Historia Socio-cultural de la Economía Venezolana

Historia Socio-cultural de la Economía Venezolana:
14.500 años anp-2010.
Mario Sanoja Obediente
EDICION BICENTENARIA.
BANCO CENTRAL DE VENEZUELA
16-07-2010
1
ÍNDICE PROVISIONAL
PARTE I
Las Sociedades Precapitalistas Venezolanas
Introducción
2
Cap.1: La economía política de las sociedades precapitalistas
8
Cap.2: Formaciones económico-sociales precapitalistas
13
Cap.3: El modo de producción y los modos de vida apropiadores
24
Cap.4: La base material de la Formación productora de alimentos o tribal
39
Cap.5: La Formacion económico social productora o Tribal
54
Cap.6: El concepto de acumulación simple en las sociedades precapitalistas
62
Cap.7: Fases históricas de la acumulación simple en el noroeste de Venezuela
76
2
PARTE II
Formacion Social Clasista
Cap.8: La expansión del capitalismo desde Europa Occidental
82
Cap.9: Fases iniciales de la formación social clasista (siglosXVI-XVIII).
96
Cap.10: La Acumulacion Originaria de capital mercantil
102
Cap-11: Formación de la propiedad territorial agraria
112
Cap.12: Submodos de los modos de vida coloniales venezolanos
121
Cap.13: Submodo de vida 1: Caracas, lugar central del mercado colonial
128
Cap.14: Submodo de vida 3: la Provincia y la ciudad de Maracaibo
146
Cap.15: Submodo de vida 4: la acumulación orginaria de capital en Guayana
158
PARTE III: La Formación Economico Social Clasista Nacional
Cap.16: Colonialidad del poder, modos de vida y estilos de consumo
165
Cap.17: Las reformas liberales de Carlos III: detonante del movimiento
de emancipación
182
Cap.18: La economía venezolana durante la Guerra de Independencia
195
Cap.19: El modo de vida nacional monoproductor agroexportador: 1830-1935
206
Cap.20: Estilo de vida consumista de la burgues nacional venezolana. Siglo
XX
218
3
Cap.21: El modo de vida nacional petrolero (rentista)
228
Cap.22: La cultura como instrumento de dominación política
244
Cap.23: El régimen neocolonial de la IV República
255
PARTE IV: La Revolución Bolivariana
Cap.24: La construcción de un modo de vida socialista venezolano
262
Cap.25: El modo de vida socialista y la diversidad cultural
273
Bibliografia citada
281
Advertencia:
Sobre las abreviaturas en cronología de la parte I:
ANE= antes de nuestra era, equivalente a “antes de Cristo”
ANP= antes de nuestro presente (para el caso actual: año 2010)
4
AGRADECIMIENTOS
La presente resume parte de casi medio siglo de investigaciones científicas,
proyecto de vida realizado en común con mi compañera Iraida Vargas-Arenas.
Dentro de la división social del trabajo que desarrollamos en dicho proyecto,
Iraida profundizo, aparte de la arqueología, en las investigaciones sobre la
filosofía del materialismo histórico, la filosofía la ciencia y la filosofía de la
historia, trabajando con maestros como el mexicano Eli de Gortari. Con base a
esa experiencia, Iraida formuló en 1990 el esquema cuatricategorial de
Formación Economico Social, Modo de Producción, Modo de Vida y Modo
de Trabajo para el análisis de la realidad social que utilizamos en esta obra.
Ello la condujo finalmente hacia el estudio de problemas contemporáneos
como la formación de la sociedad de clases en Venezuela, el papel de la
mujer y el género, de la educación y la ciencia en dicho proceso. Toda esa
experiencia, su crítica y sus sugerencias, fueron determinantes en la redacción
final de esta obra de la cual creo, sinceramente, ha sido coautora. Debo
agradecer también a otra excepcional mujer y amiga, Valentina Alvarez Fabro,
Premio Nacional del Diseño, quien me ayudo gentilmente a darle un formato
amigable a este texto. Los investigadores científicos antiguos formados en la
mecánica simple de las maquinas de escribir, no somos generalmente versados
en la magia de las computadoras y mucho menos en las honduras del diseño
gráfico. Quiero expresar eterna admiración a las mujeres y hombres de mi
pueblo venezolano, parte de cuya larga y valerosa historia social me ha tocado
investigar y poner en letra.
MSO. Mayo 2010.
5
INTRODUCCIÓN
En Venezuela, el tiempo histórico de la liberación nacional y la
descolonización que se inicia con la Revolución Bolivaria, ya ha producido
profundos cambios en la cultura y en los habitos literaria de la sociedad
venezolana. La mayoría de los venezolanos (as), particularmente aquellos que
estuvieron sempiternamente excluidos del disfrute de los bienes culturales, de
la educación y de esas maravillosas herramientas del conocimiento que son la
lectura y la escritura, en los diez primeros años de Revolución Bolivariana se
han volcádo ávidamente a leer textos que -según la consideración de las viejas
políticas editoriales de la IV República- sólo interesaban a la elite intelectual
venezolana: historia, filosofía, marxismo, economía, ciencia política,
sociología, antropología, novelas, poesía, etc. Ello nos crea a los intelectuales
venezolanos
comprometidos
con
este
proceso
revolucionario
la
responsabilidad de responder a ese reto, escribiendo textos que estimulen la
reflexión sobre la realidad venezolana los cuales combinen la seriedad
académica con el estilo sencillo y amable que requieren los libros de difusión
masificada.
La producción de libros que tratan de estos temas por parte de editoriales
como Monte Ávila, El Perro y la Rana y las editoriales sectoriales de otros
ministerios e instituciones gubernamentales como el Banco Central de
Venezuela, suman millones de ejemplares distribuidos de manera gratuita o a
precios solidarios, los cuales hallan su camino hacia los consejos comunales,
los consejos obreros, las empresas de producción socialista, los maestro(a)s,
6
los soldado(a)s y los miliciano(a)s de la Fuerza Armada Bolivariana, los
obrero(a)s, campesino(a)s, los trabajadore(a)s, los bolivariano(a)s de la clase
media y media alta.
Por esas razones, quienes hasta 1998 nos concentrábamos en investigar para
producir libros académicos que sólo circulaban en un reducido ámbito
intelectual, descubrimos desde entonces la importancia de comunicar a los
camaradas de a pie nuestras experiencias y conocimientos adquiridos en la
academia, escribiendo libros y artículos que contribuyan a formar conciencia
política y conciencia histórica. Ello supone incursionar, como ya dijimos, en
otro estilo literario en otra manera de orientar el discurso, vinculando la
narrativa a lo cotidiano. Cuando nos referimos a lo cotidiano no aludimos a lo
superficial e intrascendente: los contenidos de la vida cotidiana, por el
contrario, son la concreción de la gran historia en una escala visible y
comprensible para las personas.
Animados por todas estas razones, escribimos una historia social de la
economía venezolana, donde tratamos de establecer las características de las
diversas formaciones y
modos de producción que conformaron la sociedad
venezolana desde los orígenes del poblamiento venezolano, hace 14.500 años
hasta el 1498, fecha en la cual se inició la invasión colonialista europea que
introdujo el capitalismo en América y en nuestro país en particular, dando
origen a la formación colonial
y neocolonial venezolana y su modo de
producción rentista y monoproductor. Ello implica reconocer, como
exponemosen esta obra, que la conducta económica y política no es solo
característica de las sociedades capitalistas sino también, de otra manera, de
las sociedades precapitalistas como las que habitaban el territorio venezolano
antes del siglo XVI.
7
El 5 de Julio de 1811, fecha de la declaración formal de nuestra primera
independencia política y administrativa, significó la ruptura con la forma del
tiempo histórico colonial español, el nacimiento de la 1 y la 2da. República y
la incorporación de Venezuela al efímero proyecto político de la Gran
Colombia. Al disgregarse ésta, a partir de 1830 se inició la III República, y
comenzó a gestarse el marco ideológico liberal y positivista de la nueva fase
histórica de la formación republicana y su modo de producción colonial,
rentista monoproductor y agroexportador, que persistió como dominante hasta
inicios del siglo XX. A partir de allí en adelante, se produjo una ruptura
definitiva con el antiguo modo de vida colonial, rentista monoproductor y
agroexportador, suplantado hasta finales del siglo XX por un nuevo modo de
vida neocolonial, nacional petrolero, con el cual la antigua monoproducción
agropecuaria se articula –por ahora- como un proceso de trabajo.
Los historiadores (as) oficiales de la III y la IV República, trataron de ocultar,
minimizar y restar relevancia a la importancia central que tuvo el aporte tanto
de nuestras sociedades originarias como de los esclavos (as) africanos para la
formación de la nación venezolana. Cuando hablamos de esclavos (as)
africanos no aludimos solamente a los venezolanos fenotípicamente negros,
sino también a la enorme mayoría de la población venezolana (el 80%) que
somos mulatos y zambos que hemos sido y seguimos siendo todavía,
explotados por la burguesía capitalista. Partiendo de esta premisa, trataremos
en esta obra
sociales
y
de analizar las líneas generales de los procesos culturales,
económicos,
de
rebelión
popular,
que
causaron
las
transformaciones históricas a partir de la cuales se genera finalmente una
ideología y un imaginario colectivo, la llamada cultura del petróleo o modo de
vida nacional petrolero, el cual permite la reproducción de una nueva fase del
8
modo de producción
rentista y mono-productor
que ha legitimado y
reforzado el carácter dependiente, desnacionalizado y consumista que
caracteriza en la actualidad la formación nacional venezolana.
Los procesos que serán analizados en esta obra: la cultura, la sociedad, la
producción y la economía, la política y el poblamiento territorial, -en el
pasado y en el presente- serán considerados en términos de procesos de
producción social de la nación venezolana, en cada uno de los momentos
formativos de su compleja realidad sociohistorica. Intentamos en la misma,
como ya dijimos, mostrar los procesos sociohistóricos que han motivado el
desarrollo de la sociedad venezolana desde los inicios de la vida social
organizada en nuestro territorio hace 15.000 años ANP, a objeto de mostrar la
dialéctica que sustenta y anima su continuidad histórica.
Es importante resaltar que fue gracias a la adopción de la tecnología y las
formas productivas originarias, así como a la confiscación, explotación y
utilización de la experiencia creativa de la fuerza laboral indígena como fue
posible la estabilización del sistema colonial hispano, creando una síntesis
cultural indohispana que luego se enriqueció con el aporte étnico, cultural y
laboral de los esclavos y esclavas african@s. La sociedad mestiza que resultó
de esa simbiosis histórica estuvo sometida desde los inicios del siglo XVI a
una clase dominante, étnicamente blanca europea o criolla mestiza, que en
sucesivas encarnaciones gobernó a Venezuela hasta 1998. Esa burguesía ha
estado integrada básicamente por comerciantes autistas que solo han pensado
en gobernar nuestra patria- de manera egoísta- para su beneficio personal,
ajenos a la terrible tragedia de vida que vivió la mayoría de nuestro pueblo
hasta 1998. Si hay que buscar un culpable de nuestro atraso y nuestra
dependencia colonial, lo encontraremos en esa clase de mercaderes sin patria
9
que no supo o no quiso-cuando tuvo la oportunidad y los medios- crear una
patria soberana para beneficio de todos los venezolanos.
Como contrafigura de esa burguesía apátrida, encontramos un sujeto histórico
revolucionario integrado mayoritariamente por negros, mulatos, zambos,
indios, blancos y criollos -tanto pobres como de la clase media y hasta de la
alta burguesía- que desde mediados del siglo XVIII asumió la lucha contra la
oligarquía venezolana. Tuvieron que pasar mas de dos siglos para que ese
sujeto llegara a organizarse como la fuerza social y política que finalmente
logró tomar el poder luego de la rebelión o “caracazo” de 1989 que precedió a
la rebelion cívico-militar del 4 de Febrero de 1998 y finalmente a la elección
popular de uno de los nuestros, Hugo Chavez Frías, como Presidente de
Venezuela y uno de los lideres mundiales del proceso mundial de la
descolonización antiimperialista. Hoy día tenemos que referirnos a ese sujeto
histórico y a su lider, no solamente como el detonante de profundos procesos
de cambio social en Venezuela, sino a nivel regional y mundial, haciendo
realidad el mundo que profetizó en el siglo XIX ese arquitecto de sueños que
se llamó Simón Bolivar, El Libertador.
Los libros de historia escritos hasta el presente sobre la sociedad venezolana,
se han limitado bien a describir eventos y procesos o a hacer la crítica de la
“burguesía capitalista” venezolana si es que ha existido algo que
verdaderamente se pueda llamar de esa manera. A partir de 1998 es necesario
comenzar a pensar en la transición hacia una nueva etapa que unos
historiadores eclecticos llaman postcapitalista y otros llamamos socialista. El
concepto de postcapitalismo tiene muchas lecturas; una podría significar el
anti-imperialismo y el anticolonialismo, procesos que se generan en los países
periféricos al viejo núcleo capitalista desarrollado,
10
hoy en proceso de
descontrucción, que animan las situaciones revolucionarias que sacuden a
Suramérica y El Caribe.
El socialismo en Nuestramerica, debido a la presencia siempre ominosa de las
transnacionales estadounidenses, que no del pueblo de los Estados Unidos,
tiene que ser necesariamente anti imperialista y anticapitalista o no será nada.
Algunos gobiernos de nuestra región intentan ser antiimperialistas, pero
coqueteando con el capitalismo, siguiendo las líneas del antiguo socialismo
neoliberal europeo -que esta entrado en su crisis existencial final- haciendo
caso omiso de lo que ya lo dijo hace miles de años el Maestro Jesús: no se
puede servir a dos señores a la vez.
Nosotros nos hemos atrevido a reflexionar en esta obra, sobre el proceso de
transición hacia el socialismo venezolano, como expresión particular de la
diversidad cultural e histórica de los pueblos. El Presidente Hugo Chávez, de
manera valiente y decidida, ya ha comenzado a diseñar el proceso para
construir las bases concretas de nuestro socialismo. A nosotros nos
corresponde –en la medida de nuestras limitaciones- interpretar ese
pensamiento a la luz de la experiencia histórica del pueblo venezolano y
transformarlo en conocimiento que pueda ser discutido y criticado por los
lectores tanto del público general como del académico.
Para armar este relato histórico nos hemos inspirado particularmente en el
pensamiento de quienes fueron nuestros maestros, camaradas y amigos: el
gran humanista venezolano del siglo XX Miguel Acosta Saignes, el
extraordinario historiador de la sociedad venezolana que fue Federico Brito
Figueroa, el valioso antropólogo, líder sindical y luchador social Rodolfo
Quintero y al acucioso historiador de la economía colonial venezolana,
Eduardo Arcila Farías, a quienes con toda humildad dedicamos la presente
11
obra. Hemos acudido también a la extraordinaria obra del nuestro gran amigo,
el
extraordinario
geógrafo
venezolano
Pedro
Cunill-Grau,
cuya
sistematización de la geohistoria venezolana del siglo XIX es esencial para
comprender los fundamentos sociales del Estado nacional venezolano, así
como a los escritos y propuestas originarias del maestro Domingo Federico
Maza Zavala sobre los procesos económicos venezolanos hasta la década de
los años noventa del siglo pasado. Igualmente nos consideramos seguidores
del pensamiento materialista histórico de Fernand Braudel, cuya obra nos
ilumina sobre los conceptos y la metodología para el estudio, tanto de los
orígenes históricos, como del desarrollo del sistema capitalista mundial.
Nos reafirmamos en la obra densa y monumental de Brito Figueroa, “Historia
Económica y Social de Venezuela” expresando, como ya expusimos, la
necesidad de incorporar en el análisis socio-histórico de la nación venezolana
los milenios de vida social organizada que antecedieron la invasión europea en
el siglo XVI, considerando que en la historia de la nación no hay rupturas sino
que se trata de un proceso continuo, ya que al mismo tiempo “…nuestro
interés no es el fenoménico económico en particular, ni el demográfico en
especial, ni las formas de organización social como problema específico, sino
las líneas de desarrollo de estos tres fenómenos en cuanto coexisten en un
espacio y tiempo y contribuye a configurar la fisonomía Venezuela desde los
siglos coloniales hasta las décadas del neocolonialismo, tratando de relevar
lo típico y lo peculiar de la dinámica de esos fenómenos en cada uno de los
períodos señalados, que es uno de los fines de la ciencia histórica y no de
ninguna de las llamadas ciencias sociales especiales…” (Brito Figueroa 1986
II: 354).
12
PARTE I
LAS SOCIEDADES PRECAPITALISTAS VENEZOLANAS
13
CAPÍTULO 1
La economía política de las sociedades pre- capitalistas
Incluir en una historia socio-cultural de la economía venezolana la historia de
los pueblos originarios que comenzaron a hacer vida social organizada hace
14.500 años a.n.p., requiere una introducción particular. Los intelectuales que
representan
la historigrafía oficial
tanto de la IIIra como de la IVta
República, plantearon como un dogma oficial que la nación venezolana había
comenzado a conformarse a partir del siglo XVI, gracias a la acción
civilizadora de España. Los indios y negros eran –según dicha historiografíauna especie de arcilla dúctil e inerme que había tomado forma en el molde de
la civilización occidental representada en este caso por la España Imperial
(Vargas Arenas, 1995).
El enfoque materialista de la dialéctica de la sociedad venezolana hecho por
nuestros maestros y sus seguidores, marxistas u otros, ha mantenido y
explicado el carácter integral de la historia de nuestro pueblo, poniendo
siempre el énfasis en la estructura económica como factor general
determinante de su transformación histórica. En el caso de las sociedades
precapitalistas hemos sostenido que la estructura economíca esta determinada,
por las relaciones sociales de producción, por calidad de las relaciones
interpersonales, por la manera como los hombres y mujeres se asocian para
producir, es lo que califica la naturaleza de la estructura económica (Sanoja y
Vargas Arenas, 1992, 1995,1999; Sanoja 1997, Vargas Arenas, 1990; Salazar
2003, Gil 2003, Vargas Arenas, et alíi 1997).
14
La cooperación, la reciprocidad y la solidaridad, que son formas de asociación
para el logro de un objetivo común, implican necesariamente determinadas
formas de
producir, distribuir y consumir lo producido de una manera
suficientemente equitativa como para justificar que se mantengan las
relaciones de cooperación o asociación, o lo suficientemente remunerativa
como para preferirla a la acción del individuo aislado (Sanoja y Vargas
Arenas, 1995: 21-22).
Hasta
recientemente, el estudio de las sociedades consideradas como
“tecnológica y económicamente atrasadas”, carentes de trabajo asalariado, con
una estructura clasista simple y un bajo nivel de complejidad política,
ubicadas generalmente en la periferia de los gobiernos y los mercados
nacionales había sido visualizado mayormente como el campo de estudio de la
antropología, en tanto que el estudio de la economía se ocupaba
exclusivamente de las sociedades modernas que viven bajo un régimen de
mercado sometido a la oferta y la demanda.
Para fundamentar ese razonamiento lógico, los indígenas y afrodescendientes
así como los inmigrantes pobres de otras naciones latinoamericanas fueron
convertidos en los culpables de nuestro atraso histórico, profundizando
correlativamente la influencia de la ideología patriarcal para que las mujeres
siguiesen recluidas al ámbito privado y excluidas de la vida pública. y se
cumpliese la meta de crear un Estado nacional homogéneo eliminando los
factores de la diversidad (Vargas Arenas, 2008: 199; prólogo Briceño
Iragorry).
El desarrollo contemporáneo de los movimientos sociales revolucionarios, por
el contrario, ha convertido esas sociedades marginales o marginadas,
supuestamente atrasadas, que existen en América Latina, en Asia y en África, ,
15
en verdaderos sujetos revolucionarios surgidos de la diversidad social y
cultural, capaces de poner en jaque a las sociedades imperiales más poderosas
como es el caso de muchos paises de aquellos continentes que se hallan
confrontados con Estados Unidos y la Comunidad Europea (Sanoja 2010). En
el caso particular de Venezuela, las sociedades originarias, las comunidades
coloniales negrovenezolanas, mulatas, zambas y las clases populares en
general, fueron excluidas por la historia oficial como factores causales de
nuestra historia, representándolas como congeladas en una serie de períodos
históricos autocontenidos, más o menos inconexos tales como pre-colombino,
colonial, republicano y moderno (Vargas-Arenas 1995: 48-49).
Por esta
razón, se ha hecho importante para la estrategia revolucionaria, tanto el
estudio histórico integral de las sociedades precapitalistas como la
investigación social y económica de las sociedades de estructura comunal
indígenas, campesinas o barriales urbanas modernas que existen en el seno de
la capitalista.
Para hacer un análisis de la economía política venezolana siguiendo la línea
esbozada, es necesario vincularlo con la historia aquellas sociedades precapitalistas, excluidas hasta ahora de los análisis causales procesales. A la luz
de esta nueva visión que proponemos de los procesos de cambio social en la
economía venezolana aquéllas, lejos de constituir una reliquia pasan a ser
consideradas un factor causal de la dialéctica de dicho cambio, creando un
nuevo paradigma donde la historia de la nación venezolana es vista como el
resultado de un proceso continuo, animado por el movimiento dialéctico.
La economía política existe porque hay hombres y mujeres viviendo y
produciendo en sociedad. Esta premisa es válida para hacer un análisis de la
conducta económica de dicha sociedad en un momento determinado de la
16
historia de un país. Para investigar la causalidad de su estructura, la lógica de
su funcionamiento y su desarrollo histórico, se necesita estudiar la acción
combinada de los diversos factores causales que conforman su modo de
producción, particularmente el nivel de desarrollo de las fuerzas productivas y
la naturaleza de las relaciones sociales de producción, donde se asienta y se
expresa la infraestructura de la sociedad.
El Modo de Producción -según Godelier- puede definirse como una
combinación de las fuerzas productivas y de las relaciones sociales de
producción específicas que determinan la estructura y la forma del proceso de
producción y de la circulación de los bienes materiales en el seno de una
sociedad determinada, al cual corresponden en una relación de compatibilidad
y de causalidad estructural, diversas formas concretas de relaciones políticas,
ideológicas, etc. analizadas en su articulación específica (Godelier.1976: 283).
Por las razones expuestas hemos considerado necesario para estudiar la
historia social de la economía venezolana, establecer la estructura de los
modos de producción precapitalistas venezolanos, ya que de otra manera no
entenderíamos el carácter sincrético indohispano que tuvo el modo de
producción colonial venezolano hasta el siglo XVIII. La economía colonial de
subsistencia se fundamentó en la adopción y conservación de las formas
productivas agrarias de policultivo desarrolladas por las sociedades
originarias, caracterizadas por la combinación de varios cultivos que eran
cultivados en simultaneidad en un mismo conúco, tal como el complejo
calabaza-(auyama), maíz, yuca, frijol, ñame, batata, etc-, y frutos de
maduración corta como la papaya. La monoproducción agrícola se introduce
con la Colonia particularmente en relación al desarrollo de cultivos
comerciales tales como la caña de azúcar, café, cacao y tabaco), práctica que
17
se prolongó todo el siglo XIX hasta 1930, cuando surge la monoproducción
petrolera como proceso de trabajo dominante del modo de producción en su
fase neocolonial.
La economía política y la antropología social
Nuestro interés, como ya hemos expuesto, es desarrollar el tema de la historia
nacional como un proceso continuo, sin rupturas, incluyendo en el análisis los
14.500 años de vida social organizada de las sociedades originarias
venezolanas y la influencia de sus contenidos en la configuración de la
sociedad venezolana entre los siglos XVI y XVII. Por esta razón, nuestra toma
de posición teórica tiene que aludir al debate existente entre los antropólogos
(as) e historiadores (as) modernistas formalistas quienes sostienen que los
análisis económicos modernos son aplicables a la economía antigua, y los
llamados primitivistas sustantivistas, quienes niegan la importancia de las
relaciones de mercado, la acumulación orginaria de capitales y el comercio a
larga distancia en el mundo antiguo (Burling, 1976; Polanyi 1976; Kaplan
1976; Godelier 1976; Eden y Kohl, 1993; Frank, 1993: 385).
Como vemos, los estudios antropológicos sobre las sociedades precapitalistas
o no-capitalistas han estado dominados hasta el presente, por una parte, por el
paradigma de la antropología culturalista y de la ecología cultural según el
cual, de forma instrumentalista o mecanicista, la conducta cultural se crea a
través de la relación que la sociedad establece con el ambiente (White,
1949:363-393; 1959:281-302; Vayda, 1969: xi; Rindos, 1984, xiv). Por otro
lado, hallamos también el paradigma de la irreductibilidad, según el cual las
sociedades pre-capitalistas o no capitalistas sólo pueden ser explicadas en sí
mismas. Finalmente, tenemos el marxismo ortodoxo, según el cual las
18
categorías histórico sociales sólo pueden aplicarse a las sociedades
capitalistas.
Como expondremos en los capítulos que siguen, nuestra posición como
antropólogos marxistas (o que pretendemos serlo) se apoya en las categorías
elaborada por Marx y Engels de formación económico-social, modo de
producción, modo de vida y modo de trabajo, cultura, y en los conceptos de
vida cotidiana, espacio y grupo doméstico, espacio y grupo territorial y región
geohistórica propuestos por Vargas Arenas, (1990: 55-80) y Bate (1998: 5676). Como hemos analizado en trabajos precedentes (Sanoja y Vargas Arenas,
2000), existe abundante evidencia publicada sobre la acumulación originaria
tanto de capital expresado en fuerza de trabajo como de capital expresado en
bienes materiales en las sociedades precapitalistas de Nuestra América que
permiten substanciar el debate científico al respecto.
La economía política es la ciencia de las leyes que rigen la producción y el
intercambio de medios materiales de vida en la sociedad human. Las
condiciones en las cuales se producen e intercambian productos los hombres y
mujeres se diferencian de un país a otro, por tanto la economía política no
puede significar lo mismos para todas las épocas ni para todos los países.
Siendo por tanto la economía política una ciencia histórica, los modos de
producción y de distribución tienen validez para todos los períodos históricos
a los que sean comunes dichos modos de producción y con las previas
condiciones históricas de esas sociedades (Engels 1977:151-152A).
Todos los hombres y mujeres en todos los tiempos han participado y
participan en formas de intercambio, tanto de objetos materiales como
inmateriales, tanto de bienes como de servicios. Por esta razón la cultura surge
y se desarrolla en los grupos humanos como consecuencia de su capacidad
19
para simbolizar y para intercambiar así como de la dependencia que tienen los
colectivos humanos tanto de la naturaleza como de sus propios semejantes, lo
cual alude al intercambio con el medio ambiente natural y el social en la
medida que estos le proporcionan los medios para su satisfacción material.
(Firth 1977: 51),
El proceso de interacción entre sociedad y medio ambiente para obtener el
abastecimiento de recursos y bienes materiales con los cuales satisfacer las
necesidades sociales e individuales, está mediado por la diversa calidad de las
relaciones de producción que nos permiten distinguir entre las sociedades precapitalistas y las capitalistas. Las relaciones de producción en las sociedades
pre-capitalistas o no-capitalistas, a su vez están inmersas en una diversidad de
instituciones económicas y no económicas tales como la religión (la ideología)
y el gobierno que median su representación sensible, las cuales pueden ser tan
importantes en un momento determinado como las instituciones monetarias y
la disponibilidad de tecnologías que aligeren el trabajo de la mano de obra.
Las principales pautas de la economía precapitalista o no-capitalista son la
producción, la reciprocidad, la distribución y el intercambio. La reciprocidad
socialmente relevante está basada en formas asimétricas de organización
social: como forma de integración, la reciprocidad se refuerza y consolida
gracias a su capacidad de poder combinar en una misma acción la
redistribución y el intercambio como métodos subordinados. (Polanyi
1976:164).
La tierra y el trabajo se integran en el sistema económico, mediante los lazos
de parentesco (como en la antigua sociedad tribal, o como en el ayllu andino
moderno); en las sociedades de regadío (como en las sociedades clasistas
iniciales) donde la tierra era distribuida y las cosechas apropiadas por el señor
20
o el linaje dominante que tenía como locus de poder el templo o el palacio; en
la sociedad feudal, la tierra y el trabajo se integraban al sistema económico vía
los
lazos de fidelidad que vinculaban al Señor con los siervos. En una
economía pre-capitalista o no capitalista, los productos de la tierra, el trabajo
objetivado y los alimentos se convierten en bienes y servicios libres que se
distribuyen en los mercados, los cual constituyen el locus físico, territorial
donde se produce su intercambio social (Polanyi 1976: 167-168).
La economía pre-capitalista o no capitalista es distinta, como clase, a la del
industrialismo de mercado. La ausencia de tecnología mecánica, de
organización omnímoda del mercado y de moneda para todos los propósitos, y
el hecho de que las transacciones económicas no pueden emprenderse fuera de
la obligación social la hacen diferente a la economía capitalista,
particularmente en cuanto que el individuo, como factor económico, es
personal y no anónimo y mantiene su posición económica en virtud de su
posición social (Firth 1951: 137. 207).
Durante los dos últimos siglos, el liberalismo produjo como tesis general la
existencia de una organización de la subsistencia humana controlada por un
sistema de mercados formadores de precios. En esa medida, el modelo se
prestaba a la aplicación de métodos basados en el significado formal de lo
económico, que podría parecer coincidente con el significado substantivo del
mismo. Sin embargo, para el antropólogo (a) social, el historiador (a) o el
sociólogo (a), el estudio de la economía se enfrenta también a una variedad de
instituciones que no son solamente el mercado, sino también a las células
fundamentales de la sociedad tales como el parentesco y la familia en las
cuales esta incrustada la subsistencia humana.
21
Una de esas instituciones es la conformada por los grupos domésticos o
comunidad doméstica, en los cuales el trabajo familiar no es trabajo alienado
sino que está condicionado por las relaciones de parentesco y de comunidad.
En las sociedades tribales, los grupos domésticos no son reducibles a unidades
de consumo, ya que la mano de obra humana no es superada por la familia ni
empleada en un dominio externo, supeditada a una organización y a una
finalidad extraña. La comunidad doméstica como tal está comprometida con el
proceso económico y en buena parte lo controla. Las relaciones al interior de
las familias comunitarias son relaciones sociales de producción. Tanto los
bienes producidos como las formas de asignación de trabajo, son
estipulaciones domésticas. La producción comunitaria doméstica no es obra de
un grupo autónomo de trabajo, ya que los miembros (as) de las familias
cooperan con individuos de otras
similares y ciertas tareas pueden ser
emprendidas colectivamente a niveles más altos (Sahlins: 1976: 233, 240).
22
CAPÍTULO 2
Formaciones económico-sociales precacapitalistas
Espacios geohistóricos, formaciones socioeconómicas y modos de
producción
El espacio geohistórico venezolano es el punto de inicio de importantes
procesos orográficos que definen y modelan el relieve general de la América
del Sur. Desde humildes serranías en los estados Lara y Falcón, el espinazo
andino se agiganta y
se multiplica en valles serranos y cordilleras que
recorren el litoral pacífico hasta los archipiélagos australes del continente. Las
sabanas, que han sido como el gran corazón de Venezuela,
irrigadas y
enriquecidas por las aguas de la cuenca fluvial del Gran Orinoco, proyectan
sus espacios entre las rocas arcaicas del macizo guayanés y los bloques de
gneises y esquistos de la cordillera andina, continuando a la vera de las
florestas amazónicas y las planicies brasileñas hasta las nacientes del
Amazonas y de allí a las llanuras de Bolivia y Brasil, de Uruguay y Paraguay
hasta las pampas argentinas. Por el este, los viejos suelos guayaneses se
diluyen en los sedimentos amazónicos en una densa trama nutricia de ríos y
caños que alimentan las grandes arterias naturales del Orinoco y el Amazonas,
que desangran en el Atlántico las tierras y los limos del suelo americano.
La centralidad geoestratégica del territorio venezolano dio origen a
concepciones antropológicas que definían a nuestro país como una zona de
paso de influencias culturales, hacia el norte de Sur América, las Antillas y
23
América Central (Kidder, 1944: 3) concepción que ha sido refutada por las
investigaciones posteriores (Sanoja y Vargas Arenas,1999ª: 187-188). Ese
concepto antropológico, denominado Teoría de la H (Dupuy, 1952), fue
manipulado y transmutado en una visión despreciativa de nuestros pueblos y
culturas
originarios, promovida por algunos historiadores (as) oficiales e
intelectuales venezolanos (Sanoja y Vargas Arenas, 1999a: 187-188), como un
intento de enmascarar las mismas raíces del concepto de nación venezolana.
En tal sentido, dichos historiadores (as)
e intelectuales presentan las
condiciones sociohistóricas coloniales creadas por el imperio español a partir
de 1492 como el único antecedente de nuestra formación nacional (Vargas
2010). ¿Es que, como se preguntaba el maestro Miguel Acosta Saignes,
habíamos sido una tierra condenada a las migraciones humanas incesantes,
donde nunca se habían arraigado culturas, tan estéril que nunca en ella se
habían desarrollado sociedades sedentarias estables, que nunca había
madurado aquí ninguna comunidad humana? (Acosta Saignes, 1947)
Las investigaciones arqueológicas de muchos investigadores (as), incluidas
las nuestras, demuestran hoy día que en nuestro territorio, al igual que en el
resto de
América, existieron sociedades aborígenes milenarias que
transformaron los diversos ambientes y crearon, a través del trabajo social, las
herramientas para dominarlos, las cuales,
mediante sostenidos esfuerzos
colectivos, formaron las diversas regiones geohistóricas que componen la
totalidad histórica que es la naciòn venezolana.
El territorio que hoy constituye la base física de la nación venezolana fue
colonizado por los grupos humanos originarios que entraron a Suramérica
hace quizás unos 28-000 años ANE. Durante los milenios finales del período
Pleistoceno, entre 14.000 y 10.000 años antes de nuestra era, las condiciones
24
climáticas que imperaban en el actual territorio venezolano eran muy
diferentes a las de hoy día, hecho que influyó grandemente en la vida y las
culturas de las antiguas poblaciones venezolanas. El Modo de Producción de
esas primeras poblaciones estuvo determinado por las cambiantes e inestables
condiciones materiales del entorno que caracterizaron la fase final del período
Pleistoceno y los primeros milenios del siguiente, el Holoceno, destacando
particularmente la desaparición paulatina de la megafauna pleistocena cuya
caza había servido de sustento a las antiguas poblaciones de modo de vida
cazador, proceso que culmina entre 6000 y 3000 años ANE
A partir de 2600 años ANE con el inicio de las sociedades sedentarias, el
trabajo social se expresó en logros socioeconómicos y culturales más
complejos en las regiones geohistóricas
del noroeste y en los andes
venezolanos que modificaron el relieve natural mediante la construcción de
terrazas para el cultivo,
sistemas de canales de riego, estanques para
almacenar el agua útil para el cultivo, complejos de montículos y terraplenes
como basamento para las viviendas, redes de calzadas e itinerarios, talleres
para la producción de bienes terminados suntuarios o de uso cotidiano,
sistemas calendáricos para medir los solsticios y demás, como fundamento
material de las sociedades políticamente complejas con relaciones de tipo
estatal, que existían para el momento de la llegada de los conquistadores
castellanos (Sanoja y Vargas Arenas, 1992,1999a; Salazar, 2003).
La Naturaleza, ya humanizada por el trabajo de las sociedades indígenas, fue
leve y pródiga primero con
los europeos conquistadores, luego con los
mestizos y criollos que comenzaron a sembrar las raíces étnicas y culturales
del futuro Estado nacional venezolano. De esa unidad histórica entre el
paisaje, la sociedad y la cultura, surgiría siglos más tarde el proyecto
25
bolivariano de integración latinoamericana, difundido en hombros de los
soldados de Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú y Bolivia, a través de la red
de caminos e itinerarios milenarios trillados por chasquis, por los mensajeros
indígenas precursores de la integración de nuestros pueblos.
Desde el mismo momento en que mujeres y hombres se congregaron para
vivir como grupo social, la existencia común sólo fue posible sobre la base de
la toma de decisiones que definirían el destino del colectivo. Un individuo (a)
viviendo solo es autónomo en sus escogencias; los aciertos y errores de sus
decisiones sólo le incumben a él o ella. La vida en comunidad—por el
contrario—se fundamenta inicialmente en el consenso, el cual se transformó
cualitativamente en la medida que comenzaron a surgir formas de autoridad y
luego de poder que conformaron una manera distinta de vivir en sociedad
basada en la aceptación voluntaria o coercitiva de un código de conducta
social que regía toda la vida del colectivo.
A partir de las formaciones sociales más antiguas de recolectores, cazadores y
pescadores,
hasta las sociedades agroalfareras que existieron de manera
autónoma hasta el siglo XVI, las comunidades originarias venezolanas
tuvieron que tomar decisiones cruciales para su subsistencia, las cuales, por
otra parte, ejercieron una influencia decisiva en la conformación de sus modos
de vida, en las formas de organizar la vida social para la producción, en la
distribución, el cambio y el consumo de los bienes materiales necesarios para
reproducir su existencia: así como vivían y producían, así eran. La
localización de sus campamentos y aldeas implicaba una escogencia racional,
no sólo del lugar donde se iban a asentar, sino también de los recursos
naturales de subsistencia de los cuales iba a depender su vida, del tipo de
vivienda que debían construir, de los modos de trabajar, es decir de las
26
maneras de relacionarse para ejecutar procesos de trabajo que requerían
tecnologías que debían conocer o desarrollar para apropiar o producir los
bienes que sustentarían su vida cotidiana.
Las formaciones sociales precapitalistas—particularmente las de la América
Tropical—han sido generalmente analizadas como si sus actividades de
subsistencia y reproducción social consistiesen en una pura relación
explotadora del ambiente natural, como si fuesen no-económicas. Todas las
poblaciones aborígenes
--debemos decir--
economizan, en el sentido
económico. El trabajo, como actividad social genérica, es la condición natural
de la existencia humana, independiente de las formas sociales, del tipo de
intercambio de materias que exista entre la sociedad y la Naturaleza (Marx
1980:56). Cada vez que los grupos humanos actúan, cada vez que trabajan,
deben escoger entre objetivos que compiten entre sí, pues la gente no puede
hacer todo de una vez, y es preciso elegir entre lo que se debe hacer ahora y
lo que se debe dejar para otra oportunidad.
Como ha expresado Mészáros (2009:84) “...el verdadero significado de la
economía humana no puede ser otro que economizar sobre la base del largo
plazo...”.afirmación de la cual se infiere que el tiempo es también un recurso
que debe ser economizado. En tal sentido, el tiempo invertido en el trabajo
material es un acto económico, al igual que aquel que se utiliza—por
ejemplo—para la conversación y los rituales que influyen
subjetiva u
objetivamente en el mejoramiento de la capacidad productiva. De esto se
desprende que lo económico no equivale exclusivamente a lo material.
Fabricar los instrumentos de caza, los de cultivo, reparar una red de pesca, el
derecho a ejecutar un rito de iniciación, coordinar efectivamente una tarea
colectiva de producción,
27
llevar a cabo un rito funerario, etc.,
aunque
referidos a diferentes ámbitos de la vida social, son actividades y servicios
que tienen directa o indirectamente un sentido económico para el
mantenimiento y la reproducción de la vida cotidiana.
Las Formaciones Económico Sociales precapitalistas.
Nuestro análisis de los pueblos precoloniales venezolanos como parte de una
historia social y cultural de la economía venezolana, se fundamenta en la tésis
que considera la historia como un proceso integral, sin rupturas. Las
consecuencias sociales y culturales de la conquista y colonización –así como
las condiciones cualitativas de los grupos aborígenes, quienes conjuntamente
con los afrovenezolanos y los europeos formaron la base social del orden
colonial influyeron también, posteriormente, en la formación de nuestro
Estado Nacional venezolano (Vargas-Arenas 1999: 20).
Para establecer una base conceptual que nos permita el estudio científico de
aquel proceso, es necesario utilizar categorías y conceptos históricos que
tengan validez para analizar la existencia y las acciones de las diferentes
sociedades que lo integran. En tal sentido, como consecuencia lógica del
avance del conocimiento sobre realidades concretas, las categorías históricas
empleadas por
marxismo nos permiten dar cuenta de la realidad social
venezolana en los distintos momentos históricos, reactualizándolas en algunos
casos y en otros haciendo explicitas algunas usadas por los clásicos pero no
definidas expresamente (Vargas-Arenas 1990:55)
Formación Económico- Social y Modo de Producción
Al igual que las otras categorías de análisis histórico marxistas, la de
formacion económico social (FES) refleja los caracteres esenciales y
fundamentales de los procesos sociales de la realidad sensible en un momento
28
concreto de la temporalidad histórica; la categoría refiere, por tanto, a una
sociedad concreta.El Modo de Producción (MP) es la esfera social de
reproducción económica de la vida material de una determinada formación
social, el cual incluye asimismo el modo de reproducción material general de
una sociedad.
El Modo de Vida
Las categorías que explican los procesos fundamentales más generales de FES
y MP, tienen un correlato en la categoría Modo de Vida, toda vez que dichos
procesos generales se expresan de manera particular; en consecuencia, con la
categoría Modo de Vida es posible abordar la existencia de ciertas maneras
particulares de organización de la actividad humana dentro de una FES, a
ciertos ritmos de estructuración social y, en consecuencia, al cumplimiento de
las leyes específicas que rigen para la formación social en la cual se expresan.
Cada modo de vida, por tanto, supone una línea particular de desarrollo de la
FES, siendo una de esas líneas la que posee mayor capacidad dinámica para el
cambio o la transformación social.
El Modo de Trabajo
Refiere a la forma de producción y reproducción de la vida material de las
poblaciones que practican un determinado modo de vivir, a los diversos
procesos de trabajo, concretos y particulares en los cuales se objetiva el
trabajo y la creatividad de los seres humanos de una determinada FES. Las
relaciones sociales de producción que lo sostienen, así como los modos
imaginarios de producción
(superestructura) que sancionan
la conducta
social, económica y política de los individuos, constituyen elementos que
dinamizan o retrasan el cambio histórico.
29
Un concepto relacionado al de Modo de Trabajo podría ser el de las
denominadas “Prácticas Socioeconómicas”, acuñado por marxistas españoles,
las cuales refieren a la reproducción de las condiciones materiales
e
“...incluyen aquellas actividades destinadas a la obtención, procesado y/o
conservación de alimentos y a la fabricación y mantenimiento de
implementos, cuyo destino originario se orientó a la satisfacción de las
exigencias mínimas de la vida social: alimento y cobijo para los agentes
sociales...” (Castro et al, 1996: 38-40).
La de Modo de Vida podría quizás ser vista como una categoría heurística, en
tanto no se genere una teoría general sobre los mismos, tarea que necesita
explorar su definición—incluso en las formaciones socioeconómicas más
complejas como la Capitalista—donde la variedad de intereses y ritmos de la
conducta, de la actividad social y material de los pueblos enmascara y desafía
un análisis categorial de este tipo.
Formaciones Económico-sociales Precapitalistas Originarias Venezolanas
Desde el mismo momento cuando mujeres y hombres se congregaron para
vivir como grupo social, la existencia común sólo fue posible sobre la base de
la toma de decisiones que definirían el destino del colectivo. Un individuo
viviendo solo es autónomo en sus escogencias; los aciertos y errores de sus
decisiones sólo le incumben a él o ella. La vida en comunidad—por el
contrario—se fundamentó inicialmente en el consenso, el cual se transformó
cualitativamente en la medida que comenzaron a surgir formas de autoridad y
luego de poder que conformaron un tipo distinto de sociedad basada—no solo
en la aceptación voluntaria, pero también en la coercitiva—en un código de
conducta social que regía toda la vida del colectivo.
30
A partir de las formaciones sociales venezolanas más antiguas de recolectores,
cazadores y pescadores,
hasta las sociedades tribales agro-alfareras que
existieron de manera autónoma hasta el siglo XVI, las comunidades
originarias venezolanas tuvieron que tomar decisiones cruciales para su
subsistencia, las cuales, por otra parte, ejercieron una influencia decisiva en la
conformación de sus modos de vivir, en las formas
de organizarse
socialmente para producir, en las maneras de distribuir, cambiar y consumir
los bienes materiales
necesarios para reproducir su existencia; así como
vivían y producían, así eran. La localización de sus campamentos y aldeas
implicaba una escogencia racional, no sólo del lugar donde se iban a asentar,
sino también de los recursos naturales de subsistencia de los cuales iba a
depender su vida, del tipo de vivienda que debían construir, de los modos de
trabajar, en suma, de las maneras de relacionarse para ejecutar tecnologías que
debían conocer o desarrollar para apropiar o producir los bienes que
sustentarían su vida cotidiana.
La Formación Socioeconómica Apropiadora venezolana
Para nosotros, como hipótesis explicativa, la categoría Formación Social
Apropiadora designa a las primeras formas de organización de la sociedad
humana. La organicidad existente entre el desarrollo de las fuerzas
productivas y las relaciones sociales de producción se expresaba en ella como
la contradicción manifiesta entre la precariedad estructural de la economía, ya
que no se controlaba la reproducción biológica de los bienes naturales objetos
de apropiación (animales y plantas), con
las necesarias relaciones de
reciprocidad social que se implementaban para tratar de resolver los riesgos y
la inestabilidad constantes dentro de los cuales se desarrollaba la vida social
(Vargas Arenas, 1990; Bate, 1986:5-3).
31
La apropiación de recursos naturales para la subsistencia, constituyó la forma
económica más antigua desarrollada por los grupos sociales para proveerse los
materiales y bienes necesarios para su reproducción social, mediante la
extracción directa de los recursos naturales del ambiente a través de procesos
de trabajo orientados hacia la pesca marina y riparia, la caza terrestre, marina
y riparia, la recolección terrestre, marina y palustre. Esos procesos de trabajo
se realizaban empleando una diversidad de instrumentos creados con el
propósito exclusivo de obtener recursos vegetales y animales para la
alimentación y la manufactura de los objetos de uso cotidiano: instrumentos
cortantes o puntiagudos líticos, de concha o de hueso para arrancar de la
tierra raíces, tubérculos, recolectar semillas y frutos comestibles o
medicinales, maderas y fibras, construir trampas, armas arrojadizas y redes
para atrapar peces, mamíferos y aves, mediante los cuales obtener proteínas
para la alimentación, pieles y huesos para fabricar vestidos e instrumentos de
trabajo, bolsas para el acarreo y cuerdas, etc. (Sanoja y Vargas Arenas ,1995:
27-37).
Todo proceso de trabajo crea condiciones materiales para la producción y
reproducción de la vida social; se imbrica en un proceso general de
producción e intercambio y supone formas específicas de relaciones sociales y
técnicas para localizar las fuentes de materias primas a partir de las cuales se
fabricarán los instrumentos de producción, se trabajará en el diseño de las
formas que reportarán la mayor efectividad en el trabajo; planificar y escoger
las opciones que deberán seguirse, individual o colectivamente, para cumplir
exitosamente las tareas apropiadoras, éxito que dependerá de los
conocimientos que tengan los participantes sobre la distribución territorial y el
calendario biológico de los recursos naturales de subsistencia.
32
La división técnica del trabajo en la sociedad apropiadora se traslapaba con la
división sexual de las tareas productivas. Las labores de recolección de
plantas,
animales, fruto, de las materias primas, el mantenimiento y la
reposición de la mayor parte de los bienes que constituían el principal sostén
de la vida cotidiana, incluyendo el espacio y la vida doméstica en su
generalidad, eran usualmente tareas circunscritas al sitio de habitación y a su
entorno inmediato. Estos objetivos de corto plazo, que se repetían
inexorablemente cada día, parecen haber sido la tarea de las mujeres; al
mismo tiempo, la reproducción biológica y el mantenimiento del grupo social
(prácticas socioparentales) eran objetivos a largo plazo donde el cuerpo de la
mujer era su medio e instrumento de producción (Castro et al, 1996: 37-38).
La caza y la pesca, en sus diversas variantes, representaban formas de
apropiación cooperativa que podían tener su escenario lejos del espacio
habitado, dependiendo de los hábitos de vida de las especies seleccionadas,
pero fundamentalmente de la estrategia general de apropiación que decidía la
banda. Ello fue determinante para la ubicación de los campamentos en la
vecindad o no de ríos, lagos, pantanos, mares, etc., e incidía en la cualidad de
los modos de trabajo-necesarios y convenientes- para reproducir las
condiciones cotidianas de trabajo y de existencia.
En las sociedades antiguas, particularmente en la denominada por Bate (1986;
1998: 83-86) “comunidad primitiva de
recolectores-cazadores-pescadores
pretribales”, los estudios de la realidad concreta permiten establecer la
existencia de diversos modos de vida que dan cuenta de la dinámica histórica
de dicha FES. Ello no significa que exista un proceso evolutivo mecánico,
sino que los mismos permiten captar la serie posible o necesaria de cambios
históricos requeridos para que ocurrieran los cambios de magnitud y cualidad
33
que transformaron finalmente dicha formación (Vargas Arenas, 1990: 55-67,
1997).
La Formación Económico Social Apropiadora venezolana, que denominamos
de recolectores-cazadores-pescadores resume las características de una
sociedad donde no existían clases sociales y cuyo modo de producción, es
decir, cuya esfera de reproducción económica de la vida material carecía de
una producción sistemática de excedentes. El mismo se fundamentaba en la
apropiación de los recursos naturales de subsistencia y de los medios naturales
de producción y en una organización social para el trabajo normado por
relaciones de reciprocidad y cooperación entre los individuos de una misma
o de diferentes bandas de recolectores-cazadores.
Lo distintivo de esta formación social era que las relaciones de producción
eran de naturaleza colectiva; la propiedad se establecía sobre la fuerza de
trabajo y los instrumentos de producción en tanto que podían existir formas de
posesión colectiva de carácter consensual sobre los productos de la tierra o de
las aguas que eran los principales medios de producción Este hecho básico
generó diversas formas de organización social para la producción, en cuyo
séno se fueron gestando las condiciones históricas que finalmente
transformaron a esta formación económico social.
La apropiación de alimentos requirió la existencia de un territorio conocido
en cuanto a su contenido y dinámica. Los grupos humanos apropiadores no
vagaban incesantemente sin rumbo buscando cualquier alimento; atribuirles
estas características que no tiene ni siquiera la vida de los animales inferiores,
sería como condenarlos a un interminable proceso de experiencias no
repetitivas. El conocimiento del territorio donde habitaban era esencial para
que las bandas de recolectores-cazadores pudieran organizar las rutinas de
34
vida—espaciales y temporales—que aseguraban el acceso a fuentes de
aprovisionamiento previsibles y seguras, creándose así derechos territoriales
que regulaban tanto la utilización del territorio como las manera de acceder a
las mismas fuentes territoriales de aprovisionamiento por parte de
otras
bandas de individuos.
Una banda sería la agregación de individuos o grupos familiares reunidos para
garantizar—a través del trabajo cooperativo—la reproducción de su vida
social
(regulado por las relaciones sociales) mediante la apropiación de
recursos de subsistencia en un determinado territorio (explotación del
ambiente natural aplicando determinadas tecnologías, división técnica del
trabajo). Las relaciones sociales, especialmente las formas de reciprocidad y
cooperación, y las de solidaridad, eran las que determinaban la praxis histórica
de estas sociedades. Como señala Marx al respecto, “...se manifiesta [la
producción] como una doble relación, de una parte como una relación
natural y de otra como una relación social (...) un determinado modo de
producción lleva siempre aparejado un determinado modo de cooperación o
una determinada fase social...” De igual manera, establece dicho autor que el
modo de cooperación es “...una fuerza productiva (...) que condiciona el
estado social” (Marx, 1982, I-XI: 269).
Los ambientes naturales representan objetivamente un sistema de relaciones
inter-específicas, donde los seres humanos participan también en cuanto que
especie biológica. Pero a diferencia de las otras especies biológicas, la
colectividad de bandas apropiadoras tenía una percepción del ambiente que
estaba mediada por los referentes sociales a partir de los cuales se planteaban
su relación con el entorno (Childe, 1981: 260-262). La escasez, la riqueza o
35
abundancia de recursos naturales devenía utilizable, apropiable, sólo en
función de dicha percepción social que dependía --a su vez—del nivel de
desarrollo de las fuerzas productivas del colectivo. Es en función de este
factor que se ejercerá la forma de posesión o usufructo del territorio a su
disposición. En este sentido, es claro que el ambiente natural es un objeto
socialmente construido en cada etapa histórica del desarrollo de la sociedad.
El poder es un mecanismo social compulsivo que média las relaciones entre
un individuo o grupo de ellos y el resto de la comunidad, vía procesos
formales de acción socialmente sancionados, el cual comienza a
institucionalizarse
a partir de la Formación Económico Social Tribal o
Productora de Alimentos. En la sociedad apropiadora, la naturaleza
cooperativa de las actividades productivas estaba íntimamente entrelazada con
las relaciones parentales. Cuando una persona asumía el papel de supervisor
(a) de una actividad determinada en función de su mayor destreza, ello le
confería autoridad, pero no tenía un estatus social diferente al de los otros (as)
y la autoridad sólo duraba el mismo lapso que lo hacía la dicha actividad. En
tal sentido, no podía reclamar posesión de la fuerza de trabajo aludiendo a su
capacidad de decidir la forma que asumía el cambio, la distribución y el
consumo de lo producido por el grupo social.
Cuando el locus de la autoridad era débil, el acceso a los recursos naturales
de subsistencia podía ser
indiscriminado, individual, no coordinado,
expresándose también en formas individuales de consumo. Por el contrario,
cuando el locus de autoridad tenía o comenzaba a tener fortaleza, la capacidad
de poseer (que no ser propietario de) la fuerza de trabajo del grupo doméstico,
y de programar cotidianamente las tareas orientadas al usufructo de los
recursos de subsistencia, comenzó también a tener el derecho de disponer del
36
destino y la forma de distribución de lo producido (Sanoja y Vargas Arenas,
1995: 37-46)
Las relaciones sociales de producción no constituyen un elemento estático,
sino que poseen un movimiento igual que las fuerzas productivas. Definidas
como la cualidad esencial de la sociedad, aquéllas pueden transformarse de
manera
revolucionaria,
expresando
la
intensificación
de
todas
las
contradicciones de la sociedad, dando así origen a la transformación de la
calidad, o al cambio interno, profundo, esencial de las sociedades. Pero no
todas las relaciones sociales que establecen los seres humanos son de
producción; se conforman como un sistema junto con otras relaciones sociales
consideradas como secundarias con respecto a las primeras que son
fundamentales (Vargas Arenas, 1990: 65).
En la sociedad apropiadora, la deserción a la banda de uno o más individuos,
si bien no interrumpía ningún proceso de trabajo, mantenía en equilibrio
inestable la viabilidad del colectivo. Una de las características de esa sociedad
parece haber sido, entonces, la capilaridad permanente entre individuos de
diferentes colectivos sociales, mecanismo que permitía conseguir el reemplazo
de la fuerza de trabajo faltante. Pero para que la sociedad apropiadora pudiese
tener pertinencia histórica, debió generar caracteres antagónicos a la
precariedad de la producción material y de las relaciones sociales que también
son materiales: el desarrollo de formas de solidaridad planificada, mecanismos
que no podrían surgir de manera espontánea e inconsciente. La generosidad, el
deseo de compartir no son características innatas al ser humano; son, por el
contrario, formas de relación creadas y transmitidas socialmente que
funcionan bajo determinadas condiciones de necesidad. Para ello se requería
la existencia de acumulaciones significativas de autoridad entre algunos de los
37
componentes del colectivo que sancionaran—de alguna manera—la
transgresión de las normas de solidaridad. Un locus de autoridad establecía
diferentes clases de solidaridad: entre él y los otros y los otros entre sí. La
autoridad garantizaba la solidaridad grupal, pero al mismo tiempo se alejaba
de ella, propiciando y estimulando la transgresión a la autoridad. Este carácter
dialéctico de las relaciones sociales, si bien propiciaba el movimiento de las
contradicciones sociales al interior de una banda, debía ser controlado, ya que
las condiciones precarias de la vida de una comunidad apropiadora requerían
de manera necesaria la fijación o estabilidad de la fuerza de trabajo en las
unidades productivas—las bandas—, y fortalecer y regular dentro de ellas la
reciprocidad, fundamentalmente la económica.
Autoridad y transgresión aluden a diferentes clases de solidaridad: los que
tenían autoridad se manejaban solidariamente entre sí, de la misma manera
que los transgresores, que también pertenecían al colectivo, eran solidarios
entre sí. La transgresión era, transitivamente hablando,
otra forma de
solidaridad, una forma de negación, una solidaridad contrastante que en un
determinado momento podía devenir, a su vez, autoridad., expresión de la
relación orgánica entre las necesidades materiales y las formas que
implementaban los agentes sociales para satisfacerlas, revirtiendo la
materialidad que esa autoridad anterior estaba regulando y haciendo posible
(Bate, 1986, Sanoja y Vargas, 1995: 37-46; Sanoja, 1993; Bender, 1989).
La autoridad garantizaba el funcionamiento de la reciprocidad en el sistema de
producción, distribución y consumo de los bienes cotidianos de la comunidad
apropiadora. Ello podía materializarse, por ejemplo, designando un lugar
particular para depositar, distribuir, procesar y consumir los alimentos dentro
del espacio doméstico,
38
para depositar los desechos producidos como
consecuencia de esta actividad. Mediando la fuerza de trabajo, vía la
producción, la distribución y el consumo, se trascendía la reciprocidad simple
entre mujeres y hombres para dar paso a la constitución de un grupo primario,
de una verdadera comunidad, reforzando también las prácticas sociales, las
normas que determinaban el acceso a la posesión colectiva del objeto de
trabajo, del medio natural socialmente percibido que formaba la base de la
producción extractiva, estableciendo la supremacía del todo sobre las partes.
El esfuerzo que hacían los grupos apropiadores para sobreponerse a la
precariedad económica, ampliando el espectro de actividades productivas,
generaba también la disolución de aquel carácter esencial de la formación. La
necesidad de gestionar la movilización de un número suficiente de fuerza de
trabajo que no comprometiera la capacidad de supervivencia del colectivo
supuso el control del modo de reproducción biológica y—por tanto-- de parte
de la función social de las mujeres. Como de ellas dependía también la
reproducción de la vida cotidiana, el modo de mantenimiento del espacio
doméstico, de los hijos (as) que se incorporarían al contingente laboral, en fin,
el crecimiento numérico de la población y el establecimiento de las líneas de
descendencia parental que expresaban las relaciones sociales de reproducción,
ellas debían ser controladas. Por una parte, a través de una desvalorización de
su papel protagónico en el desarrollo de la sociedad, reduciéndolas a una
especie de esclavitud consensual, y por la otra, creando los textos orales
(mitos, tradiciones, creencias) que justificaran históricamente esta esclavitud,
estas relaciones sociales desiguales, en el plano de la conciencia social
(Estévez y Vila, com. pers. 1997; Castro et al, 1996: 37-38).
Las relaciones sociales al interior de la sociedad apropiadora, o de la sociedad
simplemente, han sido pues desiguales prácticamente desde sus orígenes. De
39
la misma manera, las relaciones intersocietarias eran desiguales, no en el
plano de los individuos, sino de las unidades sociales. Algunas de éstas tenían
mejor o mayor capacidad que otras para percibir la integridad territorial y
temporal de los ecosistemas que conforman una región determinada, y de rotar
y organizar la fuerza de trabajo a los fines de obtener un mayor rendimiento
material de la gestión de esa fuerzas productivas. Se producía así un proceso
de creación de valor, valor de cambio, que se apoyaba en el conocimiento
cada vez mejor y mayor de la importancia económica y social, tanto de los
recursos naturales como de la organización del grupo social para explotarlos
con el mayor beneficio (Sanoja y Vargas-Arenas, 1995: 46-51).
Una consecuencia de lo anterior fue la sedentarización de la comunidad, única
manera de mantener y acrecentar su inversión de trabajo social objetivada en
viviendas, medios individuales y colectivos de producción, posesión de un
espacio territorial, independencia y/o control de los valores producidos por
otras bandas o colectivos vecinos. Este proceso de acumulación es el que va
generando el punto de cambio de la sociedad apropiadora. Cuando finalmente
éste aparece como consecuencia de la producción controlada de alimentos,
con base en la agricultura o la ganadería, dicha acumulación, que expresa la
materialidad del desarrollo de las fuerzas productivas, preside el cambio de
calidad y cantidad que señala el fin de una formación social y el nacimiento de
una nueva.
40
CAPÍTULO 3
El Modo de Producción y los Modo de Vida Apropiadores
Para las mujeres y los hombres que integraban la Formación Social Apropiadora, la Naturaleza era el objeto donde se invertía el trabajo y los esfuerzos,
donde se establecían los mecanismos de cooperación de la banda para
optimizar el producto extraído del ambiente. Puesto que este último no era una
totalidad homogénea en cuanto a contenidos sino que, por el contrario, era
discontinuo en cuanto a la calidad y cantidad de contextos ecológicos que lo
integraban, la inversión de trabajo social para explotarlo y las formas de
organización para dirigir ese trabajo se manifestaban como diferentes
calidades de la esencia apropiadora. “Así como producen y reproducen sus
condiciones de vida, así serán los modos de vivir los hombres” (Marx-Engels,
1982.: 19.
El Modo de Vida, el modo de vivir, si bien es la manera como una
determinada formación social se materializa en el mundo sensible, su forma
particular de ser siendo, es el Modo de Producción correspondiente, vale decir,
su esfera de producción y reproducción de la vida material, lo que define la
calidad de sus contenidos. Por otra parte, las maneras particulares como los
hombres y mujeres cazadores-recolectores
trabajaban, la forma como
reproducían cotidianamente las condiciones en las cuales se daba su trabajo,
los instrumentos de producción que fabricaban, las relaciones técnicas de
trabajo que establecían entre sí, constituyeron los modos de trabajo que, a su
vez, dentro del marco de unas mismas relaciones sociales de producción,
establecían las diferencias entre los diversos modos de vida de una misma
41
formación social. El modo de trabajo, a su vez, se materializaba vía el proceso
de trabajo el cual, según Marx (1982: 136), “…es la actividad racional
encaminada a la producción de valores de uso, la asimilación de las materias
naturales al servicio de las necesidades humanas, la condición general del
intercambio de materias entre la naturaleza y el hombre…”.
La manifestación más sensible de un modo de vida es –finalmente- la vida
cotidiana de los individuos, sus rutinas de existencia, las cuales al mismo
tiempo son la expresión sensible de los cambios que se van produciendo en
ella, el motor que dinamiza y activa el movimiento de transformación de la
esencia de la totalidad del Modo de Vida y de la Formación Social: el Todo
está en el Todo.
Los Modos de Vida de los
Antiguos Cazadores
Recolectores en
Venezuela
Las primeras evidencias materiales datadas con C14 indican, hasta ahora, que
la antigüedad de la FES apropiadora venezolana, como ya hemos visto, se
remontan a 14.200 años ANP. Se trataba de bandas seminomádicas de bandas
de recolectores-cazadores que vivían en campamentos estacionales. Su modo
de producción apropiador se fundamentaba en la caza terrestre especializada,
la pesca y la recolección marina o terrestre, actividades reguladas por unas
relaciones sociales de producción comunitarias, recíprocas, cooperativas y
solidarias.
Con base a los modos de trabajar hemos definido la existencia en Venezuela
de tres modos de vida: El Modo de Vida de los Cazadores Especializados, el
Modo de Vida de los Recolectores, Pescadores y Cazadores y el Modo de
Vida de los Pescadores -recolectores y Cazadores Litorales.
42
El Modo de Vida de los Cazadores Especializados
La caza especializada se manifestó como un modo de vida cuyo modo de
trabajo se caracterizó por la realización de procesos de trabajo que se
articulaban con la existencia de particulares concentraciones contingentes de
recursos de fauna terrestre, para cuya captura y consumo los hombres y
mujeres cazadores-recolectores desarrollaron complejos de instrumentos de
producción manufacturados con sofisticadas técnicas para el trabajo de la
piedra. Las concentraciones de la megafauna terrestre pleistocena que existían
en el centro occidente de Venezuela en los actuales estados Zulia, Falcón,
Lara y Carabobo, conformaban un componente fundamental de la subsistencia
cotidiana. Gracias a la existencia de formaciones forestales y sabaneras que les
proporcionaban alimentación a los grandes herbívoros, relictos de manadas de
mastodontes, estegomastodontes, megaterios, caballos, grandes desdentados,
camélidos, lobos, y otros, pudieron sobrevivir en ellas—hasta ca. 6000 años
ANP--. La fauna pleistocena, conjuntamente con otras especies faunísticas
modernas devino objeto de apropiación, cuya captura, destazamiento de las
carcasas y la distribución y consumo de su carne fueron fundamentales para la
sobrevivencia
Los cazadores complementaban su ingesta calórica con la
recolección de especies vegetal silvestres comestibles (Cruxent y Rouse, 1961:
79-80; Rouse y Cruxent, 1983: 27-37; Ochsenius y Gruhn 1976: 91-103;
Sanoja y Vargas Arenas, 1992ª: 41-44, 1992b: 35-41; Sanoja, 1963: 21-23).
El Modo de Vida de los Recolectores, Pescadores y Cazadores
A diferencia del Noroeste y la costa centro-oriental de Venezuela y en general
del litoral pacífico suramericano, ni en la cuenca del Orinoco, ni en la cuenca
amazónica, como tampoco en el planalto y el litoral atlántico brasileño existen
hasta ahora evidencias de megafauna pleistocena como la que constituía el
43
objetivo fundamental del
especializados en
modo de trabajo de los cazadores-recolectores
Venezuela. Las poblaciones de recolectores, cazadores
pescadores que colonizaron aquellas vastas regiones -y en particular la cuenca
del rio Orinoco- entre 10.000 y 2000 años ANP, (Sanoja y Vargas-Arenas
2006:49-65) se apropiaron posiblemente de recursos naturales territorialmente
más estables y predecibles que aquellos rebaños de grandes herbívoros
pleistocenos, tal como los que ofrecía la fauna neotrópica: venados, pecaríes,
tapires, chigüíres o capibaras, morrocoyes, tortugas acuáticas, roedores,
caimanes, manatíes, peces, bivalvos marinos y de agua dulce, gasterópodos
terrestres, aves, tubérculos, rizomas, raíces y frutas diversas, lo cual les
permitió,
desde
períodos
muy
antiguos,
desarrollar
procesos
de
sedentarización en aldeas semipermanentes, procesos de domesticación de
plantas útiles y comestibles, así como cambios correlativos en las relaciones
de producción y en la superestructura que se expresaron en el desarrollo muy
temprano de una rica estética rupestre (petroglifos, pinturas) tanto cavernaria
como al aire libre (Schmitz, 1987).
El modo de vida de los pescadores recolectores y cazadores litorales
El modo de vida de recolectores pescadores y cazadores litorales surge en
Venezuela en 7000 años ANP, una vez que los grandes cambios climáticos
que ocurrieron en el mundo al final del período Pleistoceno e inicios del
Holoceno, determinaron la transformación de las condiciones materiales de
vida que habían hecho posible la existencia de los cazadores especializados.
Los pueblos que habitaban en el noreste con este modo de vida, en general,
más flexibles, pudieron adaptarse y sobrevivir en las condiciones climáticas
cambiantes del Holoceno, para sentar las bases de la FES Tribal productora de
alimentos en Venezuela.
44
La vida de las comunidades humanas ligadas a este modo de vida dependía,
en gran parte, como era característico de toda la FES, de los recursos naturales
de subsistencia y que, en este caso, fueron los bosques de manglar. Especies
tales como la Ostrea rizophora y la Melongena melongena Linnée,
constituyeron el soporte fundamental de la alimentación cotidiana,
conjuntamente con la pesca de peces estuarinos, sirénidos y, ocasionalmente,
tiburones.
El ecosistema de manglar ofrecía una dinámica de vida importante para el
desarrollo
y la variabilidad de los procesos de trabajo ligados a la
apropiación, debido a que reunía en una sola unidad espacial componentes
tanto vegetales como de fauna que proporcionaban los elementos
fundamentales para el mantenimiento de la vida cotidiana. Aún en condiciones
de explotación intensiva, el bosque de manglar tiene la capacidad de
regenerarse en un lapso relativamente corto, por lo cual una comunidad
humana que lo utilizase con moderación, podía desarrollar una forma de vida
social estable por un largo período.
Vistas desde esta perspectiva, las actividades productivas de los recolectores
marinos no podrían considerarse simplemente como una apropiación
indiscriminada de los recursos naturales, sino más bien como una
organización de tareas y procesos de trabajo que se basarían en la estimación
del tiempo que necesitaban las distintas especies vegetales y de fauna para
regenerarse luego de una explotación continuada durante varios años.
Una consecuencia social de esa percepción social sobre el ambiente y su
utilización parece haber sido la definición de espacios territoriales dentro de
los cuales podrían llevarse a cabo los programas de apropiación para la
subsistencia y el establecimiento de bases o campamentos estables para el
45
procesamiento, distribución y consumo de los recursos naturales de
subsistencia.
En el bosque de manglar, los recolectores marinos tenían a su disposición
diversas fuentes de materia prima: maderas, resinas, fibras, pigmentos, y
muchas otras, así como un extenso conjunto de recursos proteínicos tales
como bivalvos, gastrópodos, peces, reptiles, aves, aparte de los mamíferos
terrestres que, de cierta manera, actuaban como predadores de los recursos
naturales del manglar.
Al igual que en el oriente de Venezuela, hacia 5580 años ANP p (3800 años
ANE ), encontramos también en las regiones litorales cubiertas por bosques de
manglar del actual estado Falcón comunidades humanas relacionadas con un
modo de trabajo apropiador orientado hacia la recolección y la pesca marina o
palustre, el cual,
posiblemente, surgió como una transformación cualitativa
de los antiguos cazadores recolectores especializados del interior. Al igual
que en Paria, los extensos bosques de manglar que existían en la
desembocadura de los ríos Tocuyo, Aroa y Yaracuy y en las lagunas costeras
del noreste de Falcón albergaron a poblaciones recolectoras pescadoras
cazadoras. Éstas fabricaban rústicas herramientas de piedra utilizadas como
percutores, manos y piedras de moler, recolectaban bivalvos y gasterópodos
de manglar y cazaban tortugas y caimanes (Cruxent y Rouse, 1961; Sanoja y
Vargas-Arenas: 2007c: 91).
Origen del cultivo en Venezuela
La fase final de los modos de vida de los pescadores recolectores y cazadores
litorales en Venezuela representa –a la luz de los campos de cultivo que
aparecen en dicha fase—el desarrollo de una nueva interpretación social del
46
entorno natural: el río,
las lagunas, el manglar, las sabanas, las
selvas
semidecíduas o tropicales de altura, las selvas húmedas de las montañas. La
explotación conjunta o estacional de dichos ecosistemas requería una
planificación de objetivos a corto, mediano y largo plazo para rotar y
organizar la fuerza laboral en la ejecución de diversos procesos de trabajo que
implicaban novedosas técnicas e instrumentos de producción así como una
nueva organización social y, posiblemente, diferentes medios imaginarios de
producción. En consecuencia, podemos afirmar que la práctica de la
agricultura obligó a los grupos humanos a una reestructuración de la
producción y de las formas de distribución, cambio y consumo de los valores
de uso y de cambio. Ocurrió, en consecuencia básicamente la transformación
de las fuerzas productivas y de las relaciones sociales de producción,
manifestada en la presencia de nuevos contenidos en la propiedad y nuevas
formas de posesión, así como en los procesos de cooperación y reciprocidad.
Pequeños objetos fálicos o vaginiformes tallados en placas de micaesquisto se
hallan usualmente asociadas con la basura doméstica de los fogones (Sanoja y
Vargas-Arenas, 1995: 319-323; 1999c: 156-157) de los sitios de habitación de
los pescadores recolectores y cazadores litorales y parecen indicar posibles
mediaciones relacionadas con el género, la fertilidad y circuitos internos de
distribución dentro de los grupos sociales. Dichas asimetrías, relacionadas
muy posiblemente con la apropiación diferencial, vía el consumo, de
alimentos o materias primas naturales que pertenecerían a diferentes esferas
sagradas –femeninas o masculinas- del entorno natural, parecen haber jugado
un importante papel en la estrategia apropiadora y en la reproducción
biológica del grupo social, así como en las normas que regulaban la
reciprocidad. Los alimentos ideológicamente relacionados con las divinidades
47
femeninas o masculinas que sólo podían ser apropiados por personas del
género correspondiente, parecen haber comenzado a asumir una nueva
identidad cultural al ser socializadas mediante la cocción en los fogones
colectivos (Sanoja y Vargas-Arenas, 1995: 340-346). Podemos observar
igualmente, al analizar la vida ceremonial de esas comunidades, que los
muertos eran enterrados dentro del espacio doméstico, posiblemente dentro de
cestas luego de descarnar sus huesos y pintarlos de rojo con ocre,
posiblemente como manera de probar su posesión del suelo que habitaban vía
un culto a los ancestros. Otras evidencias apuntan hacia la existencia de
prácticas canibalísticas que deben haber desarrollado hacia el primer milenio
ANE.
En esta fase se observa en el noreste de Venezuela evidencias de intercambio
de materias primas y bienes manufacturados entre diferentes aldeas tales
como la sal, gubias y hachas de concha para la manufactura de embarcaciones,
pendientes en concha marina, núcleos de hematina que tenían gran
importancia en los rituales funerarios, puntas de flecha y arpones de hueso,
manos cónicas, platos y hachas de piedra pulida que se encuentran presentes
en aldeas de recolectores ubicadas en las ciénagas del río San Juan, delta del
Orinoco, en las antiguas aldeas de recolectoras que existían en las vecindades
de Carúpano, Edo. Sucre. De igual manera, los platos y las manos cónicas de
piedra, conjuntamente con gubias y hachas de concha marina están presentes
en las aldeas de recolectores de la costa de Anzoátegui y en las orillas del lago
de Valencia (Cruxent y Rouse, 1961: 198-199; Sanoja y Vargas-Arenas, 1995:
325-332).
Todo lo anterior parece indicarnos que desde fechas muy tempranas se habían
constituido redes para el intercambio de valores de uso entre las comunidades
48
apropiadoras venezolanas del litoral noreste, elemento fundamental para la
constitución de una de las regiones geohistóricas cuya influencia sigue
gravitando en la historia moderna de la sociedad venezolana y caribeña. Se
trataba, en suma de la fase inicial de un nuevo modo de producción, de nuevas
relaciones sociales de producción que van a ser características de la
Formación Económico Social Tribal o Productora de Alimentos.
El cuidado y/o
cultivo de plantas comestibles se desarrolló de manera
independiente en diversas regiones del globo a partir de una matriz de pueblos
recolectores cazadores, como fue el caso en la región del golfo de Paria en el
litoral noreste de Venezuela. La intensificación y la consolidación del cultivo
de plantas como proceso de trabajo fué paralela a la intensificación de los
contactos entre grupos humanos con diversos niveles de desarrollo sociohistórico. En el caso de la región de Paria, tales contactos se hicieron más
intensos hacia inicios de la era cristiana, cuando pueblos de FES Tribal o
Productora de Alimentos, que ya vivían en la región sub-andina oriental de los
Andes, el Medio y Bajo Orinoco migraron hacia el noreste de Venezuela,
absorbiendo a las poblaciones recolectoras cazadoras del litoral, síntesis de la
cual se desarrollaron nuevos procesos de trabajo basados en el cultivo de la
yuca amarga, la pesca, la recolección marina y la caza terrestre que se
difundieron posteriormente hacia las Pequeñas y Grandes Antillas (Sanoja y
Vargas-Arenas, 1995: 340-357, 1999c: 164; Veloz Maggiolo, 1991; Boomert,
2000).
