Historia Socio-cultural de la Economía Venezolana: 14.500 años anp-2010. Mario Sanoja Obediente EDICION BICENTENARIA. BANCO CENTRAL DE VENEZUELA 16-07-2010 1 ÍNDICE PROVISIONAL PARTE I Las Sociedades Precapitalistas Venezolanas Introducción 2 Cap.1: La economía política de las sociedades precapitalistas 8 Cap.2: Formaciones económico-sociales precapitalistas 13 Cap.3: El modo de producción y los modos de vida apropiadores 24 Cap.4: La base material de la Formación productora de alimentos o tribal 39 Cap.5: La Formacion económico social productora o Tribal 54 Cap.6: El concepto de acumulación simple en las sociedades precapitalistas 62 Cap.7: Fases históricas de la acumulación simple en el noroeste de Venezuela 76 2 PARTE II Formacion Social Clasista Cap.8: La expansión del capitalismo desde Europa Occidental 82 Cap.9: Fases iniciales de la formación social clasista (siglosXVI-XVIII). 96 Cap.10: La Acumulacion Originaria de capital mercantil 102 Cap-11: Formación de la propiedad territorial agraria 112 Cap.12: Submodos de los modos de vida coloniales venezolanos 121 Cap.13: Submodo de vida 1: Caracas, lugar central del mercado colonial 128 Cap.14: Submodo de vida 3: la Provincia y la ciudad de Maracaibo 146 Cap.15: Submodo de vida 4: la acumulación orginaria de capital en Guayana 158 PARTE III: La Formación Economico Social Clasista Nacional Cap.16: Colonialidad del poder, modos de vida y estilos de consumo 165 Cap.17: Las reformas liberales de Carlos III: detonante del movimiento de emancipación 182 Cap.18: La economía venezolana durante la Guerra de Independencia 195 Cap.19: El modo de vida nacional monoproductor agroexportador: 1830-1935 206 Cap.20: Estilo de vida consumista de la burgues nacional venezolana. Siglo XX 218 3 Cap.21: El modo de vida nacional petrolero (rentista) 228 Cap.22: La cultura como instrumento de dominación política 244 Cap.23: El régimen neocolonial de la IV República 255 PARTE IV: La Revolución Bolivariana Cap.24: La construcción de un modo de vida socialista venezolano 262 Cap.25: El modo de vida socialista y la diversidad cultural 273 Bibliografia citada 281 Advertencia: Sobre las abreviaturas en cronología de la parte I: ANE= antes de nuestra era, equivalente a “antes de Cristo” ANP= antes de nuestro presente (para el caso actual: año 2010) 4 AGRADECIMIENTOS La presente resume parte de casi medio siglo de investigaciones científicas, proyecto de vida realizado en común con mi compañera Iraida Vargas-Arenas. Dentro de la división social del trabajo que desarrollamos en dicho proyecto, Iraida profundizo, aparte de la arqueología, en las investigaciones sobre la filosofía del materialismo histórico, la filosofía la ciencia y la filosofía de la historia, trabajando con maestros como el mexicano Eli de Gortari. Con base a esa experiencia, Iraida formuló en 1990 el esquema cuatricategorial de Formación Economico Social, Modo de Producción, Modo de Vida y Modo de Trabajo para el análisis de la realidad social que utilizamos en esta obra. Ello la condujo finalmente hacia el estudio de problemas contemporáneos como la formación de la sociedad de clases en Venezuela, el papel de la mujer y el género, de la educación y la ciencia en dicho proceso. Toda esa experiencia, su crítica y sus sugerencias, fueron determinantes en la redacción final de esta obra de la cual creo, sinceramente, ha sido coautora. Debo agradecer también a otra excepcional mujer y amiga, Valentina Alvarez Fabro, Premio Nacional del Diseño, quien me ayudo gentilmente a darle un formato amigable a este texto. Los investigadores científicos antiguos formados en la mecánica simple de las maquinas de escribir, no somos generalmente versados en la magia de las computadoras y mucho menos en las honduras del diseño gráfico. Quiero expresar eterna admiración a las mujeres y hombres de mi pueblo venezolano, parte de cuya larga y valerosa historia social me ha tocado investigar y poner en letra. MSO. Mayo 2010. 5 INTRODUCCIÓN En Venezuela, el tiempo histórico de la liberación nacional y la descolonización que se inicia con la Revolución Bolivaria, ya ha producido profundos cambios en la cultura y en los habitos literaria de la sociedad venezolana. La mayoría de los venezolanos (as), particularmente aquellos que estuvieron sempiternamente excluidos del disfrute de los bienes culturales, de la educación y de esas maravillosas herramientas del conocimiento que son la lectura y la escritura, en los diez primeros años de Revolución Bolivariana se han volcádo ávidamente a leer textos que -según la consideración de las viejas políticas editoriales de la IV República- sólo interesaban a la elite intelectual venezolana: historia, filosofía, marxismo, economía, ciencia política, sociología, antropología, novelas, poesía, etc. Ello nos crea a los intelectuales venezolanos comprometidos con este proceso revolucionario la responsabilidad de responder a ese reto, escribiendo textos que estimulen la reflexión sobre la realidad venezolana los cuales combinen la seriedad académica con el estilo sencillo y amable que requieren los libros de difusión masificada. La producción de libros que tratan de estos temas por parte de editoriales como Monte Ávila, El Perro y la Rana y las editoriales sectoriales de otros ministerios e instituciones gubernamentales como el Banco Central de Venezuela, suman millones de ejemplares distribuidos de manera gratuita o a precios solidarios, los cuales hallan su camino hacia los consejos comunales, los consejos obreros, las empresas de producción socialista, los maestro(a)s, 6 los soldado(a)s y los miliciano(a)s de la Fuerza Armada Bolivariana, los obrero(a)s, campesino(a)s, los trabajadore(a)s, los bolivariano(a)s de la clase media y media alta. Por esas razones, quienes hasta 1998 nos concentrábamos en investigar para producir libros académicos que sólo circulaban en un reducido ámbito intelectual, descubrimos desde entonces la importancia de comunicar a los camaradas de a pie nuestras experiencias y conocimientos adquiridos en la academia, escribiendo libros y artículos que contribuyan a formar conciencia política y conciencia histórica. Ello supone incursionar, como ya dijimos, en otro estilo literario en otra manera de orientar el discurso, vinculando la narrativa a lo cotidiano. Cuando nos referimos a lo cotidiano no aludimos a lo superficial e intrascendente: los contenidos de la vida cotidiana, por el contrario, son la concreción de la gran historia en una escala visible y comprensible para las personas. Animados por todas estas razones, escribimos una historia social de la economía venezolana, donde tratamos de establecer las características de las diversas formaciones y modos de producción que conformaron la sociedad venezolana desde los orígenes del poblamiento venezolano, hace 14.500 años hasta el 1498, fecha en la cual se inició la invasión colonialista europea que introdujo el capitalismo en América y en nuestro país en particular, dando origen a la formación colonial y neocolonial venezolana y su modo de producción rentista y monoproductor. Ello implica reconocer, como exponemosen esta obra, que la conducta económica y política no es solo característica de las sociedades capitalistas sino también, de otra manera, de las sociedades precapitalistas como las que habitaban el territorio venezolano antes del siglo XVI. 7 El 5 de Julio de 1811, fecha de la declaración formal de nuestra primera independencia política y administrativa, significó la ruptura con la forma del tiempo histórico colonial español, el nacimiento de la 1 y la 2da. República y la incorporación de Venezuela al efímero proyecto político de la Gran Colombia. Al disgregarse ésta, a partir de 1830 se inició la III República, y comenzó a gestarse el marco ideológico liberal y positivista de la nueva fase histórica de la formación republicana y su modo de producción colonial, rentista monoproductor y agroexportador, que persistió como dominante hasta inicios del siglo XX. A partir de allí en adelante, se produjo una ruptura definitiva con el antiguo modo de vida colonial, rentista monoproductor y agroexportador, suplantado hasta finales del siglo XX por un nuevo modo de vida neocolonial, nacional petrolero, con el cual la antigua monoproducción agropecuaria se articula –por ahora- como un proceso de trabajo. Los historiadores (as) oficiales de la III y la IV República, trataron de ocultar, minimizar y restar relevancia a la importancia central que tuvo el aporte tanto de nuestras sociedades originarias como de los esclavos (as) africanos para la formación de la nación venezolana. Cuando hablamos de esclavos (as) africanos no aludimos solamente a los venezolanos fenotípicamente negros, sino también a la enorme mayoría de la población venezolana (el 80%) que somos mulatos y zambos que hemos sido y seguimos siendo todavía, explotados por la burguesía capitalista. Partiendo de esta premisa, trataremos en esta obra sociales y de analizar las líneas generales de los procesos culturales, económicos, de rebelión popular, que causaron las transformaciones históricas a partir de la cuales se genera finalmente una ideología y un imaginario colectivo, la llamada cultura del petróleo o modo de vida nacional petrolero, el cual permite la reproducción de una nueva fase del 8 modo de producción rentista y mono-productor que ha legitimado y reforzado el carácter dependiente, desnacionalizado y consumista que caracteriza en la actualidad la formación nacional venezolana. Los procesos que serán analizados en esta obra: la cultura, la sociedad, la producción y la economía, la política y el poblamiento territorial, -en el pasado y en el presente- serán considerados en términos de procesos de producción social de la nación venezolana, en cada uno de los momentos formativos de su compleja realidad sociohistorica. Intentamos en la misma, como ya dijimos, mostrar los procesos sociohistóricos que han motivado el desarrollo de la sociedad venezolana desde los inicios de la vida social organizada en nuestro territorio hace 15.000 años ANP, a objeto de mostrar la dialéctica que sustenta y anima su continuidad histórica. Es importante resaltar que fue gracias a la adopción de la tecnología y las formas productivas originarias, así como a la confiscación, explotación y utilización de la experiencia creativa de la fuerza laboral indígena como fue posible la estabilización del sistema colonial hispano, creando una síntesis cultural indohispana que luego se enriqueció con el aporte étnico, cultural y laboral de los esclavos y esclavas african@s. La sociedad mestiza que resultó de esa simbiosis histórica estuvo sometida desde los inicios del siglo XVI a una clase dominante, étnicamente blanca europea o criolla mestiza, que en sucesivas encarnaciones gobernó a Venezuela hasta 1998. Esa burguesía ha estado integrada básicamente por comerciantes autistas que solo han pensado en gobernar nuestra patria- de manera egoísta- para su beneficio personal, ajenos a la terrible tragedia de vida que vivió la mayoría de nuestro pueblo hasta 1998. Si hay que buscar un culpable de nuestro atraso y nuestra dependencia colonial, lo encontraremos en esa clase de mercaderes sin patria 9 que no supo o no quiso-cuando tuvo la oportunidad y los medios- crear una patria soberana para beneficio de todos los venezolanos. Como contrafigura de esa burguesía apátrida, encontramos un sujeto histórico revolucionario integrado mayoritariamente por negros, mulatos, zambos, indios, blancos y criollos -tanto pobres como de la clase media y hasta de la alta burguesía- que desde mediados del siglo XVIII asumió la lucha contra la oligarquía venezolana. Tuvieron que pasar mas de dos siglos para que ese sujeto llegara a organizarse como la fuerza social y política que finalmente logró tomar el poder luego de la rebelión o “caracazo” de 1989 que precedió a la rebelion cívico-militar del 4 de Febrero de 1998 y finalmente a la elección popular de uno de los nuestros, Hugo Chavez Frías, como Presidente de Venezuela y uno de los lideres mundiales del proceso mundial de la descolonización antiimperialista. Hoy día tenemos que referirnos a ese sujeto histórico y a su lider, no solamente como el detonante de profundos procesos de cambio social en Venezuela, sino a nivel regional y mundial, haciendo realidad el mundo que profetizó en el siglo XIX ese arquitecto de sueños que se llamó Simón Bolivar, El Libertador. Los libros de historia escritos hasta el presente sobre la sociedad venezolana, se han limitado bien a describir eventos y procesos o a hacer la crítica de la “burguesía capitalista” venezolana si es que ha existido algo que verdaderamente se pueda llamar de esa manera. A partir de 1998 es necesario comenzar a pensar en la transición hacia una nueva etapa que unos historiadores eclecticos llaman postcapitalista y otros llamamos socialista. El concepto de postcapitalismo tiene muchas lecturas; una podría significar el anti-imperialismo y el anticolonialismo, procesos que se generan en los países periféricos al viejo núcleo capitalista desarrollado, 10 hoy en proceso de descontrucción, que animan las situaciones revolucionarias que sacuden a Suramérica y El Caribe. El socialismo en Nuestramerica, debido a la presencia siempre ominosa de las transnacionales estadounidenses, que no del pueblo de los Estados Unidos, tiene que ser necesariamente anti imperialista y anticapitalista o no será nada. Algunos gobiernos de nuestra región intentan ser antiimperialistas, pero coqueteando con el capitalismo, siguiendo las líneas del antiguo socialismo neoliberal europeo -que esta entrado en su crisis existencial final- haciendo caso omiso de lo que ya lo dijo hace miles de años el Maestro Jesús: no se puede servir a dos señores a la vez. Nosotros nos hemos atrevido a reflexionar en esta obra, sobre el proceso de transición hacia el socialismo venezolano, como expresión particular de la diversidad cultural e histórica de los pueblos. El Presidente Hugo Chávez, de manera valiente y decidida, ya ha comenzado a diseñar el proceso para construir las bases concretas de nuestro socialismo. A nosotros nos corresponde –en la medida de nuestras limitaciones- interpretar ese pensamiento a la luz de la experiencia histórica del pueblo venezolano y transformarlo en conocimiento que pueda ser discutido y criticado por los lectores tanto del público general como del académico. Para armar este relato histórico nos hemos inspirado particularmente en el pensamiento de quienes fueron nuestros maestros, camaradas y amigos: el gran humanista venezolano del siglo XX Miguel Acosta Saignes, el extraordinario historiador de la sociedad venezolana que fue Federico Brito Figueroa, el valioso antropólogo, líder sindical y luchador social Rodolfo Quintero y al acucioso historiador de la economía colonial venezolana, Eduardo Arcila Farías, a quienes con toda humildad dedicamos la presente 11 obra. Hemos acudido también a la extraordinaria obra del nuestro gran amigo, el extraordinario geógrafo venezolano Pedro Cunill-Grau, cuya sistematización de la geohistoria venezolana del siglo XIX es esencial para comprender los fundamentos sociales del Estado nacional venezolano, así como a los escritos y propuestas originarias del maestro Domingo Federico Maza Zavala sobre los procesos económicos venezolanos hasta la década de los años noventa del siglo pasado. Igualmente nos consideramos seguidores del pensamiento materialista histórico de Fernand Braudel, cuya obra nos ilumina sobre los conceptos y la metodología para el estudio, tanto de los orígenes históricos, como del desarrollo del sistema capitalista mundial. Nos reafirmamos en la obra densa y monumental de Brito Figueroa, “Historia Económica y Social de Venezuela” expresando, como ya expusimos, la necesidad de incorporar en el análisis socio-histórico de la nación venezolana los milenios de vida social organizada que antecedieron la invasión europea en el siglo XVI, considerando que en la historia de la nación no hay rupturas sino que se trata de un proceso continuo, ya que al mismo tiempo “…nuestro interés no es el fenoménico económico en particular, ni el demográfico en especial, ni las formas de organización social como problema específico, sino las líneas de desarrollo de estos tres fenómenos en cuanto coexisten en un espacio y tiempo y contribuye a configurar la fisonomía Venezuela desde los siglos coloniales hasta las décadas del neocolonialismo, tratando de relevar lo típico y lo peculiar de la dinámica de esos fenómenos en cada uno de los períodos señalados, que es uno de los fines de la ciencia histórica y no de ninguna de las llamadas ciencias sociales especiales…” (Brito Figueroa 1986 II: 354). 12 PARTE I LAS SOCIEDADES PRECAPITALISTAS VENEZOLANAS 13 CAPÍTULO 1 La economía política de las sociedades pre- capitalistas Incluir en una historia socio-cultural de la economía venezolana la historia de los pueblos originarios que comenzaron a hacer vida social organizada hace 14.500 años a.n.p., requiere una introducción particular. Los intelectuales que representan la historigrafía oficial tanto de la IIIra como de la IVta República, plantearon como un dogma oficial que la nación venezolana había comenzado a conformarse a partir del siglo XVI, gracias a la acción civilizadora de España. Los indios y negros eran –según dicha historiografíauna especie de arcilla dúctil e inerme que había tomado forma en el molde de la civilización occidental representada en este caso por la España Imperial (Vargas Arenas, 1995). El enfoque materialista de la dialéctica de la sociedad venezolana hecho por nuestros maestros y sus seguidores, marxistas u otros, ha mantenido y explicado el carácter integral de la historia de nuestro pueblo, poniendo siempre el énfasis en la estructura económica como factor general determinante de su transformación histórica. En el caso de las sociedades precapitalistas hemos sostenido que la estructura economíca esta determinada, por las relaciones sociales de producción, por calidad de las relaciones interpersonales, por la manera como los hombres y mujeres se asocian para producir, es lo que califica la naturaleza de la estructura económica (Sanoja y Vargas Arenas, 1992, 1995,1999; Sanoja 1997, Vargas Arenas, 1990; Salazar 2003, Gil 2003, Vargas Arenas, et alíi 1997). 14 La cooperación, la reciprocidad y la solidaridad, que son formas de asociación para el logro de un objetivo común, implican necesariamente determinadas formas de producir, distribuir y consumir lo producido de una manera suficientemente equitativa como para justificar que se mantengan las relaciones de cooperación o asociación, o lo suficientemente remunerativa como para preferirla a la acción del individuo aislado (Sanoja y Vargas Arenas, 1995: 21-22). Hasta recientemente, el estudio de las sociedades consideradas como “tecnológica y económicamente atrasadas”, carentes de trabajo asalariado, con una estructura clasista simple y un bajo nivel de complejidad política, ubicadas generalmente en la periferia de los gobiernos y los mercados nacionales había sido visualizado mayormente como el campo de estudio de la antropología, en tanto que el estudio de la economía se ocupaba exclusivamente de las sociedades modernas que viven bajo un régimen de mercado sometido a la oferta y la demanda. Para fundamentar ese razonamiento lógico, los indígenas y afrodescendientes así como los inmigrantes pobres de otras naciones latinoamericanas fueron convertidos en los culpables de nuestro atraso histórico, profundizando correlativamente la influencia de la ideología patriarcal para que las mujeres siguiesen recluidas al ámbito privado y excluidas de la vida pública. y se cumpliese la meta de crear un Estado nacional homogéneo eliminando los factores de la diversidad (Vargas Arenas, 2008: 199; prólogo Briceño Iragorry). El desarrollo contemporáneo de los movimientos sociales revolucionarios, por el contrario, ha convertido esas sociedades marginales o marginadas, supuestamente atrasadas, que existen en América Latina, en Asia y en África, , 15 en verdaderos sujetos revolucionarios surgidos de la diversidad social y cultural, capaces de poner en jaque a las sociedades imperiales más poderosas como es el caso de muchos paises de aquellos continentes que se hallan confrontados con Estados Unidos y la Comunidad Europea (Sanoja 2010). En el caso particular de Venezuela, las sociedades originarias, las comunidades coloniales negrovenezolanas, mulatas, zambas y las clases populares en general, fueron excluidas por la historia oficial como factores causales de nuestra historia, representándolas como congeladas en una serie de períodos históricos autocontenidos, más o menos inconexos tales como pre-colombino, colonial, republicano y moderno (Vargas-Arenas 1995: 48-49). Por esta razón, se ha hecho importante para la estrategia revolucionaria, tanto el estudio histórico integral de las sociedades precapitalistas como la investigación social y económica de las sociedades de estructura comunal indígenas, campesinas o barriales urbanas modernas que existen en el seno de la capitalista. Para hacer un análisis de la economía política venezolana siguiendo la línea esbozada, es necesario vincularlo con la historia aquellas sociedades precapitalistas, excluidas hasta ahora de los análisis causales procesales. A la luz de esta nueva visión que proponemos de los procesos de cambio social en la economía venezolana aquéllas, lejos de constituir una reliquia pasan a ser consideradas un factor causal de la dialéctica de dicho cambio, creando un nuevo paradigma donde la historia de la nación venezolana es vista como el resultado de un proceso continuo, animado por el movimiento dialéctico. La economía política existe porque hay hombres y mujeres viviendo y produciendo en sociedad. Esta premisa es válida para hacer un análisis de la conducta económica de dicha sociedad en un momento determinado de la 16 historia de un país. Para investigar la causalidad de su estructura, la lógica de su funcionamiento y su desarrollo histórico, se necesita estudiar la acción combinada de los diversos factores causales que conforman su modo de producción, particularmente el nivel de desarrollo de las fuerzas productivas y la naturaleza de las relaciones sociales de producción, donde se asienta y se expresa la infraestructura de la sociedad. El Modo de Producción -según Godelier- puede definirse como una combinación de las fuerzas productivas y de las relaciones sociales de producción específicas que determinan la estructura y la forma del proceso de producción y de la circulación de los bienes materiales en el seno de una sociedad determinada, al cual corresponden en una relación de compatibilidad y de causalidad estructural, diversas formas concretas de relaciones políticas, ideológicas, etc. analizadas en su articulación específica (Godelier.1976: 283). Por las razones expuestas hemos considerado necesario para estudiar la historia social de la economía venezolana, establecer la estructura de los modos de producción precapitalistas venezolanos, ya que de otra manera no entenderíamos el carácter sincrético indohispano que tuvo el modo de producción colonial venezolano hasta el siglo XVIII. La economía colonial de subsistencia se fundamentó en la adopción y conservación de las formas productivas agrarias de policultivo desarrolladas por las sociedades originarias, caracterizadas por la combinación de varios cultivos que eran cultivados en simultaneidad en un mismo conúco, tal como el complejo calabaza-(auyama), maíz, yuca, frijol, ñame, batata, etc-, y frutos de maduración corta como la papaya. La monoproducción agrícola se introduce con la Colonia particularmente en relación al desarrollo de cultivos comerciales tales como la caña de azúcar, café, cacao y tabaco), práctica que 17 se prolongó todo el siglo XIX hasta 1930, cuando surge la monoproducción petrolera como proceso de trabajo dominante del modo de producción en su fase neocolonial. La economía política y la antropología social Nuestro interés, como ya hemos expuesto, es desarrollar el tema de la historia nacional como un proceso continuo, sin rupturas, incluyendo en el análisis los 14.500 años de vida social organizada de las sociedades originarias venezolanas y la influencia de sus contenidos en la configuración de la sociedad venezolana entre los siglos XVI y XVII. Por esta razón, nuestra toma de posición teórica tiene que aludir al debate existente entre los antropólogos (as) e historiadores (as) modernistas formalistas quienes sostienen que los análisis económicos modernos son aplicables a la economía antigua, y los llamados primitivistas sustantivistas, quienes niegan la importancia de las relaciones de mercado, la acumulación orginaria de capitales y el comercio a larga distancia en el mundo antiguo (Burling, 1976; Polanyi 1976; Kaplan 1976; Godelier 1976; Eden y Kohl, 1993; Frank, 1993: 385). Como vemos, los estudios antropológicos sobre las sociedades precapitalistas o no-capitalistas han estado dominados hasta el presente, por una parte, por el paradigma de la antropología culturalista y de la ecología cultural según el cual, de forma instrumentalista o mecanicista, la conducta cultural se crea a través de la relación que la sociedad establece con el ambiente (White, 1949:363-393; 1959:281-302; Vayda, 1969: xi; Rindos, 1984, xiv). Por otro lado, hallamos también el paradigma de la irreductibilidad, según el cual las sociedades pre-capitalistas o no capitalistas sólo pueden ser explicadas en sí mismas. Finalmente, tenemos el marxismo ortodoxo, según el cual las 18 categorías histórico sociales sólo pueden aplicarse a las sociedades capitalistas. Como expondremos en los capítulos que siguen, nuestra posición como antropólogos marxistas (o que pretendemos serlo) se apoya en las categorías elaborada por Marx y Engels de formación económico-social, modo de producción, modo de vida y modo de trabajo, cultura, y en los conceptos de vida cotidiana, espacio y grupo doméstico, espacio y grupo territorial y región geohistórica propuestos por Vargas Arenas, (1990: 55-80) y Bate (1998: 5676). Como hemos analizado en trabajos precedentes (Sanoja y Vargas Arenas, 2000), existe abundante evidencia publicada sobre la acumulación originaria tanto de capital expresado en fuerza de trabajo como de capital expresado en bienes materiales en las sociedades precapitalistas de Nuestra América que permiten substanciar el debate científico al respecto. La economía política es la ciencia de las leyes que rigen la producción y el intercambio de medios materiales de vida en la sociedad human. Las condiciones en las cuales se producen e intercambian productos los hombres y mujeres se diferencian de un país a otro, por tanto la economía política no puede significar lo mismos para todas las épocas ni para todos los países. Siendo por tanto la economía política una ciencia histórica, los modos de producción y de distribución tienen validez para todos los períodos históricos a los que sean comunes dichos modos de producción y con las previas condiciones históricas de esas sociedades (Engels 1977:151-152A). Todos los hombres y mujeres en todos los tiempos han participado y participan en formas de intercambio, tanto de objetos materiales como inmateriales, tanto de bienes como de servicios. Por esta razón la cultura surge y se desarrolla en los grupos humanos como consecuencia de su capacidad 19 para simbolizar y para intercambiar así como de la dependencia que tienen los colectivos humanos tanto de la naturaleza como de sus propios semejantes, lo cual alude al intercambio con el medio ambiente natural y el social en la medida que estos le proporcionan los medios para su satisfacción material. (Firth 1977: 51), El proceso de interacción entre sociedad y medio ambiente para obtener el abastecimiento de recursos y bienes materiales con los cuales satisfacer las necesidades sociales e individuales, está mediado por la diversa calidad de las relaciones de producción que nos permiten distinguir entre las sociedades precapitalistas y las capitalistas. Las relaciones de producción en las sociedades pre-capitalistas o no-capitalistas, a su vez están inmersas en una diversidad de instituciones económicas y no económicas tales como la religión (la ideología) y el gobierno que median su representación sensible, las cuales pueden ser tan importantes en un momento determinado como las instituciones monetarias y la disponibilidad de tecnologías que aligeren el trabajo de la mano de obra. Las principales pautas de la economía precapitalista o no-capitalista son la producción, la reciprocidad, la distribución y el intercambio. La reciprocidad socialmente relevante está basada en formas asimétricas de organización social: como forma de integración, la reciprocidad se refuerza y consolida gracias a su capacidad de poder combinar en una misma acción la redistribución y el intercambio como métodos subordinados. (Polanyi 1976:164). La tierra y el trabajo se integran en el sistema económico, mediante los lazos de parentesco (como en la antigua sociedad tribal, o como en el ayllu andino moderno); en las sociedades de regadío (como en las sociedades clasistas iniciales) donde la tierra era distribuida y las cosechas apropiadas por el señor 20 o el linaje dominante que tenía como locus de poder el templo o el palacio; en la sociedad feudal, la tierra y el trabajo se integraban al sistema económico vía los lazos de fidelidad que vinculaban al Señor con los siervos. En una economía pre-capitalista o no capitalista, los productos de la tierra, el trabajo objetivado y los alimentos se convierten en bienes y servicios libres que se distribuyen en los mercados, los cual constituyen el locus físico, territorial donde se produce su intercambio social (Polanyi 1976: 167-168). La economía pre-capitalista o no capitalista es distinta, como clase, a la del industrialismo de mercado. La ausencia de tecnología mecánica, de organización omnímoda del mercado y de moneda para todos los propósitos, y el hecho de que las transacciones económicas no pueden emprenderse fuera de la obligación social la hacen diferente a la economía capitalista, particularmente en cuanto que el individuo, como factor económico, es personal y no anónimo y mantiene su posición económica en virtud de su posición social (Firth 1951: 137. 207). Durante los dos últimos siglos, el liberalismo produjo como tesis general la existencia de una organización de la subsistencia humana controlada por un sistema de mercados formadores de precios. En esa medida, el modelo se prestaba a la aplicación de métodos basados en el significado formal de lo económico, que podría parecer coincidente con el significado substantivo del mismo. Sin embargo, para el antropólogo (a) social, el historiador (a) o el sociólogo (a), el estudio de la economía se enfrenta también a una variedad de instituciones que no son solamente el mercado, sino también a las células fundamentales de la sociedad tales como el parentesco y la familia en las cuales esta incrustada la subsistencia humana. 21 Una de esas instituciones es la conformada por los grupos domésticos o comunidad doméstica, en los cuales el trabajo familiar no es trabajo alienado sino que está condicionado por las relaciones de parentesco y de comunidad. En las sociedades tribales, los grupos domésticos no son reducibles a unidades de consumo, ya que la mano de obra humana no es superada por la familia ni empleada en un dominio externo, supeditada a una organización y a una finalidad extraña. La comunidad doméstica como tal está comprometida con el proceso económico y en buena parte lo controla. Las relaciones al interior de las familias comunitarias son relaciones sociales de producción. Tanto los bienes producidos como las formas de asignación de trabajo, son estipulaciones domésticas. La producción comunitaria doméstica no es obra de un grupo autónomo de trabajo, ya que los miembros (as) de las familias cooperan con individuos de otras similares y ciertas tareas pueden ser emprendidas colectivamente a niveles más altos (Sahlins: 1976: 233, 240). 22 CAPÍTULO 2 Formaciones económico-sociales precacapitalistas Espacios geohistóricos, formaciones socioeconómicas y modos de producción El espacio geohistórico venezolano es el punto de inicio de importantes procesos orográficos que definen y modelan el relieve general de la América del Sur. Desde humildes serranías en los estados Lara y Falcón, el espinazo andino se agiganta y se multiplica en valles serranos y cordilleras que recorren el litoral pacífico hasta los archipiélagos australes del continente. Las sabanas, que han sido como el gran corazón de Venezuela, irrigadas y enriquecidas por las aguas de la cuenca fluvial del Gran Orinoco, proyectan sus espacios entre las rocas arcaicas del macizo guayanés y los bloques de gneises y esquistos de la cordillera andina, continuando a la vera de las florestas amazónicas y las planicies brasileñas hasta las nacientes del Amazonas y de allí a las llanuras de Bolivia y Brasil, de Uruguay y Paraguay hasta las pampas argentinas. Por el este, los viejos suelos guayaneses se diluyen en los sedimentos amazónicos en una densa trama nutricia de ríos y caños que alimentan las grandes arterias naturales del Orinoco y el Amazonas, que desangran en el Atlántico las tierras y los limos del suelo americano. La centralidad geoestratégica del territorio venezolano dio origen a concepciones antropológicas que definían a nuestro país como una zona de paso de influencias culturales, hacia el norte de Sur América, las Antillas y 23 América Central (Kidder, 1944: 3) concepción que ha sido refutada por las investigaciones posteriores (Sanoja y Vargas Arenas,1999ª: 187-188). Ese concepto antropológico, denominado Teoría de la H (Dupuy, 1952), fue manipulado y transmutado en una visión despreciativa de nuestros pueblos y culturas originarios, promovida por algunos historiadores (as) oficiales e intelectuales venezolanos (Sanoja y Vargas Arenas, 1999a: 187-188), como un intento de enmascarar las mismas raíces del concepto de nación venezolana. En tal sentido, dichos historiadores (as) e intelectuales presentan las condiciones sociohistóricas coloniales creadas por el imperio español a partir de 1492 como el único antecedente de nuestra formación nacional (Vargas 2010). ¿Es que, como se preguntaba el maestro Miguel Acosta Saignes, habíamos sido una tierra condenada a las migraciones humanas incesantes, donde nunca se habían arraigado culturas, tan estéril que nunca en ella se habían desarrollado sociedades sedentarias estables, que nunca había madurado aquí ninguna comunidad humana? (Acosta Saignes, 1947) Las investigaciones arqueológicas de muchos investigadores (as), incluidas las nuestras, demuestran hoy día que en nuestro territorio, al igual que en el resto de América, existieron sociedades aborígenes milenarias que transformaron los diversos ambientes y crearon, a través del trabajo social, las herramientas para dominarlos, las cuales, mediante sostenidos esfuerzos colectivos, formaron las diversas regiones geohistóricas que componen la totalidad histórica que es la naciòn venezolana. El territorio que hoy constituye la base física de la nación venezolana fue colonizado por los grupos humanos originarios que entraron a Suramérica hace quizás unos 28-000 años ANE. Durante los milenios finales del período Pleistoceno, entre 14.000 y 10.000 años antes de nuestra era, las condiciones 24 climáticas que imperaban en el actual territorio venezolano eran muy diferentes a las de hoy día, hecho que influyó grandemente en la vida y las culturas de las antiguas poblaciones venezolanas. El Modo de Producción de esas primeras poblaciones estuvo determinado por las cambiantes e inestables condiciones materiales del entorno que caracterizaron la fase final del período Pleistoceno y los primeros milenios del siguiente, el Holoceno, destacando particularmente la desaparición paulatina de la megafauna pleistocena cuya caza había servido de sustento a las antiguas poblaciones de modo de vida cazador, proceso que culmina entre 6000 y 3000 años ANE A partir de 2600 años ANE con el inicio de las sociedades sedentarias, el trabajo social se expresó en logros socioeconómicos y culturales más complejos en las regiones geohistóricas del noroeste y en los andes venezolanos que modificaron el relieve natural mediante la construcción de terrazas para el cultivo, sistemas de canales de riego, estanques para almacenar el agua útil para el cultivo, complejos de montículos y terraplenes como basamento para las viviendas, redes de calzadas e itinerarios, talleres para la producción de bienes terminados suntuarios o de uso cotidiano, sistemas calendáricos para medir los solsticios y demás, como fundamento material de las sociedades políticamente complejas con relaciones de tipo estatal, que existían para el momento de la llegada de los conquistadores castellanos (Sanoja y Vargas Arenas, 1992,1999a; Salazar, 2003). La Naturaleza, ya humanizada por el trabajo de las sociedades indígenas, fue leve y pródiga primero con los europeos conquistadores, luego con los mestizos y criollos que comenzaron a sembrar las raíces étnicas y culturales del futuro Estado nacional venezolano. De esa unidad histórica entre el paisaje, la sociedad y la cultura, surgiría siglos más tarde el proyecto 25 bolivariano de integración latinoamericana, difundido en hombros de los soldados de Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú y Bolivia, a través de la red de caminos e itinerarios milenarios trillados por chasquis, por los mensajeros indígenas precursores de la integración de nuestros pueblos. Desde el mismo momento en que mujeres y hombres se congregaron para vivir como grupo social, la existencia común sólo fue posible sobre la base de la toma de decisiones que definirían el destino del colectivo. Un individuo (a) viviendo solo es autónomo en sus escogencias; los aciertos y errores de sus decisiones sólo le incumben a él o ella. La vida en comunidad—por el contrario—se fundamenta inicialmente en el consenso, el cual se transformó cualitativamente en la medida que comenzaron a surgir formas de autoridad y luego de poder que conformaron una manera distinta de vivir en sociedad basada en la aceptación voluntaria o coercitiva de un código de conducta social que regía toda la vida del colectivo. A partir de las formaciones sociales más antiguas de recolectores, cazadores y pescadores, hasta las sociedades agroalfareras que existieron de manera autónoma hasta el siglo XVI, las comunidades originarias venezolanas tuvieron que tomar decisiones cruciales para su subsistencia, las cuales, por otra parte, ejercieron una influencia decisiva en la conformación de sus modos de vida, en las formas de organizar la vida social para la producción, en la distribución, el cambio y el consumo de los bienes materiales necesarios para reproducir su existencia: así como vivían y producían, así eran. La localización de sus campamentos y aldeas implicaba una escogencia racional, no sólo del lugar donde se iban a asentar, sino también de los recursos naturales de subsistencia de los cuales iba a depender su vida, del tipo de vivienda que debían construir, de los modos de trabajar, es decir de las 26 maneras de relacionarse para ejecutar procesos de trabajo que requerían tecnologías que debían conocer o desarrollar para apropiar o producir los bienes que sustentarían su vida cotidiana. Las formaciones sociales precapitalistas—particularmente las de la América Tropical—han sido generalmente analizadas como si sus actividades de subsistencia y reproducción social consistiesen en una pura relación explotadora del ambiente natural, como si fuesen no-económicas. Todas las poblaciones aborígenes --debemos decir-- economizan, en el sentido económico. El trabajo, como actividad social genérica, es la condición natural de la existencia humana, independiente de las formas sociales, del tipo de intercambio de materias que exista entre la sociedad y la Naturaleza (Marx 1980:56). Cada vez que los grupos humanos actúan, cada vez que trabajan, deben escoger entre objetivos que compiten entre sí, pues la gente no puede hacer todo de una vez, y es preciso elegir entre lo que se debe hacer ahora y lo que se debe dejar para otra oportunidad. Como ha expresado Mészáros (2009:84) “...el verdadero significado de la economía humana no puede ser otro que economizar sobre la base del largo plazo...”.afirmación de la cual se infiere que el tiempo es también un recurso que debe ser economizado. En tal sentido, el tiempo invertido en el trabajo material es un acto económico, al igual que aquel que se utiliza—por ejemplo—para la conversación y los rituales que influyen subjetiva u objetivamente en el mejoramiento de la capacidad productiva. De esto se desprende que lo económico no equivale exclusivamente a lo material. Fabricar los instrumentos de caza, los de cultivo, reparar una red de pesca, el derecho a ejecutar un rito de iniciación, coordinar efectivamente una tarea colectiva de producción, 27 llevar a cabo un rito funerario, etc., aunque referidos a diferentes ámbitos de la vida social, son actividades y servicios que tienen directa o indirectamente un sentido económico para el mantenimiento y la reproducción de la vida cotidiana. Las Formaciones Económico Sociales precapitalistas. Nuestro análisis de los pueblos precoloniales venezolanos como parte de una historia social y cultural de la economía venezolana, se fundamenta en la tésis que considera la historia como un proceso integral, sin rupturas. Las consecuencias sociales y culturales de la conquista y colonización –así como las condiciones cualitativas de los grupos aborígenes, quienes conjuntamente con los afrovenezolanos y los europeos formaron la base social del orden colonial influyeron también, posteriormente, en la formación de nuestro Estado Nacional venezolano (Vargas-Arenas 1999: 20). Para establecer una base conceptual que nos permita el estudio científico de aquel proceso, es necesario utilizar categorías y conceptos históricos que tengan validez para analizar la existencia y las acciones de las diferentes sociedades que lo integran. En tal sentido, como consecuencia lógica del avance del conocimiento sobre realidades concretas, las categorías históricas empleadas por marxismo nos permiten dar cuenta de la realidad social venezolana en los distintos momentos históricos, reactualizándolas en algunos casos y en otros haciendo explicitas algunas usadas por los clásicos pero no definidas expresamente (Vargas-Arenas 1990:55) Formación Económico- Social y Modo de Producción Al igual que las otras categorías de análisis histórico marxistas, la de formacion económico social (FES) refleja los caracteres esenciales y fundamentales de los procesos sociales de la realidad sensible en un momento 28 concreto de la temporalidad histórica; la categoría refiere, por tanto, a una sociedad concreta.El Modo de Producción (MP) es la esfera social de reproducción económica de la vida material de una determinada formación social, el cual incluye asimismo el modo de reproducción material general de una sociedad. El Modo de Vida Las categorías que explican los procesos fundamentales más generales de FES y MP, tienen un correlato en la categoría Modo de Vida, toda vez que dichos procesos generales se expresan de manera particular; en consecuencia, con la categoría Modo de Vida es posible abordar la existencia de ciertas maneras particulares de organización de la actividad humana dentro de una FES, a ciertos ritmos de estructuración social y, en consecuencia, al cumplimiento de las leyes específicas que rigen para la formación social en la cual se expresan. Cada modo de vida, por tanto, supone una línea particular de desarrollo de la FES, siendo una de esas líneas la que posee mayor capacidad dinámica para el cambio o la transformación social. El Modo de Trabajo Refiere a la forma de producción y reproducción de la vida material de las poblaciones que practican un determinado modo de vivir, a los diversos procesos de trabajo, concretos y particulares en los cuales se objetiva el trabajo y la creatividad de los seres humanos de una determinada FES. Las relaciones sociales de producción que lo sostienen, así como los modos imaginarios de producción (superestructura) que sancionan la conducta social, económica y política de los individuos, constituyen elementos que dinamizan o retrasan el cambio histórico. 29 Un concepto relacionado al de Modo de Trabajo podría ser el de las denominadas “Prácticas Socioeconómicas”, acuñado por marxistas españoles, las cuales refieren a la reproducción de las condiciones materiales e “...incluyen aquellas actividades destinadas a la obtención, procesado y/o conservación de alimentos y a la fabricación y mantenimiento de implementos, cuyo destino originario se orientó a la satisfacción de las exigencias mínimas de la vida social: alimento y cobijo para los agentes sociales...” (Castro et al, 1996: 38-40). La de Modo de Vida podría quizás ser vista como una categoría heurística, en tanto no se genere una teoría general sobre los mismos, tarea que necesita explorar su definición—incluso en las formaciones socioeconómicas más complejas como la Capitalista—donde la variedad de intereses y ritmos de la conducta, de la actividad social y material de los pueblos enmascara y desafía un análisis categorial de este tipo. Formaciones Económico-sociales Precapitalistas Originarias Venezolanas Desde el mismo momento cuando mujeres y hombres se congregaron para vivir como grupo social, la existencia común sólo fue posible sobre la base de la toma de decisiones que definirían el destino del colectivo. Un individuo viviendo solo es autónomo en sus escogencias; los aciertos y errores de sus decisiones sólo le incumben a él o ella. La vida en comunidad—por el contrario—se fundamentó inicialmente en el consenso, el cual se transformó cualitativamente en la medida que comenzaron a surgir formas de autoridad y luego de poder que conformaron un tipo distinto de sociedad basada—no solo en la aceptación voluntaria, pero también en la coercitiva—en un código de conducta social que regía toda la vida del colectivo. 30 A partir de las formaciones sociales venezolanas más antiguas de recolectores, cazadores y pescadores, hasta las sociedades tribales agro-alfareras que existieron de manera autónoma hasta el siglo XVI, las comunidades originarias venezolanas tuvieron que tomar decisiones cruciales para su subsistencia, las cuales, por otra parte, ejercieron una influencia decisiva en la conformación de sus modos de vivir, en las formas de organizarse socialmente para producir, en las maneras de distribuir, cambiar y consumir los bienes materiales necesarios para reproducir su existencia; así como vivían y producían, así eran. La localización de sus campamentos y aldeas implicaba una escogencia racional, no sólo del lugar donde se iban a asentar, sino también de los recursos naturales de subsistencia de los cuales iba a depender su vida, del tipo de vivienda que debían construir, de los modos de trabajar, en suma, de las maneras de relacionarse para ejecutar tecnologías que debían conocer o desarrollar para apropiar o producir los bienes que sustentarían su vida cotidiana. La Formación Socioeconómica Apropiadora venezolana Para nosotros, como hipótesis explicativa, la categoría Formación Social Apropiadora designa a las primeras formas de organización de la sociedad humana. La organicidad existente entre el desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones sociales de producción se expresaba en ella como la contradicción manifiesta entre la precariedad estructural de la economía, ya que no se controlaba la reproducción biológica de los bienes naturales objetos de apropiación (animales y plantas), con las necesarias relaciones de reciprocidad social que se implementaban para tratar de resolver los riesgos y la inestabilidad constantes dentro de los cuales se desarrollaba la vida social (Vargas Arenas, 1990; Bate, 1986:5-3). 31 La apropiación de recursos naturales para la subsistencia, constituyó la forma económica más antigua desarrollada por los grupos sociales para proveerse los materiales y bienes necesarios para su reproducción social, mediante la extracción directa de los recursos naturales del ambiente a través de procesos de trabajo orientados hacia la pesca marina y riparia, la caza terrestre, marina y riparia, la recolección terrestre, marina y palustre. Esos procesos de trabajo se realizaban empleando una diversidad de instrumentos creados con el propósito exclusivo de obtener recursos vegetales y animales para la alimentación y la manufactura de los objetos de uso cotidiano: instrumentos cortantes o puntiagudos líticos, de concha o de hueso para arrancar de la tierra raíces, tubérculos, recolectar semillas y frutos comestibles o medicinales, maderas y fibras, construir trampas, armas arrojadizas y redes para atrapar peces, mamíferos y aves, mediante los cuales obtener proteínas para la alimentación, pieles y huesos para fabricar vestidos e instrumentos de trabajo, bolsas para el acarreo y cuerdas, etc. (Sanoja y Vargas Arenas ,1995: 27-37). Todo proceso de trabajo crea condiciones materiales para la producción y reproducción de la vida social; se imbrica en un proceso general de producción e intercambio y supone formas específicas de relaciones sociales y técnicas para localizar las fuentes de materias primas a partir de las cuales se fabricarán los instrumentos de producción, se trabajará en el diseño de las formas que reportarán la mayor efectividad en el trabajo; planificar y escoger las opciones que deberán seguirse, individual o colectivamente, para cumplir exitosamente las tareas apropiadoras, éxito que dependerá de los conocimientos que tengan los participantes sobre la distribución territorial y el calendario biológico de los recursos naturales de subsistencia. 32 La división técnica del trabajo en la sociedad apropiadora se traslapaba con la división sexual de las tareas productivas. Las labores de recolección de plantas, animales, fruto, de las materias primas, el mantenimiento y la reposición de la mayor parte de los bienes que constituían el principal sostén de la vida cotidiana, incluyendo el espacio y la vida doméstica en su generalidad, eran usualmente tareas circunscritas al sitio de habitación y a su entorno inmediato. Estos objetivos de corto plazo, que se repetían inexorablemente cada día, parecen haber sido la tarea de las mujeres; al mismo tiempo, la reproducción biológica y el mantenimiento del grupo social (prácticas socioparentales) eran objetivos a largo plazo donde el cuerpo de la mujer era su medio e instrumento de producción (Castro et al, 1996: 37-38). La caza y la pesca, en sus diversas variantes, representaban formas de apropiación cooperativa que podían tener su escenario lejos del espacio habitado, dependiendo de los hábitos de vida de las especies seleccionadas, pero fundamentalmente de la estrategia general de apropiación que decidía la banda. Ello fue determinante para la ubicación de los campamentos en la vecindad o no de ríos, lagos, pantanos, mares, etc., e incidía en la cualidad de los modos de trabajo-necesarios y convenientes- para reproducir las condiciones cotidianas de trabajo y de existencia. En las sociedades antiguas, particularmente en la denominada por Bate (1986; 1998: 83-86) “comunidad primitiva de recolectores-cazadores-pescadores pretribales”, los estudios de la realidad concreta permiten establecer la existencia de diversos modos de vida que dan cuenta de la dinámica histórica de dicha FES. Ello no significa que exista un proceso evolutivo mecánico, sino que los mismos permiten captar la serie posible o necesaria de cambios históricos requeridos para que ocurrieran los cambios de magnitud y cualidad 33 que transformaron finalmente dicha formación (Vargas Arenas, 1990: 55-67, 1997). La Formación Económico Social Apropiadora venezolana, que denominamos de recolectores-cazadores-pescadores resume las características de una sociedad donde no existían clases sociales y cuyo modo de producción, es decir, cuya esfera de reproducción económica de la vida material carecía de una producción sistemática de excedentes. El mismo se fundamentaba en la apropiación de los recursos naturales de subsistencia y de los medios naturales de producción y en una organización social para el trabajo normado por relaciones de reciprocidad y cooperación entre los individuos de una misma o de diferentes bandas de recolectores-cazadores. Lo distintivo de esta formación social era que las relaciones de producción eran de naturaleza colectiva; la propiedad se establecía sobre la fuerza de trabajo y los instrumentos de producción en tanto que podían existir formas de posesión colectiva de carácter consensual sobre los productos de la tierra o de las aguas que eran los principales medios de producción Este hecho básico generó diversas formas de organización social para la producción, en cuyo séno se fueron gestando las condiciones históricas que finalmente transformaron a esta formación económico social. La apropiación de alimentos requirió la existencia de un territorio conocido en cuanto a su contenido y dinámica. Los grupos humanos apropiadores no vagaban incesantemente sin rumbo buscando cualquier alimento; atribuirles estas características que no tiene ni siquiera la vida de los animales inferiores, sería como condenarlos a un interminable proceso de experiencias no repetitivas. El conocimiento del territorio donde habitaban era esencial para que las bandas de recolectores-cazadores pudieran organizar las rutinas de 34 vida—espaciales y temporales—que aseguraban el acceso a fuentes de aprovisionamiento previsibles y seguras, creándose así derechos territoriales que regulaban tanto la utilización del territorio como las manera de acceder a las mismas fuentes territoriales de aprovisionamiento por parte de otras bandas de individuos. Una banda sería la agregación de individuos o grupos familiares reunidos para garantizar—a través del trabajo cooperativo—la reproducción de su vida social (regulado por las relaciones sociales) mediante la apropiación de recursos de subsistencia en un determinado territorio (explotación del ambiente natural aplicando determinadas tecnologías, división técnica del trabajo). Las relaciones sociales, especialmente las formas de reciprocidad y cooperación, y las de solidaridad, eran las que determinaban la praxis histórica de estas sociedades. Como señala Marx al respecto, “...se manifiesta [la producción] como una doble relación, de una parte como una relación natural y de otra como una relación social (...) un determinado modo de producción lleva siempre aparejado un determinado modo de cooperación o una determinada fase social...” De igual manera, establece dicho autor que el modo de cooperación es “...una fuerza productiva (...) que condiciona el estado social” (Marx, 1982, I-XI: 269). Los ambientes naturales representan objetivamente un sistema de relaciones inter-específicas, donde los seres humanos participan también en cuanto que especie biológica. Pero a diferencia de las otras especies biológicas, la colectividad de bandas apropiadoras tenía una percepción del ambiente que estaba mediada por los referentes sociales a partir de los cuales se planteaban su relación con el entorno (Childe, 1981: 260-262). La escasez, la riqueza o 35 abundancia de recursos naturales devenía utilizable, apropiable, sólo en función de dicha percepción social que dependía --a su vez—del nivel de desarrollo de las fuerzas productivas del colectivo. Es en función de este factor que se ejercerá la forma de posesión o usufructo del territorio a su disposición. En este sentido, es claro que el ambiente natural es un objeto socialmente construido en cada etapa histórica del desarrollo de la sociedad. El poder es un mecanismo social compulsivo que média las relaciones entre un individuo o grupo de ellos y el resto de la comunidad, vía procesos formales de acción socialmente sancionados, el cual comienza a institucionalizarse a partir de la Formación Económico Social Tribal o Productora de Alimentos. En la sociedad apropiadora, la naturaleza cooperativa de las actividades productivas estaba íntimamente entrelazada con las relaciones parentales. Cuando una persona asumía el papel de supervisor (a) de una actividad determinada en función de su mayor destreza, ello le confería autoridad, pero no tenía un estatus social diferente al de los otros (as) y la autoridad sólo duraba el mismo lapso que lo hacía la dicha actividad. En tal sentido, no podía reclamar posesión de la fuerza de trabajo aludiendo a su capacidad de decidir la forma que asumía el cambio, la distribución y el consumo de lo producido por el grupo social. Cuando el locus de la autoridad era débil, el acceso a los recursos naturales de subsistencia podía ser indiscriminado, individual, no coordinado, expresándose también en formas individuales de consumo. Por el contrario, cuando el locus de autoridad tenía o comenzaba a tener fortaleza, la capacidad de poseer (que no ser propietario de) la fuerza de trabajo del grupo doméstico, y de programar cotidianamente las tareas orientadas al usufructo de los recursos de subsistencia, comenzó también a tener el derecho de disponer del 36 destino y la forma de distribución de lo producido (Sanoja y Vargas Arenas, 1995: 37-46) Las relaciones sociales de producción no constituyen un elemento estático, sino que poseen un movimiento igual que las fuerzas productivas. Definidas como la cualidad esencial de la sociedad, aquéllas pueden transformarse de manera revolucionaria, expresando la intensificación de todas las contradicciones de la sociedad, dando así origen a la transformación de la calidad, o al cambio interno, profundo, esencial de las sociedades. Pero no todas las relaciones sociales que establecen los seres humanos son de producción; se conforman como un sistema junto con otras relaciones sociales consideradas como secundarias con respecto a las primeras que son fundamentales (Vargas Arenas, 1990: 65). En la sociedad apropiadora, la deserción a la banda de uno o más individuos, si bien no interrumpía ningún proceso de trabajo, mantenía en equilibrio inestable la viabilidad del colectivo. Una de las características de esa sociedad parece haber sido, entonces, la capilaridad permanente entre individuos de diferentes colectivos sociales, mecanismo que permitía conseguir el reemplazo de la fuerza de trabajo faltante. Pero para que la sociedad apropiadora pudiese tener pertinencia histórica, debió generar caracteres antagónicos a la precariedad de la producción material y de las relaciones sociales que también son materiales: el desarrollo de formas de solidaridad planificada, mecanismos que no podrían surgir de manera espontánea e inconsciente. La generosidad, el deseo de compartir no son características innatas al ser humano; son, por el contrario, formas de relación creadas y transmitidas socialmente que funcionan bajo determinadas condiciones de necesidad. Para ello se requería la existencia de acumulaciones significativas de autoridad entre algunos de los 37 componentes del colectivo que sancionaran—de alguna manera—la transgresión de las normas de solidaridad. Un locus de autoridad establecía diferentes clases de solidaridad: entre él y los otros y los otros entre sí. La autoridad garantizaba la solidaridad grupal, pero al mismo tiempo se alejaba de ella, propiciando y estimulando la transgresión a la autoridad. Este carácter dialéctico de las relaciones sociales, si bien propiciaba el movimiento de las contradicciones sociales al interior de una banda, debía ser controlado, ya que las condiciones precarias de la vida de una comunidad apropiadora requerían de manera necesaria la fijación o estabilidad de la fuerza de trabajo en las unidades productivas—las bandas—, y fortalecer y regular dentro de ellas la reciprocidad, fundamentalmente la económica. Autoridad y transgresión aluden a diferentes clases de solidaridad: los que tenían autoridad se manejaban solidariamente entre sí, de la misma manera que los transgresores, que también pertenecían al colectivo, eran solidarios entre sí. La transgresión era, transitivamente hablando, otra forma de solidaridad, una forma de negación, una solidaridad contrastante que en un determinado momento podía devenir, a su vez, autoridad., expresión de la relación orgánica entre las necesidades materiales y las formas que implementaban los agentes sociales para satisfacerlas, revirtiendo la materialidad que esa autoridad anterior estaba regulando y haciendo posible (Bate, 1986, Sanoja y Vargas, 1995: 37-46; Sanoja, 1993; Bender, 1989). La autoridad garantizaba el funcionamiento de la reciprocidad en el sistema de producción, distribución y consumo de los bienes cotidianos de la comunidad apropiadora. Ello podía materializarse, por ejemplo, designando un lugar particular para depositar, distribuir, procesar y consumir los alimentos dentro del espacio doméstico, 38 para depositar los desechos producidos como consecuencia de esta actividad. Mediando la fuerza de trabajo, vía la producción, la distribución y el consumo, se trascendía la reciprocidad simple entre mujeres y hombres para dar paso a la constitución de un grupo primario, de una verdadera comunidad, reforzando también las prácticas sociales, las normas que determinaban el acceso a la posesión colectiva del objeto de trabajo, del medio natural socialmente percibido que formaba la base de la producción extractiva, estableciendo la supremacía del todo sobre las partes. El esfuerzo que hacían los grupos apropiadores para sobreponerse a la precariedad económica, ampliando el espectro de actividades productivas, generaba también la disolución de aquel carácter esencial de la formación. La necesidad de gestionar la movilización de un número suficiente de fuerza de trabajo que no comprometiera la capacidad de supervivencia del colectivo supuso el control del modo de reproducción biológica y—por tanto-- de parte de la función social de las mujeres. Como de ellas dependía también la reproducción de la vida cotidiana, el modo de mantenimiento del espacio doméstico, de los hijos (as) que se incorporarían al contingente laboral, en fin, el crecimiento numérico de la población y el establecimiento de las líneas de descendencia parental que expresaban las relaciones sociales de reproducción, ellas debían ser controladas. Por una parte, a través de una desvalorización de su papel protagónico en el desarrollo de la sociedad, reduciéndolas a una especie de esclavitud consensual, y por la otra, creando los textos orales (mitos, tradiciones, creencias) que justificaran históricamente esta esclavitud, estas relaciones sociales desiguales, en el plano de la conciencia social (Estévez y Vila, com. pers. 1997; Castro et al, 1996: 37-38). Las relaciones sociales al interior de la sociedad apropiadora, o de la sociedad simplemente, han sido pues desiguales prácticamente desde sus orígenes. De 39 la misma manera, las relaciones intersocietarias eran desiguales, no en el plano de los individuos, sino de las unidades sociales. Algunas de éstas tenían mejor o mayor capacidad que otras para percibir la integridad territorial y temporal de los ecosistemas que conforman una región determinada, y de rotar y organizar la fuerza de trabajo a los fines de obtener un mayor rendimiento material de la gestión de esa fuerzas productivas. Se producía así un proceso de creación de valor, valor de cambio, que se apoyaba en el conocimiento cada vez mejor y mayor de la importancia económica y social, tanto de los recursos naturales como de la organización del grupo social para explotarlos con el mayor beneficio (Sanoja y Vargas-Arenas, 1995: 46-51). Una consecuencia de lo anterior fue la sedentarización de la comunidad, única manera de mantener y acrecentar su inversión de trabajo social objetivada en viviendas, medios individuales y colectivos de producción, posesión de un espacio territorial, independencia y/o control de los valores producidos por otras bandas o colectivos vecinos. Este proceso de acumulación es el que va generando el punto de cambio de la sociedad apropiadora. Cuando finalmente éste aparece como consecuencia de la producción controlada de alimentos, con base en la agricultura o la ganadería, dicha acumulación, que expresa la materialidad del desarrollo de las fuerzas productivas, preside el cambio de calidad y cantidad que señala el fin de una formación social y el nacimiento de una nueva. 40 CAPÍTULO 3 El Modo de Producción y los Modo de Vida Apropiadores Para las mujeres y los hombres que integraban la Formación Social Apropiadora, la Naturaleza era el objeto donde se invertía el trabajo y los esfuerzos, donde se establecían los mecanismos de cooperación de la banda para optimizar el producto extraído del ambiente. Puesto que este último no era una totalidad homogénea en cuanto a contenidos sino que, por el contrario, era discontinuo en cuanto a la calidad y cantidad de contextos ecológicos que lo integraban, la inversión de trabajo social para explotarlo y las formas de organización para dirigir ese trabajo se manifestaban como diferentes calidades de la esencia apropiadora. “Así como producen y reproducen sus condiciones de vida, así serán los modos de vivir los hombres” (Marx-Engels, 1982.: 19. El Modo de Vida, el modo de vivir, si bien es la manera como una determinada formación social se materializa en el mundo sensible, su forma particular de ser siendo, es el Modo de Producción correspondiente, vale decir, su esfera de producción y reproducción de la vida material, lo que define la calidad de sus contenidos. Por otra parte, las maneras particulares como los hombres y mujeres cazadores-recolectores trabajaban, la forma como reproducían cotidianamente las condiciones en las cuales se daba su trabajo, los instrumentos de producción que fabricaban, las relaciones técnicas de trabajo que establecían entre sí, constituyeron los modos de trabajo que, a su vez, dentro del marco de unas mismas relaciones sociales de producción, establecían las diferencias entre los diversos modos de vida de una misma 41 formación social. El modo de trabajo, a su vez, se materializaba vía el proceso de trabajo el cual, según Marx (1982: 136), “…es la actividad racional encaminada a la producción de valores de uso, la asimilación de las materias naturales al servicio de las necesidades humanas, la condición general del intercambio de materias entre la naturaleza y el hombre…”. La manifestación más sensible de un modo de vida es –finalmente- la vida cotidiana de los individuos, sus rutinas de existencia, las cuales al mismo tiempo son la expresión sensible de los cambios que se van produciendo en ella, el motor que dinamiza y activa el movimiento de transformación de la esencia de la totalidad del Modo de Vida y de la Formación Social: el Todo está en el Todo. Los Modos de Vida de los Antiguos Cazadores Recolectores en Venezuela Las primeras evidencias materiales datadas con C14 indican, hasta ahora, que la antigüedad de la FES apropiadora venezolana, como ya hemos visto, se remontan a 14.200 años ANP. Se trataba de bandas seminomádicas de bandas de recolectores-cazadores que vivían en campamentos estacionales. Su modo de producción apropiador se fundamentaba en la caza terrestre especializada, la pesca y la recolección marina o terrestre, actividades reguladas por unas relaciones sociales de producción comunitarias, recíprocas, cooperativas y solidarias. Con base a los modos de trabajar hemos definido la existencia en Venezuela de tres modos de vida: El Modo de Vida de los Cazadores Especializados, el Modo de Vida de los Recolectores, Pescadores y Cazadores y el Modo de Vida de los Pescadores -recolectores y Cazadores Litorales. 42 El Modo de Vida de los Cazadores Especializados La caza especializada se manifestó como un modo de vida cuyo modo de trabajo se caracterizó por la realización de procesos de trabajo que se articulaban con la existencia de particulares concentraciones contingentes de recursos de fauna terrestre, para cuya captura y consumo los hombres y mujeres cazadores-recolectores desarrollaron complejos de instrumentos de producción manufacturados con sofisticadas técnicas para el trabajo de la piedra. Las concentraciones de la megafauna terrestre pleistocena que existían en el centro occidente de Venezuela en los actuales estados Zulia, Falcón, Lara y Carabobo, conformaban un componente fundamental de la subsistencia cotidiana. Gracias a la existencia de formaciones forestales y sabaneras que les proporcionaban alimentación a los grandes herbívoros, relictos de manadas de mastodontes, estegomastodontes, megaterios, caballos, grandes desdentados, camélidos, lobos, y otros, pudieron sobrevivir en ellas—hasta ca. 6000 años ANP--. La fauna pleistocena, conjuntamente con otras especies faunísticas modernas devino objeto de apropiación, cuya captura, destazamiento de las carcasas y la distribución y consumo de su carne fueron fundamentales para la sobrevivencia Los cazadores complementaban su ingesta calórica con la recolección de especies vegetal silvestres comestibles (Cruxent y Rouse, 1961: 79-80; Rouse y Cruxent, 1983: 27-37; Ochsenius y Gruhn 1976: 91-103; Sanoja y Vargas Arenas, 1992ª: 41-44, 1992b: 35-41; Sanoja, 1963: 21-23). El Modo de Vida de los Recolectores, Pescadores y Cazadores A diferencia del Noroeste y la costa centro-oriental de Venezuela y en general del litoral pacífico suramericano, ni en la cuenca del Orinoco, ni en la cuenca amazónica, como tampoco en el planalto y el litoral atlántico brasileño existen hasta ahora evidencias de megafauna pleistocena como la que constituía el 43 objetivo fundamental del especializados en modo de trabajo de los cazadores-recolectores Venezuela. Las poblaciones de recolectores, cazadores pescadores que colonizaron aquellas vastas regiones -y en particular la cuenca del rio Orinoco- entre 10.000 y 2000 años ANP, (Sanoja y Vargas-Arenas 2006:49-65) se apropiaron posiblemente de recursos naturales territorialmente más estables y predecibles que aquellos rebaños de grandes herbívoros pleistocenos, tal como los que ofrecía la fauna neotrópica: venados, pecaríes, tapires, chigüíres o capibaras, morrocoyes, tortugas acuáticas, roedores, caimanes, manatíes, peces, bivalvos marinos y de agua dulce, gasterópodos terrestres, aves, tubérculos, rizomas, raíces y frutas diversas, lo cual les permitió, desde períodos muy antiguos, desarrollar procesos de sedentarización en aldeas semipermanentes, procesos de domesticación de plantas útiles y comestibles, así como cambios correlativos en las relaciones de producción y en la superestructura que se expresaron en el desarrollo muy temprano de una rica estética rupestre (petroglifos, pinturas) tanto cavernaria como al aire libre (Schmitz, 1987). El modo de vida de los pescadores recolectores y cazadores litorales El modo de vida de recolectores pescadores y cazadores litorales surge en Venezuela en 7000 años ANP, una vez que los grandes cambios climáticos que ocurrieron en el mundo al final del período Pleistoceno e inicios del Holoceno, determinaron la transformación de las condiciones materiales de vida que habían hecho posible la existencia de los cazadores especializados. Los pueblos que habitaban en el noreste con este modo de vida, en general, más flexibles, pudieron adaptarse y sobrevivir en las condiciones climáticas cambiantes del Holoceno, para sentar las bases de la FES Tribal productora de alimentos en Venezuela. 44 La vida de las comunidades humanas ligadas a este modo de vida dependía, en gran parte, como era característico de toda la FES, de los recursos naturales de subsistencia y que, en este caso, fueron los bosques de manglar. Especies tales como la Ostrea rizophora y la Melongena melongena Linnée, constituyeron el soporte fundamental de la alimentación cotidiana, conjuntamente con la pesca de peces estuarinos, sirénidos y, ocasionalmente, tiburones. El ecosistema de manglar ofrecía una dinámica de vida importante para el desarrollo y la variabilidad de los procesos de trabajo ligados a la apropiación, debido a que reunía en una sola unidad espacial componentes tanto vegetales como de fauna que proporcionaban los elementos fundamentales para el mantenimiento de la vida cotidiana. Aún en condiciones de explotación intensiva, el bosque de manglar tiene la capacidad de regenerarse en un lapso relativamente corto, por lo cual una comunidad humana que lo utilizase con moderación, podía desarrollar una forma de vida social estable por un largo período. Vistas desde esta perspectiva, las actividades productivas de los recolectores marinos no podrían considerarse simplemente como una apropiación indiscriminada de los recursos naturales, sino más bien como una organización de tareas y procesos de trabajo que se basarían en la estimación del tiempo que necesitaban las distintas especies vegetales y de fauna para regenerarse luego de una explotación continuada durante varios años. Una consecuencia social de esa percepción social sobre el ambiente y su utilización parece haber sido la definición de espacios territoriales dentro de los cuales podrían llevarse a cabo los programas de apropiación para la subsistencia y el establecimiento de bases o campamentos estables para el 45 procesamiento, distribución y consumo de los recursos naturales de subsistencia. En el bosque de manglar, los recolectores marinos tenían a su disposición diversas fuentes de materia prima: maderas, resinas, fibras, pigmentos, y muchas otras, así como un extenso conjunto de recursos proteínicos tales como bivalvos, gastrópodos, peces, reptiles, aves, aparte de los mamíferos terrestres que, de cierta manera, actuaban como predadores de los recursos naturales del manglar. Al igual que en el oriente de Venezuela, hacia 5580 años ANP p (3800 años ANE ), encontramos también en las regiones litorales cubiertas por bosques de manglar del actual estado Falcón comunidades humanas relacionadas con un modo de trabajo apropiador orientado hacia la recolección y la pesca marina o palustre, el cual, posiblemente, surgió como una transformación cualitativa de los antiguos cazadores recolectores especializados del interior. Al igual que en Paria, los extensos bosques de manglar que existían en la desembocadura de los ríos Tocuyo, Aroa y Yaracuy y en las lagunas costeras del noreste de Falcón albergaron a poblaciones recolectoras pescadoras cazadoras. Éstas fabricaban rústicas herramientas de piedra utilizadas como percutores, manos y piedras de moler, recolectaban bivalvos y gasterópodos de manglar y cazaban tortugas y caimanes (Cruxent y Rouse, 1961; Sanoja y Vargas-Arenas: 2007c: 91). Origen del cultivo en Venezuela La fase final de los modos de vida de los pescadores recolectores y cazadores litorales en Venezuela representa –a la luz de los campos de cultivo que aparecen en dicha fase—el desarrollo de una nueva interpretación social del 46 entorno natural: el río, las lagunas, el manglar, las sabanas, las selvas semidecíduas o tropicales de altura, las selvas húmedas de las montañas. La explotación conjunta o estacional de dichos ecosistemas requería una planificación de objetivos a corto, mediano y largo plazo para rotar y organizar la fuerza laboral en la ejecución de diversos procesos de trabajo que implicaban novedosas técnicas e instrumentos de producción así como una nueva organización social y, posiblemente, diferentes medios imaginarios de producción. En consecuencia, podemos afirmar que la práctica de la agricultura obligó a los grupos humanos a una reestructuración de la producción y de las formas de distribución, cambio y consumo de los valores de uso y de cambio. Ocurrió, en consecuencia básicamente la transformación de las fuerzas productivas y de las relaciones sociales de producción, manifestada en la presencia de nuevos contenidos en la propiedad y nuevas formas de posesión, así como en los procesos de cooperación y reciprocidad. Pequeños objetos fálicos o vaginiformes tallados en placas de micaesquisto se hallan usualmente asociadas con la basura doméstica de los fogones (Sanoja y Vargas-Arenas, 1995: 319-323; 1999c: 156-157) de los sitios de habitación de los pescadores recolectores y cazadores litorales y parecen indicar posibles mediaciones relacionadas con el género, la fertilidad y circuitos internos de distribución dentro de los grupos sociales. Dichas asimetrías, relacionadas muy posiblemente con la apropiación diferencial, vía el consumo, de alimentos o materias primas naturales que pertenecerían a diferentes esferas sagradas –femeninas o masculinas- del entorno natural, parecen haber jugado un importante papel en la estrategia apropiadora y en la reproducción biológica del grupo social, así como en las normas que regulaban la reciprocidad. Los alimentos ideológicamente relacionados con las divinidades 47 femeninas o masculinas que sólo podían ser apropiados por personas del género correspondiente, parecen haber comenzado a asumir una nueva identidad cultural al ser socializadas mediante la cocción en los fogones colectivos (Sanoja y Vargas-Arenas, 1995: 340-346). Podemos observar igualmente, al analizar la vida ceremonial de esas comunidades, que los muertos eran enterrados dentro del espacio doméstico, posiblemente dentro de cestas luego de descarnar sus huesos y pintarlos de rojo con ocre, posiblemente como manera de probar su posesión del suelo que habitaban vía un culto a los ancestros. Otras evidencias apuntan hacia la existencia de prácticas canibalísticas que deben haber desarrollado hacia el primer milenio ANE. En esta fase se observa en el noreste de Venezuela evidencias de intercambio de materias primas y bienes manufacturados entre diferentes aldeas tales como la sal, gubias y hachas de concha para la manufactura de embarcaciones, pendientes en concha marina, núcleos de hematina que tenían gran importancia en los rituales funerarios, puntas de flecha y arpones de hueso, manos cónicas, platos y hachas de piedra pulida que se encuentran presentes en aldeas de recolectores ubicadas en las ciénagas del río San Juan, delta del Orinoco, en las antiguas aldeas de recolectoras que existían en las vecindades de Carúpano, Edo. Sucre. De igual manera, los platos y las manos cónicas de piedra, conjuntamente con gubias y hachas de concha marina están presentes en las aldeas de recolectores de la costa de Anzoátegui y en las orillas del lago de Valencia (Cruxent y Rouse, 1961: 198-199; Sanoja y Vargas-Arenas, 1995: 325-332). Todo lo anterior parece indicarnos que desde fechas muy tempranas se habían constituido redes para el intercambio de valores de uso entre las comunidades 48 apropiadoras venezolanas del litoral noreste, elemento fundamental para la constitución de una de las regiones geohistóricas cuya influencia sigue gravitando en la historia moderna de la sociedad venezolana y caribeña. Se trataba, en suma de la fase inicial de un nuevo modo de producción, de nuevas relaciones sociales de producción que van a ser características de la Formación Económico Social Tribal o Productora de Alimentos. El cuidado y/o cultivo de plantas comestibles se desarrolló de manera independiente en diversas regiones del globo a partir de una matriz de pueblos recolectores cazadores, como fue el caso en la región del golfo de Paria en el litoral noreste de Venezuela. La intensificación y la consolidación del cultivo de plantas como proceso de trabajo fué paralela a la intensificación de los contactos entre grupos humanos con diversos niveles de desarrollo sociohistórico. En el caso de la región de Paria, tales contactos se hicieron más intensos hacia inicios de la era cristiana, cuando pueblos de FES Tribal o Productora de Alimentos, que ya vivían en la región sub-andina oriental de los Andes, el Medio y Bajo Orinoco migraron hacia el noreste de Venezuela, absorbiendo a las poblaciones recolectoras cazadoras del litoral, síntesis de la cual se desarrollaron nuevos procesos de trabajo basados en el cultivo de la yuca amarga, la pesca, la recolección marina y la caza terrestre que se difundieron posteriormente hacia las Pequeñas y Grandes Antillas (Sanoja y Vargas-Arenas, 1995: 340-357, 1999c: 164; Veloz Maggiolo, 1991; Boomert, 2000). Si analizamos el proceso de desarrollo y diversificación de los modos de vida recolectores cazadores observaremos que, si bien existió una tendencia general hacia la complejización de la sociedad, no todos los modos de vida evolucionaron con la misma velocidad. Dentro de la Formación Apropiadora 49 se gestaron diversos modos de vida que, aunque eran cualitativamente similares al inicio, en un determinado momento algunos de ellos produjeron sustanciales cambios de calidad y magnitud —autogestados y/o inducidos— que terminaron por transformarlos en modos de vida cualitativamente diferentes y, las zonas donde se manifestaron, devinieron áreas centrales caracterizadas por una intensificación de los procesos de cambio histórico, los cuales hicieron implosión, originando una gran acumulación de innovaciones sociales y técnicas, que se expresaron en la diversificación, especialización y complejización de los procesos de trabajo al interior de uno o más de los modos de vida. Ese proceso de acumulación de cambios sociales y sociotécnicos propositivos, que implicaron un mayor desarrollo de las fuerzas productivas, denota la mayor capacidad que poseyeron ciertos grupos humanos para organizarse socialmente, para explotar coordinadamente y—eventualmente—llegar a modificar los ambientes naturales en los cuales vivían, aumentar cualitativa y cuantitativamente su producción para la subsistencia, transformándose en centros que dinamizaron a otros grupos con modos de vida cuyo desarrollo era menor y que constituían su periferia en un momento histórico determinado, dando lugar a regiones geohistóricas reunidas por complejas redes de intercambio y distribución de valores de uso. Ello se expresó como el punto de transformación, de cambio histórico de dicha formación social, dando inicio a una nueva de contenido y forma diferentes. La disolución de la Formación Económico-social apropiadora La disolución de la FES apropiadora, aunque significó la desaparición de la cualidad de sus modos de vida, no implicó que los procesos de trabajo que habían caracterizado a sus modos de trabajo cesaran, puesto que éstos se 50 integraron a las subsecuentes formaciones sociales como formas socieconómicas. Vemos así como se mantuvieron en el noreste, en los llanos y en la amazonia venezolana en etnias como la guayqueri, la guarao, la taparita, chiricoa, yaruro o pumeh y yanomami asimiladas, primero a la sociedad tribal y luego a la sociedad colonial y finalmente a la nacional (Sanoja y Vargas Arenas, 1995:359-382; Sanoja, 1993: 44-51, 1988). La descripción de tales formas socioeconómicas modernas nos permite, de cierta manera, recrear el modo de trabajo de los antiguos recolectores cazadores venezolanos y comprender cómo es posible que persistan grupos humanos que si bien no produjeron ningún proceso de acumulación de innovaciones sociales y/o técnicas, de diversificación, especialización y complejización de los procesos de trabajo característicos de la antigua formación económicosocial cazadora recolectora de la cual formaron parte hace milenios de años, queden hoy como un relicto de épocas antiguas dentro de la formación socioeconómica clasista nacional venezolana. Los puméh (yaruro) Los datos etnohistóricos del siglo XVI sobre la vida de las comunidades nomádicas y seminomádicas que todavía vívían de manera autónoma en las sabanas del Orinoco para aquella fecha, así como nuestra experiencia vivida en 1961 entre los pumeh y los sáliva del Capanaparo, Edo. Apure, Venezuela, nos permitieron evaluar la diversidad de grupos humanos que integraban la comunidad de recolectores cazadores en dicha región. Por una parte, hallamos en los siglos XVI y XVII un tipo de comunidad nomádica restringida integrada por guahibos y chiricoas (Stock lingüístico arawako; Sanoja y Vargas-Arenas, 1992: 158-163), quienes se agrupaban formando pequeñas bandas móviles que totalizaban aproximadamente seis u ocho familias 51 nucleares, unos treinta individuos. La banda viajaba junta durante la estación seca viviendo en paravientos ocasionales construidos con ramas de árboles, cazando, pescando y recolectando plantas silvestres reuniéndose con otras emparentadas en una vivienda comunal o base permanente durante la estación de lluvias y formando así una familia extensa. Practicaban la caza terrestre y la recolección de especies botánicas silvestres, en tanto que la caza y la pesca parecen haber tenido una importancia menor en las actividades de subsistencia. Los hombres se dedicaban particularmente a la caza y la pesca, mientras que las mujeres recolectaban diariamente los frutos de la palma y las raíces silvestres del “guapo” (Maranta arundinacea), cuya fécula mezclaban con la obtenida del corazón de la palma moriche llamada “munacapana” y la de la yuca dulce (Manihot esculenta) para hacer pan. Los yaruro o puméh (Stock lingüístico paleo-chibcha), los betoi (stock chibcha grupo motilón), los guamo y guamontey (Stock lingüístico guamo) y taparita (Stock lingüístico otomaco) conformaban una comunidad nomádica con base central, la cual podía llevar parte del año una vida transhumante cazando, pescando y recolectando y descansar parte del mismo en una localidad que podía no ser siempre la misma (Sanoja y Vargas-Arenas, 1992: 158-163). Los waika o yanomama El cuadro del estado de las misiones capuchinas catalanas del Caroní en el siglo XVIII, da cuenta de varias misiones donde se hallaban reducidos indígenas solamente pertenecientes a la etnia denominada antiguamente waika o guayka, hoy yanomami: Santa Rosa de Lima de Cura, Santa Magdalena de Currucay, San Juan Bautista de Avechica y la Misión del Ángel Custodio de Ayacuá (Carrocera, 1979: 162-165). Según la opinión de los misioneros 52 capuchinos de la época, los guaika eran considerados como una tribu montañera adicta a los hábitos nomádicos (Carrocera, 1979: 334). A comienzos del siglo XX, el etnólogo alemán Koch-Grümberg, quien estudió la vida de los pueblos waika y shirishana, consideraba ambos como “…una antigua capa de población de esas regiones que, repartida en pequeñas hordas, muchas veces enemistadas entre sí, sin domicilio fijo, verdadero, se pueden encontrar entre las fuentes de los pequeños tributarios hasta el lejano Alto Orinoco al Oeste y que antiguamente vivían de de la caza, la pesca y las frutas silvestres…” (1979: 214). Casi un siglo más tarde aquellos mismos pueblos, conocidos hoy como yanomami, siguen viviendo en las regiones inter-fluviales e invierten el 40% de su tiempo lejos de conucos y aldeas, acampando en la selva donde cazan y recolectan para sobrevivir (Good, 1995: 119). Según el mismo autor, hay hipótesis que asumen que el origen de la etnia yanomami se halla en la Sierra Parima (Good, 1995: 118). Wilbert, por su parte (1961: 238-242), considera que los waika o yanomami podrían ser relicto de las poblaciones paleoamericanas que poblaron originalmente a Suramérica, las cuales se habrían separado hace 4500 años ANP, de los warao o guarao, otro pueblo arcaico vinculado a los primeros pobladores de Suramérica que hoy viven en el Delta del Orinoco. Los warao y los yanomami, según Wilbert y Layrisse (1999: 26) son 100% Di(a-), esto es, Diego-negativos, lo cual los ubicaría entre los descendientes de las primeras oleadas de pobladores paleo-asiáticos (paleo- mongoloides) que llegaron al continente americano y a Suramérica, vinculándoles igualmente con las poblaciones cazadoras recolectoras del Caroní y el Bajo Orinoco, en general conocidas arqueológicamente en nuestro estudio. Esoss pobladores 53 originarios fueron clasificados por Greenberg como pertenecientes a la familia linguística chibcha-paezana, cuyos descendientes están distribuidos desde la Florida y la Baja Mesoamérica a través del norte de Colombia, el delta del Orinoco y el suroeste de Venezuela hasta el Brasil Central y Argentina (Greenberg, 1987: 335,389). 