Parroquia Ntra. Sra. del Rosario - Puente Tocinos 968$300$774$/$696$872$410 www.parroquiapuentetocinos.com$;[email protected] MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO PARA LA CUARESMA 2015 Fortalezcan sus corazones (St 5,8) Queridos hermanos y hermanas: La Cuaresma es un tiempo de renovación para la Iglesia, para las comunidades y para cada creyente. Pero sobre todo es un «tiempo de gracia» (2 Co 6,2). Dios no nos pide nada que no nos haya dado antes: «Nosotros amemos a Dios porque él nos amó primero» (1 Jn 4,19). Él no es indiferente a nosotros. Está interesado en cada uno de nosotros, nos conoce por nuestro nombre, nos cuida y nos busca cuando lo dejamos. Cada uno de nosotros le interesa; su amor le impide ser indiferente a lo que nos sucede. Pero ocurre que cuando estamos bien y nos sentimos a gusto, nos olvidamos de los demás (algo que Dios Padre no hace jamás), no nos interesan sus problemas, ni sus sufrimientos, ni las injusticias que padecen… Entonces nuestro corazón cae en la indiferencia: yo estoy relativamente bien y a gusto, y me olvido de quienes no están bien. Esta actitud egoísta, de indiferencia, ha alcanzado hoy una dimensión mundial, hasta tal punto que podemos hablar de una globalización de la indiferencia. Se trata de un malestar que tenemos que afrontar como cristianos. Cuando el pueblo de Dios se convierte a su amor, encuentra las respuestas a las preguntas que la historia le plantea continuamente. Uno de los desafíos más urgentes sobre los que quiero detenerme en este Mensaje es el de la globalización de la indiferencia. La indiferencia hacia el prójimo y hacia Dios es una tentación real también para los cristianos. Por eso, necesitamos oír en cada Cuaresma el grito de los profetas que levantan su voz y nos despiertan. Dios no es indiferente al mundo, sino que lo ama hasta el punto de dar a su Hijo por la salvación de cada hombre. En la encarnación, en la vida terrena, en la muerte y resurrección del Hijo de Dios, se abre definitivamente la puerta entre Dios y el hombre, entre el cielo y la tierra. Y la Iglesia es como la mano que tiene abierta esta puerta mediante la proclamación de la Palabra, la celebración de los sacramentos, el testimonio de la fe que actúa por la caridad (cf. Ga 5,6). Sin embargo, el mundo tiende a cerrarse en sí mismo y a cerrar la puerta a través de la cual Dios entra en el mundo y el mundo en Él. Así, la mano, que es la Iglesia, nunca debe sorprenderse si es rechazada, aplastada o herida. El pueblo de Dios, por tanto, tiene necesidad de renovación, para no ser indiferente y para no cerrarse en sí mismo. Querría proponerles tres pasajes para meditar acerca de esta renovación. 1. «Si un miembro sufre, todos sufren con él» (1 Co 12,26) – La Iglesia La caridad de Dios que rompe esa cerrazón mortal en sí mismos de la indiferencia, nos la ofrece la Iglesia con sus enseñanzas y, sobre todo, con su testimonio. Sin embargo, sólo se puede testimoniar lo que antes se ha experimentado. El cristiano es aquel que permite que Dios lo revista de su bondad y misericordia, que lo revista de Cristo, para llegar a ser como Él, siervo de Dios y de los hombres. Nos lo recuerda la liturgia del Jueves Santo con el rito del lavatorio de los pies. Pedro no quería que Jesús le lavase los pies, pero después entendió que Jesús no quería ser sólo un ejemplo de cómo debemos lavarnos los pies unos a otros. Este servicio sólo lo puede hacer quien antes se ha dejado lavar los pies por Cristo. Sólo éstos tienen “parte” con Él (Jn 13,8) y así pueden servir al hombre. La Cuaresma es un tiempo propicio para dejarnos servir por Cristo y así llegar a ser como Él. Esto sucede cuando escuchamos la Palabra de Dios y cuando recibimos los sacramentos, en particular la Eucaristía. En ella nos