N.b.: Para los que ya conocen este proyecto, la última sección es la que más nueva información contiene y que será el enfoque de la plática que se va a presentar el viernes 24 (11AM-1PM, UAM-Cuajimalpa, Zacatecas 94, Colonia Roma Norte). Chamanismo, derecho, ciencia y sus públicos en torno a la minería en Wirikuta1 Seminario Nación y Alteridad Universidad Autónoma de México-Iztapalapa 24 mayo de 2013 Paul Liffman Centro de Estudios Antropológicos El Colegio de Michoacán [email protected] 1. Introducción Este ensayo analiza algunas respuestas a la crisis desatada por los planes inminentes de reanudar la minería de oro y plata en la región ceremonial wixarika (huichola) de Wirikuta en San Luis Potosí, la cual según decretos estatales abarca 1,400 kilómetros cuadrados y según los wixaritari (huicholes) consta de una serie de “altares” o adoratorios (xirikite) donde habitan sus antepasados divinizados. Durante siglos estos indígenas han viajado cientos de kilómetros desde sus rancherías y templos en la Sierra Madre Occidental de Jalisco, Durango y Nayarit para dejar ofrendas que propician las lluvias y para “cazar” el venado transformado en peyote. Por otro lado, hay indicios indirectos de su involucramiento en la minería regional (como arrieros de sal) desde la colonia y, por la continuidad de esta industria, las protecciones y reglamentaciones sobre Wirikuta son débiles aunque la oposición wixarika ya sea inequívoca. Ahora que se ha desmoronado el indigenismo oficial, los wixaritari opuestos a la minería y sus aliados en la sociedad civil han atraído apoyo masivo al criticar la minería como una forma extrema del neoliberalismo vinculado a intereses extraterritoriales (sobre todo corporaciones transnacionales basadas en Canadá), que al robar los recursos hídricos y metálicos y destruir el patrimoniop cultural y medio ambiente para siempre sin pagar Título original: “Chamanismo, conocimiento científico y públicos mediatizados en torno a la minería en Wirikuta”. Gracias a Alejandra Leal, Sandra Rozental, Alejandro Araujo y Federico Navarrete por sus diversas formas de apoyo. 2 Sin embargo, sí tuvo cierta semblanza a las expresiones religiosas cada vez más activas y públicas de neo-indios en las ceremonias de Semana Santa en la cabecera wixarika de San Andrés Cohamiata, en la Sierra Madre Occidental (Durin y Aguilar 2008). 1 2 casi nada al estado-nación mexicana, buscan minar la soberanía, tanto nacional como indígena. Por su parte, la minera más visible en la región, First Majestic Silver Corp., planea un museo sobre el patrimonio minero regional y auspicia mantas aseverando que “La minería es sustentable”, así que hasta cierto punto la profundidad histórica y la ecología ya se parecen discursos hegemónicos en este campo social. Más allá de esta semejanza, los wixaritari y sus aliados han enmarcado la idea de un modelo alternativo y sustentable de desarrollo regional en términos de la cosmopolítica—reivindicaciones expresadas en la voz de los ancestros—plasmada en grandes eventos públicos y los medios masivos y, últimamente, apoyadas en discursos científicos mediatizados sobre agua, calentamiento global, especies naturales y toxicología. En el lenguaje inevitablemente híbrido en el sentido que le da Latour (2007) en su crítica del espejismo de “purificación científica”, los dueños divinos del Cerro Quemado o Paritekia, donde nació el sol unos kilómetros al poniente del otrora centro minero y actual pueblo mágico de Real de Catorce SLP, estarían tan devastados por la reanudación de actividad minera en las inmediaciones que los flujos subterráneos de agua, patrones pluviales y todo el clima planetario sufrirían. Esta equivalencia entre plata y agua se basa en relatos de índole histórico sagrado sobre la transformación de sangre sacrificial en plata (Liffman 2011b), los cuales en sí podrían verse como indicio de la otrora imbricación wixarika en la minería. La transformación agua-plata busca establecer lo que Fabiana Li (2011) denomina la conmensuración entre diferentes clases de recursos para volverlos patrimonio inalienable, y apela a lo que Andrew Mathews ha llamado “el carisma de lo global” (2009:87). Vale la pena considerar que los wixaritari no sólo señalan la importancia del agua, el recurso estratégico más amenazado del siglo XXI. Además, su intento de vincular preocupaciones de escala local a cuestiones globales es relevante al hecho de que el especie humano ahora está transformando no sólo la ecología de regiones específicas sino por medio del CO2 nuestras redes de agencia ya afectan el clima de todo el planeta: ya hemos salido de la época geológica del holoceno y entrado al antropoceno (Chakrabarty 2009, 2012). Así es cada vez más crucial para la adaptación de nuestro especie que prestemos atención a las conexiones entre escalas locales y globales, que se 3 suelen segregar. Para decirlo de otra manera, una ética antropocena implicaría forjar vínculos semióticos, en particular rituales y por tanto emotivos entre nuestras prácticas como parte del medio ambiente y sus implicaciones para la existencia colectiva. Parece que los wixaritari redefinen la indigeneidad al proveernos un ejemplo de esta forma de conectividad. Los wixaritari también han ganado apoyo amplio con la ayuda de una política identitaria que abre la puerta al deseo de grandes públicos de identificarse con la relación mítica que los