CUENTARIO DE TERROR Miguel Angel Cuevas Guinto Todos los derechos reservados © 2013 Prohibida la reproducción total o parcial de esta obra Tabla de contenido La máquina ...................................................................... 2 En el infierno. .................................................................. 4 Cómo nacen las brujas ................................................. 24 El Berraco ...................................................................... 26 Cuando el tecolote canta, el indio muere ................... 28 El brujo .......................................................................... 29 El chaneque .................................................................... 31 El hombre lobo .............................................................. 34 El perro negro ................................................................ 37 El roba chico .................................................................. 40 El conductor................................................................... 43 La leyenda del espejo maldito....................................... 44 Cerrar los ojos ............................................................... 47 La Llorona ¿cómo se convirtió en alma en pena? ....... 48 El asesinato del extraterrestre ...................................... 50 La leyenda del caballo del diablo. ................................ 53 La leyenda del carruaje diabólico ................................ 54 Cazador de almas .......................................................... 61 La mujer serpiente ........................................................ 64 La mujer tarántula ........................................................ 68 El jinete sin cabeza ....................................................... 72 La máquina ¡Lo había logrado!, ¡había inventado la "máquina", pronto sería el hombre más famoso del mundo! La máquina revolucionaría la ciencia; la tecnología daría el salto cualitativo más asombroso de todos los tiempos; los avances científicos serían de tal magnitud que la historia de la humanidad cambiaría para bien. Recordó que años atrás tuvo una reveladora visión, el dios de la ciencia lo visitó durante la noche inspirándole las ideas más increíbles que un ser humano pudiera concebir. Trabajó durante meses sin dormir, febril afinaba el proyecto hasta que estuvo listo y 3 funcionando en su cerebro como un perfecto prototipo. Los años pasaron sumándose uno a uno, hasta que alcanzaron la suma de veinte, un pequeño número, que en este caso significaba toda una vida de privaciones, sacrificios y esperanzas rotas en un día y reafirmadas en el siguiente; veinte años de burlas, de dudas sobre su talento al grado de calificarlo como genio loco. ―Se reían a carcajadas cuando les dije que podía crear la "máquina", una maravillosa invención capaz de cumplirles a los hombres sus más caros anhelos. Les expliqué el principio científico que regía el funcionamiento de la "máquina", pero cada vez que hablaba para sintetizarles con palabras las complicadas fórmulas reían más y más‖. ―No lo entendían, jamás lo entendieron, pero realmente ellos no eran culpables, ¿qué podían saber de las extrañas y oscuras fuerzas que rigen nuestro universo? ¿Qué podían saber de los enormes caudales de energía creativa que gira a nuestro derredor?‖. Pero ahora la "máquina" estaba lista para ser presentada al mundo, allí estaba la gran esfera que flotaba con un zumbido y una luz que hipnotizaba. Pronto pasó el primer hombre, al que se le concedieron sus más caros caprichos, después... después la fila fue interminable, miles y miles quedaban satisfechos ante la gran esfera que de manera incansable cumplía todos los deseos. ―Ocasionalmente yo iba a la parte posterior de la "máquina" para darle mantenimiento, abría una pequeña puerta, el calor me invadía en forma de rojo resplandor, le daba cuerda y procedía a cerrar la puerta, las instrucciones del dios de la ciencia habían sido muy claras y yo las seguía al pie de la letra; lo único que me importunaba era el fétido olor a azufre que invadía mis narices‖. En el infierno. 5 Dos horas antes había descendido del autobús, estaba empapado en un sudor pegajoso que le untaba la camisa al pellejo, pasó largas horas en medio de un ambiente de rancia humedad, donde el calor potenciaba los malos olores. Se revolvía y maldecía, mascullaba rabioso, pero a medida que se acercaba a su destino, el enojo dio paso a cierta intranquilidad, una molestia irracional que no provenía de ninguna parte de su cuerpo, pero pronto se convenció que el origen sin lugar a dudas venía del ambiente insano del autobús. Se lo dijo casi triunfal, que otra cosa podía inquietarlo, no tenía motivos ni temores que pudieran provocarle aquel asomo de ansiedad que roía sus nervios y lo perturbaba. Un campesino daba traspiés y se bamboleaba en el pasillo, lo miró con odio, preguntándose sobre la pretensión del hombre en el angosto lugar, al llegar justo a su lado percibió el fuerte aroma del hombre de campo y el pisotón que le ensombreció la conciencia y la mirada. –¡Indio imbécil, fíjate por donde vas! –dijo irascible y prepotente, jaló aire para continuar insultándolo, pero se contuvo, el exabrupto verbal lo rodeo inmediatamente de miradas reprobatorias, más la que realmente frenó su lengua, fue la negra y vacía mirada del labriego aposentada en la suya, la anodina expresión le aconsejó mayor prudencia; farfulló torpemente, sacó un frasco de su bolso y de sus dedos inseguros una píldora verdosa saltó a su boca. Exhalo un hondo suspiro al reclinarse en el asiento, tuvo tiempo de sobra para maldecirlos a todos antes de sentirse invadido por la soporífera calma que prendió su atención en el herrumbrado horizonte. Cargando su escaso equipaje, hacía lo posible por manifestar el desagrado que le causaba el lugar. Gesticulaba, movía los brazo y la 7 cabeza reprobando el calor y la paupérrima pobreza que se manifestaba por doquier. −¡Maldito lugar! −masculló−, ¡nunca, nunca debí regresar! Veintidós años y nada parecía haber cambiado, todo se presentaba igual, podía reconocer a la perfección cada calle, callejón y recoveco; las mismas casas y el mismo color como si el tiempo se hubiera detenido, las misma gente de cetrina faz, piel calcinada por el sol canicular, fantasmas sudorosos que iban y venían con la labrada expresión de resignación en su rostro. A muy corta edad lo invadió la certeza de vivir en un pueblo de deprimentes espectros, un purgatorio del que juró escapar apenas tuvo conciencia. Detestaba el lugar, consideraba a la gente siniestra e hipócrita, como ayer, ahora lo miraban a hurtadillas, eludiendo la mirada y procurando escapar a cualquier tipo de contacto; él hacía lo imposible por facilitarles la tarea, por permanecer en el anonimato, imposible en un lugar que por décadas la misma gente de todos los días va y viene sin cambiar en lo absoluto. −¡Carajo!, es un pueblo de cadáveres ambulantes –se dijo con sorna, mirando de lado a lado, después añadió− ¡Nunca han estado vivos, nunca lo estarán! Yo tuve que irme muy lejos para escapar de este maldito infierno donde la gente se seca al sol o se pudre en vida junto con sus esperanzas. Pero… ¿Cuáles esperanzas?, aquí se nace con el puro cascaron, sin nada adentro, el calor y el sol se encarga de derretir lo poco que hay y en algunos años sólo queda la seca zalea yendo de allá para acá. ¡Hice cuanto debía para irme!, no es pecado querer vivir de verdad. Le bastaron algunos minutos de caminata para detenerse frente a la verja oxidada que daba acceso a la vieja casona, el descuido era evidente, la maleza se había apropiado de 9 buena parte del terreno, empero algún filoso machete mantenía la construcción a buen resguardo. La miró detenidamente, dentro de los viejos muros nació y creció, se hizo hombre perseguido por los gritos agudos de su madre. La detestaba y la temía más que a nada en el mundo. Al ser abandonada por un marido cuya iniciativa y carácter sólo se reflejaban en los constantes maltratos y golpes que la hicieron maldecir la vida, decidió vengarse y lo hizo a conciencia, azotándolo cada vez que la ocasión y su escasa visión se lo permitían. Un frio velo de recuerdos le trajo escenas del salvaje juego de sobrevivir evadiendo a su madre, a los cinco años era experto en esa tarea, consciente de su escasa visión procuraba las esquinas sombrías y los lúgubres pasillos, si