militar civilista
Medina Angarita.
Mientras en Berlín el tiempo de los asesinos hedía a chamusquina y se escombraba la alemana esvástica en la puerta de
Brandemburgo empezando así el lento y
precario adiós a las guerras, aquí en Venezuela un golpe de estado le daba “la bienvenida” a la recién nacida quieta vida nacional, por fin sin sustos de “La Sagrada”,
el asesinato minucios, la bestialidad del
tormento y se mostraba tímida y cautelosa
al goce del disenso y de las garantías democráticas de la reunión política y sindical , el ejercicio de la protesta y del sentir y
el decir sin dolor y sin la muerte, la palabra y la escritura sin el caldo de la ergástula sazonada con vidrio molido, la pierna
ulcerada con los grillos, la infección y el corazón mordido en el último círculo dantesco de La Rotunda.
Carora, en ese lento y difícil amanecer
del siglo XX(¿no afirmaría Picón Salas que
nosotros había ingresado a ese siglo con
retardo en 1935?); Carora, digo, fue nuestra Venezuela de la segunda mitad de los
años cuarenta,
al fin liberada ya
de la rabiosa libertad
que
amordazara la
dictadura gomecista y recién
aprendida
en
una habitación
que le hacía
proa a las calles
de marras, donde su morador
apenas
tenía
tiempo de descabalgar de la mula de hilo y colgadero del chinchorro y abandonar sus frecuentadas lecturas de Bolívar,
Martí,
Lenín,
Mariátegui (me
lo refería mi padre,
Antonio
Crespo Meléndez) porque alguno de sus discípulos se
acercaba desde temprano a recibir lecciones de sensibilidad social, pureza ideológica, militancia humanística y postura anticolonial, o si no en procura de algún libro
encandelado de expoliaciones obreras y
campesinas y recuento de conucos, huertas, valles y sabanas arrebatados por la uña
terrófaga.
Aquel caroreño, aquel alborotador in comento, tuvo en la fe de nacimiento el nombre de Cecilio Zubillaga Perera, pero nadie, con gentilicio del híspido valle del Municipio Torres, llegó a cometer la desobediencia de la luenga práctica regional del
disminutivo que lo llamaba no como se
asentaba en la seña de la escritura pública
sino como mandaba hacerlo la añosa tradición: Don Chío o simplemente Chío; y
de tal guisa lo propalaba la boca del pueblo por las calles y por toda la región y más
allá de su eternidad.
El cuarto de ladrillos y ventanales de
madera de vera que se adelantaba al filo de
la esquina nunca conoció recato solariego
alguno ni el menor murmullo de jardín: el
tráfago más variopinto de poblanos hacía
romería en su zaguán y en su escritorio en
demanda de su palabra ardorosa de justicia y filosa de acusaciones con la que avizoraba su destino íntimo y común de campesino y obrero preterido y en busca de los
dones literarios o artísticos, el racionamiento político anticapitalista, el heridor
argumento en la polémica verbal y escrita
contra toda malechuría (la punzante palabra, invención suya) y la razón y el entu-
siasmo en la actitud refractaria.
Un adolescente de piel quemada entraría un
día a esa casa de
revoltosos y de
iconoclastas con
una guitarra en
sus manos de
muchacho educado por la resolana de su aldea.
Se llamaba Alirio
Díaz. El hombre
tosco y cabezudo
de la casa enventanada lo enrumbara hacia la
gloria y vigilaría
desde su aldea
caliente su nombramiento en los
conciertos
de
Viena y de Venecia. Más tarde,
un joven de pelo
vivaz y cerdoso como los ayamanes de Aregue se acercaría a esos anteojos de fondo
de botella. Empuñaba un libro y ha pergeñado alguna prosa con pretensiones de
universalidad. Le dicen Luis Beltrán Guerrero. El de más atrás golpea con sus nudillos de párvulo la puerta de la escuela del
humanismo y la oralidad socrática. Observa la vida como si se la pasara registrando
lejanías y entonaba su palabra sin cometer
error alguno para su tan moza inteligencia. Es oriundo del espinoso valle de San
Francisco. Se hace llamar Alí Lameda y ya
ha escrito un soneto bien temperado y de
ajustado casticismo. El muchacho que le
sigue es Héctor Mujica, de su misma parvada. Acusa un perfil de cernícalo y le arde
la mirada oscura. No se parece a su adolescencia, tan airado como se halla en medirse con los clásicos de la imaginación creadora de invencionero, de reflexivo y reportero de alto periodismo, del que llegará a
ser su renovador, su académico y levantado orfebre. A don Chío le asombra tanta
luminosidad en sus nacientes instintos de
rebeldía política y hombría literaria.