indígenas guardan con los lugares que habitan. De hecho, algunos seguidores esperan reindianizarse al participar en una religión chamanística y otros movimientos opuestos a megaproyectos se identifican como indígenas. Así, en una crisis histórica compartida entre wixaritari y sujetos no indígenas desencantados, estos indios en particular han publicitado y parcialmente abierto su relación exclusiva con los ancestros que controlan el clima y paisaje. Como resultado la identidad, las fronteras étnicas y—debido al poder atribuido a los chamanes para regenerar el cosmos—la misma ontología de los actores se han desdibujado. En síntesis, ya que los wixaritari sienten que sus “esencias de la vida” son gravemente amenazadas, despliegan algunas prácticas rituales que anteriormente habían ocultado celosamente, y hasta cierto punto comparten el aura altamente valorizada de su indigeneidad a cambio de un mayor grado de la agencia económica y soberanía territorial que aseveran haber cedido voluntariamente a la mayoría no indígena en siglos pasados, precisamente al momento cuando esa misma mayoría mestiza cuestiona su propia identidad y pondera qué ha pasado con su soberanía nacional en la época posrevolucionaria de constante crisis y creciente inseguridad (Lomnitz 2003). Siguiendo a Marisol de la Cadena (2010), Bruno Latour (2004) y Jacques Rancière (1999) la antemencionada cosmopolítica tiene como estrategia introducir actores ancestrales y procesos rituales otrora cerrados a la esfera pública. Esto ha sucedido porque el espectro de una embestida global de minería, lanzada con poca consideración evidente por las poblaciones locales y sus ecosistemas, representa una crisis histórica para amplios sectores de la sociedad contemporánea. Considerando el campo social en el que esta cosmopolítica está situada, la categoría a menudo fetichizada de “indianidad 4 mágica” abre un espacio para el reencantamiento de un público post, neo o no indígena. Aquí se entiende el fetiche como un objeto altamente valorizado cuyo desplazamiento y condensación de significados cita una supuesta totalidad que no obstante sigue siendo invisible, de hecho imaginaria y por tanto una fuente fecunda de traducciones (equívocas) para diferentes clases de actores (cf. R Yeh, com. pers.; Nakassis 2012; Latour 1987). Como tal el fetichismo permite una regresión infinita de traducciones intentadas y relaciones de reciprocidad negativa jamás consumadas entre diferentes grupos étnicos y culturales, justo como los mismos wixaritari siempre persiguen el espejismo de satisfacer las demandas nunca completamente saciadas de sus antepasados divinos (cfr. Lomnitz 2005). Esto permite una ambigüedad dentro del fetiche de la indigeneidad que tienta a los nuevos sujetos a que lo habiten y así cambiar su relación a la realidad en un nuevo rumbo chamanístico: por lo tanto, un cambio ontológico. Además de adquirir los poderes chamanísticos de viajes visionarios y de transformación en personajes sagrados que algunos adherentes al movimiento antiminero anhelan, la ontología de “pertenecer a un lugar sagrado” (y no al revés, como sería la noción de propiedad más común) es un aspecto fundamental de la territorialidad ceremonial indígena (Scott 2011). Este sentido radical de propiedad cultural y la agencia ancestral inmortal del paisaje podría constituir la ausencia más profunda que muchos neo-indios quisieran llenar. Creo que explica la gran atracción que la subjetividad indígena parece representar. La implicación más general es que la ausencia al centro del fetiche permite desdoblamiento, hibridez y desplazamientos. Para ser más exacto, mi primer propósito es de abordar lo implicado en la exhibición casi museística de símbolos, prácticas y discursos sagrados otrora ocultos por parte de expertos ceremoniales wixaritari, como parte de una estrategia para proteger el territorio sagrado de Wirikuta. El ejemplo más famoso de esta apertura de parte de la persona iluminada indígena (tewi) y el intrínsecamente indisciplinado no-indígena (teiwari) sucedió en el ritual que se llevó a cabo en el Cerro Quemado (que los wixaritari llaman Paritekia—“Debajo de donde nació”) la noche del 6-7 febrero 2012. 5 Fue particularmente llamativa la mediación masiva de los sueños divinatorios o heinitsika de los chamanes para la esfera pública. De hecho sería razonable decir que algunos participantes querían compartir las mismas visiones que los chamanes experimentaban a través del esfuerzo de su colaboración en el reclamo territorial, su participación en las prácticas sagradas o la mera materialidad del peyote. En primer lugar este parteaguas en el movimiento contra la reanudación de la actividad minera alrededor de Paritekia no sólo fue masivo y multiétnico sino tal ritual jamás se había llevado acabo allí antes.2 2. Ontologías de personas y laminación de voces El aspecto central del rito fue la adivinación colectiva llevada a cabo por chamanes de diferentes centros ceremoniales (tukite) en el punto de emergencia original del sol, mil metros arriba del desierto de Wirikuta y sólo a unos cuantos pasos del pico del cerro. Normalmente sólo unos 20-30 cargueros de un solo tukipa (centro ceremonial)—a veces acompañados por familiares, mucho menos foráneos—ascienden el cerro de día, realizan un breve rito para dejar ofrendas y se van. Sin embargo, en esta ocasión cientos de miembros de más de 20 