mal no recordaba, a esa misma edad colocaba a su paso obstáculos teniendo la vaga esperanza de que una caída la matara, pero su madre era un hueso duro de roer, y… él también. Los dos sobrevivieron, se hizo tan fuerte y ella tan débil que dejó de ser digno rival. El interior estaba vestido del abandono de años, al morir su madre, la gente se llevó lo que pudo y cerró sus puertas, en los pueblos los rumores sobre casas deshabitadas son frecuentes, de esta en particular y de sus habitantes se dijeron cosas terribles. Si en el exterior el Sol deslumbraba enceguecedor, el oscuro recinto de la sala mantenía viva la presencia de su madre, la imaginó deambular por la casa como alma en pena, pagando justamente los pecados cometidos, la imaginó morir en el total abandono, pudriéndose en sus heces sin una mano amiga, una palabra tierna que le endulzara la soledad, se podriría por días, hasta que la peste insoportable obligara a los vecinos a llamar a las autoridades. Recordó a su padre, hombre flaco y malvado al que no tuvo tiempo de querer ni odiar, lo 11 recordaba vivamente a pesar de su corta edad, en un espacio de su memoria quedó guardado para siempre el gesto de incredulidad y dolor de su progenitor. Esa tarde llegó como todos los días quejándose de la mala situación de los negocios, culpándola de todo y arremetiendo contra ella al menor motivo, llamándola ciega y abofeteándola, pero esa tarde sería diferente a otras donde terminaba llorando en silencio en una esquina, en esa ocasión devolvió el golpe asiendo un largo machete, tan filoso que el hierro mordió profundamente en el cuello; vio aterrorizada su obra y temiendo que se abalanzara contra ella golpeó hasta dolerle el brazo. Todo lo miró, con la atención que suele ponerse a los actos más comunes de la vida, estaba sentado mirando cuando su madre lo distinguió en la penumbra, algo le grito que lo asustó y por puro instinto se refugió en una esquina lejos de su alcance. Trabajó hasta entrada la noche, lavó prolijamente el piso y el cuerpo trayéndolo consigo a su habitación. A la distancia del recuerdo le impresionaba la fortaleza de su madre que manipuló fácilmente el peso del cadáver, a prudente distancia y una curiosidad malsana para su edad, espió atento la maniobra de ponerlo sobre una colcha, atascarlo de cal y preparar una bien lograda mortaja que pacientemente inhumó bajo las duelas de su propia cama. Torció el gesto displicente, el asunto que lo trajo de vuelta no le tomaría mucho tiempo, le sobraba luz para lo que se disponía realizar. No le agradaba la casa ni le atraía permanecer dentro de sus paredes, una noche bajo su cobijo sería desagradable; se decía a si mismo que la casa guardaba mucha energía negativa y en lo absoluto pretendía contaminarse con ella. Era una casa muy antigua, con mucha historia y espectrales formas anidadas en los resquicios, durante la noche se desprendían y vagaban descaradas, tales manifestaciones nunca le causaron temor, sólo eran sombras de aspecto estrafalarios, a las que en su niñez 13 y juventud persiguió y acosó sin dar cuartel, al principio lleno de la noble intención de compartir penas, después se divertía persiguiéndolas mientras huían como ratas buscando refugio en su madriguera. Desde siempre quiso marcharse, más la incertidumbre de un exterior hostil y desconocido lo mantenían junto a las cosas que más odiaba en la vida. Cuando se marchó simplemente salió de la casa sin volver la mirada, se alejó cuanto pudo, lo invadía una imperiosa necesidad de hacerlo, de llegar al fin del mundo si fuera necesario. Su aspecto desvalido le abrió los corazones y las puertas, se valía de ello para lograr sus propósitos; el bagaje que cargaba en su alma sirvió de mucho para enfrentarse a la amenazante hostilidad del mundo; en eso él era muy superior; en su corazón no cabía una gota de arrepentimiento y por su sangre helada jamás correría el remordimiento. Quitando de en medio lo que le estorbaba encumbró en una respetable posición, domeñando los furiosos impulsos mediante mágicas píldoras verdes. Su madre le había enseñado bien, él aprendió del ejemplo y escondía los remanentes donde nadie jamás pudiera encontrarlos, al igual que el cuerpo de su padre, escondido por su madre. Era la causa de su regreso, el escondrijo de su progenitora y el suyo propio podía causarle serios problemas. Cuando se marchó se llevó los restos de la fortuna familiar, hizo un lio que el oportunista jardinero le quiso disputar; el maldito rondaba zalamero a su madre intentando sacar algún provecho, lo vigilaba a toda hora y cuando se dio cuenta que el muchacho lo dejaría con un palmo en las narices sin más ni más decidió atacarlo, no lo pensó mucho, un hombre de su corpulencia arrebataría fácilmente lo que buscaba, pero lo que encontró fue el mismo tratamiento, la mortaja y la tumba bajo las duelas de la cama. 15 La madre nunca supo el destino y fin de este hombre y jamás osaría buscarlo en el lugar que años atrás destinara para su difunto esposo, al que a decir verdad lloró sinceramente su ausencia, lo que sí hizo fue sospechar y mirarlo con rencoroso reproche. Si la desaparición de su padre fue la noticia del año, la desaparición del jardinero los estigmatizó como casa de locos y malditos, la gente en los pueblos no desparece así como así, por muy lejos que se vayan no falta quien los mira en algún lugar, como lo miraron a él y le dijeron que las autoridades remataron su casa al mejor postor y que pronto empezarían a construir una nueva edificación, también le dijeron que tenía un plazo para recoger cuanto quisiera llevarse. Terminaba de retirar las duelas y el tiempo parecía haberle jugado una mala pasada, el día se retiraba y las sombras se aposentaron en la casa como una mala broma. Los dos bultos mortuorios exactamente iguales se deshacían tras años de entierro, las cuerdas cedieron y de entre la tela podrida toda clase de alimañas saltaron, huyendo de la paz sepulcral de sus nidos. Por fin pudo tener a la vista el motivo de su regreso, dos cuerpos secos sonriendo como si la muerte fuera un chiste; él tendría que deshacer lo hecho tiempo atrás, de descubrirlos, no tardarían en identificarlos, la gente haría memoria y sacaría conclusiones que le causarían problemas. Exhumó el primero que se deshizo sobre las duelas de madera, el siguiente, su padre, a pesar del mayor tiempo resistió el tirón y sus huesos se mantuvieron firmemente unidos, lo miró detenidamente, las cuencas vacías seguían mirando rabiosas y su sonrisa descarnada y entreabierta parecía dispuesta a lanzar improperios y maldiciones –Sigue siendo un basilisco −dijo entre diente, imitando burlonamente la sonrisa paterna. 17 Las sombras lo rodeaban, aparecieron nuevamente como si no hubiera pasado un solo día de su partida o desde su niñez cuando pretendía jugar con ellas y las perseguía por toda la casa; los mismos espectros de antaño del aspecto miserable de una turba de pedigüeños descarnados, incapaces de mostrarse en toda la ferocidad que la muerte puede conceder a espectros tan viejos y apolillados como la misma casa, se conformaban con asomar sus miserias, espiando a los habitantes, temiendo ser vistos y aterrorizándose ante el reflejo de su propia sombra. Lo miraban o lo asechaban, no para atacarlo, si no para ocultarse teniendo la seguridad de mantenerlo a la vista, si él se movía retrocedían y se perdían entre las rendijas siseando despavoridas en batahola de silencio infernal. Una sombra, un espectro en particular mostraba mayor audacia, a corta distancia rechinaba los dientes y bufaba, cambiando de lugar, de rendija en rendija se fue acercando hasta situarse tan cerca que sintió el veneno del aliento frio de la muerte cuando le preguntó: −¿A qué has venido? −¡No lo estás viendo! −¡No, no sé qué es lo que haces! Te veo remover huesos y no lo entiendo, había alcanzado la paz, el descanso eterno de los huesos de un difunto consiste en permanecer en la oscuridad por los siglos de los siglos. El alma está en paz si los huesos lo están, aunque vague sin descanso, se conforma con que sus restos se encuentren bien y pueda retornar a ellos cuando el cansancio lo atormenta. −¡Tengo que llevarlos y deshacerme de ellos, es preciso hacerlo! –Levantó la vista para preguntarle su interés en el asunto, pero antes de hacerlo dijo: −¡Ah, eres tú!, no imaginaba 19 que te hubieras quedado por acá! Cuándo te maté llené tu boca de sal para que no