convertimos en lo que recibimos: el cuerpo de Cristo. En él no hay lugar para la indiferencia, que tan a menudo parece tener tanto poder en nuestros corazones. Quien es de Cristo pertenece a un solo cuerpo y en Él no se es indiferente hacia los demás. «Si un miembro sufre, todos sufren con él; y si un miembro es honrado, todos se alegran con él» (1 Co 12,26). La Iglesia es communio sanctorum (comunión de los santos) porque en ella participan los santos, pero a su vez porque es comunión de cosas santas: el amor de Dios que se nos reveló en Cristo y todos sus dones. Entre éstos está también la respuesta de cuantos se dejan tocar por ese amor. En esta comunión de los santos y en esta participación en las cosas santas, nadie posee sólo para sí mismo, sino que lo que tiene es para todos. Y puesto que estamos unidos en Dios, podemos hacer algo también por quienes están lejos, por aquellos a quienes nunca podríamos llegar sólo con nuestras fuerzas, porque con ellos y por ellos rezamos a Dios para que todos nos abramos a su obra de salvación. 2. «¿Dónde está tu hermano?» (Gn 4,9) – Las parroquias y las comunidades Lo que hemos dicho para la Iglesia universal es necesario traducirlo en la vida de las parroquias y comunidades. En estas realidades eclesiales ¿se tiene la experiencia de que formamos parte de un solo cuerpo? ¿Un cuerpo que recibe y comparte lo que Dios quiere donar? ¿Un cuerpo que conoce a sus miembros más débiles, pobres y pequeños, y se hace cargo de ellos? ¿O nos refugiamos en un amor universal que se compromete con los que están lejos en el mundo, pero olvida al Lázaro sentado delante de su propia puerta cerrada? (cf. Lc 16,19-31). Para recibir y hacer fructificar plenamente lo que Dios nos da es preciso superar los confines de la Iglesia visible en dos direcciones. En primer lugar, uniéndonos a la Iglesia del cielo en la oración. Cuando la Iglesia terrenal ora, se instaura una comunión de servicio y de bien mutuos que llega ante Dios. Junto con los santos, que encontraron su plenitud en Dios, formamos parte de la comunión en la cual el amor vence la indiferencia. La Iglesia del cielo no es triunfante porque ha dado la espalda a los sufrimientos del mundo y goza en solitario. Los santos ya contemplan y gozan, gracias a que, con la muerte y la resurrección de Jesús, vencieron definitivamente la indiferencia, la dureza de corazón y el odio. Hasta que esta victoria del amor no inunde todo el mundo, los santos caminan con nosotros, todavía peregrinos. Santa Teresa de Lisieux, doctora de la Iglesia, escribía convencida de que la alegría en el cielo por la victoria del amor crucificado no es plena mientras haya un solo hombre en la tierra que sufra y gima: «Cuento mucho con no permanecer inactiva en el cielo, mi deseo es seguir trabajando para la Iglesia y para las almas» (Carta 254,14 julio 1897). También nosotros participamos de los méritos y de la alegría de los santos, así como ellos participan de nuestra lucha y nuestro deseo de paz y reconciliación. Su alegría por la victoria de Cristo resucitado es para nosotros motivo de fuerza para superar tantas formas de indiferencia y de dureza de corazón. Por otra parte, toda comunidad cristiana está llamada a cruzar el umbral que la pone en relación con la sociedad que la rodea, con los pobres y los alejados. La Iglesia por naturaleza es misionera, no debe quedarse replegada en sí misma, sino que es enviada a todos los hombres. Esta misión es el testimonio paciente de Aquel que quiere llevar toda la realidad y cada hombre al Padre. La misión es lo que el amor no puede callar. La Iglesia sigue a Jesucristo por el camino que la lleva a cada hombre, hasta los confines de la tierra (cf. Hch 1,8). Así podemos ver en nuestro prójimo al hermano y a la hermana por quienes Cristo murió y resucitó. Lo que hemos recibido, lo hemos recibido también para ellos. E, igualmente, lo que estos hermanos poseen es un don para la Iglesia y para toda la humanidad. Queridos hermanos y hermanas, cuánto deseo que los lugares en los que se manifiesta la Iglesia, en particular nuestras parroquias y nuestras comunidades, lleguen a ser islas de misericordia en medio del mar de la indiferencia. 