adoratorios familiares (xirikite) y centros ceremoniales llegaron a la puesta del sol y finalmente casi todos los cientos de no-indios presentes podrían deambular libremente entre ellos. Esto sucedió después de un intento inicial por parte de jóvenes autoridades wixaritari y miembros de la alianza ONGera Frente Tamatsima Wahaa en Defensa de Wirikuta, que habían orquestado el evento, para mantener el control sobre el orden y número de clases diferenciadas de personas—uno casi quisiera decir castas: wixaritari, “invitados especiales”, “la prensa”, y “público general”, cada una con su color de listón especial. El propósito fue de concederles el acceso escalonado a diferentes partes del cerro y sobre todo al restringir el permiso de documentación visual en varios momentos claves del ritual, la importancia de lo cual quisiera subrayar en el penúltimo apartado del ensayo. Sin embargo, sí tuvo cierta semblanza a las expresiones religiosas cada vez más activas y públicas de neo-indios en las ceremonias de Semana Santa en la cabecera wixarika de San Andrés Cohamiata, en la Sierra Madre Occidental (Durin y Aguilar 2008). 2 6 El punto central de esta sección es que después del canto de los chamanes, que duró toda la noche, y la consulta colectiva que lo siguió al amanecer, uno de ellos, Eusebio De la Cruz González del tukipa de Keuruwitia en la comunidad de Santa Catarina Cuexcomatitlán, Jalisco, condensó el sueño divinatorio que habían experimentado durante tantas horas en una síntesis de 15 minutos. Para rastrear brevemente la laminación de voces que sucedió una vez que los artefactos textuales que emergieron de esta ceremonia empezaron a circular, la síntesis de De la Cruz posteriormente se tildó de El Mensaje de las Deidades, se la subió a Vimeo (Peguera 2012) y se formó parte del Peritaje Tradicional Wixárika en Wirikuta. Es notable que la figura legal del peritaje aquí se mezclara con la indigeneidad y tradición (y viceversa). En este contexto vale la pena considerar la observación de parte de Fabiana Li (2012) que los informes oficiales tienden a excluir todos los riesgos salvo los “manejables” como mera “creencia” (y legitimar “reclamos científicos”, por mal elaborados que sean, a través de la mera materialidad de su documentación). Este proceso hegemónico de convalidar ciertos discursos y descartar otros explica la naturaleza subalterna y no-institucional del Peritaje Tradicional y, como señala Li, su potencial para polarizar aún más los actores involucrados. De la Cruz entregó su síntesis oral en lengua wixarika, ostensiblemente para los medios y los cientos de personas reunidas allí, aunque mayoritariamente fueron noindígenas en el sentido ortodoxo de la palabra. Su narrativa se organizó en torno a la sucesión de lugares ancestrales que los wixaritari visitan a lo largo del peregrinaje desde la Sierra Madre Occidental hasta Wirikuta: una relación icónica entre texto y geografía que es común entre los cantos chamánicos. De esta manera él subrayó la centralidad no tanto de Wirikuta sino de toda la geografía sagrada (kiekari), que atraviesa 90,000 kms2 en cinco estados, y las responsabilidades concomitantes que los wixaritari han asumido desde tiempos inmemoriales para asegurar el bienestar de todo el mundo. Después de la síntesis de Eusebio De la Cruz, Santos De la Cruz Carrillo y Maximino Muñoz De la Cruz, líderes wixaritari del Frente en Defensa de Wirikuta Tamatsima Wahaa leyeron sus propios resúmenes de las adivinaciones de los chamanes 7 en español (como la Declaración de Wirikuta). Éstos tuvieron contenidos distintos, aún más sintéticos y distanciados de la propia condensación de Eusebio de los sueños divinatorios y los actos topopoéticos primordiales que habían prestado autenticidad, por no decir magia, al evento. Más bien, enfocando en los riesgos que representa la minería para el paisaje de Wirikuta, estos otros interlocutores enfatizaron las “esencias de la vida” y figuras definitivamente interculturales—la Madre Tierra, Tonantzin y Pachamama como diosas que residen allí—junto con elementos más convencionales de índole ecológica, nacionalista y anticapitalista.3 Según mi propia síntesis aún más global, que se lee aquí, la enunciación progresiva de discursos más accesibles en términos de lenguaje y estilo narrativo a públicos cada vez más amplios brindó la oportunidad de incorporar condicionalmente más gente al carácter sagrado del encuentro (cfr. Briggs 1996). Aquí los wixaritari incluyen temporalmente a no-indígenas, con quienes los intercambios normalmente se restringen a tratos meramente económicos y políticos necesarios para la vida cotidiana en una sociedad multiétnica, en relaciones de intercambio ceremonial. Esta clase de apertura, normalmente muy controvertida entre los huicholes, se justifica por el gran riesgo que representa la minería a sus procesos cosmogónicos en torno al pozo primordial (tenari) que es el centro del Cerro Quemado, punto de emergencia del sol. La cuestión sería, después de este nuevo encuentro con la alteridad étnica, hasta qué punto y hasta cuándo se han fusionado los procesos de intercambio entre gente disímil con el acceso a dichos procesos cosmogónicos, normalmente reservado para wixaritari conocedores de la ritualidad. También cabría preguntar hasta qué punto los aliados han esencializado a todo el pueblo wixarika como poseedor de los poderes transformativos normalmente atribuidos a los chamanes e iniciados. Como se ha observado desde hace mucho tiempo en Oceanía con respecto a la categoría de kastom (costumbre), tales objetivaciones étnicas están mediadas por un Cabe mencionar que a veces wixaritari utilizan la frase en español “esencias de la vida” para traducir el nombre Yirameka o “Crecimiento” en un sentido opuesto a la mercantilización. Sin embargo es curioso que el término también se asocia con “recursos naturales”, puesto que la connotación convencional de esta última expresión como “patrimonio no social explotable” implica cierta tensión ontológica dentro de la misma territorialidad sagrada. 