Si analizamos el proceso de desarrollo y diversificación de los modos de vida
recolectores cazadores observaremos que, si bien existió una tendencia general
hacia la complejización de la sociedad,
no todos los modos de vida
evolucionaron con la misma velocidad. Dentro de la Formación Apropiadora
49
se gestaron diversos modos de vida que, aunque eran cualitativamente
similares al inicio, en un determinado momento algunos de ellos produjeron
sustanciales cambios de calidad y magnitud —autogestados y/o inducidos—
que terminaron por transformarlos
en modos de vida cualitativamente
diferentes y, las zonas donde se manifestaron, devinieron áreas centrales
caracterizadas por una intensificación de los procesos de cambio histórico, los
cuales hicieron implosión, originando una gran acumulación de innovaciones
sociales y técnicas, que se expresaron en la diversificación, especialización y
complejización de los procesos de trabajo al interior de uno o más de los
modos de vida.
Ese proceso de acumulación de cambios sociales y sociotécnicos propositivos,
que implicaron un mayor desarrollo de las fuerzas productivas, denota la
mayor capacidad que poseyeron ciertos grupos humanos para organizarse
socialmente,
para explotar
coordinadamente y—eventualmente—llegar a
modificar los ambientes naturales en los cuales vivían, aumentar cualitativa y
cuantitativamente su producción para la subsistencia, transformándose en
centros que dinamizaron a otros grupos con modos de vida cuyo desarrollo
era menor y
que constituían su periferia en un momento histórico
determinado, dando lugar a regiones geohistóricas reunidas por complejas
redes de intercambio y distribución de valores de uso. Ello se expresó como el
punto de transformación, de cambio histórico de dicha formación social,
dando inicio a una nueva de contenido y forma diferentes.
La disolución de la Formación Económico-social apropiadora
La disolución de la FES apropiadora, aunque significó la desaparición de la
cualidad de sus modos de vida, no implicó que los procesos de trabajo que
habían caracterizado a sus modos de trabajo cesaran, puesto que éstos se
50
integraron a las subsecuentes formaciones sociales como
formas
socieconómicas. Vemos así como se mantuvieron en el noreste, en los llanos
y en la amazonia venezolana en etnias como la guayqueri, la guarao, la
taparita, chiricoa, yaruro o pumeh y yanomami asimiladas, primero a la
sociedad tribal y luego a la sociedad colonial y finalmente a la nacional
(Sanoja y Vargas Arenas, 1995:359-382; Sanoja, 1993: 44-51, 1988). La
descripción de tales formas socioeconómicas modernas nos permite, de cierta
manera, recrear el modo de trabajo de los antiguos recolectores cazadores
venezolanos y comprender cómo es posible que persistan grupos humanos que
si bien no produjeron ningún proceso de acumulación de innovaciones
sociales y/o técnicas, de diversificación, especialización y complejización de
los procesos de trabajo característicos de la antigua formación económicosocial cazadora recolectora de la cual formaron parte hace milenios de años,
queden hoy como un relicto de épocas antiguas dentro de la formación socioeconómica clasista nacional venezolana.
Los puméh (yaruro)
Los datos etnohistóricos del siglo XVI sobre la vida de las comunidades
nomádicas y seminomádicas que todavía vívían de manera autónoma en las
sabanas del Orinoco para aquella fecha, así como nuestra experiencia vivida
en 1961 entre los pumeh y los sáliva del Capanaparo, Edo. Apure, Venezuela,
nos permitieron evaluar la diversidad de grupos humanos que integraban la
comunidad de recolectores cazadores en dicha región. Por una parte, hallamos
en los siglos XVI y XVII un tipo de comunidad nomádica restringida
integrada por guahibos y chiricoas (Stock lingüístico arawako; Sanoja y
Vargas-Arenas, 1992: 158-163), quienes se agrupaban formando pequeñas
bandas móviles que totalizaban aproximadamente seis u ocho familias
51
nucleares, unos treinta individuos. La banda viajaba junta durante la estación
seca viviendo en paravientos ocasionales construidos con ramas de árboles,
cazando, pescando y recolectando plantas silvestres reuniéndose con otras
emparentadas en una vivienda comunal o base permanente durante la estación
de lluvias y formando así una familia extensa. Practicaban la caza terrestre y la
recolección de especies botánicas silvestres, en tanto que la caza y la pesca
parecen haber tenido una importancia menor en las actividades de
subsistencia. Los hombres se dedicaban particularmente a la caza y la pesca,
mientras que las mujeres recolectaban diariamente los frutos de la palma y las
raíces silvestres del “guapo” (Maranta arundinacea), cuya fécula mezclaban
con la obtenida del corazón de la palma moriche llamada “munacapana” y la
de la yuca dulce (Manihot esculenta) para hacer pan.
Los
yaruro o puméh (Stock lingüístico paleo-chibcha), los betoi (stock
chibcha grupo motilón), los guamo y guamontey (Stock lingüístico guamo) y
taparita (Stock lingüístico otomaco) conformaban una comunidad nomádica
con base central, la cual podía llevar parte del año una vida transhumante
cazando, pescando y recolectando y descansar parte del mismo en una
localidad que podía no ser siempre la misma (Sanoja y Vargas-Arenas, 1992:
158-163).
Los waika o yanomama
El cuadro del estado de las misiones capuchinas catalanas del Caroní en el
siglo XVIII, da cuenta de varias misiones donde se hallaban reducidos
indígenas solamente pertenecientes a la etnia denominada antiguamente waika
o guayka, hoy yanomami: Santa Rosa de Lima de Cura, Santa Magdalena de
Currucay, San Juan Bautista de Avechica y la Misión del Ángel Custodio de
Ayacuá (Carrocera, 1979: 162-165). Según la opinión de los misioneros
52
capuchinos de la época, los guaika eran considerados como una tribu
montañera adicta a los hábitos nomádicos (Carrocera, 1979: 334).
A comienzos del siglo XX, el etnólogo alemán Koch-Grümberg, quien estudió
la vida de los pueblos waika y shirishana, consideraba ambos como “…una
antigua capa de población de esas regiones que, repartida en pequeñas
hordas, muchas veces enemistadas entre sí, sin domicilio fijo, verdadero, se
pueden encontrar entre las fuentes de los pequeños tributarios hasta el lejano
Alto Orinoco al Oeste y que antiguamente vivían de de la caza, la pesca y las
frutas silvestres…” (1979: 214).
Casi un siglo más tarde aquellos mismos pueblos, conocidos hoy como
yanomami, siguen viviendo en las regiones inter-fluviales e invierten el 40%
de su tiempo lejos de conucos y aldeas, acampando en la selva donde cazan y
recolectan para sobrevivir (Good, 1995: 119). Según el mismo autor, hay
hipótesis que asumen que el origen de la etnia yanomami se halla en la Sierra
Parima (Good, 1995: 118). Wilbert, por su parte (1961: 238-242), considera
que los waika o yanomami
podrían ser relicto de las poblaciones
paleoamericanas que poblaron originalmente a Suramérica, las cuales se
habrían separado hace 4500 años ANP, de los warao o guarao, otro pueblo
arcaico vinculado a los primeros pobladores de Suramérica que hoy viven en
el Delta del Orinoco.
Los warao y los yanomami, según Wilbert y Layrisse (1999: 26) son 100%
Di(a-), esto es, Diego-negativos, lo cual los ubicaría entre los descendientes de
las primeras oleadas de pobladores paleo-asiáticos (paleo- mongoloides) que
llegaron al continente americano y a Suramérica, vinculándoles igualmente
con las poblaciones cazadoras recolectoras del Caroní y el Bajo Orinoco, en
general conocidas arqueológicamente en nuestro estudio. Esoss pobladores
53
originarios fueron clasificados por Greenberg como pertenecientes a la familia
linguística chibcha-paezana, cuyos descendientes están distribuidos desde la
Florida y la Baja Mesoamérica a través del norte de Colombia, el delta del
Orinoco y el suroeste de Venezuela hasta el Brasil Central y Argentina
(Greenberg, 1987: 335,389).
54
CAPÍTULO 4
La base material de la Formación Productora de Alimentos o Tribal
El paso de la formación social apropiadora, recolectora, cazadora, pescadora,
hacia una tribal productora de alimentos significó un cambio histórico
trascendental en la historia de la sociedad venezolana, cambio que supuso un
proceso previo de fijación a la tierra. Como dice Marx, en la sociedad
recolectora cazadora el concepto de utilización de los recursos naturales para
la subsistencia se refiere a la cantidad y calidad de los productos que produce
el suelo, no al suelo mismo. Nadie es propietario del suelo ni de las manadas
a ser capturadas ni de los frutos a ser recolectados. Las sociedades sedentarias
productoras, por el contrario, requieren poseer ambas cosas: el suelo y su
producto para devenir en propietarios del suelo, en la medida que el trabajo
social invertido sobre el mismo y en la domesticación de plantas
se
transforma en cosechas y eventualmente en rebaños de animales también
domesticados sobre los cuales ejercen la propiedad. Ésta se materializa en las
relaciones sociales de propiedad vía el parentesco consanguíneo,
que
garantizan un acceso igualitario a la producción y el consumo de materias
primas solamente a aquellos que forman parte de la misma unidad genéticosocial (Vargas Arenas, 1989).
El
potencial
para
las
transformaciones
históricas
no
es
inducido
mecánicamente por la localización aleatoria de un grupo social en un ambiente
rico en recursos naturales, sino por su capacidad de apreciar la interconexión
55
operativa que existe entre los diferentes nichos y ecosistemas, así como por
su habilidad de organizar el trabajo colectivo para explotarlos de manera
simultánea o diferida (Flannery, 1968; Sanoja y Vargas-Arenas, 1995: 257261, 333-348, 1999b: 161-164). Debe existir, pues, previamente, la capacidad
de definir socialmente el ambiente, de visualizar la Naturaleza como un
objeto para el trabajo social, lo cual presupone la sedentarización del o de los
grupos humanos. La sedentarización, a su vez, propicia la intensificación de
las relaciones intersubjetivas e interpersonales que estimulan la aparición de
loci de autoridad en las mismas que actúa para gestionar los procesos de
trabajo y así resolver los conflictos y transgresiones sociales.
La noción de sistema agrario
El cultivo o domesticación de las especies naturales no es una variable
causativa autónoma, sino una consecuencia de los procesos ampliados de
sedentarización, del desarrollo de las fuerzas productivas y de la producción
de espacios sociales que consolidan la territorialidad.Para que se produzca la
domesticaciòn de plantas, es necesario que previamente se haya producido
también la “domesticación”, la socialización de la gente como comunidad
sedentaria (Sanoja 1989b;). Las condiciones externas favorables no imponen
mecánicamente una adaptación cultural: es sólo a partir de los cambios que se
generen en las condiciones internas (socioculturales) de una sociedad, que se
pueden producir cambios que representen una revolución en sus condiciones
internas y externas (Vargas-Arenas1985; Sanoja y Vargas-Arenas 1995).
La domesticación de plantas en Suramerica la entendemos como un derivado
de la milenaria colonización territorial que emprendieron sus habitantes
56
originarios y de la fase de consolidación de la vida sedentaria que ocurrió
hacia 5000-4000 años ANP, coincidente a su vez con el establecimiento de las
principales familias linguisticas suramericanas. Así como para entonces los
grupos originarios vinculados a las familias protoarawak, protoGe,
protocaribe, prototupí y prototucano ocupaban predominantemente la región
centro-atlántica, la región centro-pacífica suramericana estaba ocupada
predominantemente por grupos originarios de las familias lingüísticas chibcha,
aymara y quechwa (Sanoja 2006:26).El patrón de distribución y concentración
territorial de la mayoría de las especies botánicas y animales domesticables,
respondía también - en líneas generales- a la dispersión territorial de los
grupos de familias lingüísticas mencionadas. De esta manera, se crearon
modos singulares de asociación proactiva entre determinadas formas
socioculturales y ciertos recursos de flora y de fauna que –por causas
naturales- predominanaban en las regiones que los grupos humanos
colonizaban.
Considerada desde ests perpectiva, podemos ver la agricultura como una
actividad productiva en la cual los hombres y mujeres, a través de la
utilización de un instrumental apropiado y la acumulación de un cuerpo de
experiencias relativas al crecimiento y desarrollo de determinadas plantas
útiles, el conocimiento sobre la forma de reproducir artificialmente los ciclos
naturales y de la fuerza de trabajo para llevar a cabo toda la secuencia de
actividades tecnoeconómicas para el apoyo y mejoramiento de esa actividad
productiva, logran obtener la cantidada necesaria de energía para reproducir su
existencia y romper la dependencia del grupo social de los procesos de
ampliación natural de la biota.
57
Como sistema, la agricultura constituye un conjunto finito de relaciones entre
elementos que son constantes tales como los suelos, el clima y los cultígenos,
y otros elementos variables tales como los medios e instrumentos de
producción y la fuerza de trabajo, que se objetivan formando un sistema
agrario. En un sistema agrario hay plantas o cultígenos dominantes que tiene
mayor valor calórico por peso y por área cultivada, las cual pueden ser
consideradas como un valor económico y social que llega a determinar ciertas
formas de conducta cultural, social y económica dentro del grupo humano
(Sanoja, 1997: 20-23).
La invención de la agricultura en el litoral noreste venezolano
La invención de la agricultura y el desarrollo de la vida sedentaria fue un
proceso que ocurrió independientemente en diversas regiones de Suramérica y
particularmente en el territorio venezolano. El noreste de Venezuela –como
hemos visto- parece haber sido uno de esos centros originales del cultivo,
evidenciado por la presencia de herramientas agrarias tales como hachas y
azadas líticas, majadores cónicos y morteros circulares para procesar
alimentos vegetales, los cuales aparecieron entre las poblaciones recolectoras
pescadoras cazadoras que habitaban alrededor de la laguna de Campoma,
estado Sucre, hace 4600 años (Sanoja 1989 a, 1989 b).
El descubrimiento de la agricultura estuvo fundamentado en el oriente de
Venezuela en la domesticación plantas vegetativas como la yuca (Manihot
esculenta Crantz) y otras raíces y tubérculos silvestres endémicas de la región
tales como el ocumo (Dioscorea sagittifolia), el lairen (Calathea alluia), el
guapo (Maranta arundinacea) y la pericaguara (Canna edulis). El orígen del
cultivo se dio en un contexto sociocultural que ya indicaba la existencia de
aldeas sedentarias. Los habitantes de las mismas explotaban de manera
58
orgánica un conjunto de variados ecosistemas: el marino, donde pescaban y
recolectaban moluscos marinos; el fluvial del caño Chiguana, donde pescaban
peces y cazaban caimanes; el ecosistema de manglar, donde pescaban peces y
recolectaban ostreas y gastrópodos y cangrejos; el palustre, donde pescaban y
cazaban diversas aves; los suelos arenosos húmicos en torno a la laguna de
Canpoma, donde
desarrollaban al parecer sus cultivos, y los boeques
tropicales secos que rodean la cuenca de la laguna, utilizados como campos
de caza de venados, váquiros, tigres, etc.. (Sanoja y Vargas-Arenas, 1995:253261; 1999c: 163).
El sedentarismo parece haber sido la condición necesaria para el desarrollo de
mecanismos de solidaridad social capaces de mantener una disponibilidad
permanente de fuerza de trabajo organizada con base a relaciones de
cooperación simple. Así como la fluidez y la inestabilidad estructural de la
fuerza de trabajo caracterizaban a las bandas de recolectores, cazadores
pescadores, en la Formación Social Tribal Productora de alimentos, por el
contrario, el desarrollo y el mantenimiento de la sedentarización comenzó a
fundamentarse en la acumulación de fuerza de trabajo.
En el caso particular de la región de Paria, el sedentarismo fue la necesaria
precondición para que las comunidades humanas pudiesen
explotar
sistemáticamente los recursos naturales existentes en el agregado de
ecosistemas existentes en el golfo de Cariaco. En este caso, la estabilización
de la población debe haber sido el resultado de las relación existente entre el
tamaño de la fuerza de trabajo y sus posibilidades objetivas de conservar un
nivel suficiente de reproducción natural de los componentes bióticos de los
ecosistemas y nichos hasta que una forma controlada de reproducción como el
cultivo de plantas, capaz de ofrecer resultados en cantidades y períodos
59
predecibles de acuerdo con la calidad y la cantidad del trabajo social invertido,
subordinó todas las otras actividades económicas: la caza, la pesca, la
recoleción de vegetales, etc. (Sanoja y Vargas-Arenas, 1995: 294-298).
La intensificación y consolidación del cultivo de plantas se dio paralelamente
a la intensificación de los contactos entre grupos humanos con diferentes
niveles de desarrollo sociohistórico. En el caso de Las Varas, golfo de Paria,
Edo. Sucre, Venezuela, donde los instrumentos agrícolas y las herramientas
para el trabajo de la madera utilizada en la fabricación de embarcaciones tales
como hachas, azadas, manos de moler cónicas, piedras de mortero y azuelas
en piedra pulida o en concha marina están presentes desde hace 4600 años
antes de presente,
los contactos de estas poblaciones
con otros grupos
aborígenes recolectores que ya vivían en la costa oriental de Venezuela y en
la cuenca del lago de Valencia se remontan, por lo menos, a 2600 añosANP
(600 años ANE).
Ello indica que las poblaciones recolectoras, pescadoras, agricultoras ya
poseían para entonces itinerarios de viaje que les permitían movilizarse e
interactuar con poblaciones lejanas, propiciando el intercambio a larga
distancia de diversas materias primas estratégicas. Entre éstas destacaba la sal
marina, que abundaba de manera natural en las salinas de Araya, la concha
del Strombus gigas y la Cassis sp, utilizada para fabricar hachas y azuelas para
el trabajo de los sólidos fibrosos, adornos ceremoniales, cuentas de collar,
anzuelos, etc. De la misma manera se difundió posiblemente el conocimiento
de la tecnología para desbastar y pulir la piedra, esencial para manufacturar
hachas, azadas y hachuelas de buena calidad y, en fin, de los componentes
sociales que eran básicos para consolidar la vida sedentaria, las actividades
60
agrícolas y artesanales y el desarrollo consecuente de la conciencia social de
las comunidades (Sanoja y Vargas-Arenas, 1995: 324-332).
La invención de la agricultura en la cuenca del Orinoco
Las investigaciones de Vargas-Arenas en el sitio La Gruta, Edo. Guárico,
margen izquierda del Orinoco Medio, pusieron de manifiesto en la excavación
N°4, la existencia de una alfarería muy rústica, temperada con ceniza o
carbón. La antigüedad del contexto arqueológico donde se recuperó la misma,
esta datado por una fecha de C14 de 3320 + 100 años ANP o1370 + 100 años
ANE (Vargas-Arenas, 1981: 409, Gráfico 7). La fecha mencionada representa
también una referencia temporal para entender el proceso de sedentarización
que habría comenzado a producirse en las poblaciones recolectoras cazadoras
que habitaban las sabanas y selvas de galería del Medio y Bajo Orinoco, así
como también la existencia de formas incipientes de cultivo, probablemente
plantas vegetativas, endémicas en aquellas regiones.
Otras poblaciones de antiguos recolectores cazadores del Bajo y Medio
Orinoco parecen haber comenzado a utilizar también, desde períodos muy
tempranos, alfarería de calidades diversas. Tal es el caso de la muestra
localizada en la Cueva de Las Patillas, fechada en 2810+ 160 años ANP, 810
años ANE, en el abrigo rocoso G-8, Bajo Caroní, Edo. Bolivar (Sanoja y
Vargas-Arenas, 2006: 60). En una fecha similar, 2605+ 85 años ANP, 655
años ANE, se hallaron igualmente fragmentos de alfarería atemperada con
desgrasante orgánico o núcleos de arcilla en el sitio arqueológico Agüerito,
serie Cedeñoide, Edo. Guárico (Zucchi y Tarble, 1984), lo cual parece
indicarnos un proceso generalizado hacia la sedentarización entre los diversos
grupos humanos que conformaban la sociedad de recolectores cazadores del
61
Medio y Bajo Orinoco (Sanoja y Vargas-Arenas, 1999a:130-131; 2007:
15SAJA).
La invención de la agricultura en el noroeste de Venezuela
Asi como podemos definir con claridad histórica las áreas de invención de la
domesticación y el cultivo de plantas en la mitad oriental de Venezuela, en el
noroeste y el occidente de Venezuela en general podemos establecer que el
cultivo y el procesamiento del maíz, ya lo practicaban los grupos originarios
subandinos larenses por lo menos desde 2500 años ANP, en la región de
Carora (Sanoja 2001: 2-19). Estos grupos humanos, tenían una estrecha
vinculación cultural con las poblaciones originarias andinas del noroeste de
Colombia y el norte del Ecuador, donde hacia 4200 años ANE (6200 años
ANP) los grupos orginarios ya practicaban una agricultura mixta de maíz,
papas y frijoles (Rodríguez 2005:22), acompañada en ciertas regiones por el
cultivo de la yuca.
La presencia de alfarería asociada con el cultivo de plantas o el cultivo de
plantas sin alfarería, ya no es una ocurrencia aislada en el norte de Suramérica
y en Venezuela en particular; por el contrario, cada vez más nuevos datos lo
confirman. Corroborando lo anterior, hallamos que para 2650 años ANP, 650
años ANE, la evidencia arqueológica hallada en el sitio Caño Grande, región
de selva tropical llluviosa del suroeste del lago de Maracaibo, Edo. Zulia, nos
indica la presencia de una alfarería tosca con desgrasante vegetal (ceniza y
tallos de plantas), de color grís, con decoración modelada aplicada, sin
indicios directos o indirectos de cultivo o procesamiento de plantas (Sanoja y
Vargas-Arenas, 1992: 68, 1999a: 99; 2007c: 15), de la misma manera, como
ya ha sido reseñado para el sitio Las Varas, la presencia para 4600 ANP de
instrumentos agrícolas manufacturados en piedra pulida, con ausencia de
62
alfarería, o presencia de alfarería rústica en el conchero Guayana, 3500+90
ANP, 1550+ 90 ANE, golfo de Paria, sin estar asociada con evidencias de
cultivo Con base a estas referencias podríamos concluir que, al menos en
Venezuela, la fase final de la Formación de Cazadores Recolectores o
Apropiadora no fue una mutación mecánica hacia la Formación Tribal
Productora: algunos modos de vida –como ya hemos señalado—dieron un
paso adelante hacia una nueva forma de sociedad.
La historia precolonial, narrada desde el testimonio arqueologico, muestra en
la vida de nuestras sociedades originarias las existencia de procesos de
colonización territorial que constribuyeron no solo al mestizaje étnico, sino
también a la fusión de conceptos
e ideas sobre la tecnología agraria y
artesanal así como también de la estética, lo cual se tradujo en la
conformación de sistemas agrarios mixtos y la creación de las regiones
geohistóricas que caracterizaban la sociedad originaria precolonial venezolana
(Sanoja y Vargas-Arenas 1999ª: 15-16).
En el el período que va desde 1730 hasta 650 años ANE, la región media del
rio Orinoco fue el asiento de una diversidad de poblaciones que se ubicaron en
los llanos al suroeste del actual Estado Guárico. Esta porción de los Llanos
Centrales se encuentra cruzada por la extensa red fluvial que conforman los
ríos Chirgua, Portuguesa y Apure, conformando un espacio geográfico con
grandes potencialidades para el desarrollo de la vida social: sabanas, suelos
aluviales muy ricos, selvas de galería, playas, raudales y recursos naturales
muy abundantes y variados (Vargas Arenas, 1981). Dicha red fluvial permite
la comunicación entre la cuenca del Orinoco y el piedemonte oriental de los
Andes venezolanos, donde ya vivían grupos agroalfareros cultivadores de
maíz desde por lo menos el último milenio ANE (Sanoja, 2001), propiciando
63
los contactos e intercambios entre aquellas poblaciones agroalfareras
subandinas y las orinoquenses (Sanoja y Vargas-Arenas, 2007c: 93-95), dando
nacimiento a nuevas tradiciones culturales regionales.
El contacto entre aquellas poblaciones aborígenes orinoquenses con las del
noreste de Venezuela aumentó en intensidad hacia finales del último milenio
ANE y comienzos de la era cristiana, cuando poblaciones agroalfareras que ya
vivían en el Medio y Bajo Orinoco desde 1000 años antes de Cristo se
movieron hacia la región de Paria desplazando y/o absorbiendo a las
poblaciones indígenas que ya vivian alli desde mediados del Holoceno
(Sanoja, 1979; Vargas-Arenas, 1981, 1990; Sanoja y Vargas-Arenas, 1983,
1995, 1999 a: 159-16; 1999-b: 164; 2007c:94-95).
Los pueblos andino-orinoquenses que llegaron a Paria ya conocían y
practicaban tanto el cultivo del maíz como el de la yuca amarga y su
transformación en casabe desde el año 1000 antes de la era cristiana (VargasArenas, 1979; Sanoja, 1997:173-184; Sanoja y Vargas-Arenas, 1983: 235-24,
1995: 349-357). Al llegar a Paria, los orinoquenses -que ya poseían la técnica
de la navegación y la pesca fluvial en el Orinoco y el Apure- asimilaron
rápidamente los conocimientos que habían desarrollado desde hacia 5000 años
ANP las poblaciones originarias de Paria y Margarita sobre la navegación
costanera y de alta mar, la tecnología de la pesca marina y palustre, los
conocimientos agrícolas y la tecnología para fabricar instrumentos líticos
pulidos tales como azadas, hachas y manos de moler. De esta manera, los
pueblos de la nueva formación social se tribalizaron y generaron rápidamente,
de manera simbiótica, un nuevo modo de vida tribal mixto con un modo de
trabajo basado en la recolección y la pesca marina y palustre, la caza terrestre
y el cultivo y procesamiento del maíz, de la yuca amarga para transformarla en
64
casabe y el cultivo de otros tuberculos autoctonos como el ñame, la batata, el
lairén y la pericaguara (Canna edulis).
Aprovechando
el conocimiento de la navegación de alta mar y de los
itinerarios marinos creados por las antiguas poblaciones de recolectores
marinos y cultivadores parianos, lor portadores de este nuevo y vigoroso modo
de vida, conocido culturalmente como Tradición Saladoide,
pudieron
colonizar rápidamente las Pequeñas y Grandes Antillas. Es a partir de este
momento cuando comienza a consolidarse la macroregión geohistórica
antillana, la cual abarcaba, alrededor de 400 años después de Cristo, el oriente
de Venezuela, las Pequeñas Antillas y las Grandes Antillas hasta la isla de
Cuba (Vargas-Arenas, 1990:182-215).
El sistema agrario de la semicultura: domesticación y cultivo del maíz
Cuando se habla generalmente sobre la domesticación y el cultivo del maíz
(Zea mayz), se sostiene que las razas andinas de dicha planta habrían migrado
desde Perú y Bolivia hasta México y América Central o viceversa, olvidando
al exponer dicho esquema difusionista que –de ser correcto- las diversas razas
de maíz habrían debido atravesar más de 40° de latitud existentes entre ambas
regiones, formando sucesivamente nuevas razas de híbridos. A este respecto,
las evidencias paleobotánicas sugieren que hacia 4000 años ANE existían una
o dos razas de maíz en México y tres –muy diferenciadas- en la región andina,
indicando la existencia de procesos evolutivos independientes en ambas
regiones. Sin embargo, en el área colombiana no se hallan razas o residuos de
razas de maíz vinculadas con la región peruana o boliviana, excepto quizás la
raza Pollo que podría tener afinidades morfológicas con el Chapalote o NalTel de Mesoamérica o el Confite Morocho de Perú (Roberts at alíi, 1957;
Mangelsdorf y Sanoja, 1965), representando la idea de un sustrato de maíz
65
arcaico que habría existido desde México hasta los Andes Centrales (Bonavía
y Grobman, 1989: 466; Sanoja, 1997: 83; Sanoja y Vargas-Arenas 2007c:9597).
La evidencia indica que razas de maíz con rasgos arcaicos como el Pollo,
siguieron siendo cultivadas en algunas regiones sin ser prácticamente
modificadas en su morfología genética o física hasta 1964, cuando hicimos la
recolección de mazorcas en conucos campesinos de la región del Mucuchíes
profundo, Edo. Mérida (Mangelsdorf y Sanoja 1965), quizás por la ausencia
de otras razas más avanzadas con las cuales realizar los cruces o por la
existencia de otras plantas alimenticias como la yuca, que complementaban la
baja productividad de la raza arcaica de maíz Pollo.
En el occidente de Venezuela parecen haberse producido también otros
procesos locales de domesticación secundaria de plantas endémicas como el
maíz. Ello estuvo relacionado, al parecer, con la presencia de poblaciones
humanas tribales agroalfareras complejas surgidas de contextos formativos del
noroeste de Suramérica, las cuales parecen haberse asentado en el valle de
Carora y otros valles subandinos del estado Lara entre 1000 a.C. y 500 a.C.
(Sanoja, 2001; Sanoja y Vargas, 2007d) y en el piedemonte oriental andino.
Las investigaciones de Zucchi en el sitio La Betania, Edo. Barinas, han
mostrado de manera consistente la presencia de comunidades aborígenes
tribales en los Llanos Altos Occidentales, quienes habrían comenzado hacia
230 años ANE el cultivo de la raza de maíz Pollo, cuyas mazorcas procesaban
utilizando piedras y manos de moler. La presencia de budares de barro son
indicadoras también del cultivo de la yuca amarga (Manihot esculenta
Crantz), evidenciando la coexistencia de la vegecultura con la semicultura, la
pesca fluvial y la caza terrestre (Zucchi, 1967, 1968, 1972 a y b, 1973, 1976).
66
La presencia efectiva de manos y piedras para moler el maíz se encuentra
atestiguada desde 300 antes de años ANE (2300 años ANP) en el sitio Camay,
valle de Carora, Edo. Lara, donde se utilizaban también como parafernalia
mortuoria. En varios casos el cráneo de los difuntos, generalmente mujeres,
descansaba sobre el metate, en tanto que las manos de moler se colocaban
sobre la región ventral del cadáver (Basilio, 1959: 184; Sanoja, 2001: 14),
evidenciando la estrecha relación existente entre el género y el modo de
mantenimiento doméstico, la cosecha y el procesamiento del maíz así como la
importancia que todo ello tenía para la definición de la importancia del estatus
social de las mujeres dentro de la comunidad.
Las evidencias arqueobotánicas
tienden a demostrar la existencia
generalizada en el occidente de Venezuela del maíz reventón arcaico como el
Pollo,
emparentado con otros maíces arcaicos
como el Nal Tel de
Mesoamérica y el Confite Morocho de los Andes Centrales, en ciertos
nichos localizados en el piedemonte oriental y septentrional de los Andes
venezolanos. Las fechas C14 indican que en el valle de Quíbor el maíz ya era
cultivado por lo menos entre 1105 y 1790 de la era cristiana (Mangeldorf y
Sanoja, 1965; Sanoja y Vargas-Arenas, 1992a: 128, 1999a:50, 1997: 104).
Mazorcas de maíz Pollo fueron también recolectadas en diversos otros sitios
arqueológicos localizados tanto en los valles templados de la Sierra de Mérida
fechados en el siglo X de la era cristiana (Wagner, 1967) y en los llanos altos
occidentales hacia 230 años ANE (Zucchi, 1967).
El maíz Pollo, por otra parte, tiene en Colombia una presencia limitada a las
vertientes orientales de la Cordillera Oriental en los Departamentos de Boyacá
y Cundinamarca, formando una especie de área de distribución que abarcaría
la vertiente oriental de los Andes venezolanos, incluyendo
67
los valles
subandinos de Lara y Trujillo, asi como los valles alto andinos de la Sierra de
Mérida.
En la región de Popayán, Colombia, también se reporta la existencia de un
maíz que era llamado por los indígenas con el nombre de morocho, de
mazorca pequeña que se recogía dos meses depués de haberlo sembrado. En
el valle de Carache, estado Trujillo, el maíz Pollo estaba acompañado de otras
variedades como el Clavo y el Huevito. El primero es un maíz adaptado a las
alturas intermedias entre 1000 y 1200 m.snm., cuyo origen parece hallarse
también en las razas arcaicas de maíz reventón. El suroeste de Venezuela
parece pues haber sido un área importante para el cultivo del maíz Pollo,
donde constituía
un elemento importante de la dieta cotidiana de las
poblaciones (Sanoja, 1997: 104; Wagner, 1967; Roberts et alíi, 1957: 45-50).
Tanto en las aldeas indígenas de los valles subandinos, así como en las de las
riberas de Orinoco, la yuca y el maíz eran cultivados simultáneamente,
reforzando así la ingesta alimenticia.
El maíz Pollo fue muy popular en la subsistencia de los pueblos originarios
del occidente de Venezuela, un tipo de maíz blando utilizado para elaborar la
chicha o panes como las cachapas o las arepas. A este respecto podemos
decir que durante el siglo 11 de la era cristiana, en algunos contextos
arqueológicos del valle de Quíbor, estado Lara, las mazorcas de maíz Pollo
estaban asociadas con budares de forma oval que conservaban
todavía,
adheridos a su superficie, vestigios de la masa de maíz (Sanoja y Vargas
Arenas, 1999 a: 41).
En las regiones altoandinas y los valles subandinos, aparte del maíz, los
pueblos originarios cultivaban
la papa (Solanum tuberosa), el apio
(Arracacha arracacha), la auyama, los frijoles, ajíes, y diversos frutales
68
como la lechosa (Papaya carica) (Sanoja y Vargas Arenas, 1999 a: 43). En
diversas zonas de los actuales estados Lara y Falcón, plantas autòctonas como
el maguey (Agave cocuy), fueron utilizadas por los pueblos originarios no
solo como un alimento complementario, sino también para confeccionar
bebidas alcohólicas (Gonzáles Batista, 2002).
El cultivo del maíz Pollo y de los frijoles (Canavalia sp.) ya existía en el
Orinoco Medio desde el año 400 antes de Cristo (Sanoja y Vargas,:1992a:
128; Sanoja, 1979:264-266; 1997: 181-182; Roosevelt, 1980:; 239), según el
hallazgo de granos, mazorcas de maíz calcinado y piedras de moler en los
sitios de Corozal y Ronquín, estado Guárico. El maíz Pollo podría
corresponder con el llamado maíz de dos meses (Febres Cordero, 1946),
señalado por los cronistas, que se utilizaba preferentemente entre los
Otomacos para fabricar arepas mezclando la masa de maíz con manteca de
caimán y poya (polvo de arcilla cocida), así como bebidas fermentadas como
la chicha, la cual cumplía una función a la vez nutritiva y social, parte
importante de las fiestas y celebraciones colectivas. Entre los Otomacos,
Guamos, Paos y Yaruros el maíz de dos meses denominado onóna, era
cultivado por las mujeres en los suelos aluviales que quedaban expuestos
alrededor de los lagos o a lo largo de los ríos, luego de las crecidas anuales.
Dos meses después de haberlo plantado ya obtenían mazorcas maduras, de
manera que podían alcanzar hasta seís cosechas al año (Gumilla, 1993: 152154; Acosta Saignes, 1954: 63; Roth, 1917: 218- 233). Los Cumanagotos
cultivaban también un maíz blando, de mazorca pequeña, que se cosechaba en
cuarenta días, denominado amapo (Civrieux, 1980: 156).
69
La cosecha del maíz cultivado requería poder contar con técnicas de
conservación y almacenamiento de las mazorcas para el consumo diferido.
Uno de los procedimientos más comunes era el ahumado de las mazorcas,
mediante el cual se lograba reducir la humedad natural de los granos y
hacerlos más resistentes a los hongos y las plagas. Otra técnica existente entre
los Otomacos era la de enterrar durante días las mazorcas de maíz, u otros
frutos, en cavidades que practicaban a la orilla de los ríos. Ello contribuía -al
parecer- a darles también un cierto punto de maduración antes de su consumo
o utilización (Gumilla, 1993: 153).
El sistema agrario de la vegecultura: domesticación de la yuca amarga
La domesticación de la yuca amarga y la invención del casabe fueron dos
eventos muy importantes en la historia de la ciencia y la tecnología aborigen.
En el noreste de Venezuela, sitio Las Varas, localizado sobre la laguna de
Canpoma, Edo. Sucre, la presencia de numerosas azadas, hachas petaloides
de piedra, manos conicas y vasijas de piedra hacia 4600 años ANP (2600 años
ANE) indica que la domesticación y cultivo de plantas comestibles ya se había
iniciado entre las poblaciones de cultivadores, cazadores recolectores de la
laguna de Campoma (Sanoja y Vargas Arenas, 1995: 294-298).
Según Sauer (1952, 1965), el proceso de domesticación de la Manihot
esculenta o yuca podría encontrarse en la cuenca del río Orinoco, planta que
podría haber sido originalmente endémica
de la periferia de las selvas
semidecíduas en ambientes riparios o costeros (Harris, 1972, 1969: 10-12),
como sería el caso del los suelos arcillosos que rodean el sitio Las Varas y el
sitio El Bajo, en los cuales hoy día se cultivan diversas variedades de Manihot.
70
El cultivo de la Manihot esculenta y la manufactura del pan de casabe ya era
practicada al sureste de Paria por los pueblos originarios que habitaban la
costa del actual distrito Noroeste de Guyana, margen derecha de la
desembocadura del rio Orinoco. En el sitio arqueológico Hossororo Creek, en
Guyana, la presencia de fragmentos de budares permite inferir que aquellas
poblaciones originarias ya habían domesticado la yuca y fabricaban pan de
casabe hacia 3550 + 65 años ANP, 1600 años ANE (Williams, 1997: 244;
Sanoja, 1997: 162-1; Sanoja y Vargas-Arenas 2007c: 97-99).
Los pobladores de la aldea aborigen de Barrancas, Edo. Monagas, ubicada
sobre la margen izquierda del rio Orinoco habian domesticado la yuca amarga
y fabricaban el casabe hacia 3000 años ANP, o sea 1000 años ANE (Cruxent
y Rouse 1961-I: 255; Rouse y Cruxent 1963: 84; Sanoja 1979:309-324,1997:
175-178). En el sur del lago de Maracaibo, por otra parte, la presencia de
fragmentos de budares para cocer las tortas de casabe, asì como de manos de
moler, parece indicar la existencia de una forma temprana de cultivo mixto de
maíz y de yuca para 2650 años ANP, esto es 650 años A.C., la cual se
mantuvo hasta bien entrado el siglo XVIII, continuando hasta el presente ANE
(Sanoja y Vargas Arenas, 1992: 67-68; Sanoja, 1997: 184; Vargas-Arenas,
1976Onia).
La invención del pan de casabe
La invención del pan casabe fue un importante evento en la historia de la
tecnología alimenticia aborigen y el fundamento de un proceso civilizatorio,
que introdujo modificaciónes radicales en los modos de vida de las
comunidades originarias de la América Tropical. Las raíces de yuca en sus dos
variedades, la amarga o la dulce, pueden conservarse naturalmente bajo tierra
hasta el momento cuando se las necesita, pero el casabe, que es un alimento
71
cultural fabricado por las mujeres tribales, conformaba una reserva móvil
alimentos que podía ser almacenada en las viviendas, transportada e
intercambiada como un valor de uso en los procesos de trueque o comercio
entre las comunidades aborígenes cuando era necesario (Sanoja, 1997: 127137).
El proceso de manufactura del pan de casabe, esto es, la transformación de las
raíces de yuca en un alimento producido por el trabajo humano, parecer haber
sido una innovación tecnológica desarrollada por las mujeres, ya que fueron
ellas quienes ejecutan todo el proceso, comenzando con la cosecha de raíces.
Las raíces de la variedad venenosa o amarga de la yuca son las más utilizadas
para fabricar harina (mañoco) y casabe, debido a su alta concentración de
almidón. Las raíces de la variedad “dulce”, si bien se pueden transformar
también en harina, producen un casabe duro y fibroso, menos comestible. Por
esta razón, era necesario mantener separadas las plantas de ambas variedades,
ya que no tienen rasgos morfológicos que las identifiquen. Según la
experiencia de campesinas venezolanas modernas que cultivan la yuca en
conucos alrededor de la laguna de Canpoma, Edo. Sucre, Venezuela, “el palo”
o tallo de la yuca amarga, que es de género masculino, se reconoce en que
tiene “ojos”, es decir, que las bases del los pecíolos están muy juntas y éstos
son más gruesos que los de la variedad dulce, que es de género femenino, la
cual tiene los “ojos” más separados. Pueden también diferenciarse por el
color del pecíolo de la hoja, pero todas estas diferencias solo tienen validez
cuando se compara un conuco y otro de la misma región (Sanoja y Vargas
Arenas, 1995: 353). El carácter “venenoso” o “dulce” de las raíces parece
estar vinculado más bién a factores locales, posiblemente a las condiciones del
suelo (Sanoja, 1997:109-115).
72
Las plantas de yuca presentan una gran capacidad de introgresión por lo cual,
una vez cultivadas, es preciso separarlas de otras variedades silvestres las
cuales tienen generalmente raíces muy delgadas y poco productivas. La única
forma de diferenciar y separar en un conuco las dos variedades de yuca
mencionadas y evitar la introgresión con otras especies menos productivas, es
evitando la floración. Esta solución fue descubierta por las biotecnólogas
indígenas
originarias al inventar la reproducción por esquejes o tallos,
proceso que llevó, prácticamente, a la clonación de las plantas: el esqueje de
una yuca amarga o de una dulce sólo reproduciría la misma línea de variedad,
separando la planta del resto de la biota y obligándola a depender de los
cuidados humanos para su reproducción. De la misma manera, al impedirse
la floración, la planta acumula más almidón en sus raíces, haciéndose así más
productiva como alimento. Este proceso de ingeniería genética es lo que se
conoce propiamente como domesticación.
Para manufacturar el pan de casabe fue necesario, en primer término, que las
mujeres, que siempre fueron yerbateras y herbolarias conocedoras de las
virtudes de los vegetales, descubriesen el principio de los químicos naturales
de la planta -el ácido prúsico- que determina la toxicidad de la yuca amarga y
–en segundo término- el diseño de los medios físicos para eliminarla. La
cadena de gestos técnicos enumerada requería una serie de dispositivos
mecánicos para llevar a término el procesamiento de las raíces de yuca: el uso
de un instrumento cortante para pelar dichas raíces, y un rallo. Este
instrumento ha sido documentado arqueológica y etnográficamente como una
tabla de madera sobre cuya superficie se adhieren -mediante el uso de una
resina vegetal- microlascas cortantes de jaspe, chert u otro tipo de roca
cristalina, que desgarran la pulpa de la raíz al frotarla contra él. El paso
73
siguiente es exprimir la pulpa en un sebucán o tipiti para extraer el yare o
jugo venenoso utilizando una compleja cesta cilíndrica flexible—tejida según
el principio del resorte—para extraer el ácido prúsico de la pulpa. De seguido
se coloca la pulpa exprimida en una cesta circular o wa’pa para secarla al sol.
Finalmente, la masa se transforma en granos que son cernidos utilizando otra
cesta circular que sirve de cedazo, el manare, para obtener una harina de
grano fino. Por último, la harina es cocida en un plato circular de arcilla, el
budare o buren, que es colocado sobre fuego apoyándolo en topias del mismo
material, para que el calor transforme el almidón en un pan en forma de torta
circular, de unos 3 mm de espesor y de un diámetro que puede alcanzar hasta
70 cm.
Todos estos procesos innovadores necesitaron la invención previa de otro
complejo de técnicas físico químicas y mecánicas como la alfarería y la
cestería, y haber observado y ensayado -quién sabe cuantas veces- con
distintas especies de plantas para diseñar, finalmente, un alimento creado
artificialmente para mejorar la calidad de vida de la sociedad. Podríamos
hablar con propiedad, de una acumulación de conocimientos científicos—
entendiendo por ciencia el conocimiento exacto y razonado de las cosas—
aplicado a la producción de valores de uso, como es en este caso el casabe, así
como de valores de uso y /o de cambio como la alfarería.
Al igual que en el caso del maíz, donde el agua donde se han hervido los
granos se fermenta para convertirla en un licor, la chicha, el jugo exprimido de
la yuca amarga también se fermentaba para producir bebidas alcohólicas
como el chachirí, utilizado para el consumo en eventos rituales y sociales.
Es muy probable, como ya se explicó, que esta primera fase de la
domesticación de la yuca se hubiese producido en el noreste de Venezuela
74
alrededor de 4600 años ANP (Sanoja, 1989: 526-531). Esa fecha significaría
también el inicio de la disolución de la Formación Apropiadora y el preludio
de la Formación Tribal Productora de Alimentos. Aunque los cambios de
magnitud se producen con mayor rapidez sólo cuando se dan los cambios
correlativos en la calidad, en este caso las relaciones sociales de producción,
podemos decir que se produjo una transformación histórica de la sociedad.
Ello ocurrió en Venezuela hacia 3000-2800 años ANP, cuando la gente de la
Fase Barrancas inventó o adoptó el proceso de transformar el alimento natural
representado por las raíces de la yuca, en un alimento diseñado y construido
por humanos (Sanoja, 1979: 320.).
75
CAPÍTULO 5
La Formación Económico-Social Productora o Tribal
El sedentarismo fue la condición necesaria para poder desarrollar mecanismos
de solidaridad social, capaces de mantener una disponibilidad permanente de
fuerza de trabajo organizada con base a relaciones de cooperación simple. Así
como la fluidez y la inestabilidad estructural de la fuerza de trabajo
caracterizaban a las bandas de recolectores, cazadores pescadores, en la
formación social productora, por el contrario, el desarrollo y el mantenimiento
de la sedentarización comenzó a fundamentarse en la acumulación de fuerza
de trabajo.
Como hipótesis explicativa hemos propuesto que la Formación Productora o
Tribal se desarrolló como consecuencia de un proceso transformador que
implicó el paso de sociedades con una economía apropiadora a una productora
de alimentos. Esta revolución se identifica por un cambio fundamental: la
incorporación de los medios naturales de producción a los contenidos
objetivos de la propiedad colectiva. De esta manera, la expresión jurídica de
las relaciones sociales de producción, las relaciones de propiedad, se definirán
ahora por un nuevo contenido: aunque el régimen de propiedad continúa
siendo colectivo en su forma, el contenido objetivo de lo que se posee y se es
propietario experimenta un cambio fundamental, toda vez que los miembros
de la sociedad—como colectivo—pasan ahora a ser propietarios de los medios
naturales de producción, del objeto de trabajo, puesto que en éste existe
trabajo objetivado, trabajo pasado invertido en la creación de un paisaje social.
76
El trabajo objetivado resume los medios de control ejercidos por la comunidad
sobre los procesos de reproducción de las especies vegetales y animales que
sustentan la reproducción biológica y social (Vargas Arenas, 1990: 93-113,
Sanoja, 1993: 27-44).
La revolución que significó la producción de alimentos conlleva—en lo que a
división técnica del trabajo se refiere—el desarrollo de nuevos instrumentos y
medios de producción, así como a procesos de producción de alimentos y de
valores de uso, de diversificación e intensificación de las prácticas sociales
pues, al tener ahora plusproducción de alimentos, algunos individuos podrán
dedicarse a desarrollar procesos de trabajo que no estén ligados directamente a
la producción de bienes primarios.
La tendencia creciente hacia la sedentarización convierte la presencia de la
aldea en la base física central del espacio territorial de las unidades sociales.
La fijación en el espacio induce al surgimiento de procesos de explotación
especializada de los diversos biotopos o nichos ecológicos
del espacio
territorial, así como al control de los medios de producción natural. Ello
posibilita igualmente producir cierta reserva de alimentos así como también
establecer relaciones de complementaridad económica vía el intercambio de
valores de uso con otras comunidades, permitiendo espaciar los ciclos de
producción-consumo.
Los contenidos de la reciprocidad y de la cooperación para el trabajo se
transforman, ya que al no existir precariedad económica aquéllos sirven ahora
para asegurar la propiedad de los medios naturales de producción, el
mantenimiento en las unidades productivas y la reproducción—más o menos
controlada—de la fuerza de trabajo dentro de ellas.
77
La fase de consolidación de la sociedad tribal se caracteriza por cambios
sustanciales en los sistemas de distribución, cambio y consumo, observándose
que comienza a restringirse el acceso colectivo e igualitario a lo producido,
mientras
que—paradójicamente—se
hace
más
necesaria
la
complementariedad económica entre aldeas. Se objetivan ritmos diferenciales
de desarrollo de las fuerzas productivas entre diferentes aldeas; surgen grupos
de especialistas organizados que son productores secundarios, así como de
individuos del sector terciario que gestionan de cierta manera la circulación
de valores de uso—bienes terminados o materias primas—entre las diversas
comunidades tribales.
Las redes de circulación, pero sobre todo las variaciones de desarrollo entre
aldeas,
permiten también, de cierta manera, el establecimiento y la
consolidación de relaciones políticas entre los miembros de una misma
comunidad, donde un linaje o segmento social adquiere control sobre la fuerza
de trabajo y sobre su producción vía el tributo o el don. El don, la donación
de bienes materiales o servicios
producidos mediante el trabajo social
invertido por la comunidad, juega un papel central en la consolidación de las
relaciones de poder
jerárquica.
entre los
linajes dominantes de la sociedad tribal
En este sentido, el concepto de acumulación referido a las
sociedades antiguas solo podría ser entendido tomando en consideración que
lo que se acumula es el trabajo mismo. Parafraseando a Marx podríamos decir
entonces: El Trabajo en cuanto medida del valor es la forma necesaria de
manifestarse la medida del valor inmanente en las mercancías (producto del
trabajo social): el tiempo de trabajo (Marx, 1982: 80-89).
En general, el desarrollo de las diferencias de rango que conducen a la
consolidación de estructuras y relaciones sociales asimétricas se apóyan en el
78
control que ejerce un determinado segmento social sobre los puntos nodales
de las redes de distribución de valores de uso. Los segmentos o grupos
dominantes de las sociedades desiguales no pueden subsistir o mantenerse en
el tiempo como unidades aisladas; por una parte, requieren de la apropiación,
como don o tributo, del trabajo objetivado, del servicio de los segmentos
sociales sometidos a su dominio, a cambio --a su vez—de servicios y valores
de uso. Por la otra, necesitan la existencia de redes regionales de circulación
de valores de uso (puesto que la complementariedad económica es un rasgo
estructural de esta sociedad) que los consolida vis a vis de sus pares en otras
comunidades similares
de la región y, al mismo tiempo, los separa
internamente de sus individuos controlados.Por ello, en esta sociedad, cuando
los mecanismos de diferenciación social adquieren importancia histórica, la
contradicción igualdad-desigualdad económica es finalmente resuelta a favor
de esta última, condición que supone la disolución definitiva de la Formación
Tribal.
La sociedad tribal venezolana podría considerarse, de acuerdo a las premisas
anteriormente expuestas, en dos grandes fases de desarrollo histórico:
a) La fase
que denominamos igualitaria,
caracterizada por decisiones
colectivas, el acceso igualitario a lo producido (exceptuando las diferencias
internas entre sexos) y la existencia de formas colectivas de consumo.
b) La fase que denominamos estratificada o jerárquica, donde se objetivan
formas de poder político y la sociedad se diferencia en rangos o estamentos,
institucionalizándose la desigualdad
entre linajes o segmentos sociales
dominantes y el común de los individuos de la comunidad (Vargas Arenas,
1990).
79
En otras regiones de la América antigua, tales como los Andes Centrales y
Mesoamérica, la fase jerárquica de la sociedad tribal evolucionó hacia formas
estatales autóctonas y hacia sociedades muy complejas (clasistas iniciales),
donde una sola clase social era propietaria de los medios de producción (la
sacerdotal o teocrática), mientras que la otra se constituyó como una clase de
productores directos (los campesinos (as) y artesanos (as). Esa sociedad
conformó estados autóctonos americanos, los cuales desaparecieron en el
siglo XVI bajo los embates de la conquista castellana, siendo sustituidos por
otra sociedad de clases y por un Estado colonial característico del capitalismo
periférico que se gestó partir de aquella fecha.
En el caso venezolano, la ausencia de suficientes elementos autodinámicos,
de tensiones sociales internas y externas,
debido a la baja densidad
demográfica y a lo extenso del territorio, aunado a la ubicación periférica del
territorio venezolano en relación a los centros de
desarrollo de las
formaciones estatales autóctonas americanas, determinó la existencia de
procesos de cambio sociohistórico muy lentos.
La fase igualitaria de la sociedad tribal en Venezuela se expresó en tres modos
de vida: un Modo de vida Igualitario Vegecultor, un Modo de Vida Igualitario
Semicultor y unel Modo de Vida Igualitario Mixto. Cada uno de estos modos
de vida ha sido definido por Vargas Arenas (1990: 108-113) con base a su
modo de trabajo, a las configuraciones particulares del proceso productivo
general. La fase jerárquica, por su parte, la ha considerado como expresada en
un solo modo de vida: el Jerárquico Cacical.
El Modo de Vida Igualitario Vegecultor
80
Un modo de vida igualitario vegecultor se desarrolló de manera característica
entre las poblaciones aborígenes que vivían en las tierras bajas del noreste de
Venezuela. Sus orígenes están íntimamente vinculados con las poblaciones
recolectoras-cazadoras del noreste de Venezuela y el noroeste de Guayana,
particularmente con las del Modo de Vida III definido por Sanoja y VargasArenas (1995: 251-332) para la region de Paria. Noreste de Venezuela. Como
expusimos anteriormente, desde 4600 años antes del presente ya se observan
en el sitio de Las Varas, región de Paria, evidencias de la utilización de
instrumentos agrícolas.
Es posible que aquellas antiguas comunidades hubiesen comenzado a cultivar
cultígenos endémicos como la yuca (Manihot esculenta Crantz), el ocumo
(Xanthosoma saggitifolium), el lerén (Calathea allouia), y la pericaguara
(Canna edulis), cuya producción controlada vino a reforzar el potencial y la
variedad de recursos naturales de fauna de los cuales ya disponían. Las
evidencias ciertas de la domesticación de la yuca amarga, de las técnicas para
fabricar casabe y para manufacturar la alfarería, se encuentran en el sitio de
Hossororo Creek, Fase Alaka, Distrito Noroeste de Guyana, hacia 3800 años
antes del presente. Ellas consisten en fragmentos de budares de barro cocido
utilizados para cocer las tortas de casabe,
hecho que representa una
importante innovación, tanto en el campo de la genética de plantas como de la
tecnología de alimentos aborígenes (Sanoja, 1997: 109-115, 162; Wlliams,
1992: 233-251).
Es muy probable que esta primera fase de la domesticación de la yuca se
hubiese producido en el noreste de Venezuela alrededor de 4600 años antes
del presente (Sanoja, 1989: 526-531). Ello significaría también el inicio de la
disolución de la Formación Apropiadora y el preludio de la Formación Tribal
81
o Productora de Alimentos. Aunque los cambios de magnitud se producen
con mayor rapidez, sólo cuando se dan los cambios correlativos en la calidad,
en este caso las relaciones sociales de producción, podemos decir que se ha
producido una transformación histórica de la sociedad. Ello ocurrió en
Venezuela hacia 3000-2800 años ANP, cuando la gente de la Fase Barrancas
conoció el proceso de transformar el bien natural representado por las raíces
de la yuca, en un alimento diseñado y construido por humanos (Sanoja, 1979:
320).
El modo de vida igualitario vegecultor es el que presenta el más bajo nivel de
desarrollo histórico de las fuerzas productivas dentro de la FES Tribal. La
asociación de los cultivos vegetativos con la técnica del conuco y
la
agricultura migratoria, frenó las posibilidades de crear una suerte de capital
agrario significativo, de elevar el nivel de la producción por encima del nivel
de subsistencia. Las aldeas relacionadas con un modo de vida tribal
igualitario, similar al descrito y analizado, consistían generalmente de una o
varias casa comunales, habitadas cada una por familias extensas. Cada unidad
familiar, cada aldea era autosuficiente. En consecuencia, los intercambios de
valores de uso eran limitados, así como muy pocas las posibilidades de llegar
a crear unidades sociales organizadas territorialmente.
Debido al carácter segmentario de la sociedad, lo cual lleva a la necesidad de
disponer de un amplio espacio en torno a la aldea para practicar la agricultura
itinerante, los contactos entre las comunidades eran esporádicos y laxos,
inhibiendo la formación de liderazgos tribales sólidos. Aunque las aldeas de
vegecultores eran capaces de generar plusproductos, éstos no eran lo
suficientemente importantes como para gestar otras formas de división del
trabajo diferentes a la división doméstica del trabajo por edad y sexo. En
82
suma, debido al bajo rendimiento del modo de trabajo, el crecimiento de la
población poseía un punto crítico: cuando ponía en peligro la capacidad de
autosustentación, la comunidad se dividía creándose una nueva aldea que
reproducía las mismas características de la comunidad madre (Vargas Arenas,
1990: 108; Sanoja y Vargas Arenas, 1992: 223).
A pesar del carácter autárquico de las aldeas, se observa la presencia de cierto
tipo de intercambios de valores (consustancial con la complementariedad
económica), utilizando una especie de moneda conformada por cuentas de
hueso, de concha o de azabache (lignito) denominadas “quiripa” o “quitero”,
pectorales de jadeíta o adornos de oro. Dicho intercambio parece haber estado
vinculado al desarrollo de algún tipo de relaciones de poder, ya que la
acumulación de una gran cantidad de sartas de quiripa o quiteros confería
prestigio social a su poseedor (Acosta Saignes, 1954:83,245; Vargas Arenas et
al, 1993: 42-45; Gasson, 2000:581-610).
El origen de las poblaciones con un modo de vida igualitario vegecultor, como
hemos visto, se remonta a la fase de disolución de la Formación Apropiadora
4600-3200 años antes de ahora. Las primeras poblaciones de agricultoresrecolectores-cazadores fabricantes de alfarería de aparente filiación arawaka,
conocidos arqueológicamente como Tradición Barrancas y Tradición
Ronquín, aparecieron en el Bajo Orinoco hacia 3000 años antes del presente y,
para comienzos de la era cristiana, ya habían llegado a ocupar toda la cuenca
del río, así como la cuenca del lago de Valencia, el noreste de Venezuela y las
islas de Margarita y Trinidad, regiones estas últimas donde se fusionaron con
los antiguos pueblos
agricultores-recolectores-pescadores (Vargas Arenas,
1990: 182; Sanoja y Vargas Arenas, 1992ª: 77-80, 1995: 359-382).
83
En 1700 años antes de ahora, año 300 de la era, incursionaron en el Orinoco
nuevas poblaciones, de posible filiación caribe, conocidas arqueológicamente
como Tradición Arauquín. Para el siglo 12 de la era cristiana ya habían
sometido a su control a todas las poblaciones del Medio y Bajo Orinoco, las
de la costa oriental y las de la costa central de Venezuela, incluyendo las de
las islas caribeñas venezolanas (Vargas Arenas, 1990: 182,-183; Sanoja y
Vargas Arenas, 1992b: 116-117).
El Modo de Vida Igualitario Mixto
Este modo de vida caracterizó a aquellas poblaciones cuyo modo de trabajo
integraba formas de producción de alimentos basadas en el cultivo simultáneo
de la yuca y el maíz, aunado a la práctica de la caza, la pesca y la recolección
marina, riparia o terrestre.
El rendimiento combinado de las mismas les
confería al parecer mayor capacidad para generar un cierto nivel de
plusproductos alimenticios. La vegecultura, junto con la caza, la pesca y la
recolección, sustentaban la reproducción de la vida cotidiana. El cultivo, el
almacenamiento y el procesamiento del maíz,
connotan la existencia de
relaciones técnicas de trabajo y calendarios agrícolas diferentes a los que
poseía la vegecultura, así como la creación de un capital agrario (Vargas
Arenas, 1990: 110).
Un modo de vida igualitario, cuyo modo de trabajo se sustentaba básicamente
en la combinación vegecultura y semicultura, podría convertirse—por
ejemplo—en el antecedente histórico de uno jerárquico ya que los diversos
modos de vida de una misma formación pueden presentarse coetánea o
sincrónicamente, sucederse o coincidir con las fases de desarrollo del modo
de producción correspondiente y constituir, por tanto, secuencias históricas.
84
El modo de vida igualitario mixto se asocia generalmente en Venezuela con la
construcción de obras de terracería agrícola, particularmente campos de
camellones o montículos de cultivo. En el primer caso, los camellones forman
sistemas reticulares, usualmente conectados con un curso de agua, donde se
represa el agua derivada de aquél, bien mediante drenajes o por las crecidas
estacionales. De esta manera, se creaba artificialmente un nicho de carácter
palustre donde convivían los peces, las aves,
las plantas, los moluscos
terrestres, los pequeños mamíferos y roedores que pululaban en la vecindad de
las viviendas humana (Sanoja 1997:188-193; Sanoja y Vargas-Arenas 2007c:
101-105).
Aunque las plantas crecían en la superficie de los camellones, sus raíces
estaban cerca del agua acumulada en los canales que separaban uno del otro.
Ello permitía un mejor control de la reproducción de las plantas, así como la
posibilidad de tener varias cosechas anuales, aumentando así la capacidad de
generar plusproductos de alimentos. La inversión de trabajo en la creación y
mantenimiento de un capital agrario fijo, incidía igualmente en el nivel de
sedentarización de las comunidades, y la posibilidad de mantener
--
eventualmente—un sector de productores secundarios de bienes y/o servicios:
artesanos (as), shamanes o sacerdotes, guerreros, etc. Ello fue correlativo, en
el caso venezolano con la construcción de complejas obras de terracería, no
solamente para los campos de camellones, sino para la construcción de
viviendas y estructuras ceremoniales monticuladas, calzadas, etc.
Las poblaciones vinculadas a este modo de vida se localizaron principalmente
en los llanos del suroeste de Venezuela y en la cuenca del lago de Valencia
entre 700 y 1500 de la era cristiana (Vargas Arenas, 1990: 110-112; Sanoja y
Vargas Arenas, 1992b: 131-132; Sanoja, 1993: 32-33, 1997: 173-184; Spencer
85
et al, 1994; Redmond y Spencer, 1994; Zucchi, 1974, 1976, 1979; Zucchi y
Denevan, 1974).
El Modo de Vida Igualitario Semicultor
Este modo de vida poseía, en términos cualitativos, mayor potencialidad para
gestar un cambio revolucionario en la sociedad, ya que con el predominio
cualitativo y cuantitativo del cultivo del maíz sobre la yuca y otras plantas
vegetativas se hizo necesaria una sedentarización total, aumentando la
complejidad y efectividad de los instrumentos de producción. Ello se
manifiesta por la presencia de obras de infraestructura agraria: sistemas de
camellones, de montículos y terrazas agrícolas, acequias, silos para el
almacenaje del plusproducto o excedente de alimentos, etc. Como correlato o
condición social de lo anterior, se profundiza la importancia del rango social,
permitiendo el aparecimiento de un sector de la población que se encarga de
planificar y hacer cumplir la producción, pero también de apropiarse de parte
del sobre-trabajo de los productores primarios.
Las manifestaciones más tempranas de este modo de vida se encuentran entre
los grupos autóctonos que ocupaban los valles subandinos del noroeste de
Venezuela, hacia
+2200 antes del presente o 200 años antes de la era
cristiana. En los valles altos
de la serranía andina, las primeras aldeas
igualitarias semicultoras aparecen, hasta el presente, entre los siglos IX y X
de la era cristiana, permaneciendo hasta bien entrado el siglo XVI (Wagner,
1967; Vargas Arenas, 1969, 1990: 112; Sanoja, 1997).
El Modo de Vida Jerárquico Cacical (Fig.2)
El Modo de Vida Igualitario Semicultor puede corresponder --y de hecho
corresponde en Venezuela—con la fase de desarrollo estratificada de la FES.
86
La dirección de la producción, que fue indispensable para la consolidación de
una economía productiva, requirió de una gestión cada vez más estructurada y
centralizada. Era importante—para poder anticipar el éxito de las cosechas—
tener un conocimiento y una certeza cabal de los ciclos de crecimiento de las
plantas y de la sucesión de los equinoccios. Al mismo tiempo, al intensificarse
el sedentarismo los grupos humanos debían profundizar las relaciones
intercomunitarias e intertribales dentro del marco de una reciprocidad
ampliada, a los fines de hacer posible el intercambio de valores de uso y la
complementación económica (Vargas Arenas, 1990: 113-120; Sanoja, 1993:
34-37; Vargas Arenas et al, 1993; Sanoja y Vargas Arenas, 1987: 201-212;
Toledo y Molina, 1983: 187-200).
La aparición -hacia inicios de la era cristiana- de formas centralizadas de
poder para planificar y llevar a término las tareas productivas colectivas,
influyó para la gestación de relaciones jerarquizadas. Una de las
características de la sociedad tribal fue la permanencia de las unidades
sociales y territoriales definidas por el parentesco consanguíneo. El proceso de
disolución de aquélla requirió—a su vez—de la disolución de ese vínculo
parental existente entre los linajes o segmentos dirigentes o dominantes y el
común de la gente, la transformación de las jerarquías tribalmente organizadas
en estructuras más diferenciadas donde el parentesco perdía su función en el
nivel político y el económico (Ekholm y Friedman, 1980: 69), de forma que
dichas relaciones devinieron entonces plenamente políticas.
El carácter político de la sociedad no estaba referido solamente a una aldea,
sino a conjuntos de ellas que funcionan dentro de relaciones de sometimiento
y subordinación. El trabajo social se especializó, apareciendo artesanos (as)
87
productores de bienes que simbolizaban el rango, el prestigio de los linajes o
segmentos dirigentes; aparecen individuos individuos que “gestionaban” la
adquisición, transformación distribución de las materias primas y bienes
terminados, actuando como distribuidores de plusproductos, planificadores del
trabajo manual, los cuales no eran productores primarios a tiempo completo.
De esta manera, comienzan también a gestarse distinciones entre aldeas:
aquéllas que poseían mayor desarrollo de los instrumentos y medios de
producción y en consecuencia una mayor capacidad para producir y distribuir
valor comenzaron a actuar políticamente sobre las demás, fundamentándose
en el mayor desarrollo de sus fuerzas productivas.
Los individuos con mayor rango social -como fue el caso con los caquetío del
noroeste de Venezuela- comenzaron a reservarse para sí parte del patrimonio
colectivo, mediante formas de coerción y subordinación, para que pudiera
darse la apropiación del sobretrabajo bajo la forma de tributos, apoyados en
órdenes militares que defendían el territorio tribal, garantizaban la anexión
de nuevos territorios y mantenían el control de la fuerza de trabajo, así como
del trabajo objetivado en bienes manufacturados o alimentos La ideología
legitimaba -a nivel de la conciencia- la posición superior de los estamentos
dirigentes, a través de la práctica reiterada de rituales y ceremonias que
garantizaban la transmisión hereditaria de las posiciones privilegiadas y la
aceptación de la sociedad desigual como un hecho natural (Salazar 2003: 73100).
Las sociedades jerárquicas no se podían mantener sin que existiera una red de
relaciones de intercambio de valores. El tributo extraído dentro del territorio
político de un linaje dominante, servía para mantener y justificar las relaciones
de dominación al interior del mismo; pero las relaciones de intercambio entre
88
aquellos linajes atendían la producción y circulación de valores, cuya
acumulación
asignaba prestigio o rango social. Esta red de relaciones
unificaba a los individuos de la comunidad que se encontraban sometidos, a
las comunidades que podrían considerarse igualitarias independientes, si bien
amistosas, con las aldeas de mayor jerarquía. Surgen así los llamados
cacicazgos o señoríos que integraban las unidades sociopolíticas mayores que
existían en el siglo XVI en Venezuela.
Ejemplo de lo anterior podrian ser las unidades territoriales de las sociedades
jerárquicas que existieron en los Llanos Altos del suroeste de Venezuela, las
cuales estaban constituidas- para 760-900 años de la era cristiana- por aldeas
cercada por empalizadas y fosos defensivos que encerraban grandes
montículos y plataformas de habitación construidas con tierra apisonada, las
cuales estaban a su vez asociadas con sembradíos,
particularmente los
denominados campos elevados para el cultivo (ridge-fields), así como con
extensas redes de calzadas que permitían la comunicación entre los diversos
centros poblados, incluso en la temporada de lluvias cuando las aguas de los
ríos crecidos inundaban toda la extensión de la sabana.
Las unidades domésticas que ocupaban aquellas aldeas estaban integradas por
personas con diferentes estatus sociales: gente principal y servidores (Gasson
1998). La gente principal de los cacicazgos barineses obtenía diversas
materias primas exóticas y bienes suntuarios provenientes en particular de los
valles altoandinos. ¡Que podían ofrecer esta en intercambio a los pueblos
vecinos? El cultivo y el procesamiento de los hojas de tabaco (Nicotiana
tabaco), cultivo originario de esta región, ya era seguramente practicado
entonces por los aborígenes barineses, el cual constituyó
un producto
vinculado a la vida ceremonial de la mayoría de las etnias precoloniales
89
venezolana y particularmente de la región andina, como lo testimonian las
evidencias arqueológicas (añadir foto de El Fumador y de pipa. Boulton).
Consumido bajo la forma de cigarros o de picadura para pipas manufacturadas
con arcilla, las hojas de tabaco formaban quizás parte importante de los
circuitos de intercambio a larga distancia entre los pueblos originarios del
occidente de Venezuela. Es importante acotar a este respecto que el antiguo
pueblo indígena llanero de Achagua, luego llamado San Salvador del Puerto
de Casanare, fue un importante centro para el comercio, especializado también
en la manufactura y distribución de las cuentas discoidales de concha
conocidas como quiripa,
utilizadas posiblemente como moneda para los
intercambios (Gasson 2000: 593). A partir del siglo XVII, como explicaremos
más adelante, el tabaco barinés domesticado por los grupos originarios hace
más de 1500 años antes del presente , se convirtió en uno de los principales
productos de exportación de la economía venezolana de plantación.
Otro indicador arqueológico que alude a la existencia de las sociedades
jerárquicas, es la asociación de los sitios de habitación con extensas
necrópolis. En determinados sectores de las mismas se enterraban los cuerpos
de ciertos individuos acompañados de un profuso ajuar funerario. En el caso
del valle de Quíbor (200 años d.C; +, 1750 años ANP), éste estaba compuesto
por objetos de uso ceremonial: collares, pectorales, pendientes, brazaletes,
cubre-sexos y figuras biomorfas talladas en hueso, conchas marinas y ámbar,
jadeíta , serpentinita y chert, vasijas de barro de forma diversa, cestería,
pequeños templetes construidos con madera, bajo los cuales se colocaban los
cadáveres, objetos eran manufacturados por especialistas en talleres locales
(Vargas Arenas et al, 1993; Gil 2003).
90
Las conchas marinas llegaban al valle de Quíbor, Edo. Lara, desde el litoral de
los actuales estados Yaracuy y Falcón, el Golfo de Venezuela y posiblemente
también desde las islas ubicadas frente al litoral venezolano. El ámbar
provenía al parecer de yacimientos ubicados en el Edo. Falcón o tal vez de las
Antillas Mayores; la serpentinita, la jadeíta y el chert, muy probablemente de
la región andina (Wagner y Schubert 1972); el asfalto, substancia utilizada
como pegamento, provenía al parecer de los yacimientos naturales de la
cuenca del lago de Maracaibo, sobre todo de la corta oriental. La manufactura
de los bienes que conformaban el ajuar funerario era realizada por un grupo de
individuos que poseían tecnologías y modelos estéticos comunes, por
especialistas que trabajaban con una planificación y coordinación comunes.
En el caso del valle de Quíbor, la necrópolis funcionaba como una especie de
mercado,
cuya dinámica permitía sacar de la circulación, mediante el
consumo no reproductivo, los valores de uso producidos por los y las
especialistas. Ello hacia posible mantener una demanda y una producción
constantes de valores de uso y de cambio, así como una demanda de materias
primas que estimulaba y mantenía abiertas las redes de intercambio con otros
grupos tribales, cacicazgos o señoríos vecinos, reforzando la base territorial
del sistema. Simultáneamente, el mantenimiento de la producción de estos
valores de uso y de cambio reforzaba las relaciones asimétricas y de jerarquía
al interior de la sociedad local, al mismo tiempo que profundizaba la división
social del trabajo (Vargas Arenas et al, 1997: 326).
Una sociedad similar estratificada sobre las mismas bases en varios rangos,
incluso uno cuasi servil, existía en las regiones altas de Nueva Guinea a la
llegada de los primeros europeos, donde los jefes basaban su poder en el
91
monopolio del comercio de las conchas traídas desde la costa a través de una
red de intercambios entre grupos (Ekholm y Friedman, 1980: 67).
Para comprender mejor el surgimiento de los modos de vida tribales
jerárquicos en Venezuela y su proyección hacia
la formación socio-
económico clasista y su modo de producción que emergen en el siglo XVI con
la conquista española, es necesario discutir y comprender lo que hemos
llamado el proceso de acumulación simple en la sociedad originaria
precapitalista, ya que nos permitirá comprender mejor los fundamentos del
proceso de acumulación originaria colonial del noroeste de Venezuela y la
causalidad histórica de la sucesión de modos de vida que caracterizan a la FES
Clasista desde el siglo XVI hasta inicios del siglo XX.
92
CAPÍTULO 6
El Concepto de Acumulación Simple en las Sociedades Jerárquicas
El concepto de acumulación originaria (Marx I 1982: 607-608)
forma
también parte importante de nuestros análisis de la historia económica precapitalista. Tal como
expresó Rosa Luxemburgo (1967), el proceso de
acumulación como tal ha existido en toda la historia de la sociedad, y es la
calidad del mismo la que determina el ritmo diferencial de la evolución
histórica de los pueblos. En las sociedades pre-capitalistas dominaba la
acumulación de fuerza de trabajo que, junto con la tierra era la fuerza
productiva más importante, concepto que sirve para explicar en la arqueología
social las causas del desarrollo histórico desigual entre las sociedades
originarias con base al proceso de acumulación de fuerza de trabajo. Autores
como
Chayanov
que
ha
investigado
en
comunidades
campesinas
contemporáneas lo que se denomina el modo de producción doméstico,
fundamenta igualmente su propuesta teórica sobre los procesos diferenciales
de desarrollo comunal en la acumulación e intensificación diferencial de la
fuerza de trabajo (En Sahlins 1972: 87-99).
La economía -en términos de la economía clásica- es una ciencia social que
estudia la conducta humana expresada como una relación entre ciertos
objetivos sociales y medios escasos para lograrlos que tienen usos
93
alternativos. Sin embargo, es evidente –como hemos expuesto en párrafos
anteriores- que todas las acciones humanas no se dan de manera exclusiva en
la esfera económica, sino que comparten un aspecto económico, un aspecto
social, uno cultural y uno político, los cuales pueden ser analizados desde el
punto de vista de alguno de los factores confluyentes. Comentando la opinión
de diversos autores en relación a las dimensiones sociales que inciden en la
economía, Braudel (1992, 3: 17-20) observa al respecto:
“The theory of the autonomous economy in advanced capitalism [and would
add in early capitalism too] is now regarded as no more than an academic
convention (…) in history everything is connected; and economic activity in
particular cannot be isolatated either from the politics and values which
surround ít, or from the possibilities and constraints which situate it...” (La
teoría de una economía autónoma en el capitalismo desarrollado [y podría
añadirse también en el capitalismo temprano] se considera ahora como
sencillamente una convención académica…en la historia todo está conectado;
y la actividad económica en general no puede ser aislada ni de la política ni de
los valores que la rodean, o de las posibilidades y presiones que la limitan…”
(Traducción nuestra).
La cita anterior nos revela la capital importancia de todas las dimensiones de
la vida social para el estudio de las formaciones sociales antiguas de la
América Tropical y particularmente las del Caribe, las cuales por mucho
tiempo fueron categorizadas por los diversos autores como economías
naturales, al asumirse que las actividades de subsistencia consistían en
respuestas culturales a la relación interactiva del ser humano con el ambiente
natural (Vayda, 1969), o subsumiéndolas dentro de aquellas propuestas que
consideran los cambios históricos como una sucesión temporal de
94
transformaciones en las normas ideológicas de las comunidades aborígenes
(Rouse,1941: 13-23).