3. «Fortalezcan sus corazones» (St 5,8) – La persona creyente También como individuos tenemos la tentación de la indiferencia. Estamos saturados de noticias e imágenes tremendas que nos narran el sufrimiento humano y, al mismo tiempo, sentimos toda nuestra incapacidad para intervenir. ¿Qué podemos hacer para no dejarnos absorber por esta espiral de horror y de impotencia? En primer lugar, podemos orar en la comunión de la Iglesia terrenal y celestial. No olvidemos la fuerza de la oración de tantas personas. La iniciativa 24 horas para el Señor, que deseo que se celebre en toda la Iglesia —también a nivel diocesano—, en los días 13 y 14 de marzo, es expresión de esta necesidad de la oración. En segundo lugar, podemos ayudar con gestos de caridad, llegando tanto a las personas cercanas como a las lejanas, gracias a los numerosos organismos de caridad de la Iglesia. La Cuaresma es un tiempo propicio para mostrar interés por el otro, con un signo concreto, aunque sea pequeño, de nuestra participación en la misma humanidad. Y, en tercer lugar, el sufrimiento del otro constituye un llamado a la conversión, porque la necesidad del hermano me recuerda la fragilidad de mi vida, mi dependencia de Dios y de los hermanos. Si pedimos humildemente la gracia de Dios y aceptamos los límites de nuestras posibilidades, confiaremos en las infinitas posibilidades que nos reserva el amor de Dios. Y podremos resistir a la tentación diabólica que nos hace creer que nosotros solos podemos salvar al mundo y a nosotros mismos. Para superar la indiferencia y nuestras pretensiones de omnipotencia, quiero pedir a todos que este tiempo de Cuaresma se viva como un camino de formación del corazón, como dijo Benedicto XVI (Ct. enc. Deus caritas est, 31). Tener un corazón misericordioso no significa tener un corazón débil. Quien desea ser misericordioso necesita un corazón fuerte, firme, cerrado al tentador, pero abierto a Dios. Un corazón que se deje impregnar por el Espíritu y guiar por los caminos del amor que nos llevan a los hermanos y hermanas. En definitiva, un corazón pobre, que conoce sus propias pobrezas y lo da todo por el otro. Por esto, queridos hermanos y hermanas, deseo orar con ustedes a Cristo en esta Cuaresma: “Fac cor nostrum secundum Cor tuum”: “Haz nuestro corazón semejante al tuyo” (Súplica de las Letanías al Sagrado Corazón de Jesús). De ese modo tendremos un corazón fuerte y misericordioso, vigilante y generoso, que no se deje encerrar en sí mismo y no caiga en el vértigo de la globalización de la indiferencia. Con este deseo, aseguro mi oración para que todo creyente y toda comunidad eclesial recorra provechosamente el itinerario cuaresmal, y les pido que recen por mí. Que el Señor los bendiga y la Virgen los guarde. Vaticano, 4 de octubre de 2014 Fiesta de san Francisco de Asís FRANCISCO Las palabras que se nos dirán durante los días de Cuaresma seguirán siendo llamadas a hacer de este tiempo un tiempo "especial", un tiempo con entidad propia. Un tiempo para consolidar la fe y la vida cristiana, un tiempo para que la celebración central de la Pascua nos encuentre un poco más cristianos. Habrá que plantearse, por tanto, qué debemos hacer en este tiempo de Cuaresma, cómo debemos vivirlo. La Cuaresma es el tiempo de preparación de la Pascua. En su origen, lo que lo caracterizaba de modo peculiar era el hecho de ser