3 8 conjunto polivalente de prácticas sujeto a diferentes tipos de apropiaciones por actores estatales y populares. Sin embargo, en cuanto las prácticas locales correspondientes que subyacen el costumbre mantengan cierta autonomía, queda latente el potencial para “reventar…las limitaciones institucionales sobre su forma de gubernamentalidad” (Rio 2011:248). De hecho, vemos aquí como el costumbre post-indigenista tiene la capacidad de forjar nuevos públicos con cierto poder soberano. De hecho, al ofrecer mayor acceso al carisma de la indigeneidad, se consolidó temporalmente una alianza multiétnica, lo cual ayuda a explicar la venta casi instantánea de 60,000 boletos al concierto de beneficio a los wixaritari “Wirikuta Fest” que se llevó a cabo en el estadio Foro Sol tres meses después. Esto no quiere decir que un elenco que incluía a Calle 13, Café Tacvba y Los Caifanes no tuviera nada que ver. O bien, siguiendo sugerencias de Eduardo Viveiros (2004) y de Johannes Neurath (2012), desde la perspectiva wixarika se puede entender esta estrategia como una invitación a nosotros, los seres indisciplinados que llaman teiwarixi (foráneos), de expandir los intercambios de capital simbólico con ellos y reencontrarnos con la plena humanidad que perdimos al tomar el camino del “desarrollo no sustentable” ejemplificado por esos otros teiwarixi inasimilables al orden ritual: los mineros canadienses. De esta manera, el movimiento antiminero, impulsado por todo el riesgo que implica una crisis histórica, puede desplazar o bifurcar momentáneamente las fronteras entre la subordinación ritual indígena al patrimonio ancestral y el dominio desencantado mestizo sobre la naturaleza que los wixaritari aseveran haber renunciado en siglos pasados. En la brecha vemos la expansión de una tercera posición existente desde hace décadas (por no decir siglos si se cambian algunos apelativos) que incluye activistas, artistas, neo-indios y otros actores intersticiales. Se dice “momentáneamente” porque a menudo muchos teiwarixi (incluyendo antropólogos bien intencionados) se dan cuenta que cada vez que pareciera que los wixaritari abren un diálogo o se identifican con ellos, se siente que para éstos es casi obligatorio otro retiro y regreso a la diferenciación anterior. Es como si los wixaritari temieran colapsar la complementariedad jerárquica entre etnias (por no decir castas) que se ha vinculado a la estructura territorial-cosmológica del kiekari, que al menos hasta la fecha ha dependido 9 de distinciones entre el oriente ancestral iluminado y el poniente multiétnico confuso. Aún así se vislumbra cómo estos gestos hacia la inclusión de la alteridad, que superan la otrora oposición binaria entre razas, podrían ser más duraderos al combinarse con una nueva suerte de política etnonacionalista que cobra más importancia al momento que se contempla la apertura de PEMEX a la inversión extranjera. (Véase www.youtube.com/watch?feature=player_embeddedyv=XBotcsiVrYo para una visión de colaboración entre clase urbana popular y wixaritari.) 3. Desde la transformación de personas hasta el espacio-tiempo Aparte de estos cambios temporales en el estatus de los actores que han sido acelerados por la crisis histórica, se puede comparar cómo la cosmopolítica trata de la producción y extensión geográfica del espacio ceremonial de Wirikuta y sus sitios sagrados en dos dominios distintos: el ritual íntimo y la esfera pública, y como ésta a la vez se divide al menos entre el ámbito legal y el mediático, que tanto ha crecido últimamente. Siguiendo una sugerencia del etnógrafo Arturo Gutiérrez y algo observado en torno a un movimiento neotradicional de la sierra (Liffman 2012a, cap. 6), tal vez la diferencia más básica entre los dominios de ritual íntimo y mediatizado es la que se percibe entre sus respectivas orientaciones hacia lo sagrado: una a través de la percepción de relaciones y otra por los objetos o entidades cristalizados de las mismas— sean rasgos geográficos, implementos rituales o tal vez más significativo aún, el peyote—, tanto por simpatizantes como opositores de las reivindicaciones actuales. En términos más amplios se ha descrito este proceso como “entificación—la elaboración de ‘entidades’, o cosas a partir de categorías que habían sido implícitas o contingentes” (Ernst 2001). Es decir, las categorías legales y populares de la identidad y territorialidad indígenas como costumbre tienden a privilegiar—por no decir fetichizar—ciertos rasgos materiales como “actantes” (agentes no necesariamente humanos o siquiera vivos) sobre lo oficialmente denominado “patrimonio cultural intangible” que conecta diferentes lugares u objetos. En este caso los rasgos están siendo valorizadas por encima 10 de las