Es oportuno recordar, igualmente, la opinión de los antropólogos
sustantivistas quienes sostienen que las sociedades pre-capitalistas no
funcionan de acuerdo a parámetros económicos, o que, en todo caso, la
economía está subsumida dentro de la estructura social, por lo cual no
podemos aplicarles directamente la teoría económica occidental (Llobera,
1980: 220). La economía política, donde se sustenta la presente discusión,
visualiza a los individuos no como un homo economicus aislado, sino como un
sujeto social inmerso, determinado y determinante, dentro de la totalidad de la
historia humana mediante su trabajo, materializado bajo diversas formas de
relaciones sociales (Godelier, 1976: 9-18).
La acumulación originaria es el proceso histórico de disociación entre el
productor y los medios de producción. Marx le llama originaria porque forma
la prehistoria del capital y del régimen capitalista de producción,
desempeñando en economía política el mismo papel que desempeñó en
teología el pecado original
(Marx 1982-1: 607). Analizando con criterio
retrospectivo los procesos económicos y de cambio sociohistórico en las
sociedades antiguas o precapitalistas, vemos que la
proceso genérico
acumulación como
existe—por lo menos—desde el advenimiento de las
sociedades jerárquicas o de las clasistas iniciales, cuando ya aparecen de
manera inequívoca las evidencias de división social del trabajo.
Ninguna sociedad podría transformarse sin haber generado primero la
materialidad de su futuro nuevo estado. ¿Cuál es el factor estratégico de los
procesos de acumulación, a partir de los cuales se genera el cambio histórico?:
diríamos que el trabajo, pero no cualquier tipo de trabajo sino el trabajo social
95
que produce los valores de uso y de cambio. A este respecto, señala Marx ,
los valores de cambio de las mercancías, no representan más que funciones
sociales de las mismas, no tienen ninguna relación con sus propiedades
naturales intrínsecas. La sustancia social
que es común a todas las
mercancías es el trabajo social invertido en producirlas. Quien produce un
objeto para su consumo personal y directo crea un producto, pero no una
mercancía (Marx, 1982-1: 29-35).
La acumulación de productos en las sociedades antiguas, que devienen
mercancías, es sólo un factor secundario de la acumulación económica que
llamaremos tentativamente simple; en ésta, el factor sustantivo es el trabajo
social, la apropiación, el control de la fuerza de trabajo mediante lo cual se
poseía también su trabajo objetivado que generaba o podía generar prestigio y
poder político.
Las condiciones para la disolución de la Formación Histórico Social
Recolectora Cazadora y el advenimiento de la Formación Histórico Social
Tribal o Productora residían en la creación de formas sociales de autoridad y
de control sobre la movilidad de la fuerza de trabajo, característica estructural
de dicha sociedad, transformando la contingencia de la principal fuerza
productiva, el trabajo social, en permanencia (Vargas Arenas, 1989: 6-8,1990:
170-172; Sanoja y Vargas Arenas, 1995: 334-339).
La función de aquellas formas era la de promover la integración del mayor
número de personas dentro de comunidades estables como manera de poder
optimizar la gestión del tiempo de trabajo y, en consecuencia, el rendimiento
de la fuerza laboral en la ejecución de los diversos procesos de trabajo que
suponía la nueva forma de organización social, cuya reproducción estaba
fundamentada en el cultivo de plantas, la caza, la pesca, la recolección, la
96
obtención de materias primas y la manufactura de bienes de consumo personal
y/o colectivo. Ello supuso también una división social del trabajo desde
diferentes puntos de partida: la familia, el sexo, el género, la edad, la
comunidad, la tribu, el territorio, etc., para la estructuración de modos de vida
cuyas partes integrantes esenciales eran los hombres y las mujeres así como
las relaciones que ellos establecían, fundamento del desarrollo de la principal
fuerza productiva: el trabajo social (Engels, 1975: 50-54; Marx, 1982: 156176).
No pudo haber en esta formación social desarrollo de las fuerzas productivas
sin acumulación continuada de fuerza de trabajo. Si ello no hubiese ocurrido,
tampoco se habría podido generar el cambio histórico. Es importante a este
respecto acotar las observaciones que hiciera en torno a ello Rosa
Luxemburgo en sus textos críticos de El Capital:
“Hasta ahora sólo hemos considerado la acumulación desde el punto de vista
de la plusvalía y del capital constante. El tercer factor (...) es el capital
variable (...) que [verdaderamente] no son los medios de subsistencia de los
trabajadores, sino la fuerza viva de trabajo para cuya reproducción son
necesarios aquellos medios. Por consiguiente, entre las condiciones
fundamentales de la acumulación figura un incremento del trabajo vivo (...)
conseguido, en parte, prolongando e intensificando la jornada de trabajo (...)
pero fundamentalmente (...) con un aumento del número de trabajadores
ocupados... ” (en Palerm, 1986: 93).
El incremento de la población ha sido considerado por autores como Boserup
(1972: 118) “...como el proceso que conduce hacia la adopción de sistemas
mas intensivos de cultivo de plantas en las comunidades primitivas y hacia un
aumento del producto agrícola total...,”, el cual, bajo ciertas condiciones,
97
puede generar un verdadero crecimiento económico en un determinado
territorio, facilitando la división del trabajo y la distribución de las
comunicaciones y la educación. No obstante, el crecimiento demográfico y sus
consecuencias son vistos por Boserup como una especie de voluntarismo
colectivo, como una tendencia natural de la sociedad. El crecimiento
demográfico per se sin estar enmarcado en el necesario desarrollo en
complejidad de las fuerzas productivas y de las relaciones sociales de
producción no podría producir un verdadero crecimiento económico, ya que la
tendencia sería, por el contrario, a una fragmentación cíclica de las
comunidades una vez alcanzado el nivel de saturación demográfica (Sanoja y
Vargas Arenas, 1992: 222-223; figs. 11,12 y 13). Si aquella propuesta fuese
cierta, India y China deberían constituir en la actualidad las sociedades más
avanzadas del primer mundo.
Como hemos expuesto en párrafos anteriores, el paradigma que mantiene la
teoría arqueológica positivista o neopositivista –expresado en la tesis de
Boserup- es que el desarrollo de la sociedad sólo pudo haberse producido por
la presión demográfica, cuyo efecto habría determinado la adopción y
posterior intensificación de la agricultura. Nuestro postulado es que sin una
previa acumulación y organización de la fuerza laboral y la consecuente
apropiación de su trabajo por parte de uno de los segmentos de la comunidad
local o regional, no es posible que se generase la transformación de las bandas
de recolectores, cazadores, pescadores en una sociedad tribal igualitaria o en
una estratificada.
Un ejemplo de lo anterior se expresa en el trabajo de Moseley (1975) sobre la
costa central del Perú, donde el autor trata de demostrar que es posible el
98
desarrollo inicial de comunidades complejas partiendo de la intensificación,
no de la agricultura, sino de la pesca y de la recolección marina, cuando en
realidad, en palabras del mismo autor, dicho cambio histórico fue posible
gracias a: “... intercommunity labor forces that could only be mobilized and
managed by a central authority” (1975: 112) y a “... the synchronized labor
of multitudes of individuals whose actions were subservient to and under the
direction of a coordinating authoritative body” (Moseley 1975: 102).(“…la
intercomunidad de las fuerzas de trabajo que solo podían ser movilizadas y
gestionadas por una autoridad central…y a la labor sincronizada de multitudes
de individuos cuyas acciones estaban sometidas a y bajo la dirección de un
cuerpo coordinador autoritario…” (Traducción nuestra).
Ello deja claro que el aumento de la población o la calidad y la cantidad de los
recursos materiales existentes en una región determinada pueden ser la
condición, más no la causa del cambio histórico. La sociedad no conforma un
fenómeno inmutable, sino un proceso en desarrollo, infinito e inagotable, y en
consecuencia el desarrollo social opera dentro de las relaciones que unen y
determinan a los seres humanos entre sí y con su ambiente natural, relaciones
que poseen un carácter contradictorio: el agente causal de la transformación es
social, interno, en tanto que la acción o grado de contingencia del entorno
también se transforma como consecuencia del cambio histórico del ser social,
de los colectivos humanos, de forma que el medio natural es captado,
percibido socialmente en las distintas épocas según las necesidades y
capacidades que poseen los seres humanos (Habermas, 1979; Marx y Engels,
1982:19;Vargas-Arenas, 1986, 1989: 10-12; Zeidler, 1987: 328-330;
Sanoja y Vargas-Arenas, 1995: 51-61).
99
Un sistema político -a lo cual alude la exposición anterior- implica el
establecimiento de normas comprensivas apoyadas en las relaciones de poder
existentes para la distribución de papeles sociales y de los bienes que tienen
no solamente valor económico, sino también político, por parte de grupos
específicos de personas que participan de la vida pública para lograr sus
objetivos (Schwartz, 1995: 8). Basándonos en esta premisa, podríamos
constatar que, a partir de la consolidación de la Formación Tribal, la
estabilización de las comunidades sedentarias y la producción social de los
medios de subsistencia necesarios para su reproducción, la sociedad requirió
de mecanismos políticos más complejos para que las élites o ciertos linajes
pudiesen lograr la acumulación y el control de la fuerza laboral, apoyándose
en una ideología de la dominación que no existía en antes, orientada a
legitimar la extracción de plustrabajo y de los recursos de sus propias
poblaciones (Assadourian et al, 1974: 30; Friedman, 1984; Zeidler, 1987:
334). El objetivo político perseguido era reducir la movilidad espacial e
intercomunitaria de las personas, y a mantener agregadas en comunidades
estables el mayor número posible de gente, de manera de establecer así una
mejor gestión del tiempo social y del trabajo de la fuerza laboral. Podríamos
citar también, en apoyo de lo anterior, la posición de Terray (1984: 103),
quien nos dice:
“..the efficiency of the labour-processes and the scope of its capability to
transform nature are a direct function of intensive human labour.
Consequently, the control of men and thus the possibility of organizing their
cooperation on a large scale is the key to economic, power...” (“…la
eficiencia de los procesos de trabajo y la dimensión de su capacidad para
transformar la naturaleza están en función directa de la intensidad del trabajo
100
humano. Consecuentemente, el control sobre los hombres y por tanto la
posibilidad de organizar su cooperación en gran escala, es crucial para lograr
el poder económico…”. Traducción nuestra)
La producción de bienes materiales en las sociedades jerárquicas tenía como
objetivo
no sólo la satisfacción
de las necesidades de la subsistencia
inmediata, sino también constituía el proceso histórico en el cual se
fundamentó el desarrollo del trabajo social (de las relaciones sociales de
producción) como principal fuerza productiva.
Economía y ceremonialismo en la sociedad clasista inicial
Cuando el desarrollo de las fuerzas productivas agudizó las contradicciones
internas de la Formación Histórico Social Tribal o Productora se generó la
necesidad de un nuevo tipo de relaciones sociales de producción basadas en
una división social del trabajo, entre el trabajo manual de los productores
directos y el conocimiento especializado de los trabajadores intelectuales,
cuyo uso se convirtió en factor del desarrollo de la productividad del trabajo:
medición del tiempo y predicción de eventos climáticos claves para la
agricultura, procesamiento de metales, construcción de sistemas de irrigación,
manejo de los procesos de intercambio extracomunales, organización militar,
etc. Para mantener esos especialistas, cuya actividad se hacía necesaria y fue
monopolizada por la organización central de la sociedad, se requirió que los
productores directos transfirieran parte de su producción, a través del sistema
jerarquizado de toma de decisiones y uso de la fuerza de trabajo, con lo cual la
transferencia permanente de plustrabajo o plusproducto se convirtió en un
101
sistema social de enajenación de excedentes, esto es, en explotación clasista
(Bate, 1998: 88-89).
En muchas sociedades clasistas iniciales precapitalistas, la importancia de la
producción de bienes materiales, indicadora del nivel de organización de la
fuerza laboral, se encontraba subsumida dentro manifestaciones ceremoniales
aparentemente desprovistas de significación económica. Debido al peso
excesivo que se le concede generalmente a la conducta simbólica en ciertos
análisis antropológicos, se hace difícil en general entender, por ejemplo, el
sentido de muchos elementos rituales observables en las sociedades antiguas
que enmascaran actos económicos. Es muy conocida, por ejemplo, la práctica
funeraria de la sociedad Paracas, en el sur del Perú, de enterrar los cadáveres
de los difuntos amortajados con decenas de metros de telas hermosamente
tejidas. ¿Un gasto superfluo de trabajo, tiempo y materia prima?
Según Moseley (1975:68), la fabricación de textiles en el precerámico de la
costa central del Perú implicaba el cultivo intensivo y regular del algodón a
los fines de proveer la materia prima utilizada para la manufactura de dichas
telas, lo cual significaba también la existencia de una división del trabajo
integrada por grupos de mujeres cultivadoras, recolectoras y empacadoras
dedicadas particularmente a preparar la materia prima bruta, cardadoras e
hilanderas que procesaban la materia prima transformándola en hilos de
diferentes calibres y también tiñéndolos con distintos colores. Finalmente, en
el tope de la pirámide, se hallaban las tejedoras que diseñaban y
manufacturaban las telas. Todas esas actividades combinadas constituían un
proceso de trabajo especializado que llegó, en un cierto momento, a desbordar
el contexto puramente doméstico para asumir un carácter social y económico
102
más importante, donde las mujeres y los textiles eran esenciales para el
funcionamiento de la estructura general de la sociedad imperial (Murra, 1962).
El enterramiento de un difunto en la necrópolis de Paracas implicaba un alto
consumo no reproductivo de cestas y telas de diferentes tipos producto del
trabajo femenino: la canasta de estera donde reposaba el fardo funerario, las
fajas tejidas que formaban el turbante o “llauto” y la profusión de mantos que
rodeaban al cadáver y formaban el fardo funerario propiamente.
Según Alcina Franch (1978: 238), los fardos que envolvían a los cadáveres
estaban formados por bandas de tela que podían alcanzar hasta veinticinco
metros de largo y cinco de ancho, tejidas muchas veces con hilos de seis
colores diferentes para formar complejos diseños decorativos. Para elaborar
los fardos que envolvían las 429 momias excavadas en Paracas, reportadas por
el autor, se habrían utilizado alrededor de 10725 m. de tejidos, ¡casi once
kilómetros de tela! La cantidad de metros de tela sacada de la circulación
representaba, obviamente, el producto de numerosas horas de trabajo
invertidas por las artesanas en el tejido, el hilado, el teñido de los hilos, el
cardado, la recolección y el cultivo del algodón, la fabricación de agujas de
hueso o madera, la manufactura de los tintes, etc., sector importante de
individuos, fuerza laboral que se hallaba quizás sujeta al control del linaje
familiar dominante de la respectiva comunidad.
El consumo no reproductivo de bienes manufacturados mantenía y ampliaba la
división social del trabajo, proveía ocupación regular para un gran número de
personas, al mismo tiempo que retroalimentaba la posición política y el
prestigio de la (s) unidad (es) familiar (es) que poseía la fuerza laboral. Al
103
mismo tiempo, la expansión regional del culto vinculado con el ritual
mortuorio servía de vehículo para el intercambio y la circulación de los tejidos
entre otras comunidades vecinas. No debemos olvidar que el consumo no
reproductivo que se llevaba a cabo en las necrópolis de Paracas incluía
también láminas de oro y cobre, hachas de piedra pulida, abanicos de plumas,
collares de cuentas, vasijas de cerámica, huesos de llama, ovillos de hilo de
algodón y de lana, mazorcas de maíz, etc., lo cual implicaba igualmente la
inversión de un apreciable número de horas de trabajo social por parte de
especialistas vinculados a otros procesos de trabajo. ¿Se trataba quizás
también de un gasto superfluo de trabajo, tiempo y materia prima?
En la mayor parte de las sociedades antiguas americanas precapitalistas, estas
tendían a ser fundamentalmente autosuficientes, por lo cual cada comunidad
producía prácticamente lo mismo que sus vecinas. Motivado a ese carácter
simétrico de la producción y a lo imperfecto de los sistemas de intercambio a
larga distancia de bienes terminados y de materias primas, la posibilidad de
desarrollar la complejidad de la fuerza laboral propiciando la división social
del trabajo mientras que al mismo tiempo se estimulaba la producción de
excedentes y se justificaba así la existencia de núcleos de autoridad y de poder
centralizado, era realmente mínima dentro de una sociedad autárquica con un
mercado de consumo muy reducido para la producción no subsistencial. Pero,
en el caso de las sociedades jerárquicas, la producción de bienes suntuarios era
el producto de una cadena de procesos de trabajo que se iniciaban con la
producción o recolección de la materia prima, de manera tal que en la
emergencia de una sociedad clasista, ciertos grupos de individuos que tenían
capacidad para monopolizar esos recursos y las habilidades específicas para
transformarlas, utilizaban su posición de poder para “acumular” una fuerza
104
laboral que trabajase en la elaboración final de aquellos bienes a cambio de
otros bienes y servicios.
Lo anterior podría teorizarse diciendo que para que se diera la emergencia de
una sociedad clasista inicial, el disfrute de una posición privilegiada en
relación a la apropiación (o acumulación)
de ciertos recursos naturales
específicos y/o de conocimientos o habilidades especiales relacionados con
procesos de trabajo específicos, proporcionaba a determinados grupos sociales
favorecidos la posibilidad de acumular fuerza de trabajo y poder mediante el
uso monopólico de la misma (Cornell, 1988: 65)
Para mantener en el largo plazo el desarrollo del trabajo social como fuerza
productiva, era necesaria la creación de un “mercado” con demanda fija y
previsible para los bienes suntuarios que no formaban parte de la producción
para la subsistencia cotidiana. Como ya se expuso anteriormente, las grandes
necrópolis de Paracas—al igual que las del valle de Quíbor, Edo. Lara-conformaban lo que podríamos llamar “un mercado para bienes de consumo
no reproductivo”, mediante el cual era posible sacar de la circulación grandes
inventarios de valores de uso que, de otra forma, como en el caso de Paracas,
podían crear un cuello de botella en la producción textilera local, en la
producción de lana y algodón, en la estructura laboral, en la jerarquía política
y—en general—en la pervivencia de la comunidad misma, al suspenderse la
continuidad del proceso de
producción, distribución y consumo no
reproductivo.
Por esa razón bajo el Imperio Inka se instituyó una política de Estado en
relación a la producción excedentaria textil, la cual establecía las normas
105
“…para la asignación de lana que el Estado hacia rutinariamente a las
tejedoras, o amas de casa, con el fin de conseguir tejidos para sus propios
fines…” (Murra, 1975: 168-69), entre los cuales aquel autor menciona los
vestidos o uniformes para el ejército incaico, la acumulación de tejidos para
ser quemados en las ceremonias rituales, para donarla a los ejércitos vencidos
(la solidaridad obliga), a los kuraka o administradores locales, etc.,
subrayando la importancia del uso interesado de los textiles en una variedad
de situaciones sociales y políticas (Murra, 1975: 164).
En el caso concreto del valle de Quíbor, Edo. Lara, Venezuela, podemos
observar que para satisfacer la demanda de materias primas tan específicas y
distantes como el Strombus gigas, la Cassis, la Olivela, los escafòpodos, la
Charonia, etc., se establecieron extensas redes de intercambio que servían
para acopiar materia prima dentro una esfera geográfica determinada, así
como también para la circulación de valores de uso y cambio, de mercancías,
la mayor parte de las cuales eran consumidas también en el mercado no
reproductivo interno, o circuladas como don a través de las mismas redes de
intercambio (Vargas-Arenas et alíi, 1997: 324-330; Antzack y Antzack, 2006:
323-337).
Como resultado de lo anterior, se creaba, a nivel regional, una esfera de
producción, cambio y consumo en la cual participaban comunidades humanas
con diferentes desarrollos de las fuerzas productivas: las recolectoras de las
conchas marinas, las que aseguraban su transporte hasta el valle de Quíbor y
las que finalmente trasformaban la materia prima en mercancías. Una vez
producidas, aquéllas
que no se consumían localmente volvían a
ser
distribuidas en sentido inverso, enriquecidas con todos los costos añadidos de
106
transporte y producción, para engrosar la acumulación de valores de uso en
otros linajes dominantes de la región, proceso del
cual dependía la
reproducción del poder que detentaban los linajes dominantes, y quizás la
existencia misma del sistema político (Sanoja y Vargas-Arenas 2007c: 106115)
107
CAPÍTULO 7
Fases históricas de la acumulación simple en Venezuela
Analizando en perspectiva el desarrollo histórico de la Sociedad, podemos
observar que en la Formación Histórico Social
Recolectora-Cazadora
venezolana, el requisito esencial para su disolución residía en el diseño de
formas de autoridad y de control de la fuerza de trabajo. Aquéllas estaban
orientadas –como parece haber ocurrido en la aldea de Las Varas, Edo. Sucre
hace 5000-4600 años ANP- a reducir la movilidad de los individuos, agregar
en comunidades estables el mayor número posible de gente, como manera de
poder establecer una gestión del tiempo y la fuerza de trabajo que debía ser
invertida en los diversos procesos de trabajo que suponía una nueva economía
de subsistencia basada en el cultivo de plantas, la caza, la pesca y la
recolección, la búsqueda de materias y la manufactura de artesanías diversas.
Ello suponía también una división del trabajo desde diferentes puntos de
partida: la familia, el sexo, la edad, la comunidad, la tribu, el territorio, etc., la
estructuración de un sistema de producción, cuyas partes integrantes son los
hombres y las mujeres y sobre cuyas relaciones sociales se afirma el desarrollo
de las fuerzas productivas (Engels, 1975: 50-54, Marx 1982: 156-176). No
puede haber desarrollo de las fuerzas productivas sin acumulación continuada
de fuerza de trabajo; si eso no ocurre, tampoco podrá generarse el cambio
histórico.
A partir de la Formación Tribal, el sedentarismo apoyado en la producción de
alimentos, la caza, la pesca, la recolección, requirió de mecanismos cada vez
108
más complejos para el control de la fuerza de trabajo. Las formas de autoridad
basadas en el prestigio fueron derivando hacia formas de poder político, no ya
de un individuo sino de segmentos de la sociedad, linajes, que asumieron la
gestión de la vida comunal organizada en rígidas relaciones de parentesco que
subsumían o enmascaraban las verdaderas relaciones sociales de producción.
El proceso se manifiesta a partir de entonces, no sólo en el control de la fuerza
de trabajo, sino también en el del objeto de trabajo mismo, que es la tierra, y
en el trabajo objetivado que en ella se ha invertido. Los linajes dominantes
poseían la tierra y organizaban su usufructo en nombre de la comunidad;
controlaban la distribución de la producción agrícola, la caza la pesca, la
producción artesanal y los procesos de intercambio intra y extracomunitarios,
vía la aplicación del código de ley consuetudinaria que eran las relaciones de
parentesco, las relaciones sociales de producción y el código de sanciones y
restricciones a la conducta individual representado, a nivel de la conciencia,
por los mitos, creencias y tabúes. Todo ello representaba, en fin, como una
especie de privatización de los espacios
sociales colectivos que habían
constituido el sustento de la vida cotidiana igualitaria.
Cacigazgos y Señoríos
La fase de disolución de la Formación Tribal está caracterizada por el
surgimiento de formas de acumulación de excedentes que aluden, no solo a la
producción de alimentos sino a la de artesanías y materias primas que tienen
valor de cambio en las relaciones de producción de intercomunitarias,
reservando un segmento—para sí—parte de ese producto general, del trabajo
objetivado, como don que fungía de tributo.
Los Cacicazgos y Señoríos que distinguen esta fase de disolución estaban ya
conformados por linajes dominantes, generalmente endógamos, con una clara
109
definición del poder político que les confería el rango para apropiarse,
gestionar y canalizar otros linajes dominantes y a la gente del común. Las
partes que integraban estas relaciones interactuaban de manera tal que los
intercambios de bienes y servicios servían para reforzar los vínculos sociales.,
particularmente los de dominación o poder. El don
colocaba a los
recipendarios en posición de deudores, deuda que podía requerir un pago
específico o una obligación social. El valor de la misma estaba matizado más
bien por consideraciones económicas a largo plazo: regularidad de las
transacciones, seguridad
en el mantenimiento de las relaciones que se
establecían, etc., que por la obtención de ganancias materiales inmediatas
(Salazar 2003: 94-100).
La descripción que hace Federmann sobre
las dotes
que poseian los
aborìgenes de la provincia de Variquecemeto (Barquisimeto) para el comercio,
podrìa complementar nuestra interpretación
del don como manera de
establecer una relación de amistad con otro pueblo, basada en obligaciones
sociales mutuas:
“...Las aldeas de esta provincia de Variquecemeto nos han dado, de buena
voluntad y sin ser forzados a ello, cerca de tres mil pesos de oro, lo que
equivale a cinco mil florines del Rhin, pue son un pueblo rico y
comerciante...” Traducción e itálicasnuestras
( (Federmann 1832: 103).
Lamentablemente, los conquistadores europeos nunca entendieron ni honraron
aquella forma civilizada de relaciòn social.
Otro ejemplo de lo anterior podría ser el proceso de integración del poder
secular con el religioso que existía en el noroeste de Venezuela para el siglo
110
XVI. Aunque una aldea o grupo de aldeas estaba gobernada por un cacique o
señor local, cada una estaba sometida a un jefe principal o Diao, al cual se le
consideraba depositario de grandes poderes mágico-religiosos. Gran cantidad
de aldeas le rendía tributo en especies, y se le consideraba como un dios,
ordenador y disponedor de los fenómenos naturales: la lluvia, el granizo, los
truenos y relámpagos; él propiciaba la fertilidad de la tierra y actuaba como
árbitro o juez en las disputas que surgían entre las comunidades sujetas a su
influencia, dispensando favores y ayuda a sus tributarios. Se desplazaba en
una hamaca o litera llevada en hombros por sus servidores, para que sus pies
no tocasen la tierra. Estaba apoyado en una jerarquía o posible linaje de
adscripción hereditaria y en órdenes militares que se distinguían por diferentes
símbolos emblemáticos (Vargas Arenas 1990: 254-261, Sanoja y Vargas
1992a: 189-190; Salazar 2003:99).
El espacio de los Señoríos del Noroeste de Venezuela: ¿Región
Geohistórica o Economía Mundo?
El espacio geográfico, la región geohistórica
--propiamente dicha—
considerada como fuente de análisis no está confinada solamente a los
aspectos materiales; incluye todas las esferas de la realidad social que
intervienen en, y son a la vez intervenidas por el desarrollo histórico de los
procesos económicos. Aplicado al estudio de las sociedades antiguas, el
concepto de región geohistórica permite visualizar la historia de estos pueblos
como realidades dinámicas, cuyas acciones contribuyeron a consolidar los
fundamentos de la nación venezolana. Así mismo, alude a la posibilidad de
orientar el análisis hacia la definición de las realidades económicas y sus
correlatos sociales en referencia a espacios geográficos concretos.
111
Braudel, razonando en términos similares, considera que una economía mundo
(no la economía mundial) es “...una suma de áreas individualizadas,
económicas y no económicas, reunidas; generalmente representa un territorio
extenso (en teoría la región más coherente en un período determinado, en una
región específica del globo), la cual usualmente se extiende más allá de los
límites de otras grandes divisiones históricas” (Braudel 1992-3: 24).
Traducción nuestra). “…Una economía mundo - -dice el autor-- ocupa una
región determinada, fácil de descubrir puesto que tiene límites definidos los
cuales varían poco en el tiempo; invariablemente tiene un centro. En el caso
de presiones internas y externas puede haber cambios en el centro de
gravedad. La existencia de una economía mundo está distinguida por la
presencia de una jerarquía: el área es siempre una suma de economías
individuales, algunas pobres, otras modestas con una comparativamente rica
en el centro. Como resultado, hay desigualdades, diferencias de voltaje que
hacen posible el funcionamiento del todo…” “Esta es una antigua e incurable
división que existía mucho antes del tiempo de Marx...” (Braudel 1992-3: 26.
Traducción nuestra)
La definición de una economía mundo en los términos anteriores recoge—
como hemos visto—los fundamentos del concepto de región geohistórica
(Vargas Arenas 1990: 80, Sanoja y Vargas-Arenas 199a, Tovar 1986, Medina
1986). En el análisis de las sociedades antiguas, dicho concepto nos permite
visualizar una dimensión mucho más compleja y humanizada de los procesos
históricos, económicos y sociales que caracterizan la formación de las
sociedades antiguas venezolanas, particularmente la manera como surgen los
diversos centros que animan el desarrollo de aquellos procesos regionales,
112
conformando
activas periferias que reflejan y transmiten con intensidad
diversa los flujos de actividad social y económica.
Siguiendo aquellas líneas de razonamiento, podríamos considerar que en la
región integrada por los valles de El Tocuyo, Quíbor, Carora y el Valle del
Turbio (hoy Barquisimeto), la antigua sociedad jerárquica parece haber
funcionado desde comienzos de la era cristiana como el centro de una región
geohistórica, de una economía mundo, núcleo hacia el cual confluían muchos
los vectores del intercambio de recursos naturales y donde éstos eran
transformados en valores de uso y de cambio, y una vasta periferia que
comprendía por lo menos los territorios de los actuales estados Yaracuy,
Carabobo, Falcón, Zulia, Trujillo y Mérida, sin mencionar la periferia
posiblemente más
lejana: el valle de los caracaj, nuestras actuales
Dependencias Federales y las remotas islas antillanas.
El lugar central de aquella georegión, conformado por El Tocuyo, Carora y
Barquisimeto (y podríamos añadir también nosotros, Quíbor), constituyó a
partir del siglo XVI un triángulo histórico que sirvió como base para la
colonización hispana del centro-occidente de Venezuela y para uno de los
más importantes procesos de acumulación originaria que contribuyó a la
consolidación de la formación clasista: “…El Tocuyo y Barquisimeto fueron
lugares de aprovisionamiento, convertidos luego en puntos fijos de
población...
Las tres ciudades fueron agrícolas y ganaderas, y paso de
transición hacia todas las demás tierras...” (Morón 1954: 34, 60) y para la
conquista y la colonización de los valles de la costa central, particularmente
en valle de los caraca’j que habría de ser el lugar central de la Provincia de
Caracas, origen –como veremos- del Estado colonial caraqueño (Sanoja y
Vargas-Arenas 2002)
113
El modelo de poblamiento colonial venezolano: causas históricas.
La ubicación del lugar central de la región geohistórica del noroeste de
Venezuela parece haber fluctuado relativamente poco con el tiempo. Desde
el siglo II hasta aproximadamente el siglo VII de la Era, el centro de la misma
parece haber estado ubicada entre los valles de Quìbor y del Turbio (actual
Barquisimeto Edo. Lara); a partir del siglo VII de la Era y hasta el siglo XV de
la misma, el núcleo parece haber estado ubicado en el valle de Morere (actual
Carora) Edo. Lara, donde se observa para entonces la mayor concentración de
capital agrario: terrazas agrícolas, estanques, sistemas de regadío, aldeas o
talleres colectivos para la molienda de granos, para la fabricación de tejidos de
algodón; sistemas de grandes aldeas monticuladas con representación de
diferencias jerárquicas; distribución desigual de determinados recursos
alimenticios entre la población de las diversas aldeas (Sanoja y Vargas-Arenas
1999ª RGeo: 19-50; Molina y Monsalve: 1985; Salazar 1998, 2003).
La periferia de aquel lugar central parece haber estado conformada, en este
caso, por una área de desarrollo sociohistórico más o menos equivalente que
cubría territorio de los actuales estados Trujillo, Lara y Falcón. Al sur, se
desarrollaron otros sistemas similares, quizás de menor extensión, cuyos
centros parecen haber estado—respectivamente—en los valles andinos de la
Sierra de Mérida (Gordones y Meneses 1992), en los valles andinos del
estado Trujillo y en el piedemonte andino que empalma con los llanos de
Barinas y Portuguesa. En la periferia noroeste, hallamos sistemas regionales
de desarrollo construidos en torno a la cuenca del Lago de Valencia, cuya
periferia incluía el valle de Caracas, el área de Los Teques, el litoral central y
el piedemonte sur de la Cordillera de la Costa, ligados a los llanos centrales,
más allá de los cuales comenzaba una extensa y poco desarrollada periferia
114
que colindaba con el río Orinoco, ocupada en buena parte por comunidades
de recolectores-cazadores, excepto en los enclaves del Medio y Bajo Orinoco
donde se había formado otro sistema de menor desarrollo, integrado por
sociedades igualitarias.La naturaleza de esta región geohistórica, como
veremos, se reflejará en el modelo que seguirá el poblamiento de Venezuela
desde entonces, hasta el presente. (Kidder 1944, Sanoja y Vargas 1993,
Vargas Arenas 1990, Vargas Arenas et al 1993, Sanoja y Vargas Arenas 1987;
Toledo y Molina 1987, Molina y Monsalve 1985, Wagner 1967).
En esta visión de conjunto, observamos el desarrollo del sistema económico
de la sociedad jerárquica como un conjunto orgánico, una totalidad integrada
por diversas esferas de actividad humana, donde la economía y la producción
material se enlazan con la sociedad, la política, la religión, la cultura, etc.,
donde ellas interactúan para promover o limitar su desarrollo.
Una demostración de la importancia de la utilización del concepto de región
geohistórica que nos explica la existencia de una economía mundo en el
noroeste de Venezuela desde comienzos de la era cristiana hasta el siglo XVI,
la cual conformaba el lugar central de las sociedades originarias del noroeste
de Venezuela. Por esa razón,
el centro de gravedad del dispositivo de
conquista y colonización territorial
pudo ubicarse
y desarrollarse
rápidamente en en el triangulo formado por las actuales ciudades de El
Tocuyo, Carora y Barquisimeto. Juan de Villegas fundo la ciudad de El
Tocuyo a mediados de 1545, Barquisimeto en 1552 y Carora por Don Juan del
Tejo en 1569 convirtiéndose en el centro de todo el proceso poblador (Morón
1979: 105), ocupando el
humanizado y desarrollado por las sociedades
jerarquicas originarias que ya habían alcanzado alto nivel de desarrollo de las
fuerzas productivas hacia comienzos de la era cristiana, es decir, 1500 antes de
115
la llegada de los españoles. Ello hizo posible que en un breve lapso de 23
años los españoles construyesen la base de partida para conquistar y colonizar
el valle de los Caracaj y la región centro norte de Venezuela que se hallaba en
manos de la Nación Caribe, utilizando seguramente las redes de alianzas
eintercambios con otros pueblos y regiones que
habían establecido las
sociedades caquetías originarias desde siglos atrás (Sanoja y VargasArenas2002: 56-69).
Una vez instalado ya el fundamento de la sociedad colonial en el siglo XVII,
fase que hemos definido como el modo de vida indohispano, las relaciones
que necesariamente se tejieron—vía España, ahora si—con la economía
mundial, centrada en Inglaterra, Holanda y Francia, el desarrollo de las cuales
exigió desplazar el centro de poder hacia
el centro Caracas-La Guayra,
transformadas ahora en el pivote terrestre y marítimo de la Provincia de
Venezuela.
116
PARTE II
LA FORMACIÓN SOCIAL CLASISTA
117
CAPÍTULO 8
La Expasión Colonial del Capitalismo desde Europa Occidental
A partir del siglo XV, centuria que marca la declinación de la sociedad feudal
en Europa Occidental, el capitalismo mercantil que había comenzado a
emerger en dicha región
buscaba vías alternas a las mediterráneas para
mantener el comercio con la India y China, las cuales habían sido cerradas
por la expansión del Imperio Turco. A tales fines, naciones como España y
Portugal iniciaron un programa de viajes de exploración en el océano
Atlántico que culminó en el reconocimiento de las costas de África para llegar
hasta la India y el descubrimiento casual en 1492 de la ruta que llevaba hasta
el continente americano.
El viaje de exploración oceánica emprendido por Cristóbal Colón en 1492
reveló a las naciones europeas la existencia de una humanidad distinta a la que
ya era conocida en Europa, Asia y África. Este evento, quizás uno de los más
importantes en la historia universal, transformó en el largo plazo las bases de
la civilización mundial. Las naciones europeas de entonces actuaron
directamente, como fue el caso de España, o indirectamente, como lo hicieron
Inglaterra, Holanda y Francia para tratar de construirse una América que
sirviese a sus propósitos. Según Wallerstein (1974) y Braudel (1992 II: 269270), durante el período 1500-1640, el núcleo duro de países de Europa
occidental consolidó una estructura económica basada en la utilización del
trabajo asalariado en la agricultura, la ganadería y la industria. Como
contraparte, en la periferia del capitalismo emergente, en ciertas regiones
118
como Europa Oriental y Nuestramerica, se revirtió a una forma económica
post-feudal o “enfeudada” (Brito Figueroa, 1978: 328-355), basada en el uso
del trabajo forzado, servil o esclavista para la producción de materias primas
como el oro y la plata, melazas, tabaco, cacao, cereales, etc., en tanto que la
Europa meridional devenía un espacio de transición para la circulación de
dichos bienes hacia el núcleo capitalista duro de los países europeos
occidentales.
Nuestramérica es un continente inmenso, habitado todavía para el siglo XVI
por poblaciones amerindias que representaban diversos niveles de desarrollo
sociohistórico, desde bandas de recolectores cazadores, pasando por
sociedades tribales aldeanas, cacicazgos y complejos señoríos, hasta llegar a
los enormes imperios Inca y Azteca. En el caso de Nuestramérica, el proceso
de conquista y colonización le reportó al Imperio Español el control precario
de un territorio de aproximadamente tres millones de km2., con una población
comparativamente
escasa,
mientras
que
la
extensión
del
territorio
metropolitano a duras penas podía llegar a alcanzar las dimensiones de una de
las pequeñas provincias del imperio ultramarino. La tarea de construir dicho
imperio requería de estrictos sistemas de control de la fuerza de trabajo, por lo
cual España revirtió a la utilización de modos de trabajo sincréticos donde se
combinaban las antiguas formas del esclavismo y el servaje—o trabajo
servil—que habían caracterizado al mundo antiguo y al mundo medieval,
dentro de una forma socioeconómica híbrida de capitalismo mercantil que
podríamos quizás llamar “postfeudal”, la cual respondía a la necesidad de
combinar las condiciones locales de producción y los intereses derivados del
mercado mundial (Stern, 1986).
119
Durante el proceso de colonización, la pequeña población española que
emigró a Nuestramérica a partir del siglo XVI se fundió étnica y culturalmente
con los pueblos amerindios y de origen africano, dando lugar a una sociedad
mestiza inédita, que ya para inicios del siglo XVII había comenzado a trillar
caminos históricos alternativos a las tradiciones hispana, amerindia y africana
originarias, procesos que dembocaron finalmente a inicios del siglo XIX en
los diversos procesos de emancipación política de la metropolis colonial
española.
La expansión geográfica del capitalismo mercantil
fuera de Europa
Occidental se tradujo en la conquista, subordinación y sojuzgamiento de
poblaciones humanas que habían vivido por milenios, libres y autónomas. La
expansión de la formación capitalista determinó simultaneamente el desarrollo
de una compleja relación colonial entre los nuevos imperios que se estaban
formando en Europa Occidental tras el colapso de la sociedad feudal y su
novedosa e inmensa periferia integrada por América, Asia, África y Oceanía.
Los pueblos americanos conquistados y colonizados, particularmente los de
Mesoamérica, Suramérica y el Caribe, proporcionaron a aquellos imperios
materias primas que los europeos e incluso los asiáticos no poseían o no
poseían en cantidad suficiente. Entre estos últimos se cuentan los metales
preciosos como el oro y la plata, las piedras preciosas y las perlas, recursos
sobre los cuales se construyó posteriormente la riqueza de las naciones e
imperios de Europa e incluso de Asia (Britto García, 2009 I: 97-101)..
El sistema capitalista se internacionalizó, extendió y perfeccionó durante esta
fase expansiva que se inició en el siglo XVI, mediante el desarrollo de
métodos políticos adecuados para comprender, dominar y sojuzgar los pueblos
indígenas que habitaban su periferia, tales como la implementación de la
120
esclavitud y el trabajo forzado o enfeudado. El sistema abordó esta nueva
realidad histórica a través de cuatro conceptos: el colonialismo global, el
eurocenterismo, el capitalismo y la modernidad. La empresa de conquista, que
tuvo originalmente un cierto carácter público con la participación de los reinos
de España y Portugal, fue desde sus mismos inicios una empresa de carácter
mixto y, finalmente, movida por intereses comerciales privados. La corona
española gestionó dicho proceso a través de capitulaciones o licencias donde
se establecían las obligaciones contractuales entre las partes, así como las
modalidades para la distribución de los beneficios económicos derivados de
aquellas entre el empresario capitulante o Adelantado que se asumía como
funcionario del Estado y el Rey (Medina Rubio, 1997:47-48).
Durante el período 1500-1640, mientras se consolidaban las bases del sistema
capitalista en Europa Occidental bajo aquel convenimiento empresarial, las
sociedades originarias américanas
que sobrevivieron el Holocausto de la
conquista española fueron encuadradas dentro de la forma económica
postfeudal o “enfeudada” de dominación lo que reflejaba la rusticidad
ideológica de sus conquistadores. La consolidación del sistema colonial y su
proyecto de modernización sólo fue posible a costa del genocidio y el
exterminio de los indígenas, bajo el pretexto que eran salvajes. Para justificar
y lavar la huella sangrienta de ese genocidio, la ideología civilizatoria y la
historiografía liberal conservadora le asignaron a las sociedades indígenas un
lugar negativo en la construcción de la nueva sociedad americana,
considerándolas como parte de un pasado cancelado, pueblos sin historia y sin
proyección hacia el presente ni el futuro (Sanoja y Vargas Arenas,, 2005: 6:
Vargas Arenas, 2007: 147-153).
121
Durante el proceso de colonización, los pueblos originarios también
“colonizaron” y asimilaron culturalmente a los españoles indianos, ya que la
conquista y la colonización española no se hizo sobre un territorio despoblado,
puesto que había estado ocupado durante miles de años. Los procesos de
colonización y conquista supusieron también un violento cambio en la calidad
humana y cultural, así como la ambiental del territorio y afectaron de manera
fundamental a la población aborigen venezolana. La dinámica de la
producción del espacio territorial y de las estructuras de poder en los inicios
de la sociedad colonial venezolana estuvo signada, desde el siglo XVI, por
un proceso de acumulación dominado por el capital comercial que propició y
consolidó las relaciones de dependencia coloniales.
La Formación Geohistórica de la Nación Venezolana
La teoría de la Geohistoria parte de una concepción geográfica que concibe el
espacio como producto concreto de la acción de los grupos humanos sobre su
entorno natural, para su propia conservación y reproducción dentro de
condiciones históricas determinadas. De esta manera, define un objeto de
trabajo para cuyo estudio se integran a su vez diversos otros campos de
conocimientos: la antropología, la sociología, la historia, la geografía y la
economía. La geohistoria conforma un espacio de análisis que estudia la
reproducción de la sociedad en unidades territoriales concretas en las cuales,
mediante el aprovechamiento de los recursos naturales, los seres humanos
aseguran su existencia, su reproducción biológica y social (Tovar, 1986: 5455; Sanoja y Vargas Arenas,, 1999 a: 13.15).
La noción de región geohistórica connota la delimitación de un espacio de
vida de las sociedades en su devenir, de un espacio geográfico producido y
definido por el uso que del mismo hiciesen anteriormente grupos territoriales
122
históricamente diferenciados (Vargas Arenas,, 1990; Sanoja y Vargas Arenas,,
1999 a). En este sentido, para el año 1499, cuando Cristóbal Colón arribó a
las costas de Paria, el territorio de la actual Venezuela estaba dividido en siete
grandes regiones geohistóricas aborígenes, formadas por el trabajo social
invertido por las sociedades originarias durante milenios para la creación de
diversos paisajes culturales. En algunas regiones, según cuál fuese el nivel de
desarrollo de sus fuerzas productivas, las comunidades aborígenes
introdujeron modificaciones mínimas al entorno natural; en otros casos
crearon verdaderos paisajes humanizados a la medida de sus necesidades
sociales.
Los administradores coloniales de la Corona española organizaron
políticamente el territorio venezolano de acuerdo con aquellas regiones
geohistóricas originarias, producto de la dinámica social de las etnias antiguas
venezolanas, las cuales constituyeron el basamento de la división territorial en
provincias que que caracterizó a la Capitanía General de Venezuela en el siglo
XVIII y, posteriormente, a la regionalización administrativa republicana de
finales del siglo XIX. Para el siglo XVI, las regiones geohistóricas aborígenes
que conformaban el actual territorio de la nación venezolana (Sanoja y Vargas
Arenas, 1999a: 15; 2007c:115-119) podrían ubicarse como sigue:
1) La Cuenca del lago de Maracaibo
2) La Región Andina
3) El Noroeste
4) Los Llanos Altos Occidentales
123
5) La Región Centro-costera (valle de Caracas, valles de Aragua, Carabobo y
Miranda,
la cuenca del lago de Valencia, la región nor-litoral y las islas vecinas)
6) La Región Oriental, dividida, a su vez, en dos grandes subregiones:
a) La Cuenca del Orinoco o territorio Guayana-Amazonas
b) El Noreste o región de Paria
A partir del siglo XVI, el régimen administrativo colonial español reconoció
empíricamente la validez de aquella delimitación territorial de las regiones
geohistóricas aborígenes, las cuales reflejaban la diversidad étnica y cultural
de nuestras poblaciones indígenas, así como los diferentes niveles de
desarrollo en sus fuerzas productivas alcanzados para el siglo XVI. Dichas
regiones constituyeron el fundamento de los posteriores ordenamientos
territoriales en provincias, alterando y resemantizando al mismo tiempo sus
contenidos étnicos, políticos, económicos y territoriales mediante la
institución de un nuevo régimen de propiedad que desposeía de la tierra a los
sujetos indígenas que habían sido sus antiguos poseedores.
La administración metropolitana trató de
organizar
y comprender el
complejo mundo geosocial que percibían empíricamente los Cronistas de
Indias y los funcionarios coloniales. Tal fue el caso de la Gobernación de
Venezuela. En el occidente de Venezuela, las relaciones culturales con las
etnias que habitaban la Nueva Granada eran más que evidentes. En el oriente,
desde por lo menos 3000 antes de Cristo, grupos de recolectores y pescadores
que habitaban para entonces Paria, Araya y Trinidad habían establecido los
124
itinerarios de navegación entre la Tierra Firme y el Caribe Insular, iniciando
una época de descubrimientos geográficos y el consecuente movimiento de
pueblos e ideas que habrían de modelar la futura macroregión geohistórica del
Caribe Oriental. Para.el siglo XIII de la era, los pueblos caribes ejercían el
control de la región centro-orietntal de Venezuela y, en general, de toda la
macroregión. Dadas las relaciones culturales existentes se preguntaría quizás
la administración colonial si convendría, entonces, formar una región
administrativa venezolana dependiente de la Audiencia de Bogotá y otra
dependiente de la Audiencia de Santo Domingo, como efectivamente ocurrió
y crear un sistema administrativo colonial calcado sobre las bases de la
organización geohistórica aborigen.
Por las razones ya expuestas, el proceso de estructuración del actual territorio
nacional fue lento y complicado. La Gobernación de Venezuela, que no
abarcaba todo el actual territorio de la República, quedó constituida por Real
Cédula del 20 de Noviembre de 1530. Posteriormente, por otra Real Cédula
del 25 de Septiembre de 1728, dicha gobernación devino en la Provincia de
Caracas. Las diferentes provincias venezolanas dependíeron, de manera
alternativa, jurìdica, económica y políticamente de la Audiencia de Santo
Domingo o del Virreynato de la Nueva Granada, hasta que las autoridades
coloniales comprendieron que las poblaciones del vasto territorio que
llamaban Venezuela formaban una totalidad geohistórica relacionada, pero
orgánicamente diferente a la de Nueva Granada y a las Antillas. Por esas
razones, el 8 de Septiembre de 1777, una Real Cédula de Carlos III creó la
Capitanía General de Venezuela, integrada por las provincias de Cumanà,
Guayana, Maracaibo e islas de Trinidad y Margarita. Finalmente, a partir del
19 de Abril de 1810, se crearon las provincias de Caracas, Barinas, Cumaná,
125
Barcelona, Mérida, Trujillo, Margarita, Coro, Maracaibo y Guayana,
ordenamiento territorial que se recorta con el de las regiones geohistóricas
precoloniales venezolanas (Rosemblat, 1956: 42).
La destrucción de los paisajes y sistemas agrarios originarios.
El proceso de conquista y colonización de nuestro territorio para imponer el
orden colonial imperial fue el holocausto de nuestras sociedades originarias.
Significó un violento cambio en la calidad ambiental, humana y cultural del
territorio y la población aborigen venezolana al propiciar la desaparición de
los antiguos paisajes culturales y agrarios aborígenes, de bancos de ostras
perlíferas y de especies zoológicas como sucedió con la tortuga Arrau en el
Bajo Orinoco (Sanoja y Vargas Arenas 2005: 42-44). Es por esta razón que la
base material y tecnológica de la agricultura precolonial luce disminuida y
empobrecida en el registro histórico colonial, ocultando también
la
hermenéutica agraria que permitió a dichas poblaciones subsistir, reproducirse
y crecer a lo largo de numerosos milenios (Sanaoja y Vargas-Arenas
2007:119-124). Los diversos desarrollos de las fuerzas productivas incidieron
ciertamente
en el rendimiento y complejidad del producto agrario,
generándose así un proceso desigual y combinado entre las poblaciones de las
diferentes regiones geohistóricas .
En aquellas poblaciones aborígenes, cuya economía era en su mayor parte de
carácter
subsistencial,
las
comunidades
ejercieron
una
actividad
transformadora del ambiente de baja intensidad, limitándose principalmente a
la modificación del ecosistema vegetal para implantar sus campos de cultivo o
la construcción de montículos agrícolas, concentrando sus aldeas y campos de
cultivo en determinados lugares donde la tierra era rica en materia orgánica.
En las sociedades políticamente complejas, como las del noroeste de
126
Venezuela y la región andina, éstas invirtieron una gran cantidad de trabajo
social en la modificaciòn de las pendientes para construir andenes, terrazas de
cultivo, canales para captar y orientar las aguas de escorrentía, estanques
artificiales para almacenar el agua ùtil y sistemas de acequias para irrigar por
gravedad los campos de cultivo. En otros casos, como en los llanos altos
occidentales, la construcción de sistemas de calzadas tuvo por objeto facilitar
la circulación a través de las llanuras inundadas, al mismo tiempo que servir
de diques de contención y canalización de las aguas de inundación. Así
mismo, se construyeron extensos campos de camellones artificiales, que
permitían cultivar en las zonas de inundación, manteniendo las raíces de las
plantas en suelo húmedo, pero lejos del nivel de las aguas, generando un
sistema técnico similar al que se conoce como hidroponía.
La agricultura precolonial indígena era un sistema tecnológico integral,
económico y social para la producción agrícola, una empresa colectiva
emprendida por las comunidades
aborígenes para hacer de aquella el
fundamento de la colonización de los espacios naturales y la creación de los
paisajes agrarios de producción (Sanoja, 1997). En este sentido, la agricultura
precolonial indígena produjo a la sociedad colonial un legado alimenticio de
extraordinaria riqueza, integrado por granos, leguminosas, amarantáceas,
hortalizas, tubérculos y raíces, fibras vegetales, maderas, resinas y aceites,
nueces y frutas, cuya producción formaba parte de sistemas agrarios basados
unos en la agricultura de regadío y otros en la horticultura de roza y quema,
los cuales constituyeron el fundamento de la vida social venezolana desde el
siglo XVI hasta bien entrado el siglo XX.
En regiones como Paria, al noreste de Venezuela, en sólo tres años del
proceso de conquista y colonización se produjo un deterioro profundo de las
127
comunidades aborígenes debido, principalmente, a la intensidad del comercio
de esclavos indígenas que practicaban los expoliadores de los placeres de
perlas de Cubagua, así como de los placeres de perlas mismos debido a su
explotación irracional. De la misma manera, según la información que aporta
la arqueología, el proceso de consolidación del poblado de Santo Tomé de
Guayana, capital de la Povincia de Guayana, que se fundamentó en la caza
indiscriminada de decenas de miles de quelonios acuáticos, ocasionó entre
1595 y 1700 la virtual extinción de la tortuga Arrau (Pocdonemis expansa) en
el Bajo Orinoco (Sanoja, 2001; Sanoja y Vargas, 2002, 2005: 42-44; 2007b:
167; Vargas Arenas, 1981).
La contracción paisajista generalizada y el
deterioro demográfico que ocurrió en el territorio venezolano durante las
primeras décadas del siglo XVI y durante todo el siglo XVII tuvo por causa,
pues, tanto la extracción indiscriminada de recursos silvícolas y faunísticos
para la alimentación, como la captura forzada de la fuerza de trabajo indígena
como mercancía para el mercado esclavista (Cunill Grau, 1997:139-145).
El impacto de la colonización española sobre la base material a partir de la
cual se producía y reproducía la vida social y económica de la sociedad
indohispana no ha sido evaluado todavía en profundidad. Sin embargo, es
evidente que los cambios inducidos en el paisaje natural y cultural de las
diferentes regiones geohistóricas por la intervención colonizadora a partir del
siglo XVI terminaron por crear, a su vez, un paisaje “criollo”, el elemento
contingente que le daría su especificidad a la producción sociocultural del
espacio social urbano o agrario:
“...La larga permanencia del poblamiento prehispánico entre los siglos XVI
al XVIII culminó en un paisaje criollo, fruto de la mestización entre elementos
étnicos, culturales y de la biodiversidad de proveniencia española, indígena y
128
africana (...) que empequeñecerían cualquier comparación con los
homogéneos paisajes del Viejo Mundo...” (Cunill Grau, 1997: 153).
En regiones geohistóricas como la del Noroeste de Venezuela, los primeros
conquistadores y colonizadores españoles no tuvieron que desbrozar territorios
vírgenes. Por el contrario, se asentaron en espacios geosociales que habían
sido producidos, poblados y trabajados desde hacía miles de años por
poblaciones aborígenes agroalfareras sedentarias. Los paisajes urbanos o
rurales que se produjeron con la colonización española, adoptaron los sistemas
constructivos de la vivienda aborigen, utilizando materiales autóctonos como
el bahareque, la guadua, los cogollos de palma, las cuerdas trenzadas con
fibras de sisal, y el mobiliario correspondiente: hamacas, chinchorros, esteras
de enea, vasijas culinarias de barro, “turas” o asientos de madera, trojas y
soberados para guardar alimentos, fogones con topias, etc. (Sanoja, 1991;
Wagner, 1991).
Los paisajes agrarios producidos por los aborígenes venezolanos legaron a la
nueva sociedad indohispana tradiciones alimenticias y culinarias que
mantienen todavía su vigencia en la sociedad venezolana contemporánea: la
utilización sostenida de las papas (Solanum tuberosa), la yuca (Manihot
esculenta Crantz), las caraotas (Phaseolus vulgaris Lobel), los frijoles
(Phaseolus lunatus L., Sp.), el ají (Capsicum.Sp.), la piña (Ananas sativus), la
guanábana (Annona muricata), el mamey (Mammea americana), el hicaco, el
mamón (Melicocca bijuga), la parchita (Passiflora sp.), el zapote
(Calocarpum mammosum), la uva de playa (Coccoloba uvifera), el aguacate
(Persea americana),
la batata (Ipomea batata), el mapuey (Dioscorea
triphylla), el ocumo (Xanthsosoma sagittifolium), el apio (Arracacha
arracacha), la auyama (Cucurbita máxima), la cuiba (Oxalis tuberosa), la
129
lechosa o papaya (Carica papaya), el merey (Annacardium occidentalis), el
cacao (Theobroma cacao), el tabaco (Nicotiana tabacum), el onoto (Bixa
orellana), el caucho (Mimusops sp.), etc., así como alimentos culturalmente
producidos como la arepa, el cazabe, la cachapa, la hallaquita, etc. (Sanoja y
Vargas Arenas, 2002: 199; Sanoja y Vargas Arenas, 2007c: 121). Materias
primas como el algodón, el sisal y las fibras de hojas palma, entre otras,
aunadas a los saberes y conocimientos que tenían los aborígenes sobre el
tejido de telas, el trenzado de cuerdas, y similares, contribuyeron de manera
importante a posibilitar la manufactura de vestidos y las faenas de la vida
cotidiana (Sanoja, 1988, 1991; Wagner, 1991).
Otros componentes del paisaje rural aborigen, tales como los sistemas
artificiales de regadío, el cultivo en terrazas, los sistemas de almacenamiento
del agua, las calzadas y los campos elevados de cultivo o camellones que
protegían de las inundaciones a los campos cultivados del suroeste de
Venezuela, siguieron en uso en ciertas regiones geohistóricas hasta el siglo
XVIII, y en otras, como la región andina venezolana, continúan siendo hoy
día parte integrante de los paisajes agrarios contemporáneos. Otros paisajes
cuasi urbanos, tales como los extensos poblados de casas de piedra construidas
sobre plataformas del mismo material, sobrevivieron en la región andina hasta
bien entrado el siglo XX (Denevan y Zucchi, 1978; Sanoja y Vargas Arenas,,
1999a: 63; 85-89; Cunill Grau, 1997: 141).
La Construcción de los Modos de vida Coloniales
El carácter contingente del materiel cultural originario a partir del cual se
comenzó a construir la sociedad y la cultura venezolanas determinó, desde el
siglo XVI, la existencia de variaciones regionales significativas dentro de la
naciente cultura indohispana (Vargas Arenas,, 2002). El aporte más notable de
130
los españoles a la construcción de esa nueva cultura sincrética fue la lengua
castellana, la cual habría de devenir posteriormente en el español de
Venezuela (Álvarez et alíi, 1992: 19-21, 91), con sus diferentes variantes
dialectales habladas por los pueblos de las varias regiones geo-históricas, la
lengua común facilitó la relación y la comunicación entre aborígenes y
españoles y sus descendientes criollos, así como entre éstos y los mestizos
(mulatos, zambos). Para el año 1800, sobre la base de una población total de
898.043 habitantes los blancos peninsulares, canarios y blancos criollos
constituían el 20.3%, los llamádos pardos (mulatos, zambos, negros libres,
manumisos o cimarrones) el 61.3% y los indios (tributarios o libres), el
18.4%, de la población total de la Gobernación de Venezuela. A ellos se
agregaban 58.000 esclavos negros o mulatos que representaban el 5,9% de la
dicha población (Brito Figueroa 1973-I: 160-161; Cunill Grau, 1988: 138-139,
1997).
A través del lenguaje compartido fue posible la implantación del código de
normas que habrían de regir la vida cotidiana doméstica y la cotidiana pública
de la nueva sociedad. Aunque inspiradas en la legislación del Estado
metropolitano y en las leyes ad-hoc promulgadas por la Corona para las
colonias de ultramar, instituciones deliberantes como los Cabildos, que
funcionaban en verdad como la expresión de los gobiernos provinciales,
interpretaban la aplicación de las leyes, las cédulas y los decretos reales,
creando una jurisprudencia adecuada a la solución de los problemas locales.
Las normas de urbanismo, las disposiciones que regulaban la producción, la
distribución y el comercio de los bienes y materias primas, la práctica de la
religión católica, de los códigos éticos y estéticos que sancionaban la moral, la
educación, el arte y las artesanías, la vida familiar, el tipo de relación que
131
debía existir entre los diversos componentes étnicos de la población y los
privilegios, deberes y derechos que tenía cada uno de ellos, la
institucionalización del patriarcado, entre muchos otros, fueron conformando
la superestructura ideológica de la nación, la cultura nacional y los procesos
de identificación con ella, trasunto de la variedad cultural regional. Todo ello
fue posible gracias a la existencia del español venezolano como lengua común
o vehicular, hablada por los diferentes componentes étnicos de nuestra
población.
La imposición de la sociedad clasista
Para construir el nuevo modo de vida colonial venezolano fue necesaria la
imposición de una estructura clasista sobre las sociedades aborígenes
comunitarias que poblaron el territorio venezolano hasta el siglo XVI, tema
tratado por historiadores marxistas venezolanos como Brito Figueroa (1973-I:
21-59), pero enfocado generalmente desde una perspectiva
limitada
generalmente a fuentes escritas, las cuales califican a todas las comunidades
indígenas que poblaban nuestro territorio para el siglo XVI como
“comunidades primitivas”, “preagrícolas”, “sin producción de plusproductos”,
“áreas totalmente deshabitadas”, conceptos que se contradicen con los
resultados que aportan las investigaciones arqueológicas de los últimos treinta
años.
Para el siglo XV, como ya se ha expuesto, el actual territorio venezolano se
hallaba poblado por etnias indígenas muy diversas no sólo en su lengua,
tradiciones culturales y territorios ocupados, sino también en el grado de
desarrollo de sus fuerzas productivas y en la calidad de las relaciones sociales
de producción (Sanoja y Vargas Arenas, 1999ª: 11). Las diversas formaciones
sociales originarias se expresaron en variados modos de vivir que reflejaban
132
diferentes calidades en las relaciones sociales y en las particulares
transformaciones realizadas sobre la Naturaleza mediante el trabajo social. Las
relaciones sociales en los diversos grupos que estaban regidas por el
parentesco,
eran en unos casos igualitarias y en otras desiguales, de
subordinación o de formas tribales productoras de alimento, reflejando las
diferentes fases del modo de producción tribal o productor (Vargas Arenas,
1989, 1990; Sanoja, 1993) y la dinámica de la contradicción entre el grado de
desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones sociales de producción
aunque otros tipos de relaciones sociales fueron igualmente importantes.
El carácter particular de las formas tribales condicionó, por una parte, las
mismas formas de que adoptó la conquista y, por otra, el proceso colonizador
en general. Para el momento de la conquista la región costera, incluyendo los
valles intermontanos de la Cordillera de la Costa o Andes Marítimos, la región
andina, las regiones del noroeste y el noreste y los llanos altos occidentales
estaban ocupados por poblaciones mayormente integradas bajo la forma de
cacicazgos, es decir, sociedades estratificadas en rangos caracterizadas, en
general, por la existencia de relaciones de poder dentro de ciertos linajes,
basadas en el mayor desarrollo de las fuerzas productivas en sus aldeas
centrales, lo que les permitió integrar a sus territorios grupos igualitarios con
los cuales mantenían bien relaciones amistosas de complementación
económica, o bien relaciones políticas de sometimiento.
Los grupos cacicales se caracterizaban, además, por poseer y
manejar
tecnologías especializadas, gracias a la separación –en ciernes- del trabajo
manual del productor (a) secundario de la del trabajador (a) primario,
desarrollo de redes de intercambio a grandes distancias para la obtención de
materias primas alóctonas, inversión de trabajo social para la realización de
133
obras de interés público, creación de un “capital” comunal agrario, estructura
social piramidal y un consumo asimétrico de bienes y alimentos, entre otros
rasgos.
El resto del actual territorio venezolano, especialmente en las zonas bajas,
estaba ocupado por grupos tribales de carácter igualitario, cuya produccción
de alimentos era básicamente subsistencial, con una limitada plusproducción,
centralización de la fuerza de trabajo en la unidad doméstica de producción,
auntarquía en lo económico, ausencia de diferencias entre productores (as)
primarios y el consumidor (a), formas de liderazgo eventual referidas a
situaciones específicas como la guerra, persistencia de formas apropiadoras de
alimentos y de bienes naturales, entre otros rasgos. Se observan igualmente
enclaves de grupos apropiadores, cazadores-recolectores-pescadores en la
costa noroccidental del lago de Maracaibo, el Alto y Medio Orinoco, el delta
del Orinoco y en los llanos de la región centro-sur.
La inversión de trabajo social sobre el objeto de trabajo, el ambiente, variaba
de un cacicazgo a otro, así como también la capacidad real que tenía cada
cacicazgo para someter a otras poblaciones. Este hecho tuvo importantes
repercusiones en el proceso de conquista así como en la estructuración de la
sociedad colonial, ya que formas de producción tribales, así como muchos
procesos de trabajo y relaciones sociales persisten y se integran en esta
sociedad como formas secundarias. Gracias a tales procesos de trabajo fue
como lograron los españoles estructurar el proceso productivo de la sociedad
colonial, sobre todo en su fase inicial o indohispana, durante los dos primeros
siglos.
En lo que se refiere a la conquista podemos observar que allí donde la
sociedad tribal productora se expresó en modos de vida igualitarios, la
134
conquista fue lenta y difícil para los conquistadores, violenta, sangrienta y
etnocida para los indígenas. La sociedad igualitaria era totalmente
incompatible con la clasista de los europeos; en consecuencia, las
comunidades indígenas igualitarias se opusieron tenazmente a los opresores
en una pretendida guerra tribal como a las que estaban acostumbradas. Pero
en aquellos casos donde la la sociedad tribal productora se expresaba en
modos de vida jerárquicos, como eran las formaciones cacicales, se facilitó la
conquista y la posterior implantación de la sociedad colonial. Los pueblos
indígenas estructurados en cacicazgos presentaban niveles más altos de
sedentarización que los grupos que las tribus igualitarias; en consecuencia,
existía una mayor concentración de fuerza de trabajo y delimitación
Geogr.fica del territorio tribal. Dentro de esta formación existía también una
estructura social piramidal más cónsona con la sociedad de clases europea.
Para el conquistador el enemigo igualitario era elusivo, disperso, anárquico,
disgregado en comunidades semipermanentes sobre un territorio poco
definido. El enemigo integrado en los cacicazgos era, de alguna manera, más
predecible, concentrado y ya sometido. Es por ello que la conquista de los
grupos igualitarios supuso en muchos casos la aniquilación física de grandes
contingentes de personas, mientras que la de los grupos jerárquicos permitió la
incorporación de la fuerza de trabajo indígena al proceso productivo de la
nueva sociedad clasista.
La sociedad tribal no constituia para el siglo XVI, pues, un todo homogéneo
que pudiese ser reducido simplemente a una “comunidad primitiva”. Por el
contrario, cada uno de los modos de vida de esta formación económico-social
representaba en cada región geohistórica una línea de desarrollo que expresaba
las diferencias cualitativas y cuantitativas en el desarrollo de las fuerzas
135
productivas de la sociedad tribal en su conjunto. Se trataba obviamente de
diferentes extensiones de las fuerzas productivas, diferencias objetivas en los
procesos técnicos de trabajo, pero también en las relaciones sociales, las
cuales correspondían a fases distintas de desarrollo del modo de producción.
La sociedad tribal desaparece como proceso autogestado con la implantación
de la sociedad clasista, especialmente con la implementación del régimen de
encomiendas, pueblos de indios o resguardos y pueblos de misión llevado a
cabo por la corona española, todos ellos diseñados para desarticular las
distintas estructuras sociales tribales,
propiciar el cambio del sistema de
propiedad de la tierra y desmembrar la unidad sociocultural de las diferentes
etnias. Las encomiendas produjeron la ruptura de la estructura laboral
indígena para permitir la inserción de la población aborigen dentro del nuevo
cuadro de relaciones de producción y de trabajo necesarias para la explotación
comercial de los cultivos y otros recursos. A partir de las encomiendas, la
antigua división del trabajo se vio suplantada por la creación de nuevos
oficios, cuya ejecución beneficiaba únicamente al encomendero, los cuales
constituian la infraestructura de la sociedad capitalista en gestación. En las
encomiendas, como señala Arcila Farías, la explotación del indio es un tributo
tasado en servicios (en Brito Figueroa, 1973-I: 76).
136
CAPÍTULO 9
Fases inicial de la formación social clasista venezolana (siglos XVI-XVII)
Escribir la historia sociocultural de la economía de la formación clasista
venezolana, alude a comprender y analizar la transformación histórica de las
formaciones económico-sociales precapitalistas y su incorporación en una
formación capitalista
totalmente diferente. Alude, igualmente, a una
distinción fundamental entre lo que es la realidad y lo que significa conocer la
realidad. La realidad nos presenta un conjunto de propiedades y relaciones
que tienen existencia objetiva, independiente de la conciencia de los sujetos.
Conocer la realidad es un proceso subjetivo cuya finalidad es presentar, bajo
la lógica de conceptos, categorías y leyes, aquel conjunto o sistema de
propiedades y relaciones que existen en la realidad (Bate, 1998:55).
Para lograr tal fin utilizaremos el sistema de categorías que permite dar cuenta
del desarrollo de la sociedad en su movimiento de acuerdo con su
desenvolvimiento dialéctico. Dicho sistema está conformado, en nuestra
propuesta teórico-metodológica, por tres categorías, conceptos comunes a toda
ciencia histórica, contenidos en la teoría materialista de la historia: cultura,
modo de vida y formación económico-social. Esta última incluye el concepto
de modo de producción el cual es considerado como la esfera de producción y
reproducción económica de la vida material; la formación social es
considerada como la integración indisoluble de la base material y la
137
superestructura, mientras que la categoría modo de vida nos permite
aproximarnos a las mediaciones objetivas entre las regularidades formalizadas
a través de la categoría formación económico-social y la categoría cultura que
permite captar las expresiones singulares fenoménicas de lo fundamental de la
vida social (Vargas Arenas, 1990: 59-89; Bate, 1998: 57-82).
El modo de producción -según el marxismo clásico- es una categoría histórica
que expresa la unidad de las fuerzas productivas con las relaciones de
producción (Kuusinen et alíi, 1960: 127). Para que sea posible comprender su
función concreta como esfera de reproducción de la vida material y no como
una categoría solamente abstracta, es necesario que podamos aproximarnos a
las manifestaciones sensibles de la actividad social, al mismo tiempo que a
los cambios que suceden al interior de la formación económico social. Esas y
cambios y manifestaciones siempre se expresan de manera particular y de
manera singular.
Partiendo de las premisas teóricas enunciadas, podríamos explicar
metafóricamente, en términos de la óptica, que el funcionamiento del sistema
categorial sería como un microscopio que nos permite observar desde la
totalidad de un objeto hasta la magnificación de sus detalles más particulares y
singulares: lo infinitamente grande contiene lo infinitamente pequeño.
Creemos que para entender la dinámica de la formación económico-social
venezolana (u otra formación social) desde la perspectiva del materialismo
histórico es necesario, entonces, definir y conocer cómo se expresa esa
totalidad de manera particular en determinados modos de vida, los cuales --a
su vez—nos permiten acercarnos a la dinámica social vía sus modos de trabajo
todo ello expresado y posible de ser aprehendido a través de las
manifestaciones formales sigulares culturales, incluyendo los estilos de vida.
138
La formación histórica social es entonces una categoría que explica no solo los
procesos más generales de la vida social, sino los más fundamentales,
mientras que nos permite asimismo –como tratamos de explicar en esta obraentender las manifestaciones particulares de lo fundamental, es decir los
modos de vida que, en ocasiones aunque no siempre, pueden coincidir con
determinadas fases de desarrollo del modo de producción (Vargas Arenas,
1990: 60-67).
Es nuestra apreciación que la Formación Clasista Colonial se expresó en
Venezuela en distintos modos de vida; éstos a su vez, en diversos sub-modos
de vida, y todos ellos se manifestaron en lo sensible en una pluralidad de
formas culturales. Esos modos y sub-modos de vida refieren a procesos cada
vez más particulares, y a la pluralidad de formas culturales,
a procesos
irreductiblemente singulares. Visto así, el sistema de categorías esbozado nos
ha permitido explicar los procesos históricos que dieron lugar a la formación y
el desarrollo de Venezuela hasta devenir Estado-nación, desde el siglo XV
hasta, particularmente, el lapso comprendido entre el siglo XVIII y las
primeras décadas del siglo XIX. Los elementos culturales más significativos
en tal sentido son: una geohistoria y una lengua común, así como el
surgimiento --hasta llegar a ser predominantes-- de estilos de vida
consumistas, mientras que el elemento fundamental más importante es el
sistema de relaciones sociales que hizo posible la misma existencia.
En sentido general, podemos reconocer que la Formación Clasista Colonial en
Venezuela se expresó de manera particular en, al menos dos modos de vida
que hemos llamado Clasista Colonial
Indohispano y el Modo de Vida
Colonial Agroexportador Venezolano. Estos modos de vivir se manifestaron a
su vez en varios sub-modos de vida caracterizados por la preponderancia de
139
procesos de trabajo disímiles aunque complementarios puesto que las
variaciones observables en su ejecución dependió de las diferencias presentes
tanto en la base social indígena sobre la cual se sobrepuso la colonia, pero
sobre todo del tipo y calidad de las relaciones sociales que existían dentro de
esa base social y que se incorporan como formas secundarias al sistema de
relaciones sociales establecido por el regimen colonial, como también de las
características geoterritoriales y sus respectivas tradiciones laborales.
En
torno a lo anterior es necesario señalar que, aunque pudiera ser posible
discernir que los dos modos de vida que hemos definido serían equivalentes,
grosso modo, con las fases de desarrollo del modo de producción de la
formación, al ser concebidos como modos de vida nos permiten acercarnos a
la dinámica interna, sobre todo a los cambios particulares que se dieron al
interior de la formación, atendiendo tanto los aspectos fundamentales, como
los superestructurales.
La Formación Clasista Colonial da paso, a partir del siglo XVIII e inicios del
siglo XIX, a una nueva formación social que denominamos Formación
Clasista Nacional, que podemos decir –privilegiando un cierto nivel de
particularidad-- se expresó en dos modos de vida: el Nacional Monoproductor
Agropecuario, que se manifestó en variados sub modos de vida y de trabajo y,
posteriormente --a partir de 1930-- como un modo de vida Nacional
Monoproductor Petrolero, de nuevo con diversas expresiones particulares –o
sub modos de vida-- que obedecen a las variaciones regionales y, sobre todo, a
los vaivenes que sufre el sistema de relaciones sociales como un todo y, dentro
de él, especialmente, las relaciones de dominación que se complejizan
enormemente, dependiendo de las relaciones de sometimiento de la formación
nacional ante los bloques de poder transnacionales imperiales.
140
Un elemento fundamental para caracterizar la revolución social que supone el
tránsito de la Formación Clasista Colonial a la Formación Clasista Nacional es
el que refiere a la complejización de la estructura de clases, el aparecimiento
de una estructura policlasista, concomitante con un régimen de propiedad de
nuevos medios de producción.
Esta visión de las fases fundamentales que componen la unidad esencial del
proceso sociohistórico venezolano se puede relacionar de manera general con
las conclusiones de un grupo de investigadores (as) venezolanos del Centro de
Estudios del Desarrollo de la Universidad Central de Venezuela coordinados
por Germán Carrera Damas (Ríos et alíi, 2002: 7-8), quienes señalan la
existencia de tres fases en dicho proceso, aunque los objetivos obedecen más a
la búsqueda de una periodización que a la comprensión de la intrincada
relación entre el todo social y sus partes:
a) La fase de establecimiento de las bases para el proceso de implantación,
expresado en la estructuración de los núcleos primeros y primarios, la cual
recoje el proceso de relacionamiento inicial hispano con áreas del territorio
venezolano.
b) La fase de estructuración de la formación social venezolana (proyecto
nacional), que culmina con la primera crisis estructural, la cual se extiende
desde la fundación de El Tocuyo hasta la tercera década del siglo XX.
c) A partir de ese momento, se inicia el reordenamiento de las líneas
fundamentales del desarrollo de la formación social venezolana en su
articulación con el sistema capitalista mundial.
Economistas como Maza Zavala (1968: 69) y Malavé Mata (1974: 59) se
refieren a este proceso como “capitalismo periférico inmaduro”, situado en el
141
borde entre una economía mercantil y una capitalista. También Braudel se
refiere a estas economías como ancien regime, aludiendo a su “destino
colonial”, un capitalismo periférico o a distancia ( Braudel 1992: 267-280).
Para entender la génesis de la Formación Social Clasista en Venezuela y –
fundamentalmente- las particularidades de dicho proceso expresadas en
diferentes modos de vida, no basta con afirmar que se trata de un proceso
inducido por la conquista europea de América; debemos, por el contrario,
tomar en cuenta las condiciones históricas en las cuales comenzó a operar
dicho proceso, ponderando simultáneamente las características de la
sociedades tribales que habitaban el territorio para el siglo XV y las existentes
en España para la misma época. Unas y otras constituyen factores
condicionantes de la particularización de un proceso general que abarcó toda
la Nuestra; son los “hombros” sobre los cuales descansa la nueva forma de
sociedad que surge en Venezuela (Marx y Engels, 1982: 45; Sanoja, 1993: 4651; Vargas Arenas 1998: 674).