el tiempo de preparación más directa e inmediata de los que querían recibir el bautismo, que se celebraba en la Vigilia pascual. Asimismo, era el tiempo en que los pecadores -los que habían actuado rompiendo de forma decisiva la comunión con Dios y la Iglesia- hacían penitencia para ser reconciliados el Jueves Santo y poder celebrar de nuevo la Pascua con toda la comunidad. Nosotros, ni tenemos que bautizarnos ni -probablemente- somos pecadores que hayamos roto decisivamente la comunión con Dios y la Iglesia. Pero sin embargo el sentido de nuestra Cuaresma no debería estar muy lejos del que tenía para los que se preparaban para el bautismo o la reconciliación. Porque sin duda es importante que, durante un tiempo concreto del año, nos digamos a nosotros mismos: "Yo fui bautizado, yo llevo en mí la marca de Jesús, yo estoy sumergido en su vida nueva. Todo eso, ¿se nota realmente? ¿no debería notarse más? ¿en qué podría notarse más?". Y decirnos también: "Desde luego mi vida no está exenta de infidelidades. ¿Soy consciente de ello? ¿Soy capaz de ponerme ante Dios y pedir perdón?" La Cuaresma es el tiempo de preparación para la Pascua. Durante los días de la muerte y la resurrección de Jesús, y durante la cincuentena que les sigue, fijaremos nuestros ojos en el camino nuevo que Jesús nos ha abierto con su fidelidad, y daremos gracias. Pero para que ello sea auténtico y verdadero, por nuestra parte, por parte de nuestro modo de vivir, deberemos llegar a la celebración pascual habiendo reforzado el seguimiento de este camino nuevo: habiendo renovado la fe y el compromiso de nuestro bautismo, y habiendo caminado hacia la reconciliación con Dios. A eso nos invita la Cuaresma. Sin pretender en la mayoría de los casos grandes cambios espectaculares en nuestra vida -¡bastante conocemos nuestras limitaciones!-, pero sí esforzándonos para que este tiempo no pase como si nada. ¿Cómo hacerlo? Se trata de consolidar la fe y la vida cristiana, de darle impulso. Eso puede parecer quizá muy general pero conviene recordarlo. Debemos decirnos a nosotros mismos que somos cristianos, que queremos serlo más, y que creemos firmemente que Jesucristo ha abierto en medio de nuestra historia el único camino que es absolutamente valioso. Y debemos mirar nuestra vida, hacer examen de conciencia, descubrir con limpieza de corazón qué nuevos pasos podríamos quizá dar. Tradicionalmente, y en el mismo evangelio, se señalan tres actuaciones concretas: la limosna, la oración y el ayuno. El Miércoles de Ceniza leemos precisamente el fragmento del evangelio de Mateo (6,1-18) en el que Jesús habla de las tres. Valora esas prácticas, pero señala también el sentido que deben tener para que sean valiosas: no debe ser algo que se hace porque toca o para quedar tranquilo, sino que tiene que salir de dentro, tiene que ser la expresión del deseo de renovar la fe y la vida cristiana. ¿Qué significa, ahora, la limosna, la oración y el ayuno? La limosna La limosna es dar dinero a los que pasan necesidad. Lo cual sigue teniendo actualmente -y más aún en momentos de crisis económica- todo su valor. Si bien la mendicidad de la calle provoca normalmente desconfianza, en cambio sí que hay que plantearse seriamente, con motivo de la Cuaresma, nuestra propia aportación a las acciones de servicio a los necesitados: Cáritas, Manos Unidas... Teniendo en cuenta que, si es verdad que todos sufrimos las consecuencias de la crisis, también lo es que unos las sufren mucho más que otros... La limosna tiene también otro nivel: la limosna de tiempo. Es decir, el dar una parte del propio tiempo como servicio para alguien que lo necesite: sea ayudando a una persona que vive sola, o visitando a un enfermo o a través de alguna institución que pida voluntariado. Y también, ayudando