relaciones que los articulan, pues éstas a lo mejor son más difíciles de volver legibles ante foros públicos o sus traducciones son más renuentes al control. En cuanto territorio, el desfase entre enfoques que privilegian objetos vs relaciones tiene implicaciones espaciales y temporales. Por ejemplo, la permanencia de lo sagrado en el paisaje de un Wirikuta cuyos límites pueden trazarse en un mapa fijo tiende a enfatizarse en los discursos públicos. Por otro lado, el discurso chamanístico clásico no hace tanto hincapié en la estabilidad sino en la contingencia en la capacidad de los actores para alcanzar la comunicación con antepasados divinizados para que jamás se tome por asentado su renacimiento o los lugares donde puede acontecer la sagrada fenomenología ancestral. En otras palabras, una estrategia discursiva importante entre las reivindicaciones públicas de territorialidad ha sido la de hacer hincapié en la extensión, delimitación y permanencia del territorio sagrado hasta la centésima parte de hectárea. (Lo mismo podría decirse de muchas descripciones etnográficas clásicas y, por otro lado, algunos intentos del Estado de circunscribir reclamos basados en “usos y costumbres” y el Art 169 de la OIT.) Por otro lado, estos rasgos concretos pueden parecer más efímeros o “delicados” en las descripciones y acciones de los chamanes. Cabe destacar que desde luego los chamanes—que a menudo guardan el conocimiento territorial más preciso desde las mojoneras coloniales—no menosprecian la importancia de proteger la región más amplia posible contra los efectos de la minería y así conservarla como escenario ritual donde pueden negociar su reproducción con los antepasados puesto que el marco legal lo exige, pero esto debería distinguirse de la ontología ritual. Como se acaba de sugerir, las diferencias entre los diferentes dominios discursivos mencionados líneas arriba pueden entenderse en términos de la legibilidad: cómo, a base del establecimiento de premisas comunes, se vuelven mutuamente entendibles interlocutores públicos o institucionales por un lado y patrimoniales o ancestrales por el otro para posibilitar el diálogo y la negociación. (Véase la discusión en la sección final sobre “fricción” y “objetos limítrofes” (boundary objects) que atiende la construcción de tal legibilidad.) Lo que estamos presenciando en la actual expansión de la esfera pública en torno a la práctica ceremonial wixarika es la emergencia de nuevos 11 híbridos o mejor dicho un posicionamiento post-étnico de algunos interlocutores en la cosmopolítica wixarika. Esta cosmopolítica en todo caso siempre ha contemplado cierta fluidez en el estado ontológico de los actores a través de mediadores ancestrales ambivalentes, tales como los llamados Mestizo Azul y Gringo Rojo, que imparten poderes de expresión artística, conocimiento científico y agencia económica asociados con la sociedad nacional. Pero ahora pareciera que un mayor número de nosotros los teiwarixi podemos gozar del metamorfosis a través de esta apertura ceremonial. Para situar todo esto en un marco teórico más amplio, el ensayo clásico sobre minería de Chris Ballard y Glenn Banks en la Annual Review of Anthropology (2003) cita a Tania Murray Li por observar que “la auto-identificación de un grupo como tribal o indígena no es ni natural ni inevitable pero tampoco es simplemente inventada, adoptada o impuesta. Más bien es un posicionamiento basado en prácticas, paisajes y repertorios de significado históricamente sedimentados que emerge a través de patrones particulares de compromiso y lucha” (ibíd.: 298; trad. mía). Por su parte, Li sigue la doble definición de “articulación” de Stuart Hall como la fusión de entidades situadas a través de personificaciones (voicings) históricamente contingentes. Según Li, “En vez de mero engaño, imposición u oportunismo reactivo, lo que mejor describen estos procesos y relaciones son complejidad, colaboración y compromiso creativo en arenas tanto locales como globales” (Li 2000: 152,173; trad. mía). Sin embargo, Ballard y Banks advierten que “En el proceso de auto-definición para representar sus intereses a agencias del gobierno y corporaciones o a otras comunidades locales, las comunidades en la zona de un proyecto minero emplean estrategias tanto tradicionales como novedosas de inclusión y exclusión…, las cuales a menudo giran en torno a retóricas de tierra, parentesco, mito y cosmología. A lo largo del tiempo, estas estrategias tienen la capacidad de introducir inequidades de distribución y marginación entre comunidades locales acorde con las brechas clásicas de género, edad, clase e identidad grupal. …Las comunidades indígenas han sufrido gran parte de la exploración y desarrollo minero…y a menudo ya son marginados tanto económica como políticamente dentro de la nación. …[Por consiguiente] la preocupación por el control sobre cuestiones fundamentales de soberanía comunitaria se expresa a través de una multitud de canales y medios, y con frecuencia debe apelar a públicos más poderosos (y a menudo occidentales) a 12 través de los tropos más potentes y familiares, como los abusos de derechos humanos o la destrucción ambiental…” (Ballard y Banks op.cit. 298-299). En el caso wixarika, bien podría resultar que los igualmente marginadas ejidos no-indígenas en el desierto de San Luis Potosí, que claman por trabajo en las minas, resultan excluidos