Acuden más, muchos más. Los hay que
enderezaban su mañana yendo a escuchar al caroreño ineludible que abría incontables caminos al pensamiento y a la
emoción y al cumplimiento vital de una
ética contestaría, jinete sobre su chinchorro o curvado frente al escritorio, siempre
tocado con su gorra de bolchevique y su
perspicacia de lechuzo. Ya llegará de los
desiertos de la Candelaria y de Muñoz
cierto muchacho a la casa legendaria de la
Ramón Pompilio y la Bolívar y la tienda de
Don Abel Silva . Era Ramón Gudiño. Pronto, su fervor de justiciero lo habrá de afiliarse al periodismo que guerreaba contra
el despojo de las tierras de los pastores de
cabras, los amasadores de arcilla y los peones del salario de mendrugo en las páginas
El Diario de Carora, aquellas hojas civilizadoras que difundía el abuelo José Herrera
Oropeza y su cómplice en el oficio, Don
Chío, quien no tardaría en atreverse a hacer circular bajo su voluntad otro cotidiano, al que llamaría Cantaclaro, donde su
lectura iracunda se oía como un grito por
los campos y los cerros.
Me visita un recuerdo. El mediodía donde nací me lleva de mandadero a la casa
que refiero. Llevo una hoja suelta, escrita
con apuro. Mi padre quiere que vaya a tocar a su puerta. Esa vez todo calla.
Logro empinar mi primera infancia para
alcanzar la ventanilla del segundo portón.
Entonces lo vi: primero, la hamaca amarrada de uno a otro extremo del corredor;
alguien montaba a caballo sobre esa montura de hilo y finalmente unos anteojos
con grandes ojos de miedo en el rostro pedregoso.
Su dueño no se movió. Escuchó mi voz,
mejor, mi casi murmullo. Dio una orden y
una breve mujer descubrió mi breve presencia al pie del portón y apartó una de sus
hojas. En sus manos dejé la misiva. El hombre cachuchudo desensilló su jumento vegetal y se fue hasta los adentros de un
cuarto. De allá provino. Traía un libro . La
mujer cetrina me lo acercó como algo muy
frágil, como una copa. No supe, nunca sabré, que decía la portada; sólo al llegar a la
presencia de mi padre me aprendí el nombre de quien lo enviara. “Ese es Chío. Chío
Zubillaga”. No pregunté más. Ahora me lo
sé de memoria, mientras se aparece desde
mi ayer, como un país, como nuestra historia interrumpida, ahora al fin, recomenzada, las veces que somos más pueblo que
nunca, más todos, más cada uno, más iguales por la ilusión socialista, más Chío Zubillaga.
Hace unos días nuestra Asamblea Nacional determinó rendirle tributo nacional al
caroreño de la justicia popular, al maestro
y su escuela de escritores, intelectuales, artistas servideros públicos y pueblo redimido con desvelo venezolanista. Mi padre
frecuentaba su tumba con una rosa en la
mano. ¿Por qué no está en el Panteón de
Bolívar, el gran bolivariano de la independencia política y social , el venezolano de
la redención colectiva?” me decía Sí, papá
¿por qué?, le respondo hoy a su presencia
impalpable. ¿Quién de nosotros lo propone? ¿Cuándo? ¿Cuándo que sea ya, que sea
hoy?
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DOMINGO 15 DE MARZO DE 2015 / CIUDAD CCS / LETRAS CCS
LETRAS CCS / CIUDAD CCS / DOMINGO 15 DE MARZO DE 2015
Joserramón Meléndes:
una escritura en voz alta
ALBERTO RODRÍGUEZ CARUCCI
Una mañana neblinosa, en octubre de
1987, un helicóptero se levantaba en el
cielo de Mérida al mismo tiempo que esparcía por calles y plazas de toda la ciudad
miles de poemas de distintos autores de
Venezuela, América Latina y el mundo.
Entre la ciudadanía sorprendida, aquella
ventisca de versos preparaba el ambiente
para la realización de un primer Festival
Internacional de la Poesía que se llevaría a
cabo por toda una semana con la organización y auspicios de la Universidad de Los
Andes y de los organismos de difusión cultural estatales.