en campañas de sensibilización y otras actividades semejantes. Finalmente, está también un tercer nivel: el que se refiere a las causas de la pobreza y de la desigualdad social. Limosna será también trabajar para que esta sociedad y este sistema cambien, de modo que no aumente cada vez más la separación entre los que tienen y los que no tienen. Lo que significa plantearse y actuar en la organización económica, social, política. Por lo menos, si no hay otras posibilidades, permaneciendo atentos, informados, sensibilizados ante el tema. ¿Qué compromisos concretos y efectivos me propongo para esta cuaresma? Escríbelos, te ayudarán a vivirlos y revisarlos. La oración La oración, el espacio de silencio ante Dios, es un elemento decisivo para reforzar por dentro la fe y la vida cristiana. Habría que buscar, en esta Cuaresma, momentos para hacer presente ante el Señor nuestras ansias y esperanzas de cada día, nuestra petición de ayuda y de perdón, nuestro deseo de fidelidad al Evangelio. Dependerá de las posibilidades de tiempo y de tranquilidad de cada uno, pero en cualquier caso habría que esforzarse por encontrar esos espacios. Otra forma muy útil de oración consiste en la lectura de los evangelios, o de los salmos. Eso también dependerá, claro está, de las posibilidades de cada uno. Podríamos leer el Evangelio que cada día se proclama en la Eucaristía. Ésto constituye un buen acercamiento a la persona de Jesús, un buen encuentro con Él. Otra manera sería ir al oratorio de la parroquia donde está expuesto el Santísimo Sacramento y dedicar unos momentos a contemplar, adorar y escuchar al Señor. Finalmente, otro buen propósito para este tiempo sería la participación en la Eucaristía diaria (todos los días o algunos). Escribo mis propósitos concretos para esta cuaresma. El ayuno Este apartado es sin duda el más complicado de los tres. Para muchos, resulta difícil encontrar qué sentido tiene privarse de cosas -de comida, de ir al cine, o de lo que seasimplemente por motivos religiosos, "para agradar a Dios" o para pedir su benevolencia hacia nosotros. Sin embargo, no sería ningún progreso, ni humanamente ni cristianamente, abandonar sin más la práctica de la privación voluntaria. Porque vivimos en una civilización que funciona teniendo como ídolo el consumo, la facilidad y el confort, y que como consecuencia anula la capacidad humana de esfuerzo, de creatividad, de búsqueda. De modo que resulta especialmente importante combatir ese ídolo, para que los hombres podamos seguir siendo hombres, y para que los cristianos podamos seguir siendo cristianos. Es decir, para que podamos seguir afirmando que los valores más importantes no son el tener y el ir tirando, sino el caminar, el ser persona, el amar. Para que podamos seguir diciendo, en definitiva, que el valor más importante es Dios. El combate contra ese ídolo se realiza por medio de la privación voluntaria: diciendo que me niego a consumir todo lo que esta civilización me ofrece y para ello me privo, por ejemplo, de un rato fácil ante el televisor, o me privo de comprarme ese vestido, o me privo de aquella comida. Y ello, en primer lugar, como signo y recuerdo del valor más alto que me sostiene, que es Dios (y por eso, el ayuno que tradicionalmente la Iglesia observó con mayor fuerza y que ahora convendría recuperar, es el que se celebra en expectación de la mayor revelación de Dios, la Pascua de Jesucristo: el ayuno que va desde la celebración del Viernes Santo a la Vigilia Pascual). Luego, como protesta personal contra la absolutización del consumo y de la facilidad. Finalmente, como forma de cultivar los valores que deben fundamentar mi vida, sea teniendo más tiempo para orar o para leer o para hablar con los de casa, sea dedicando el dinero que no gasto a alguna causa de servicio a los demás, o empleando el tiempo que no utilizo en esas actividades en estar cerca de los enfermos o de quien me pudiese necesitar. ¿Qué cosas concretas me propongo? Examen de conciencia cuaresmal propuesto por el nuevo Ritual Romano de la Penitencia, con miras a la preparación de la confesión sacramental FRENTE A DIOS 1) ¿Recurro al Sacramento de la Penitencia en virtud de un deseo sincero de purificación, de conversión, de renovación y de amistad más profunda con Dios, o tal vez lo considero como un peso a llevar raramente? 