por la alianza indígena-urbana progresista que se describe aquí. Al menos ésta es la imagen que se creó con los rumores (posiblemente fomentados por las mineras) respecto a la supuesta prohibición de actividad económica campesina bajo la Reserva de la Biósfera que se proclamó para la región en los últimos días de la presidencia calderonista, la cual ha sido suspendida bajo un amparo solicitado por los ejidatarios mestizos que habitan Wirikuta. Desde la perspectiva wixarika, la hibridez o innovación ontológica depende de la noción que el paisaje con sus lugares sagrados está compuesto por y sigue dependiendo de actos sacrificiales entre diferentes clases de actores que cambian su estado y reparten su sustancia en el proceso. Como ya se comentó, no todos los agentes deben ser humanos ni siquiera vivientes, mucho menos restringidos a una sola etnicidad. Por lo tanto, como dijo Alfred Gell (1998), resulta que la mente o el ser de uno (self) puede encontrarse repartido espacialmente y encarnada en diferentes personas por todo un paisaje ancestral. Se trata de una mente sumada de conciencias distribuidas y emplazadas (emplaced) en diferentes lugares. Así la posibilidad de nuevas formas de reclamo territorial y las bases para la hibridez o nuevas identidades post-indígenas y post-mestizas emergentes siempre han estado latentes en la cultura wixarika. Pero la crisis histórica en torno a la reanudación de actividad minera en Real de Catorce explica la inusitada escala y configuración de actantes en el movimiento que ha surgido. Por lo tanto, en la frontera movible entre los aspectos del conocimiento y práctica wixaritari que se mantienen ocultos y los que se muestran como patrimonio en la esfera pública o en los tribunales, la naturaleza de lo ritual y lo indio en sí está en juego. 4. Conexiones ocultas más allá de la esfera pública Entre tanta revelación pública de lo ritual, ¿algo queda oculto como la propiedad cultural exclusiva de los wixaritari? Pareciera que finalmente los procesos de iniciación 13 ritual para lograr el pleno reconocimiento como persona (tewi) y la inscripción o “registro” del esquema territorial en su totalidad siguen siendo menos visibles. En el corazón de Wirikuta, por ejemplo, se destaca la invisibilidad de las conexiones hidrológicas interregionales llamadas “venas” que se extienden por todo el territorio que los wixaritari visitan en cinco estados de la república. Al mismo tiempo la elección de esta palabra polisémica en español se apropia del lenguaje minero para cimentar una visión económica alternativa entre varios públicos. Entre grupos más delimitados, el término también evoca la imagen de sangre sacrificial. Más bien lo que sigue siendo más oculto es el trasfondo de las relaciones de relaciones que vinculan diferentes actos rituales y lugares sagrados aunque los conflictos que de manera concomitante envuelven cualquier reivindicación territorial wixarika, sea sagrada o no, también se visibilizan de sobremanera (’uxatiki Salvador, com.pers.). La tendencia de seguir encubriendo los procesos que articulan espacios y regiones ya la vimos en la escisión de las conexiones que trascienden el marco ritual de Wirikuta por parte de los voceros bilingües que mediatizaron el discurso del chamán Eusebio De la Cruz. Estas relaciones se basan en la cuestión crucial del control sobre el poder de ’utiarika o escritura, pintura e inscripción que las encarna y las hace vigentes y no sólo las ilustran o representan (Liffman 2012a). También ya habíamos visto esta cuestión delicada en el intento por parte de los ONGeros y autoridades wixaritari de limitar la producción de representaciones visuales durante los momentos claves del ritual en Paritekia. Pues la estructura virtual del territorio o cosmos que los wixaritari llaman kiekari depende de la continua renovación de las relaciones entre lugares. Esto sucede por medio de la reinscripción ritual que hasta la fecha sólo unos cuantos se permiten leer, para no diluir su eficacia. 5. Ontologías intercambiables Finalmente, comparemos todo esto a una situación parecida que no obstante muestra que la cosmopolítica puede provenir de diferentes direcciones y que no es necesariamente indígena por naturaleza. Andrew Mathews (2009, 2012), que se mencionó brevemente al principio, ha analizado los diálogos entre chamanes, actores 14 gubernamentales y nuevos movimientos sociales opuestos al gobierno. Estudia comunidades zapotecas en Oaxaca que, como los wixaritari, aseveran que ciertas intervenciones en el paisaje local tienen devastadoras implicaciones nacionales si no globales. Los zapotecos han forjado una alianza interétnica basada en una teoría climatológica que atribuye la disminución de las aguas pluviales a la tala de bosques. Crucialmente, antes de que se volvieran meramente populares, en los años 1920 y 30 estas teorías eran la dogma científica oficial propagada por el renombrado conservacionista Miguel Ángel de Quevedo. Pero según Mathews ahora, “la teoría de la disecación brinda una manera de vincular preocupaciones ambientales locales a escalas más grandes y lugares lejanos, proveyendo comunidades forestales aparentemente remotas con un medio para criticar el poder estatal y buscar aliados entre públicos urbanos” (2009:78). Por su parte, justo como señaló Fabiana Li respecto a los riesgos inaceptables, ahora el Estado descarta estas reapropiaciones