Entre los distinguidos invitados nacionales y de otros países, muchos de ellos de
amplio reconocimiento en el mundo de
las letras, se encontraban dos jóvenes poetas procedentes de Puerto Rico, José Ramón Meléndez (1952) y Ángela María Dávila (1944 – 2003), ambos integrantes de la
generación de poetas que irrumpió en la
década de 1970, a la que pertenecían también Aurea María Sotomayor, Vanessa
Droz, Ivonne Ochart, Etnairis Rivera, Liliana Ramos Collado, Jorge Morales Santo
Domingo, entre otros.
La presencia de la pareja boricua permitiría el acercamiento de su propia poesía,
y de la literatura puertorriqueña en general, tanto a los escritores participantes como al público que concurrió entusiasta a
aquel evento en la entonces pequeña y
brumosa urbe serrana.
Veinticinco años después, Joserramón
Che Meléndes –como prefiere identificarse y como se le conoce tanto en la Isla del
Encanto como en la comarca literaria del
Caribe- vuelve con la experiencia acumulada en ese cuarto de siglo, esta vez a Caracas en calidad de Escritor Homenajeado
de la XI Feria Internacional del Libro de
Venezuela, donde participará en el lanzamiento editorial de una representativa
muestra de su obra y en las actividades de
difusión de la literatura de su país, puesto
que este año Puerto Rico es el invitado
principal de esta fiesta bibliográfica.
Meléndes es un escritor polémico, no
pocas veces soslayado por la cultura oficial
de su país, en la que sin embargo ha impactado de una u otra forma a través de su
empeño creador, de su franqueza comunicativa, del compromiso ético decidido con
su nación y -sobre todo- mediante su peculiar escritura que transgrede los convencionalismos de la corrección formal y subvierte la ortografía normativa para fundar
otra, en y con su literatura, en un intento
por dar mayor legitimidad y autenticidad
a la que considera como genuina expresión sensible de las mayorías puertorriqueñas. Desde ese empeño experimental
ha hecho un conjunto de reflexiones lingüísticas, filosóficas, históricas y literarias que ha expuesto con detalles al responder distintas entrevistas con el fin de
fundamentar su singular modo de escribir, asumido como un ejercicio de libertad ante los rígidos protocolos impuestos
por los academicismos universitarios y los
arbitrios clasistas. Más de una vez ha expuesto que defiende el criterio fonético de
la ortografía, en vez del criterio etimológico, pues estima que aquél facilita la transcripción sin disminuir la profundidad del
lenguaje.
En una entrevista concedida en 1998 a
Quetzal Acosta aclararía sin embargo: “Yo
no tengo ningún afán de proponer una ortografía definitiva para el resto de la historia; o sea, que cuando cambie la manera
de pronunciar, que cambie la de escribir.
La transliteración no tiene por qué tener
miedo a ser caduca; pero que sea menos
caduca, más intuitiva”.
Crítico de la normativa surgida de las
Academias, Che Meléndes se ha propuesto
con su proyecto de escritura la elaboración de una literatura en puertorriqueño, como una manera de llegar a un público más
amplio y poco atendido en su nación, participando al mismo tiempo en el conjunto
de la literatura hispanoamericana mediante la transcripción de los componentes propios de la expresión oral boricua.
El escritor, y distintos articulistas, han
comentado que en los medios ilustrados
de Puerto Rico es donde esa escritura ha
encontrado mayores resistencias, pues ha
sido precisamente en esos círculos donde
se ha hecho más difícil su desciframiento.
Por el contrario, en otros escenarios menos exquisitos se ha leído con más naturalidad, según testimonia Che Meléndes en
su singular grafía:
Los segtores populares qe an leido
mis testos ni notan la ortografía. La diferensia entre mi forma de trascribir
el idioma i la popular es la regularidá.
El pribilejio en la atensión de algunos
de mis testos se lo deben a su difusión
oral: no puedo desir qe impliquen
simpatía “oxigráfica”. La ofisialidá intelegtual a acojido mi oxigrafía (…)
con desconosimiento, con miedo, con
odio: Si le tambalea su edifisio de seguridades i candados a la bes qe le jode su reflejo fotomotor tan pavlobianamente cultibado, se entiende. Pero
los mejores entienden qe algo ai. Anjelamaría Davila me dijo sentirse liberada cuando leyó Desimos désimas. [Respuesta a Eduardo Díaz Guerra. “Tras
las huellas de la oralidad”.