pudieras perseguirme, pero veo que no bastó. −¡No puedo permitir que te los lleves!, me pertenecen. −¡Nunca tuviste nada, ni aquí ni allá!, te iba a decir que eras y eres un pobre diablo, pero sólo eres una pobre sombra sin descanso. −¡Déjalos o te pesará! −¿Qué harás! −¡Tengo a tu madre y a tu padre! −Puedes hacer de ellos lo que quieras, mas temo que quién ha de huir de ellos eres tú. −¡Entonces te perseguiré! ¡Seré tu sombra! ¡Estaré contigo día y noche, sobre todo cuando te dispongas a subir a la tribuna diputado! Nunca tendrás paz, te temblará la boca y tu voz se convertirá en un susurro, en un hilo de voz sin fuerza alguna, entonces te verán cual eres y lo lamentarás. −¿Cómo sabes que soy diputado? −Los muertos no lo sabemos todo, pero si muchas cosas. También sé que estás loco y necesitas de pastillas para mantenerte cuerdo. –Lo miró con odio y respondió: − ¡No estoy loco, soy bipolar! −Sabes qué es exactamente lo mismo. −No lo voy a discutir contigo, un pobre jardinero ignorante. −Cuando morimos alcanzamos cierta sabiduría. Bastante sabio ha de ser quién tiene la eternidad para cavilar. −¡Sigues siendo un imbécil!, no puedo perder mi tiempo contigo. Es hora de irme, no regresaré nunca más. Quemaré tus huesos y no tendrás reposo en este infierno. −¡Te lo advierto! Partiré contigo. 21 −Me importa un bledo, puedes hacer lo que quieras. −Eres malo, recibirás tu castigo, no te importó matarme y ahora te llevas lo poco que tengo. Se calzó la mochila a los hombros, clac, clac, resonando tétricamente y se dirigió a la salida; al abrir la puerta la oscuridad lo invada todo. Por primera vez se sobrecogió, llenándose nuevamente de la molesta angustia, esta subió del estómago a su pecho y se fue aposentando como insufrible mal, buscó las pastillas y llevó un par a la boca respirando tranquilo. Salió en la absoluta oscuridad buscando el mismo camino que alguna vez lo llevara lejos. Caminó y caminó por las oscuras y desiertas calles, que se abrían interminables a su paso, a pesar de la hora sentía las escondidas miradas carcomerlo como una pandilla de cucarachas lamiéndole el rostro. Seguramente se reían de su desesperación por haberse perdido, por no encontrar el camino en aquellas calles sin fin. Gesticulando y manoteando dijo: −¡No puedo haberme perdido!, ¡no, no es posible, debo alcanzar el autobús!, debo regresar a mi vida donde puedo hacer lo que me plazca. Se detuvo confundido y horrorizado, todos los caminos, todas las calles lo conducían de regreso en infernal círculo. Un relámpago perfiló instantáneamente la tenebrosa edificación, el resplandor duró una milésima de segundo, pero la imagen persistía sobrecogedora como un negativo cegador, parpadeo y se restregó los ojos tratando de librarse del efecto visual, volvió a tragar las píldoras y sacudiendo el frasco cayó en la cuenta que se había agotado. −¿Qué está pasando? –se preguntó− y siguió buscando el camino correcto que alejándolo de ese infierno lo acercara a su vida actual donde tenía poder y era un hombre respetado. Caminó durante hoyas sin desmayar y sin encontrar el ansiado camino, el cansancio lo 23 vencía cuando por enésima vez la casa se cruzaba en su camino invitándolo a pasar. Amanecía, un fulgor de esperanza lo iluminó pintándole feroz mueca de triunfo, a la luz del día las malas sombras y las malas bromas del más allá desaparecerían y él tendría el poder de irse cuando le diera la gana. Durante su largo andar lo acompañó el sonido monótono de los huesos entrechocando rítmicamente en el interior de la mochila, al paso de las horas la carga le pesaba más y más y a punto estuvo de dejar un tiradero de huesos, torciendo la boca se dijo, masticando la hiel de lo que le quedaba de humor negro: –¡Malditos huesos, ahora presumen de talento musical! El día llegó sombrío, un cielo amortajado de nubes negras presagiaba tormenta. Un rayo chisporroteó amenazador frente a sus ojos, se detuvo el tiempo antes de que un estruendo de miedo quebrara el espacio como si se tratara de una inmensa roca; el retumbo persistió gruñendo en el ambiente, apenas se inmutó, la luz era el camino y se fue siguiéndola enajenado. Cuando anocheció la luz se había ido por su lado, y él seguía perdido en calles que ya no reconocía y gente oculta que lo acechaba y se burlaba de su desgracia, sacudiendo el vació frasco de píldoras se detuvo y desesperanzado lo dejó caer, estaba frente a la casa, las puertas abiertas lo invitaban a pasar, arrastrando su carga y los pies traspuso el umbral. Su madre lo esperaba, descarnada y en girones sonreía macabra invitándolo a pasar. Cómo nacen las brujas 25 Estaba hecha de polvo y barro, por eso siempre había vivido en una cueva en las profundas entrañas de la Tierra, donde la oscuridad reinaba eternamente y la humedad deshacía cuanto tocaba. Por centurias estuvo dormida, su cuerpo se había podrido infinidad de veces para renacer por siempre; su piel y su cuerpo, ahora que abría los ojos era una masa informe, una pupa, una larva blanquecina que en siglos, por primera vez temblaba ligeramente. Sus ojos brillaron fosforescentes destronando a la oscuridad, caminó con paso torpe, tambaleante, durante el camino su cabellera blanquecina que todo lo cubría adquirió vida propia, se enredó, reptó hasta colgar sobre su cintura; su desecha vestimenta renació y su piel mágicamente se ruborizó hasta adquirir la lozanía de la juventud. Salió de la cueva, el sol dio de lleno sobre su brillante cabellera que adquirió un dorado tono; a su lado rugió brioso un mancebo viento, ella de un saltó lo montó y se fue cabalgando por los aires. El Berraco El Berraco venía al pueblo cuando alguien moría, lo hacía por las noches y todo mundo cerraba la puerta a su paso. Pero el muerto no debía ser Chana o Juana, debía ser un alto personaje, un político o terrateniente, uno que de cierto le haya amargado la vida a mucha gente y que le temiera a la muerte por todo el mal causado en esta vida y que en la otra tuviera su lugar asegurado en lo más profundo del infierno. El Berraco entonces venía para llevárselo, pero el Verraco no se llevaba sólo su alma, se lo llevaba completo con todo y zalea, no les daba chance de podrirse, los quería completito 27 para que sufrieran en cuerpo y alma achicharrándose en las llamas del infierno. A mí me tocó verlo la noche en que vino por don Gaudencio Pano, dueño de la hacienda ―La mula prieta‖; un hombre malo al que habían emboscado en el Camino Viejo, dejándolo con muchos agujeros, pero ni con todo alcanzaba a pagar todo lo que había hecho, lo de los agujeros en su cuerpo todo mundo se alegraba pues el viejo había hecho muchas maldades Daban las doce de la noche cuando mi madre y yo lo oímos pasar por la calle frente a nuestra puerta; pudo más la curiosidad que el miedo y nos asomamos por los portillos. En la solitaria noche caminaba un ser avernal, un demonio en forma de cerdo de largo lomo, gran cabeza de orejas puntiagudas de cazador, patas traseras más altas que las delanteras y un pelambre erizado. La enorme bestia caminaba chasqueando los dientes y espumando la boca lleno de una furia de otro mundo; los ojos lumbreaban en la escasa luminosidad de un foco de luz amarilla que iluminaba tímidamente la calle. El ser avernal siguió su camino, iba rumba a la casa de don Gaudencio Pano, eso lo pude ver clarito cuando dobló rumbo al velorio; nadie quería al viejo abusivo, pero en ese momento lo compadecí al imaginármelo entre los dientes de tan terrible animal. Cuando el tecolote canta, el indio muere Había cantado el animal, lo había escuchado muy claro y sabía muy bien su significado. Fueron gritos agudos, graznidos que le pararon los pelos de punta. Esperaba el canto desde días atrás, lo esperaba impaciente, temeroso, como cuando se espera un mal del que no se puede escapar, y la única esperanza es apurar el mal trago, recibir el golpe que ya estaba en camino apretando el cuerpo para sobrevivirlo. Un aire frio le dio en la nuca, giró la cabeza y vio al pájaro parado sobre una rama, negro y grande, de ojos redondos como canicas negras y brillantes; lo miraba 29 retador, el pájaro se burlaba y se aprestaba a chillar condenándolo a muerte. El animal extendió las alas como si se fuera a ir, pero lo había engañado, realmente ganó fuerzas para lanzar el horrible chillido y lo hizo tan fuerte y, en tan varias ocasiones que le robaron el aliento, como si en vez de chillido fueran puñaladas que le