54 CAPÍTULO 4 La base material de la Formación Productora de Alimentos o Tribal El paso de la formación social apropiadora, recolectora, cazadora, pescadora, hacia una tribal productora de alimentos significó un cambio histórico trascendental en la historia de la sociedad venezolana, cambio que supuso un proceso previo de fijación a la tierra. Como dice Marx, en la sociedad recolectora cazadora el concepto de utilización de los recursos naturales para la subsistencia se refiere a la cantidad y calidad de los productos que produce el suelo, no al suelo mismo. Nadie es propietario del suelo ni de las manadas a ser capturadas ni de los frutos a ser recolectados. Las sociedades sedentarias productoras, por el contrario, requieren poseer ambas cosas: el suelo y su producto para devenir en propietarios del suelo, en la medida que el trabajo social invertido sobre el mismo y en la domesticación de plantas se transforma en cosechas y eventualmente en rebaños de animales también domesticados sobre los cuales ejercen la propiedad. Ésta se materializa en las relaciones sociales de propiedad vía el parentesco consanguíneo, que garantizan un acceso igualitario a la producción y el consumo de materias primas solamente a aquellos que forman parte de la misma unidad genéticosocial (Vargas Arenas, 1989). El potencial para las transformaciones históricas no es inducido mecánicamente por la localización aleatoria de un grupo social en un ambiente rico en recursos naturales, sino por su capacidad de apreciar la interconexión 55 operativa que existe entre los diferentes nichos y ecosistemas, así como por su habilidad de organizar el trabajo colectivo para explotarlos de manera simultánea o diferida (Flannery, 1968; Sanoja y Vargas-Arenas, 1995: 257261, 333-348, 1999b: 161-164). Debe existir, pues, previamente, la capacidad de definir socialmente el ambiente, de visualizar la Naturaleza como un objeto para el trabajo social, lo cual presupone la sedentarización del o de los grupos humanos. La sedentarización, a su vez, propicia la intensificación de las relaciones intersubjetivas e interpersonales que estimulan la aparición de loci de autoridad en las mismas que actúa para gestionar los procesos de trabajo y así resolver los conflictos y transgresiones sociales. La noción de sistema agrario El cultivo o domesticación de las especies naturales no es una variable causativa autónoma, sino una consecuencia de los procesos ampliados de sedentarización, del desarrollo de las fuerzas productivas y de la producción de espacios sociales que consolidan la territorialidad.Para que se produzca la domesticaciòn de plantas, es necesario que previamente se haya producido también la “domesticación”, la socialización de la gente como comunidad sedentaria (Sanoja 1989b;). Las condiciones externas favorables no imponen mecánicamente una adaptación cultural: es sólo a partir de los cambios que se generen en las condiciones internas (socioculturales) de una sociedad, que se pueden producir cambios que representen una revolución en sus condiciones internas y externas (Vargas-Arenas1985; Sanoja y Vargas-Arenas 1995). La domesticación de plantas en Suramerica la entendemos como un derivado de la milenaria colonización territorial que emprendieron sus habitantes 56 originarios y de la fase de consolidación de la vida sedentaria que ocurrió hacia 5000-4000 años ANP, coincidente a su vez con el establecimiento de las principales familias linguisticas suramericanas. Así como para entonces los grupos originarios vinculados a las familias protoarawak, protoGe, protocaribe, prototupí y prototucano ocupaban predominantemente la región centro-atlántica, la región centro-pacífica suramericana estaba ocupada predominantemente por grupos originarios de las familias lingüísticas chibcha, aymara y quechwa (Sanoja 2006:26).El patrón de distribución y concentración territorial de la mayoría de las especies botánicas y animales domesticables, respondía también - en líneas generales- a la dispersión territorial de los grupos de familias lingüísticas mencionadas. De esta manera, se crearon modos singulares de asociación proactiva entre determinadas formas socioculturales y ciertos recursos de flora y de fauna que –por causas naturales- predominanaban en las regiones que los grupos humanos colonizaban. Considerada desde ests perpectiva, podemos ver la agricultura como una actividad productiva en la cual los hombres y mujeres, a través de la utilización de un instrumental apropiado y la acumulación de un cuerpo de experiencias relativas al crecimiento y desarrollo de determinadas plantas útiles, el conocimiento sobre la forma de reproducir artificialmente los ciclos naturales y de la fuerza de trabajo para llevar a cabo toda la secuencia de actividades tecnoeconómicas para el apoyo y mejoramiento de esa actividad productiva, logran obtener la cantidada necesaria de energía para reproducir su existencia y romper la dependencia del grupo social de los procesos de ampliación natural de la biota. 57 Como sistema, la agricultura constituye un conjunto finito de relaciones entre elementos que son constantes tales como los suelos, el clima y los cultígenos, y otros elementos variables tales como los medios e instrumentos de producción y la fuerza de trabajo, que se objetivan formando un sistema agrario. En un sistema agrario hay plantas o cultígenos dominantes que tiene mayor valor calórico por peso y por área cultivada, las cual pueden ser consideradas como un valor económico y social que llega a determinar ciertas formas de conducta cultural, social y económica dentro del grupo humano (Sanoja, 1997: 20-23). La invención de la agricultura en el litoral noreste venezolano La invención de la agricultura y el desarrollo de la vida sedentaria fue un proceso que ocurrió independientemente en diversas regiones de Suramérica y particularmente en el territorio venezolano. El noreste de Venezuela –como hemos visto- parece haber sido uno de esos centros originales del cultivo, evidenciado por la presencia de herramientas agrarias tales como hachas y azadas líticas, majadores cónicos y morteros circulares para procesar alimentos vegetales, los cuales aparecieron entre las poblaciones recolectoras pescadoras cazadoras que habitaban alrededor de la laguna de Campoma, estado Sucre, hace 4600 años (Sanoja 1989 a, 1989 b). El descubrimiento de la agricultura estuvo fundamentado en el oriente de Venezuela en la domesticación plantas vegetativas como la yuca (Manihot esculenta Crantz) y otras raíces y tubérculos silvestres endémicas de la región tales como el ocumo (Dioscorea sagittifolia), el lairen (Calathea alluia), el guapo (Maranta arundinacea) y la pericaguara (Canna edulis). El orígen del cultivo se dio en un contexto sociocultural que ya indicaba la existencia de aldeas sedentarias. Los habitantes de las mismas explotaban de manera 58 orgánica un conjunto de variados ecosistemas: el marino, donde pescaban y recolectaban moluscos marinos; el fluvial del caño Chiguana, donde pescaban peces y cazaban caimanes; el ecosistema de manglar, donde pescaban peces y recolectaban ostreas y gastrópodos y cangrejos; el palustre, donde pescaban y cazaban diversas aves; los suelos arenosos húmicos en torno a la laguna de Canpoma, donde desarrollaban al parecer sus cultivos, y los boeques tropicales secos que rodean la cuenca de la laguna, utilizados como campos de caza de venados, váquiros, tigres, etc.. (Sanoja y Vargas-Arenas, 1995:253261; 1999c: 163). El sedentarismo parece haber sido la condición necesaria para el desarrollo de mecanismos de solidaridad social capaces de mantener una disponibilidad permanente de fuerza de trabajo organizada con base a relaciones de cooperación simple. Así como la fluidez y la inestabilidad estructural de la fuerza de trabajo caracterizaban a las bandas de recolectores, cazadores pescadores, en la Formación Social Tribal Productora de alimentos, por el contrario, el desarrollo y el mantenimiento de la sedentarización comenzó a fundamentarse en la acumulación de fuerza de trabajo. En el caso particular de la región de Paria, el sedentarismo fue la necesaria precondición para que las comunidades humanas pudiesen explotar sistemáticamente los recursos naturales existentes en el agregado de ecosistemas existentes en el golfo de Cariaco. En este caso, la estabilización de la población debe haber sido el resultado de las relación existente entre el tamaño de la fuerza de trabajo y sus posibilidades objetivas de conservar un nivel suficiente de reproducción natural de los componentes bióticos de los ecosistemas y nichos hasta que una forma controlada de reproducción como el cultivo de plantas, capaz de ofrecer resultados en cantidades y períodos 59 predecibles de acuerdo con la calidad y la cantidad del trabajo social invertido, subordinó todas las otras actividades económicas: la caza, la pesca, la recoleción de vegetales, etc. (Sanoja y Vargas-Arenas, 1995: 294-298). La intensificación y consolidación del cultivo de plantas se dio paralelamente a la intensificación de los contactos entre grupos humanos con diferentes niveles de desarrollo sociohistórico. En el caso de Las Varas, golfo de Paria, Edo. Sucre, Venezuela, donde los instrumentos agrícolas y las herramientas para el trabajo de la madera utilizada en la fabricación de embarcaciones tales como hachas, azadas, manos de moler cónicas, piedras de mortero y azuelas en piedra pulida o en concha marina están presentes desde hace 4600 años antes de presente, los contactos de estas poblaciones con otros grupos aborígenes recolectores que ya vivían en la costa oriental de Venezuela y en la cuenca del lago de Valencia se remontan, por lo menos, a 2600 añosANP (600 años ANE). Ello indica que las poblaciones recolectoras, pescadoras, agricultoras ya poseían para entonces itinerarios de viaje que les permitían movilizarse e interactuar con poblaciones lejanas, propiciando el intercambio a larga distancia de diversas materias primas estratégicas. Entre éstas destacaba la sal marina, que abundaba de manera natural en las salinas de Araya, la concha del Strombus gigas y la Cassis sp, utilizada para fabricar hachas y azuelas para el trabajo de los sólidos fibrosos, adornos ceremoniales, cuentas de collar, anzuelos, etc. De la misma manera se difundió posiblemente el conocimiento de la tecnología para desbastar y pulir la piedra, esencial para manufacturar hachas, azadas y hachuelas de buena calidad y, en fin, de los componentes sociales que eran básicos para consolidar la vida sedentaria, las actividades 60 agrícolas y artesanales y el desarrollo consecuente de la conciencia social de las comunidades (Sanoja y Vargas-Arenas, 1995: 324-332). La invención de la agricultura en la cuenca del Orinoco Las investigaciones de Vargas-Arenas en el sitio La Gruta, Edo. Guárico, margen izquierda del Orinoco Medio, pusieron de manifiesto en la excavación N°4, la existencia de una alfarería muy rústica, temperada con ceniza o carbón. La antigüedad del contexto arqueológico donde se recuperó la misma, esta datado por una fecha de C14 de 3320 + 100 años ANP o1370 + 100 años ANE (Vargas-Arenas, 1981: 409, Gráfico 7). La fecha mencionada representa también una referencia temporal para entender el proceso de sedentarización que habría comenzado a producirse en las poblaciones recolectoras cazadoras que habitaban las sabanas y selvas de galería del Medio y Bajo Orinoco, así como también la existencia de formas incipientes de cultivo, probablemente plantas vegetativas, endémicas en aquellas regiones. Otras poblaciones de antiguos recolectores cazadores del Bajo y Medio Orinoco parecen haber comenzado a utilizar también, desde períodos muy tempranos, alfarería de calidades diversas. Tal es el caso de la muestra localizada en la Cueva de Las Patillas, fechada en 2810+ 160 años ANP, 810 años ANE, en el abrigo rocoso G-8, Bajo Caroní, Edo. Bolivar (Sanoja y Vargas-Arenas, 2006: 60). En una fecha similar, 2605+ 85 años ANP, 655 años ANE, se hallaron igualmente fragmentos de alfarería atemperada con desgrasante orgánico o núcleos de arcilla en el sitio arqueológico Agüerito, serie Cedeñoide, Edo. Guárico (Zucchi y Tarble, 1984), lo cual parece indicarnos un proceso generalizado hacia la sedentarización entre los diversos grupos humanos que conformaban la sociedad de recolectores cazadores del 61 Medio y Bajo Orinoco (Sanoja y Vargas-Arenas, 1999a:130-131; 2007: 15SAJA). La invención de la agricultura en el noroeste de Venezuela Asi como podemos definir con claridad histórica las áreas de invención de la domesticación y el cultivo de plantas en la mitad oriental de Venezuela, en el noroeste y el occidente de Venezuela en general podemos establecer que el cultivo y el procesamiento del maíz, ya lo practicaban los grupos originarios subandinos larenses por lo menos desde 2500 años ANP, en la región de Carora (Sanoja 2001: 2-19). Estos grupos humanos, tenían una estrecha vinculación cultural con las poblaciones originarias andinas del noroeste de Colombia y el norte del Ecuador, donde hacia 4200 años ANE (6200 años ANP) los grupos orginarios ya practicaban una agricultura mixta de maíz, papas y frijoles (Rodríguez 2005:22), acompañada en ciertas regiones por el cultivo de la yuca. La presencia de alfarería asociada con el cultivo de plantas o el cultivo de plantas sin alfarería, ya no es una ocurrencia aislada en el norte de Suramérica y en Venezuela en particular; por el contrario, cada vez más nuevos datos lo confirman. Corroborando lo anterior, hallamos que para 2650 años ANP, 650 años ANE, la evidencia arqueológica hallada en el sitio Caño Grande, región de selva tropical llluviosa del suroeste del lago de Maracaibo, Edo. Zulia, nos indica la presencia de una alfarería tosca con desgrasante vegetal (ceniza y tallos de plantas), de color grís, con decoración modelada aplicada, sin indicios directos o indirectos de cultivo o procesamiento de plantas (Sanoja y Vargas-Arenas, 1992: 68, 1999a: 99; 2007c: 15), de la misma manera, como ya ha sido reseñado para el sitio Las Varas, la presencia para 4600 ANP de instrumentos agrícolas manufacturados en piedra pulida, con ausencia de 62 alfarería, o presencia de alfarería rústica en el conchero Guayana, 3500+90 ANP, 1550+ 90 ANE, golfo de Paria, sin estar asociada con evidencias de cultivo Con base a estas referencias podríamos concluir que, al menos en Venezuela, la fase final de la Formación de Cazadores Recolectores o Apropiadora no fue una mutación mecánica hacia la Formación Tribal Productora: algunos modos de vida –como ya hemos señalado—dieron un paso adelante hacia una nueva forma de sociedad. La historia precolonial, narrada desde el testimonio arqueologico, muestra en la vida de nuestras sociedades originarias las existencia de procesos de colonización territorial que constribuyeron no solo al mestizaje étnico, sino también a la fusión de conceptos e ideas sobre la tecnología agraria y artesanal así como también de la estética, lo cual se tradujo en la conformación de sistemas agrarios mixtos y la creación de las regiones geohistóricas que caracterizaban la sociedad originaria precolonial venezolana (Sanoja y Vargas-Arenas 1999ª: 15-16). En el el período que va desde 1730 hasta 650 años ANE, la región media del rio Orinoco fue el asiento de una diversidad de poblaciones que se ubicaron en los llanos al suroeste del actual Estado Guárico. Esta porción de los Llanos Centrales se encuentra cruzada por la extensa red fluvial que conforman los ríos Chirgua, Portuguesa y Apure, conformando un espacio geográfico con grandes potencialidades para el desarrollo de la vida social: sabanas, suelos aluviales muy ricos, selvas de galería, playas, raudales y recursos naturales muy abundantes y variados (Vargas Arenas, 1981). Dicha red fluvial permite la comunicación entre la cuenca del Orinoco y el piedemonte oriental de los Andes venezolanos, donde ya vivían grupos agroalfareros cultivadores de maíz desde por lo menos el último milenio ANE (Sanoja, 2001), propiciando 63 los contactos e intercambios entre aquellas poblaciones agroalfareras subandinas y las orinoquenses (Sanoja y Vargas-Arenas, 2007c: 93-95), dando nacimiento a nuevas tradiciones culturales regionales. El contacto entre aquellas poblaciones aborígenes orinoquenses con las del noreste de Venezuela aumentó en intensidad hacia finales del último milenio ANE y comienzos de la era cristiana, cuando poblaciones agroalfareras que ya vivían en el Medio y Bajo Orinoco desde 1000 años antes de Cristo se movieron hacia la región de Paria desplazando y/o absorbiendo a las poblaciones indígenas que ya vivian alli desde mediados del Holoceno (Sanoja, 1979; Vargas-Arenas, 1981, 1990; Sanoja y Vargas-Arenas, 1983, 1995, 1999 a: 159-16; 1999-b: 164; 2007c:94-95). Los pueblos andino-orinoquenses que llegaron a Paria ya conocían y practicaban tanto el cultivo del maíz como el de la yuca amarga y su transformación en casabe desde el año 1000 antes de la era cristiana (VargasArenas, 1979; Sanoja, 1997:173-184; Sanoja y Vargas-Arenas, 1983: 235-24, 1995: 349-357). Al llegar a Paria, los orinoquenses -que ya poseían la técnica de la navegación y la pesca fluvial en el Orinoco y el Apure- asimilaron rápidamente los conocimientos que habían desarrollado desde hacia 5000 años ANP las poblaciones originarias de Paria y Margarita sobre la navegación costanera y de alta mar, la tecnología de la pesca marina y palustre, los conocimientos agrícolas y la tecnología para fabricar instrumentos líticos pulidos tales como azadas, hachas y manos de moler. De esta manera, los pueblos de la nueva formación social se tribalizaron y generaron rápidamente, de manera simbiótica, un nuevo modo de vida tribal mixto con un modo de trabajo basado en la recolección y la pesca marina y palustre, la caza terrestre y el cultivo y procesamiento del maíz, de la yuca amarga para transformarla en 64 casabe y el cultivo de otros tuberculos autoctonos como el ñame, la batata, el lairén y la pericaguara (Canna edulis). Aprovechando el conocimiento de la navegación de alta mar y de los itinerarios marinos creados por las antiguas poblaciones de recolectores marinos y cultivadores parianos, lor portadores de este nuevo y vigoroso modo de vida, conocido culturalmente como Tradición Saladoide, pudieron colonizar rápidamente las Pequeñas y Grandes Antillas. Es a partir de este momento cuando comienza a consolidarse la macroregión geohistórica antillana, la cual abarcaba, alrededor de 400 años después de Cristo, el oriente de Venezuela, las Pequeñas Antillas y las Grandes Antillas hasta la isla de Cuba (Vargas-Arenas, 1990:182-215). El sistema agrario de la semicultura: domesticación y cultivo del maíz Cuando se habla generalmente sobre la domesticación y el cultivo del maíz (Zea mayz), se sostiene que las razas andinas de dicha planta habrían migrado desde Perú y Bolivia hasta México y América Central o viceversa, olvidando al exponer dicho esquema difusionista que –de ser correcto- las diversas razas de maíz habrían debido atravesar más de 40° de latitud existentes entre ambas regiones, formando sucesivamente nuevas razas de híbridos. A este respecto, las evidencias paleobotánicas sugieren que hacia 4000 años ANE existían una o dos razas de maíz en México y tres –muy diferenciadas- en la región andina, indicando la existencia de procesos evolutivos independientes en ambas regiones. Sin embargo, en el área colombiana no se hallan razas o residuos de razas de maíz vinculadas con la región peruana o boliviana, excepto quizás la raza Pollo que podría tener afinidades morfológicas con el Chapalote o NalTel de Mesoamérica o el Confite Morocho de Perú (Roberts at alíi, 1957; Mangelsdorf y Sanoja, 1965), representando la idea de un sustrato de maíz 65 arcaico que habría existido desde México hasta los Andes Centrales (Bonavía y Grobman, 1989: 466; Sanoja, 1997: 83; Sanoja y Vargas-Arenas 2007c:9597). La evidencia indica que razas de maíz con rasgos arcaicos como el Pollo, siguieron siendo cultivadas en algunas regiones sin ser prácticamente modificadas en su morfología genética o física hasta 1964, cuando hicimos la recolección de mazorcas en conucos campesinos de la región del Mucuchíes profundo, Edo. Mérida (Mangelsdorf y Sanoja 1965), quizás por la ausencia de otras razas más avanzadas con las cuales realizar los cruces o por la existencia de otras plantas alimenticias como la yuca, que complementaban la baja productividad de la raza arcaica de maíz Pollo. En el occidente de Venezuela parecen haberse producido también otros procesos locales de domesticación secundaria de plantas endémicas como el maíz. Ello estuvo relacionado, al parecer, con la presencia de poblaciones humanas tribales agroalfareras complejas surgidas de contextos formativos del noroeste de Suramérica, las cuales parecen haberse asentado en el valle de Carora y otros valles subandinos del estado Lara entre 1000 a.C. y 500 a.C. (Sanoja, 2001; Sanoja y Vargas, 2007d) y en el piedemonte oriental andino. Las investigaciones de Zucchi en el sitio La Betania, Edo. Barinas, han mostrado de manera consistente la presencia de comunidades aborígenes tribales en los Llanos Altos Occidentales, quienes habrían comenzado hacia 230 años ANE el cultivo de la raza de maíz Pollo, cuyas mazorcas procesaban utilizando piedras y manos de moler. La presencia de budares de barro son indicadoras también del cultivo de la yuca amarga (Manihot esculenta Crantz), evidenciando la coexistencia de la vegecultura con la semicultura, la pesca fluvial y la caza terrestre (Zucchi, 1967, 1968, 1972 a y b, 1973, 1976). 66 La presencia efectiva de manos y piedras para moler el maíz se encuentra atestiguada desde 300 antes de años ANE (2300 años ANP) en el sitio Camay, valle de Carora, Edo. Lara, donde se utilizaban también como parafernalia mortuoria. En varios casos el cráneo de los difuntos, generalmente mujeres, descansaba sobre el metate, en tanto que las manos de moler se colocaban sobre la región ventral del cadáver (Basilio, 1959: 184; Sanoja, 2001: 14), evidenciando la estrecha relación existente entre el género y el modo de mantenimiento doméstico, la cosecha y el procesamiento del maíz así como la importancia que todo ello tenía para la definición de la importancia del estatus social de las mujeres dentro de la comunidad. Las evidencias arqueobotánicas tienden a demostrar la existencia generalizada en el occidente de Venezuela del maíz reventón arcaico como el Pollo, emparentado con otros maíces arcaicos como el Nal Tel de Mesoamérica y el Confite Morocho de los Andes Centrales, en ciertos nichos localizados en el piedemonte oriental y septentrional de los Andes venezolanos. Las fechas C14 indican que en el valle de Quíbor el maíz ya era cultivado por lo menos entre 1105 y 1790 de la era cristiana (Mangeldorf y Sanoja, 1965; Sanoja y Vargas-Arenas, 1992a: 128, 1999a:50, 1997: 104). Mazorcas de maíz Pollo fueron también recolectadas en diversos otros sitios arqueológicos localizados tanto en los valles templados de la Sierra de Mérida fechados en el siglo X de la era cristiana (Wagner, 1967) y en los llanos altos occidentales hacia 230 años ANE (Zucchi, 1967). El maíz Pollo, por otra parte, tiene en Colombia una presencia limitada a las vertientes orientales de la Cordillera Oriental en los Departamentos de Boyacá y Cundinamarca, formando una especie de área de distribución que abarcaría la vertiente oriental de los Andes venezolanos, incluyendo 67 los valles subandinos de Lara y Trujillo, asi como los valles alto andinos de la Sierra de Mérida. En la región de Popayán, Colombia, también se reporta la existencia de un maíz que era llamado por los indígenas con el nombre de morocho, de mazorca pequeña que se recogía dos meses depués de haberlo sembrado. En el valle de Carache, estado Trujillo, el maíz Pollo estaba acompañado de otras variedades como el Clavo y el Huevito. El primero es un maíz adaptado a las alturas intermedias entre 1000 y 1200 m.snm., cuyo origen parece hallarse también en las razas arcaicas de maíz reventón. El suroeste de Venezuela parece pues haber sido un área importante para el cultivo del maíz Pollo, donde constituía un elemento importante de la dieta cotidiana de las poblaciones (Sanoja, 1997: 104; Wagner, 1967; Roberts et alíi, 1957: 45-50). Tanto en las aldeas indígenas de los valles subandinos, así como en las de las riberas de Orinoco, la yuca y el maíz eran cultivados simultáneamente, reforzando así la ingesta alimenticia. El maíz Pollo fue muy popular en la subsistencia de los pueblos originarios del occidente de Venezuela, un tipo de maíz blando utilizado para elaborar la chicha o panes como las cachapas o las arepas. A este respecto podemos decir que durante el siglo 11 de la era cristiana, en algunos contextos arqueológicos del valle de Quíbor, estado Lara, las mazorcas de maíz Pollo estaban asociadas con budares de forma oval que conservaban todavía, adheridos a su superficie, vestigios de la masa de maíz (Sanoja y Vargas Arenas, 1999 a: 41). En las regiones altoandinas y los valles subandinos, aparte del maíz, los pueblos originarios cultivaban la papa (Solanum tuberosa), el apio (Arracacha arracacha), la auyama, los frijoles, ajíes, y diversos frutales 68 como la lechosa (Papaya carica) (Sanoja y Vargas Arenas, 1999 a: 43). En diversas zonas de los actuales estados Lara y Falcón, plantas autòctonas como el maguey (Agave cocuy), fueron utilizadas por los pueblos originarios no solo como un alimento complementario, sino también para confeccionar bebidas alcohólicas (Gonzáles Batista, 2002). El cultivo del maíz Pollo y de los frijoles (Canavalia sp.) ya existía en el Orinoco Medio desde el año 400 antes de Cristo (Sanoja y Vargas,:1992a: 128; Sanoja, 1979:264-266; 1997: 181-182; Roosevelt, 1980:; 239), según el hallazgo de granos, mazorcas de maíz calcinado y piedras de moler en los sitios de Corozal y Ronquín, estado Guárico. El maíz Pollo podría corresponder con el llamado maíz de dos meses (Febres Cordero, 1946), señalado por los cronistas, que se utilizaba preferentemente entre los Otomacos para fabricar arepas mezclando la masa de maíz con manteca de caimán y poya (polvo de arcilla cocida), así como bebidas fermentadas como la chicha, la cual cumplía una función a la vez nutritiva y social, parte importante de las fiestas y celebraciones colectivas. Entre los Otomacos, Guamos, Paos y Yaruros el maíz de dos meses denominado onóna, era cultivado por las mujeres en los suelos aluviales que quedaban expuestos alrededor de los lagos o a lo largo de los ríos, luego de las crecidas anuales. Dos meses después de haberlo plantado ya obtenían mazorcas maduras, de manera que podían alcanzar hasta seís cosechas al año (Gumilla, 1993: 152154; Acosta Saignes, 1954: 63; Roth, 1917: 218- 233). Los Cumanagotos cultivaban también un maíz blando, de mazorca pequeña, que se cosechaba en cuarenta días, denominado amapo (Civrieux, 1980: 156). 69 La cosecha del maíz cultivado requería poder contar con técnicas de conservación y almacenamiento de las mazorcas para el consumo diferido. Uno de los procedimientos más comunes era el ahumado de las mazorcas, mediante el cual se lograba reducir la humedad natural de los granos y hacerlos más resistentes a los hongos y las plagas. Otra técnica existente entre los Otomacos era la de enterrar durante días las mazorcas de maíz, u otros frutos, en cavidades que practicaban a la orilla de los ríos. Ello contribuía -al parecer- a darles también un cierto punto de maduración antes de su consumo o utilización (Gumilla, 1993: 153). El sistema agrario de la vegecultura: domesticación de la yuca amarga La domesticación de la yuca amarga y la invención del casabe fueron dos eventos muy importantes en la historia de la ciencia y la tecnología aborigen. En el noreste de Venezuela, sitio Las Varas, localizado sobre la laguna de Canpoma, Edo. Sucre, la presencia de numerosas azadas, hachas petaloides de piedra, manos conicas y vasijas de piedra hacia 4600 años ANP (2600 años ANE) indica que la domesticación y cultivo de plantas comestibles ya se había iniciado entre las poblaciones de cultivadores, cazadores recolectores de la laguna de Campoma (Sanoja y Vargas Arenas, 1995: 294-298). Según Sauer (1952, 1965), el proceso de domesticación de la Manihot esculenta o yuca podría encontrarse en la cuenca del río Orinoco, planta que podría haber sido originalmente endémica de la periferia de las selvas semidecíduas en ambientes riparios o costeros (Harris, 1972, 1969: 10-12), como sería el caso del los suelos arcillosos que rodean el sitio Las Varas y el sitio El Bajo, en los cuales hoy día se cultivan diversas variedades de Manihot. 70 El cultivo de la Manihot esculenta y la manufactura del pan de casabe ya era practicada al sureste de Paria por los pueblos originarios que habitaban la costa del actual distrito Noroeste de Guyana, margen derecha de la desembocadura del rio Orinoco. En el sitio arqueológico Hossororo Creek, en Guyana, la presencia de fragmentos de budares permite inferir que aquellas poblaciones originarias ya habían domesticado la yuca y fabricaban pan de casabe hacia 3550 + 65 años ANP, 1600 años ANE (Williams, 1997: 244; Sanoja, 1997: 162-1; Sanoja y Vargas-Arenas 2007c: 97-99). Los pobladores de la aldea aborigen de Barrancas, Edo. Monagas, ubicada sobre la margen izquierda del rio Orinoco habian domesticado la yuca amarga y fabricaban el casabe hacia 3000 años ANP, o sea 1000 años ANE (Cruxent y Rouse 1961-I: 255; Rouse y Cruxent 1963: 84; Sanoja 1979:309-324,1997: 175-178). En el sur del lago de Maracaibo, por otra parte, la presencia de fragmentos de budares para cocer las tortas de casabe, asì como de manos de moler, parece indicar la existencia de una forma temprana de cultivo mixto de maíz y de yuca para 2650 años ANP, esto es 650 años A.C., la cual se mantuvo hasta bien entrado el siglo XVIII, continuando hasta el presente ANE (Sanoja y Vargas Arenas, 1992: 67-68; Sanoja, 1997: 184; Vargas-Arenas, 1976Onia). La invención del pan de casabe La invención del pan casabe fue un importante evento en la historia de la tecnología alimenticia aborigen y el fundamento de un proceso civilizatorio, que introdujo modificaciónes radicales en los modos de vida de las comunidades originarias de la América Tropical. Las raíces de yuca en sus dos variedades, la amarga o la dulce, pueden conservarse naturalmente bajo tierra hasta el momento cuando se las necesita, pero el casabe, que es un alimento 71 cultural fabricado por las mujeres tribales, conformaba una reserva móvil alimentos que podía ser almacenada en las viviendas, transportada e intercambiada como un valor de uso en los procesos de trueque o comercio entre las comunidades aborígenes cuando era necesario (Sanoja, 1997: 127137). El proceso de manufactura del pan de casabe, esto es, la transformación de las raíces de yuca en un alimento producido por el trabajo humano, parecer haber sido una innovación tecnológica desarrollada por las mujeres, ya que fueron ellas quienes ejecutan todo el proceso, comenzando con la cosecha de raíces. Las raíces de la variedad venenosa o amarga de la yuca son las más utilizadas para fabricar harina (mañoco) y casabe, debido a su alta concentración de almidón. Las raíces de la variedad “dulce”, si bien se pueden transformar también en harina, producen un casabe duro y fibroso, menos comestible. Por esta razón, era necesario mantener separadas las plantas de ambas variedades, ya que no tienen rasgos morfológicos que las identifiquen. Según la experiencia de campesinas venezolanas modernas que cultivan la yuca en conucos alrededor de la laguna de Canpoma, Edo. Sucre, Venezuela, “el palo” o tallo de la yuca amarga, que es de género masculino, se reconoce en que tiene “ojos”, es decir, que las bases del los pecíolos están muy juntas y éstos son más gruesos que los de la variedad dulce, que es de género femenino, la cual tiene los “ojos” más separados. Pueden también diferenciarse por el color del pecíolo de la hoja, pero todas estas diferencias solo tienen validez cuando se compara un conuco y otro de la misma región (Sanoja y Vargas Arenas, 1995: 353). El carácter “venenoso” o “dulce” de las raíces parece estar vinculado más bién a factores locales, posiblemente a las condiciones del suelo (Sanoja, 1997:109-115). 72 Las plantas de yuca presentan una gran capacidad de introgresión por lo cual, una vez cultivadas, es preciso separarlas de otras variedades silvestres las cuales tienen generalmente raíces muy delgadas y poco productivas. La única forma de diferenciar y separar en un conuco las dos variedades de yuca mencionadas y evitar la introgresión con otras especies menos productivas, es evitando la floración. Esta solución fue descubierta por las biotecnólogas indígenas originarias al inventar la reproducción por esquejes o tallos, proceso que llevó, prácticamente, a la clonación de las plantas: el esqueje de una yuca amarga o de una dulce sólo reproduciría la misma línea de variedad, separando la planta del resto de la biota y obligándola a depender de los cuidados humanos para su reproducción. De la misma manera, al impedirse la floración, la planta acumula más almidón en sus raíces, haciéndose así más productiva como alimento. Este proceso de ingeniería genética es lo que se conoce propiamente como domesticación. Para manufacturar el pan de casabe fue necesario, en primer término, que las mujeres, que siempre fueron yerbateras y herbolarias conocedoras de las virtudes de los vegetales, descubriesen el principio de los químicos naturales de la planta -el ácido prúsico- que determina la toxicidad de la yuca amarga y –en segundo término- el diseño de los medios físicos para eliminarla. La cadena de gestos técnicos enumerada requería una serie de dispositivos mecánicos para llevar a término el procesamiento de las raíces de yuca: el uso de un instrumento cortante para pelar dichas raíces, y un rallo. Este instrumento ha sido documentado arqueológica y etnográficamente como una tabla de madera sobre cuya superficie se adhieren -mediante el uso de una resina vegetal- microlascas cortantes de jaspe, chert u otro tipo de roca cristalina, que desgarran la pulpa de la raíz al frotarla contra él. El paso 73 siguiente es exprimir la pulpa en un sebucán o tipiti para extraer el yare o jugo venenoso utilizando una compleja cesta cilíndrica flexible—tejida según el principio del resorte—para extraer el ácido prúsico de la pulpa. De seguido se coloca la pulpa exprimida en una cesta circular o wa’pa para secarla al sol. Finalmente, la masa se transforma en granos que son cernidos utilizando otra cesta circular que sirve de cedazo, el manare, para obtener una harina de grano fino. Por último, la harina es cocida en un plato circular de arcilla, el budare o buren, que es colocado sobre fuego apoyándolo en topias del mismo material, para que el calor transforme el almidón en un pan en forma de torta circular, de unos 3 mm de espesor y de un diámetro que puede alcanzar hasta 70 cm. Todos estos procesos innovadores necesitaron la invención previa de otro complejo de técnicas físico químicas y mecánicas como la alfarería y la cestería, y haber observado y ensayado -quién sabe cuantas veces- con distintas especies de plantas para diseñar, finalmente, un alimento creado artificialmente para mejorar la calidad de vida de la sociedad. Podríamos hablar con propiedad, de una acumulación de conocimientos científicos— entendiendo por ciencia el conocimiento exacto y razonado de las cosas— aplicado a la producción de valores de uso, como es en este caso el casabe, así como de valores de uso y /o de cambio como la alfarería. Al igual que en el caso del maíz, donde el agua donde se han hervido los granos se fermenta para convertirla en un licor, la chicha, el jugo exprimido de la yuca amarga también se fermentaba para producir bebidas alcohólicas como el chachirí, utilizado para el consumo en eventos rituales y sociales. Es muy probable, como ya se explicó, que esta primera fase de la domesticación de la yuca se hubiese producido en el noreste de Venezuela 74 alrededor de 4600 años ANP (Sanoja, 1989: 526-531). Esa fecha significaría también el inicio de la disolución de la Formación Apropiadora y el preludio de la Formación Tribal Productora de Alimentos. Aunque los cambios de magnitud se producen con mayor rapidez sólo cuando se dan los cambios correlativos en la calidad, en este caso las relaciones sociales de producción, podemos decir que se produjo una transformación histórica de la sociedad. Ello ocurrió en Venezuela hacia 3000-2800 años ANP, cuando la gente de la Fase Barrancas inventó o adoptó el proceso de transformar el alimento natural representado por las raíces de la yuca, en un alimento diseñado y construido por humanos (Sanoja, 1979: 320.). 75 CAPÍTULO 5 La Formación Económico-Social Productora o Tribal El sedentarismo fue la condición necesaria para poder desarrollar mecanismos de solidaridad social, capaces de mantener una disponibilidad permanente de fuerza de trabajo organizada con base a relaciones de cooperación simple. Así como la fluidez y la inestabilidad estructural de la fuerza de trabajo caracterizaban a las bandas de recolectores, cazadores pescadores, en la formación social productora, por el contrario, el desarrollo y el mantenimiento de la sedentarización comenzó a fundamentarse en la acumulación de fuerza de trabajo. Como hipótesis explicativa hemos propuesto que la Formación Productora o Tribal se desarrolló como consecuencia de un proceso transformador que implicó el paso de sociedades con una economía apropiadora a una productora de alimentos. Esta revolución se identifica por un cambio fundamental: la incorporación de los medios naturales de producción a los contenidos objetivos de la propiedad colectiva. De esta manera, la expresión jurídica de las relaciones sociales de producción, las relaciones de propiedad, se definirán ahora por un nuevo contenido: aunque el régimen de propiedad continúa siendo colectivo en su forma, el contenido objetivo de lo que se posee y se es propietario experimenta un cambio fundamental, toda vez que los miembros de la sociedad—como colectivo—pasan ahora a ser propietarios de los medios naturales de producción, del objeto de trabajo, puesto que en éste existe trabajo objetivado, trabajo pasado invertido en la creación de un paisaje social. 76 El trabajo objetivado resume los medios de control ejercidos por la comunidad sobre los procesos de reproducción de las especies vegetales y animales que sustentan la reproducción biológica y social (Vargas Arenas, 1990: 93-113, Sanoja, 1993: 27-44). La revolución que significó la producción de alimentos conlleva—en lo que a división técnica del trabajo se refiere—el desarrollo de nuevos instrumentos y medios de producción, así como a procesos de producción de alimentos y de valores de uso, de diversificación e intensificación de las prácticas sociales pues, al tener ahora plusproducción de alimentos, algunos individuos podrán dedicarse a desarrollar procesos de trabajo que no estén ligados directamente a la producción de bienes primarios. La tendencia creciente hacia la sedentarización convierte la presencia de la aldea en la base física central del espacio territorial de las unidades sociales. La fijación en el espacio induce al surgimiento de procesos de explotación especializada de los diversos biotopos o nichos ecológicos del espacio territorial, así como al control de los medios de producción natural. Ello posibilita igualmente producir cierta reserva de alimentos así como también establecer relaciones de complementaridad económica vía el intercambio de valores de uso con otras comunidades, permitiendo espaciar los ciclos de producción-consumo. Los contenidos de la reciprocidad y de la cooperación para el trabajo se transforman, ya que al no existir precariedad económica aquéllos sirven ahora para asegurar la propiedad de los medios naturales de producción, el mantenimiento en las unidades productivas y la reproducción—más o menos controlada—de la fuerza de trabajo dentro de ellas. 77 La fase de consolidación de la sociedad tribal se caracteriza por cambios sustanciales en los sistemas de distribución, cambio y consumo, observándose que comienza a restringirse el acceso colectivo e igualitario a lo producido, mientras que—paradójicamente—se hace más necesaria la complementariedad económica entre aldeas. Se objetivan ritmos diferenciales de desarrollo de las fuerzas productivas entre diferentes aldeas; surgen grupos de especialistas organizados que son productores secundarios, así como de individuos del sector terciario que gestionan de cierta manera la circulación de valores de uso—bienes terminados o materias primas—entre las diversas comunidades tribales. Las redes de circulación, pero sobre todo las variaciones de desarrollo entre aldeas, permiten también, de cierta manera, el establecimiento y la consolidación de relaciones políticas entre los miembros de una misma comunidad, donde un linaje o segmento social adquiere control sobre la fuerza de trabajo y sobre su producción vía el tributo o el don. El don, la donación de bienes materiales o servicios producidos mediante el trabajo social invertido por la comunidad, juega un papel central en la consolidación de las relaciones de poder jerárquica. entre los linajes dominantes de la sociedad tribal En este sentido, el concepto de acumulación referido a las sociedades antiguas solo podría ser entendido tomando en consideración que lo que se acumula es el trabajo mismo. Parafraseando a Marx podríamos decir entonces: El Trabajo en cuanto medida del valor es la forma necesaria de manifestarse la medida del valor inmanente en las mercancías (producto del trabajo social): el tiempo de trabajo (Marx, 1982: 80-89). En general, el desarrollo de las diferencias de rango que conducen a la consolidación de estructuras y relaciones sociales asimétricas se apóyan en el 78 control que ejerce un determinado segmento social sobre los puntos nodales de las redes de distribución de valores de uso. Los segmentos o grupos dominantes de las sociedades desiguales no pueden subsistir o mantenerse en el tiempo como unidades aisladas; por una parte, requieren de la apropiación, como don o tributo, del trabajo objetivado, del servicio de los segmentos sociales sometidos a su dominio, a cambio --a su vez—de servicios y valores de uso. Por la otra, necesitan la existencia de redes regionales de circulación de valores de uso (puesto que la complementariedad económica es un rasgo estructural de esta sociedad) que los consolida vis a vis de sus pares en otras comunidades similares de la región y, al mismo tiempo, los separa internamente de sus individuos controlados.Por ello, en esta sociedad, cuando los mecanismos de diferenciación social adquieren importancia histórica, la contradicción igualdad-desigualdad económica es finalmente resuelta a favor de esta última, condición que supone la disolución definitiva de la Formación Tribal. La sociedad tribal venezolana podría considerarse, de acuerdo a las premisas anteriormente expuestas, en dos grandes fases de desarrollo histórico: a) La fase que denominamos igualitaria, caracterizada por decisiones colectivas, el acceso igualitario a lo producido (exceptuando las diferencias internas entre sexos) y la existencia de formas colectivas de consumo. b) La fase que denominamos estratificada o jerárquica, donde se objetivan formas de poder político y la sociedad se diferencia en rangos o estamentos, institucionalizándose la desigualdad entre linajes o segmentos sociales dominantes y el común de los individuos de la comunidad (Vargas Arenas, 1990). 79 En otras regiones de la América antigua, tales como los Andes Centrales y Mesoamérica, la fase jerárquica de la sociedad tribal evolucionó hacia formas estatales autóctonas y hacia sociedades muy complejas (clasistas iniciales), donde una sola clase social era propietaria de los medios de producción (la sacerdotal o teocrática), mientras que la otra se constituyó como una clase de productores directos (los campesinos (as) y artesanos (as). Esa sociedad conformó estados autóctonos americanos, los cuales desaparecieron en el siglo XVI bajo los embates de la conquista castellana, siendo sustituidos por otra sociedad de clases y por un Estado colonial característico del capitalismo periférico que se gestó partir de aquella fecha. En el caso venezolano, la ausencia de suficientes elementos autodinámicos, de tensiones sociales internas y externas, debido a la baja densidad demográfica y a lo extenso del territorio, aunado a la ubicación periférica del territorio venezolano en relación a los centros de desarrollo de las formaciones estatales autóctonas americanas, determinó la existencia de procesos de cambio sociohistórico muy lentos. La fase igualitaria de la sociedad tribal en Venezuela se expresó en tres modos de vida: un Modo de vida Igualitario Vegecultor, un Modo de Vida Igualitario Semicultor y unel Modo de Vida Igualitario Mixto. Cada uno de estos modos de vida ha sido definido por Vargas Arenas (1990: 108-113) con base a su modo de trabajo, a las configuraciones particulares del proceso productivo general. La fase jerárquica, por su parte, la ha considerado como expresada en un solo modo de vida: el Jerárquico Cacical. El Modo de Vida Igualitario Vegecultor 80 Un modo de vida igualitario vegecultor se desarrolló de manera característica entre las poblaciones aborígenes que vivían en las tierras bajas del noreste de Venezuela. Sus orígenes están íntimamente vinculados con las poblaciones recolectoras-cazadoras del noreste de Venezuela y el noroeste de Guayana, particularmente con las del Modo de Vida III definido por Sanoja y VargasArenas (1995: 251-332) para la region de Paria. Noreste de Venezuela. Como expusimos anteriormente, desde 4600 años antes del presente ya se observan en el sitio de Las Varas, región de Paria, evidencias de la utilización de instrumentos agrícolas. Es posible que aquellas antiguas comunidades hubiesen comenzado a cultivar cultígenos endémicos como la yuca (Manihot esculenta Crantz), el ocumo (Xanthosoma saggitifolium), el lerén (Calathea allouia), y la pericaguara (Canna edulis), cuya producción controlada vino a reforzar el potencial y la variedad de recursos naturales de fauna de los cuales ya disponían. Las evidencias ciertas de la domesticación de la yuca amarga, de las técnicas para fabricar casabe y para manufacturar la alfarería, se encuentran en el sitio de Hossororo Creek, Fase Alaka, Distrito Noroeste de Guyana, hacia 3800 años antes del presente. Ellas consisten en fragmentos de budares de barro cocido utilizados para cocer las tortas de casabe, hecho que representa una importante innovación, tanto en el campo de la genética de plantas como de la tecnología de alimentos aborígenes (Sanoja, 1997: 109-115, 162; Wlliams, 1992: 233-251). Es muy probable que esta primera fase de la domesticación de la yuca se hubiese producido en el noreste de Venezuela alrededor de 4600 años antes del presente (Sanoja, 1989: 526-531). Ello significaría también el inicio de la disolución de la Formación Apropiadora y el preludio de la Formación Tribal 81 o Productora de Alimentos. Aunque los cambios de magnitud se producen con mayor rapidez, sólo cuando se dan los cambios correlativos en la calidad, en este caso las relaciones sociales de producción, podemos decir que se ha producido una transformación histórica de la sociedad. Ello ocurrió en Venezuela hacia 3000-2800 años ANP, cuando la gente de la Fase Barrancas conoció el proceso de transformar el bien natural representado por las raíces de la yuca, en un alimento diseñado y construido por humanos (Sanoja, 1979: 320). El modo de vida igualitario vegecultor es el que presenta el más bajo nivel de desarrollo histórico de las fuerzas productivas dentro de la FES Tribal. La asociación de los cultivos vegetativos con la técnica del conuco y la agricultura migratoria, frenó las posibilidades de crear una suerte de capital agrario significativo, de elevar el nivel de la producción por encima del nivel de subsistencia. Las aldeas relacionadas con un modo de vida tribal igualitario, similar al descrito y analizado, consistían generalmente de una o varias casa comunales, habitadas cada una por familias extensas. Cada unidad familiar, cada aldea era autosuficiente. En consecuencia, los intercambios de valores de uso eran limitados, así como muy pocas las posibilidades de llegar a crear unidades sociales organizadas territorialmente. Debido al carácter segmentario de la sociedad, lo cual lleva a la necesidad de disponer de un amplio espacio en torno a la aldea para practicar la agricultura itinerante, los contactos entre las comunidades eran esporádicos y laxos, inhibiendo la formación de liderazgos tribales sólidos. Aunque las aldeas de vegecultores eran capaces de generar plusproductos, éstos no eran lo suficientemente importantes como para gestar otras formas de división del trabajo diferentes a la división doméstica del trabajo por edad y sexo. En 82 suma, debido al bajo rendimiento del modo de trabajo, el crecimiento de la población poseía un punto crítico: cuando ponía en peligro la capacidad de autosustentación, la comunidad se dividía creándose una nueva aldea que reproducía las mismas características de la comunidad madre (Vargas Arenas, 1990: 108; Sanoja y Vargas Arenas, 1992: 223). A pesar del carácter autárquico de las aldeas, se observa la presencia de cierto tipo de intercambios de valores (consustancial con la complementariedad económica), utilizando una especie de moneda conformada por cuentas de hueso, de concha o de azabache (lignito) denominadas “quiripa” o “quitero”, pectorales de jadeíta o adornos de oro. Dicho intercambio parece haber estado vinculado al desarrollo de algún tipo de relaciones de poder, ya que la acumulación de una gran cantidad de sartas de quiripa o quiteros confería prestigio social a su poseedor (Acosta Saignes, 1954:83,245; Vargas Arenas et al, 1993: 42-45; Gasson, 2000:581-610). El origen de las poblaciones con un modo de vida igualitario vegecultor, como hemos visto, se remonta a la fase de disolución de la Formación Apropiadora 4600-3200 años antes de ahora. Las primeras poblaciones de agricultoresrecolectores-cazadores fabricantes de alfarería de aparente filiación arawaka, conocidos arqueológicamente como Tradición Barrancas y Tradición Ronquín, aparecieron en el Bajo Orinoco hacia 3000 años antes del presente y, para comienzos de la era cristiana, ya habían llegado a ocupar toda la cuenca del río, así como la cuenca del lago de Valencia, el noreste de Venezuela y las islas de Margarita y Trinidad, regiones estas últimas donde se fusionaron con los antiguos pueblos agricultores-recolectores-pescadores (Vargas Arenas, 1990: 182; Sanoja y Vargas Arenas, 1992ª: 77-80, 1995: 359-382). 83 En 1700 años antes de ahora, año 300 de la era, incursionaron en el Orinoco nuevas poblaciones, de posible filiación caribe, conocidas arqueológicamente como Tradición Arauquín. Para el siglo 12 de la era cristiana ya habían sometido a su control a todas las poblaciones del Medio y Bajo Orinoco, las de la costa oriental y las de la costa central de Venezuela, incluyendo las de las islas caribeñas venezolanas (Vargas Arenas, 1990: 182,-183; Sanoja y Vargas Arenas, 1992b: 116-117). El Modo de Vida Igualitario Mixto Este modo de vida caracterizó a aquellas poblaciones cuyo modo de trabajo integraba formas de producción de alimentos basadas en el cultivo simultáneo de la yuca y el maíz, aunado a la práctica de la caza, la pesca y la recolección marina, riparia o terrestre. El rendimiento combinado de las mismas les confería al parecer mayor capacidad para generar un cierto nivel de plusproductos alimenticios. La vegecultura, junto con la caza, la pesca y la recolección, sustentaban la reproducción de la vida cotidiana. El cultivo, el almacenamiento y el procesamiento del maíz, connotan la existencia de relaciones técnicas de trabajo y calendarios agrícolas diferentes a los que poseía la vegecultura, así como la creación de un capital agrario (Vargas Arenas, 1990: 110). Un modo de vida igualitario, cuyo modo de trabajo se sustentaba básicamente en la combinación vegecultura y semicultura, podría convertirse—por ejemplo—en el antecedente histórico de uno jerárquico ya que los diversos modos de vida de una misma formación pueden presentarse coetánea o sincrónicamente, sucederse o coincidir con las fases de desarrollo del modo de producción correspondiente y constituir, por tanto, secuencias históricas. 84 El modo de vida igualitario mixto se asocia generalmente en Venezuela con la construcción de obras de terracería agrícola, particularmente campos de camellones o montículos de cultivo. En el primer caso, los camellones forman sistemas reticulares, usualmente conectados con un curso de agua, donde se represa el agua derivada de aquél, bien mediante drenajes o por las crecidas estacionales. De esta manera, se creaba artificialmente un nicho de carácter palustre donde convivían los peces, las aves, las plantas, los moluscos terrestres, los pequeños mamíferos y roedores que pululaban en la vecindad de las viviendas humana (Sanoja 1997:188-193; Sanoja y Vargas-Arenas 2007c: 101-105). Aunque las plantas crecían en la superficie de los camellones, sus raíces estaban cerca del agua acumulada en los canales que separaban uno del otro. Ello permitía un mejor control de la reproducción de las plantas, así como la posibilidad de tener varias cosechas anuales, aumentando así la capacidad de generar plusproductos de alimentos. La inversión de trabajo en la creación y mantenimiento de un capital agrario fijo, incidía igualmente en el nivel de sedentarización de las comunidades, y la posibilidad de mantener -- eventualmente—un sector de productores secundarios de bienes y/o servicios: artesanos (as), shamanes o sacerdotes, guerreros, etc. Ello fue correlativo, en el caso venezolano con la construcción de complejas obras de terracería, no solamente para los campos de camellones, sino para la construcción de viviendas y estructuras ceremoniales monticuladas, calzadas, etc. Las poblaciones vinculadas a este modo de vida se localizaron principalmente en los llanos del suroeste de Venezuela y en la cuenca del lago de Valencia entre 700 y 1500 de la era cristiana (Vargas Arenas, 1990: 110-112; Sanoja y Vargas Arenas, 1992b: 131-132; Sanoja, 1993: 32-33, 1997: 173-184; Spencer 85 et al, 1994; Redmond y Spencer, 1994; Zucchi, 1974, 1976, 1979; Zucchi y Denevan, 1974). El Modo de Vida Igualitario Semicultor Este modo de vida poseía, en términos cualitativos, mayor potencialidad para gestar un cambio revolucionario en la sociedad, ya que con el predominio cualitativo y cuantitativo del cultivo del maíz sobre la yuca y otras plantas vegetativas se hizo necesaria una sedentarización total, aumentando la complejidad y efectividad de los instrumentos de producción. Ello se manifiesta por la presencia de obras de infraestructura agraria: sistemas de camellones, de montículos y terrazas agrícolas, acequias, silos para el almacenaje del plusproducto o excedente de alimentos, etc. Como correlato o condición social de lo anterior, se profundiza la importancia del rango social, permitiendo el aparecimiento de un sector de la población que se encarga de planificar y hacer cumplir la producción, pero también de apropiarse de parte del sobre-trabajo de los productores primarios. Las manifestaciones más tempranas de este modo de vida se encuentran entre los grupos autóctonos que ocupaban los valles subandinos del noroeste de Venezuela, hacia +2200 antes del presente o 200 años antes de la era cristiana. En los valles altos de la serranía andina, las primeras aldeas igualitarias semicultoras aparecen, hasta el presente, entre los siglos IX y X de la era cristiana, permaneciendo hasta bien entrado el siglo XVI (Wagner, 1967; Vargas Arenas, 1969, 1990: 112; Sanoja, 1997). El Modo de Vida Jerárquico Cacical (Fig.2) El Modo de Vida Igualitario Semicultor puede corresponder --y de hecho corresponde en Venezuela—con la fase de desarrollo estratificada de la FES. 86 La dirección de la producción, que fue indispensable para la consolidación de una economía productiva, requirió de una gestión cada vez más estructurada y centralizada. Era importante—para poder anticipar el éxito de las cosechas— tener un conocimiento y una certeza cabal de los ciclos de crecimiento de las plantas y de la sucesión de los equinoccios. Al mismo tiempo, al intensificarse el sedentarismo los grupos humanos debían profundizar las relaciones intercomunitarias e intertribales dentro del marco de una reciprocidad ampliada, a los fines de hacer posible el intercambio de valores de uso y la complementación económica (Vargas Arenas, 1990: 113-120; Sanoja, 1993: 34-37; Vargas Arenas et al, 1993; Sanoja y Vargas Arenas, 1987: 201-212; Toledo y Molina, 1983: 187-200). La aparición -hacia inicios de la era cristiana- de formas centralizadas de poder para planificar y llevar a término las tareas productivas colectivas, influyó para la gestación de relaciones jerarquizadas. Una de las características de la sociedad tribal fue la permanencia de las unidades sociales y territoriales definidas por el parentesco consanguíneo. El proceso de disolución de aquélla requirió—a su vez—de la disolución de ese vínculo parental existente entre los linajes o segmentos dirigentes o dominantes y el común de la gente, la transformación de las jerarquías tribalmente organizadas en estructuras más diferenciadas donde el parentesco perdía su función en el nivel político y el económico (Ekholm y Friedman, 1980: 69), de forma que dichas relaciones devinieron entonces plenamente políticas. El carácter político de la sociedad no estaba referido solamente a una aldea, sino a conjuntos de ellas que funcionan dentro de relaciones de sometimiento y subordinación. El trabajo social se especializó, apareciendo artesanos (as) 87 productores de bienes que simbolizaban el rango, el prestigio de los linajes o segmentos dirigentes; aparecen individuos individuos que “gestionaban” la adquisición, transformación distribución de las materias primas y bienes terminados, actuando como distribuidores de plusproductos, planificadores del trabajo manual, los cuales no eran productores primarios a tiempo completo. De esta manera, comienzan también a gestarse distinciones entre aldeas: aquéllas que poseían mayor desarrollo de los instrumentos y medios de producción y en consecuencia una mayor capacidad para producir y distribuir valor comenzaron a actuar políticamente sobre las demás, fundamentándose en el mayor desarrollo de sus fuerzas productivas. Los individuos con mayor rango social -como fue el caso con los caquetío del noroeste de Venezuela- comenzaron a reservarse para sí parte del patrimonio colectivo, mediante formas de coerción y subordinación, para que pudiera darse la apropiación del sobretrabajo bajo la forma de tributos, apoyados en órdenes militares que defendían el territorio tribal, garantizaban la anexión de nuevos territorios y mantenían el control de la fuerza de trabajo, así como del trabajo objetivado en bienes manufacturados o alimentos La ideología legitimaba -a nivel de la conciencia- la posición superior de los estamentos dirigentes, a través de la práctica reiterada de rituales y ceremonias que garantizaban la transmisión hereditaria de las posiciones privilegiadas y la aceptación de la sociedad desigual como un hecho natural (Salazar 2003: 73100). Las sociedades jerárquicas no se podían mantener sin que existiera una red de relaciones de intercambio de valores. El tributo extraído dentro del territorio político de un linaje dominante, servía para mantener y justificar las relaciones de dominación al interior del mismo; pero las relaciones de intercambio entre 88 aquellos linajes atendían la producción y circulación de valores, cuya acumulación asignaba prestigio o rango social. Esta red de relaciones unificaba a los individuos de la comunidad que se encontraban sometidos, a las comunidades que podrían considerarse igualitarias independientes, si bien amistosas, con las aldeas de mayor jerarquía. Surgen así los llamados cacicazgos o señoríos que integraban las unidades sociopolíticas mayores que existían en el siglo XVI en Venezuela. Ejemplo de lo anterior podrian ser las unidades territoriales de las sociedades jerárquicas que existieron en los Llanos Altos del suroeste de Venezuela, las cuales estaban constituidas- para 760-900 años de la era cristiana- por aldeas cercada por empalizadas y fosos defensivos que encerraban grandes montículos y plataformas de habitación construidas con tierra apisonada, las cuales estaban a su vez asociadas con sembradíos, particularmente los denominados campos elevados para el cultivo (ridge-fields), así como con extensas redes de calzadas que permitían la comunicación entre los diversos centros poblados, incluso en la temporada de lluvias cuando las aguas de los ríos crecidos inundaban toda la extensión de la sabana. Las unidades domésticas que ocupaban aquellas aldeas estaban integradas por personas con diferentes estatus sociales: gente principal y servidores (Gasson 1998). La gente principal de los cacicazgos barineses obtenía diversas materias primas exóticas y bienes suntuarios provenientes en particular de los valles altoandinos. ¡Que podían ofrecer esta en intercambio a los pueblos vecinos? El cultivo y el procesamiento de los hojas de tabaco (Nicotiana tabaco), cultivo originario de esta región, ya era seguramente practicado entonces por los aborígenes barineses, el cual constituyó un producto vinculado a la vida ceremonial de la mayoría de las etnias precoloniales 89 venezolana y particularmente de la región andina, como lo testimonian las evidencias arqueológicas (añadir foto de El Fumador y de pipa. Boulton). Consumido bajo la forma de cigarros o de picadura para pipas manufacturadas con arcilla, las hojas de tabaco formaban quizás parte importante de los circuitos de intercambio a larga distancia entre los pueblos originarios del occidente de Venezuela. Es importante acotar a este respecto que el antiguo pueblo indígena llanero de Achagua, luego llamado San Salvador del Puerto de Casanare, fue un importante centro para el comercio, especializado también en la manufactura y distribución de las cuentas discoidales de concha conocidas como quiripa, utilizadas posiblemente como moneda para los intercambios (Gasson 2000: 593). A partir del siglo XVII, como explicaremos más adelante, el tabaco barinés domesticado por los grupos originarios hace más de 1500 años antes del presente , se convirtió en uno de los principales productos de exportación de la economía venezolana de plantación. Otro indicador arqueológico que alude a la existencia de las sociedades jerárquicas, es la asociación de los sitios de habitación con extensas necrópolis. En determinados sectores de las mismas se enterraban los cuerpos de ciertos individuos acompañados de un profuso ajuar funerario. En el caso del valle de Quíbor (200 años d.C; +, 1750 años ANP), éste estaba compuesto por objetos de uso ceremonial: collares, pectorales, pendientes, brazaletes, cubre-sexos y figuras biomorfas talladas en hueso, conchas marinas y ámbar, jadeíta , serpentinita y chert, vasijas de barro de forma diversa, cestería, pequeños templetes construidos con madera, bajo los cuales se colocaban los cadáveres, objetos eran manufacturados por especialistas en talleres locales (Vargas Arenas et al, 1993; Gil 2003). 90 Las conchas marinas llegaban al valle de Quíbor, Edo. Lara, desde el litoral de los actuales estados Yaracuy y Falcón, el Golfo de Venezuela y posiblemente también desde las islas ubicadas frente al litoral venezolano. El ámbar provenía al parecer de yacimientos ubicados en el Edo. Falcón o tal vez de las Antillas Mayores; la serpentinita, la jadeíta y el chert, muy probablemente de la región andina (Wagner y Schubert 1972); el asfalto, substancia utilizada como pegamento, provenía al parecer de los yacimientos naturales de la cuenca del lago de Maracaibo, sobre todo de la corta oriental. La manufactura de los bienes que conformaban el ajuar funerario era realizada por un grupo de individuos que poseían tecnologías y modelos estéticos comunes, por especialistas que trabajaban con una planificación y coordinación comunes. En el caso del valle de Quíbor, la necrópolis funcionaba como una especie de mercado, cuya dinámica permitía sacar de la circulación, mediante el consumo no reproductivo, los valores de uso producidos por los y las especialistas. Ello hacia posible mantener una demanda y una producción constantes de valores de uso y de cambio, así como una demanda de materias primas que estimulaba y mantenía abiertas las redes de intercambio con otros grupos tribales, cacicazgos o señoríos vecinos, reforzando la base territorial del sistema. Simultáneamente, el mantenimiento de la producción de estos valores de uso y de cambio reforzaba las relaciones asimétricas y de jerarquía al interior de la sociedad local, al mismo tiempo que profundizaba la división social del trabajo (Vargas Arenas et al, 1997: 326). Una sociedad similar estratificada sobre las mismas bases en varios rangos, incluso uno cuasi servil, existía en las regiones altas de Nueva Guinea a la llegada de los primeros europeos, donde los jefes basaban su poder en el 91 monopolio del comercio de las conchas traídas desde la costa a través de una red de intercambios entre grupos (Ekholm y Friedman, 1980: 67). Para comprender mejor el surgimiento de los modos de vida tribales jerárquicos en Venezuela y su proyección hacia la formación socio- económico clasista y su modo de producción que emergen en el siglo XVI con la conquista española, es necesario discutir y comprender lo que hemos llamado el proceso de acumulación simple en la sociedad originaria precapitalista, ya que nos permitirá comprender mejor los fundamentos del proceso de acumulación originaria colonial del noroeste de Venezuela y la causalidad histórica de la sucesión de modos de vida que caracterizan a la FES Clasista desde el siglo XVI hasta inicios del siglo XX. 92 CAPÍTULO 6 El Concepto de Acumulación Simple en las Sociedades Jerárquicas El concepto de acumulación originaria (Marx I 1982: 607-608) forma también parte importante de nuestros análisis de la historia económica precapitalista. Tal como expresó Rosa Luxemburgo (1967), el proceso de acumulación como tal ha existido en toda la historia de la sociedad, y es la calidad del mismo la que determina el ritmo diferencial de la evolución histórica de los pueblos. En las sociedades pre-capitalistas dominaba la acumulación de fuerza de trabajo que, junto con la tierra era la fuerza productiva más importante, concepto que sirve para explicar en la arqueología social las causas del desarrollo histórico desigual entre las sociedades originarias con base al proceso de acumulación de fuerza de trabajo. Autores como Chayanov que ha investigado en comunidades campesinas contemporáneas lo que se denomina el modo de producción doméstico, fundamenta igualmente su propuesta teórica sobre los procesos diferenciales de desarrollo comunal en la acumulación e intensificación diferencial de la fuerza de trabajo (En Sahlins 1972: 87-99). La economía -en términos de la economía clásica- es una ciencia social que estudia la conducta humana expresada como una relación entre ciertos objetivos sociales y medios escasos para lograrlos que tienen usos 93 alternativos. Sin embargo, es evidente –como hemos expuesto en párrafos anteriores- que todas las acciones humanas no se dan de manera exclusiva en la esfera económica, sino que comparten un aspecto económico, un aspecto social, uno cultural y uno político, los cuales pueden ser analizados desde el punto de vista de alguno de los factores confluyentes. Comentando la opinión de diversos autores en relación a las dimensiones sociales que inciden en la economía, Braudel (1992, 3: 17-20) observa al respecto: “The theory of the autonomous economy in advanced capitalism [and would add in early capitalism too] is now regarded as no more than an academic convention (…) in history everything is connected; and economic activity in particular cannot be isolatated either from the politics and values which surround ít, or from the possibilities and constraints which situate it...” (La teoría de una economía autónoma en el capitalismo desarrollado [y podría añadirse también en el capitalismo temprano] se considera ahora como sencillamente una convención académica…en la historia todo está conectado; y la actividad económica en general no puede ser aislada ni de la política ni de los valores que la rodean, o de las posibilidades y presiones que la limitan…” (Traducción nuestra). La cita anterior nos revela la capital importancia de todas las dimensiones de la vida social para el estudio de las formaciones sociales antiguas de la América Tropical y particularmente las del Caribe, las cuales por mucho tiempo fueron categorizadas por los diversos autores como economías naturales, al asumirse que las actividades de subsistencia consistían en respuestas culturales a la relación interactiva del ser humano con el ambiente natural (Vayda, 1969), o subsumiéndolas dentro de aquellas propuestas que consideran los cambios históricos como una sucesión temporal de 94 transformaciones en las normas ideológicas de las comunidades aborígenes (Rouse,1941: 13-23). Es oportuno recordar, igualmente, la opinión de los antropólogos sustantivistas quienes sostienen que las sociedades pre-capitalistas no funcionan de acuerdo a parámetros económicos, o que, en todo caso, la economía está subsumida dentro de la estructura social, por lo cual no podemos aplicarles directamente la teoría económica occidental (Llobera, 1980: 220). La economía política, donde se sustenta la presente discusión, visualiza a los individuos no como un homo economicus aislado, sino como un sujeto social inmerso, determinado y determinante, dentro de la totalidad de la historia humana mediante su trabajo, materializado bajo diversas formas de relaciones sociales (Godelier, 1976: 9-18). La acumulación originaria es el proceso histórico de disociación entre el productor y los medios de producción. Marx le llama originaria porque forma la prehistoria del capital y del régimen capitalista de producción, desempeñando en economía política el mismo papel que desempeñó en teología el pecado original (Marx 1982-1: 607). Analizando con criterio retrospectivo los procesos económicos y de cambio sociohistórico en las sociedades antiguas o precapitalistas, vemos que la proceso genérico acumulación como existe—por lo menos—desde el advenimiento de las sociedades jerárquicas o de las clasistas iniciales, cuando ya aparecen de manera inequívoca las evidencias de división social del trabajo. Ninguna sociedad podría transformarse sin haber generado primero la materialidad de su futuro nuevo estado. ¿Cuál es el factor estratégico de los procesos de acumulación, a partir de los cuales se genera el cambio histórico?: diríamos que el trabajo, pero no cualquier tipo de trabajo sino el trabajo social 95 que produce los valores de uso y de cambio. A este respecto, señala Marx , los valores de cambio de las mercancías, no representan más que funciones sociales de las mismas, no tienen ninguna relación con sus propiedades naturales intrínsecas. La sustancia social que es común a todas las mercancías es el trabajo social invertido en producirlas. Quien produce un objeto para su consumo personal y directo crea un producto, pero no una mercancía (Marx, 1982-1: 29-35). La acumulación de productos en las sociedades antiguas, que devienen mercancías, es sólo un factor secundario de la acumulación económica que llamaremos tentativamente simple; en ésta, el factor sustantivo es el trabajo social, la apropiación, el control de la fuerza de trabajo mediante lo cual se poseía también su trabajo objetivado que generaba o podía generar prestigio y poder político. Las condiciones para la disolución de la Formación Histórico Social Recolectora Cazadora y el advenimiento de la Formación Histórico Social Tribal o Productora residían en la creación de formas sociales de autoridad y de control sobre la movilidad de la fuerza de trabajo, característica estructural de dicha sociedad, transformando la contingencia de la principal fuerza productiva, el trabajo social, en permanencia (Vargas Arenas, 1989: 6-8,1990: 170-172; Sanoja y Vargas Arenas, 1995: 334-339). La función de aquellas formas era la de promover la integración del mayor número de personas dentro de comunidades estables como manera de poder optimizar la gestión del tiempo de trabajo y, en consecuencia, el rendimiento de la fuerza laboral en la ejecución de los diversos procesos de trabajo que suponía la nueva forma de organización social, cuya reproducción estaba fundamentada en el cultivo de plantas, la caza, la pesca, la recolección, la 96 obtención de materias primas y la manufactura de bienes de consumo personal y/o colectivo. Ello supuso también una división social del trabajo desde diferentes puntos de partida: la familia, el sexo, el género, la edad, la comunidad, la tribu, el territorio, etc., para la estructuración de modos de vida cuyas partes integrantes esenciales eran los hombres y las mujeres así como las relaciones que ellos establecían, fundamento del desarrollo de la principal fuerza productiva: el trabajo social (Engels, 1975: 50-54; Marx, 1982: 156176). No pudo haber en esta formación social desarrollo de las fuerzas productivas sin acumulación continuada de fuerza de trabajo. Si ello no hubiese ocurrido, tampoco se habría podido generar el cambio histórico. Es importante a este respecto acotar las observaciones que hiciera en torno a ello Rosa Luxemburgo en sus textos críticos de El Capital: “Hasta ahora sólo hemos considerado la acumulación desde el punto de vista de la plusvalía y del capital constante. El tercer factor (...) es el capital variable (...) que [verdaderamente] no son los medios de subsistencia de los trabajadores, sino la fuerza viva de trabajo para cuya reproducción son necesarios aquellos medios. Por consiguiente, entre las condiciones fundamentales de la acumulación figura un incremento del trabajo vivo (...) conseguido, en parte, prolongando e intensificando la jornada de trabajo (...) pero fundamentalmente (...) con un aumento del número de trabajadores ocupados... ” (en Palerm, 1986: 93). El incremento de la población ha sido considerado por autores como Boserup (1972: 118) “...como el proceso que conduce hacia la adopción de sistemas mas intensivos de cultivo de plantas en las comunidades primitivas y hacia un aumento del producto agrícola total...,”, el cual, bajo ciertas condiciones, 97 puede generar un verdadero crecimiento económico en un determinado territorio, facilitando la división del trabajo y la distribución de las comunicaciones y la educación. No obstante, el crecimiento demográfico y sus consecuencias son vistos por Boserup como una especie de voluntarismo colectivo, como una tendencia natural de la sociedad. El crecimiento demográfico per se sin estar enmarcado en el necesario desarrollo en complejidad de las fuerzas productivas y de las relaciones sociales de producción no podría producir un verdadero crecimiento económico, ya que la tendencia sería, por el contrario, a una fragmentación cíclica de las comunidades una vez alcanzado el nivel de saturación demográfica (Sanoja y Vargas Arenas, 1992: 222-223; figs. 11,12 y 13). Si aquella propuesta fuese cierta, India y China deberían constituir en la actualidad las sociedades más avanzadas del primer mundo. Como hemos expuesto en párrafos anteriores, el paradigma que mantiene la teoría arqueológica positivista o neopositivista –expresado en la tesis de Boserup- es que el desarrollo de la sociedad sólo pudo haberse producido por la presión demográfica, cuyo efecto habría determinado la adopción y posterior intensificación de la agricultura. Nuestro postulado es que sin una previa acumulación y organización de la fuerza laboral y la consecuente apropiación de su trabajo por parte de uno de los segmentos de la comunidad local o regional, no es posible que se generase la transformación de las bandas de recolectores, cazadores, pescadores en una sociedad tribal igualitaria o en una estratificada. Un ejemplo de lo anterior se expresa en el trabajo de Moseley (1975) sobre la costa central del Perú, donde el autor trata de demostrar que es posible el 98 desarrollo inicial de comunidades complejas partiendo de la intensificación, no de la agricultura, sino de la pesca y de la recolección marina, cuando en realidad, en palabras del mismo autor, dicho cambio histórico fue posible gracias a: “... intercommunity labor forces that could only be mobilized and managed by a central authority” (1975: 112) y a “... the synchronized labor of multitudes of individuals whose actions were subservient to and under the direction of a coordinating authoritative body” (Moseley 1975: 102).(“…la intercomunidad de las fuerzas de trabajo que solo podían ser movilizadas y gestionadas por una autoridad central…y a la labor sincronizada de multitudes de individuos cuyas acciones estaban sometidas a y bajo la dirección de un cuerpo coordinador autoritario…” (Traducción nuestra). Ello deja claro que el aumento de la población o la calidad y la cantidad de los recursos materiales existentes en una región determinada pueden ser la condición, más no la causa del cambio histórico. La sociedad no conforma un fenómeno inmutable, sino un proceso en desarrollo, infinito e inagotable, y en consecuencia el desarrollo social opera dentro de las relaciones que unen y determinan a los seres humanos entre sí y con su ambiente natural, relaciones que poseen un carácter contradictorio: el agente causal de la transformación es social, interno, en tanto que la acción o grado de contingencia del entorno también se transforma como consecuencia del cambio histórico del ser social, de los colectivos humanos, de forma que el medio natural es captado, percibido socialmente en las distintas épocas según las necesidades y capacidades que poseen los seres humanos (Habermas, 1979; Marx y Engels, 1982:19;Vargas-Arenas, 1986, 1989: 10-12; Zeidler, 1987: 328-330; Sanoja y Vargas-Arenas, 1995: 51-61). 