Según Brito Figueroa (1961: 94.95De los escl), la sociedad colonial
venezolana y su modo de producción correspondiente se constituyó en una
primera instancia con base a la confiscación de la antigua posesión comunal
indígena del territorio originario por parte de los invasores españoles y la
importación forzada de esclavos africanos. En una segunda instancia, el grupo
de conquistadores y colonizadores se apropió igualmente de las condiciones
naturales y materiales para la producción, generando como resultante el
proceso de acumulación originaria del capital y una formación económicosocial caracterizada por dos clases sociales fundamentales: la terrateniente
esclavista y la clase constituida por una fuerza de trabajo servil, enfeudada o
142
esclava, explotada para producir mercancías destinadas al mercado capitalista
mundial.
La primera fase del modo de producción de la formación social clasista duró
aproximadamente desde inicios del siglo XVI hasta el siglo XVII-primeras
décadas del XVIII. Esta fase puede ser más cabalmente aprehendida como un
modo de vida como ya hemos señalado, al cual designamos como Modo de
Vida Indohispano, el cual analiza exhaustivamente Castillo Hidalgo (2002) en
la Provincia de Cumana. Entre sus características más resaltantes
mencionaremos las que refieren al sistema de relaciones sociales: la
persistencia de las antiguas relaciones sociales tribales basadas en el
parentesco clasificatorio, las relaciones recíprocas y las solidarias, las cuales
coexistieron durante esos siglos con las esclavistas y las serviles introducidas
por los invasores, que eran las dominantes y determinantes. Aunque las
sociedades indígenas fueron desarticuladas durante esos siglos, las relaciones
tribales milenarias persistieron resemantizadas por las comunidades indígenas
sobrevivientes. De hecho, las que habitaban en barrios localizados alrededor
de los centros urbanos, aunque obligadas a vivir en casas individuales,
conservaban una estructura parental por adhesión basada en la comunidad de
territorio, por lo que la reproducción de la vida cotidiana se apoyó en los
antiguos modos de mantenimiento y en modos de trabajo donde persistían
relictos de procesos de trabajo y tecnologías indígenas (Sanoja y VargasArenas 2005: 161-163), sobre todo aquéllos de naturaleza colectiva como la
pesca, las artesanías, la cría de animales domésticos (gallinas, cerdos, etc.)
para la venta callejera (buhonería), para la elaboracion de alimentos vendidos
en los mercados o vías públicas (empanadas, pescados, carne al detal, etc.). El
maíz, que constituyó uno de los alimentos principales de la subsistencia
143
indígena, fue adoptado por los españoles como un sustituto del trigo así como
también mercancía para el comercio, cuyo cultivo se dificultaba en el
ambiente tropical que predomina en Venezuela (Castillo Hidalgo 2002: 311319, 345-346; 374-375).
Una segunda fase del modo de producción que hemos caracterizado también
como un modo de vida, el Modo de Vida Colonial Agroexportador
Venezolano, expresa una línea de particularización de la totalidad de la
formación social clasista, coetánea con la primera y la segunda revolución
industrial. La praxis del Modo de Vida Colonial Agroexportador con un modo
de trabajo agropecuario,
conforma otra línea del desarrollo particular de
nuestra sociedad que se prolonga hasta las primeras décadas del siglo XX. El
nivel de particularidad que privilegiamos es el referido a la base material,
específicamente manifestada en los modos de trabajar.
Un modo de trabajo “…es el conjunto de actividades que manifiestan una
relación determinada entre instrumentos de producción, organización de la
fuerza de trabajo, características de la fuerza de trabajo, características
específicas del objeto de trabajo y la ideología, integrando las costumbres y
tradiciones … que tales prácticas conllevan… los modos de trabajo se
convierten, así definidos, en una versión en pequeño de los modos de vida en
la esencialidad de los procesos que explican… un modo de trabajo sería para
un modo de vida, lo que es el modo de producción para la formación
social…” (Vargas Arenas, 1990: 67-71).
Aunque la condición colonial no es solo característica de Venezuela, pues está
presente en la historia de muchos otros países asiáticos, africanos y
americanos, su línea de desarrollo posee una dinámica distintiva la cual
depende no sólo de las características generales de la sociedad capitalista
144
misma, sino también de las particulares referidas sobre todo a la base social y
la base física sobre las cuales se asentó la colonia y que condicionaron la
manera como se conformó el Estado-nación venezolano; en tal sentido, es una
instancia particular de la totalidad social capitalista. Entendido de esta manera,
los modos de vida colonial y y los nacionales venezolanos constituyen
expresiones concretas y particulares del llamado capitalismo periférico
(Vargas Arenas, y Vivas: 1999).
145
CAPÍTULO 10
La Acumulación Originaria de Capital Mercantil
En el curso de la historia, la noción de valor precede a la del capital, a pesar de
que ella implica para desarrollarse en toda su extensión, el modo de
producción basado en el capital (Marx.1967:198) donde “el producto aislado
por el productor y el obrero, no existe sino que se realiza a través de la
circulación como valor de cambio”. El capital se forma a partir de la
circulación y tiene el dinero como un medio de cambio, como punto de partida
que se niega o disuelve a través de la circulación. En los tiempos más antiguos
de la evolución económica, el proceso de comprar una mercancía con el
objetivo de venderla constituye la forma propia del comercio: “…la mercancía
circulante…” que solamente se realiza asumiendo la forma de otra mercancía
y sale de la circulación para para satisfacer las necesidades inmediatas,
representa una de las primeras formas del capital: el capital mercancía…”
(Marx 1967: 200)
Basándonos en la premisa anterior, podemos reconocer como un elemento
importante para entender la dinámica de la producción del espacio territorial y
de las estructuras de poder en los inicios de la sociedad colonial venezolana
de los siglos XVI y primeras décadas del XVIII, expresadas en un modo de
vida indohispano como ya expusimos en capítulos anteriores, los procesos de
formación del capital mercantil o capital mercancía que fueron los que ,
contribuyeron a la disolución del modo de vida indohispano y dieron lugar al
146
surgimiento, a mediados del siglo XVIII, de un modo de vida colonial
mercantil, básicamente agropecuario.
El modo de vida indohispano (siglos XVI y XVII-comienzos del XVIII)
El modo de trabajar, es decir, la producción, manufactura y distribución de
los bienes básicos de consumo para la reproducción de la vida cotidiana de la
sociedad indohispana estaban, en buena parte, en manos de la comunidad
indígena, grupos de indios (as) urbanos o mestizos (as) quienes poseían el
conocimiento técnico y las prácticas que habían caracterizado el modo de
producción tribal en su conjunto, de los negros (as) esclavos o manumisos y
de los mestizos (as) y zambos (as), quienes eran los que producían los
excedentes para el intercambio comercial.
En este modo de trabajo, el precario proceso de acumulación originaria se
centró en la explotación de los placeres de perlas que existían en la zona
costera y la insular del noreste y del noroeste de Venezuela, ya que las perlas
se consideraban como
equivalentes a monedas en las transacciones
comerciales internas, al igual que las telas finas de algodón que
manufacturaban los artesanos (as) indígenas del estado Lara (Arcila-Farías,
1983: 126; Sanoja y Vargas Arenas, 2002: 26), en las producciones
artesanales de los (as) indígenas andinos o de los que habitaban la cuenca del
lago de Maracaibo. En este modo de trabajar también existen evidencias sobre
procesos de trabajos de la minería y la fundición del cobre y el oro los cuales,
sin embargo, no llegaron a alcanzar la importancia que tuvo dicha actividad en
otras colonias suramericanas.
Los códigos legales españoles establecieron las condiciones para articular la
propiedad individual, la corporada en misiones y la propiedad comunal en las
147
comunidades de indios libres o resguardos, en tanto que en los repartimientos,
encomiendas, haciendas y hatos ganaderos dominaban las relaciones de
producción servil, tributaria o esclavista.
El Modo de Vida Indohispano y la Acumulación Originaria de Capitales
en la Costa Centro-Oriental de Venezuela
Un elemento importante para entender la dinámica de la producción del
espacio territorial y de las estructuras de poder en los inicios de la sociedad
clasista colonial venezolana está representado en los procesos de acumulación
de capitales que comenzaron a generarse desde las primeras décadas del siglo
XVI. Dichos procesos variaron según las diversas regiones geo-históricas.
En el caso de sub-región del noreste de Venezuela, se inició una precaria
forma de acumulación originaria de capital mercantil a partir de la explotación
y depredación indiscriminada de los ostrales perlíferos de las islas Cubagua,
Margarita y Coche por parte de empresarios privados, con el objetivo de
obtener una ganancia rápida vía la circulación,
atesoramiento
de grandes volúmenes de perlas, que
el comercio
y el
fueron utilizadas –
posteriormente-- como moneda o medios para el intercambio comercial,
compitiendo con las de oro y plata debido a la inestabilidad del sistema
bimetalista español (Maza Zavala, 1997: 187; Arcila Farías, 1983 II: 75-81;
Morón, 1954: 188-190; Castillo-Hidalgo 2002: 717-718). Si bien dicha
actividad produjo una alta rentabilidad en el corto plazo para los esclavistas,
condujo a la destrucción de los ostrales y acarreó un inmenso costo social: la
pérdida de numerosas vidas de indios y esclavos negros que formaban la
fuerza de trabajo utilizada para explotarlos.
148
Durante casi un siglo, las perlas extraidas de los ostrales de la isla de Cubagua,
y al agotarse éstos, de otros existentes en el litoral noroeste de Venezuela,
llegaron a constituir una “buena moneda en un límite suficiente”, ya que no
presentaba el riesgo de escapar al exterior como sí lo tenían el oro y la plata,
llegando a constituir uno de factores más importantes en el proceso de
acumulación de capitales:
“…gran parte de los capitales que había en la Provincia en poder de la Real
Hacienda, de los mercaderes y en general por extensión y con todas las
reservas del caso, del capital privado de aquel tiempo de su iniciación en el
paraje local, estaba representado en perlas…” Sin embargo, la circulación
de este tipo de moneda se detuvo hacia 1600 de manera concordante con el
deterioro de la economía española “en todo su ámbito universal” y el
agotamiento de los placeres de perlas, de manera que en ese año los pagos a la
Real Hacienda se situaron en el 75% en oro, el 13.89% en plata, en perlas el
9.03%, en moneda no especificada el 1.39% y en lienzos el 0.43% (Arcila
Farias, 1983: 75-79 y siguientes).
Los pocos españoles que habitaban en la isla de Cubagua para 1517 vivían a
la usanza de los aborígenes. Moraban, en su mayor parte, en rancherías
integradas por paravientos y bohíos, similares a los que ya existían en la isla
desde el año 3200 antes del presente (Otte, 1977: 250-262; Sanoja y Vargas
Arenas, 1995; Aguila y Alvarado, com.personal 2009), y habían adoptado las
tradiciones culinarias y alimenticias autóctonas (Ojer, 1966: 336-337; Sanoja
y Vargas Arenas, 2002; Vargas y Vivas 1999).
Las grandes canoas, para desplazarse y para transportar sus mercaderías
desde o hacia Margarita y tierra firme, parecen haber sido traídas
aparentemente desde el Delta del Orinoco, región habitada ya entonces por la
149
etnia Guarao, pueblo de canoeros y fabricantes de embarcaciones (Otte, 1977:
46). Entre 1512 y 1514, utilizando la experiencia centenaria bélica y naval que
tenían los indios caribes para organizar incursiones armadas hacia las
Pequeñas y Grandes Antillas, algunos empresarios españoles organizaron
también flotas de canoas y bergantines tripulados por dichos indígenas que
asolaban las islas caribeñas para capturar esclavos indios para venderlos a
otros empresarios por hasta 100 pesos la pieza, llegando hasta desembarcar en
Aruba, Curazao y Bonaire. El negocio de los armadores o corsarios
cubaguenses incluia, igualmente, la búsqueda de nuevos placeres de perlas en
otras islas antillanas y de ídolos de oro, contando con el financiamiento y el
acompañamiento de otros corsarios o empresarios españoles que habitaban la
isla de Santo Domingo (Otte, 1977: 107-121).
Hacia 1526, comenzó la producción del espacio urbano de Nueva Cádiz y la
edificación de viviendas permanentes utilizando la tapia, las piedras calizas y
la argamasa. Como expresión del proceso de urbanismo mercantil caribeño,
las casas del núcleo urbano de la ciudad neogaditana eran al mismo tiempo
sitio de vivienda, tienda y almacén, hallándose
ubicadas las viviendas
principales a lo largo de una calle central, posiblemente La Calle de La
Marina, que bordeaba la fachada litoral de la ciudad. Por el contrario, los
edificios públicos parecen haber sido arquitectónicamente menos importantes
que los del sector privado, indicando tal vez el pronunciado desbalance
económico que existía entre los empresarios del comercio de perlas y los
funcionarios de la Corona. Entre esos empresarios encontramos ya en Nueva
Cádiz para 1527 a Francisco Fajardo, padre del que sería posteriormente
primer explorador del valle de Caracas y fundador de la primera villa
150
caraqueña (Otte, 1977: 253-259, 272-273; Sanoja y Vargas Arenas, 2002: 26,
49-51).
Los empresarios de las islas La Española y Puerto Rico figuraban como los
principales financistas de la pesquería de perlas en Cubagua. El interés de
dichos empresarios por obtener ganancias inmediatas a los fines de recuperar
el capital invertido, fue el
móvil de esta conducta depredadora, la cual
terminó por destruir los placeres perlíferos así como la vida de numerosos
negros e indios, forzados a trabajar como buzos en las condiciones más
crueles, obligándolos a sumergirse una y otra vez a profundidades de vértigo,
en busca de las ostras dormidas en el fondo de los arrecifes; indígenas que
eran arrojados al agua con una piedra atada a la cintura, y a los que sólo
izaban a la superficie cuando lograban hacerse con la pieza, todo para
satisfacer un ansia de ganancia efimera. Como dice Juan Marchena en su
extraordinaria obra sobre las crónicas de Juan de Castellanos, “,… todo lo
logrado a punta de pulmón de indios reventados podía perderse en una noche,
en una partida de naipes o entre los brazos de la más atractiva esclava puesta
a ganar por su dueño, y donde se acabo por reunir la hez del mundo
conocido, pudo oir Castellanos de boca de sus protagonistas…” ( Marchena
2008: 29)
Los empresarios cubaguenses también tomaron -en 1522- posesión de la
vecina isla de Margarita e iniciaron la explotación agrícola del valle de San
Juan, que era parte del señorío de Charaima, cacique principal de la isla. Los
planes de expansión de los empresarios margariteños influyeron en el proceso
de acumulación en la sub-región central ya que podemos observar que, entre
ellos figuraba no sólo la conquista y la colonización de Guayana (Ojer, 1966:
337), sino que también estaba entre sus designios la conquista del valle de
151
Caracas, espacio habitado para ese momento por etnias de filiación caribe.
Para tal fin financiaron y organizaron una expedición naval al mando de
Francisco Fajardo, hijo de la cacica quaiquerí Doña Isabela, quien logró
fundar entre 1559 y 1560 la villa de San Francisco, luego Santiago de León
de Caracas (Sanoja y Vargas Arenas, 2002: 49).
El proceso de acumulación de capitales en el noroeste de Venezuela
A diferencia del noreste de Venezuela, en el noroeste
los colonizadores
españoles fundaron la aldea indohispana de El Tocuyo el año 1545 en un
espacio geográfico donde las poblaciones originarias ya habían creado un
importante capital agrario y artesanal. Desde aproximadamente 1000 años
antes de Cristo, la cuenca del río Tocuyo había estado habitada por
poblaciones agricultoras alfareras aborígenes, quienes lograron domesticar
diversas razas locales de maíz y de yuca, de modo que para 1545 ya existían
en la cuenca del río Tocuyo sociedades aborígenes estratificadas que habían
desbrozado extensos campos de cultivo y construido terrazas y montículos
agrícolas y sistemas de riego, desarrollando, además, una avanzada artesanía
de textiles y alfarería. Partiendo de la abundante fuerza de trabajo indígena,
organizada y disciplinada para el trabajo agrícola y artesanal desde miles de
años antes, pudo iniciarse formal y rápidamente en la cuenca del río Tocuyo,
el régimen de encomienda y repartimiento de indios dentro de un sistema de
relaciones sociales de producción dominado por formas de trabajo servil o de
tipo feudal impuestas por los conquistadores españoles (Sanoja y Vargas
Arenas 1997: 38-41),
Gracias a esas condiciones sociales y económicas favorables preexistentes
tuvo éxito la fundación inicial de la ciudad de El Tocuyo el año 1545 sobre el
asiento de la aldea indígena que ya existía en dicha región, ciudad que se
152
transformó en breve tiempo en el primer centro económico del interior del
país, dedicado principalmente a la producción agropecuaria y artesanal. Ese
proceso se vio facilitado —como ya expusimos—porque el proceso
productivo indohispano supuso la asimilación de las antiguas tradiciones
agrarias y artesanales aborígenes que se insertaron rápidamente en las nuevas
formas mercantiles de producción (Arcila Farías, 1983 II: 10; Sanoja, 1979a,
Sanoja y Vargas Arenas, 1997, 1998 , 2007c: 105-112; Vargas Arenas,
1990:154-160, 250-254.
Entre 1551 y 1559 se importaron a través del Puerto de Borburata, a la sazón
sede de la Real Hacienda, 8441 cabezas de ganado mayor y alrededor de 2000
carneros y ovejas (Arcila Farías, 1983 II: 9-10), ganado que fue utilizado
principalmente para la reproducción. Una buena parte debe haber estado
destinada a las encomiendas de El Tocuyo, si consideramos que en 1568 los
vecinos de dicha ciudad participaron con 200 bestias de carga, 20 caballos y
4000 carneros en la expedición armada por Diego de Losada para la conquista
el valle de Caracas (Arcila Farías, 1983 II: 41). Con la fundación de la ciudad
indohispana de El Tocuyo,
la producción agropecuaria y la artesanal
sustituyeron el afán de buscar la riqueza fácil que había caracterizado a la
población de Nueva Cádiz y Margarita, creándose otro proyecto de vida:
“…quedarse en la tierra para vivir de ella y someterla al vecindario…”
(Morón, 1954: 291).
Las encomiendas y repartimientos formaron la base de la propiedad territorial
agraria que se desarrollaría posteriormente en los valles subandinos de la
cuenca del río Tocuyo y de sus microcuencas tributarias, estimulando también
un proceso de producción y acumulación privada de capitales agrarios, gracias
a la expropiación y el aprovechamiento que hicieron los conquistadores de los
153
sistemas de regadío y cultivo en terrazas que habían construido los indígenas
caquetíos antes del siglo XVI, y de las tierras que ya ellos habían desbrozado
y cultivado desde hacía milenios (Sanoja y Vargas Arenas, 1997; 38-41, 1999:
19-60; Salazar 2003:124-127).
La producción tradicional de telas de algodón que llevaban a cabo los y las
tejedores indígenas en los obrajes de El Tocuyo y Quíbor se vio potenciada,
por una parte, con la introducción de la rueca para hilar el algodón y de los
telares horizontales de lizos a pedal que ya se habían popularizado en Europa
desde la Edad Media y, por la otra, gracias a la modernización de las destrezas
y tecnologías milenarias adquiridas por los indígenas en el cultivo y el hilado
del algodón y el tejido de telas (Sanoja, 1979, 1991: 216-217; Avellán de
Tamayo, 1997: 362-363). La urdimbre de los antiguos telares verticales u
horizontales de los aborígenes solo permitía tejer piezas de tela de cuyas
dimensiones máximas podían llegar a ser—aproximadamente—de dos metros
de largo por uno a uno cincuenta de ancho. Por el contrario, la urdimbre
continua del telar europeo de lizos y pedales podía producir piezas de tela de
15 metros de largo por 1 a 1.20 de ancho.
El aumento de la productividad por los grupos de artesanos encomendados en
cada obraje tuvo una gran importancia para el progreso de la artesanía textil
del algodón, la pita o cocuiza y, posteriormente, la lana de carnero, uno de
cuyos más importantes centros de producción era la región de El TocuyoQuíbor, la cual representaba una importante fuente de ingresos para la Real
Hacienda (Sanoja, 1979a; Arcila Farías, 1983 II: 125-126; Salazar 2003: 165175). Los obrajes textiles funcionaban como una encomienda, utilizando la
fuerza de trabajo indígena bajo un régimen forzado o servil, lo cual
seguramente frustró sus posibilidades
154
ulteriores de conversión en
manufactura fabril. Al no darse un cambio sustantivo en todo el sistema de
trabajo servil o “enfeudado” al cual estaba sometido la fuerza de trabajo
indígena, no se crearon las condiciones sociales para el surgimiento de una
forma verdadera de capitalismo mercantil, agropecuario e industrial que
hubiese podido tener un carácter relativamente autónomo, incluso dentro del
régimen colonial.
Es evidente, de lo anterior que, para mediados del siglo XVI ya existía, pues,
en Margarita y El Tocuyo una limitada clase social de pequeños propietarios,
la cual había acumulado un monto significativo de capitales y de recursos
necesarios para financiar y acometer la conquista de territorios estratégicos
que, como el Valle de Caracas, estaban todavía en poder los pueblos
aborigenes caribe. En la región marabina, área de influencia la producción de
los espacios urbanos y consolidación de los enclaves de población
indohispana, comenzó muy tardíamente, hacia el siglo XVII, debido a la
resistencia tenaz que opusieron las etnias originarias a la colonización europea
y criolla.
El proceso caraqueño de acumulación
Para mediados del siglo XVI, los diversos centros poblados que conformaban
el hinterland del territorio colonial semejaban una periferia sin centro (Sanoja
y Vargas Arenas, 2002). El valle de Caracas y su litoral caribe que
representaban aparentemente el centro de esa periferia estaban todavía bajo el
control de las etnias caribes, al igual que buena parte de los valles de Aragua,
la región de Barlovento y la mayor parte de la cuenca del Orinoco. Los
empresarios margariteños y neogaditanos financiaron varias expediciones
armadas hacia el valle de Los Caracas con el fin de lograr su control.
155
Francisco Fajardo, mestizo de castellano y guayquerí, logró implantar una
primera fundación en el valle de Caracas, la villa de San Francisco, alrededor
de 1559, logrando repartir tierras entre algunos de los que parecen haber sido
socios de la empresa. Los indígenas caribes caraqueños destruyeron dicha
fundación en año 1560 (Montenegro, 1974: 58-70), obligando a Fajardo y su
grupo a abandonar el valle de Caracas, refugiarse en el pueblo de Caraballeda
y retornar luego navegando a Margarita (Sanoja y Vargas Arenas, 2002).
Posteriormente, tocó el turno a los empresarios tocuyanos quienes, con el
apoyo de la Corona, organizaron una expedición armada integrada por 120
castellanos y una poderosa formación de más de mil de auxiliares indígenas,
posiblemente guerreros caquetíos, jiraharas o gayones al mando del Capitán
Diego de Losada. Con este gran ejército de indígenas y castellanos, le fue
posible a Losada asumir el control del valle de Caracas en 1567 y repartir
tierras e indios (as) conquistados entre los socios de la expedición (Sanoja y
Vargas Arenas, 2002: 59-69).
La conquista del valle de Caracas propició la integración de ambos procesos
de acumulación ya que, subsecuentemente a la fundación hecha por Losada,
los empresarios margariteños reclamaron también los derechos adquiridos y
las tierras que les habían sido asignadas durante la fugaz aventura de
Francisco Fajardo. En 1589 (Arcila, 1983 I: 191), el Cabildo de la Provincia
de Caracas, donde ya figuraban destacados representantes de los empresarios
margariteños, decretó que las perlas tuviesen curso legal como moneda,
particularmente en las transacciones comerciales importantes. Lo mismo
sucedió con el “lienzo de la tierra” o tejido de algodón manufacturado por las
indígenas larenses que tenía como principales centros de manufactura El
Tocuyo y Quíbor y constituia para ese entonces una mercancía de uso común
156
entre la mayoría de la población de Venezuela. En razón de su importancia
comercial, el lienzo de la tierra llegó también a ser tambièn considerado por el
Cabildo de la Provincia de Caracas como el equivalente a una moneda. En
1583, una vara de tela fina de algodón o “tocuyo” era el equivalente de 69 o
70 maravedíes y, en 1600, de 102 reales, es decir, un incremento de precio de
31.3%, la cual era reservada
como instrumento de cambio para las
transacciones comerciales menores que se daban en la vida cotidiana (Arcila,
1983 II: 126).
Como podemos apreciar, los capitales formados mediante la acumulación de
perlas o la producción de telas de algodón se volcaron hacia el nuevo centro
económico caraqueño, constituyendo la base del proceso de concentración del
poder político y de la propiedad territorial agraria en el hinterland caraqueño.
El eje conurbado Caracas-La Guaira pasó a convertirse en el lugar central de
los centros poblados que ya existían en su periferia, a la vez que el espacio
económico donde convergieron y confluyeron los procesos de acumulación de
capitales que se dieron en Venezuela a partir del siglo XVI.
El auge de la pesquería de perlas ejerció una influencia determinante en el
proceso de acumulación de capital, aumentando el nivel de intercambios
dentro del triángulo económico constituido por Margarita, Cumaná y Caracas.
En esta última, el floreciente desarrollo de la actividad agropecuaria en el
siglo XVI dio lugar a la formación de un grupo de comerciantes conocidos
como “señores de las canoas de perlas” (Vila 1978: 116; Castillo Hidalgo
2002: 721), quienes seguramente organizaban para su provecho flotas
conformadas por las grandes embarcaciones contando con la tradicional
habilidad de navegantes de alta mar de la etnia indígena caribe.
157
El negocio de aquellos comerciantes era llevar mercancías a Cumaná y
Margarita, particularmente productos agropecuarios como maíz, trigo, telas
finas de algodón, carnes saladas, manufacturas artesanales, etc., las cuales
eran trocadas por su equivalente en perlas, sal de Araya, pescado seco, etc.
Las perlas, como ya hemos dicho, eran acumuladas como un medio de
cambio, como dinero; las otras mercancías eran vendidas posteriormente en
el mercado caraqueño. A su vez, Margarita y Cubagua que desde 1526
formaban parte de la red transatlántica de Sevilla que incluia también las
Antillas Mayores (Otte, 1977: 292-299 ; Castillo Hidalgo 2000: 436-440)),
eran como una especie de “warehouse”, de almacen donde se acumulaba la
oferta de mercancías de origen europeo y antillano para satisfacer la demanda
del mercado que era Cubagua, parte de la cual también era reexportada hacia
Caracas, Cumaná y otros centros poblados importantes del territorio
continental como Santo Tomé de Guayana utilizando las canoas indígenas. A
juzgar por las evidencias arqueológicas, parte de aquellas mercancías parece
haber estado constituida por ginebra, vino, aceite, platos de mayólica
sevillana, holandesa, mexicana y de otras procedencias, cera, cuchillos, armas
de pedernal, hilos, telas, casabe y maíz de Puerto Rico y Santo Domingo, etc.
La evidencia documental nos indica entre 1592 y 1598 la importación de telas
de algodón, lino de Ruan o de Escocia, tela de oro de Milán, tafetán, bayeta
(tejido de lana), zapatos, sombreros y ropa manufacturada en general, vino,
aceite, clavos de olor, tocino, azúcar, canela, higos, miel, quesos, harina,
hachas, calabozos (machetes), clavos y herramientas en general, hierro en
bruto, herrajes, botones, dedales, hilo, arreos de caballos, etc. Entre 1600 y
1607, la lista de mercancías importadas comienza a incluir también
porcelanas, platos y escudillas (Loza de Talavera) y platos de peltre, revelando
158
una ampliación de
la acumulación del capital comercial y del espectro
consumista de la clase dominante colonial en el oriente de Venezuela (Castillo
Hidalgo 2000: apéndices: 725-794).
De esta manera se formó un importante triángulo comercial entre Caracas,
Margarita y Cumaná que cobró gran importancia en el forjamiento posterior
de alianzas políticas entre las oligarquías locales de la Provincia de Caracas y
las de Barcelona y Nueva Andalucia. Una parte de dicho comercio se ejercía
como contrabando para evitar el pago de los diezmos reales (Vila.1978: 116;
Castillo Hidalgo, 2002: 718-719).
La fundación del eje conurbado Caracas-La Guaira aceleró el proceso de
acumulación originaria de capitales en la Provincia de Caracas y las
provincias relacionadas con ella, lo cual puede evaluarse al analizar las
ganancias de comercio al por mayor y al por menor. Podría ponerse como
ejemplo de lo anterior, que el valor de las mercaderías introducidas entre
1581-90 alcanzó a 187 millones de maravedíes, lo cual dejó a los mercaderes
locales una ganancia de 234.553 pesos de plata. Sumando las ganancias del
comercio al por menor, la utilidad total del comercio de las mercaderías
introducidas fue de 420.766 pesos de plata (Arcila Farías, 1983 II: 155-162).
A partir de los siglos XVII y XVIII, el eje conurbado Caracas-La Guaira sería
también el lugar central de la economía agroexportadora de la Provincia de
Caracas, economía que se basaba en el sistema de plantaciones y hatos y la
comercialización de las materias primas que estos producían: cacao, café, añil,
cuero, huesos de ganado y “cecina” o carne salada y la melaza de caña; esta
última utilizada para la producción interna de aguardientes, rones, papelón y
azúcar (Molina, 2001; Arcila Farías, 2004:32-56).
159
CAPÍTULO 11
Formación de la propiedad territorial agraria
Desde el momento en que comenzó la conquista y la colonización española de
América surgieron diferentes formas de desarrollo histórico distintas a los
anteriores
contextos español, indígena y africano, condicionadas por los
anteriores modos de vida de unos y otros. En lo que se refiere a España,
durante el siglo XV, mientras la mayor parte de Europa estaba inmersa en el
proceso mercantil de acumulación, en aquel país todavía persistían las
relaciones sociales de tipo feudal basadas en la apropiación del excedente de
trabajo de campesinos (as) libres que practicaban la agricultura extensiva,
excedente que era la expresión del sobretrabajo sin valor mercantil, gracias a
un régimen de propiedad donde el campesino era dueño de su fuerza de
trabajo, pero no del principal medio de producción que era la tierra (Pirenne,
1963: 49-55).
Con la conquista de América y de Venezuela en particular, los españoles que
habían sido marginados en su lugar de origen de la propiedad del principal
medio de producción de entonces, de la tierra, confiscaron a los dueños del
territorio americano, nuestros pueblos originarios, la propiedad y el usufructo
de las tierras agrícolas donde éstos habían creado un capital social agrario
milenario. Sobre la aniquilación física, la esclavización y la miseria de
nuestras poblaciones originarias, los españoles crearon su sistema de
propiedad territorial agraria. La confiscación de la la enorme riqueza en oro y
plata que existía en las minas de México, Perú, Bolivia y Colombia y, luego, a
partir del siglo XVIII, la masiva exportación de melazas, azúcar, café, cacao,
160
tabaco, algodón, añil, cueros y numerosos otros rubros estimuló la
acumulación de capitales y el comercio internacional con las metrópolis
europeas (Arcila Farías, 2004: 11-19).
La promulgación de las Leyes de Burgos en 1512 y de las ordenanzas de
Zaragoza en 1518 constituye el primer intento para legitimar el despojo de las
tierras que eran propiedad de las comunidades indígenas y la producción del
espacio colonial. Mediante dichas leyes y ordenanzas se
reglamentaron las
relaciones sociales de producción entre los españoles y las poblaciones
originarias americanas, sentando las bases para las nuevas instituciones que
habrían de regir la vida colonial, lo cual llevaba consigo la destrucción de la
organización social y territorial originaria de las comunidades indígenas y la
institucionalización del proceso de transculturación, colocándolas dentro de un
nuevo marco jurídico, cultural, económico, político, social y cultural, fuera del
cual la supervivencia como poblaciones independientes era ya prácticamente
imposible (Sanoja y Vargas Arenas, 1992: 244-245).
El régimen de encomiendas marcó el inicio de la formación territorial agraria
en Venezuela, proceso sobre el cual se fundamenta el surgimiento del modo
de vida colonial mercantil. Las encomiendas, que aparecen en Venezuela el
año de 1547 (Arcila Farías, 1962; Arcila Farías et alíi, 1968: 64-68), aluden al
régimen o sistema fiduciario mediante el cual se le asignaba a los indios un
tutor o encomendero al cual, por otra parte, se le repartía o confiaba la
posesión y usufructo temporal de una porción de tierra cultivable que era
propiedad del Rey de España. Los indios encomendados, sometidos al carácter
de siervos o tributarios como estuvieron los campesinos españoles durante la
Edad Media europea, estaban obligados a prestar su mano de obra y sus
161
servicios personales al encomendero, quien se convertía en el dueño de los
beneficios económicos que produjese la explotación de la tierra.
Los productos de la actividad agropecuaria desarrollada en las encomiendas
eran luego distribuidos vía la incipiente economía de cambio y consumo que
empezaba a dibujarse en el siglo XVI. Por esta razón, el éxito y la
supervivencia de las encomiendas estuvo condicionados por su cercanía a los
centros poblados indohispanos que comenzaban a proliferar en el territorio
colonial, así como por la inserción de los y las indígenas dentro del nuevo
cuadro de relaciones laborales, de los nuevos oficios necesarios para la
explotación comercial de los cultivos y la actividad ganadera de la incipiente
economía capitalista, hecho que determinó la ruptura de la estructura laboral
tradicional indígena (Sanoja y Vargas Arenas, 1992: 247).
Surgieron así nuevos oficios destinados a consolidar y organizar la nueva
fuerza de trabajo necesaria para construir las nuevas relaciones sociales de
producción sobre las cuales se sustentaría la economía monoproductora
colonial, tales como:
a) Gañanes, arrieros, pastores, yegüeros, porqueros, vaqueros, etc.,
especialistas en el manejo de carretas movidas a tracción de sangre,
conducción de recuas de mulas o burros, manejo de rebaños de ganado
vacuno, lanar, porcino o caballar, patrones y marineros de canos, piraguas y
bergantines, etc,.
b) Carteros, encargados de llevar a cabo la distribución de mensajes escritos o
de voz.
c) Indígenas de servicio doméstico.
162
d) Artesanos y artesanas para el hilado de lana, algodón y henequén para la
producción de textiles (telas, cobijas, costales, macutos o zurrones, redes de
pesca, cordeles, etc.).
e) Cesteros y cesteras para la manufactura de cestas, esteras, abanicos,
sombreros, etc.
f) Alfareras para manufacturar la vajilla de uso doméstico: ollas, cuencos,
tazas, tazones, platos, pimpinas, calderos, etc.
g) Carpinteros para la fabricación del mobiliario, de enjalmas para burros y
mulas, etc.
h) Curtidores y curtidoras de cueros, zapateros, fabricantes de arreos para
caballos, sillas
de montar, cinturones, carteras, polainas, etc.
i) Estancieros y estancieras expertos en los oficios agropecuarios.
j) Cultivadores y cultivadoras de maíz Cariaco, de maíz Yucatán, de trigo, de
algodón, de legumbres y frutales, expertos en el manejo de arados dentales,
etc.
k) Cultivadores (as) y procesadores (as) de cacao y tabaco, trilladores de trigo.
l) Regadores y regadoras.
m) Ahechadores y ahechadoras.
Esta reestructuración de la fuerza de trabajo individualizada en diversos
oficios en el proceso de producción agrícola tuvo como efecto el incremento
de la desigualdad social y laboral, contrariamente al carácter solidario que
caracterizaba la sociedad aborigen originaria, al establecer diferentes escalas
salariales y jerarquías sociales para las diferentes ocupaciones, esto es, las
163
nuevas relaciones de producción capitalistas (Zamudio, 1988: 30-46; Sanoja y
Vargas Arenas1992: 246-250). De esta manera, desde el siglo XVI se
establecieron las bases del regimen de compra y venta de la fuerza de trabajo
pagado en dinero o en especies, entre encomenderos y posteriormente
hacendados o patrones y los peones indios, negros o mestizos libres, hombres
y mujeres, que ingresaban al mercado laboral.
Con el final del regimen de encomiendas, hecho que ocurrió a mediados del
siglo XVII, la población encomendada se convirtió en trabajadores libres, pero
vinculados a los antiguos amos a quienes siguieron prestando sus servicios a
cambio de dinero o especies, atados al patrón por deudas que nunca llegaban a
pagar. De esta manera, el viejo amo podía dedicarse a explotarlos sin estar
sujeto a los legalismos que implicaba la encomienda.
La manufactura de las artesanías indígenas, que continuó como proceso de
trabajo vigente hasta bien entrado el siglo XX, llenaba distintas necesidades
básicas para la reproducción de la vida cotidiana, tanto entre las poblaciones
encomendadas, reducidas, como entre las de afroamericanos (as), esclavas o
libres, mestizas o de origen europeo, rurales o urbanas. Este hecho se
evidencia al analizar la lista de productos artesanales expuestos en la
Exposición Nacional de Venezuela realizada en Caracas en 1883, con motivo
del primer centenario del nacimiento del Libertador Simón Bolivar (Ernst,
Vol.IV, 1983). La manufactura local de telas de algodón, tocuyo o zaraza,
tuvo gran importancia para atender el cambio de indumentaria que tuvo que
ser asumido por la población indígena frente al nuevo código de valores
morales que condenaba la desnudez y hacia obligatorio el vestido de tradición
europea.
164
El historiador dominicano Carlos Deive (1995:13-15) señala que la economía
y los repartimientos de indios se establecieron como instituciones distintas a la
esclavitud pero –considera el autor- en la práctica una y otra venían a ser lo
mismo. Para Deive, lo que determinó el tipo de relaciones de producción en
estas dos instituciones fue el tiempo de la servidumbre y ciertas restricciones
en el disfrute del poder. Los dueños de esclavos indios –dice- procuraban
mantenerlos como bienes valiosos, mientras que los encomenderos –
conociendo la transitoriedad de la encomienda-- trataban como buenos
capitalistas de obtener el máximo beneficio de la fuerza de trabajo indígena en
el menor tiempo posible (1995: 394). Como acotaba certeramente Mariátegui,
“…el encomendero disponía de los indios como si fueran árboles del
bosque…” (1952: 64).
La introducción del esclavismo
El carácter etnocida de la conquista de Venezuela con la consiguente
desaparición física de buena parte de las poblaciones indígenas originarias,
hecho que se debió asimismo a las enfermedades infecto contagiosas que
trajeron consigo los europeos y para las cuales los nativos no tenían defensa,
determinaron en los españoles la necesidad de contar con una nueva fuerza de
trabajo para completar el trabajo de colonización del territorio conquistado,
marginalizando su población originaria, es decir, condenarla -dentro de la
economía mundial- a servir a otros, a hacer lo que le ordene la división
internacional del trabajo (Braudel, 1992 III: 413); es dentro de ese contexto de
explotación, donde el capitalismo incorpora a la fuerza los esclavos (as)
africanos. En el sistema colonial organizado entonces con criterio capitalista,
prosperó el tráfico de esclavos (as) negros. Sin embargo, éstos se arraigaron
rápidamente en la vida económica y en el desarrollo mercantil venezolano,
165
convirtiéndose en uno de los factores fundamentales para el afianzamiento del
régimen colonial y consolidar el proceso urbano temprano de Venezuela.
Los empresarios coloniales venezolanos no estaban muy interesados en
introducir demasiados esclavos africanos en la colonia, debido al riesgo de los
alzamientos y rebeliones que podrían terminar tanto con la producción de
mercancía, como con la gobernabilidad de la fuerza de trabajo. Debido
también, quizás, a la poca capacidad reproductiva del contigente esclavo, se
dedicaron a promover su propio proceso de reposición de la fuerza de trabajo,
es decir, su propia cría de esclavos (Sanoja 2006: 58-61). El abuso sexual
sistemático al cual que fueron sometidas las esclavas negras e indias por parte
de los señores de la oligarquía no estuvo solamente determinado por la
conducta sexual lujuriosa de los amos o de los esclavos, sino porque la
posibilidad de preñar cada año las esclavas (o de ser preñadas las amas por
esclavos) permitía “producir” de esa manera un número determinado de hijos
(as) mestizos (as) que seguían siendo esclavos (as), pero sometidos al amo (y
la ama) por la relación parental que se creaba o por la institución cultural del
“compadrazgo” o el “madrinazgo” (Maza Zavala, 1968: 70-71; Sanoja y
Vargas Arenas, 2007a: 30), hecho que constituyó un factor de gran
importancia para el crecimiento de la población mestiza venezolana a partir
del siglo XVIII.
La agricultura colonial
La concentración de la propiedad territorial tiene sus antecedentes
propiamente dichos en el siglo XVII, proceso que se fue acentuando
progresivamente en los siglos XVIII y XIX, hasta alcanzar su climax en las
tres primeras décadas del siglo XX (Arcila Farías, 1968: 45-46). La
agricultura
166
colonial
venezolana
estaba
integrada
por
tres
formas
socioeconómicas con sus respectivos procesos de trabajo: a) la plantación,
cuya producción basada en el trabajo esclavo estaba destinada básicamente al
mercado, tanto exterior como doméstico, b) la agricultura derivada,
generalmente una prolongación de las plantaciones, practicada por indios y
esclavos libres en las que se denominaban “haciendillas” o conucos, para la
producción de cacao, algodón y tabaco destinada también al mercado y, c) la
agricultura de subsistencia de productos para el autoconsumo tales como el
maíz, la yuca, las leguminosas y los tubérculos (Maza Zavala, 1968: 75).
El modo de vida colonial monoproductor
Hacia los inicios o la parte media del siglo XVIII, consideramos que comienza
una segunda fase del modo de producción de la formación clasista, el cual se
expresa de manera correspondiente con el que hemos denominado modo de
vida vida colonial monoproductor
(agroexportador), que
ya podríamos
caracterizar propiamente como capitalista mercantil. En la región norte-andina
de Venezuela, vinculada en general con el gobierno de la Provincia de Caracas
que abarcaba buena parte de la región centro-occidental de Venezuela, dicha
segunda fase se caracterizó por una acentuada concentración de la tierra y una
tendencia hacia el desarrollo de una producción agrícola especializada en el
sistema de plantación basado en el trabajo esclavo o servil. La minoría de
familias mantuanas que eran tanto propietarias de la tierra como de toda
Venezuela, eran familias que poseian títulos de nobleza, estaban unidas por
lazos consanguíneos y controlaban las instituciones políticas de gobierno en
todos los centros urbanos, como era el caso de los cabildos y los órganos
directivos de la iglesia católica y particularmente el Cabildo y el Consulado
Caracas (Brito Figueroa, 1968: 121-133).
167
La posibilidad de hacer exportaciones agrícolas sustanciales durante el siglo
XVIII en la Provincia de Caracas, aunque fuertemente tasadas por la corona
española, ayudó a reforzar el poder político y económico en manos de las
burguesías locales de las diversas regiones del norte de Venezuela, para ese
momento ya totalmente consolidadas en lo que en otros espacios hemos
llamado el Estado Colonial Caraqueño (Sanoja y Vargas Arenas, 2002: 187204), ya prácticamente independiente del poder político de España.
Ello no ocurrió de igual manera en la Provincia de Guayana, donde no se
había consolidado para entonces una burguesía local, sino una poderosa
burocracia corporativa
religiosa dependiente del Rey de España y de la
burguesía capitalista catalana, antagónica a la burocracia provincial caraqueña
(Sanoja y Vargas Arenas, 2006: 332; 2007b: 168). La Provincia de Guayana,
en el sureste de Venezuela, estaba sometida en buena parte al gobierno
corporativo de las Misiones Capuchinas catalanas. Allí comenzó a gestarse
desde 1700 un sub modo de vida caracterizado por un submodo de trabajo
agroexportador-artesanal que refleja el nivel de desarrollo capitalista
alcanzado por Cataluña en el siglo XVIII. Dicho modo de trabajo dentro de
una suerte de capitalismo corporativo, se manifestó en la ejecución de diversos
procesos de trabajo: los ligados a la explotación minera, con la fundición y la
forja de lingotes e instrumentos de hierro, la explotación de las arenas
auríferas y la fundición del oro; los vinculados con la explotación ganadera y
agrícola; los destinados a
la producción semi-industrial de materiales
constructivos, de telas de algodón, zapatos, mobiliario y de muchos otros
bienes y materias primas que eran exportados hacia Europa conjuntamente con
materias primas como café, cacao, algodón, cueros, huesos, cecina, sebo de
ganado, etc. (Sanoja Mario e Iraida Vargas- Arenas, 2005: 300-306)
168
La hegemonía política de Caracas tampoco era aceptada en las provincias de
Coro y Maracaibo, cuyas burguesías pretendían, como opción política,
“…reasumir su soberanía dentro de la estructura monárquica...” (Cardozo
Galué, 2004: 40.; 2005: 3-8; Cardozo y Urdaneta-Quintero 2005: 127-146).
En el noroeste de Venezuela y la región marabina, esta segunda fase, que se
inicia en el siglo XVIII, estuvo fundamentada en la actividad comercial, la
producción artesanal, la producción agropecuaria y la exportación de materias
primás y productos artesanales terminados
El modo de vida colonial monoproductor y
el desarrollo capitalista
europeo
En el siglo XVIII, la demanda internacional estimuló en Venezuela la
expansión de los cultivos de cacao, caña de azúcar, tabaco, algodón y añil,
fomentando entre la clase de terratenientes y comerciantes mantuanos una
creciente acumulación de capital mercantil. Correlativamente, el comercio y la
reproducción local de esclavos (as) produjo la fuerza de trabajo necesaria para
mantener la expasión de la economía de plantaciones aumentando el número
de trabajadores (as) de origen africano en las diferentes regiones del país,
hecho que contribuyó a configurar la composición étnica y cultural de toda la
sociedad venezolana.
El desarrollo del modo de producción capitalista industrialista en la Europa
occidental del siglo XVI se había visto limitado por la escasez de metales
preciosos como el oro y la plata que constituían la base de la economía
monetaria, recursos necesarios para movilizar el comercio internacional.
Aunque era posible acumular propiedades, ganado y esclavos (as), el capital
financiero expresado en estos elementos estáticos se veía severamente
limitado para ser transportado de una región a otra. La conquista de América y
169
de sus enormes minas de oro y plata le permitió a España, a Europa en general
e inclusive a China y la India (Braudel, 1992-II: 172-176) acumular grandes
capitales dinerarios que movían la producción, la oferta y la demanda de
bienes de consumo entre las naciones. La política mercantilista de Inglaterra y
en general de todas las naciones europeas, apuntaba hacia la conservación de
los metales preciosos y hacia la promoción de la oferta de materias primas
naturales y bienes manufacturados para alcanzar un balance entre las
exportaciones y las importaciones (Braudel, 1992 II: 204-205).
La sociedad española, y particularmente la de Castilla y Aragón
que
conservaba para el siglo XVI muchos de sus elementos feudales orginarios,
poseía un desarrollo de sus fuerzas productivas menor que la de sus vecinas
Inglaterra, Francia, Holanda y Alemania. Por esta razón, la gran riqueza en
metales preciosos que lograron arrancar los conquistadores a los pueblos
latinoamericanos subyugados, fue utilizada por la aristocracia y la burguesía
estatal para su beneficio personal, logrando amasar grandes fortunas, en lugar
de invertirlas en el desarrollo de la industria local. En consecuencia, la riqueza
extraida de América Latina tuvo que ser invertida en la adquisición de bienes
en otros países europeos, contribuyendo a promover el desarrollo capitalista
de Inglaterra y Holanda, así como la producción industrial de textiles, papel,
vidrio, acero, químicos, armas y similares que condujeron hacia la Primera
Revolución Industrial.
La demanda de bienes e insumos del mercado venezolano había sido cubierta
durante los siglos XVI y XVII tanto por los pocos bienes importados desde
España como por los manufacturados localmente (Castillo Hidalgo 2000: 409416). A comienzos del siglo XVIII, con el advenimiento de la sociedad
industrial,
170
el crecimiento de la capacidad productiva de países como
Inglaterra
y
Holanda
permitió
suplir
dicho
mercado
con
bienes
manufacturados a la vez que se requería de aquellas materias primas como el
cacao, el café, melazas y azúcar, cueros, sebo, cecinas, huesos de vacuno para
la manufactura de botones, etc., que podían negociarse con buenas ganancias
en las bolsas europeas de comercio. Como consecuencia, los sistemas
económicos de la cuenca del Caribe y en particular de Venezuela,
transformaron de ser
se
formas de producción semiautárquicas y feudales
basadas en las encomiendas y pueblos de misión, a sistemas de producción y
comercio orientados a suplir el mercado mundial con materías primas y
productos agrícolas para satisfacer las demandas de la vida cotidiana. Como
contraparte, el Caribe y particularmente Venezuela se vieron inundados en ese
momento por manufacturas europeas, particularmente de origen holandés e
inglés.
Las plantas alimenticias americanas transplantadas y adaptadas a los suelos y
el clima europeo, particularmente la papa (Solanums tuberosa) y el maíz (Zea
mayz) ayudaron, desde el siglo XVIII, a resolver las hambrunas cíclicas que
golpeaban cruelmente a las poblaciones europeas y propiciaron el crecimiento
de las poblaciones urbanas separadas de la producción directa del campo.
Plantas como el tabaco (Nicotiana tabaco), el cacao (Teobroma cacao), el
café (Cafea original?) y las melazas que se procesaban para producir azúcar y
ron promovieron los placeres en la vida cotidiana y crearon nuevas formas de
nutrición y de relación social (Sanoja, 1997: 199-202).
El desarrollo de las burguesías capitalistas europeas contribuyó a la
consolidación de los Estados nacionales en aquella región y a la extensión del
control colonial
sobre grandes áreas del planeta. Para la clase criolla
dominante en Venezuela, las nuevas ideas políticas desarrolladas en Francia,
171
Estados Unidos e Inglaterra y el surgimiento de los primeros regímenes
democráticos republicanos, mostraron la necesidad que tenían las burguesías
económicas y el poder político de las Provincia de Caracas, Nueva Andalucia,
Trujillo, Mérida y Margarita de independizarse de España. Sin embargo, una
vez lograda la independencia política de España, el estatus socioeconómico de
las nuevas repúblicas permaneció sin cambios sustanciales hasta finales del
siglo XIX y comienzos del siglo XX, momento en el cual se da la explotación
masiva de de las materias primas de América Latina como resultado de la
expasión colonialista particularmente de Inglaterra, Francia, Alemania y los
Estados Unidos (Patterson, 1999: 56-84;, Losada Aldana, 1967: 132 y
siguientes). Es entonces cuando el desarraigo de la población indígena y la
desprotección total hacia la población mestiza de origen africano o
negrovenezolana en el siglo XIX, forzaron a dichas poblaciones a engrosar el
contingente de campesinos (as) sin tierra.
Una vez consumada la emancipación política de España, cuando los Estados
nacionales de América Latina comenzaron a estabilizarse al finalizar la gesta
de independencia, fueron integrados, bajo un estatus de dependencia
neocolonial, dentro de las esferas económicas controladas por los países
capitalistas desarrollados de la época,
dependencia neocolonial que
determinó las pautas del propio desarrollo económico futuro de América
Latina. Los problemas de Nuestra América
no son debidos a atavismos
tribales o feudales, sino a su incorporación como países capitalistas periféricos
dependendientes dentro de la estructura del sistema capitalista mundial.
En Venezuela, como en muchos otros países, en el siglo XX la industria
minera controlada por las grandes trasnacionales de las fuerzas imperiales
reemplazó la forma socioeconómica agropecuaria latifundista. Es en ese
172
momento cuando las relaciones sociales de producción se hicieron plenamente
capitalistas.
173
CAPÍTULO 12
Submodos de los modos de vida coloniales venezolanos
En capítulos anteriores
hemos discutido que el concepto de modo de
producción lo consideramos como aquel que permite explicar los procesos que
ocurren en la esfera de reproducción económica de la vida material de una
formación económico-social. En este sentido, podemos decir que el modo de
producción de la formación social clasista venezolana se manifestó en varias
líneas particulares de desarrollo histórico, en este caso coetáneas, que hemos
designado como modos particulares de existencia o de vida y, en
consecuencia, en varias formas también particulares de las actividades
productivas caracterizadas todas ellas por una variedad de manifestaciones
singulares o culturales. Así nos ha sido posible abordar las diferencias
socioétnicas y socioeconómicas entre los grupos sociales productores, las
diversas magnitudes o escalas de la misma cualidad, es decir, de las relaciones
sociales de producción, las variaciones cuantitativas y cualitativas en el grado
de desarrollo de las fuerzas productivas, lo que Engels en su momento
consideró las extensiones de las fuerzas productivas (Engels1979:164-177), y
en las formas como sucedió el proceso de acumulación de capital.
A toda esa diversidad la hemos tratado de aprehender con el concepto de submodo de vida que nos ha permitido entender las formas específicas como ellas
se integraron en la totalidad de la sociedad colonial. La misma tendría
174
posteriormente honda repercusión en el sangriento conflicto social que
acompañó nuestro proceso de emancipación en el siglo XIX. En efecto, cada
uno de esos submodos de vida que hemos conceptualizado nos han permitido
estudiar las particularidades que adoptó el modo de vida colonial
monoproductor (agroexportador), facies que nos ayudan a comprender mejor
la totalidad del modo de producción de la formación clasista venezolana en su
fase colonial. De la misma manera, con base a las propuestas de Vargas
Arenas (1998 ), hemos podido calibrar la importancia del modo de vida como
herramienta conceptual puesto que la autora ha podido caracterizar y
comprender con mayor claridad la transformación de la FES Clasista Colonial
hacia la FES Clasista Nacional, especialmente las asimetrías existentes entre
los diversos procesos sociohistóricos regionales que confluyeron en el siglo
XX para consolidar el Estado nacional venezolano decretado en 1810.
a) El sub-modo de vida 1
Está tipificado por la forma socioeconómica denominada plantación, la cual
se vinculó a la agricultura comercial monoproductiva bajo un modelo de
gestión privada y unas relaciones sociales de producción de carácter servil y
esclavista. Se desarrolló cuando la Corona española decidió en el siglo XVIII
eliminar el régimen de encomiendas y entregar la tierra en propiedad a los
criollos y europeos que integraban la oligarquía colonial. La producción en las
plantaciones funcionaba con mano de obra esclava de origen africano,
quedando los indígenas, mayormente, como servidumbre doméstica.
Las plantaciones se establecieron principalmente en los feraces valles de la
costa centro-norte, los valles de la región andina o subandina y los valles
orientales de la cordillerea de la costa. La mayor parte de la producción era de
cacao y estaba destinada a la exportación hacia España y Veracruz, aunque
175
también proveía al consumo interno de las poblaciones de otras provincias.
Como contraparte, existió un importante comercio de importación de bienes
terminados de procedencia mexicana, europea e incluso asiática para satisfacer
los gustos de la burguesía agraria propietaria de la tierra y los esclavos (as) .La
producción de cacao facilitó el enriquecimiento de un grupo de productores y
comerciantes que progresivamente se liberaron del control comercial que
ejercía la Corona española a través de la Compañía Guipuzcoana.
b) El Sub- modo de vida 2
Representó una forma socioproductiva específica, altamente especializada, los
hatos ganaderos que constituyeron verdaderos latifundios en la cría y el
pastoreo de ganado, con una localización geográfica muy definida: los Llanos.
En dichos espacios, la ganadería se transformó en el elemento fundamental de
la producción. Las relaciones sociales de producción eran de tipo servil, entre
la clase conformada por la burguesía agraria local, que detentaba el monopolio
de los medios de producción, es decir, de la tierra y los rebaños de ganado, de
manera prácticamente independiente de la autoridad española, y la clase de
trabajadores (as) del campo, indígenas reducidos (as) y esclavos (as) de origen
africano, que constituía la fuerza de trabajo; esta última recibía generalmente
un salario en especies, pero debido a las forma de enfeudamiento que
caracterizaban dichas relaciones de producción, los trabajadores eran
prácticamente poseídos por la clase de propietarios (Brito Figueroa, 1979).
Este tipo de relación ha sido calificado por Braudel como “segundo servaje”,
forma característica de la sociedades coloniales, capitalistas marginales (1992
II: 267) y por Brito Figueroa como “campesinado enfeudado”. Otras
relaciones de producción eran de tipo esclavista, entre los propietarios de la
tierra, el medio de producción, y los esclavos (as) de origen africano. El sub
176
modo de trabajo implicaba la realización de procesos de trabajo de cria y
explotación de ganado vacuno y caballar, de transformación de los cueros de
res y de cultivo y procesamiento del tabaco. La distribución de las materias
primas y los bienes terminados adoptó la forma del transporte de productos y
manufacturas utilizando carretas o recuas de mulas o burros. En una primera
fase del modo de trabajo de este sub-modo de vida, se utilizó como fuerza de
trabajo fundamentalmente a los indígenas reducidos en pueblos de misión.
Posteriormente, a pesar de la introducción de la mano de obra esclava de
origen africano, ésta no arraigó totalmente debido a que la forma como se
practicaba la ganadería requería de poca fuerza de trabajo, generalmente
desplegada y dispersa en las sabanas, por lo cual los esclavos (as) escapaban
del control del hacendado (Brito Figueroa, 1979).
Los cueros de ganado estaban entre los bienes de exportación más importantes
del siglo XVII, al igual que el tabaco que mantuvo su importancia durante el
siglo XVIII. En el siglo XVII, para evitar el contrabando de tabaco entre los
productores criollos y los comerciantes holandeses, ingleses y franceses, la
corona española impidió su cultivo por un período de 10 años asumiendo
posteriormente el monopolio de su distribución y venta. Al igual que lo
sucedido con el cacao, esto originó un largo conflicto con los productores
locales que deseaban liberarse de los controles comerciales impuestos por la
administración colonial.
c) El sub-modo de vida 3
Representó otra forma socioeconómica dentro de un modo de existencia, cuyo
modo de trabajo combinaba los procesos de trabajo agrícola con el ganadero o
el pesquero practicados de manera artesanal, inicialmente en los pueblos de
misión y luego como apoyo para las haciendas. Durante la fase inicial de la
177
colonia, una variante de este sub-modo de vida estuvo conformada por los
resguardos indígenas, los cuales constituyeron formas periféricas de
producción con relaciones de producción serviles o comunitarias.
El sub-modo de vida 3 ejemplifica la forma genérica como se expresó el
sincretismo que supuso el modo de vida colonial indohispano (Mariátegui,
1952: 20); se manifestó en los valles subandinos del noroeste de Venezuela y
la cuenca del lago de Maracaibo, en los valles intermontanos del noreste y en
la zona altoandina, en muchos de los cuales las tierras habían sido cultivadas
por las comunidades indígenas con un modo de vida tribal, igualitario o
cacical, desde hacia 1500 años ANE. Ello permitió la incorporación de la
fuerza de trabajo de las etnias indígenas cacicales que ya habían desarrollado
de manera autogestada antes del siglo XVI relaciones sociales de tipo estatal y
en cuyos territorios ya existía una considerable inversión de trabajo social para
la creación de paisajes agrarios.
Las terrazas, montículos y camellones para el cultivo y los sistemas de riego
construidos por los indígenas, la ”materia prima” de la cual nos hablan Marx y
Engels (1982: 19, 39, 47), continuaron en uso durante todas la fases de los
sub-modos de vidacoloniales, e, incluso en algunos casos, hasta bien entrado
el siglo XX (Sanoja, 1997; Sanoja y Vargas Arenas, 1999a;
Molina y
Monsalve, 1986; Vargas Arenas, 1986b; Vargas Arenas, Toledo, Molina y
Moncourt, 1993. Por otra parte, la experiencia acumulada por los indígenas
que poblaban los valles subandinos en el cultivo y la transformación del
henequén y el algodón en cobijas, bolsos, talegas, telas para el vestido, fajas,
etc., fue reorganizada para la producción artesanal de textiles a través de los
obrajes que existieron en las encomiendas.
178
Los europeos introdujeron nuevos instrumentos de producción como los
telares horizontales a pedal que ya utilizaban en Europa desde la antigüedad
clásica, los cuales elevaron el rendimiento de la producción de textiles a un
nivel artesanal, incluyendo la elaboración de cobijas manufacturadas en lana
obtenida localmente del esquilmado de los rebaños de ovejas. En regiones
como El Tocuyo, los tejidos finos de algodón alcanzaron un alto nivel de
excelencia, siendo canalizada la producción excedentaria de lienzos hacia
mercados de otras colonias (Sanoja, 1979b: 16; 1993: 46-47)
Los procesos de trabajo agrícola en las zonas andinas y subandina estuvieron
orientados hacia la producción de insumos industrializables como melazas,
papelón, azúcar, cacao, trigo, algodón y tabaco, así como productos de mesa
tales como maíz, papas, frijoles, legumbres y verduras diversas. El trigo
constituía el principal producto alimenticio del área andina y la subandina,
comercializable para obtener bienes importados, a la par que el cacao y el
tabaco. El cultivo y distribución de este último llegó a constituir un monopolio
o estanco del Estado Español, y era exportado vía el puerto de Maracaibo
hacia España u otras colonias. El algodón, el henequén y la lana de ovejas eran
utilizados para la manufactura local de textiles (Sanoja, 1979b).
En las regiónes subandina y andina, las relaciones sociales de producción
estaban basadas en un régimen
de propiedad de la tierra que incluia la
encomienda por parte de los europeos y un tipo de propiedad comunitaria de
los indígenas garantizada por los reguardos. La fuerza de trabajo indígena se
organizaba para el trabajo asalariado temporal en el sistema denominado,
particularmente en Mérida, como “concierto”, o el tributo prestado en trabajo
a las encomiendas de servicio ( Roseberry, 1977: 65; Zamudio, 1988:44).
179
En el noreste de Venezuela, por lo menos hasta el siglo XVII, la mayoría de
los grupos indígenas –particularmente los de filiación caribe- se resistió a
someterse al régimen de encomiendas, conservando su libertad y sus
costumbres: “…en Cumaná no hubo grandes encomiendas de indígenas
auténticamente conquistados que puediese proporcionar una tributación
económica relevante. Se entiende así que en dicha gobernación no hubiese, a
principios del segundo siglo de presencia española en América, una
oligarquía de marcadas prestensiones nobiliarias…”
(Castillo Hidalgo,
2002: 722-723). Los españoles utilizaban eventualmente la mano de obra
indígena, pagándoles su trabajo en especies. Ello resultaba beneficioso para
los encomenderos quienes “…no tenían tampoco la obligación –como los
encomenderos que tenían títulos legales- de mantener iglesia con cura
doctrinero y tampoco curar los indios enfermos” (Da Pratto-Perelli, 1990,
Vol.1: 398).
d) El sub-modo de vida 4
Estuvo tipificado por el sistema misional de los Capuchinos de Guayana. Las
ramas principales de la producción eran la agricultura, la ganadería, la minería
y la metalurgia, la producción semi-industrial de textiles, zapatos, talabartería,
la alfarería, la carpintería y el comercio ultramarino de materias primas y
bienes manufacturados. Este submodo de está caracterizado por la red
territorial de manufacturas creada por el sistema de misiones capuchinas
catalanas de Guayana, establecida en dicha región desde 1720. La fuerza de
trabajo que movía la actividad agropecuaria y artesanal estaba casi en su
180
totalidad conformada por indios guayanos, de filiación caribe, y por una
minoría de guaraos y “waikas” como se llamaba originalmente a los grupos
yanomami y algunos criollos que constituian como una especie de fuerza
militar o de protección de los establecimientos militares. El producto del
trabajo indígena era apropiado por la institución misiónal, la cual actuaba
como un ente corporativo (Sanoja y Vargas Arenas, 2005; 1999, 2007b) y
retribuía dicho trabajo pagándolo en especies. Los indígenas podían contratar
su trabajo a los criollos de Santo Tomé por un salario, pero no podían
introducir monedas dentro del territorio misional.
Cada uno de los 18 pueblos misionales, gerenciados por un misionero que
conocía todas las tecnologías utilizadas en los diversos procesos trabajo del
modo de trabajo misional, constituía una unidad de producción vinculada con
la Misión de la Purísima Concepción del Caroní, vecina a la actual ciudad de
Puerto Ordaz, la cual actuaba como el centro político-administrativo que
gobernaba todo el sistema. Las 18 misiones estaban a su vez conurbadas con
la antigua capital de la provincia, Santo Tomé, la cual --una vez mudada la
capital hacia Angostura, actual Ciudad Bolivar-- pasó a ser llamada también
Guayana La Vieja.
En lo referente a la división del trabajo, el sistema corporativo misional estaba
organizado de manera jerárquica. La Misión de la Purísima servía como lugar
central de un conjunto de pueblos dedicados a diversas actividades: la
ganadería, la agricultura, la minería, incluyendo la fundición y la forja del
hierro para producir lingotes o bergajones, manufactura de herramientas
agrícolas, machetes, puntas de lanza, arados dentales, llantas para carretas,
clavos, bisagras, hornos y talleres para extraer, fundir y troquelar el oro
aluvial extraido de las arenas del rio Caroní,
181
talleres y hornos para la
producción industrial de ladrillos y formaletas
refractarias utilizando las
arcillas caoliníticas del Caroní para remontar y construir nuevos hornos
siderúrgicos o alfareros, etc.
Los indígenas de otros pueblos o manufacturas, según Princeps, desarrollaban
otras líneas de producción: tejidos de algodón, zapatos, agricultura, ganadería,
curtiembre de pieles, preparación de huesos y cuernos de ganado, cecinas, etc.
La mayor parte de la producción del sistema misional se destinaba a la
exportación, para lo cual existían grandes almacenes o warehouses como el de
Santo Tomé donde se almacenaba la mercancía proveniente de los distintos
pueblos y se utilizaba un sofisticado sistema de calzadas empedradas que los
intercomunicaban (Sanoja y Vargas Arenas, 2006: 223-233; 298-299). La
exportación de las mercancías hacia Europa, principal sitio de destino de la
producción, se hacía a través de la Compañía de Barcelona, ente comercial
dependiente del Reino de Cataluña. El sistema misional poseía una flota de
falúas y bergantines para el cabotaje fluvial que llevaba las mercancías hasta
Cumaná, de donde eran enviadas al puerto de La Habana para embarcarlas a
su destino final.
e) El submodo de vida 5
El submodo de vida 5 alude a formas socioeconómicas específicas que se
daban en las areas marginales al proceso de construcción del Estado nacional
que estaba culminando en los siglos XVIII y XIX, las cuales estaban y siguen
mayormente habitadas hoy día por grupos indígenas tribales, cuyas economías
constituyen modalidades secundarias que se insertan de alguna manera en el
proceso productivo general de manera directa, vía la produción artesanal de
diversos rubros o mediante la incorporación forzada a la sociedad criolla como
servicios domésticos
182
o a través de la prostitución, la mendicidad o la
buhonería. En el primer caso, las comunidades indígenas sirven como un
reservorio de mano de obra para las exploraciones mineras o como
productores de bienes de mesa para la alimentación de las comunidades
mineras (Sanoja y Vargas Arenas, 1992b: 269 y siguientes).
Vistos todos los submodos en perpectiva general, podemos considerar que el
capitalismo periférico representado en el caso venezolano por el modo de
producción de FES clasista colonial, es la mejor representación de la Ley del
desarrollo desigual y combinado del sistema capitalista dentro del proceso
nacional que llevó hacia la emancipación de España en el siglo XIX y a la
posterior sujeción a modos de vida neocoloniales.
El desarrollo de la dinámica interna del modo de vida colonial monoproductor
(agroexportador) y sus respectivos manifestaciones en diversos sub-modos,
como haremos los capítulos siguientes, es esencial para entender las razones
del antagonismo entre la Provincia de Caracas y sus aliados en las provincias
de Maracaibo, expresadas en el sub modo 3 y la de Guayana, en el sub modo
4, que se hizo manifiesto en 1810 en ocasión de la Declaración de
Independencia,
analizando con cierto detalle las circunstancias particulares
que rodearon el origen de las mismas, específicamente las culturales y
sociales, las económicas, así como su significación geoestratégica dentro del
complejo de provincias que formaban la Capitanía General de Venezuela y sus
relaciones con otras entidades políticas como el Virreinato de la Nueva
Granada, las Guayanas francesa, inglesa y holandesa y las islas de Curazao y
Aruba.
183
CAPÍTULO 13
Sub-modo de vida 1: Caracas, lugar central del mercado regional
La guerra por la independencia de Venezuela que se inició en 1810 estuvo
signada por el antagonismo entre el gobierno de la Provincia de Caracas, los
de las Provincias de Coro y Maracaibo y el de la Provincia de Guayana. Para
entender y explicar dicho antagonismo, es necesario analizar su causalidad
histórica.
El concepto de mercado nacional denota la creación de
un estado de
coherencia económica dentro de una determinada unidad política que podría
corresponder a un “Estado Territorial” o “Nación Estado” (Braudel, 1992 II:
138 y siguientes). El término designa también un cierto nivel de coherencia y
de madurez política que se alcanza dentro del Estado Territorial que
generalmente precede a la madurez económica. Cuando ello ocurre, el Estado
Territorial adquiere la facultad de actuar de forma independiente frente al
resto del mundo. Cuando la madurez política y la madurez económica se
conjugan y surge el mercado nacional, ocurre correlativamente un aumento en
la producción tanto agrícola como no agrícola, y un incremento en los
procesos de producción, circulación, distribución, cambio y consumo (Sanoja
y Vargas Arenas, 2002: 200).
184
El paso de un mercado regional a un mercado nacional no es un proceso
económico espontáneo; es, por el contrario, indicación de un nivel de
coherencia determinado por las ambiciones políticas y por las tensiones
capitalistas creadas por el comercio, particularmente el comercio interior y el
comercio a larga distancia. Por lo general, la expansión del comercio exterior
precede a la unificación del mercado nacional y podría estar en relación con la
progresiva división internacional del trabajo impuesta por la economía
mundial (Braudel, 1992.II: 138 y siguientes).
Cuando se considera el surgimiento del Estado Nación en relación con la
producción del espacio social, dicho proceso parece atravesar por dos
diferentes momentos o condiciones. Primeramente, un Estado Nación
presupone la existencia de un mercado gradualmente construido sobre un
determinado período de duración variable. Tal mercado está conformado por
un conjunto de relaciones comerciales y redes de comercio y comunicación, a
las cuales se subordinan otros mercados regionales o locales creando una
jerarquía de diferentes niveles.
El desarrollo de los mercados nacionales supone igualmente la existencia de
un espacio central (comercial, político-administrativo, religioso, cultural, etc.)
que determina la jerarquía de los centros o mercados periféricos y la relación
con el mercado mundial, espacio central que constituye la Capital Nacional.
La existencia de un Estado-Nación implica igualmente la capacidad legal de
usar la fuerza militar, emplear el poder político para controlar y explotar los
recursos del mercado y que se haya dado un crecimiento de las fuerzas
productivas (Lefebvre, 1991: 112), como fue el caso de la Provincia de
Caracas y del binomio urbano
Caracas-La Guaira en 1810, año de la
Declaración de Independencia, vis a vis de las otras provincias de la Capitanía
185
General de Venezuela como Coro, Maracaibo y Guayana que- por las razones
que explicaremos luego- no se plegaron a la hegemonía caraqueña.
La maduración del Estado colonial caraqueño se expresó igualmente en la
creación del Consulado de Caracas en 1793, especie de corporación mercantil
que tenía como objetivo crear y promover la riqueza, particularmente a través
del fomento de la agricultura, el adelanto industrial y la expansión del
comercio, como mandaba la doctrina liberal de entonces, reconociendo a
Caracas como capital de la Capitanía General de Venezuela. La política
económica del Consulado legitimó la preeminencia de la oligarquía
terrateniente
agroexportadora
sobre
los
comerciantes
y
mercaderes,
proporcionando a dicha oligarquía un instrumento de gobierno propio cuyos
integrantes eran electos por la misma oligarquía criolla en un acto público
(Arcila Farías, 1973, II: 104-108, 115; Soriano, 1988: 42-43), circunstancia
que permitió “…cohesionar bajo una autoridad caraqueña todas las
provincias que, en lo militar y en lo económico y solo desde una fecha muy
reciente estaban sujetas al Capitán General e Intendente de Caracas,
autoridades metropolitanas. Es, pues, el primer bosquejo de gobierno
nacional” (Arcila Farías, 1973-II: 115) y el fundamento legal de la
Declaración de Independencia que proclamaron en Caracas los mantuanos
que representaban de las diversas provincias coaligadas el 5 de Julio de 1810.
Para muchos historiadores tradicionales, hablar de la existencia de un “Estado
Territorial” o de una “Nación Estado” en la provincia de Caracas o en la
Capitanía General de Venezuela hacia finales del siglo XVII, podría parecer
un exabrupto. Esta posición se origina, a nuestro juicio, a partir de una visión
de la historia donde no existen procesos dialécticos, transformación de la
cantidad en calidad, sino saltos cualitativos o cuantitativos,
186
suerte de
mutaciones históricas. El reconocimiento de procesos dialéctico, de la
transformación de cantidad en calidad es lo que nos permite distinguir una
cosa de la otra, poner de relieve las fronteras críticas que existen en la realidad
material, el punto exacto en el cual los pequeños cambios de grado dan lugar a
cambios de estado, lo cual es uno de los problemas findamentales que debe
esclarecer la ciencia (Woods y Grant, 1995: 59).
Si bien Venezuela era formalmente una colonia del Imperio Español, desde la
óptica del proceso sociohistórico particular a partir del siglo XVII y ya quizás
del siglo XVI mismo, sus contenidos, la consolidación de la nueva sociedad
mestiza, particularmente de la criolla caraqueña, le estaban dando su propia
interpretación a las instituciones políticas que había impuesto el estatus
colonial, expresada
en la producción social de un espacio urbano que
representase la centralidad de la vida política y económica de todo el territorio
de la Capitanía General de Venezuela.
No debemos olvidar, sin embargo, que la base social de la mayoria de la
población venezolana estaba formada por grupos humanos descendientes de
las etnias originarias arawakas, caribes y chibchas y por los negros y mestizos
descendientes de africanos producto del Holocausto mercantil capitalista que
desarraigó a millones de africanos de sus tierras ancestrales para venderlos
como esclavos y esclavas, como mercancía humana en los mercados negreros
americanos.
La sociedad provincial que conformaba el modo de vida colonial mercantil
estaba compuesta por una población mayoritariamente pobre y un bloque
dominante minoritario de comerciantes-latifundistas que se apropiaba de la
mayor parte de la riqueza, más interesado –tal como sucede en la actualidaden la ganancia fácil y rutinaria, que en el trabajo creativo y reproductivo.
187
Dicho bloque dominante representaba, hacia finales del siglo XVIII, el 0,5%
del total de la población, es decir unas cuatro mil personas. Mientras que una
persona mantuana llegaba a tener un consumo per capita anual de 102 pesos y
¾ de un real, en los otros sectores que representaban el 99.5% de la población
el de un pardo era de 57 pesos y 5 reales, el de un trabajador libre 39 pesos y 5
reales, el de los peones y esclavos 8 pesos y 1/8 de real y el de la gente que
vivía en condiciones de pobreza (indios (as), negros (as), blancos (as) de
orilla, etc) de 6 reales al año (Sanoja y Vargas Arenas, 2002: 188-189; Soriano
de Garcia Pelayo, 1988: 42; McKinley, 1987: 41.
Aquel hecho es lo que explica el por que, si bien el 0.5% de la oligarquía
mantuana tenían en su agenda política independizarse del Imperio Español,
la mayoría, el 99,5 de la población tenía en su agenda política, por el
contrario, liberarse de la opresión de los mantuanos. Ésta es la causa
fundamental del proceso de rebelión social que se se inicia desde el mismo
siglo XVI, se prolonga a lo largo del siglo XIX y estalla finalmente hacia
finales del siglo XX con el Caracazo, la elección del Presidente Hugo Chávez
en 1998 y el inicio de la Revolución Bolivariana (Vargas Arenas, 2007: 122129).