partían el corazón. Él conocía muy bien los dichos de pájaros mal agüeros, su abuela, su abuelo, su padre, su madre murieron tras el canto malvado, ahora a él le tocaba morir, ser tocado por ese canto que como navaja cortaba el hilo de la vida. El brujo Venía gente de muy lejos, de ciudades lejanas, de otros estados y hasta extranjeros güeritos del otro lado del mundo, de las "europas" como lo decía mi abuela. Todos venían cargados de esperanzas, con muchas ganas de escuchar lo que querían oír. Yo los veía pasar con caras tristes, abatidos y flacos, todos traían en el cuerpo un mal dañino que los consumía, algunos apenas de pie empujados por parientes cansados de la larga caminata, de buscar lo que la ciencia médica les había negado, todos ansiosos de encontrar por fin la cura para el terrible mal que los consumía. El Brujo, como lo llamábamos nosotros, los que lo buscaban preguntaban por el nombre que más le convenía a su esperanza, no vivía en un jacal en las orillas del pueblo, el Brujo vivía en pleno centro en una casa de dos niveles, siempre alhajado y bien vestido; tampoco se rodeaba de mujeres, él gustaba de los muchachos que le manejaban su bonito automóvil. El Brujo siempre tuvo una fila interminable de "pacientes" que lo buscaban para curarse de todo tipo de dolencias, nunca faltará en esta tierra quién las padezca o quién quiera que otros las padezcan. 31 La fila de "pacientes" terminó cuando los soldados se llevaron al Brujo, las autoridades llegaron de madrugada, derribaron la puerta y lo sacaron en paños menores junto con sus chamaquitos y se los llevaron con rumbo desconocido, también se llevaron las grandes maletas de las que se dijo estaban repletas de dinero. Después los periódicos gritaban a todo pulmón que habían detenido al jefe de una banda de peligrosos secuestradores. Muchos despistados todavía llegan preguntado por el Brujo, no conozco la dirección para enseñarles el camino, de lo que si me pude enterar más tarde , es de otro brujo en la salida del pueblo que "curaba" por la mitad del precio. Estoy seguro que pronto podrá comprarse una casa de dos niveles y un bonito coche. El chaneque La primera vez que lo vi me pareció un curioso animalillo del monte, lo vi correr como una saeta produciendo el peculiar ruido semejante al de una cuerda que se arrastra. De tamaño pequeño, en la distancia semejaba un conejo o una ardilla que huye espantada, mas al final de su carrera, junto a una gran parota se irguió, y ante mi vista, apareció la forma antropomórfica que me erizó los pelos de punta. Sobre sus dos piernas o patas, no puedo asegurarlo, apenas alcanzaría los cuarenta centímetros de estatura; me miró burlón o retador, no supe interpretar la mirada de aquellos enormes ojos como huevos fritos, diría inhumanos, que aparecían y desaparecían tras una parpadeante cortina membranosa que de inmediato supuse protegía los órganos visuales. De cuerpo menudo, enteco, parecía labrado en corteza de árbol, el color oscuro, era el color de las raíces o la tierra y, si, al principio presumí debilidad en aquel extraño ente, la rapidez con la que desapareció cavando un 33 hoyo entre las gruesas raíces hizo cambiar mi presunción. Lo volví a encontrar, curiosamente su elusiva presencia me hizo recordar que años atrás, muchos años cuando apenas era una niña, un ser semejante jugaba con mi primo. El recuerdo perdido entre los resabios oníricos del olvido se hizo presente. Mi pequeño primo reía y reía y junto a su risa otra risa aguda y extraña se escuchaba, me acerqué intrigada, quizá buscando participar en el juego que tanta risa provocaba, más la extraña presencia me contuvo, mi primo reía incontenible y el diablillo danzaba a su alrededor. Recuerdo que corrí espantada llamando a mi madre. Pronto olvidé el episodio, me llevaron a la ciudad donde estudie ciencia; leyendo miles de libros me he convertido en una de las investigadoras más importantes del país. Ahora que he vuelto después de largos años, el pequeño ente abusa de mi paciencia, una y otra vez su presencia imposible se presenta retando mi conocimiento e inteligencia. Mi intelecto científico no me permite creer en historias de brujas ni aparecidas aunque mi imaginación me lo restregué en la cara, todo tiene una explicación lógica, así me lo enseñaron en la universidad. Ahora está frente a mí, justo parado encima de una piedra, creo que se trata de una extraña especie, un animal antediluviano que ha escapado a la extinción; no debe carecer de cierta inteligencia porque creo que me sonríe o sonríe a mi primo al que paseo tomándolo de la mano, este ríe con su risa estúpida de cretino, su cuerpo creció, pero su mente todavía se encuentra estacionada en los dos años, como cuando reía y jugaba con el ente. El hombre lobo Hacía bastante frio, corría un aire gélido que cortaba la piel y los charcos de la lluvia de la tarde se cubrían de una costra resbalosa y cristalina. 35 Me asomé por la ventana, me asomé cauto como temiendo encontrarme con una sorpresa y, si, efectivamente me sorprendí, una figura solitaria retaba las inclemencias del tiempo. Pensé sin dudarlo que estaría loco. Sólo un loco de remate se atrevería a deambular con el torso descubierto sin temor a pescar una pulmonía. Algunos meses atrás llegó y se afincó en la casa de al lado, un buen amigo había partido tras la promesa de mejores ingresos a una ciudad vecina. No era mal vecino, pero tampoco era bueno, prefería pasar desapercibido y jamás aceptó invitación alguna; saludaba cortésmente si no tenía más alternativa. Por otro lado, en una ocasión auxilio a un niño que en bicicleta salió lastimado en un percance. Alguna vez crucé palabras con él, me asombré al darme cuenta de trazas de acento extranjero. Más ahora, frente a mí, lo miraba con la camisa desgarrada y el torso desnudo, se plantó exactamente frente a la ventana, extendió los brazos al cielo y lanzó un gruñido que me desconcertó antes que asustarme, nuevamente la invocación y el gruñido, hasta que el gruñido se convirtió en un largo y agudo aullido que me erizó los pelos y me obligó a buscar protección tras las cortinas. Atisbando nuevamente miré el gran nubarrón que dejaba al descubierto la gran luna, la luna llena, grande como nunca la había visto en toda mi vida. Mi vecino pareció excitarse, extendió con vigor los brazos y aulló nuevamente, pero esta vez fue diferente, el hombre se fue llenando de largos pelos en tanto las orejas y el hocico crecían desproporcionadamente. Pronto aquello quedó convertido en un verdadero monstruo, en un enorme hombre lobo que salió corriendo hecho una furia. Yo por mi parte me fui a dormir y soñé atrocidades, de lo que culpé al grueso trozo de bistec que comí sin mucho empacho; ahora tengo la costumbre de no cruzarme en el camino de mi vecino, el hombre lobo; y si él me llega a mirar prefiero esconder mis ojos, 37 pues cuando lo hace creo sentirme parte de la cadena alimenticia. El perro negro En mi pueblo, a pesar de los años que han pasado se recuerda la historia del "perro negro", "Diablo" lo llamaba su dueño, el perro era enorme, mal encarado y de amenazantes colmillos que enseñaba al menor motivo. Nadie osaba acercarse a don Juan sin previo aviso, el perro erizaba los pelos y en actitud amenazadora gruñía fieramente; hasta que don Juan con voz firme le ordenaba calmarse. "Diablo" siempre lo acompañaba, nadie lo llamaba así más que su dueño, la gente le decía el "perro negro" de don Juan. Cuando don Juan jugaba barajas en la cantina el "perro negro" se mantenía a sus espaldas, echado pero vigilante, con la lengua de fuera, cesando y babeando por el calor. En una ocasión un borracho que había perdido en el juego intentó agredir a don Juan, el "perro negro" dio tal salto que poniendo su pesado cuerpo sobre el pecho del hombre lo derribó, ya en el suelo antes que nadie pudiera hacer algo, si es que alguien quisiera intentarlo, le destrozó la garganta muriendo en el acto; don Juan llamó a su perro, sacó su pistola y disparó en varias ocasiones sobre el difunto que yacía en un charco de sangre con el rostro crispado de un miedo que se llevó a la tumba. El perro y don Juan eran inseparables, la gente les temía y murmuraban que el mal yacía en el perro, no dé en balde don Juan lo llamaba "Diablo, que ese debería ser su verdadero nombre. Don Juan montado en el caballo y el "perro negro" siguiéndolo, acechando un posible enemigo que de las sombras atacara a traición, nadie lo intentaba, temían a don Juan y un tanto más al perro que en la oscuridad le brillaban los ojos como si dentro de él llevara ardiendo lumbre del mismo infierno. 