99 Un sistema político -a lo cual alude la exposición anterior- implica el establecimiento de normas comprensivas apoyadas en las relaciones de poder existentes para la distribución de papeles sociales y de los bienes que tienen no solamente valor económico, sino también político, por parte de grupos específicos de personas que participan de la vida pública para lograr sus objetivos (Schwartz, 1995: 8). Basándonos en esta premisa, podríamos constatar que, a partir de la consolidación de la Formación Tribal, la estabilización de las comunidades sedentarias y la producción social de los medios de subsistencia necesarios para su reproducción, la sociedad requirió de mecanismos políticos más complejos para que las élites o ciertos linajes pudiesen lograr la acumulación y el control de la fuerza laboral, apoyándose en una ideología de la dominación que no existía en antes, orientada a legitimar la extracción de plustrabajo y de los recursos de sus propias poblaciones (Assadourian et al, 1974: 30; Friedman, 1984; Zeidler, 1987: 334). El objetivo político perseguido era reducir la movilidad espacial e intercomunitaria de las personas, y a mantener agregadas en comunidades estables el mayor número posible de gente, de manera de establecer así una mejor gestión del tiempo social y del trabajo de la fuerza laboral. Podríamos citar también, en apoyo de lo anterior, la posición de Terray (1984: 103), quien nos dice: “..the efficiency of the labour-processes and the scope of its capability to transform nature are a direct function of intensive human labour. Consequently, the control of men and thus the possibility of organizing their cooperation on a large scale is the key to economic, power...” (“…la eficiencia de los procesos de trabajo y la dimensión de su capacidad para transformar la naturaleza están en función directa de la intensidad del trabajo 100 humano. Consecuentemente, el control sobre los hombres y por tanto la posibilidad de organizar su cooperación en gran escala, es crucial para lograr el poder económico…”. Traducción nuestra) La producción de bienes materiales en las sociedades jerárquicas tenía como objetivo no sólo la satisfacción de las necesidades de la subsistencia inmediata, sino también constituía el proceso histórico en el cual se fundamentó el desarrollo del trabajo social (de las relaciones sociales de producción) como principal fuerza productiva. Economía y ceremonialismo en la sociedad clasista inicial Cuando el desarrollo de las fuerzas productivas agudizó las contradicciones internas de la Formación Histórico Social Tribal o Productora se generó la necesidad de un nuevo tipo de relaciones sociales de producción basadas en una división social del trabajo, entre el trabajo manual de los productores directos y el conocimiento especializado de los trabajadores intelectuales, cuyo uso se convirtió en factor del desarrollo de la productividad del trabajo: medición del tiempo y predicción de eventos climáticos claves para la agricultura, procesamiento de metales, construcción de sistemas de irrigación, manejo de los procesos de intercambio extracomunales, organización militar, etc. Para mantener esos especialistas, cuya actividad se hacía necesaria y fue monopolizada por la organización central de la sociedad, se requirió que los productores directos transfirieran parte de su producción, a través del sistema jerarquizado de toma de decisiones y uso de la fuerza de trabajo, con lo cual la transferencia permanente de plustrabajo o plusproducto se convirtió en un 101 sistema social de enajenación de excedentes, esto es, en explotación clasista (Bate, 1998: 88-89). En muchas sociedades clasistas iniciales precapitalistas, la importancia de la producción de bienes materiales, indicadora del nivel de organización de la fuerza laboral, se encontraba subsumida dentro manifestaciones ceremoniales aparentemente desprovistas de significación económica. Debido al peso excesivo que se le concede generalmente a la conducta simbólica en ciertos análisis antropológicos, se hace difícil en general entender, por ejemplo, el sentido de muchos elementos rituales observables en las sociedades antiguas que enmascaran actos económicos. Es muy conocida, por ejemplo, la práctica funeraria de la sociedad Paracas, en el sur del Perú, de enterrar los cadáveres de los difuntos amortajados con decenas de metros de telas hermosamente tejidas. ¿Un gasto superfluo de trabajo, tiempo y materia prima? Según Moseley (1975:68), la fabricación de textiles en el precerámico de la costa central del Perú implicaba el cultivo intensivo y regular del algodón a los fines de proveer la materia prima utilizada para la manufactura de dichas telas, lo cual significaba también la existencia de una división del trabajo integrada por grupos de mujeres cultivadoras, recolectoras y empacadoras dedicadas particularmente a preparar la materia prima bruta, cardadoras e hilanderas que procesaban la materia prima transformándola en hilos de diferentes calibres y también tiñéndolos con distintos colores. Finalmente, en el tope de la pirámide, se hallaban las tejedoras que diseñaban y manufacturaban las telas. Todas esas actividades combinadas constituían un proceso de trabajo especializado que llegó, en un cierto momento, a desbordar el contexto puramente doméstico para asumir un carácter social y económico 102 más importante, donde las mujeres y los textiles eran esenciales para el funcionamiento de la estructura general de la sociedad imperial (Murra, 1962). El enterramiento de un difunto en la necrópolis de Paracas implicaba un alto consumo no reproductivo de cestas y telas de diferentes tipos producto del trabajo femenino: la canasta de estera donde reposaba el fardo funerario, las fajas tejidas que formaban el turbante o “llauto” y la profusión de mantos que rodeaban al cadáver y formaban el fardo funerario propiamente. Según Alcina Franch (1978: 238), los fardos que envolvían a los cadáveres estaban formados por bandas de tela que podían alcanzar hasta veinticinco metros de largo y cinco de ancho, tejidas muchas veces con hilos de seis colores diferentes para formar complejos diseños decorativos. Para elaborar los fardos que envolvían las 429 momias excavadas en Paracas, reportadas por el autor, se habrían utilizado alrededor de 10725 m. de tejidos, ¡casi once kilómetros de tela! La cantidad de metros de tela sacada de la circulación representaba, obviamente, el producto de numerosas horas de trabajo invertidas por las artesanas en el tejido, el hilado, el teñido de los hilos, el cardado, la recolección y el cultivo del algodón, la fabricación de agujas de hueso o madera, la manufactura de los tintes, etc., sector importante de individuos, fuerza laboral que se hallaba quizás sujeta al control del linaje familiar dominante de la respectiva comunidad. El consumo no reproductivo de bienes manufacturados mantenía y ampliaba la división social del trabajo, proveía ocupación regular para un gran número de personas, al mismo tiempo que retroalimentaba la posición política y el prestigio de la (s) unidad (es) familiar (es) que poseía la fuerza laboral. Al 103 mismo tiempo, la expansión regional del culto vinculado con el ritual mortuorio servía de vehículo para el intercambio y la circulación de los tejidos entre otras comunidades vecinas. No debemos olvidar que el consumo no reproductivo que se llevaba a cabo en las necrópolis de Paracas incluía también láminas de oro y cobre, hachas de piedra pulida, abanicos de plumas, collares de cuentas, vasijas de cerámica, huesos de llama, ovillos de hilo de algodón y de lana, mazorcas de maíz, etc., lo cual implicaba igualmente la inversión de un apreciable número de horas de trabajo social por parte de especialistas vinculados a otros procesos de trabajo. ¿Se trataba quizás también de un gasto superfluo de trabajo, tiempo y materia prima? En la mayor parte de las sociedades antiguas americanas precapitalistas, estas tendían a ser fundamentalmente autosuficientes, por lo cual cada comunidad producía prácticamente lo mismo que sus vecinas. Motivado a ese carácter simétrico de la producción y a lo imperfecto de los sistemas de intercambio a larga distancia de bienes terminados y de materias primas, la posibilidad de desarrollar la complejidad de la fuerza laboral propiciando la división social del trabajo mientras que al mismo tiempo se estimulaba la producción de excedentes y se justificaba así la existencia de núcleos de autoridad y de poder centralizado, era realmente mínima dentro de una sociedad autárquica con un mercado de consumo muy reducido para la producción no subsistencial. Pero, en el caso de las sociedades jerárquicas, la producción de bienes suntuarios era el producto de una cadena de procesos de trabajo que se iniciaban con la producción o recolección de la materia prima, de manera tal que en la emergencia de una sociedad clasista, ciertos grupos de individuos que tenían capacidad para monopolizar esos recursos y las habilidades específicas para transformarlas, utilizaban su posición de poder para “acumular” una fuerza 104 laboral que trabajase en la elaboración final de aquellos bienes a cambio de otros bienes y servicios. Lo anterior podría teorizarse diciendo que para que se diera la emergencia de una sociedad clasista inicial, el disfrute de una posición privilegiada en relación a la apropiación (o acumulación) de ciertos recursos naturales específicos y/o de conocimientos o habilidades especiales relacionados con procesos de trabajo específicos, proporcionaba a determinados grupos sociales favorecidos la posibilidad de acumular fuerza de trabajo y poder mediante el uso monopólico de la misma (Cornell, 1988: 65) Para mantener en el largo plazo el desarrollo del trabajo social como fuerza productiva, era necesaria la creación de un “mercado” con demanda fija y previsible para los bienes suntuarios que no formaban parte de la producción para la subsistencia cotidiana. Como ya se expuso anteriormente, las grandes necrópolis de Paracas—al igual que las del valle de Quíbor, Edo. Lara-conformaban lo que podríamos llamar “un mercado para bienes de consumo no reproductivo”, mediante el cual era posible sacar de la circulación grandes inventarios de valores de uso que, de otra forma, como en el caso de Paracas, podían crear un cuello de botella en la producción textilera local, en la producción de lana y algodón, en la estructura laboral, en la jerarquía política y—en general—en la pervivencia de la comunidad misma, al suspenderse la continuidad del proceso de producción, distribución y consumo no reproductivo. Por esa razón bajo el Imperio Inka se instituyó una política de Estado en relación a la producción excedentaria textil, la cual establecía las normas 105 “…para la asignación de lana que el Estado hacia rutinariamente a las tejedoras, o amas de casa, con el fin de conseguir tejidos para sus propios fines…” (Murra, 1975: 168-69), entre los cuales aquel autor menciona los vestidos o uniformes para el ejército incaico, la acumulación de tejidos para ser quemados en las ceremonias rituales, para donarla a los ejércitos vencidos (la solidaridad obliga), a los kuraka o administradores locales, etc., subrayando la importancia del uso interesado de los textiles en una variedad de situaciones sociales y políticas (Murra, 1975: 164). En el caso concreto del valle de Quíbor, Edo. Lara, Venezuela, podemos observar que para satisfacer la demanda de materias primas tan específicas y distantes como el Strombus gigas, la Cassis, la Olivela, los escafòpodos, la Charonia, etc., se establecieron extensas redes de intercambio que servían para acopiar materia prima dentro una esfera geográfica determinada, así como también para la circulación de valores de uso y cambio, de mercancías, la mayor parte de las cuales eran consumidas también en el mercado no reproductivo interno, o circuladas como don a través de las mismas redes de intercambio (Vargas-Arenas et alíi, 1997: 324-330; Antzack y Antzack, 2006: 323-337). Como resultado de lo anterior, se creaba, a nivel regional, una esfera de producción, cambio y consumo en la cual participaban comunidades humanas con diferentes desarrollos de las fuerzas productivas: las recolectoras de las conchas marinas, las que aseguraban su transporte hasta el valle de Quíbor y las que finalmente trasformaban la materia prima en mercancías. Una vez producidas, aquéllas que no se consumían localmente volvían a ser distribuidas en sentido inverso, enriquecidas con todos los costos añadidos de 106 transporte y producción, para engrosar la acumulación de valores de uso en otros linajes dominantes de la región, proceso del cual dependía la reproducción del poder que detentaban los linajes dominantes, y quizás la existencia misma del sistema político (Sanoja y Vargas-Arenas 2007c: 106115) 107 CAPÍTULO 7 Fases históricas de la acumulación simple en Venezuela Analizando en perspectiva el desarrollo histórico de la Sociedad, podemos observar que en la Formación Histórico Social Recolectora-Cazadora venezolana, el requisito esencial para su disolución residía en el diseño de formas de autoridad y de control de la fuerza de trabajo. Aquéllas estaban orientadas –como parece haber ocurrido en la aldea de Las Varas, Edo. Sucre hace 5000-4600 años ANP- a reducir la movilidad de los individuos, agregar en comunidades estables el mayor número posible de gente, como manera de poder establecer una gestión del tiempo y la fuerza de trabajo que debía ser invertida en los diversos procesos de trabajo que suponía una nueva economía de subsistencia basada en el cultivo de plantas, la caza, la pesca y la recolección, la búsqueda de materias y la manufactura de artesanías diversas. Ello suponía también una división del trabajo desde diferentes puntos de partida: la familia, el sexo, la edad, la comunidad, la tribu, el territorio, etc., la estructuración de un sistema de producción, cuyas partes integrantes son los hombres y las mujeres y sobre cuyas relaciones sociales se afirma el desarrollo de las fuerzas productivas (Engels, 1975: 50-54, Marx 1982: 156-176). No puede haber desarrollo de las fuerzas productivas sin acumulación continuada de fuerza de trabajo; si eso no ocurre, tampoco podrá generarse el cambio histórico. A partir de la Formación Tribal, el sedentarismo apoyado en la producción de alimentos, la caza, la pesca, la recolección, requirió de mecanismos cada vez 108 más complejos para el control de la fuerza de trabajo. Las formas de autoridad basadas en el prestigio fueron derivando hacia formas de poder político, no ya de un individuo sino de segmentos de la sociedad, linajes, que asumieron la gestión de la vida comunal organizada en rígidas relaciones de parentesco que subsumían o enmascaraban las verdaderas relaciones sociales de producción. El proceso se manifiesta a partir de entonces, no sólo en el control de la fuerza de trabajo, sino también en el del objeto de trabajo mismo, que es la tierra, y en el trabajo objetivado que en ella se ha invertido. Los linajes dominantes poseían la tierra y organizaban su usufructo en nombre de la comunidad; controlaban la distribución de la producción agrícola, la caza la pesca, la producción artesanal y los procesos de intercambio intra y extracomunitarios, vía la aplicación del código de ley consuetudinaria que eran las relaciones de parentesco, las relaciones sociales de producción y el código de sanciones y restricciones a la conducta individual representado, a nivel de la conciencia, por los mitos, creencias y tabúes. Todo ello representaba, en fin, como una especie de privatización de los espacios sociales colectivos que habían constituido el sustento de la vida cotidiana igualitaria. Cacigazgos y Señoríos La fase de disolución de la Formación Tribal está caracterizada por el surgimiento de formas de acumulación de excedentes que aluden, no solo a la producción de alimentos sino a la de artesanías y materias primas que tienen valor de cambio en las relaciones de producción de intercomunitarias, reservando un segmento—para sí—parte de ese producto general, del trabajo objetivado, como don que fungía de tributo. Los Cacicazgos y Señoríos que distinguen esta fase de disolución estaban ya conformados por linajes dominantes, generalmente endógamos, con una clara 109 definición del poder político que les confería el rango para apropiarse, gestionar y canalizar otros linajes dominantes y a la gente del común. Las partes que integraban estas relaciones interactuaban de manera tal que los intercambios de bienes y servicios servían para reforzar los vínculos sociales., particularmente los de dominación o poder. El don colocaba a los recipendarios en posición de deudores, deuda que podía requerir un pago específico o una obligación social. El valor de la misma estaba matizado más bien por consideraciones económicas a largo plazo: regularidad de las transacciones, seguridad en el mantenimiento de las relaciones que se establecían, etc., que por la obtención de ganancias materiales inmediatas (Salazar 2003: 94-100). La descripción que hace Federmann sobre las dotes que poseian los aborìgenes de la provincia de Variquecemeto (Barquisimeto) para el comercio, podrìa complementar nuestra interpretación del don como manera de establecer una relación de amistad con otro pueblo, basada en obligaciones sociales mutuas: “...Las aldeas de esta provincia de Variquecemeto nos han dado, de buena voluntad y sin ser forzados a ello, cerca de tres mil pesos de oro, lo que equivale a cinco mil florines del Rhin, pue son un pueblo rico y comerciante...” Traducción e itálicasnuestras ( (Federmann 1832: 103). Lamentablemente, los conquistadores europeos nunca entendieron ni honraron aquella forma civilizada de relaciòn social. Otro ejemplo de lo anterior podría ser el proceso de integración del poder secular con el religioso que existía en el noroeste de Venezuela para el siglo 110 XVI. Aunque una aldea o grupo de aldeas estaba gobernada por un cacique o señor local, cada una estaba sometida a un jefe principal o Diao, al cual se le consideraba depositario de grandes poderes mágico-religiosos. Gran cantidad de aldeas le rendía tributo en especies, y se le consideraba como un dios, ordenador y disponedor de los fenómenos naturales: la lluvia, el granizo, los truenos y relámpagos; él propiciaba la fertilidad de la tierra y actuaba como árbitro o juez en las disputas que surgían entre las comunidades sujetas a su influencia, dispensando favores y ayuda a sus tributarios. Se desplazaba en una hamaca o litera llevada en hombros por sus servidores, para que sus pies no tocasen la tierra. Estaba apoyado en una jerarquía o posible linaje de adscripción hereditaria y en órdenes militares que se distinguían por diferentes símbolos emblemáticos (Vargas Arenas 1990: 254-261, Sanoja y Vargas 1992a: 189-190; Salazar 2003:99). El espacio de los Señoríos del Noroeste de Venezuela: ¿Región Geohistórica o Economía Mundo? El espacio geográfico, la región geohistórica --propiamente dicha— considerada como fuente de análisis no está confinada solamente a los aspectos materiales; incluye todas las esferas de la realidad social que intervienen en, y son a la vez intervenidas por el desarrollo histórico de los procesos económicos. Aplicado al estudio de las sociedades antiguas, el concepto de región geohistórica permite visualizar la historia de estos pueblos como realidades dinámicas, cuyas acciones contribuyeron a consolidar los fundamentos de la nación venezolana. Así mismo, alude a la posibilidad de orientar el análisis hacia la definición de las realidades económicas y sus correlatos sociales en referencia a espacios geográficos concretos. 111 Braudel, razonando en términos similares, considera que una economía mundo (no la economía mundial) es “...una suma de áreas individualizadas, económicas y no económicas, reunidas; generalmente representa un territorio extenso (en teoría la región más coherente en un período determinado, en una región específica del globo), la cual usualmente se extiende más allá de los límites de otras grandes divisiones históricas” (Braudel 1992-3: 24). Traducción nuestra). “…Una economía mundo - -dice el autor-- ocupa una región determinada, fácil de descubrir puesto que tiene límites definidos los cuales varían poco en el tiempo; invariablemente tiene un centro. En el caso de presiones internas y externas puede haber cambios en el centro de gravedad. La existencia de una economía mundo está distinguida por la presencia de una jerarquía: el área es siempre una suma de economías individuales, algunas pobres, otras modestas con una comparativamente rica en el centro. Como resultado, hay desigualdades, diferencias de voltaje que hacen posible el funcionamiento del todo…” “Esta es una antigua e incurable división que existía mucho antes del tiempo de Marx...” (Braudel 1992-3: 26. Traducción nuestra) La definición de una economía mundo en los términos anteriores recoge— como hemos visto—los fundamentos del concepto de región geohistórica (Vargas Arenas 1990: 80, Sanoja y Vargas-Arenas 199a, Tovar 1986, Medina 1986). En el análisis de las sociedades antiguas, dicho concepto nos permite visualizar una dimensión mucho más compleja y humanizada de los procesos históricos, económicos y sociales que caracterizan la formación de las sociedades antiguas venezolanas, particularmente la manera como surgen los diversos centros que animan el desarrollo de aquellos procesos regionales, 112 conformando activas periferias que reflejan y transmiten con intensidad diversa los flujos de actividad social y económica. Siguiendo aquellas líneas de razonamiento, podríamos considerar que en la región integrada por los valles de El Tocuyo, Quíbor, Carora y el Valle del Turbio (hoy Barquisimeto), la antigua sociedad jerárquica parece haber funcionado desde comienzos de la era cristiana como el centro de una región geohistórica, de una economía mundo, núcleo hacia el cual confluían muchos los vectores del intercambio de recursos naturales y donde éstos eran transformados en valores de uso y de cambio, y una vasta periferia que comprendía por lo menos los territorios de los actuales estados Yaracuy, Carabobo, Falcón, Zulia, Trujillo y Mérida, sin mencionar la periferia posiblemente más lejana: el valle de los caracaj, nuestras actuales Dependencias Federales y las remotas islas antillanas. El lugar central de aquella georegión, conformado por El Tocuyo, Carora y Barquisimeto (y podríamos añadir también nosotros, Quíbor), constituyó a partir del siglo XVI un triángulo histórico que sirvió como base para la colonización hispana del centro-occidente de Venezuela y para uno de los más importantes procesos de acumulación originaria que contribuyó a la consolidación de la formación clasista: “…El Tocuyo y Barquisimeto fueron lugares de aprovisionamiento, convertidos luego en puntos fijos de población... Las tres ciudades fueron agrícolas y ganaderas, y paso de transición hacia todas las demás tierras...” (Morón 1954: 34, 60) y para la conquista y la colonización de los valles de la costa central, particularmente en valle de los caraca’j que habría de ser el lugar central de la Provincia de Caracas, origen –como veremos- del Estado colonial caraqueño (Sanoja y Vargas-Arenas 2002) 113 El modelo de poblamiento colonial venezolano: causas históricas. La ubicación del lugar central de la región geohistórica del noroeste de Venezuela parece haber fluctuado relativamente poco con el tiempo. Desde el siglo II hasta aproximadamente el siglo VII de la Era, el centro de la misma parece haber estado ubicada entre los valles de Quìbor y del Turbio (actual Barquisimeto Edo. Lara); a partir del siglo VII de la Era y hasta el siglo XV de la misma, el núcleo parece haber estado ubicado en el valle de Morere (actual Carora) Edo. Lara, donde se observa para entonces la mayor concentración de capital agrario: terrazas agrícolas, estanques, sistemas de regadío, aldeas o talleres colectivos para la molienda de granos, para la fabricación de tejidos de algodón; sistemas de grandes aldeas monticuladas con representación de diferencias jerárquicas; distribución desigual de determinados recursos alimenticios entre la población de las diversas aldeas (Sanoja y Vargas-Arenas 1999ª RGeo: 19-50; Molina y Monsalve: 1985; Salazar 1998, 2003). La periferia de aquel lugar central parece haber estado conformada, en este caso, por una área de desarrollo sociohistórico más o menos equivalente que cubría territorio de los actuales estados Trujillo, Lara y Falcón. Al sur, se desarrollaron otros sistemas similares, quizás de menor extensión, cuyos centros parecen haber estado—respectivamente—en los valles andinos de la Sierra de Mérida (Gordones y Meneses 1992), en los valles andinos del estado Trujillo y en el piedemonte andino que empalma con los llanos de Barinas y Portuguesa. En la periferia noroeste, hallamos sistemas regionales de desarrollo construidos en torno a la cuenca del Lago de Valencia, cuya periferia incluía el valle de Caracas, el área de Los Teques, el litoral central y el piedemonte sur de la Cordillera de la Costa, ligados a los llanos centrales, más allá de los cuales comenzaba una extensa y poco desarrollada periferia 114 que colindaba con el río Orinoco, ocupada en buena parte por comunidades de recolectores-cazadores, excepto en los enclaves del Medio y Bajo Orinoco donde se había formado otro sistema de menor desarrollo, integrado por sociedades igualitarias.La naturaleza de esta región geohistórica, como veremos, se reflejará en el modelo que seguirá el poblamiento de Venezuela desde entonces, hasta el presente. (Kidder 1944, Sanoja y Vargas 1993, Vargas Arenas 1990, Vargas Arenas et al 1993, Sanoja y Vargas Arenas 1987; Toledo y Molina 1987, Molina y Monsalve 1985, Wagner 1967). En esta visión de conjunto, observamos el desarrollo del sistema económico de la sociedad jerárquica como un conjunto orgánico, una totalidad integrada por diversas esferas de actividad humana, donde la economía y la producción material se enlazan con la sociedad, la política, la religión, la cultura, etc., donde ellas interactúan para promover o limitar su desarrollo. Una demostración de la importancia de la utilización del concepto de región geohistórica que nos explica la existencia de una economía mundo en el noroeste de Venezuela desde comienzos de la era cristiana hasta el siglo XVI, la cual conformaba el lugar central de las sociedades originarias del noroeste de Venezuela. Por esa razón, el centro de gravedad del dispositivo de conquista y colonización territorial pudo ubicarse y desarrollarse rápidamente en en el triangulo formado por las actuales ciudades de El Tocuyo, Carora y Barquisimeto. Juan de Villegas fundo la ciudad de El Tocuyo a mediados de 1545, Barquisimeto en 1552 y Carora por Don Juan del Tejo en 1569 convirtiéndose en el centro de todo el proceso poblador (Morón 1979: 105), ocupando el humanizado y desarrollado por las sociedades jerarquicas originarias que ya habían alcanzado alto nivel de desarrollo de las fuerzas productivas hacia comienzos de la era cristiana, es decir, 1500 antes de 115 la llegada de los españoles. Ello hizo posible que en un breve lapso de 23 años los españoles construyesen la base de partida para conquistar y colonizar el valle de los Caracaj y la región centro norte de Venezuela que se hallaba en manos de la Nación Caribe, utilizando seguramente las redes de alianzas eintercambios con otros pueblos y regiones que habían establecido las sociedades caquetías originarias desde siglos atrás (Sanoja y VargasArenas2002: 56-69). Una vez instalado ya el fundamento de la sociedad colonial en el siglo XVII, fase que hemos definido como el modo de vida indohispano, las relaciones que necesariamente se tejieron—vía España, ahora si—con la economía mundial, centrada en Inglaterra, Holanda y Francia, el desarrollo de las cuales exigió desplazar el centro de poder hacia el centro Caracas-La Guayra, transformadas ahora en el pivote terrestre y marítimo de la Provincia de Venezuela. 116 PARTE II LA FORMACIÓN SOCIAL CLASISTA 117 CAPÍTULO 8 La Expasión Colonial del Capitalismo desde Europa Occidental A partir del siglo XV, centuria que marca la declinación de la sociedad feudal en Europa Occidental, el capitalismo mercantil que había comenzado a emerger en dicha región buscaba vías alternas a las mediterráneas para mantener el comercio con la India y China, las cuales habían sido cerradas por la expansión del Imperio Turco. A tales fines, naciones como España y Portugal iniciaron un programa de viajes de exploración en el océano Atlántico que culminó en el reconocimiento de las costas de África para llegar hasta la India y el descubrimiento casual en 1492 de la ruta que llevaba hasta el continente americano. El viaje de exploración oceánica emprendido por Cristóbal Colón en 1492 reveló a las naciones europeas la existencia de una humanidad distinta a la que ya era conocida en Europa, Asia y África. Este evento, quizás uno de los más importantes en la historia universal, transformó en el largo plazo las bases de la civilización mundial. Las naciones europeas de entonces actuaron directamente, como fue el caso de España, o indirectamente, como lo hicieron Inglaterra, Holanda y Francia para tratar de construirse una América que sirviese a sus propósitos. Según Wallerstein (1974) y Braudel (1992 II: 269270), durante el período 1500-1640, el núcleo duro de países de Europa occidental consolidó una estructura económica basada en la utilización del trabajo asalariado en la agricultura, la ganadería y la industria. Como contraparte, en la periferia del capitalismo emergente, en ciertas regiones 118 como Europa Oriental y Nuestramerica, se revirtió a una forma económica post-feudal o “enfeudada” (Brito Figueroa, 1978: 328-355), basada en el uso del trabajo forzado, servil o esclavista para la producción de materias primas como el oro y la plata, melazas, tabaco, cacao, cereales, etc., en tanto que la Europa meridional devenía un espacio de transición para la circulación de dichos bienes hacia el núcleo capitalista duro de los países europeos occidentales. Nuestramérica es un continente inmenso, habitado todavía para el siglo XVI por poblaciones amerindias que representaban diversos niveles de desarrollo sociohistórico, desde bandas de recolectores cazadores, pasando por sociedades tribales aldeanas, cacicazgos y complejos señoríos, hasta llegar a los enormes imperios Inca y Azteca. En el caso de Nuestramérica, el proceso de conquista y colonización le reportó al Imperio Español el control precario de un territorio de aproximadamente tres millones de km2., con una población comparativamente escasa, mientras que la extensión del territorio metropolitano a duras penas podía llegar a alcanzar las dimensiones de una de las pequeñas provincias del imperio ultramarino. La tarea de construir dicho imperio requería de estrictos sistemas de control de la fuerza de trabajo, por lo cual España revirtió a la utilización de modos de trabajo sincréticos donde se combinaban las antiguas formas del esclavismo y el servaje—o trabajo servil—que habían caracterizado al mundo antiguo y al mundo medieval, dentro de una forma socioeconómica híbrida de capitalismo mercantil que podríamos quizás llamar “postfeudal”, la cual respondía a la necesidad de combinar las condiciones locales de producción y los intereses derivados del mercado mundial (Stern, 1986). 119 Durante el proceso de colonización, la pequeña población española que emigró a Nuestramérica a partir del siglo XVI se fundió étnica y culturalmente con los pueblos amerindios y de origen africano, dando lugar a una sociedad mestiza inédita, que ya para inicios del siglo XVII había comenzado a trillar caminos históricos alternativos a las tradiciones hispana, amerindia y africana originarias, procesos que dembocaron finalmente a inicios del siglo XIX en los diversos procesos de emancipación política de la metropolis colonial española. La expansión geográfica del capitalismo mercantil fuera de Europa Occidental se tradujo en la conquista, subordinación y sojuzgamiento de poblaciones humanas que habían vivido por milenios, libres y autónomas. La expansión de la formación capitalista determinó simultaneamente el desarrollo de una compleja relación colonial entre los nuevos imperios que se estaban formando en Europa Occidental tras el colapso de la sociedad feudal y su novedosa e inmensa periferia integrada por América, Asia, África y Oceanía. Los pueblos americanos conquistados y colonizados, particularmente los de Mesoamérica, Suramérica y el Caribe, proporcionaron a aquellos imperios materias primas que los europeos e incluso los asiáticos no poseían o no poseían en cantidad suficiente. Entre estos últimos se cuentan los metales preciosos como el oro y la plata, las piedras preciosas y las perlas, recursos sobre los cuales se construyó posteriormente la riqueza de las naciones e imperios de Europa e incluso de Asia (Britto García, 2009 I: 97-101).. El sistema capitalista se internacionalizó, extendió y perfeccionó durante esta fase expansiva que se inició en el siglo XVI, mediante el desarrollo de métodos políticos adecuados para comprender, dominar y sojuzgar los pueblos indígenas que habitaban su periferia, tales como la implementación de la 120 esclavitud y el trabajo forzado o enfeudado. El sistema abordó esta nueva realidad histórica a través de cuatro conceptos: el colonialismo global, el eurocenterismo, el capitalismo y la modernidad. La empresa de conquista, que tuvo originalmente un cierto carácter público con la participación de los reinos de España y Portugal, fue desde sus mismos inicios una empresa de carácter mixto y, finalmente, movida por intereses comerciales privados. La corona española gestionó dicho proceso a través de capitulaciones o licencias donde se establecían las obligaciones contractuales entre las partes, así como las modalidades para la distribución de los beneficios económicos derivados de aquellas entre el empresario capitulante o Adelantado que se asumía como funcionario del Estado y el Rey (Medina Rubio, 1997:47-48). Durante el período 1500-1640, mientras se consolidaban las bases del sistema capitalista en Europa Occidental bajo aquel convenimiento empresarial, las sociedades originarias américanas que sobrevivieron el Holocausto de la conquista española fueron encuadradas dentro de la forma económica postfeudal o “enfeudada” de dominación lo que reflejaba la rusticidad ideológica de sus conquistadores. La consolidación del sistema colonial y su proyecto de modernización sólo fue posible a costa del genocidio y el exterminio de los indígenas, bajo el pretexto que eran salvajes. Para justificar y lavar la huella sangrienta de ese genocidio, la ideología civilizatoria y la historiografía liberal conservadora le asignaron a las sociedades indígenas un lugar negativo en la construcción de la nueva sociedad americana, considerándolas como parte de un pasado cancelado, pueblos sin historia y sin proyección hacia el presente ni el futuro (Sanoja y Vargas Arenas,, 2005: 6: Vargas Arenas, 2007: 147-153). 121 Durante el proceso de colonización, los pueblos originarios también “colonizaron” y asimilaron culturalmente a los españoles indianos, ya que la conquista y la colonización española no se hizo sobre un territorio despoblado, puesto que había estado ocupado durante miles de años. Los procesos de colonización y conquista supusieron también un violento cambio en la calidad humana y cultural, así como la ambiental del territorio y afectaron de manera fundamental a la población aborigen venezolana. La dinámica de la producción del espacio territorial y de las estructuras de poder en los inicios de la sociedad colonial venezolana estuvo signada, desde el siglo XVI, por un proceso de acumulación dominado por el capital comercial que propició y consolidó las relaciones de dependencia coloniales. La Formación Geohistórica de la Nación Venezolana La teoría de la Geohistoria parte de una concepción geográfica que concibe el espacio como producto concreto de la acción de los grupos humanos sobre su entorno natural, para su propia conservación y reproducción dentro de condiciones históricas determinadas. De esta manera, define un objeto de trabajo para cuyo estudio se integran a su vez diversos otros campos de conocimientos: la antropología, la sociología, la historia, la geografía y la economía. La geohistoria conforma un espacio de análisis que estudia la reproducción de la sociedad en unidades territoriales concretas en las cuales, mediante el aprovechamiento de los recursos naturales, los seres humanos aseguran su existencia, su reproducción biológica y social (Tovar, 1986: 5455; Sanoja y Vargas Arenas,, 1999 a: 13.15). La noción de región geohistórica connota la delimitación de un espacio de vida de las sociedades en su devenir, de un espacio geográfico producido y definido por el uso que del mismo hiciesen anteriormente grupos territoriales 122 históricamente diferenciados (Vargas Arenas,, 1990; Sanoja y Vargas Arenas,, 1999 a). En este sentido, para el año 1499, cuando Cristóbal Colón arribó a las costas de Paria, el territorio de la actual Venezuela estaba dividido en siete grandes regiones geohistóricas aborígenes, formadas por el trabajo social invertido por las sociedades originarias durante milenios para la creación de diversos paisajes culturales. En algunas regiones, según cuál fuese el nivel de desarrollo de sus fuerzas productivas, las comunidades aborígenes introdujeron modificaciones mínimas al entorno natural; en otros casos crearon verdaderos paisajes humanizados a la medida de sus necesidades sociales. Los administradores coloniales de la Corona española organizaron políticamente el territorio venezolano de acuerdo con aquellas regiones geohistóricas originarias, producto de la dinámica social de las etnias antiguas venezolanas, las cuales constituyeron el basamento de la división territorial en provincias que que caracterizó a la Capitanía General de Venezuela en el siglo XVIII y, posteriormente, a la regionalización administrativa republicana de finales del siglo XIX. Para el siglo XVI, las regiones geohistóricas aborígenes que conformaban el actual territorio de la nación venezolana (Sanoja y Vargas Arenas, 1999a: 15; 2007c:115-119) podrían ubicarse como sigue: 1) La Cuenca del lago de Maracaibo 2) La Región Andina 3) El Noroeste 4) Los Llanos Altos Occidentales 123 5) La Región Centro-costera (valle de Caracas, valles de Aragua, Carabobo y Miranda, la cuenca del lago de Valencia, la región nor-litoral y las islas vecinas) 6) La Región Oriental, dividida, a su vez, en dos grandes subregiones: a) La Cuenca del Orinoco o territorio Guayana-Amazonas b) El Noreste o región de Paria A partir del siglo XVI, el régimen administrativo colonial español reconoció empíricamente la validez de aquella delimitación territorial de las regiones geohistóricas aborígenes, las cuales reflejaban la diversidad étnica y cultural de nuestras poblaciones indígenas, así como los diferentes niveles de desarrollo en sus fuerzas productivas alcanzados para el siglo XVI. Dichas regiones constituyeron el fundamento de los posteriores ordenamientos territoriales en provincias, alterando y resemantizando al mismo tiempo sus contenidos étnicos, políticos, económicos y territoriales mediante la institución de un nuevo régimen de propiedad que desposeía de la tierra a los sujetos indígenas que habían sido sus antiguos poseedores. La administración metropolitana trató de organizar y comprender el complejo mundo geosocial que percibían empíricamente los Cronistas de Indias y los funcionarios coloniales. Tal fue el caso de la Gobernación de Venezuela. En el occidente de Venezuela, las relaciones culturales con las etnias que habitaban la Nueva Granada eran más que evidentes. En el oriente, desde por lo menos 3000 antes de Cristo, grupos de recolectores y pescadores que habitaban para entonces Paria, Araya y Trinidad habían establecido los 124 itinerarios de navegación entre la Tierra Firme y el Caribe Insular, iniciando una época de descubrimientos geográficos y el consecuente movimiento de pueblos e ideas que habrían de modelar la futura macroregión geohistórica del Caribe Oriental. Para.el siglo XIII de la era, los pueblos caribes ejercían el control de la región centro-orietntal de Venezuela y, en general, de toda la macroregión. Dadas las relaciones culturales existentes se preguntaría quizás la administración colonial si convendría, entonces, formar una región administrativa venezolana dependiente de la Audiencia de Bogotá y otra dependiente de la Audiencia de Santo Domingo, como efectivamente ocurrió y crear un sistema administrativo colonial calcado sobre las bases de la organización geohistórica aborigen. Por las razones ya expuestas, el proceso de estructuración del actual territorio nacional fue lento y complicado. La Gobernación de Venezuela, que no abarcaba todo el actual territorio de la República, quedó constituida por Real Cédula del 20 de Noviembre de 1530. Posteriormente, por otra Real Cédula del 25 de Septiembre de 1728, dicha gobernación devino en la Provincia de Caracas. Las diferentes provincias venezolanas dependíeron, de manera alternativa, jurìdica, económica y políticamente de la Audiencia de Santo Domingo o del Virreynato de la Nueva Granada, hasta que las autoridades coloniales comprendieron que las poblaciones del vasto territorio que llamaban Venezuela formaban una totalidad geohistórica relacionada, pero orgánicamente diferente a la de Nueva Granada y a las Antillas. Por esas razones, el 8 de Septiembre de 1777, una Real Cédula de Carlos III creó la Capitanía General de Venezuela, integrada por las provincias de Cumanà, Guayana, Maracaibo e islas de Trinidad y Margarita. Finalmente, a partir del 19 de Abril de 1810, se crearon las provincias de Caracas, Barinas, Cumaná, 125 Barcelona, Mérida, Trujillo, Margarita, Coro, Maracaibo y Guayana, ordenamiento territorial que se recorta con el de las regiones geohistóricas precoloniales venezolanas (Rosemblat, 1956: 42). La destrucción de los paisajes y sistemas agrarios originarios. El proceso de conquista y colonización de nuestro territorio para imponer el orden colonial imperial fue el holocausto de nuestras sociedades originarias. Significó un violento cambio en la calidad ambiental, humana y cultural del territorio y la población aborigen venezolana al propiciar la desaparición de los antiguos paisajes culturales y agrarios aborígenes, de bancos de ostras perlíferas y de especies zoológicas como sucedió con la tortuga Arrau en el Bajo Orinoco (Sanoja y Vargas Arenas 2005: 42-44). Es por esta razón que la base material y tecnológica de la agricultura precolonial luce disminuida y empobrecida en el registro histórico colonial, ocultando también la hermenéutica agraria que permitió a dichas poblaciones subsistir, reproducirse y crecer a lo largo de numerosos milenios (Sanaoja y Vargas-Arenas 2007:119-124). Los diversos desarrollos de las fuerzas productivas incidieron ciertamente en el rendimiento y complejidad del producto agrario, generándose así un proceso desigual y combinado entre las poblaciones de las diferentes regiones geohistóricas . En aquellas poblaciones aborígenes, cuya economía era en su mayor parte de carácter subsistencial, las comunidades ejercieron una actividad transformadora del ambiente de baja intensidad, limitándose principalmente a la modificación del ecosistema vegetal para implantar sus campos de cultivo o la construcción de montículos agrícolas, concentrando sus aldeas y campos de cultivo en determinados lugares donde la tierra era rica en materia orgánica. En las sociedades políticamente complejas, como las del noroeste de 126 Venezuela y la región andina, éstas invirtieron una gran cantidad de trabajo social en la modificaciòn de las pendientes para construir andenes, terrazas de cultivo, canales para captar y orientar las aguas de escorrentía, estanques artificiales para almacenar el agua ùtil y sistemas de acequias para irrigar por gravedad los campos de cultivo. En otros casos, como en los llanos altos occidentales, la construcción de sistemas de calzadas tuvo por objeto facilitar la circulación a través de las llanuras inundadas, al mismo tiempo que servir de diques de contención y canalización de las aguas de inundación. Así mismo, se construyeron extensos campos de camellones artificiales, que permitían cultivar en las zonas de inundación, manteniendo las raíces de las plantas en suelo húmedo, pero lejos del nivel de las aguas, generando un sistema técnico similar al que se conoce como hidroponía. La agricultura precolonial indígena era un sistema tecnológico integral, económico y social para la producción agrícola, una empresa colectiva emprendida por las comunidades aborígenes para hacer de aquella el fundamento de la colonización de los espacios naturales y la creación de los paisajes agrarios de producción (Sanoja, 1997). En este sentido, la agricultura precolonial indígena produjo a la sociedad colonial un legado alimenticio de extraordinaria riqueza, integrado por granos, leguminosas, amarantáceas, hortalizas, tubérculos y raíces, fibras vegetales, maderas, resinas y aceites, nueces y frutas, cuya producción formaba parte de sistemas agrarios basados unos en la agricultura de regadío y otros en la horticultura de roza y quema, los cuales constituyeron el fundamento de la vida social venezolana desde el siglo XVI hasta bien entrado el siglo XX. En regiones como Paria, al noreste de Venezuela, en sólo tres años del proceso de conquista y colonización se produjo un deterioro profundo de las 127 comunidades aborígenes debido, principalmente, a la intensidad del comercio de esclavos indígenas que practicaban los expoliadores de los placeres de perlas de Cubagua, así como de los placeres de perlas mismos debido a su explotación irracional. De la misma manera, según la información que aporta la arqueología, el proceso de consolidación del poblado de Santo Tomé de Guayana, capital de la Povincia de Guayana, que se fundamentó en la caza indiscriminada de decenas de miles de quelonios acuáticos, ocasionó entre 1595 y 1700 la virtual extinción de la tortuga Arrau (Pocdonemis expansa) en el Bajo Orinoco (Sanoja, 2001; Sanoja y Vargas, 2002, 2005: 42-44; 2007b: 167; Vargas Arenas, 1981). La contracción paisajista generalizada y el deterioro demográfico que ocurrió en el territorio venezolano durante las primeras décadas del siglo XVI y durante todo el siglo XVII tuvo por causa, pues, tanto la extracción indiscriminada de recursos silvícolas y faunísticos para la alimentación, como la captura forzada de la fuerza de trabajo indígena como mercancía para el mercado esclavista (Cunill Grau, 1997:139-145). El impacto de la colonización española sobre la base material a partir de la cual se producía y reproducía la vida social y económica de la sociedad indohispana no ha sido evaluado todavía en profundidad. Sin embargo, es evidente que los cambios inducidos en el paisaje natural y cultural de las diferentes regiones geohistóricas por la intervención colonizadora a partir del siglo XVI terminaron por crear, a su vez, un paisaje “criollo”, el elemento contingente que le daría su especificidad a la producción sociocultural del espacio social urbano o agrario: “...La larga permanencia del poblamiento prehispánico entre los siglos XVI al XVIII culminó en un paisaje criollo, fruto de la mestización entre elementos étnicos, culturales y de la biodiversidad de proveniencia española, indígena y 128 africana (...) que empequeñecerían cualquier comparación con los homogéneos paisajes del Viejo Mundo...” (Cunill Grau, 1997: 153). En regiones geohistóricas como la del Noroeste de Venezuela, los primeros conquistadores y colonizadores españoles no tuvieron que desbrozar territorios vírgenes. Por el contrario, se asentaron en espacios geosociales que habían sido producidos, poblados y trabajados desde hacía miles de años por poblaciones aborígenes agroalfareras sedentarias. Los paisajes urbanos o rurales que se produjeron con la colonización española, adoptaron los sistemas constructivos de la vivienda aborigen, utilizando materiales autóctonos como el bahareque, la guadua, los cogollos de palma, las cuerdas trenzadas con fibras de sisal, y el mobiliario correspondiente: hamacas, chinchorros, esteras de enea, vasijas culinarias de barro, “turas” o asientos de madera, trojas y soberados para guardar alimentos, fogones con topias, etc. (Sanoja, 1991; Wagner, 1991). Los paisajes agrarios producidos por los aborígenes venezolanos legaron a la nueva sociedad indohispana tradiciones alimenticias y culinarias que mantienen todavía su vigencia en la sociedad venezolana contemporánea: la utilización sostenida de las papas (Solanum tuberosa), la yuca (Manihot esculenta Crantz), las caraotas (Phaseolus vulgaris Lobel), los frijoles (Phaseolus lunatus L., Sp.), el ají (Capsicum.Sp.), la piña (Ananas sativus), la guanábana (Annona muricata), el mamey (Mammea americana), el hicaco, el mamón (Melicocca bijuga), la parchita (Passiflora sp.), el zapote (Calocarpum mammosum), la uva de playa (Coccoloba uvifera), el aguacate (Persea americana), la batata (Ipomea batata), el mapuey (Dioscorea triphylla), el ocumo (Xanthsosoma sagittifolium), el apio (Arracacha arracacha), la auyama (Cucurbita máxima), la cuiba (Oxalis tuberosa), la 129 lechosa o papaya (Carica papaya), el merey (Annacardium occidentalis), el cacao (Theobroma cacao), el tabaco (Nicotiana tabacum), el onoto (Bixa orellana), el caucho (Mimusops sp.), etc., así como alimentos culturalmente producidos como la arepa, el cazabe, la cachapa, la hallaquita, etc. (Sanoja y Vargas Arenas, 2002: 199; Sanoja y Vargas Arenas, 2007c: 121). Materias primas como el algodón, el sisal y las fibras de hojas palma, entre otras, aunadas a los saberes y conocimientos que tenían los aborígenes sobre el tejido de telas, el trenzado de cuerdas, y similares, contribuyeron de manera importante a posibilitar la manufactura de vestidos y las faenas de la vida cotidiana (Sanoja, 1988, 1991; Wagner, 1991). Otros componentes del paisaje rural aborigen, tales como los sistemas artificiales de regadío, el cultivo en terrazas, los sistemas de almacenamiento del agua, las calzadas y los campos elevados de cultivo o camellones que protegían de las inundaciones a los campos cultivados del suroeste de Venezuela, siguieron en uso en ciertas regiones geohistóricas hasta el siglo XVIII, y en otras, como la región andina venezolana, continúan siendo hoy día parte integrante de los paisajes agrarios contemporáneos. Otros paisajes cuasi urbanos, tales como los extensos poblados de casas de piedra construidas sobre plataformas del mismo material, sobrevivieron en la región andina hasta bien entrado el siglo XX (Denevan y Zucchi, 1978; Sanoja y Vargas Arenas,, 1999a: 63; 85-89; Cunill Grau, 1997: 141). La Construcción de los Modos de vida Coloniales El carácter contingente del materiel cultural originario a partir del cual se comenzó a construir la sociedad y la cultura venezolanas determinó, desde el siglo XVI, la existencia de variaciones regionales significativas dentro de la naciente cultura indohispana (Vargas Arenas,, 2002). El aporte más notable de 130 los españoles a la construcción de esa nueva cultura sincrética fue la lengua castellana, la cual habría de devenir posteriormente en el español de Venezuela (Álvarez et alíi, 1992: 19-21, 91), con sus diferentes variantes dialectales habladas por los pueblos de las varias regiones geo-históricas, la lengua común facilitó la relación y la comunicación entre aborígenes y españoles y sus descendientes criollos, así como entre éstos y los mestizos (mulatos, zambos). Para el año 1800, sobre la base de una población total de 898.043 habitantes los blancos peninsulares, canarios y blancos criollos constituían el 20.3%, los llamádos pardos (mulatos, zambos, negros libres, manumisos o cimarrones) el 61.3% y los indios (tributarios o libres), el 18.4%, de la población total de la Gobernación de Venezuela. A ellos se agregaban 58.000 esclavos negros o mulatos que representaban el 5,9% de la dicha población (Brito Figueroa 1973-I: 160-161; Cunill Grau, 1988: 138-139, 1997). A través del lenguaje compartido fue posible la implantación del código de normas que habrían de regir la vida cotidiana doméstica y la cotidiana pública de la nueva sociedad. Aunque inspiradas en la legislación del Estado metropolitano y en las leyes ad-hoc promulgadas por la Corona para las colonias de ultramar, instituciones deliberantes como los Cabildos, que funcionaban en verdad como la expresión de los gobiernos provinciales, interpretaban la aplicación de las leyes, las cédulas y los decretos reales, creando una jurisprudencia adecuada a la solución de los problemas locales. Las normas de urbanismo, las disposiciones que regulaban la producción, la distribución y el comercio de los bienes y materias primas, la práctica de la religión católica, de los códigos éticos y estéticos que sancionaban la moral, la educación, el arte y las artesanías, la vida familiar, el tipo de relación que 131 debía existir entre los diversos componentes étnicos de la población y los privilegios, deberes y derechos que tenía cada uno de ellos, la institucionalización del patriarcado, entre muchos otros, fueron conformando la superestructura ideológica de la nación, la cultura nacional y los procesos de identificación con ella, trasunto de la variedad cultural regional. Todo ello fue posible gracias a la existencia del español venezolano como lengua común o vehicular, hablada por los diferentes componentes étnicos de nuestra población. La imposición de la sociedad clasista Para construir el nuevo modo de vida colonial venezolano fue necesaria la imposición de una estructura clasista sobre las sociedades aborígenes comunitarias que poblaron el territorio venezolano hasta el siglo XVI, tema tratado por historiadores marxistas venezolanos como Brito Figueroa (1973-I: 21-59), pero enfocado generalmente desde una perspectiva limitada generalmente a fuentes escritas, las cuales califican a todas las comunidades indígenas que poblaban nuestro territorio para el siglo XVI como “comunidades primitivas”, “preagrícolas”, “sin producción de plusproductos”, “áreas totalmente deshabitadas”, conceptos que se contradicen con los resultados que aportan las investigaciones arqueológicas de los últimos treinta años. Para el siglo XV, como ya se ha expuesto, el actual territorio venezolano se hallaba poblado por etnias indígenas muy diversas no sólo en su lengua, tradiciones culturales y territorios ocupados, sino también en el grado de desarrollo de sus fuerzas productivas y en la calidad de las relaciones sociales de producción (Sanoja y Vargas Arenas, 1999ª: 11). Las diversas formaciones sociales originarias se expresaron en variados modos de vivir que reflejaban 132 diferentes calidades en las relaciones sociales y en las particulares transformaciones realizadas sobre la Naturaleza mediante el trabajo social. Las relaciones sociales en los diversos grupos que estaban regidas por el parentesco, eran en unos casos igualitarias y en otras desiguales, de subordinación o de formas tribales productoras de alimento, reflejando las diferentes fases del modo de producción tribal o productor (Vargas Arenas, 1989, 1990; Sanoja, 1993) y la dinámica de la contradicción entre el grado de desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones sociales de producción aunque otros tipos de relaciones sociales fueron igualmente importantes. El carácter particular de las formas tribales condicionó, por una parte, las mismas formas de que adoptó la conquista y, por otra, el proceso colonizador en general. Para el momento de la conquista la región costera, incluyendo los valles intermontanos de la Cordillera de la Costa o Andes Marítimos, la región andina, las regiones del noroeste y el noreste y los llanos altos occidentales estaban ocupados por poblaciones mayormente integradas bajo la forma de cacicazgos, es decir, sociedades estratificadas en rangos caracterizadas, en general, por la existencia de relaciones de poder dentro de ciertos linajes, basadas en el mayor desarrollo de las fuerzas productivas en sus aldeas centrales, lo que les permitió integrar a sus territorios grupos igualitarios con los cuales mantenían bien relaciones amistosas de complementación económica, o bien relaciones políticas de sometimiento. Los grupos cacicales se caracterizaban, además, por poseer y manejar tecnologías especializadas, gracias a la separación –en ciernes- del trabajo manual del productor (a) secundario de la del trabajador (a) primario, desarrollo de redes de intercambio a grandes distancias para la obtención de materias primas alóctonas, inversión de trabajo social para la realización de 133 obras de interés público, creación de un “capital” comunal agrario, estructura social piramidal y un consumo asimétrico de bienes y alimentos, entre otros rasgos. El resto del actual territorio venezolano, especialmente en las zonas bajas, estaba ocupado por grupos tribales de carácter igualitario, cuya produccción de alimentos era básicamente subsistencial, con una limitada plusproducción, centralización de la fuerza de trabajo en la unidad doméstica de producción, auntarquía en lo económico, ausencia de diferencias entre productores (as) primarios y el consumidor (a), formas de liderazgo eventual referidas a situaciones específicas como la guerra, persistencia de formas apropiadoras de alimentos y de bienes naturales, entre otros rasgos. Se observan igualmente enclaves de grupos apropiadores, cazadores-recolectores-pescadores en la costa noroccidental del lago de Maracaibo, el Alto y Medio Orinoco, el delta del Orinoco y en los llanos de la región centro-sur. La inversión de trabajo social sobre el objeto de trabajo, el ambiente, variaba de un cacicazgo a otro, así como también la capacidad real que tenía cada cacicazgo para someter a otras poblaciones. Este hecho tuvo importantes repercusiones en el proceso de conquista así como en la estructuración de la sociedad colonial, ya que formas de producción tribales, así como muchos procesos de trabajo y relaciones sociales persisten y se integran en esta sociedad como formas secundarias. Gracias a tales procesos de trabajo fue como lograron los españoles estructurar el proceso productivo de la sociedad colonial, sobre todo en su fase inicial o indohispana, durante los dos primeros siglos. En lo que se refiere a la conquista podemos observar que allí donde la sociedad tribal productora se expresó en modos de vida igualitarios, la 134 conquista fue lenta y difícil para los conquistadores, violenta, sangrienta y etnocida para los indígenas. La sociedad igualitaria era totalmente incompatible con la clasista de los europeos; en consecuencia, las comunidades indígenas igualitarias se opusieron tenazmente a los opresores en una pretendida guerra tribal como a las que estaban acostumbradas. Pero en aquellos casos donde la la sociedad tribal productora se expresaba en modos de vida jerárquicos, como eran las formaciones cacicales, se facilitó la conquista y la posterior implantación de la sociedad colonial. Los pueblos indígenas estructurados en cacicazgos presentaban niveles más altos de sedentarización que los grupos que las tribus igualitarias; en consecuencia, existía una mayor concentración de fuerza de trabajo y delimitación Geogr.fica del territorio tribal. Dentro de esta formación existía también una estructura social piramidal más cónsona con la sociedad de clases europea. Para el conquistador el enemigo igualitario era elusivo, disperso, anárquico, disgregado en comunidades semipermanentes sobre un territorio poco definido. El enemigo integrado en los cacicazgos era, de alguna manera, más predecible, concentrado y ya sometido. Es por ello que la conquista de los grupos igualitarios supuso en muchos casos la aniquilación física de grandes contingentes de personas, mientras que la de los grupos jerárquicos permitió la incorporación de la fuerza de trabajo indígena al proceso productivo de la nueva sociedad clasista. La sociedad tribal no constituia para el siglo XVI, pues, un todo homogéneo que pudiese ser reducido simplemente a una “comunidad primitiva”. Por el contrario, cada uno de los modos de vida de esta formación económico-social representaba en cada región geohistórica una línea de desarrollo que expresaba las diferencias cualitativas y cuantitativas en el desarrollo de las fuerzas 135 productivas de la sociedad tribal en su conjunto. Se trataba obviamente de diferentes extensiones de las fuerzas productivas, diferencias objetivas en los procesos técnicos de trabajo, pero también en las relaciones sociales, las cuales correspondían a fases distintas de desarrollo del modo de producción. La sociedad tribal desaparece como proceso autogestado con la implantación de la sociedad clasista, especialmente con la implementación del régimen de encomiendas, pueblos de indios o resguardos y pueblos de misión llevado a cabo por la corona española, todos ellos diseñados para desarticular las distintas estructuras sociales tribales, propiciar el cambio del sistema de propiedad de la tierra y desmembrar la unidad sociocultural de las diferentes etnias. Las encomiendas produjeron la ruptura de la estructura laboral indígena para permitir la inserción de la población aborigen dentro del nuevo cuadro de relaciones de producción y de trabajo necesarias para la explotación comercial de los cultivos y otros recursos. A partir de las encomiendas, la antigua división del trabajo se vio suplantada por la creación de nuevos oficios, cuya ejecución beneficiaba únicamente al encomendero, los cuales constituian la infraestructura de la sociedad capitalista en gestación. En las encomiendas, como señala Arcila Farías, la explotación del indio es un tributo tasado en servicios (en Brito Figueroa, 1973-I: 76). 136 CAPÍTULO 9 Fases inicial de la formación social clasista venezolana (siglos XVI-XVII) Escribir la historia sociocultural de la economía de la formación clasista venezolana, alude a comprender y analizar la transformación histórica de las formaciones económico-sociales precapitalistas y su incorporación en una formación capitalista totalmente diferente. Alude, igualmente, a una distinción fundamental entre lo que es la realidad y lo que significa conocer la realidad. La realidad nos presenta un conjunto de propiedades y relaciones que tienen existencia objetiva, independiente de la conciencia de los sujetos. Conocer la realidad es un proceso subjetivo cuya finalidad es presentar, bajo la lógica de conceptos, categorías y leyes, aquel conjunto o sistema de propiedades y relaciones que existen en la realidad (Bate, 1998:55). Para lograr tal fin utilizaremos el sistema de categorías que permite dar cuenta del desarrollo de la sociedad en su movimiento de acuerdo con su desenvolvimiento dialéctico. Dicho sistema está conformado, en nuestra propuesta teórico-metodológica, por tres categorías, conceptos comunes a toda ciencia histórica, contenidos en la teoría materialista de la historia: cultura, modo de vida y formación económico-social. Esta última incluye el concepto de modo de producción el cual es considerado como la esfera de producción y reproducción económica de la vida material; la formación social es considerada como la integración indisoluble de la base material y la 137 superestructura, mientras que la categoría modo de vida nos permite aproximarnos a las mediaciones objetivas entre las regularidades formalizadas a través de la categoría formación económico-social y la categoría cultura que permite captar las expresiones singulares fenoménicas de lo fundamental de la vida social (Vargas Arenas, 1990: 59-89; Bate, 1998: 57-82). El modo de producción -según el marxismo clásico- es una categoría histórica que expresa la unidad de las fuerzas productivas con las relaciones de producción (Kuusinen et alíi, 1960: 127). Para que sea posible comprender su función concreta como esfera de reproducción de la vida material y no como una categoría solamente abstracta, es necesario que podamos aproximarnos a las manifestaciones sensibles de la actividad social, al mismo tiempo que a los cambios que suceden al interior de la formación económico social. Esas y cambios y manifestaciones siempre se expresan de manera particular y de manera singular. Partiendo de las premisas teóricas enunciadas, podríamos explicar metafóricamente, en términos de la óptica, que el funcionamiento del sistema categorial sería como un microscopio que nos permite observar desde la totalidad de un objeto hasta la magnificación de sus detalles más particulares y singulares: lo infinitamente grande contiene lo infinitamente pequeño. Creemos que para entender la dinámica de la formación económico-social venezolana (u otra formación social) desde la perspectiva del materialismo histórico es necesario, entonces, definir y conocer cómo se expresa esa totalidad de manera particular en determinados modos de vida, los cuales --a su vez—nos permiten acercarnos a la dinámica social vía sus modos de trabajo todo ello expresado y posible de ser aprehendido a través de las manifestaciones formales sigulares culturales, incluyendo los estilos de vida. 138 La formación histórica social es entonces una categoría que explica no solo los procesos más generales de la vida social, sino los más fundamentales, mientras que nos permite asimismo –como tratamos de explicar en esta obraentender las manifestaciones particulares de lo fundamental, es decir los modos de vida que, en ocasiones aunque no siempre, pueden coincidir con determinadas fases de desarrollo del modo de producción (Vargas Arenas, 1990: 60-67). Es nuestra apreciación que la Formación Clasista Colonial se expresó en Venezuela en distintos modos de vida; éstos a su vez, en diversos sub-modos de vida, y todos ellos se manifestaron en lo sensible en una pluralidad de formas culturales. Esos modos y sub-modos de vida refieren a procesos cada vez más particulares, y a la pluralidad de formas culturales, a procesos irreductiblemente singulares. Visto así, el sistema de categorías esbozado nos ha permitido explicar los procesos históricos que dieron lugar a la formación y el desarrollo de Venezuela hasta devenir Estado-nación, desde el siglo XV hasta, particularmente, el lapso comprendido entre el siglo XVIII y las primeras décadas del siglo XIX. Los elementos culturales más significativos en tal sentido son: una geohistoria y una lengua común, así como el surgimiento --hasta llegar a ser predominantes-- de estilos de vida consumistas, mientras que el elemento fundamental más importante es el sistema de relaciones sociales que hizo posible la misma existencia. En sentido general, podemos reconocer que la Formación Clasista Colonial en Venezuela se expresó de manera particular en, al menos dos modos de vida que hemos llamado Clasista Colonial Indohispano y el Modo de Vida Colonial Agroexportador Venezolano. Estos modos de vivir se manifestaron a su vez en varios sub-modos de vida caracterizados por la preponderancia de 139 procesos de trabajo disímiles aunque complementarios puesto que las variaciones observables en su ejecución dependió de las diferencias presentes tanto en la base social indígena sobre la cual se sobrepuso la colonia, pero sobre todo del tipo y calidad de las relaciones sociales que existían dentro de esa base social y que se incorporan como formas secundarias al sistema de relaciones sociales establecido por el regimen colonial, como también de las características geoterritoriales y sus respectivas tradiciones laborales. En torno a lo anterior es necesario señalar que, aunque pudiera ser posible discernir que los dos modos de vida que hemos definido serían equivalentes, grosso modo, con las fases de desarrollo del modo de producción de la formación, al ser concebidos como modos de vida nos permiten acercarnos a la dinámica interna, sobre todo a los cambios particulares que se dieron al interior de la formación, atendiendo tanto los aspectos fundamentales, como los superestructurales. La Formación Clasista Colonial da paso, a partir del siglo XVIII e inicios del siglo XIX, a una nueva formación social que denominamos Formación Clasista Nacional, que podemos decir –privilegiando un cierto nivel de particularidad-- se expresó en dos modos de vida: el Nacional Monoproductor Agropecuario, que se manifestó en variados sub modos de vida y de trabajo y, posteriormente --a partir de 1930-- como un modo de vida Nacional Monoproductor Petrolero, de nuevo con diversas expresiones particulares –o sub modos de vida-- que obedecen a las variaciones regionales y, sobre todo, a los vaivenes que sufre el sistema de relaciones sociales como un todo y, dentro de él, especialmente, las relaciones de dominación que se complejizan enormemente, dependiendo de las relaciones de sometimiento de la formación nacional ante los bloques de poder transnacionales imperiales. 140 Un elemento fundamental para caracterizar la revolución social que supone el tránsito de la Formación Clasista Colonial a la Formación Clasista Nacional es el que refiere a la complejización de la estructura de clases, el aparecimiento de una estructura policlasista, concomitante con un régimen de propiedad de nuevos medios de producción. Esta visión de las fases fundamentales que componen la unidad esencial del proceso sociohistórico venezolano se puede relacionar de manera general con las conclusiones de un grupo de investigadores (as) venezolanos del Centro de Estudios del Desarrollo de la Universidad Central de Venezuela coordinados por Germán Carrera Damas (Ríos et alíi, 2002: 7-8), quienes señalan la existencia de tres fases en dicho proceso, aunque los objetivos obedecen más a la búsqueda de una periodización que a la comprensión de la intrincada relación entre el todo social y sus partes: a) La fase de establecimiento de las bases para el proceso de implantación, expresado en la estructuración de los núcleos primeros y primarios, la cual recoje el proceso de relacionamiento inicial hispano con áreas del territorio venezolano. b) La fase de estructuración de la formación social venezolana (proyecto nacional), que culmina con la primera crisis estructural, la cual se extiende desde la fundación de El Tocuyo hasta la tercera década del siglo XX. c) A partir de ese momento, se inicia el reordenamiento de las líneas fundamentales del desarrollo de la formación social venezolana en su articulación con el sistema capitalista mundial. Economistas como Maza Zavala (1968: 69) y Malavé Mata (1974: 59) se refieren a este proceso como “capitalismo periférico inmaduro”, situado en el 141 borde entre una economía mercantil y una capitalista. También Braudel se refiere a estas economías como ancien regime, aludiendo a su “destino colonial”, un capitalismo periférico o a distancia ( Braudel 1992: 267-280). Para entender la génesis de la Formación Social Clasista en Venezuela y – fundamentalmente- las particularidades de dicho proceso expresadas en diferentes modos de vida, no basta con afirmar que se trata de un proceso inducido por la conquista europea de América; debemos, por el contrario, tomar en cuenta las condiciones históricas en las cuales comenzó a operar dicho proceso, ponderando simultáneamente las características de la sociedades tribales que habitaban el territorio para el siglo XV y las existentes en España para la misma época. Unas y otras constituyen factores condicionantes de la particularización de un proceso general que abarcó toda la Nuestra; son los “hombros” sobre los cuales descansa la nueva forma de sociedad que surge en Venezuela (Marx y Engels, 1982: 45; Sanoja, 1993: 4651; Vargas Arenas 1998: 674). Según Brito Figueroa (1961: 94.95De los escl), la sociedad colonial venezolana y su modo de producción correspondiente se constituyó en una primera instancia con base a la confiscación de la antigua posesión comunal indígena del territorio originario por parte de los invasores españoles y la importación forzada de esclavos africanos. En una segunda instancia, el grupo de conquistadores y colonizadores se apropió igualmente de las condiciones naturales y materiales para la producción, generando como resultante el proceso de acumulación originaria del capital y una formación económicosocial caracterizada por dos clases sociales fundamentales: la terrateniente esclavista y la clase constituida por una fuerza de trabajo servil, enfeudada o 142 esclava, explotada para producir mercancías destinadas al mercado capitalista mundial. La primera fase del modo de producción de la formación social clasista duró aproximadamente desde inicios del siglo XVI hasta el siglo XVII-primeras décadas del XVIII. Esta fase puede ser más cabalmente aprehendida como un modo de vida como ya hemos señalado, al cual designamos como Modo de Vida Indohispano, el cual analiza exhaustivamente Castillo Hidalgo (2002) en la Provincia de Cumana. Entre sus características más resaltantes mencionaremos las que refieren al sistema de relaciones sociales: la persistencia de las antiguas relaciones sociales tribales basadas en el parentesco clasificatorio, las relaciones recíprocas y las solidarias, las cuales coexistieron durante esos siglos con las esclavistas y las serviles introducidas por los invasores, que eran las dominantes y determinantes. Aunque las sociedades indígenas fueron desarticuladas durante esos siglos, las relaciones tribales milenarias persistieron resemantizadas por las comunidades indígenas sobrevivientes. De hecho, las que habitaban en barrios localizados alrededor de los centros urbanos, aunque obligadas a vivir en casas individuales, conservaban una estructura parental por adhesión basada en la comunidad de territorio, por lo que la reproducción de la vida cotidiana se apoyó en los antiguos modos de mantenimiento y en modos de trabajo donde persistían relictos de procesos de trabajo y tecnologías indígenas (Sanoja y VargasArenas 2005: 161-163), sobre todo aquéllos de naturaleza colectiva como la pesca, las artesanías, la cría de animales domésticos (gallinas, cerdos, etc.) para la venta callejera (buhonería), para la elaboracion de alimentos vendidos en los mercados o vías públicas (empanadas, pescados, carne al detal, etc.). El maíz, que constituyó uno de los alimentos principales de la subsistencia 143 indígena, fue adoptado por los españoles como un sustituto del trigo así como también mercancía para el comercio, cuyo cultivo se dificultaba en el ambiente tropical que predomina en Venezuela (Castillo Hidalgo 2002: 311319, 345-346; 374-375). Una segunda fase del modo de producción que hemos caracterizado también como un modo de vida, el Modo de Vida Colonial Agroexportador Venezolano, expresa una línea de particularización de la totalidad de la formación social clasista, coetánea con la primera y la segunda revolución industrial. La praxis del Modo de Vida Colonial Agroexportador con un modo de trabajo agropecuario, conforma otra línea del desarrollo particular de nuestra sociedad que se prolonga hasta las primeras décadas del siglo XX. El nivel de particularidad que privilegiamos es el referido a la base material, específicamente manifestada en los modos de trabajar. Un modo de trabajo “…es el conjunto de actividades que manifiestan una relación determinada entre instrumentos de producción, organización de la fuerza de trabajo, características de la fuerza de trabajo, características específicas del objeto de trabajo y la ideología, integrando las costumbres y tradiciones … que tales prácticas conllevan… los modos de trabajo se convierten, así definidos, en una versión en pequeño de los modos de vida en la esencialidad de los procesos que explican… un modo de trabajo sería para un modo de vida, lo que es el modo de producción para la formación social…” (Vargas Arenas, 1990: 67-71). Aunque la condición colonial no es solo característica de Venezuela, pues está presente en la historia de muchos otros países asiáticos, africanos y americanos, su línea de desarrollo posee una dinámica distintiva la cual depende no sólo de las características generales de la sociedad capitalista 144 misma, sino también de las particulares referidas sobre todo a la base social y la base física sobre las cuales se asentó la colonia y que condicionaron la manera como se conformó el Estado-nación venezolano; en tal sentido, es una instancia particular de la totalidad social capitalista. Entendido de esta manera, los modos de vida colonial y y los nacionales venezolanos constituyen expresiones concretas y particulares del llamado capitalismo periférico (Vargas Arenas, y Vivas: 1999). 145 CAPÍTULO 10 La Acumulación Originaria de Capital Mercantil En el curso de la historia, la noción de valor precede a la del capital, a pesar de que ella implica para desarrollarse en toda su extensión, el modo de producción basado en el capital (Marx.1967:198) donde “el producto aislado por el productor y el obrero, no existe sino que se realiza a través de la circulación como valor de cambio”. El capital se forma a partir de la circulación y tiene el dinero como un medio de cambio, como punto de partida que se niega o disuelve a través de la circulación. En los tiempos más antiguos de la evolución económica, el proceso de comprar una mercancía con el objetivo de venderla constituye la forma propia del comercio: “…la mercancía circulante…” que solamente se realiza asumiendo la forma de otra mercancía y sale de la circulación para para satisfacer las necesidades inmediatas, representa una de las primeras formas del capital: el capital mercancía…” (Marx 1967: 200) Basándonos en la premisa anterior, podemos reconocer como un elemento importante para entender la dinámica de la producción del espacio territorial y de las estructuras de poder en los inicios de la sociedad colonial venezolana de los siglos XVI y primeras décadas del XVIII, expresadas en un modo de vida indohispano como ya expusimos en capítulos anteriores, los procesos de formación del capital mercantil o capital mercancía que fueron los que , contribuyeron a la disolución del modo de vida indohispano y dieron lugar al 146 surgimiento, a mediados del siglo XVIII, de un modo de vida colonial mercantil, básicamente agropecuario. El modo de vida indohispano (siglos XVI y XVII-comienzos del XVIII) El modo de trabajar, es decir, la producción, manufactura y distribución de los bienes básicos de consumo para la reproducción de la vida cotidiana de la sociedad indohispana estaban, en buena parte, en manos de la comunidad indígena, grupos de indios (as) urbanos o mestizos (as) quienes poseían el conocimiento técnico y las prácticas que habían caracterizado el modo de producción tribal en su conjunto, de los negros (as) esclavos o manumisos y de los mestizos (as) y zambos (as), quienes eran los que producían los excedentes para el intercambio comercial. En este modo de trabajo, el precario proceso de acumulación originaria se centró en la explotación de los placeres de perlas que existían en la zona costera y la insular del noreste y del noroeste de Venezuela, ya que las perlas se consideraban como equivalentes a monedas en las transacciones comerciales internas, al igual que las telas finas de algodón que manufacturaban los artesanos (as) indígenas del estado Lara (Arcila-Farías, 1983: 126; Sanoja y Vargas Arenas, 2002: 26), en las producciones artesanales de los (as) indígenas andinos o de los que habitaban la cuenca del lago de Maracaibo. En este modo de trabajar también existen evidencias sobre procesos de trabajos de la minería y la fundición del cobre y el oro los cuales, sin embargo, no llegaron a alcanzar la importancia que tuvo dicha actividad en otras colonias suramericanas. Los códigos legales españoles establecieron las condiciones para articular la propiedad individual, la corporada en misiones y la propiedad comunal en las 147 comunidades de indios libres o resguardos, en tanto que en los repartimientos, encomiendas, haciendas y hatos ganaderos dominaban las relaciones de producción servil, tributaria o esclavista. El Modo de Vida Indohispano y la Acumulación Originaria de Capitales en la Costa Centro-Oriental de Venezuela Un elemento importante para entender la dinámica de la producción del espacio territorial y de las estructuras de poder en los inicios de la sociedad clasista colonial venezolana está representado en los procesos de acumulación de capitales que comenzaron a generarse desde las primeras décadas del siglo XVI. Dichos procesos variaron según las diversas regiones geo-históricas. En el caso de sub-región del noreste de Venezuela, se inició una precaria forma de acumulación originaria de capital mercantil a partir de la explotación y depredación indiscriminada de los ostrales perlíferos de las islas Cubagua, Margarita y Coche por parte de empresarios privados, con el objetivo de obtener una ganancia rápida vía la circulación, atesoramiento de grandes volúmenes de perlas, que el comercio y el fueron utilizadas – posteriormente-- como moneda o medios para el intercambio comercial, compitiendo con las de oro y plata debido a la inestabilidad del sistema bimetalista español (Maza Zavala, 1997: 187; Arcila Farías, 1983 II: 75-81; Morón, 1954: 188-190; Castillo-Hidalgo 2002: 717-718). Si bien dicha actividad produjo una alta rentabilidad en el corto plazo para los esclavistas, condujo a la destrucción de los ostrales y acarreó un inmenso costo social: la pérdida de numerosas vidas de indios y esclavos negros que formaban la fuerza de trabajo utilizada para explotarlos. 148 Durante casi un siglo, las perlas extraidas de los ostrales de la isla de Cubagua, y al agotarse éstos, de otros existentes en el litoral noroeste de Venezuela, llegaron a constituir una “buena moneda en un límite suficiente”, ya que no presentaba el riesgo de escapar al exterior como sí lo tenían el oro y la plata, llegando a constituir uno de factores más importantes en el proceso de acumulación de capitales: “…gran parte de los capitales que había en la Provincia en poder de la Real Hacienda, de los mercaderes y en general por extensión y con todas las reservas del caso, del capital privado de aquel tiempo de su iniciación en el paraje local, estaba representado en perlas…” Sin embargo, la circulación de este tipo de moneda se detuvo hacia 1600 de manera concordante con el deterioro de la economía española “en todo su ámbito universal” y el agotamiento de los placeres de perlas, de manera que en ese año los pagos a la Real Hacienda se situaron en el 75% en oro, el 13.89% en plata, en perlas el 9.03%, en moneda no especificada el 1.39% y en lienzos el 0.43% (Arcila Farias, 1983: 75-79 y siguientes). Los pocos españoles que habitaban en la isla de Cubagua para 1517 vivían a la usanza de los aborígenes. Moraban, en su mayor parte, en rancherías integradas por paravientos y bohíos, similares a los que ya existían en la isla desde el año 3200 antes del presente (Otte, 1977: 250-262; Sanoja y Vargas Arenas, 1995; Aguila y Alvarado, com.personal 2009), y habían adoptado las tradiciones culinarias y alimenticias autóctonas (Ojer, 1966: 336-337; Sanoja y Vargas Arenas, 2002; Vargas y Vivas 1999). Las grandes canoas, para desplazarse y para transportar sus mercaderías desde o hacia Margarita y tierra firme, parecen haber sido traídas aparentemente desde el Delta del Orinoco, región habitada ya entonces por la 149 etnia Guarao, pueblo de canoeros y fabricantes de embarcaciones (Otte, 1977: 46). Entre 1512 y 1514, utilizando la experiencia centenaria bélica y naval que tenían los indios caribes para organizar incursiones armadas hacia las Pequeñas y Grandes Antillas, algunos empresarios españoles organizaron también flotas de canoas y bergantines tripulados por dichos indígenas que asolaban las islas caribeñas para capturar esclavos indios para venderlos a otros empresarios por hasta 100 pesos la pieza, llegando hasta desembarcar en Aruba, Curazao y Bonaire. El negocio de los armadores o corsarios cubaguenses incluia, igualmente, la búsqueda de nuevos placeres de perlas en otras islas antillanas y de ídolos de oro, contando con el financiamiento y el acompañamiento de otros corsarios o empresarios españoles que habitaban la isla de Santo Domingo (Otte, 1977: 107-121). Hacia 1526, comenzó la producción del espacio urbano de Nueva Cádiz y la edificación de viviendas permanentes utilizando la tapia, las piedras calizas y la argamasa. Como expresión del proceso de urbanismo mercantil caribeño, las casas del núcleo urbano de la ciudad neogaditana eran al mismo tiempo sitio de vivienda, tienda y almacén, hallándose ubicadas las viviendas principales a lo largo de una calle central, posiblemente La Calle de La Marina, que bordeaba la fachada litoral de la ciudad. Por el contrario, los edificios públicos parecen haber sido arquitectónicamente menos importantes que los del sector privado, indicando tal vez el pronunciado desbalance económico que existía entre los empresarios del comercio de perlas y los funcionarios de la Corona. Entre esos empresarios encontramos ya en Nueva Cádiz para 1527 a Francisco Fajardo, padre del que sería posteriormente primer explorador del valle de Caracas y fundador de la primera villa 150 caraqueña (Otte, 1977: 253-259, 272-273; Sanoja y Vargas Arenas, 2002: 26, 49-51). Los empresarios de las islas La Española y Puerto Rico figuraban como los principales financistas de la pesquería de perlas en Cubagua. El interés de dichos empresarios por obtener ganancias inmediatas a los fines de recuperar el capital invertido, fue el móvil de esta conducta depredadora, la cual terminó por destruir los placeres perlíferos así como la vida de numerosos negros e indios, forzados a trabajar como buzos en las condiciones más crueles, obligándolos a sumergirse una y otra vez a profundidades de vértigo, en busca de las ostras dormidas en el fondo de los arrecifes; indígenas que eran arrojados al agua con una piedra atada a la cintura, y a los que sólo izaban a la superficie cuando lograban hacerse con la pieza, todo para satisfacer un ansia de ganancia efimera. Como dice Juan Marchena en su extraordinaria obra sobre las crónicas de Juan de Castellanos, “,… todo lo logrado a punta de pulmón de indios reventados podía perderse en una noche, en una partida de naipes o entre los brazos de la más atractiva esclava puesta a ganar por su dueño, y donde se acabo por reunir la hez del mundo conocido, pudo oir Castellanos de boca de sus protagonistas…” ( Marchena 2008: 29) Los empresarios cubaguenses también tomaron -en 1522- posesión de la vecina isla de Margarita e iniciaron la explotación agrícola del valle de San Juan, que era parte del señorío de Charaima, cacique principal de la isla. Los planes de expansión de los empresarios margariteños influyeron en el proceso de acumulación en la sub-región central ya que podemos observar que, entre ellos figuraba no sólo la conquista y la colonización de Guayana (Ojer, 1966: 337), sino que también estaba entre sus designios la conquista del valle de 151 Caracas, espacio habitado para ese momento por etnias de filiación caribe. Para tal fin financiaron y organizaron una expedición naval al mando de Francisco Fajardo, hijo de la cacica quaiquerí Doña Isabela, quien logró fundar entre 1559 y 1560 la villa de San Francisco, luego Santiago de León de Caracas (Sanoja y Vargas Arenas, 2002: 49). El proceso de acumulación de capitales en el noroeste de Venezuela A diferencia del noreste de Venezuela, en el noroeste los colonizadores españoles fundaron la aldea indohispana de El Tocuyo el año 1545 en un espacio geográfico donde las poblaciones originarias ya habían creado un importante capital agrario y artesanal. Desde aproximadamente 1000 años antes de Cristo, la cuenca del río Tocuyo había estado habitada por poblaciones agricultoras alfareras aborígenes, quienes lograron domesticar diversas razas locales de maíz y de yuca, de modo que para 1545 ya existían en la cuenca del río Tocuyo sociedades aborígenes estratificadas que habían desbrozado extensos campos de cultivo y construido terrazas y montículos agrícolas y sistemas de riego, desarrollando, además, una avanzada artesanía de textiles y alfarería. Partiendo de la abundante fuerza de trabajo indígena, organizada y disciplinada para el trabajo agrícola y artesanal desde miles de años antes, pudo iniciarse formal y rápidamente en la cuenca del río Tocuyo, el régimen de encomienda y repartimiento de indios dentro de un sistema de relaciones sociales de producción dominado por formas de trabajo servil o de tipo feudal impuestas por los conquistadores españoles (Sanoja y Vargas Arenas 1997: 38-41), Gracias a esas condiciones sociales y económicas favorables preexistentes tuvo éxito la fundación inicial de la ciudad de El Tocuyo el año 1545 sobre el asiento de la aldea indígena que ya existía en dicha región, ciudad que se 152 transformó en breve tiempo en el primer centro económico del interior del país, dedicado principalmente a la producción agropecuaria y artesanal. Ese proceso se vio facilitado —como ya expusimos—porque el proceso productivo indohispano supuso la asimilación de las antiguas tradiciones agrarias y artesanales aborígenes que se insertaron rápidamente en las nuevas formas mercantiles de producción (Arcila Farías, 1983 II: 10; Sanoja, 1979a, Sanoja y Vargas Arenas, 1997, 1998 , 2007c: 105-112; Vargas Arenas, 1990:154-160, 250-254. Entre 1551 y 1559 se importaron a través del Puerto de Borburata, a la sazón sede de la Real Hacienda, 8441 cabezas de ganado mayor y alrededor de 2000 carneros y ovejas (Arcila Farías, 1983 II: 9-10), ganado que fue utilizado principalmente para la reproducción. Una buena parte debe haber estado destinada a las encomiendas de El Tocuyo, si consideramos que en 1568 los vecinos de dicha ciudad participaron con 200 bestias de carga, 20 caballos y 4000 carneros en la expedición armada por Diego de Losada para la conquista el valle de Caracas (Arcila Farías, 1983 II: 41). Con la fundación de la ciudad indohispana de El Tocuyo, la producción agropecuaria y la artesanal sustituyeron el afán de buscar la riqueza fácil que había caracterizado a la población de Nueva Cádiz y Margarita, creándose otro proyecto de vida: “…quedarse en la tierra para vivir de ella y someterla al vecindario…” (Morón, 1954: 291). Las encomiendas y repartimientos formaron la base de la propiedad territorial agraria que se desarrollaría posteriormente en los valles subandinos de la cuenca del río Tocuyo y de sus microcuencas tributarias, estimulando también un proceso de producción y acumulación privada de capitales agrarios, gracias a la expropiación y el aprovechamiento que hicieron los conquistadores de los 153 sistemas de regadío y cultivo en terrazas que habían construido los indígenas caquetíos antes del siglo XVI, y de las tierras que ya ellos habían desbrozado y cultivado desde hacía milenios (Sanoja y Vargas Arenas, 1997; 38-41, 1999: 19-60; Salazar 2003:124-127). La producción tradicional de telas de algodón que llevaban a cabo los y las tejedores indígenas en los obrajes de El Tocuyo y Quíbor se vio potenciada, por una parte, con la introducción de la rueca para hilar el algodón y de los telares horizontales de lizos a pedal que ya se habían popularizado en Europa desde la Edad Media y, por la otra, gracias a la modernización de las destrezas y tecnologías milenarias adquiridas por los indígenas en el cultivo y el hilado del algodón y el tejido de telas (Sanoja, 1979, 1991: 216-217; Avellán de Tamayo, 1997: 362-363). La urdimbre de los antiguos telares verticales u horizontales de los aborígenes solo permitía tejer piezas de tela de cuyas dimensiones máximas podían llegar a ser—aproximadamente—de dos metros de largo por uno a uno cincuenta de ancho. Por el contrario, la urdimbre continua del telar europeo de lizos y pedales podía producir piezas de tela de 15 metros de largo por 1 a 1.20 de ancho. El aumento de la productividad por los grupos de artesanos encomendados en cada obraje tuvo una gran importancia para el progreso de la artesanía textil del algodón, la pita o cocuiza y, posteriormente, la lana de carnero, uno de cuyos más importantes centros de producción era la región de El TocuyoQuíbor, la cual representaba una importante fuente de ingresos para la Real Hacienda (Sanoja, 1979a; Arcila Farías, 1983 II: 125-126; Salazar 2003: 165175). Los obrajes textiles funcionaban como una encomienda, utilizando la fuerza de trabajo indígena bajo un régimen forzado o servil, lo cual seguramente frustró sus posibilidades 154 ulteriores de conversión en manufactura fabril. Al no darse un cambio sustantivo en todo el sistema de trabajo servil o “enfeudado” al cual estaba sometido la fuerza de trabajo indígena, no se crearon las condiciones sociales para el surgimiento de una forma verdadera de capitalismo mercantil, agropecuario e industrial que hubiese podido tener un carácter relativamente autónomo, incluso dentro del régimen colonial. Es evidente, de lo anterior que, para mediados del siglo XVI ya existía, pues, en Margarita y El Tocuyo una limitada clase social de pequeños propietarios, la cual había acumulado un monto significativo de capitales y de recursos necesarios para financiar y acometer la conquista de territorios estratégicos que, como el Valle de Caracas, estaban todavía en poder los pueblos aborigenes caribe. En la región marabina, área de influencia la producción de los espacios urbanos y consolidación de los enclaves de población indohispana, comenzó muy tardíamente, hacia el siglo XVII, debido a la resistencia tenaz que opusieron las etnias originarias a la colonización europea y criolla. El proceso caraqueño de acumulación Para mediados del siglo XVI, los diversos centros poblados que conformaban el hinterland del territorio colonial semejaban una periferia sin centro (Sanoja y Vargas Arenas, 2002). El valle de Caracas y su litoral caribe que representaban aparentemente el centro de esa periferia estaban todavía bajo el control de las etnias caribes, al igual que buena parte de los valles de Aragua, la región de Barlovento y la mayor parte de la cuenca del Orinoco. Los empresarios margariteños y neogaditanos financiaron varias expediciones armadas hacia el valle de Los Caracas con el fin de lograr su control. 155 Francisco Fajardo, mestizo de castellano y guayquerí, logró implantar una primera fundación en el valle de Caracas, la villa de San Francisco, alrededor de 1559, logrando repartir tierras entre algunos de los que parecen haber sido socios de la empresa. Los indígenas caribes caraqueños destruyeron dicha fundación en año 1560 (Montenegro, 1974: 58-70), obligando a Fajardo y su grupo a abandonar el valle de Caracas, refugiarse en el pueblo de Caraballeda y retornar luego navegando a Margarita (Sanoja y Vargas Arenas, 2002). Posteriormente, tocó el turno a los empresarios tocuyanos quienes, con el apoyo de la Corona, organizaron una expedición armada integrada por 120 castellanos y una poderosa formación de más de mil de auxiliares indígenas, posiblemente guerreros caquetíos, jiraharas o gayones al mando del Capitán Diego de Losada. Con este gran ejército de indígenas y castellanos, le fue posible a Losada asumir el control del valle de Caracas en 1567 y repartir tierras e indios (as) conquistados entre los socios de la expedición (Sanoja y Vargas Arenas, 2002: 59-69). La conquista del valle de Caracas propició la integración de ambos procesos de acumulación ya que, subsecuentemente a la fundación hecha por Losada, los empresarios margariteños reclamaron también los derechos adquiridos y las tierras que les habían sido asignadas durante la fugaz aventura de Francisco Fajardo. En 1589 (Arcila, 1983 I: 191), el Cabildo de la Provincia de Caracas, donde ya figuraban destacados representantes de los empresarios margariteños, decretó que las perlas tuviesen curso legal como moneda, particularmente en las transacciones comerciales importantes. Lo mismo sucedió con el “lienzo de la tierra” o tejido de algodón manufacturado por las indígenas larenses que tenía como principales centros de manufactura El Tocuyo y Quíbor y constituia para ese entonces una mercancía de uso común 156 entre la mayoría de la población de Venezuela. En razón de su importancia comercial, el lienzo de la tierra llegó también a ser tambièn considerado por el Cabildo de la Provincia de Caracas como el equivalente a una moneda. En 1583, una vara de tela fina de algodón o “tocuyo” era el equivalente de 69 o 70 maravedíes y, en 1600, de 102 reales, es decir, un incremento de precio de 31.3%, la cual era reservada como instrumento de cambio para las transacciones comerciales menores que se daban en la vida cotidiana (Arcila, 1983 II: 126). Como podemos apreciar, los capitales formados mediante la acumulación de perlas o la producción de telas de algodón se volcaron hacia el nuevo centro económico caraqueño, constituyendo la base del proceso de concentración del poder político y de la propiedad territorial agraria en el hinterland caraqueño. El eje conurbado Caracas-La Guaira pasó a convertirse en el lugar central de los centros poblados que ya existían en su periferia, a la vez que el espacio económico donde convergieron y confluyeron los procesos de acumulación de capitales que se dieron en Venezuela a partir del siglo XVI. El auge de la pesquería de perlas ejerció una influencia determinante en el proceso de acumulación de capital, aumentando el nivel de intercambios dentro del triángulo económico constituido por Margarita, Cumaná y Caracas. En esta última, el floreciente desarrollo de la actividad agropecuaria en el siglo XVI dio lugar a la formación de un grupo de comerciantes conocidos como “señores de las canoas de perlas” (Vila 1978: 116; Castillo Hidalgo 2002: 721), quienes seguramente organizaban para su provecho flotas conformadas por las grandes embarcaciones contando con la tradicional habilidad de navegantes de alta mar de la etnia indígena caribe. 