Como se desprende de lo anteriormente expuesto, para lograr la consolidación
de los modos de vida de FES Clasista Colonial venezolana fue necesario que
la producción y el intercambio de bienes entre
los diversos enclaves
coloniales pudiesen ser relacionados entre sí mediante el establecimiento de
circuitos y zonas comerciales coherentes, algo parecido a zonas comerciales
regionales que pudiesen ser organizadas en torno a una ciudad que, al mismo
tiempo, fuese un puerto marítimo seguro para las operaciones comerciales
internacionales y particularmente con la metrópolis colonial.
188
Para mediados del siglo XVI, los diversos centros poblados que conformaban
el hinterland del territorio colonial venezolano semejaban una periferia sin
centro (Sanoja y Vargas Arenas, 2002: 70). El valle de Caracas y su litoral
caribe, que representaban el centro de aquella periferia, estaban todavía bajo el
control de las etnias caribes, al igual que buena parte de los valles de Aragua,
la región de Barlovento, la mayor parte de la cuenca del Orinoco y la cuenca
del lago de Maracaibo.
Por esa razón, los empresarios margariteños y cubaguenses financiaron varias
expediciones armadas hacia el valle de Los Caracas con el fin de lograr su
control y establecer un enclave urbano que sirviese como punto de partida a la
conquista y colonización de esta estratégica región central de la provincia
venezolana. Para lograr ese fin, Francisco Fajardo, mestizo de castellano y
guayquerí, utilizando los nexos étnicos existentes entre su madre guayquerí y
los caribes que controlaban Caracas y los otros valles de la cuenca del lago de
Valencia, organizó una expedición naval que logró implantar una primera
fundación en el valle de Caracas, la villa de San Francisco, alrededor de 1559,
logrando repartir tierras entre algunos de los castellanos que parecen haber
sido socios de la empresa. Los indígenas caribes caraqueños, decepcionados
quizás por la mala fé de su supuesto hermano étnico, destruyeron dicha
fundación el año 1560 (Montenegro, 1974: 58-70), obligando a Fajardo y su
grupo a abandonar el valle de Caracas, refugiarse en el pueblo de Caraballeda
y retornar navegando a Margarita (Sanoja y Vargas Arenas, 2002: 50; Castillo
Hidalgo, 2002: 63-65).
Posteriormente al fracaso de Fajardo, le tocó el turno de intentar la conquista
del valle de Caracas a los empresarios tocuyanos quienes, con el apoyo de la
Corona, organizaron una expedición armada integrada por 120 castellanos y
189
una poderosa formación de más de mil de auxiliares indígenas, posiblemente
guerreros caquetíos, jiraharas o gayones enemigos de los caribe, al mando del
Capitán Diego de Losada. Con este ejército de indígenas y castellanos, le fue
posible a Losada asumir el control del valle de Caracas en 1567 y repartir
tierras e indios conquistados entre los socios de la expedición (Sanoja y
Vargas Arenas, 2002: 59-69).
Indicador de la importancia económica que tuvo la empresa de conquista y
colonización del valle de los caracas, es el hecho que antes de la fundación
definitiva del castro o villa campamento de Losada, los enclaves urbanos que
ya existían tales como Coro, Barquisimeto, El Tocuyo, Trujillo, Valencia y
Borburata estaban dispuestas territorialmente como en una especie de arco en
torno al valle de los caracas, el cual permanecia como un bastión de la etnia
caribe. A este respecto, el contador Diego Luís de Vallejo en carta dirigida al
rey de fecha 21 de Abril de 1568, los vecinos piden al monarca que establezca
un centro político administrativo ubicado en una ciudad más central que la de
Coro (Sanoja y Vargas Arenas, 2002: 70; Arcila Farías, 1983: 187).
Subsecuentemente a la fundación hecha por Losada, los empresarios
margariteños regresaron a reclamar los derechos adquiridos y las tierras que
les habían sido asignadas durante la fugaz aventura de Fajardo. En 1589
(Arcila Farías, 1983: 191), el Cabildo de la Provincia de Caracas, donde ya
figuraban destacados representantes de los empresarios margariteños decretó
que, como el numerario era escaso, las perlas tuviesen curso legal como
moneda, particularmente en las transacciones comerciales importantes, lo cual
ponía el control del proceso de acumulación mercantil provincial en manos de
los empresarios cubaguenses, quienes obtenían las perlas explotando hasta la
muerte el trabajo y la vida de los esclavos indios y negros obligados a bucear
190
en las profundidades del mar en Cubagua. Inicialmente, 16 reales de perlas
de Cubagua equivalían a un peso de oro, base de valor para todas operaciones
comerciales, para la acumulación de capitales privados y para el pago de
impuestos a la Real Hacienda (Arcila Farías, 1983: 75), inhumana plusvalía
extraida de la muerte de centenares o miles de seres humanos esclavizados
sobre la cual se asienta la riqueza y el poder de los futuros “Amos del Valle”.
Como contraparte y posiblemente para favorecer el negocio y la inversión que
habían hecho los empresarios tocuyanos, el “lienzo de la tierra”, mercancía de
uso común entre la mayoría de la población de Venezuela cuyo principal
centro de manufactura era para ese entonces El Tocuyo, fue decretada también
por el cabildo como mercancía circulante o capital mercancía. En razón de
aquellos acuerdos entre los empresarios que controlaban el Cabildo, en 1583,
una vara de tela fina de algodón o “tocuyo” era el equivalente de 69 o 70
maravedíes y, en 1600, de 102 reales, es decir, un incremento de precio de
31.3%, la cual era reservada
como instrumento de cambio para las
transacciones comerciales menores que se daban en la vida cotidiana (Arcila
Farías, 1983 II: 126). Al igual que la producción de la moneda-perla, la
producción de la moneda-lienzo se originaba en la explotación del trabajo de
hombres y mujeres esclavizados en las encomiendas, quienes sembraban y
procesaban el algodón para convertirlo en lienzos finos en los obrajes
indígenas de El Tocuyo y otras poblaciones vecinas (Sanoja, 1979b);.
Como podemos apreciar, los capitales mercantiles formados mediante la
acumulación de perlas o la producción de telas de algodón se volcaron hacia el
nuevo centro económico caraqueño, constituyendo la base del proceso de
concentración del poder político y de la propiedad territorial agraria en el
hinterland caraqueño. El eje conurbado Caracas-La Guaira pasó a convertirse
191
en el lugar central de los centros poblados que ya existían en su periferia, a la
vez que el espacio económico donde convergieron y confluyeron los procesos
de acumulación de capital que se dieron en Venezuela a partir del siglo XVI.
El auge de la pesquería de perlas ejerció una influencia determinante en el
proceso de formación de riquezas, aumentando el nivel de intercambios dentro
del triángulo económico constituido por Margarita, Cumaná y Caracas y su
conexión con las Grandes Antillas, México y la fachada atlántica-mediterránea
europea. En esta triángulo comercial, el floreciente desarrollo de la actividad
agropecuaria en el siglo XVI dio lugar a la formación de una compañía de
comerciantes conocidos como “señores de las canoas de perlas” (Vila, 1978:
116), quienes seguramente organizaban para su provecho flotas conformadas
por las grandes embarcaciones contando con la tradicional habilidad de
navegantes de alta mar de la etnia indígena caribe para organizar un circuito
comercial de distribución de mercancías entre Caracas, Cumaná y MargaritaCubagua, centro este último donde se acopiaban
también diversas
mercaderías provenientes del comercio transatlántico con Sevilla y de México
(Otte, 1997: 362 y siguientes).
El negocio de aquella alianza o compañía de comerciantes y armadores
tocuyanos, cubaguenses y caraqueños era llevar mercancía desde Caracas a
Cumaná y Margarita, particularmente, productos agropecuarios como maíz,
trigo, telas finas de algodón, carnes saladas, manufacturas artesanales, etc., las
cuales eran trocadas por su equivalente en perlas, sal de Araya, pescado seco y
mercancías europeas, entre otras. Las perlas, como ya hemos dicho, eran
acumuladas como un medio de cambio, como dinero; las otras mercancías
eran vendidas
posteriormente
en el mercado caraqueño.
Margarita y
Cubagua, que desde 1526 formaban parte de la red transatlántica de Sevilla
192
que incluia también las Antillas Mayores (Otte, 1977: 292-299; Castillo
Hidalgo 2000: 431-434), eran quizás como una especie de “warehouse”, de
almacen donde se acumulaba la oferta de mercancía de origen europeo y
antillano para satisfacer la demanda del mercado que era Cubagua, parte de la
cual también era reexportada hacia Caracas, Cumaná y posiblemente otros
centros poblados importantes del territorio continental como Santo Tomé de
Guayana, utilizando las canoas y bergantines tripulados, quizás, por marineros
indígenas de origen caribe o guarao.
A juzgar por las fuentes documentales y las evidencias arqueológicas
excavadas por nosotros en Caracas y Santo Tomé de Guayana, parte de esas
mercancías estaba constituida por ginebra, vino, aceite, platos de mayólica
sevillana, holandesa, mexicana y de otras procedencias, cera, cuchillos, armas
de pedernal, hilos de lana y algodón, telas, casabe y maíz de Puerto Rico y
Santo Domingo, etc. De esta manera se formó un importante triángulo
comercial entre Caracas, Margarita y Cumaná con derivaciones hacia las
Grandes Antillas, que cobró gran importancia en el forjamiento posterior de
alianzas políticas entre las oligarquías locales de la Provincia de Caracas y las
de Barcelona y Nueva Andalucia. Una parte de dicho comercio se ejercía
como contrabando para evitar el pago de los diezmos reales (Vila, MA.1978:
116; Castillo Hidalgo, 2002: 718-719).
La fundación del eje conurbado Caracas-La Guaira aceleró el proceso de
acumulación originaria de capitales en la Provincia de Caracas, lo cual puede
evaluarse al analizar las ganancias de comercio al por mayor y al por menor.
Podría ponerse como ejemplo de lo anterior que el valor de las mercaderías
introducidas entre 1581-90 alcanzó a 187 millones de maravedíes, lo cual dejó
a los mercaderes locales una ganancia de 234.553 pesos de plata. Sumando
193
las ganancias del comercio al por menor, la utilidad total del comercio de las
mercaderías introducidas fue de 420.766 pesos de plata (Arcila Farías, 1983
II: 155-162). Por otra parte, luego que la acción conquistadora de Losada y los
empresarios tocuyanos y caroreños hiciese posible integrar la región costera
centro-norte al dominio colonial de la Provincia de Caracas, con acceso a lo
que sería al puerto marítimo en desarrollo de La Guaira, los índices
económicos señalan que se que produjo una recuperación de las finanzas
públicas. El valor de las mercancías negociadas fue en 1581 de 12 millones y
medio de maravedíes, superando los 9 millones del año 82 y en 1583 llegó a
ser casi de 19.700.000 maravedíes (Sanoja y Vargas Arenas, 2002: 70).
Es importante señalar que la fecha de C14 Beta.95015 señala que en el año
1580 + 70 se incendió o quemó el bohío que servía de asiento a la primera
ermita de Caracas, por lo cual el Cabildo ordenó levantar una nueva iglesia de
una nave con paredes de tapia (Sanoja y Vargas Arenas, 2002: 95 y 99), lo
cual debe haber representado para la época una inversión considerable,
indicando con ello que las finanzas del cabildo corresponden con el auge
comercial y financiero que vivía la ciudad de Caracas en aquel momento.
Esa fecha revela igualmente que ya estaba en marcha el proceso de formación
de un “mercado nacional” al cual se estaban integrando otras ciudades
provinciales vinculadas a la Provincia de Caracas (Arcila Farías, 1983-42;
ECCs. Carrera Damas, 1967c: 42-43). La mayor parte de las exportaciones
que se realizan en aquel entonces a través del puerto de La Guaira estaban
destinadas a Margarita (27.800 maravedíes), Cumaná (91.500 maravedíes) y
Santo Domingo o La Española (268.860 maravedíes). Es oportuno mencionar
que una cifra tan elevada de exportaciones podría estar relacionada con el
hecho de ser, quizás, los empresarios de La Española, los socios capitalistas
194
que aportaron buena parte de los recursos para financiar la el negocio de las
perlas de Cubagua y la empresa de conquista del valle de los caracas.
A partir de los siglos XVII y XVIII, como ya apuntamos, el eje conurbado
Caracas-La Guaira se convirtió en el
lugar central de la economía
agroexportadora de la Provincia de Caracas y en general de la región norte de
Venezuela, cuya economía se basaba en el sistema de plantaciones y hatos y
la comercialización de las materias primas que estos producían: cacao, café,
añil, cuero, huesos de ganado y “cecina”, tasajo o carne salada y la melaza de
caña; esta última utilizada para la producción interna de aguardientes, rones,
papelón y azúcar, lo cual explicaría el papel protagónico que jugó la
oligarquía caraqueña en el proceso de emancipáción de las provincias
venezolanas de España (Molina, 2001; Arcila Farías, 2004:32-56; Sanoja y
Vargas Arenas, 2002: 200-204).
Al llegar los años 1809 y 1810, previos a la declaración de independencia, la
producción comercial de las plantaciónes llegó a alcanzar importantes cotas de
exportación en la Provincia de Caracas. Sin embargo esta extrema
dependencia sobre la producción de rubros comerciales para la exportacion
condujo a un déficit importante en los productos de la agricultura de
subsistencia, hecho agravado por la falta de buenas vías de comunicación que
habrían permitido el acceso a tierras con buenos suelos que se hallaban en el
interior de la provincia. La falta de bancos locales y la dificultad para
conseguir créditos y renovar los equipos y herramientas de trabajo, aunados a
los impuestos de almojarisfazgo en las alcabalas y a la carencia de una flota
comercial propia, el pago de elevados fletes para el transporte ultramarino de
productos como el café, el cacao, el añíl, el algodón, el azúcar y las melazas,
la manufactura deficiente de los productos artesanales derivados de la
195
ganadería, hacían difícil la competencia con productos similares en los
mercados de ultramar. Otro factor adverso fue el ausentismo de los
propietarios mantuanos, más interesados en participar en el juego político de
la sociedad urbana que en supervisar el trabajo en sus propiedades, quienes
delegaron esta actividad en mayordomos y en personal que no poseía una
cultura gerencial y comercial adecuada para tales funciones (Lucena, 1986:65106). Como podemos observar, los malos hábitos gerenciales del
empresariado venezolano tienen una gran antigüedad…
El control del cabildo o gobierno del Estado Colonial Caraqueño, al igual que
ocurría en otras provincias venezolanas, permitió a los miembros de la clase
dominante apropiarse de las mejores tierras de cultivo que habían sido hasta
mediados del siglo XVI propiedad de los indígenas del Señorio Caribe,
quienes pasaron a ser también propiedad de los nuevos “amos del valle” en
calidad de siervos encomendados (Sanoja y Vargas Arenas 2002: 197-200).
De esta manera, la fuerza de trabajo de los indígenas encomendados,
esclavizados o libres y la de los esclavos de origen africano pasó a
transformarse en un valor económico agregado al de la tierra poseida.
Con el desarrollo de las encomiendas, ya entre los años 1573 y 1599 y las
primeras décadas del siglo XVII había comenzado el proceso de concentración
de la propiedad territorial agraria en el valle de Caracas y sus alrededores,
equivalente a no menos del 45% del territorio total de la Provincia de Caracas
(ECCS: 1967ª: 927). Para esa época, 151 españoles ya habían recibido en
calidad de donaciones y mercedes de tierra la cantidad de 9.685 hectáreas que
pertenecían a los indígenas en Caracas, Aragua, Tuy y Barlovento. Entre
1568, año de la fundación de Caracas y 1599, nuevas donaciones de tierras
incrementaron la apropiación de tierras despojadas a los indígenas en 12.583
196
hectáreas, 7.068 de las cuales (el 56% de la extensión de tierras) terminaron
en las manos de tan sólo 12 propietarios; otros 52 propietarios obtuvieron, en
su conjunto, 5.515 hectáreas. El grupo familiar Rodríguez resulto el más
favorecido al aumentar su patrimonio en 1250 hectáreas, Juan Fernández de
León en 712, Martín de Gámez en 716, Garci-Gonzáles de Silva en 703,
Gabriel y Pedro García de Ávila en 662, Juan Villegas de Maldonado en 571 y
Sancho López de Mendoza en 549 hectáreas. Durante los siglos XVI y XVII,
mediante el expediente de la llamada “composición de tierras” éstas se fueron
concentrando cada vez más entre un grupo menor de propietarios, contándose
también entre ellos la Iglesia Católica la cual llegó a ser propietaria en el
período 1744-46, de 9510 hectáreas (Brito Figueroa, 1978: 137-165).
Con el final del régimen de encomiendas, hecho que ocurrió a mediados del
siglo XVII, la población encomendada se convirtió en trabajadores (as) libres,
pero vinculados (as) a los antiguos amos (as), ahora dueños y dueñas de
haciendas, a quienes siguieron prestando sus servicios a cambio de dinero o
especies, atados al patrón por deudas que nunca llegaban a pagar. De esta
manera, el viejo amo podía dedicarse a explotarlos sin estar sujeto a los
legalismos que implicaba la encomienda
En la microrregión de Barlovento, planicie de suelos aluviales formada por
las deposiciones aluviales del sistema del río Tuy los encomenderos españoles
utilizando la fuera laboral esclavizada, tanto indígena como africana,
desbrozaron
las
formaciones
selváticas
originarias
para
desarrollar
comercialmente cultígenos autóctonos como mercancía circulante, caso del
cacao, creando posteriormente plantaciones y haciendas para su monocultivo
intensivo destinado sustancialmente al mercado inyerior y/o extranjero.En las
plantaciones se hacía uso extensivo de la tierra y la fuerza de trabajo, esta
197
última sometida por lo general a la condición de esclavitud o servidumbre en
las cuales “… El uso del capital bajo la forma de instrumentos de producción,
era muy escaso y la base de la combinación productiva era la fuerza de
trabajo viva y simple…” El capital-esclavos representaba, pues el activo más
valioso de la plantación, por lo cual para el amo era mejor negocio “criarlos”
en cautiverio que traerlos desde el exterior. (Maza Zabala: 1968: 70, 81).
La utilización también intensiva de mano de obra esclava en las plantaciones,
determinó
la
formación
de
comunidades
de
descendientes
de
negrovenezolanos libres, densamente pobladas como Caucagua, Curiepe, Rio
Chico, Capaya, El Guapo, Cúpira, Panaquire, Aragüita, Macaira, Mamporal,
así como numersos cumbes donde vivían libres los esclavos (as) que habían
logrado escapar del trabajo esclavo al que eran sometidos en las encomiendas
y plantaciones.El poblamiento negrovenezolano de la microrregión de
Barlovento tuvo -y tiene todavía- una
gran influencia y conexión con
poblaciones similares del litoral central y los valles del Santa Lucía, Santa
Teresa, Cúa, Tácata y Ocumare de la Costa y con la del valle de Caracas,
convirtiéndose en una de las zonas con mayor densidad poblacional
negrovenezolana en Venezuela desde el siglo XVIII. En ésta, el monocultivo
del café y caña de azúcar determinó aquella gran centración de población
afrovenezolana que también practicaba el policultivo de conuco para producir
almentos de mesa, leña utilizada como combustible, hecho que tuvo gran
importancia en las rebeliones, fugas y guerrillas de esclavos (as) que
precedieron la declaración de Independencia el 5 de Julio de 1811 así como
las rebeliones tanto a favor como contra de la insurgencia emancipadora de los
mantuanos blancos (Cunill-Grau 1987-I: 505-521; ( Uslar J. 2010:111).
198
La importancia de la producción de cacao, café y caña de azúcar en esta vasta
región, poblada
y trabajada casí exclusivamente por descendientes de
esclavos negros o manumisos, fue uno de factores de la formación originaria
de capitales por la clase minoritaria de propietarios mantuanos caraqueños
que residían en la ciudad, dejando el negocio en manos de los capataces
quienes administraban las plantaciones y en la de agentes comerciales que
gestionaban la comercialización de los productos. El ausentismo de los dueños
de hacienda incidió en el bajo rendimiento del negocio de las plantaciones de
cacao, desdeñando en oportunidades la sombra de los bosques que protegían
los cacaotales para sembrar también el café de sombra, el cual era igualmente
un importante producto comercial de exportación (Cunill Grau, 1987-I: 492509)
Muchas
de
las
materias
primas
producidas
por
los
hacendados,
particularmente el tabaco, las melazas, el cacao y el café eran procesadas en
los establecimientos industriales europeos para satisfacer las nuevas modas y
el consumismo creciente de la población, estimulando el desarrollo de
determinados sectores laborales de la producción así como la circulación de
bienes de consumo de los países industrialistas de Europa occidental. La
“cecina” o carne salada, se utilizaba principalmente para alimentar a la enorme
población de esclavos negros (as) que ya existía en Las Antillas, motor de la
economía de plantación (Humboldt, 1985. II: 251), así como también las
tripulaciones de los barcos de cabotaje. Los rones, los aguardientes,
el
papelón, el café y el chocolate satisfacían la enorme demanda interna de
bebidas alcohólicas, de estimulantes y de edulcorantes que tenían y seguimos
teniendo tanto los venezolanos como los europeos occidentales.
199
Si la clase mantuana venezolana hubiese tenido la visión del moderno
capitalismo industrialista del siglo XVIII que animaba a los gestores de las
Misiones Capuchinas Catalanas de Guayana, los extensos cultivos de algodón
y las excelentes destrezas artesanales textiles que ya tenían los aborígenes del
noroeste de Venezuela mucho antes del siglo XVI, pudiesen haber servido
para echar las bases de una industria
de tejidos de algodón de relativa
importancia, aprovechando la enorme demanda mundial que tuvo dicho
producto a partir de esa época (Braudel, 1992-2: 312-314).
La producción de finos lienzos de algodón venezolanos, conocidos como
“tocuyo” (Dupuy, 1954), logró una alta reputación dentro y fuera del actual
territorio venezolano. El desarrollo y eventual expansión de una producción
artesanal como aquélla, habría podido compensar la pobreza de las
poblaciones campesinas y urbanas que vivían en un precario nivel de
subsistencia, creando así una división social del trabajo más compleja y
agregando a la economía venezolana un sector
laboral libre artesanal-
mercantil, productor de bienes para el consumo local y la exportación, que
habría reforzado el proceso de acumulación originaria de capitales,
produciendo una mejor distribución del ingreso. Por otra parte, hubiese podido
crear también una organización social y una cultura del trabajo diferente a la
que caracterizaba las formas socioeconómicas postfeudales o ancien regime
de la producción agroexportadora de las plantaciones o hatos de ganado. Pero
nuestra burguesía, tanto la de ayer como la de hoy, sólo se interesaba por la
ganancia fácil del comercio y la promoción del capital especulativo sin riesgo.
Aparte de la limitante impuesta por el régimen colonial, es cierto también que
desde el siglo XVI, la vasta producción de tejidos artesanales de algodón y
de seda producidos en la India y China ya había comenzado a ser
200
monopolizada y distribuida por los capitalistas y comerciantes europeos
(Braudel, 1992.3: 508-509), pero existía todavía dentro y fuera de
Venezuela—como lo muestra la historia—un mercado regional para un textil
de algodón de buena cualidad como el “tocuyo”, el cual hubiese podido ser
penetrado por un grupo de verdaderos empresarios con espíritu aventurero.
Pero, un país donde existía una población mayoritariamente pobre y un núcleo
dirigente más interesado, como hemos dicho, en la ganancia fácil y rutinaria
que en la inversión y el trabajo creativo, difícilmente podía prosperar la
invención tecnológica o el riesgo de la inversión industrial ya que la base de la
economía colonial o neocolonial es, precisamente, ‘la dominación del capital
comercial sobre la producción” (Stern, 1986: 843).
La magnitud del despojo territorial a que fue sometida la población indígena
originaria por la terrofagia de los encomenderos y hacendados no puede ser
todavía evaluada en su totalidad. Sin embargo, el carácter depredador de los
encomenderos coloniales podría medirse en relación a la enorme cantidad de
pueblos indígenas con sus respectivas tierras que desaparecieron en el siglo
XVII y en las primeras décadas del siglo XVIII, a razón de una legua y media
cuadrada por cada pueblo, en las provincias de Caracas, Nueva Andalucía,
Barcelona y Guayana (Arcila Farías et alíi, 1968: 133-138).Sin embargo, a
diferencia de la Provincia de Caracas, hasta finales del siglo XVII, solo la
franja costera de la Nueva Andalucia había podido ser colonizada por los
españoles, motivado a la resistencia de los cumanagoto, a las frecuentes
incursiones de los caribes antillanos sobre los asentamientos costeros y a la
renuencia de los indígenas caribe venezolanos a someterse a ninguna forma de
servidumbre, lo cual se reflejaba en en el bajo número de encomiendas y
repartimientos (Da Prato 1990: 391-393).
201
En las tierras que habían sido originalmente desbrozadas y trabajadas hasta el
siglo XVI por las etnias indígenas en el área de los valles centro-costeros de
Aragua, Carabobo y Caracas y en los valles subandinos de Lara, Trujillo y
Mérida, se observa --desde los inicios de la colonización española-- un intenso
trabajo agrícola primero a través de las encomiendas y posteriormente de las
plantaciones, que condujo progresivamente a la concentración de la propiedad
territorial en manos de cada vez menos individuos, ligados particularmente a
la clase oligarquica mantuana (Sanoja y Vargas Arenas, 2002:69, 190; Rojas
1995; Nieves de Avellán 1997: 149-163;Samudio 1988: 15-34;).
La introducción de cultivos comerciales como la caña de azúcar, como ya
expusimos, generó, por una parte, el proceso de explotación intensa y extensa
conocida como plantación donde
el trabajo agrícola, al dedicarse a
la
monoproducción, convirtió los ricos valles de la cuenca del lago de Valencia
en suelos especializados en un tipo de monocultivo cañero, característica
difícil de revertir en el tiempo actual cuando las crisis alimentaria mundial
requiere una producción diversificada de rubros agrícolas.
Existían todavía comunidades indígenas que habían podido sobrevivir a la
depredación de la conquista española al amparo de las misiones, como era el
caso de Turmero, Guacara, La Victoria, Los Teques, entre otras, donde había
tierras de cultivo sometidas al régimen de la propiedad comunal. Dichas
tierras eran codiciadas por los latifundistas criollos quienes, ya desde 1783,
habían comenzado a despojar a los indígenas de las que les habían sido
reconocidas por la Corona dentro del régimen de resguardos indígenas
(Semple, 1974: 42; Cunill Grau, 1987-I: 395).
La presencia de mayoritaria de población criolla y mestiza en los valles de los
actuales estados de Miranda, Aragua y Carabobo, y el carácter expansivo de
202
los cultivos de plantación que representaban la consolidación del capitalismo
mercantil, determinó que los misioneros fuesen sustituidos por curas de
parroquia y que los restos de la población indígena desposeída de sus tierras
fuese convertida en peonaje enfeudado o asalariado de los latifundistas, así
como sirvientes domésticos de las familias criollas (Humboldt, 1941-III: 83).
Más hacia el norte sobrevivían también pueblos de indios en las zonas
periféricas al este de Caracas como Chacao y Petare, aunque ya vinculados al
régimen de trabajo asalariado en las plantaciones de café y caña de azúcar
(Semple, 1974: 55). Otros pueblos de indios en la misma situación laboral
estaban localizados en las actuales parroquias de La Vega y Montalbán,
Antímano y Macarao. En el litoral guaireño, actual Estado Vargas, existían así
mismo comunidades indígenas dedicadas fundamentalmente a la pesca
artesanal. Otras aldeas de indígenas se hallaban localizadas hacia las actuales
parroquias Catia La Mar y Carayaca y en las abras que hallan sobre la
vertiente litoral de la Cordillera de La Costa, dedicadas a la pesca artesanal y a
la agricultura de subsistencia (Sanoja, 1988: 98).
Al oriente de la región centro costera caraqueña, la población indígena
alcanzaba para el siglo XVIII un número aproximado de 60.000 personas
distribuidas particularmente en el territorio de las provincias de Barcelona,
Cumaná y la isla de Margarita. Alrededor de centros urbanos tales como
Barcelona y Cumaná existían todavía numerosos pueblos de misión que
agrupaban poblaciones de filiación caribe. En las ciudades, los y las indígenas
trabajaban como servicio doméstico en las casas de los criollos, en tanto que
otros y otras se dedicaban a trabajos productivos como el cultivo en conucos
urbanos, la pesca artesanal, preparación de pescado salado para la venta en los
mercados, producción de bienes artesanales como vasijas, ollas, platos de
203
barro, budares, cestas, tejido de chinchorros y hamacas, sillas y taburetes,
pilones para maíz, bateas de madera para lavar la ropa o para uso culinario,
manufactura de casabe y granjerías diversas, cría de cabras, cerdos, aves de
corral, lo cual no sólo vinculaba a las comunidades indígenas a los circuitos de
producción, distribución cambio y consumo, sino que hacía su existencia
necesaria para la reproducción de la vida cotidiana en las zonas urbanas y
rurales.
En la isla de Margarita, las poblaciones guayqueríes estaban todavía
organizadas en rancherías que agrupaban entre 100 y 150 personas, dedicadas
algunas a la pesca artesanal y al comercio con tierra firme, en tanto que otras
practicaban una extraordinaria artesanía textil: hamacas,
chinchorros,
sombreros, cestas, alfarería culinaria: platos, ollas, pimpinas, tazones, budares,
etc.
Alrededor de Carúpano la población tanto indígena como afrovenezolana
formaba parte del los trabajadores (as) agrícolas de las haciendas de café y
cacao. En general, de manera similar a la Provincia de Caracas, en las de
Trujillo, Mérida y Barinas, la producción artesanal originada en la trama de
pueblos de misión, de pueblos de indios y comunidades afrovenezolanas que
formaban el tejido conectivo entre los grandes centros poblados y la haciendas
era la que mantenía y ayudaba a reproducir tanto la vida cotidiana de la
sociedad criolla como el funcionamiento de las haciendas dedicadas a la
monoproducción (Sanoja, 1988: 100-103).
El eje del poblamiento que se extiende en diagonal desde el litoral centrocostero hasta las serranías y el piedemonte andino que caracteriza al sub.modo
de vida 1, agrupaba para el siglo XVIII una considerable cantidad de
población indígena y mestiza, integrada a un modo de trabajo agropecuario
204
artesanal a partir del cual se gestó, para la segunda mitad del siglo XVIII, un
proceso acelerado de acumulación de capitalitales, sustentado en la sociedad
clasista que había sido introducida en el siglo XVI en torno a la producción de
cultivos comerciales de origen indigena como el tabaco, el cacao y el algodón
y, posteriormente, el café, el añíl, la ganadería y la producción de cueros de
vacuno. Este proceso
de formación de capitales
se asentó con el
establecimiento de un régimen de relaciones de explotación de los españoles
peninsulares o criollos sobre otros españoles o blancos (as) pobres, mestizos
(as), zambos (as), indígenas, negros (as) libertos o esclavos (as). Dicho
proceso se expresó en la consolidación de una burguesía mantuana de grandes
terratenientes
y
comerciantes,
una
pequeña
burguesía
constituida
fundamentalmente por pequeños comerciantes, artesanos (as), productores (as)
agropecuarios, etc., donde comenzaron a figurar también mestizos (as),
indígenas y negros (as) manumisos.
El cultivo y el comercio del tabaco.
En la Provincia de la Nueva Andalucia y en la de Cumaná, el tabaco,
domesticado y cultivado por los pueblos aborígenes originarios desde el
período precolonial, ya había sido adoptado por los españoles en 1578 y se
convirtió desde finales del siglo XVI en un medio de cambio. Ya en 1594 los
comerciantes flamencos (holandeses) e ingleses compraban de contrabando el
tabaco “a menos de cuatro reales la libra y lo revendían en Flandes e
Inglaterra a cincuenta” Según el gobernador de la Provincia, “los vecinos de
de San Cristobal de los Cumanagotos habían cosechado 30.000 libras de
tabaco el cual se vendía inmediatamente a los comerciantres europeos, quienes
a su vez vendían ropa y mercancía de contrabando (Castillo Hidaldo 2002:
442-456).
205
El cultivo, la preparación y distribución de la variedad de tabaco llamado
Curaseca, cultivado en Barinas y en la micro región de Guanare, muy cotizado
en los mercados europeos, se canalizaba a través de un monopolio real, el
“Estanco de Tabaco”, el cual contrataba y compraba la producción de los
pequeños propietarios. El cultivo, recolección, preparación, almacenamiento
y distribución del tabaco requería una mano de obra numerosa que se asentaba
tanto en las zonas rurales como en los centros urbanos, incluyendo los
administradores y funcionarios que atendían los almacenes del producto. Una
parte de las hojas de tabaco se exportaban al exterior vía el puerto de La
Guaira o Puerto Cabello, en tanto que otra se movilizaba embarcaciones
desde los puertos de Santa Rosa, Gibraltar, La Ceiba y Moporo, atravesando el
lago hasta llegar al puerto de Maracaibo, o transportada en bongos a lo largo
de los ríos Santo Domingo hasta Torunos, puerto-almacén de donde se
trasladaba via el Apure y el Orinoco hasta el puerto de Angostura (hoy ciudad
Bolívar), donde se re-embarcaba en navíos de mayor calado hasta las Antillas,
las Guayanas o hasta Europa misma (Cunill-Grau, 1987-I: 716-722).
La Provincia de Caracas y el submodo de vida II: el modo de trabajo
ganadero
El regimen de encomiendas y los pueblos de misión favorecieron igualmente
la introducción de la ganadería particularmente en los llanos de la Provincia de
Caracas, así como el desarrollo de un nuevo modo de trabajo y de una nueva
cultura. El indígena hispanizado, el esclavo afrovenezolano y el zambo,
mestizo de ambos grupos étnicos, se convirtieron en vaqueros o pastores de
vacuno montados a caballo, utilizando la lanza tanto herramienta para el
trabajo en la sabana como arma ofensiva o defensiva, semidesnudos, viviendo
una vida libre, dura y espartana, lejos de los pueblos.
206
La Provincia de Caracas, a la cual hemos denominado como el centro de un
mercado regional o de un Estado colonial,
desarrolló una articulación
instrumental congruente con su periferia sur donde comenzaban la región de
los llanos centrales y suroccidentales, en la cual se desarrollaron centros
urbanos importantes como el eje ciudad-puerto de Valencia-Puerto Cabello,
San Sebastián, San Carlos, Calabozo, Guanare, Barinas, etc. (Arcila Farías,
1983ª: 186-187; Lombardi, 1976). Para 1810, esta interconexión de centros
urbanos y zonas productivas funcionaba de manera tan satisfactoria que su
forma y organización básica sobrevivió prácticamente sin cambios hasta 1930,
cuando el boom petrolero y los fuertes movimientos migratorios de población
desarticularon casi toda la estructura social, cultural, demográfica, económica,
cultural y política heredada de la Colonia (Lombardi, 1976: 110; Sanoja y
Vargas Arenas, 2002: 192).
Durante el período pre invasión, el poblamiento originario se concentró en el
piedemonte, los valles montañosos y las llanuras o planicies aledañas a la
Cordillera Andina y la Cordillera de la Costa. Las sabanas llaneras,
mayormente deshabitadas, albergaban, como ya hemos explicado en páginas
anteriores, poblaciones seminomádicas recolectoras, cazadoras y pescadoras
ejemplo de las cuales pueden ser los guahibos, chiricoas y pumeh (Sanoja y
Vargas Arenas, 1992: 158-163), a diferencia de las poblaciones originarias de
los Llanos Altos de Portuguesa y Barinas donde existían sociedades muy
complejas con una organización social centralizada de tipo cacical o Señorío,
que habían construido un paisaje cultural donde figuran grandes obras de
terracería: calzadas de gran longitud, plataformas y complejos de montículos
de habitación, campos
elevados de cultivo
utilizando camellones para
aprovechar el agua de las inundaciones periódicas, amplias redes comerciales
207
para la circulación de bienes manufacturados, de alimentos, de mujeres, de
tabaco, etc., y centros de intercambio de
diversos productos donde
poblaciones de distintas etnias venían a trocar y negociar sus mercancías
(Federmann, 1557: 160; Sanoja y Vargas Arenas, 1999a: 83-94),
La penetración de los empresarios de la provincia de Caracas en la región de
los llanos centrales de Venezuela se estabilizó con la fundación de la ciudad
de San Carlos de Austria en 1678, la cual estaba destinada a servir como
soporte de la red de misiones capuchinas que introdujeron los rebaños de
ganado en esa extensa región. En 1720, el Rey de España ordenó la
transferencia del control de la ciudad y la región a los poderes civiles y
seculares, de manera que el negocio ganadero pasó a ser controlado por
empresarios privados. San Carlos
de Austria se convirtió en
centro
residencial de los dueños de hatos debido a las vías de comunicacion terrestres
y fluviales que la conectaban con Puerto Cabello y el eje conurbado CaracasLa Guaira, y facilitaban la exportación de ganado, mulas, cueros, quesos,
huesos y cuernos y tabaco hacia las principales ciudades de Venezuela,
particularmente
Barquisimeto, Caracas y Valencia, así como a ciertas
localidades de la costa donde los contrabandistas holandeses direccionaban
esos productos hacia los mercados europeos. Las mulas, es importante
recordar, constituían
en ese entonces en Europa uno de los medios de
transporte más importante para el acarreo de mercancías. De España y
Holanda se importaban -legalmente o como contrabando- diversas mercancías
para satisfacer la demanda de la clase propietaria de hatos y los burócratas y
administradores coloniales (Lombardi, 1976: 90-91).
Los y las indígenas y los esclavos (as) o manumisos afrovenezolanos se
adaptaron a los cambios sociales y culturales que se produjeron en los hatos
208
ganaderos de los llanos centrales de Venezuela a partir del siglo XVIII,
conformando un nuevo tipo social que conocemos en Venezuela como los
llaneros (Humboldt, 1941 III: 224, 225, 26; Codazzi, 1940-I: 78;Appun,
1968: 124; Armas Chitty, 1961: 55; Sanoja y Vargas Arenas, 1992: 266-267).
El estilo de vida de los llaneros o vaqueros, integrado inicialmente por caribes,
guahibos, chiricoas y afrovenezolanos, se caracterizó por la adopción del
caballo como su “alter ego” y la lanza, instrumento de trabajo y combate
heredado de sus ancestros indígenas, como instrumento de identidad cultural.
Los dueños de hatos les confiaban el pastoreo de rebaños de ganado, para lo
cual el llanero y su familia vivian en rústicas viviendas de palma, sin más
mobiliario que un cuero crudo que les servía de cama. Andaban casi desnudos,
vestidos con unos pantalones cortos y tocados con un sombrero de palma, la
larga lanza en una mano, una soga de cuero crudo colgada en el lado derecho
de la silla de madera y cuero, y una cobija para cubrirse en las frías noches
llaneras y que a veces fungía como silla (Armas Chitty.1961:55).
Llevaban una forma de vida seminomádica ruda, espartana, con un consumo
mínimo de bienes materiales e incluso de alimentos. Mucho se ha
argumantado sobre el carácter igualitario y democrático de la vida de los hatos
llaneros, pero si analizamos las inmensas ganancias que obtenían los dueños
de hatos por la venta de cueros, sebo, carnes secas, cecinas y huesos de
ganado, la mínima inversión de capital en el negocio ganadero y la miserable
remuneración que recibían el peonaje, podríamos entender el carácter de la
explotación a que estaban sujetos los trabajadores (as) del llano. Parte de las
antiguas etnias nomádicas y seminomádicas de la periferia meridional de los
llanos como los pumeh, sálivas, chiricoas y guahibos formaron pueblos
alrededor de los asentamientos mestizos como Guasdgualito y Achaguas y la
209
ciudad de Barinas, donde trabajaban en el servicio doméstico, como arrieros
para el transporte de mercancías o artesanos (as) y comerciantes (Sanoja,
1988: 103-105).
210
CAPÍTULO 14
Sub-modo de vida 3: la provincia y la ciudad de Maracaibo
Para entender las razones del antagonismo entre la Provincia de Caracas y sus
aliados del submodo 1 y del submodo 2, con la de Maracaibo o sub modo 3
es necesario analizar con cierto detalle las circunstancias particulares que
rodearon el origen de la misma, específicamente el papel determinante que
jugaron las etnias aborígenes originarias en el proceso de creación de la nación
y de los mercados regionales y, particularmente, los factores culturales y
sociales y las formas socioeconómicas que sirvieron para definir el perfil de
la sociedad indohispana marabina, su significación geoestratégica dentro del
complejo de provincias que formaban la Capitanía General de Venezuela, y
sus relaciones con otras entidades políticas como el Virreinato de la Nueva
Granada, las Guayanas francesa, inglesa y holandesa y las islas de Curazao y
Aruba.
Para finales del siglo XVII, extensas áreas del noroeste de Venezuela
permanecían todavía habitadas por comunidades indígenas relativamente
independientes, pertenecientes a las etnias gayón, ayamán y jirahara ubicadas
en las serranías de los actuales estados Lara y Falcón tales como Churuguara,
Baragua, Matatere, Bobare y Siquisique, así como la wayúu en la peninsula de
la Guajira, los Barí de la Sierra de Perijá y extensas regiones litorales del lago
de Maracaibo habitadas por onotos, pemenos, quiriquires y añú.
211
Aparte de la población indígena que habitaba las zonas rurales, gran número
de ella habitaba también las zonas urbanas como fue el caso de El Tocuyo,
donde los y las artesanos y artesanas indígenas practicaban la artesanía textil
así como los oficios domésticos en las casas de los criollos. La influencia
indígena dentro de la composición demográfica de la región era muy fuerte,
notándose también la existencia de densos núcleos de población aborigen en
las comunidades de Quíbor, Barbacoas, Curarigua, Cubiro y Chabasquén
(Cunill Grau, 1987-I: 278-279; Sanoja 1988: 96-103).
Las poblaciones con un sub-modo de vida III, ya habían conformado para el
siglo XVIII una especie de macroregión histórica, hecho que habría de tener
gran relevancia para los sucesos que desencadenaron a inicios del siglo XIX el
proceso de independencia de Venezuela de la metrópolis española. Las
poblaciones indígenas de esta macroregión dieron también origen a formas
socioeconómicas agropecuarias y artesanales así como pescadoras, que
gravitaban en torno al establecimiento urbano de Coro. Ayamanes, jiraharas y
caquetíos desplazados por los españoles y los criollos de sus antiguas tierras
cacicales, formaron barriadas periféricas a la ciudad, integrándose también
como servicio doméstico asalariado en las casas de los criollos. Más hacia el
oeste, la expansión de las fronteras de estas formas agropecuarias artesanales
gravitaba en torno a la ciudad de Maracaibo que desde el siglo XVI se había
convertido en el lugar central de un mercado regional occidental que incluia la
región andina y la cuenca del lago de Maracaibo.
Las regiones selváticas y anegadizas de la costa occidental y de la costa
suroccidental del lago estuvieron habitadas hasta finales del siglo XVI y
comienzos del XVII, por poblaciones indígenas independientes que
representaban las tradiciones culturales precoloniales que se habían
212
establecido en la región desde –por lo menos- 500 años antes de nuestra era,
integrantes de un Modo de Vida Tribal Productor Igualitario. Ya desde el
años 830 y hasta los años 1050 y 1630 de nuestra era, existían grandes aldeas
indígenas, posiblemente barí, en las márgenes de los ríos Onia, Zulia y
Catatumbo (Sanoja, 1969, 1972; Vargas Arenas, 1990: 275-289; Sanoja, 1997:
184; Sanoja y Vargas Arenas, 1999a: 101-105).
En la microrregión Guasare-Socuy-río Palmar y Carrasquero, al suroeste de
Maracaibo, hacia donde se extendió el proceso de trabajo ganadero de los
criollos marabinos luego del siglo XVI, la presencia de grupos indígenas
tribales originarios, cultivadores de maíz está datada entre 100 años ANE y
1500 años ANP, observándose que para 1350 años de la era existían
numerosas aldeas indígenas que acostumbraban enterrar sus muertos en urnas
de barro, cuya alfarería presenta características que permiten vincularlas con
las etnias de origen chibcha o caribe del suroeste del lago y con las etnias
tairona de la sierra de Santa Marta (Sanoja y Vargas Arenas, 1999a: 105-107).
El fin de la existencia autónoma de dichas etnias indias originarias se inició
con el establecimiento en el sur del lago de las misiones capuchinas navarras
en las últimas décadas del siglo XVIII. Nuestras investigaciones arqueológicas
en la región muestran
la existencia de comunidades indias autónomas,
posiblemente de la etnia barí, que todavía existían para 1630 ANP, como lo
evidencias los sitios arqueológicos estudiados, en el área de las actuales
poblaciones de San Carlos y Santa Bárbara del Zulia. Fue al parecer a partir de
esas etnias que se crearon los pueblos de misión ya mencionados hacia 1780
ANP, en las riberas de los ríos Zulia y Catatumbo. Otros pueblos de misión
como El Rosario de Perijá, fundado en 1789, marcan la expasión del proceso
de trabajo agropecuario y artesanal hacia los últimos reductos de comunidades
213
indígenas libres que existían en el occidente de Venezuela (Sanoja yVargas
Arenas, 1992:139-143).
El régimen de propiedad comunal establecido por las misiones capuchinas
navarras comenzó a ser cuestionado ya desde el mismo siglo XVIII por los
colonos criollos llegados de Maracaibo, quienes ambicionaban explotar para
su provecho las áreas que habían sido abiertas a la colonización por las
misiones y utilizar para su uso personal la fuerza de trabajo de la población
indígena que aquéllas habían logrado reducir y estabilizar en sus pueblos
misionales (Cunill-Grau, 1987: 234-239). Es allí cuando comienza a gestarse
el proceso de formación territorial de la propiedad agraria en la región, el cual
culmina hoy día con el sistema de haciendas ganaderas y monoproductoras de
rubros como plátanos y bananos, entre otros, que caracterizan el proceso de
acumulación originaria de capitales en el sur del lago de Maracaibo. En razón
de ese proceso de colonización, ya para el siglo XVIII se habían formado
enclaves de refugio de indígenas barí, japreria, yukpa y de otras diversas
etnias que habían habitado desde tiempos muy antiguos las planicies
sedimentarias que rodean el suroeste del lago de Maracaibo, y que entonces
huían de la penetración misional y criolla en dicha región.
Sobre la costa noroccidental del lago existían, para finales del siglo XVIII,
poblaciones palafíticas habitadas por indígenas y mestizos (as) que se
dedicaban fundamentalmente a la pesca en el lago y la manufactura artesanal
de cestas, esteras, cordeles, etc., utilizando las fibras de la enea (Cyperus
articulatus sp.) una planta que crece en las orillas del lago. Los antecedentes
locales de esas comunidades indígens se remontan hasta mediados del último
milenio ANE, como lo evidencian los restos de antiguos poblados palafíticos
precoloniales que han sido excavados en las localidades de las actuales
214
ciudades de Lagunillas y Bachaquero (Wagner, 1980). La producción local
actual de los artesanos (as) cesteros de la costa noroccidental del lago logró
hacer un nicho comercial en el mercado de Maracaibo, como parte de los
bienes culturales muebles que se insertaron en el consumo cotidiano de la
población marabina, tanto urbana como rural,
Hacia el noroeste de Maracaibo, la expansión de la sociedad criolla y de las
fronteras agropecuarias y artesanales de un submodo de vida III se extendió
en el siglo XVIII hasta la región de Sinamaica. Las evidencias arqueológicas
indican que la ocupación humana originaria de la península de la Guajira, área
de Sinamaica, parece estar relacionada con el extenso proceso de poblamiento
arawako del noroeste de Venezuela cuya antigüedad en el valle de Camay,
Edo. Lara y en Lagunillas, costa nororiental del lago se remonta hacia 500
años ANE (Sanoja y Vargas Arenas, 2008:17-56).
La extensión de los pueblos arawakos hacia la peninsula de la Guajira está
datada en alrededor de 100 años ANE. Caracterizada por pueblos relacionados
con un modo de vida tribal igualitario vegecultor, la fase más antigua Kusú
practicaba un modo de trabajo que enfatizaba junto con la agricultura la pesca
palustre o marina. A la misma sucede otra fase de poblamiento conocida
arqueológicamente como fase Hokomo, quienes desarrollaron un modo de
trabajo basado en la agricultura de maíz y de
yuca combinada con la
recolección de bivalvos y moluscos marinos que vivían en las playas y fondos
cenagosos. La sociedad hokomo parece haber sido socialmente compleja,
como lo evidencia la diferenciación en la riqueza de parafernalia mortuoria
asociada con los entierros humanos, hecho cultural favorecido por una fase
húmeda que habría comenzado alrededor del año del año 50 ANE. A partir del
siglo XIII de la era, comenzó un período de desecamiento del ambiente que
215
produjo finalmente el paisaje árido que caracteriza en la actualidad la
peninsula de La Guajira, ocasionando al parecer el decaimiento de las antiguas
poblaciones agricultoras y el inicio de una nueva fase conocida
arqueológicamente como Siruma cuya cultura es la que conocemos hoy día
como wayúu. A partir del siglo XVI, grupos indígenas wayúu cuyo modo de
trabajo originario era agricultor, cazador-recolector, adoptó de los españoles la
cría y el pastoreo de ganado vacuno, caprino, ovino y caballar, convirtiéndose
en pueblos pastores seminomádicos con una fuerte integración social, política
y cultural (Sanoja, 1988; Sanoja y Vargas Arenas, 1992: 123, 126, 215- 217;
Gallagher, 1976; Cunill Grau, 1987: 214; Acosta Saignes, 1954: 71-72;
Reichel-Dolmatoff, 1951: 193-194; Langebaek et al, 1984: 58, 60, 61 tabla 5;
Sanoja y Vargas Arenas, 2008: 44-50)..
Otras de aquellas poblaciones originarias, los añú o paraujanos, igualmente de
filiación lingüística caquetía, las cuales practicaban alternativamente la pesca
marina o fluvial, la recolección de bivalvos y gasterópodos marinos así como
el cultivo del maíz, continuaron hasta el presente habitando en poblados
palafíticos en ríos y lagunas en la Baja Guajira y el litoral marabino. Para el
mismo siglo XVI, buena parte del litoral suroccidental del lago de Maracaibo
estaba poblado y controlado por comunidades indígenas de pescadores también de filiación caquetía- que simultáneamente explotaban y comerciaban
el pescado, la sal que obtenían en las diversas salinetas que existían en esta
parte del golfo de Venezuela, redes de pesca y cordeles elaborados con fibras
henea y anzuelos posiblemente de concha o hueso (Sanoja, 1969: 40). Según
Sánchez Sotomayor, (1573-1575: 9), la actividad principal de estas
comunidades indígenas conocidas como onotos, pemenos, güerigüeris o
quiriquires, consistía en el trueque de la sal y el pescado que producían en la
216
costa del lago por los bienes que manufacturaban u obtenían a su vez por
trueque con otras comunidades indígenas de la la Alta Guajira o el noroeste
de la actual Colombia denominados pacabueyes, coanaos y zondaguas: maíz,
yuca, carne de venado, mantas de algodón pintadas, orejeras o caracuríes,
chagualas, aguilillas y otras joyas de oro tumbaga. Todavía a inicios del siglo
XVI estos productos, junto con la sal, útil para la conservación de las carnes y
los alimentos, formaban parte de los circuitos comerciales que incluían el
asentamiento urbano inicial de Maracaibo y los actuales estados Trujillo y
Mérida, utilizándose ríos como el Zulia para armar flotas de piraguas que
llevaban mercancías desde el lago de Maracaibo hasta la ciudad de Pamplona
y viceversa (Sanoja, 1969: 41).
Es probable que a partir del siglo XVI, muchas de aquellas bandas de
cazadores-pescadores y salineros que habitaban el litoral noroeste del lago de
Maracaibo que también pertenecían al stock lingüístico arawaco (Loukotka,
1968: 127; Oliver, 1988: 205; Sanoja y Vargas Arenas, 1992: 207), hubiesen
buscado refugio en las tierras del interior de la Guajira -huyendo de la presión
de los españoles y los criollos para despojarlos de sus tierras ancestralesdonde ya habitaba la gente conocida arqueológicamente como la Fase Siruma
(Gallagher, 1976: 170-172), ancestral a la etnia wayúu. Posiblemente esa
diversidad de orígenes que existía en el noroeste de la cuenca del lago de
Maracaibo haya dado a su vez origen a la diversidade étnica y dialectal que
caracteriza a la población wayúu moderna de la Guajira: wayúus, añús o
paraujanos y cocinas, hablantes dialectales de una lengua arawaka común que
conforman el grupo arawak de la Guajira (Jahn, 1973: 65-72; Loukotka,
1968: 127; Oliver, 1988: 203-204), formado a partir del arawak del grupo
217
Caquetío (Loukotka, 1968: 128) que ya se hallaba asentado en el noroeste del
lago por lo menos desde el siglo VII de nuestra era.
El origen de la ciudad de Maracaibo
El proceso de producción del espacio urbano maracaibero, actual capital del
estado Zulia, estuvo profundamente vinculado con los modos de vida y los de
trabajo de las diversas etnias originarias que poblaban
el hinterland
marabino, hecho que contribuyó a la consolidación de la región geohistórica
de la cuenca del lago de Maracaibo, la cual incluye el territorio wayúu
venezolano y el colombiano e impacta la el piedemonte andino occidental y la
región atlántica de la actual Colombia (Amodio, 2001; Urdaneta Quintero et
alíi, 2008: 107-110). Como podemos observar de lo expuesto, el proceso de
formación del espacio geohistórico marabino difiere profundamente del de las
Provincias de Caracas y Guayana. La convivencia territorial del enclave
urbano criollo con las etnias indigenas se ha prolongado prácticamente hasta
el presente, dando lugar a una simbiosis social y cultural, a una sociedad con
un perfil regional muy definido que ha sabido preservar su unidad cultural
dentro de la convivencia de una gran diversidad de tiempos históricos.
Es probable que existiesen ecosistemas húmedos (manglares) en las
desembocaduras de los caños que drenan en el lago, los cuales eran al parecer
centros de reproducción de especies palustres comestibles: peces, ostras y
muchas otras, así como área de atracción para diversas especies zoológicas
terrestres, amfibias y volátiles. Hacia el suroeste, el ecosistema sabanero
parece haber servido tanto para la caza y la recolección, como para la
actividad ganadera e interfase para el aprovechamiento de los recursos
naturales de la región de Perijá y la Guajira.
218
Para el siglo XVI, el territorio ocupado para entonces por los grupos indígenas
que habrían de integrar posteriormente la población urbana inicial de la futura
ciudad de Maracaibo, estaba circunscrito al oriente por las poblaciones
arawakas conocidas arqueológicamente como tradición Dabajuro (Oliver,
1989; Sanoja y Vargas Arenas, 1992: 187-193), quienes ocupaban toda la
región norte del actual estado Falcón, así como la costa nororiental del lago.
Al oeste del río Limón, existían poblaciones palafíticas de filiación añú; allí
comenzaba la región semidesértica de la Guajira que se hallaba ya habitada
por pueblos wayúu. Al suroeste de Maracaibo, en la planicie litoral del lago y
en el piedemonte de sierra de Perijá, habitaban todavía
pueblos barí de
filiación chibcha, así como otros de filiación caribe (Sanoja y Vargas Arenas,
1999a:107-111; Urdaneta Quintero et alíi, 2008:85-111).
La franja litoral lacustre, habitada por grupos indígenas pescadores
recolectores conocidos etnohistóricamente como aliles, toas, zaparas, onotos y
quiriquires, se hallaba cubierta por extensas aldeas palafíticas habitadas por
etnias de filiación arawaka. La relación de Rodrigo de Argüelles y Gaspar de
Párraga de 1579, contenporánea con la fundación de la Nuevan Zamora de
Pedro Maldonado, nos describe el aspecto que presentaba para entonces la
región litoral lacustre donde tuvo lugar dicha fundación, habitado por:
“… indios [que] tienen sus pueblos fundados sobre el agua, contruidos en
tablas sobre el agua, y sobre éstas hechas las casas. Es gente delicada de
entendimiento, iclinados a su libertad, amigos de hablar la lengua española y
précianse de andar vestidos. Es gente enemiga del trabajo por el gran vicio
que tienen del pescado… Hay cuatro lenguas diferentes entre los indios que
viven en el agua, aunque en parte se entienden unos a otros…” (En: Arellano
Moreno, 1950: 159).
219
Lo anterior parece indicar que las poblaciones originarias que habitaban las
aldeas palafíticas en las riberas del lago eran hablantes de diversos dialectos
arawakos, diferentes a los que tenían los pueblos de tierra firme con quienes
sólo se entendían mediante intérpretes.
Hacia comienzos del siglo XIX, las aldeas palafíticas llamadas también
pueblos de agua o pueblos de la laguna, contaba cada uno con alrededor de 50
viviendas y una capilla, también palafítica, levantada sobre horcones de
madera de vera (Bulnesia arbórea). Sus habitantes de entonces seguían siendo
fundamentalmente pescadores y cazadores de aves silvestres, particularmente
patos, aunque cultivaban también algunos conucos en las tierras inmediaras a
las viviendas. Mediante la utilización de las fibras de henea, planta que crece
en las orillas del lago, fabricaban cestas, esteras, chinchorros, pitas y cordeles,
etc. No estaban encomendados y vivían en libertad, ya que la población
criollas marabina no tenía ningún interés en apoderarse de esos suelos pobres
y pantanosos (Cunill Grau, 1987 I: 242-243).
Según el mapa de la Guajira elaborado por el general Rafael Benítez en 1874,
el litoral del golfo de Venezuela entre el río Limón y la denominada Ensenada
de Calabozo o La Mochila, estaba habitado por pueblos originarios conocidos
como capuanas, cocinas y cocinetas (Vila, 1963). Si ello fuese representativo
de la situación exístente en el siglo XVI, podríamos decir que las poblaciones
nombradas conformaban una especie de interfase entre los pueblos arawakos
wayúu de la Guajira y los paraujanos o añú y de otras filiaciones étnicas que
habitaban la franja litoral de lo que habría de ser posteriormente el espacio
urbano marabino.
La Ranchería de Maracaibo: 1529
220
A comienzos del siglo XVI, la dinastía de los Habsburgos en la persona del
emperador Carlos V se había convertido en el amo de España, los Paises
Bajos e Italia y tenía bajo su control el resto de la Europa Cristiana gracias a
las enormes riquezas en oro y plata que la Corona expropiaba a los pueblos
colonizados de nuestra América. Obligado a pagar enormes sumas de dinero
en toda Europa, Carlos V entró en negociaciones con grupos de mercaderes y
prestamistas de dinero de Augsburgo, Alemania, las familias Fuggers y
Welsers, cuyo verdadero centro de operaciones se hallaba en Amberes, Países
Bajos y quienes poseían enormes capitales, le prestaban por adelantado y
transportaban el dinero sin el cual no habría podido funcionar la política
imperial de España (Braudel, 1992: III 151). Para cancelar las enormes deudas
contraídas con los banqueros alemanes, Carlos V se vio obligado a entregar en
usufructo muchas propiedades de la Corona, tanto en la misma España como
en sus colonias americanas. Es así como el gobierno de la entonces Provincia
de Venezuela fue entregada, bajo aquella modalidad, a la familia Welser,
quien la poseyó desde 1528 hasta 1548 (Morón, 1979: 99-100; Braudel, 1992II: 524).
El primer gobernador welser, Ambrosio Alfinger, fundó en 1529 una ranchería
o campamento militar en la costa del lago de Maracaibo, para que le sirviese
como soporte logístico de las campañas de penetración hacia el interior de la
provincia y hasta el interior de la Nueva Granada. Por su ubicación
geoestratégica y su característica sociohistórica, el enclave urbano
maracaibero estuvo, pues, orientado desde el siglo XVI, a mantener el flujo de
personas y materias primas entre la región andino-caribe de Tierra Firme y la
metrópoli española. Por las mismas razones, se convirtió posterormente en el
221
puerto de entrada del comercio legal e ilegal entre los Países Bajos y el litoral
caribe occidental de Suramérica.
La primera fundación conocida de Maracaibo fue la de Ambrosio Alfinger en
1529, culminando con la definitiva de Pedro Maldonado en 1574, denominada
Nueva Zamora. En sus orígenes, la ciudad parece haber estado integrada por
varias aldeas indígenas localizadas en espacios como los actuales El Saladillo
y El Empedrado, cuya producción subsistencial servía para alimentar también
a la reducida población europea y aldeas indohispanas ubicadas en el espacio
donde hoy se levantan la Catedral y la Plaza Mayor. Estas aldeas se
establecieron sobre un antiguo sistema de dunas consolidadas de antigüedad
pleistocénica que bordea la ribera noroccidental del lago.
Dichas dunas,
donde el nivel freático es alto, habrían permitido también el establecimiento
de áreas de cultivo de la yuca (Manihot esculenta sp), el maíz (Zea mays) el
acceso a los recursos palustres del mismo (peces, fibras de enea, etc), y servir
como puerto para el arribo de embarcaciones.
Con el objeto de tratar de documentar arqueológicamente las fundaciones
originales de la ciudad de Maracaibo se organizó un programa de
investigaciones arqueológicas conducidas en la parte posterior de la catedral
de Maracaibo (Sanoja, 2008: 65-67; 73-81) y el reconocimiento del cordón de
dunas que corre paralelo a la playa del lago, actual Avenida El Milagro, como
parte de un seminario de posgrado sobre Arqueología Urbana realizado en el
Centro de Estudios Históricos de la Universidad del Zulia. Ello permitió
apreciar que sobre la superficie de una de aquellas dunas –con una altura de 4
o 5 metros sobre el nivel del lago- existió una aldea indígena prehispánica.
Sobre el espacio de la misma se levantó posteriormente el recinto de la ermita
o iglesia de la aldea indohispana cuya fachada mira hacia el lago, a unos 15
222
metros de la orilla del mismo, espacio que habría de devenir en el siglo XVII
el asiento de la Catedral de Maracaibo. La ubicación de la ermita y la futura
catedral a orillas del lago se explica porque la población indígena mayoritaria
habitó hasta el siglo XIX –como se expuso anteriormente- en poblados
palafíticos que bordeaban el litoral lacustre.
Las excavaciones arqueológicas en dicha duna, permitieron recuperar a 1.50
m. de profundidad un contexto cultural indohispano, reminiscente de la Fase
Siruma o wayúu definida en el sitio arqueológico La Pitía, laguna de
Sinamaica (Gallagher, 1976: fig. 53, 199-200), conformado por restos
arqueozoológicos de vaquiros (Tayassu sp.), venados (Odocoyleus sp), y
diversas especies de bivalvos marinos, fragmentos de alfarería indígena
reminiscentes del tipo pintado rayado cruzado rojo sobre blanco característico
de alfarería wayúu, fragmento de un tazón de mayólica sevillana tipo
Columbia Plain (siglo XVI), el cuello de una vasija utilitaria pintada con
diseños geométricos blanco sobre rojo, de posible origen europeo y
fragmentos de alfarería utilitaria criolla. Aunque no se dispone de fechados
absolutos, el contexto arqueológico del estrato inferior del sitio sugiere una
ocupación humana del siglo XVI, posiblemente una de las viviendas de la
ranchería de Alfinger de 1529. En el estrato superior se recuperaron
fragmentos de mayólica Delft Azul Sobre Blanco, Delt Polícromo, loza de
orígen sevillano, poblano y dominicano, fragmentos de alfarería criolla,
fragmentos de caños de arcilla y tejas, los cuales indican un contexto
arqueológico posterior de inicios o mediados del siglo XVII (Sanoja et alíi,
2008:73-81).
La fundación definitiva de la ciudad de Maracaibo
223
La política de los welsares y de los europeos en general, era procurarse un
provecho económico rápido para cobrarse las deudas pendientes con la Corona
española a través de la búsqueda incesante de oro, la captura de centenares de
esclavos (as) indígenas que luego eran remitidos a Coro para ser vendidos en
las Antillas, y defenderse de los ataques a los pueblos zaparas, aliles y toas
para obtener el control del acceso marítimo al lago de Maracaibo. Esta tensión
bélica tuvo como consecuencia que los pobladores indios abandonasen
Maracaibo y el litoral del lago y se huyesen hacia las tierras del noroeste
marabino que no estaban todavía sometidas al control de los invasores
europeos (Urdaneta Quintero et alíi, 2008: 118-119).
Al perder el control de fuerza de trabajo indígena que los mantenía, los
invasores welsares tuvieron que abandonar el enclave marabino favoreciendo
la reposesión de dicho territorio por sus dueños originarios. Durante los siglos
XVI y XVII, los intentos de los españoles se orientaron a retomar el control
tanto del enclave marabino como de la fuerza de trabajo indígena necesaria
para la supervivencia de la colonia, el control de la barra y el canal que da
acceso al lago y de las salinas localizadas en dicha zona, así como
la
desembocadura del rio Zulia y los puertos fluviales del sur del lago que eran
esenciales para mantener abiertas las rutas de comercio con la región andina y
el Nuevo Reino de Granada. Ello explicaría la fundación de Nueva Zamora en
1574 por Pedro de Maldonado, fecha a partir de la cual se estabilizó el
establecimiento colonial marabino.
La exportación de los productos agrícolas y materias primas extraidas de la
región
andina,
del
piedemonte
barinés
y
del
merideño-tachirense,
particularmente tabaco, trigo, cacao, café, añil y algodón procedente de las
haciendas trabajadas por esclavos (as) negros (Acosta Saignes, 1984:
224
19Esc.N), necesitaba la existencia de un puerto seguro en el enclave criollo
marabino. Por esta razón, en 1573 se constituyó el primer cabildo de
Maracaibo, hecho que legalizó a existencia de la ciudad. Al mismo tiempo, se
fundaron asentamientos de esclavos negros en las desembocadura de los ríos
Catatumbo y Zulia, puertos para el comercio con la Nueva Granada, en el
puerto de Gibraltar, en la desembocadura de los ríos que comunican con la
región andina, con el objeto de usarlos como fuerza de trabajo sustituta de los
indígenas que combatían la ocupación europea. Ello dio origen a la formación
de numerosos cumbes, pueblos de negros cimarrones huidos de la esclavitud a
los cuales también se sumaron poblaciones indígenas (Acosta Saignes, 1984:
275).
La actividad productiva de mayor importancia económica del enclave
marabino hacia finales del siglo XVI era la ganadería vacuna y caprina, así
como la caza de venados (Odocoyleus sp., Mazma Sp.) y pecaríes (Tayassu
sp.). Como subproducto de la actividad de caza y ganadería, se desarrolló una
importante actividad artesanal para la curtiembre de cueros utilizando para
ello la existencia local de
abundantes semillas de dividive (Cesalpinia
coriaria) y la producción de sal, para la producción de cordobanes, suelas y
zapatos, así como tocinos, carne salada, quesos y cebo de ganado, esteras,
cordeles y cestas de henea, utilizando para ello la fuerza de trabajo de los
indígenas sometidos en las encomiendas, los cuales aportaban además
productos de mesa para el mantenimiento de la vida cotidiana de los diferentes
componentes de la población marabina.
Posteriormente, a partir del siglo XVII se fueron definiendo las diferentes
modalidades de la producción del espacio urbano, partiendo de una primera
división social del trabajo; un componente social de base
225
integrado por
indígenas, esclavos (as) negros (as), mestizos (as), un componente intermedio
integrado por pequeños comerciantes: bodegueros, buhoneros, criadores,
empleados, posaderos, etc., y el grupo dominante de encomenderos y
propietarios españoles o criollos. La actividades artesanales de la curtiembre
de cueros originó la existencia de un grupo de trabajadores especializados en
la preparación de los cueros de vacuno, cabras, venados y pecaríes, en la
recolecta y comercio de las semillas de dividive, la explotación y transporte de
la sal y finalmente el curtido de aquéllos en las tenerías que se ubicaban
“…en las inmediaciones de la cañada Morillo,
parroquia actual Los
Haticos… parroquia Santa Lucía y salineras (parroquia San Juan de Dios)
(Urdaneta Quintero et alíi, 2008: 128). En el siglo XVII, la ubicación de la
fuerza laboral especializada en el espacio urbano marabino se expandió hacia
las parroquias de El Saladillo y El Empedrado, donde habitaban
particularmente artesanos (as), marineros, personal de servidumbre, criadores
(as) de especies de corral, etc. En las sabanas en torno al enclave urbano
maracaibero, se desarrollaron los hatos ganaderos. Podríamos decir que ya se
estaba formando la jerarquía social que caracterizó la estructura de la fuerza
de trabajo en el modo de vida capitalista mercantil.
Maracaibo, lugar central del mercado regional del noroeste de Venezuela.
Al igual que en Caracas y en el sistema misional capuchino catalán de
Guayaba, Maracaibo era el centro de un sistema de economía-mundo, es decir
un fragmento del mundo económicamente autónomo capaz de proveer la
mayoría de sus propias necesidades, una región cuyos vínculos internos y sus
procesos de intercambio con el exterior le confieren una cierta unidad
orgánica (Braudel, 1992-III 22).
226
El establecimiento de las rutas de navegación lacustre, utilizando los
conocimientos y la tecnología de navegación que poseían de los pueblos
indígenas del lago, permitió el transporte de mercancías y personas desde
Maracaibo hacia los puertos del sur y del oriente del lago y de vuelta a
Maracaibo, utilizando bongos y piraguas monoxilas cuyas bordas estaban
levantadas empleando tablas de madera y dotadas de velas que convertían
dichas embarcaciones en especie de falúas o bergantines. En el siglo XVIII,
parte del producto total de la economía andina se exportaba a través de
Maracaibo, aunque la mayor parte del mismo se consumía localmente. Las
ciudades del área andina establecieron lazos comerciales con otros centros
urbanos de Barinas. Guanare y los llanos en general, intercambiando trigo,
harina, papas y azúcar por cacao, arroz, tabaco y ganado.La ciudad de
Boconó, Trujillo, se desarrolló como un centro comercial, gran productor de
trigo y tabaco, y participaba en esta red comercial al mismo tiempo que
conformaba un centro proveedor de mercancías que se exportaban a través del
Puerto de Maracaibo. Esta red de intercambios no se estableció como
consecuencia del desarrollo del régimen colonial, sino que se montó sobre la
que ya existía desde los tiempos precoloniales (Sanoja 1969: 40-41; Arellano
Moreno 1950: 164, 195-196; Roseberry 1971:60-64). Dicho comercio no solo
estimuló el desarrollo de las actividades productivas en la región andina sino
también en Maracaibo, patrón de intercambios comerciales que se mantendría
inalterado hasta el siglo XX y continúa en el XXI.
El desarrollo de la producción agroexportadora, tanto de la región marabina
como la región andina a partir del siglo XVII, permitió la integración
económica de los procesos productivos de la cuenca del lago de Maracaibo
con otras esferas económicas como Cartagena y Río Hacha en el noreste de
227
Colombia, Santo Domingo y La Habana en las grandes Antillas y Veracruz en
el caribe mexicano. Santo Domingo y La Habana, formaban parte de los
grandes circuitos de comercio transatlántico, tanto de Sevilla como de la
Compañía Holandesa de las Indias Occidentales, en tanto que Veracruz
formaba parte de los circuitos comerciales transtlánticos y de los
transpacíficos que culminaban en los puertos del occidente de México. Desde
la región andina: Carora, Barquisimeto, Trujillo, Barinas, San Cristobal,
Merida y Pedraza, de Pamplona, Tunja y Río Hacha (noreste de la actual
Colombia) y del espacio marabino se exportaba particularmente hacia Europa
y las Antillas cacao, café, tabaco, añil, jamones, tocinos, quesos, cueros en
bruto, semillas de dividive para el procesamiento de los cueros de res, de
cabras y venados, etc., recibiendo a cambio insumos como el aceite, vinos,
harina, telas, herramientas, loza doméstica, cristalería, velas de cera, etc. Por
vía de Curazao, Jamaica y Saint Thomas, otros comerciantes curazoleños
practicaban tanto el contrabando de mercancías como el odioso tráfico de
personas africanas que eran vendidas a los hacendados marabinos y andinos
(Aizemberg, 1981; 39-43; Faber, 1998).
El tráfico mercantil a través del lago, convertido en una especie de mar
interior, y el floreciente negocio de exportación hizo necesario el
establecimiento de oficiales reales para el cobro de diezmos e impuestos de
almojarifazgo, convirtiéndose en 1678 en Capital de la Provincia de
Maracaibo (Urdaneta Quintero et alíi, 2008: 157-143).
228
CAPÍTULO 15
Sub-modo de vida 4: la acumulación originaria de capital en Guayana
Una estrategia de los capitalistas durante el siglo XVIII, fue la de no tomar a
cualquier posibilidad para invertir y progresar que la vida ofrecía, sino estar
siempre alertas, observando los desarrollos de nuevas oportunidades para
intervenir en ciertas áreas escogidas,
suficientemente informados y
materialmente capaces de escoger su esfera de acción y crear también una
nueva estrategia para mantener su control sobre los hechos cuando cambiasen
las circunstancias (Braudel, 1992-2:400), tal como ocurrió en Guayana en el
siglo XVIII.
Desde el siglo XVII, la Orden Jesuita había ejercido en exclusividad el control
del proceso misional del Orinoco, hegemonía que se mantuvo hasta la llegada
de los capuchinos catalanes alrededor de 1724. La entrada de las misiones
capuchinas catalanas en el Orinoco causó una agria controversia con las
Jesuítas, la cual se resolvió en 1734 con la firma del acuerdo de La Concordia,
mediante el cual se asignaba a los capuchinos catalanes el control de un
enorme territorio que se extendía desde el río Caroní hasta el río Esequibo al
este y al sur hasta el río Cuyuní.
En las primeras décadas del siglo XVIII, con la instauración de las misiones
capuchinas catalanas se materializó en el Bajo Orinoco la creación de un polo
de desarrollo económico de tipo capitalista, con base a la reducción de una
numerosa población indígena, mayormente de filiación caribe, en dieciocho
pueblos de misión, escalonados entre el río Caroní y el río Esequibo, proyecto
229
que fue abortado entre 1817 y 1818 con la toma de Guayana por las tropas
patriotas comandadas por Manuel Piar.
Las misiones capuchinas catalanas, desde su instalación, habian entrado en
conflicto con las autoridades coloniales de la Provincia de Guayana y con la
clase mantuana que gobernaba la Provincia de Caracas, quienes pretendían
que los misioneros se convirtieran en simples curas doctrineros y entregaran
las tierras y los indios a los empresarios privados para así mantener su
hegemonía política sobre las provincias venezolanas. Los capuchinos
catalanes, como veremos, tenían otro proyecto político-económico apoyado
por la corona española: la creación de un poderoso enclave de tipo capitalista
agro-industrial-comercial basado en el comercio a larga distancia con
Barcelona y en general con Europa Occidental, opuesto al de la economía de
plantaciones, para así mantener a raya las aspiraciones autonómicas de los
mantuanos del norte de Venezuela. Esta estrategía de la corona es la que
parece estar en el fondo del cisma entre las Provincias de Caracas y Guayana y
de la guerra que prácticamente se libró entre el norte latifundista y el sur
“industrialista” y que terminó con la toma de Guayana por los patriotas en
1817 (Sanoja y Vargas Arenas, 2005: 331-335; 2007b: 173-177).
Nuestras investigaciones, tanto arqueológicas como documentales, indican
que se trataba fundamentalmente de un proyecto político y económico de
grandes alcances, más complejo quizás que el de las misiones jesuítas del
Paraguay, sustentado ideológicamente en el concepto de Repúblicas de Indios
formulado por Bartolomé de Las Casas y fundamentado económicamente en
la racionalidad capitalista e integral del siglo XVIII, basado en la producción
agropecuaria, minera y preindustrial.