de su ciencia como mera creencia indígena (Mathews 2012:69). Así desplaza dominios discursivos y apuntando hacia cualidades fundamentales de la política en su sentido amplio señalado por Rancière: radica en primer lugar en lo que se logra incluir o excluir del campo político como tal. En particular, es importante que Desde sus inicios, la teoría de la disecación ha sido vaga en cuanto exactamente qué escalas de deforestación tendrían efectos negativos… Es precisamente la ambigüedad de esta teoría que la permite atraer en diferentes maneras a gente rural (que se preocupa más por los arroyos), ambientalistas (preocupados por la biodiversidad y el cambio climático), activistas ambientales… y públicos urbanos consternados más sobre el abastecimiento del agua y el cambio climático. Hay numerosas traducciones y errores de traducción a través de las redes que apoyan representaciones de la naturaleza. En este sentido, son la ambigüedad y traducción equivocada que posibilitan la construcción de alianzas (2009:88). En este sentido, la teoría científica popular—igual que las concepciones de recursos naturales e indigeneidad al centro de este ensayo—es un “objeto limítrofe” (boundary object). Esta idea, derivada de Star y Griesemer (1989) y Anna Tsing (2000,2005), se refiere a entidades que sirven como la base de conexión, disputa y la generación de nuevos objetos entre grupos distintos. O en la propia formulación más bajtiniana de Tsing, la refiguración de la indigeneidad en torno a la minería es un 15 ejemplo de “fricción”, lo que acontece en “zonas de articulación incómoda, donde las palabras significan algo diferente a través de una brecha aun cuando la gente se acuerde platicar” (2005:xi). Aquí las palabras clave compartidas incluyen mina, contaminación, ecosistema, agua, peyote, lugar sagrado, territorio, soberanía y el mismo indígena, entendidas en diferentes escalas espaciales y con variadas vinculaciones sustanciales. La diferencia entre zapotecos y wixaritari es histórica: el papel indispensable de éstos como “sacerdotes de la lluvia” mediadores ya se había documentado en las etnografías de Robert Zingg (en los años 1930) y Carl Lumholtz (desde los 1890). De hecho, debido a la prominencia regional de los huicholes como chamanes en la documentación etnohistórica y arqueológica, su involucramiento en procesos ecológicos para evitar el catástrofe bien podría tener más de mil años de antigüedad. Esto ha cimentado lo apropiado de los wixaritari como una piedra angular del movimiento nacional que busca garantizar la soberanía de recursos en un registro alternativo al del gobierno. Aun así, esto no significa necesariamente que las ideas de Quevedo no hayan sido vinculadas al indigenismo oficial que buscaba modernizar la Sierra Madre Occidental en los años 1960 y 70, o que no hayan circulado para reforzar las prácticas chamánicas ya existentes junto con las imaginarias de ONGs, movimientos neo-indios y mucha gente común y corriente en el México actual. De hecho en los meses desde el impactante performance ritual-político en Paritekia, se ha ido fortaleciendo notablemente la dimensión científica-técnica de los argumentos ecológicos en contra de la minería. Cabría señalar en primer lugar el diseño de varias estrategias periciales antropológicos que han incluido a su servidor (Liffman 2012) además de testimonios de índole ambiental para tribunales en San Luis Potosí. Los primeros señalan la extensión del territorio de Wirikuta (que la minera en momentos buscaba minimizar hasta confinarlo al Cerro Quemado) y su importancia integral para la identidad y reproducción de la cultura wixarika en cuanto legitimación ritual de su tenencia de la tierra ritual, la organización religiosa y las concepciones cosmológicas relacionadas con los ciclos ecológicos y la complementariedad de actividades de subsistencia. 16 A estas gestiones legales de tinte funcionalista se ha aunado la climatología para articular más autoridad científica al antiguo discurso chamanístico sobre agua. Funciona así: dadas las proyecciones de una reducción significativa para gran parte de la mitad norteña ya semiárida de México durante las décadas venideras del s. XXI, las demandas evidentes de recursos hídricos por parte de las minas constituyen retos aún más agudos para las comunidades tanto rurales como urbanas (http://www.youtube.com/watch?v=jywSr_IBsrM&feature=youtu.be). Entre estas nuevas gestiones territoriales se encuentra la antemencionada reserva de la biósfera en Wirikuta que la saliente administración de Felipe Calderón anunció en sus últimos días (en noviembre 2012) como seña de apoyo a la reivindicación de los peregrinos wixaritari que se oponen a la mina, pero que ahora queda suspendida por un amparo impuesto a base de una protesta ejidal respecto a la injerencia en sus propios asuntos territoriales. Por otro lado, los wixaritari (que por cierto se opusieron contundentemente a la propuesta de imponer semejante régimen en la sierra donde habitan) han utilizado otra clase de argumentación científica para apoyar la legitimidad de esta nueva forma de gobernanza y la protección bajo otras fórmulas para el ecosistema wirikutense. En la página web de Salvemos Wirikuta https://www.facebook.com/XotuTeiwari/photos_stream se destaca un esfuerzo basado en la unicidad biológica para demarcar una provincia ecológica. Se nota que la interpretación de “especie endémico” se equivale a singularidad en vez de autoctonía. De manera parecida, la distribución estadística de especies en el vasto desierto chihuahuense (es decir, la incidencia de un alto porcentaje de todos los especies en Wirikuta, que ocupa una fracción minúscula de toda la región ecológica) se interpreta como otro signo de unicidad aunque igualmente se podría entenderla como indicio de gran uniformidad a lo largo del área si no se tomara en cuenta el relativo estado de conservación de la zona y la cantidad de agua que recibe Wirikuta. Con estos argumentos científicos sobre la mesa, se cuentan con más elementos para definir Wirikuta como una provincia con límites espaciales análogos a otras clases de territorialización. 