En una entrevista previa, concedida a
Julio Ortega [publicada en el número 167
de Casa de las Américas, en La Habana], el
poeta había afirmado que “en el caso de
Puerto Rico, particularmente, aceptar la
inmediación y aceptar la oralidad como
canal solvente de producción intelectual
es absolutamente natural”.
La formación intelectual de Meléndes
ha sido resultado de un cultivo hetero-
doxo, pues si bien realizó estudios de filosofía, ha incursionado en estudios de estética, lingüística, sociología, antropología,
artes visuales, literatura, entre otros saberes que han atraído su atención. La densidad de su propia obra así lo revela.
Poeta, ensayista, narrador, editor, investigador, antólogo, organizador cultural,
ha sido además libretista de radio, teatro y
cine, conferencista de excepción en Cuba,
Jamaica, Puerto Rico, República Dominicana y Venezuela; fuera de nuestra América en los Estados Unidos y Rusia. Su obra
publicada alcanza cerca de una veintena
de títulos. En 2002 obtuvo el Premio Nacional de Poesía del Pen Club de Puerto Rico y en 2009 los Premios de Poesía, Ensayo
y Narrativa que otorga el Instituto de Cultura Puertorriqueño.
Su labor de antólogo ha producido
Poesiaoi: antolojía de la sospecha (1978) y Puño
de poesía (1979), indispensables para el conocimiento de la poesía de Puerto Rico en
los últimos treinta años. Asimismo, como
editor, ha contribuido a la recuperación y
divulgación de textos poéticos fundamentales en la historia cultural de su país, como los de Juan Antonio Corretjer, Francisco Matos Paoli y José María Lima, cuyos libros publicó bajo su sello editorial qeAse.
Junto a esas ediciones Meléndes se ha ocupado de escribir valiosos ensayos sobre
esos autores, contribuyendo a su articulación en el conjunto literario nacional, cuyo canon se ha ampliado y fortalecido con
sus aportes.
Su obra poética disruptiva y transgresora se encuentra recogida en los volúmenes
Desimos désimas (1976), La casa de la forma
(1986) y Calaboso –restos de la casa de la forma
(2011).
El primero de esos libros fue resultado
de minuciosas indagaciones sobre una
forma tradicional como la décima, que el
poeta logró actualizar y renovar según las
posibilidades enunciativas contemporáneas, dotándolas de nuevas funciones y
salvándolas del aprisionamiento que les
imponían las lecturas escolarizadas, guiadas según las claves del criollismo. Desimos
désimas, título inicial del autor, fue leído
como obra de altibajos que terminarían
superados por la audacia del simulacro de
oralidad en la escritura “oxigráfica”, por el
rescate de ritmos y sonoridades, por el tratamiento de temas nacionales urgentes
unidos al desplazamiento y transformación de aquella forma campesina en una
décima urbana rebelde, convertida en estilete político necesario, de conciencia y
vocación independentistas.
Asomaba así la búsqueda de una poética
alternativa cuya continuidad se ligaría en
lo sucesivo a otra variante de la versificación tradicional, el soneto, que sería escogida para el libro La casa de la forma, cuya
primera publicación –artesanal- contó
apenas con una edición de trescientos
ejemplares particularizados, únicos, distinto cada uno del otro.
La escogencia del soneto, de extensa y
versátil tradición en la literatura universal, no respondía a una mera preferencia
por un formato -que podría ser visto como
anacrónico- sino a una voluntad de escritura en deliberada disidencia con el facilismo y el culto exagerado por el verso libre, predominante por entonces en la poesía puertorriqueña, a la que Meléndes opo-
nía la manifestación de su exigencia estética, intentando expresarla con responsabilidad y libertad dentro de la forma estricta del soneto. En la entrevista que le hiciera Quetzal Acosta, sintetiza su propósito:
Yo traté de desnudar la poesía, lo
poético, lo artístico, el lenguaje, la comunicación; de lo que dijera. ¿Cómo?
Poniendo a correr todos los contenidos en esa maqinita, en ese cuerpo repetido, en ese espesimen de la espesie
qe es el soneto, para qe se fuera, en
esa sentrífuga, desasiendo del sentido.