157 El negocio de aquellos comerciantes era llevar mercancías a Cumaná y Margarita, particularmente productos agropecuarios como maíz, trigo, telas finas de algodón, carnes saladas, manufacturas artesanales, etc., las cuales eran trocadas por su equivalente en perlas, sal de Araya, pescado seco, etc. Las perlas, como ya hemos dicho, eran acumuladas como un medio de cambio, como dinero; las otras mercancías eran vendidas posteriormente en el mercado caraqueño. A su vez, Margarita y Cubagua que desde 1526 formaban parte de la red transatlántica de Sevilla que incluia también las Antillas Mayores (Otte, 1977: 292-299 ; Castillo Hidalgo 2000: 436-440)), eran como una especie de “warehouse”, de almacen donde se acumulaba la oferta de mercancías de origen europeo y antillano para satisfacer la demanda del mercado que era Cubagua, parte de la cual también era reexportada hacia Caracas, Cumaná y otros centros poblados importantes del territorio continental como Santo Tomé de Guayana utilizando las canoas indígenas. A juzgar por las evidencias arqueológicas, parte de aquellas mercancías parece haber estado constituida por ginebra, vino, aceite, platos de mayólica sevillana, holandesa, mexicana y de otras procedencias, cera, cuchillos, armas de pedernal, hilos, telas, casabe y maíz de Puerto Rico y Santo Domingo, etc. La evidencia documental nos indica entre 1592 y 1598 la importación de telas de algodón, lino de Ruan o de Escocia, tela de oro de Milán, tafetán, bayeta (tejido de lana), zapatos, sombreros y ropa manufacturada en general, vino, aceite, clavos de olor, tocino, azúcar, canela, higos, miel, quesos, harina, hachas, calabozos (machetes), clavos y herramientas en general, hierro en bruto, herrajes, botones, dedales, hilo, arreos de caballos, etc. Entre 1600 y 1607, la lista de mercancías importadas comienza a incluir también porcelanas, platos y escudillas (Loza de Talavera) y platos de peltre, revelando 158 una ampliación de la acumulación del capital comercial y del espectro consumista de la clase dominante colonial en el oriente de Venezuela (Castillo Hidalgo 2000: apéndices: 725-794). De esta manera se formó un importante triángulo comercial entre Caracas, Margarita y Cumaná que cobró gran importancia en el forjamiento posterior de alianzas políticas entre las oligarquías locales de la Provincia de Caracas y las de Barcelona y Nueva Andalucia. Una parte de dicho comercio se ejercía como contrabando para evitar el pago de los diezmos reales (Vila.1978: 116; Castillo Hidalgo, 2002: 718-719). La fundación del eje conurbado Caracas-La Guaira aceleró el proceso de acumulación originaria de capitales en la Provincia de Caracas y las provincias relacionadas con ella, lo cual puede evaluarse al analizar las ganancias de comercio al por mayor y al por menor. Podría ponerse como ejemplo de lo anterior, que el valor de las mercaderías introducidas entre 1581-90 alcanzó a 187 millones de maravedíes, lo cual dejó a los mercaderes locales una ganancia de 234.553 pesos de plata. Sumando las ganancias del comercio al por menor, la utilidad total del comercio de las mercaderías introducidas fue de 420.766 pesos de plata (Arcila Farías, 1983 II: 155-162). A partir de los siglos XVII y XVIII, el eje conurbado Caracas-La Guaira sería también el lugar central de la economía agroexportadora de la Provincia de Caracas, economía que se basaba en el sistema de plantaciones y hatos y la comercialización de las materias primas que estos producían: cacao, café, añil, cuero, huesos de ganado y “cecina” o carne salada y la melaza de caña; esta última utilizada para la producción interna de aguardientes, rones, papelón y azúcar (Molina, 2001; Arcila Farías, 2004:32-56). 159 CAPÍTULO 11 Formación de la propiedad territorial agraria Desde el momento en que comenzó la conquista y la colonización española de América surgieron diferentes formas de desarrollo histórico distintas a los anteriores contextos español, indígena y africano, condicionadas por los anteriores modos de vida de unos y otros. En lo que se refiere a España, durante el siglo XV, mientras la mayor parte de Europa estaba inmersa en el proceso mercantil de acumulación, en aquel país todavía persistían las relaciones sociales de tipo feudal basadas en la apropiación del excedente de trabajo de campesinos (as) libres que practicaban la agricultura extensiva, excedente que era la expresión del sobretrabajo sin valor mercantil, gracias a un régimen de propiedad donde el campesino era dueño de su fuerza de trabajo, pero no del principal medio de producción que era la tierra (Pirenne, 1963: 49-55). Con la conquista de América y de Venezuela en particular, los españoles que habían sido marginados en su lugar de origen de la propiedad del principal medio de producción de entonces, de la tierra, confiscaron a los dueños del territorio americano, nuestros pueblos originarios, la propiedad y el usufructo de las tierras agrícolas donde éstos habían creado un capital social agrario milenario. Sobre la aniquilación física, la esclavización y la miseria de nuestras poblaciones originarias, los españoles crearon su sistema de propiedad territorial agraria. La confiscación de la la enorme riqueza en oro y plata que existía en las minas de México, Perú, Bolivia y Colombia y, luego, a partir del siglo XVIII, la masiva exportación de melazas, azúcar, café, cacao, 160 tabaco, algodón, añil, cueros y numerosos otros rubros estimuló la acumulación de capitales y el comercio internacional con las metrópolis europeas (Arcila Farías, 2004: 11-19). La promulgación de las Leyes de Burgos en 1512 y de las ordenanzas de Zaragoza en 1518 constituye el primer intento para legitimar el despojo de las tierras que eran propiedad de las comunidades indígenas y la producción del espacio colonial. Mediante dichas leyes y ordenanzas se reglamentaron las relaciones sociales de producción entre los españoles y las poblaciones originarias americanas, sentando las bases para las nuevas instituciones que habrían de regir la vida colonial, lo cual llevaba consigo la destrucción de la organización social y territorial originaria de las comunidades indígenas y la institucionalización del proceso de transculturación, colocándolas dentro de un nuevo marco jurídico, cultural, económico, político, social y cultural, fuera del cual la supervivencia como poblaciones independientes era ya prácticamente imposible (Sanoja y Vargas Arenas, 1992: 244-245). El régimen de encomiendas marcó el inicio de la formación territorial agraria en Venezuela, proceso sobre el cual se fundamenta el surgimiento del modo de vida colonial mercantil. Las encomiendas, que aparecen en Venezuela el año de 1547 (Arcila Farías, 1962; Arcila Farías et alíi, 1968: 64-68), aluden al régimen o sistema fiduciario mediante el cual se le asignaba a los indios un tutor o encomendero al cual, por otra parte, se le repartía o confiaba la posesión y usufructo temporal de una porción de tierra cultivable que era propiedad del Rey de España. Los indios encomendados, sometidos al carácter de siervos o tributarios como estuvieron los campesinos españoles durante la Edad Media europea, estaban obligados a prestar su mano de obra y sus 161 servicios personales al encomendero, quien se convertía en el dueño de los beneficios económicos que produjese la explotación de la tierra. Los productos de la actividad agropecuaria desarrollada en las encomiendas eran luego distribuidos vía la incipiente economía de cambio y consumo que empezaba a dibujarse en el siglo XVI. Por esta razón, el éxito y la supervivencia de las encomiendas estuvo condicionados por su cercanía a los centros poblados indohispanos que comenzaban a proliferar en el territorio colonial, así como por la inserción de los y las indígenas dentro del nuevo cuadro de relaciones laborales, de los nuevos oficios necesarios para la explotación comercial de los cultivos y la actividad ganadera de la incipiente economía capitalista, hecho que determinó la ruptura de la estructura laboral tradicional indígena (Sanoja y Vargas Arenas, 1992: 247). Surgieron así nuevos oficios destinados a consolidar y organizar la nueva fuerza de trabajo necesaria para construir las nuevas relaciones sociales de producción sobre las cuales se sustentaría la economía monoproductora colonial, tales como: a) Gañanes, arrieros, pastores, yegüeros, porqueros, vaqueros, etc., especialistas en el manejo de carretas movidas a tracción de sangre, conducción de recuas de mulas o burros, manejo de rebaños de ganado vacuno, lanar, porcino o caballar, patrones y marineros de canos, piraguas y bergantines, etc,. b) Carteros, encargados de llevar a cabo la distribución de mensajes escritos o de voz. c) Indígenas de servicio doméstico. 162 d) Artesanos y artesanas para el hilado de lana, algodón y henequén para la producción de textiles (telas, cobijas, costales, macutos o zurrones, redes de pesca, cordeles, etc.). e) Cesteros y cesteras para la manufactura de cestas, esteras, abanicos, sombreros, etc. f) Alfareras para manufacturar la vajilla de uso doméstico: ollas, cuencos, tazas, tazones, platos, pimpinas, calderos, etc. g) Carpinteros para la fabricación del mobiliario, de enjalmas para burros y mulas, etc. h) Curtidores y curtidoras de cueros, zapateros, fabricantes de arreos para caballos, sillas de montar, cinturones, carteras, polainas, etc. i) Estancieros y estancieras expertos en los oficios agropecuarios. j) Cultivadores y cultivadoras de maíz Cariaco, de maíz Yucatán, de trigo, de algodón, de legumbres y frutales, expertos en el manejo de arados dentales, etc. k) Cultivadores (as) y procesadores (as) de cacao y tabaco, trilladores de trigo. l) Regadores y regadoras. m) Ahechadores y ahechadoras. Esta reestructuración de la fuerza de trabajo individualizada en diversos oficios en el proceso de producción agrícola tuvo como efecto el incremento de la desigualdad social y laboral, contrariamente al carácter solidario que caracterizaba la sociedad aborigen originaria, al establecer diferentes escalas salariales y jerarquías sociales para las diferentes ocupaciones, esto es, las 163 nuevas relaciones de producción capitalistas (Zamudio, 1988: 30-46; Sanoja y Vargas Arenas1992: 246-250). De esta manera, desde el siglo XVI se establecieron las bases del regimen de compra y venta de la fuerza de trabajo pagado en dinero o en especies, entre encomenderos y posteriormente hacendados o patrones y los peones indios, negros o mestizos libres, hombres y mujeres, que ingresaban al mercado laboral. Con el final del regimen de encomiendas, hecho que ocurrió a mediados del siglo XVII, la población encomendada se convirtió en trabajadores libres, pero vinculados a los antiguos amos a quienes siguieron prestando sus servicios a cambio de dinero o especies, atados al patrón por deudas que nunca llegaban a pagar. De esta manera, el viejo amo podía dedicarse a explotarlos sin estar sujeto a los legalismos que implicaba la encomienda. La manufactura de las artesanías indígenas, que continuó como proceso de trabajo vigente hasta bien entrado el siglo XX, llenaba distintas necesidades básicas para la reproducción de la vida cotidiana, tanto entre las poblaciones encomendadas, reducidas, como entre las de afroamericanos (as), esclavas o libres, mestizas o de origen europeo, rurales o urbanas. Este hecho se evidencia al analizar la lista de productos artesanales expuestos en la Exposición Nacional de Venezuela realizada en Caracas en 1883, con motivo del primer centenario del nacimiento del Libertador Simón Bolivar (Ernst, Vol.IV, 1983). La manufactura local de telas de algodón, tocuyo o zaraza, tuvo gran importancia para atender el cambio de indumentaria que tuvo que ser asumido por la población indígena frente al nuevo código de valores morales que condenaba la desnudez y hacia obligatorio el vestido de tradición europea. 164 El historiador dominicano Carlos Deive (1995:13-15) señala que la economía y los repartimientos de indios se establecieron como instituciones distintas a la esclavitud pero –considera el autor- en la práctica una y otra venían a ser lo mismo. Para Deive, lo que determinó el tipo de relaciones de producción en estas dos instituciones fue el tiempo de la servidumbre y ciertas restricciones en el disfrute del poder. Los dueños de esclavos indios –dice- procuraban mantenerlos como bienes valiosos, mientras que los encomenderos – conociendo la transitoriedad de la encomienda-- trataban como buenos capitalistas de obtener el máximo beneficio de la fuerza de trabajo indígena en el menor tiempo posible (1995: 394). Como acotaba certeramente Mariátegui, “…el encomendero disponía de los indios como si fueran árboles del bosque…” (1952: 64). La introducción del esclavismo El carácter etnocida de la conquista de Venezuela con la consiguente desaparición física de buena parte de las poblaciones indígenas originarias, hecho que se debió asimismo a las enfermedades infecto contagiosas que trajeron consigo los europeos y para las cuales los nativos no tenían defensa, determinaron en los españoles la necesidad de contar con una nueva fuerza de trabajo para completar el trabajo de colonización del territorio conquistado, marginalizando su población originaria, es decir, condenarla -dentro de la economía mundial- a servir a otros, a hacer lo que le ordene la división internacional del trabajo (Braudel, 1992 III: 413); es dentro de ese contexto de explotación, donde el capitalismo incorpora a la fuerza los esclavos (as) africanos. En el sistema colonial organizado entonces con criterio capitalista, prosperó el tráfico de esclavos (as) negros. Sin embargo, éstos se arraigaron rápidamente en la vida económica y en el desarrollo mercantil venezolano, 165 convirtiéndose en uno de los factores fundamentales para el afianzamiento del régimen colonial y consolidar el proceso urbano temprano de Venezuela. Los empresarios coloniales venezolanos no estaban muy interesados en introducir demasiados esclavos africanos en la colonia, debido al riesgo de los alzamientos y rebeliones que podrían terminar tanto con la producción de mercancía, como con la gobernabilidad de la fuerza de trabajo. Debido también, quizás, a la poca capacidad reproductiva del contigente esclavo, se dedicaron a promover su propio proceso de reposición de la fuerza de trabajo, es decir, su propia cría de esclavos (Sanoja 2006: 58-61). El abuso sexual sistemático al cual que fueron sometidas las esclavas negras e indias por parte de los señores de la oligarquía no estuvo solamente determinado por la conducta sexual lujuriosa de los amos o de los esclavos, sino porque la posibilidad de preñar cada año las esclavas (o de ser preñadas las amas por esclavos) permitía “producir” de esa manera un número determinado de hijos (as) mestizos (as) que seguían siendo esclavos (as), pero sometidos al amo (y la ama) por la relación parental que se creaba o por la institución cultural del “compadrazgo” o el “madrinazgo” (Maza Zavala, 1968: 70-71; Sanoja y Vargas Arenas, 2007a: 30), hecho que constituyó un factor de gran importancia para el crecimiento de la población mestiza venezolana a partir del siglo XVIII. La agricultura colonial La concentración de la propiedad territorial tiene sus antecedentes propiamente dichos en el siglo XVII, proceso que se fue acentuando progresivamente en los siglos XVIII y XIX, hasta alcanzar su climax en las tres primeras décadas del siglo XX (Arcila Farías, 1968: 45-46). La agricultura 166 colonial venezolana estaba integrada por tres formas socioeconómicas con sus respectivos procesos de trabajo: a) la plantación, cuya producción basada en el trabajo esclavo estaba destinada básicamente al mercado, tanto exterior como doméstico, b) la agricultura derivada, generalmente una prolongación de las plantaciones, practicada por indios y esclavos libres en las que se denominaban “haciendillas” o conucos, para la producción de cacao, algodón y tabaco destinada también al mercado y, c) la agricultura de subsistencia de productos para el autoconsumo tales como el maíz, la yuca, las leguminosas y los tubérculos (Maza Zavala, 1968: 75). El modo de vida colonial monoproductor Hacia los inicios o la parte media del siglo XVIII, consideramos que comienza una segunda fase del modo de producción de la formación clasista, el cual se expresa de manera correspondiente con el que hemos denominado modo de vida vida colonial monoproductor (agroexportador), que ya podríamos caracterizar propiamente como capitalista mercantil. En la región norte-andina de Venezuela, vinculada en general con el gobierno de la Provincia de Caracas que abarcaba buena parte de la región centro-occidental de Venezuela, dicha segunda fase se caracterizó por una acentuada concentración de la tierra y una tendencia hacia el desarrollo de una producción agrícola especializada en el sistema de plantación basado en el trabajo esclavo o servil. La minoría de familias mantuanas que eran tanto propietarias de la tierra como de toda Venezuela, eran familias que poseian títulos de nobleza, estaban unidas por lazos consanguíneos y controlaban las instituciones políticas de gobierno en todos los centros urbanos, como era el caso de los cabildos y los órganos directivos de la iglesia católica y particularmente el Cabildo y el Consulado Caracas (Brito Figueroa, 1968: 121-133). 167 La posibilidad de hacer exportaciones agrícolas sustanciales durante el siglo XVIII en la Provincia de Caracas, aunque fuertemente tasadas por la corona española, ayudó a reforzar el poder político y económico en manos de las burguesías locales de las diversas regiones del norte de Venezuela, para ese momento ya totalmente consolidadas en lo que en otros espacios hemos llamado el Estado Colonial Caraqueño (Sanoja y Vargas Arenas, 2002: 187204), ya prácticamente independiente del poder político de España. Ello no ocurrió de igual manera en la Provincia de Guayana, donde no se había consolidado para entonces una burguesía local, sino una poderosa burocracia corporativa religiosa dependiente del Rey de España y de la burguesía capitalista catalana, antagónica a la burocracia provincial caraqueña (Sanoja y Vargas Arenas, 2006: 332; 2007b: 168). La Provincia de Guayana, en el sureste de Venezuela, estaba sometida en buena parte al gobierno corporativo de las Misiones Capuchinas catalanas. Allí comenzó a gestarse desde 1700 un sub modo de vida caracterizado por un submodo de trabajo agroexportador-artesanal que refleja el nivel de desarrollo capitalista alcanzado por Cataluña en el siglo XVIII. Dicho modo de trabajo dentro de una suerte de capitalismo corporativo, se manifestó en la ejecución de diversos procesos de trabajo: los ligados a la explotación minera, con la fundición y la forja de lingotes e instrumentos de hierro, la explotación de las arenas auríferas y la fundición del oro; los vinculados con la explotación ganadera y agrícola; los destinados a la producción semi-industrial de materiales constructivos, de telas de algodón, zapatos, mobiliario y de muchos otros bienes y materias primas que eran exportados hacia Europa conjuntamente con materias primas como café, cacao, algodón, cueros, huesos, cecina, sebo de ganado, etc. (Sanoja Mario e Iraida Vargas- Arenas, 2005: 300-306) 168 La hegemonía política de Caracas tampoco era aceptada en las provincias de Coro y Maracaibo, cuyas burguesías pretendían, como opción política, “…reasumir su soberanía dentro de la estructura monárquica...” (Cardozo Galué, 2004: 40.; 2005: 3-8; Cardozo y Urdaneta-Quintero 2005: 127-146). En el noroeste de Venezuela y la región marabina, esta segunda fase, que se inicia en el siglo XVIII, estuvo fundamentada en la actividad comercial, la producción artesanal, la producción agropecuaria y la exportación de materias primás y productos artesanales terminados El modo de vida colonial monoproductor y el desarrollo capitalista europeo En el siglo XVIII, la demanda internacional estimuló en Venezuela la expansión de los cultivos de cacao, caña de azúcar, tabaco, algodón y añil, fomentando entre la clase de terratenientes y comerciantes mantuanos una creciente acumulación de capital mercantil. Correlativamente, el comercio y la reproducción local de esclavos (as) produjo la fuerza de trabajo necesaria para mantener la expasión de la economía de plantaciones aumentando el número de trabajadores (as) de origen africano en las diferentes regiones del país, hecho que contribuyó a configurar la composición étnica y cultural de toda la sociedad venezolana. El desarrollo del modo de producción capitalista industrialista en la Europa occidental del siglo XVI se había visto limitado por la escasez de metales preciosos como el oro y la plata que constituían la base de la economía monetaria, recursos necesarios para movilizar el comercio internacional. Aunque era posible acumular propiedades, ganado y esclavos (as), el capital financiero expresado en estos elementos estáticos se veía severamente limitado para ser transportado de una región a otra. La conquista de América y 169 de sus enormes minas de oro y plata le permitió a España, a Europa en general e inclusive a China y la India (Braudel, 1992-II: 172-176) acumular grandes capitales dinerarios que movían la producción, la oferta y la demanda de bienes de consumo entre las naciones. La política mercantilista de Inglaterra y en general de todas las naciones europeas, apuntaba hacia la conservación de los metales preciosos y hacia la promoción de la oferta de materias primas naturales y bienes manufacturados para alcanzar un balance entre las exportaciones y las importaciones (Braudel, 1992 II: 204-205). La sociedad española, y particularmente la de Castilla y Aragón que conservaba para el siglo XVI muchos de sus elementos feudales orginarios, poseía un desarrollo de sus fuerzas productivas menor que la de sus vecinas Inglaterra, Francia, Holanda y Alemania. Por esta razón, la gran riqueza en metales preciosos que lograron arrancar los conquistadores a los pueblos latinoamericanos subyugados, fue utilizada por la aristocracia y la burguesía estatal para su beneficio personal, logrando amasar grandes fortunas, en lugar de invertirlas en el desarrollo de la industria local. En consecuencia, la riqueza extraida de América Latina tuvo que ser invertida en la adquisición de bienes en otros países europeos, contribuyendo a promover el desarrollo capitalista de Inglaterra y Holanda, así como la producción industrial de textiles, papel, vidrio, acero, químicos, armas y similares que condujeron hacia la Primera Revolución Industrial. La demanda de bienes e insumos del mercado venezolano había sido cubierta durante los siglos XVI y XVII tanto por los pocos bienes importados desde España como por los manufacturados localmente (Castillo Hidalgo 2000: 409416). A comienzos del siglo XVIII, con el advenimiento de la sociedad industrial, 170 el crecimiento de la capacidad productiva de países como Inglaterra y Holanda permitió suplir dicho mercado con bienes manufacturados a la vez que se requería de aquellas materias primas como el cacao, el café, melazas y azúcar, cueros, sebo, cecinas, huesos de vacuno para la manufactura de botones, etc., que podían negociarse con buenas ganancias en las bolsas europeas de comercio. Como consecuencia, los sistemas económicos de la cuenca del Caribe y en particular de Venezuela, transformaron de ser se formas de producción semiautárquicas y feudales basadas en las encomiendas y pueblos de misión, a sistemas de producción y comercio orientados a suplir el mercado mundial con materías primas y productos agrícolas para satisfacer las demandas de la vida cotidiana. Como contraparte, el Caribe y particularmente Venezuela se vieron inundados en ese momento por manufacturas europeas, particularmente de origen holandés e inglés. Las plantas alimenticias americanas transplantadas y adaptadas a los suelos y el clima europeo, particularmente la papa (Solanums tuberosa) y el maíz (Zea mayz) ayudaron, desde el siglo XVIII, a resolver las hambrunas cíclicas que golpeaban cruelmente a las poblaciones europeas y propiciaron el crecimiento de las poblaciones urbanas separadas de la producción directa del campo. Plantas como el tabaco (Nicotiana tabaco), el cacao (Teobroma cacao), el café (Cafea original?) y las melazas que se procesaban para producir azúcar y ron promovieron los placeres en la vida cotidiana y crearon nuevas formas de nutrición y de relación social (Sanoja, 1997: 199-202). El desarrollo de las burguesías capitalistas europeas contribuyó a la consolidación de los Estados nacionales en aquella región y a la extensión del control colonial sobre grandes áreas del planeta. Para la clase criolla dominante en Venezuela, las nuevas ideas políticas desarrolladas en Francia, 171 Estados Unidos e Inglaterra y el surgimiento de los primeros regímenes democráticos republicanos, mostraron la necesidad que tenían las burguesías económicas y el poder político de las Provincia de Caracas, Nueva Andalucia, Trujillo, Mérida y Margarita de independizarse de España. Sin embargo, una vez lograda la independencia política de España, el estatus socioeconómico de las nuevas repúblicas permaneció sin cambios sustanciales hasta finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX, momento en el cual se da la explotación masiva de de las materias primas de América Latina como resultado de la expasión colonialista particularmente de Inglaterra, Francia, Alemania y los Estados Unidos (Patterson, 1999: 56-84;, Losada Aldana, 1967: 132 y siguientes). Es entonces cuando el desarraigo de la población indígena y la desprotección total hacia la población mestiza de origen africano o negrovenezolana en el siglo XIX, forzaron a dichas poblaciones a engrosar el contingente de campesinos (as) sin tierra. Una vez consumada la emancipación política de España, cuando los Estados nacionales de América Latina comenzaron a estabilizarse al finalizar la gesta de independencia, fueron integrados, bajo un estatus de dependencia neocolonial, dentro de las esferas económicas controladas por los países capitalistas desarrollados de la época, dependencia neocolonial que determinó las pautas del propio desarrollo económico futuro de América Latina. Los problemas de Nuestra América no son debidos a atavismos tribales o feudales, sino a su incorporación como países capitalistas periféricos dependendientes dentro de la estructura del sistema capitalista mundial. En Venezuela, como en muchos otros países, en el siglo XX la industria minera controlada por las grandes trasnacionales de las fuerzas imperiales reemplazó la forma socioeconómica agropecuaria latifundista. Es en ese 172 momento cuando las relaciones sociales de producción se hicieron plenamente capitalistas. 173 CAPÍTULO 12 Submodos de los modos de vida coloniales venezolanos En capítulos anteriores hemos discutido que el concepto de modo de producción lo consideramos como aquel que permite explicar los procesos que ocurren en la esfera de reproducción económica de la vida material de una formación económico-social. En este sentido, podemos decir que el modo de producción de la formación social clasista venezolana se manifestó en varias líneas particulares de desarrollo histórico, en este caso coetáneas, que hemos designado como modos particulares de existencia o de vida y, en consecuencia, en varias formas también particulares de las actividades productivas caracterizadas todas ellas por una variedad de manifestaciones singulares o culturales. Así nos ha sido posible abordar las diferencias socioétnicas y socioeconómicas entre los grupos sociales productores, las diversas magnitudes o escalas de la misma cualidad, es decir, de las relaciones sociales de producción, las variaciones cuantitativas y cualitativas en el grado de desarrollo de las fuerzas productivas, lo que Engels en su momento consideró las extensiones de las fuerzas productivas (Engels1979:164-177), y en las formas como sucedió el proceso de acumulación de capital. A toda esa diversidad la hemos tratado de aprehender con el concepto de submodo de vida que nos ha permitido entender las formas específicas como ellas se integraron en la totalidad de la sociedad colonial. La misma tendría 174 posteriormente honda repercusión en el sangriento conflicto social que acompañó nuestro proceso de emancipación en el siglo XIX. En efecto, cada uno de esos submodos de vida que hemos conceptualizado nos han permitido estudiar las particularidades que adoptó el modo de vida colonial monoproductor (agroexportador), facies que nos ayudan a comprender mejor la totalidad del modo de producción de la formación clasista venezolana en su fase colonial. De la misma manera, con base a las propuestas de Vargas Arenas (1998 ), hemos podido calibrar la importancia del modo de vida como herramienta conceptual puesto que la autora ha podido caracterizar y comprender con mayor claridad la transformación de la FES Clasista Colonial hacia la FES Clasista Nacional, especialmente las asimetrías existentes entre los diversos procesos sociohistóricos regionales que confluyeron en el siglo XX para consolidar el Estado nacional venezolano decretado en 1810. a) El sub-modo de vida 1 Está tipificado por la forma socioeconómica denominada plantación, la cual se vinculó a la agricultura comercial monoproductiva bajo un modelo de gestión privada y unas relaciones sociales de producción de carácter servil y esclavista. Se desarrolló cuando la Corona española decidió en el siglo XVIII eliminar el régimen de encomiendas y entregar la tierra en propiedad a los criollos y europeos que integraban la oligarquía colonial. La producción en las plantaciones funcionaba con mano de obra esclava de origen africano, quedando los indígenas, mayormente, como servidumbre doméstica. Las plantaciones se establecieron principalmente en los feraces valles de la costa centro-norte, los valles de la región andina o subandina y los valles orientales de la cordillerea de la costa. La mayor parte de la producción era de cacao y estaba destinada a la exportación hacia España y Veracruz, aunque 175 también proveía al consumo interno de las poblaciones de otras provincias. Como contraparte, existió un importante comercio de importación de bienes terminados de procedencia mexicana, europea e incluso asiática para satisfacer los gustos de la burguesía agraria propietaria de la tierra y los esclavos (as) .La producción de cacao facilitó el enriquecimiento de un grupo de productores y comerciantes que progresivamente se liberaron del control comercial que ejercía la Corona española a través de la Compañía Guipuzcoana. b) El Sub- modo de vida 2 Representó una forma socioproductiva específica, altamente especializada, los hatos ganaderos que constituyeron verdaderos latifundios en la cría y el pastoreo de ganado, con una localización geográfica muy definida: los Llanos. En dichos espacios, la ganadería se transformó en el elemento fundamental de la producción. Las relaciones sociales de producción eran de tipo servil, entre la clase conformada por la burguesía agraria local, que detentaba el monopolio de los medios de producción, es decir, de la tierra y los rebaños de ganado, de manera prácticamente independiente de la autoridad española, y la clase de trabajadores (as) del campo, indígenas reducidos (as) y esclavos (as) de origen africano, que constituía la fuerza de trabajo; esta última recibía generalmente un salario en especies, pero debido a las forma de enfeudamiento que caracterizaban dichas relaciones de producción, los trabajadores eran prácticamente poseídos por la clase de propietarios (Brito Figueroa, 1979). Este tipo de relación ha sido calificado por Braudel como “segundo servaje”, forma característica de la sociedades coloniales, capitalistas marginales (1992 II: 267) y por Brito Figueroa como “campesinado enfeudado”. Otras relaciones de producción eran de tipo esclavista, entre los propietarios de la tierra, el medio de producción, y los esclavos (as) de origen africano. El sub 176 modo de trabajo implicaba la realización de procesos de trabajo de cria y explotación de ganado vacuno y caballar, de transformación de los cueros de res y de cultivo y procesamiento del tabaco. La distribución de las materias primas y los bienes terminados adoptó la forma del transporte de productos y manufacturas utilizando carretas o recuas de mulas o burros. En una primera fase del modo de trabajo de este sub-modo de vida, se utilizó como fuerza de trabajo fundamentalmente a los indígenas reducidos en pueblos de misión. Posteriormente, a pesar de la introducción de la mano de obra esclava de origen africano, ésta no arraigó totalmente debido a que la forma como se practicaba la ganadería requería de poca fuerza de trabajo, generalmente desplegada y dispersa en las sabanas, por lo cual los esclavos (as) escapaban del control del hacendado (Brito Figueroa, 1979). Los cueros de ganado estaban entre los bienes de exportación más importantes del siglo XVII, al igual que el tabaco que mantuvo su importancia durante el siglo XVIII. En el siglo XVII, para evitar el contrabando de tabaco entre los productores criollos y los comerciantes holandeses, ingleses y franceses, la corona española impidió su cultivo por un período de 10 años asumiendo posteriormente el monopolio de su distribución y venta. Al igual que lo sucedido con el cacao, esto originó un largo conflicto con los productores locales que deseaban liberarse de los controles comerciales impuestos por la administración colonial. c) El sub-modo de vida 3 Representó otra forma socioeconómica dentro de un modo de existencia, cuyo modo de trabajo combinaba los procesos de trabajo agrícola con el ganadero o el pesquero practicados de manera artesanal, inicialmente en los pueblos de misión y luego como apoyo para las haciendas. Durante la fase inicial de la 177 colonia, una variante de este sub-modo de vida estuvo conformada por los resguardos indígenas, los cuales constituyeron formas periféricas de producción con relaciones de producción serviles o comunitarias. El sub-modo de vida 3 ejemplifica la forma genérica como se expresó el sincretismo que supuso el modo de vida colonial indohispano (Mariátegui, 1952: 20); se manifestó en los valles subandinos del noroeste de Venezuela y la cuenca del lago de Maracaibo, en los valles intermontanos del noreste y en la zona altoandina, en muchos de los cuales las tierras habían sido cultivadas por las comunidades indígenas con un modo de vida tribal, igualitario o cacical, desde hacia 1500 años ANE. Ello permitió la incorporación de la fuerza de trabajo de las etnias indígenas cacicales que ya habían desarrollado de manera autogestada antes del siglo XVI relaciones sociales de tipo estatal y en cuyos territorios ya existía una considerable inversión de trabajo social para la creación de paisajes agrarios. Las terrazas, montículos y camellones para el cultivo y los sistemas de riego construidos por los indígenas, la ”materia prima” de la cual nos hablan Marx y Engels (1982: 19, 39, 47), continuaron en uso durante todas la fases de los sub-modos de vidacoloniales, e, incluso en algunos casos, hasta bien entrado el siglo XX (Sanoja, 1997; Sanoja y Vargas Arenas, 1999a; Molina y Monsalve, 1986; Vargas Arenas, 1986b; Vargas Arenas, Toledo, Molina y Moncourt, 1993. Por otra parte, la experiencia acumulada por los indígenas que poblaban los valles subandinos en el cultivo y la transformación del henequén y el algodón en cobijas, bolsos, talegas, telas para el vestido, fajas, etc., fue reorganizada para la producción artesanal de textiles a través de los obrajes que existieron en las encomiendas. 178 Los europeos introdujeron nuevos instrumentos de producción como los telares horizontales a pedal que ya utilizaban en Europa desde la antigüedad clásica, los cuales elevaron el rendimiento de la producción de textiles a un nivel artesanal, incluyendo la elaboración de cobijas manufacturadas en lana obtenida localmente del esquilmado de los rebaños de ovejas. En regiones como El Tocuyo, los tejidos finos de algodón alcanzaron un alto nivel de excelencia, siendo canalizada la producción excedentaria de lienzos hacia mercados de otras colonias (Sanoja, 1979b: 16; 1993: 46-47) Los procesos de trabajo agrícola en las zonas andinas y subandina estuvieron orientados hacia la producción de insumos industrializables como melazas, papelón, azúcar, cacao, trigo, algodón y tabaco, así como productos de mesa tales como maíz, papas, frijoles, legumbres y verduras diversas. El trigo constituía el principal producto alimenticio del área andina y la subandina, comercializable para obtener bienes importados, a la par que el cacao y el tabaco. El cultivo y distribución de este último llegó a constituir un monopolio o estanco del Estado Español, y era exportado vía el puerto de Maracaibo hacia España u otras colonias. El algodón, el henequén y la lana de ovejas eran utilizados para la manufactura local de textiles (Sanoja, 1979b). En las regiónes subandina y andina, las relaciones sociales de producción estaban basadas en un régimen de propiedad de la tierra que incluia la encomienda por parte de los europeos y un tipo de propiedad comunitaria de los indígenas garantizada por los reguardos. La fuerza de trabajo indígena se organizaba para el trabajo asalariado temporal en el sistema denominado, particularmente en Mérida, como “concierto”, o el tributo prestado en trabajo a las encomiendas de servicio ( Roseberry, 1977: 65; Zamudio, 1988:44). 179 En el noreste de Venezuela, por lo menos hasta el siglo XVII, la mayoría de los grupos indígenas –particularmente los de filiación caribe- se resistió a someterse al régimen de encomiendas, conservando su libertad y sus costumbres: “…en Cumaná no hubo grandes encomiendas de indígenas auténticamente conquistados que puediese proporcionar una tributación económica relevante. Se entiende así que en dicha gobernación no hubiese, a principios del segundo siglo de presencia española en América, una oligarquía de marcadas prestensiones nobiliarias…” (Castillo Hidalgo, 2002: 722-723). Los españoles utilizaban eventualmente la mano de obra indígena, pagándoles su trabajo en especies. Ello resultaba beneficioso para los encomenderos quienes “…no tenían tampoco la obligación –como los encomenderos que tenían títulos legales- de mantener iglesia con cura doctrinero y tampoco curar los indios enfermos” (Da Pratto-Perelli, 1990, Vol.1: 398). d) El sub-modo de vida 4 Estuvo tipificado por el sistema misional de los Capuchinos de Guayana. Las ramas principales de la producción eran la agricultura, la ganadería, la minería y la metalurgia, la producción semi-industrial de textiles, zapatos, talabartería, la alfarería, la carpintería y el comercio ultramarino de materias primas y bienes manufacturados. Este submodo de está caracterizado por la red territorial de manufacturas creada por el sistema de misiones capuchinas catalanas de Guayana, establecida en dicha región desde 1720. La fuerza de trabajo que movía la actividad agropecuaria y artesanal estaba casi en su 180 totalidad conformada por indios guayanos, de filiación caribe, y por una minoría de guaraos y “waikas” como se llamaba originalmente a los grupos yanomami y algunos criollos que constituian como una especie de fuerza militar o de protección de los establecimientos militares. El producto del trabajo indígena era apropiado por la institución misiónal, la cual actuaba como un ente corporativo (Sanoja y Vargas Arenas, 2005; 1999, 2007b) y retribuía dicho trabajo pagándolo en especies. Los indígenas podían contratar su trabajo a los criollos de Santo Tomé por un salario, pero no podían introducir monedas dentro del territorio misional. Cada uno de los 18 pueblos misionales, gerenciados por un misionero que conocía todas las tecnologías utilizadas en los diversos procesos trabajo del modo de trabajo misional, constituía una unidad de producción vinculada con la Misión de la Purísima Concepción del Caroní, vecina a la actual ciudad de Puerto Ordaz, la cual actuaba como el centro político-administrativo que gobernaba todo el sistema. Las 18 misiones estaban a su vez conurbadas con la antigua capital de la provincia, Santo Tomé, la cual --una vez mudada la capital hacia Angostura, actual Ciudad Bolivar-- pasó a ser llamada también Guayana La Vieja. En lo referente a la división del trabajo, el sistema corporativo misional estaba organizado de manera jerárquica. La Misión de la Purísima servía como lugar central de un conjunto de pueblos dedicados a diversas actividades: la ganadería, la agricultura, la minería, incluyendo la fundición y la forja del hierro para producir lingotes o bergajones, manufactura de herramientas agrícolas, machetes, puntas de lanza, arados dentales, llantas para carretas, clavos, bisagras, hornos y talleres para extraer, fundir y troquelar el oro aluvial extraido de las arenas del rio Caroní, 181 talleres y hornos para la producción industrial de ladrillos y formaletas refractarias utilizando las arcillas caoliníticas del Caroní para remontar y construir nuevos hornos siderúrgicos o alfareros, etc. Los indígenas de otros pueblos o manufacturas, según Princeps, desarrollaban otras líneas de producción: tejidos de algodón, zapatos, agricultura, ganadería, curtiembre de pieles, preparación de huesos y cuernos de ganado, cecinas, etc. La mayor parte de la producción del sistema misional se destinaba a la exportación, para lo cual existían grandes almacenes o warehouses como el de Santo Tomé donde se almacenaba la mercancía proveniente de los distintos pueblos y se utilizaba un sofisticado sistema de calzadas empedradas que los intercomunicaban (Sanoja y Vargas Arenas, 2006: 223-233; 298-299). La exportación de las mercancías hacia Europa, principal sitio de destino de la producción, se hacía a través de la Compañía de Barcelona, ente comercial dependiente del Reino de Cataluña. El sistema misional poseía una flota de falúas y bergantines para el cabotaje fluvial que llevaba las mercancías hasta Cumaná, de donde eran enviadas al puerto de La Habana para embarcarlas a su destino final. e) El submodo de vida 5 El submodo de vida 5 alude a formas socioeconómicas específicas que se daban en las areas marginales al proceso de construcción del Estado nacional que estaba culminando en los siglos XVIII y XIX, las cuales estaban y siguen mayormente habitadas hoy día por grupos indígenas tribales, cuyas economías constituyen modalidades secundarias que se insertan de alguna manera en el proceso productivo general de manera directa, vía la produción artesanal de diversos rubros o mediante la incorporación forzada a la sociedad criolla como servicios domésticos 182 o a través de la prostitución, la mendicidad o la buhonería. En el primer caso, las comunidades indígenas sirven como un reservorio de mano de obra para las exploraciones mineras o como productores de bienes de mesa para la alimentación de las comunidades mineras (Sanoja y Vargas Arenas, 1992b: 269 y siguientes). Vistos todos los submodos en perpectiva general, podemos considerar que el capitalismo periférico representado en el caso venezolano por el modo de producción de FES clasista colonial, es la mejor representación de la Ley del desarrollo desigual y combinado del sistema capitalista dentro del proceso nacional que llevó hacia la emancipación de España en el siglo XIX y a la posterior sujeción a modos de vida neocoloniales. El desarrollo de la dinámica interna del modo de vida colonial monoproductor (agroexportador) y sus respectivos manifestaciones en diversos sub-modos, como haremos los capítulos siguientes, es esencial para entender las razones del antagonismo entre la Provincia de Caracas y sus aliados en las provincias de Maracaibo, expresadas en el sub modo 3 y la de Guayana, en el sub modo 4, que se hizo manifiesto en 1810 en ocasión de la Declaración de Independencia, analizando con cierto detalle las circunstancias particulares que rodearon el origen de las mismas, específicamente las culturales y sociales, las económicas, así como su significación geoestratégica dentro del complejo de provincias que formaban la Capitanía General de Venezuela y sus relaciones con otras entidades políticas como el Virreinato de la Nueva Granada, las Guayanas francesa, inglesa y holandesa y las islas de Curazao y Aruba. 183 CAPÍTULO 13 Sub-modo de vida 1: Caracas, lugar central del mercado regional La guerra por la independencia de Venezuela que se inició en 1810 estuvo signada por el antagonismo entre el gobierno de la Provincia de Caracas, los de las Provincias de Coro y Maracaibo y el de la Provincia de Guayana. Para entender y explicar dicho antagonismo, es necesario analizar su causalidad histórica. El concepto de mercado nacional denota la creación de un estado de coherencia económica dentro de una determinada unidad política que podría corresponder a un “Estado Territorial” o “Nación Estado” (Braudel, 1992 II: 138 y siguientes). El término designa también un cierto nivel de coherencia y de madurez política que se alcanza dentro del Estado Territorial que generalmente precede a la madurez económica. Cuando ello ocurre, el Estado Territorial adquiere la facultad de actuar de forma independiente frente al resto del mundo. Cuando la madurez política y la madurez económica se conjugan y surge el mercado nacional, ocurre correlativamente un aumento en la producción tanto agrícola como no agrícola, y un incremento en los procesos de producción, circulación, distribución, cambio y consumo (Sanoja y Vargas Arenas, 2002: 200). 184 El paso de un mercado regional a un mercado nacional no es un proceso económico espontáneo; es, por el contrario, indicación de un nivel de coherencia determinado por las ambiciones políticas y por las tensiones capitalistas creadas por el comercio, particularmente el comercio interior y el comercio a larga distancia. Por lo general, la expansión del comercio exterior precede a la unificación del mercado nacional y podría estar en relación con la progresiva división internacional del trabajo impuesta por la economía mundial (Braudel, 1992.II: 138 y siguientes). Cuando se considera el surgimiento del Estado Nación en relación con la producción del espacio social, dicho proceso parece atravesar por dos diferentes momentos o condiciones. Primeramente, un Estado Nación presupone la existencia de un mercado gradualmente construido sobre un determinado período de duración variable. Tal mercado está conformado por un conjunto de relaciones comerciales y redes de comercio y comunicación, a las cuales se subordinan otros mercados regionales o locales creando una jerarquía de diferentes niveles. El desarrollo de los mercados nacionales supone igualmente la existencia de un espacio central (comercial, político-administrativo, religioso, cultural, etc.) que determina la jerarquía de los centros o mercados periféricos y la relación con el mercado mundial, espacio central que constituye la Capital Nacional. La existencia de un Estado-Nación implica igualmente la capacidad legal de usar la fuerza militar, emplear el poder político para controlar y explotar los recursos del mercado y que se haya dado un crecimiento de las fuerzas productivas (Lefebvre, 1991: 112), como fue el caso de la Provincia de Caracas y del binomio urbano Caracas-La Guaira en 1810, año de la Declaración de Independencia, vis a vis de las otras provincias de la Capitanía 185 General de Venezuela como Coro, Maracaibo y Guayana que- por las razones que explicaremos luego- no se plegaron a la hegemonía caraqueña. La maduración del Estado colonial caraqueño se expresó igualmente en la creación del Consulado de Caracas en 1793, especie de corporación mercantil que tenía como objetivo crear y promover la riqueza, particularmente a través del fomento de la agricultura, el adelanto industrial y la expansión del comercio, como mandaba la doctrina liberal de entonces, reconociendo a Caracas como capital de la Capitanía General de Venezuela. La política económica del Consulado legitimó la preeminencia de la oligarquía terrateniente agroexportadora sobre los comerciantes y mercaderes, proporcionando a dicha oligarquía un instrumento de gobierno propio cuyos integrantes eran electos por la misma oligarquía criolla en un acto público (Arcila Farías, 1973, II: 104-108, 115; Soriano, 1988: 42-43), circunstancia que permitió “…cohesionar bajo una autoridad caraqueña todas las provincias que, en lo militar y en lo económico y solo desde una fecha muy reciente estaban sujetas al Capitán General e Intendente de Caracas, autoridades metropolitanas. Es, pues, el primer bosquejo de gobierno nacional” (Arcila Farías, 1973-II: 115) y el fundamento legal de la Declaración de Independencia que proclamaron en Caracas los mantuanos que representaban de las diversas provincias coaligadas el 5 de Julio de 1810. Para muchos historiadores tradicionales, hablar de la existencia de un “Estado Territorial” o de una “Nación Estado” en la provincia de Caracas o en la Capitanía General de Venezuela hacia finales del siglo XVII, podría parecer un exabrupto. Esta posición se origina, a nuestro juicio, a partir de una visión de la historia donde no existen procesos dialécticos, transformación de la cantidad en calidad, sino saltos cualitativos o cuantitativos, 186 suerte de mutaciones históricas. El reconocimiento de procesos dialéctico, de la transformación de cantidad en calidad es lo que nos permite distinguir una cosa de la otra, poner de relieve las fronteras críticas que existen en la realidad material, el punto exacto en el cual los pequeños cambios de grado dan lugar a cambios de estado, lo cual es uno de los problemas findamentales que debe esclarecer la ciencia (Woods y Grant, 1995: 59). Si bien Venezuela era formalmente una colonia del Imperio Español, desde la óptica del proceso sociohistórico particular a partir del siglo XVII y ya quizás del siglo XVI mismo, sus contenidos, la consolidación de la nueva sociedad mestiza, particularmente de la criolla caraqueña, le estaban dando su propia interpretación a las instituciones políticas que había impuesto el estatus colonial, expresada en la producción social de un espacio urbano que representase la centralidad de la vida política y económica de todo el territorio de la Capitanía General de Venezuela. No debemos olvidar, sin embargo, que la base social de la mayoria de la población venezolana estaba formada por grupos humanos descendientes de las etnias originarias arawakas, caribes y chibchas y por los negros y mestizos descendientes de africanos producto del Holocausto mercantil capitalista que desarraigó a millones de africanos de sus tierras ancestrales para venderlos como esclavos y esclavas, como mercancía humana en los mercados negreros americanos. La sociedad provincial que conformaba el modo de vida colonial mercantil estaba compuesta por una población mayoritariamente pobre y un bloque dominante minoritario de comerciantes-latifundistas que se apropiaba de la mayor parte de la riqueza, más interesado –tal como sucede en la actualidaden la ganancia fácil y rutinaria, que en el trabajo creativo y reproductivo. 187 Dicho bloque dominante representaba, hacia finales del siglo XVIII, el 0,5% del total de la población, es decir unas cuatro mil personas. Mientras que una persona mantuana llegaba a tener un consumo per capita anual de 102 pesos y ¾ de un real, en los otros sectores que representaban el 99.5% de la población el de un pardo era de 57 pesos y 5 reales, el de un trabajador libre 39 pesos y 5 reales, el de los peones y esclavos 8 pesos y 1/8 de real y el de la gente que vivía en condiciones de pobreza (indios (as), negros (as), blancos (as) de orilla, etc) de 6 reales al año (Sanoja y Vargas Arenas, 2002: 188-189; Soriano de Garcia Pelayo, 1988: 42; McKinley, 1987: 41. Aquel hecho es lo que explica el por que, si bien el 0.5% de la oligarquía mantuana tenían en su agenda política independizarse del Imperio Español, la mayoría, el 99,5 de la población tenía en su agenda política, por el contrario, liberarse de la opresión de los mantuanos. Ésta es la causa fundamental del proceso de rebelión social que se se inicia desde el mismo siglo XVI, se prolonga a lo largo del siglo XIX y estalla finalmente hacia finales del siglo XX con el Caracazo, la elección del Presidente Hugo Chávez en 1998 y el inicio de la Revolución Bolivariana (Vargas Arenas, 2007: 122129). Como se desprende de lo anteriormente expuesto, para lograr la consolidación de los modos de vida de FES Clasista Colonial venezolana fue necesario que la producción y el intercambio de bienes entre los diversos enclaves coloniales pudiesen ser relacionados entre sí mediante el establecimiento de circuitos y zonas comerciales coherentes, algo parecido a zonas comerciales regionales que pudiesen ser organizadas en torno a una ciudad que, al mismo tiempo, fuese un puerto marítimo seguro para las operaciones comerciales internacionales y particularmente con la metrópolis colonial. 188 Para mediados del siglo XVI, los diversos centros poblados que conformaban el hinterland del territorio colonial venezolano semejaban una periferia sin centro (Sanoja y Vargas Arenas, 2002: 70). El valle de Caracas y su litoral caribe, que representaban el centro de aquella periferia, estaban todavía bajo el control de las etnias caribes, al igual que buena parte de los valles de Aragua, la región de Barlovento, la mayor parte de la cuenca del Orinoco y la cuenca del lago de Maracaibo. Por esa razón, los empresarios margariteños y cubaguenses financiaron varias expediciones armadas hacia el valle de Los Caracas con el fin de lograr su control y establecer un enclave urbano que sirviese como punto de partida a la conquista y colonización de esta estratégica región central de la provincia venezolana. Para lograr ese fin, Francisco Fajardo, mestizo de castellano y guayquerí, utilizando los nexos étnicos existentes entre su madre guayquerí y los caribes que controlaban Caracas y los otros valles de la cuenca del lago de Valencia, organizó una expedición naval que logró implantar una primera fundación en el valle de Caracas, la villa de San Francisco, alrededor de 1559, logrando repartir tierras entre algunos de los castellanos que parecen haber sido socios de la empresa. Los indígenas caribes caraqueños, decepcionados quizás por la mala fé de su supuesto hermano étnico, destruyeron dicha fundación el año 1560 (Montenegro, 1974: 58-70), obligando a Fajardo y su grupo a abandonar el valle de Caracas, refugiarse en el pueblo de Caraballeda y retornar navegando a Margarita (Sanoja y Vargas Arenas, 2002: 50; Castillo Hidalgo, 2002: 63-65). Posteriormente al fracaso de Fajardo, le tocó el turno de intentar la conquista del valle de Caracas a los empresarios tocuyanos quienes, con el apoyo de la Corona, organizaron una expedición armada integrada por 120 castellanos y 189 una poderosa formación de más de mil de auxiliares indígenas, posiblemente guerreros caquetíos, jiraharas o gayones enemigos de los caribe, al mando del Capitán Diego de Losada. Con este ejército de indígenas y castellanos, le fue posible a Losada asumir el control del valle de Caracas en 1567 y repartir tierras e indios conquistados entre los socios de la expedición (Sanoja y Vargas Arenas, 2002: 59-69). Indicador de la importancia económica que tuvo la empresa de conquista y colonización del valle de los caracas, es el hecho que antes de la fundación definitiva del castro o villa campamento de Losada, los enclaves urbanos que ya existían tales como Coro, Barquisimeto, El Tocuyo, Trujillo, Valencia y Borburata estaban dispuestas territorialmente como en una especie de arco en torno al valle de los caracas, el cual permanecia como un bastión de la etnia caribe. A este respecto, el contador Diego Luís de Vallejo en carta dirigida al rey de fecha 21 de Abril de 1568, los vecinos piden al monarca que establezca un centro político administrativo ubicado en una ciudad más central que la de Coro (Sanoja y Vargas Arenas, 2002: 70; Arcila Farías, 1983: 187). Subsecuentemente a la fundación hecha por Losada, los empresarios margariteños regresaron a reclamar los derechos adquiridos y las tierras que les habían sido asignadas durante la fugaz aventura de Fajardo. En 1589 (Arcila Farías, 1983: 191), el Cabildo de la Provincia de Caracas, donde ya figuraban destacados representantes de los empresarios margariteños decretó que, como el numerario era escaso, las perlas tuviesen curso legal como moneda, particularmente en las transacciones comerciales importantes, lo cual ponía el control del proceso de acumulación mercantil provincial en manos de los empresarios cubaguenses, quienes obtenían las perlas explotando hasta la muerte el trabajo y la vida de los esclavos indios y negros obligados a bucear 190 en las profundidades del mar en Cubagua. Inicialmente, 16 reales de perlas de Cubagua equivalían a un peso de oro, base de valor para todas operaciones comerciales, para la acumulación de capitales privados y para el pago de impuestos a la Real Hacienda (Arcila Farías, 1983: 75), inhumana plusvalía extraida de la muerte de centenares o miles de seres humanos esclavizados sobre la cual se asienta la riqueza y el poder de los futuros “Amos del Valle”. Como contraparte y posiblemente para favorecer el negocio y la inversión que habían hecho los empresarios tocuyanos, el “lienzo de la tierra”, mercancía de uso común entre la mayoría de la población de Venezuela cuyo principal centro de manufactura era para ese entonces El Tocuyo, fue decretada también por el cabildo como mercancía circulante o capital mercancía. En razón de aquellos acuerdos entre los empresarios que controlaban el Cabildo, en 1583, una vara de tela fina de algodón o “tocuyo” era el equivalente de 69 o 70 maravedíes y, en 1600, de 102 reales, es decir, un incremento de precio de 31.3%, la cual era reservada como instrumento de cambio para las transacciones comerciales menores que se daban en la vida cotidiana (Arcila Farías, 1983 II: 126). Al igual que la producción de la moneda-perla, la producción de la moneda-lienzo se originaba en la explotación del trabajo de hombres y mujeres esclavizados en las encomiendas, quienes sembraban y procesaban el algodón para convertirlo en lienzos finos en los obrajes indígenas de El Tocuyo y otras poblaciones vecinas (Sanoja, 1979b);. Como podemos apreciar, los capitales mercantiles formados mediante la acumulación de perlas o la producción de telas de algodón se volcaron hacia el nuevo centro económico caraqueño, constituyendo la base del proceso de concentración del poder político y de la propiedad territorial agraria en el hinterland caraqueño. El eje conurbado Caracas-La Guaira pasó a convertirse 191 en el lugar central de los centros poblados que ya existían en su periferia, a la vez que el espacio económico donde convergieron y confluyeron los procesos de acumulación de capital que se dieron en Venezuela a partir del siglo XVI. El auge de la pesquería de perlas ejerció una influencia determinante en el proceso de formación de riquezas, aumentando el nivel de intercambios dentro del triángulo económico constituido por Margarita, Cumaná y Caracas y su conexión con las Grandes Antillas, México y la fachada atlántica-mediterránea europea. En esta triángulo comercial, el floreciente desarrollo de la actividad agropecuaria en el siglo XVI dio lugar a la formación de una compañía de comerciantes conocidos como “señores de las canoas de perlas” (Vila, 1978: 116), quienes seguramente organizaban para su provecho flotas conformadas por las grandes embarcaciones contando con la tradicional habilidad de navegantes de alta mar de la etnia indígena caribe para organizar un circuito comercial de distribución de mercancías entre Caracas, Cumaná y MargaritaCubagua, centro este último donde se acopiaban también diversas mercaderías provenientes del comercio transatlántico con Sevilla y de México (Otte, 1997: 362 y siguientes). El negocio de aquella alianza o compañía de comerciantes y armadores tocuyanos, cubaguenses y caraqueños era llevar mercancía desde Caracas a Cumaná y Margarita, particularmente, productos agropecuarios como maíz, trigo, telas finas de algodón, carnes saladas, manufacturas artesanales, etc., las cuales eran trocadas por su equivalente en perlas, sal de Araya, pescado seco y mercancías europeas, entre otras. Las perlas, como ya hemos dicho, eran acumuladas como un medio de cambio, como dinero; las otras mercancías eran vendidas posteriormente en el mercado caraqueño. Margarita y Cubagua, que desde 1526 formaban parte de la red transatlántica de Sevilla 192 que incluia también las Antillas Mayores (Otte, 1977: 292-299; Castillo Hidalgo 2000: 431-434), eran quizás como una especie de “warehouse”, de almacen donde se acumulaba la oferta de mercancía de origen europeo y antillano para satisfacer la demanda del mercado que era Cubagua, parte de la cual también era reexportada hacia Caracas, Cumaná y posiblemente otros centros poblados importantes del territorio continental como Santo Tomé de Guayana, utilizando las canoas y bergantines tripulados, quizás, por marineros indígenas de origen caribe o guarao. A juzgar por las fuentes documentales y las evidencias arqueológicas excavadas por nosotros en Caracas y Santo Tomé de Guayana, parte de esas mercancías estaba constituida por ginebra, vino, aceite, platos de mayólica sevillana, holandesa, mexicana y de otras procedencias, cera, cuchillos, armas de pedernal, hilos de lana y algodón, telas, casabe y maíz de Puerto Rico y Santo Domingo, etc. De esta manera se formó un importante triángulo comercial entre Caracas, Margarita y Cumaná con derivaciones hacia las Grandes Antillas, que cobró gran importancia en el forjamiento posterior de alianzas políticas entre las oligarquías locales de la Provincia de Caracas y las de Barcelona y Nueva Andalucia. Una parte de dicho comercio se ejercía como contrabando para evitar el pago de los diezmos reales (Vila, MA.1978: 116; Castillo Hidalgo, 2002: 718-719). La fundación del eje conurbado Caracas-La Guaira aceleró el proceso de acumulación originaria de capitales en la Provincia de Caracas, lo cual puede evaluarse al analizar las ganancias de comercio al por mayor y al por menor. Podría ponerse como ejemplo de lo anterior que el valor de las mercaderías introducidas entre 1581-90 alcanzó a 187 millones de maravedíes, lo cual dejó a los mercaderes locales una ganancia de 234.553 pesos de plata. Sumando 193 las ganancias del comercio al por menor, la utilidad total del comercio de las mercaderías introducidas fue de 420.766 pesos de plata (Arcila Farías, 1983 II: 155-162). Por otra parte, luego que la acción conquistadora de Losada y los empresarios tocuyanos y caroreños hiciese posible integrar la región costera centro-norte al dominio colonial de la Provincia de Caracas, con acceso a lo que sería al puerto marítimo en desarrollo de La Guaira, los índices económicos señalan que se que produjo una recuperación de las finanzas públicas. El valor de las mercancías negociadas fue en 1581 de 12 millones y medio de maravedíes, superando los 9 millones del año 82 y en 1583 llegó a ser casi de 19.700.000 maravedíes (Sanoja y Vargas Arenas, 2002: 70). Es importante señalar que la fecha de C14 Beta.95015 señala que en el año 1580 + 70 se incendió o quemó el bohío que servía de asiento a la primera ermita de Caracas, por lo cual el Cabildo ordenó levantar una nueva iglesia de una nave con paredes de tapia (Sanoja y Vargas Arenas, 2002: 95 y 99), lo cual debe haber representado para la época una inversión considerable, indicando con ello que las finanzas del cabildo corresponden con el auge comercial y financiero que vivía la ciudad de Caracas en aquel momento. Esa fecha revela igualmente que ya estaba en marcha el proceso de formación de un “mercado nacional” al cual se estaban integrando otras ciudades provinciales vinculadas a la Provincia de Caracas (Arcila Farías, 1983-42; ECCs. Carrera Damas, 1967c: 42-43). La mayor parte de las exportaciones que se realizan en aquel entonces a través del puerto de La Guaira estaban destinadas a Margarita (27.800 maravedíes), Cumaná (91.500 maravedíes) y Santo Domingo o La Española (268.860 maravedíes). Es oportuno mencionar que una cifra tan elevada de exportaciones podría estar relacionada con el hecho de ser, quizás, los empresarios de La Española, los socios capitalistas 194 que aportaron buena parte de los recursos para financiar la el negocio de las perlas de Cubagua y la empresa de conquista del valle de los caracas. A partir de los siglos XVII y XVIII, como ya apuntamos, el eje conurbado Caracas-La Guaira se convirtió en el lugar central de la economía agroexportadora de la Provincia de Caracas y en general de la región norte de Venezuela, cuya economía se basaba en el sistema de plantaciones y hatos y la comercialización de las materias primas que estos producían: cacao, café, añil, cuero, huesos de ganado y “cecina”, tasajo o carne salada y la melaza de caña; esta última utilizada para la producción interna de aguardientes, rones, papelón y azúcar, lo cual explicaría el papel protagónico que jugó la oligarquía caraqueña en el proceso de emancipáción de las provincias venezolanas de España (Molina, 2001; Arcila Farías, 2004:32-56; Sanoja y Vargas Arenas, 2002: 200-204). Al llegar los años 1809 y 1810, previos a la declaración de independencia, la producción comercial de las plantaciónes llegó a alcanzar importantes cotas de exportación en la Provincia de Caracas. Sin embargo esta extrema dependencia sobre la producción de rubros comerciales para la exportacion condujo a un déficit importante en los productos de la agricultura de subsistencia, hecho agravado por la falta de buenas vías de comunicación que habrían permitido el acceso a tierras con buenos suelos que se hallaban en el interior de la provincia. La falta de bancos locales y la dificultad para conseguir créditos y renovar los equipos y herramientas de trabajo, aunados a los impuestos de almojarisfazgo en las alcabalas y a la carencia de una flota comercial propia, el pago de elevados fletes para el transporte ultramarino de productos como el café, el cacao, el añíl, el algodón, el azúcar y las melazas, la manufactura deficiente de los productos artesanales derivados de la 195 ganadería, hacían difícil la competencia con productos similares en los mercados de ultramar. Otro factor adverso fue el ausentismo de los propietarios mantuanos, más interesados en participar en el juego político de la sociedad urbana que en supervisar el trabajo en sus propiedades, quienes delegaron esta actividad en mayordomos y en personal que no poseía una cultura gerencial y comercial adecuada para tales funciones (Lucena, 1986:65106). Como podemos observar, los malos hábitos gerenciales del empresariado venezolano tienen una gran antigüedad… El control del cabildo o gobierno del Estado Colonial Caraqueño, al igual que ocurría en otras provincias venezolanas, permitió a los miembros de la clase dominante apropiarse de las mejores tierras de cultivo que habían sido hasta mediados del siglo XVI propiedad de los indígenas del Señorio Caribe, quienes pasaron a ser también propiedad de los nuevos “amos del valle” en calidad de siervos encomendados (Sanoja y Vargas Arenas 2002: 197-200). De esta manera, la fuerza de trabajo de los indígenas encomendados, esclavizados o libres y la de los esclavos de origen africano pasó a transformarse en un valor económico agregado al de la tierra poseida. Con el desarrollo de las encomiendas, ya entre los años 1573 y 1599 y las primeras décadas del siglo XVII había comenzado el proceso de concentración de la propiedad territorial agraria en el valle de Caracas y sus alrededores, equivalente a no menos del 45% del territorio total de la Provincia de Caracas (ECCS: 1967ª: 927). Para esa época, 151 españoles ya habían recibido en calidad de donaciones y mercedes de tierra la cantidad de 9.685 hectáreas que pertenecían a los indígenas en Caracas, Aragua, Tuy y Barlovento. Entre 1568, año de la fundación de Caracas y 1599, nuevas donaciones de tierras incrementaron la apropiación de tierras despojadas a los indígenas en 12.583 196 hectáreas, 7.068 de las cuales (el 56% de la extensión de tierras) terminaron en las manos de tan sólo 12 propietarios; otros 52 propietarios obtuvieron, en su conjunto, 5.515 hectáreas. El grupo familiar Rodríguez resulto el más favorecido al aumentar su patrimonio en 1250 hectáreas, Juan Fernández de León en 712, Martín de Gámez en 716, Garci-Gonzáles de Silva en 703, Gabriel y Pedro García de Ávila en 662, Juan Villegas de Maldonado en 571 y Sancho López de Mendoza en 549 hectáreas. Durante los siglos XVI y XVII, mediante el expediente de la llamada “composición de tierras” éstas se fueron concentrando cada vez más entre un grupo menor de propietarios, contándose también entre ellos la Iglesia Católica la cual llegó a ser propietaria en el período 1744-46, de 9510 hectáreas (Brito Figueroa, 1978: 137-165). Con el final del régimen de encomiendas, hecho que ocurrió a mediados del siglo XVII, la población encomendada se convirtió en trabajadores (as) libres, pero vinculados (as) a los antiguos amos (as), ahora dueños y dueñas de haciendas, a quienes siguieron prestando sus servicios a cambio de dinero o especies, atados al patrón por deudas que nunca llegaban a pagar. De esta manera, el viejo amo podía dedicarse a explotarlos sin estar sujeto a los legalismos que implicaba la encomienda En la microrregión de Barlovento, planicie de suelos aluviales formada por las deposiciones aluviales del sistema del río Tuy los encomenderos españoles utilizando la fuera laboral esclavizada, tanto indígena como africana, desbrozaron las formaciones selváticas originarias para desarrollar comercialmente cultígenos autóctonos como mercancía circulante, caso del cacao, creando posteriormente plantaciones y haciendas para su monocultivo intensivo destinado sustancialmente al mercado inyerior y/o extranjero.En las plantaciones se hacía uso extensivo de la tierra y la fuerza de trabajo, esta 197 última sometida por lo general a la condición de esclavitud o servidumbre en las cuales “… El uso del capital bajo la forma de instrumentos de producción, era muy escaso y la base de la combinación productiva era la fuerza de trabajo viva y simple…” El capital-esclavos representaba, pues el activo más valioso de la plantación, por lo cual para el amo era mejor negocio “criarlos” en cautiverio que traerlos desde el exterior. (Maza Zabala: 1968: 70, 81). La utilización también intensiva de mano de obra esclava en las plantaciones, determinó la formación de comunidades de descendientes de negrovenezolanos libres, densamente pobladas como Caucagua, Curiepe, Rio Chico, Capaya, El Guapo, Cúpira, Panaquire, Aragüita, Macaira, Mamporal, así como numersos cumbes donde vivían libres los esclavos (as) que habían logrado escapar del trabajo esclavo al que eran sometidos en las encomiendas y plantaciones.El poblamiento negrovenezolano de la microrregión de Barlovento tuvo -y tiene todavía- una gran influencia y conexión con poblaciones similares del litoral central y los valles del Santa Lucía, Santa Teresa, Cúa, Tácata y Ocumare de la Costa y con la del valle de Caracas, convirtiéndose en una de las zonas con mayor densidad poblacional negrovenezolana en Venezuela desde el siglo XVIII. En ésta, el monocultivo del café y caña de azúcar determinó aquella gran centración de población afrovenezolana que también practicaba el policultivo de conuco para producir almentos de mesa, leña utilizada como combustible, hecho que tuvo gran importancia en las rebeliones, fugas y guerrillas de esclavos (as) que precedieron la declaración de Independencia el 5 de Julio de 1811 así como las rebeliones tanto a favor como contra de la insurgencia emancipadora de los mantuanos blancos (Cunill-Grau 1987-I: 505-521; ( Uslar J. 2010:111). 198 La importancia de la producción de cacao, café y caña de azúcar en esta vasta región, poblada y trabajada casí exclusivamente por descendientes de esclavos negros o manumisos, fue uno de factores de la formación originaria de capitales por la clase minoritaria de propietarios mantuanos caraqueños que residían en la ciudad, dejando el negocio en manos de los capataces quienes administraban las plantaciones y en la de agentes comerciales que gestionaban la comercialización de los productos. El ausentismo de los dueños de hacienda incidió en el bajo rendimiento del negocio de las plantaciones de cacao, desdeñando en oportunidades la sombra de los bosques que protegían los cacaotales para sembrar también el café de sombra, el cual era igualmente un importante producto comercial de exportación (Cunill Grau, 1987-I: 492509) Muchas de las materias primas producidas por los hacendados, particularmente el tabaco, las melazas, el cacao y el café eran procesadas en los establecimientos industriales europeos para satisfacer las nuevas modas y el consumismo creciente de la población, estimulando el desarrollo de determinados sectores laborales de la producción así como la circulación de bienes de consumo de los países industrialistas de Europa occidental. La “cecina” o carne salada, se utilizaba principalmente para alimentar a la enorme población de esclavos negros (as) que ya existía en Las Antillas, motor de la economía de plantación (Humboldt, 1985. II: 251), así como también las tripulaciones de los barcos de cabotaje. Los rones, los aguardientes, el papelón, el café y el chocolate satisfacían la enorme demanda interna de bebidas alcohólicas, de estimulantes y de edulcorantes que tenían y seguimos teniendo tanto los venezolanos como los europeos occidentales. 199 Si la clase mantuana venezolana hubiese tenido la visión del moderno capitalismo industrialista del siglo XVIII que animaba a los gestores de las Misiones Capuchinas Catalanas de Guayana, los extensos cultivos de algodón y las excelentes destrezas artesanales textiles que ya tenían los aborígenes del noroeste de Venezuela mucho antes del siglo XVI, pudiesen haber servido para echar las bases de una industria de tejidos de algodón de relativa importancia, aprovechando la enorme demanda mundial que tuvo dicho producto a partir de esa época (Braudel, 1992-2: 312-314). La producción de finos lienzos de algodón venezolanos, conocidos como “tocuyo” (Dupuy, 1954), logró una alta reputación dentro y fuera del actual territorio venezolano. El desarrollo y eventual expansión de una producción artesanal como aquélla, habría podido compensar la pobreza de las poblaciones campesinas y urbanas que vivían en un precario nivel de subsistencia, creando así una división social del trabajo más compleja y agregando a la economía venezolana un sector laboral libre artesanal- mercantil, productor de bienes para el consumo local y la exportación, que habría reforzado el proceso de acumulación originaria de capitales, produciendo una mejor distribución del ingreso. Por otra parte, hubiese podido crear también una organización social y una cultura del trabajo diferente a la que caracterizaba las formas socioeconómicas postfeudales o ancien regime de la producción agroexportadora de las plantaciones o hatos de ganado. Pero nuestra burguesía, tanto la de ayer como la de hoy, sólo se interesaba por la ganancia fácil del comercio y la promoción del capital especulativo sin riesgo. Aparte de la limitante impuesta por el régimen colonial, es cierto también que desde el siglo XVI, la vasta producción de tejidos artesanales de algodón y de seda producidos en la India y China ya había comenzado a ser 200 monopolizada y distribuida por los capitalistas y comerciantes europeos (Braudel, 1992.3: 508-509), pero existía todavía dentro y fuera de Venezuela—como lo muestra la historia—un mercado regional para un textil de algodón de buena cualidad como el “tocuyo”, el cual hubiese podido ser penetrado por un grupo de verdaderos empresarios con espíritu aventurero. Pero, un país donde existía una población mayoritariamente pobre y un núcleo dirigente más interesado, como hemos dicho, en la ganancia fácil y rutinaria que en la inversión y el trabajo creativo, difícilmente podía prosperar la invención tecnológica o el riesgo de la inversión industrial ya que la base de la economía colonial o neocolonial es, precisamente, ‘la dominación del capital comercial sobre la producción” (Stern, 1986: 843). La magnitud del despojo territorial a que fue sometida la población indígena originaria por la terrofagia de los encomenderos y hacendados no puede ser todavía evaluada en su totalidad. Sin embargo, el carácter depredador de los encomenderos coloniales podría medirse en relación a la enorme cantidad de pueblos indígenas con sus respectivas tierras que desaparecieron en el siglo XVII y en las primeras décadas del siglo XVIII, a razón de una legua y media cuadrada por cada pueblo, en las provincias de Caracas, Nueva Andalucía, Barcelona y Guayana (Arcila Farías et alíi, 1968: 133-138).Sin embargo, a diferencia de la Provincia de Caracas, hasta finales del siglo XVII, solo la franja costera de la Nueva Andalucia había podido ser colonizada por los españoles, motivado a la resistencia de los cumanagoto, a las frecuentes incursiones de los caribes antillanos sobre los asentamientos costeros y a la renuencia de los indígenas caribe venezolanos a someterse a ninguna forma de servidumbre, lo cual se reflejaba en en el bajo número de encomiendas y repartimientos (Da Prato 1990: 391-393). 201 En las tierras que habían sido originalmente desbrozadas y trabajadas hasta el siglo XVI por las etnias indígenas en el área de los valles centro-costeros de Aragua, Carabobo y Caracas y en los valles subandinos de Lara, Trujillo y Mérida, se observa --desde los inicios de la colonización española-- un intenso trabajo agrícola primero a través de las encomiendas y posteriormente de las plantaciones, que condujo progresivamente a la concentración de la propiedad territorial en manos de cada vez menos individuos, ligados particularmente a la clase oligarquica mantuana (Sanoja y Vargas Arenas, 2002:69, 190; Rojas 1995; Nieves de Avellán 1997: 149-163;Samudio 1988: 15-34;). La introducción de cultivos comerciales como la caña de azúcar, como ya expusimos, generó, por una parte, el proceso de explotación intensa y extensa conocida como plantación donde el trabajo agrícola, al dedicarse a la monoproducción, convirtió los ricos valles de la cuenca del lago de Valencia en suelos especializados en un tipo de monocultivo cañero, característica difícil de revertir en el tiempo actual cuando las crisis alimentaria mundial requiere una producción diversificada de rubros agrícolas. Existían todavía comunidades indígenas que habían podido sobrevivir a la depredación de la conquista española al amparo de las misiones, como era el caso de Turmero, Guacara, La Victoria, Los Teques, entre otras, donde había tierras de cultivo sometidas al régimen de la propiedad comunal. Dichas tierras eran codiciadas por los latifundistas criollos quienes, ya desde 1783, habían comenzado a despojar a los indígenas de las que les habían sido reconocidas por la Corona dentro del régimen de resguardos indígenas (Semple, 1974: 42; Cunill Grau, 1987-I: 395). La presencia de mayoritaria de población criolla y mestiza en los valles de los actuales estados de Miranda, Aragua y Carabobo, y el carácter expansivo de 202 los cultivos de plantación que representaban la consolidación del capitalismo mercantil, determinó que los misioneros fuesen sustituidos por curas de parroquia y que los restos de la población indígena desposeída de sus tierras fuese convertida en peonaje enfeudado o asalariado de los latifundistas, así como sirvientes domésticos de las familias criollas (Humboldt, 1941-III: 83). Más hacia el norte sobrevivían también pueblos de indios en las zonas periféricas al este de Caracas como Chacao y Petare, aunque ya vinculados al régimen de trabajo asalariado en las plantaciones de café y caña de azúcar (Semple, 1974: 55). Otros pueblos de indios en la misma situación laboral estaban localizados en las actuales parroquias de La Vega y Montalbán, Antímano y Macarao. En el litoral guaireño, actual Estado Vargas, existían así mismo comunidades indígenas dedicadas fundamentalmente a la pesca artesanal. Otras aldeas de indígenas se hallaban localizadas hacia las actuales parroquias Catia La Mar y Carayaca y en las abras que hallan sobre la vertiente litoral de la Cordillera de La Costa, dedicadas a la pesca artesanal y a la agricultura de subsistencia (Sanoja, 1988: 98). Al oriente de la región centro costera caraqueña, la población indígena alcanzaba para el siglo XVIII un número aproximado de 60.000 personas distribuidas particularmente en el territorio de las provincias de Barcelona, Cumaná y la isla de Margarita. Alrededor de centros urbanos tales como Barcelona y Cumaná existían todavía numerosos pueblos de misión que agrupaban poblaciones de filiación caribe. En las ciudades, los y las indígenas trabajaban como servicio doméstico en las casas de los criollos, en tanto que otros y otras se dedicaban a trabajos productivos como el cultivo en conucos urbanos, la pesca artesanal, preparación de pescado salado para la venta en los mercados, producción de bienes artesanales como vasijas, ollas, platos de 203 barro, budares, cestas, tejido de chinchorros y hamacas, sillas y taburetes, pilones para maíz, bateas de madera para lavar la ropa o para uso culinario, manufactura de casabe y granjerías diversas, cría de cabras, cerdos, aves de corral, lo cual no sólo vinculaba a las comunidades indígenas a los circuitos de producción, distribución cambio y consumo, sino que hacía su existencia necesaria para la reproducción de la vida cotidiana en las zonas urbanas y rurales. En la isla de Margarita, las poblaciones guayqueríes estaban todavía organizadas en rancherías que agrupaban entre 100 y 150 personas, dedicadas algunas a la pesca artesanal y al comercio con tierra firme, en tanto que otras practicaban una extraordinaria artesanía textil: hamacas, chinchorros, sombreros, cestas, alfarería culinaria: platos, ollas, pimpinas, tazones, budares, etc. Alrededor de Carúpano la población tanto indígena como afrovenezolana formaba parte del los trabajadores (as) agrícolas de las haciendas de café y cacao. En general, de manera similar a la Provincia de Caracas, en las de Trujillo, Mérida y Barinas, la producción artesanal originada en la trama de pueblos de misión, de pueblos de indios y comunidades afrovenezolanas que formaban el tejido conectivo entre los grandes centros poblados y la haciendas era la que mantenía y ayudaba a reproducir tanto la vida cotidiana de la sociedad criolla como el funcionamiento de las haciendas dedicadas a la monoproducción (Sanoja, 1988: 100-103). El eje del poblamiento que se extiende en diagonal desde el litoral centrocostero hasta las serranías y el piedemonte andino que caracteriza al sub.modo de vida 1, agrupaba para el siglo XVIII una considerable cantidad de población indígena y mestiza, integrada a un modo de trabajo agropecuario 204 artesanal a partir del cual se gestó, para la segunda mitad del siglo XVIII, un proceso acelerado de acumulación de capitalitales, sustentado en la sociedad clasista que había sido introducida en el siglo XVI en torno a la producción de cultivos comerciales de origen indigena como el tabaco, el cacao y el algodón y, posteriormente, el café, el añíl, la ganadería y la producción de cueros de vacuno. Este proceso de formación de capitales se asentó con el establecimiento de un régimen de relaciones de explotación de los españoles peninsulares o criollos sobre otros españoles o blancos (as) pobres, mestizos (as), zambos (as), indígenas, negros (as) libertos o esclavos (as). Dicho proceso se expresó en la consolidación de una burguesía mantuana de grandes terratenientes y comerciantes, una pequeña burguesía constituida fundamentalmente por pequeños comerciantes, artesanos (as), productores (as) agropecuarios, etc., donde comenzaron a figurar también mestizos (as), indígenas y negros (as) manumisos. El cultivo y el comercio del tabaco. En la Provincia de la Nueva Andalucia y en la de Cumaná, el tabaco, domesticado y cultivado por los pueblos aborígenes originarios desde el período precolonial, ya había sido adoptado por los españoles en 1578 y se convirtió desde finales del siglo XVI en un medio de cambio. Ya en 1594 los comerciantes flamencos (holandeses) e ingleses compraban de contrabando el tabaco “a menos de cuatro reales la libra y lo revendían en Flandes e Inglaterra a cincuenta” Según el gobernador de la Provincia, “los vecinos de de San Cristobal de los Cumanagotos habían cosechado 30.000 libras de tabaco el cual se vendía inmediatamente a los comerciantres europeos, quienes a su vez vendían ropa y mercancía de contrabando (Castillo Hidaldo 2002: 442-456). 205 El cultivo, la preparación y distribución de la variedad de tabaco llamado Curaseca, cultivado en Barinas y en la micro región de Guanare, muy cotizado en los mercados europeos, se canalizaba a través de un monopolio real, el “Estanco de Tabaco”, el cual contrataba y compraba la producción de los pequeños propietarios. El cultivo, recolección, preparación, almacenamiento y distribución del tabaco requería una mano de obra numerosa que se asentaba tanto en las zonas rurales como en los centros urbanos, incluyendo los administradores y funcionarios que atendían los almacenes del producto. Una parte de las hojas de tabaco se exportaban al exterior vía el puerto de La Guaira o Puerto Cabello, en tanto que otra se movilizaba embarcaciones desde los puertos de Santa Rosa, Gibraltar, La Ceiba y Moporo, atravesando el lago hasta llegar al puerto de Maracaibo, o transportada en bongos a lo largo de los ríos Santo Domingo hasta Torunos, puerto-almacén de donde se trasladaba via el Apure y el Orinoco hasta el puerto de Angostura (hoy ciudad Bolívar), donde se re-embarcaba en navíos de mayor calado hasta las Antillas, las Guayanas o hasta Europa misma (Cunill-Grau, 1987-I: 716-722). La Provincia de Caracas y el submodo de vida II: el modo de trabajo ganadero El regimen de encomiendas y los pueblos de misión favorecieron igualmente la introducción de la ganadería particularmente en los llanos de la Provincia de Caracas, así como el desarrollo de un nuevo modo de trabajo y de una nueva cultura. El indígena hispanizado, el esclavo afrovenezolano y el zambo, mestizo de ambos grupos étnicos, se convirtieron en vaqueros o pastores de vacuno montados a caballo, utilizando la lanza tanto herramienta para el trabajo en la sabana como arma ofensiva o defensiva, semidesnudos, viviendo una vida libre, dura y espartana, lejos de los pueblos. 