230
Para lograr aquellos fines, la Orden Capuchina Catalana dedicó sus esfuerzos
“…a preparar los indios para el futuro, es decir, para que ellos pudiesen
valerse y atender a todas sus necesidades. Así, enviaron religiosos que no
eran sacerdotes (laicos, legos?), pero que eran
expertos albañiles,
carpinteros, hasta forjadores de hierro…” (Sanoja, 1998: 148).
En el Archivo de las Orden Capuchina Catalana en Sarriá, Cataluña, se nos
permitió leer sin tomar notas el manual de formación de los misioneros que
eran enviados a Guayana en los siglos XVIII y XIX. Este resumía en unas 200
o 300 páginas el conocimiento técnico actualizado que existía para esa época
en los campos de la agrimensura, la agricultura y la ganadería, la minería, la
química y la metalurgia, la alfarería, la arquitectura, la ingeniería, navegación,
la administración comercial, la educación, etc. Podríamos decir que el
misionero catalán que gestionaba cada una de los dieciocho pueblos
misionales y los que conformaban el gobierno administrativo del sistema,
llamado La Procura, eran en verdad, más bien expertos gerentes de empresas
capitalistas que misioneros católicos.
Los indígenas recibían un salario en especies por su trabajo dentro del sistema
misional. Podían devengar salarios en moneda cuando trabajaban fuera de la
misión, pero internamente le estaba prohibida la utilización de circulante
(Sanoja, 1998; Sanoja y Vargas-Arenas, 2002). La existencia de talleres para
la fundición y forja del hierro para manufacturar
lingotes y objetos
terminados tales como clavos, hachas, martillos, picos, etc. (Sanoja y Vargas
Arenas, 2005: 254, figs.76,77, 78,79, 80, 81, 82 ,83, 84 se complementaba con
la de hornos técnicamente muy complejos para fundir el oro (Sanoja, 1998:
Fig. 6; Sanoja y Vargas Arenas, 2005: 268-274, figs. 85, 87, 88, 89 y 90). El
mineral precioso se encontraba tanto en las vetas de cuarzo de la Misión de
231
Upata, como en las arenas auríferas del río Caroní. Según Carrocera (1979,
III: 133), ya para 1793 habrían existido en las misiones capuchinas catalanas,
indígenas especializados en el “decantado y descubrimiento de minas”, las
cuales podrían haber sido de oro o de hierro.
Los cueros, el sebo de ganado y los huesos producidos por la actividad
ganadera en el sistema misional, constituían materias primas importantes para
la construcción y la reposición del capital fijo de las industrias y para la
manufactura de zapatos que empezaban a cobrar popularidad en la Europa del
siglo XVIII. En el poblado indígena de La Purísima, por otra parte, se llevaba
a cabo la producción semi-industrial de ladrillos refractarios utilizados en la
construcción y reposición de los hornos siderúrgicos de la época, así como
ladrillos, losetas y tejas para la construcción de viviendas y similares,
utilizando grandes hornos semisubterráneos de doble cámara, que podían
contener hasta 2 o 3 m3 de carga por vez (Sanoja, 1998: 150, Fig. 3; Sanoja y
Vargas Arenas, 2005: 247-249; figs.73, 74 y 75).
El dato histórico documental y la arqueología nos revelan también la
existencia de importantes almacenes (warehouses) donde se acumulaba la
producción de bienes terminados y de materias primas que serían embarcados
en los navíos de comercio que remontaban el Orinoco hasta el puerto ubicado
en el río Caroní o en la laguna de El Baratillo, Santo Tomé de Guayana. En
esta última, las investigaciones arqueológicas han sacado a la luz la existencia
de una importante fase de desarrollo urbano coincidente con el auge de las
misiones, donde destaca una gran estructura de muros de tapia y pisos
enlosetados que parece haber sido uno de los almacenes de la misión descrito
en la correspondencia con el superior de la Orden en Sarría, Barcelona
232
(Sanoja, 1998; Alvarado, Águila y Aburto, 1999; Sanoja y Vargas Arenas,
2005: 222; figs.65 y 69).
El registro arqueológico nos indica la importancia que cobró el intercambio
comercial de la ciudad de Santo Tomé con los mercaderes extranjeros a partir
del siglo XVIII, notándose los siguientes rubros: loza holandesa, loza inglesa,
loza poblana, porcelana china, vidrios farmacéuticos, aceites, vinos y ginebras
procedentes de España, Holanda e Inglaterra, pipas de gres para fumar tabaco,
de procedencia holandesa, monedas de plata, etc. (Sanoja y Vargas Arenas,
2005: figs. 68 y 69). Del análisis de la correspondencia en los archivos de la
orden en Sarriá, Barcelona, España, se puede inferir que buena parte del
comercio de exportación se canalizaba posiblemente vía la Guayana
Holandesa o las Antillas Inglesas. Por otra parte, según Brito Figueroa (1978:
219), la Compañía de Barcelona, que manejaba el comercio de exportaciónimportación en el oriente de Venezuela, constituyó un importante esfuerzo de
la burguesía manufacturero-industrial de Cataluña para estimular el comercio
de importación-exportación con las provincias españolas de ultramar,
particularmente con Santo Domingo, Puerto Rico y las provincias de Cumaná
y Guayana.
De acuerdo con Brito Figueroa (1978: 221), hasta 1764 en Cataluña no se
fabricaba “una sola vara de tejido de algodón (…) y por el contrario, hacia
1792 (…) hay 91 fábricas y 49 no asociadas que en total concentraban 80.000
trabajadores…” En el mismo período se desarrolló también la industria del
cuero en Cataluña, con una capacidad de exportación de setecientos mil pares
de zapatos al año. Correlativamente, para el año 1797, el valor de los cueros y
sebos de ganado que producían—y quizás también exportaban—las misiones
capuchinas catalanas de Guayana, ascendían sólo en la Misión de la Purísima,
233
Bajo Caroní, a veinte mil pesos. Para evaluar la importancia que tuvo la
producción ganadera misional podemos acotar que el total de cabezas de
ganado existente en las diferentes misiones capuchinas de Guayana para 1774
se estimaba aproximadamente en más de cien mil (Carrocera, II, 1979: 225),
lo cual representaba aproximadamente un capital mínimo de 300. 000 pesos
(Sanoja, 1998). Como dato comparativo se puede agregar que para el año
1799, las exportaciones de Cataluña hacia Venezuela totalizaron 5.321.668
reales, de los cuales 345.785 estaban destinados a Guayana y el resto a
Cumaná, puerto de salida o entrada de las mercaderías destinadas a Nueva
Barcelona. Lo anterior nos permite inferir que el valor de un solo rubro de la
producción anual de una de las misiones capuchinas de Guayana, equivalía,
aproximadamente, a un 20% del valor de los bienes importados a Guayana
desde Cataluña (Sanoja, 1998: 38).
En los obrajes de las misiones existían máquinas para desmotar, prensar e
hilar el algodón. En relación al número de personas dedicadas a la artesanía
textil, la misión de El Palmar puede ser un buen indicador de su importancia.
Sólo en este establecimiento, el número de mujeres indígenas que trabajaba en
el hilado y el tejido de lienzos de algodón en los obrajes, sumaba alrededor de
417 (Princep, 1975: 7, 22, 23, 24, 26; Sanoja, 1998). Por otro lado, según Vila
(1960), otra parte del algodón era llevada a Cumaná y al parecer transformada
en hilo que se exportaba posteriormente para uso en las fábricas textiles
catalanas.
El desarrollo de serios antagonismos entre el gobierno provincial de Guayana,
los mantuanos caraqueños que gobernaban la Provincia de Caracas y las
Misiones de Guayana desde el mismo siglo XVIII, comenzó a oscurecer el
panorama económico y la viabilidad del experimento capitalista emprendido
234
por las misiones capuchinas catalanas. Es muy probable que dicho conflicto de
poderes hubiese precipitado la mudanza de la capital de Guayana hacia
Angostura, la actual Ciudad Bolívar hacia 1764, para sustraer al gobierno
provincial de la poderosa influencia política y económica ejercida por las
misiones. Tanto los criollos como los funcionarios coloniales reprochaban a
las misiones capuchinas catalanas el no haber entregado las tierras y los
indígenas de Guayana a los empresarios privados, constituyendo por el
contrario una vasta empresa corporativa agropecuaria, preindustrial y
mercantil de alta rentabilidad, propiedad del colectivo de la orden (TaveraAcosta, 1954: 160-164; Sanoja, 1998; Sanoja y Vargas Arenas, 2005: 295306).
En el siglo XVIII comenzó lo que denomina Braudel la revolución del
algodón, desplazando la lana que había sido desde la antigüedad la fibra por
excelencia para la producción de textiles. Debido a su poco peso y su alto
rendimiento económico, la revolución del algodón se llevó a cabo sin
necesidad de mayores invenciones tecnológicas que las ya existentes. Los
capitalistas y comerciantes europeos comenzaron a monopolizar las fuentes de
producción de algodón y de telas en diversas regiones del mundo para
satisfacer el creciente mercado que se estaba creando a nivel mundial
(Braudel, 1992-3: 571-574). Para la misma época, las misiones capuchinas
catalanas de Guayana habían comenzado a cultivar algodón y a producir telas
con diseños seguramente para la exportación, así como también—al parecer—
zapatos, cuyo uso comenzaba a masificarse en la sociedad europea (Sanoja,
1997, 1998; Sanoja y Vargas Arenas, 2005: 244-245, 237-238). Dentro del
marco agro-pecuario-minero-artesanal que ya existía en Guayana, esa forma
de producción preindustrial evidenciaba, por parte de las misiones, un
235
acertado conocimiento de las tendencias del mercado internacional,
constituyendo un importante antecedente histórico de la política de sustitución
de importaciones propuesta por la teoría del desarrollo de América Latina
entre 1960 y 1970. A pesar de la introducción de tecnologías de punta y
sistemas de producción avanzados para la época, la imposibilidad de
modificar el carácter servil de las relaciones de producción, permitiendo así el
surgimiento de una clase de artesanos o pequeños productores libres, impidió
cualquier posibilidad futura de cambio social dentro de la extensa población
indígena reducida en el ámbito misional (Laclau, 1971, 1974; Stern, 1986;
Sanoja y Vargas Arenas, 2005: 299-306).
La élite política caraqueña que asumió el poder en Guayana tras el triunfo
patriota en 1823, actuó para revertir el sistema económico de las misiones
hacia las formas socioeconómicas
ancien regime
como la hacienda, el
latifundio y el hato ganadero. Estas formas socioeconómicas que sólo
representaban un crecimiento cuantitativo horizontal, en vez de cualitativo y
vertical, no lograron sino aumentar la riqueza personal de los latifundistas y—
correlativamente—la pobreza de las poblaciones campesinas indígenas y
criollas sometidas al régimen de trabajo servil. Otras provincias, como las de
Coro y Maracaibo, que se unieron con la de Guayana en contra de la coalición
triunfante liderada por la de Caracas,
mantuvieron por el contrario su
importancia como centros comerciales menores y como puntos estratégicos
que definían la periferia de Venezuela (Lombardi, 1976: 65).
Una vez derrotada y ocupada la Provincia de Guayana por el ejército
coaligado de la Provincia de Caracas, los ingentes recursos económicos
acumulados en los almacenes, hatos y haciendas de las misiones fueron
apropiados por los patriotas para financiar los gastos civiles y militares de la
236
República, en tanto que la fuerza de trabajo indígena y los rebaños de
caballos, mulas y ganado vacuno fueron incorporados a los inventarios
militares del ejército. Los talleres de metalurgia y herrería, de alfarería, los
obrajes de tejido y de zapatería, que representaban el inicio de una experiencia
agro-industrial-mercantil capitalista, fueron desmantelados entre 1818 y 1824,
al igual que la estructura misma de la producción agropecuaria, pasando las
misiones a convertirse en hatos de ganado propiedad de triunfantes generales
de la República (Sanoja y Vargas Arenas, 2005: 328-337).
Fundación de la ciudad de Angostura
El año de 1762 se ordenó construir una nueva ciudad, Angostura, que serviría
como capital de la Provincia de Guayana, desafectando a Santo Tomé que
servía desde finales del siglo XVI como capital provincial. Ésta fue una
decisión política que tuvo como finalidad sustraer el gobierno provincial del
dominio político y económico de las misiones capuchinas catalanas (Sanoja y
Vargas Arenas, 2005: 328). El gobernador Centurión, 1766, uno de los más
renombrados, se dedicó a fomentar la construcción y la fortificación de
Angostura, creó impuestos de estanco de guarapo, del juego de gallos y otros
ramos de rentas que sumaban unos 60.000 pesos, levantó el primer censo de
Guayana y una carta corográfica de la provincia, estableciendo relaciones más
amigables con el sistema misional de los Capuchinos Catalanes (Tavera
Acosta, 1954: 149-164).
237
PARTE III
LA FORMACION ECONOMICO-SOCIAL CLASISTA NACIONAL
238
CAPÍTULO 16
Colonialidad del poder, modos de vida y estilos de consumo
Como ya se ha hecho al inicio de las diferentes partes de esta obra, una nueva
discusión de las categorías y conceptos históricos es necesaria cuando
comenzamos a abordar el estudio de la fase que da origen a la aparición de la
FES Clasista Nacional Venezolana, que cubre la segunda mitad del siglo
XVIII y los siglos XIX y XX. Existe un cambio sustancial gracias a los
procesos ocurridos que permitieron la constitución del Estado Colonial
Caraqueño, la emancipación política de España, el efímero ensayo del Estado
multinacional de la Gran Colombia y el posterior complejo proceso sociocultural, político y económico que significó la formación de la República. La
calidad histórica se transforma pues el modo de producción -basado en el
antiguo sistema de monoproducción agropecuaria- da paso a un nuevo sistema
monoproductor petrolero vinculado al todo más desarrollado del sistema
capitalista mundial. Aunque las categorías históricas siguen vigentes, la
realidad social a la cual ellos se aplican deviene más compleja y más dificil la
definición de las fronteras conceptuales que definen sus componentes.
La categoría formación social alude al sistema de relaciones generales y
fundamentales de la estructura y causalidad social, entendido como totalidad
(Bate 1998: 57). Esta categoría resume en sí toda la clase del proceso social
que define a la totalidad. Para poder conocerla y explicarla “… tenemos la
necesidad de realizar una serie de abstracciones (otras categorías) para
conocer el conjunto de la totalidad en sus múltiples determinaciones…” ya
239
que una categoría sólo puede ser entendida en correspondencia con la
totalidad que la explica (Vargas Arenas, 1990: 61).
Para definir un modo de producción concreto es necesario partir de la
consideración que la base material de la vida social es la que establece las
condiciones y la forma que adoptan las relaciones sociales de producción
(Maza Zavala, 1967: 183). El concepto de modo de producción “…se refiere a
la unidad de los procesos económicos básicos de la sociedad; producción
distribución, cambio y consumo…”, los cuales son esenciales para determinar
la estructura social y las relaciones que se establecen en torno al proceso de
producción. Estas relaciones sociales de producción son las que permiten
definir la calidad de un modo de producción, “…ya que corresponden a una
determinada medida del desarrollo de las fuerzas productivas…” (Bate, 1998:
58).
El modo producción clasista venezolano, como se puede inferir de las
discusiones
precedentes,
es
una
categoría
histórica
compleja
que
conceptualiza todas aquellas formas interactivas particulares (modos, submodos y estilos de vida) que en cierto momento se generan en una sociedad y
las condiciones naturales y materiales de su existencia, entre los individuos
sociales mismos, en el tipo de relaciones sociales de producción que ellos
establecen y en los elementos de la conciencia social que éstas generan. El
modo o modos de vida, sub-modos, los estilos de vida y el o los modos de
trabajo a través de los cuales el modo de producción se expresa de manera
particular, no son reducibles a alguno de los elementos o a parte de uno de
ellos, ya que constituyen la resultante histórica de la totalidad de sus
relaciones que se sintetizan en el modo de producción y la formación social
correspondiente (Vargas Arenas, 1990: 64).
240
La transformación de las leyes sociales no es azarosa sino, por el contrario, es
el resultado de la actividad consciente del trabajo de los hombres y las
mujeres, por lo cual
es preciso conocer y entender sus ritmos de
estructuración social, la existencia de ciertas maneras particulares de la
organización de la actividad humana, las praxis particulares de una formación
social que dinamizan su dialéctica “…y en consecuencia, los cumplimientos
objetivos de las leyes específicas que rigen para esa formación social...,”, las
cuales podemos aprehender a través de los conceptos de modo de vida y estilo
de vida que resumen la totalidad de la particularidad (Vargas Arenas, 1990:
64-65).
Podríamos decir que la categoría modo de vida expresa las mediaciones
objetivas entre las regularidades que existen entre lo general y lo singular,
que se formalizan en las categorías de formación social y cultura:
1) La especificidad de la organización técnica y social.
2) La especificidad de la organización y la dinámica social y, en consecuencia,
3) Los ritmos históricos de desarrollo y la viabilidad de los cambios que se
expresan como sub-modos de vida.
El modo de vida se visualiza cuando aquellas particularidades se expresan en
el dominio singular de la cultura, el llamado mundo sensible, como es el caso,
por ejemplo, de las formas culturales que adoptan los estilos de consumo que
sirven para distinguir las diversas clases sociales, las normas jurídicas que
regulan aquellas relaciones e igualmente los contenidos de los imaginarios,
es decir, el modelo de valores éticos y la ideología general que diferencia a
unas de otras
241
En cada época de la historia de un país, el imaginario que distingue a las
distintas clases sociales puede ser visualizado en la realidad sensible vía el
consumo de un producto o de un grupo productos básicos los cuales, aunque
no tienen una significación cultural intrínseca, la adquieren través del
complejo de relaciones que se establecen con motivo de su explotación y
aprovechamiento, por su valor como medios para satisfacer necesidades y
para la acumulación y concreción material de Valor. Esto quiere decir que el
Capital, el proceso implícito en las relaciones sociales de producción que se
establecen entre patronos y trabajadores, puede asumir la forma de objetos
materiales producidos en dicha relación; por tanto, los cambios en el valor de
uso o el valor de cambio de los objetos producidos en el circuito del capital,
necesariamente pueden reflejar también los cambios en las condiciones del
mundo material en el cual fueron manufacturados (Paynter, 1988:
413Stps.arch.).
Según Bate (1998: 65), el modo de vida expresa las mediaciones objetivas
entre las regularidades formalizadas a través de la categoría formación social y
la de cultura, representando en consecuencia las particularidades de la
formación social. En este sentido, el modo de vida es un eslabón intermedio
entre el carácter esencial de la formación social y su manifestación
fenoménica en la cultura.
Aunque un modo de vida no es una fase ni un estadio y, en consecuencia, el
modo de trabajo tampoco lo es, los grupos sociales que desarrollan un modo
de vivir, un determinado modo de vida pueden persistir temporalmente en una
formación social, trascenderla históricamente y desaparecer en una fase de la
misma (Bate, 1998: 66).
242
Con base a los contenidos de las definiciones anteriores de modo de vida,
hemos podido establecer los ritmos de estructuración que caracterizaron las
fases de desarrollo histórico del modo de producción clasista venezolano, de
acuerdo con las diferencias históricas particulares en las formas de producción
y reproducción de la vida material. Tales formas implican, por una parte,
variaciones significativas en las calidades de las relaciones sociales de
producción, las cuales constituyen líneas de estructuración o “partes” del todo
como es la formación social, coexistentes pero distintas, las cuales responden
también con particularidades del objeto y medio de trabajo y, en consecuencia,
de las relaciones técnicas de producción (Vargas Arenas, 1998a: 664-665).
Colonialidad y los estilos de vida consumista
La colonialidad del poder alude al lugar espistémico que describe y legitima el
poder colonial, al espacio desde el cual se produce y reproduce la diferencia
colonial (Lepe Lira, 2008). En el caso específico de las relación de
dominación entre las potencias coloniales y los países subordinados o
colonizados como Venezuela, el discurso de poder de la colonialidad se
orientó hacia la eliminación y la sustitución
de los elementos culturales
propios, sobre todo materiales, tales como edificaciones, traza urbana,
monumentos arquitectónicos y muchísimos otros que actuaban como
referentes simbólicos para mantener e incluso reinventar en cada época la
memoria histórica de los venezolanos y venezolanas; ese proceso de
sustitución ha servido para legitimar la dependencia colonial o neocolonial,
de lo cual es ejemplo el régimen guzmancista instaurado en Venezuela a
finales del siglo XIX.
La manipulación de la memoria histórica ha servido, en consecuencia, para
justificar el orden y las relaciones capitalistas de poder establecidas por la elite
243
oligárquica minoritaria que habitó el enclave local del poder colonial o la que
ocupa en el presente el poder neocolonial, con la mayoría de venezolanos y
venezolanas excluida, dominada y explotada para su beneficio, tanto el propio
como el del imperio que dicha elite representa (Vargas Arenas, 2007: 15).
La condición colonial o neocolonial dependiente de Venezuela fue, en un
primer momento, la expresión particular de la totalidad social capitalista
mundial. Así entendido el proceso histórico, la FES Clasista Venezolana tuvo
una fase colonial que se manifestó en lo concreto como una línea particular
de desarrollo de la formación social clasista en su conjunto, y que se inició
en el siglo XVI y se prolongó hasta finales del XX, la cual estuvo mediada por
la dinámica en la composición del poder en los
consecuencia, en un
países europeos. En
período que abarcó tres siglos, Venezuela fue
dependiente del Imperio Español para, luego, devenir dependiente como
neocolonia
de otros imperios como el inglés, el francés, el alemán y
finalmente el estadounidense (Vargas Arenas, 2007).
En un modo de producción, el trabajo crea valores de uso (utilidad) y valores
de cambio (económicos), por lo cual el patrón de las relaciones sociales se
sustenta en el modo como se realiza el trabajo (producción) y en el modo
como se aprovechan, distribuyen y consumen los productos de dicho trabajo
(distribución, cambio y consumo). Veremos así que en Venezuela, por
ejemplo, los estilos diferenciales de consumo de determinadas mercancías por
parte de las varias clases sociales en distintos momentos históricos,
constituyen un indicador cultural que permite caracterizar las relaciones
sociales de dominación y explotación.
244
Bajo un régimen capitalista, los conceptos de “existir” y “tener” se consideran
equivalentes, de modo que aquel hombre o mujer que no tiene nada material,
no es nadie, lo cual constituye el fundamento del consumismo. La publicidad
comercial y los medios de comunicación en general han sido muy útiles para
convertir el hecho de “no tener” en una realidad absolutamente desesperada:
quien no tiene o no posee alguno de los bienes de prestigio considerados como
social y culturalmente necesarios, se siente separado de la existencia humana
en general, del mundo de los objetos y en última instancia del mundo real
puesto que tal necesidad sólo existe en el imaginario (Lefebvre, Henri. 1991:
155). La respuesta a este sentimiento de carencia inducida a través de la
publicidad comercial y los medios de comunicación, es el consumismo.
El consumo de loza doméstica europea: indicador de prestigio social
La forma del consumo que hacía la burguesía caraqueña de mercancías tales
como la loza doméstica inglesa en el siglo XIX estaba estrechamente
vinculada a la reproducción y el mantenimiento de la vida cotidiana de los
colectivos sociales; por tal razón, tales mercancías representaban un elemento
de penetración ideológica y de formación de valores capitalistas en los
pueblos receptores.
Para comprender dicho concepto, podemos ejemplificar con la loza doméstica
inglesa, la cual constituyó el principal componente de la producción y la
exportación-importación de bienes domésticos entre mediados del siglo XVIII
y mediados del siglo XIX (van Rensselaer, 1966; Sussman, 1977; Miller,
1980). Su importancia para nuestro estudio radica, no sólo en las
características formales intrínsecas de los objetos o los precios de venta de la
245
misma, sino en su representación simbólica a efectos del imaginario de los
modos de vida burgueses, particularmente entre los británicos de los siglos
XVIII y XIX y de la FES Capitalista en general, que se transfirió vía el
comercio al imaginario de la “aristocracia” criolla y la pequeña burguesía
que conformaban la clase dominante de la sociedad venezolana de la época.
En el comercio mundial de los siglos XVIII y XIX, el desarrollo en Inglaterra
de la producción industrial de bienes domésticos como las vajillas de loza o
porcelana, ligadas a la reproducción de una dimensión de la vida cotidiana
como son los diversos estilos para el consumo de los alimentos y bebidas
(platos, vasos, copas, mantequilleras, tazas de café, soperas, etc.) y para la
disposición de las excretas (bacinillas o bacines), daban respuesta a los
cambios profundos en los rituales culturales de la vida cotidiana que habían
sido introducidos, sobre todo en la clase alta y la clase media de sociedad
inglesa como consecuencia de los cambios cuantitativos y cualitativos que se
estaban produciendo en el modo de vida de la formación capitalista inglesa.
Esos valores sociales y culturales que aluden al abandono de las antiguas
formas comunales de consumo y al desarrollo de un imaginario del
individualismo capitalista expresado en las maneras de mesa, en la privacidad
para satisfacer las funciones corporales (Deetz, 1988: 228), fueron
transmitidos por los mercaderes ingleses, vía el comercio de la loza domestica
alrededor de todo el mundo (Miller, 1980:2).Ello significó un proceso de
globalización en ciertos ambientes de la cultura producida en Inglaterra, lo
cual sólo fue posible gracias al papel hegemónico que jugaba el imperio inglés
en las relaciones mundiales. Es en este sentido que los objetos de loza inglesa,
francesa, catalana, mexicana, alemana, china, italiana, etc., recuperados en las
246
investigaciones sobre arqueología del capitalismo en sitios urbanos como
Caracas, la antigua Santo Tomé de Guayana, Valencia, Coro y Maracaibo,
entre otros, son también una invalorable fuente documental para conocer esta
faceta de la historia del modo de vida clasista colonial venezolano y del modo
de vida clasista nacional r republicano (Sanoja y Vargas Arenas, 2002, 2006,
2008?; Aburto, 1998).
Las evidencias documentales y arqueológicas sobre la sociedad caraqueña de
finales del siglo XIX (Aburto, 1998) proporcionan informaciones concretas
sobre los diversos lugares y fechas donde se localizaban los centros de
producción de las vajillas, de las condiciones en las cuales se efectuaba dicha
producción así como de los procesos comerciales que hicieron posible su
consumo por poblaciones ubicadas en lugares remotos como los centros
urbanos venezolanos de los siglos XVIII y XIX, ya que uno de los objetivos
centrales del capitalismo mercantil fue el desarrollo de mercados mundiales y
la integración de los diversos países y sociedades en un único sistema
mundial.
Las
fuentes
documentales
históricas,
tanto
hemerográficas
como
arqueológicas, testimonian la importancia que adquirió la irradiación del
comercio del imperio británico en Venezuela en los siglos mencionados, así
como su declinación a partir de la segunda mitad del siglo XIX frente a la
emergencia de otros poderes capitalistas como Francia, Alemania y Estados
Unidos que asumieron el relevo del dominio neocolonial sobre la sociedad
venezolana (Vargas Arenas, et alíi, 1998; Sanoja et alíi, 1998; Aburto, 1998).
La colonialidad de la formación social clasista venezolana
247
Al considerar la influencia ideológica ejercida por el liberalismo inglés sobre
la dirigencia del movimiento independentista venezolano del siglo XIX, es
preciso dejar claro que la simpatía y el apoyo que les mostraba el gobierno y
la burguesía ingleses era la estrategia de ambos para desestabilizar el dominio
español en el Caribe y liberar las antiguas colonias para convertirlas luego en
mercados abiertos para sus manufacturas y en fuentes de abastecimiento de
materias primas para sus industrias.
La arqueología del capitalismo, al estudiar la irradiación del comercio europeo
hacia Venezuela desde el siglo XVI y particularmente durante los siglos XVIII
y XIX, proporciona las evidencias materiales de la influencia del comercio
mundial en la vida cotidiana y la afluencia del estilo de vida consumista de la
burguesía venezolana, particularmente la caraqueña, durante el siglo XIX y su
proyección hacia el imaginario colectivo donde incluimos también la
ideología y la política (Vargas Arenas, 2005).
Nuestra definición de las fases del proceso histórico que produjo la formación
social nacional venezolana no limita la colonialidad solamente a las relaciones
temporales de dependencia con la Corona española, sino también a las
diferentes fases subsecuentes que muestran la afectación de la articulación de
los procesos de producción venezolanos con las relaciones sociales, la
ideología y la cultura por parte de otros centros hegemónicos de poder, y que
ha estructurado el capitalismo dependiente que ha dominado desde el siglo
XVI hasta finales del siglo XX.
El estilo de vida consumista en el modo de vida colonial indohispano:
1500-1750
248
El estilo de vida consumista de mercancías suntuarias producidas en las
metrópolis por las elites dominantes, es una característica de las sociedades
coloniales, no por una determinación atávica sino porque las metrópolis
reducen sus colonias al rango de productoras de materias primas y
consumidoras de los bienes terminados que ellas producen, agregándole valor
a las materias primas.
A partir del siglo XVI, resumiendo lo ya expuesto en capítulos anteriores, el
sistema capitalista mercantil europeo que había comenzado a emerger en las
regiones desarrolladas de Europa Occidental, inició un proceso colonial
expansivo hacia la nueva periferia que habían revelado los viajes de
exploración y que existían más allá del finisterrae continental.
Nos referimos al aspecto mercantil de dicho proceso, no simplemente como
una de las sucesivas etapas históricas del desarrollo del capitalismo europeo.
La actividad económica de los grandes mercaderes, particularmente durante
los siglos XV y XVI, como afirma Braudel (1992-3:621), se orientaba
indiscriminada, simultánea y sucesivamente hacia el comercio, la banca, las
finanzas, la especulación en la bolsa de valores y la producción industrial.
Pero no fue sino a partir del siglo XVI cuando, gracias particularmente a la
extracción de riqueza desde Sur América y el Caribe, el capitalismo europeo
temprano pudo expandirse merced al desarrollo de una economía de mercado
a largo plazo, basada en la existencia conjunta de mercados y ferias que
estimulaban el comercio regional, así como en el comercio ultramarino.
Esa nueva coyuntura tuvo gran influencia en el desarrollo y la transformación
de los pueblos y ciudades en todo el mundo. Las tensiones sociales, que
constituyen el catalizador de los procesos de cambio histórico se acentuaron al
profundizarse el antagonismo entre ciudad y campo (Marx y Engels, 1982: 53249
54), generando procesos generales de expansión de la vida social los cuales, a
su vez, determinaron el surgimiento de nuevos y más intensos episodios de
tensión y transformación en los diversos procesos mundiales de cambio social
y urbanización.
El sistema capitalista se internacionalizó, se extendió y perfeccionó durante
esta fase expansiva colonialista que se prolongó hasta los inicios del siglo
XVIII mediante el desarrollo de métodos políticos y culturales adecuados para
comprender, dominar y sojuzgar los pueblos aborígenes de nueva periferia de
Europa con la esclavitud y el trabajo forzado o enfeudado. Utilizaremos cuatro
conceptos que definen esta nueva realidad histórica: a) el colonialismo global;
b) el eurocentrismo; c) el capitalismo y d) la modernidad (Stern, 1986: 829830; Orser, 1996; Orser and Fagan 1995: 221-222; Funari, 1944: 43; Sanoja y
Vargas Arenas, 2005:5-9).
La ideología civilizatoria y la historiografía liberal conservadora legitimaron
el papel civilizador del colonialismo asignándole a las sociedades originarias tanto en América como en África-- un lugar histórico negativo en la
construcción de la nueva sociedad mestiza (Vargas Arenas, 2005 RVECS,
2010), lo cual permitió a la historia oficial burguesa invisibilizar los grandes
aportes culturales, sociales y tecnológicos que hicieron nuestras sociedades
ancestrales para consolidar el perfil de lo que llamó Simón Bolívar “nuestro
pequeño género humano”.
Como parte de las disciplinas científicas de la Arqueología y la Historia
contemporánea, la llamada Arqueología de la Formación Capitalista es aquella
que nos permite comprender, vía la recuperación y el estudio de las evidencias
materiales, el impacto que tuvieron sobre nuestros pueblos las Revoluciones
Industriales, el auge del comercio mundial, las innovaciones tecnológicas y
250
demás cambios introducidos por el capitalismo global. Analizadas
conjuntamente con las fuentes escritas, aquéllas nos permiten igualmente
estudiar las migraciones humanas, voluntarias o forzadas, que afectaron la
configuración demográfica, cultural y económica de los pueblos de los
diversos continentes, conformando una coyuntura mundial que rebasaba los
límites políticos y geográficos que definían las sociedades precapitalistas
periféricas, estimulando su asociación con empresas (la expansión colonial y
el comercio) o en circunstancias históricas comunes (esclavismo, clases
sociales, etc.). Esta dialéctica de la macro-histórica puede ser más claramente
percibida y entendida a través del estudio de la microhistoria y de la vida
cotidiana: de los testimonios arqueológicos recuperados en las fortalezas, las
aldeas mineras, las viviendas de los indígenas y de los esclavos (as), en los
humildes artefactos y en la gente usualmente anónima que los fabricó y en la
manera cómo, a su vez, estos incidieron en los grandes procesos de la historia
mundial (Orser y Fagan, 1995: 19).
Una de las características que adoptó el capitalismo a partir del siglo XVI fue
la producción, en una escala siempre creciente, de bienes de consumo que se
podían comerciar a larga distancia. La expansión colonial de los grandes
imperios ultramarinos de la época, tales como España, Inglaterra y Francia,
incidió también en el auge de la producción excedentaria de muchos productos
que eran exportados hacia los nuevos territorios coloniales.
En aquellos territorios existían para el siglo XVI importantes poblaciones
humanas originarias,
cuya demanda de aquellos productos comerciales
impuestos por la colonización no podían ser satisfechas por los sistemas
locales de producción, ya desestructurados por la violencia de la conquista y la
colonización europea.
251
En el caso particular de España, su escaso desarrollo de las fuerzas
productivas limitaba la capacidad de hacer una oferta suficiente de bienes de
consumo a sus vastos territorios coloniales americanos. Por tal razón, la
industria artesanal o semi-índustrial de otros imperios y países europeos tales
como Holanda, Inglaterra, Francia y en cierta medida Alemania, asumieron la
tarea de proveer al comercio ultramarino con la América Hispana para
dotarlos de los bienes de consumo que España no podía suministrar o
suministraba de manera deficiente. Surgieron así las diversas compañías para
el comercio con las Indias Occidentales y las corporaciones de comerciantes
privados que armaban expediciones con los llamados piratas y bucaneros
(Britto García, 1998: 76). Estos, en realidad, forzaban a cañonazo limpio el
intercambio comercial con las poblaciones costeras del Caribe y del litoral
atlántico suramericano, cual versión originaria de las actuales transnacionales
del imperio.
La primera centuria
del régimen colonial español en Venezuela estuvo
determinada por los esfuerzos que debieron hacer los invasores europeos:
alemanes, castellanos, ingleses y franceses para derrotar la resistencia
indígena, subyugar los diversos pueblos originarios para despojarlos de sus
tierras, convertir a hombres y mujeres en sus siervos (as) o esclavos (as) y
apropiarse de sus conocimientos.
Aquellos métodos de dominación de la fuerza de trabajo que habían sido
característicos de la formación feudal europea, fueron utilizados en las
regiones periféricas del capitalismo mercantil durante la fase de transición que
siguió al colapso de la sociedad feudal. Muchos autores (as) han confundido
este proceso que se instauró en nuestra América y particularmente en
Venezuela con un feudalismo real, cuando en realidad se trató –como hemos
252
dicho- de métodos feudales para controlar y explotar la fuerza de trabajo en
una sociedad capitalista (Sanoja, 2009 msc).
El uso de aquellos métodos para explotar y subordinar a las poblaciones
originarias
permitieron a los europeos conocer los diferentes idiomas y
dialectos hablados por los pueblos originarios, la naturaleza de los suelos
agrícolas, reconocer cuáles plantas eran comestibles, las técnicas para cultivar
las plantas comestibles y cazar los animales salvajes, la tecnología para
fabricar viviendas, la etnobotánica, las plantas medicinales y las prácticas
médicas aborígenes, la minería, conocer los itinerarios de viaje, la ubicación
de los otros pueblos indígenas, sus costumbres, su fuerza militar, en fin, de
todos los conocimientos que les permitieron sobrevivir al desarraigo de su
propia sociedad y cultura y apoderarse de los pueblos y las tierras americanas.
La arqueología nos indica que durante la primera centuria, siglo XVI, los
conquistadores y colonizadores consumieron principalmente
insumos de
procedencia originaria; es por esta razón que denominamos a la cultura de esta
fase inicial como Indohispana. La comida estaba dominada por alimentos
tales como la yuca –consumida fundamentalmente bajo la forma del casabe-,
el maíz, la papa, las caraotas, los frijoles, la arracacha, la auyama, el ocumo,
la batata, la lechosa y otros frutos tropicales; a falta de aceite de oliva,
utilizaban aceite obtenido del procesamiento de los huevos de las tortugas de
río.
El análisis de los contextos arqueológicos urbanos que ilustran el modo de
vida indohispano en Venezuela refleja la simplicidad tanto de la oferta como
de la demanda y del estilo de vida de la clase dominante. Los hallazgos
frecuentes de tazones y escudillas importadas nos indican la existencia de
maneras de mesa donde el alimento consistía básicamente de un único plato,
253
hervidos o guisados. Para consumirlos, se utilizaban tal vez cucharas de
madera y cuchillos metálicos, ya que hasta ahora el hallazgo de cubiertos
metálicos no ha sido reportado, excepto bajo la forma de “presentoirs”
tenedores y cuchillos empleados para cortar y servir las carnes en la mesa. En
ese mismo sentido, podemos acotar que desde inicios del siglo XVI los
españoles consumían frecuentemente cocidos o sancochos de legumbres
aderezados con carne de vacuno y posiblemente de gallinas y pescados. Una
pequeña parte de las escudillas y tazones utilizados eran de loza sevillana
importada de España y posteriormente de Holanda y México; la mayoría de la
vajilla doméstica era alfarería indígena criollizada, al igual que la vajilla
culinaria compuesta por ollas, pimpinas, cuencos, budares, etc. (Vargas et
alii, 1998: 73-79; Sanoja et alii, 1998: figs. 3 y 4; Sanoja y Vargas Arenas,
2002: 81).
En Caracas, para inicios del siglo XVII hay también evidencias de grandes
calderos de barro similares a los de hierro
utilizados hoy día para freír
chicharrones de cerdo (Vargas et alii, 1998; Sanoja y Vargas Arenas, 2002;
139, fig., 36:1). Las llamadas vasijas oliveras de origen sevillano, donde se
importaban el aceite de oliva, las aceitunas y el vino, una vez utilizadas para el
comercio se incorporaban también a la vajilla doméstica.
En localidades urbanas como Caracas, Coro, Maracaibo, Cumaná, Cubagua y
Santo Tomé de Guayana, entre otras, desde inicios del siglo XVI y hasta el
siglo XVIII, los contextos arqueológicos domésticos de viviendas de la clase
dominante, revelan la presencia dominante de loza doméstica tipo Delft
(holandesa), de tipo Talavera (España),
de tipo Puebla (México) y un
porcentaje menor de loza tipo Staffordshire (inglesa). La presencia de gran
número de botellas de gres y botellas de vidrio de manufactura artesanal
254
(técnica del soplado), se relacionan con la importación de cervezas, vinos y
otros licores (quizás ginebra, oportos, brandy, etc.). Otros rubros importantes
de los cuales da cuenta el registro arqueológico era la importación de
herramientas, de armas de fuego y armas blancas, telas de bayeta y
pasamanería en general (Sanoja et alíi, 1998; Vargas Arenas et alíi, 1998;
Castillo Hidalgo 2000: 395-408).
En algunas aldeas indígenas del Bajo Orinoco la presencia de botellas de
vidrio azul, contentivas posiblemente de aguardiente o ginebra, indica que los
españoles, holandeses o ingleses iniciaron desde muy temprano a nuestros
aborígenes en el consumo del alcohol, como una manera de degradarlos y
someterlos a su arbitrio. Los conocimientos anecdóticos
dicen que los
españoles engañaban a nuestros indígenas con espejitos. Sin embargo, el
conocimiento arqueológico revela que utilizaban fundamentalmente la
distribución de alcohol y de ciertas vistosas cuentas de vidrio batido, como
instrumentos para corromper sus costumbres (Sanoja y Vargas Arenas, 2005:
87).
El estilo de vida consumista en el modo de vida colonial mercantil: 1700+1830.
La colonialidad del modo de vida colonial mercantil agroexportador no está
forzosamente restringida a los límites temporales de la relación política y
administrativa de Venezuela con la Corona Española, particularmente si la
relación comercial ponía en contacto grupos de personas que representaban
diferentes tiempos históricos, distintos contextos socioeconómicos de Europa
y América ya que, como hemos discutido en páginas anteriores, a través de la
categoría modo de vida se conceptualizan todas aquellas formas interactivas
particulares que en cierto momento se generan entre un grupo social y las
255
condiciones naturales y materiales de su existencia, entre los individuos
sociales mismos, en el tipo de relaciones sociales de producción que ellos
establecen y los elementos de la conciencia social que estas generan.
El siglo XVIII representó para el Modo de Producción Capitalista europeo,
una primera fase de crecimiento de las economías nacionales de Europa
Occidental. El proceso originario de acumulación de capitales se consolidó
gracias a la expropiación de ingentes cantidades de oro, plata, piedras
preciosas, perlas y demás riquezas expoliadas a Nuestra América. Ello se
tradujo, a su vez, en un proceso paralelo de enriquecimiento y sofisticación de
los modos de vida y de
las culturas capitalista que caracterizarán,
particularmente, las sociedades burguesas europeas.
El deseo de consumir las mercancías y los productos fashion procedentes de la
periferia americana del capitalismo, tales como el café, el ron, el cacao, el
azúcar de caña, el tabaco, el algodón, el añil, y materias primas industriales
como la madera, la grasa y los cueros del ganado vacuno, los ladrillos de
arcilla refractaria como los producidos en las misiones capuchinas catalanas
del Caroní, la zarzaparrilla y muchos otras, estimularon a su vez sistemas de
producción extensiva de dichas materias primas tales como las plantaciones,
las haciendas
y los obrajes, alimentados con mano de obra esclava y
financiados con capitales provenientes directa o indirectamente de países
capitalistas europeos.
La contradicción
que se produjo entre las poblaciones originarias y los
conquistadores europeos en el modo de vida colonial indohispano en el siglo
XVI, fue resuelta a favor de los conquistadores-colonizadores por la
confiscación de toda la tierra agraria a la cual pudieron ponerle la mano,
mediante la eliminación física de sus dueños legales, que eran nuestras
256
comunidades originarias. Inicialmente se constituyeron estructuras agrarias
tales como encomiendas, pueblos de misiones, pueblos de indios, etc., donde
la propietaria real de la tierra y de la fuerza de trabajo indígena era la corona
española, lo cual limitaba el desarrollo de nuevas fuerzas productivas.
Aquella
primera contracción de las fuerzas productivas del modo de
producción clasista colonial venezolano fue resuelta a partir del siglo XVII
por la consolidación de una clase social hegemónica de criollos y/o blancos
peninsulares, la cual asumió la propiedad de las grandes plantaciones y hatos
monoproductores de
aquellas mercancías que eran necesarias para
el
desarrollo de los modos vida capitalistas europeos, tales como el café, la caña
de azúcar, el cacao, el añil, el algodón, cecinas, quesos, cueros, huesos y
cuernos de ganado, maderas, etc., las cuales eran exportadas directa o
indirectamente a los mercados europeos.
La fuerza de trabajo fue reorganizada suplantando en buena parte la
servidumbre indígena por la esclavización de africanos (as) y sus
descendientes y el desarrollo de tipos sociales mestizos de indios (as) y
blancos (as), de negros (as) y blancos (as): los mulatos (as), de indios (as) y
blancos (as), de negros (as) e indios (as): los zambos (as) que ya constituían
para finales del siglo XVIII y comienzos del XIX la mayoría (60%) de la
población venezolana (McKinley, 1993: 31). Los mulatos (as) y zambos (as)
desempeñaron principalmente el papel de intermediadores económicos y
prestadores de servicios: comerciantes, artesanos, albañiles, servidumbre
doméstica, trabajadores (as) y peones, pescadores, etc.
La reorganización de las clases sociales, de las relaciones de producción y las
fuerzas productivas que tuvo lugar a partir del siglo XVII en Venezuela fue
instrumental para consolidar en el siglo XVIII la producción comercial
257
agrícola y ganadera en manos de la clase mantuana. De igual manera, la
consolidación material de los centros urbanos principales, como fue el caso de
Caracas, Maracaibo, Coro,
Cumaná, Santo Tomé de Guayana y otras
ciudades definió las relaciones entre ciudad y campo, estimulando el
desarrollo de procesos culturales diferenciados que influirían también en las
tendencias de la producción, la distribución y el consumo de mercancías
autóctonas o importadas.
La expansión de las plantaciones y hatos ganaderos a partir del año 1700
determinó, al mismo tiempo, un aumento de la riqueza en manos de la minoría
mantuana. Como la producción española de bienes suntuarios no era suficiente
para satisfacer las necesidades de la colonia venezolana, buena parte de los
mismos era introducida como contrabando desde países como Holanda e
Inglaterra. Las investigaciones arqueológicas revelan que en la actual isla
antillana de San Eustaquio ya existían para ese entonces almacenes o
warehouses donde almacenaban productos de lujo, telas y cintas de seda y de
lino, botones de hueso, madera y porcelana, vinos, ginebras, cervezas,
mantequilla, quesos, jamones y escabeches que los comerciantes holandeses,
algunos de ellos descendientes de antiguos sefardíes portugueses o andaluces,
distribuían desde las grandes Antillas hasta Curazao, Maracaibo, Coro,
Caracas, Cumaná y Santo Tomé de Guayana (Deive, 1983: 154-155). Los
consumidores (as) de estos bienes suntuarios eran principalmente las y los
mantuanos, la burocracia colonial, los frailes de los conventos, los sacerdotes
y una porción limitada de los mulatos (as) que comenzaban a conformar el
grupo mayoritario de la futura clase media venezolana.
A partir del siglo XVIII, comenzó a aumentar y a diversificarse el consumo
de vajillas suntuarias importadas para uso de la minoría mantuana, el alto
258
clero y los comerciantes mulatos enriquecidos. El desarrollo del capitalismo
en la Europa Occidental determinó un aumento en la producción de loza
utilitaria para uso de mesa y uso doméstico.
El desarrollo de los modos de vida capitalistas impactó la vida cotidiana de las
comunidades urbanas de Europa Occidental. Ello se reflejó, particularmente,
en la creación de nuevos usos culinarios y las maneras familiares de mesa que
reflejaban la ideología individualista del capitalismo, donde la posesión y
utilización de vajillas domésticas de gres o semiporcelana de fabricación
industrial desplazaron los antiguos platos y tazones de madera o de arcilla.
Los talleres para la manufactura de loza artesanal de España, Holanda,
Inglaterra, Francia y Alemania no producían todavía juegos de vajilla como
los que conocemos hoy día, sino platos, escudillas y tazones individuales,
jarras, bacinillas, poncheras y una cierta cantidad de vasos, copas y gobeletes
que llenaban las necesidades de las costumbres de mesa, todavía poco
complejas, de la vida cotidiana. Lo anterior nos revela también la inducción de
cambios importantes en los hábitos de higiene y en las costumbres sociales de
los mantuanos venezolanos y de la clase dominante en general. Sin embargo,
la ausencia de vajillas de mesa con recipientes para usos especializados, salvo
platos y escudillas, indica que se conservaban todavía los viejos hábitos
culinarios de servir a la mesa un solo plato.
En Ciudad de México, Puebla, Guatemala y Panamá, entre otras, los talleres u
obrajes que utilizaban mano de obra indígena comenzaron a producir también
escudillas, tazones y platos de loza de muy buena calidad que imitaba la de
procedencia europea, los cuales se importaban para ser vendidos en ciudades
como Caracas, Santo Tomé de Guayana, Cumaná, Coro y Maracaibo, entre
otras. La familia de Don Francisco Miranda, cuya casa de habitación se
259
hallaba situada en la actual esquina de Padre Sierra (Vargas Arenas et alíi,
1994 ms), así como los monjes del Convento de San Francisco, Caracas
(Vivas, 1998), entre otros,
consumían
importantes cantidades de loza
Talavera o poblana (Sanoja y Vargas Arenas, 2002: 137) para sus servicios de
mesa. Otros bienes suntuarios que comenzaron a ser importados desde el siglo
XVII, particularmente desde Holanda, eran las pipas de gres, muy livianas,
para fumar tabaco (Vargas et alíi, 1998: 47-48, 224; Sanoja et alíi, 1998: fig.2;
Sanoja y Vargas Arenas, 2005: fig. 39c). Éstas tenían una cazoleta de pequeño
tamaño y un tubo que podía ser corto; en otros casos tenía una cazoleta con
pequeñas patas y un tubo curvo con una longitud de alrededor 30 cm. que
permitía colocar la cazoleta sobre la mesa mientras el fumador leía un libro.
Aquella manera refinada, contrastaba con la usanza aborigen de fumar
cigarros de hoja o tabacos, mascar tabaco o chimó que había sido conservada
por la sociedad criolla. Existe evidencia, sin embargo, de la utilización de
pipas prehispánicas de arcilla de manufactura indígena, tradición alfarera con
una antigüedad de por lo menos 2500 años antes del presente. Ello parece
indicar que la costumbre de fumar tabaco en pipas fue llevada desde América
hasta Europa en el siglo XVI, donde las corporaciones de artesanos alfareros
desarrollaron nuevos prototipos que fueron reintroducidos en América entre
los siglos XVII y XVIII.
Las décadas finales del siglo XVIII y las iniciales del siglo XIX indican –
como ya se observó- una creciente influencia política e ideológica inglesa en
la burguesía criolla venezolana. La época mencionada alude también al gran
avance tecnológico que experimentó en Inglaterra la tecnología para fabricar
en masa, usando moldes, los platos, escudillas y tazones de loza doméstica.
Los ingleses desarrollaron nuevas tecnologías para transferir mecánicamente a
260
la superficie de la loza, pinturas en diferentes colores o en relieve (Sussman,
1977:11), copias de los complicados dibujos que decoraban la porcelana china
(Sanoja et alíi, 1998: 149-152), mientras la mayoría de los artesanos de los
otros países europeos o de las colonias españolas ya mencionadas, seguía
pintando y decorando a mano cada una de las piezas de loza o semi-porcelana
que fabricaban en sus talleres.
Gracias a su nueva tecnología, los ingleses podían ofrecer un gran volumen de
platos y escudillas, así como bacinillas o bacines de loza o semi-porcelana
más baratos y de mejor calidad que estaban al alcance de todos los bolsillos,
desplazando las otras mercancías similares producidas en otros países. Al
mismo tiempo comenzaron a fabricar botellas de loza o semiporcelana y
botellas de vidrio de manufactura semi-industrial o industrial, donde se
exportaba cervezas, vinos y ginebra.
En las principales ciudades venezolanas del litoral caríbe y del Bajo Orinoco,
los comerciantes comenzaron a vender las mercancías inglesas. Evidencia de
su bajo precio de venta es el hecho de hallar su presencia física en la mayoría
de los sitios arqueológicos urbanos o campesinos, coloniales y republicanos de
la época.
A partir de 1825, finalizada nuestra Guerra de Independencia, Inglaterra quedó
como el principal actor político y económico de la sociedad venezolana. Para
esa época, la industria ceramista inglesa había comenzado a producir nuevos
tipos de recipientes, así como nuevos estilos de decoración policromada, más
abstractos y geométricos que los del siglo XVIII: tazas cilíndricas altas para
café, té o chocolate con su respectivo plato, además de escudillas, tazones y
platos de distinto tamaño, vasos y copas de vidrio barato; ello parece
representar la respuesta a las nuevas costumbres de mesa que se estaban
261
gestando en Europa y que eran transferidas automáticamente al mercado
venezolano. Ya desde aquella época, como se evidencia en el registro
arqueológico, comienza a verse de manera tímida la influencia comercial de
Estados Unidos, influencia que se expresaba en la importación, vía Filadelfia,
de loza doméstica, alimentos enlatados, metras o canicas de vidrio batido o
mármol, botones metálicos, artículos ferreteros, etc (Sanoja et alíi, 1998;
Vargas Arenas et alíi, 1998).
262
CAPÍTULO 17
Las reformas liberales de Carlos III, detonante del movimiento de
emancipación venezolano
A partir de la segunda mitad del siglo XVIII, con el inicio de la Primera
Revolución Industrial, el modo de producción capitalista entró en Europa y
Estados Unidos en una fase importante de manufactura de bienes terminados,
la cual se desarrolló a la par de la consolidación de la clase burguesa como
bloque dominante, de la modernidad burguesa y de la ideología liberal.
La riqueza derivada del industrialismo generó al mismo tiempo una ideología
del bienestar contrastante con el ascetismo, valor predicado por la religión
católica desde la edad Media, la cual derivó en un consumismo desenfrenado
de nuevas mercancías destinadas a satisfacer necesidades que, si bien eran
superfluas, simbolizan los nuevos signos de prestigio de la burguesía
triunfante (Braudel 1992-I: 183-186). La necesidad de consumir golosinas
como el chocolate, tomar licores como ron y el aguardiente de caña, fumar
tabacos y tomar café, utilizar ampliamente en la gastronomía el azúcar de
caña en lugar del azúcar de remolacha, usar ropa de algodón en lugar de ropa
de lana, utilizar para el vestido botones manufacturados con huesos o cuernos
de ganado, usar peinetas fabricadas con el carey de las placas de las tortugas,
llevar zapatos de piel, utilizar el cuero y sebo de ganado para fabricar
correajes y lubricantes de la maquinaria industrial, etc., determinó que
263
aumentase en las colonias como Venezuela la producción y la exportación de
tales materias primas, con el soporte financiero de las burguesías capitalistas
europeas que, en nuestro caso, se canalizaba vía empresas colonialistas
monopólicas como la Compañía Guipuzcoana (burguesía vasca) y la
Compañía de Barcelona (burguesía catalana) (Sanoja y Vargas-Arenas 2007b:
171-172).
La urgencia de exportar materias primas y ciertos productos manufacturados
residía en la extrechez y la debilidad del mercado interno venezolano,
consecuencia de la escasa población y el bajo poder adquisitivo que tenia el
99% de la población venezolana. Como hemos expuesto en páginas anteriores,
en Venezuela existía desde el siglo XVI plantaciones de algodón y una
rudimentaria industria textil, formas artesanales de procesar la hoja del tabaco
para fabricar cigarros y pasta de mascar (chimó). Las plantaciones de cacao,
tabaco y algodón, por estas razones no podían subsistir con base al mercado
interno, sino exportando dichas materias primas principalmente a través de los
puertos de Maracaibo, La Guaira, Puerto Cabello, Barcelona y Cumaná. Los
principales clientes del excelente tabaco cosechado en Barinas y Guanare eran
Inglaterra, Holanda, Francia, Alemania y España, de donde importábamos a su
vez las pipas de grés para consumirlo; a partir de finales del siglo XVII, la
competencia del tabaco cultivado en las colonias inglesas de norteamerica,
afectó sensiblemente el mercado del tabaco venezolano (Maza Zavala 1968:
87-88).
Ya para el siglo XVIII existía en Venezuela una limitada producción de bienes
manufacturados y materias primas semi-transformadas, parte de la cual se
exportaba aunque la mayor cantidad de la misma era destinada al consumo
interno. La industria era muy limitada, de carácter artesanal familiar, con
264
grandes posibilidades de expansión que nunca fueron aprovechadas o
desarrolladas, en lo cual incidió la falta de capitales, la deficiente preparación
técnica y gerencial de la fuerza laboral y la ausencia de una flota de comercio
propia. Productos tales como la sal, el papelón, el ron, el aguardiente, los
zapatos y cordobanes, los quesos, la carne salada, el sebo, los cueros, los
cuernos de ganado vacuno, los jabones, las maderas finas, el cobre, el hierro,
las telas de algodón, el algodón desmotado, el anil, el dividive (utilizado para
la tenería de cueros), pudieron haber diversificado la oferta de productos
venezolanos en el comercio internacional (Lucena 1986: 143-177). Sin
embargo, la abrumadora desigualdad social y el peso que tenía la
monoproducción de un número reducido de materias primas cuya exportación
reportaba grandes beneficios a la clase mantuana, impidió el desarrollo de la
división social del trabajo y de nuevas relaciones de producción y la expansión
de nuevos oficios cuyos actores eran principalmente blancos pobres, mulatos,
indios o negros (Sanoja y Vargas-Arenas 2007a: 35).
Las semillas del cacao eran vendidas en el mercado mexicano, donde debían
competir en calidad y precio con las importadas desde Guayaquíl. Como
contraparte, los comerciantes y los productores primarios venezolanos
obtenían metales preciosos amonedados, las divisas que permitían mantener
los otros intercambios comerciales.Las fluctuaciones en los volúmenes de
exportación del caco y de su precio en el mercado exterior eran determinantes
en la economía venezolana y en su balanza comercial como lo sería el café en
el siglo XIX y en las primeras décadas del siglo XX y posteriormente el
petróleo (Maza Zavala 1968: 89; Brito Figueroa 1973-I: 101-110).
El cacao se convirtió durante los siglos XVII y XVIII, en el medio de
enriquecimiento más efectivo para los dueños de plantaciones y para los
265
comerciantes venezolanos que hacían de intermediarios entre los hacendados
y los compradores del extranjero incluyendo contrabandistas y corsarios,
costumbre que –bajo las restricciones impuestas por la Compañía
Guipuzcoana, se convirtió en uno de los detonantes de la rebelión mantuana
que condujo al movimiento indepedentista del 19 de Abril de 1810 (Maza
Zabala 1968: 77). El cultivo y la venta del cacao permitió a sus dueños la
acumulación enormes fortunas con base a la explotación de la masa de
trabajadores sometidos a la esclavitud y al servilismo, quienes a su vez
adquierieron conciencia de la explotación de que eran sujeto por los amos
mantuanos y formaron la base del proyecto de su proyecto para la
emancipación social de la dominación mantuana.
La transformación del antiguo régimen de encomiendas en el sistema de
plantación, de haciendas y hatos ganaderos fue una respuesta a los cambios
que ocurrieron en la vida cotidiana, en la cultura y en los hábitos de consumo
de la burguesía europea a partir del siglo XVIII con la primera revolución
industrial y el auge del liberalismo económico, los cuales indujeron a su vez
cambios equivalente en las diversas dimensiones de cultura de la burguesía
venezolana.
El ajuste económico liberal del siglo XVIII fue crucial para la estructuración
política definitiva de la nación venezolana. El 15 de septiembre de 1728, el
Rey Felipe IV firmó la capitulación que otorgaba a la empresa vizcaína
conocida como Compañía Guipuzcoana el monopolio del comercio con
Venezuela, así como el resguardo de sus costas para impedir el contrabando.
Por otra parte, sustentado en la ideología liberal, el Rey Carlos III autorizó
posteriormente, en 1776, la creación de compañías de comercio privadas para
negociar en las colonias, exigiendo como único requisito el de estar inscritas
266
en el Consulado de Cádiz. Fue por esas razones que la Compañía
Guipuzcoana trató de modernizar la primitiva ideología mercantilista
predominante, imponiendo desde mediados del siglo XVIII a los hacendados,
plantadores y hateros venezolanos de la Provincia de Caracas y las otras del
eje andino-costero, una política liberal que consagraba el libre comercio y la
emergencia de la iniciativa privada (Maza Zavala, 1997: 197-198).
Como contrafigura de la Compañía Guipuzcoana,
la Corona española
concedió a la Compañía de Barcelona el monopolio de las exportaciones del
oriente de Venezuela, buena parte de las cuales se originaban en el sistema
productivo instaurado por las misiones capuchinas catalanas de Guayana
desde inicios del siglo XVIII (Vila, 1960; Brito Figueroa, 1973: 109; Sanoja y
Vargas Arenas, 2005: 300-307), las cuales suministraron materias primas
como algodón y cueros, entre otras, que contribuyeron al desarrollo de
importantes sectores de la industria ligera catalana, tales como la textil y la del
calzado. La libertad de comercio existente entre el oriente de Venezuela y
Cataluña en 1799, hizo que el valor de las exportaciones catalanas vía la
Compañía de Barcelona hacia Venezuela alcanzase un total de 5.321.668
reales; de esa cifra, 345.785 estaban dirigidas a Guayana. Por otra parte, las
exportaciones desde Venezuela hacia Cataluña ascendieron en el mismo año a
4.087.070 reales, de los cuales 2.751.762 reales se dirigieron al puerto de
Cumaná.
Como se observa, existía una dependencia colonial más orgánica y articulada
entre Cataluña y el oriente de Venezuela, poco estudiada todavía, que nos
revela dos variantes del liberalismo económico practicado por la corona
española en Venezuela. El sector centro-occidente de Venezuela, mayormente
controlado por la Provincia de Caracas, tenía una producción de materias
267
primas agropecuarias originadas en plantaciones y haciendas, canalizada para
la exportación a través de la Compañía Guipuzcoana y dirigida hacia un
consumo suntuario. En el sector centro-oriental, particularmente el sistema
productivo misional de Guayana, se exportaban tanto materias primas como
productos manufacturados o semi-manufacturados que ingresaban en el
circuito industrialista que el capitalismo estaba implantando en Cataluña en el
siglo XVIII (Sanoja y Vargas Arenas, 2005: 324-328).
Para motorizar el “ajuste liberal” tanto la Compañía Guipuzcoana como la
Compañía de Barcelona intentaron desarrollar la infraestructura institucional y
material de la colonia venezolana. Así la Guipuzcoana, además de sostener la
creación de una institución coordinadora de la producción y el comercio de
materias primas y bienes terminados como fue el Consulado de Caracas,
fomentó cultivos comerciales tales como el cacao, el tabaco, el algodón, el
añil, la caña de azúcar, y la ganadería; regularizó el comercio entre las
colonias
hispanoamericanas,
particularmente
con
México,
construyó
almacenes y vías de comunicación, intensificó la navegación, facilitó la
circulación monetaria, los vínculos entre las provincias y regularizó la
hacienda pública. Por otra parte, sistematizó la fijación de impuestos de
precios y de las tasas de préstamo para los agricultores (plantadores, dueños
de hacienda, etc.) con garantía de las cosechas.
Como parte del intento de modernización de la economía colonial venezolana,
en 1777 el rey Carlos III decretó la existencia de la Capitanía General de
Venezuela la cual, además de dejar sentado el carácter liberal de las reformas
políticas y económicas, creó igualmente una geometría del poder colonial que
establecía la centralidad tanto de la Provincia de Caracas como del binomio
conurbado Caracas-La Guaira sobre el resto de las provincias del eje andino268
centro-costero, incluida la ciudad puerto de Maracaibo, cuyo comercio de
exportación el año de 1878 ya había alcanzado la suma de 400.000 pesos
anuales (Maza Zavala, 1998:198).
La práctica monopolista de la Guipuzcoana alteró el acuerdo tácito que
prácticamente existía entre la antigua administración colonial y los
productores locales, particularmente de cacao, y su actividad comercial como
importadores de bienes de consumo (Brito Figueroa, 1973: 107-108). Según
esta práctica tradicional, los administradores coloniales hacían la vista gorda
sobre las transacciones que los productores locales
agentes
comerciales
y
compradores
extranjeros,
adelantaban con sus
particularmente
el
financiamiento de las cosechas y la compra de las mismas, las cuales eran
pagadas posiblemente en parte con mercancías europeas que eran luego
revendidas a nivel local con la consiguiente ganancia para el capital
especulador comercial que pertenecía a la misma clase minoritaria de agroexportadores mantuanos. Como podemos ver, una condición nada diferente de
nuestra actual burguesía productora-comerciante parasitaria, la cual sobrevive
chupando los dólares de la renta petrolera venezolana.
En el oriente de Venezuela, la Compañía de Barcelona creó una geometría
espacial del poder que tuvo como centralidad a la ciudad-puerto de Santo
Tomé de Guayana y el sistema conurbado de pueblos fundados por la Orden
de los Capuchinos Catalanes desde inicios del siglo XVIII, así como tenía
también a Cumaná y a Barcelona (Venezuela) como ciudades-puertos de
apoyo para la exportación de materias primas y bienes terminados vía La
Habana, puerto donde eran reembarcados hacia diferentes destinos (Sanoja y
Vargas Arenas, 2005: 300-306; Brito Figueroa 1973 I: 109). A diferencia de la
Provincia de Caracas y sus provincias asociadas del noroeste de Venezuela, el
269
sector productivo dominante de Guayana no estaba controlado por una
burguesía agroexportadora comercial, sino por una sociedad corporativa
constituida por el sistema misional de los capuchinos catalanes, la cual estaba
organizada de acuerdo con los postulados de punta del liberalismo capitalista
europeo del siglo XVIII (Sanoja y Vargas Arenas, 2005: 236-307). Las
contradicciones que surgieron entre esta diversidad de proyectos políticos que
se generó entre finales del siglo XVII y comienzos del XVIII, así como las
rebeliones sociales que se dieron al interior de los mismos, fueron excerbadas
por el ajuste liberal borbónico que no dejaba otra salida a los mantuanos
caraqueños que la autonomía y/o la independencia de España y a los pardos
(mestiz@s, mulat@s, zamb@s y negr@s liberararse de la dominación que
ejercía sobre ellos la clase mantuana.
Las rebeliones sociales y el proceso de emancipación
Como ha expuesto Vargas Arenas (2007: 63 y siguientes), las rebeliones
sociales constituyeron una de las formas de participación de las diversas clases
sociales en la construcción de la sociedad y de la nación venezolana. Desde
inicios del siglo XVI, la ruptura de los mecanismos de exclusión social –dice
la autora- solo era posible de manera violenta, bien por la insurgencia contra el
orden colonial establecido o por la asimilación a movimientos insurgentes, o
contra insurgentes promovidos por la clase mantuana o por los mismos
colonialistas españoles, como fue el caso del movimiento independentista
venezolano, la sucesión de alzamientos, guerras y guerrillas acaudilladas y
financiadas por miembros de la burguesía urbana o rural que caracterizaron
nuestro primer siglo de vida republicana y los golpes de Estado, las rebeliones
militares y populares del siglo XX y, finalmente, la insurgencia fascista
contrarevolucionaria y la contrainsurgencia popular revolucionaria del siglo
270
XXI. Por esta razón, es necesario dejar establecidos los dos cursos paralelos
que ha seguido en Venezuela la insurgencia social antes, durante y después del
19 de Abril de 1810.
Las rebeliones populares precursoras de la emancipación social y política de
los venezolanos y venezolanas
La historia oficial ha sumido en una misma categoría de fenómenos históricos
que preceden a la declaración de Independencia de 1810, el proceso de
rebelión social que comenzó en Venezuela desde 1525 (Ramos, 2001: 158;
Vargas Arenas, 2007: 64) como expresión de la resistencia de los sectores
populares subordinados contra la hegemonía ejercida por la clase mantuana y
el proceso de rebelión de esa clase contra el monopolio absolutista que ejercía
la Corona española sobre la economía agro-exportadora que mantenían los
plantadores y hacendados criollos. Sin embargo, como ha sido demostrado por
la historia, se trataba de la existencia de dos agendas sociales paralelas que
llegaron a
tocarse tangencialmente entre 1815 y 1823, gracias al genio
político del Libertador Simón Bolívar quien comprendió la resistencia y el
rechazo que sentía la mayoría del pueblo venezolano
hacia el proyecto
político emancipador que solo beneficiaba a la elite mantuana (Lucena 1986:
387). Por esa razón, en aquella hora prometió la libertad a todos los esclavos
que se sumasen a la causa independentista y, a través del Decreto de Guerra a
Muerte, respetar la vida de todos los venezolanos aunque fuesen culpables de
apoyar el proyecto colonialista de la Corona española que era secundado
también por otros grupos de mantuanos y pardos venezolanos (Acosta Saignes
1984: 188). Sin embargo, una vez alcanzada nuestra emancipación política de
la corona española, la nueva clase burguesa republicana –donde entonces
figuraba un buen número de generales devenidos hacendados y dueños de
271
plantaciones- engrosada también con los mantuanos y antiguos hacendados
españoles sobrevivientes de la guerra de independencia, hicieron caso omiso
de los decretos antiesclavistas de Bolívar y pusieron en efecto reglamentos de
policía para recuperar los esclavos fugados y ponerlos otra vez a su servicio.
Las rebeliones sociales populares emblemáticas antes de 1810 fueron las
lideradas por
esclavos negros cimarrones o negros manumisos y los
indígenas, como las acaudilladas por el Negro Miguel (1553), Andrés Lopez
del Rosario, Andresote, entre 1730 y 1732, Manuel Espinoza igualmente en el
siglo XVIII, José Leonardo Chirinos y Josef Caridad González en 1795, Pirela
(1797) contra el régimen esclavista de la hegemonía mantuana que ellos
identificaban como su enemiga y las políticas racistas y esclavistas con la que
aquella los oprimían para beneficio de sus intereses políticos y económicos.
El régimen esclavista “implica que el esclavo es una cosa, una simple
propiedad, un medio de producción comprable y vendible como cualquiera
otro instrumento. Por esas razones los seres humanos esclavizados se rebelan
y huyen, se defienden y atacan, protestan incesantemente contra su
sometimiento. (Acosta Saignes, 1984: 309). Cuando se demostró en el siglo
XVIII la baja productividad del régimen de encomiendas para producir las
mercancías que demandaba el mercado capitalista emergente de Europa
occidental, las autoridades coloniales, los plantadores y hacendados
mantuanos
reforzaron los medios de coacción extraeconómica contra los
esclavos (as) negros, manteniéndolos dentro de espacios sociales muy
restringidos mediante leyes, reglamentos y toda clase de medidas para
mantener la vida del régimen esclavista, convertida en una casta social aislada
de los otros sectores de la sociedad.
272
Para liberarse del oprobioso régimen de la esclavitud, parte del los esclavos
(as) optaron desde el siglo XVI por huir y formar comunidades autónomas o
“cumbes” en los más intrincados bosques, montañas y llanuras. En 1720 el
número de negros “cimarrones”, como se denomina genéricamente a los
esclavos fugados, era de 20.000. Los “cumbes” mantenían entre ellos un
sistema de organización territorial que cubría prácticamente todo el norte de
Venezuela (Acosta Saignes, 1984: 263; Vargas Arenas, 2007: 64).
La organización territorial de los “cumbes” representó otra forma de
colonización del territorio venezolano que tuvo también una gran importancia
económica para la formación de la nación venezolana: la fundación de nuevos
pueblos dedicados a la producción agrícola y en cierta medida a la cría, la
pesca, la producción artesanal, el comercio, etc., los cuales, asociados con los
antiguos resguardos o pueblos de indios, contribuyeron a formar el tejido
conectivo que vinculaba las zonas rurales, el campo, con las ciudades, las
urbes. Ya en el siglo XX con la “revolución petrolera”, la población negra
venezolana comenzó a ocupar también los espacios urbanos conformando la
mayoría de la población de las ciudades, pobre, discriminada y excluida, hasta
el triunfo de la Revolución Bolivariana en 1998.
Diversas y numerosas rebeliones de negros (as) de esclavos (as) y manumisos
(as) contra al régimen esclavista ocurrieron en Venezuela desde el siglo XVI
hasta 1810 (Vargas-Arenas 2007: 63-70;.Urdaneta: 2007). La más antigua
conocida es la del Negro Miguel en 1552 en Buría, actual Estado Yaracuy,
con el apoyo de indígenas de la etnia Jirahara, cuyo objetivo era “conquistar la
libertad de la cual gozaban las demás gentes del mundo” (Brito Figueroa,
1961:43-45.). En 1732 se produjo la importante rebelión acaudillada por el
zambo Andrés López del Rosario, “Andresote”, en el valle del río Yaracuy
273
hasta Tucacas, en la costa, la cual tuvo el apoyo de los comerciantes
holandeses, cuyas ideas sobre el libre comercio
se oponían al monopolio
comercial que ejercía en Venezuela la Compañía Guipuzcoana. Según
informaban las autoridades coloniales, la represión de los rebeldes se
dificultaba, ya que “la población pobre se identificaba con los revoltosos”
(Brito Figueroa, 1961: 46-49). En el caso particular de la rebelión del zambo
José Leonardo Chirino en 1795, el movimiento de los negros esclavos y libres
y los mulatos de la Sierra de Coro estableció en los lugares liberados la
llamada Ley de los Franceses (los principios de la Revolución Francesa) y
proclamaron una república de igualdad donde quedaban abolidos los
privilegios, se decretaba la liberación de los esclavos, se eliminaba la nobleza
blanca y se suspendía el pago de tributos.
Otro aspecto importante de la insurgencia previa al manifiesto independentista
del 19 de Abril de 1810 fue el conato de rebelión caudillado en Maracaibo por
el sastre mulato Francisco Javier Pirela, asistido por otros dos mulatos
haitianos, Juan y Gaspar Bosset, que tenía como objetivo derrocar el refimen
esclavista mantuano e imponer las ideas jacobinas de la Revolución Haitiana
(Urdaneta, 2007: 259-260). Por todas estas razones, la agenda de los
movimientos sociales acaudillados por mulatos o negros se expresó
posteriormente en el rechazo, la indiferencia y la incredulidad ante al
movimiento de independencia acaudillado por el liderazgo mantuano (Brito
Figueroa, 1961: 59: 67-76; Urdaneta, 2007: 254-255, 263; Vargas Arenas,
2007: 64-70).
Las rebeliones indígenas
Las rebeliones indígenas contra la dominación española duraron hasta
mediados del siglo XVIII (Urdaneta 2007:203), cuando el proceso de
274
colonización hispana logró finalmente desarticular la organización social de la
mayoría de las etnias indígenas que vivian en torno a los espacios
urbanizados, lo cual aceleró el mestizaje con los negros (as) venezolanos y en
menor grado con los descendientes de españoles peninsulares, lo que dio
nacimiento al tipo social mestizo o criollo (Vargas Arenas, 2007: 68-69).
Las comunidades indígenas originarias que sobrevivieron al enfrentamiento
armado ante los conquistadores y colonizadores españoles se sumaron
inicialmente a las rebeliones populares que había organizado el componente
étnico mayoritario de la sociedad venezolana para finales del siglo XVIII, la
población mestiza criolla, de pardos (mulatos/as, zambos/as), para llegar a ser
también ciudadanos y ciudadanas libres.
Ya para el año 1750, la burguesía mantuana minoritaria
había logrado
incorporar los indígenas a la fuerza laboral que estaba a su servicio, como
personas pardas que practicaban el negocio de la intermediación (bodegueros,
buhoneros, etc.) y la producción artesanal de bienes domésticos tales como
hamacas, sombreros, cestas, vajillas de barro, muebles, dulces, etc. Algunos
pardos, particularmente mulatos, pudieron llegar a estudiar y ejercer el oficio
de músicos, de la medicina o desempeñar ciertos cargos civiles o militares
(Urdaneta, 2007:203-204).
Para el siglo XVII, buena parte de las comunidades indias -que gozaban de un
estatus social más libre que el resto de los pardos- se habían asimilado al
sector de servicios que necesitaba la población criolla que vivía en los
centros urbanos. Podemos mencionar como ejemplo, las comunidades
indígenas que vivían alrededor de la ciudad de Cumaná donde practicaban la
pesca artesanal, existiendo un barrio guaiquerí en la desembocadura del río
Manzanares. Para esa fecha, se estima la población indígena en alrededor de
275
24.000 personas pertenecientes a las etnias guaiquerí, chaima, pariagoto,
cuaca, aruaca, caribe y guarao.