2) ¿He olvidado u omitido expresamente en mis confesiones precedentes algunos pecados graves? 3) ¿He cumplido con la satisfacción impuesta por el confesor? ¿He reparado las injusticias eventualmente infligidas a terceros? ¿Me he esforzado en practicar las resoluciones tomadas con miras a reformar mi vida según el Evangelio? 4) El Señor Jesús dijo: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón” (Mt. 22,37). ¿Mi corazón se orienta hacia Dios hasta el punto de amarlo sobre todas las cosas, en fiel observancia de los mandamientos, como un hijo ama a su padre o estoy más preocupado por las cosas temporales? En mi obrar, ¿es recta mi intención? 5) ¿Mi fe en Dios - quien nos habló por su Hijo - es firme? ¿Me he adherido firmemente a la doctrina de la Iglesia? ¿Me he preocupado permanentemente por mi formación cristiana, de escuchar la Palabra de Dios, de participar en una catequesis superior, de evitar todo lo que daña a la fe? ¿He profesado siempre vigorosamente y sin temor la fe en Dios y en su Iglesia? ¿Me he mostrado cristiano tanto en la vida privada como en la pública? 6) ¿He rezado mañana y tarde? ¿Es mi oración una verdadera conversación del espíritu y del corazón con Dios o es solamente un rito exterior? ¿He ofrecido a Dios trabajos, alegrías y dolores? ¿He recurrido a Él en las tentaciones? 7) ¿Respeto y amo el Nombre de Dios? ¿He ofendido a Dios con blasfemias o con falsos juramentos o pronunciando su Nombre de manera vana? ¿He faltado al respeto debido a la Santísima Virgen María y a los Santos? 8) ¿Santifico los Domingos y las fiestas de la Iglesia participando activamente, con atención y piedad en el culto litúrgico, especialmente en la Misa? ¿He observado los mandamientos relativos a la confesión anual y a la comunión Pascual? 9) ¿Tengo, tal vez, otros dioses, con los cuales soy más cuidadoso o en cuales tengo más confianza que en Dios, como el dinero, supersticiones, espiritismo y otras prácticas mágicas? FRENTE AL PRÓJIMO 10) ¿Abuso de mis hermanos utilizándolos para mis fines o actuando con ellos de una manera que no quisiera para mí? ¿He escandalizado con malas palabras o con malas acciones? 11) En la vida familiar: Hijo o hija. ¿He obedecido a mis padres, los he honrado o ayudado en sus necesidades espirituales o materiales? Padre. ¿He sido cuidadoso con la instrucción y la educación cristiana de mis hijos, de ayudarlos con mi buen ejemplo y por el ejercicio de mi autoridad? Esposo/a. ¿He sido fiel de corazón y de conducta? 12) ¿Reparto mis bienes con aquellos que son más pobres que yo? ¿He defendido, en tanto me fuera posible, a los oprimidos, y ayudado a quienes se encuentran en la miseria? ¿He despreciado a los débiles, a los ancianos, o a los extranjeros? ¿He tomado en cuenta, en mis inversiones, las necesidades urgentes de los países en vías de desarrollo o de los sectores menos desarrollados de la economía nacional? 13) ¿Recuerdo la misión recibida en la confirmación? ¿He participado en la vida de mi parroquia, en las obras de apostolado y de caridad de la Iglesia? ¿He acudido en auxilio de sus necesidades? ¿He rezado por la unión de todos dentro de la unidad de la Iglesia, por la evangelización de los pueblos, por la paz y justicia entre ellos? 