206 La Provincia de Caracas, a la cual hemos denominado como el centro de un mercado regional o de un Estado colonial, desarrolló una articulación instrumental congruente con su periferia sur donde comenzaban la región de los llanos centrales y suroccidentales, en la cual se desarrollaron centros urbanos importantes como el eje ciudad-puerto de Valencia-Puerto Cabello, San Sebastián, San Carlos, Calabozo, Guanare, Barinas, etc. (Arcila Farías, 1983ª: 186-187; Lombardi, 1976). Para 1810, esta interconexión de centros urbanos y zonas productivas funcionaba de manera tan satisfactoria que su forma y organización básica sobrevivió prácticamente sin cambios hasta 1930, cuando el boom petrolero y los fuertes movimientos migratorios de población desarticularon casi toda la estructura social, cultural, demográfica, económica, cultural y política heredada de la Colonia (Lombardi, 1976: 110; Sanoja y Vargas Arenas, 2002: 192). Durante el período pre invasión, el poblamiento originario se concentró en el piedemonte, los valles montañosos y las llanuras o planicies aledañas a la Cordillera Andina y la Cordillera de la Costa. Las sabanas llaneras, mayormente deshabitadas, albergaban, como ya hemos explicado en páginas anteriores, poblaciones seminomádicas recolectoras, cazadoras y pescadoras ejemplo de las cuales pueden ser los guahibos, chiricoas y pumeh (Sanoja y Vargas Arenas, 1992: 158-163), a diferencia de las poblaciones originarias de los Llanos Altos de Portuguesa y Barinas donde existían sociedades muy complejas con una organización social centralizada de tipo cacical o Señorío, que habían construido un paisaje cultural donde figuran grandes obras de terracería: calzadas de gran longitud, plataformas y complejos de montículos de habitación, campos elevados de cultivo utilizando camellones para aprovechar el agua de las inundaciones periódicas, amplias redes comerciales 207 para la circulación de bienes manufacturados, de alimentos, de mujeres, de tabaco, etc., y centros de intercambio de diversos productos donde poblaciones de distintas etnias venían a trocar y negociar sus mercancías (Federmann, 1557: 160; Sanoja y Vargas Arenas, 1999a: 83-94), La penetración de los empresarios de la provincia de Caracas en la región de los llanos centrales de Venezuela se estabilizó con la fundación de la ciudad de San Carlos de Austria en 1678, la cual estaba destinada a servir como soporte de la red de misiones capuchinas que introdujeron los rebaños de ganado en esa extensa región. En 1720, el Rey de España ordenó la transferencia del control de la ciudad y la región a los poderes civiles y seculares, de manera que el negocio ganadero pasó a ser controlado por empresarios privados. San Carlos de Austria se convirtió en centro residencial de los dueños de hatos debido a las vías de comunicacion terrestres y fluviales que la conectaban con Puerto Cabello y el eje conurbado CaracasLa Guaira, y facilitaban la exportación de ganado, mulas, cueros, quesos, huesos y cuernos y tabaco hacia las principales ciudades de Venezuela, particularmente Barquisimeto, Caracas y Valencia, así como a ciertas localidades de la costa donde los contrabandistas holandeses direccionaban esos productos hacia los mercados europeos. Las mulas, es importante recordar, constituían en ese entonces en Europa uno de los medios de transporte más importante para el acarreo de mercancías. De España y Holanda se importaban -legalmente o como contrabando- diversas mercancías para satisfacer la demanda de la clase propietaria de hatos y los burócratas y administradores coloniales (Lombardi, 1976: 90-91). Los y las indígenas y los esclavos (as) o manumisos afrovenezolanos se adaptaron a los cambios sociales y culturales que se produjeron en los hatos 208 ganaderos de los llanos centrales de Venezuela a partir del siglo XVIII, conformando un nuevo tipo social que conocemos en Venezuela como los llaneros (Humboldt, 1941 III: 224, 225, 26; Codazzi, 1940-I: 78;Appun, 1968: 124; Armas Chitty, 1961: 55; Sanoja y Vargas Arenas, 1992: 266-267). El estilo de vida de los llaneros o vaqueros, integrado inicialmente por caribes, guahibos, chiricoas y afrovenezolanos, se caracterizó por la adopción del caballo como su “alter ego” y la lanza, instrumento de trabajo y combate heredado de sus ancestros indígenas, como instrumento de identidad cultural. Los dueños de hatos les confiaban el pastoreo de rebaños de ganado, para lo cual el llanero y su familia vivian en rústicas viviendas de palma, sin más mobiliario que un cuero crudo que les servía de cama. Andaban casi desnudos, vestidos con unos pantalones cortos y tocados con un sombrero de palma, la larga lanza en una mano, una soga de cuero crudo colgada en el lado derecho de la silla de madera y cuero, y una cobija para cubrirse en las frías noches llaneras y que a veces fungía como silla (Armas Chitty.1961:55). Llevaban una forma de vida seminomádica ruda, espartana, con un consumo mínimo de bienes materiales e incluso de alimentos. Mucho se ha argumantado sobre el carácter igualitario y democrático de la vida de los hatos llaneros, pero si analizamos las inmensas ganancias que obtenían los dueños de hatos por la venta de cueros, sebo, carnes secas, cecinas y huesos de ganado, la mínima inversión de capital en el negocio ganadero y la miserable remuneración que recibían el peonaje, podríamos entender el carácter de la explotación a que estaban sujetos los trabajadores (as) del llano. Parte de las antiguas etnias nomádicas y seminomádicas de la periferia meridional de los llanos como los pumeh, sálivas, chiricoas y guahibos formaron pueblos alrededor de los asentamientos mestizos como Guasdgualito y Achaguas y la 209 ciudad de Barinas, donde trabajaban en el servicio doméstico, como arrieros para el transporte de mercancías o artesanos (as) y comerciantes (Sanoja, 1988: 103-105). 210 CAPÍTULO 14 Sub-modo de vida 3: la provincia y la ciudad de Maracaibo Para entender las razones del antagonismo entre la Provincia de Caracas y sus aliados del submodo 1 y del submodo 2, con la de Maracaibo o sub modo 3 es necesario analizar con cierto detalle las circunstancias particulares que rodearon el origen de la misma, específicamente el papel determinante que jugaron las etnias aborígenes originarias en el proceso de creación de la nación y de los mercados regionales y, particularmente, los factores culturales y sociales y las formas socioeconómicas que sirvieron para definir el perfil de la sociedad indohispana marabina, su significación geoestratégica dentro del complejo de provincias que formaban la Capitanía General de Venezuela, y sus relaciones con otras entidades políticas como el Virreinato de la Nueva Granada, las Guayanas francesa, inglesa y holandesa y las islas de Curazao y Aruba. Para finales del siglo XVII, extensas áreas del noroeste de Venezuela permanecían todavía habitadas por comunidades indígenas relativamente independientes, pertenecientes a las etnias gayón, ayamán y jirahara ubicadas en las serranías de los actuales estados Lara y Falcón tales como Churuguara, Baragua, Matatere, Bobare y Siquisique, así como la wayúu en la peninsula de la Guajira, los Barí de la Sierra de Perijá y extensas regiones litorales del lago de Maracaibo habitadas por onotos, pemenos, quiriquires y añú. 211 Aparte de la población indígena que habitaba las zonas rurales, gran número de ella habitaba también las zonas urbanas como fue el caso de El Tocuyo, donde los y las artesanos y artesanas indígenas practicaban la artesanía textil así como los oficios domésticos en las casas de los criollos. La influencia indígena dentro de la composición demográfica de la región era muy fuerte, notándose también la existencia de densos núcleos de población aborigen en las comunidades de Quíbor, Barbacoas, Curarigua, Cubiro y Chabasquén (Cunill Grau, 1987-I: 278-279; Sanoja 1988: 96-103). Las poblaciones con un sub-modo de vida III, ya habían conformado para el siglo XVIII una especie de macroregión histórica, hecho que habría de tener gran relevancia para los sucesos que desencadenaron a inicios del siglo XIX el proceso de independencia de Venezuela de la metrópolis española. Las poblaciones indígenas de esta macroregión dieron también origen a formas socioeconómicas agropecuarias y artesanales así como pescadoras, que gravitaban en torno al establecimiento urbano de Coro. Ayamanes, jiraharas y caquetíos desplazados por los españoles y los criollos de sus antiguas tierras cacicales, formaron barriadas periféricas a la ciudad, integrándose también como servicio doméstico asalariado en las casas de los criollos. Más hacia el oeste, la expansión de las fronteras de estas formas agropecuarias artesanales gravitaba en torno a la ciudad de Maracaibo que desde el siglo XVI se había convertido en el lugar central de un mercado regional occidental que incluia la región andina y la cuenca del lago de Maracaibo. Las regiones selváticas y anegadizas de la costa occidental y de la costa suroccidental del lago estuvieron habitadas hasta finales del siglo XVI y comienzos del XVII, por poblaciones indígenas independientes que representaban las tradiciones culturales precoloniales que se habían 212 establecido en la región desde –por lo menos- 500 años antes de nuestra era, integrantes de un Modo de Vida Tribal Productor Igualitario. Ya desde el años 830 y hasta los años 1050 y 1630 de nuestra era, existían grandes aldeas indígenas, posiblemente barí, en las márgenes de los ríos Onia, Zulia y Catatumbo (Sanoja, 1969, 1972; Vargas Arenas, 1990: 275-289; Sanoja, 1997: 184; Sanoja y Vargas Arenas, 1999a: 101-105). En la microrregión Guasare-Socuy-río Palmar y Carrasquero, al suroeste de Maracaibo, hacia donde se extendió el proceso de trabajo ganadero de los criollos marabinos luego del siglo XVI, la presencia de grupos indígenas tribales originarios, cultivadores de maíz está datada entre 100 años ANE y 1500 años ANP, observándose que para 1350 años de la era existían numerosas aldeas indígenas que acostumbraban enterrar sus muertos en urnas de barro, cuya alfarería presenta características que permiten vincularlas con las etnias de origen chibcha o caribe del suroeste del lago y con las etnias tairona de la sierra de Santa Marta (Sanoja y Vargas Arenas, 1999a: 105-107). El fin de la existencia autónoma de dichas etnias indias originarias se inició con el establecimiento en el sur del lago de las misiones capuchinas navarras en las últimas décadas del siglo XVIII. Nuestras investigaciones arqueológicas en la región muestran la existencia de comunidades indias autónomas, posiblemente de la etnia barí, que todavía existían para 1630 ANP, como lo evidencias los sitios arqueológicos estudiados, en el área de las actuales poblaciones de San Carlos y Santa Bárbara del Zulia. Fue al parecer a partir de esas etnias que se crearon los pueblos de misión ya mencionados hacia 1780 ANP, en las riberas de los ríos Zulia y Catatumbo. Otros pueblos de misión como El Rosario de Perijá, fundado en 1789, marcan la expasión del proceso de trabajo agropecuario y artesanal hacia los últimos reductos de comunidades 213 indígenas libres que existían en el occidente de Venezuela (Sanoja yVargas Arenas, 1992:139-143). El régimen de propiedad comunal establecido por las misiones capuchinas navarras comenzó a ser cuestionado ya desde el mismo siglo XVIII por los colonos criollos llegados de Maracaibo, quienes ambicionaban explotar para su provecho las áreas que habían sido abiertas a la colonización por las misiones y utilizar para su uso personal la fuerza de trabajo de la población indígena que aquéllas habían logrado reducir y estabilizar en sus pueblos misionales (Cunill-Grau, 1987: 234-239). Es allí cuando comienza a gestarse el proceso de formación territorial de la propiedad agraria en la región, el cual culmina hoy día con el sistema de haciendas ganaderas y monoproductoras de rubros como plátanos y bananos, entre otros, que caracterizan el proceso de acumulación originaria de capitales en el sur del lago de Maracaibo. En razón de ese proceso de colonización, ya para el siglo XVIII se habían formado enclaves de refugio de indígenas barí, japreria, yukpa y de otras diversas etnias que habían habitado desde tiempos muy antiguos las planicies sedimentarias que rodean el suroeste del lago de Maracaibo, y que entonces huían de la penetración misional y criolla en dicha región. Sobre la costa noroccidental del lago existían, para finales del siglo XVIII, poblaciones palafíticas habitadas por indígenas y mestizos (as) que se dedicaban fundamentalmente a la pesca en el lago y la manufactura artesanal de cestas, esteras, cordeles, etc., utilizando las fibras de la enea (Cyperus articulatus sp.) una planta que crece en las orillas del lago. Los antecedentes locales de esas comunidades indígens se remontan hasta mediados del último milenio ANE, como lo evidencian los restos de antiguos poblados palafíticos precoloniales que han sido excavados en las localidades de las actuales 214 ciudades de Lagunillas y Bachaquero (Wagner, 1980). La producción local actual de los artesanos (as) cesteros de la costa noroccidental del lago logró hacer un nicho comercial en el mercado de Maracaibo, como parte de los bienes culturales muebles que se insertaron en el consumo cotidiano de la población marabina, tanto urbana como rural, Hacia el noroeste de Maracaibo, la expansión de la sociedad criolla y de las fronteras agropecuarias y artesanales de un submodo de vida III se extendió en el siglo XVIII hasta la región de Sinamaica. Las evidencias arqueológicas indican que la ocupación humana originaria de la península de la Guajira, área de Sinamaica, parece estar relacionada con el extenso proceso de poblamiento arawako del noroeste de Venezuela cuya antigüedad en el valle de Camay, Edo. Lara y en Lagunillas, costa nororiental del lago se remonta hacia 500 años ANE (Sanoja y Vargas Arenas, 2008:17-56). La extensión de los pueblos arawakos hacia la peninsula de la Guajira está datada en alrededor de 100 años ANE. Caracterizada por pueblos relacionados con un modo de vida tribal igualitario vegecultor, la fase más antigua Kusú practicaba un modo de trabajo que enfatizaba junto con la agricultura la pesca palustre o marina. A la misma sucede otra fase de poblamiento conocida arqueológicamente como fase Hokomo, quienes desarrollaron un modo de trabajo basado en la agricultura de maíz y de yuca combinada con la recolección de bivalvos y moluscos marinos que vivían en las playas y fondos cenagosos. La sociedad hokomo parece haber sido socialmente compleja, como lo evidencia la diferenciación en la riqueza de parafernalia mortuoria asociada con los entierros humanos, hecho cultural favorecido por una fase húmeda que habría comenzado alrededor del año del año 50 ANE. A partir del siglo XIII de la era, comenzó un período de desecamiento del ambiente que 215 produjo finalmente el paisaje árido que caracteriza en la actualidad la peninsula de La Guajira, ocasionando al parecer el decaimiento de las antiguas poblaciones agricultoras y el inicio de una nueva fase conocida arqueológicamente como Siruma cuya cultura es la que conocemos hoy día como wayúu. A partir del siglo XVI, grupos indígenas wayúu cuyo modo de trabajo originario era agricultor, cazador-recolector, adoptó de los españoles la cría y el pastoreo de ganado vacuno, caprino, ovino y caballar, convirtiéndose en pueblos pastores seminomádicos con una fuerte integración social, política y cultural (Sanoja, 1988; Sanoja y Vargas Arenas, 1992: 123, 126, 215- 217; Gallagher, 1976; Cunill Grau, 1987: 214; Acosta Saignes, 1954: 71-72; Reichel-Dolmatoff, 1951: 193-194; Langebaek et al, 1984: 58, 60, 61 tabla 5; Sanoja y Vargas Arenas, 2008: 44-50).. Otras de aquellas poblaciones originarias, los añú o paraujanos, igualmente de filiación lingüística caquetía, las cuales practicaban alternativamente la pesca marina o fluvial, la recolección de bivalvos y gasterópodos marinos así como el cultivo del maíz, continuaron hasta el presente habitando en poblados palafíticos en ríos y lagunas en la Baja Guajira y el litoral marabino. Para el mismo siglo XVI, buena parte del litoral suroccidental del lago de Maracaibo estaba poblado y controlado por comunidades indígenas de pescadores también de filiación caquetía- que simultáneamente explotaban y comerciaban el pescado, la sal que obtenían en las diversas salinetas que existían en esta parte del golfo de Venezuela, redes de pesca y cordeles elaborados con fibras henea y anzuelos posiblemente de concha o hueso (Sanoja, 1969: 40). Según Sánchez Sotomayor, (1573-1575: 9), la actividad principal de estas comunidades indígenas conocidas como onotos, pemenos, güerigüeris o quiriquires, consistía en el trueque de la sal y el pescado que producían en la 216 costa del lago por los bienes que manufacturaban u obtenían a su vez por trueque con otras comunidades indígenas de la la Alta Guajira o el noroeste de la actual Colombia denominados pacabueyes, coanaos y zondaguas: maíz, yuca, carne de venado, mantas de algodón pintadas, orejeras o caracuríes, chagualas, aguilillas y otras joyas de oro tumbaga. Todavía a inicios del siglo XVI estos productos, junto con la sal, útil para la conservación de las carnes y los alimentos, formaban parte de los circuitos comerciales que incluían el asentamiento urbano inicial de Maracaibo y los actuales estados Trujillo y Mérida, utilizándose ríos como el Zulia para armar flotas de piraguas que llevaban mercancías desde el lago de Maracaibo hasta la ciudad de Pamplona y viceversa (Sanoja, 1969: 41). Es probable que a partir del siglo XVI, muchas de aquellas bandas de cazadores-pescadores y salineros que habitaban el litoral noroeste del lago de Maracaibo que también pertenecían al stock lingüístico arawaco (Loukotka, 1968: 127; Oliver, 1988: 205; Sanoja y Vargas Arenas, 1992: 207), hubiesen buscado refugio en las tierras del interior de la Guajira -huyendo de la presión de los españoles y los criollos para despojarlos de sus tierras ancestralesdonde ya habitaba la gente conocida arqueológicamente como la Fase Siruma (Gallagher, 1976: 170-172), ancestral a la etnia wayúu. Posiblemente esa diversidad de orígenes que existía en el noroeste de la cuenca del lago de Maracaibo haya dado a su vez origen a la diversidade étnica y dialectal que caracteriza a la población wayúu moderna de la Guajira: wayúus, añús o paraujanos y cocinas, hablantes dialectales de una lengua arawaka común que conforman el grupo arawak de la Guajira (Jahn, 1973: 65-72; Loukotka, 1968: 127; Oliver, 1988: 203-204), formado a partir del arawak del grupo 217 Caquetío (Loukotka, 1968: 128) que ya se hallaba asentado en el noroeste del lago por lo menos desde el siglo VII de nuestra era. El origen de la ciudad de Maracaibo El proceso de producción del espacio urbano maracaibero, actual capital del estado Zulia, estuvo profundamente vinculado con los modos de vida y los de trabajo de las diversas etnias originarias que poblaban el hinterland marabino, hecho que contribuyó a la consolidación de la región geohistórica de la cuenca del lago de Maracaibo, la cual incluye el territorio wayúu venezolano y el colombiano e impacta la el piedemonte andino occidental y la región atlántica de la actual Colombia (Amodio, 2001; Urdaneta Quintero et alíi, 2008: 107-110). Como podemos observar de lo expuesto, el proceso de formación del espacio geohistórico marabino difiere profundamente del de las Provincias de Caracas y Guayana. La convivencia territorial del enclave urbano criollo con las etnias indigenas se ha prolongado prácticamente hasta el presente, dando lugar a una simbiosis social y cultural, a una sociedad con un perfil regional muy definido que ha sabido preservar su unidad cultural dentro de la convivencia de una gran diversidad de tiempos históricos. Es probable que existiesen ecosistemas húmedos (manglares) en las desembocaduras de los caños que drenan en el lago, los cuales eran al parecer centros de reproducción de especies palustres comestibles: peces, ostras y muchas otras, así como área de atracción para diversas especies zoológicas terrestres, amfibias y volátiles. Hacia el suroeste, el ecosistema sabanero parece haber servido tanto para la caza y la recolección, como para la actividad ganadera e interfase para el aprovechamiento de los recursos naturales de la región de Perijá y la Guajira. 218 Para el siglo XVI, el territorio ocupado para entonces por los grupos indígenas que habrían de integrar posteriormente la población urbana inicial de la futura ciudad de Maracaibo, estaba circunscrito al oriente por las poblaciones arawakas conocidas arqueológicamente como tradición Dabajuro (Oliver, 1989; Sanoja y Vargas Arenas, 1992: 187-193), quienes ocupaban toda la región norte del actual estado Falcón, así como la costa nororiental del lago. Al oeste del río Limón, existían poblaciones palafíticas de filiación añú; allí comenzaba la región semidesértica de la Guajira que se hallaba ya habitada por pueblos wayúu. Al suroeste de Maracaibo, en la planicie litoral del lago y en el piedemonte de sierra de Perijá, habitaban todavía pueblos barí de filiación chibcha, así como otros de filiación caribe (Sanoja y Vargas Arenas, 1999a:107-111; Urdaneta Quintero et alíi, 2008:85-111). La franja litoral lacustre, habitada por grupos indígenas pescadores recolectores conocidos etnohistóricamente como aliles, toas, zaparas, onotos y quiriquires, se hallaba cubierta por extensas aldeas palafíticas habitadas por etnias de filiación arawaka. La relación de Rodrigo de Argüelles y Gaspar de Párraga de 1579, contenporánea con la fundación de la Nuevan Zamora de Pedro Maldonado, nos describe el aspecto que presentaba para entonces la región litoral lacustre donde tuvo lugar dicha fundación, habitado por: “… indios [que] tienen sus pueblos fundados sobre el agua, contruidos en tablas sobre el agua, y sobre éstas hechas las casas. Es gente delicada de entendimiento, iclinados a su libertad, amigos de hablar la lengua española y précianse de andar vestidos. Es gente enemiga del trabajo por el gran vicio que tienen del pescado… Hay cuatro lenguas diferentes entre los indios que viven en el agua, aunque en parte se entienden unos a otros…” (En: Arellano Moreno, 1950: 159). 219 Lo anterior parece indicar que las poblaciones originarias que habitaban las aldeas palafíticas en las riberas del lago eran hablantes de diversos dialectos arawakos, diferentes a los que tenían los pueblos de tierra firme con quienes sólo se entendían mediante intérpretes. Hacia comienzos del siglo XIX, las aldeas palafíticas llamadas también pueblos de agua o pueblos de la laguna, contaba cada uno con alrededor de 50 viviendas y una capilla, también palafítica, levantada sobre horcones de madera de vera (Bulnesia arbórea). Sus habitantes de entonces seguían siendo fundamentalmente pescadores y cazadores de aves silvestres, particularmente patos, aunque cultivaban también algunos conucos en las tierras inmediaras a las viviendas. Mediante la utilización de las fibras de henea, planta que crece en las orillas del lago, fabricaban cestas, esteras, chinchorros, pitas y cordeles, etc. No estaban encomendados y vivían en libertad, ya que la población criollas marabina no tenía ningún interés en apoderarse de esos suelos pobres y pantanosos (Cunill Grau, 1987 I: 242-243). Según el mapa de la Guajira elaborado por el general Rafael Benítez en 1874, el litoral del golfo de Venezuela entre el río Limón y la denominada Ensenada de Calabozo o La Mochila, estaba habitado por pueblos originarios conocidos como capuanas, cocinas y cocinetas (Vila, 1963). Si ello fuese representativo de la situación exístente en el siglo XVI, podríamos decir que las poblaciones nombradas conformaban una especie de interfase entre los pueblos arawakos wayúu de la Guajira y los paraujanos o añú y de otras filiaciones étnicas que habitaban la franja litoral de lo que habría de ser posteriormente el espacio urbano marabino. La Ranchería de Maracaibo: 1529 220 A comienzos del siglo XVI, la dinastía de los Habsburgos en la persona del emperador Carlos V se había convertido en el amo de España, los Paises Bajos e Italia y tenía bajo su control el resto de la Europa Cristiana gracias a las enormes riquezas en oro y plata que la Corona expropiaba a los pueblos colonizados de nuestra América. Obligado a pagar enormes sumas de dinero en toda Europa, Carlos V entró en negociaciones con grupos de mercaderes y prestamistas de dinero de Augsburgo, Alemania, las familias Fuggers y Welsers, cuyo verdadero centro de operaciones se hallaba en Amberes, Países Bajos y quienes poseían enormes capitales, le prestaban por adelantado y transportaban el dinero sin el cual no habría podido funcionar la política imperial de España (Braudel, 1992: III 151). Para cancelar las enormes deudas contraídas con los banqueros alemanes, Carlos V se vio obligado a entregar en usufructo muchas propiedades de la Corona, tanto en la misma España como en sus colonias americanas. Es así como el gobierno de la entonces Provincia de Venezuela fue entregada, bajo aquella modalidad, a la familia Welser, quien la poseyó desde 1528 hasta 1548 (Morón, 1979: 99-100; Braudel, 1992II: 524). El primer gobernador welser, Ambrosio Alfinger, fundó en 1529 una ranchería o campamento militar en la costa del lago de Maracaibo, para que le sirviese como soporte logístico de las campañas de penetración hacia el interior de la provincia y hasta el interior de la Nueva Granada. Por su ubicación geoestratégica y su característica sociohistórica, el enclave urbano maracaibero estuvo, pues, orientado desde el siglo XVI, a mantener el flujo de personas y materias primas entre la región andino-caribe de Tierra Firme y la metrópoli española. Por las mismas razones, se convirtió posterormente en el 221 puerto de entrada del comercio legal e ilegal entre los Países Bajos y el litoral caribe occidental de Suramérica. La primera fundación conocida de Maracaibo fue la de Ambrosio Alfinger en 1529, culminando con la definitiva de Pedro Maldonado en 1574, denominada Nueva Zamora. En sus orígenes, la ciudad parece haber estado integrada por varias aldeas indígenas localizadas en espacios como los actuales El Saladillo y El Empedrado, cuya producción subsistencial servía para alimentar también a la reducida población europea y aldeas indohispanas ubicadas en el espacio donde hoy se levantan la Catedral y la Plaza Mayor. Estas aldeas se establecieron sobre un antiguo sistema de dunas consolidadas de antigüedad pleistocénica que bordea la ribera noroccidental del lago. Dichas dunas, donde el nivel freático es alto, habrían permitido también el establecimiento de áreas de cultivo de la yuca (Manihot esculenta sp), el maíz (Zea mays) el acceso a los recursos palustres del mismo (peces, fibras de enea, etc), y servir como puerto para el arribo de embarcaciones. Con el objeto de tratar de documentar arqueológicamente las fundaciones originales de la ciudad de Maracaibo se organizó un programa de investigaciones arqueológicas conducidas en la parte posterior de la catedral de Maracaibo (Sanoja, 2008: 65-67; 73-81) y el reconocimiento del cordón de dunas que corre paralelo a la playa del lago, actual Avenida El Milagro, como parte de un seminario de posgrado sobre Arqueología Urbana realizado en el Centro de Estudios Históricos de la Universidad del Zulia. Ello permitió apreciar que sobre la superficie de una de aquellas dunas –con una altura de 4 o 5 metros sobre el nivel del lago- existió una aldea indígena prehispánica. Sobre el espacio de la misma se levantó posteriormente el recinto de la ermita o iglesia de la aldea indohispana cuya fachada mira hacia el lago, a unos 15 222 metros de la orilla del mismo, espacio que habría de devenir en el siglo XVII el asiento de la Catedral de Maracaibo. La ubicación de la ermita y la futura catedral a orillas del lago se explica porque la población indígena mayoritaria habitó hasta el siglo XIX –como se expuso anteriormente- en poblados palafíticos que bordeaban el litoral lacustre. Las excavaciones arqueológicas en dicha duna, permitieron recuperar a 1.50 m. de profundidad un contexto cultural indohispano, reminiscente de la Fase Siruma o wayúu definida en el sitio arqueológico La Pitía, laguna de Sinamaica (Gallagher, 1976: fig. 53, 199-200), conformado por restos arqueozoológicos de vaquiros (Tayassu sp.), venados (Odocoyleus sp), y diversas especies de bivalvos marinos, fragmentos de alfarería indígena reminiscentes del tipo pintado rayado cruzado rojo sobre blanco característico de alfarería wayúu, fragmento de un tazón de mayólica sevillana tipo Columbia Plain (siglo XVI), el cuello de una vasija utilitaria pintada con diseños geométricos blanco sobre rojo, de posible origen europeo y fragmentos de alfarería utilitaria criolla. Aunque no se dispone de fechados absolutos, el contexto arqueológico del estrato inferior del sitio sugiere una ocupación humana del siglo XVI, posiblemente una de las viviendas de la ranchería de Alfinger de 1529. En el estrato superior se recuperaron fragmentos de mayólica Delft Azul Sobre Blanco, Delt Polícromo, loza de orígen sevillano, poblano y dominicano, fragmentos de alfarería criolla, fragmentos de caños de arcilla y tejas, los cuales indican un contexto arqueológico posterior de inicios o mediados del siglo XVII (Sanoja et alíi, 2008:73-81). La fundación definitiva de la ciudad de Maracaibo 223 La política de los welsares y de los europeos en general, era procurarse un provecho económico rápido para cobrarse las deudas pendientes con la Corona española a través de la búsqueda incesante de oro, la captura de centenares de esclavos (as) indígenas que luego eran remitidos a Coro para ser vendidos en las Antillas, y defenderse de los ataques a los pueblos zaparas, aliles y toas para obtener el control del acceso marítimo al lago de Maracaibo. Esta tensión bélica tuvo como consecuencia que los pobladores indios abandonasen Maracaibo y el litoral del lago y se huyesen hacia las tierras del noroeste marabino que no estaban todavía sometidas al control de los invasores europeos (Urdaneta Quintero et alíi, 2008: 118-119). Al perder el control de fuerza de trabajo indígena que los mantenía, los invasores welsares tuvieron que abandonar el enclave marabino favoreciendo la reposesión de dicho territorio por sus dueños originarios. Durante los siglos XVI y XVII, los intentos de los españoles se orientaron a retomar el control tanto del enclave marabino como de la fuerza de trabajo indígena necesaria para la supervivencia de la colonia, el control de la barra y el canal que da acceso al lago y de las salinas localizadas en dicha zona, así como la desembocadura del rio Zulia y los puertos fluviales del sur del lago que eran esenciales para mantener abiertas las rutas de comercio con la región andina y el Nuevo Reino de Granada. Ello explicaría la fundación de Nueva Zamora en 1574 por Pedro de Maldonado, fecha a partir de la cual se estabilizó el establecimiento colonial marabino. La exportación de los productos agrícolas y materias primas extraidas de la región andina, del piedemonte barinés y del merideño-tachirense, particularmente tabaco, trigo, cacao, café, añil y algodón procedente de las haciendas trabajadas por esclavos (as) negros (Acosta Saignes, 1984: 224 19Esc.N), necesitaba la existencia de un puerto seguro en el enclave criollo marabino. Por esta razón, en 1573 se constituyó el primer cabildo de Maracaibo, hecho que legalizó a existencia de la ciudad. Al mismo tiempo, se fundaron asentamientos de esclavos negros en las desembocadura de los ríos Catatumbo y Zulia, puertos para el comercio con la Nueva Granada, en el puerto de Gibraltar, en la desembocadura de los ríos que comunican con la región andina, con el objeto de usarlos como fuerza de trabajo sustituta de los indígenas que combatían la ocupación europea. Ello dio origen a la formación de numerosos cumbes, pueblos de negros cimarrones huidos de la esclavitud a los cuales también se sumaron poblaciones indígenas (Acosta Saignes, 1984: 275). La actividad productiva de mayor importancia económica del enclave marabino hacia finales del siglo XVI era la ganadería vacuna y caprina, así como la caza de venados (Odocoyleus sp., Mazma Sp.) y pecaríes (Tayassu sp.). Como subproducto de la actividad de caza y ganadería, se desarrolló una importante actividad artesanal para la curtiembre de cueros utilizando para ello la existencia local de abundantes semillas de dividive (Cesalpinia coriaria) y la producción de sal, para la producción de cordobanes, suelas y zapatos, así como tocinos, carne salada, quesos y cebo de ganado, esteras, cordeles y cestas de henea, utilizando para ello la fuerza de trabajo de los indígenas sometidos en las encomiendas, los cuales aportaban además productos de mesa para el mantenimiento de la vida cotidiana de los diferentes componentes de la población marabina. Posteriormente, a partir del siglo XVII se fueron definiendo las diferentes modalidades de la producción del espacio urbano, partiendo de una primera división social del trabajo; un componente social de base 225 integrado por indígenas, esclavos (as) negros (as), mestizos (as), un componente intermedio integrado por pequeños comerciantes: bodegueros, buhoneros, criadores, empleados, posaderos, etc., y el grupo dominante de encomenderos y propietarios españoles o criollos. La actividades artesanales de la curtiembre de cueros originó la existencia de un grupo de trabajadores especializados en la preparación de los cueros de vacuno, cabras, venados y pecaríes, en la recolecta y comercio de las semillas de dividive, la explotación y transporte de la sal y finalmente el curtido de aquéllos en las tenerías que se ubicaban “…en las inmediaciones de la cañada Morillo, parroquia actual Los Haticos… parroquia Santa Lucía y salineras (parroquia San Juan de Dios) (Urdaneta Quintero et alíi, 2008: 128). En el siglo XVII, la ubicación de la fuerza laboral especializada en el espacio urbano marabino se expandió hacia las parroquias de El Saladillo y El Empedrado, donde habitaban particularmente artesanos (as), marineros, personal de servidumbre, criadores (as) de especies de corral, etc. En las sabanas en torno al enclave urbano maracaibero, se desarrollaron los hatos ganaderos. Podríamos decir que ya se estaba formando la jerarquía social que caracterizó la estructura de la fuerza de trabajo en el modo de vida capitalista mercantil. Maracaibo, lugar central del mercado regional del noroeste de Venezuela. Al igual que en Caracas y en el sistema misional capuchino catalán de Guayaba, Maracaibo era el centro de un sistema de economía-mundo, es decir un fragmento del mundo económicamente autónomo capaz de proveer la mayoría de sus propias necesidades, una región cuyos vínculos internos y sus procesos de intercambio con el exterior le confieren una cierta unidad orgánica (Braudel, 1992-III 22). 226 El establecimiento de las rutas de navegación lacustre, utilizando los conocimientos y la tecnología de navegación que poseían de los pueblos indígenas del lago, permitió el transporte de mercancías y personas desde Maracaibo hacia los puertos del sur y del oriente del lago y de vuelta a Maracaibo, utilizando bongos y piraguas monoxilas cuyas bordas estaban levantadas empleando tablas de madera y dotadas de velas que convertían dichas embarcaciones en especie de falúas o bergantines. En el siglo XVIII, parte del producto total de la economía andina se exportaba a través de Maracaibo, aunque la mayor parte del mismo se consumía localmente. Las ciudades del área andina establecieron lazos comerciales con otros centros urbanos de Barinas. Guanare y los llanos en general, intercambiando trigo, harina, papas y azúcar por cacao, arroz, tabaco y ganado.La ciudad de Boconó, Trujillo, se desarrolló como un centro comercial, gran productor de trigo y tabaco, y participaba en esta red comercial al mismo tiempo que conformaba un centro proveedor de mercancías que se exportaban a través del Puerto de Maracaibo. Esta red de intercambios no se estableció como consecuencia del desarrollo del régimen colonial, sino que se montó sobre la que ya existía desde los tiempos precoloniales (Sanoja 1969: 40-41; Arellano Moreno 1950: 164, 195-196; Roseberry 1971:60-64). Dicho comercio no solo estimuló el desarrollo de las actividades productivas en la región andina sino también en Maracaibo, patrón de intercambios comerciales que se mantendría inalterado hasta el siglo XX y continúa en el XXI. El desarrollo de la producción agroexportadora, tanto de la región marabina como la región andina a partir del siglo XVII, permitió la integración económica de los procesos productivos de la cuenca del lago de Maracaibo con otras esferas económicas como Cartagena y Río Hacha en el noreste de 227 Colombia, Santo Domingo y La Habana en las grandes Antillas y Veracruz en el caribe mexicano. Santo Domingo y La Habana, formaban parte de los grandes circuitos de comercio transatlántico, tanto de Sevilla como de la Compañía Holandesa de las Indias Occidentales, en tanto que Veracruz formaba parte de los circuitos comerciales transtlánticos y de los transpacíficos que culminaban en los puertos del occidente de México. Desde la región andina: Carora, Barquisimeto, Trujillo, Barinas, San Cristobal, Merida y Pedraza, de Pamplona, Tunja y Río Hacha (noreste de la actual Colombia) y del espacio marabino se exportaba particularmente hacia Europa y las Antillas cacao, café, tabaco, añil, jamones, tocinos, quesos, cueros en bruto, semillas de dividive para el procesamiento de los cueros de res, de cabras y venados, etc., recibiendo a cambio insumos como el aceite, vinos, harina, telas, herramientas, loza doméstica, cristalería, velas de cera, etc. Por vía de Curazao, Jamaica y Saint Thomas, otros comerciantes curazoleños practicaban tanto el contrabando de mercancías como el odioso tráfico de personas africanas que eran vendidas a los hacendados marabinos y andinos (Aizemberg, 1981; 39-43; Faber, 1998). El tráfico mercantil a través del lago, convertido en una especie de mar interior, y el floreciente negocio de exportación hizo necesario el establecimiento de oficiales reales para el cobro de diezmos e impuestos de almojarifazgo, convirtiéndose en 1678 en Capital de la Provincia de Maracaibo (Urdaneta Quintero et alíi, 2008: 157-143). 228 CAPÍTULO 15 Sub-modo de vida 4: la acumulación originaria de capital en Guayana Una estrategia de los capitalistas durante el siglo XVIII, fue la de no tomar a cualquier posibilidad para invertir y progresar que la vida ofrecía, sino estar siempre alertas, observando los desarrollos de nuevas oportunidades para intervenir en ciertas áreas escogidas, suficientemente informados y materialmente capaces de escoger su esfera de acción y crear también una nueva estrategia para mantener su control sobre los hechos cuando cambiasen las circunstancias (Braudel, 1992-2:400), tal como ocurrió en Guayana en el siglo XVIII. Desde el siglo XVII, la Orden Jesuita había ejercido en exclusividad el control del proceso misional del Orinoco, hegemonía que se mantuvo hasta la llegada de los capuchinos catalanes alrededor de 1724. La entrada de las misiones capuchinas catalanas en el Orinoco causó una agria controversia con las Jesuítas, la cual se resolvió en 1734 con la firma del acuerdo de La Concordia, mediante el cual se asignaba a los capuchinos catalanes el control de un enorme territorio que se extendía desde el río Caroní hasta el río Esequibo al este y al sur hasta el río Cuyuní. En las primeras décadas del siglo XVIII, con la instauración de las misiones capuchinas catalanas se materializó en el Bajo Orinoco la creación de un polo de desarrollo económico de tipo capitalista, con base a la reducción de una numerosa población indígena, mayormente de filiación caribe, en dieciocho pueblos de misión, escalonados entre el río Caroní y el río Esequibo, proyecto 229 que fue abortado entre 1817 y 1818 con la toma de Guayana por las tropas patriotas comandadas por Manuel Piar. Las misiones capuchinas catalanas, desde su instalación, habian entrado en conflicto con las autoridades coloniales de la Provincia de Guayana y con la clase mantuana que gobernaba la Provincia de Caracas, quienes pretendían que los misioneros se convirtieran en simples curas doctrineros y entregaran las tierras y los indios a los empresarios privados para así mantener su hegemonía política sobre las provincias venezolanas. Los capuchinos catalanes, como veremos, tenían otro proyecto político-económico apoyado por la corona española: la creación de un poderoso enclave de tipo capitalista agro-industrial-comercial basado en el comercio a larga distancia con Barcelona y en general con Europa Occidental, opuesto al de la economía de plantaciones, para así mantener a raya las aspiraciones autonómicas de los mantuanos del norte de Venezuela. Esta estrategía de la corona es la que parece estar en el fondo del cisma entre las Provincias de Caracas y Guayana y de la guerra que prácticamente se libró entre el norte latifundista y el sur “industrialista” y que terminó con la toma de Guayana por los patriotas en 1817 (Sanoja y Vargas Arenas, 2005: 331-335; 2007b: 173-177). Nuestras investigaciones, tanto arqueológicas como documentales, indican que se trataba fundamentalmente de un proyecto político y económico de grandes alcances, más complejo quizás que el de las misiones jesuítas del Paraguay, sustentado ideológicamente en el concepto de Repúblicas de Indios formulado por Bartolomé de Las Casas y fundamentado económicamente en la racionalidad capitalista e integral del siglo XVIII, basado en la producción agropecuaria, minera y preindustrial. 230 Para lograr aquellos fines, la Orden Capuchina Catalana dedicó sus esfuerzos “…a preparar los indios para el futuro, es decir, para que ellos pudiesen valerse y atender a todas sus necesidades. Así, enviaron religiosos que no eran sacerdotes (laicos, legos?), pero que eran expertos albañiles, carpinteros, hasta forjadores de hierro…” (Sanoja, 1998: 148). En el Archivo de las Orden Capuchina Catalana en Sarriá, Cataluña, se nos permitió leer sin tomar notas el manual de formación de los misioneros que eran enviados a Guayana en los siglos XVIII y XIX. Este resumía en unas 200 o 300 páginas el conocimiento técnico actualizado que existía para esa época en los campos de la agrimensura, la agricultura y la ganadería, la minería, la química y la metalurgia, la alfarería, la arquitectura, la ingeniería, navegación, la administración comercial, la educación, etc. Podríamos decir que el misionero catalán que gestionaba cada una de los dieciocho pueblos misionales y los que conformaban el gobierno administrativo del sistema, llamado La Procura, eran en verdad, más bien expertos gerentes de empresas capitalistas que misioneros católicos. Los indígenas recibían un salario en especies por su trabajo dentro del sistema misional. Podían devengar salarios en moneda cuando trabajaban fuera de la misión, pero internamente le estaba prohibida la utilización de circulante (Sanoja, 1998; Sanoja y Vargas-Arenas, 2002). La existencia de talleres para la fundición y forja del hierro para manufacturar lingotes y objetos terminados tales como clavos, hachas, martillos, picos, etc. (Sanoja y Vargas Arenas, 2005: 254, figs.76,77, 78,79, 80, 81, 82 ,83, 84 se complementaba con la de hornos técnicamente muy complejos para fundir el oro (Sanoja, 1998: Fig. 6; Sanoja y Vargas Arenas, 2005: 268-274, figs. 85, 87, 88, 89 y 90). El mineral precioso se encontraba tanto en las vetas de cuarzo de la Misión de 231 Upata, como en las arenas auríferas del río Caroní. Según Carrocera (1979, III: 133), ya para 1793 habrían existido en las misiones capuchinas catalanas, indígenas especializados en el “decantado y descubrimiento de minas”, las cuales podrían haber sido de oro o de hierro. Los cueros, el sebo de ganado y los huesos producidos por la actividad ganadera en el sistema misional, constituían materias primas importantes para la construcción y la reposición del capital fijo de las industrias y para la manufactura de zapatos que empezaban a cobrar popularidad en la Europa del siglo XVIII. En el poblado indígena de La Purísima, por otra parte, se llevaba a cabo la producción semi-industrial de ladrillos refractarios utilizados en la construcción y reposición de los hornos siderúrgicos de la época, así como ladrillos, losetas y tejas para la construcción de viviendas y similares, utilizando grandes hornos semisubterráneos de doble cámara, que podían contener hasta 2 o 3 m3 de carga por vez (Sanoja, 1998: 150, Fig. 3; Sanoja y Vargas Arenas, 2005: 247-249; figs.73, 74 y 75). El dato histórico documental y la arqueología nos revelan también la existencia de importantes almacenes (warehouses) donde se acumulaba la producción de bienes terminados y de materias primas que serían embarcados en los navíos de comercio que remontaban el Orinoco hasta el puerto ubicado en el río Caroní o en la laguna de El Baratillo, Santo Tomé de Guayana. En esta última, las investigaciones arqueológicas han sacado a la luz la existencia de una importante fase de desarrollo urbano coincidente con el auge de las misiones, donde destaca una gran estructura de muros de tapia y pisos enlosetados que parece haber sido uno de los almacenes de la misión descrito en la correspondencia con el superior de la Orden en Sarría, Barcelona 232 (Sanoja, 1998; Alvarado, Águila y Aburto, 1999; Sanoja y Vargas Arenas, 2005: 222; figs.65 y 69). El registro arqueológico nos indica la importancia que cobró el intercambio comercial de la ciudad de Santo Tomé con los mercaderes extranjeros a partir del siglo XVIII, notándose los siguientes rubros: loza holandesa, loza inglesa, loza poblana, porcelana china, vidrios farmacéuticos, aceites, vinos y ginebras procedentes de España, Holanda e Inglaterra, pipas de gres para fumar tabaco, de procedencia holandesa, monedas de plata, etc. (Sanoja y Vargas Arenas, 2005: figs. 68 y 69). Del análisis de la correspondencia en los archivos de la orden en Sarriá, Barcelona, España, se puede inferir que buena parte del comercio de exportación se canalizaba posiblemente vía la Guayana Holandesa o las Antillas Inglesas. Por otra parte, según Brito Figueroa (1978: 219), la Compañía de Barcelona, que manejaba el comercio de exportaciónimportación en el oriente de Venezuela, constituyó un importante esfuerzo de la burguesía manufacturero-industrial de Cataluña para estimular el comercio de importación-exportación con las provincias españolas de ultramar, particularmente con Santo Domingo, Puerto Rico y las provincias de Cumaná y Guayana. De acuerdo con Brito Figueroa (1978: 221), hasta 1764 en Cataluña no se fabricaba “una sola vara de tejido de algodón (…) y por el contrario, hacia 1792 (…) hay 91 fábricas y 49 no asociadas que en total concentraban 80.000 trabajadores…” En el mismo período se desarrolló también la industria del cuero en Cataluña, con una capacidad de exportación de setecientos mil pares de zapatos al año. Correlativamente, para el año 1797, el valor de los cueros y sebos de ganado que producían—y quizás también exportaban—las misiones capuchinas catalanas de Guayana, ascendían sólo en la Misión de la Purísima, 233 Bajo Caroní, a veinte mil pesos. Para evaluar la importancia que tuvo la producción ganadera misional podemos acotar que el total de cabezas de ganado existente en las diferentes misiones capuchinas de Guayana para 1774 se estimaba aproximadamente en más de cien mil (Carrocera, II, 1979: 225), lo cual representaba aproximadamente un capital mínimo de 300. 000 pesos (Sanoja, 1998). Como dato comparativo se puede agregar que para el año 1799, las exportaciones de Cataluña hacia Venezuela totalizaron 5.321.668 reales, de los cuales 345.785 estaban destinados a Guayana y el resto a Cumaná, puerto de salida o entrada de las mercaderías destinadas a Nueva Barcelona. Lo anterior nos permite inferir que el valor de un solo rubro de la producción anual de una de las misiones capuchinas de Guayana, equivalía, aproximadamente, a un 20% del valor de los bienes importados a Guayana desde Cataluña (Sanoja, 1998: 38). En los obrajes de las misiones existían máquinas para desmotar, prensar e hilar el algodón. En relación al número de personas dedicadas a la artesanía textil, la misión de El Palmar puede ser un buen indicador de su importancia. Sólo en este establecimiento, el número de mujeres indígenas que trabajaba en el hilado y el tejido de lienzos de algodón en los obrajes, sumaba alrededor de 417 (Princep, 1975: 7, 22, 23, 24, 26; Sanoja, 1998). Por otro lado, según Vila (1960), otra parte del algodón era llevada a Cumaná y al parecer transformada en hilo que se exportaba posteriormente para uso en las fábricas textiles catalanas. El desarrollo de serios antagonismos entre el gobierno provincial de Guayana, los mantuanos caraqueños que gobernaban la Provincia de Caracas y las Misiones de Guayana desde el mismo siglo XVIII, comenzó a oscurecer el panorama económico y la viabilidad del experimento capitalista emprendido 234 por las misiones capuchinas catalanas. Es muy probable que dicho conflicto de poderes hubiese precipitado la mudanza de la capital de Guayana hacia Angostura, la actual Ciudad Bolívar hacia 1764, para sustraer al gobierno provincial de la poderosa influencia política y económica ejercida por las misiones. Tanto los criollos como los funcionarios coloniales reprochaban a las misiones capuchinas catalanas el no haber entregado las tierras y los indígenas de Guayana a los empresarios privados, constituyendo por el contrario una vasta empresa corporativa agropecuaria, preindustrial y mercantil de alta rentabilidad, propiedad del colectivo de la orden (TaveraAcosta, 1954: 160-164; Sanoja, 1998; Sanoja y Vargas Arenas, 2005: 295306). En el siglo XVIII comenzó lo que denomina Braudel la revolución del algodón, desplazando la lana que había sido desde la antigüedad la fibra por excelencia para la producción de textiles. Debido a su poco peso y su alto rendimiento económico, la revolución del algodón se llevó a cabo sin necesidad de mayores invenciones tecnológicas que las ya existentes. Los capitalistas y comerciantes europeos comenzaron a monopolizar las fuentes de producción de algodón y de telas en diversas regiones del mundo para satisfacer el creciente mercado que se estaba creando a nivel mundial (Braudel, 1992-3: 571-574). Para la misma época, las misiones capuchinas catalanas de Guayana habían comenzado a cultivar algodón y a producir telas con diseños seguramente para la exportación, así como también—al parecer— zapatos, cuyo uso comenzaba a masificarse en la sociedad europea (Sanoja, 1997, 1998; Sanoja y Vargas Arenas, 2005: 244-245, 237-238). Dentro del marco agro-pecuario-minero-artesanal que ya existía en Guayana, esa forma de producción preindustrial evidenciaba, por parte de las misiones, un 235 acertado conocimiento de las tendencias del mercado internacional, constituyendo un importante antecedente histórico de la política de sustitución de importaciones propuesta por la teoría del desarrollo de América Latina entre 1960 y 1970. A pesar de la introducción de tecnologías de punta y sistemas de producción avanzados para la época, la imposibilidad de modificar el carácter servil de las relaciones de producción, permitiendo así el surgimiento de una clase de artesanos o pequeños productores libres, impidió cualquier posibilidad futura de cambio social dentro de la extensa población indígena reducida en el ámbito misional (Laclau, 1971, 1974; Stern, 1986; Sanoja y Vargas Arenas, 2005: 299-306). La élite política caraqueña que asumió el poder en Guayana tras el triunfo patriota en 1823, actuó para revertir el sistema económico de las misiones hacia las formas socioeconómicas ancien regime como la hacienda, el latifundio y el hato ganadero. Estas formas socioeconómicas que sólo representaban un crecimiento cuantitativo horizontal, en vez de cualitativo y vertical, no lograron sino aumentar la riqueza personal de los latifundistas y— correlativamente—la pobreza de las poblaciones campesinas indígenas y criollas sometidas al régimen de trabajo servil. Otras provincias, como las de Coro y Maracaibo, que se unieron con la de Guayana en contra de la coalición triunfante liderada por la de Caracas, mantuvieron por el contrario su importancia como centros comerciales menores y como puntos estratégicos que definían la periferia de Venezuela (Lombardi, 1976: 65). Una vez derrotada y ocupada la Provincia de Guayana por el ejército coaligado de la Provincia de Caracas, los ingentes recursos económicos acumulados en los almacenes, hatos y haciendas de las misiones fueron apropiados por los patriotas para financiar los gastos civiles y militares de la 236 República, en tanto que la fuerza de trabajo indígena y los rebaños de caballos, mulas y ganado vacuno fueron incorporados a los inventarios militares del ejército. Los talleres de metalurgia y herrería, de alfarería, los obrajes de tejido y de zapatería, que representaban el inicio de una experiencia agro-industrial-mercantil capitalista, fueron desmantelados entre 1818 y 1824, al igual que la estructura misma de la producción agropecuaria, pasando las misiones a convertirse en hatos de ganado propiedad de triunfantes generales de la República (Sanoja y Vargas Arenas, 2005: 328-337). Fundación de la ciudad de Angostura El año de 1762 se ordenó construir una nueva ciudad, Angostura, que serviría como capital de la Provincia de Guayana, desafectando a Santo Tomé que servía desde finales del siglo XVI como capital provincial. Ésta fue una decisión política que tuvo como finalidad sustraer el gobierno provincial del dominio político y económico de las misiones capuchinas catalanas (Sanoja y Vargas Arenas, 2005: 328). El gobernador Centurión, 1766, uno de los más renombrados, se dedicó a fomentar la construcción y la fortificación de Angostura, creó impuestos de estanco de guarapo, del juego de gallos y otros ramos de rentas que sumaban unos 60.000 pesos, levantó el primer censo de Guayana y una carta corográfica de la provincia, estableciendo relaciones más amigables con el sistema misional de los Capuchinos Catalanes (Tavera Acosta, 1954: 149-164). 237 PARTE III LA FORMACION ECONOMICO-SOCIAL CLASISTA NACIONAL 238 CAPÍTULO 16 Colonialidad del poder, modos de vida y estilos de consumo Como ya se ha hecho al inicio de las diferentes partes de esta obra, una nueva discusión de las categorías y conceptos históricos es necesaria cuando comenzamos a abordar el estudio de la fase que da origen a la aparición de la FES Clasista Nacional Venezolana, que cubre la segunda mitad del siglo XVIII y los siglos XIX y XX. Existe un cambio sustancial gracias a los procesos ocurridos que permitieron la constitución del Estado Colonial Caraqueño, la emancipación política de España, el efímero ensayo del Estado multinacional de la Gran Colombia y el posterior complejo proceso sociocultural, político y económico que significó la formación de la República. La calidad histórica se transforma pues el modo de producción -basado en el antiguo sistema de monoproducción agropecuaria- da paso a un nuevo sistema monoproductor petrolero vinculado al todo más desarrollado del sistema capitalista mundial. Aunque las categorías históricas siguen vigentes, la realidad social a la cual ellos se aplican deviene más compleja y más dificil la definición de las fronteras conceptuales que definen sus componentes. La categoría formación social alude al sistema de relaciones generales y fundamentales de la estructura y causalidad social, entendido como totalidad (Bate 1998: 57). Esta categoría resume en sí toda la clase del proceso social que define a la totalidad. Para poder conocerla y explicarla “… tenemos la necesidad de realizar una serie de abstracciones (otras categorías) para conocer el conjunto de la totalidad en sus múltiples determinaciones…” ya 239 que una categoría sólo puede ser entendida en correspondencia con la totalidad que la explica (Vargas Arenas, 1990: 61). Para definir un modo de producción concreto es necesario partir de la consideración que la base material de la vida social es la que establece las condiciones y la forma que adoptan las relaciones sociales de producción (Maza Zavala, 1967: 183). El concepto de modo de producción “…se refiere a la unidad de los procesos económicos básicos de la sociedad; producción distribución, cambio y consumo…”, los cuales son esenciales para determinar la estructura social y las relaciones que se establecen en torno al proceso de producción. Estas relaciones sociales de producción son las que permiten definir la calidad de un modo de producción, “…ya que corresponden a una determinada medida del desarrollo de las fuerzas productivas…” (Bate, 1998: 58). El modo producción clasista venezolano, como se puede inferir de las discusiones precedentes, es una categoría histórica compleja que conceptualiza todas aquellas formas interactivas particulares (modos, submodos y estilos de vida) que en cierto momento se generan en una sociedad y las condiciones naturales y materiales de su existencia, entre los individuos sociales mismos, en el tipo de relaciones sociales de producción que ellos establecen y en los elementos de la conciencia social que éstas generan. El modo o modos de vida, sub-modos, los estilos de vida y el o los modos de trabajo a través de los cuales el modo de producción se expresa de manera particular, no son reducibles a alguno de los elementos o a parte de uno de ellos, ya que constituyen la resultante histórica de la totalidad de sus relaciones que se sintetizan en el modo de producción y la formación social correspondiente (Vargas Arenas, 1990: 64). 240 La transformación de las leyes sociales no es azarosa sino, por el contrario, es el resultado de la actividad consciente del trabajo de los hombres y las mujeres, por lo cual es preciso conocer y entender sus ritmos de estructuración social, la existencia de ciertas maneras particulares de la organización de la actividad humana, las praxis particulares de una formación social que dinamizan su dialéctica “…y en consecuencia, los cumplimientos objetivos de las leyes específicas que rigen para esa formación social...,”, las cuales podemos aprehender a través de los conceptos de modo de vida y estilo de vida que resumen la totalidad de la particularidad (Vargas Arenas, 1990: 64-65). Podríamos decir que la categoría modo de vida expresa las mediaciones objetivas entre las regularidades que existen entre lo general y lo singular, que se formalizan en las categorías de formación social y cultura: 1) La especificidad de la organización técnica y social. 2) La especificidad de la organización y la dinámica social y, en consecuencia, 3) Los ritmos históricos de desarrollo y la viabilidad de los cambios que se expresan como sub-modos de vida. El modo de vida se visualiza cuando aquellas particularidades se expresan en el dominio singular de la cultura, el llamado mundo sensible, como es el caso, por ejemplo, de las formas culturales que adoptan los estilos de consumo que sirven para distinguir las diversas clases sociales, las normas jurídicas que regulan aquellas relaciones e igualmente los contenidos de los imaginarios, es decir, el modelo de valores éticos y la ideología general que diferencia a unas de otras 241 En cada época de la historia de un país, el imaginario que distingue a las distintas clases sociales puede ser visualizado en la realidad sensible vía el consumo de un producto o de un grupo productos básicos los cuales, aunque no tienen una significación cultural intrínseca, la adquieren través del complejo de relaciones que se establecen con motivo de su explotación y aprovechamiento, por su valor como medios para satisfacer necesidades y para la acumulación y concreción material de Valor. Esto quiere decir que el Capital, el proceso implícito en las relaciones sociales de producción que se establecen entre patronos y trabajadores, puede asumir la forma de objetos materiales producidos en dicha relación; por tanto, los cambios en el valor de uso o el valor de cambio de los objetos producidos en el circuito del capital, necesariamente pueden reflejar también los cambios en las condiciones del mundo material en el cual fueron manufacturados (Paynter, 1988: 413Stps.arch.). Según Bate (1998: 65), el modo de vida expresa las mediaciones objetivas entre las regularidades formalizadas a través de la categoría formación social y la de cultura, representando en consecuencia las particularidades de la formación social. En este sentido, el modo de vida es un eslabón intermedio entre el carácter esencial de la formación social y su manifestación fenoménica en la cultura. Aunque un modo de vida no es una fase ni un estadio y, en consecuencia, el modo de trabajo tampoco lo es, los grupos sociales que desarrollan un modo de vivir, un determinado modo de vida pueden persistir temporalmente en una formación social, trascenderla históricamente y desaparecer en una fase de la misma (Bate, 1998: 66). 242 Con base a los contenidos de las definiciones anteriores de modo de vida, hemos podido establecer los ritmos de estructuración que caracterizaron las fases de desarrollo histórico del modo de producción clasista venezolano, de acuerdo con las diferencias históricas particulares en las formas de producción y reproducción de la vida material. Tales formas implican, por una parte, variaciones significativas en las calidades de las relaciones sociales de producción, las cuales constituyen líneas de estructuración o “partes” del todo como es la formación social, coexistentes pero distintas, las cuales responden también con particularidades del objeto y medio de trabajo y, en consecuencia, de las relaciones técnicas de producción (Vargas Arenas, 1998a: 664-665). Colonialidad y los estilos de vida consumista La colonialidad del poder alude al lugar espistémico que describe y legitima el poder colonial, al espacio desde el cual se produce y reproduce la diferencia colonial (Lepe Lira, 2008). En el caso específico de las relación de dominación entre las potencias coloniales y los países subordinados o colonizados como Venezuela, el discurso de poder de la colonialidad se orientó hacia la eliminación y la sustitución de los elementos culturales propios, sobre todo materiales, tales como edificaciones, traza urbana, monumentos arquitectónicos y muchísimos otros que actuaban como referentes simbólicos para mantener e incluso reinventar en cada época la memoria histórica de los venezolanos y venezolanas; ese proceso de sustitución ha servido para legitimar la dependencia colonial o neocolonial, de lo cual es ejemplo el régimen guzmancista instaurado en Venezuela a finales del siglo XIX. La manipulación de la memoria histórica ha servido, en consecuencia, para justificar el orden y las relaciones capitalistas de poder establecidas por la elite 243 oligárquica minoritaria que habitó el enclave local del poder colonial o la que ocupa en el presente el poder neocolonial, con la mayoría de venezolanos y venezolanas excluida, dominada y explotada para su beneficio, tanto el propio como el del imperio que dicha elite representa (Vargas Arenas, 2007: 15). La condición colonial o neocolonial dependiente de Venezuela fue, en un primer momento, la expresión particular de la totalidad social capitalista mundial. Así entendido el proceso histórico, la FES Clasista Venezolana tuvo una fase colonial que se manifestó en lo concreto como una línea particular de desarrollo de la formación social clasista en su conjunto, y que se inició en el siglo XVI y se prolongó hasta finales del XX, la cual estuvo mediada por la dinámica en la composición del poder en los consecuencia, en un países europeos. En período que abarcó tres siglos, Venezuela fue dependiente del Imperio Español para, luego, devenir dependiente como neocolonia de otros imperios como el inglés, el francés, el alemán y finalmente el estadounidense (Vargas Arenas, 2007). En un modo de producción, el trabajo crea valores de uso (utilidad) y valores de cambio (económicos), por lo cual el patrón de las relaciones sociales se sustenta en el modo como se realiza el trabajo (producción) y en el modo como se aprovechan, distribuyen y consumen los productos de dicho trabajo (distribución, cambio y consumo). Veremos así que en Venezuela, por ejemplo, los estilos diferenciales de consumo de determinadas mercancías por parte de las varias clases sociales en distintos momentos históricos, constituyen un indicador cultural que permite caracterizar las relaciones sociales de dominación y explotación. 244 Bajo un régimen capitalista, los conceptos de “existir” y “tener” se consideran equivalentes, de modo que aquel hombre o mujer que no tiene nada material, no es nadie, lo cual constituye el fundamento del consumismo. La publicidad comercial y los medios de comunicación en general han sido muy útiles para convertir el hecho de “no tener” en una realidad absolutamente desesperada: quien no tiene o no posee alguno de los bienes de prestigio considerados como social y culturalmente necesarios, se siente separado de la existencia humana en general, del mundo de los objetos y en última instancia del mundo real puesto que tal necesidad sólo existe en el imaginario (Lefebvre, Henri. 1991: 155). La respuesta a este sentimiento de carencia inducida a través de la publicidad comercial y los medios de comunicación, es el consumismo. El consumo de loza doméstica europea: indicador de prestigio social La forma del consumo que hacía la burguesía caraqueña de mercancías tales como la loza doméstica inglesa en el siglo XIX estaba estrechamente vinculada a la reproducción y el mantenimiento de la vida cotidiana de los colectivos sociales; por tal razón, tales mercancías representaban un elemento de penetración ideológica y de formación de valores capitalistas en los pueblos receptores. Para comprender dicho concepto, podemos ejemplificar con la loza doméstica inglesa, la cual constituyó el principal componente de la producción y la exportación-importación de bienes domésticos entre mediados del siglo XVIII y mediados del siglo XIX (van Rensselaer, 1966; Sussman, 1977; Miller, 1980). Su importancia para nuestro estudio radica, no sólo en las características formales intrínsecas de los objetos o los precios de venta de la 245 misma, sino en su representación simbólica a efectos del imaginario de los modos de vida burgueses, particularmente entre los británicos de los siglos XVIII y XIX y de la FES Capitalista en general, que se transfirió vía el comercio al imaginario de la “aristocracia” criolla y la pequeña burguesía que conformaban la clase dominante de la sociedad venezolana de la época. En el comercio mundial de los siglos XVIII y XIX, el desarrollo en Inglaterra de la producción industrial de bienes domésticos como las vajillas de loza o porcelana, ligadas a la reproducción de una dimensión de la vida cotidiana como son los diversos estilos para el consumo de los alimentos y bebidas (platos, vasos, copas, mantequilleras, tazas de café, soperas, etc.) y para la disposición de las excretas (bacinillas o bacines), daban respuesta a los cambios profundos en los rituales culturales de la vida cotidiana que habían sido introducidos, sobre todo en la clase alta y la clase media de sociedad inglesa como consecuencia de los cambios cuantitativos y cualitativos que se estaban produciendo en el modo de vida de la formación capitalista inglesa. Esos valores sociales y culturales que aluden al abandono de las antiguas formas comunales de consumo y al desarrollo de un imaginario del individualismo capitalista expresado en las maneras de mesa, en la privacidad para satisfacer las funciones corporales (Deetz, 1988: 228), fueron transmitidos por los mercaderes ingleses, vía el comercio de la loza domestica alrededor de todo el mundo (Miller, 1980:2).Ello significó un proceso de globalización en ciertos ambientes de la cultura producida en Inglaterra, lo cual sólo fue posible gracias al papel hegemónico que jugaba el imperio inglés en las relaciones mundiales. Es en este sentido que los objetos de loza inglesa, francesa, catalana, mexicana, alemana, china, italiana, etc., recuperados en las 246 investigaciones sobre arqueología del capitalismo en sitios urbanos como Caracas, la antigua Santo Tomé de Guayana, Valencia, Coro y Maracaibo, entre otros, son también una invalorable fuente documental para conocer esta faceta de la historia del modo de vida clasista colonial venezolano y del modo de vida clasista nacional r republicano (Sanoja y Vargas Arenas, 2002, 2006, 2008?; Aburto, 1998). Las evidencias documentales y arqueológicas sobre la sociedad caraqueña de finales del siglo XIX (Aburto, 1998) proporcionan informaciones concretas sobre los diversos lugares y fechas donde se localizaban los centros de producción de las vajillas, de las condiciones en las cuales se efectuaba dicha producción así como de los procesos comerciales que hicieron posible su consumo por poblaciones ubicadas en lugares remotos como los centros urbanos venezolanos de los siglos XVIII y XIX, ya que uno de los objetivos centrales del capitalismo mercantil fue el desarrollo de mercados mundiales y la integración de los diversos países y sociedades en un único sistema mundial. Las fuentes documentales históricas, tanto hemerográficas como arqueológicas, testimonian la importancia que adquirió la irradiación del comercio del imperio británico en Venezuela en los siglos mencionados, así como su declinación a partir de la segunda mitad del siglo XIX frente a la emergencia de otros poderes capitalistas como Francia, Alemania y Estados Unidos que asumieron el relevo del dominio neocolonial sobre la sociedad venezolana (Vargas Arenas, et alíi, 1998; Sanoja et alíi, 1998; Aburto, 1998). La colonialidad de la formación social clasista venezolana 247 Al considerar la influencia ideológica ejercida por el liberalismo inglés sobre la dirigencia del movimiento independentista venezolano del siglo XIX, es preciso dejar claro que la simpatía y el apoyo que les mostraba el gobierno y la burguesía ingleses era la estrategia de ambos para desestabilizar el dominio español en el Caribe y liberar las antiguas colonias para convertirlas luego en mercados abiertos para sus manufacturas y en fuentes de abastecimiento de materias primas para sus industrias. La arqueología del capitalismo, al estudiar la irradiación del comercio europeo hacia Venezuela desde el siglo XVI y particularmente durante los siglos XVIII y XIX, proporciona las evidencias materiales de la influencia del comercio mundial en la vida cotidiana y la afluencia del estilo de vida consumista de la burguesía venezolana, particularmente la caraqueña, durante el siglo XIX y su proyección hacia el imaginario colectivo donde incluimos también la ideología y la política (Vargas Arenas, 2005). Nuestra definición de las fases del proceso histórico que produjo la formación social nacional venezolana no limita la colonialidad solamente a las relaciones temporales de dependencia con la Corona española, sino también a las diferentes fases subsecuentes que muestran la afectación de la articulación de los procesos de producción venezolanos con las relaciones sociales, la ideología y la cultura por parte de otros centros hegemónicos de poder, y que ha estructurado el capitalismo dependiente que ha dominado desde el siglo XVI hasta finales del siglo XX. El estilo de vida consumista en el modo de vida colonial indohispano: 1500-1750 248 El estilo de vida consumista de mercancías suntuarias producidas en las metrópolis por las elites dominantes, es una característica de las sociedades coloniales, no por una determinación atávica sino porque las metrópolis reducen sus colonias al rango de productoras de materias primas y consumidoras de los bienes terminados que ellas producen, agregándole valor a las materias primas. A partir del siglo XVI, resumiendo lo ya expuesto en capítulos anteriores, el sistema capitalista mercantil europeo que había comenzado a emerger en las regiones desarrolladas de Europa Occidental, inició un proceso colonial expansivo hacia la nueva periferia que habían revelado los viajes de exploración y que existían más allá del finisterrae continental. Nos referimos al aspecto mercantil de dicho proceso, no simplemente como una de las sucesivas etapas históricas del desarrollo del capitalismo europeo. La actividad económica de los grandes mercaderes, particularmente durante los siglos XV y XVI, como afirma Braudel (1992-3:621), se orientaba indiscriminada, simultánea y sucesivamente hacia el comercio, la banca, las finanzas, la especulación en la bolsa de valores y la producción industrial. Pero no fue sino a partir del siglo XVI cuando, gracias particularmente a la extracción de riqueza desde Sur América y el Caribe, el capitalismo europeo temprano pudo expandirse merced al desarrollo de una economía de mercado a largo plazo, basada en la existencia conjunta de mercados y ferias que estimulaban el comercio regional, así como en el comercio ultramarino. Esa nueva coyuntura tuvo gran influencia en el desarrollo y la transformación de los pueblos y ciudades en todo el mundo. Las tensiones sociales, que constituyen el catalizador de los procesos de cambio histórico se acentuaron al profundizarse el antagonismo entre ciudad y campo (Marx y Engels, 1982: 53249 54), generando procesos generales de expansión de la vida social los cuales, a su vez, determinaron el surgimiento de nuevos y más intensos episodios de tensión y transformación en los diversos procesos mundiales de cambio social y urbanización. El sistema capitalista se internacionalizó, se extendió y perfeccionó durante esta fase expansiva colonialista que se prolongó hasta los inicios del siglo XVIII mediante el desarrollo de métodos políticos y culturales adecuados para comprender, dominar y sojuzgar los pueblos aborígenes de nueva periferia de Europa con la esclavitud y el trabajo forzado o enfeudado. Utilizaremos cuatro conceptos que definen esta nueva realidad histórica: a) el colonialismo global; b) el eurocentrismo; c) el capitalismo y d) la modernidad (Stern, 1986: 829830; Orser, 1996; Orser and Fagan 1995: 221-222; Funari, 1944: 43; Sanoja y Vargas Arenas, 2005:5-9). La ideología civilizatoria y la historiografía liberal conservadora legitimaron el papel civilizador del colonialismo asignándole a las sociedades originarias tanto en América como en África-- un lugar histórico negativo en la construcción de la nueva sociedad mestiza (Vargas Arenas, 2005 RVECS, 2010), lo cual permitió a la historia oficial burguesa invisibilizar los grandes aportes culturales, sociales y tecnológicos que hicieron nuestras sociedades ancestrales para consolidar el perfil de lo que llamó Simón Bolívar “nuestro pequeño género humano”. Como parte de las disciplinas científicas de la Arqueología y la Historia contemporánea, la llamada Arqueología de la Formación Capitalista es aquella que nos permite comprender, vía la recuperación y el estudio de las evidencias materiales, el impacto que tuvieron sobre nuestros pueblos las Revoluciones Industriales, el auge del comercio mundial, las innovaciones tecnológicas y 250 demás cambios introducidos por el capitalismo global. Analizadas conjuntamente con las fuentes escritas, aquéllas nos permiten igualmente estudiar las migraciones humanas, voluntarias o forzadas, que afectaron la configuración demográfica, cultural y económica de los pueblos de los diversos continentes, conformando una coyuntura mundial que rebasaba los límites políticos y geográficos que definían las sociedades precapitalistas periféricas, estimulando su asociación con empresas (la expansión colonial y el comercio) o en circunstancias históricas comunes (esclavismo, clases sociales, etc.). Esta dialéctica de la macro-histórica puede ser más claramente percibida y entendida a través del estudio de la microhistoria y de la vida cotidiana: de los testimonios arqueológicos recuperados en las fortalezas, las aldeas mineras, las viviendas de los indígenas y de los esclavos (as), en los humildes artefactos y en la gente usualmente anónima que los fabricó y en la manera cómo, a su vez, estos incidieron en los grandes procesos de la historia mundial (Orser y Fagan, 1995: 19). Una de las características que adoptó el capitalismo a partir del siglo XVI fue la producción, en una escala siempre creciente, de bienes de consumo que se podían comerciar a larga distancia. La expansión colonial de los grandes imperios ultramarinos de la época, tales como España, Inglaterra y Francia, incidió también en el auge de la producción excedentaria de muchos productos que eran exportados hacia los nuevos territorios coloniales. En aquellos territorios existían para el siglo XVI importantes poblaciones humanas originarias, cuya demanda de aquellos productos comerciales impuestos por la colonización no podían ser satisfechas por los sistemas locales de producción, ya desestructurados por la violencia de la conquista y la colonización europea. 251 En el caso particular de España, su escaso desarrollo de las fuerzas productivas limitaba la capacidad de hacer una oferta suficiente de bienes de consumo a sus vastos territorios coloniales americanos. Por tal razón, la industria artesanal o semi-índustrial de otros imperios y países europeos tales como Holanda, Inglaterra, Francia y en cierta medida Alemania, asumieron la tarea de proveer al comercio ultramarino con la América Hispana para dotarlos de los bienes de consumo que España no podía suministrar o suministraba de manera deficiente. Surgieron así las diversas compañías para el comercio con las Indias Occidentales y las corporaciones de comerciantes privados que armaban expediciones con los llamados piratas y bucaneros (Britto García, 1998: 76). Estos, en realidad, forzaban a cañonazo limpio el intercambio comercial con las poblaciones costeras del Caribe y del litoral atlántico suramericano, cual versión originaria de las actuales transnacionales del imperio. La primera centuria del régimen colonial español en Venezuela estuvo determinada por los esfuerzos que debieron hacer los invasores europeos: alemanes, castellanos, ingleses y franceses para derrotar la resistencia indígena, subyugar los diversos pueblos originarios para despojarlos de sus tierras, convertir a hombres y mujeres en sus siervos (as) o esclavos (as) y apropiarse de sus conocimientos. Aquellos métodos de dominación de la fuerza de trabajo que habían sido característicos de la formación feudal europea, fueron utilizados en las regiones periféricas del capitalismo mercantil durante la fase de transición que siguió al colapso de la sociedad feudal. Muchos autores (as) han confundido este proceso que se instauró en nuestra América y particularmente en Venezuela con un feudalismo real, cuando en realidad se trató –como hemos 252 dicho- de métodos feudales para controlar y explotar la fuerza de trabajo en una sociedad capitalista (Sanoja, 2009 msc). El uso de aquellos métodos para explotar y subordinar a las poblaciones originarias permitieron a los europeos conocer los diferentes idiomas y dialectos hablados por los pueblos originarios, la naturaleza de los suelos agrícolas, reconocer cuáles plantas eran comestibles, las técnicas para cultivar las plantas comestibles y cazar los animales salvajes, la tecnología para fabricar viviendas, la etnobotánica, las plantas medicinales y las prácticas médicas aborígenes, la minería, conocer los itinerarios de viaje, la ubicación de los otros pueblos indígenas, sus costumbres, su fuerza militar, en fin, de todos los conocimientos que les permitieron sobrevivir al desarraigo de su propia sociedad y cultura y apoderarse de los pueblos y las tierras americanas. La arqueología nos indica que durante la primera centuria, siglo XVI, los conquistadores y colonizadores consumieron principalmente insumos de procedencia originaria; es por esta razón que denominamos a la cultura de esta fase inicial como Indohispana. La comida estaba dominada por alimentos tales como la yuca –consumida fundamentalmente bajo la forma del casabe-, el maíz, la papa, las caraotas, los frijoles, la arracacha, la auyama, el ocumo, la batata, la lechosa y otros frutos tropicales; a falta de aceite de oliva, utilizaban aceite obtenido del procesamiento de los huevos de las tortugas de río. El análisis de los contextos arqueológicos urbanos que ilustran el modo de vida indohispano en Venezuela refleja la simplicidad tanto de la oferta como de la demanda y del estilo de vida de la clase dominante. Los hallazgos frecuentes de tazones y escudillas importadas nos indican la existencia de maneras de mesa donde el alimento consistía básicamente de un único plato, 253 hervidos o guisados. Para consumirlos, se utilizaban tal vez cucharas de madera y cuchillos metálicos, ya que hasta ahora el hallazgo de cubiertos metálicos no ha sido reportado, excepto bajo la forma de “presentoirs” tenedores y cuchillos empleados para cortar y servir las carnes en la mesa. En ese mismo sentido, podemos acotar que desde inicios del siglo XVI los españoles consumían frecuentemente cocidos o sancochos de legumbres aderezados con carne de vacuno y posiblemente de gallinas y pescados. Una pequeña parte de las escudillas y tazones utilizados eran de loza sevillana importada de España y posteriormente de Holanda y México; la mayoría de la vajilla doméstica era alfarería indígena criollizada, al igual que la vajilla culinaria compuesta por ollas, pimpinas, cuencos, budares, etc. (Vargas et alii, 1998: 73-79; Sanoja et alii, 1998: figs. 3 y 4; Sanoja y Vargas Arenas, 2002: 81). En Caracas, para inicios del siglo XVII hay también evidencias de grandes calderos de barro similares a los de hierro utilizados hoy día para freír chicharrones de cerdo (Vargas et alii, 1998; Sanoja y Vargas Arenas, 2002; 139, fig., 36:1). Las llamadas vasijas oliveras de origen sevillano, donde se importaban el aceite de oliva, las aceitunas y el vino, una vez utilizadas para el comercio se incorporaban también a la vajilla doméstica. En localidades urbanas como Caracas, Coro, Maracaibo, Cumaná, Cubagua y Santo Tomé de Guayana, entre otras, desde inicios del siglo XVI y hasta el siglo XVIII, los contextos arqueológicos domésticos de viviendas de la clase dominante, revelan la presencia dominante de loza doméstica tipo Delft (holandesa), de tipo Talavera (España), de tipo Puebla (México) y un porcentaje menor de loza tipo Staffordshire (inglesa). La presencia de gran número de botellas de gres y botellas de vidrio de manufactura artesanal 254 (técnica del soplado), se relacionan con la importación de cervezas, vinos y otros licores (quizás ginebra, oportos, brandy, etc.). Otros rubros importantes de los cuales da cuenta el registro arqueológico era la importación de herramientas, de armas de fuego y armas blancas, telas de bayeta y pasamanería en general (Sanoja et alíi, 1998; Vargas Arenas et alíi, 1998; Castillo Hidalgo 2000: 395-408). En algunas aldeas indígenas del Bajo Orinoco la presencia de botellas de vidrio azul, contentivas posiblemente de aguardiente o ginebra, indica que los españoles, holandeses o ingleses iniciaron desde muy temprano a nuestros aborígenes en el consumo del alcohol, como una manera de degradarlos y someterlos a su arbitrio. Los conocimientos anecdóticos dicen que los españoles engañaban a nuestros indígenas con espejitos. Sin embargo, el conocimiento arqueológico revela que utilizaban fundamentalmente la distribución de alcohol y de ciertas vistosas cuentas de vidrio batido, como instrumentos para corromper sus costumbres (Sanoja y Vargas Arenas, 2005: 87). El estilo de vida consumista en el modo de vida colonial mercantil: 1700+1830. La colonialidad del modo de vida colonial mercantil agroexportador no está forzosamente restringida a los límites temporales de la relación política y administrativa de Venezuela con la Corona Española, particularmente si la relación comercial ponía en contacto grupos de personas que representaban diferentes tiempos históricos, distintos contextos socioeconómicos de Europa y América ya que, como hemos discutido en páginas anteriores, a través de la categoría modo de vida se conceptualizan todas aquellas formas interactivas particulares que en cierto momento se generan entre un grupo social y las 255 condiciones naturales y materiales de su existencia, entre los individuos sociales mismos, en el tipo de relaciones sociales de producción que ellos establecen y los elementos de la conciencia social que estas generan. El siglo XVIII representó para el Modo de Producción Capitalista europeo, una primera fase de crecimiento de las economías nacionales de Europa Occidental. El proceso originario de acumulación de capitales se consolidó gracias a la expropiación de ingentes cantidades de oro, plata, piedras preciosas, perlas y demás riquezas expoliadas a Nuestra América. Ello se tradujo, a su vez, en un proceso paralelo de enriquecimiento y sofisticación de los modos de vida y de las culturas capitalista que caracterizarán, particularmente, las sociedades burguesas europeas. El deseo de consumir las mercancías y los productos fashion procedentes de la periferia americana del capitalismo, tales como el café, el ron, el cacao, el azúcar de caña, el tabaco, el algodón, el añil, y materias primas industriales como la madera, la grasa y los cueros del ganado vacuno, los ladrillos de arcilla refractaria como los producidos en las misiones capuchinas catalanas del Caroní, la zarzaparrilla y muchos otras, estimularon a su vez sistemas de producción extensiva de dichas materias primas tales como las plantaciones, las haciendas y los obrajes, alimentados con mano de obra esclava y financiados con capitales provenientes directa o indirectamente de países capitalistas europeos. La contradicción que se produjo entre las poblaciones originarias y los conquistadores europeos en el modo de vida colonial indohispano en el siglo XVI, fue resuelta a favor de los conquistadores-colonizadores por la confiscación de toda la tierra agraria a la cual pudieron ponerle la mano, mediante la eliminación física de sus dueños legales, que eran nuestras 256 comunidades originarias. Inicialmente se constituyeron estructuras agrarias tales como encomiendas, pueblos de misiones, pueblos de indios, etc., donde la propietaria real de la tierra y de la fuerza de trabajo indígena era la corona española, lo cual limitaba el desarrollo de nuevas fuerzas productivas. Aquella primera contracción de las fuerzas productivas del modo de producción clasista colonial venezolano fue resuelta a partir del siglo XVII por la consolidación de una clase social hegemónica de criollos y/o blancos peninsulares, la cual asumió la propiedad de las grandes plantaciones y hatos monoproductores de aquellas mercancías que eran necesarias para el desarrollo de los modos vida capitalistas europeos, tales como el café, la caña de azúcar, el cacao, el añil, el algodón, cecinas, quesos, cueros, huesos y cuernos de ganado, maderas, etc., las cuales eran exportadas directa o indirectamente a los mercados europeos. La fuerza de trabajo fue reorganizada suplantando en buena parte la servidumbre indígena por la esclavización de africanos (as) y sus descendientes y el desarrollo de tipos sociales mestizos de indios (as) y blancos (as), de negros (as) y blancos (as): los mulatos (as), de indios (as) y blancos (as), de negros (as) e indios (as): los zambos (as) que ya constituían para finales del siglo XVIII y comienzos del XIX la mayoría (60%) de la población venezolana (McKinley, 1993: 31). Los mulatos (as) y zambos (as) desempeñaron principalmente el papel de intermediadores económicos y prestadores de servicios: comerciantes, artesanos, albañiles, servidumbre doméstica, trabajadores (as) y peones, pescadores, etc. La reorganización de las clases sociales, de las relaciones de producción y las fuerzas productivas que tuvo lugar a partir del siglo XVII en Venezuela fue instrumental para consolidar en el siglo XVIII la producción comercial 257 agrícola y ganadera en manos de la clase mantuana. De igual manera, la consolidación material de los centros urbanos principales, como fue el caso de Caracas, Maracaibo, Coro, Cumaná, Santo Tomé de Guayana y otras ciudades definió las relaciones entre ciudad y campo, estimulando el desarrollo de procesos culturales diferenciados que influirían también en las tendencias de la producción, la distribución y el consumo de mercancías autóctonas o importadas. La expansión de las plantaciones y hatos ganaderos a partir del año 1700 determinó, al mismo tiempo, un aumento de la riqueza en manos de la minoría mantuana. Como la producción española de bienes suntuarios no era suficiente para satisfacer las necesidades de la colonia venezolana, buena parte de los mismos era introducida como contrabando desde países como Holanda e Inglaterra. Las investigaciones arqueológicas revelan que en la actual isla antillana de San Eustaquio ya existían para ese entonces almacenes o warehouses donde almacenaban productos de lujo, telas y cintas de seda y de lino, botones de hueso, madera y porcelana, vinos, ginebras, cervezas, mantequilla, quesos, jamones y escabeches que los comerciantes holandeses, algunos de ellos descendientes de antiguos sefardíes portugueses o andaluces, distribuían desde las grandes Antillas hasta Curazao, Maracaibo, Coro, Caracas, Cumaná y Santo Tomé de Guayana (Deive, 1983: 154-155). Los consumidores (as) de estos bienes suntuarios eran principalmente las y los mantuanos, la burocracia colonial, los frailes de los conventos, los sacerdotes y una porción limitada de los mulatos (as) que comenzaban a conformar el grupo mayoritario de la futura clase media venezolana. A partir del siglo XVIII, comenzó a aumentar y a diversificarse el consumo de vajillas suntuarias importadas para uso de la minoría mantuana, el alto 258 clero y los comerciantes mulatos enriquecidos. El desarrollo del capitalismo en la Europa Occidental determinó un aumento en la producción de loza utilitaria para uso de mesa y uso doméstico. El desarrollo de los modos de vida capitalistas impactó la vida cotidiana de las comunidades urbanas de Europa Occidental. Ello se reflejó, particularmente, en la creación de nuevos usos culinarios y las maneras familiares de mesa que reflejaban la ideología individualista del capitalismo, donde la posesión y utilización de vajillas domésticas de gres o semiporcelana de fabricación industrial desplazaron los antiguos platos y tazones de madera o de arcilla. Los talleres para la manufactura de loza artesanal de España, Holanda, Inglaterra, Francia y Alemania no producían todavía juegos de vajilla como los que conocemos hoy día, sino platos, escudillas y tazones individuales, jarras, bacinillas, poncheras y una cierta cantidad de vasos, copas y gobeletes que llenaban las necesidades de las costumbres de mesa, todavía poco complejas, de la vida cotidiana. Lo anterior nos revela también la inducción de cambios importantes en los hábitos de higiene y en las costumbres sociales de los mantuanos venezolanos y de la clase dominante en general. Sin embargo, la ausencia de vajillas de mesa con recipientes para usos especializados, salvo platos y escudillas, indica que se conservaban todavía los viejos hábitos culinarios de servir a la mesa un solo plato. En Ciudad de México, Puebla, Guatemala y Panamá, entre otras, los talleres u obrajes que utilizaban mano de obra indígena comenzaron a producir también escudillas, tazones y platos de loza de muy buena calidad que imitaba la de procedencia europea, los cuales se importaban para ser vendidos en ciudades como Caracas, Santo Tomé de Guayana, Cumaná, Coro y Maracaibo, entre otras. La familia de Don Francisco Miranda, cuya casa de habitación se 259 hallaba situada en la actual esquina de Padre Sierra (Vargas Arenas et alíi, 1994 ms), así como los monjes del Convento de San Francisco, Caracas (Vivas, 1998), entre otros, consumían importantes cantidades de loza Talavera o poblana (Sanoja y Vargas Arenas, 2002: 137) para sus servicios de mesa. Otros bienes suntuarios que comenzaron a ser importados desde el siglo XVII, particularmente desde Holanda, eran las pipas de gres, muy livianas, para fumar tabaco (Vargas et alíi, 1998: 47-48, 224; Sanoja et alíi, 1998: fig.2; Sanoja y Vargas Arenas, 2005: fig. 39c). Éstas tenían una cazoleta de pequeño tamaño y un tubo que podía ser corto; en otros casos tenía una cazoleta con pequeñas patas y un tubo curvo con una longitud de alrededor 30 cm. que permitía colocar la cazoleta sobre la mesa mientras el fumador leía un libro. Aquella manera refinada, contrastaba con la usanza aborigen de fumar cigarros de hoja o tabacos, mascar tabaco o chimó que había sido conservada por la sociedad criolla. Existe evidencia, sin embargo, de la utilización de pipas prehispánicas de arcilla de manufactura indígena, tradición alfarera con una antigüedad de por lo menos 2500 años antes del presente. Ello parece indicar que la costumbre de fumar tabaco en pipas fue llevada desde América hasta Europa en el siglo XVI, donde las corporaciones de artesanos alfareros desarrollaron nuevos prototipos que fueron reintroducidos en América entre los siglos XVII y XVIII. Las décadas finales del siglo XVIII y las iniciales del siglo XIX indican – como ya se observó- una creciente influencia política e ideológica inglesa en la burguesía criolla venezolana. La época mencionada alude también al gran avance tecnológico que experimentó en Inglaterra la tecnología para fabricar en masa, usando moldes, los platos, escudillas y tazones de loza doméstica. Los ingleses desarrollaron nuevas tecnologías para transferir mecánicamente a 260 la superficie de la loza, pinturas en diferentes colores o en relieve (Sussman, 1977:11), copias de los complicados dibujos que decoraban la porcelana china (Sanoja et alíi, 1998: 149-152), mientras la mayoría de los artesanos de los otros países europeos o de las colonias españolas ya mencionadas, seguía pintando y decorando a mano cada una de las piezas de loza o semi-porcelana que fabricaban en sus talleres. Gracias a su nueva tecnología, los ingleses podían ofrecer un gran volumen de platos y escudillas, así como bacinillas o bacines de loza o semi-porcelana más baratos y de mejor calidad que estaban al alcance de todos los bolsillos, desplazando las otras mercancías similares producidas en otros países. Al mismo tiempo comenzaron a fabricar botellas de loza o semiporcelana y botellas de vidrio de manufactura semi-industrial o industrial, donde se exportaba cervezas, vinos y ginebra. En las principales ciudades venezolanas del litoral caríbe y del Bajo Orinoco, los comerciantes comenzaron a vender las mercancías inglesas. Evidencia de su bajo precio de venta es el hecho de hallar su presencia física en la mayoría de los sitios arqueológicos urbanos o campesinos, coloniales y republicanos de la época. A partir de 1825, finalizada nuestra Guerra de Independencia, Inglaterra quedó como el principal actor político y económico de la sociedad venezolana. Para esa época, la industria ceramista inglesa había comenzado a producir nuevos tipos de recipientes, así como nuevos estilos de decoración policromada, más abstractos y geométricos que los del siglo XVIII: tazas cilíndricas altas para café, té o chocolate con su respectivo plato, además de escudillas, tazones y platos de distinto tamaño, vasos y copas de vidrio barato; ello parece representar la respuesta a las nuevas costumbres de mesa que se estaban 261 gestando en Europa y que eran transferidas automáticamente al mercado venezolano. Ya desde aquella época, como se evidencia en el registro arqueológico, comienza a verse de manera tímida la influencia comercial de Estados Unidos, influencia que se expresaba en la importación, vía Filadelfia, de loza doméstica, alimentos enlatados, metras o canicas de vidrio batido o mármol, botones metálicos, artículos ferreteros, etc (Sanoja et alíi, 1998; Vargas Arenas et alíi, 1998). 