El poblamiento guaiquerí se extendía también hasta la isla de Margarita,
organizado en rancherías de 100 a 150 personas localizadas en el litoral de la
isla, aunque también se desplazaban navegando para pescar en otras islas
antillanas vecinas. Tanto en Margarita como en Tierra Firme se dedicaban a la
producción de pescado seco o salado, desarrollando también una
extraordinaria artesanía textil: sombreros, cestas, marusas, hamacas,
chinchorros, vajilla doméstica o culinaria de barro, productos que entraban
tanto en el circuito comercial isleño o cumanés, como el de diversas
provincias y ciudades de la región costera centro-oriental de Venezuela
(Sanoja, 1988: 102)
Gran número de pobladores indígenas de la etnia Chaima vivía en el siglo
XVIII en la trama de pueblos misionales que se extendía hasta el sur del
estado Sucre, dedicados a la pesca y la recolección fluvial y al cultivo de
frutos menores, así como de cultivos comerciales como el café y el cacao. La
misión de El Pilar formaba parte de un circuito productivo que existía en
torno a la ciudad de Carúpano, que fue uno de los grandes centros poblados
precoloniales, testimonio de lo cual son los pueblos de Aerocuar, Pericantar y
Canchunchú que se mantenían como pueblos de indios ligados también al
circuito productivo que daba apoyo a la población de dicha ciudad.
Para finales del siglo XVIII, la arqueología indica que en torno a la ciudad de
Barcelona existían diversos pueblos de misión como, entre otros Caigua, San
José de Curataquiche y Putucual, cuyos habitantes practicaban una forma
socioeconómica mixta basada en la recolección y la pesca marina y el pastoreo
de ganado vacuno (Sanoja, 1988: 103-104Urd). De igual manera, ya para el
276
siglo XVIII, la aldea indígena originaria –habitada por grupos posiblemente de
filiación caribe- en la ciudad de Santo Tomé de Guayana se había convertido
en un barrio cuyos moradores daban servicio al sector criollo de dicho centro
urbano (Sanoja y Vargas Arenas, 2005: 73-80 y siguientes).
El comercio y la rebelión de la clase mantuana contra la Corona española
España para el siglo XVIII, gracias a su disposición de capitales y su posición
en el comercio a larga distancia con las colonias iberoamericanas y Asia, se
había convertido en una especie de centro de acopio y distribución de los
bienes de consumo producidos en los otros países europeos, con excepción,
entre otros, del vino, el aceite y la alfarería de uso doméstico. De la misma
manera, la oferta comercial de los empresarios de la Nueva España (México)
era también muy variada, ya que incluía tanto la producción local como los
bienes terminados que llegaban desde Asia en el llamado Galeón de Manila
(Braudel, 1992-II: 406). Ello explica por qué, a partir del siglo XVIII, la
llamada “loza poblana”, vajilla producida en la ciudad de Puebla de manera
semi- industrial, comenzó a competir en ciudades como Caracas,
Coro,
Cumana y en cierta manera a desplazar la llamada genéricamente “loza Delft”,
producida en Holanda. De igual manera, entro a disputar el “mercado” un tipo
de loza doméstica de manufactura inglesa llamada “Staffordshire” la cual
finalmente, desde inicios del siglo XIX, desplazó a ambas en el mercado
venezolano gracias a su mejor calidad, mejor precio y diseños más atractivos
(Sanoja et alli, 1998:141-158; Vargas Arenas et alíi, 1998: 160-180).
Así como en el aspecto comercial las mercancías inglesas, ya hacia finales del
siglo XVIII, habían comenzado a ser determinantes del estilo de consumo de
la burguesía caraqueña, las ideas liberales inglesas y el imaginario republicano
de la revolución francesa viajaban en libros, gacetas y periódicos que eran
277
transportados en los baúles de los marineros o de los pasajeros (as) que
llegaban a los puertos venezolanos.
El “ajuste liberal” impuesto por Carlos III a los empresarios agroexportadores
mantuanos movió a ciertos dueños de plantaciones
de la región de
Barlovento, entre 1749 y1751, a organizar movimientos de rebelión armada
contra la compañía Guipuzcoana. Tal fue el acaudillado por Juan Francisco
de León, plantador y dueño haciendas de cacao y café en las localidades de
Panaquíre y Caucagua, para lo cual movilizó sus fuerza de trabajo esclava,
rebelión que culminó con la derrota del movimiento y la muerte de Juán
Francisco de León .Esta actitud de los criollos mantuanos se materializó como
un sentimiento general de repudio a la injerencia de extraños en asuntos que
ellos consideraban como particulares a su clase, representantes de un grupo
social con intereses propios y diferenciados con capacidad de de disponer su
propio destino como se puso de manifiesto posteriormente, en los sucesos del
19 de Abril y el 5 de Julio de 1810 que condujeron a la Declaración de
Independencia de Venezuela (Rivero 1988: 64).
Otra forma de rebelión o de resistencia económica contra el monopolio
comercial que ejercía la Compañía Guipuzcoana en la región centrooccidental venezolana fue el contrabando de mercancía. De cierta manera esa
actividad contrabandista ha sido interpretada por algunos autores venezolanos
como una “relación de intercambio económico libre” (Rivero, 1998:69).),
donde la oferta del contrabandista resultaba mucho más atractiva y variada por
los precios y la conformación del contenido de las mercancías.
Como ya expusimos en páginas anteriores, desde mediados del siglo XVII y
particularmente en el siglo XVIII, los agentes comerciales de la Compañía
Holandesa de las Indias Occidentales, basadas en la isla danesa-caribeña de
278
San Eustachius, se dedicaban a recorrer las islas antillanas para ofrecer su
mercancía. Algunos de esos agentes eran descendientes de los judíos sefardíes
expulsados de España por los Reyes Católicos en 1492 refugiados en
Inglaterra y Holanda durante los siglos XVI y XVII que se habían mudado
luego a Curazao, Jamaica y otras posesiones flamencas (Deive 1983:
160).Estos sefardíes devinieron luego en súbditos holandeses plurilingües que
hablaban fluidamente el holandés, el español ladino, el inglés, el francés y
otros idiomas
europeos. Muchos
funcionarios coloniales de la Corona
Española, como sucedió en Santo Domingo, eran judíos conversos, llamados
también despectivamente “marranos”; estos acogieron con simpatía la
actividad comercial de los sefardíes holandeses, quienes llegaron a establecer
desde el siglo XVIII -y hasta el presente- una importante base para el
comercio de contrabando y de exportación-importación en la isla de Curazao,
incluyendo la trata de esclavos (as) negros, manteniendo importantes
conexiones con otros comerciantes sefardíes ingleses radicados en la ciudad
de Boston. El negocio de estos comerciantes tenía importantes proyecciones
hacia Maracaibo, Coro, Puerto Cabello y Caracas donde vendían mercancías
europeas diversas así como seres humanos esclavizados, a cambio de café,
cacao, algodón, maderas finas, semillas de dividive, etc. (Deive, 1983: 156157; Sanoja, 1998; Carciente: 1997 Aizemberg 1981).
Como consecuencia de la difusión de las ideas liberales, en 1797, las
autoridades coloniales caraqueñas debelaron el
movimiento emancipador
republicano promovido por Manuel Gual, José Maria España y Juan Picornell
(López, 1997JPyGE), secundado activamente por sus respectivas esposas y
numerosos hombres y mujeres donde se incluían esclavos (as), el cual contó
279
con apoyo directo de un movimiento de liberales españoles que aspiraban
terminar en la peninsula con el absolutismo de los Borbones.
La meta del movimiento de Gual y España era establecer una república
democrática basada en la igualdad natural entre “blancos, indios, pardos y
morenos”, donde quedaría abolida la esclavitud. La clase minoritaria de
mantuanos criollos no consideró con mucha simpatía este proyecto que tenía
como meta la abolición del sistema de privilegios sobre el cual se basaba su
hegemonía política y económica sobre la mayoría de la población venezolana.
Por el contrario, declaró su lealtad al Rey de España y su repudio al
movimiento separatista. Ese mismo año, debido a sus conexiones con las
revueltas antimonárquicas Simón Rodríguez, el maestro del joven Simón
Bolívar, futuro Libertador de América, abandonó Venezuela rumbo a Jamaica
en un barco de bandera estadounidense, bajo el nombre de Samuel Robinson,
“viviendo del oficio de Rousseau sin contrato” (Urdaneta, 2007: 260).
Dentro de aquel mismo contexto político debe verse la actitud asumida por
los criollos mantuanos frente a la expedición libertadora del Generalísimo
Francisco de Miranda, quien en 1806 desembarca en las costas de Ocumare
de la Costa (actual estado Aragua) y de La Vela de Coro (actual estado
Falcón) para intentar promover la independencia de Venezuela y consolidar un
proyecto político liberal republicano. Los prejuicios sociales de los criollos
mantuanos no perdonaron a Miranda su ascendencia de comerciante canario considerada como socialmente inferior- muchos menos su deserción de los
rangos del ejército español ni el apoyo militar que le acordó el gobierno de
Haití, república de antiguos esclavos negros que acababa de independizarse
del yugo colonial francés. Lejos de apoyarlo, promovieron una recolecta
pública de donativos para el gobierno de la Provincia de Caracas hasta por
280
19.050 pesos, para que éste premiase a quien que les entregare la cabeza de
Don Francisco de Miranda (Rivero, 1998: 61).
Como se observa, la agenda política que tenían los criollos mantuanos les
hacía imposible poder construir una República independiente que no fuese
socialmente desigual y oligárquica, dificultando igualmente la posibilidad de
establecer alianzas políticas estratégicas con la sociedad mayoritaria del país,
integrada por mulatos (as), mestizos (as), negros (as) y blancos pobres,
mayoritariamente canarios (as), que tenía una agenda política diferente,
orientada a librarse de la hegemonía mantuana que los oprimía, explotaba y
esclavizaba e imponer su propia república donde los excluidos fuesen
precisamente los blancos mantuanos. De allí surgen las causas que
posteriormente, entre 1810 y 1814, determinarán la perdida tanto de la
Primera como de la Segunda República. Solamente la sensibilidad social que
animaba el genio político y militar de Simón Bolívar, le permitió comprender
la falla táctica de la agenda política tanto de la clase mantuana dominante
como de la clase popular dominada. Así pudo Bolívar reunir en un solo
esfuerzo parte de la minoría mantuana con un sector mayoritario de la
población venezolana excluida para luchar contra el proyecto monárquico
absolutista y lograr finalmente la independencia política de Venezuela en
1823.
La ruptura del nexo colonial con España no contribuyó a solucionar la crisis
general que comenzó a experimentar desde el siglo XVI la nueva sociedad
colonial venezolana en su conjunto, agravada por el endurecimiento del ajuste
liberal-colonial que le impuso la Corona a partir del siglo XVIII, el cual se
manifestó en: a) aumento de la extracción de excedentes que eran dirigidos
hacia la metrópoli, b) insuficiencia de capitales y de capital numerario (hecho
281
que afectaría al país hasta finales del siglo XIX), c) sujeción cada vez mayor
de la clase mantuana a los intereses monopólicos imperiales y d) las rebeliones
sociales de los negros (as) y mestizos (as) en general, estimulada por la
difusión de las ideas emanadas de la Revolución Francesa (Rios et alíi, 2002:
106).
Aquellos dos factores precipitaron
un primer desenlace de la cuestión
nacional venezolana en la primera guerra de emancipación a favor de los
mantuanos, pero no resolvieron el fondo de la crisis. Por el contrario, la
destrucción física de una parte importante de la población venezolana y de su
sistema productivo, alimentaron el crecimiento de los movimientos populares
que durante todo el siglo XIX y el siglo XX trataron de subvertir el poder del
bloque burgués dominante hasta imponer finalmente, a inicios del siglo XXI,
el poder popular.
282
CAPÍTULO 18
La Economía Venezolana Durante la Guerra de Independencia
La Guerra de Independencia Nacional comenzó inicialmente en 1811(Siso
Martínez 1956: 291),
como una sangrienta
contienda civil donde los
llamados pardos (mulatos/as, zambos/as, negros/as e indios/as) y los criollos
pobres pusieron la mayor parte de la carne de cañón. A partir de 1815, con la
expedición del general Morillo, el contingente militar español comenzó a
jugar un papel dominante en la guerra terrestre que culminó el 24 de Junio de
1821 en la sabana de Carabobo con la derrota de las tropas colonialistas,
victoria refrendada en 1823 con la victoria patriota en la Batalla Naval del
Lago de Maracaibo.
Desde la óptica de los cantores de la epopeya militar, la guerra de
Independencia es presentada como una gesta romántica, jalonada de batallas y
escaramuzas donde descollan los nombres de nuestros próceres. Desde el
punto de vista civil, como nos lo revela la extraordinaria obra de Pedro Cunill
Grau (1988: 121127; 1997:159-160), la cruenta guerra de independencia
ocasionó grandes calamidades a la población venezolana. Nadie podría hoy
día dudar sobre los razonamientos justos que animaron nuestra guerra de
independencia de España y la necesidad política que motivó la promulgación
de terribles decretos como el de Guerra a Muerte. Consideradas objetivamente
ambas visiones, es necesario reconocer que los únicos beneficiados con la
283
independencia de España fueron finalmente los mismos mantuanos y las
oligarquías republicanas que se constituyeron como clase dominante y
tomaron el poder después de 1830 hasta 1998.
El carácter social de la guerra propició una destrucción masiva y a veces total
de los logros materiales e incluso sociales que habían adquirido los
venezolanos y venezolanas hasta 1810 (Rodríguez Campos y Pino Iturrieta
2007:254-285), el exterminio innecesario de millares de inocentes, la quema
de ciudades y pueblos, el pillaje de cosechas y rebaños más allá de lo tolerable
por parte de ejércitos que no poseían el menor sistema de apoyo logístico para
la subsistencia de las tropas. Más grave aún fue la destrucción del orden civil,
de la organización territorial de la población. Después de 1821, las
poblaciones que fueron forzadas a emigrar de un sitio a otro buscando salvar
sus vidas parecen haber quedado en una especie de limbo social. El poder
central de la República, localizado en Caracas, se agotaba al llegar al límite
físico de las grandes ciudades, como un arroyo que desagua en las arenas del
desierto. La proliferación de caudillos y oligarquías regionales debido a la
incomunicación en la cual vivían las poblaciones de las diferentes provincias,
anarquizó el orden civil.
El impacto de la guerra sobre la estructura demográfica
La crueldad de la guerra de independencia, particularmente durante los
primeros cinco años de la contienda, cobró un gran número de vidas no
solamente entre los combatientes sino también entre la población civil,
pérdida de población que influyó en el crecimiento demográfico de la
población venezolana hasta la primera mitad del siglo XX.
284
El grado de discriminación y de explotación social que ejerció hasta 1810 la
minoría de blancos peninsulares y criollos blancos sobre la mayoría de la
población venezolana y el resentimiento de ésta hacia sus explotadores, se
evidencia en la manera como, según Brito Figueroa (1972: 160) estaba
conformada la estructura de clases sociales. Sobre la base de un total de
898.043 habitantes, la población estaba integrada de la siguiente manera:
Pardos (mulatos, zambos, mestizos): 440.000 (45%.)
Negros libres y manumisos: 33.362 (4.0%)
Negros cimarrones: 24.000 (2.6%)
Negros esclavos: 88.000 (9.7%)
Indios tributarios, no tributarios y marginales: 162.000 (18.4%)
Criollos (blancos): 173.000 (19%)
Blancos peninsulares y canarios: 12.000 (1.3%)
Total: 898.043 habitantes.
La estructura de la fuerza de trabajo de dicha población, para el período 18001810,
según
Brito
Figueroa
(1961:32
EscNV),
estaba
compuesta
porcentualmente de la siguiente manera:
Terratenientes,
usureros,
mercaderes,
comerciantes
(nobleza
criolla,
peninsulares): 1,00%.
Medianos propietarios, pequeños comerciantes, pulperos (blancos de orilla,
canarios): 10%.
Artesanos, oficiales de obrajes, albañiles, labradores, mayordomos de
haciendas (pardos): 49%.
Campesinos enfeudados, peones de hacienda, colonos-arrendatarios (negros
manumisos o libres, indígenas): 22%.
285
Negros esclavos, negros cimarrones e indígenas libres: 18%.
Como se puede apreciar
de lo anterior, más del 80% de la población
venezolana estaba excluida de participar en la conducción de la vida civil de
las diferentes provincias. En particular el sector mayoritario, los pardos y
manumisos, estaban discriminados -por la minoría blanca- en el terreno de las
relaciones sociales de significación más limitada, hasta en el registro de
nacimientos que llevaban los curas de las iglesias, el Registro de Pardos,
donde se inscribían los infantes al ser bautizados adscribiéndoles
automáticamente una mácula oprobiosa.
La minoría de blancos propietarios de la riqueza territorial constituía un grupo
social cerrado, endógamo, que habitaba generalmente los centros urbanos más
importantes y participaban activamente en las políticas municipales para
favorecer sus intereses como clase social. Frente a esa posición cerrada,
discriminadora, la mayoría de los integrantes de la clase popular, pardos,
manumisos, esclavos e indios que había impulsado numerosas rebeliones para
liberarse de la opresión mantuana, cuando sonó la hora de la emancipación de
los blancos mantuanos del dominio de la Corona Española pensó primero en
emanciparse de la clase que los explotaba y discriminaba aliándose con el
enemigo de su enemigo de clase. De allí el carácter destructivo que tuvo la
guerra de independencia ya que, no solamente se trató de aniquilar físicamente
al enemigo de clase, sino de destruir igualmente el aparato productivo en el
cual basaban los blancos mantuanos sus mecanismos de explotación y
discriminación de la mayoría del pueblo venezolano.
El costo total en vidas humanas de la Guerra de Independencia, ha sido
estimado por Brito Figueroa (1973-I: 258) sobre la diferencia numérica entre
la población venezolana para 1810 propuesta por Codazzi: (1960-I: 247) de
286
800.000 a 83000 habitantes, la que tenía Venezuela en 1839 (945.348
habitantes) y la que debía haber tenido Venezuela, según las tendencias del
crecimiento normalmente en 1839. De no haber mediado la Guerra de
Independencia, la población en aquel año habría sido de 1.404.800 habitantes;
la diferencia con la de 1810 es de 274.000 personas, las cuales podrían haber
fallecido en los diversos eventos del período de la guerra, lo cual representaría
–aproximadamente- un 30% de la población existente para 1810.
Los efectos de esa hecatombe social se han hecho sentir sobre la sociedad
venezolana en el curso de estos dos siglos transcurridos desde la gesta inicial
de nuestra independencia. Según los censos de población, solamente en 1941
el número de la población venezolana pudo alcanzar una cifra 3.850.000 mil
habitantes y, hoy, transcurridos dos siglos después del 19 de Abril de 1810,
apenas hemos podido llegar a 27 millones de habitantes, incluyendo el
crecimiento por la inmigración de ciudadanos y ciudadanas provenientes de
otros países.
Geoestrategia militar y producción económica
Sólo la presencia de una fuerte voluntad de trabajo, de organización social y
capacidad de esperanza en el futuro, pudieron motivar a la sociedad
venezolana, particularmente al 90% u 80% más pobre y excluido, a trabajar
para reconstruir un país devastado e inerme. La historia oficial no se ha
cansado de acusar a ese sector empobrecido del pueblo venezolano de
indolente y flojo. Si ello fuese cierto, no habríamos podido despejar las ruinas
dejadas a la patria como herencia de más de un siglo de guerras civiles, para
lograr finalmente, dos siglos más tarde, que triunfase la justicia social con la
Revolución Bolivariana (Sanoja, 1988: 106-107).
287
La actividad bélica durante la Guerra de Independencia tuvo como principal
escenario los llanos centrales de la Provincia de Caracas, impactando
moderadamente en algunas zonas del Estado Lara, Maracaibo, Coro, Táchira y
el norte de Guayana. Si evaluamos la intensidad de las escaramuzas y batallas
libradas hasta 1817, año de la toma de Guayana por las fuerzas patriotas, la
mayor parte de las mismas se dieron en los pasos estratégicos que permitían el
acceso a los llanos del centro de Venezuela, hábilmente defendidos por la
caballería llanera, masas de venezolanos montados, leales hasta 1814 a sus
caudillos españoles, canarios o criollos. El decreto de Guerra a Muerte dictado
por Simón Bolívar el 15 de Junio de 1813 tuvo como objeto crear conciencia
de patria en la población venezolana, la cual impactó en comandantes llaneros
natos como José Antonio Páez quien en 1818, luego de su entrevista histórica
con Simón Bolivar, pasó a comandar la caballería del ejército patriota.
Como ninguno de ambos ejércitos, el patriota o el realista, poseía una logística
propia, la acumulación de grandes rebaños de ganado vacuno y caballar, de
sembradíos de yuca y maíz, hacían de los llanos una reserva estratégica de
recursos de subsistencia disponibles todo el año y de soldados entrenados en
los fundamentos de la táctica militar: excelentes jinetes con una gran
resistencia física, diestros en el manejo de las armas blancas, con rapidez de
desplazamiento, capacidad para sobrevivir dentro de condiciones de extrema
carencia alimenticia y lealtad a sus caudillos o jefes. La inclusión definitiva
del ejército llanero comandado por José Antonio Páez en los ejércitos patriotas
a partir de 1818, gracias a la capacidad de liderazgo de Bolívar, fue decisiva
en el triunfo de la causa de la independencia venezolana (Sanoja, 1991: 201237DicsAc).
288
Aquellas
inmensas llanuras que representaban el enclave de la forma
socioeconómica hatera, del sub-modo de vida 3 conformaron, igualmente, la
primera línea de defensa de Guayana hasta 1818, provincia que era la reserva
estratégica de fuerza de trabajo, capitales dinerarios, producción agropecuaria,
artesanal y metalúrgica en la cual se apoyaba el gobierno español para
mantener el control del territorio venezolano, por lo cual se libraron tantos
combates en el sitio de La Puerta, Edo.Aragua, vía de acceso a las llanuras de
Guárico y Apure.
Como resultado de la estratégica campaña militar desarrollada por el general
Manuel Piar en Guayana (sub-modo de vida 4) se concretó la toma de la
ciudad de Angostura, las misiones capuchinas catalanas del Caroní más ricas
en recursos (particularmente La Purísima, Morecure, Caruachi, San Félix y
Santa Ana de Puga) y las fortalezas de Santo Tomé de Guayana. Gracias a la
visión política
y estratégica del Libertador Simón Bolívar, los inmensos
recursos acumulados en Guayana sirvieron para motorizar el ejército liberador
de la Nueva Granada que luego coronaría la independencia de Venezuela en
1821 en el campo de Carabobo.
Durante la guerra la logística agropecuaria llanera sostuvo a las tropas
patriotas; a diferencia de lo ocurrido en los llanos, el ciclo anual obligado en
las zonas agrícolas de las épocas de cosecha influyó en el calendario de las
batallas. Sin embargo, la guerra alteró la producción agropecuaria de la
Provincia de Caracas que sólo en 1837 pudo alcanzar el nivel que tenía en
1810.
El carácter desarticulado de la producción y del mercado interno permitió que
en el oriente de Venezuela, gracias a la eficiencia administrativa de Santiago
Maríño, se exportase a las Antillas: ganado, cueros, algodón carne, mulas
289
cacao, sal algodón, a cambio de armas y víveres para mantener el esfuerzo
patriota. Sin embargo, el bloqueo realista a las costas de Venezuela, la
destrucción total o parcial de la infraestructura agropecuaria de la Provincia de
Caracas y la desorganización de la Hacienda Pública, afectaban la ya precaria
vida de la República. A partir de la pérdida de la Primera República, el
gobierno realista instaurado en Caracas organizó una Junta de Proscripciones
cuya finalidad era la de arrestar a los ciudadanos partidarios de la
independencia y secuestrar sus bienes para transferirlos a aquellos criollos y
canarios que manifestaban fidelidad al poder colonial.
Ese proceso acentuó lo que denomina Brito Figueroa (1973: 193-195) “la
reconquista canaria” del poder colonial, hecho que profundizó la lucha de
clases y estimuló la formación de un cierto grado de conciencia nacional. Los
negros esclavos, cimarrones, peones de haciendas y hatos que habían
combatido contra República Boba de 1810 (la primera República), no para
imponer nuevos caudillos canarios o peninsulares tales como Domingo
Monteverde, Francisco Morales, José Tomás Boves, Yañez, entre otros, sino
para lograr su propia liberación, al ver que su estatus social no había variado
con la nueva estructura de poder colonial, volvieron a rebelarse levantando
como bandera el odio a los blancos y a los propietarios de la tierra (ojo Juan
Uslar 201: 111-117)
La República de 1813 creó igualmente un Tribunal de Secuestros que
embargó los bienes de los enemigos de la independencia, alentando a los
venezolanos a apoderarse de los bienes de los peninsulares los cuales serían
repartidos en cuatro partes: una para los oficiales del ejército patriota, una para
los soldados y las otras dos partes se reservarían para el Estado (Brito
Figueroa, 1973: 199-220).
290
Las provincias que conformaban el bando adverso a la República, Guayana,
Coro y Maracaibo, siguieron conservando relativamente intacta su
infraestructura productiva que servía para apoyar el esfuerzo de los
colonialistas. Guayana, hasta 1817; Coro y Maracaibo, que eran el centro
nodal del circuito agroexportador del occidente de la actual Venezuela, hasta
1823 cuando la escuadra patriota derrotó a la colonialista en la Batalla Naval
del Lago de Maracaibo, sellando así la Independencia política de Venezuela
(Codazzi, 1960-I: 465; Cardozo Galué, 2004: 35-38).
Al finalizar la guerra, la economía y la sociedad de la Provincia de Caracas
estaba en ruinas. El fuerte antagonismo que se desarrolló durante la década de
los veinte del siglo XIX entre las clases dominantes venezolanas y el gobierno
oligárquico bogotano, en el marco de una profunda crisis económica y la
desorganización y la ruina de la Hacienda Pública, culminó con la disolución
de la República de Colombia y la independencia definitiva de Venezuela del
sistema político grancolombiano (Brito Figueroa 1987-IV:1378).
Reunificada Venezuela luego del rompimiento de la Gran Colombia, su deuda
externa se repartió entre los tres componentes de aquella: Venezuela, Ecuador
y Colombia. A Venezuela le tocó pagar el 28% de la misma, unos 34 millones
de pesos. Sumada a los empréstitos externos que tuvo luego que solicitar a
países europeos el presidente José Antonio Páez y los siguientes durante el
siglo XIX, el cobro de la larga deuda externa no pagada fue el pretexto para el
bloqueo a Venezuela a inicios del siglo XX, hecho que nos arrojó en brazos
del imperio estadounidense.
El producto de la hacienda pública en esas primeras décadas de la República,
se destinaba en su mayoría al pago de la deuda, al pago de pensiones y
subsidios a los veteranos de la guerra, al pago de salarios burocráticos y de
291
militares en servicio (Maza Zabala, 1997: 204.). El período transcurrido entre
1812 y 1829 representó para Venezuela un “tiempo demográfico regresivo”
ya que, aparte del estado de postración que presentaba la antigua forma
económica agropecuaria colonial, las endemias y las pandemias de paludismo
y fiebre amarilla, el hambre y la tuberculosis aumentaron la fracción mórbida
de la población venezolana (López.1988: 142-147).
Ya que el gasto social del Estado venezolano en aquellas condiciones era
prácticamente inexistente, no se establecieron ni siquiera unas mínimas
condiciones de salubridad y alimentación, por lo cual se deterioró al extremo
la calidad de vida de la mayoría de la población venezolana. Esa misma
tendencia se mantuvo en líneas generales hasta 1998, causando una deuda
social con el pueblo venezolano azotado por enfermedades, ausencia de
servicios efectivos de salud y de vivienda, por el hambre, la desnutrición, el
analfabetismo y, en general, por el irrespeto absoluto de los derechos humanos
y sociales de los ciudadanos y ciudadanas.
El tiempo demográfico venezolano después de 1830
Los diferentes tiempos históricos que vive una sociedad determinada están en
correspondencia con las condiciones objetivas que establecen los tiempos
demográficos. Siguiendo este planteamiento, la dramática sucesión de tiempos
históricos que ha vivido la nación venezolana desde 1810 hasta el presente son
testimonio de un pueblo que ha luchado con fiereza para sobreponerse a las
condiciones de miseria y desigualdad social que trataron de abatir su
esperanza de completar alguna vez la revolución emancipadora y liberadora
que inició en el siglo XVI.
292
La información estadística existente para 1830, año cuando se inicia la vida
de nuestra república actual, indica que a pesar de las pésimas condiciones
materiales en las cuales se desarrollaba la vida de las clases populares a partir
de 1830 se produjo un importante crecimiento vegetativo de la población, ya
que el crecimiento poblacional como resultado de procesos inmigratorios, era
muy reducido (Cunill Grau, 1997: 159).
El año de 1830, después de la gran pérdida en vidas humanas que causó la
Guerra de Independencia en la población venezolana, la población volvió a
alcanzar la cifra de 830.000 habitantes. Nueve años más tarde, en 1839 la
población había aumentado a 945.348 habitantes. En 1857, el número total de
habitantes ya alcanzaba 1.789.159 personas, disminuyendo en 1864 a
1.560.000 habitantes como resultado de las bajas ocasionadas por la Guerra
Federal. En 1873, la población volvió a aumentar hasta alcanzar la cifra de
1.784.194 habitantes y en 1891, la de 2.323.527 personas.
El número de personas que arribaron a Venezuela como inmigrantes entre
1832 y 1857 alcanzó la cifra de 12.610, provenientes de las islas Canarias.
Posteriormente, entre 1874-1888, la inmigración de extranjeros alcanzó la
cifra de 26.090 personas. Para el año 1891, ya existía una población de 36.606
extranjeros concentrados principalmente en los grandes centros urbanos:
Caracas, Valencia, La Guaira, Puerto Cabello, Coro, Cumaná, Carúpano y
Maracaibo, mientras otro número de extranjeros, quizás relacionados con las
casas comerciales de exportación, estaban residenciados en las haciendas
cacaoteras de Paria, estado Sucre y en las haciendas cafetaleras del estado
Tachira.
Debido a la virtual ausencia de vías de comunicación, la mayor parte de las
regiones del interior se encontraban aisladas e incomunicadas. El efecto
293
inmediato de esta situación se reflejó en el aumento del regionalismo y de los
localismos, particularmente expresados en la consolidación de las oligarquías
políticas y económicas locales y regionales que se esforzaban por mantener su
autonomía del núcleo central de poder localizado en Caracas.
La mayoría de los contactos sociales y económicos al interior de Venezuela se
llevaba a cabo vía el tráfico fluvial, fluvio-lacustre y marítimo. La ciudad de
San Fernando de Apure (Cunill Grau, 1987-III: 1973-1975 y siguientes), se
convirtió en un puerto fluvial de excepcional importancia, desde donde se
movían las mercancías a lo largo del rio Apure hasta llegar a Angostura o
Ciudad Bolívar, puerto en el cual atracaban barcos y vapores de mayor calado
que llevaban mercancías y pasajeros al Caribe y a Europa. La flota de canoas,
bongos y bergantines navegaba también hacia Puerto Nutrias, de donde las
embarcaciones remontaban los ríos Portuguesa y Cojedes hasta llegar al
puerto de El Baúl, desde donde se transportaban las mercancías y los
pasajeros vía fluvial o terrestre hasta Maracay y Puerto Cabello. Otras rutas
de cabotaje recorrían la costa Caribe venezolana y llegaban también, vía el
Orinoco, hasta Ciudad Bolívar y San Fernando de Apure.
La gran concentración de esclavos (as) negros (as) que se produjo desde el
siglo XVIII para operar el sistema de plantaciones haciendas de cacao, café y
caña de azúcar se expresó, en el siglo XIX y particularmente con posterioridad
a la prohibición oficial de la esclavitud, en la formación de grandes
establecimientos autárquicos, de grandes enclaves étnicos aislados de
población negra, poco mestizados, en la extensa región de Barlovento, actual
estado Miranda, Choroni, Ocumare de la Costa, Cata, Cuyagua en el litoral
del actual estado Aragua, el litoral del actual estado Vargas, Cumaná, Cariaco
y Güiria, costa del actual estado Sucre, la costa del actual estado Falcón, La
294
Ceiba y Gibraltar en el sureste del lago de Maracaibo, por mencionar sólo
algunos de dichos enclaves. De la misma manera, como observamos en
páginas anteriores, el sistema de cumbes permitió un proceso de colonización
territorial que hizo posible una amplia expansión de la población negra,
mulata o zamba venezolana en la extensa periferia de aquellos enclaves
(Acosta Saignes 1984: 262).
Enclaves
importantes de población indígena sobrevivieron también en la
Cordillera de Los Andes, en los Bajos Llanos de Apure, en el occidente de
Barcelona, en Cumaná, en los actuales estados Delta Amacuro, Bolívar y
Amazonas y en el actual Estado Zulia, parte de cuyas tierras ancestrales
fueron expropiadas por los gobiernos y oligarquías regionales para beneficiar
el proceso de colonización emprendido por los agricultores y ganaderos
criollos.
La vida cotidiana de los venezolanos y venezolanas en el siglo XIX
La desarticulación de los diferentes componentes de la vida cotidiana, de la
vida social, de la producción, inducida por la cruenta Guerra de
Independencia,
sumada
al
aumento
exponencial
de
la explotación
inmisericorde que un 22% de venezolanos (10.000 ricos y 60.000 de clase +
media) había sometido al 78% (832.93) de los otros venezolanos (as) pobres,
nos permite visualizar las condiciones de vida de la mayoría de los
venezolanos (as) en 1839 (Codazzi, 1960: 338). El consumo anual de sesenta
mil venezolanos ricos o con medios de fortuna equivalía a la suma de
3.170.000 pesos; el consumo anual del resto de 832.933 venezolanos y
venezolanas pobres, por el contrario, montaba a la suma de 2.492.933 pesos,
relación de apropiación de la riqueza de la nación similar a la calculada para
1810 por McKinley (1987: 41) y Soriano de García Pelayo (1988: 42). Ello
295
nos revela que si bien los ricos habían logrado con la Guerra de Independencia
emanciparse del control de la corona española para enriquecerse a su gusto,
los y las pobres venezolanos no comenzaron a emanciparse de la explotación
de los ricos venezolanos sino casi dos siglos después, hacia inicios de la
Revolución Bolivariana en 1998.
La vida de los venezolanos (as), particularmente los de la mayoría pobre,
estuvo caracterizada en el siglo XIX y después en el siglo XX por
policarencias sociales y sanitarias. En el siglo XIX, las enfermedades y el
hambre diezmaban la población venezolana. En 1832, la peor plaga, el
paludismo, hacía verdaderos estragos en la mayor parte de la población de los
llanos, el sur del lago de Maracaibo, el litoral de Coro, Yaracuy y el oriente
del país, extendiéndose en de 1856 por todo el país, incluidas las zonas
urbanas. De igual manera el cólera morbo ya se había extendido en 1854 a
todo el país, enfermedades causadas principalmente por las deficiencias o la
carencia absoluta de higiene y salud.
La ausencia de un sistema organizado de vías de comunicación terrestres,
mantenía en aislamiento a las poblaciones de las diversas regiones de
Venezuela, dificultando sensiblemente la circulación de mercancías,
particularmente la distribución y el consumo de los alimentos. Como
consecuencia, cada región del país tenía que seguir un régimen casi autárquico
en este renglón de la economía. Debido a esta coyuntura, la dieta básica de la
población era frugal y monótona, basada en el consumo cotidiano de insumos
como
maíz (arepas, hallaquitas, cachapas, empanadas, carato de maíz),
casabe, caraotas negras, plátanos, arroz blanco, papelón, tasajo (carne salada
esmechada) y pescado seco, la cual pasó a ser considerada en los años
sucesivos como la “dieta típica” de los venezolanos (as).
296
Como resultado de la ausencia de vías de comunicación, el predominio de la
agricultura de estación para los productos de mesa y la inexistencia de alguna
forma de protección civil de la población, durante los períodos extremos de
sequía o de inundación durante la temporada de lluvias, llegaban a producirse
hambrunas. Para prevenir estas calamidades, la población venezolana pobre,
hasta bien entrado el siglo XX, desarrolló como virtud, como sistema
defensivo frente a las condiciones de explotación, la austeridad en el consumo
de alimentos, de vestidos, de calzados y de todo lo que se podía considerar
como superfluo para reproducir la vida cotidiana.
Unida a la deficiencia en salud, alimentación, vivienda, comunicaciones, etc.,
encontramos también la escasez de utillaje agrícola, de medios de
almacenamiento y demás infraestructura que hubiesen podido ayudar a
modernizar y hacer más eficiente la producción de insumos agrícolas de mesa
para la población, sobre todo el 78% de venezolanos (as) pobres y excluidos,
lo cual llegó a conformar en Venezuela, como ha dicho acertadamente Cunill
Grau (1997:159) “una geografía de la penuria”.
297
CAPÍTULO 19
El Modo de Vida Nacional Monoproductor Agroexportador: 1830-1935.
La insurgencia revolucionaria: germen de las clases populares
Después de 1830, muerto el Libertador y desmembrado su sueño de la Gran
Colombia, las nuevas burguesías provinciales republicanas venezolanas
reasumieron sus proyectos políticos particulares previos a 1810, destinados a
lograr hacerse con la hegemonía del país, a construir una República
Oligárquica a la medida de sus ambiciones.
Las clases populares, por su parte, reasumieron su agenda de resistencia para
hacer la Revolución Social, sirviendo muchas veces de trampolín a los
intereses de la burguesía, hasta que en 1998, casi 170 años más tarde, lograron
finalmente arrancarle el poder político y buena parte del poder económico que
aquélla detentaba en Venezuela.
Desde 1814 hasta 1830, luego de la caída de la Primera República, las
sublevaciones de negros (as), zambos (as) y mulatos (as) se sucedían casi a
diario en las diferentes provincias bajo la consigna igualitaria de ¡Mueran los
Blancos!, lo cual hizo exclamar al Libertador Simón Bolívar en carta a José
Antonio Páez en 1826:
298
“…Un inmenso volcán está a nuestros pies. ¿Quién contendrá las clases
oprimidas? La esclavitud romperá el fuego: cada color querrá su dominio…”
(En Brito Figueroa, 1987-IV: 1330 y siguientes).
Los proyectos de las rebeliones libertarias de los negros (as), zambos (as) y
mulatos (as), como ya hemos expuesto en páginas anteriores, representaron
de cierta manera el intento de oponerse a la hegemonía de la burguesía
mantuana y luego republicana, rebeliones que finalmente contribuyeron a
forjar la moderna sociedad venezolana. Desde el siglo XVI se hizo evidente
que en nuestro país para derrotar los mecanismos de dominación y exclusión
social era y sigue siendo necesaria la lucha de clases,como lo evidencia la
sucesión de alzamientos, guerras y guerrillas
que caracterizaron nuestro
primer siglo de vida republicana, los golpes de Estado, rebeliones populares o
militares del siglo XX y la rebelión popular que se inicio el el 27 de Febrero
de 1989 para batir finalmente en 1998 la dictadura partidista impuesta por la
burguesía y su intento de destruir la Revolución Bolivariana el 11 de Abril de
2002. (Vargas Arenas, 2007: 63; Sanoja 2008:27-45).
El pueblo venezolano irredento, excluido, creyó que la independencia política
conquistada en 1823 representaría efectivamente su liberación social
definitiva, pero con la Tercera República la nueva forma de oligarquía
latifundista y posteriormente con la Cuarta República, las diversas expresiones
de la oligarquía neocolonial proimperialista, asumieron y practicaron el papel
opresor y reaccionario que había caracterizado su expresión oligárquica
colonial, bloqueando todo intento de modernizar y democratizar la sociedad
venezolana (Siso Martínez, 1956:233-236; Sanoja y Vargas Arenas, 2007: 43).
Por las razones antes enunciadas, las rebeliones populares contra el régimen
de exclusión social que continuaba dominando la vida social de la nueva
299
República
luego
del
colapso
de
la
Gran
Colombia,
continuaron
manifestándose. Vemos así que en el mes de Junio de 1831, el gobierno de la
nueva oligarquía venezolana debeló un extenso plan para exterminar a los
blancos que vivían en la antigua Provincia de Caracas, en el cual estaban
comprometidos esclavos, soldados y oficiales zambos, mulatos o negros e
incluso comerciantes descontentos con la situación de exclusión social a la
cual habían sido relegados por los “mantuanos” o blancos criollos que ahora
tenían en sus manos todo el poder político.
La llegada de refuerzos militares a Caracas desde La Guaira, 40 soldados en
su mayor parte negros, evidencia también la composición étnica del ejército
venezolano de entonces. Ciento treinta rebeliones y motines similares fueron
debelados en Cumaná, en Angostura (actual Ciudad Bolivar), en los llanos de
Guárico, Barinas y Apure y en diversas otras regiones de Venezuela (Porter,
1966: 547-549; Vargas Arenas y Sanoja, 2006: 30-51; Sanoja y Vargas
Arenas, 2007: 43-44; Vargas Arenas, 2007: 63).
A partir de 1830, fecha que a nuestro juicio es el punto de quiebre con los
modos de vida de la antigua sociedad colonial mantuana, las antiguas y las
nuevas oligarquías latifundistas provinciales que detentaban considerables
parcelas de poder se transformaron en una clase dominante militarista a la
sombra de su Gran Protector, el General José Antonio Páez, convencidas de
tener el derecho de dirigir el destino de la nación venezolana. La posesión de
vastos latifundios, mayormente expropiados a los antiguos hacendados
mantuanos coloniales,
les permitió tener bajo su control grandes masas
campesinas integradas por esclavos negros, negros, mulatos, zambos e indios
libertos enfeudados, explotados y acogotados por el paludismo, la fiebre
amarilla, la tuberculosis,
300
el hambre crónica y el analfabetismo, quienes
servían indistintamente como siervos de la gleba o como soldados bajo la
autoridad del mayordomo de la hacienda en las montoneras iniciadas por el
señor terrateniente. Las montoneras tenían como propósito implícito hacer la
revolución con minúsculas. Como propósito explícito, las oligarquías
provinciales latifundistas perseguían mantener su independencia frente al
poder de la vieja oligarquía de la Provincia de Caracas y, eventualmente,
apoderarse de dicho poder.
Los antiguos y los nuevos propietarios trataron de mantener el viejo orden
social que había sustentado el modo de vida colonial-mercantil venezolano.
Jefes y oficiales libertadores como Páez y los Monagas, se hicieron
terratenientes, razón por la cual no pudo ser efectiva la libertad de los esclavos
en Venezuela, como lo soñaba el Libertador Simón Bolívar. Los propietarios
esclavistas republicanos y los jefes
militares no querían renunciar a sus
posesiones de esclavos (as) y tierras, solamente querían –cual el ideal de los
viejos mantuanos- una patria bajo su dominio político, social y económico con
exclusión de los mestizos, los indios y los negros.
En el año 1859, la situación de la masa campesina venezolana e incluso de la
incipiente clase media de bodegueros y pequeños comerciantes, era
desesperada. El saqueo de las tierras y ejidos nacionales y la desposesión de
los ejidatarios, colonos y pequeños propietarios como consecuencia del nuevo
ajuste liberal representado por la puesta en ejercicio de aquella Ley del 10 de
Abril de 1834 potenció la pobreza general, particularmente en el actual estado
Barinas, donde el mensaje revolucionario del General de Hombres Libres,
Ezequiel Zamora, galvanizó con su llamado y sus acciones la esperanza de las
masas irredentas y explotadas que se habían sumado al movimiento liberador
de la Federación (Brito Figueroa, 1996:493-526).
301
La Guerra Federal se transformó en una lucha social por la democratización
del derecho a la posesión de la tierra, por la igualdad, la libertad y la
democracia social, contra el centralismo de la oligarquía caraqueña y en pos
de la descentralización del poder político. El asesinato de Ezequiel Zamora a
manos de un francotirador, pagado seguramente por la oligarquía venezolana,
terminó prácticamente con los ideales revolucionarios de la Guerra Federal
durante el siglo XIX (Sanoja y Vargas Arenas, 2007: 45).
El asesinato de Zamora el 1º de Enero de 1860 en San Carlos de Cojedes
cuando el ejército oligarca ya estaba derrotado y la posterior firma del Tratado
de Coche, que en realidad se trató de una conciliación entre oligarquías
provinciales, pusieron fin a esta nueva fase de la insurrección popular contra
las oligarquías republicanas dominantes (Banko, 1996), quienes a partir de
entonces se mostraron obsecadas y resueltas a no perder el poder que habían
conquistaran finalmente con la terminación abrupta de la Guerra Federal.
En términos históricos, el fin de la Guerra Federal y el Tratado de Coche
significaron el triunfo temporal de la hegemonía oligárquica latifundista sobre
las rebeliones populares anti-hegemónicas que ya habían comenzado a
producirse desde el siglo XVI. De igual manera, dicho evento histórico marcó
el inicio de la implantación de un estilo de vida consumista particularmente en
la clase burguesa caraqueña, forma cultural subsumida en el modo de vida
monoproductor agropecuario, la cual responde a lo que considera Brito
Figueroa como una expresión de la neocolonidad que no alteró los contenidos
esenciales de calidad del modo de producción de la FES clasista (Brito
Figueroa, 1987-IV: 1606). Este modo de vida se caracterizó por una mayor
explotación de la fuerza de trabajo enfeudada en las haciendas, ya que la
oligarquía rentista propietaria de la tierra y el poder del Estado tenía entonces
302
que cancelar anualmente las cuotas de los empréstitos que su gobierno había
contraído con la Banca Europea para mantener funcionando el Estado
Nacional y adaptarlo a la nueva fase colonialista imperial que asumió el
sistema capitalista, tanto europeo como estadounidense.
La estructura social y económica que prevalecía desde la mitad del siglo
XVIII no sufrió cambios significativos hasta las primeras décadas del siglo
XX (Ríos et alíi, 2002: 123-124); las transformaciónes que ocurrieron antes de
esa fecha se centraron, principalmente,
en ciertos sectores de la
superestructura política, jurídica y administrativa, necesarias para consolidar
el carácter liberal de la economía venezolana.
Entre 1830 y 1870 se favoreció el negocio de la banca, de manera que la usura
creció de manera desproporcionada y socialmente injusta. En este último
cuarto de siglo se crearon casas de comercio extranjeras y bancos para
financiar las cosechas, pero siempre obteniendo jugosas ganancias con el
trabajo de los agricultores, campesinos (as) enfeudados y esclavos (as),
comprando sus cosechas por debajo de los precios de mercado. Las políticas
del Estado venezolano destinadas a favorecer el desarrollo de la banca se
concretaron con base de la Ley del 10 de Abril aprobada por el Congreso de
la la República el año 1834, de corte liberal, que favorecía la conducta usurera
de los prestamistas y los banqueros, a pesar de la oposición que hicieron
entonces intelectuales conservadores como Fermín Toro. Dicha ley establecía
que “…para hacer efectivo el pago de cualquiera acreencia se rematen los
bienes del deudor, por la cantidad que se ofrezca por ellos el día y hora de la
subasta… el acreedor o acreedores pueden ser licitados en subasta…el
rematador, por el acto de remate y posesión subsecuente, se hace dueño de la
propiedad rematada…”
303
La legalización del negocio de la usura, en el último cuarto del siglo XIX
propició la concentración de la propiedad en manos de los prestamisras
usureros, para lo cual se crearon casas de comercio extranjeras y bancos para
financiar las cosechas, principalmente de los cultivos comerciales
de
exportación como el café, el cacao, la caña de azúcar y el tabaco, pero
siempre obteniendo jugosas ganancias con el trabajo de los agricultores y
sobre todo con la explotación del trabajo de los campesinos y campesinas. Al
igual que los intermediarios de hoy, los del siglo XIX especulaban con los
precios de los alimentos, comprando las cosechas por debajo de los precios de
mercado para luego venderlas el expendedor y al público a precios
exhorbitantes.
A partir sobre todo de 1870, el gobierno oligárquico se sustentaba en, y era
propiedad de la burguesía comercial exportadora-importadora, negociante de
dinero y de valores, lo cual se expresó –por una parte- en la introducción de un
estilo de vida consumista y derrochador de mercancías europeas y
estadounidenses
y, por la otra, en la entrega del monopolio de las vías
ferroviarias, las minas de cobre y oro, las comunicaciones telegráficas, de la
renta producida por la explotación de las aduanas de los puertos marítimos,
del subsuelo y el asfalto y el petróleo que contiene, a los monopolios foráneos
(Brito Figueroa, 1991: 103 30).
La política económica gubernamental venezolana, como se observa, era
liberal, basada en la doctrina del mercado abierto, inspirada a su vez en las
doctrinas inglesas del libre cambio que se hallaban en boga en el siglo XIX.
Al igual que lo que ocurre en la actualidad con la aplicación de las doctrinas
neoliberales, la aplicación de las leyes económicas liberales del siglo XIX
aceleró la concentración de la riqueza en las manos de la oligarquía
304
republicana, aumentado la desigualdad económica y la miseria entre los
pequeños propietarios y los trabajadores rurales. Al agudizarse las
contradicciones ideológicas entre liberales y conservadores, como ya vimos,
se produjo la rebelión de Ezequiel Zamora y la Guerra Federal en 1859 la
terminó en 1863 con su asesinato y la firma del Tratado de Coche. Estos
eventos propiciaron posteriormente la llegada del gobierno autocrático de la
oligarquía -encarnada esta vez en Guzmán Blanco y su supuesto “proceso de
modernización del país”- quien supo sacar provecho de los cambios violentos
que habían sacudido los relictos de la vieja sociedad colonial. El discurso
eurocentrista de Guzman tenía como objetivo halagar a la burguesía
venezolana, la que llamaba Brito Figueroa el “alto comercio” y VargasArenas el “bloque histórico interno”, la cual constituía y todavía constituye el
nexo directo de Venezuela con el mercado capitalista mundial ( Brito Figueroa
1987-IV: 1381;De Lima, 2002: 139; Vargas-Arenas 2007: 15-18).
El bloque oligárquico de poder comercial
La formación del bloque oligárquico dominante de la III República se
concretó entre 1825 y 1850, integrado principalmente por los usureros, la
burguesía comercial y los latifundistas. Con el inicio de la vida republicana
luego de la Batalla de Carabobo que selló la independencia de Venezuela, en
un país cuya economía productiva había sido seriamente dañada por la guerra,
los comerciantes importadores-exportadores adquirieron un creciente dominio
económico e intentaron obtener también el dominio político del país. Aliados
tanto con los viejos terratenientes mantuanos como con los nuevos
terratenientes republicanos, aquellos actores jugaron un papel destacado en la
estructuración de la nueva oligarquía. Gracias a sus vinculaciones con el
comercio exterior, el sector intermediario --integrado por comerciantes que
305
adquirían sus mercancías en los principales puertos-- y el control del escaso
circulante que existía en manos de los venezolanos, propiciaron que los
capitales ingleses, estadounidenses y alemanes ocupasen el vacío dejado por
los capitales españoles. Debido a la ausencia de instituciones bancarias, su
fuente principal de acumulación radicaba en el manejo del comercio exterior,
los préstamos de carácter usurario, el control del circulante y los mecanismos
del crédito, razones por las cuales se convirtieron rápidamente en el grupo
económico dominante en el plano político, la raíz de la burguesía comercial
venezolana.
El bloque oligárquico de poder latifundista
La clase burguesa formada en el marco de una estructura agraria latifundista,
esclavista y enfeudada constituía la base productiva del país que tenía en sus
manos el poder económico y el político, ya que la renta pública que financiaba
el funcionamiento del Estado venezolano y el gasto público dependía
fundamentalmente del pago de derechos de exportación del café, el cacao, el
tabaco, los cueros, las semillas de dividive y otros rubros agrícolas que ellos
producían y exportaban. Tenía, así mismo, el control de grandes masas de
campesinos enfeudados los cuales, llegado el momento, podían convertirse en
ejércitos campesinos para-militares privados, a través de los cuales podían
controlar el escenario político venezolano.
Por esas mismas razones, la oligarquía controlaba igualmente la naciente
burguesía comercial donde figuraban muchos inmigrantes extranjeros
dedicados al comercio con sus países de origen, particularmente de origen
alemán, inglés o francés los cuales se vincularon por matrimonio con las
mujeres u hombres de la aristocracia latifundista de abolengo, convirtiéndose
en un nuevo bloque de poder dominante por poseer el capital dinerario y ser el
306
vínculo con el mercado capitalista mundial. Dicho bloque de poder
económico, posteriormente, se hizo también dueño de las antiguas
plantaciones de caña de azúcar, de café y cacao en los estados Aragua,
Carabobo Yaracuy, Trujillo, Táchira, Zulia, Sucre, Monagas, entre otros, que
habían sido propiedad de viejas familias mantuanas (Brito Figueróa-IV1987:
1383).
Ese bloque de poder pasó a conformar en el siglo XX el núcleo de una nueva
oligarquía basada en la agroindustria, la industria licorera, el negocio de
exportación-importación, las comunicaciones, los medios de comunicación
social y muchos otros, vinculados a las organizaciones políticas locales y al
capitalismo transnacional, mientras que las viejas familias mantuanas que le
sirvieron inicialmente de cobijo, languidecían y desaparecían del escenario
político-social venezolano.
La base productiva de la economía venezolana: 1825-1900
La base del producto de la economía venezolana y el motor del comercio
exterior, como vemos, continuó siendo agropecuaria; la propiedad territorial
agraria continuó concentrada en un grupo social dominante, al igual que
durante la colonia española, sólo que –como veremos más adelante- comenzó
a modificarse la composición de la fuerza de trabajo explotada por dicho
grupo. Hacia mediados del siglo XIX, buena parte de dicha fuerza de trabajo
estaba todavía constituida por esclavos (as) negros (as) o personal sujeto
servidumbre efectiva, trabajadores (as) libres o asalariados (as)
o
arrendatarios (as) que trabajaban para las haciendas y esclavos (as) manumisos
(as) e indios (as) libres.
307
El comercio exterior, luego de la independencia se cerró con España, pero se
abrió con las Antillas, Europa (Holanda, Inglaterra, Francia y Alemania) y
Estados Unidos, predominando la economía agrícola vegetal que se practicaba
en la zona costero-montañosa del norte y el noroeste de Venezuela, región que
había estado durante la colonia española bajo el control de la antigua
Provincia de Caracas. En este el tipo de
producción agropecuaria se
discriminaba territorialmente de la siguiente manera: cacao, en Barlovento,
Aragua, Coro, Maracaibo y el piedemonte andino; añil,
en el antiguo
territorio de la Provincia de Caracas; tabaco, en Barinas, Maracaibo,
Barquisimeto y en las provincias del noreste de Venezuela; la caña de azúcar,
en Barlovento, los valles de la cuenca del lago de Valencia (Aragua y
Carabobo), Yaracuy, Maracaibo, Trujillo, Barquisimeto y el noreste de
Venezuela; el café, en Caracas, Aragua, los Andes y norte de Barcelona; la
región llanera y Guayana: cría de ganado vacuno, caballar y mular. De toda
esta producción agropecuaria, la del café adquirió primacía en el comercio de
exportación, seguido por el cacao, el tabaco, melazas, algodón, cuero, mulas,
y las semillas de dividive utilizada en el exterior (Estados Unidos, Alemania)
para la industria de curtiembre cueros (de Lima, 2002: 54,59).
Con base a la economía agropecuaria, el comercio exterior venezolano llegó a
crecer hacia mediados del siglo XIX un volumen evaluado en 6.400.000
pesos, mientras que el comercio de importación en un país que tenía una
infraestructura artesanal muy rudimentaria, alcanzó un volumen de 5.200.000
pesos. En los años 1842-43 y 1877-78, por ejemplo, los ingresos fiscales
principalmente percibidos por derechos de exportación aumentaron entre 83%
y 91% y los gastos públicos de 183% y 140%. Ello nos revela que el
308
funcionamiento del Estado nacional era deficitario, por lo cual tuvo que
recurrir a solicitar préstamos en el extranjero.
Las exportaciones de café llegaron a totalizar 26.666-000 libras, las de cacao
7.321.000 libras, la de cueros 436.000 unidades, las de tabaco 214.000 libras,
el ganado vacuno en pié 131.000 unidades y las mulas, un rubro muy
importante para el transporte de bienes por vía terrestre, 1235 unidades (Maza
Zabala, 1997: 204).
Una parte importante del comercio de importación se dedicaba, como veremos
luego,
a
la
compra
e
introducción
de
bienes
que
beneficiaban
fundamentalmente los gustos suntuarios de la oligarquía y la pequeña
burguesía: ferretería en general, quincallería, muebles, maquinarias e
implementos agrícolas, carruajes, carbón mineral, harinas, cereales, granos,
medicamentos, papel, juguetes, perfumes, joyas, monedas de oro y plata que
llegaron a sumar en una oportunidad un valor de 623.000 pesos.
El sistema tributario venezolano descansaba en el comercio exterior, de
manera que, por ejemplo, en los años 1842-43 el 73% de la renta del Estado
venezolano estaba representado por derechos de importación, 9% por derecho
de exportación y el 19% por la renta interna, incluido el monopolio de las
salinas: 19%. En el período 1847-48, por ejemplo, la recaudación por
concepto de derechos de importación alcanzó el 57% de la renta total,
mientras que los derechos por concepto de exportación montaban al 38% de
los ingresos fiscales. El resto de la renta interna era generado por impuestos a
la producción, la distribución y el consumo de licores y tabaco.
Construcción de la base material
309
Una de las tareas que tímidamente inició el gobierno de la oligarquía
venezolana hacia mediados del siglo XIX fue la construcción de la base
material que serviría para desarrollar el rendimiento de los modos de trabajo
capitalistas de los cuales dependía su reproducción como clase social. El
comercio difícilmente podía prosperar en las condiciones existentes en la
Venezuela de entonces, país que todavía sufría la devastación de la Guerra de
Independencia y cuyas poblaciones se hallaban prácticamente incomunicadas
entre sí. Para remediar de alguna manera ese grave problema, se inició la
recuperación y modernización del espacio social, particularmentelas vías de
comunicación (Cunill-Grau, 1997: 160-162).
Debido a la ausencia de medios adecuados de comunicación, el transporte de
pasajeros y mercancías seguía utilizando las picas, caminos y senderos que
estaban en uso de los tiempos coloniales. Por ello se construyó en 1845 una
nueva carretera entre Caracas- La Guaira y, en1850, otra entre ValenciaPuerto Cabello, con el objeto de facilitar las relaciones comerciales entre
aquellos puertos principales, los centros urbanos dependientes y las áreas de
producción cafetalera y de caña de azúcar que formaban la base de la
producción agroexportadora. Para finales del siglo XIX, se inició la
construcción de la red vial: una que irradiaba desde La Guaira y Puerto
Cabello hacia los valles de Aragua, Valencia, Nirgua, San Carlos, Villa de
Cura, San Juan de los Morros, valles del Tuy, Guatire y Guarenas; otra
carretera entre Barquisimeto; otra fue la red fluvial de mercancías y pasajeros
hacia el golfo de paria y las redes camineras que vinculaban a Barcelona con
las riberas del Orinoco, San Félix y Upata. La mayoría de dichas carreteras,
generalmente vías estrechas y sinuosas, continuaron en servicio hasta bien
entrado el siglo XX.
310
Otra innovación en materia de transporte terrestre fue la construcción de 960
kilometros de vías ferroviarias, cuya explotación fue concedida a empresas
inglesas y alermanas. Se trataba de redes ferroviarias limitadas, desarticuladas,
con diferentes tipos de trocha y de material rodante, las cuales no fueron
construídas con la idea futura de integrarlas en un solo sistema nacional. Los
ferrocarriles beneficiaron a regiones muy restringidas donde existían intereses
económicos muy puntuales como las minas de Aroa y el carbón de Naricual y
áreas de agricultura de exportación con sus centros urbanos en el Litoral
Central y Los Andes.
Paralelamente se diseñó un sistema de fluvio-lacustre que vinculaba las
cuencas de los ríos Catatumbo y Escalante y los puertos de Bobures, La Ceiba
y Gibraltar, por donde se exportaba la producción cafetalera andina
venezolana y de Santader, Colombia, vía el lago hacia el puerto de Maracaibo.
Otro importante
sistema de transporte fluvial vinculaba las regiones de
Portuguesa-Apure-Orinoco, en tanto que buques de vapor, bongos y piraguas
manteníanel tráfico de mercancías y pasajeros entre San Fernando de Apure,
Caicara y Ciudad Bolívar y entre San Fernando de Apure, Puerto Nutrias,
Arauca, Camaguán, hasta El Baúl y de allí, por vía terrestre, a los puertos de
La Guaira y Puerto Cabello.
El boom económico del Guzmanato: 1870
El acceso al poder de Antonio Guzmán Blanco en 1870 coincidió con las
grandes transformaciones económicas que se produjeron en el sistema
capitalista europeo y estadounidense hacia mediados del siglo XIX,
coincidentes a su vez con la aparición del Manifiesto Comunista escrito por
Carlos Marx y Federico Engels. El desarrollo de las fuerzas productivas se
expresó en aquellos países en un extraordinario avance tecnológico y en el
311
crecimiento y la concentración de la producción industrial, condiciones que
propiciaron el paso del
antiguo régimen de libre concurrencia de la I
Revolución Industrial dominada por la industria ligera, al del capitalismo
monopólico o financiero dominado por la industria pesada, la metalurgia, la
fábricas de maquinaria y la industria minera, entre otras, la del nuevo motor
del capitalismo: el petróleo (Brito Figueroa, I- 1973: 304).
La nueva fase de acumulación de capitales producidos por la II Revolución
Industrial tuvo como consecuencia la formación de una masa de capital
excedentario que, tal como habría de ocurrir más tarde alrededor de 1970 con
el gobierno de Carlos Andrés Pérez, buscaba invertirse en los países atrasados
de su periferia. Las inversiones en ferrocarriles, telecomunicaciones, minería y
otros, así como los empréstitos que aumentaron nuestra deuda externa y nos
trajeron tantos males sociales, aumentaron igualmente nuestra pérdida de
soberanía y una mayor dependencia de los centros extranjeros de poder.
La economía agroexportadora venezolana respondió rápidamente a la
coyuntura económica internacional, de manera que las exportaciones de café,
cacao y otras materias primas aumentaron en un 40% con relación a los años
anteriores, a causa del crecimiento del gasto suntuario y de la riqueza en
manos de las burguesías europeas; es así que, en 1890, la balanza comercial
venezolana mostraba un excedente favorable de 53 millones de bolívares. De
manera simultánea, la explotación de las minas cobre y de oro de las recién
descubiertas minas de El Callao, Provincia de Guayana, produjeron en el
período 1870-1890 1.326.459.39 onzas de oro con un valor de de
127.040.181,94 bolívares (Brito Figueroa, 1973: 305; Lavenda, 1977: 53-54).
El 3 de Septiembre 1878 se le concedió a la Compañía Minera Petrolia una
concesión del Estado venezolano para explotar los hidrocarburos durante
312
cincuenta años, en una zona ubicada en la frontera entre Colombia y
Venezuela. Utilizando rústicos métodos de excavación para recobrar el
petróleo del subsuelo y sistemas de refinación artesanal para destilarlo, la
compañía produjo hasta 1907 kerosene, el cual estaba destinado para el uso
doméstico y el alumbrado público. En 1854, el Estado venezolano otorgó una
concesión a D.B. Hellyer para explotar asfalto y, en 1883, otra a Horatio
Hamilton con el mismo fin. Esta última fue adquirida en 1885 por la New
York and Bermúdez Company, filial de la General Asphalt of Philadelphia,
comenzando en 1887 la explotación del
lago de asfalto natural llamado
Guanoco, actual estado Anzoategui.
El crecimiento de la economía venezolana durante
la década 1880-1890
durante el período guzmancista, fue impulsado por las prósperas cosechas de
café que trajo progreso a las burguesías latifundistas y comerciales de Táchira,
Mérida y Trujillo; la producción de cacao en Carúpano, Rio Caribe y
Yaguaraparo, península de Paria,
a los comerciantes y financistas de
Valencia-Puerto Cabello, cuyos negocios estaban ligados a la producción de
los valles de Aragua, el litoral cacaoatero y el hinterland llanero y –
finalmente- a los comerciantes y latifundistas caraqueños que extraían la
riqueza cafetalera de los valles del Tuy, de las tierras altas de la cordillera, y el
cacao de Barlovento de Ocumare y de Chuao. Todo lo anterior, unido a la
producción de oro y la perspectiva de la explotación petrolera por parte de
transnacionales estadounidenses, estimuló a diversos sectores ligados al
comercio y al incipiente desarrollo de la manufactura artesanal de bienes
ligeros. El sector usurero se transformó en financista, propiciando la creación
nuevos bancos y Casas de Crédito tanto en Caracas como en otras ciudades
del interior, particularmente en Maracaibo, donde se residenciaron
313
comerciantes alemanes cuyos negocios cafetaleros se extiendian hasta el
Táchira y el norte de Colombia, ciudad donde se inaugura el Banco de
Maracaibo el 20 de Julio 1882. El éxito del régimen modernista de Guzmán
Blanco radicó en unir sus destinos y compartir el gobierno del Estado con la
elite comercial y financiera, creándole a su gobierno un piso seguro como no
lo habían disfrutado hasta entonces otros gobiernos anteriores, precursor de lo
que sería ochenta años más tarde el futuro Estado corporativista de la IV
República (Harwitch Vallenilla, 1986: 48-54).
314
CAPÍTULO 20
El Estilo de Vida Consumista de la Burguesía Nacional Venezolana: Siglo
XIX
Cuando Guzmán Blanco accedió al poder en 1870, la población de Caracas
era de 48.897 habitantes. La ciudad no había crecido más allá de lo que había
sido desde le época colonial, aunque se estaba extendiendo hacia el este,
saltando sobre el limite original de la quebrada Catuche hacia el río Anauco y
hacia el sureste atravesando el río Caroata. La modernización urbana de
Caracas, comparada con la que experimentaban en ese momento ciudades
como Buenos Aires, Río de Janeiro y Sao Paulo, fueron modestas (Lavenda,
1977: 74). Sin embargo, el objetivo político de Guzmán Blanco era
transformar el paisaje urbano colonial y construir la simbología del cambio de
las condiciones materiales en la vida cotidiana, con el cual deseaba impactar
el imaginario colonial de los y las caraqueños (as) y los y las venezolanos.
La traza urbana de Caracas se modernizó con bulevares, puentes, tranvías,
hoteles, restaurantes, cámaras de comercio, alumbrado público, teatros como
el Municipal, bibliotecas, academias, museos, el servicio telefónico CaracasLa Guaira y también con
Valencia, y Puerto Cabello, un observatorio
meteorológico, así como centros manufactureros en Caracas, La Guaira,
Puerto Cabello y Maracaibo. El antiguo sistema productivo colonial artesanal,
se transformó con la creación de fábricas de maquinarias y enseres para la
agricultura, carruajes en Caracas y Valencia, industria textil en Valencia,
fabrica de pabilo en Caracas, etc. En 1893 ya existían 286 empresas
315
manufactureras: fábricas de muebles, de calzado, de pastas alimenticias,
alfarerías, jabonerías, tenerías, tabaco, textiles, sombrererías, fabrica de ron en
Maracaibo y Carúpano y muchas otras.
Como contraparte del desarrollo manufacturero, se incrementó el negocio de
la agroexportación y la importación de bienes de consumo en Caracas, La
Guaira, Valencia, Puerto Cabello, Maracaibo, San Cristóbal, Valera, Carúpano
y Cumaná. Para el año 1873, ya existían en Caracas nueve grandes firmas
comerciales, 23 grandes consignatarios, 35 bodegueros que almacenaban las
cosechas de café y cacao, y más de cien comercios de bienes de lujo: joyerías,
vestidos, librerías, etc. para gente de altos recursos (Cunill Grau, 1997: 163164).
La Fuerza de trabajo: 1870-1900
Como consecuencia de la ampliación y modernización de la estructura
productiva venezolana se produjo, correlativamente, una diversificación del
mercado laboral caraqueño, situación que se manifestó seguramente, en los
otros centros urbanos venezolanos para el mismo período. La clase popular
constituía el 90% de la fuerza de trabajo caraqueña que vendía su tiempo
laboral en las manufacturas que habían surgido hacia finales del siglo XIX, y
estaba integrada por cuatro categorías principales:
1) Artesanos que poseían sus propios talleres
2) Trabajadores calificados: existían 56 carpinterías y 1103 carpinteros;
16 herrerías y 212 herreros; 112 talleres para modelar bronces con 141
obreros; 1 taller para fabricar coches con 62 obreros; 13 talleres para
fabricar arneses y sillas para caballos con 196 trabajadores; 18 joyerías
con 77 trabajadores; 17 relojerías con 29 trabajadores; 10 tapicerías y
316
52 tapiceros; maestros albañiles (que hacían el oficio de los arquitectos
para el diseño de las viviendas) y albañiles: 2479 trabajadores; 8
camiserías y 114 camiseras; 54 sastrerías y 348 sastres: 13 sombrererías
y 81 sombreros; 34 zapaterías y 903 zapateras; 28 alpargaterías y 398
alpargateras. Otros oficios eran: 169 mecánicos, 94 maquinistas, 125
músicos y músicas, 13 escultores y escultoras; 502 tabaquerías con 508
empleados y empleadas 294 tejedores y tejedoras y 533 pulperos y
pulperas.
Segundo nivel: 203 alfareros y alfareras, 9 bailarinqs, 184 barberos, 188
colchoneros y colchoneras, 32 teñidores y teñidoras de cuero, 37
encuadernadores y encuadernadoras de libros, 6 fabricantes de espejos,
14 horticultores y horicultoras,
38
destiladores y destiladoras de
licores, 639 panaderas, 26 fabricantes de fuegos artificiales, 38
fabricantes de velas, 2742 cocineros y cocineras, 17 parteras y 93
mujeres modistas.
Tercer nivel: oficios que requerían menos habilidades y mayor
capacidad para el trabajo manual: 213 labradores, 977 obreros y obreras
de las fabricas de cigarrillos y licores, 523 lavanderas, 765 planchadores
y planchadoras, 65 arrieros, 87 buhoneros o vendedores a domicilio
(particularmente libaneses llamados también “turcos”), 100 obreros
gubernamentales (porteros, aseadoras, etc), 88 jardineros, 1663
soldados, 44 pescadores y pescadoras (pesca de bagres en el río Guaire),
37 marineros, 3306 trabajadores y trabajadoras para todo uso y 62
parihueleros o carrretilleros para efectuar las mudanzas de enseres
domésticos (Lavenda, 1977: 250-252).
317
La mayor parte de esos trabajadores eran zambos, negros, mulatos o indios
traídos del interior de Venezuela y un porcentaje menor blancas de orilla,
particularmente canarias, que se desempeñaban como obreras en las fabricas
de cigarrillos, como arrieros, en la fabricación y distribución a domicilio de
carbón vegetal para la cocina diaria, reparto de pan leche, verduras y
legumbres a domicilio, etc.
La Exposición Nacional de Venezuela en 1883
El 23 de Agosto de 1883 fue inaugurada en Caracas la Exposición Nacional de
Venezuela, organizada por el sabio Adolfo Ernst para conmemorar el primer
centenario del nacimiento de El Libertador Simón Bolívar. Para alojar dicha
exposición, se construyó un local ad-hoc en la actual esquina de La Bolsa,
anexo al viejo edificio de la Universidad Central de Venezuela.
El análisis de los contenidos de la Exposición Nacional de Venezuela en 1883
(Ernst, III: 1983), refleja de manera muy acertada el nivel de desarrollo de las
fuerzas productivas que había alcanzado la sociedad venezolana en el último
tercio del siglo XIX: un mínimo sector productivo industrial o artesanal
localizado en los grandes centros urbanos como Caracas, Valencia y
Maracaibo, un gran sector productivo artesanal y doméstico, y un sector
extractivo o recolector de materias primas vegetales y animales. La exposición
presentaba al público un inventario general de la producción de bienes
terminados, producción de bienes artesanales a nivel domestico así como de
materias primas vegetales, animales y minerales.
La exposición de bienes artesanales terminados representaba las características
ya expuestas de la fuerza laboral y de los centros productivos. La mayor parte
del catálogo de la exposición estaba dedicada a los productos de
318
agroexportación como el café, el cacao, el tabaco, el algodón, la caña de
azúcar; a las diversas variedades de frijol, quinchoncho, arvejas, tapiramos,
quimbombó, yuca y muchos otros alimentos; a los diversos tipos de madera
exportable y sus derivados como la goma y el caucho; a las materias tintóreas
como el dividive, etc. Otro renglón importante estuvo dedicado a la muestra
de maquinaria importada, particularmente la dedicada a la producción del
café y la caña de azúcar. Un sector igualmente representado fue el de la
importante producción de bienes artesanales para la vida cotidiana, tales como
libros y encuadernación de libros, zapatos, telas, cigarros, chinchorros,
hamacas, escobas, bolsos, cuerdas, cestas, bastones, ropa, tejidos de aguja y
bordados, alfarería artesanal para uso doméstico, etc.
La exposición reveló también la persistencia de formas de trabajo y
producción de bienes artesanales que se vinculaban a los antiguos obrajes
indígenas de los siglos XVI y XVII, como era la producción de telas de dril
blanco y de color provenientes del estado Lara, en “..cortes de 5 metros de
largo y 63 cm. de ancho… al precio de 10 bolívares…” Estas telas eran tejidas
en las comunidades indígenas criollizadas de Quíbor y El Tocuyo, utilizando
un tipo de telar horizontal con lizos y pedales introducido en el siglo XVI, que
eran reminiscencia, a su vez, de los utilizados en Europa durante la Edad
Media (Sanoja, 1979b: 45-55).
La Exposición Nacional de Venezuela, réplica local de las Exposiciones
Universales que se celebraron en París en la segunda mitad del siglo XIX, nos
refleja también la materialidad del quiebre histórico que se estaba produciendo
en nuestro país con la finalización de los modos de vida coloniales -cuya base
era fundamentalmente agrícola y rural- y su fase epigonal de naturaleza
mercantil-importadora que comprometía particularmente a la burguesía urbana
319
en ascenso, cuyo imaginario estaba capturado por la ideología consumista del
capitalismo europeo y estadounidense.
Testimonio arqueológico del consumismo burgués caraqueño: 1850-1898
La Segunda Revolución Industrial impactó comercialmente la periferia del
mundo capitalista desarrollado hacia mediados del siglo XIX. Tanto los países
de Europa occidental como Estados Unidos, iniciaron una nueva era de
expansión colonial que les llevó a apoderarse de todo el continente africano,
gran parte de Asia, y el Medio Oriente. Estados Unidos, potencia capitalista
emergente, se apoderó por la fuerza del 75% del territorio norteamericano
asesinando o sometiendo a los pueblos originarios y despojando a México del
50% del territorio que había heredado –según el principio legal de uti
posedetis jure- del antiguo Virreinato de México. No contento con ello, clavó
sus garras imperialistas en el despojo del antiguo imperio español en el Caribe
y en el Pacífico, apropiándose de Cuba, Puerto Rico y otras pequeñas islas
antillanas, así como del archipiélago de las Filipinas y
de Hawaii. En
Venezuela y fundamentalmente en Caracas, a partir de 1850 comenzó una
nueva era necolonial signada por la influencia de la cultura europea,
particularmente la francesa.