39 Un día que llovía, don Juan tuvo que ir al pueblo vecino por asuntos de negocio, San Miguel no estaba lejos, a los dos pueblos los dividía un puente de madera con un pequeño río, mas al regresar el río se miraba crecido y el puente derribado, don Juan como era atrabancado se echó con su caballo al río mientras su perro le ladraba desesperadamente. ―Tate quieto "Diablo", hay luego me alcanzas― le dijo al perro que no paraba de ladrar. En pocos minutos alcanzó la otra orilla, "Diablo hizo varios intentos por seguirlo, pero la fuerza del agua se lo impedía. Para cuando "Diablo" atravesó el río ya era demasiado tarde, a don Juan lo estaban esperando en la entrada del pueblo, no le dieron ninguna oportunidad de defenderse; el perro negro, el enorme animal encontró a su amo tirado en el camino, le lamió la cara y aulló de dolor, la gente que lo escuchó se santiguo espantada y cerró sus puertas. Cuentan que el perro negro del mal entró en la cantina y destrozó a los matadores de don Juan, cuentan también, que hoy en día, por las noches se le puede ver cuidando la tumba de don Juan. El roba chico Llevaba un costal al hombro, siempre sosteniéndolo con las dos manos como si pesara, pasaba por las mañanas, muy temprano, cuando apenas despuntaba el alba, no era cosa de todos los días mirarlo pasar sucio y andrajoso, con el costal mugriento, un costal que acaparaba mi atención, incluida mi imaginación sobre su posible contenido; lo hacía dos veces por semana, para ser preciso los martes y viernes a las siete de la mañana. Un sombrero que apenas dejaba ver su cara, debía cubrir unos ojos desconfiados y malévolos que siempre estarían a la busca de su presa, lo que si pude ver un día que levantó la cabeza, fue una nariz torcida, un labio leporino, y en las encías vacía y negras de lo que en alguna ocasión fueron dientes 41 negreaban sus raíces y asomaba un horrible colmillo amarillo; su vestimenta era sucia , a estas alturas era imposible saber el color que lo vestía, mas no iba descalzo, protegía sus pies costrosos con huaraches de correas abetunados de lodo. El martes y el viernes rompiendo mi costumbre me paraba de la cama para espiarlo hasta que lo veía venir por la calle, no lo hacía como los delincuentes pegándose a las paredes, lo hacía a media calle como mostrándose triunfalmente. Ocultándome tras la puerta lo observaba a mis anchas, en más de una ocasión vi su costal agitarse, entonces me decía angustiado: ¡se ha robado un niño y lo carga en el costal! Esa mañana yo lo esperaba, como siempre dispuesto a sufrir la angustia de sospechar la actividad de aquel hombre extraño y su costal, lo observé venir, a lo lejos me di cuenta de la pena de su esfuerzo, el costal pesaba más de lo acostumbrado y el hombre se esforzaba en cargarlo con dignidad. Abriendo los ojos hasta que me ardieron para no perder detalle pasó justo ante mí, y justo ante mí el saco se sacudió violentamente y un chillido estremecedor se dejó escuchar, el movimiento del saco fue tan violento que cayó al piso con un sonido apagado, los chillidos prosiguieron y el hombre desesperado tomó un grueso garrote e intentó acallar los gritos con salvajes golpes que lo único que lograron fue que el costal se agitara tan violentamente que rompió la amarra de la boca del costal. Tras mi escondite, ya aterrorizado miraba la dantesca escena, mi terror aumentó cuando de la cosidura del costal asomó lo que parecía una cabeza, en mi agitación, claramente pude ver el rostro de un niño asomando y luchando con denuedo por escapar, y, así lo hizo, en poco tiempo la totalidad de la cabeza estuvo fuera, el hombre golpeaba, y los golpes parecieron acicatear el esfuerzo de tal modo que pronto pude observar medio cuerpo fuera del costal, todo ello entre la violencia y la rapidez de los hechos; quise gritar, más nada emergió de mi garganta, sólo el pensamiento obedeció al impulso con un grito, una frase explosiva: ¡Lo está matando! En el instante mismo en que trataba de de coordinar, sin lograrlo, la acción de mi 43 pensamiento a la de mi cuerpo, un cerdo dio algunos pasos tambaleante, mientras otro aprovechando el agujero salió huyendo a gran velocidad. Dos gendarmes llegaron corriendo y apresaron al robachico gritando: ¡Acá, tenemos al ladrón de cerdos, y lo prendimos con las manos en la masa!, señalando el cerdo que sangraba en el piso. El conductor Estoy manejando mi automóvil, creo que llevo horas haciéndolo, quizá días, realmente no sé cuánto tiempo ha transcurrido, no sé cuánto tiempo llevo manejando sin parar, realmente no puedo parar, no encuentro donde parar, una fuerza poderosa me impulsa a seguir manejando eternamente. Algo que siempre me ha incomodado es el tener que parar por gasolina, más si voy de prisa, ahora mi auto parece tener un depósito inagotable de gasolina y se mantiene lleno a pesar del tiempo y los kilómetros conducidos. El paisaje es gris, delante de mí se abre una larga carretera que parece no tener fin, no encuentro autos en el camino, al parecer es una carretera destinada para que yo conduzca y conduzca sin parar. He pensado que así debe ser el paraíso de los conductores, ¿pero por qué no? Tal vez el infierno. Un castigo a las culpas, el de manejar y manejar sin parar, sin tener destino ni descanso. Habrá de pasar un año, siglos o la eternidad misma y, yo seguiré conduciendo con la calma y la monotonía que el castigo me impone, por siempre despierto, los ojos fijos en la negra carretera que va y va hasta el fin de los tiempos, si es que existe el fin de los tiempos. La leyenda del espejo maldito 45 Mía tía lo había comprado, apenas lo miró en aquel bazar, la invadió una gran angustia por adquirirlo, una locura que no la hizo parar hasta que el espejo estuvo en su habitación. El espejo era grande, creo que muy grande para un espejo, mi tío que era muy alto y robusto cabía holgadamente en su reflejo. El marco macizo de madera fina con ribetes dorados en forma de plumaje que destellaban a la menor huella de luz lo hacían lucir elegante, pero la cabeza de buitre que lo adornaba y las cuatro patas con forma de ave de rapiña lo hacían lucir amenazador; cuando lo vi entrar por la puerta de esta casa el corazón se me estrujo y el estómago se me descompuso como cuando me subieron de pura maldad a ese juego mecánico que daba de vueltas; mas lo peor fue verme reflejado de cuerpo completo, creí que el maldito espejo me robaría el alma, entonces sí que la resistencia me abandonó y caí desmayada. A partir de entonces decidí no acercármele, la buena suerte para mí fue que mi tía ordenó que fuera directo a su habitación, estaba ansiosa por mirarse, admirando ese cuerpo, esa cara que descomponía a los hombres cuando la veían pasar. Dicen que mi tía era muy delgada y poco agraciada, que muy joven se había casado, pero que apenas lo hizo ganó talla y carne de tal forma y en tales lugares que quedó hecha una verdadera prenda. Por eso una de sus satisfacciones mayores era mirarse, más que mirarse, admirarse de la belleza ganada y que careció cuando jovencita. Mi tía siempre fue extraña, sobretodo no veía con malos ojos la admiración que causaba en los hombres; cuando mi tío salió de viaje, ella los pasaba a platicar a su habitación y por el ruido que hacían se notaba que se divertían mucho. Ella no se cuidaba mucho de mí, apenas notaba mi presencia, siempre arrinconada en algún lugar de la casa, lo que ella no sabía, lo que nadie sabía es que yo oía y sabía todo lo que sucedía en esta casa; por eso nadie como yo empezó a darse cuenta que las visitas de mi tía escaseaban y que por días enteros no salía de su habitación. Una tarde sin poder contener mi curiosidad y venciendo mi miedo me asomé a la 47 habitación. Mi tía estaba desnuda acariciándose frente al espejo, la oí ronronear de placer cuando del espejo se extendieron negras alas que la fundieron en un abrazo sofocante y caliente. Cuando mi tía murió fue necesario derribar la puerta, yacía desnuda con los ojos abiertos alegres de placer, había perdido la carne y la grasa que la hicieron bella, estaba flaca como en sus peores años y el espejo más robusto y brillante, nadie más que yo sabía lo que había ocurrido, el maldito espejo había devorado su alma y su cuerpo. Cerrar los ojos Estaba