……
La casa de la forma quiere ser ese
cuerpo alternatibo del sircuito. Leamos, por fin, no lo que dise el poema,
sino ‘el poema’. Leamos, por fin, no lo
qe dise la poesía, sino ‘la poesía’. La
poetisidá, lo artístico; la imajen , finalmente, qe se nutre en nosotros de esa
bibensia elégtrica.
Libro-objeto de intrínseco valor artístico, La casa de la forma, dio concreción a
un proyecto poético de realización compleja, que en cierta medida rendía homenaje al legado de Juan Ramón Jiménez y
José Lezama Lima.
El poemario, en tanto corpus textual, se
ofrece integrado y consustanciado con su
materialidad gráfica y objetual, potenciando así las posibilidades de su recepción, que ha sido tan diversa como polémica.
Cintio Vitier, en lúcidas y densas notas
que sirven de epílogo, distingue seis partes vertebrales que parecen mostrar una
organización circular del libro, cuya primera proposición sería “la glosa de un soneto”.
Los que constituyen La casa de la forma,
sin embargo, son sonetos diversos en los
cuales no escasean los empeños experimentales y las recreaciones audaces de esa
tipología poética, tanto en sus modos de
versificación como en sus componentes
rítmicos, que dan fe de las consecuentes
búsquedas expresivas del poeta.
Aquel libro tiene en cierta medida su
continuidad y extensión en Calaboso, –restos de la casa de la forma-, un volumen
que pone de manifiesto la formación erudita de su autor a través de la diversidad y
abundancia de textos y autores referidos
durante el tratamiento de asuntos como la
vida, la muerte, el ser, el destino, la ética y
la estética, la verdad, la dignidad, la libertad, la palabra, la poesía.
El título, Calaboso (calabozo), nombra el
foso, celda de aislamiento o de reclusión
propios de las antiguas fortalezas o de las
viejas casas solariegas. Es decir, el último
recinto de la construcción. Es por esto que
en portadilla interior, un subtítulo establece más explícitamente la relación de
este libro con su precedente: “-fragmentos
i sonetos escombrados en La casa de la forma. 2ª Sinfonía”.
Si la armonización de la sonoridad y las
cadencias propias de la dicción puertorriqueñas son relevantes en La casa de la forma, aquella búsqueda de eufonías reaparece en Calaboso de manera manifiesta al
distinguirlo como “2ª Sinfonía”.
Para Meléndes la literatura es forma, es
arte, así como lo son también la pintura,
la arquitectura y la música, la danza y el
performance. En su obra poética esa concepción se materializa conjugando rasgos
de esa diversidad expresiva, convertida en
última instancia en el libro-objeto artístico integral, que debe impactar en todos
los sentidos del receptor.
Aunque la recurrencia del soneto sugiere la continuación de ese modelo de escritura, en Calaboso se han incluido formas
poéticas clásicas, formas vanguardistas,
textos reflexivos en prosa que indagan en
el propio quehacer poético. Libro irreverente, irónico, transgresivo de las formas
de escritura convencionales, conserva en
su heterogeneidad textual una voluntad
unitaria que logra darle cierta cohesión e
integridad, a pesar de su fragmentariedad
originaria.
Parte de los textos que lo conforman
fueron dejados fuera del libro anterior.
Aquí aparecen revisados y complementados con otros nuevos que cumplen los
efectos de organizar la coherencia y unidad necesarias en este nuevo volumen. Pasados veinticinco años, Meléndes apela a
la metáfora de los despojos para identificar aquellos restos como “fragmentos escombrados”, retirados, despejados o depurados del libro previo.
En su peculiar ortografía, Che Meléndes
caracteriza su libro en esta aclaración, con
la que reemplaza la escritura de un prólogo:
Así, imperfegtos i desordenados, e
intentado presentar con alguna dignidá estos posbertebrados –pero sin imponerles una ortolojía ni ortonomía
falsificadoras de su eterogonía, qe entonces resultara más bien materia natiba metida en moldes importados.
Fásil sería salbar una antolojía de estos salbajes, me parece; yo presento
su tribu con algún adorno y pudor naturales.
…..
[…] el material ‘desechado’ se ofrese como una lus o una oscuridá posible para la lectura, no sabemos cuánto
distinta de su Casa.