262 CAPÍTULO 17 Las reformas liberales de Carlos III, detonante del movimiento de emancipación venezolano A partir de la segunda mitad del siglo XVIII, con el inicio de la Primera Revolución Industrial, el modo de producción capitalista entró en Europa y Estados Unidos en una fase importante de manufactura de bienes terminados, la cual se desarrolló a la par de la consolidación de la clase burguesa como bloque dominante, de la modernidad burguesa y de la ideología liberal. La riqueza derivada del industrialismo generó al mismo tiempo una ideología del bienestar contrastante con el ascetismo, valor predicado por la religión católica desde la edad Media, la cual derivó en un consumismo desenfrenado de nuevas mercancías destinadas a satisfacer necesidades que, si bien eran superfluas, simbolizan los nuevos signos de prestigio de la burguesía triunfante (Braudel 1992-I: 183-186). La necesidad de consumir golosinas como el chocolate, tomar licores como ron y el aguardiente de caña, fumar tabacos y tomar café, utilizar ampliamente en la gastronomía el azúcar de caña en lugar del azúcar de remolacha, usar ropa de algodón en lugar de ropa de lana, utilizar para el vestido botones manufacturados con huesos o cuernos de ganado, usar peinetas fabricadas con el carey de las placas de las tortugas, llevar zapatos de piel, utilizar el cuero y sebo de ganado para fabricar correajes y lubricantes de la maquinaria industrial, etc., determinó que 263 aumentase en las colonias como Venezuela la producción y la exportación de tales materias primas, con el soporte financiero de las burguesías capitalistas europeas que, en nuestro caso, se canalizaba vía empresas colonialistas monopólicas como la Compañía Guipuzcoana (burguesía vasca) y la Compañía de Barcelona (burguesía catalana) (Sanoja y Vargas-Arenas 2007b: 171-172). La urgencia de exportar materias primas y ciertos productos manufacturados residía en la extrechez y la debilidad del mercado interno venezolano, consecuencia de la escasa población y el bajo poder adquisitivo que tenia el 99% de la población venezolana. Como hemos expuesto en páginas anteriores, en Venezuela existía desde el siglo XVI plantaciones de algodón y una rudimentaria industria textil, formas artesanales de procesar la hoja del tabaco para fabricar cigarros y pasta de mascar (chimó). Las plantaciones de cacao, tabaco y algodón, por estas razones no podían subsistir con base al mercado interno, sino exportando dichas materias primas principalmente a través de los puertos de Maracaibo, La Guaira, Puerto Cabello, Barcelona y Cumaná. Los principales clientes del excelente tabaco cosechado en Barinas y Guanare eran Inglaterra, Holanda, Francia, Alemania y España, de donde importábamos a su vez las pipas de grés para consumirlo; a partir de finales del siglo XVII, la competencia del tabaco cultivado en las colonias inglesas de norteamerica, afectó sensiblemente el mercado del tabaco venezolano (Maza Zavala 1968: 87-88). Ya para el siglo XVIII existía en Venezuela una limitada producción de bienes manufacturados y materias primas semi-transformadas, parte de la cual se exportaba aunque la mayor cantidad de la misma era destinada al consumo interno. La industria era muy limitada, de carácter artesanal familiar, con 264 grandes posibilidades de expansión que nunca fueron aprovechadas o desarrolladas, en lo cual incidió la falta de capitales, la deficiente preparación técnica y gerencial de la fuerza laboral y la ausencia de una flota de comercio propia. Productos tales como la sal, el papelón, el ron, el aguardiente, los zapatos y cordobanes, los quesos, la carne salada, el sebo, los cueros, los cuernos de ganado vacuno, los jabones, las maderas finas, el cobre, el hierro, las telas de algodón, el algodón desmotado, el anil, el dividive (utilizado para la tenería de cueros), pudieron haber diversificado la oferta de productos venezolanos en el comercio internacional (Lucena 1986: 143-177). Sin embargo, la abrumadora desigualdad social y el peso que tenía la monoproducción de un número reducido de materias primas cuya exportación reportaba grandes beneficios a la clase mantuana, impidió el desarrollo de la división social del trabajo y de nuevas relaciones de producción y la expansión de nuevos oficios cuyos actores eran principalmente blancos pobres, mulatos, indios o negros (Sanoja y Vargas-Arenas 2007a: 35). Las semillas del cacao eran vendidas en el mercado mexicano, donde debían competir en calidad y precio con las importadas desde Guayaquíl. Como contraparte, los comerciantes y los productores primarios venezolanos obtenían metales preciosos amonedados, las divisas que permitían mantener los otros intercambios comerciales.Las fluctuaciones en los volúmenes de exportación del caco y de su precio en el mercado exterior eran determinantes en la economía venezolana y en su balanza comercial como lo sería el café en el siglo XIX y en las primeras décadas del siglo XX y posteriormente el petróleo (Maza Zavala 1968: 89; Brito Figueroa 1973-I: 101-110). El cacao se convirtió durante los siglos XVII y XVIII, en el medio de enriquecimiento más efectivo para los dueños de plantaciones y para los 265 comerciantes venezolanos que hacían de intermediarios entre los hacendados y los compradores del extranjero incluyendo contrabandistas y corsarios, costumbre que –bajo las restricciones impuestas por la Compañía Guipuzcoana, se convirtió en uno de los detonantes de la rebelión mantuana que condujo al movimiento indepedentista del 19 de Abril de 1810 (Maza Zabala 1968: 77). El cultivo y la venta del cacao permitió a sus dueños la acumulación enormes fortunas con base a la explotación de la masa de trabajadores sometidos a la esclavitud y al servilismo, quienes a su vez adquierieron conciencia de la explotación de que eran sujeto por los amos mantuanos y formaron la base del proyecto de su proyecto para la emancipación social de la dominación mantuana. La transformación del antiguo régimen de encomiendas en el sistema de plantación, de haciendas y hatos ganaderos fue una respuesta a los cambios que ocurrieron en la vida cotidiana, en la cultura y en los hábitos de consumo de la burguesía europea a partir del siglo XVIII con la primera revolución industrial y el auge del liberalismo económico, los cuales indujeron a su vez cambios equivalente en las diversas dimensiones de cultura de la burguesía venezolana. El ajuste económico liberal del siglo XVIII fue crucial para la estructuración política definitiva de la nación venezolana. El 15 de septiembre de 1728, el Rey Felipe IV firmó la capitulación que otorgaba a la empresa vizcaína conocida como Compañía Guipuzcoana el monopolio del comercio con Venezuela, así como el resguardo de sus costas para impedir el contrabando. Por otra parte, sustentado en la ideología liberal, el Rey Carlos III autorizó posteriormente, en 1776, la creación de compañías de comercio privadas para negociar en las colonias, exigiendo como único requisito el de estar inscritas 266 en el Consulado de Cádiz. Fue por esas razones que la Compañía Guipuzcoana trató de modernizar la primitiva ideología mercantilista predominante, imponiendo desde mediados del siglo XVIII a los hacendados, plantadores y hateros venezolanos de la Provincia de Caracas y las otras del eje andino-costero, una política liberal que consagraba el libre comercio y la emergencia de la iniciativa privada (Maza Zavala, 1997: 197-198). Como contrafigura de la Compañía Guipuzcoana, la Corona española concedió a la Compañía de Barcelona el monopolio de las exportaciones del oriente de Venezuela, buena parte de las cuales se originaban en el sistema productivo instaurado por las misiones capuchinas catalanas de Guayana desde inicios del siglo XVIII (Vila, 1960; Brito Figueroa, 1973: 109; Sanoja y Vargas Arenas, 2005: 300-307), las cuales suministraron materias primas como algodón y cueros, entre otras, que contribuyeron al desarrollo de importantes sectores de la industria ligera catalana, tales como la textil y la del calzado. La libertad de comercio existente entre el oriente de Venezuela y Cataluña en 1799, hizo que el valor de las exportaciones catalanas vía la Compañía de Barcelona hacia Venezuela alcanzase un total de 5.321.668 reales; de esa cifra, 345.785 estaban dirigidas a Guayana. Por otra parte, las exportaciones desde Venezuela hacia Cataluña ascendieron en el mismo año a 4.087.070 reales, de los cuales 2.751.762 reales se dirigieron al puerto de Cumaná. Como se observa, existía una dependencia colonial más orgánica y articulada entre Cataluña y el oriente de Venezuela, poco estudiada todavía, que nos revela dos variantes del liberalismo económico practicado por la corona española en Venezuela. El sector centro-occidente de Venezuela, mayormente controlado por la Provincia de Caracas, tenía una producción de materias 267 primas agropecuarias originadas en plantaciones y haciendas, canalizada para la exportación a través de la Compañía Guipuzcoana y dirigida hacia un consumo suntuario. En el sector centro-oriental, particularmente el sistema productivo misional de Guayana, se exportaban tanto materias primas como productos manufacturados o semi-manufacturados que ingresaban en el circuito industrialista que el capitalismo estaba implantando en Cataluña en el siglo XVIII (Sanoja y Vargas Arenas, 2005: 324-328). Para motorizar el “ajuste liberal” tanto la Compañía Guipuzcoana como la Compañía de Barcelona intentaron desarrollar la infraestructura institucional y material de la colonia venezolana. Así la Guipuzcoana, además de sostener la creación de una institución coordinadora de la producción y el comercio de materias primas y bienes terminados como fue el Consulado de Caracas, fomentó cultivos comerciales tales como el cacao, el tabaco, el algodón, el añil, la caña de azúcar, y la ganadería; regularizó el comercio entre las colonias hispanoamericanas, particularmente con México, construyó almacenes y vías de comunicación, intensificó la navegación, facilitó la circulación monetaria, los vínculos entre las provincias y regularizó la hacienda pública. Por otra parte, sistematizó la fijación de impuestos de precios y de las tasas de préstamo para los agricultores (plantadores, dueños de hacienda, etc.) con garantía de las cosechas. Como parte del intento de modernización de la economía colonial venezolana, en 1777 el rey Carlos III decretó la existencia de la Capitanía General de Venezuela la cual, además de dejar sentado el carácter liberal de las reformas políticas y económicas, creó igualmente una geometría del poder colonial que establecía la centralidad tanto de la Provincia de Caracas como del binomio conurbado Caracas-La Guaira sobre el resto de las provincias del eje andino268 centro-costero, incluida la ciudad puerto de Maracaibo, cuyo comercio de exportación el año de 1878 ya había alcanzado la suma de 400.000 pesos anuales (Maza Zavala, 1998:198). La práctica monopolista de la Guipuzcoana alteró el acuerdo tácito que prácticamente existía entre la antigua administración colonial y los productores locales, particularmente de cacao, y su actividad comercial como importadores de bienes de consumo (Brito Figueroa, 1973: 107-108). Según esta práctica tradicional, los administradores coloniales hacían la vista gorda sobre las transacciones que los productores locales agentes comerciales y compradores extranjeros, adelantaban con sus particularmente el financiamiento de las cosechas y la compra de las mismas, las cuales eran pagadas posiblemente en parte con mercancías europeas que eran luego revendidas a nivel local con la consiguiente ganancia para el capital especulador comercial que pertenecía a la misma clase minoritaria de agroexportadores mantuanos. Como podemos ver, una condición nada diferente de nuestra actual burguesía productora-comerciante parasitaria, la cual sobrevive chupando los dólares de la renta petrolera venezolana. En el oriente de Venezuela, la Compañía de Barcelona creó una geometría espacial del poder que tuvo como centralidad a la ciudad-puerto de Santo Tomé de Guayana y el sistema conurbado de pueblos fundados por la Orden de los Capuchinos Catalanes desde inicios del siglo XVIII, así como tenía también a Cumaná y a Barcelona (Venezuela) como ciudades-puertos de apoyo para la exportación de materias primas y bienes terminados vía La Habana, puerto donde eran reembarcados hacia diferentes destinos (Sanoja y Vargas Arenas, 2005: 300-306; Brito Figueroa 1973 I: 109). A diferencia de la Provincia de Caracas y sus provincias asociadas del noroeste de Venezuela, el 269 sector productivo dominante de Guayana no estaba controlado por una burguesía agroexportadora comercial, sino por una sociedad corporativa constituida por el sistema misional de los capuchinos catalanes, la cual estaba organizada de acuerdo con los postulados de punta del liberalismo capitalista europeo del siglo XVIII (Sanoja y Vargas Arenas, 2005: 236-307). Las contradicciones que surgieron entre esta diversidad de proyectos políticos que se generó entre finales del siglo XVII y comienzos del XVIII, así como las rebeliones sociales que se dieron al interior de los mismos, fueron excerbadas por el ajuste liberal borbónico que no dejaba otra salida a los mantuanos caraqueños que la autonomía y/o la independencia de España y a los pardos (mestiz@s, mulat@s, zamb@s y negr@s liberararse de la dominación que ejercía sobre ellos la clase mantuana. Las rebeliones sociales y el proceso de emancipación Como ha expuesto Vargas Arenas (2007: 63 y siguientes), las rebeliones sociales constituyeron una de las formas de participación de las diversas clases sociales en la construcción de la sociedad y de la nación venezolana. Desde inicios del siglo XVI, la ruptura de los mecanismos de exclusión social –dice la autora- solo era posible de manera violenta, bien por la insurgencia contra el orden colonial establecido o por la asimilación a movimientos insurgentes, o contra insurgentes promovidos por la clase mantuana o por los mismos colonialistas españoles, como fue el caso del movimiento independentista venezolano, la sucesión de alzamientos, guerras y guerrillas acaudilladas y financiadas por miembros de la burguesía urbana o rural que caracterizaron nuestro primer siglo de vida republicana y los golpes de Estado, las rebeliones militares y populares del siglo XX y, finalmente, la insurgencia fascista contrarevolucionaria y la contrainsurgencia popular revolucionaria del siglo 270 XXI. Por esta razón, es necesario dejar establecidos los dos cursos paralelos que ha seguido en Venezuela la insurgencia social antes, durante y después del 19 de Abril de 1810. Las rebeliones populares precursoras de la emancipación social y política de los venezolanos y venezolanas La historia oficial ha sumido en una misma categoría de fenómenos históricos que preceden a la declaración de Independencia de 1810, el proceso de rebelión social que comenzó en Venezuela desde 1525 (Ramos, 2001: 158; Vargas Arenas, 2007: 64) como expresión de la resistencia de los sectores populares subordinados contra la hegemonía ejercida por la clase mantuana y el proceso de rebelión de esa clase contra el monopolio absolutista que ejercía la Corona española sobre la economía agro-exportadora que mantenían los plantadores y hacendados criollos. Sin embargo, como ha sido demostrado por la historia, se trataba de la existencia de dos agendas sociales paralelas que llegaron a tocarse tangencialmente entre 1815 y 1823, gracias al genio político del Libertador Simón Bolívar quien comprendió la resistencia y el rechazo que sentía la mayoría del pueblo venezolano hacia el proyecto político emancipador que solo beneficiaba a la elite mantuana (Lucena 1986: 387). Por esa razón, en aquella hora prometió la libertad a todos los esclavos que se sumasen a la causa independentista y, a través del Decreto de Guerra a Muerte, respetar la vida de todos los venezolanos aunque fuesen culpables de apoyar el proyecto colonialista de la Corona española que era secundado también por otros grupos de mantuanos y pardos venezolanos (Acosta Saignes 1984: 188). Sin embargo, una vez alcanzada nuestra emancipación política de la corona española, la nueva clase burguesa republicana –donde entonces figuraba un buen número de generales devenidos hacendados y dueños de 271 plantaciones- engrosada también con los mantuanos y antiguos hacendados españoles sobrevivientes de la guerra de independencia, hicieron caso omiso de los decretos antiesclavistas de Bolívar y pusieron en efecto reglamentos de policía para recuperar los esclavos fugados y ponerlos otra vez a su servicio. Las rebeliones sociales populares emblemáticas antes de 1810 fueron las lideradas por esclavos negros cimarrones o negros manumisos y los indígenas, como las acaudilladas por el Negro Miguel (1553), Andrés Lopez del Rosario, Andresote, entre 1730 y 1732, Manuel Espinoza igualmente en el siglo XVIII, José Leonardo Chirinos y Josef Caridad González en 1795, Pirela (1797) contra el régimen esclavista de la hegemonía mantuana que ellos identificaban como su enemiga y las políticas racistas y esclavistas con la que aquella los oprimían para beneficio de sus intereses políticos y económicos. El régimen esclavista “implica que el esclavo es una cosa, una simple propiedad, un medio de producción comprable y vendible como cualquiera otro instrumento. Por esas razones los seres humanos esclavizados se rebelan y huyen, se defienden y atacan, protestan incesantemente contra su sometimiento. (Acosta Saignes, 1984: 309). Cuando se demostró en el siglo XVIII la baja productividad del régimen de encomiendas para producir las mercancías que demandaba el mercado capitalista emergente de Europa occidental, las autoridades coloniales, los plantadores y hacendados mantuanos reforzaron los medios de coacción extraeconómica contra los esclavos (as) negros, manteniéndolos dentro de espacios sociales muy restringidos mediante leyes, reglamentos y toda clase de medidas para mantener la vida del régimen esclavista, convertida en una casta social aislada de los otros sectores de la sociedad. 272 Para liberarse del oprobioso régimen de la esclavitud, parte del los esclavos (as) optaron desde el siglo XVI por huir y formar comunidades autónomas o “cumbes” en los más intrincados bosques, montañas y llanuras. En 1720 el número de negros “cimarrones”, como se denomina genéricamente a los esclavos fugados, era de 20.000. Los “cumbes” mantenían entre ellos un sistema de organización territorial que cubría prácticamente todo el norte de Venezuela (Acosta Saignes, 1984: 263; Vargas Arenas, 2007: 64). La organización territorial de los “cumbes” representó otra forma de colonización del territorio venezolano que tuvo también una gran importancia económica para la formación de la nación venezolana: la fundación de nuevos pueblos dedicados a la producción agrícola y en cierta medida a la cría, la pesca, la producción artesanal, el comercio, etc., los cuales, asociados con los antiguos resguardos o pueblos de indios, contribuyeron a formar el tejido conectivo que vinculaba las zonas rurales, el campo, con las ciudades, las urbes. Ya en el siglo XX con la “revolución petrolera”, la población negra venezolana comenzó a ocupar también los espacios urbanos conformando la mayoría de la población de las ciudades, pobre, discriminada y excluida, hasta el triunfo de la Revolución Bolivariana en 1998. Diversas y numerosas rebeliones de negros (as) de esclavos (as) y manumisos (as) contra al régimen esclavista ocurrieron en Venezuela desde el siglo XVI hasta 1810 (Vargas-Arenas 2007: 63-70;.Urdaneta: 2007). La más antigua conocida es la del Negro Miguel en 1552 en Buría, actual Estado Yaracuy, con el apoyo de indígenas de la etnia Jirahara, cuyo objetivo era “conquistar la libertad de la cual gozaban las demás gentes del mundo” (Brito Figueroa, 1961:43-45.). En 1732 se produjo la importante rebelión acaudillada por el zambo Andrés López del Rosario, “Andresote”, en el valle del río Yaracuy 273 hasta Tucacas, en la costa, la cual tuvo el apoyo de los comerciantes holandeses, cuyas ideas sobre el libre comercio se oponían al monopolio comercial que ejercía en Venezuela la Compañía Guipuzcoana. Según informaban las autoridades coloniales, la represión de los rebeldes se dificultaba, ya que “la población pobre se identificaba con los revoltosos” (Brito Figueroa, 1961: 46-49). En el caso particular de la rebelión del zambo José Leonardo Chirino en 1795, el movimiento de los negros esclavos y libres y los mulatos de la Sierra de Coro estableció en los lugares liberados la llamada Ley de los Franceses (los principios de la Revolución Francesa) y proclamaron una república de igualdad donde quedaban abolidos los privilegios, se decretaba la liberación de los esclavos, se eliminaba la nobleza blanca y se suspendía el pago de tributos. Otro aspecto importante de la insurgencia previa al manifiesto independentista del 19 de Abril de 1810 fue el conato de rebelión caudillado en Maracaibo por el sastre mulato Francisco Javier Pirela, asistido por otros dos mulatos haitianos, Juan y Gaspar Bosset, que tenía como objetivo derrocar el refimen esclavista mantuano e imponer las ideas jacobinas de la Revolución Haitiana (Urdaneta, 2007: 259-260). Por todas estas razones, la agenda de los movimientos sociales acaudillados por mulatos o negros se expresó posteriormente en el rechazo, la indiferencia y la incredulidad ante al movimiento de independencia acaudillado por el liderazgo mantuano (Brito Figueroa, 1961: 59: 67-76; Urdaneta, 2007: 254-255, 263; Vargas Arenas, 2007: 64-70). Las rebeliones indígenas Las rebeliones indígenas contra la dominación española duraron hasta mediados del siglo XVIII (Urdaneta 2007:203), cuando el proceso de 274 colonización hispana logró finalmente desarticular la organización social de la mayoría de las etnias indígenas que vivian en torno a los espacios urbanizados, lo cual aceleró el mestizaje con los negros (as) venezolanos y en menor grado con los descendientes de españoles peninsulares, lo que dio nacimiento al tipo social mestizo o criollo (Vargas Arenas, 2007: 68-69). Las comunidades indígenas originarias que sobrevivieron al enfrentamiento armado ante los conquistadores y colonizadores españoles se sumaron inicialmente a las rebeliones populares que había organizado el componente étnico mayoritario de la sociedad venezolana para finales del siglo XVIII, la población mestiza criolla, de pardos (mulatos/as, zambos/as), para llegar a ser también ciudadanos y ciudadanas libres. Ya para el año 1750, la burguesía mantuana minoritaria había logrado incorporar los indígenas a la fuerza laboral que estaba a su servicio, como personas pardas que practicaban el negocio de la intermediación (bodegueros, buhoneros, etc.) y la producción artesanal de bienes domésticos tales como hamacas, sombreros, cestas, vajillas de barro, muebles, dulces, etc. Algunos pardos, particularmente mulatos, pudieron llegar a estudiar y ejercer el oficio de músicos, de la medicina o desempeñar ciertos cargos civiles o militares (Urdaneta, 2007:203-204). Para el siglo XVII, buena parte de las comunidades indias -que gozaban de un estatus social más libre que el resto de los pardos- se habían asimilado al sector de servicios que necesitaba la población criolla que vivía en los centros urbanos. Podemos mencionar como ejemplo, las comunidades indígenas que vivían alrededor de la ciudad de Cumaná donde practicaban la pesca artesanal, existiendo un barrio guaiquerí en la desembocadura del río Manzanares. Para esa fecha, se estima la población indígena en alrededor de 275 24.000 personas pertenecientes a las etnias guaiquerí, chaima, pariagoto, cuaca, aruaca, caribe y guarao. El poblamiento guaiquerí se extendía también hasta la isla de Margarita, organizado en rancherías de 100 a 150 personas localizadas en el litoral de la isla, aunque también se desplazaban navegando para pescar en otras islas antillanas vecinas. Tanto en Margarita como en Tierra Firme se dedicaban a la producción de pescado seco o salado, desarrollando también una extraordinaria artesanía textil: sombreros, cestas, marusas, hamacas, chinchorros, vajilla doméstica o culinaria de barro, productos que entraban tanto en el circuito comercial isleño o cumanés, como el de diversas provincias y ciudades de la región costera centro-oriental de Venezuela (Sanoja, 1988: 102) Gran número de pobladores indígenas de la etnia Chaima vivía en el siglo XVIII en la trama de pueblos misionales que se extendía hasta el sur del estado Sucre, dedicados a la pesca y la recolección fluvial y al cultivo de frutos menores, así como de cultivos comerciales como el café y el cacao. La misión de El Pilar formaba parte de un circuito productivo que existía en torno a la ciudad de Carúpano, que fue uno de los grandes centros poblados precoloniales, testimonio de lo cual son los pueblos de Aerocuar, Pericantar y Canchunchú que se mantenían como pueblos de indios ligados también al circuito productivo que daba apoyo a la población de dicha ciudad. Para finales del siglo XVIII, la arqueología indica que en torno a la ciudad de Barcelona existían diversos pueblos de misión como, entre otros Caigua, San José de Curataquiche y Putucual, cuyos habitantes practicaban una forma socioeconómica mixta basada en la recolección y la pesca marina y el pastoreo de ganado vacuno (Sanoja, 1988: 103-104Urd). De igual manera, ya para el 276 siglo XVIII, la aldea indígena originaria –habitada por grupos posiblemente de filiación caribe- en la ciudad de Santo Tomé de Guayana se había convertido en un barrio cuyos moradores daban servicio al sector criollo de dicho centro urbano (Sanoja y Vargas Arenas, 2005: 73-80 y siguientes). El comercio y la rebelión de la clase mantuana contra la Corona española España para el siglo XVIII, gracias a su disposición de capitales y su posición en el comercio a larga distancia con las colonias iberoamericanas y Asia, se había convertido en una especie de centro de acopio y distribución de los bienes de consumo producidos en los otros países europeos, con excepción, entre otros, del vino, el aceite y la alfarería de uso doméstico. De la misma manera, la oferta comercial de los empresarios de la Nueva España (México) era también muy variada, ya que incluía tanto la producción local como los bienes terminados que llegaban desde Asia en el llamado Galeón de Manila (Braudel, 1992-II: 406). Ello explica por qué, a partir del siglo XVIII, la llamada “loza poblana”, vajilla producida en la ciudad de Puebla de manera semi- industrial, comenzó a competir en ciudades como Caracas, Coro, Cumana y en cierta manera a desplazar la llamada genéricamente “loza Delft”, producida en Holanda. De igual manera, entro a disputar el “mercado” un tipo de loza doméstica de manufactura inglesa llamada “Staffordshire” la cual finalmente, desde inicios del siglo XIX, desplazó a ambas en el mercado venezolano gracias a su mejor calidad, mejor precio y diseños más atractivos (Sanoja et alli, 1998:141-158; Vargas Arenas et alíi, 1998: 160-180). Así como en el aspecto comercial las mercancías inglesas, ya hacia finales del siglo XVIII, habían comenzado a ser determinantes del estilo de consumo de la burguesía caraqueña, las ideas liberales inglesas y el imaginario republicano de la revolución francesa viajaban en libros, gacetas y periódicos que eran 277 transportados en los baúles de los marineros o de los pasajeros (as) que llegaban a los puertos venezolanos. El “ajuste liberal” impuesto por Carlos III a los empresarios agroexportadores mantuanos movió a ciertos dueños de plantaciones de la región de Barlovento, entre 1749 y1751, a organizar movimientos de rebelión armada contra la compañía Guipuzcoana. Tal fue el acaudillado por Juan Francisco de León, plantador y dueño haciendas de cacao y café en las localidades de Panaquíre y Caucagua, para lo cual movilizó sus fuerza de trabajo esclava, rebelión que culminó con la derrota del movimiento y la muerte de Juán Francisco de León .Esta actitud de los criollos mantuanos se materializó como un sentimiento general de repudio a la injerencia de extraños en asuntos que ellos consideraban como particulares a su clase, representantes de un grupo social con intereses propios y diferenciados con capacidad de de disponer su propio destino como se puso de manifiesto posteriormente, en los sucesos del 19 de Abril y el 5 de Julio de 1810 que condujeron a la Declaración de Independencia de Venezuela (Rivero 1988: 64). Otra forma de rebelión o de resistencia económica contra el monopolio comercial que ejercía la Compañía Guipuzcoana en la región centrooccidental venezolana fue el contrabando de mercancía. De cierta manera esa actividad contrabandista ha sido interpretada por algunos autores venezolanos como una “relación de intercambio económico libre” (Rivero, 1998:69).), donde la oferta del contrabandista resultaba mucho más atractiva y variada por los precios y la conformación del contenido de las mercancías. Como ya expusimos en páginas anteriores, desde mediados del siglo XVII y particularmente en el siglo XVIII, los agentes comerciales de la Compañía Holandesa de las Indias Occidentales, basadas en la isla danesa-caribeña de 278 San Eustachius, se dedicaban a recorrer las islas antillanas para ofrecer su mercancía. Algunos de esos agentes eran descendientes de los judíos sefardíes expulsados de España por los Reyes Católicos en 1492 refugiados en Inglaterra y Holanda durante los siglos XVI y XVII que se habían mudado luego a Curazao, Jamaica y otras posesiones flamencas (Deive 1983: 160).Estos sefardíes devinieron luego en súbditos holandeses plurilingües que hablaban fluidamente el holandés, el español ladino, el inglés, el francés y otros idiomas europeos. Muchos funcionarios coloniales de la Corona Española, como sucedió en Santo Domingo, eran judíos conversos, llamados también despectivamente “marranos”; estos acogieron con simpatía la actividad comercial de los sefardíes holandeses, quienes llegaron a establecer desde el siglo XVIII -y hasta el presente- una importante base para el comercio de contrabando y de exportación-importación en la isla de Curazao, incluyendo la trata de esclavos (as) negros, manteniendo importantes conexiones con otros comerciantes sefardíes ingleses radicados en la ciudad de Boston. El negocio de estos comerciantes tenía importantes proyecciones hacia Maracaibo, Coro, Puerto Cabello y Caracas donde vendían mercancías europeas diversas así como seres humanos esclavizados, a cambio de café, cacao, algodón, maderas finas, semillas de dividive, etc. (Deive, 1983: 156157; Sanoja, 1998; Carciente: 1997 Aizemberg 1981). Como consecuencia de la difusión de las ideas liberales, en 1797, las autoridades coloniales caraqueñas debelaron el movimiento emancipador republicano promovido por Manuel Gual, José Maria España y Juan Picornell (López, 1997JPyGE), secundado activamente por sus respectivas esposas y numerosos hombres y mujeres donde se incluían esclavos (as), el cual contó 279 con apoyo directo de un movimiento de liberales españoles que aspiraban terminar en la peninsula con el absolutismo de los Borbones. La meta del movimiento de Gual y España era establecer una república democrática basada en la igualdad natural entre “blancos, indios, pardos y morenos”, donde quedaría abolida la esclavitud. La clase minoritaria de mantuanos criollos no consideró con mucha simpatía este proyecto que tenía como meta la abolición del sistema de privilegios sobre el cual se basaba su hegemonía política y económica sobre la mayoría de la población venezolana. Por el contrario, declaró su lealtad al Rey de España y su repudio al movimiento separatista. Ese mismo año, debido a sus conexiones con las revueltas antimonárquicas Simón Rodríguez, el maestro del joven Simón Bolívar, futuro Libertador de América, abandonó Venezuela rumbo a Jamaica en un barco de bandera estadounidense, bajo el nombre de Samuel Robinson, “viviendo del oficio de Rousseau sin contrato” (Urdaneta, 2007: 260). Dentro de aquel mismo contexto político debe verse la actitud asumida por los criollos mantuanos frente a la expedición libertadora del Generalísimo Francisco de Miranda, quien en 1806 desembarca en las costas de Ocumare de la Costa (actual estado Aragua) y de La Vela de Coro (actual estado Falcón) para intentar promover la independencia de Venezuela y consolidar un proyecto político liberal republicano. Los prejuicios sociales de los criollos mantuanos no perdonaron a Miranda su ascendencia de comerciante canario considerada como socialmente inferior- muchos menos su deserción de los rangos del ejército español ni el apoyo militar que le acordó el gobierno de Haití, república de antiguos esclavos negros que acababa de independizarse del yugo colonial francés. Lejos de apoyarlo, promovieron una recolecta pública de donativos para el gobierno de la Provincia de Caracas hasta por 280 19.050 pesos, para que éste premiase a quien que les entregare la cabeza de Don Francisco de Miranda (Rivero, 1998: 61). Como se observa, la agenda política que tenían los criollos mantuanos les hacía imposible poder construir una República independiente que no fuese socialmente desigual y oligárquica, dificultando igualmente la posibilidad de establecer alianzas políticas estratégicas con la sociedad mayoritaria del país, integrada por mulatos (as), mestizos (as), negros (as) y blancos pobres, mayoritariamente canarios (as), que tenía una agenda política diferente, orientada a librarse de la hegemonía mantuana que los oprimía, explotaba y esclavizaba e imponer su propia república donde los excluidos fuesen precisamente los blancos mantuanos. De allí surgen las causas que posteriormente, entre 1810 y 1814, determinarán la perdida tanto de la Primera como de la Segunda República. Solamente la sensibilidad social que animaba el genio político y militar de Simón Bolívar, le permitió comprender la falla táctica de la agenda política tanto de la clase mantuana dominante como de la clase popular dominada. Así pudo Bolívar reunir en un solo esfuerzo parte de la minoría mantuana con un sector mayoritario de la población venezolana excluida para luchar contra el proyecto monárquico absolutista y lograr finalmente la independencia política de Venezuela en 1823. La ruptura del nexo colonial con España no contribuyó a solucionar la crisis general que comenzó a experimentar desde el siglo XVI la nueva sociedad colonial venezolana en su conjunto, agravada por el endurecimiento del ajuste liberal-colonial que le impuso la Corona a partir del siglo XVIII, el cual se manifestó en: a) aumento de la extracción de excedentes que eran dirigidos hacia la metrópoli, b) insuficiencia de capitales y de capital numerario (hecho 281 que afectaría al país hasta finales del siglo XIX), c) sujeción cada vez mayor de la clase mantuana a los intereses monopólicos imperiales y d) las rebeliones sociales de los negros (as) y mestizos (as) en general, estimulada por la difusión de las ideas emanadas de la Revolución Francesa (Rios et alíi, 2002: 106). Aquellos dos factores precipitaron un primer desenlace de la cuestión nacional venezolana en la primera guerra de emancipación a favor de los mantuanos, pero no resolvieron el fondo de la crisis. Por el contrario, la destrucción física de una parte importante de la población venezolana y de su sistema productivo, alimentaron el crecimiento de los movimientos populares que durante todo el siglo XIX y el siglo XX trataron de subvertir el poder del bloque burgués dominante hasta imponer finalmente, a inicios del siglo XXI, el poder popular. 282 CAPÍTULO 18 La Economía Venezolana Durante la Guerra de Independencia La Guerra de Independencia Nacional comenzó inicialmente en 1811(Siso Martínez 1956: 291), como una sangrienta contienda civil donde los llamados pardos (mulatos/as, zambos/as, negros/as e indios/as) y los criollos pobres pusieron la mayor parte de la carne de cañón. A partir de 1815, con la expedición del general Morillo, el contingente militar español comenzó a jugar un papel dominante en la guerra terrestre que culminó el 24 de Junio de 1821 en la sabana de Carabobo con la derrota de las tropas colonialistas, victoria refrendada en 1823 con la victoria patriota en la Batalla Naval del Lago de Maracaibo. Desde la óptica de los cantores de la epopeya militar, la guerra de Independencia es presentada como una gesta romántica, jalonada de batallas y escaramuzas donde descollan los nombres de nuestros próceres. Desde el punto de vista civil, como nos lo revela la extraordinaria obra de Pedro Cunill Grau (1988: 121127; 1997:159-160), la cruenta guerra de independencia ocasionó grandes calamidades a la población venezolana. Nadie podría hoy día dudar sobre los razonamientos justos que animaron nuestra guerra de independencia de España y la necesidad política que motivó la promulgación de terribles decretos como el de Guerra a Muerte. Consideradas objetivamente ambas visiones, es necesario reconocer que los únicos beneficiados con la 283 independencia de España fueron finalmente los mismos mantuanos y las oligarquías republicanas que se constituyeron como clase dominante y tomaron el poder después de 1830 hasta 1998. El carácter social de la guerra propició una destrucción masiva y a veces total de los logros materiales e incluso sociales que habían adquirido los venezolanos y venezolanas hasta 1810 (Rodríguez Campos y Pino Iturrieta 2007:254-285), el exterminio innecesario de millares de inocentes, la quema de ciudades y pueblos, el pillaje de cosechas y rebaños más allá de lo tolerable por parte de ejércitos que no poseían el menor sistema de apoyo logístico para la subsistencia de las tropas. Más grave aún fue la destrucción del orden civil, de la organización territorial de la población. Después de 1821, las poblaciones que fueron forzadas a emigrar de un sitio a otro buscando salvar sus vidas parecen haber quedado en una especie de limbo social. El poder central de la República, localizado en Caracas, se agotaba al llegar al límite físico de las grandes ciudades, como un arroyo que desagua en las arenas del desierto. La proliferación de caudillos y oligarquías regionales debido a la incomunicación en la cual vivían las poblaciones de las diferentes provincias, anarquizó el orden civil. El impacto de la guerra sobre la estructura demográfica La crueldad de la guerra de independencia, particularmente durante los primeros cinco años de la contienda, cobró un gran número de vidas no solamente entre los combatientes sino también entre la población civil, pérdida de población que influyó en el crecimiento demográfico de la población venezolana hasta la primera mitad del siglo XX. 284 El grado de discriminación y de explotación social que ejerció hasta 1810 la minoría de blancos peninsulares y criollos blancos sobre la mayoría de la población venezolana y el resentimiento de ésta hacia sus explotadores, se evidencia en la manera como, según Brito Figueroa (1972: 160) estaba conformada la estructura de clases sociales. Sobre la base de un total de 898.043 habitantes, la población estaba integrada de la siguiente manera: Pardos (mulatos, zambos, mestizos): 440.000 (45%.) Negros libres y manumisos: 33.362 (4.0%) Negros cimarrones: 24.000 (2.6%) Negros esclavos: 88.000 (9.7%) Indios tributarios, no tributarios y marginales: 162.000 (18.4%) Criollos (blancos): 173.000 (19%) Blancos peninsulares y canarios: 12.000 (1.3%) Total: 898.043 habitantes. La estructura de la fuerza de trabajo de dicha población, para el período 18001810, según Brito Figueroa (1961:32 EscNV), estaba compuesta porcentualmente de la siguiente manera: Terratenientes, usureros, mercaderes, comerciantes (nobleza criolla, peninsulares): 1,00%. Medianos propietarios, pequeños comerciantes, pulperos (blancos de orilla, canarios): 10%. Artesanos, oficiales de obrajes, albañiles, labradores, mayordomos de haciendas (pardos): 49%. Campesinos enfeudados, peones de hacienda, colonos-arrendatarios (negros manumisos o libres, indígenas): 22%. 285 Negros esclavos, negros cimarrones e indígenas libres: 18%. Como se puede apreciar de lo anterior, más del 80% de la población venezolana estaba excluida de participar en la conducción de la vida civil de las diferentes provincias. En particular el sector mayoritario, los pardos y manumisos, estaban discriminados -por la minoría blanca- en el terreno de las relaciones sociales de significación más limitada, hasta en el registro de nacimientos que llevaban los curas de las iglesias, el Registro de Pardos, donde se inscribían los infantes al ser bautizados adscribiéndoles automáticamente una mácula oprobiosa. La minoría de blancos propietarios de la riqueza territorial constituía un grupo social cerrado, endógamo, que habitaba generalmente los centros urbanos más importantes y participaban activamente en las políticas municipales para favorecer sus intereses como clase social. Frente a esa posición cerrada, discriminadora, la mayoría de los integrantes de la clase popular, pardos, manumisos, esclavos e indios que había impulsado numerosas rebeliones para liberarse de la opresión mantuana, cuando sonó la hora de la emancipación de los blancos mantuanos del dominio de la Corona Española pensó primero en emanciparse de la clase que los explotaba y discriminaba aliándose con el enemigo de su enemigo de clase. De allí el carácter destructivo que tuvo la guerra de independencia ya que, no solamente se trató de aniquilar físicamente al enemigo de clase, sino de destruir igualmente el aparato productivo en el cual basaban los blancos mantuanos sus mecanismos de explotación y discriminación de la mayoría del pueblo venezolano. El costo total en vidas humanas de la Guerra de Independencia, ha sido estimado por Brito Figueroa (1973-I: 258) sobre la diferencia numérica entre la población venezolana para 1810 propuesta por Codazzi: (1960-I: 247) de 286 800.000 a 83000 habitantes, la que tenía Venezuela en 1839 (945.348 habitantes) y la que debía haber tenido Venezuela, según las tendencias del crecimiento normalmente en 1839. De no haber mediado la Guerra de Independencia, la población en aquel año habría sido de 1.404.800 habitantes; la diferencia con la de 1810 es de 274.000 personas, las cuales podrían haber fallecido en los diversos eventos del período de la guerra, lo cual representaría –aproximadamente- un 30% de la población existente para 1810. Los efectos de esa hecatombe social se han hecho sentir sobre la sociedad venezolana en el curso de estos dos siglos transcurridos desde la gesta inicial de nuestra independencia. Según los censos de población, solamente en 1941 el número de la población venezolana pudo alcanzar una cifra 3.850.000 mil habitantes y, hoy, transcurridos dos siglos después del 19 de Abril de 1810, apenas hemos podido llegar a 27 millones de habitantes, incluyendo el crecimiento por la inmigración de ciudadanos y ciudadanas provenientes de otros países. Geoestrategia militar y producción económica Sólo la presencia de una fuerte voluntad de trabajo, de organización social y capacidad de esperanza en el futuro, pudieron motivar a la sociedad venezolana, particularmente al 90% u 80% más pobre y excluido, a trabajar para reconstruir un país devastado e inerme. La historia oficial no se ha cansado de acusar a ese sector empobrecido del pueblo venezolano de indolente y flojo. Si ello fuese cierto, no habríamos podido despejar las ruinas dejadas a la patria como herencia de más de un siglo de guerras civiles, para lograr finalmente, dos siglos más tarde, que triunfase la justicia social con la Revolución Bolivariana (Sanoja, 1988: 106-107). 287 La actividad bélica durante la Guerra de Independencia tuvo como principal escenario los llanos centrales de la Provincia de Caracas, impactando moderadamente en algunas zonas del Estado Lara, Maracaibo, Coro, Táchira y el norte de Guayana. Si evaluamos la intensidad de las escaramuzas y batallas libradas hasta 1817, año de la toma de Guayana por las fuerzas patriotas, la mayor parte de las mismas se dieron en los pasos estratégicos que permitían el acceso a los llanos del centro de Venezuela, hábilmente defendidos por la caballería llanera, masas de venezolanos montados, leales hasta 1814 a sus caudillos españoles, canarios o criollos. El decreto de Guerra a Muerte dictado por Simón Bolívar el 15 de Junio de 1813 tuvo como objeto crear conciencia de patria en la población venezolana, la cual impactó en comandantes llaneros natos como José Antonio Páez quien en 1818, luego de su entrevista histórica con Simón Bolivar, pasó a comandar la caballería del ejército patriota. Como ninguno de ambos ejércitos, el patriota o el realista, poseía una logística propia, la acumulación de grandes rebaños de ganado vacuno y caballar, de sembradíos de yuca y maíz, hacían de los llanos una reserva estratégica de recursos de subsistencia disponibles todo el año y de soldados entrenados en los fundamentos de la táctica militar: excelentes jinetes con una gran resistencia física, diestros en el manejo de las armas blancas, con rapidez de desplazamiento, capacidad para sobrevivir dentro de condiciones de extrema carencia alimenticia y lealtad a sus caudillos o jefes. La inclusión definitiva del ejército llanero comandado por José Antonio Páez en los ejércitos patriotas a partir de 1818, gracias a la capacidad de liderazgo de Bolívar, fue decisiva en el triunfo de la causa de la independencia venezolana (Sanoja, 1991: 201237DicsAc). 288 Aquellas inmensas llanuras que representaban el enclave de la forma socioeconómica hatera, del sub-modo de vida 3 conformaron, igualmente, la primera línea de defensa de Guayana hasta 1818, provincia que era la reserva estratégica de fuerza de trabajo, capitales dinerarios, producción agropecuaria, artesanal y metalúrgica en la cual se apoyaba el gobierno español para mantener el control del territorio venezolano, por lo cual se libraron tantos combates en el sitio de La Puerta, Edo.Aragua, vía de acceso a las llanuras de Guárico y Apure. Como resultado de la estratégica campaña militar desarrollada por el general Manuel Piar en Guayana (sub-modo de vida 4) se concretó la toma de la ciudad de Angostura, las misiones capuchinas catalanas del Caroní más ricas en recursos (particularmente La Purísima, Morecure, Caruachi, San Félix y Santa Ana de Puga) y las fortalezas de Santo Tomé de Guayana. Gracias a la visión política y estratégica del Libertador Simón Bolívar, los inmensos recursos acumulados en Guayana sirvieron para motorizar el ejército liberador de la Nueva Granada que luego coronaría la independencia de Venezuela en 1821 en el campo de Carabobo. Durante la guerra la logística agropecuaria llanera sostuvo a las tropas patriotas; a diferencia de lo ocurrido en los llanos, el ciclo anual obligado en las zonas agrícolas de las épocas de cosecha influyó en el calendario de las batallas. Sin embargo, la guerra alteró la producción agropecuaria de la Provincia de Caracas que sólo en 1837 pudo alcanzar el nivel que tenía en 1810. El carácter desarticulado de la producción y del mercado interno permitió que en el oriente de Venezuela, gracias a la eficiencia administrativa de Santiago Maríño, se exportase a las Antillas: ganado, cueros, algodón carne, mulas 289 cacao, sal algodón, a cambio de armas y víveres para mantener el esfuerzo patriota. Sin embargo, el bloqueo realista a las costas de Venezuela, la destrucción total o parcial de la infraestructura agropecuaria de la Provincia de Caracas y la desorganización de la Hacienda Pública, afectaban la ya precaria vida de la República. A partir de la pérdida de la Primera República, el gobierno realista instaurado en Caracas organizó una Junta de Proscripciones cuya finalidad era la de arrestar a los ciudadanos partidarios de la independencia y secuestrar sus bienes para transferirlos a aquellos criollos y canarios que manifestaban fidelidad al poder colonial. Ese proceso acentuó lo que denomina Brito Figueroa (1973: 193-195) “la reconquista canaria” del poder colonial, hecho que profundizó la lucha de clases y estimuló la formación de un cierto grado de conciencia nacional. Los negros esclavos, cimarrones, peones de haciendas y hatos que habían combatido contra República Boba de 1810 (la primera República), no para imponer nuevos caudillos canarios o peninsulares tales como Domingo Monteverde, Francisco Morales, José Tomás Boves, Yañez, entre otros, sino para lograr su propia liberación, al ver que su estatus social no había variado con la nueva estructura de poder colonial, volvieron a rebelarse levantando como bandera el odio a los blancos y a los propietarios de la tierra (ojo Juan Uslar 201: 111-117) La República de 1813 creó igualmente un Tribunal de Secuestros que embargó los bienes de los enemigos de la independencia, alentando a los venezolanos a apoderarse de los bienes de los peninsulares los cuales serían repartidos en cuatro partes: una para los oficiales del ejército patriota, una para los soldados y las otras dos partes se reservarían para el Estado (Brito Figueroa, 1973: 199-220). 290 Las provincias que conformaban el bando adverso a la República, Guayana, Coro y Maracaibo, siguieron conservando relativamente intacta su infraestructura productiva que servía para apoyar el esfuerzo de los colonialistas. Guayana, hasta 1817; Coro y Maracaibo, que eran el centro nodal del circuito agroexportador del occidente de la actual Venezuela, hasta 1823 cuando la escuadra patriota derrotó a la colonialista en la Batalla Naval del Lago de Maracaibo, sellando así la Independencia política de Venezuela (Codazzi, 1960-I: 465; Cardozo Galué, 2004: 35-38). Al finalizar la guerra, la economía y la sociedad de la Provincia de Caracas estaba en ruinas. El fuerte antagonismo que se desarrolló durante la década de los veinte del siglo XIX entre las clases dominantes venezolanas y el gobierno oligárquico bogotano, en el marco de una profunda crisis económica y la desorganización y la ruina de la Hacienda Pública, culminó con la disolución de la República de Colombia y la independencia definitiva de Venezuela del sistema político grancolombiano (Brito Figueroa 1987-IV:1378). Reunificada Venezuela luego del rompimiento de la Gran Colombia, su deuda externa se repartió entre los tres componentes de aquella: Venezuela, Ecuador y Colombia. A Venezuela le tocó pagar el 28% de la misma, unos 34 millones de pesos. Sumada a los empréstitos externos que tuvo luego que solicitar a países europeos el presidente José Antonio Páez y los siguientes durante el siglo XIX, el cobro de la larga deuda externa no pagada fue el pretexto para el bloqueo a Venezuela a inicios del siglo XX, hecho que nos arrojó en brazos del imperio estadounidense. El producto de la hacienda pública en esas primeras décadas de la República, se destinaba en su mayoría al pago de la deuda, al pago de pensiones y subsidios a los veteranos de la guerra, al pago de salarios burocráticos y de 291 militares en servicio (Maza Zabala, 1997: 204.). El período transcurrido entre 1812 y 1829 representó para Venezuela un “tiempo demográfico regresivo” ya que, aparte del estado de postración que presentaba la antigua forma económica agropecuaria colonial, las endemias y las pandemias de paludismo y fiebre amarilla, el hambre y la tuberculosis aumentaron la fracción mórbida de la población venezolana (López.1988: 142-147). Ya que el gasto social del Estado venezolano en aquellas condiciones era prácticamente inexistente, no se establecieron ni siquiera unas mínimas condiciones de salubridad y alimentación, por lo cual se deterioró al extremo la calidad de vida de la mayoría de la población venezolana. Esa misma tendencia se mantuvo en líneas generales hasta 1998, causando una deuda social con el pueblo venezolano azotado por enfermedades, ausencia de servicios efectivos de salud y de vivienda, por el hambre, la desnutrición, el analfabetismo y, en general, por el irrespeto absoluto de los derechos humanos y sociales de los ciudadanos y ciudadanas. El tiempo demográfico venezolano después de 1830 Los diferentes tiempos históricos que vive una sociedad determinada están en correspondencia con las condiciones objetivas que establecen los tiempos demográficos. Siguiendo este planteamiento, la dramática sucesión de tiempos históricos que ha vivido la nación venezolana desde 1810 hasta el presente son testimonio de un pueblo que ha luchado con fiereza para sobreponerse a las condiciones de miseria y desigualdad social que trataron de abatir su esperanza de completar alguna vez la revolución emancipadora y liberadora que inició en el siglo XVI. 292 La información estadística existente para 1830, año cuando se inicia la vida de nuestra república actual, indica que a pesar de las pésimas condiciones materiales en las cuales se desarrollaba la vida de las clases populares a partir de 1830 se produjo un importante crecimiento vegetativo de la población, ya que el crecimiento poblacional como resultado de procesos inmigratorios, era muy reducido (Cunill Grau, 1997: 159). El año de 1830, después de la gran pérdida en vidas humanas que causó la Guerra de Independencia en la población venezolana, la población volvió a alcanzar la cifra de 830.000 habitantes. Nueve años más tarde, en 1839 la población había aumentado a 945.348 habitantes. En 1857, el número total de habitantes ya alcanzaba 1.789.159 personas, disminuyendo en 1864 a 1.560.000 habitantes como resultado de las bajas ocasionadas por la Guerra Federal. En 1873, la población volvió a aumentar hasta alcanzar la cifra de 1.784.194 habitantes y en 1891, la de 2.323.527 personas. El número de personas que arribaron a Venezuela como inmigrantes entre 1832 y 1857 alcanzó la cifra de 12.610, provenientes de las islas Canarias. Posteriormente, entre 1874-1888, la inmigración de extranjeros alcanzó la cifra de 26.090 personas. Para el año 1891, ya existía una población de 36.606 extranjeros concentrados principalmente en los grandes centros urbanos: Caracas, Valencia, La Guaira, Puerto Cabello, Coro, Cumaná, Carúpano y Maracaibo, mientras otro número de extranjeros, quizás relacionados con las casas comerciales de exportación, estaban residenciados en las haciendas cacaoteras de Paria, estado Sucre y en las haciendas cafetaleras del estado Tachira. Debido a la virtual ausencia de vías de comunicación, la mayor parte de las regiones del interior se encontraban aisladas e incomunicadas. El efecto 293 inmediato de esta situación se reflejó en el aumento del regionalismo y de los localismos, particularmente expresados en la consolidación de las oligarquías políticas y económicas locales y regionales que se esforzaban por mantener su autonomía del núcleo central de poder localizado en Caracas. La mayoría de los contactos sociales y económicos al interior de Venezuela se llevaba a cabo vía el tráfico fluvial, fluvio-lacustre y marítimo. La ciudad de San Fernando de Apure (Cunill Grau, 1987-III: 1973-1975 y siguientes), se convirtió en un puerto fluvial de excepcional importancia, desde donde se movían las mercancías a lo largo del rio Apure hasta llegar a Angostura o Ciudad Bolívar, puerto en el cual atracaban barcos y vapores de mayor calado que llevaban mercancías y pasajeros al Caribe y a Europa. La flota de canoas, bongos y bergantines navegaba también hacia Puerto Nutrias, de donde las embarcaciones remontaban los ríos Portuguesa y Cojedes hasta llegar al puerto de El Baúl, desde donde se transportaban las mercancías y los pasajeros vía fluvial o terrestre hasta Maracay y Puerto Cabello. Otras rutas de cabotaje recorrían la costa Caribe venezolana y llegaban también, vía el Orinoco, hasta Ciudad Bolívar y San Fernando de Apure. La gran concentración de esclavos (as) negros (as) que se produjo desde el siglo XVIII para operar el sistema de plantaciones haciendas de cacao, café y caña de azúcar se expresó, en el siglo XIX y particularmente con posterioridad a la prohibición oficial de la esclavitud, en la formación de grandes establecimientos autárquicos, de grandes enclaves étnicos aislados de población negra, poco mestizados, en la extensa región de Barlovento, actual estado Miranda, Choroni, Ocumare de la Costa, Cata, Cuyagua en el litoral del actual estado Aragua, el litoral del actual estado Vargas, Cumaná, Cariaco y Güiria, costa del actual estado Sucre, la costa del actual estado Falcón, La 294 Ceiba y Gibraltar en el sureste del lago de Maracaibo, por mencionar sólo algunos de dichos enclaves. De la misma manera, como observamos en páginas anteriores, el sistema de cumbes permitió un proceso de colonización territorial que hizo posible una amplia expansión de la población negra, mulata o zamba venezolana en la extensa periferia de aquellos enclaves (Acosta Saignes 1984: 262). Enclaves importantes de población indígena sobrevivieron también en la Cordillera de Los Andes, en los Bajos Llanos de Apure, en el occidente de Barcelona, en Cumaná, en los actuales estados Delta Amacuro, Bolívar y Amazonas y en el actual Estado Zulia, parte de cuyas tierras ancestrales fueron expropiadas por los gobiernos y oligarquías regionales para beneficiar el proceso de colonización emprendido por los agricultores y ganaderos criollos. La vida cotidiana de los venezolanos y venezolanas en el siglo XIX La desarticulación de los diferentes componentes de la vida cotidiana, de la vida social, de la producción, inducida por la cruenta Guerra de Independencia, sumada al aumento exponencial de la explotación inmisericorde que un 22% de venezolanos (10.000 ricos y 60.000 de clase + media) había sometido al 78% (832.93) de los otros venezolanos (as) pobres, nos permite visualizar las condiciones de vida de la mayoría de los venezolanos (as) en 1839 (Codazzi, 1960: 338). El consumo anual de sesenta mil venezolanos ricos o con medios de fortuna equivalía a la suma de 3.170.000 pesos; el consumo anual del resto de 832.933 venezolanos y venezolanas pobres, por el contrario, montaba a la suma de 2.492.933 pesos, relación de apropiación de la riqueza de la nación similar a la calculada para 1810 por McKinley (1987: 41) y Soriano de García Pelayo (1988: 42). Ello 295 nos revela que si bien los ricos habían logrado con la Guerra de Independencia emanciparse del control de la corona española para enriquecerse a su gusto, los y las pobres venezolanos no comenzaron a emanciparse de la explotación de los ricos venezolanos sino casi dos siglos después, hacia inicios de la Revolución Bolivariana en 1998. La vida de los venezolanos (as), particularmente los de la mayoría pobre, estuvo caracterizada en el siglo XIX y después en el siglo XX por policarencias sociales y sanitarias. En el siglo XIX, las enfermedades y el hambre diezmaban la población venezolana. En 1832, la peor plaga, el paludismo, hacía verdaderos estragos en la mayor parte de la población de los llanos, el sur del lago de Maracaibo, el litoral de Coro, Yaracuy y el oriente del país, extendiéndose en de 1856 por todo el país, incluidas las zonas urbanas. De igual manera el cólera morbo ya se había extendido en 1854 a todo el país, enfermedades causadas principalmente por las deficiencias o la carencia absoluta de higiene y salud. La ausencia de un sistema organizado de vías de comunicación terrestres, mantenía en aislamiento a las poblaciones de las diversas regiones de Venezuela, dificultando sensiblemente la circulación de mercancías, particularmente la distribución y el consumo de los alimentos. Como consecuencia, cada región del país tenía que seguir un régimen casi autárquico en este renglón de la economía. Debido a esta coyuntura, la dieta básica de la población era frugal y monótona, basada en el consumo cotidiano de insumos como maíz (arepas, hallaquitas, cachapas, empanadas, carato de maíz), casabe, caraotas negras, plátanos, arroz blanco, papelón, tasajo (carne salada esmechada) y pescado seco, la cual pasó a ser considerada en los años sucesivos como la “dieta típica” de los venezolanos (as). 296 Como resultado de la ausencia de vías de comunicación, el predominio de la agricultura de estación para los productos de mesa y la inexistencia de alguna forma de protección civil de la población, durante los períodos extremos de sequía o de inundación durante la temporada de lluvias, llegaban a producirse hambrunas. Para prevenir estas calamidades, la población venezolana pobre, hasta bien entrado el siglo XX, desarrolló como virtud, como sistema defensivo frente a las condiciones de explotación, la austeridad en el consumo de alimentos, de vestidos, de calzados y de todo lo que se podía considerar como superfluo para reproducir la vida cotidiana. Unida a la deficiencia en salud, alimentación, vivienda, comunicaciones, etc., encontramos también la escasez de utillaje agrícola, de medios de almacenamiento y demás infraestructura que hubiesen podido ayudar a modernizar y hacer más eficiente la producción de insumos agrícolas de mesa para la población, sobre todo el 78% de venezolanos (as) pobres y excluidos, lo cual llegó a conformar en Venezuela, como ha dicho acertadamente Cunill Grau (1997:159) “una geografía de la penuria”. 297 CAPÍTULO 19 El Modo de Vida Nacional Monoproductor Agroexportador: 1830-1935. La insurgencia revolucionaria: germen de las clases populares Después de 1830, muerto el Libertador y desmembrado su sueño de la Gran Colombia, las nuevas burguesías provinciales republicanas venezolanas reasumieron sus proyectos políticos particulares previos a 1810, destinados a lograr hacerse con la hegemonía del país, a construir una República Oligárquica a la medida de sus ambiciones. Las clases populares, por su parte, reasumieron su agenda de resistencia para hacer la Revolución Social, sirviendo muchas veces de trampolín a los intereses de la burguesía, hasta que en 1998, casi 170 años más tarde, lograron finalmente arrancarle el poder político y buena parte del poder económico que aquélla detentaba en Venezuela. Desde 1814 hasta 1830, luego de la caída de la Primera República, las sublevaciones de negros (as), zambos (as) y mulatos (as) se sucedían casi a diario en las diferentes provincias bajo la consigna igualitaria de ¡Mueran los Blancos!, lo cual hizo exclamar al Libertador Simón Bolívar en carta a José Antonio Páez en 1826: 298 “…Un inmenso volcán está a nuestros pies. ¿Quién contendrá las clases oprimidas? La esclavitud romperá el fuego: cada color querrá su dominio…” (En Brito Figueroa, 1987-IV: 1330 y siguientes). Los proyectos de las rebeliones libertarias de los negros (as), zambos (as) y mulatos (as), como ya hemos expuesto en páginas anteriores, representaron de cierta manera el intento de oponerse a la hegemonía de la burguesía mantuana y luego republicana, rebeliones que finalmente contribuyeron a forjar la moderna sociedad venezolana. Desde el siglo XVI se hizo evidente que en nuestro país para derrotar los mecanismos de dominación y exclusión social era y sigue siendo necesaria la lucha de clases,como lo evidencia la sucesión de alzamientos, guerras y guerrillas que caracterizaron nuestro primer siglo de vida republicana, los golpes de Estado, rebeliones populares o militares del siglo XX y la rebelión popular que se inicio el el 27 de Febrero de 1989 para batir finalmente en 1998 la dictadura partidista impuesta por la burguesía y su intento de destruir la Revolución Bolivariana el 11 de Abril de 2002. (Vargas Arenas, 2007: 63; Sanoja 2008:27-45). El pueblo venezolano irredento, excluido, creyó que la independencia política conquistada en 1823 representaría efectivamente su liberación social definitiva, pero con la Tercera República la nueva forma de oligarquía latifundista y posteriormente con la Cuarta República, las diversas expresiones de la oligarquía neocolonial proimperialista, asumieron y practicaron el papel opresor y reaccionario que había caracterizado su expresión oligárquica colonial, bloqueando todo intento de modernizar y democratizar la sociedad venezolana (Siso Martínez, 1956:233-236; Sanoja y Vargas Arenas, 2007: 43). Por las razones antes enunciadas, las rebeliones populares contra el régimen de exclusión social que continuaba dominando la vida social de la nueva 299 República luego del colapso de la Gran Colombia, continuaron manifestándose. Vemos así que en el mes de Junio de 1831, el gobierno de la nueva oligarquía venezolana debeló un extenso plan para exterminar a los blancos que vivían en la antigua Provincia de Caracas, en el cual estaban comprometidos esclavos, soldados y oficiales zambos, mulatos o negros e incluso comerciantes descontentos con la situación de exclusión social a la cual habían sido relegados por los “mantuanos” o blancos criollos que ahora tenían en sus manos todo el poder político. La llegada de refuerzos militares a Caracas desde La Guaira, 40 soldados en su mayor parte negros, evidencia también la composición étnica del ejército venezolano de entonces. Ciento treinta rebeliones y motines similares fueron debelados en Cumaná, en Angostura (actual Ciudad Bolivar), en los llanos de Guárico, Barinas y Apure y en diversas otras regiones de Venezuela (Porter, 1966: 547-549; Vargas Arenas y Sanoja, 2006: 30-51; Sanoja y Vargas Arenas, 2007: 43-44; Vargas Arenas, 2007: 63). A partir de 1830, fecha que a nuestro juicio es el punto de quiebre con los modos de vida de la antigua sociedad colonial mantuana, las antiguas y las nuevas oligarquías latifundistas provinciales que detentaban considerables parcelas de poder se transformaron en una clase dominante militarista a la sombra de su Gran Protector, el General José Antonio Páez, convencidas de tener el derecho de dirigir el destino de la nación venezolana. La posesión de vastos latifundios, mayormente expropiados a los antiguos hacendados mantuanos coloniales, les permitió tener bajo su control grandes masas campesinas integradas por esclavos negros, negros, mulatos, zambos e indios libertos enfeudados, explotados y acogotados por el paludismo, la fiebre amarilla, la tuberculosis, 300 el hambre crónica y el analfabetismo, quienes servían indistintamente como siervos de la gleba o como soldados bajo la autoridad del mayordomo de la hacienda en las montoneras iniciadas por el señor terrateniente. Las montoneras tenían como propósito implícito hacer la revolución con minúsculas. Como propósito explícito, las oligarquías provinciales latifundistas perseguían mantener su independencia frente al poder de la vieja oligarquía de la Provincia de Caracas y, eventualmente, apoderarse de dicho poder. Los antiguos y los nuevos propietarios trataron de mantener el viejo orden social que había sustentado el modo de vida colonial-mercantil venezolano. Jefes y oficiales libertadores como Páez y los Monagas, se hicieron terratenientes, razón por la cual no pudo ser efectiva la libertad de los esclavos en Venezuela, como lo soñaba el Libertador Simón Bolívar. Los propietarios esclavistas republicanos y los jefes militares no querían renunciar a sus posesiones de esclavos (as) y tierras, solamente querían –cual el ideal de los viejos mantuanos- una patria bajo su dominio político, social y económico con exclusión de los mestizos, los indios y los negros. En el año 1859, la situación de la masa campesina venezolana e incluso de la incipiente clase media de bodegueros y pequeños comerciantes, era desesperada. El saqueo de las tierras y ejidos nacionales y la desposesión de los ejidatarios, colonos y pequeños propietarios como consecuencia del nuevo ajuste liberal representado por la puesta en ejercicio de aquella Ley del 10 de Abril de 1834 potenció la pobreza general, particularmente en el actual estado Barinas, donde el mensaje revolucionario del General de Hombres Libres, Ezequiel Zamora, galvanizó con su llamado y sus acciones la esperanza de las masas irredentas y explotadas que se habían sumado al movimiento liberador de la Federación (Brito Figueroa, 1996:493-526). 301 La Guerra Federal se transformó en una lucha social por la democratización del derecho a la posesión de la tierra, por la igualdad, la libertad y la democracia social, contra el centralismo de la oligarquía caraqueña y en pos de la descentralización del poder político. El asesinato de Ezequiel Zamora a manos de un francotirador, pagado seguramente por la oligarquía venezolana, terminó prácticamente con los ideales revolucionarios de la Guerra Federal durante el siglo XIX (Sanoja y Vargas Arenas, 2007: 45). El asesinato de Zamora el 1º de Enero de 1860 en San Carlos de Cojedes cuando el ejército oligarca ya estaba derrotado y la posterior firma del Tratado de Coche, que en realidad se trató de una conciliación entre oligarquías provinciales, pusieron fin a esta nueva fase de la insurrección popular contra las oligarquías republicanas dominantes (Banko, 1996), quienes a partir de entonces se mostraron obsecadas y resueltas a no perder el poder que habían conquistaran finalmente con la terminación abrupta de la Guerra Federal. En términos históricos, el fin de la Guerra Federal y el Tratado de Coche significaron el triunfo temporal de la hegemonía oligárquica latifundista sobre las rebeliones populares anti-hegemónicas que ya habían comenzado a producirse desde el siglo XVI. De igual manera, dicho evento histórico marcó el inicio de la implantación de un estilo de vida consumista particularmente en la clase burguesa caraqueña, forma cultural subsumida en el modo de vida monoproductor agropecuario, la cual responde a lo que considera Brito Figueroa como una expresión de la neocolonidad que no alteró los contenidos esenciales de calidad del modo de producción de la FES clasista (Brito Figueroa, 1987-IV: 1606). Este modo de vida se caracterizó por una mayor explotación de la fuerza de trabajo enfeudada en las haciendas, ya que la oligarquía rentista propietaria de la tierra y el poder del Estado tenía entonces 302 que cancelar anualmente las cuotas de los empréstitos que su gobierno había contraído con la Banca Europea para mantener funcionando el Estado Nacional y adaptarlo a la nueva fase colonialista imperial que asumió el sistema capitalista, tanto europeo como estadounidense. La estructura social y económica que prevalecía desde la mitad del siglo XVIII no sufrió cambios significativos hasta las primeras décadas del siglo XX (Ríos et alíi, 2002: 123-124); las transformaciónes que ocurrieron antes de esa fecha se centraron, principalmente, en ciertos sectores de la superestructura política, jurídica y administrativa, necesarias para consolidar el carácter liberal de la economía venezolana. Entre 1830 y 1870 se favoreció el negocio de la banca, de manera que la usura creció de manera desproporcionada y socialmente injusta. En este último cuarto de siglo se crearon casas de comercio extranjeras y bancos para financiar las cosechas, pero siempre obteniendo jugosas ganancias con el trabajo de los agricultores, campesinos (as) enfeudados y esclavos (as), comprando sus cosechas por debajo de los precios de mercado. Las políticas del Estado venezolano destinadas a favorecer el desarrollo de la banca se concretaron con base de la Ley del 10 de Abril aprobada por el Congreso de la la República el año 1834, de corte liberal, que favorecía la conducta usurera de los prestamistas y los banqueros, a pesar de la oposición que hicieron entonces intelectuales conservadores como Fermín Toro. Dicha ley establecía que “…para hacer efectivo el pago de cualquiera acreencia se rematen los bienes del deudor, por la cantidad que se ofrezca por ellos el día y hora de la subasta… el acreedor o acreedores pueden ser licitados en subasta…el rematador, por el acto de remate y posesión subsecuente, se hace dueño de la propiedad rematada…” 303 La legalización del negocio de la usura, en el último cuarto del siglo XIX propició la concentración de la propiedad en manos de los prestamisras usureros, para lo cual se crearon casas de comercio extranjeras y bancos para financiar las cosechas, principalmente de los cultivos comerciales de exportación como el café, el cacao, la caña de azúcar y el tabaco, pero siempre obteniendo jugosas ganancias con el trabajo de los agricultores y sobre todo con la explotación del trabajo de los campesinos y campesinas. Al igual que los intermediarios de hoy, los del siglo XIX especulaban con los precios de los alimentos, comprando las cosechas por debajo de los precios de mercado para luego venderlas el expendedor y al público a precios exhorbitantes. A partir sobre todo de 1870, el gobierno oligárquico se sustentaba en, y era propiedad de la burguesía comercial exportadora-importadora, negociante de dinero y de valores, lo cual se expresó –por una parte- en la introducción de un estilo de vida consumista y derrochador de mercancías europeas y estadounidenses y, por la otra, en la entrega del monopolio de las vías ferroviarias, las minas de cobre y oro, las comunicaciones telegráficas, de la renta producida por la explotación de las aduanas de los puertos marítimos, del subsuelo y el asfalto y el petróleo que contiene, a los monopolios foráneos (Brito Figueroa, 1991: 103 30). La política económica gubernamental venezolana, como se observa, era liberal, basada en la doctrina del mercado abierto, inspirada a su vez en las doctrinas inglesas del libre cambio que se hallaban en boga en el siglo XIX. Al igual que lo que ocurre en la actualidad con la aplicación de las doctrinas neoliberales, la aplicación de las leyes económicas liberales del siglo XIX aceleró la concentración de la riqueza en las manos de la oligarquía 304 republicana, aumentado la desigualdad económica y la miseria entre los pequeños propietarios y los trabajadores rurales. Al agudizarse las contradicciones ideológicas entre liberales y conservadores, como ya vimos, se produjo la rebelión de Ezequiel Zamora y la Guerra Federal en 1859 la terminó en 1863 con su asesinato y la firma del Tratado de Coche. Estos eventos propiciaron posteriormente la llegada del gobierno autocrático de la oligarquía -encarnada esta vez en Guzmán Blanco y su supuesto “proceso de modernización del país”- quien supo sacar provecho de los cambios violentos que habían sacudido los relictos de la vieja sociedad colonial. El discurso eurocentrista de Guzman tenía como objetivo halagar a la burguesía venezolana, la que llamaba Brito Figueroa el “alto comercio” y VargasArenas el “bloque histórico interno”, la cual constituía y todavía constituye el nexo directo de Venezuela con el mercado capitalista mundial ( Brito Figueroa 1987-IV: 1381;De Lima, 2002: 139; Vargas-Arenas 2007: 15-18). El bloque oligárquico de poder comercial La formación del bloque oligárquico dominante de la III República se concretó entre 1825 y 1850, integrado principalmente por los usureros, la burguesía comercial y los latifundistas. Con el inicio de la vida republicana luego de la Batalla de Carabobo que selló la independencia de Venezuela, en un país cuya economía productiva había sido seriamente dañada por la guerra, los comerciantes importadores-exportadores adquirieron un creciente dominio económico e intentaron obtener también el dominio político del país. Aliados tanto con los viejos terratenientes mantuanos como con los nuevos terratenientes republicanos, aquellos actores jugaron un papel destacado en la estructuración de la nueva oligarquía. Gracias a sus vinculaciones con el comercio exterior, el sector intermediario --integrado por comerciantes que 305 adquirían sus mercancías en los principales puertos-- y el control del escaso circulante que existía en manos de los venezolanos, propiciaron que los capitales ingleses, estadounidenses y alemanes ocupasen el vacío dejado por los capitales españoles. Debido a la ausencia de instituciones bancarias, su fuente principal de acumulación radicaba en el manejo del comercio exterior, los préstamos de carácter usurario, el control del circulante y los mecanismos del crédito, razones por las cuales se convirtieron rápidamente en el grupo económico dominante en el plano político, la raíz de la burguesía comercial venezolana. El bloque oligárquico de poder latifundista La clase burguesa formada en el marco de una estructura agraria latifundista, esclavista y enfeudada constituía la base productiva del país que tenía en sus manos el poder económico y el político, ya que la renta pública que financiaba el funcionamiento del Estado venezolano y el gasto público dependía fundamentalmente del pago de derechos de exportación del café, el cacao, el tabaco, los cueros, las semillas de dividive y otros rubros agrícolas que ellos producían y exportaban. Tenía, así mismo, el control de grandes masas de campesinos enfeudados los cuales, llegado el momento, podían convertirse en ejércitos campesinos para-militares privados, a través de los cuales podían controlar el escenario político venezolano. Por esas mismas razones, la oligarquía controlaba igualmente la naciente burguesía comercial donde figuraban muchos inmigrantes extranjeros dedicados al comercio con sus países de origen, particularmente de origen alemán, inglés o francés los cuales se vincularon por matrimonio con las mujeres u hombres de la aristocracia latifundista de abolengo, convirtiéndose en un nuevo bloque de poder dominante por poseer el capital dinerario y ser el 306 vínculo con el mercado capitalista mundial. Dicho bloque de poder económico, posteriormente, se hizo también dueño de las antiguas plantaciones de caña de azúcar, de café y cacao en los estados Aragua, Carabobo Yaracuy, Trujillo, Táchira, Zulia, Sucre, Monagas, entre otros, que habían sido propiedad de viejas familias mantuanas (Brito Figueróa-IV1987: 1383). Ese bloque de poder pasó a conformar en el siglo XX el núcleo de una nueva oligarquía basada en la agroindustria, la industria licorera, el negocio de exportación-importación, las comunicaciones, los medios de comunicación social y muchos otros, vinculados a las organizaciones políticas locales y al capitalismo transnacional, mientras que las viejas familias mantuanas que le sirvieron inicialmente de cobijo, languidecían y desaparecían del escenario político-social venezolano. La base productiva de la economía venezolana: 1825-1900 La base del producto de la economía venezolana y el motor del comercio exterior, como vemos, continuó siendo agropecuaria; la propiedad territorial agraria continuó concentrada en un grupo social dominante, al igual que durante la colonia española, sólo que –como veremos más adelante- comenzó a modificarse la composición de la fuerza de trabajo explotada por dicho grupo. Hacia mediados del siglo XIX, buena parte de dicha fuerza de trabajo estaba todavía constituida por esclavos (as) negros (as) o personal sujeto servidumbre efectiva, trabajadores (as) libres o asalariados (as) o arrendatarios (as) que trabajaban para las haciendas y esclavos (as) manumisos (as) e indios (as) libres. 