cansado, terriblemente cansado, quería dormir, pero me daba miedo cerrar los ojos; sabía que si los cerraba jamás los volvería a abrir. Busqué la mirada más próxima, anclé en ella la mía como para encontrar el valor que a mí me faltaba; pero no, tan solo encontré lástima, una lástima que me obligó a desanclar mis ojos de aquellos y buscar en otros la salvación. Mas no, no pude encontrarla, no supe encontrarla, habían huido como de un mal contagioso, como si en mi mirada estuviera la muerte que a mí me mataba. Los parpados me pesaban, se cerraban poco a poco y ninguna mirada ayudaba a sostener la mía; por fin ocurrió lo inevitable, oí el pesado portón de mis parpados caer con estrépito, fue como si callera una inmensa cortina de acero; espantado quise abrirlos, pero eran tan pesados y tan grande mi esfuerzo que jamás, jamás pude abrirlos. Y después de la oscuridad vino el total silencio. La Llorona ¿cómo se convirtió en alma en pena? 49 Soy un alma en pena, mi castigo es tan grande que mi lamento horroriza a los hombres. Vago por lugares solitarios arrastrando en mi desgraciado camino el miedo, la culpa y la vergüenza. ¡Aaaaaay mis hijos! Brota desgarrador del fondo de mi culpa. Quien me llega a escuchar lo sofoca el horror y el asco, los pelos se ele erizan y la piel sufre escalofríos de muerte. Quien tiene la mala fortuna de encontrarse conmigo frente a frente, el corazón se detiene, abre la boca para aspirar un aire que le falta y que no encuentra por ningún lado; los ojos se le desbordan del miedo ante la aterradora visión que sus culpas le muestran; en ese mismo instante el tiempo corre veloz, sus sienes blanquean y su piel se marchita para caer en un sueño de muerte que dura días. Cuando el alma vuelve a su cuerpo, jamás, nunca jamás será el mismo, cargará por siempre el miedo y la culpa eterna. Huyen de mí, me temen, dicen que ahogué a mis hijos en las aguas del río, dicen que los ahogué por hambre, pero no, no fue por hambre; recuerdo la furia horrible que me murmuraba al oído y me obligó a llevarlos a rastras al río y hundirlos en las aguas hasta que se quedaron quietos y se durmieron para siempre mientras maldecía el abandono de un desalmado. Fue cuando empecé a vagar, a caminar por callejones y a lamentarme por mis hijos muertos. La Llorona me llama la gente y sé que el perdón no existe para mí porque tampoco existe el arrepentimiento. El asesinato del extraterrestre Voy a contarles un hecho sorprendente ocurrido hace algunos años, allá por la década de los ochenta, en una pequeña localidad enclavada en lo alto de la sierra. Cuentan que en el pequeño pueblo de apenas un centenar de habitantes sufrían de continuos abusos por 51 parte de las autoridades y por si no bastara, grupos subversivos que abundaban en la región los acusaban de gobiernistas. En una madrugada fría de invierno, cuando el sueño es más profundo y reparador se escuchó un gran estruendo, una explosión que no sólo sacudió los jacales, si no también cimbró la tierra y derribó los pinos añosos y grandes; los habitantes se despertaron espantados y salieron a husmear para saber que ocurría. A lo lejos se observaban arder los árboles, inmediatamente se organizaron para apagar el fuego que en aquellas zonas se puede tornar incontrolable. Al llegar al lugar ya había amanecido, se miraba la desolación causada por un gran impacto que derribó y calcinó más una hectárea de zona boscosa, de la deflagración y el fuego sólo quedaban las cenizas y un cráter donde se podían ver anidados los escombros de lo que pensaron debió ser un avión accidentado. Pero lo más extraordinario era encontrar una inerme criatura; un extraterrestre dijo un muchachito leído y que conocía el cine. Entre todos lo cargaron y lo llevaron al pueblo; iban temerosos de encontrarse a los soldados, o para su mala suerte a los alzados que los acusarían de andar ayudando al enemigo. Deliberaron sobre la situación, llegaron a la conclusión que no les convenía que llegara el gobierno preguntando por lo que pasó, ya sabían que pasara lo que pasara, ellos siempre salían perdiendo. Una cuadrilla de hombres fue al lugar del siniestro y enterró lo que quedaba, los más bragados llevaron a la extraña criatura de cabeza grande, piel blanca y ojos saltones a lo profundo del bosque, un lugar desconocido donde ni los alzados se atrevían. Allí destrozaron al pequeño hombre a machetazos, hasta hacerlo cachitos. Levantaron los restos y tomando caminos diferentes arrojaron los restos en diferentes barrancos. Esa es la historia que me contó el comisario del pueblo veinte años después de lo ocurrido, como señal de la verdad me mostró un radiante trozo de metal; él me dijo que en las noches oscuras el metal adquiere brillo propio. 53 La leyenda del caballo del diablo. No se sabe a ciencia cierta el origen de esta criatura terrible del mal, una bestia de la noche escapada del mismo infierno; un demonio en forma de caballo que cabalga en las noches oscuras en busca de seres humanos cuyas almas han perdido al llevar a cabo actos de suma maldad. El caballo es negro como el mal de gran alzada, los ojos fulguran fuego y maldad. Al correr sus cascos despiden chispas y queman la tierra que pisa, dicen que nunca jamás la hierba nace en esa tierra maldita. Quienes tiene el infortunio de escuchar su relinchido los fulmina el espanto, el corazón se detiene, encanecen y enferman de muerte. El caballo olfatea el mal, su malsano olfato lo conduce hasta la podredumbre del alma humana, donde el pecado y los malos actos la han podrido y ya corrompida apesta que la carne de animal putrefacto. más El enorme caballo se muestra a los pecadores, a quienes han perdido su alma, a quienes huyen desesperados de la ley o de sus pérfidos actos. Se muestra en toda su ferocidad, relincha y se para en dos patas amenazador; los ojos son cuencas donde refulge el fuego del infierno y por las narices arroja azufre hirviendo. Quién ha perdido su alma no ve la maldad más pura frente a sus ojos pervertidos por el pecado y se acoge a la protección de la bestia del mal que huye con su carga relinchando horriblemente, perdiéndose en la noche y en la entrada del infierno que se abre como una gran fauces en tierra maldita. La leyenda del carruaje diabólico En tiempos de la colonia existió un caballero de horca y cuchillo, dueño de 55 enormes extensiones de tierra que eran labradas por campesinos esclavizados por la tiranía de este hombre que respondía al nombre de don Pedro Cortés Martínez. Don Pedro era un hombre cuya crueldad había ganado merecida fama, el Virrey lo sabía pero le temía y lo único que hizo fue informar de ello a los reyes de España, pero la lejanía, los asuntos de estado y por considerar que los indígenas tenían menos valor que un caballo permitían las atrocidades de don Pedro. Como muchos españoles, consideraba que podía hacer de sus posesiones lo que le diera en gana, incluido los pobres indígenas que tenían la mala fortuna de estar a su alcance; despreciaba a los indígenas mexicanos por considerarlos bestias de carga, pero gustaba de las jovencitas a las que poseía a muy corta edad. El poderoso cacique se trasladaba en un suntuoso carruaje negro tirado por caballos también negros que causaban temor a su paso, el cochero tenía instrucciones de arroyar a los indios que tenían la falta de educación de atravesarse en su camino, muchos cayeron bajo las patas de los caballos y aplastados por las ruedas del carruaje. Cuando una jovencita indígena embarnecía y su belleza despuntaba de manera notoria, don Pedro ordenaba a su cochero conducirlo al jacal donde la niña vivía con sus padres, allí, sin misericordia destruía su pureza. Muchas doncellas mancilló don Pedro, quienes se oponían a sus deseos morían bajo las llamas al ser incinerada la pobre choza, familias enteras fueron quemadas ante la vista ruin del mal hombre que reía a carcajadas al escuchar los aullidos de dolor. Cuentan que en una ocasión en que iba en su fastuoso vehículo, al asomarse por la ventana miró una hermosa muchacha en la flor de la edad, al verla don Pedro, el demonio del deseo lo poseyó, las formas y la voluptuosidad de la joven lo enloquecieron y lo acometió una enorme urgencia por 57 poseerla. Don Pedro ordenó averiguar donde vivía, pero nadie la daba informe y esto lo enardecía llenándolo de furia. Cuando la volvió a ver iba con una vieja, en realidad la vieja siempre la acompañaba, el terrateniente sólo cayó en cuenta