Los textos que integran Calaboso, más
allá de sus posibles defectos e inconsistencias de origen, releídos desde la perspectiva autocrítica del mismo autor y sin la pretensión de conservar las matrices de pensamiento y expresión iniciales, cobran en
este libro un nuevo ordenamiento y también nuevos sentidos procurando mantener únicamente su libertad expresiva y su
autenticidad esencial.
La publicación de Che Meléndes en dos poemarios y una entrebista nos entrega La casa de
la forma y Calaboso, acompañados del trabajo periodístico de Quetzal Acosta, que puede permitir a los lectores un acercamiento
esclarecedor sobre la personalidad y las
concepciones del poeta puertorriqueño,
así como un mejor conocimiento de su estética y de su escritura compleja y transgresiva, densa en su comunicación y franca en sus pronunciamientos sociales, políticos y culturales, a la vez que representativa de la mejor producción intelectual de
Puerto Rico.
3
L A L IBRERÍA MEDIÁTICA
Marialcira Matute
A los soñadores,
a los hermanos de FUNDARTE
A los soñadores no hay fuego que los detenga, ni silencio que los desanime.
¿Cómo aceptar que un fuego pretenda
llevarse lo material de un proyecto que está hecho de sueños que no puede consumir fuego alguno? ¿Cómo comprender lo
inentendible aunque sea parte de lo cotidiano, tan parte de lo cotidiano como los
eventos felices, también inexplicables?
Esta semana un fuego irrumpió en la fábrica de sueños que es FUNDARTE. No tocó a los soñadores, por fortuna. Se llevó
consigo bienes importantes, pero no se
llevó, porque no puede, las ganas de seguir soñando y haciendo posibles los sueños de otros, de hacer visibles las expresiones culturales de tantos, de hacer sentir dignos y útiles a tantos.
No hay palabras de consuelo para un
evento tan terrible. Pero sobran abrazos
solidarios y ganas de ponerse a la orden, y
poesías para decir aquí estamos y con ustedes nos pondremos a reconstruir.
Transcribimos este poema de Gustavo
Pereira en nombre del colectivo TVLecturas y el equipo de La Librería Mediática como un conjuro para que FUNDARTE renazca con su equipo más fuertes y mas soñadores que nunca. Más generosos, solidarios y creativos que nunca.
Somari de los soñadores
Si no fuera por los soñadores
el mundo
sería una basura.
Y caverna lóbrega nuestro lecho.
Si no fuera por los soñadores
¿qué sentido
tendría
todo esto?
Los búhos serían amos del día
y los garrotes terminarían por escribir
[las únicas palabras
***
Nuestro XII Concurso Anual de Cuento Breve
y Poesía 2015 se encuentra en fase de preproducción de las antologías Libro Radial y
Libro Televisivo con los textos ganadores. De
650 recibidos el Jurado Postulador envió
57 al Jurado Calificador, y éste ha eligido
como ganadores a 27 textos de autores de
Venezuela y otros países. El veredicto se
publicará el 23 de abril.
***
La Feria Internacional del Libro FILVEN
2015 se extiende hasta el 22 de marzo en
su capítulo Caracas en el Teresa Carreño,
Unearte y Plaza Museos. Luego recorre el
país. Desde La Librería Mediática y TVLecturas participamos en varios eventos a los
cuales nos han convocado diversas instituciones como FUNDARTE, Ministerio del PP
para la Educación y CENAL, y haremos
también un taller de Análisis Crítico de
Medios para maestros con base en nuestro
libro ¿Cómo hacernos amigos de los libros
mientras vemos televisión? (El Perro y La
Rana, 2014 y descarga gratuita en www.lalibreriamediatica.com )
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LETRAS CCS / CIUDAD CCS / DOMINGO 15 DE MARZO DE 2015
¿Chávez filósofo?
JORGE DÁVILA
A muchos asombró J. A. Calzadilla
Arreaza. No es la primera vez. En esta ocasión, porque ha tenido la osadía de postular la estatura filosófica de Hugo Chávez
(Letras CCS del 8-3-2015). De boca de un
profesor de filosofía escuché que eso es
una aberración. Pregunté por qué. Sus razones, apartando la mueca que dibuja en
su rostro el menosprecio, refieren a la ausencia de “estudio especializado” e incluso a la “falta de formación básica”. Argumenté en contra, no con mucho ánimo.