307 El comercio exterior, luego de la independencia se cerró con España, pero se abrió con las Antillas, Europa (Holanda, Inglaterra, Francia y Alemania) y Estados Unidos, predominando la economía agrícola vegetal que se practicaba en la zona costero-montañosa del norte y el noroeste de Venezuela, región que había estado durante la colonia española bajo el control de la antigua Provincia de Caracas. En este el tipo de producción agropecuaria se discriminaba territorialmente de la siguiente manera: cacao, en Barlovento, Aragua, Coro, Maracaibo y el piedemonte andino; añil, en el antiguo territorio de la Provincia de Caracas; tabaco, en Barinas, Maracaibo, Barquisimeto y en las provincias del noreste de Venezuela; la caña de azúcar, en Barlovento, los valles de la cuenca del lago de Valencia (Aragua y Carabobo), Yaracuy, Maracaibo, Trujillo, Barquisimeto y el noreste de Venezuela; el café, en Caracas, Aragua, los Andes y norte de Barcelona; la región llanera y Guayana: cría de ganado vacuno, caballar y mular. De toda esta producción agropecuaria, la del café adquirió primacía en el comercio de exportación, seguido por el cacao, el tabaco, melazas, algodón, cuero, mulas, y las semillas de dividive utilizada en el exterior (Estados Unidos, Alemania) para la industria de curtiembre cueros (de Lima, 2002: 54,59). Con base a la economía agropecuaria, el comercio exterior venezolano llegó a crecer hacia mediados del siglo XIX un volumen evaluado en 6.400.000 pesos, mientras que el comercio de importación en un país que tenía una infraestructura artesanal muy rudimentaria, alcanzó un volumen de 5.200.000 pesos. En los años 1842-43 y 1877-78, por ejemplo, los ingresos fiscales principalmente percibidos por derechos de exportación aumentaron entre 83% y 91% y los gastos públicos de 183% y 140%. Ello nos revela que el 308 funcionamiento del Estado nacional era deficitario, por lo cual tuvo que recurrir a solicitar préstamos en el extranjero. Las exportaciones de café llegaron a totalizar 26.666-000 libras, las de cacao 7.321.000 libras, la de cueros 436.000 unidades, las de tabaco 214.000 libras, el ganado vacuno en pié 131.000 unidades y las mulas, un rubro muy importante para el transporte de bienes por vía terrestre, 1235 unidades (Maza Zabala, 1997: 204). Una parte importante del comercio de importación se dedicaba, como veremos luego, a la compra e introducción de bienes que beneficiaban fundamentalmente los gustos suntuarios de la oligarquía y la pequeña burguesía: ferretería en general, quincallería, muebles, maquinarias e implementos agrícolas, carruajes, carbón mineral, harinas, cereales, granos, medicamentos, papel, juguetes, perfumes, joyas, monedas de oro y plata que llegaron a sumar en una oportunidad un valor de 623.000 pesos. El sistema tributario venezolano descansaba en el comercio exterior, de manera que, por ejemplo, en los años 1842-43 el 73% de la renta del Estado venezolano estaba representado por derechos de importación, 9% por derecho de exportación y el 19% por la renta interna, incluido el monopolio de las salinas: 19%. En el período 1847-48, por ejemplo, la recaudación por concepto de derechos de importación alcanzó el 57% de la renta total, mientras que los derechos por concepto de exportación montaban al 38% de los ingresos fiscales. El resto de la renta interna era generado por impuestos a la producción, la distribución y el consumo de licores y tabaco. Construcción de la base material 309 Una de las tareas que tímidamente inició el gobierno de la oligarquía venezolana hacia mediados del siglo XIX fue la construcción de la base material que serviría para desarrollar el rendimiento de los modos de trabajo capitalistas de los cuales dependía su reproducción como clase social. El comercio difícilmente podía prosperar en las condiciones existentes en la Venezuela de entonces, país que todavía sufría la devastación de la Guerra de Independencia y cuyas poblaciones se hallaban prácticamente incomunicadas entre sí. Para remediar de alguna manera ese grave problema, se inició la recuperación y modernización del espacio social, particularmentelas vías de comunicación (Cunill-Grau, 1997: 160-162). Debido a la ausencia de medios adecuados de comunicación, el transporte de pasajeros y mercancías seguía utilizando las picas, caminos y senderos que estaban en uso de los tiempos coloniales. Por ello se construyó en 1845 una nueva carretera entre Caracas- La Guaira y, en1850, otra entre ValenciaPuerto Cabello, con el objeto de facilitar las relaciones comerciales entre aquellos puertos principales, los centros urbanos dependientes y las áreas de producción cafetalera y de caña de azúcar que formaban la base de la producción agroexportadora. Para finales del siglo XIX, se inició la construcción de la red vial: una que irradiaba desde La Guaira y Puerto Cabello hacia los valles de Aragua, Valencia, Nirgua, San Carlos, Villa de Cura, San Juan de los Morros, valles del Tuy, Guatire y Guarenas; otra carretera entre Barquisimeto; otra fue la red fluvial de mercancías y pasajeros hacia el golfo de paria y las redes camineras que vinculaban a Barcelona con las riberas del Orinoco, San Félix y Upata. La mayoría de dichas carreteras, generalmente vías estrechas y sinuosas, continuaron en servicio hasta bien entrado el siglo XX. 310 Otra innovación en materia de transporte terrestre fue la construcción de 960 kilometros de vías ferroviarias, cuya explotación fue concedida a empresas inglesas y alermanas. Se trataba de redes ferroviarias limitadas, desarticuladas, con diferentes tipos de trocha y de material rodante, las cuales no fueron construídas con la idea futura de integrarlas en un solo sistema nacional. Los ferrocarriles beneficiaron a regiones muy restringidas donde existían intereses económicos muy puntuales como las minas de Aroa y el carbón de Naricual y áreas de agricultura de exportación con sus centros urbanos en el Litoral Central y Los Andes. Paralelamente se diseñó un sistema de fluvio-lacustre que vinculaba las cuencas de los ríos Catatumbo y Escalante y los puertos de Bobures, La Ceiba y Gibraltar, por donde se exportaba la producción cafetalera andina venezolana y de Santader, Colombia, vía el lago hacia el puerto de Maracaibo. Otro importante sistema de transporte fluvial vinculaba las regiones de Portuguesa-Apure-Orinoco, en tanto que buques de vapor, bongos y piraguas manteníanel tráfico de mercancías y pasajeros entre San Fernando de Apure, Caicara y Ciudad Bolívar y entre San Fernando de Apure, Puerto Nutrias, Arauca, Camaguán, hasta El Baúl y de allí, por vía terrestre, a los puertos de La Guaira y Puerto Cabello. El boom económico del Guzmanato: 1870 El acceso al poder de Antonio Guzmán Blanco en 1870 coincidió con las grandes transformaciones económicas que se produjeron en el sistema capitalista europeo y estadounidense hacia mediados del siglo XIX, coincidentes a su vez con la aparición del Manifiesto Comunista escrito por Carlos Marx y Federico Engels. El desarrollo de las fuerzas productivas se expresó en aquellos países en un extraordinario avance tecnológico y en el 311 crecimiento y la concentración de la producción industrial, condiciones que propiciaron el paso del antiguo régimen de libre concurrencia de la I Revolución Industrial dominada por la industria ligera, al del capitalismo monopólico o financiero dominado por la industria pesada, la metalurgia, la fábricas de maquinaria y la industria minera, entre otras, la del nuevo motor del capitalismo: el petróleo (Brito Figueroa, I- 1973: 304). La nueva fase de acumulación de capitales producidos por la II Revolución Industrial tuvo como consecuencia la formación de una masa de capital excedentario que, tal como habría de ocurrir más tarde alrededor de 1970 con el gobierno de Carlos Andrés Pérez, buscaba invertirse en los países atrasados de su periferia. Las inversiones en ferrocarriles, telecomunicaciones, minería y otros, así como los empréstitos que aumentaron nuestra deuda externa y nos trajeron tantos males sociales, aumentaron igualmente nuestra pérdida de soberanía y una mayor dependencia de los centros extranjeros de poder. La economía agroexportadora venezolana respondió rápidamente a la coyuntura económica internacional, de manera que las exportaciones de café, cacao y otras materias primas aumentaron en un 40% con relación a los años anteriores, a causa del crecimiento del gasto suntuario y de la riqueza en manos de las burguesías europeas; es así que, en 1890, la balanza comercial venezolana mostraba un excedente favorable de 53 millones de bolívares. De manera simultánea, la explotación de las minas cobre y de oro de las recién descubiertas minas de El Callao, Provincia de Guayana, produjeron en el período 1870-1890 1.326.459.39 onzas de oro con un valor de de 127.040.181,94 bolívares (Brito Figueroa, 1973: 305; Lavenda, 1977: 53-54). El 3 de Septiembre 1878 se le concedió a la Compañía Minera Petrolia una concesión del Estado venezolano para explotar los hidrocarburos durante 312 cincuenta años, en una zona ubicada en la frontera entre Colombia y Venezuela. Utilizando rústicos métodos de excavación para recobrar el petróleo del subsuelo y sistemas de refinación artesanal para destilarlo, la compañía produjo hasta 1907 kerosene, el cual estaba destinado para el uso doméstico y el alumbrado público. En 1854, el Estado venezolano otorgó una concesión a D.B. Hellyer para explotar asfalto y, en 1883, otra a Horatio Hamilton con el mismo fin. Esta última fue adquirida en 1885 por la New York and Bermúdez Company, filial de la General Asphalt of Philadelphia, comenzando en 1887 la explotación del lago de asfalto natural llamado Guanoco, actual estado Anzoategui. El crecimiento de la economía venezolana durante la década 1880-1890 durante el período guzmancista, fue impulsado por las prósperas cosechas de café que trajo progreso a las burguesías latifundistas y comerciales de Táchira, Mérida y Trujillo; la producción de cacao en Carúpano, Rio Caribe y Yaguaraparo, península de Paria, a los comerciantes y financistas de Valencia-Puerto Cabello, cuyos negocios estaban ligados a la producción de los valles de Aragua, el litoral cacaoatero y el hinterland llanero y – finalmente- a los comerciantes y latifundistas caraqueños que extraían la riqueza cafetalera de los valles del Tuy, de las tierras altas de la cordillera, y el cacao de Barlovento de Ocumare y de Chuao. Todo lo anterior, unido a la producción de oro y la perspectiva de la explotación petrolera por parte de transnacionales estadounidenses, estimuló a diversos sectores ligados al comercio y al incipiente desarrollo de la manufactura artesanal de bienes ligeros. El sector usurero se transformó en financista, propiciando la creación nuevos bancos y Casas de Crédito tanto en Caracas como en otras ciudades del interior, particularmente en Maracaibo, donde se residenciaron 313 comerciantes alemanes cuyos negocios cafetaleros se extiendian hasta el Táchira y el norte de Colombia, ciudad donde se inaugura el Banco de Maracaibo el 20 de Julio 1882. El éxito del régimen modernista de Guzmán Blanco radicó en unir sus destinos y compartir el gobierno del Estado con la elite comercial y financiera, creándole a su gobierno un piso seguro como no lo habían disfrutado hasta entonces otros gobiernos anteriores, precursor de lo que sería ochenta años más tarde el futuro Estado corporativista de la IV República (Harwitch Vallenilla, 1986: 48-54). 314 CAPÍTULO 20 El Estilo de Vida Consumista de la Burguesía Nacional Venezolana: Siglo XIX Cuando Guzmán Blanco accedió al poder en 1870, la población de Caracas era de 48.897 habitantes. La ciudad no había crecido más allá de lo que había sido desde le época colonial, aunque se estaba extendiendo hacia el este, saltando sobre el limite original de la quebrada Catuche hacia el río Anauco y hacia el sureste atravesando el río Caroata. La modernización urbana de Caracas, comparada con la que experimentaban en ese momento ciudades como Buenos Aires, Río de Janeiro y Sao Paulo, fueron modestas (Lavenda, 1977: 74). Sin embargo, el objetivo político de Guzmán Blanco era transformar el paisaje urbano colonial y construir la simbología del cambio de las condiciones materiales en la vida cotidiana, con el cual deseaba impactar el imaginario colonial de los y las caraqueños (as) y los y las venezolanos. La traza urbana de Caracas se modernizó con bulevares, puentes, tranvías, hoteles, restaurantes, cámaras de comercio, alumbrado público, teatros como el Municipal, bibliotecas, academias, museos, el servicio telefónico CaracasLa Guaira y también con Valencia, y Puerto Cabello, un observatorio meteorológico, así como centros manufactureros en Caracas, La Guaira, Puerto Cabello y Maracaibo. El antiguo sistema productivo colonial artesanal, se transformó con la creación de fábricas de maquinarias y enseres para la agricultura, carruajes en Caracas y Valencia, industria textil en Valencia, fabrica de pabilo en Caracas, etc. En 1893 ya existían 286 empresas 315 manufactureras: fábricas de muebles, de calzado, de pastas alimenticias, alfarerías, jabonerías, tenerías, tabaco, textiles, sombrererías, fabrica de ron en Maracaibo y Carúpano y muchas otras. Como contraparte del desarrollo manufacturero, se incrementó el negocio de la agroexportación y la importación de bienes de consumo en Caracas, La Guaira, Valencia, Puerto Cabello, Maracaibo, San Cristóbal, Valera, Carúpano y Cumaná. Para el año 1873, ya existían en Caracas nueve grandes firmas comerciales, 23 grandes consignatarios, 35 bodegueros que almacenaban las cosechas de café y cacao, y más de cien comercios de bienes de lujo: joyerías, vestidos, librerías, etc. para gente de altos recursos (Cunill Grau, 1997: 163164). La Fuerza de trabajo: 1870-1900 Como consecuencia de la ampliación y modernización de la estructura productiva venezolana se produjo, correlativamente, una diversificación del mercado laboral caraqueño, situación que se manifestó seguramente, en los otros centros urbanos venezolanos para el mismo período. La clase popular constituía el 90% de la fuerza de trabajo caraqueña que vendía su tiempo laboral en las manufacturas que habían surgido hacia finales del siglo XIX, y estaba integrada por cuatro categorías principales: 1) Artesanos que poseían sus propios talleres 2) Trabajadores calificados: existían 56 carpinterías y 1103 carpinteros; 16 herrerías y 212 herreros; 112 talleres para modelar bronces con 141 obreros; 1 taller para fabricar coches con 62 obreros; 13 talleres para fabricar arneses y sillas para caballos con 196 trabajadores; 18 joyerías con 77 trabajadores; 17 relojerías con 29 trabajadores; 10 tapicerías y 316 52 tapiceros; maestros albañiles (que hacían el oficio de los arquitectos para el diseño de las viviendas) y albañiles: 2479 trabajadores; 8 camiserías y 114 camiseras; 54 sastrerías y 348 sastres: 13 sombrererías y 81 sombreros; 34 zapaterías y 903 zapateras; 28 alpargaterías y 398 alpargateras. Otros oficios eran: 169 mecánicos, 94 maquinistas, 125 músicos y músicas, 13 escultores y escultoras; 502 tabaquerías con 508 empleados y empleadas 294 tejedores y tejedoras y 533 pulperos y pulperas. Segundo nivel: 203 alfareros y alfareras, 9 bailarinqs, 184 barberos, 188 colchoneros y colchoneras, 32 teñidores y teñidoras de cuero, 37 encuadernadores y encuadernadoras de libros, 6 fabricantes de espejos, 14 horticultores y horicultoras, 38 destiladores y destiladoras de licores, 639 panaderas, 26 fabricantes de fuegos artificiales, 38 fabricantes de velas, 2742 cocineros y cocineras, 17 parteras y 93 mujeres modistas. Tercer nivel: oficios que requerían menos habilidades y mayor capacidad para el trabajo manual: 213 labradores, 977 obreros y obreras de las fabricas de cigarrillos y licores, 523 lavanderas, 765 planchadores y planchadoras, 65 arrieros, 87 buhoneros o vendedores a domicilio (particularmente libaneses llamados también “turcos”), 100 obreros gubernamentales (porteros, aseadoras, etc), 88 jardineros, 1663 soldados, 44 pescadores y pescadoras (pesca de bagres en el río Guaire), 37 marineros, 3306 trabajadores y trabajadoras para todo uso y 62 parihueleros o carrretilleros para efectuar las mudanzas de enseres domésticos (Lavenda, 1977: 250-252). 317 La mayor parte de esos trabajadores eran zambos, negros, mulatos o indios traídos del interior de Venezuela y un porcentaje menor blancas de orilla, particularmente canarias, que se desempeñaban como obreras en las fabricas de cigarrillos, como arrieros, en la fabricación y distribución a domicilio de carbón vegetal para la cocina diaria, reparto de pan leche, verduras y legumbres a domicilio, etc. La Exposición Nacional de Venezuela en 1883 El 23 de Agosto de 1883 fue inaugurada en Caracas la Exposición Nacional de Venezuela, organizada por el sabio Adolfo Ernst para conmemorar el primer centenario del nacimiento de El Libertador Simón Bolívar. Para alojar dicha exposición, se construyó un local ad-hoc en la actual esquina de La Bolsa, anexo al viejo edificio de la Universidad Central de Venezuela. El análisis de los contenidos de la Exposición Nacional de Venezuela en 1883 (Ernst, III: 1983), refleja de manera muy acertada el nivel de desarrollo de las fuerzas productivas que había alcanzado la sociedad venezolana en el último tercio del siglo XIX: un mínimo sector productivo industrial o artesanal localizado en los grandes centros urbanos como Caracas, Valencia y Maracaibo, un gran sector productivo artesanal y doméstico, y un sector extractivo o recolector de materias primas vegetales y animales. La exposición presentaba al público un inventario general de la producción de bienes terminados, producción de bienes artesanales a nivel domestico así como de materias primas vegetales, animales y minerales. La exposición de bienes artesanales terminados representaba las características ya expuestas de la fuerza laboral y de los centros productivos. La mayor parte del catálogo de la exposición estaba dedicada a los productos de 318 agroexportación como el café, el cacao, el tabaco, el algodón, la caña de azúcar; a las diversas variedades de frijol, quinchoncho, arvejas, tapiramos, quimbombó, yuca y muchos otros alimentos; a los diversos tipos de madera exportable y sus derivados como la goma y el caucho; a las materias tintóreas como el dividive, etc. Otro renglón importante estuvo dedicado a la muestra de maquinaria importada, particularmente la dedicada a la producción del café y la caña de azúcar. Un sector igualmente representado fue el de la importante producción de bienes artesanales para la vida cotidiana, tales como libros y encuadernación de libros, zapatos, telas, cigarros, chinchorros, hamacas, escobas, bolsos, cuerdas, cestas, bastones, ropa, tejidos de aguja y bordados, alfarería artesanal para uso doméstico, etc. La exposición reveló también la persistencia de formas de trabajo y producción de bienes artesanales que se vinculaban a los antiguos obrajes indígenas de los siglos XVI y XVII, como era la producción de telas de dril blanco y de color provenientes del estado Lara, en “..cortes de 5 metros de largo y 63 cm. de ancho… al precio de 10 bolívares…” Estas telas eran tejidas en las comunidades indígenas criollizadas de Quíbor y El Tocuyo, utilizando un tipo de telar horizontal con lizos y pedales introducido en el siglo XVI, que eran reminiscencia, a su vez, de los utilizados en Europa durante la Edad Media (Sanoja, 1979b: 45-55). La Exposición Nacional de Venezuela, réplica local de las Exposiciones Universales que se celebraron en París en la segunda mitad del siglo XIX, nos refleja también la materialidad del quiebre histórico que se estaba produciendo en nuestro país con la finalización de los modos de vida coloniales -cuya base era fundamentalmente agrícola y rural- y su fase epigonal de naturaleza mercantil-importadora que comprometía particularmente a la burguesía urbana 319 en ascenso, cuyo imaginario estaba capturado por la ideología consumista del capitalismo europeo y estadounidense. Testimonio arqueológico del consumismo burgués caraqueño: 1850-1898 La Segunda Revolución Industrial impactó comercialmente la periferia del mundo capitalista desarrollado hacia mediados del siglo XIX. Tanto los países de Europa occidental como Estados Unidos, iniciaron una nueva era de expansión colonial que les llevó a apoderarse de todo el continente africano, gran parte de Asia, y el Medio Oriente. Estados Unidos, potencia capitalista emergente, se apoderó por la fuerza del 75% del territorio norteamericano asesinando o sometiendo a los pueblos originarios y despojando a México del 50% del territorio que había heredado –según el principio legal de uti posedetis jure- del antiguo Virreinato de México. No contento con ello, clavó sus garras imperialistas en el despojo del antiguo imperio español en el Caribe y en el Pacífico, apropiándose de Cuba, Puerto Rico y otras pequeñas islas antillanas, así como del archipiélago de las Filipinas y de Hawaii. En Venezuela y fundamentalmente en Caracas, a partir de 1850 comenzó una nueva era necolonial signada por la influencia de la cultura europea, particularmente la francesa. La arqueología urbana caraqueña nos revela la gran influencia comercial que alcanzó Francia en todos los órdenes de la vida cotidiana de la burguesía y la clase media de entonces, ejemplificada por el estilo consumista exacerbado que la caracterizaba. Ello se evidencia, particularmente en Caracas, por la presencia en los sitios arqueológicos urbanos de una variada gama de 320 mercancías importadas que nos describen el posible inventario de una tienda caraqueña del siglo XIX: botellas de vino francés Chateaunef du Pape y Chateau Laffitte, de cognac Hennesy, botellas de ginebra y de cerveza posiblemente holandesas envasadas en recipientes de gres, botellas en gres de cerveza stout de origen inglés, botellas de cerveza stout con la marca Patent envasadas en botellas de vidrio artesanal, posiblemente de origen inglés o estadounidense, copas y vasos de cristal tallado posiblemente de Bohemia, cubiertos de proveniencia inglesa o estadounidense con mango de hueso o madera, cepillos de dientes tallados en hueso o marfil armados con cerdas animales, frascos de medicinas francesas, remedios para el estreñimiento, perfumes franceses, cremas faciales, frascos de aceite Maccasar provenientes de Indonesia y utilizado como gomina para el cabello de los hombres, peines de carey o de hueso, peines finos de baquelita para sacar los piojos del cabello, mantillas o pañoletas para mujeres, botines para los hombres, ropa de muselina, zapatos de lujo para mujeres, collares, pendientes, peines y peinetas fabricados en vulcanita (llamada también hard rubber, inventada en 1839) juegos de vajillas de mesa completos manufacturadas en Bordeaux o en Alemania, platos de loza inglesa Staffordshire, loza culinaria inglesa de color rojo tipo “biscuit”, bacinillas de loza inglesa tipo pearl ware, juegos de cubiertos metálicos, botones de camisa o de bragueta tallados en hueso, yuntas metálicas para camisas de hombre, pomos de bastones y camafeos ambos tallados en marfil, juegos de ajedrez con piezas talladas en marfil, juegos de dominó tallados en marfil o en hueso, dados para juegos diversos tallados en hueso, recipientes de cristal para sustancias perfumadoras del ambiente y floreros, alimentos enlatados, ropa de muselina, zapatos, cubiertos, etc. 321 Ese largo inventario de ítemes recuperados en las excavaciones arqueológicas caraqueñas (Vargas Arenas et alíi, 1998; Sanoja et alíi, 1998; Sanoja y Vargas Arenas, 2002) es evidencia de un cambio sustancial en la cantidad y la calidad del consumo de bienes suntuarios importados, estilo de consumo que era prácticamente inexistente antes de 1850. Se observa igualmente que la mayor parte de la loza culinaria: ollas, calderos, cuencos, pimpinas, platos, budares, etc., tal como ocurría desde el siglo XVI, eran de loza artesanal criolla de tradición indígena, que se podía comprar en las bodegas o mercados populares caraqueños. Ya no se trataba sólo –como anteriormente- de adquirir ciertas mercancías utilitarias aisladas para el uso cotidiano, sino de trasladar con las mercancías todo un contexto de que representaba el estilo de vida de las clases altas de las ciudades de los principales países capitalistas, con toda la carga ideológica que ello supuso. En el mejor estilo neocolonial, la burguesía y el embrión de clase media caraqueña no solamente querían consumir mercancías francesas, sino simultáneamente querían imitar y parecerse a los parisinos, a los newyorquinos y a los berlineses, tal como hoy quieren imitar y parecerse a los mayameros. El análisis hemerográfico de avisos publicitarios impresos tomados de una muestra de la prensa caraqueña entre 1843 y 1880 (Aburto, 1998: anexo I), permite constatar la oferta creciente de loza, cristalería, ferretería en general, cubiertos, revólveres, etc., importados de Francia, Inglaterra, Alemania y Estados Unidos, que de cierta manera aluden a los materiales recuperados tanto en el Viejo Reducto militar (hoy día Teatro Municipal; Vargas Arenas et alií, 1998) como en la antigua residencia de Luisa Cáceres de Arismendi (que 322 se halla hoy día bajo el edificio de la actual Escuela Superior de Música José Ángel Lamas; Sanoja et alíi 1998; Sanoja y Vargas Arenas, 2002). En su extraordinaria obra sobre la vida cotidiana de la aristocracia caraqueña en el período guzmancista, Lavenda (1977), utilizando las crónicas del período gusmancista, reconstruye el cuadro costumbrista de una mansión caraqueña cuyo equipamiento mobiliario, mueble o inmueble, se podía comparar con el de cualquiera otra ciudad del llamado primer mundo. Paralelamente, nos describe las miserias del personal que laboraba en la fábrica de cigarrillos El Cojo, propiedad de la familia Delfino (Lavenda, 1977: 256), la cual utilizaba solamente la mano de obra de jóvenes “isleñas” o canarias quienes trabajaban bajo un régimen cuasi esclavo devengando salarios de hambre. Como podemos apreciar de lo expuesto en páginas anteriores, el modo de trabajo agro-exportador de materias primas (café, cacao, algodón, tabaco, cueros de ganado, maderas finas, etc.) que caracterizó el modo de vida colonial mercantil, persiste también todavía como dominante en el modo de vida nacional burgués. Los beneficios económicos obtenidos por la oligarquía exportadora latifundista y comercial, cosmopolita, fueron instrumentales para desarrollar el negocio de importación de bienes suntuarios, susceptible por tanto a los vaivenes de la economía mundial, lo cual se materializó -desde mediados del siglo XIX- en la generación del estilo de vida consumista que llega a ser característico de las burguesías urbanas. Por el contrario, la naciente clase media y la clase popular, cuyos modos y procesos de trabajo se vinculaban con la incipiente burocracia estatal y comercial, los servicios en general, la artesanía, la agricultura y la cría, etc., que conformaban la economía interior, estaban relacionados -por el contrario- con un estilo de vida 323 cuyos valores sociales eran austeros, conservadores, característicos de los diversos sectores de la vieja sociedad rural venezolana. Los integrantes de la clase media, tanto de la pre-petrolera como posteriormente los de la petrolera, no eran propietarios de los medios de producción, aunque su condición de mano de obra explotada por la clase dominante en el proceso de producción y consumo través de la especulación, la usura, los impuestos, el nivel de ingreso y el estatus socio-profesional no era percibida e incorporada a su imaginario. Ese dualismo de la sociedad venezolana se prolongó como estructura social dominante hasta 1930, cuando la que podríamos llamar como “revolución cultural petrolera” hizo colapsar definitivamente los vestigios del ancien regime colonial venezolano (Maza Zavala, 1997: 210-214). La Revolución Liberal Restauradora: condiciones para estabilizar el capitalismo No es una simple coincidencia que la introducción del pensamiento positivista en Venezuela en los años postreros del siglo XIX coincidiese con la expresión de consignas tales como restauración, orden, paz y progreso, ya que sin esas condiciones históricas no hubiese podido instalarse en Venezuela una verdadera sociedad capitalista dependiente que sirviese a los designios neocoloniales del imperialismo europeo o el estadounidense. Las fuerzas del liberalismo que movía desde Caracas la economía agroexportadora venezolana de los modos de vida nacionales, ya lucían agotadas y estancadas para finales del siglo XIX. El bloque político liberal republicano que había confiscado el poder desde 1830 apoyado en el sistema productivo del antiguo modo de vida colonial mercantil se encontró confrontado con una 324 realidad insoslayable: los centros del poder neocolonial ya no estaban en España sino en Inglaterra, Francia y Estados Unidos, países cuyas burguesías estaban interesadas en apropiarse de los recursos y materias primas que se hallaban en los países de su periferia, mediatizando la nueva relación colonial a través de gobiernos serviles que adoptasen formas de organización social, política y económica que permitiesen a sus socios una mayor rentabilidad con un mínimo de inversión. El éxito de la política neocolonial dependía de la puesta en práctica de una política cultural destinada a generar nuevos significados culturales en la población subordinada, en este caso la venezolana, que sirvieran como mecanismos de legitimación de su poder político y consagrara su dependencia económica de los centros de poder estadounidenses y europeos (Vargas Arenas, 2007: 15 y siguientes). El discurso político euro-céntrico de Guzmán Blanco, que apuntaba hacia la sustitución de los elementos culturales nativos por los afrancesados, tenía como uno de sus objetivos centrales justificar las relaciones de poder establecidas por la elite oligárquica del centro de Venezuela y sus vínculos con el poder europeo. El estilo de vida que servía como señuelo para seducir el imaginario popular estaba basado -como hemos expuesto en páginas anteriores- en el consumismo sibarita de mercancías importadas de Francia, Inglaterra, Alemania y Estados Unidos. Sin embargo, la misma naturaleza de dicho discurso hacía imposible que la población popular pudiese construir a partir del mismo prácticas socioculturales equivalentes en su vida pública que contradijesen las normas culturales que regían su conducta en la práctica doméstica (Vargas Arenas, 2007: 16 y siguientes). 325 La oligarquía rentista caraqueña, al igual que toda la venezolana, se mantenía de los ingresos que producía el trabajo enfeudado y semi-esclavo de los peones de hacienda, colonos y aparceros que se dedicaban a los cultivos comerciales que se exportaban hacia Europa y Estados Unidos: el café, el cacao, el tabaco y la caña de azúcar. Sin embargo, a diferencia de la caraqueña o central en general, otras oligarquías como la tachirense de finales de siglo tenían otro código de ética. El café era el principal producto de la agricultura tachirense y la mayor parte de las casas comerciales que financiaban, compraban y exportaban las cosechas vía el puerto de Maracaibo eran alemanas. Los factores alemanes de las Casas de Comercio habían transmitido a sus clientes tachirenses la idea calvinista y liberal del trabajo duro, la educación, la disciplina y el mantenimiento de la paz social como requisitos indispensables para poder construir un sistema político y productivo eficiente (González, 1994: 136-141). La burguesía regional tachirense tenía muy clara la necesidad del desarrollo agrícola como fundamento de su supervivencia, así como también de la vulnerabilidad de la economía regional al depender de un solo rubro. El carácter de la mono-producción, unida al deficiente nivel técnico del sistema de cultivo y procesamiento del café, eran una limitante para el futuro económico y la modernización de su distribución y venta a nivel regional, nacional e internacional. La burguesía tachirense de finales del siglo XIX era una elite con un proyecto político liberal, regionalista y nacionalista, sin vacilaciones, confusiones o fisuras teóricas: “…No se trataba de un simple grupo de tenderos enriquecidos o de especuladores oportunistas…” (González, 1994: 141), sino de una burguesía agraria y comercial cuya ideología estaba sustentada en la fe 326 en la libre empresa, la educación, la ciencia y la técnica. A partir de ese contexto, se organizó la llamada Revolución Liberal Restauradora que llevó al poder a Cipriano Castro y a Juan Vicente Gómez en un momento cuando los intereses geopolíticos del gobierno de Estados Unidos se estaban posicionando en Venezuela, espacio que hasta ese momento había estado dominado por las inversiones alemanas, particularmente visibles en la economía tachirense (Cunill Grau 1993: 10-1; Carrero, 2000: 268-270). No fue simple coincidencia que la introducción del pensamiento positivista en los años postreros del siglo XIX y comienzos del XX (Grasses y Pérez Vila, 1961.),coincidiese con la formulación de expresiones tales como “restauración”, “orden”, “trabajo” y “paz y progreso”, que se convirtieron en emblemáticas para el gobierno liberal restaurador de Cipriano Castro. Sin el logro de esas condiciones sociales, la consolidación de la sociedad capitalista dependiente no podría lograrse en Venezuela. Pero ¿dónde estaban las fuerzas sociales que podrían servir de instrumento para lograrlas? Hacia finales del siglo XIX, la posibilidad de reciclar el modo de trabajo del modo de vida monoproductor agroexportador y el estilo de vida rentistaconsumista característico del antiguo modo de vida colonial mercantil y del actual modo de vida nacional requería una modernización profunda de la sociedad venezolana, así como del sistema productivo nacional en su totalidad. La escuálida situación fiscal venezolana, unida al tamaño de la deuda pública interna y externa en el año fiscal 1899-1900 (197.982.419 Bs.), influyeron poderosamente en el desenvolvimiento político de los regímenes de Cipriano Castro y Juan Vicente Gómez (Carrero, 2000: 242). Como ya expusimos en los inicios de esta obra, desde el primer milenio de nuestra era, las sociedades originarias que habitaban los valles intermontanos 327 y el piedemonte de la región andina, habían alcanzado en el siglo XVI, junto con las sociedades originarias del edo.Lara, el mayor nivel de complejidad sociopolítica y tecnológica de toda las formaciones sociales precapitalistas venezolanas (Vargas Arenas, 1990; Sanoja y Vargas Arenas, 1992; 2007: 1823, 1999). La tachirense y la andina y subandina en general de finales del siglo XIX eran sociedades criollas surgidas de un sustrato histórico indígena precapitalista, políticamente jerarquizado e integrado, con un concepto efectivo de la gestión de la producción y la utilización y mantenimiento de su capital agrario, cuyos recursos materiales y humanos habían sido preservados de la devastación ocurrida durante la Guerra de Independencia y de la mayoría de los enfrentamientos militares ocurridos en el siglo XIX (Sanoja, 1991: 231). Como respuesta a la pregunta que nos formulamos en párrafos anteriores, podríamos decir que las fuerzas sociales capaces de promover un movimiento de restauración o renovación del proyecto liberal decimonónico existían en ese momento en la región geohistórica andina y subandina venezolana. Convertir en un ejército moderno y disciplinado el personal de campesinos, caporales, mayordomos y administradores de las haciendas, hombres y mujeres acostumbrados a respetar las jerarquías sociales, el trabajo metódico, a la acción silenciosa y efectiva, parece haber sido cosa fácil en los albores del siglo XX. En breve tiempo, los batallones de infantería andina se convertirían en la punta de lanza de la Revolución Restauradora. Armado con fusiles máuser de repetición y cañones de campaña Krupp, las armas más modernas del arsenal militar de la época, el ejército andino derrotó en una breve campaña militar a los grandes capitanes epígonos del antiguo régimen, marcando así el principio del fin de la antigua 328 sociedad de colonial venezolana que había comenzado en el siglo XVI y el inicio de la neocolonial en la cual vivimos hasta inicios del siglo XXI (Sanoja, 1991: 231). 329 PARTE IV PROCESO SOCIOCULTURAL Y ECONÓMICO VENEZOLANO DEL SIGLO XX 330 CAPÍTULO 21 El Modo de Vida Nacional Petrolero (Rentista) Según Brito Figueroa (1986-II: 349-359), la historia venezolana del siglo XX está marcada particularmente por la implantación de la Cultura del Petróleo (Quintero, 1968, 1972), la exacerbación del subdesarrollo y la dependencia y del desarrollo demográfico de la población urbana, proceso donde se pueden visualizar dos períodos: 1) La época colonial, inicio de la penetración imperialista, cuando fue prorrateado el suelo y el subsuelo del país e impuesta dictadura petrolera de Juan Vicente Gómez, hasta la II Guerra Mundial, cuarta década del siglo XX. 2) La época neocolonial, “…correspondiente a la Venezuela contemporánea, caracterizada no por una simple dependencia en cuanto a los instrumentos fundamentales de la riqueza nacional venezolana, sino por el dominio absoluto de los monopolios norteamericanos sobre todos los niveles de la vida económico-social de Venezuela…” Nosotros hemos privilegiado utilizar la categoría de FES colonial para calificar el proceso histórico que va desde el siglo XVII hasta las tres primeras décadas del siglo XIX, la FES nacional para calificar el proceso histórico que se inicia a mediados del siglo XVIII con la creación del Estado Colonial Caraqueño (Sanoja y Vargas-Arenas: 2002) y el modo de vida nacional monoproductor agroexportador, continúa con la III República en 1830 y culmina, transitoriamente, con el carácter dominante de la explotación 331 petrolera, proceso este útimo que hemos caracterizado como un modo de vida: el modo de vida nacional monoproductor petrolero. A finales de la época denominada por Brito Figueroa como colonial, la burguesía venezolana, dominada por la burguesía andina, logró imponer un liderazgo político fuerte, primero bajo Cipriano Castro luego bajo Juan Vicente Gómez con el apoyo de los intelectuales y las clases políticas, andina y central, que habían mantenido el antiguo régimen liberal del siglo XIX. El proyecto político de los liberales tachirenses acaudillado por Castro era nacionalista y como tal despreciaba a los banqueros y mercaderes usureros de las regiones del centro de Venezuela que habían secuestrado el gobierno nacional durante el siglo XIX. En este sentido, se diferenciaba tanto de sus antecesores como de su sucesor Juan Vicente Gómez, ya que Cipriano Castro fue uno de los políticos venezolanos de la época que tuvo una conciencia más clara sobre el poder del imperialismo europeo y estadounidense y de la amenaza que representaba para Venezuela la alianza mortal del imperialismo con los banqueros y comerciante apátridas venezolanos de la época. El bloqueo naval impuesto a Venezuela en 1902 por parte de las potencias capitalistas, tuvo como pretexto el cobro de la deuda externa, pero -en verdadlos apetitos imperialistas de aquellas tenía como objetivo aprovechar el estado de conmoción que vivía la República para invadirla, desmembrar el territorio y crear nuevos enclaves coloniales europeos para apropiarse de los recursos petroleros cuya cuantía ya era conocida. Cipriano Castro, a pesar de la extrema debilidad militar de Venezuela, supo resolver con claridad y firmeza la amenaza de invasión militar extranjera, ganándose el odio de las oligarquías de los países imperiales que lo persiguieron y lo humillaron hasta su muerte en 1924 (Velásquez y Sanoja Hernández, 1980). 332 La dictadura gomecista y la consolidación de la Venezuela neocolonial Vargas Arenas ha caracterizado el tiempo histórico del gomecismo, denominado por Brito Figueroa como época neocolonial, como aquel cuando “…el bloque de poder interno se estructuró en torno a la oligarquía local y se articuló perfectamente con el bloque imperial y sus intereses. Gómez se rodeó de un círculo de allegados que actuaban como sus asesores, conformado por intelectuales y antiguos hacendados tachirenses devenidos generales, el sector de la vieja oligarquía central del siglo XIX, donse se encontraban miembros destacados de la oligarquía valenciana y un grupo de intelectuales de la oligarquía caraqueña…la tecnocracia vinculada a las petroleras y representantes de las petroleras transnacionales mismas…La vieja buguesía nacional agroexportadora tradicional no formó parte importante del bloque de poder doméstico ya que se encontraba en franca declinación…y desapareció de la escena política y económica a partir del año 1925, momento cuando el petróleo se consolidó como el principal producto de la exportación… (Vargas Arenas, 2007: 19). Con el apoyo irrestricto de la dictadura gomecista, el capital monopólico invertido en Venezuela desde inicios del siglo XX se dirigió fundamentalmente hacia la explotación de los hidrocarburos para satisfacer los iintereses de las empresas petroleras extranjeras, no las necesidades del desarrollo socio-económico de Venezuela. A partir de ese momento, el petróleo se convirtió en la fuente principal de la renta nacional desplazando a la renta agropecuaria tradicional producto de la exportación del café, del cacao, del tabaco, causando la ruina de las viejas oligarquías regionales, de los latifundistas mantuanos o europeos. Esta circunstancia permitió al bloque de poder gomecista apropiarse de la mayoría de las haciendas cafetaleras y de 333 los hatos ganaderos que formaban la base de sustentación económica y del poder militar tanto de las antiguas como de las nuevas oligarquías provinciales, para hacer realidad su divisa de Orden, Paz y Trabajo, iniciando también el proceso de concentración de la propiedad territorial agraria en manos del gomecismo (Vargas Arenas y Sanoja, 2006: 56; 2008: 149-150). Los negocios del antiguo bloque de poder dominante en Venezuela, sobre el cual se montó entonces el gomecista, se vieron beneficiados, entre 1914 y 1918, período de la I Guerra Mundial, con el aumento de las exportaciones agropecuarias venezolanas de café, cacao y productos derivados de la ganadería. En los países beligerantes, el esfuerzo de guerra obligó a movilizar en los ejércitos un importante contingente de fuerza de trabajo, la mayor parte de origen campesino o trabajadores de la industria, lo cual debilitó la capacidad productiva agropecuaria de dichas naciones. Por esa razón, las naciones no beligerantes, como fue el caso de Venezuela, tuvieron que aumentar su cuota de exportación de productos estratégicos para el esfuerzo de guerra de los aliados, tales como balatá y caucho, cueros de ganado, café, cacao, etc., cuyo valor total subió de Bs.74.728.021 en 1914 a Bs.223- 549.744 en 1919. De igual manera, la reserva de oro en los bancos venezolanos aumentó de Bs.9.426.371 en 1914, a Bs. 51.718.201 en 1919. (Brito Figueroa, II-1986: 378). Esta prosperidad favoreció particularmente a la clase de comerciantes y prestamistas usureros, a los terratenientes y a la burocracia gubernamental que formaba parte importante de la nueva clase media, exacerbando el estilo de vida consumista que ya había echado raíces desde mediados del siglo pasado en la burguesía venezolana, así como el apoyo de esos sectores a las políticas entreguistas que prácticamente regalaban la riqueza del petróleo nacional a las compañías estadounidenses e inglesas. 334 Para hacer viable la transformación de país monoproductor agropecuario en otro también monoproductor, pero petrolero bajo la dominación del capital extranjero, se inicia con la dictadura de Juan Vicente Gómez la creación de la estructura institucional de un Estado nacional moderno en el campo de las finanzas, las obras públicas, la educación, el ejército, la salud, la política internacional, la seguridad pública y las comunicaciones. La creación de un ejército moderno y profesional y de un servicio de inteligencia que controlara las comunicaciones telefónicas, telegráficas y postales contribuyó no solamente a eliminar el poder decimonónico de las antiguas oligarquías provinciales que se habían rebelado contra el régimen, sino a cooptarlas para que entrasen a formar parte de su gobierno, unificando las presidencias de estados bajo la férula del gobierno central. Dicho proceso contribuyó a acelerar todavía más la concentración de la propiedad territorial agraria, un tercio de la cual ya era propiedad de la familia Gómez, a inflar la importancia y el volumen del capital comercial y el usurario nacional, mientras que el capital industrial extranjero (petrolero) representaba el 63% del total nacional (Brito Figueroa, II: 1986: 379-393). La Cultura del petróleo A partir de 1936, el auge de la industria petrolera quebrantó tanto la antigua estructura geohistórica regional como la cultural que había caracterizado la población venezolana desde el siglo XVI (Sanoja y Vargas Arenas, 1999Orig; Vargas Arenas, 2007), debido al volumen de las corrientes migratorias internas de población hacia las ciudades más favorecidas por las mejoras en las condiciones laborales, de salario y asistencia social: Caracas, Valencia, Maracaibo, Maturín, Puerto Cabello, Barcelona, Puerto La Cruz, y por el 335 innovador estilo de vida “usamericano” que se vivía en los nuevos campamentos petroleros. Como modo de legitimar la necesidad histórica de la dictadura, Laureano Vallenilla Lanz, descendiente de la antigua clase mantuana latifundista, escribió su conocida obra Cesarismo Democrático (1961), considerada como una apología de la figura de Juan Vicente Gómez. Vallenilla Lanz, depositario de la carga del tiempo histórico colonial, se reveló también como un sagaz observador de la historia social venezolana cuando analizó, casi con sentido profético, el carácter particular de la democracia venezolana la cual no se asemejaba al concepto de democracia surgido de la revolución francesa ni de la revolución estadounidense, sino que era todo lo contrario, un todo lo contrario cuyos contenidos sociales, culturales y políticos todavía hoy día no terminan de entender los filósofos y los actores políticos que dirigen la actual contra-revolución burguesa venezolana y su pleito doméstico con la Revolución Bolivariana. Decía Vallenilla: “…El verdadero carácter de la democracia venezolana ha sido desde el triunfo de la Independencia, el predominio individual teniendo su origen y su fundamento en la voluntad colectiva, en el querer de la gran mayoría popular tácita o explícitamente expresada…El César democrático… es siempre el representante y el regulador de la soberanía popular…el poder individual surgido del pueblo por encima de una gran igualdad colectiva…” (1961: 206207). A buen entendedor, pocas palabras. La riqueza petrolera que existía en el subsuelo venezolano se hizo muy conocida desde 1914 en el mundo de los monopolios internacionales financieros y petroleros, año cuando la compañía Caribbean Petroleum Co., subsidiaria de la Shell Oil Co, completó el primer pozo petrolero comercial en 336 Mene Grande, comunidad situada sobre la costa noreste del lago de Maracaibo. La compañía perforó nuevos pozos en el lago y construyó una pequeña refinería en San Lorenzo. En 1917, se realizó el primer embarque petrolero desde Venezuela hacia Estados Unidos. Otra compañía, la Colón Development Co., igualmente subsidiaria de la Shell, realizó perforaciones entre 1915 y 1916 en las regiones selváticas pantanosas de Rio de Oro y Tarra, suroeste del lago de Maracaibo, donde todavía habitaban comunidades indígenas conocidas entonces como motilones, actuales yukpa, barí y japreria, quienes lograron entonces contener la penetración petrolera en sus territorios. El conocimiento de la riqueza petrolera venezolana se transformó en codicia en 1922, cuando en el campo petrolero La Rosa, asignado a la Standard of Venezuela (SOV) reventó espontáneamente el pozo Barroso produciendo 100.000 barriles de petróleo diarios. A partir de ese hito histórico, comenzaron a llegar a Maracaibo trabajadores petroleros de todo el mundo y –por supuesto- miles de campesinos y campesinas venezolanos que escapaban de la servidumbre en las haciendas y los hatos, para devenir asalariados en la nueva industria que había sellado la defunción de viejo modo de producción colonial nacido en el siglo XVI con la conquista y la colonización española. Desde ese momento comenzó un proceso de neo-conquista y neo-colonización de Venezuela por parte de las petroleras del imperio capitalista occidental, que se tradujo en la formación de una nueva estructura clasista de la sociedad venezolana. El inicio de la explotación petrolera no solamente generó nuevos e importantes beneficios fiscales al Estado venezolano, sino que fue el factor decisivo para la ruptura histórica definitiva con el pasado social y económico 337 colonial que continuaba arrastrando el país después de la independencia política de la Corona Española y el lamentable comienzo de una nueva dependencia neocolonial del imperio de estadounidense. El carácter histórico expansivo de la nación petrolera El petróleo es la materia prima que fundamentó los avances tecnológicos y geopolíticos de la Segunda Revolución Industrial. La posesión y explotación de los recursos petroleros ha sido la fuente de enriquecimiento de los consorcios petroleros de los países capitalistas centrales, particularmente Estados Unidos (Standard Oil Co.) y la dupla Inglaterra-Holanda (Shell Oil Co.). Ambas compañías han figurado durante el siglo XX y en lo que va del XXI en el elenco de actores políticos de innúmeras conspiraciones, guerras locales e internacionales y conmociones políticas tanto en el llamado Primero como en el Tercer Mundo, cuyo objetico era y sigue siendo consolidar el posicionamiento político de aquellas élites de poder que favorezcan sus intereses económicos y financieros. La necesidad de controlar las fuentes de energía necesarias para mantener el ritmo expansivo del sistema capitalista occidental determinó que, a partir de los años treinta del pasado siglo, ciertos grupos de antropólogos (as) y filósofos (as) neo-evolucionistas de la academia estadounidense comenzasen a reformular el paradigma del progreso, del evolucionismo y el darwinismo social que había prevalecido hasta el siglo XIX para explicar y legitimar esta nueva fase de la expansión colonial capitalista. Como lo explicaba John D. Rockfeller, dueño de la Standard Oil Co., quien fue un convencido darwinista social, el crecimiento de las grandes corporaciones o transnacionales se explicaba como la supervivencia de los mejores, como lo mandan las leyes naturales y la ley de Dios (Patterson, 1997a: 48). En términos de la nueva 338 versión elaborada por la escuela culturológica estadounidense, la ideología del progreso pasó de ser una cualidad etérea determinada por la excelencia ética e intelectual de un pueblo escogido, a convertirse en una calidad concreta y en una magnitud relacionada con la capacidad que tenga un pueblo determinado para: a) aumentar la energía (equivalente actualmente al petróleo) controlada apropiada y consumida per capita y por año y, b) por el aumento de la eficiencia o la economía de los medios para controlar la energía o ambos (White, 1959. 40, 56). Según esta propuesta, una sociedad (civilizada) progresa en la medida que aumente su consumo de energía no humana (petróleo, gas, agua, aire). En tal sentido, el grado de progreso se evaluaría: a) como la relación existente entre el producto y el trabajo humano invertido para lograrlo (costo beneficio) y, b) según como se incremente la cantidad de bienes y servicios que sirven para satisfacer las necesidades, producidas por o extraídas de cada unidad de trabajo humano (mayor plusvalía). Dicho en otras palabras, lo que se persigue es aumentar el nivel de explotación del trabajador y la trabajadora. El progreso social se aceleraría, pues, en la medida que, disminuyendo la cuantía del capital invertido, se pueda incrementar la plusvalía extraída de cada trabajador o trabajadora (White, 1959: 47). Los teóricos de la escuela estadounidense de la Culturología consideraban que aquel sistema cultural (Nación) que fuese capaz de explotar más efectivamente las fuentes de energía de un ambiente determinado, tendería a expandirse en dicho ambiente a expensas de los sistemas menos efectivos (Shalins y Service, 1961: 75), como ocurrió internamente en Venezuela a inicios del siglo XX, proceso político que explica en el siglo XXI la posición dominante que asume 339 Venezuela en el contexto latinoamericano-caribeño y en el ámbito mundial en general. Según aquellos mismos autores, un sistema cultural (nación) de carácter progresivo, en vez de desarrollarse en profundidad, tenderá a expandirse lateralmente hacia otros tipos de ambiente, absorbiendo a los sistemas menos avanzados que resistan su política de dominación (Shalins y Service, 1961: 70, 88). La evolución cultural, según estos autores, es considerada entonces como el proceso mediante el cual la utilización de los recursos del planeta por parte de la materia viviente tiende a hacerse más y más eficiente, determinando que se produzca un flujo máximo de la energía total (petróleo y gas, aire y agua) extraída del ambiente, utilizando al máximo la capacidad de la fuerza de trabajo. Los teóricos modernos de la escuela culturalista expresaron igualmente en 1961 que si bien la evolución de la materia y del universo marchan hacia un aumento en la organización y la concentración de la energía (hegemonía imperial), la cultura y la vida se encaminan –por el contrario- hacia una situación de creciente heterogeneidad. Ello implicaría la posibilidad de que llegue a desarrollarse a nivel mundial, no un sistema cultural hegemónico, sino un conjunto de diversos sistemas sociales no hegemónicos, tal como está ocurriendo actualmente (2010) con el sistema de alianzas Brasil-Turquía-Irán, la alianza Brasil, India, Rusica y China, la ALBA (Venezuela, Cuba, Bolivia, Nicaragua y Antillas Menores) con China, Rusoa e Irán y el sistema de alianzas Venezuela-China-Rusia, Brasil. Las primeras explotaciones petroleras comerciales en Venezuela 340 En el caso venezolano, como lo atestigua la arqueología, las sociedades indígenas tribales que habitaban el valle de Quíbor a inicios de la era cristiana (0-200 ANE), utilizaban el asfalto obtenido muy posiblemente de los manaderos o menes de la costa oriental del lago de Maracaibo como pegamento en sus producciones artesanales, el cual era conservado en recipientes elaborados con concha marina específicamente hechos para tal fin (Vargas Arenas et alíi, 1997: 324). Conocedora de la existencia de esta sustancia, la Corona española, mediante las ordenanzas sobre minería establecidas por Real Cédula del 17/04/1784, refirmó la propiedad real sobre los bitúmenes o jugos de la tierra. Tal disposición, refrendada por el Libertador Simón Bolívar según decreto del 24-10-1829 en su carácter de Presidente de la Gran Colombia y recogida igualmente en los sucesivos textos constitucionales de la República de Venezuela desde 1832 hasta el texto constitucional de la República Bolivariana de Venezuela de 1999, es el fundamento histórico y legal sobre el cual se fundamenta la propiedad nacional del subsuelo y en particular de los hidrocarburos, a pesar de los diversos intentos privatizadores a favor de las transnacionales emprendidos por la burguesía apátrida neolonial. El año 1878, el Gran Estado de los Andes concedió a Manuel Pulido una superficie de 100 hectáreas en Rubio para explotar petróleo (La Petrolia). En 1893, el gobierno nacional otorgó la concesión del lago de asfalto natural de Guanoco, estado Sucre a los ciudadanos usamericanos R.H Hamilton y J.A Phillips, quienes la traspasaron luego a la empresa estadounidense General Bermúdez y Co., financista de la Revolución Libertadora contra el gobierno nacionalista de Cipriano Castro, acaudillada por el banquero Miguel Antonio Matos, la cual fue finalmente derrotada en la batalla de la Victoria en 1902. 341 En 1907, los monopolios petroleros usamericanos y europeos, conocedores de la riqueza petrolera que existía en el subsuelo venezolano, derrocaron el gobierno nacionalista de Cipriano Castro para imponer un gobernante que fuese complaciente con sus intereses económicos, hecho que da inicio en 1908 a la larga dictadura del general Juan Vicente Gómez y la entrega, en 1909 de nuevas concesiones a las compañías usamericanas Venezuelan Developement Co, Venezuela Oilfields Exploration Co., General Asphalt. Caribbean Petroleum Co. Royal Dutch Shell y Standard Oil.Co., dando origen a una gran concentración de la propiedad territorial y el enajenamiento de tierras baldías a favor de las petroleras y de latifundistas particulares gomecista (Brito Figueroa, 1986-II: 379-393). En 1909, el gobierno nacional entregó nuevas concesiones de tierras a las compañías petroleras Venezuelan Developement Co, Venezuela Oilfields Exploration Co., General Asphalt, Caribbean Petroleum Co., Royal Dutch Shell, Standard Oil.Co. En algunos casos se recurrió al despojo de las poblaciones que vivían en tierras consideradas baldías, propiedad del Estado venezolano, a favor de las petroleras y latifundistas particulares gomecistas, como ocurrió con el despojo de tierras comunales ancestrales de la Mesa de Guanipa, Edo. Anzoátegui, donde vivían las etnias Cachama (Brito Figueroa, II 1986:380-381). La nueva estructura clasista de la sociedad petrolera La explotación petrolera en la periferia del núcleo capitalista central se tradujo, generalmente, en la prosperidad de los enclaves locales de población dominados por las grandes burguesías y la clase media o pequeña burguesía, con el empobrecimiento de las clases populares mayoritarias que congregaban aquellos sectores sociales cuyo trabajo era el verdadero productor de la 342 riqueza nacional, de la cual se apropiaba la población de aquel enclave y su sector dominante, las compañías transnacionales del imperio La expansión petrolera neocolonial del imperio durante el siglo XX tuvo como estrategia transformar las sociedades arcaizantes de los países ricos en hidrocarburos en instrumentos que sirviesen a sus proyectos de dominación capitalista. Para crear la base social local de la industria petrolera, se requería de una mano de obra calificada, en última instancia alfabetizada, para lo cual los gobiernos subordinados como los de J.V. Gómez, Eleazar López Contreras, Isaías Medina, Pérez Jimenez y todos los de la IV República desarrollaron políticas públicas destinadas a elevar el nivel cultural de la mano de obra, reclutada tanto entre la masa tradicionalmente asalariada como entre vastos sectores de la “antigua clase media”. Para poder garantizar el proceso de neocolonización de Venezuela a objeto de extraer cada vez mayores beneficios de la explotación petrolera, el imperio usamericano promovió el proceso de modernización del país para transformar el antiguo modo de vida, fundamentalmente rentista y monoproductor agroexportador. Una de las consecuencias transfomaciones inducidas partir de 1930, fundamentales de las fue el establecimiento en Venezuela de una nueva estructura de clases sociales conformada por: a) El proletariado petrolero organizado, particularmente el vinculado con la industria petrolera. b) La burguesía comercial importadora-latifundista. c) La pequeña burguesía urbana conformada por profesionales, burócratas, dependientes de comercio, artesanos diversos. 343 d) La población urbana marginada y la rural enfeudada que estaba todavía vinculada con los latifundios agrícolas y los hatos ganaderos. e) La población indígena que vivía en la periferia de la sociedad criolla, cuyo modo de vivir era comunal. La nueva estructura clasista se apoyaba en la “modernización” de la cultura y de los valores sociales que determinaban el imaginario de la sociedad venezolana, modernización que implicaba un proceso de desnacionalización de la cultura acoplado a una aceptación del concepto de democracia como la sumatoria del individualismo y el consumismo salvaje, tal como se proclama en el american way of life: la cultura del petróleo. La Cultura del Petróleo La Cultura del Petróleo, como la definió Rodolfo Quintero (1968:21-24), es una forma de cultura que deteriora las culturas criollas originarias y se expresa en actividades, invenciones, instrumentos, equipo material y factores no materiales como lengua, arte, ciencia, etc., cuyo grado de penetración varía de una región a otra, de una clase social a otra, exacerbando estilos de vida definidos por rasgos particulares que nacen de un contexto bien definido: la explotación de la riqueza petrolera y minera nacional en general, por parte de las transnacionales y empresas monopolistas extranjeras o controladas financieramente por estas. En los estilos de vida propios de la cultura del petróleo, predomina el sentimiento de dependencia y marginalidad. Aquellas personas cuya mente ha sido más disociada y transculturada por el lavado mediático de cerebro que ejercen implacablemente las televisoras, la radio y la prensa escrita propiedad del sector privado apátrida, llegan a sentirse extranjeros en su propio país, a 344 imitar las formas culturales propias de la metropolis usamericana y a subestimar las nacionales. Piensan a la manera “petrolera” y para comunicarse con los demás manejan el “vocabulario del petróleo”. La cultura del petróleo –dice Quintero- es también una cultura de conquista que establece normas y crea una nueva filosofía de la vida cuyo objeto es adecuar nuestra sociedad a la necesidad de mantenera en las condiciones de fuente productora de materias primas. Expresión material de dicha cultura en el territorio venezolano son las construcciones verticales y los edificios de departamento, las cuales afectaron las relaciones interpersonales al remodelar los valores afectivos. Los vecinos dejaron de ser solidarios, y tuvieron que adoptar un estilo de existencia individualista, egoísta e indiferente a los dolores y alegrías de los demás. La cultura del petróleo habituó a los venezolanos y venezolanas a adoptar la ropa de confección producida industrialmente y distribuida por grandes cadenas de almacenes comerciales. De igual manera, los antiguos habitos de mesa y las constumbres gatronómicas fueron desplazadas por la comida enlatada, la comida chatarra y los fast foods, por comidas gringas frías y de rapida preparación tales como: sándwiches, salchichas y perros calientes, hamburguesas, pizzas, refrescos embotellados, etc. El consumo de las nuevas viviendas y el estilo de vida que estas indujeron, de los alimentos y el vestido, es reforzado e institucionalizado por un conjunto de técnicas publicitarias que remachan los estilos de vida de la nueva cultura petrolera. Su objetivo es modelar la mentalidad de los venezolanos y venezolanas, enseñarles a vivir la ficción de la vida consumista, disociarlos de su propia realidad, convirtiéndolos en robots para que las transnacionales y los monopolios venezolanos o extranjeros den salida a la producción de 345 mercancías de sus empresas, tratar de hacer de los venezolanos personas obstinadamente dispuestas a comprar lo que sea, todo y pronto, sin importarles las condiciones. Hacerles sentir que comprando mercancías consíguen la felicidad, el confort que brindan los electrodomésticos, los automóviles, los televisores, etc. La estrategia que utiliza hoy día la burguesía mercantilista venezolana en su conspiración contra la Revolución Bolivariana, se basa precisamente en el acaparamiento de todos aquellos productos tanto de primera necesidad como suntuarios, que la publicidad obliga la gente a necesitar o a o creer que necesita. Privar al consumidor “consumista” del acceso a dichos productos, dispara inmediatamente en la mente de la persona el sentimiento de carencia, de atentado contra su libertad individual y contra la democracia. La guerra mediática y publicitaria busca, pues, convencer a los ciudadanos y ciudadanas de que la idea del confort es inseparable de la libertad individual, de las políticas neoliberales de mercado. Según esta escala de valores sociales que promueve la cultura del petróleo, es necesario rechazar lo nacional y aceptar los valores del american way of life, aceptar de manera acrítica la propaganda política que diseminan las televisoras, las radios y la prensa del sector privado, renunciar a ejercer la libertad de asumir una conciencia nacionalista, a preocuparse por el destino histórico del país y abstenerse de luchar por el desarrollo soberano de nuestro país. En función del mito de la libertad individual y la libertad de expresión de los empresarios privados, estos se aseguran el control social y político de los venezolanos y venezolanas mediante las técnicas comunicacionales dedicadas a convencerlos de la falacia que mientras más renuncien a su libertad como pueblo soberano, serán más libres como individuos. Esta ideología inducida 346 vía los medios de comunicación privados, las enseñanzas de los colegios y universidades privadas o las nacionales controladas por la derecha, es primera impuesta y después aprendida por los niños, los adolescentes y los adultos ricos o pobres: tanto el colonizado como el colonizador deben someterse a esta ideología para que el imperio pueda destruir la capacidad del pueblo venezolano para ser realmente soberano y libre. Para controlar la población y garantizar la gobernabilidad, el imperio promovió en Venezuela la consolidación de aquella “cultura del petróleo” como un modo de vida (Quintero, 1972), proceso de intervención cultural para inducir en los venezolanos y venezolanas un estilo de vida consumista tanto de los valores de la cultura estadounidense como de los bienes materiales producidos en Estados Unidos, en reemplazo de los europeos que tuvieron su auge en la Venezuela prepetrolera a finales del siglo XIX. Como correlato de dicha intervención imperial, Gómez logró recrear una memoria colectiva sedimentada en una conciencia compartida sobre los simbolos tradicionales de la cultura agraria que se remontaba a nuestras sociedades originarias, método político que sería después adoptado también por el partido Acción Democrática, el cual vendió como imagen alegórica el símbolo del campesino, el “Juan Bimba” vestido con liquiliqui blanco, tocado con un sombrero de paja, calzado con alpargatas, portando ostensiblemente un bollo de pan en su bolsillo y haciendo con su mano derecha el signo churchilliano (por Winston Churchill) de la “V” de la victoria. Simultáneamente, se implantó una política represiva de los movimientos políticos disidentes y cooptó buena parte de los intelectuales venezolanos que hubiesen podido integrarse a la resistencia política y cultural (Vargas Arenas, 2007: 20-21). Como se puede observar, la llamada IV República se sustentó en un 347 refinamiento de los métodos y prácticas políticas ideadas por el imperio usamericano e implementadas por las diferentes encarnaciones del bloque oligárquico venezolano desde inicios del sigl XX. Condiciones sanitarias para implantar la cultura del petróleo El sistema capitalista venezolano, por las razones ya expuestas, tuvo que ser de carácter heterogéneo, dominado por los monopolios imperialistas, rasgos que lo califican como neocolonial. Para poder lograr su objetivos de contar con una fuerza de trabajo dócil a sus designios, era necesario resolver las condiciones sanitarias negativas en las cuales se desempeñaba - particularmente- el sector mayoritario y más empobrecido de la población venezolana, el reservorio de fuerza de trabajo y de potenciales consumidores, la cual arrastraba desde el siglo XIX un grave déficit de crecimiento demográfico y experimentaba un lento aumento de población (2% anual). Aparte de las pérdidas de vida que ocasionaron nuestras guerras internas, el bajo crecimiento se debía principalmente a una alta tasa de mortalidad infantil ( 35%), de manera que, para 1920, la población del país escasamente llegaba a la cifra de 2.411.952. En 1926, el número de habitantes creció hasta 3.026.878; en 1936, a 3.364.347 habs., y en 1941, a 3.800.000 habitantes, lo cual representaba una densidad de población muy baja de aproximadamente 3.36 habs por km2 (López J.E 1988: 142-147). Las causas de muerte en general y la infantil en particular, eran imputables a la pobreza y el hambre generalizadas en la mayoría de la población: paludismo, fiebre amarilla, anemia, raquitismo, disentería, diarreas, tifus, tuberculosis, enfermedades infecto contagiosa tales como viruelas, sarampión, rubeola, lechina, etc., ocasionadas por las malas condiciones sanitario-sociales 348 en las cuales vivía la mayoría de la población. Estas mismas condiciones influyeron también en la concentración territorial desigual de la población que buscaba alejarse de los paisajes rurales, agobiados por enfermedades endémicas: paludismo y hambre y –por el contrario- ubicarse o permanecer cerca de aquellos centros poblados donde hubiese tanto fuentes de trabajo como condiciones de vida menos adversas, con acceso a los servicios elementales de sanidad y educación. Por estas mismas causas, a partir de 1930 aumentó la movilidad poblacional debido al incremento de la actividad petrolera y se consolidó la actual distribución territorial de la mayoría de la población venezolana en el arco montañoso andino, el lago de Maracaibo y la región costera centro-oriental. El régimen neocolonial existente en Venezuela comenzó, a partir de la tercera década del siglo XX, a mejorar las atroces condiciones sanitarias en las cuales vivía hasta entonces la población venezolana, destacando en 1937 la creación del Ministerio de Sanidad y las campañas para erradicar los males endémicos como la malaria, la fiebre tifoidea, la disentería y la fiebre amarilla (Picón Salas et alíi, 1962:547-551).. El mejoramiento del paisaje sanitario venezolano fue el apoyo para crear condiciones fiscales y jurídicas adaptadas a las exigencias de las compañías petroleras, lo cual facilitó la inversión del capital extranjero inglés y usamericano no solamente en la explotación petrolera, sino también en la explotación del oro, del cobre, en la producción y distribución de electricidad, en las comunicaciones radio-telegráficas internacionales, en el sistema de tranvías caraqueños, en el ferrocarril Caracas-La Guaira y en el ferrocarril Caracas-Valencia en función de los enclaves agroexportadores y en la ampliación de una flota de navegación de cabotaje marítimo y fluvial. De la 349 misma manera, se creó el primer sistema vial nacional de carreteras y un sistema telegráfico nacional, los cuales daban respuesta no solamente a las necesidades civiles de la población sino también al proyecto estratégico militar que necesitaba contar con información rápida y segura para garantizar el desplazamiento de tropas y otros medios militares, bien por vía férrea o por carreteras pavimentadas. Otra de las condiciones necesarias para garantizar la viabilidad del proyecto neocolonizador del imperio y sus petroleras transnacionales fue la sustitución de la antigua milicia campesina venezolana, por un ejército nacional profesional sustentado en la doctrina militar del ejército usamericano, el cual ejercería también el control estratégico de su cuerpo de oficiales. El proyecto estratégico militar venezolano comenzó con el desarrollo de la ciudad de Maracay como la base militar más importante de Venezuela, por hallarse ubicada en la encrucijada que permite el acceso hacia o desde los llanos centrales y vinculada con el puerto comercial y la base naval de Puerto Cabello y ser sede de la naciente aviación militar y de un gran número de batallones de infantería, de artillería y de vehículos militares de todo tipo. De ser una simple aldea en 1910, Maracay se convirtió en un paisaje urbano bien estructurado; fue sede de la presidencia de la República y de las oficinas administrativas del gobierno, de la Comandancia del Ejército, de la Escuela de Aviación Militar, de numerosos cuarteles, avenidas, plaza de toros, hoteles V estrellas, como el Hotel Maracay, clínicas modernas, clubes, industrias de papel, jabón, velas, productos cárnicos, lactuarios y telares que producían, entre otros géneros, tela para uniformes militares. Maracaibo pasó igualmente a ser una ciudad con 100.000 habs., en 1928, compitiendo con Caracas como 350 centro de la industria petrolera, del comercio, las finanzas, y puerto de exportación e importación para el occidente de Venezuela. Durante las tres primeras décadas del siglo XX, cuando comenzó a estabilizarse el modo de vida nacional monoproductor petrolero, el colapso de la antigua burguesía agropecuaria permitió que se fortalecieran las capas medias de la sociedad, integradas por categorías socioprofesionales tales como pequeños comerciantes, artesanos calificados, burócratas civiles y militares, pequeños productores rurales, profesionistas liberales, intelectuales en general, todos los cuales habían sido hasta entonces marginales al proceso sociopolítico venezolano. La economía petrolera que dominaba el nuevo modo de vida, estableció las condiciones materiales y subjetivas para el desarrollo de la nueva clase media, al ampliar el mercado para incluir el trabajo intelectual. Las migraciones sociales producidas por la aparición de nuevas y más atractivas ofertas de trabajo asalariado y de actividad comercial, modificaron la estructura cultural de la sociedad venezolana, hasta entonces dominada por patrones culturales rurales inducidos por las fromas socioeconómicas latifundistas que sustentaban la vida social y económica venezolana. Una consecuencia inmediata del colapso del viejo modo de vida nacional monoproductor agroexportador fue la desaparición de los partidos políticos tradicionales que conformaron , si se puede llamar así, la ideología del bloque político dominante surgido del desmembramiento de la Gran Colombia: el Partido Liberal y el Partido Conservador. Grupos intelectuales, provenientes de las antiguas clases dominantes y de las nuevas capas socio-profesionales, con la misma fuerza como antes habían apoyado la doctrina del liberalismo burgués se inspiraron en ideas radicales revolucionarias -comunistas o social 351 demócratas- para explicar la realidad venezolana y ofrecer interpretaciones y modelos sociales alternativos al despotismo gomecista, el cual se había fortalecido con el auge petrolero. Ciertos sectores de la burguesía venezolana, en particular el universitario y los trabajadores asalariados de la clase media y la clase popular, identificaron su aspiración de reformas sociales con los intereses de toda la sociedad venezolana, desarrollando tesis revolucionarias antiimperialistas inspiradas en las experiencias ideológicas ocurridas en la Unión Soviética y en la de los regímenes socialistas democráticos de Europa occidental, y se afiliaron con el Partido Comunista y con Acción Democrática. Ello se tradujo en la formación de la autoconciencia grupal de la burguesía intelectual a través del marxismo, para enfrentar el despotismo petrolero inspirado en las viejas doctrinas conservadoras y liberales, apoyadas por el imperialismo estadounidense. Una consecuencia directa de todo ese proceso fue la formación de vanguardias políticas revolucionarias que asumieron como tarea la organización política de los trabajadores y trabajadoras de los sectores más combativos de la sociedad venezolana de entonces y la creación de una dirección sindical comprometida con la necesidad de transformar la realidad social venezolana. Muchos de esos dirigentes eran veteranos y veteranas de formación liberal y antiguos y antiguas comunistas, curtidos en los movimientos insurreccionales y montoneras campesinas de finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX, quienes se alistaron en los movimientos políticos modernos aportando su experiencia organizativa y de lucha para armar las primeras huelgas de trabajadores que ocurrieron entre 1936 y 1937: la huelga petrolera, la huelga de los panaderos, la huelga de los telegrafistas, todas las cuales recogieron la tradición de lucha popular contra la opresión burguesa que había sido 352 temporalmente derrotada con la muerte de Ezequiel Zamora y la conciliación de élites que significó el Tratado de Coche firmado en 1863 (Siso Martínez, 1956: 575-576). 353 CAPÍTULO 22 La cultura como instrumento de dominación política Como soporte ideológico del modo de vida nacional monoproductor petrolero en nuestro país, los medios de la educación tanto formal como informal (particularmente los medios de comunicación radioeléctricos, televisivos e impresos) contribuyeron a imponer en el imaginario de la población el American way of life, la Cultura del Petróleo, como el determinante de los patrones culturales fundamentales de la sociedad venezolana contemporánea. (Brito Figueroa, 1986II: 616). Para los gobiernos de la III y la IV República así como las compañías petroleras y el gobierno usamericano, la necesidad imperiosa de mantener el control cultural del imaginario de la población venezolana constituyó un asunto de vida o muerte, ya que el país representaba y sigue representando para el bloque corporativo político-financiero-industrial-militar que domina la sociedad estadounidense, la reserva estratégica cuya posesión les permitiría prolongar su hegemonía mundial durante el siglo XXI. A partir de 1936, con la muerte de Juan Vicente Gómez y el ascenso al poder de su colaborador Eleazar López Contreras, el proyecto político de la autocracia oligárquica, centralista y neocolonial que había confiscado el poder luego del derrocamiento del gobierno nacionalista de Cipriano Castro, suavizó su fachada represiva, se hizo “liberal” y finalizó bajo la presidencia de Isias Medida Angarita como un movimiento populista de signo progresista 354 cuyos principales ideólogos, entre otros Arturo Uslar Pietri y Mario Briceño Iragorry, exaltaban la función civilizadora de España y los valores de la burguesía colonial hispano-céntrica como el fundamento de la sociedad nacional venezolana, obviando la importancia del aporte histórico y cultural los pueblos originarios y relegando a un lugar secundario la significación del pueblo surgido del mestizaje de blancos, indios y negros en la construcción de una nación policultural y multiétnica como es Venezuela (Vargas Arenas, 2010.Prolog). A partir de 1958, derrocada la dictadura perezjimenista, se instauró la dictadura bipartidista del puntofijismo (Acción Democrática+ COPEI) la cual desechó el viejo ideario cultural liberal y promulgó una política cultural de Estado, todavía vigente, que adoptó en lo formal la creación elitista de las bellas artes como el sinónimo de la cultura nacional y como factor de identificación de la burguesía venezolana con la sociedad y la cultura mundial o globalizada, que procuraba asimilarse el neoliberalismo mundial en ascenso. No obstante que a partir de 1999 se reconoció el carácter multiétnico y pluricultural de nuestra sociedad, establecido en el Preámbulo de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela y se ha estimulado el surgimiento de los nuevos movimientos socio-políticos que alientan el proceso revolucionario bolivariano, así como también se ha consolidado nuestra soberanía, nuestra identidad nacional y nuestras identidades regionales, no se ha logrado todavía, a las fechas, consolidar una política cultural de Estado destinada a estimular e imponer en la conciencia de todos los venezolanos y venezolanas, la aceptación del nuevo imaginario revolucionario socialista bolivariano (Vargas Arenas y Sanoja, 2006: 59). 