de ello al prestarle atención, ordenó a su cochero detenerse y con los ojos inyectados de celo animal se le acercó, era tanta su urgencia que la hubiera poseído allí mismo. ─¿Dónde viven? ─increpó con su tono autoritario. La vieja lo miró sin responder. Cuando don Pedro volvió a preguntar, lo hizo acompañando la palabra de un furioso golpe que hirió la mejilla de la vieja. Estaba furioso, le pareció impertinente la mirada y vociferando le ordenó que no levantara la vista. Muchas miradas estaban atentas, lo miraban con una mezcla de furia y miedo. Lo temían, pero más lo detestaban. ─¿Dónde vives maldita india?, ¡estas tierras me pertenecen, todo lo que hay en ellas me pertenece¡ Puedo tomar tu vida ahora mismo si así lo deseo, te he preguntado ¿dónde vives?, ¡maldita sea responde! ─Allá, allá, tras las lomas, donde se juntan los ríos ─contestó la vieja, temblaba en la comisura de sus labios el temor o la furia, en sus ojos cintilaba el brillo de la indignación, que sólo brilla en los seres que han nacido libres. La jovencita aterrorizada lloraba, don Pedro acaricio su barbilla para calmarla, logrando el efecto contrario, saltó hacía atrás como si la hubiera acariciado el mismo demonio. El mal hombre se marchó, lo que llevaba en mente, el mismo maligno se lo susurró al oído. Había ordenado que siguieran a la vieja, muy pronto le informaron el lugar exacto donde vivía, le informaron también que la mujer era una poderosa hechicera, una nahual temida por sus congéneres. Don Pedro se rio, con su risa había sellado la suerte de la mujer 59 y mientras reía la imaginaba chillando en medio de las llamas. Don Pedro Cortés Martínez llegó con su carruaje frente al humilde jacal, el pinchazo del deseo se inflamó aún más al mirar al motivo de sus deseos recién aseada, escurriendo agua del sinuosos y delgado cuerpo. Se bajó de un salto. Ya sin ningún recató tomó a la muchacha que empezó a gritar, apenas la vieja asomó la cabeza fue apresada. El hombre mancilló la pureza de la joven frente a la vieja una y otra vez hasta saciarse, hasta que quedó inmóvil y con los ojos abiertos mirando el vació de la muerte. Sin ningún remordimiento, por propia mano prendió fuego al jacal, estuvo mirando, esperando escuchar los gritos de dolor de la vieja, decepcionado, no escuchó otra cosa que el crepitar de la madera seca al arder. Cuentan que don Pedro, por su proceder, muy amigo del maligno debía de ser. Torturaba y mataba a placer, violaba y pervertía sin ningún freno. Pero como el demonio, debía estar ansioso por poseer tan negra alma, o como a todos los seres creados, lo movía el interés mezquino, pactó con la vieja bruja que era un nahual, un demonio del antiguo México, entregarle a don Pedro, a condición de prestar sus servicios acarreando las almas perdidas al infierno. Don Pedro había ordenado al cochero preparar el carruaje, se ponía la tarde e iba en busca de una linda jovencita de trece años que días atrás le había inundado el pecho de placer; se subió al carruaje y ordenó al conductor se pusiera en marcha. Don Pedro se refocilaba, saboreando de antemano el placer de la miel joven y pura que pronto probaría. Tras varios minutos de avanzar, abrió la ventana, el paraje desconocido lo intrigó antes de alarmarlo, llamó al cochero a grandes voces preguntando donde se encontraban, al no recibir respuestas se encolerizó, abrió la puerta y espetó al conductor con voces amenazantes. El conductor volvió la cabeza horrorizándolo, la vieja india horriblemente transfigurada lo miraba fieramente, su 61 carruaje había cambiado, los caballos se transformaron horriblemente en bestias del mal que relincharon furiosos. Don Pedro se encerró en el coche, se asomó por última vez por la ventana y lo apesadumbró el desolador paisaje, sabía que caminaban por los caminos del mal, los caminos del infierno, rumbo al lugar donde pagaría eternamente sus culpas. Quiso gritar, empero de su boca no brotaron palabras, sólo enormes culebras, sapos y terribles y asquerosas alimañas, de sus narices gordos gusanos que caían a sus pies; supo entonces que ya se encontraba en el infierno y los demonios pronto lo recibirían gozosos. Cazador de almas Nuevamente me despertaba en la hora más pesada de la noche, la hora en que los malos espíritus muestran su horrenda faz; la hora en que los demonios son liberados para causar males en el mundo; por alguna causa terrible a los hombres, los ángeles guardianes por un instante abren la puerta del mismo infierno y soplos de maldad escapan para atormentarnos. Todo estaba negro, abrí los ojos lo más que pude buscando una chispa de luz, pero la oscuridad se lo había tragado todo. Era la misma hora, siempre me despertaba ese hedor insoportable, la causa de encontrarme despierto en esta hora terrible. ¿De dónde venía el hedor?, no lo sabía. Acostado en mi cama me había faltado valor para averiguarlo. Todas las noches me despertaba a la misma hora, en la oscuridad total. Volvía los ojos de un lado a otro buscando la causa del hedor. Mi imaginación me jugaba malas pasadas, en una esquina creía encontrar un bulto, inmóvil, mirándome como quien mira a su presa. Al paso de los minutos me acostumbraba a la poca luz y la hedionda imagen adquiría temible forma. Huía, mi mirada despavorida ante la horrenda aparición que iba adquiriendo forma humana. Esta noche el hedor resultaba insoportable, el olor de un depredador, un cazador que se solaza entre los restos putrefactos de sus víctimas —así deben oler las hienas cuando 63 entre sus fauces roen un cadáver—, pensaba aterrorizado, desorbitando los ojos del miedo. Un inusitado golpe de valor me obligó a sentarme; el piso frio y la presencia helaron el poco valor que latía en mi corazón. Sentado la miraba de frente, ¡ya no tuve duda!, la bestia hedionda me acechaba esperando la oportunidad para atacarme. Ahora sentado frente a la bestia faltaba el valor para darle la espalda; la certeza que al menor descuido saltaría y me destrozaría me invadía profundamente. Se hartaría de mi carne, me dejaría podrir para lamer el asqueroso jugo que escurriría de mis venas alimentando su insoportable pestilencia. ¿Estaría dormido?, me llevé las manos a la cara y me restregué tratando de aclarar la vista; ahí estaba, solamente una sombra, un bulto inanimado, me dije, torciendo una sonrisa tranquilizadora que se convirtió en horror; en la mala sombra brillaron dos brazas de pavorosa maldad. Se acercó lentamente, la hediondez era insoportable, el olor del mal despiadado atenazaba mi alma en la forma temible que me sacó un alarido de las entrañas junto con mi alma que aquel demonio se llevó. La mujer serpiente Estaba frente a mis ojos y no lo podía creer. Me negaba a aceptar la existencia de criatura tan horrorosa. Revolviendo mi mente y aguzando la visión buscaba el truco, el fraude que diera descanso a mi intelecto. Nunca he creído en historias de monstruos de closets, aparecidos o fantasmas que a media noche aúllan su presencia. Pero la criatura frente a mí me restregaba el lado oscuro de la existencia humana. Lo terrorífico que pueden ser algunos seres, de este mundo o del otro. La enorme serpiente se desdobló, había permanecido quieta, escondida su cabeza entre sus anillos, pero ahora erguía su largo cuerpo mostrando su testa humana, si algo de humano podía haber en aquella bestia demoniaca que nos miraba 65 visiblemente contrariada, al parecer habíamos interrumpido su descanso o su cena como nos dimos cuenta poco después; desencajando su fiera boca el animal regurgitó asquerosamente lo que debió ser su presa, posiblemente un pequeño primate u otro animal imposible de reconocer, estaba a medias digerido y cubierto de viscosos fluidos. El inimaginable aspecto de aquella faz humanizada por facciones semejantes a las del rostro de una mujer se volvió contra nosotros amenazador, habíamos invadido su espacio y la criatura parecía estar dispuesta a hacernos pagar caro haberla molestado en su descanso. No era hora del espectáculo y en plan de travesura nos introdujimos en la carpa de la mujer serpiente por la parte posterior y, ahora estaba frente a nosotros, horrenda y real; tenían razón quienes argüían que el diablo nos engañaba haciéndonos creer que no existía, quien estaba frente a nosotros era un demonio, un verdadero demonio de maldad, se apreciaba en los ojillos y en el gesto repugnante y de desprecio que marcó su rostro. Para el colmo del miedo y el desconcierto