14) ¿Me preocupo del bien y de la prosperidad de la comunidad en la que vivo? ¿He promovido, especialmente, la honestidad de las costumbres, la concordia y la caridad? ¿He cumplido mis deberes cívicos (electorales)?. ¿He pagado mis impuestos? 15) ¿En mi ejercicio profesional he sido justo, activo, honesto, y servicial? ¿He pagado un salario justo a mis obreros o empleados? ¿He cumplido las promesas y condiciones contractuales? Como trabajador ¿he actuado con responsabilidad en mi trabajo cumpliendo con el mismo o busco excusas para no hacerlo? 16) ¿He obedecido y respetado a las autoridades legítimas? 17) ¿Si tuve una responsabilidad o ejercí alguna autoridad, lo hice con espíritu de servicio y por el bien de los otros? 18) ¿He causado daño al prójimo y he sido injusto con él por juicios o teniendo sospechas temerarias, con maledicencias, calumnias o violación de secretos? 19) ¿He violado la integridad física, la vida, la reputación, el honor del prójimo? ¿He dañado o me he apropiado de sus bienes? ¿He sugerido, persuadido o procurado un aborto? ¿Odio a alguien? ¿Estoy alejado del resto por riñas, insultos, cólera o enemistad? ¿He sido culpable de negarme a dar testimonio de la inocencia del prójimo? 20) ¿He deseado de manera injusta o desordenada el bien ajeno o le he robado? ¿He dañado a sus propietarios? ¿He sido cuidadoso en restituir el bien ajeno y en reparar el perjuicio causado? 21) Si mis derechos fueron vulnerados, ¿he estado listo al perdón, a la reconciliación y a la paz, por amor a Cristo, o he conservado voluntariamente el odio y el deseo de venganza? III CRISTO, EL SEÑOR HA DICHO: “AMA A TU PRÓJIMO COMO A TI MISMO” 22) ¿Cuál ha sido la orientación fundamental de mi vida? ¿He sido animado por la esperanza de la vida eterna? ¿He tenido cuidado de progresar en la vida espiritual mediante la oración, por le lectura y la meditación de la Palabra de Dios, por la participación en los Sacramentos, y por la penitencia? ¿He tenido cuidado de dominar mis inclinaciones y pasiones malas, mis vicios como la envidia, la glotonería, el alcoholismo, y la propensión a las drogas, o aquellas como la vanidad y el orgullo? ¿Me he exaltado frente a Dios? ¿He despreciado al prójimo? ¿Me he considerado superior en todo frente a los otros? ¿He querido imponerles mi voluntad, ignorando sus derechos y su libertad? 23) ¿He empleado los dones recibidos de Dios (“los talentos”), como el tiempo y la fuerza, para perfeccionarme a mí mismo? ¿He sido perezoso? 24) ¿He soportado con paciencia las contradicciones, penas y dolores? ¿He observado la ley del ayuno y de la abstinencia (miércoles de ceniza para el primero y los viernes de cuaresma para la segunda? ¿He observado la ley divina de la penitencia cada viernes (haciendo el Vía Crucis, por ejemplo)?. 25) ¿He conservado mis sentidos y todo mi cuerpo en el pudor y la castidad? ¿He recordado que mi cuerpo (por el bautismo) es un templo del Espíritu, destinado a la resurrección gloriosa? ¿He manchado mi carne con malos pensamientos, malas palabras y malos deseos; por miradas o actos indignos e impuros? ¿He buscado o aceptado lecturas, conversaciones y espectáculos contrarios a la castidad? ¿He inducido a los otros al pecado? ¿He observado la ley moral en la práctica matrimonial? 26) ¿He actuado contra mi conciencia por temor o hipocresía? 