355 Como señaló el distinguido antropólogo venezolano Rodolfo Quintero (1972: 44 y siguientes), el modelo cultural establecido en Venezuela como consecuencia del dominio hegemónico de las transnacionales petroleras estadounidenses y europeas a partir de la década 1920-1930, es una cultura de conquista que tiene como meta adecuar la población venezolana conquistada a la condición de simple productora de materias prima y consumidora de mercancías importadas, dispuesta a ceder frente a la penetración de la ideas y las decisiones impuestas desde el centro de poder localizado en Washington D.C. Como parte de la cultura del petróleo, el estado nacional burgués venezolano funcionó hasta 1998 como un medio de alienación de la conciencia de los venezolanos y venezolanas a favor del bloque empresarial petrolero transnacional. Sólo de esta manera tales empresas pudieron actuar con entera libertad a partir de 1931, para de extraer 130.000.000 de barriles de petróleo pagando a Venezuela solo un impuesto de 2 Bs. por hectárea al año y 4 Bs. por cada tonelada de petróleo que sacaban del subsuelo. Cualquier forma de oposición a ese brutal saqueo de las riquezas que pertenecen al pueblo venezolano eran consideradas, hasta 2003 --año de la nacionalización definitiva de PDVSA-- como un delito que los gobiernos neocoloniales y la misma burguesía venezolana castigaban con la violencia física, la cárcel y la muerte. Hacia la década de los años sesenta del siglo pasado, los trabajadores y trabajadoras y la clase popular que trabaja en los pocos talleres artesanales o en las modestas empresas manufactureras, como dependientes en los negocios de venta de mercancía, o en las oficinas de gobierno, se amontonan en enclaves urbanos de pobreza donde predominaban los negros (as), los mulatos(as), los zambos (as) y los indios (as). Como sub356 producto del analfabetismo y el bajo o nulo grado de educación, las clases populares tenían, en general, una baja conciencia de clase que sumergía y aíslaba a las personas en la soledad, el individualismo y la desesperanza. La gran burguesía venezolana, heredera histórica de la vieja élite colonial, por el contrario, se plegó a la cultura del petróleo para servir como correa de transmisión entre el enclave petrolero y el gobierno nacional. Ambas clases, la pequeña burguesía y los pobres forman como dos poblaciones diferentes que todavía se temen y se odian. Campamentos Petroleros: justificación de la desigualdad social. Un rasgo definidor de la cultura del petróleo, era la política de construir enclaves de población directamente ligados al negocio petrolero, fuera de los centros urbanos y con una estructura administrativa y espacial discriminada étnica, económica y administrativamente. El campo petrolero era un microcosmos que tenía como función asegurar el éxito de la acción colectiva de sus miembros bajo la autoridad de la empresa, conservando y profundizando las diferencias de clase y las relaciones de subordinación entre explotadores y explotados. Los trabajadores (as) vivían en otros campamentos menos equipados, pero con mejores servicios que el resto de la población venezolana, vinculados con los arrabales o barrios periféricos donde dominaba el comercio minorista y los servicios elementales, los cuales servían de área de arraigo a los inmigrantes que llegaban en busca de empleo desde otras zonas del país. En torno a este perímetro de la acumulación de capitales que producía el negocio petrolero, prosperaban los pequeños propietarios y comerciantes modestos que terminaban dependiendo también de la empresa, y daban ocupación a los 357 grupos flotantes de población desempleada que formaban la reserva de mano de obra para los planes de las compañías, llegando a constituirse en muchos casos en “ciudades petroleras” como Anaco, El Tigre, Mene Grande, Cabimas, etc., todos los cuales se movían y se siguen moviendo “…en el marco de una subcultura homogénea que hace reaccionar a los individuos de forma similar ante símbolos iguales…” (Quintero, 1972: 81). Los campos petroleros contaban con sistemas propios para el abastecimiento de electricidad, de agua potable, comisariatos o tiendas para la venta de alimentos y bienes de consumo general, hospitales, servicios de seguridad, centros de enseñanza primaria y media, entre otros, servicios cuya calidad estaba jerarquizada socialmente. Los integrantes de la elite gerencial de las compañías petroleras, fuesen extranjeros o venezolanos, vivían en hermosos y asépticos conjuntos residenciales privilegiados que contaban con piscinas, canchas de tenis, canchas de rugby, pistas de atletismo, instalaciones sanitarias como el Hospital de la Shell y el Hospital Coromoto de Maracaibo. El estilo arquitectónico de las viviendas era una réplica de los conjuntos residenciales que podían existir en campamentos similares del Canal de Panamá, de las Antillas Británicas, de los campos petroleros de Indonesia, de los enclaves coloniales ingleses en la India o Suráfrica o de los barrios suburbanos que estaban creciendo alrededor de las ciudades petroleras o barrios suburbanos de Estados Unidos. La meta de la cultura del petróleo era tratar de convertir a toda Venezuela un gran campo petrolero, donde la esencia de lo venezolano se identificase con el confort y sus símbolos, con la actividad de comprar y consumir mercancías, donde el objetivo de las técnicas de mercadeo y publicidad era hacer que la 358 población consumiera no lo que necesitaba, sino lo que se le señalaba como necesario, esto es, una sociedad de consumidores como pauta la actual ortodoxia neoliberal. Este estilo de vida consumista fue necesario para promover los niveles de producción y empleo en el sector manufacturero y comercial del enclave neocolonial, asegurando la exportación de una cuota estable de mercancías para el enclave petrolero venezolano y una cuota de ganancias para el sector comercial que se apropiaba del salario de los trabajadores y trabajadoras y de la población en general, ganancia que volvía a reciclarse en el sector financiero metropolitano continuando el proceso de explotación neocolonial. La cultura del petróleo nos creó una situación de dependencia que obligaba a vivir con la angustia de estar sujeto a la coacción de un poder económico externo, ominoso, que gobernaba todos los actos de nuestra vida; adulteró y prostituyó la identidad nacional de los venezolanos y venezolanas mediante la implantación de un estilo de vida conformista que ha impregnado las conciencias y las mentes con el sentido de debilidad e inferioridad que caracteriza a los pueblos neocolonizados (Quintero, 1972:103-114). A pesar de la acción erosionadora que ejercía la cultura petrolera sobre la conciencia nacional de los venezolanos y venezolanas, los movimientos de resistencia política antiimperialista comenzaron desde 1936 una lucha organizada contra los sectores de la clase política y empresarial venezolana que habían contribuido a la consolidación de la intervención hegemónica estadounidense en la vida nacional. Allí figuraron como principales enemigos la burocracia sindical de los partidos reformistas como Acción Democrática y COPEI y las organizaciones patronales como FEDECÁMARAS que 359 hipotecaban las luchas reivindicativas del movimiento obrero e impedían que se ubicaran en el plano de la lucha de clases. El imaginario rentista de la cultura petrolera venezolana Un gran intelectual venezolano, Arturo Uslar Pietri analizó con visión de pensador liberal burgués, los contenidos éticos de realidad histórica y social y del imaginario de la sociedad petrolera consumista en que devino Venezuela después de 1936: “…Todos miran los signos exteriores de una riqueza fácil y creciente. Automóviles, hermosas casas, fiestas, diversiones, comidas y trajes de lujo…Todos saben que ayer se compró por diez hoy se vendió por veinte… Que el que ayer puso el tenducho de mercancías hoy es un poderoso comerciante que habla de millones con indiferencia. Pululan los ejemplos de gente enriquecida rápidamente…en el azar de la especulación… todos están deseando y esperando la azarienta riqueza… Detrás de nuestra imposibilidad de exportar… de nuestros puertos abarrotados de mercancías…en todos los aspectos de nuestra vida colectiva... está el petróleo… haciendo más ancho el peligroso foso de la desigualdad social… El hecho que nos está diciendo con su presencia y con sus manifestaciones, que todo lo que se haga ignorándolo o dejándolo en libertad de actuar, será nugatorio, fugaz e insignificante…” (Uslar Pietri 1986, 308-309). Para poder combatir y desmantelar ese imaginario perverso de la cultura del petróleo y promover la formación de una cultura revolucionaria que sirva de fundamento a la sociedad socialista venezolana, no tenemos hoy día otro camino sino promulgar políticas culturales de Estado verdaderamente revolucionarias -distintas a las de la cultura burguesa petrolera- que nos 360 permitan ganar la mente y el corazón de los ciudadanos y ciudadanas: la cultura verdaderamente revolucionaria es el componente más estratégico para la construcción del socialismo (Sanoja, 2010: 104ms). De ella depende, “…si se actúa con buena decisión y dirección, que se logre humanizar los grupos de venezolanos e igualmente a los ciudadanos de otros países que han sido deshumanizados por el capital extranjero, alejándolos simultáneamente de sus tradiciones, de su pasado histórico y cultural, haciendo que su medio social y natural, su lengua, sus costumbres, sus valores morales y sus ideales sean extraños a esos pobres seres, cuya mente ha sido disociada sicóticamente por las campañas mediáticas traidoras para que acepten como suyos los del colonizador extranjero” (Quintero, 1968:112). El petróleo y el modelo económico venezolano Durante la dictadura de Juan Vicente Gómez, un sector nacionalista del gobierno comenzó una larga batalla para regular la actividad de las compañías petroleras extranjeras en nuestro país, a la cabeza del cual se colocó el ministro de Fomento Gumersindo Torres. El objetivo de este movimiento era someter la industria petrolera a las leyes y regulaciones del país, ya que las concesionarias extranjeras creían -y se comportaban en consecuencia-, que Venezuela era su dominio colonial particular. Debido a las presiones de las compañías petroleras y de la Embajada de Estados Unidos, todas las disposiciones promulgadas en este sentido por Torres entre 1920 y 1929, fueron derogadas y sustituidas por otras complacientes con los intereses de la transnacionales petroleras (Maza Zabala, 1977: 213). Electo presidente de Venezuela en 1941, Isaias Medina Angarita asume el poder en un país con una economía rentística donde el petróleo constituía el 93% de las exportaciones. El 7% restante estaba representado por las 361 exportaciones nacionales tradicionales de café y cacao, principales fuentes de empleo en la zona rural de Venezuela. Las exportaciones petroleras producían un extraordinario excedente de capitales que no ingresaba a Venezuela, ya que dichos beneficios correspondían a las compañías petroleras. La economía nacional venezolana continuaba estando cada vez más sujeta, por una parte, al sector terciario parasitario de la banca y el comercio de importación y, por la otra, al sector latifundista agropecuario (Roseberry 1977: 146-147; Battaglini, 2004: 33-35), en tanto que la actividad productiva del sector industrial era muy débil y la inversión privada en el mismo muy limitada. El año 1943 el general Isaías Medina Angarita puso el ejecútese a la primera Ley Nacional de Hidrocarburos, la cual tenía como objeto uniformar el régimen concesionario y fortalecer el poder regulador del Estado. Entre otras disposiciones se fijaba la duración del régimen de concesiones en 40 años, es decir, hasta 1983. En 1942 se promulgó la Ley de Impuesto sobre la Renta, que tuvo como objeto modernizar el vetusto sistema fiscal venezolano, haciendo particular énfasis en la naturaleza del régimen tributario que debía regir para el cobro de impuestos y regalías a las empresas petroleras. Por otra parte, para aumentar la inversión financiera y tecnológica en Venezuela, el gobierno nacionalista del general Medina Angarita acordó con las compañías petroleras que, en el futuro, las refinerías debían construirse en territorio venezolano: de allí nacieron las refinerías y las nuevas ciudades petroleras de Amuay y Punta Cardón, en el estado Falcón (Lagoven, 1989: 229. Ya desde 1940, el gobierno de Estados Unidos había comenzado a militarizar su política hacia Venezuela, profundizando los contactos con determinados oficiales de nuestro ejército, la marina y la fuerza aérea que habían tenido o tenían vínculos orgánicos con el Pentágono a través de cursos y planes de 362 estudio realizados en Estados Unidos o en el Canal de Panamá. En 1945, en los albores de la Guerra Fría, las leyes nacionalistas promulgadas por el gobierno venezolano le sonaban al Pentágono y al Departamento de Estado como inspiradas por el comunismo, particularmente la abolición del famoso Inciso Sexto del artículo 32 de la Constitución Nacional vigente para ese entonces, por considerarlo una traba antidemocrática a la libertad de expresión. En virtud de esa nueva situación, el Partido Comunista Venezolano pudo comenzar a actuar legal y libremente en la política venezolana. El Departamento de Estado y el Departamento de Defensa de Estados Unidos y la Creole Petroleum (Standard Oil), en connivencia con el “sector pentagonista” de nuestra fuerza armada y el partido Acción Democrática, fueron los organizadores del golpe militar que derrocó el gobierno nacionalista de Medina Angarita como lo harían años más tarde con el gobierno democrático del coronel Jacobo Arbenz en Guatemala. Como consecuencia histórica del golpe del 18 de Octubre de 1945: “…1) se decide lo que habría de ser –definitivamente- el contenido ulterior de la economía venezolana; es decir, su carácter rentístico, parasitario y extrovertido (subordinado al extranjero); y 2) se echan las bases de lo que, con el tiempo, convertiría al Estado venezolano en una institución populista y clientelar, encargada –básicamente- de operar como un mecanismo de distribución de la renta petrolera a favor –sobre todo- de una oligarquía improductiva (parasitaria) y que, tal como la ha calificado Uslar Pietri en 1937 (¡hace 58 años!) ha continuado haciendo, en nuestro tiempo, …una industria de las condiciones del atraso venezolano”…” (Battaglini, 2004: 258270). La reorganización del viejo poder oligárquico 363 El golpe militar del 18 de Octubre de 1945 tuvo su antecedente en 1944 en un hecho histórico de trascendental importancia para entender la historia de la Venezuela contemporánea, cuya resonancia perversa alcanzará hasta su planificación y perpetración del golpe de Estado contra el Presidente Hugo Chávez y el sabotaje a PDVSA en el año 2002 que casi destruye al Estado nacional venezolano. Ese hecho histórico negativo para el país fue la creación en 1944 de la primera asociación patronal venezolana, FEDECÁMARAS, cuya composición y objetivos refleja el carácter clasista de sus integrantes, herederos modernos de la vieja oligarquía republicana que se apoderó de Venezuela y su pueblo desde 1830. La finalidad explícita de FEDECÁMARAS era no sólo defender la libertad de comercio, sino postularse como representante de la oligarquía comercial que insurgió como resultado del auge petrolero a partir de 1937. Bajo el pretexto de defender la libertad de empresa, el objetivo central de dicha institución era, y sigue siendo todavía, convertirse en un factor de gobierno: si bien se oponían a la intervención estatal en la gestión empresarial, aceptaban que se crearan mecanismos de regulación y promoción estatal de los negocios siempre que estos fuesen organizados y dirigidos por miembros de FEDECÁMARAS. De esta manera, esperaban que la institución llegase a formar parte de una especie gobierno corporativo junto con el Estado nacional, tal como como el que se comenzaría a gestar luego de 1948, característica que habría de ser el fundamento mismo de la última fase histórica de la IV República (Moncada, 1985). En 1945 fue derrocado el gobierno de Medina Angarita por un golpe organizado por Acción Democrática y el Alto Mando Militar con el apoyo de las petroleras y la Embajada de Estados Unido Unidos. Una de las causas del 364 golpe militar fue el ascenso del movimiento obrero y popular que acompañó a Acción Democrática en las elecciones municipales de 1944 y el intento de Reforma Agraria que atemorizó al sector latifundista. Este nuevo intento de emancipación popular fue considerado incluso por el Departamento de Estado como “comunista” y la prensa de derecha (que era casi toda) tildaba de adcomunistas (adecos) a los militantes de acción democrática (AD) y de pedecomunistas (pedecos) a los del Partido Democrático Venezolano (PDV) del presidente Medina. En 1945, el Ministro de Minas del Gobierno provisional de Acción democrática, Juan Pablo Pérez Alfonso, reafirmó el principio de “no más concesiones” que había sido promulgado por el gobierno de Medina Angarita. Ello fue motivo para el derrocamiento en 1948 del gobierno de Acción Democrática presidido por Rómulo Gallegos, por un nuevo golpe militar organizado por el Alto Mando Militar venezolano en connivencia con la Embajada de Estados Unidos y las compañías, que revocó aquella medida e hizo nuevas concesiones a las compañías petroleras usamericanas e inglesas, lo que reportó nuevos beneficios financieros y apoyo político usamericano al gobierno dictatorial. FEDECÁMARAS fue cooptada, a partir de 1948, por el gobierno militar de Marcos Pérez Jiménez. Ello explica por qué, a los fines de preservar el status quo favorable a los intereses del imperialismo usamericano, a la caída del gobierno de Marcos Pérez Jiménez, la Junta de Gobierno original estaba integrada por empresarios de FEDECÁMARAS y miembros de las Fuerzas Armadas. Un hecho palmario nos revela la relación neocolonial existente entre el gobierno de Estados Unidos y la oligarquía comercial (FEDECÁMARAS) que cogobernaba Venezuela apoyando la dictadura militar: su presidente, el 365 general Marcos Pérez Jiménez fue condecorado por el presidente usamericano, general Dwight Eisenhower, con la Cruz de Servicios Distinguidos (sic). El gobierno militar del General Pérez Jiménez era partidario del desarrollismo industrial nacional, tesis política que también era mantenida por el partido Acción Democrática desde antes de 1944, la cual pasó a constituir posteriormente el fundamento del proyecto desarrollista del gobierno militar, el Nuevo Ideal Nacional. Se propuso la modernización del campo mediante la construcción de grandes colonias agrícolas, especie de kohljoses o sovhoses pero con ideología capitalista, gestionados por el Estado bajo el control de la Guardia Nacional, las cuales contaban con sistemas de silos para almacenar las cosechas, extensos sistemas de riego, vialidad rural, mecanización extensiva e intensiva de la agricultura, y empleo de agroquímicos Para impulsar aquellos proyectos que apuntaban hacia la creación de una clase media rural similar a la de Estados Unidos, el Estado venezolano organizó un programa de construcción de colonias agrícolas con la colaboración y el asesoramiento de Naciones Unidas, el Consejo de Bienestar Rural (filial de la Fundación Rockfeller) y la Universidad de Wisconsin. Para tal fin, reviviendo las viejas tesas racistas del siglo XIX que se expresaron en la creación de colonias agrícolas como Topo, con inmigrantes escoceses (Rheinhaimer, Key Hans 1986) o la Colonia Tovar con campesinos alemanes (Codazzi, II 1960: 139-144), el Estado venezolano estimuló la inmigración masiva de campesinos europeos, muchos de ello provenientes de las comunas o “benéficas agrícolas” fundadas por el fascismo en Italia, campesinos portugueses de Madeira, muchos de ellos partidarios del régimen fascista de Oliveira Salazar, españoles falangistas, antiguos oficiales y soldados de la 366 Wehrmacht y la Kriegsmarine y alemanes étnicos o folkdeustches de Bucovina y Polonia que habían sido miembros o simpatizantes del partido nazi, a quienes se les concedió parcelas y créditos para cultivar la tierra en diferentes colonias agrícolas (Vargas Arenas, 2007: 79-80). Los programas más ambiciosos de dicho proyecto fueron el sistema de riego del río Guárico y de la Colonia Turén para el cultivo en masa de arroz y maiz a los fines de garantizar la autonomía alimentaria de la población venezolana en estos rubros y –por otra parte- la construcción desde 1953 de un polo estatal de desarrollo de industrias, tanto pesadas como livianas, en Guayana, Distrito Caroní, que ha sido desarrollado y ampliado a través de los sucesivos gobiernos hasta la actualidad (Hernandez Grillet, 1987: 100-101; León y Rodríguez 1976: 141-205). El mismo incluye la explotación de las minas de hierro de Cerro Bolívar y El Pao y su procesamiento en la Siderúrgica de El Orinoco, las fabricas de aluminio Alcasa y Venalum, y la explotación de las minas de bauxita, así como un vasto programa de producción de hidroelectricidad con cuatro grandes presas hidroeléctricas que “maquinean” el agua del río Caroní. En 1958, después de derrocado Pérez Jiménez por un nuevo golpe cívicomilitar, la junta provisional de gobierno presidida por Edgard Sanabria reformó la Ley de Impuesto sobre la Renta aumentando el impuesto a las compañías petroleras de 26% a 45%, con la protesta unánime de las petroleras. En 1960 se fundó la Corporación Venezolana del Petróleo (CVP), primer intento del Estado venezolano para intervenir formalmente en el negocio petrolero. Ese mismo año, como propuesta del gobierno de Venezuela y de su ministro de Minas Juan Pablo Pérez Alfonzo, se crea la OPEP, 367 multinacional de países exportadores de petróleo, para defender los precios internacionales del crudo. En 1975 se promulgó la Ley que Reserva al Estado, la Industria y el Comercio de los Hidrocarburos con vigencia a partir del 1 de Enero de 1976, mediante la cual el Estado venezolano nacionalizaba el funcionamiento de la actividad petrolera. Todas esas iniciativas nacionalistas del Estado venezolano coincidieron con el auge mundial de las tesis neoliberales que propugnaban, por el contrario, la disminución y la desaparición de la función regulatoria del Estado sobre la empresa privada. Con base a dichas tesis sobre la dependencia ideológica antinacional que tiene la clase dominante política y empresarial representada en FEDECÁMARAS, ésta organización generó en el seno de la oligarquía comercial venezolana e incluso dentro de la empresa petrolera del Estado, PDVSA, una posición favorable a la dominación imperial que abogaba por la privatización efectiva de la industria petrolera bajo la figura de los “contratos de servicio”, para entregarla a las transnacionales petroleras del Imperio; frente a esta actitud entreguista se levantó otra -que finalmente se impusoque consideraba la primera nacionalización de 1976 como “chucuta” (incompleta), abogando por completarla dentro de “…un proyecto nacional de largo alcance que tenga como objetivo la estructuración de una economía equilibrada autosostenible, equitativa y progresiva…” (Maza Zabala, 1977: 214). 368 CAPÍTULO 23 El régimen neocolonial de la IV República La cultura del petróleo y el proyecto político puntofijista El 23 de Enero de 1958, como ya se expuso, el gobierno de Marcos Pérez Jiménez fue derrocado por un movimiento de masas cívico militar de orientación de izquierda nacionalista, nueva versión rebelión de la popular acaudillada por Ezequiel Zamora en el siglo XIX y de las rebeliones populares de indios (as), negros(as), zambos (as) y mulatos (as) que se organizaron entre los siglos XVI y XIX contra la oligarquía mantuana. Para frenar el desarrollo político de aquel evento que habría hecho tambalear las bases del modelo de dominación oligárquica neocolonial, la movida política de FEDECÁMARAS fue obtener el respaldo del Departamento de Estado usamericano, cooptar tanto al sector derechista de las Fuerzas Armadas como a los antiguos partidos políticos socialdemócratas como Acción Democrática y Unión Republicana Democrática, convertidos para ese momento en partidos clientes del imperialismo, así como a los partidos de orígen falangista como COPEI, expresión de la llamada Democracia Cristiana, en una nueva “conciliación de elites”, el llamado Pacto de Punto Fijo, revival del antiguo Pacto de Coche de 1863 que selló el fín de la Guerra Federal y la derrota de la rebelión popular campesina liderada por Ezequiel Zamora. Cuando se habla del llamado Pacto de Punto Fijo, la historia oficial tiende a relevar sólo la alianza de aquellos partidos políticos, dejando fuera la 369 importante participación política de FEDECÁMARAS, nervio de aquella reforma política, económica y empresarial que, se esperaba, convertiría definitivamente a Venezuela en un apéndice colonial del gobierno estadounidense. Para poder caracterizar el funcionamiento de la economía venezolana durante los años de la IV República, es necesario bosquejar los contenidos políticos del llamado Pacto de Punto Fijo, que definió los lineamientos políticos del establecimiento partidista-empresarial venezolano. El Estado Nacional, según aquel pacto, tenía una organización política destinada a la repartición del poder y de la renta petrolera entre los partidos firmantes, con base a: a) Una burocracia o nomenclatura integrada por miembros de los partidos firmantes, la cual pasó a convertirse en propietaria del Estado Nacional. b) Celebración de elecciones presidenciales cada 5 años y un pacto según el cual, el acceso a los puestos de representación y dirección de los poderes del Estado era decidido y controlado por la misma nomenclatura del partido ganador. c) Subordinación de todos los poderes del Estado a la nomenclatura partidista ganadora. d) Creación de una central sindical única, dependiente de la nomenclatura ganadora. e) Control indirecto o autocensura de todos los medios de comunicación masiva. 370 f) Ideología partidista dominante que limitara y marginara en la práctica toda disidencia política. g) Dominio del Estado sobre el conjunto de la economía, planificada y administrada sobre la base de planes quinquenales. h) Organización oligopólica de la empresa y la productividad privada (FEDECÁMARAS) apuntalada con los dineros del Estado, en la cual no existiera una competencia ni mercado, copiando la estructura hegémonica de la nomenclatura. i) Prioridad de la expansión y mantenimiento de la estructura burocrática como medio de disribución de la renta nacional, descuidando las normas de eficiencia económica. j) Popularización de la corrupción como mecanismo para mantener la estabilidad del sistema político (Vargas Arenas y Sanoja, 2006: 282283). La clase política surgida del colapso de gobierno militar en 1958 asumió una función reguladora, de intermediaria entre los diferentes sectores de la sociedad, cuidando muy bien el mantenimiento de las jerarquías sociales mediante el financiamiento y consolidación de las fortunas de los empresarios privados -que eran al mismo tiempo miembros de la coalición de partidos políticos puntofijistas- utilizando los dineros de la nación. El hecho mismo de haberse apropiado del poder en un país donde los medios de producción más importantes pertenecen al Estado, fortaleció la vieja relación provechosa y económicamente fructífera que existía desde el siglo XIX entre la clase política y las riquezas de la nación: la corrupción 371 administrativa. Los principales medios de producción pertenecían al Estado venezolano, pero éste, a su vez, pertenecía a mafia conformada por la clase política y los empresarios privados. La consolidación de esas relaciones sui generis de propiedad terminó por liquidar lo que podía existir de verdadera democracia, transformándola en una dictadura populista de partidos con una máscara democrática (Britto García, 1984), experimento que fracasó en 1998, no sólo por sus propias contradicciones internas y su incapacidad para deslastrarse de la dependencia imperialista, sino también por la carencia de un liderazgo ideológicamente sólido, honesto, con vocación para el servicio público y con conciencia del destino histórico del país. El régimen político puntofijista de la IV República se caracterizó, al igual que los otros sistemas populistas de América Latina, por la “concesión de subsidios directos a las empresas nacionales; gigantescas operaciones de rescate de firmas y bancos costeadas, en muchos casos, con impuestos aplicados a trabajadores y consumidores; imposición de políticas de austeridad fiscal y ajuste estructural encaminadas a garantizar mayores tasas de ganancia de las empresas; devaluar o apreciar la moneda local a fin de favorecer algunas fracciones del capital en detrimento de otros sectores y grupos sociales; políticas de desregulación de los mercados; ´reformas laborales´ orientadas a acentuar la sumisión de los trabajadores al tiempo que se facilita la ilimitada movilidad del capital; ´ley y orden´ garantizados en sociedades que experimentan regresivos procesos sociales de reconcentración de riqueza e ingresos y masivos procesos de pauperización; la creación de un marco legal adecuado para ratificar con todas la fuerza de la ley la favorable correlación de fuerzas de que han gozado las empresas en 372 la fase actual; establecimiento de una legislación que ´legaliza´ en los países de la periferia, la succión imperialista de plusvalía y que permite que las superganancias de las firmas transnacionales puedan ser libremente remitidas a sus casas matrices…” (Borón, 2002: 112). Cualquier lector o lectora avezado en el estudio de nuestra historia contemporánea podría identificar sin vacilar esta descripción, con el perfil político de los gobiernos venezolanos de la IV República entre 1958 y 1998 y su relación neocolonial con el gobierno de Estados Unidos de América. La repartición de la renta petrolera bajo la III y la IV República La actividad petrolera de las compañías extranjeras desde los mismos inicios de la explotación de los hidrocarburos en Venezuela comenzó a comportarse como un enclave, físicamente delimitado en la época concesionaria (19041974), con su propio régimen laboral. Hasta el año 2002, cuando el gobierno bolivariano logró finalmente nacionalizarla y socializarla, el bloque de compañías extranjeras y finalmente la “vieja” PDVSA constituyeron un Estado extranjero dentro del Estado venezolano, con su propio su régimen cambiario, su balanza de pagos, sus coeficientes de eficiencia y –sobre todocon el espíritu de superioridad que mostraban sus gerentes ante el gobierno nacional y el resto de los venezolanos y venezolanas (Maza Zavala, 1997: 211-212). Conforme con ese carácter de enclave colonial extranjero que adoptó la industria, los informes y análisis oficiales sobre su rendimiento fiscal que elaboraban tanto el gobierno como el Banco Central, mantenían una separación entre la actividad petrolera misma y el resto de la economía venezolana, hecho el cual se manifestaba de manera más evidente en las cuentas macroeconómicas nacionales. 373 Los salarios de las y los gerentes, empleados (as) y trabajadores (as) petroleros eran (y siguen siendo) superiores a los que se pagaban al resto de los venezolanos y venezolanas; incluso, los representantes sindicales en los consejos directivos, se comportaban y llevaban un estilo de vida similar al de la alta gerencia de la empresa. El carácter estructural del enclave petrolero se expresaba como una dinámica diferencial del crecimiento económico venezolano. Mientras su tasa promedio de crecimiento en la década de los 90 del siglo pasado era de 5 a 6% anual, el resto de la economía venezolana, por el contrario, decrecía. La conducta excéntrica de la industria petrolera se reflejaba igualmente en la balanza de pagos: aún en la actualidad mientras que el petróleo registra siempre saldos activos, el no petrolero siempre muestra saldos pasivos. A pesar de la forma perversa y antinacional como la burguesía venezolana administró la industria petrolera hasta el 2002, la renta petrolera se ha transformado desde inicios del siglo XX en la base de nuestro proceso de cambio histórico: permitió sostener el proceso de modernización de la sociedad venezolana durante la IV República y, hoy, durante la V, ha sido un factor fundamental para promover el proceso de construcción del socialismo. Gracias a la renta petrolera pudieron desarrollarse tanto los centros urbanos como la infraestructura material del país; gracias a la apropiación de los capitales producidos por el petróleo, la burguesía parasitaria pudo invertir -sin los riesgos inherentes al capitalismo verdadero- en una industria manufacturera de bienes de consumo, en modernizar la producción agropecuaria; incidió en el régimen laboral, en la vinculación con el mercado y en el acceso a medios y modos de consumo no tradicionales. 374 El Estado venezolano, por tanto, tuvo que hacerse más complejo y burocrático para poder asumir su función de gran patrón tanto de la burocracia gubernamental como de la empresa privada, particularmente la banca, aumentado la dependencia de la población con respecto al gasto público. Se fundaron empresas básicas estatales para la producción de bienes y servicios (metalurgia, petroquímica, electricidad, comunicaciones… A pesar de su dudoso desempeño durante la IV y parte de la V República, hoy día se han convertido en soporte del cambio social. Las crisis bancarias experimentadas por el sistema económico venezolano entre 1970 y 1994, son reflejo de los ciclos de crisis que ha sufrido el proceso de trabajo petrolero, para solventar las cuales el Estado venezolano ha tenido que hacerse cada vez más interventor y protagonista en el desarrollo económico de nuestra sociedad. Uno de los componentes principales de dichas crisis es la baja cíclica en los precios del producto petrolero y su impacto en la capacidad de pago del sector público ya que –por una parte- el Estado venezolano es el ente que posee las mayores colocaciones de capital en la banca privada y en los bancos bajo control gubernamental y –por la otra- los bancos se dedicaron y se dedican todavía a hacer manejos riesgosos e irregulares en la cartera de créditos. Todo lo anterior, aunado a los procesos tempranos de desregulación y liberalización, inducidos de manera irresponsable por la burguesía puntofijista en esta economía rentista controlada por el capital comercial parasitario, produjo una enorme fuga de divisas auspiciada por el sector privado, el hurto de los fondos de los pequeños depositarios por parte de los banqueros, así como también de los auxilios bancarios proporcionados por el Estado para conjurar las quiebras fraudulentas de la banca privada (Vera y González, 375 1999). El resultado final fue un largo proceso de desinversión por parte de la empresa privada (que todavía continúa), el cual indujo un aumento sustancial de las condiciones de pobreza extrema en la sociedad venezolana, la cual pasó de 11% en 1984 a 34% en 1991. En el mismo período, el índice de la pobreza total pasó de 36% en 1984 a 68% en 1991 (Lander, 2000: 122-128). En el período 1989-1991, el gasto social del gobierno central descendió a los niveles más bajos desde 1968, lo cual se tradujo en un enorme deterioro de las condiciones de vida y correlativamente del sistema político venezolano el cual comenzó a colapsar a ojos vistas luego de la rebelión social llamada “El Caracazo” contra la aplicación del ajuste neoliberal que intentó hacer el régimen de Carlos Andrés Pérez II en 1989, hasta perder finalmente toda legitimidad con la rebelión militar del 4 de Febrero de 1992 comandada por el actual presidente constitucional de Venezuela Hugo Chávez Frías. No obstante el impacto negativo y regresivo de aquella situación sobre el nivel de vida de la mayoría de la ciudadanía hasta 1999, la cual vivía en condiciones de pobreza y representaba el 70-80% de la población venezolana, el 20% restante, conformado por sectores profesionales y comerciales de la clase media, la clase media alta y la alta burguesía venezolana, que se apropiaban aproximadamente del 60% de la renta petrolera, conservaron una alta capacidad de compra que les permitió el acceso a un estilo de vida consumista cercano al que poseen los países del llamado primer mundo, como había venido ocurriendo desde por lo menos el siglo XVIII. Así como entonces dichas clases constituyeron el baluarte del colonialismo español y luego del liberalismo inglés, hoy día son el enclave del imperialismo usamericano y de la contrarevolución venezolana. 376 La carga histórica de la colonia y la neocolonia ha determinado que, a pesar de la gran inversión que han hecho diferentes gobiernos venezolanos en los programas mencionados desde 1953, no se haya logrado todavía la meta de industrializar a Venezuela y transformarla de país petrolero dependiente monoproductor en uno independiente con producción industrial y agropecuaria diversificada, ni mucho menos crear conciencia en la población de su importancia para descolonizar nuestro país. Varios siglos de sujeción y dependencia colonial y neocolonial, como podemos ver, han dejado una huella profunda en el imaginario de la sociedad y de la clase política venezolana. Debido a la política cultural, educativa y mediática neocolonial propiciada por la burguesía venezolana durante la IV República, los movimientos patriotas progresistas venezolanos no se pudieron organizar, hasta el presente, para trascender el férreo cerco comercial y financiero que tendió el imperialismo para impedir el desarrollo autónomo de nuestras fuerzas productivas, base de nuestra liberación nacional. Actores importantes de la consolidación de nuestro atraso y de nuestra dependencia política y económica del Imperio usamericano, han sido los empresarios venezolanos que -desde el siglo XIX- sólo han buscado el desarrollo del capital comercial para enriquecerse fácilmente, evitando los riegos que conlleva la inversión industrial. Para defender sus mezquinos intereses de clase, esos sectores de la ultraderecha empresarial, sindical y religios, agrupados en torno a FEDECÁMARAS y la burocracia sindical oligárquica pro-empresarial de la extinta Central de Trabajadores de Venezuela (CTV), defensoras a ultranza de la privatización, comenzaron a conspirar luego del triunfo electoral en noviembre 1998 logrado por el 377 Presidente Hucho Chávez y la Revolución Bolivariana. Dicha conspiración culminó el 11 de Abril de 2002 con el consabido golpe de Estado organizado con la complicidad del gobierno usamericano (G.W. Bush), el gobierno fascista español del Partido Popular, el alto mando militar venezolano y la jerarquía de la Iglesia Católica- para derrocar el gobierno revolucionario nacionalista del presidente Hugo Chávez. Dicho golpe logró imponer por 72 horas un gobierno títere del imperio usamericano que fue barrido por el movimiento cívico militar bolivariano. Entre las armas de presión para lograr el golpe. la gerencia traidora de PDVSA, con el apoyo estratégico del Pentágono en connivencia con FEDECÁMARAS y la burocracia de la extinta Central de Trabajadores de Venezuela, habían planificado el sabotaje de las instalaciones petroleras de PDVSA para destruir el Estado nacional venezolano y vender la empresa petrolera nacional a la EXXON, a la SHELL, a REPSOL y a otras transnacionales del Imperio, negocio que implicaba un premio de 100 millones de dólares para cada uno de los gestores venezolanos de la privatización de PDVSA. Al fallar el primer golpe de Estado debido a la resistencia popular, en diciembre del mismo año la gerencia traidora que controlaba PDVSA, aliada con los mismos empresarios agrupados en la Federación de Cámaras de Comercio (FEDECÁMARAS), la dirigencia del Partido Acción Democrática enquistada en la Central de Trabajadores de Venezuela (CTV), aliados como ya es rutinario con la Agencia Central de Inteligencia (CIA), pusieron en práctica –otra vez sin éxito- un plan criminal para sabotear las instalaciones de PDVSA, destruir el Estado Nacional venezolano y entregar la industria petrolera venezolana a las transnacionales estadounidenses y europeas 378 (Sanoja, 2008: 27-42; Sanoja y Vargas Arenas, 2008b: 273-279). Otra vez la férrea unidad popular cívico-militar hizo fracasar el golpe petrolero proimperialista en Febrero de 2003 (Sanoja, 2008: 21-42; Vargas Arenas, 2007: 117-131). A partir de aquel momento, como respuesta a la ofensiva de la contrarevolución el gobierno bolivarian comenzó a concretar el proyecto nacionalista que había surgido como bandera de la izquierda nacionalista venezolana desde 1920: creación de una empresa petrolera absolutamente en manos del Estado y la sociedad venezolana que fuese el motor del desarrollo de un nuevo país soberano, democrático, próspero y socialista. 379 PARTE V LA REVOLUCIÓN BOLIVARIANA 380 CAPÍTULO 24 La construcción de un modo de vida socialista venezolano. El epílogo de este milenario proceso de construcción de la nación venezolana que hemos intentado es, por ahora, la Revolución Bolivariana, hecho histórico que rompe con el curso de desastre que venía tomando nuestra sociedad desde 1958 y 1998, período que se conoce como la IV República. Ello nos obliga a repensar los siglos de historia nacional transcurridos hasta este momento, cuando la civilización occidental y su modo de producción capitalista están inmersos en una crisis existencial que puede significar su desaparición. Ello significa también que debemos buscar un nuevo discurso historiográfico para analizar el devenir de la sociedad venezolana y de su economía. Por esas razones, esta revolución bolivariana ha sido para los y las intelectuales venezolanos (as) progresistas, citando nuestras propias palabras “...como un despertar de la conciencia ante la posibilidad de concretar nuestro futuro revolucionario, al cual muchos nos adherimos desde los años ya remotos de nuestra juventud liceísta..” (Sanoja, 2008:7). El camino que le queda por recorrer a la Revolución Bolivariana no es fácil, no será fácil.Apenas han transcurrido siete años desde el 2003, año cuando comenzó a profundizarse el proceso revolucionario; han sido 7 años de vida muy intensa, los cuales se han traducido en un cambio social profundo. El proceso bolivariano ha tenido que apoyar su proyecto transformador sobre una sociedad históricamente contrahecha: desde el siglo XVIII, cada error cometido se trataba de solventar -generalmente- con un nuevo error. La 381 capacidad crítica de los integrantes del bloque burgués dominante y pragmático estaba y sigue estando omnubilada por el logro de la ganancia personal a corto plazo, a cualquier precio. Hasta el momento actual, cualquier atajo para lograr dicho objetivo ha sido puesto en práctica por la burguesía contra-revolucionaria, incluyendo el fallido ajuste neoliberal, el asalto de los banqueros a los fondos de sus propios bancos, la conspiración y el golpe de Estado de 2002 contra el gobierno bolivariano del presidente Chávez con el apoyo activo de los gobiernos de Estados Unidos, España y Colombia, el sabotaje a la industria petrolera venezolana con la intervención directa del Pentágono, junto con el lock-out empresarial en 2002-2003 para destruir el Estado Nacional y rendir por hambre a la sociedad venezolana, el apoyo a la infiltración en 2004 de 300 paramilitares colombianos para asesinar al Presidente Chávez, la campaña mediática mundial y más recientemente la conspiración financiera y la instalación de bases militares estadounidenses en Colombia, las cuales amenazan tanto la existencia de la Revolución Bolivariana como el proceso de integración latinoamericana–caribeña representado en la ALBA (Sanoja y Vargas Arenas, 2008b: 273-280; Sanoja, 2008: 7-52). El golpe de Estado de Abril de 2002 y la serie de hechos de violencia desencadenados posteriormente por los conspiradores contrarevoluciónarios, asestó un severo impacto al ritmo que venía mostrando la actividad productiva interna del país. Ello se reflejó en una brutal caída de 8.9% del PIB y el consiguiente incremento en las tasas de desempleo, debido al cierre masivo de pequeñas y medianas empresas y cooperativas que no pudieron soportar el rigor de la crisis creada por el golpe de Estado organizado por 382 FEDECÁMARAS, la gerencia de la antigua PDVSA y la extinta Confederación de Trabajadores de Venezuela (CTV). Como consecuencia de aquella abrupta interrupción de la vida social y económica del país, la tasa de desempleo ascendió entre los años 2002 y 2003 hasta 16,2% y 16,8%, respectivamente, mientras que la tasa empleo informal de 51,4% en 2002 pasó a 52,7% en el 2003. El máximo nivel de desempleo se registró en febrero de 2003 cuando la tasa llegó a 20.7 %. En efecto, durante el 2002, año del golpe de Estado, la economía venezolana acusó las severas consecuencias de la conspiración golpista urdida por FEDECÁMARAS y el resto de la extrema derecha desde el año 2001. El PIB que en 2001 había crecido 3,4%, en el 2003 la contracción del mismo llegó a -7,8 %, y en el primer trimestre de ese año, a -27,8 % como consecuencia del paro patronal y el sabotaje a PDVSA (Informe económico BCV 2003; Alvarez 2003; 2009: 34-35)1. Esta crítica situación se tradujo en una quiebra masiva de cooperativas, micros, pequeñas y medianas empresas que incluso habían apoyado el lock-out patronal y el sabotaje a PDVSA, pero no contaban con la necesaria fortaleza para enfrentar y sobrevivir la crisis. Millares de empleos fueron destruidos y la tasa de desempleo alcanzó niveles sin precedentes que obligaron al gobierno a dar una respuesta masiva y resultados inmediatos. La respuesta del pueblo venezolano a ese asalto a la integridad del Estado nacional y a su democracia fue la aceleración del proceso revolucionario bolivariano. Se hizo evidente que era necesario y urgente poner en práctica el proyecto político de país expresado en la Constitución Bolivariana y comenzar 383 a desechar las instituciones sociales heredadas del antiguo régimen puntofijista. El fracaso del golpe de Estado, del lock-out patronal y del sabotaje petrolero del año 2002-2003 evidencian de manera palpable que el modo de producción capitalista, tanto en su expresión colonial como neocolonial, ha fracasado. Decimos que no tuvo éxito, porque durante los 510 años que ha permanecido como modo de producción dominante, ha sido, fue y sigue siendo incapaz de construir para las venezolanas y venezolanos una vida social donde el logro de su realización plena constituya el valor social más importante. El ajuste neoliberal de shock ordenado por el Fondo Monetario Internacional que quiso imponer durante el segundo gobierno de Carlos Andrés Pérez en 1989, tenía entre sus objetivos crear una economía productiva que eliminase el carácter rentista estructural de la sociedad venezolana, vía la privatización de la empresa petrolera venezolana, así como de las otras empresas del Estado, la eliminación de los subsidios a la gasolina, y el gasto social: a la salud, a la educación, etc. El resultado fue una sangrienta rebelión popular, la primera en el mundo contra el neoliberalismo, que fue dominada al precio de miles de muertos y heridos causados por la cruenta represión militar y policial. Esta rebelión fue seguida el 4 de Febrero de 1992 por la rebelión de la juventud militar comandada por el teniente coronel Hugo Chávez, que abrió el camino para el derrocamiento del régimen punto-fijista y de los partidos políticos que lo apoyaban y para triunfo electoral de la Revolución Bolivariana en 1998. El proyecto político de la Constitución aprobada en referendo popular en 1999 por el pueblo venezolano, refrendada en la Gaceta Oficial N° 5453 del 24 de Marzo de 2000, tiene como meta darle forma jurídica a los cambios estructurales necesarios para la creación de una nueva realidad histórica que le 384 plantea a la nación el inicio de este nuevo proceso revolucionario. En ese sentido, la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela propone y demanda la creación de espacios e instrumentos para que la participación ciudadana contribuya a lograr los objetivos estratégicos de equidad, desarrollo con identidad, respeto a los derechos humanos, buen gobierno y democratización de la sociedad. Pero la creación de esos espacios e instrumentos entran en conflicto con las viejas instituciones estatales de la IV República que responden a un modelo de Estado capitalista burgués, que fue totalmente ineficaz para resolver los problemas de la sociedad venezolana (Vargas Arenas, 2007: 275 y siguientes.). Como forma de transición hacia la creación de una sociedad socialista, el Estado Bolivariano ha implementado una suerte de gobierno paralelo destinado a confirmar que el poder constituyente está en manos del pueblo. El Artículo 5 de nuestra Constitución Bolivariana establece que la soberanía reside de manera intransferible en el pueblo, de manera que la autodeterminación alude al derecho de ese mismo sujeto a decidir su forma de gobierno propio, su modo de vivir y su organización económica, expresado en la estrecha vinculación que existe entre las nociones de pueblo, nación y autodeterminación. En este sentido, el pueblo venezolano está integrado en una nueva organización político-territorial compuesta por los consejos comunales y comunas, por los diversos planes y misiones sociales que conforman las estructuras administrativas a través de las cuales se redistribuyen los ingresos de la renta nacional para resolver el problema de la pobreza, para solventar la deuda social que tiene el Estado venezolano con la mayoría de la población que es pobre porque es zamba, mulata y negra y, con otra parte muy importante que es doblemente pobre porque aparte de ser 385 zamba, mulata y negra está conformada por mujeres (Vargas Arenas, 2007: 277-278; Sanoja, 2008: 117-153) Las misiones y planes sociales buscan también crear una cultura política asentada sobre lo que significan los colectivos sociales, sobre la visión del pueblo venezolano como actor colectivo, para que los sectores populares puedan identificar las causas de la opresión a la cual han estado sometidas y hallar el camino a su definitiva emancipación (Vargas, 2007: 276) Para alcanzar ese objetivo es fundamental que los colectivos sociales que conforman los consejos comunales, desarrollen un nivel de conciencia social que les ayude a entender y legitimar los cambios estructurales positivos que está produciendo en Venezuela la Revolución Bolivariana para la construcción de un modo de vida socialista venezolano. ¿Es esto socialismo? Mucha gente se pregunta dentro y fuera de Venezuela, incluidos científicos (as) sociales, si lo que está sucediendo en Venezuela se puede llamar socialismo. Muchos de ellos y ellas siguen identificando al socialismo, de manera ingenua, con la imagen que difunden los medios de comunicación del Imperio: economías estatizadas, dictaduras totalitarias, pueblos empobrecidos, escasez de viviendas y de bienes de consumo, ausencia de libertades públicas y, en general, un proceso que redistribuye la pobreza en lugar de repartir la riqueza. El capitalismo es descrito como todo lo contrario: libre empresa, opulencia, riqueza, consumismo, libertad. Ninguno de ambos ingenuos conceptos nos parece verdadero. Donde el socialismo ha podido desarrollarse sin la influencia paralizante del imperialismo capitalista, tal como ocurrió la antigua Unión Soviética, la República Popular China, Cuba y Vietnam, entre otros, el cambio en las relaciones de producción se ha traducido en saltos 386 cualitativos y cuantitativos en el progreso general de la sociedad, mediante los cuales dichos pueblos pasaron de ser sociedades pobres y colonizadas a ser sociedades soberanas que han producido grandes avances en la ciencia, la educación, la innovación tecnológica y la justicia social. Donde estos procesos se han revertido, como fue en el caso de la Unión Soviética, ello fue debido más bien a falencias estructurales que se produjeron en el modelo socialista particular de la URSS, que al modelo general del socialismo. En el caso venezolano, mucha gente no puede concebir que el socialismo pueda existir en una sociedad petrolera que ha sido hasta hoy monoproductora, donde hay una enorme acumulación de riqueza que no es fruto del trabajo productivo de toda la población. Si se puede hablar de un capitalismo rentístico ¿no podríamos aludir también a un socialismo rentistítico? No, porque ello es la antítesis del Socialismo que significa soberanía nacional en todos los aspectos, soberanía que puede lograrse, como en los actuales momentos, dentro de un nueva versión de Estado multinacional de nuevo tipo construido sobre la bases solidarias, como podría llegar a ser la ALBA, donde se compensen las debilidades y se amplíen las fortalezas de cada uno de los estados miembros (Sanoja 2010.ms). El socialismo venezolano se origina como consecuencia del fracaso del capitalismo vernáculo en la tarea de producir un desarrollo autónomo, suficiente y soberano de nuestras fuerzas productivas, capaz de grantizar el bienestar de toda la población. Para ilustrar nuestra reflexión al respecto, es conveniente aludir a la opinión de Asdrúbal Batista sobre las condiciones propias de la vida venezolana en los siglos XVI y XVII y el papel que jugo la acumulación originaria (a la cual nos hemos referido en la primera parte de esta obra) “…en la creación de las condiciones únicas para el trabajo 387 asalariado y el despojo violento de los medios de producción de masas muy grandes de individuos…El terreno estaba abierto así para las relaciones del capital…” (Batista, 2007: 23 y siguientes). Venezuela, como hemos visto, nace así desde los siglos XVI y XVII al mercado capitalista en un ámbito colonial, donde el trabajo esclavo y servil es el factor de la producción agropecuaria monopólica que favorece a una burguesía parasitaria que es el ámbito donde se produce la acumulación de plusvalía. La clase subordinada de siervos (as) y esclavos (as) no acumulaba nada o muy poco, por lo cual vivía en condiciones de pobreza generalizada. En el siglo XIX, la lucha nacional de la burguesía agro-exportadora y comercial es contra el imperio español que le negaba su independencia y autonomía para enriquecerse en libertad, pero la lucha nacional de los siervos (as) y esclavos (as) empobrecidos es contra la burguesía que les oprimía y explotaba su trabajo, y a cambio les concedía miserables migajas que les permitían sobrevivir penosamente al hambre, las enfermedades, la ignorancia y la violencia. El proceso de acumulación originaria que se produjo en el siglo XIX en el seno de la elite burguesa rentística, agro-exportadora y comerciante se produjo gracias al despojo generalizado que ésta hizo del valor producido por el resto de la población venezolana, mediante la reedición de un régimen colonial interno, dependiente del mercado capitalista exterior. La forma socioecnómica adoptada (el latifundio, la hacienda, el fondo de comercio, etc.) era resultante de la explotación del trabajo de los peones (as) y los trabajadores (as). Las bases originarias de la modernización de la sociedad venezolana del siglo XX se afincaron en la explotación del petróleo que es, en palabras de Batista: “…Una genuina curiosidad histórica, o acaso una anomalía histórica, vino a 388 cumplir el papel, de otro modo encomendado a las fuerzas burguesas en formación, de ofrecer lo que la acumulación originaria habría tenido necesidad de producir. Un medio de producción no resultante del trabajo venezolano ni del trabajo de nadie, por lo demás, un día vino a ser demandado y remunerado por el comercio mundial…” “…un ingreso rentista pagado por el mercado mundial, percibido en una ronda primera por el Estado propietario y luego distribuido por éste…” (2007: 23-24). En el siglo XX, ciertamente, surgió un nuevo medio de producción, el petróleo el cual, gracias al carácter apátrida de la burguesía venezolana, pasó a ser prácticamente propiedad de los monopolios estadounidenses y de quienes controlaban entonces el Estado venezolano, esto es los diversos gobiernos dictatoriales militares y la dictadura partidista de la IV República. Bajo esta última, dicho medio de producción devino formalmente en propiedad un Estado corporativo constituido por los partidos políticos AD y COPEI y la burguesía rentista venezolana, pero la producción en ambos casos siempre ha sido resultante del esfuerzo de los venezolanos y venezolanas convertidos en trabajadores y trabajadoras petroleros. En la actualidad, el petróleo venezolano, al igual que el extraído en otros países, ha pasado a ser no solamente un medio de producción y una materia prima estratégica para el desarrollo tanto del capitalismo como del socialismo, sino también una mercancía financiera cuyo valor ya no depende solamente de la oferta y la demanda en físico para el consumo real, sino de su cotización a futuro en las bolsas de valores del mundo capitalista desarrollado. Es una paradoja que un país petrolero como Venezuela, poseedor hoy día de las mayores reservas de hidrocarburos del planeta, que trata de buscar una senda socialista y practica una política internacional solidaria con aquellos 389 países más pobres que no tienen ni petróleo ni gas, se vea obligado al mismo tiempo a defender política y militarmente su riqueza. Por esas razones, Venezuela no puede simplemente –como pretenden algunos analistasdesconectarse de la esfera capitalista; como país soberano tiene que contar con la inteligencia y las alianzas tecnológicas y financieras con otras empresas y Estados petroleros para defender sus espacios en el mercado petrolero mundial. Por esas mismas razones, la estrategia entreguista, privatizadora, que sigue la oposición venezolana, orientada a entregar nuestro petróleo a las transnacionales usamericanas, simplemente no tiene futuro. El socialismo venezolano, como ya hemos dicho, difícilmente podría construirse en solitario. Ya hemos visto como, a partir de una nueva relación de cooperación solidaria con otros países de Suramérica, Centroamérica, El Caribe, Asia y Europa el petróleo y el gas de Venezuela pueden compensar las carencias de otros países menos favorecidos con la posesión de recursos energético, en tanto ellos nos brindan asistencia sanitaria, educativa, tecnológica, científica, comercial, militar y política, áreas que la vieja burguesía rentista venezolana nunca pensó en desarrollar ni de manera autónoma ni en cooperación con otros pueblos. El socialismo para ser viable, debe estar fundamentado en una nueva forma de relación solidaria, no entre los estados, sino de los pueblos mismos. Como hemos escrito al respecto en otra obra sobre el transito del Capitalismo al Socialismo (Sanoja 2010 (ms): 159), en las presentes condiciones de sobreexplotación que ejercen las transnacionales del imperio sobre los pueblos del mundo, “… la posibilidad real de los desarrollos capitalistas nacionales dentro de la economía mundo-capitalista, como dice Wallerstein (1998: 169), es una meta sencillamente imposible de lograr por todos los Estados. Para 390 que alguno de los países periféricos al grupo hegemónico capitalista mundial llegase a alcanzar un nivel suficiente de acumulación de capitales, sería necesario que se convirtiese por ejemplo en la economía dominante de un sistema jerárquico regional de Estados, donde la plusvalía se distribuyese de manera desigual tanto en el espacio geopolítico como entre las clases geográficas. Dentro del sistema capitalista, incluso en la misma Nuestra América, cualquier nivel preponderante de desarrollo que obtenga una de las partes de la economía mundo es el reverso de un proceso inverso, el llamado subdesarrollo, en la parte contraria. De allí se deduce la importancia estratégica que revisten mecanismos financieros solidarios y de cooperación internacional tales como la ALBA (Alternativa Bolivariana para las Américas), el Banco del Alba y el Banco del Sur, promovidos por el gobierno bolivariano de Venezuela para consolidar una futura unión de naciones suramericanas la cual compense las asimetrías económicas y sociales entre los diversos países…”. Contrariamente al pensamiento expresado en el párrafo anterior, al amparo de la riqueza petrolera, en el siglo XX creció en Venezuela la cultura del petróleo, con un rentismo modernizado, expresado en una gran burguesía y en una clase media autistas que se enriquecían paulatinamente, cuyos imaginarios y cuyos estilos consumistas de vida han transcurrido desde el siglo XIX arropados en las quimeras de Nueva York, París y Berlín. Por debajo del Estado burgués, de aquella estructura corporativa elitista que usufructuaba la renta petrolera para sus negocios personales, estaba la gran mayoría de venezolanos y venezolanas de a pié, excluidos del “festín de Baltazar” como lo denominó un político venezolano. 391 Durante la década de la dictadura perezjimenista (1948-1958), las fundaciones y universidades usamericanas al servicio de las transnacionales petroleras que operaban en Venezuela llevaron a cabo estudios sociales y culturales sobre la historia, el carácter nacional y las motivaciones del hombre y mujer venezolanos. Conocían los cambios que habían ocurrido y estaban ocurriendo tanto en la clase dominante como en la clase dominada, sabían que existía un sector social sin origen social definido y con un incipiente sentido “nacional burgués” que acumulaba capital con base al peculado y la corrupción, el cual era posible que se fortaleciera para formar la estructura del Estado venezolano, como efectivamente ocurrió al firmarse en Nueva York el llamado Pacto de Punto Fijo (Brito Figueroa, 1972:17-25). Los firmantes de dicho pacto, los partidos Acción Democrática, Copei, Unión Republicana Democrática y el sindicato patronal FEDECÁMARAS, comenzaron a gobernar juntos desde 1958 hasta 1998, año cuando se incia la Revolución Bolivariana. Durante cuatro décadas rigieron el país “…en función de la plutocracia asociada estructuralmente a los monopolios norteamericanos, violan su propia “institucionalidad” y legalidad e imponen una política de terrorismo policiaco que supera, en este sentido, a la dictadura derrocada en el 23 de Enero de 1958…” (Brito Figueroa, 1972: 25.Vzlacont.). Las características del nuevo modo de vida y de cultura que caracteriza el Estado burgués venezolano desde el siglo XIX y su epígono que resultó del Pacto de Punto Fijo, alianza de los partidos políticos de estatus con la burguesía rentista parasitaria, han sido analizadas en profundidad en la obra de Iraida Vargas Arenas, Resistencia y Participación (2007: 79-129). En dicha obra, la autora resalta el proceso de exacerbación del estilo de vida consumista 392 y el proceso de desnacionalización del Estado nacional venezolano en el imaginario de la elite punto fijista. Dicho proceso cambió el año 2002 con las acciones barbáricas cometidas durante el fallido golpe de Estado de Abril de ese año y la cínica barbarie –todavía más destructiva- del sabotaje petrolero y el lock-out patronal iniciado en Diciembre del mismo año, ambos derrotados por la resistencia cívico-militar del pueblo venezolano (Sanoja, 2008: 39-42). La IV República dejó a la Revolución Bolivariana un enorme pasivo en todos los órdenes de la vida nacional: social, cultural, ético, económico, intelectual, educativo, tecnológico, etc., peso muerto que debe ser eliminado para poder construir el futuro, el Nuevo Modelo Productivo, la sociedad socialista venezolana. Como lo demuestra el agudo análisis de Víctor Álvarez (1999a) cuya obra hemos tomado como referencia para desarrollar este capítulo, el gobierno bolivariano del Presidente Hugo Chávez con base a los planes sociales, ha logrado una significativa reducción de aquel pasivo, lo cual se refleja particularmente en la tasa de desempleo y el porcentaje de personas en situación de pobreza. El desempleo cayó a solo 6.1 % en diciembre de 2008, después de haber alcanzado el extremo de 20.3 % en febrero de 2003 como producto del brutal golpe de Estado, el sabotaje petrolero y el lock-out patronal organizado por los remanentes de los partidos del estatus incrustados en la Fuerza Armada, PDVSA, la extinta Confederación General de Trabajadores (CTV) controlada por Acción Democrática, y el grupo patronal antinacional de FEDECÁMARAS. Gracias a aquellos planes, el porcentaje de personas en situación de pobreza se redujo de 62.1 en el 2003 a 31.5% en el 2008. Asimismo, el porcentaje de personas en situación de pobreza extrema cayó de 29 % en el 2003 a 9.1 % en el 2008 (Alvarez 2009b: 261). 393 Si bien Venezuela está ganando la batalla contra la pobreza, es necesario la transformar la economía capitalista en un nuevo modelo productivo socialista que garantize el desarrollo humano integral de todos los venezolanos y venezolanas, a través de la participación activa y protagónica del pueblo organizad para, erradicar las causas estructurales que siguen generando desempleo, pobreza y exclusión social con base a unanueva ética productiva basada en la solidaridad y la complementación en lugar del individualismo, el consumismo, la competencia y el lucro propios de la producción capitalista (Alvarez 2009b: 170-171, 176). El peso del sector privado de la economía pasó de 64.7 % en 1998 a 70.9 % hasta el tercer trimestre de 2008, lo cual confirma que el crecimiento del PIB y el nivel de empleo están todavía marcados por el peso abrumador de alrededor de 70 % que tiene el sector privado en la economía venezolana, lo cual define la naturaleza capitalista del actual modelo productivo venezolano, razón por la cual la mayor parte del excedente que generan los trabajadores se queda en manos de los dueños de las empresas bajo la forma de ganancia capitalista vía la especulación voráz con los precios en todos los niveles de la cadena de producción-distribución. Los empresarios venezolanos no asumen, por el contrario, ningún compromiso con la comunidad, y se limitan a remunerar a los trabajadores con un salario que representa una ínfima parte del valor que estos agregan a la producción. (Alvarez 2009b: 249-250) A pesar de la importante inversión social del gobierno bolivariano, se observa todavía poco dinamismo en los sectores de la agricultura y la industria sobre los cuales descansa la soberanía productiva de cualquier nación, los cuales proveen los alimentos, el vestido, el calzado, las medicinas y demás productos destinados a satisfacer las necesidades básicas para la reproducción de la vida 394 cotidiana. La lógica del beneficio privado no ha dado tampoco repuesta en ninguna parte del mundo a la pobreza y la exclusión social. Nosotros pensamos que la raíz de aquel problema es el desconocimiento de la dimensión cultural de la actividad económica, por lo cual no se ha podido erradicar en la gente el imaginario capitalista para consolidar su alternativa, el imaginario socialista. Razonando desde la óptica macroeconómica neoliberal, Maza Zavala (2009: 233) concluye que la economía actual de Venezuela se caracteriza por una demanda bastante activa y una oferta débil: “…la demanda es expansiva porque el gasto público la impulsa…La oferta interna procura atender esa demanda, pero su capacidad no crece proporcionalmente por insuficiencia de inversión real…la inversión bruta fija ha sido muy activa, pero con menor impulso la inversión privada más directamente relacionada con la producción (¿de bienes de consumo que la pública… El consumo como economía de demanda ocupa el mayor espacio en el PIB, de alrededor de 78%...” Podríamos acotar en relación a lo anterior que la inversión privada venezolana –diriamos que desde la colonia- nunca ha tratado de satisfacer plenamente la demanda de bienes y servicios sino, por el contrario, a satisfacerla de manera incompleta para mantene así los precios altos, limitar la inversión y provocar, a través de su frente comercial, la importación de los bienes faltantes vendidos a precios muy superiores a los que estos tienen en el país de origen para así especular y obtener ganacias mucho mayores. Esta es la que podríamos llamar la ley de bronce de la burguesía venezolana. Los análisis anteriores, aunque escritos desde ópticas diferentes, nos revelan que para construir un modo de vida socialista venezolano será necesario e imperativo regular el sector de la distribución comercial y de servicios, que es 395 donde se ha generado históricamente la distorsión consumista y especulativa de la burguesía comercial venezolana, premisa que intentaremos desarrollar en los párrafos siguientes apoyándonos en el razonamiento de Marx sobre la función política de la distribución y del comercio en el proceso productivo general. El Modelo monoproductivo exportador venezolano El capitalismo es un sistema económico que desde sus remotos orígenes en el Neolítico de Europa occidental se ha expandido y crecido a través del comercio a larga distancia (Sanoja, 2010, ms). Sobre esa base se construyó también la riqueza de Estados Unidos en los siglos XVIII y XIX (Sanoja y Vargas Arenas, 2007: 33-34). Todas esas experiencias históricas nos enseñan que el capital manufacturero crece en virtud de la ampliación correlativa del área de influencia del capital comercial. En nuestro caso particular, el capital comercial venezolano se ha desarrollado como una especie de correa de transmisión que desde el siglo XVI funciona en un solo sentido: la exportación de materias primas y la importación de bienes terminados, apoyado en el débil desarrollo manufacturero que proporciona la mono-producción, sea ésta de perlas, de café, cacao, tabaco, melazas o petróleo. La burguesía venezolana, colonial o neocolonial, fundamentó su proceso de acumulación originaria desde el siglo XVI en la apropiación de productos naturales y posteriormente en la producción de materias primas de origen vegetal o animal para la exportación y en la distribución de las mismas en otros países. La ganancia obtenida por su distribución se invertía mayormente en mercancías suntuarias producidas en esos otros países, que eran traídas y luego distribuidas en Venezuela por los mismos exportadores. 396 Como ha explicado Marx en los Fundamentos de la Economía Política (1967: 23-29), la distribución de las mercancías es la que fija mediante las leyes sociales la parte que le toca a cada quien en la masa de productos. Las formas de distribución definen mejor los agentes de la producción en una sociedad dada, ya que aquéllas aparecen naturalmente como una ley social que fija su posición en el seno de la producción. Es por esta razón que Ricardo –acota Marx- afirma que el verdadero tema de la economía es la distribución, es decir que ésta determina tanto los modos específicos de producción y distribución como los estilos igualmente específicos de consumo en una sociedad dada. La burguesía comercial parasitaria venezolana es la que nos ha impuesto, pues, las leyes de la producción y la distribución y los estilos de consumo, más interesada en reproducir su capital comercial que en invertir en la producción misma de bienes. Esto responde a que la base fundamental de la economía colonial y de la neocolonial que todavía tenemos en gran medida, estaba y sigue estando fundamentada precisamente el dominio del capital comercial sobre la producción (Stern, 1986: 843). Ese proceso tendrá que ser revertido por la Revolución Bolivariana para derrotar el poder de la burguesía comercial parasitaria, socializar por lo menos la distribución de mercancías, inclusive del dinero (la banca) e imponer finalmente en Venezuela un modo de vida socialista productivo que esté a resguardo de las conspiraciones de la contrarevolución y de su patrón el imperio usamericano. La Revolución Bolivariana ha logrado disminuir sustancialmente los índices de pobreza de la población venezolana, aunque todavía existe una minoría que sigue acumulado pobreza, insuficiencia de empleo, inseguridad e inconformidad, una herencia de largos siglos de injusticia social cuya trayectoria histórica hemos tratado de bosquejar en este obra. Para eliminar 397 definitivamente los rezagos negativos del capitalismo que impiden el logro de la felicidad social, es necesario que los venezolanos nos dediquemos con sabiduría y con firmeza a sentar las bases sociales, culturales y materiales del socialismo. 398 CAPÍTULO 25 El Modo de Vida Socialista y la Diversidad Cultural El socialismo, ha dicho Michael Leibowitz (2007: 29), no cae del cielo: debe basarse necesariamente en las características particulares de cada país y nos equivocaremos si dependemos de modelos universales. Cada sociedad, como hemos intentado desarrollar en esta obra, tiene características únicas: su propia historia, sus tradiciones, sus mitos, sus héroes y heroínas: aquellos y aquéllas que han luchado por un mundo mejor y las capacidades que las personas han desarrollado en sus procesos de lucha. Una historia social y cultural de la economía venezolana, por tanto, no podría terminar sin plantear una discusión sobre las bases históricas de lo que deberá ser nuestro versión del modo de vida socialista (Sanoja 2010 ms. en prensa). Por las razones que expone Leibowitz, el proceso de construcción de un modo de vida socialista siempre ha representado un formidable reto teórico y práctico para los pensadores y pensadoras y dirigentes revolucionarios (as), ya que Marx --como escribió Sánchez Vázquez (1981: 45)-- “conoció las condiciones reales de las que habría de surgir el socialismo, pero no pudo conocer las condiciones reales del período de transición que habría de conducir a la fase superior. Por ello, con respecto a esta fase superior, se limita a establecer el principio básico y las condiciones necesarias para establecerlo: cuando haya desaparecido la subordinación esclavizadora de los individuos a la división del trabajo… cuando con el desarrollo de los 399 individuos crezcan también las fuerzas productivas... y corran a chorro lleno los manantiales de la riqueza colectiva... podrá rebasarse totalmente el estrecho horizonte del derecho burgués...” Por esa razón, Marx dejó a sus sucesores, ideólogos (as) y líderes revolucionarios, la tarea de pensar y diseñar la estrategia, la táctica que sería necesario aplicar para alcanzar la concreción de un modo de vida socialista. Engels (1968: 148-151) planteó en el siglo XIX la estrategia general del proceso histórico qu- a su juicio- debería seguir una revolución socialista. Esta comenzaría con la creación de un verdadero Estado democrático, directa o indirectamente dominado por el proletariado, esto es, lo que llamamos hoy en Venezuela el Poder Popular, integrado tanto por los proletarios y proletarias mismos, pequeños campesinos (as) y burgueses (as) que comienzan a desplazar sus intereses políticos hacia el poder popular, “..transformandose a si mismo en el objeto y el sujeto del poder…”(Leibowitz 2010: 56). Una democracia socialista –decía Engels- debería imponer una serie de medidas que regulen la propiedad privada y garanticen la existencia del poder popular, las cuales tienen como objeto crear las condiciones de vida necesarias para dar el salto cualitativo hacia una nueva formación social. Según Engels éstas serían: 1) Restricción de la propiedad privada mediante impuestos progresivos. 2) Desplazamiento progresivo de los terratenientes, dueños de industrias y manufacturas, de empresas de transporte, etc., mediante el desarrollo de un sector de empresas públicas que les haga competencia o mediante la expropiación mediante indemnización en valores públicos. 400 3) Organización de la fuerza de trabajo que permita eliminar la competencia entre los trabajadores y trabajadoras, obligando a los empresarios privados que todavía subsistan a pagar los mismos salarios que paga el Estado. 4) Obligación de trabajar impuesta a todos los miembros de la sociedad. Formación de ejércitos industriales, en especial para la agricultura. 5) Centralización del sistema de crédito y del tráfico monetario en manos del Estado por medio de un banco nacional, formado con capital público y suprimiendo todos los bancos y banqueros privados. 6) Multiplicación de las fabricas y talleres nacionales, ferrocarriles y barcos, roturación de todos los terrenos y mejoramiento de los ya roturados en la medida en que se aumenten los capitales y obreros de que disponga la nación. 7) Educación de todos los niños y niñas a partir del instante en que puedan prescindir de los cuidados maternos-paternos, en establecimientos nacionales a cargo de la nación. 8) Construcción sobre los solares nacionales de grandes palacios que sirvan de vivienda colectiva a comunas de ciudadanos y ciudadanas dedicados tanto a la industria como a la agricultura y que reúnan todas las ventajas de la vida urbana del campo, sin compartir las limitaciones de ambos sistemas de vida. 9) Destrucción de todas las viviendas y de todos los barrios malsanos o mal construidos de las ciudades. 401 10) Concentración de todos los medios de transporte en manos de la nación. Estas medidas, de las cuales citamos algunas, no podrán implantarse todas de una vez, decía Engels (1968:148-150, pero una vez que se inicie el proceso, como efectivamente esta ocurriendo con nuestra Revolución Bolivariana, cada una de ellas arrastrará consigo a las demás. Cuando todas se cumplan, la propiedad privada se vendrá a tierra. El movimiento repercutirá en los demás países del mundo: será una revolución universal porque la burguesía y el capitalismo son universales y la lucha en su contra sólo podrá librarse, por tanto, en un terreno universal. Establecer las teorías y las praxis del período de transición hacia un modo de vida socialista concreto, partiendo desde una sociedad capitalista concreta, como podemos ver, es una enorme tarea. Basta, para ejemplificar el monumental volumen de trabajo teórico y práctico que se ha hecho en los últimos cien años para esclarecer las condiciones reales del período de transición, hacer referencia solamente a la cantidad ingente cantidad de textos que escribieron Lenin, Trotski, Stalin, y Mao Ze Dong, cuatro de los más destacados pensadores y dirigentes de las revoluciones soviética y china, durante las primeras décadas de dichos procesos. Para establecer las condiciones reales de la transición al socialismo en la Unión Sovietica, según Lenin, era necesario propulsar “… la propiedad social de todos los medios e instrumentos de producción, la supresión del sistema mercantil y su sustitución por un nuevo sistema de producción social,… la conquista del poder político por la clase obrera como condición previa e inexcusable de la reorganización de las relaciones sociales...” (Lenin 1960: 230). En el mismo documento, Lenin señalaba la necesidad de que en 402 los programas de los socialdemócratas de los distintos países se establezcan diferencias de acuerdo con las condiciones sociales de cada uno de ellos para el desarrollo de las fuerzas productivas, como ocurrió en sociedades histórica y culturalmente tan diversas y populosas, dispersas sobre vastas extensiones territoriales, como las que integraban la sociedad soviética y la china en las primeras décadas. Socialismo: diversidad histórica y cultural Al igual que América Latina o Nuestra América, el antiguo Imperio Ruso y la República China constituían para inicios del siglo XX una abigarrada asociación de Repúblicas y Nacionalidades que englobaban poblaciones diversas desde el punto de vista histórico, étnico, social, cultural y lingüístico, cuyo nivel de desarrollo de las fuerzas productivas iba desde los que poseían modos de vida nómadas pastoralistas tribales hasta el modo industrialista clasista que animaba la formación capitalista rusa de comienzos del siglo XX. Para responder a aquella situación, Stalin (1961) formuló su tesis sobre la Cuestión Nacional, el principio de la autodeterminación, la liberación de los pueblos oprimidos y la revolución proletaria. Para responder a la cuestión campesina, planteó la formación de cooperativas agrícolas, un sistema doméstico de producción socialista de Estado, similar al sistema de trabajo a domicilio del capitalismo, donde los trabajadores y trabajadoras recibían del capitalista la materia prima y los instrumentos de trabajo y ellos y ellas le entregaban a éste su producción (Stalin, 1961: 63-74). Para la construcción del socialismo en China, Mao (1955: 154-161) enfatizó la necesidad de planificar el desarrollo económico y los métodos de movilización de las masas con base a una meta principal, el triunfo de la 403 Revolución, recordando así mismo la necesidad –-para lograrla-- de elevar el nivel de conciencia política y cultural de las masas populares. Destacó Mao, igualmente, la necesidad de estudiar toda la naturaleza particular de las contradicciones que se presentan en cada forma de la materia en cada proceso de desarrollo, para hacer un análisis concreto de las mismas y descartar la arbitrariedad subjetiva: la contradicción entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción, la contradicción entre las clases explotadoras y las clases explotadas, la contradicción originada por éstas entre la base económica y factores superestructurales como la ideología y la política. Destacaba Mao cómo, inevitablemente, dichas contradicciones conducen hacia diferentes formas de revolución en las diversas sociedades clasistas (Mao, 1967). Finalmente, Trostky (1963: 31), se abocó a desarrollar la tesis de la revolución permanente como el proceso que debe servir para transitar de la revolución democrática a la revolución socialista coordinando, para su éxito, el manejo de las variables internas de la misma con las de la coyuntura internacional. El socialismo, decía Trostky, no puede construirse en solo país, aislado; si la clase de los proletarios es internacional, lo es también la burguesía, por lo cual los revolucionarios y revolucionarias de todos los países deben coordinar sus luchas para emanciparse de la opresión capitalista. El Socialismo del siglo XXI y la diversidad sociocultural latinoamericana América Latina es un vasta civilización donde coexisten una gran variedad de pueblos formados a partir de tres grandes procesos civilizadores originarios: el Andino de la costa pacífica y el de la región atlántica de Suramérica, el Antillano Caribeño y el Centroamericano-Norteamericano (Sanoja, 2006, 404 2009), los cuales fueron forzados a integrarse de distintas maneras en la formación clasista-capitalista impuesta por la colonización europea. El pueblo de Venezuela, al igual que otros de América Latina luego de la independencia del Imperio Español en las primeras décadas del siglo XIX, fue asolado por dictaduras militares o civiles como las de la IV República, que nos fueron impuestas tanto por el Imperio Europeo como el de Estados Unidos para proteger su hegemonía sobre nuestros pueblos. A la variedad sociocultural histórica originaria se añadieron las deformaciones ideológicas inducidas en nuestras sociedades por la dominación neocolonial, fruto de las cuales son los sectores apátridas de las clases medias y de la grandes burguesías, así como de los sectores alienados de las clases populares latinoamericanas, convertidos en verdugos y agentes de la esclavización y la explotación de sus propios connacionales. Ello ha dado nacimiento a diversos procesos de desarrollo socialista que tratan de definir sus propias teorías, métodos y prácticas para lograr sus metas nacionales. De acuerdo a la tesis del socialismo científico de Marx y Engels expresada en el Manifiesto Comunista (Marx y Engels, 2007: 23, 48-49), el surgimiento del socialismo y finalmente de la fase utópica del desarrollo social, el comunismo, debería producirse en aquellas sociedades que alcanzaran (para la época) el desarrollo máximo de las fuerzas productivas del sistema capitalista. Como hemos discutido en nuestra última obra todavía inédita (Sanoja, 2010), según el paradigma de la civilización occidental capitalismo sería la fase final del proceso civilizador de la sociedad europea, proceso que habría comenzando a inicios de la Edad del Bronce hacia 3000 años a.C., alcanzando 405 su mayor nivel de complejidad socioeconómica hacia finales del siglo XX e inicios del siglo XXI con el neoliberalismo y la globalización.En el Manifiesto Marx y Engels si bien reconocen que el capitalismo será la fase de mayor desarrollo de las fuerzas productivas, plantean que las contradicciones que surgirán en su seno generarán –dialecticamente- su propia destrucción a manos del proletariado organizado(y de los pueblos explotados), dando paso finalmente al surgimiento de la sociedad comunista. En aquel largo proceso de la historia europea, la formación y consolidación de la metalurgia para la fabricación de bienes suntuarios y de las redes de comercio a larga distancia para su distribución y consumo –sobre la cuales se sustentó posteriormente el capitalismo- ocurrió antes de la aparición del Estado, a diferencia de la mayoría de las sociedades clasistas iniciales, conocidas como modo de producción asiático, donde el Estado se asume como la fase formativa de las sociedades complejas (Sanoja, 2010 ms. en prensa) La expansión e imposición forzada del sistema capitalista sobre los pueblos originarios y sus culturas de Nuestra América, como ya hemos dicho, se produjo a partir del siglo XVI con la conquista y la colonización europea. Gracias a la expoliación de nuestras riquezas y a la apropiación del plustrabajo, extraídos a la fuerza por los conquistadores de nuestros pueblos originarios, fue posible que las naciones europeas iniciasen el proceso de acumulación que les permitió trascender el antiguo capitalismo mercantil y acceder al capitalismo industrial, a la revolución industrial y la modernidad hacia finales del siglo XVIII. Como contraparte, dicho proceso de acumulación indujo en nuestros pueblos de América Latina la pobreza, el atraso y la injusticia social, lacras cuya eliminación es la meta de las revoluciones socialistas latinoamericanas. Éstas han surgido y continúan 406 surgiendo, no como consecuencia del desarrollo capitalista sino, por el contrario, de la pobreza, el atraso y la injusticia social, que nos dejó como herencia la dominación colonial europea y luego la neocolonial impuesta a nuestros pueblos por el gobierno de Estados Unidos. Por las razones ya expresadas, el socialismo venezolano latinoamericano del siglo XXI, y el venezolano en particular, debe tener como fundamento necesario el antiimperialismo. Debe sustentarse en la propiedad social de los principales medios de producción, única manera de defender nuestra soberanía de la voracidad de las transnacionales. La plusvalía producida por dichos medios socializados debe invertirse en el desarrollo de las fuerzas productivas de la sociedad, particularmente en el impulso de los contenidos humanísticos de la solidaridad y la participación social. Esta última, que constituye la meta explicita de muchos de los actuales los gobiernos suramericanos y caribeños, podría ser la base para que dichos pueblos lleguen finalmente a alcanzar un nivel calidad de vida que pueda considerarse como basamento para la construcción de los diversos proyectos socialistas. La utopía concreta socialista establecida por Marx, nos dice Ludovico Silva (1982: 203), fue construida con base a la crítica de la realidad capitalista. En nuestro caso particular, tal como hemos expuesto en la primera parte de esta obra, el proyecto socialista debe ser igualmente resultado de la crítica, no debe partir solamente de la realidad capitalista, sino también de la precapitalista cuyos procesos han determinado la formación de la nación venezolana y de los proyectos revolucionarios latinoamericanos del siglo XX y del siglo XXI. 407 Un Modo de Vida Socialista venezolano La conciencia política y cultural de un pueblo es producto de la construcción social que hacen los colectivos de su papel y de su lugar en el devenir de la historia nacional, regional y mundial, por lo que su grado de concreción depende de la calidad de su experiencia colectiva de vida. Gracias a la participación de los colectivos sociales venezolanos en el intenso período más reciente de luchas sociales y debates ideológicos, se ha comenzado a producir en ellos un importante proceso de maduración ideológica en el breve lapso transcurrido desde la elección del Presidente Hugo Chávez en 1998 hasta su contundente reelección en 2006 para un segundo período presidencial. Como resultado del mismo, la mayoría del pueblo venezolano aprendió a razonar sus opciones políticas en el corto, el mediano y el largo plazo: ningún venezolano o venezolana puede pretender hoy día que participa ingenua y desinteresadamente en los procesos sociales que mueven la realidad nacional, síntoma sin duda de haber alcanzado un importante nivel de conciencia social y política. La necesidad histórica de construir una sociedad socialista en Venezuela, así como también en otros países de Suramérica, se fundamenta en la conciencia política que han adquirido la mayoría de nuestros pueblos sobre un hecho que es incontrovertible: mientras el socialismo tiene como meta lograr el desarrollo pleno de los hombres y mujeres como seres sociales, el capitalismo, particularmente en su presente fase neoliberal, persigue un objetivo contrario; al privilegiar la preeminencia del capital sobre el trabajo, degrada el medio ambiente y las condiciones materiales del trabajo humano, provocando 408 igualmente la devaluación de las condiciones culturales y sociales de los pueblos. El capitalismo neoliberal –por esas razones- ha dejado de ser un medio de desarrollo de las fuerzas productivas para convertirse un gigantesco freno al desarrollo económico y social de los pueblos (Vargas Arenas, 1999). Las estructuras institucionales y las prácticas actuales del gobierno bolivariano y de la mayoría de la población pueden ser consideradas hoy día como protosocialistas (Vargas Arenas, 2007). Como señalara, entre otros, Lenin, el socialismo es una fase histórica de transición en el proceso de desarrollo de los pueblos caracterizada por la planificación, el desarrollo orgánico de las fuerzas productivas, la información sobre todas las necesidades de la sociedad sistemáticamente investigadas y divulgadas, la satisfacción de las necesidades colectivas elevada al rango de objetivo esencial de la gestión pública, la administración de las cosas al servicio de todo el pueblo, la desaparición o reducción en intensidad de los antagonismos de clase y de la injusticia social (Sanoja, 2008: 53). Bajo el socialismo, como se plasmó en la propuesta de reforma constitucional presentada por el Presidente Hugo Chávez en Septiembre de 2007, es posible y necesario orientar la voluntad social hacia la construcción de una democracia participativa donde, sin aplastar y eliminar totalmente la conciencia política privada, domine la conciencia pública y colectiva, la conciencia de los ciudadanos y ciudadanas integrados en colectivos que reflejen la voluntad trasformadora del pueblo. En este sentido, la democracia socialista es diferente a la democracia burguesa la cual fundamenta su existencia en la desigualdad social, que trata no con colectivos sociales sino con individuos aislados, explotados por las leyes del mercado controladas por una minoría de capitalistas. 409 ¿Hacia dónde va nuestro socialismo del siglo XXI? Hacia una sociedad donde todos los hombres y las mujeres alcancen la plena conciencia social que los conduzca a la libertad de realizar el potencial de sus vidas. La construcción de un modo de vida socialista en el siglo XXI en Venezuela, si bien se apoya en la teoría sustantiva formulada por los clásicos del marxismo, es un proceso novedoso; debe ser crítico y reflexivo pues debe dar respuesta a las condiciones socio-históricas de una sociedad concreta. La elaboración de una teoría particular y una práctica sobre ese socialismo deben, en nuestra opinión, asumir como un requisito teórico necesario conocer y estudiar la historia social de Venezuela, las experiencias de vida de los colectivos humanos en el pasado y en el presente. El socialismo del siglo XXI –como hemos expuesto- no alude solamente a la transformación de los procesos económicos de producción, distribución, cambio y consumo de bienes, servicios y mercancías que han caracterizado a la Formación Social Clasista Nacional venezolana hasta ahora, sino también y principalmente a la creación de nuevas formas de organización de las relaciones sociales de producción para que nuestra sociedad sea capaz de culminar y mantener dichos procesos de transformación. Existen, como han expuesto varios autores y autoras, diversas percepciones sobre las formas que adopta actualmente la construcción del socialismo venezolano del siglo XXI. Varias de ellas (Hernández, 2006), consideran que la presente fase del proceso revolucionario venezolano equivaldría a una revolución de liberación nacional en tránsito hacia el socialismo (Sanoja, 2008). En nuestro concepto personal, esta fase histórica de la construcción de un modo de vida socialista venezolano si bien tiene como condición necesaria 410 la liberación nacional, se caracteriza principalmente por los cambios que se están produciendo en las relaciones sociales de producción: en la organización de colectivos sociales del poder popular, ejemplo de lo cual son los Consejos Comunales que se deberían estructurar en un futuro asociados con las diversas misiones sociales ya existentes (Sanoja 2008: 145-149, Harnecker:2008). Para darle coherencia a la propuesta de construcción de un socialismo del siglo XXI en Venezuela, es imperativo trascender la fase de liberación nacional; lo contrario nos estancaría en el limbo del Capitalismo de Estado. Para lograr dicho fin será necesario promover la asociación estructural de las diversas Misiones Sociales con los Consejos Comunales (que formarían las bases del nuevo Estado socialista venezolano) al rango de política de Estado. Ello sería esencial para crear una sociedad socialista centrada en el autogobierno, estructurada con base al poder popular manifestado en los consejos comunales organizados como redes transversales de ese poder, como clase revolucionaria, bajo nuevas relaciones sociales de producción, las cuales consoliden la integración de las formas de propiedad social, cooperativa o colectiva junto con la personal, la privada y la mixta, tal como se planteaba en la propuesta de reforma constitucional de 2007. Ello permitiría trascender el trabajo asalariado, creando una nueva cultura laboral basada en un modo de trabajo signado por la solidaridad comunal, lo cual contribuiría a impedir que la propiedad privada y la personal se consoliden separadamente como propiedad burguesa, es decir, como instrumento de clase para la explotación de otros hombres y mujeres (Sanoja 2008:117-154). Para ello es necesario fomentar el mayor idealismo en interés de la colectividad, el espíritu de iniciativa de un verdadero civismo que fórman la base moral del socialismo, 411 así el embrutecimiento, el egoísmo y la corrupción son los fundamentos del capitalismo (Luxemburgo 2006:116). En otras sociedades, como fue el caso –por ejemplo- de algunas africanas, la Argentina de Perón y la chilena de Allende, la revolución social sólo pudo llegar hasta la fase de liberación nacional creando un importante desarrollo de las fuerzas productivas, pero sin que existiese transformación de las relaciones sociales de producción, sin que mediase la destrucción del poder de la oligarquía y de la influencia omnipresente del Imperio. Ello condujo, en el corto plazo, a la destrucción de dichas revoluciones o al estancamiento de las mismas en simples capitalismos de Estado que fueron desmantelados por la privatización neoliberal. Un socialismo venezolano del siglo XXI –en nuestra opinión- debe partir de una concepción humanista, democrática y solidaria de la vida social, donde el logro de la realización plena de hombres y mujeres constituya el valor social más importante. Para lograr estos objetivos es fundamental que dichos colectivos sociales alcancen un nivel de conciencia social y política que legitime los cambios estructurales que están produciendo, y una praxis para que la Revolución Bolivariana sea efectivamente revolucionaria y detenga la inercia ideológica existente en parte de nuestra población, que arrastra a los individuos hacia el consumismo, el egoísmo y el individualismo. FIN 412 BIBLIOGRAFIA CITADA A Aburto B., Laryssa. 1998. La presencia de la porcelana inglesa del siglo XIX en el registro arqueológico caraqueño. Tésis de Grado en Antropología. (ms.) Biblioteca de la Escuela de Antropología. Facultad de Ciencia Económicas y Sociales. U.C.V. Acosta Saignes, M. 1954. 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