17 Semejante argumento de los mismos actores ONGeros busca arraigar la territorialidad wixarika en el tiempo a través de su consumo del peyote, relaciones genéticas con otras poblaciones indígenas y una interpretación de ritos de cacería como índice de un modo de subsistencia desértica anterior. Todos estos datos científicos se utilizan para vincular el actual pueblo wixarika con una identidad histórica profunda, que data hasta milenios antes de la emergencia de los pueblos yutoaztecas en los registros de esa misma ciencia (Chávez y Chávez 2013). Para ubicar todo lo anterior en un contexto mayor, grupos, también identificados como indígenas en gran medida que se oponen a nuevos proyectos hidroeléctricos y energéticos, constituyen otra parte importante de la alianza actual contra megaproyectos en México. Al mismo tiempo, hay muy poca oposición aparente a los proyectos de PEMEX—mucho menos que transparentes o verdes que sean por no hablar de la huella de carbón nacional que implican. Más bien, la preocupación predominante es que al abrir la paraestatal a inversión e insumos tecnológicos internacionales en el área de exploración y producción, México perdería la soberanía energética que el presidente Lázaro Cárdenas ganó con una estrategia geopolítica brillante en vísperas de la segunda guerra mundial. El punto es que la soberanía, tanto local como nacional, pareciera ser tan importante como agua o clima para estos movimientos, pero todos los discursos pueden aliarse en contra del capital global, aun cuando éste se manifiesta como “planet-friendly” como es el caso de las empresas eólicas españolas en Oaxaca (Howe, en prensa). Así la indigeneidad, siendo el sitio más puro de valores soberanos y ecológicos puede funcionar ahora como eje articulador de muchos movimientos sociales aun cuando se manifiestan tensiones ideológicas entre ellos. Dichos movimientos se centran en diferentes formas de patrimonio también: arqueológico (como en el sonado caso de las ruinas de Xochicalco confrontadas con un proyecto minero de tajo abierto a unos pocos kilómetros), hidráulico (las antemencionadas presas y, curiosamente, algunos aspectos de la protesta anti-eólica) y etnonacional (dada la asociación cada vez más cercana de indigeneidad y soberanía nacional en estas protestas enfocadas en las mineras canadienses más que mexicanas, 18 entidades que ahora representan el polo extremo del teiwari inasimilable a las relaciones de intercambio en una escala económica global). Cabe mencionar además el traslape de las gestiones para mayor consulta y autonomía territorial en torno a los megaproyectos con el surgimiento de varias clases de policías comunitarias (figura ya desdibujada por el posible papel de cárteles y el mismo ejército en el fomento y abastecimiento de algunas de ellas). En todo caso esta recomposición de la hegemonía responde a flujos globales de capital y violencia incontrolada motivada por lo mismo. Dentro de los matices de los movimientos en contra del desarrollo desbordado, en contraste a la fusión científica-autóctona de los discursos expertos en defensa a Wirikuta, para los zapotecos, los rituales para los dueños sobrenaturales del cerro ya han sido reemplazados por la teoría semi-científica de la disecación. Por un lado, es doblemente irónico que los zapotecos “señalaron los motivos técnicos para proteger los bosques y que fueron los foráneos o intermediarios…que hablaban de las relaciones espirituales entre bosques y agua en las creencias indígenas” (ibid.: 87). Por otro lado, dichas creencias siguen siendo vigentes entre los wixaritari y están al núcleo de sus predicciones de cambio climático. Sus danzas en las arenas finas de Wirikuta y después en los patios de baile ceremonial durante el ritual de Hikuri Neixa (Danza del Peyote) llevadas a cabo por estas fechas en las comunidades de la Sierra Madre Occidental producen nubes de polvo que llaman indéxicamente a la diosa de la lluvia Tatei Ni’ariwame a que traiga la temporada de aguas. Como ya hemos visto, la exhibición pública de estos procesos sagrados de hacer lluvia y la inclusión de foráneos en ello constituyen la ahora expandida cosmopolítica. Nos exige considerar su carácter situado, junto con el de ontologías indígenas en términos más generales. Así, sea un movimiento social, el Estado o sus sujetos indígenas que postulen un brinco escalar ambiguo pero moralmente convincente en las relaciones ecológicas, las cosmologías de estos grupos evidencian un fuerte parecer familiar. 19 OBRAS CITADAS Ballard, Chris y Glenn Banks 2003 Resource wars: The anthropology of mining. 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