En vano. Al final me dijo que, en el mejor
de los casos, Chávez sería un “pésimo aspirante a diletante”. Callé. Preferí hablar
conmigo y mis interlocutores ya para
siempre ausentes. Entre ellos J. M. Briceño Guerrero. Distinguió el diletante con
genio del profesor de filosofía.
La filosofía como enérgeia (la reflexión
crítica, problematizadora de lo obvio) se
petrifica en la filosofía como ergon (los
productos del filosofar, los sistemas de
pensamiento). Por eso, dice Briceño Guerrero, “la filosofía como ergon tiene como
perspectiva el poder ser utilizada como
instrumento, manejada como cosa en el
quehacer cultural”. Pero, también, sobre
el piso pétreo del ergon se erige el mismo
filosofar, la filosofía como enérgeia. Al convivir, ambas corren su riesgos propios: para el ergon, desprecio u olvido; para la
enérgeia, copia y simulación. En el marco
de esa distinción de la filosofía, se puede
destacar un cuarteto tipológico de personas ocupadas de la filosofía de acuerdo
con lo que dice el maestro Briceño: “La filosofía como enérgeia, el filosofar, surge
dentro de una tradición caracterizada por
un estilo, modelos y sistemas, surge dentro de la filosofía como ergon. Un amplio
conocimiento de la tradición, sin filosofar, además de ser necesariamente superficial, no pasa de ser árida erudición. Un
filosofar que ignora la tradición es diletantismo: no logra la buscada relación directa con los problemas porque se encuentra bajo el imperio de la tradición,
tanto mas fuerte por cuanto opera secretamente desde la lengua, mundo que nos
toca en heredad donde se han sedimentado los pensamientos más altos gastándose y banalizándose. Sin embargo, es interesante lo que resulta del diletantismo
unido a la genialidad como en el caso de
Federico Nietzsche, quien si bien estaba
en muchos aspectos por debajo del nivel
ya alcanzado en la tradición, se elevó sobre ella en ciertos puntos a alturas quizá
no logradas todavía por el pensamiento
contemporáneo. Deprimente es, en cambio, la erudición unida a la mediocridad
como en el caso de tantos profesores e
historiadores de la filosofía; pero su fun-
ción como conservadores de la tradición
no es de despreciar” (“¿Qué es la filosofía?”,
1962).
Ignorancia de la tradición (dilentantismo, desconocimiento del ergon) y erudición son los extremos relativos a la formación de la persona. Mediocridad y genialidad son extremos de caracteres propios de
la persona, más o menos intrínsecos. No
es difícil caer en cuenta que los ejes que
unen ambos pares de extremos (genialidad-mediocridad y erudición-diletantismo) expresan y ocultan las virtudes y vicios de la
persona. En un eje, la virtud y el vicio intelectual; en el otro eje, la virtud y el vicio
moral. Se pueden formar cuatro tipos
combinando los extremos. Briceño Guerrero sólo hace explícitos dos de ellos, a
saber: diletantismo/genialidad y erudición/
mediocridad. Y cada uno con su ejemplos:
Nietzsche y el profesor/historiador de filosofía. Los otros dos extremos, no explícitos son: erudición/genialidad y diletantismo/mediocridad. Curioso: el primero de estos dos parece definir una exigencia mayor que la que ejemplifica Nietzsche.
Nietzsche sabía de su diletantismo genial;
conocía de lo que llamó el daltonismo de
los pensadores (“ No se trata únicamente
de un defecto. Quizá ha sido este el camino por el que la humanidad ha aprendido
el placer en la contemplación de la existencia ...hay individuos que consiguen salir por su propio esfuerzo de un daltonismo parcial a una visión y una distinción
más rica...”; Aurora, 426). Sin duda, el erudito genial es el caso límite de la excelencia y, por así decirlo, la máxima escalada
que alcanzaría el verdadero filósofo. Y,
por su parte, el diletante mediocre, una
versión más deprimente que la del profesor/historiador de filosofía. Es como si a la
sublimación del carácter ejemplificado
por Nietzsche (sublimación del diletantismo/genialidad, quiero decir) se le opusiera
la degradación patética del profesor que
se hunde tanto en la ignorancia de la tradición como en su propia mediocridad
haciendo de ambas una sola y misma cosa: la peor estirpe del profesor.