nos dijo: —¡Qué quieren!, la voz silbante hirió de tal manera nuestros oídos que terminó por acobardarnos. El rostro de mujer estaba tan cerca de nosotros que podíamos sentir su pestífero aliento. Pequeños ojillos orientales sin cejas ni pestañas, dos orificios en la nariz, una boca larga que se dilataba cuando se lo proponía, pronunciado mentón que le daba el toque femenino de una diablesa. Las escamas descendían por lo que debía ser el cuello, primero minúsculas y después, en el bífido cuerpo de mayor grosor y tamaño. —¿Quieren que les cuente la trágica historia de cómo me volví la mujer serpiente? ¿A eso han venido? ¿No es verdad? ¡Cómo no pagaron su boleto de entrada, interrumpieron mi cena y mi descanso, tendrán que recompensar mi esfuerzo. ¿Por qué soy la mujer serpiente? ¿Por qué me convertí en este terrible monstruo? ¡Un monstruo que a ojos de quienes me visitan no es más que un truco de engañifas!, ¡Ha ja ja ja ja ja ja, la gente no cree en diablos ni brujas 67 aunque estén frente a ellos a punto de comerlos! Se nos heló la sangre, paralizados escuchábamos a la bestia, en verdad mi cerebro se negaba a creerlo, aún ahora no estoy del todo cierto si lo ocurrido no fue más que una histeria colectiva, una alucinación en grupo de la que tanto se habla en sicología. La mujer serpiente se mostró en toda su ferocidad abriendo horriblemente la bocaza. Era irreal cuanto acontecía, creímos que empezaría a devorarnos cuando vimos su largo cuerpo junto a nosotros. El monstruo sólo exclamó: —Siempre se empieza desobedeciendo. Yo también empecé con pequeñas maldades que más tarde fueron aberrantes actos criminales. Ahora tengo que alimentarme de carroña y animales muertos, no niego que se me apetecen criaturas como ustedes, huelen delicioso. Deben saber que por mis actos fui condenada a la miseria de este cuerpo monstruoso. Destruí a mi familia, a mi madre la devoré durante días saboreando sus entrañas, sus dulces entrañas. Cuando terminé me vi en la forma que ahora ustedes ven, condenada a arrastrarme por el suelo y condenada a narrar mi desgracia para escarmiento de los demás. La mujer serpiente abrió tan grande su hocico que tuve la impresión que nos engulliría de un bocado. Corrimos, corrimos como alma que persigue el diablo, no paramos de correr hasta estar seguro que el terrible monstruo estaba demasiado lejos, en su carpa, volviendo a engullir la cena que interrumpimos. La mujer tarántula Voy a contarles un extraño caso que me conmovió, un hecho increíble que me cuesta creerlo, en un circo, en una de sus carpas exhibía fenómenos extraordinarios, generalmente creemos que son falsos; ya los antiguos aztecas eran proclives a este tipo de 69 exhibición y los monarcas tenían su propia colección privada de estas criaturas. Al entrar en la carpa me horrorice por el realismo con que se presentaba la mujer tarántula, soy escéptico por naturaleza, pero el monstruo era real, la mujer tarántula miró mi asombro y empezó a narrar su historia. Quiero contarles damas y caballeros como terminé en este circo al lado de estas criaturas monstruosas, seres horribles sin cavidad en ningún otro lugar. A la vista de las personas horrorizadas de nuestro aspecto purgamos nuestra culpa, nuestra maldición por haber ofendido gravemente a nuestros padres. Los niños y los jóvenes lloran ante mi presencia, se aterran ante el terrible espectáculo de mi monstruosidad, los adultos me ven con asco y desprecio, me muestran a sus hijos como escarmiento a su mal comportamiento. Aquí estoy en este aposento de paja me alimento de asquerosidades, de carne putrefacta y carroña, lo único humano es mi rostro, mi cuerpo es el de una horrible tarántula que agita sus patas como muestra de que tengo vida. Pagan por mirar mi espantoso cuerpo, pagan por que narre mi tragedia y escarmiente a sus hijos para en el presente y en el futuro lo piensen mejor antes de faltar a sus padres. Yo vivía al lado de mi madre, en las afueras del pueblo, me gustaba jugar y vagar por el campo, estar junto a mis amigos, vivir libre y sin regaños. Mi madre me llamaba la atención por desobediente y no ayudarla en los quehaceres de la casa; siempre me decía: hija no tardes, ayúdame por favor, cuida a tu hermano, él te quiere mucho, sabes que está enfermo, no lo abandones, yo le decía siempre. Sí madre. Pero nunca obedecía, mi madre me veía llena de tristeza y rezaba por mí. Una tarde mi madre me llamó urgente; me dio dinero, me pidió, me dijo, me rogó que corriera por la medicina de mi hermanito que ardía en calentura, que no tardará por amor de Dios, que era cosa de vida o muerte. Yo fui a deprisa, corría por el bosque; feliz del aire y la libertad, no sentía pena por mi hermano. Tantas veces se había enfermado y tantas 71 veces regresaba de su enfermedad. Tras poco rato llegué al pueblo, fui directo a la botica, llevaba el dinero de la medicina de mi hermanito en un puño, les juro que tenía intención de regresar de inmediato. Pero oí jolgorio de feria; me dije que sólo serían unos minutos, sólo echaría un ojo y regresaría; unos minutitos ¿Qué mal podía ser mirar sólo unos minutos? Cuando regresaba con la medicina de mi hermano, el sol ya se ocultaba, iba temerosa, pero llevaba la medicina, había cumplido el encargo de mi madre. Cuanto más me acercaba me invadió una gran tristeza, mi casa estaba ahí; lucía ajena, como si ya no fuera mi casa, algunas personas se esmeraban en hacer algunos arreglos; me acerqué temerosa, miré a mi hermanito vestido de blanco entre ramos de flores del campo, pálido y triste, muy triste. Estaba tendido en medio de la casa. Se murió esperando la medicina, la medicina que yo llevaba en la mano y que mi madre me encargó con prontitud. Me di cuenta que mi madre me miraba insistentemente, no había perdón en sus ojos, en ellos sólo miré rabia y coraje. No pude resistir más, salí huyendo; huí lejos, tropezando por el bosque; no supe hasta cuándo; sólo me vi convertida en esta repugnante criatura, en este horrendo ser que purga su culpa; no mediante su visión espantosa, sino con el dolor del arrepentimiento tardío. Los hijos deben obedecer a sus padres. El jinete sin cabeza Diabólica criatura que a su paso deja su halo de maldad, conmocionando a los seres de Dios con su espantosa presencia. ¡De la negrura de la noche emerge como de las fauces del mismo infierno! El enorme caballo negro sobre el que cabalga, es la misma encarnación del mal, tan feroz y horrible 73 como el jinete que lo azuza con perversas maldiciones. ¡Quien lo escucha venir se paraliza del terror!, ¡el corazón se sacude en su pecho, la boca se seca y los músculos se niegan a obedecer! Pasa la negra figura trepidando la tierra que se estremece ante los cascos malditos que secan para siempre el lugar que pisan. Quién ve pasar la maldita figura puede recuperarse con el tiempo; pero si el temible ser se detiene por que percibe o huele la maldad en el desdichado; de filoso tajo, rápido como la centella cercena la cabeza que rueda por el suelo, en tanto, el cuerpo negándose a caer, se cimbra expeliendo chorros de negra sangre. Con el arma homicida clava la horrible cabeza, la levanta en lo alto como un ángel maldito escapado del infierno. Entonces se inicia la cabalgata infernal, aullando feroz surca la noche, no sólo lleva el pavoroso despojo, lleva prisionera el alma del infeliz que arderá en el infierno. Cuenta la leyenda, que este ente del averno, sus actos de suma maldad lo llevaron a convertirse en un terrible demonio. Un general homicida que gozaba con el dolor de sus víctimas. Comía el tierno corazón de los niños, el pechó de las mujeres hasta saciar su hambre. Cuentan que llegó a acostumbrarse tanto a esta clase de alimento, que él consideraba un manjar, que no probaba otra cosa que la fresca carne de los infantes. Los hombres le temían y odiaban, el infierno le esperaba con impaciencia, le tenía un lugar reservado entre sus filas demoniacas. Cuando murió fue decapitado, sus enemigos le temían tanto que cortaron su cabeza para asegurarse de su muerte, su sangre maldita reblandeció la tierra, esta se cuarteó y su cuerpo infame se fue hundiendo lentamente en un espantoso remolino. ¡Ahora surge de la tierra maldita entre las llamas del infierno y supurando perversidad!, vuelve para cobrar venganza de los hombres y llevarlos a lo hondo del precipicio infernal. 75 Adquirir libro en Google Play
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