27) ¿Soy esclavo de tal o cual pasión? PROGRAMA DE CUARESMA FEBRERO: - Miércoles, 18: Miércoles de Ceniza - 9´30 de la mañana y 7´30 de la tardeEucaristía - 9´30 de la noche-Celebración de la Palabra - Sábado, 21: Retiro de Cuaresma en la parroquia 4´30 tarde - Domingo, 22: Cine-forum: “El hombre de la caridad” - 5´30 tarde - Lunes, 23: Escuela de Agentes de Pastoral: “Moral social en tiempos de crisis: profetismo y Nuevo Testamento” - 9 noche MARZO: - Domingo, 1: Cine-forum: “Tierra de ángeles” - 5´30 tarde - Domingo, 8: Cine-forum: “Gravity” - 5´30 tarde - Lunes, 9: Escuela de Agentes de Pastoral: “Principios de la Doctrina Social de la Iglesia I” - 9 noche - 12-13: Encuentro diocesano del sector de jóvenes de ACG - 12-13-14: Triduo Stmo. Cristo del Remedio - 7´30 tarde - 13-14: “24 horas para el Señor”. Momento de oración a nivel universal - Sábado, 14: Encuentro Diocesano de la Infancia Misionera - Cartagena - Domingo, 15: Cine-forum: “Monsieur Vincent”- 5´30 tarde - Jueves, 19: Solemnidad de San José - Misas en horario festivo habitual - 20-21-22: Ejercicios Espirituales - Guadalupe - Domingo, 22: Cine-forum: “Teresa de Calcuta” - 5´30 tarde - Lunes, 23: Escuela de Agentes de Pastoral: “Principios de la Doctrina Social de la Iglesia II” - 9 noche - Miércoles, 25: Solemnidad de la Anunciación del Señor - Eucaristía - 7´30 tarde - Jueves, 26: Celebración Penitencial - 9 noche - Domingo, 29: Paella Solidaria - Martes, 31: Santa Misa Crismal - 11 de la mañana - Catedral de Murcia ...Y ADEMÁS: - Cada miércoles encuentro de oración y formación - 9´30 noche - Cada viernes, rezo del Vía Crucis y a continuación celebración de la misa- 6 ´30 mañana - Oratorio con la exposición del Santísimo: Abierto de martes a viernes de 10 de la mañana a 1 del mediodía y de 5 a 7 de la tarde - Todos los viernes oración comunitaria - 8´15 noche ORACIÓN DE PETICIÓN A DIOS PARA VIVIR CON FRUTO EL AÑO DE LA CARIDAD Dios de perdón y misericordia, fuente y origen de la Caridad, que, lejos de abandonarnos cuando pecamos, has mostrado desde antiguo el Misterio de tu Amor y sigues actuando hoy en nuestras vidas, renovándonos constantemente a imagen de tu Hijo Jesucristo: al celebrar el Año de la Caridad en nuestra diócesis de Cartagena conscientes de nuestra pobreza, recurrimos a ti, que haces fructificar tu gracia en nosotros. Te pedimos, Señor, que podamos profundizar durante este año el misterio del Amor que viene de ti como un verdadero camino de peregrinación hacia tu corazón, y que ese encuentro,que nos cura y enriquece,nos embellece y fortalece, nos libera y sostiene, nos impulse también a vivir la caridad por medio del servicio y la disponibilidad hacia el prójimo. Que sigamos siempre a Jesucristo, tu Hijo, modelo consumado del amor verdadero, que, obediente hasta el extremo, se entregó libremente por nosotros en la Cruz. Que, ayudados por la fuerza del Espíritu, que nos guía y nos mantiene fieles a tu Palabra, nos haga instrumentos de tu amor al servicio de la evangelización, siendo testigos misericordiosos de la misericordia que viene de ti. Ayúdanos, Padre, a continuar así la misión de Cristo en el mundo por el amor. Que mostremos el rostro caritativo de una Iglesia samaritana, que se acerca a los demás y busca su bien, especialmente a los pobres y necesitados, consciente de que Tú estás presente al lado de nuestros hermanos que sufren, llamándonos a una auténtica fraternidad en la que el otro nunca nos sea ajeno. Que, desprendidos y solidarios, nunca cerremos las puertas a nadie que nos necesite. Ayuda, Señor, en este empeño, a los sacerdotes de nuestra diócesis, para que vivan y testimonien la caridad pastoral a ejemplo de Cristo, Buen Pastor; a los religiosos y religiosas, signos patentes de la comunión y caridad; a las familias, para que sean verdaderas escuelas de caridad; a quienes trabajan en Cáritas y en otras organizaciones haciendo efectivo ese amor de Cristo hacia el pobre; y ayuda, finalmente, a todos los fieles de la diócesis. Que la Virgen María, Madre de ternura y caridad, sostenga la misión que nos encomiendas de vivir y ser testigos del amor. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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