Lo que nos ha mostrado Calzadilla
Arreaza, con su acertado ensayo, es cuan
cerca estaba Chávez del diletante genial
y, en la misma medida, cuan lejos estaba
del diletante mediocre. De ese tenor sería
el encuentro de Chávez, en sus últimos
días, con los escritos de Nietzsche. Los
profesores de filosofía no entienden de
eso; su encuentro con un filósofo es de
otro tenor: mera técnica. Y claro está, todo dilentante mediocre, la estirpe degradada del profesor, siente desprecio por los
otros tipos y se esmera, con soberbia, en
ser simulacro de erudito genial, ni siquiera de diletante genial.
Tuve otros interlocutores ausentes: Gilles Deleuze y Félix Guattari. Ellos dieron
el mismo título del ensayo de Briceño
Guerrero para un libro más amplio: ¿Qué
es la filosofía?” (Minuit, 1991). Contemplación, reflexión, comunicación: nada de
eso es la filosofía; lo explican bien y sencillo. Construcción de conceptos, sí. Pero
conceptos que encuentran su buen sitio
en un plano, en una base donde se mueven
en su propio orden, un plano fiel a la pura
inmanencia. También, unos personajes, los
amigos -y enemigos, por supuesto-, que
dan como la fuerza vital al plano y los
conceptos. Y en el ensamble de esos tres
elementos (personaje, plano, conceptos),
como el cemento que une, hay un gusto: el
del filósofo, el de su decir, en el lenguaje,
que insinúa o violenta para alcanzar lo
Director Freddy Ñáñez Coordinadora Karibay Velásquez. Letras CCS es el suplemento literario del diario Ciudad CCS y se distribuye de forma gratuita | correo-e: [email protected] | Twitter:
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bello, lo sublime. La filosofía se aferra a la
tierra, se territoraliza, es viva en una tierra concreta y específica; aunque puede
desterritorializarse, se reterritoraliza,
viajando epocalmente. Y esa tierra a la
que se aferra, que es propiamente el concepto, es el territorio. Y un territorio es la
tierra fecunda de la creación de conceptos. “La creación de conceptos apela en sí
misma a una forma futura, pide una tierra nueva y un pueblo que no existe todavía”.
Si la filosofía, con vigor modernamente, se reterritorializó europea, “eso no
constituye un devenir, constituye únicamente la historia del capitalismo que impide el devenir de los pueblos sometidos”.
El filósofo que cuenta en ese devenir es el
que lleva a un pueblo por dentro: “el pueblo es interior al pensador porque es un
‘devenir-pueblo’ del mismo modo que el
pensador es interior al pueblo, en cuanto
devenir no menos ilimitado”. El gusto, el
decir del filósofo, se hace uno y el mismo
con el del pueblo interiorizado en él cuando él mismo está entrañablemente sumergido en ese pueblo: ese pueblo en ese
territorio que pide un pueblo y una tierra
nueva en el devenir que deja atrás el capitalismo.
El ensayo de Calzadilla Arreaza nos
muestra el nítido paisaje de ese cuarteto
de ideas en el pensamiento de Chávez:
conceptos, plano de inmanencia, personajes y gusto filosófico. Núcleo de ellos
son: los conceptos de la Ilustración radical, reterritorializados más que actualizados, sometidos a “la reinyección de sentido”, son esos “conceptos universales que
se habían hecho huecos y vacíos del uso,
mal uso y desuso” como dice Calzadilla; la
Historia como plano de inmanencia, “una
metamorfosis de la Historia” como dice
Calzadilla: la Historia como “lo que debe
ser pensado y no puede serlo” (Deleuze);
Bolívar como personaje central -filósofo
también, tan próximo de Spinoza- y en su
entorno eso que Calzadilla identifica como “un insólito sincretismo o síntesis”
que reúne filósofos, pensadores, personajes históricos. ¿Y el gusto? Bien lo responde Calzadilla: un decir en el lenguaje, en
el lenguaje popular, en el lenguaje del
pueblo que palpita en su interior, que impulsa “la creación heroica de un pueblo
con una cultura e identidad firmes, erigido en sujeto patrio ante la voracidad de
los imperios pasados, presentes y futuros”.
Sé de otros interlocutores ausentes y
presentes en cuyo gusto no cabe todo esto
sino como disgusto. Me apeno por los primeros. De los segundos temo su falta de
generosidad, su rechazo al “deseo por el
que los hombres, bajo el dictado de la razón, nos esforzamos en ligarnos de amistad”, como la define Spinoza.
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