La arqueología urbana caraqueña nos revela la gran influencia comercial que
alcanzó Francia en todos los órdenes de la vida cotidiana de la burguesía y la
clase media de entonces, ejemplificada por el estilo consumista exacerbado
que la caracterizaba. Ello se evidencia, particularmente en Caracas, por la
presencia en los sitios arqueológicos urbanos de una variada gama de
320
mercancías importadas que nos describen el posible inventario de una tienda
caraqueña del siglo XIX: botellas de vino francés Chateaunef du Pape y
Chateau Laffitte, de cognac Hennesy, botellas de
ginebra y de cerveza
posiblemente holandesas envasadas en recipientes de gres, botellas en gres de
cerveza stout de origen inglés, botellas de cerveza stout con la marca Patent
envasadas en botellas de vidrio artesanal, posiblemente de origen inglés o
estadounidense, copas y vasos de cristal tallado posiblemente de Bohemia,
cubiertos de proveniencia inglesa o estadounidense con mango de hueso o
madera, cepillos de dientes tallados en hueso o marfil armados con cerdas
animales, frascos de medicinas francesas, remedios para el estreñimiento,
perfumes franceses, cremas faciales, frascos de aceite Maccasar provenientes
de Indonesia y utilizado como gomina para el cabello de los hombres, peines
de carey o de hueso, peines finos de baquelita para sacar los piojos del cabello,
mantillas o pañoletas para mujeres, botines para los hombres, ropa de
muselina, zapatos de lujo para mujeres, collares, pendientes, peines y peinetas
fabricados en vulcanita (llamada también hard rubber, inventada en 1839)
juegos de vajillas de mesa completos manufacturadas en Bordeaux o en
Alemania, platos de loza inglesa Staffordshire, loza culinaria inglesa de color
rojo tipo “biscuit”, bacinillas de loza inglesa tipo pearl ware, juegos de
cubiertos metálicos, botones de camisa o de bragueta tallados en hueso, yuntas
metálicas para camisas de hombre, pomos de bastones y camafeos ambos
tallados en marfil, juegos de ajedrez con piezas talladas en marfil, juegos de
dominó tallados en marfil o en hueso, dados para juegos diversos tallados en
hueso, recipientes de cristal para sustancias perfumadoras del ambiente y
floreros, alimentos enlatados, ropa de muselina, zapatos, cubiertos, etc.
321
Ese largo inventario de ítemes recuperados en las excavaciones arqueológicas
caraqueñas (Vargas Arenas et alíi, 1998; Sanoja et alíi, 1998; Sanoja y Vargas
Arenas, 2002) es evidencia de un cambio sustancial en la cantidad y la calidad
del consumo de bienes suntuarios importados, estilo de consumo que era
prácticamente inexistente antes de 1850. Se observa igualmente que la mayor
parte de la loza culinaria: ollas, calderos, cuencos, pimpinas, platos, budares,
etc., tal como ocurría desde el siglo XVI, eran de loza artesanal criolla de
tradición indígena, que se podía comprar en las bodegas o mercados populares
caraqueños.
Ya no se trataba sólo –como anteriormente- de adquirir ciertas mercancías
utilitarias aisladas para el uso cotidiano, sino de trasladar con las mercancías
todo un contexto de que representaba el estilo de vida de las clases altas de las
ciudades de los principales países capitalistas, con toda la carga ideológica que
ello supuso. En el mejor estilo neocolonial, la burguesía y el embrión de clase
media caraqueña no solamente querían consumir mercancías francesas, sino
simultáneamente querían imitar y parecerse a los parisinos, a los
newyorquinos y a los berlineses, tal como hoy quieren imitar y parecerse a los
mayameros.
El análisis hemerográfico de avisos publicitarios impresos tomados de una
muestra de la prensa caraqueña entre 1843 y 1880 (Aburto, 1998: anexo I),
permite constatar la oferta creciente de loza, cristalería, ferretería en general,
cubiertos, revólveres, etc., importados de Francia, Inglaterra, Alemania y
Estados Unidos, que de cierta manera aluden a los materiales recuperados
tanto en el Viejo Reducto militar (hoy día Teatro Municipal; Vargas Arenas et
alií, 1998) como en la antigua residencia de Luisa Cáceres de Arismendi (que
322
se halla hoy día bajo el edificio de la actual Escuela Superior de Música José
Ángel Lamas; Sanoja et alíi 1998; Sanoja y Vargas Arenas, 2002).
En su extraordinaria obra sobre la vida cotidiana de la aristocracia caraqueña
en el período guzmancista, Lavenda (1977), utilizando las crónicas del período
gusmancista, reconstruye el cuadro costumbrista de una mansión caraqueña
cuyo equipamiento mobiliario, mueble o inmueble, se podía comparar con el
de cualquiera otra ciudad del llamado primer mundo. Paralelamente, nos
describe las miserias del personal que laboraba en la fábrica de cigarrillos El
Cojo, propiedad de la familia Delfino (Lavenda, 1977: 256), la cual utilizaba
solamente la mano de obra de jóvenes “isleñas” o canarias quienes trabajaban
bajo un régimen cuasi esclavo devengando salarios de hambre.
Como podemos apreciar de lo expuesto en páginas anteriores, el modo de
trabajo agro-exportador de materias primas (café, cacao, algodón, tabaco,
cueros de ganado, maderas finas, etc.) que caracterizó el modo de vida
colonial mercantil, persiste también todavía como dominante en el modo de
vida nacional burgués. Los beneficios económicos obtenidos por la oligarquía
exportadora latifundista y comercial, cosmopolita, fueron instrumentales para
desarrollar el negocio de importación de bienes suntuarios, susceptible por
tanto a los vaivenes de la economía mundial, lo cual se materializó -desde
mediados del siglo XIX- en la generación del estilo de vida consumista que
llega a ser característico de las burguesías urbanas. Por el contrario, la
naciente clase media y la clase popular, cuyos modos y procesos de trabajo se
vinculaban con la incipiente burocracia estatal y comercial, los servicios en
general, la artesanía, la agricultura y la cría, etc., que conformaban
la
economía interior, estaban relacionados -por el contrario- con un estilo de vida
323
cuyos valores sociales eran austeros, conservadores, característicos de los
diversos sectores de la vieja sociedad rural venezolana.
Los integrantes de la clase media, tanto de la pre-petrolera como
posteriormente los de la petrolera, no eran propietarios de los medios de
producción, aunque su condición de mano de obra explotada por la clase
dominante en el proceso de producción y consumo través de la especulación,
la usura, los impuestos, el nivel de ingreso y el estatus socio-profesional no
era percibida e incorporada a su imaginario. Ese dualismo de la sociedad
venezolana se prolongó como estructura social dominante hasta 1930, cuando
la que podríamos llamar como “revolución cultural petrolera” hizo colapsar
definitivamente los vestigios del ancien regime colonial venezolano (Maza
Zavala, 1997: 210-214).
La Revolución Liberal Restauradora: condiciones para
estabilizar el
capitalismo
No es una simple coincidencia que la introducción del pensamiento positivista
en Venezuela en los años postreros del siglo XIX coincidiese con la expresión
de consignas tales como restauración, orden, paz y progreso, ya que sin esas
condiciones históricas no hubiese podido
instalarse en Venezuela una
verdadera sociedad capitalista dependiente que sirviese a los designios
neocoloniales del imperialismo europeo o el estadounidense.
Las fuerzas del liberalismo que movía desde Caracas la economía agroexportadora venezolana de los modos de vida nacionales, ya lucían agotadas y
estancadas para finales del siglo XIX. El bloque político liberal republicano
que había confiscado el poder desde 1830 apoyado en el sistema productivo
del antiguo modo de vida colonial mercantil se encontró confrontado con una
324
realidad insoslayable: los centros del poder neocolonial ya no estaban en
España sino en Inglaterra, Francia y Estados Unidos, países cuyas burguesías
estaban interesadas en apropiarse de los recursos y materias primas que se
hallaban en los países de su periferia, mediatizando la nueva relación colonial
a través de gobiernos serviles que adoptasen formas de organización social,
política y económica que permitiesen a sus socios una mayor rentabilidad con
un mínimo de inversión.
El éxito de la política neocolonial dependía de la puesta en práctica de una
política cultural destinada a generar nuevos significados culturales en la
población subordinada, en este caso la venezolana, que sirvieran como
mecanismos de legitimación de su poder político y consagrara su dependencia
económica de los centros de poder estadounidenses y europeos (Vargas
Arenas, 2007: 15 y siguientes).
El discurso político euro-céntrico de Guzmán Blanco, que apuntaba hacia la
sustitución de los elementos culturales nativos por los afrancesados, tenía
como uno de sus objetivos centrales justificar las relaciones de poder
establecidas por la elite oligárquica del centro de Venezuela y sus vínculos
con el poder europeo. El estilo de vida que servía como señuelo para seducir
el imaginario popular estaba basado -como hemos expuesto en páginas
anteriores- en el consumismo sibarita de mercancías importadas de Francia,
Inglaterra, Alemania y Estados Unidos. Sin embargo, la misma naturaleza de
dicho discurso hacía imposible que la población popular pudiese construir a
partir del mismo prácticas socioculturales equivalentes en su vida pública que
contradijesen las normas culturales que regían su conducta en la práctica
doméstica (Vargas Arenas, 2007: 16 y siguientes).
325
La oligarquía rentista caraqueña, al igual que toda la venezolana, se mantenía
de los ingresos que producía el trabajo enfeudado y semi-esclavo de los
peones de hacienda, colonos y aparceros que se dedicaban a los cultivos
comerciales que se exportaban hacia Europa y Estados Unidos: el café, el
cacao, el tabaco y la caña de azúcar. Sin embargo, a diferencia de la caraqueña
o central en general, otras oligarquías como la tachirense de finales de siglo
tenían otro código de ética. El café era el principal producto de la agricultura
tachirense y la mayor parte de las casas comerciales que financiaban,
compraban y exportaban las cosechas vía el puerto de Maracaibo eran
alemanas. Los factores alemanes de las Casas de Comercio habían transmitido
a sus clientes tachirenses la idea calvinista y liberal del trabajo duro, la
educación, la disciplina y el mantenimiento de la paz social como requisitos
indispensables para poder construir un sistema político y productivo eficiente
(González, 1994: 136-141).
La burguesía regional tachirense tenía muy clara la necesidad del desarrollo
agrícola como fundamento de su supervivencia, así como también de la
vulnerabilidad de la economía regional al depender de un solo rubro. El
carácter de la mono-producción, unida al deficiente nivel técnico del sistema
de cultivo y procesamiento del café, eran una limitante para el futuro
económico y la modernización de su distribución y venta a nivel regional,
nacional e internacional.
La burguesía tachirense de finales del siglo XIX era una elite con un proyecto
político liberal, regionalista y nacionalista, sin vacilaciones, confusiones o
fisuras teóricas: “…No se trataba de un simple grupo de tenderos
enriquecidos o de especuladores oportunistas…” (González, 1994: 141), sino
de una burguesía agraria y comercial cuya ideología estaba sustentada en la fe
326
en la libre empresa, la educación, la ciencia y la técnica. A partir de ese
contexto, se organizó la llamada Revolución Liberal Restauradora que llevó al
poder a Cipriano Castro y a Juan Vicente Gómez en un momento cuando los
intereses geopolíticos del gobierno de Estados Unidos se estaban posicionando
en Venezuela, espacio que hasta ese momento había estado dominado por las
inversiones alemanas, particularmente visibles en la economía tachirense
(Cunill Grau 1993: 10-1; Carrero, 2000: 268-270).
No fue simple coincidencia que la introducción del pensamiento positivista en
los años postreros del siglo XIX y comienzos del XX (Grasses y Pérez Vila,
1961.),coincidiese
con
la
formulación
de
expresiones
tales
como
“restauración”, “orden”, “trabajo” y “paz y progreso”, que se convirtieron en
emblemáticas para el gobierno liberal restaurador de Cipriano Castro. Sin el
logro de esas condiciones sociales, la consolidación de la sociedad capitalista
dependiente no podría lograrse en Venezuela. Pero ¿dónde estaban las fuerzas
sociales que podrían servir de instrumento para lograrlas?
Hacia finales del siglo XIX, la posibilidad de reciclar el modo de trabajo del
modo de vida monoproductor agroexportador y el estilo de vida rentistaconsumista característico del antiguo modo de vida colonial mercantil y del
actual modo de vida nacional requería una modernización profunda de la
sociedad venezolana, así como del sistema productivo nacional en su
totalidad. La escuálida situación fiscal venezolana, unida al tamaño de la
deuda pública interna y externa en el año fiscal 1899-1900 (197.982.419 Bs.),
influyeron poderosamente en el desenvolvimiento político de los regímenes de
Cipriano Castro y Juan Vicente Gómez (Carrero, 2000: 242).
Como ya expusimos en los inicios de esta obra, desde el primer milenio de
nuestra era, las sociedades originarias que habitaban los valles intermontanos
327
y el piedemonte de la región andina, habían alcanzado en el siglo XVI, junto
con las sociedades originarias del edo.Lara, el mayor nivel de complejidad
sociopolítica y tecnológica de toda las formaciones sociales precapitalistas
venezolanas (Vargas Arenas, 1990; Sanoja y Vargas Arenas, 1992; 2007: 1823, 1999). La tachirense y la andina y subandina en general de finales del siglo
XIX eran sociedades criollas surgidas de un sustrato histórico indígena
precapitalista, políticamente jerarquizado e integrado, con un concepto
efectivo de la gestión de la producción y la utilización y mantenimiento de su
capital agrario, cuyos recursos materiales y humanos habían sido preservados
de la devastación ocurrida durante la Guerra de Independencia y de la mayoría
de los enfrentamientos militares ocurridos en el siglo XIX (Sanoja, 1991:
231).
Como respuesta a la pregunta que nos formulamos en párrafos anteriores,
podríamos decir que las fuerzas sociales capaces de promover un movimiento
de restauración o renovación del proyecto liberal decimonónico existían en ese
momento en la región geohistórica andina y subandina venezolana. Convertir
en un ejército moderno y disciplinado el personal de campesinos, caporales,
mayordomos y administradores de las haciendas, hombres y mujeres
acostumbrados a respetar las jerarquías sociales, el trabajo metódico, a la
acción silenciosa y efectiva, parece haber sido cosa fácil en los albores del
siglo XX. En breve tiempo, los batallones de infantería andina se convertirían
en la punta de lanza de la Revolución Restauradora. Armado con fusiles
máuser de repetición y cañones de campaña Krupp, las armas más modernas
del arsenal militar de la época, el ejército andino
derrotó en una breve
campaña militar a los grandes capitanes epígonos del antiguo régimen,
marcando así el principio del fin de la antigua
328
sociedad de colonial
venezolana que había comenzado en el siglo XVI y el inicio de la neocolonial
en la cual vivimos hasta inicios del siglo XXI (Sanoja, 1991: 231).
329
PARTE IV
PROCESO SOCIOCULTURAL Y ECONÓMICO VENEZOLANO DEL
SIGLO XX
330
CAPÍTULO 21
El Modo de Vida Nacional Petrolero (Rentista)
Según Brito Figueroa (1986-II: 349-359), la historia venezolana del siglo XX
está marcada particularmente por la implantación de la Cultura del Petróleo
(Quintero, 1968, 1972), la exacerbación del subdesarrollo y la dependencia y
del desarrollo demográfico de la población urbana, proceso donde se pueden
visualizar dos períodos:
1) La época colonial, inicio de la penetración imperialista, cuando fue
prorrateado el suelo y el subsuelo del país e impuesta dictadura petrolera de
Juan Vicente Gómez, hasta la II Guerra Mundial, cuarta década del siglo XX.
2) La época neocolonial, “…correspondiente a la Venezuela contemporánea,
caracterizada no por una simple dependencia en cuanto a los instrumentos
fundamentales de la riqueza nacional venezolana, sino por el dominio
absoluto de los monopolios norteamericanos sobre todos los niveles de la vida
económico-social de Venezuela…”
Nosotros hemos privilegiado utilizar la categoría de FES colonial para
calificar el proceso histórico que va desde el siglo XVII hasta las tres primeras
décadas del siglo XIX, la FES nacional para calificar el proceso histórico que
se inicia a mediados del siglo XVIII con la creación del Estado Colonial
Caraqueño (Sanoja y Vargas-Arenas: 2002) y el modo de vida nacional
monoproductor agroexportador, continúa con la III República en 1830 y
culmina, transitoriamente, con el carácter dominante de la explotación
331
petrolera, proceso este útimo que hemos caracterizado como un modo de vida:
el modo de vida nacional monoproductor petrolero.
A finales de la época denominada por Brito Figueroa como colonial, la
burguesía venezolana, dominada por la burguesía andina, logró imponer un
liderazgo político fuerte, primero bajo Cipriano Castro luego bajo Juan
Vicente Gómez con el apoyo de los intelectuales y las clases políticas, andina
y central, que habían mantenido el antiguo régimen liberal del siglo XIX.
El proyecto político de los liberales tachirenses acaudillado por Castro era
nacionalista y como tal despreciaba a los banqueros y mercaderes usureros
de las regiones del centro de Venezuela que habían secuestrado el gobierno
nacional durante el siglo XIX. En este sentido, se diferenciaba tanto de sus
antecesores como de su sucesor Juan Vicente Gómez, ya que Cipriano Castro
fue uno de los políticos venezolanos de la época que tuvo una conciencia más
clara sobre el poder del imperialismo europeo y estadounidense y de la
amenaza que representaba para Venezuela la alianza mortal del imperialismo
con los banqueros y comerciante apátridas venezolanos de la época.
El bloqueo naval impuesto a Venezuela en 1902 por parte de las potencias
capitalistas, tuvo como pretexto el cobro de la deuda externa, pero -en verdadlos apetitos imperialistas de aquellas tenía como objetivo aprovechar el estado
de conmoción que vivía la República para invadirla, desmembrar el territorio
y crear nuevos enclaves coloniales europeos para apropiarse de los recursos
petroleros cuya cuantía ya era conocida. Cipriano Castro, a pesar de la
extrema debilidad militar de Venezuela, supo resolver con claridad y firmeza
la amenaza de invasión militar extranjera, ganándose el odio de las oligarquías
de los países imperiales que lo persiguieron y lo humillaron hasta su muerte en
1924 (Velásquez y Sanoja Hernández, 1980).
332
La dictadura gomecista y la consolidación de la Venezuela neocolonial
Vargas Arenas ha caracterizado el tiempo histórico del gomecismo,
denominado por Brito Figueroa como época neocolonial, como aquel cuando
“…el bloque de poder interno se estructuró en torno a la oligarquía local y se
articuló perfectamente con el bloque imperial y sus intereses. Gómez se rodeó
de un círculo de allegados que actuaban como sus asesores, conformado por
intelectuales y antiguos hacendados tachirenses devenidos generales, el
sector de la vieja oligarquía central del siglo XIX, donse se encontraban
miembros destacados de la oligarquía valenciana y un grupo de intelectuales
de la oligarquía caraqueña…la tecnocracia vinculada a las petroleras y
representantes de las petroleras transnacionales mismas…La vieja buguesía
nacional agroexportadora tradicional no formó parte importante del bloque
de poder doméstico ya que se encontraba en franca declinación…y
desapareció de la escena política y económica a partir del año 1925,
momento cuando el petróleo se consolidó como el principal producto de la
exportación… (Vargas Arenas, 2007: 19).
Con el apoyo irrestricto de la dictadura gomecista, el capital monopólico
invertido
en
Venezuela
desde
inicios
del
siglo
XX
se
dirigió
fundamentalmente hacia la explotación de los hidrocarburos para satisfacer los
iintereses de las empresas petroleras extranjeras, no las necesidades del
desarrollo socio-económico de Venezuela. A partir de ese momento, el
petróleo se convirtió en la fuente principal de la renta nacional desplazando a
la renta agropecuaria tradicional producto de la exportación del café, del
cacao, del tabaco, causando la ruina de las viejas oligarquías regionales, de
los latifundistas mantuanos o europeos. Esta circunstancia permitió al bloque
de poder gomecista apropiarse de la mayoría de las haciendas cafetaleras y de
333
los hatos ganaderos que formaban la base de sustentación económica y del
poder militar tanto de las antiguas
como de las nuevas oligarquías
provinciales, para hacer realidad su divisa de Orden, Paz y Trabajo, iniciando
también el proceso de concentración de la propiedad territorial agraria en
manos del gomecismo (Vargas Arenas y Sanoja, 2006: 56; 2008: 149-150).
Los negocios del antiguo bloque de poder dominante en Venezuela, sobre el
cual se montó entonces el gomecista, se vieron beneficiados, entre 1914 y
1918, período de la I Guerra Mundial, con el aumento de las exportaciones
agropecuarias venezolanas de café, cacao y productos derivados de la
ganadería. En los países beligerantes, el esfuerzo de guerra obligó a movilizar
en los ejércitos un importante contingente de fuerza de trabajo, la mayor parte
de origen campesino o trabajadores de la industria, lo cual debilitó la
capacidad productiva agropecuaria de dichas naciones. Por esa razón, las
naciones no beligerantes, como fue el caso de Venezuela, tuvieron que
aumentar su cuota de exportación de productos estratégicos para el esfuerzo
de guerra de los aliados, tales como balatá y caucho, cueros de ganado, café,
cacao, etc.,
cuyo valor total subió de Bs.74.728.021 en 1914 a Bs.223-
549.744 en 1919. De igual manera, la reserva de oro en los bancos
venezolanos aumentó de Bs.9.426.371 en 1914, a Bs. 51.718.201 en 1919.
(Brito Figueroa, II-1986: 378). Esta prosperidad favoreció particularmente a la
clase de comerciantes y prestamistas usureros, a los terratenientes y a la
burocracia gubernamental que formaba parte importante de la nueva clase
media, exacerbando el estilo de vida consumista que ya había echado raíces
desde mediados del siglo pasado en la burguesía venezolana, así como el
apoyo de esos sectores a las políticas entreguistas que prácticamente regalaban
la riqueza del petróleo nacional a las compañías estadounidenses e inglesas.
334
Para hacer viable la transformación de país monoproductor agropecuario en
otro también monoproductor, pero petrolero bajo la dominación del capital
extranjero, se inicia con la dictadura de Juan Vicente Gómez la creación de la
estructura institucional de un Estado nacional moderno en el campo de las
finanzas, las obras públicas, la educación, el ejército, la salud, la política
internacional, la seguridad pública y las comunicaciones. La creación de un
ejército moderno y profesional y de un servicio de inteligencia que controlara
las comunicaciones telefónicas, telegráficas y postales contribuyó no
solamente a eliminar el poder decimonónico de las antiguas oligarquías
provinciales que se habían rebelado contra el régimen, sino a cooptarlas para
que entrasen a formar parte de su gobierno, unificando las presidencias de
estados bajo la férula del gobierno central. Dicho proceso
contribuyó a
acelerar todavía más la concentración de la propiedad territorial agraria, un
tercio de la cual ya era propiedad de la familia Gómez, a inflar la importancia
y el volumen del capital comercial y el usurario nacional, mientras que el
capital industrial extranjero (petrolero) representaba el 63% del total nacional
(Brito Figueroa, II: 1986: 379-393).
La Cultura del petróleo
A partir de 1936, el auge de la industria petrolera quebrantó tanto la antigua
estructura geohistórica regional como la cultural que había caracterizado la
población venezolana desde el siglo XVI (Sanoja y Vargas Arenas, 1999Orig;
Vargas Arenas, 2007),
debido al volumen de las corrientes migratorias
internas de población hacia las ciudades más favorecidas por las mejoras en
las condiciones laborales, de salario y asistencia social: Caracas, Valencia,
Maracaibo, Maturín, Puerto Cabello, Barcelona, Puerto La Cruz, y por el
335
innovador estilo de vida “usamericano” que se vivía en los nuevos
campamentos petroleros.
Como modo de legitimar la necesidad histórica de la dictadura, Laureano
Vallenilla Lanz, descendiente de la antigua clase mantuana latifundista,
escribió su conocida obra Cesarismo Democrático (1961), considerada como
una apología de la figura de Juan Vicente Gómez. Vallenilla Lanz, depositario
de la carga del tiempo histórico colonial, se reveló también como un sagaz
observador de la historia social venezolana cuando analizó, casi con sentido
profético, el carácter particular de la democracia venezolana la cual no se
asemejaba al concepto de democracia surgido de la revolución francesa ni de
la revolución estadounidense, sino que era todo lo contrario, un todo lo
contrario cuyos contenidos sociales, culturales y políticos todavía hoy día no
terminan de entender los filósofos y los actores políticos que dirigen la actual
contra-revolución burguesa venezolana y su pleito doméstico con la
Revolución Bolivariana. Decía Vallenilla:
“…El verdadero carácter de la democracia venezolana ha sido desde el
triunfo de la Independencia, el predominio individual teniendo su origen y su
fundamento en la voluntad colectiva, en el querer de la gran mayoría popular
tácita o explícitamente expresada…El César democrático… es siempre el
representante y el regulador de la soberanía popular…el poder individual
surgido del pueblo por encima de una gran igualdad colectiva…” (1961: 206207). A buen entendedor, pocas palabras.
La riqueza petrolera que existía en el subsuelo venezolano se hizo muy
conocida desde 1914 en el mundo de los monopolios internacionales
financieros y petroleros, año cuando la compañía Caribbean Petroleum Co.,
subsidiaria de la Shell Oil Co, completó el primer pozo petrolero comercial en
336
Mene Grande, comunidad situada sobre la costa noreste
del lago de
Maracaibo. La compañía perforó nuevos pozos en el lago y construyó una
pequeña refinería en San Lorenzo. En 1917, se realizó el primer embarque
petrolero desde Venezuela hacia Estados Unidos.
Otra compañía, la Colón Development Co., igualmente subsidiaria de la Shell,
realizó perforaciones entre 1915 y 1916 en las regiones selváticas pantanosas
de Rio de Oro y Tarra, suroeste del lago de Maracaibo, donde todavía
habitaban comunidades indígenas conocidas entonces como motilones,
actuales yukpa, barí y japreria, quienes lograron entonces contener la
penetración petrolera en sus territorios.
El conocimiento de la riqueza petrolera venezolana se transformó en codicia
en 1922, cuando en el campo petrolero La Rosa, asignado a la Standard of
Venezuela (SOV) reventó espontáneamente el pozo Barroso produciendo
100.000 barriles de petróleo diarios. A partir de ese hito histórico, comenzaron
a llegar a Maracaibo trabajadores petroleros de todo el mundo y –por
supuesto- miles de campesinos y campesinas venezolanos que escapaban de la
servidumbre en las haciendas y los hatos, para devenir asalariados en la nueva
industria que había sellado la defunción de viejo modo de producción colonial
nacido en el siglo XVI con la conquista y la colonización española. Desde ese
momento comenzó un proceso de neo-conquista y neo-colonización de
Venezuela por parte de las petroleras del imperio capitalista occidental, que se
tradujo en la formación de una nueva estructura clasista de la sociedad
venezolana.
El inicio de la explotación
petrolera no solamente generó nuevos e
importantes beneficios fiscales al Estado venezolano, sino que fue el factor
decisivo para la ruptura histórica definitiva con el pasado social y económico
337
colonial que continuaba arrastrando el país después de la independencia
política de la Corona Española y el lamentable comienzo de una nueva
dependencia neocolonial del imperio de estadounidense.
El carácter histórico expansivo de la nación petrolera
El petróleo es la materia prima que fundamentó los avances tecnológicos y
geopolíticos de la Segunda Revolución Industrial. La posesión y explotación
de los recursos petroleros
ha sido la fuente de enriquecimiento de los
consorcios petroleros de los países capitalistas centrales, particularmente
Estados Unidos (Standard Oil Co.) y la dupla Inglaterra-Holanda (Shell Oil
Co.). Ambas compañías han figurado durante el siglo XX y en lo que va del
XXI en el elenco de actores políticos de innúmeras conspiraciones, guerras
locales e internacionales y conmociones políticas tanto en el llamado Primero
como en el Tercer Mundo, cuyo objetico era y sigue siendo consolidar el
posicionamiento político de aquellas élites de poder que favorezcan sus
intereses económicos y financieros.
La necesidad de controlar las fuentes de energía necesarias para mantener el
ritmo expansivo del sistema capitalista occidental determinó que, a partir de
los años treinta del pasado siglo, ciertos grupos de antropólogos (as) y
filósofos (as) neo-evolucionistas de la academia estadounidense comenzasen
a reformular el paradigma del progreso, del evolucionismo y el darwinismo
social que había prevalecido hasta el siglo XIX para explicar y legitimar esta
nueva fase de la expansión colonial capitalista. Como lo explicaba John D.
Rockfeller, dueño de la Standard Oil Co., quien fue un convencido darwinista
social, el crecimiento de las grandes corporaciones o transnacionales se
explicaba como la supervivencia de los mejores, como lo mandan las leyes
naturales y la ley de Dios (Patterson, 1997a: 48). En términos de la nueva
338
versión elaborada por la escuela culturológica estadounidense, la ideología del
progreso pasó de ser una cualidad etérea determinada por la excelencia ética e
intelectual de un pueblo escogido, a convertirse en una calidad concreta y en
una magnitud relacionada con la capacidad que tenga un pueblo determinado
para: a) aumentar la energía (equivalente actualmente al petróleo) controlada
apropiada y consumida per capita y por año y, b) por el aumento de la
eficiencia o la economía de los medios para controlar la energía o ambos
(White, 1959. 40, 56).
Según esta propuesta, una sociedad (civilizada) progresa en la medida que
aumente su consumo de energía no humana (petróleo, gas, agua, aire). En tal
sentido, el grado de progreso se evaluaría: a) como la relación existente entre
el producto y el trabajo humano invertido para lograrlo (costo beneficio) y, b)
según como se incremente la cantidad de bienes y servicios que sirven para
satisfacer las necesidades, producidas por o extraídas de cada unidad de
trabajo humano (mayor plusvalía). Dicho en otras palabras, lo que se persigue
es aumentar el nivel de explotación del trabajador y la trabajadora. El progreso
social se aceleraría, pues, en la medida que, disminuyendo la cuantía del
capital invertido, se pueda incrementar la plusvalía extraída de cada trabajador
o trabajadora (White, 1959: 47).
Los teóricos de la escuela estadounidense de la Culturología consideraban que
aquel sistema cultural (Nación) que fuese capaz de explotar más efectivamente
las fuentes de energía de un ambiente determinado, tendería a expandirse en
dicho ambiente a expensas de los sistemas menos efectivos (Shalins y Service,
1961: 75), como ocurrió internamente en Venezuela a inicios del siglo XX,
proceso político que explica en el siglo XXI la posición dominante que asume
339
Venezuela en el contexto latinoamericano-caribeño y en el ámbito mundial en
general.
Según aquellos mismos autores, un sistema cultural (nación) de carácter
progresivo, en vez de desarrollarse en profundidad, tenderá a expandirse
lateralmente hacia otros tipos de ambiente, absorbiendo a los sistemas menos
avanzados que resistan su política de dominación (Shalins y Service, 1961: 70,
88). La evolución cultural, según estos autores, es considerada entonces como
el proceso mediante el cual la utilización de los recursos del planeta por parte
de la materia viviente tiende a hacerse más y más eficiente, determinando que
se produzca un flujo máximo de la energía total (petróleo y gas, aire y agua)
extraída del ambiente, utilizando al máximo la capacidad de la fuerza de
trabajo.
Los teóricos modernos de la escuela culturalista expresaron igualmente en
1961 que si bien la evolución de la materia y del universo marchan hacia un
aumento en la organización y la concentración de la energía (hegemonía
imperial), la cultura y la vida se encaminan –por el contrario- hacia una
situación de creciente heterogeneidad. Ello implicaría la posibilidad de que
llegue a desarrollarse a nivel mundial, no un sistema cultural hegemónico,
sino un conjunto de diversos sistemas sociales no hegemónicos, tal como está
ocurriendo actualmente (2010) con el sistema de alianzas Brasil-Turquía-Irán,
la alianza Brasil, India, Rusica y China, la ALBA (Venezuela, Cuba, Bolivia,
Nicaragua y Antillas Menores) con China, Rusoa e Irán y el sistema de
alianzas Venezuela-China-Rusia, Brasil.
Las primeras explotaciones petroleras comerciales en Venezuela
340
En el caso venezolano, como lo atestigua la arqueología, las sociedades
indígenas tribales que habitaban el valle de Quíbor a inicios de la era cristiana
(0-200 ANE), utilizaban el asfalto obtenido muy posiblemente de los
manaderos o menes de la costa oriental del lago de Maracaibo como
pegamento en sus producciones artesanales, el cual era conservado en
recipientes elaborados con concha marina específicamente hechos para tal fin
(Vargas Arenas et alíi, 1997: 324). Conocedora de la existencia de esta
sustancia, la Corona española, mediante las ordenanzas sobre minería
establecidas por Real Cédula del 17/04/1784, refirmó la propiedad real sobre
los bitúmenes o jugos de la tierra. Tal disposición,
refrendada por el
Libertador Simón Bolívar según decreto del 24-10-1829 en su carácter de
Presidente de la Gran Colombia y recogida igualmente en los sucesivos textos
constitucionales de la República de Venezuela desde 1832 hasta el texto
constitucional de la República Bolivariana de Venezuela de 1999, es el
fundamento histórico y legal sobre el cual se fundamenta
la propiedad
nacional del subsuelo y en particular de los hidrocarburos, a pesar de los
diversos intentos privatizadores a favor de las transnacionales emprendidos
por la burguesía apátrida neolonial.
El año 1878, el Gran Estado de los Andes concedió a Manuel Pulido una
superficie de 100 hectáreas en Rubio para explotar petróleo (La Petrolia). En
1893, el gobierno nacional otorgó la concesión del lago de asfalto natural de
Guanoco, estado Sucre a los ciudadanos usamericanos R.H Hamilton y J.A
Phillips, quienes la traspasaron luego a la empresa estadounidense General
Bermúdez y Co., financista de la Revolución Libertadora contra el gobierno
nacionalista de Cipriano Castro, acaudillada por el banquero Miguel Antonio
Matos, la cual fue finalmente derrotada en la batalla de la Victoria en 1902.
341
En 1907, los monopolios petroleros usamericanos y europeos, conocedores de
la riqueza petrolera que existía en el subsuelo venezolano, derrocaron el
gobierno nacionalista de Cipriano Castro para imponer un gobernante que
fuese complaciente con sus intereses económicos, hecho que da inicio en 1908
a la larga dictadura del general Juan Vicente Gómez y la entrega, en 1909 de
nuevas concesiones a las compañías usamericanas Venezuelan Developement
Co, Venezuela Oilfields Exploration Co., General Asphalt. Caribbean
Petroleum Co. Royal Dutch Shell y Standard Oil.Co., dando origen a una gran
concentración de la propiedad territorial y el enajenamiento de tierras baldías
a favor de las petroleras y de latifundistas particulares gomecista (Brito
Figueroa, 1986-II: 379-393).
En 1909, el gobierno nacional entregó nuevas concesiones de tierras a las
compañías petroleras
Venezuelan Developement Co, Venezuela Oilfields
Exploration Co., General Asphalt, Caribbean Petroleum Co., Royal Dutch
Shell, Standard Oil.Co. En algunos casos se recurrió al despojo de las
poblaciones que vivían en tierras consideradas baldías, propiedad del Estado
venezolano, a favor de las petroleras y latifundistas particulares gomecistas,
como ocurrió con el despojo de tierras comunales ancestrales de la Mesa de
Guanipa, Edo. Anzoátegui, donde vivían las etnias Cachama (Brito Figueroa,
II 1986:380-381).
La nueva estructura clasista de la sociedad petrolera
La explotación petrolera en la periferia del núcleo capitalista central se
tradujo, generalmente, en la prosperidad de los enclaves locales de población
dominados por las grandes burguesías y la clase media o pequeña burguesía,
con el empobrecimiento de las clases populares mayoritarias que congregaban
aquellos sectores sociales cuyo trabajo era el verdadero productor de la
342
riqueza nacional, de la cual se apropiaba la población de aquel enclave y su
sector dominante, las compañías transnacionales del imperio
La expansión petrolera neocolonial del imperio durante el siglo XX tuvo
como estrategia transformar las sociedades arcaizantes de los países ricos en
hidrocarburos en instrumentos que sirviesen a sus proyectos de dominación
capitalista. Para crear la base social local de la industria petrolera, se requería
de una mano de obra calificada, en última instancia alfabetizada, para lo cual
los gobiernos subordinados como los de J.V. Gómez, Eleazar López
Contreras, Isaías Medina, Pérez Jimenez y todos los de la IV República
desarrollaron políticas públicas destinadas a elevar el nivel cultural de la mano
de obra, reclutada tanto entre la masa tradicionalmente asalariada como entre
vastos sectores de la “antigua clase media”.
Para poder garantizar el proceso de neocolonización de Venezuela a objeto de
extraer cada vez mayores beneficios de la explotación petrolera, el imperio
usamericano promovió el proceso de modernización del país para transformar
el antiguo modo de vida, fundamentalmente rentista y monoproductor
agroexportador.
Una
de
las
consecuencias
transfomaciones inducidas partir de 1930,
fundamentales
de
las
fue el establecimiento en
Venezuela de una nueva estructura de clases sociales conformada por:
a) El proletariado petrolero organizado, particularmente el vinculado con
la industria petrolera.
b) La burguesía comercial importadora-latifundista.
c) La pequeña burguesía urbana conformada por profesionales, burócratas,
dependientes de comercio, artesanos diversos.
343
d) La población urbana marginada y la rural enfeudada que estaba todavía
vinculada con los latifundios agrícolas y los hatos ganaderos.
e) La población indígena que vivía en la periferia de la sociedad criolla,
cuyo modo de vivir era comunal.
La nueva estructura clasista se apoyaba en la “modernización” de la cultura y
de los valores sociales que determinaban el imaginario de la sociedad
venezolana, modernización que implicaba un proceso de desnacionalización
de la cultura acoplado a una aceptación del concepto de democracia como la
sumatoria del individualismo y el consumismo salvaje, tal como se proclama
en el american way of life: la cultura del petróleo.
La Cultura del Petróleo
La Cultura del Petróleo, como la definió Rodolfo Quintero (1968:21-24), es
una forma de cultura que deteriora las culturas criollas originarias y se expresa
en actividades, invenciones, instrumentos, equipo material y factores no
materiales como lengua, arte, ciencia, etc., cuyo grado de penetración varía
de una región a otra, de una clase social a otra, exacerbando estilos de vida
definidos por rasgos particulares que nacen de un contexto bien definido: la
explotación de la riqueza petrolera y minera nacional en general, por parte de
las transnacionales y empresas monopolistas extranjeras o controladas
financieramente por estas.
En los estilos de vida propios de la cultura del petróleo, predomina el
sentimiento de dependencia y marginalidad. Aquellas personas cuya mente ha
sido más disociada y transculturada por el lavado mediático de cerebro que
ejercen implacablemente las televisoras, la radio y la prensa escrita propiedad
del sector privado apátrida, llegan a sentirse extranjeros en su propio país, a
344
imitar las formas
culturales propias de la metropolis usamericana y a
subestimar las nacionales. Piensan a la manera “petrolera” y para comunicarse
con los demás manejan el “vocabulario del petróleo”.
La cultura del petróleo –dice Quintero- es también una cultura de conquista
que establece normas y crea una nueva filosofía de la vida cuyo objeto es
adecuar nuestra sociedad a la necesidad de mantenera en las condiciones de
fuente productora de materias primas. Expresión material de dicha cultura en
el territorio venezolano son las construcciones verticales y los edificios de
departamento, las cuales afectaron las relaciones interpersonales al remodelar
los valores afectivos. Los vecinos dejaron de ser solidarios, y tuvieron que
adoptar un estilo de existencia individualista, egoísta e indiferente a los
dolores y alegrías de los demás.
La cultura del petróleo habituó a los venezolanos y venezolanas a adoptar la
ropa de confección producida industrialmente y distribuida por grandes
cadenas de almacenes comerciales. De igual manera, los antiguos habitos de
mesa y las constumbres gatronómicas fueron desplazadas por la comida
enlatada, la comida chatarra y los fast foods, por comidas gringas frías y de
rapida preparación tales como: sándwiches, salchichas y perros calientes,
hamburguesas, pizzas, refrescos embotellados, etc.
El consumo de las nuevas viviendas y el estilo de vida que estas indujeron, de
los alimentos y el vestido, es reforzado e institucionalizado por un conjunto de
técnicas publicitarias que remachan los estilos de vida de la nueva cultura
petrolera. Su objetivo es modelar la mentalidad de los venezolanos y
venezolanas, enseñarles a vivir la ficción de la vida consumista, disociarlos de
su propia realidad, convirtiéndolos en robots para que las transnacionales y los
monopolios venezolanos o extranjeros den salida a la producción de
345
mercancías de sus empresas, tratar de hacer de los venezolanos personas
obstinadamente dispuestas a comprar lo que sea, todo y pronto, sin importarles
las condiciones. Hacerles sentir que comprando mercancías consíguen la
felicidad, el confort que brindan los electrodomésticos, los automóviles, los
televisores, etc.
La estrategia que utiliza hoy día la burguesía mercantilista venezolana en su
conspiración contra la Revolución Bolivariana, se basa precisamente en el
acaparamiento de todos aquellos productos tanto de primera necesidad como
suntuarios, que la publicidad obliga la gente a necesitar o a o creer que
necesita. Privar al consumidor “consumista” del acceso a dichos productos,
dispara inmediatamente en la mente de la persona el sentimiento de carencia,
de atentado contra su libertad individual y contra la democracia.
La guerra mediática y publicitaria busca, pues, convencer a los ciudadanos y
ciudadanas de que la idea del confort es inseparable de la libertad individual,
de las políticas neoliberales de mercado. Según esta escala de valores sociales
que promueve la cultura del petróleo, es necesario rechazar lo nacional y
aceptar los valores del american way of life, aceptar de manera acrítica la
propaganda política que diseminan las televisoras, las radios y la prensa del
sector privado, renunciar a ejercer la libertad de asumir una conciencia
nacionalista, a preocuparse por el destino histórico del país y abstenerse de
luchar por el desarrollo soberano de nuestro país.
En función del mito de la libertad individual y la libertad de expresión de los
empresarios privados, estos se aseguran el control social y político de los
venezolanos y venezolanas mediante las técnicas comunicacionales dedicadas
a convencerlos de la falacia que mientras más renuncien a su libertad como
pueblo soberano, serán más libres como individuos. Esta ideología inducida
346
vía los medios de comunicación privados, las enseñanzas de los colegios y
universidades privadas o las nacionales controladas por la derecha, es primera
impuesta y después aprendida por los niños, los adolescentes y los adultos
ricos o pobres: tanto el colonizado como el colonizador deben someterse a esta
ideología para que el imperio pueda destruir la capacidad del pueblo
venezolano para ser realmente soberano y libre.
Para controlar la población y garantizar la gobernabilidad, el imperio
promovió en Venezuela la consolidación de aquella “cultura del petróleo”
como un modo de vida (Quintero, 1972), proceso de intervención cultural para
inducir en los venezolanos y venezolanas un estilo de vida consumista tanto de
los valores de la cultura estadounidense como de los bienes materiales
producidos en Estados Unidos, en reemplazo de los europeos que tuvieron su
auge en la Venezuela prepetrolera a finales del siglo XIX. Como correlato de
dicha intervención imperial, Gómez logró recrear una memoria colectiva
sedimentada en una conciencia compartida sobre los simbolos tradicionales de
la cultura agraria que se remontaba a nuestras sociedades originarias, método
político que sería después adoptado también por el partido Acción
Democrática, el cual vendió como imagen
alegórica el símbolo del
campesino, el “Juan Bimba” vestido con liquiliqui blanco, tocado con un
sombrero de paja, calzado con alpargatas, portando ostensiblemente un bollo
de pan en su bolsillo y haciendo con su mano derecha el signo churchilliano
(por Winston Churchill) de la “V” de la victoria. Simultáneamente, se
implantó una política represiva de los movimientos políticos disidentes y
cooptó buena parte de los intelectuales venezolanos que hubiesen podido
integrarse a la resistencia política y cultural (Vargas Arenas, 2007: 20-21).
Como se puede observar, la llamada IV República se sustentó en un
347
refinamiento de los métodos y prácticas políticas ideadas por el imperio
usamericano e implementadas por las diferentes encarnaciones del bloque
oligárquico venezolano desde inicios del sigl XX.
Condiciones sanitarias para implantar la cultura del petróleo
El sistema capitalista venezolano, por las razones ya expuestas, tuvo que ser
de carácter heterogéneo, dominado por los monopolios imperialistas, rasgos
que lo califican como neocolonial. Para poder lograr su objetivos de contar
con una fuerza de trabajo dócil a sus designios, era necesario resolver las
condiciones
sanitarias
negativas
en
las
cuales
se
desempeñaba
-
particularmente- el sector mayoritario y más empobrecido de la población
venezolana, el reservorio de fuerza de trabajo y de potenciales consumidores,
la cual arrastraba desde el siglo XIX un grave déficit de crecimiento
demográfico y experimentaba un lento aumento de población (2% anual).
Aparte de las pérdidas de vida que ocasionaron nuestras guerras internas, el
bajo crecimiento se debía principalmente a una alta tasa de mortalidad infantil
( 35%), de manera que, para 1920, la población del país escasamente llegaba
a la cifra de 2.411.952. En 1926, el número de habitantes creció hasta
3.026.878; en 1936, a 3.364.347 habs., y en 1941, a 3.800.000 habitantes, lo
cual representaba una densidad de población muy baja de aproximadamente
3.36 habs por km2 (López J.E 1988: 142-147).
Las causas de muerte en general y la infantil en particular, eran imputables a
la pobreza y el hambre generalizadas en la mayoría de la población:
paludismo, fiebre amarilla, anemia, raquitismo, disentería, diarreas, tifus,
tuberculosis, enfermedades infecto contagiosa tales como viruelas, sarampión,
rubeola, lechina, etc., ocasionadas por las malas condiciones sanitario-sociales
348
en las cuales vivía la mayoría de la población. Estas mismas condiciones
influyeron también en la concentración territorial desigual de la población que
buscaba alejarse de los paisajes rurales, agobiados por enfermedades
endémicas: paludismo y hambre y –por el contrario- ubicarse o permanecer
cerca de aquellos centros poblados donde hubiese tanto fuentes de trabajo
como condiciones de vida menos adversas, con acceso a los servicios
elementales de sanidad y educación. Por estas mismas causas, a partir de 1930
aumentó
la movilidad poblacional debido al incremento de la actividad
petrolera y se consolidó la actual distribución territorial de la mayoría de la
población venezolana en el arco montañoso andino, el lago de Maracaibo y la
región costera centro-oriental.
El régimen neocolonial existente en Venezuela comenzó, a partir de la tercera
década del siglo XX, a mejorar las atroces condiciones sanitarias en las cuales
vivía hasta entonces la población venezolana, destacando en 1937 la creación
del Ministerio de Sanidad y las campañas para erradicar los males endémicos
como la malaria, la fiebre tifoidea, la disentería y la fiebre amarilla (Picón
Salas et alíi, 1962:547-551)..
El mejoramiento del paisaje sanitario venezolano fue el apoyo para crear
condiciones fiscales y jurídicas adaptadas a las exigencias de las compañías
petroleras, lo cual
facilitó la inversión del capital extranjero inglés y
usamericano no solamente en la explotación petrolera, sino también en la
explotación del oro, del cobre, en la producción y distribución de electricidad,
en las comunicaciones radio-telegráficas internacionales, en el sistema de
tranvías caraqueños, en el ferrocarril Caracas-La Guaira y en el ferrocarril
Caracas-Valencia en función de los enclaves agroexportadores y en la
ampliación de una flota de navegación de cabotaje marítimo y fluvial. De la
349
misma manera, se creó el primer sistema vial nacional de carreteras y un
sistema telegráfico nacional, los cuales daban respuesta no solamente a las
necesidades civiles de la población sino también al proyecto estratégico
militar que necesitaba contar con información rápida y segura para garantizar
el desplazamiento de tropas y otros medios militares, bien por vía férrea o por
carreteras pavimentadas.
Otra de las condiciones necesarias para garantizar la viabilidad del proyecto
neocolonizador del imperio y sus petroleras transnacionales fue la sustitución
de la antigua milicia campesina venezolana, por un ejército nacional
profesional sustentado en la doctrina militar del ejército usamericano, el cual
ejercería también el control estratégico de su cuerpo de oficiales. El proyecto
estratégico militar venezolano comenzó con el desarrollo de la ciudad de
Maracay como la base militar más importante de Venezuela, por hallarse
ubicada en la encrucijada que permite el acceso hacia o desde los llanos
centrales y vinculada con el puerto comercial y la base naval de Puerto
Cabello y ser sede de la naciente aviación militar y de un gran número de
batallones de infantería, de artillería y de vehículos militares de todo tipo.
De ser una simple aldea en 1910, Maracay se convirtió en un paisaje urbano
bien estructurado; fue sede de la presidencia de la República y de las oficinas
administrativas del gobierno, de la Comandancia del Ejército, de la Escuela de
Aviación Militar, de numerosos cuarteles, avenidas, plaza de toros, hoteles V
estrellas, como el Hotel Maracay, clínicas modernas, clubes, industrias de
papel, jabón, velas, productos cárnicos, lactuarios y telares que producían,
entre otros géneros, tela para uniformes militares. Maracaibo pasó igualmente
a ser una ciudad con 100.000 habs., en 1928, compitiendo con Caracas como
350
centro de la industria petrolera, del comercio, las finanzas, y puerto de
exportación e importación para el occidente de Venezuela.
Durante las tres primeras décadas del siglo XX, cuando comenzó a
estabilizarse el modo de vida nacional monoproductor petrolero, el colapso de
la antigua burguesía agropecuaria permitió que se fortalecieran las capas
medias de la sociedad, integradas por categorías socioprofesionales tales como
pequeños comerciantes, artesanos calificados, burócratas civiles y militares,
pequeños productores rurales, profesionistas liberales, intelectuales en general,
todos los cuales habían sido hasta entonces marginales al proceso
sociopolítico venezolano.
La economía petrolera que dominaba el nuevo modo de vida, estableció las
condiciones materiales y subjetivas para el desarrollo de la nueva clase media,
al ampliar el mercado para incluir el trabajo intelectual. Las migraciones
sociales producidas por la aparición de nuevas y más atractivas ofertas de
trabajo asalariado y de actividad comercial, modificaron la estructura cultural
de la sociedad venezolana, hasta entonces dominada por patrones culturales
rurales inducidos por las fromas socioeconómicas latifundistas que
sustentaban la vida social y económica venezolana.
Una consecuencia inmediata del colapso del viejo modo de vida nacional
monoproductor agroexportador fue la desaparición de los partidos políticos
tradicionales que conformaron , si se puede llamar así, la ideología del bloque
político dominante surgido del desmembramiento de la Gran Colombia: el
Partido Liberal y el Partido Conservador. Grupos intelectuales, provenientes
de las antiguas clases dominantes y de las nuevas capas socio-profesionales,
con la misma fuerza como antes habían apoyado la doctrina del liberalismo
burgués se inspiraron en ideas radicales revolucionarias -comunistas o social
351
demócratas- para explicar la realidad venezolana y ofrecer interpretaciones y
modelos sociales alternativos al despotismo gomecista, el cual
se había
fortalecido con el auge petrolero.
Ciertos sectores de la burguesía venezolana, en particular el universitario y
los trabajadores asalariados de la clase media y la clase popular, identificaron
su aspiración de reformas sociales con los intereses de toda la sociedad
venezolana, desarrollando tesis revolucionarias antiimperialistas inspiradas en
las experiencias ideológicas ocurridas en la Unión Soviética y en la de los
regímenes socialistas democráticos de Europa occidental, y se afiliaron con el
Partido Comunista y con Acción Democrática. Ello se tradujo en la formación
de la autoconciencia grupal de la burguesía intelectual a través del marxismo,
para enfrentar el despotismo petrolero inspirado en las viejas doctrinas
conservadoras y liberales, apoyadas por el imperialismo estadounidense.
Una consecuencia directa de todo ese proceso fue la formación de vanguardias
políticas revolucionarias que asumieron como tarea la organización política de
los trabajadores y trabajadoras de los sectores más combativos de la sociedad
venezolana de entonces y la creación de una dirección sindical comprometida
con la necesidad de transformar la realidad social venezolana. Muchos de esos
dirigentes eran veteranos y veteranas de formación liberal y antiguos y
antiguas comunistas,
curtidos en los movimientos insurreccionales y
montoneras campesinas de finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX,
quienes se alistaron en los movimientos políticos modernos aportando su
experiencia organizativa y de lucha para armar
las primeras huelgas de
trabajadores que ocurrieron entre 1936 y 1937: la huelga petrolera, la huelga
de los panaderos, la huelga de los telegrafistas, todas las cuales recogieron la
tradición de lucha popular contra la opresión burguesa que había sido
352
temporalmente derrotada con la muerte de Ezequiel Zamora y la conciliación
de élites que significó el Tratado de Coche firmado en 1863 (Siso Martínez,
1956: 575-576).
353
CAPÍTULO 22
La cultura como instrumento de dominación política
Como soporte ideológico del modo de vida nacional monoproductor petrolero
en nuestro país, los medios de la educación tanto formal como informal
(particularmente los medios de comunicación radioeléctricos, televisivos e
impresos) contribuyeron a imponer en el imaginario de
la población el
American way of life, la Cultura del Petróleo, como el determinante de los
patrones culturales fundamentales de la sociedad venezolana contemporánea.
(Brito Figueroa, 1986II: 616).
Para los gobiernos de la III y la IV República así como las compañías
petroleras y el gobierno usamericano, la necesidad imperiosa de mantener el
control cultural del imaginario de la población venezolana constituyó un
asunto de vida o muerte, ya que el país representaba y sigue representando
para el bloque corporativo político-financiero-industrial-militar que domina la
sociedad estadounidense, la reserva estratégica cuya posesión les permitiría
prolongar su hegemonía mundial durante el siglo XXI.
A partir de 1936, con la muerte de Juan Vicente Gómez y el ascenso al poder
de su colaborador Eleazar López Contreras, el proyecto político de la
autocracia oligárquica,
centralista y neocolonial que había confiscado el
poder luego del derrocamiento del gobierno nacionalista de Cipriano Castro,
suavizó su fachada represiva, se hizo “liberal” y finalizó bajo la presidencia de
Isias Medida Angarita como un movimiento populista de signo progresista
354
cuyos principales ideólogos, entre otros Arturo Uslar Pietri y Mario Briceño
Iragorry, exaltaban la función civilizadora de España y los valores de la
burguesía colonial hispano-céntrica
como el fundamento de la sociedad
nacional venezolana, obviando la importancia del aporte histórico y cultural
los pueblos originarios y relegando a un lugar secundario la significación del
pueblo surgido del mestizaje de blancos, indios y negros en la construcción de
una nación policultural y multiétnica como es Venezuela (Vargas Arenas,
2010.Prolog).
A partir de 1958, derrocada la dictadura perezjimenista, se instauró la
dictadura bipartidista del puntofijismo (Acción Democrática+ COPEI) la cual
desechó el viejo ideario cultural liberal y promulgó una política cultural de
Estado, todavía vigente, que adoptó en lo formal la creación elitista de las
bellas artes como el sinónimo de la cultura nacional y como factor de
identificación de la burguesía venezolana con la sociedad y la cultura mundial
o globalizada, que procuraba asimilarse el neoliberalismo mundial en ascenso.
No obstante que a partir de 1999 se reconoció el carácter multiétnico y
pluricultural de nuestra sociedad, establecido en el Preámbulo de la
Constitución de la República Bolivariana de Venezuela y se ha estimulado el
surgimiento de los nuevos movimientos socio-políticos que alientan el proceso
revolucionario bolivariano, así como también se
ha consolidado nuestra
soberanía, nuestra identidad nacional y nuestras identidades regionales, no se
ha logrado todavía, a las fechas, consolidar una política cultural de Estado
destinada a estimular e imponer en la conciencia de todos los venezolanos y
venezolanas, la aceptación del nuevo imaginario revolucionario socialista
bolivariano (Vargas Arenas y Sanoja, 2006: 59).
355
Como señaló el distinguido antropólogo venezolano Rodolfo Quintero (1972:
44 y siguientes), el modelo cultural establecido en Venezuela como
consecuencia del dominio hegemónico de las transnacionales petroleras
estadounidenses y europeas a partir de la década 1920-1930, es una cultura de
conquista que tiene como meta adecuar la población venezolana conquistada
a la condición de simple productora de materias prima y consumidora de
mercancías importadas, dispuesta a ceder frente a la penetración de la ideas y
las decisiones impuestas desde el centro de poder localizado en Washington
D.C.
Como parte de la cultura del petróleo, el estado nacional burgués venezolano
funcionó hasta 1998 como un medio de alienación de la conciencia de los
venezolanos y venezolanas a favor del bloque empresarial petrolero
transnacional. Sólo de esta manera tales empresas pudieron actuar con entera
libertad a partir de 1931, para de extraer 130.000.000 de barriles de petróleo
pagando a Venezuela solo un impuesto de 2 Bs. por hectárea al año y 4 Bs.
por cada tonelada de petróleo que sacaban del subsuelo.
Cualquier forma de oposición a ese brutal saqueo de las riquezas que
pertenecen al pueblo venezolano eran consideradas, hasta 2003 --año de la
nacionalización definitiva de PDVSA-- como un delito que los gobiernos
neocoloniales y la misma burguesía venezolana castigaban con la violencia
física, la cárcel y la muerte. Hacia la década de los años sesenta del siglo
pasado, los trabajadores y trabajadoras y la clase popular que trabaja en los
pocos talleres artesanales o en las modestas empresas manufactureras, como
dependientes en los negocios de venta de mercancía, o en las oficinas de
gobierno, se amontonan en enclaves urbanos de pobreza donde predominaban
los negros (as), los mulatos(as), los zambos (as) y los indios (as). Como sub356
producto del analfabetismo y el bajo o nulo grado de educación, las clases
populares tenían, en general, una baja conciencia de clase que sumergía y
aíslaba a las personas en la soledad, el individualismo y la desesperanza.
La gran burguesía venezolana, heredera histórica de la vieja élite colonial, por
el contrario, se plegó a la cultura del petróleo para servir como correa de
transmisión entre el enclave petrolero y el gobierno nacional. Ambas clases, la
pequeña burguesía y los pobres forman como dos poblaciones diferentes que
todavía se temen y se odian.
Campamentos Petroleros: justificación de la desigualdad social.
Un rasgo definidor de la cultura del petróleo, era la política de construir
enclaves de población directamente ligados al negocio petrolero, fuera de los
centros urbanos y con una estructura administrativa y espacial discriminada
étnica, económica y administrativamente. El campo petrolero era
un
microcosmos que tenía como función asegurar el éxito de la acción colectiva
de sus miembros bajo la autoridad de la empresa, conservando y
profundizando las diferencias de clase y las relaciones de subordinación entre
explotadores y explotados.
Los trabajadores (as) vivían en otros campamentos menos equipados, pero con
mejores servicios que el resto de la población venezolana, vinculados con los
arrabales o barrios periféricos donde dominaba el comercio minorista y los
servicios elementales, los cuales servían de área de arraigo a los inmigrantes
que llegaban en busca de empleo desde otras zonas del país. En torno a este
perímetro de la acumulación de capitales que producía el negocio petrolero,
prosperaban los pequeños propietarios
y comerciantes modestos que
terminaban dependiendo también de la empresa, y daban ocupación a los
357
grupos flotantes de población desempleada que formaban la reserva de mano
de obra para los planes de las compañías, llegando a constituirse en muchos
casos en “ciudades petroleras” como Anaco, El Tigre, Mene Grande,
Cabimas, etc., todos los cuales se movían y se siguen moviendo “…en el
marco de una subcultura homogénea que hace reaccionar a los individuos de
forma similar ante símbolos iguales…” (Quintero, 1972: 81).
Los campos petroleros contaban con sistemas propios para el abastecimiento
de electricidad, de agua potable, comisariatos o tiendas para la venta de
alimentos y bienes de consumo general, hospitales, servicios de seguridad,
centros de enseñanza primaria y media, entre otros, servicios cuya calidad
estaba jerarquizada socialmente.
Los integrantes de la elite gerencial de las compañías petroleras, fuesen
extranjeros o venezolanos, vivían en hermosos y asépticos conjuntos
residenciales privilegiados que contaban con piscinas, canchas de tenis,
canchas de rugby, pistas de atletismo, instalaciones sanitarias como el
Hospital de la Shell y el Hospital Coromoto de Maracaibo. El
estilo
arquitectónico de las viviendas era una réplica de los conjuntos residenciales
que podían existir en campamentos similares del Canal de Panamá, de las
Antillas Británicas, de los campos petroleros de Indonesia, de los enclaves
coloniales ingleses en la India o Suráfrica o de los barrios suburbanos que
estaban creciendo alrededor de las ciudades petroleras o barrios suburbanos de
Estados Unidos.
La meta de la cultura del petróleo era tratar de convertir a toda Venezuela un
gran campo petrolero, donde la esencia de lo venezolano se identificase con el
confort y sus símbolos, con la actividad de comprar y consumir mercancías,
donde el objetivo de las técnicas de mercadeo y publicidad era hacer que la
358
población consumiera no lo que necesitaba, sino lo que se le señalaba como
necesario, esto es, una sociedad de consumidores como pauta la actual
ortodoxia neoliberal. Este estilo de vida consumista fue necesario para
promover los niveles de producción y empleo en el sector manufacturero y
comercial del enclave neocolonial, asegurando la exportación de una cuota
estable de mercancías para el enclave petrolero venezolano y una cuota de
ganancias para el
sector comercial que se apropiaba del salario de los
trabajadores y trabajadoras y de la población en general, ganancia que volvía a
reciclarse en el sector financiero metropolitano continuando el proceso de
explotación neocolonial.
La cultura del petróleo nos creó una situación de dependencia que obligaba a
vivir con la angustia de estar sujeto a la coacción de un poder económico
externo, ominoso, que gobernaba todos los actos de nuestra vida; adulteró y
prostituyó la identidad nacional de los venezolanos y venezolanas mediante la
implantación de un estilo de vida conformista
que ha impregnado las
conciencias y las mentes con el sentido de debilidad e inferioridad que
caracteriza a los pueblos neocolonizados (Quintero, 1972:103-114).
A pesar de la acción erosionadora que ejercía la cultura petrolera sobre la
conciencia nacional de los venezolanos y venezolanas, los movimientos de
resistencia política antiimperialista comenzaron desde 1936 una lucha
organizada contra los sectores de la clase política y empresarial venezolana
que habían contribuido a la consolidación de la intervención hegemónica
estadounidense en la vida nacional. Allí figuraron como principales enemigos
la burocracia sindical de los partidos reformistas como Acción Democrática y
COPEI y las organizaciones patronales como FEDECÁMARAS que
359
hipotecaban las luchas reivindicativas del movimiento obrero e impedían que
se ubicaran en el plano de la lucha de clases.
El imaginario rentista de la cultura petrolera venezolana
Un gran intelectual venezolano, Arturo Uslar Pietri analizó con visión de
pensador liberal burgués, los contenidos éticos de realidad histórica y social y
del imaginario de la sociedad petrolera consumista en que devino Venezuela
después de 1936:
“…Todos miran los signos exteriores de una riqueza fácil y creciente.
Automóviles, hermosas casas, fiestas, diversiones, comidas y trajes de
lujo…Todos saben que ayer se compró por diez hoy se vendió por veinte…
Que el que ayer puso el tenducho de mercancías hoy es un poderoso
comerciante que habla de millones con indiferencia. Pululan los ejemplos de
gente enriquecida rápidamente…en el azar de la especulación… todos están
deseando y esperando la azarienta riqueza… Detrás de nuestra imposibilidad
de exportar… de nuestros puertos abarrotados de mercancías…en todos los
aspectos de nuestra vida colectiva... está el petróleo… haciendo más ancho el
peligroso foso de la desigualdad social… El hecho que nos está diciendo con
su presencia y con sus manifestaciones, que todo lo que se haga ignorándolo
o dejándolo en libertad de actuar, será nugatorio, fugaz e insignificante…”
(Uslar Pietri 1986, 308-309).
Para poder combatir y desmantelar ese imaginario perverso de la cultura del
petróleo y promover la formación de una cultura revolucionaria que sirva de
fundamento a la sociedad socialista venezolana, no tenemos hoy día otro
camino sino promulgar políticas culturales de Estado verdaderamente
revolucionarias -distintas a las de la cultura burguesa petrolera- que nos
360
permitan ganar la mente y el corazón de los ciudadanos y ciudadanas: la
cultura verdaderamente revolucionaria es el componente más estratégico para
la construcción del socialismo (Sanoja, 2010: 104ms). De ella depende, “…si
se actúa con buena decisión y dirección, que se logre humanizar los grupos de
venezolanos e igualmente a los ciudadanos de otros países que han sido
deshumanizados por el capital extranjero, alejándolos simultáneamente de
sus tradiciones, de su pasado histórico y cultural, haciendo que su medio
social y natural, su lengua, sus costumbres, sus valores morales y sus ideales
sean extraños a esos pobres seres, cuya mente ha sido disociada
sicóticamente por las campañas mediáticas traidoras para que acepten como
suyos los del colonizador extranjero” (Quintero, 1968:112).
El petróleo y el modelo económico venezolano
Durante la dictadura de Juan Vicente Gómez, un sector nacionalista del
gobierno comenzó una larga batalla para regular la actividad de las compañías
petroleras extranjeras en nuestro país, a la cabeza del cual se colocó el
ministro de Fomento Gumersindo Torres. El objetivo de este movimiento era
someter la industria petrolera a las leyes y regulaciones del país, ya que las
concesionarias extranjeras creían -y se comportaban en consecuencia-, que
Venezuela era su dominio colonial particular. Debido a las presiones de las
compañías petroleras y de la Embajada de Estados Unidos, todas las
disposiciones promulgadas en este sentido por Torres entre 1920 y 1929,
fueron derogadas y sustituidas por otras complacientes con los intereses de la
transnacionales petroleras (Maza Zabala, 1977: 213).
Electo presidente de Venezuela en 1941, Isaias Medina Angarita asume el
poder en un país con una economía rentística donde el petróleo constituía el
93% de las exportaciones. El 7% restante estaba representado por las
361
exportaciones nacionales tradicionales de café y cacao, principales fuentes de
empleo en la zona rural de Venezuela. Las exportaciones petroleras producían
un extraordinario excedente de capitales que no ingresaba a Venezuela, ya que
dichos beneficios correspondían a las compañías petroleras. La economía
nacional venezolana continuaba estando cada vez más sujeta, por una parte, al
sector terciario parasitario de la banca y el comercio de importación y, por la
otra, al sector latifundista agropecuario (Roseberry 1977: 146-147; Battaglini,
2004: 33-35), en tanto que la actividad productiva del sector industrial era
muy débil y la inversión privada en el mismo muy limitada.
El año 1943 el general Isaías Medina Angarita puso el ejecútese a la primera
Ley Nacional de Hidrocarburos, la cual tenía como objeto uniformar el
régimen concesionario y fortalecer el poder regulador del Estado. Entre otras
disposiciones se fijaba la duración del régimen de concesiones en 40 años, es
decir, hasta 1983. En 1942 se promulgó la Ley de Impuesto sobre la Renta,
que tuvo como objeto modernizar
el vetusto sistema fiscal venezolano,
haciendo particular énfasis en la naturaleza del régimen tributario que debía
regir para el cobro de impuestos y regalías a las empresas petroleras. Por otra
parte, para aumentar la inversión financiera y tecnológica en Venezuela, el
gobierno nacionalista del general Medina Angarita acordó con las compañías
petroleras que, en el futuro, las refinerías debían construirse en territorio
venezolano: de allí nacieron las refinerías y las nuevas ciudades petroleras de
Amuay y Punta Cardón, en el estado Falcón (Lagoven, 1989: 229.
Ya desde 1940, el gobierno de Estados Unidos había comenzado a militarizar
su política hacia Venezuela, profundizando los contactos con determinados
oficiales de nuestro ejército, la marina y la fuerza aérea que habían tenido o
tenían vínculos orgánicos con el Pentágono a través de cursos y planes de
362
estudio realizados en Estados Unidos o en el Canal de Panamá. En 1945, en
los albores de la Guerra Fría, las leyes nacionalistas promulgadas por el
gobierno venezolano le sonaban al Pentágono y al Departamento de Estado
como inspiradas por el comunismo, particularmente la abolición del famoso
Inciso Sexto del artículo 32 de la Constitución Nacional vigente para ese
entonces, por considerarlo una traba antidemocrática a la libertad de
expresión. En virtud de esa nueva situación, el Partido Comunista Venezolano
pudo comenzar a actuar legal y libremente en la política venezolana.
El Departamento de Estado y el Departamento de Defensa de Estados Unidos
y la Creole Petroleum (Standard Oil), en connivencia con el “sector
pentagonista” de nuestra fuerza armada y el partido Acción Democrática,
fueron los organizadores del golpe militar que derrocó el gobierno nacionalista
de Medina Angarita como lo harían años más tarde con el gobierno
democrático del coronel Jacobo Arbenz en Guatemala. Como consecuencia
histórica del golpe del 18 de Octubre de 1945:
“…1) se decide lo que habría de ser –definitivamente- el contenido ulterior
de la economía venezolana; es decir, su carácter rentístico, parasitario y
extrovertido (subordinado al extranjero); y 2) se echan las bases de lo que,
con el tiempo, convertiría al Estado venezolano en una institución populista y
clientelar, encargada –básicamente- de operar como un mecanismo de
distribución de la renta petrolera a favor –sobre todo- de una oligarquía
improductiva (parasitaria) y que, tal como la ha calificado Uslar Pietri en
1937 (¡hace 58 años!) ha continuado haciendo, en nuestro tiempo, …una
industria de las condiciones del atraso venezolano”…” (Battaglini, 2004: 258270).
La reorganización del viejo poder oligárquico
363
El golpe militar del 18 de Octubre de 1945 tuvo su antecedente en 1944 en un
hecho histórico de trascendental importancia para entender la historia de la
Venezuela contemporánea,
cuya resonancia perversa alcanzará hasta su
planificación y perpetración del golpe de Estado contra el Presidente Hugo
Chávez y el sabotaje a PDVSA en el año 2002 que casi destruye al Estado
nacional venezolano. Ese hecho histórico negativo para el país fue la creación
en 1944 de la primera asociación patronal venezolana, FEDECÁMARAS,
cuya composición y objetivos refleja el carácter clasista de sus integrantes,
herederos modernos de la vieja oligarquía republicana que se apoderó de
Venezuela y su pueblo desde 1830.
La finalidad explícita de FEDECÁMARAS era no sólo defender la libertad de
comercio, sino postularse como representante de la oligarquía comercial que
insurgió como resultado del auge petrolero a partir de 1937. Bajo el pretexto
de defender la libertad de empresa, el objetivo central de dicha institución era,
y sigue siendo todavía, convertirse en un factor de gobierno: si bien se
oponían a la intervención estatal en la gestión empresarial, aceptaban que se
crearan mecanismos de regulación y promoción estatal de los negocios
siempre que estos fuesen organizados y dirigidos por miembros de
FEDECÁMARAS. De esta manera, esperaban que la institución llegase a
formar parte de una especie gobierno corporativo junto con
el
Estado
nacional, tal como como el que se comenzaría a gestar luego de 1948,
característica que habría de ser el fundamento mismo de la última fase
histórica de la IV República (Moncada, 1985).
En 1945 fue derrocado el gobierno de Medina Angarita por un golpe
organizado por Acción Democrática y el Alto Mando Militar con el apoyo de
las petroleras y la Embajada de Estados Unido Unidos. Una de las causas del
364
golpe militar fue el ascenso del movimiento obrero y popular que acompañó a
Acción Democrática en las elecciones municipales de 1944 y el intento de
Reforma Agraria que atemorizó al sector latifundista. Este nuevo intento de
emancipación popular fue considerado incluso por el Departamento de Estado
como “comunista” y la prensa de derecha (que era casi toda) tildaba de
adcomunistas (adecos) a los militantes de acción democrática (AD) y de
pedecomunistas (pedecos) a los del Partido Democrático Venezolano (PDV)
del presidente Medina.
En 1945, el Ministro de Minas del Gobierno provisional de Acción
democrática, Juan Pablo Pérez Alfonso, reafirmó el principio de “no más
concesiones” que había sido promulgado por el gobierno de Medina Angarita.
Ello fue motivo para el derrocamiento en 1948 del gobierno de Acción
Democrática presidido por Rómulo Gallegos, por un nuevo golpe militar
organizado por el Alto Mando Militar venezolano en connivencia con la
Embajada de Estados Unidos y las compañías, que revocó aquella medida e
hizo nuevas concesiones a las compañías petroleras usamericanas e inglesas,
lo que reportó nuevos beneficios financieros y apoyo político usamericano al
gobierno dictatorial.
FEDECÁMARAS fue cooptada, a partir de 1948, por el gobierno militar de
Marcos Pérez Jiménez. Ello explica por qué, a los fines de preservar el status
quo favorable a los intereses del imperialismo usamericano, a la caída del
gobierno de Marcos Pérez Jiménez, la Junta de Gobierno original estaba
integrada por empresarios de FEDECÁMARAS y miembros de las Fuerzas
Armadas. Un hecho palmario nos revela la relación neocolonial existente entre
el gobierno de Estados Unidos y la oligarquía comercial (FEDECÁMARAS)
que cogobernaba Venezuela apoyando la dictadura militar: su presidente, el
365
general Marcos Pérez Jiménez
fue condecorado por el presidente
usamericano, general Dwight Eisenhower, con la Cruz de Servicios
Distinguidos (sic).
El gobierno militar del General Pérez Jiménez era partidario del desarrollismo
industrial nacional, tesis política que también era mantenida por el partido
Acción Democrática desde antes de 1944, la cual pasó a constituir
posteriormente el fundamento del proyecto desarrollista del gobierno militar,
el Nuevo Ideal Nacional. Se propuso la modernización del campo mediante la
construcción de grandes colonias agrícolas, especie de kohljoses o sovhoses
pero con ideología capitalista, gestionados por el Estado bajo el control de la
Guardia Nacional, las cuales contaban con sistemas de silos para almacenar
las cosechas, extensos sistemas de riego, vialidad rural, mecanización
extensiva e intensiva de la agricultura, y empleo de agroquímicos
Para impulsar aquellos proyectos que apuntaban hacia la creación de una clase
media rural similar a la de Estados Unidos, el Estado venezolano organizó un
programa de construcción de colonias agrícolas con la colaboración y el
asesoramiento de Naciones Unidas, el Consejo de Bienestar Rural (filial de la
Fundación Rockfeller) y la Universidad de Wisconsin. Para tal fin, reviviendo
las viejas tesas racistas del siglo XIX que se expresaron en la creación de
colonias agrícolas como Topo, con inmigrantes escoceses (Rheinhaimer, Key
Hans 1986) o la Colonia Tovar con campesinos alemanes (Codazzi, II 1960:
139-144),
el Estado venezolano estimuló la inmigración masiva de
campesinos europeos, muchos de ello provenientes de las comunas o
“benéficas agrícolas” fundadas por el fascismo en Italia, campesinos
portugueses de Madeira, muchos de ellos partidarios del régimen fascista de
Oliveira Salazar, españoles falangistas, antiguos oficiales y soldados de la
366
Wehrmacht y la Kriegsmarine y alemanes étnicos o folkdeustches de Bucovina
y Polonia que habían sido miembros o simpatizantes del partido nazi, a
quienes se les concedió parcelas y créditos para cultivar la tierra en diferentes
colonias agrícolas (Vargas Arenas, 2007: 79-80).
Los programas más ambiciosos de dicho proyecto fueron el sistema de riego
del río Guárico y de la Colonia Turén para el cultivo en masa de arroz y maiz
a los fines de garantizar la autonomía alimentaria de la población venezolana
en estos rubros y –por otra parte- la construcción desde 1953 de un polo
estatal de desarrollo de industrias, tanto pesadas como livianas, en Guayana,
Distrito Caroní, que ha sido desarrollado y ampliado a través de los sucesivos
gobiernos hasta la actualidad (Hernandez Grillet, 1987: 100-101; León y
Rodríguez 1976: 141-205). El mismo incluye la explotación de las minas de
hierro de Cerro Bolívar y El Pao y su procesamiento en la Siderúrgica de El
Orinoco, las fabricas de aluminio Alcasa y Venalum, y la explotación de las
minas de bauxita, así como un vasto programa de producción de
hidroelectricidad con cuatro grandes presas hidroeléctricas que “maquinean”
el agua del río Caroní.
En 1958, después de derrocado Pérez Jiménez por un nuevo golpe cívicomilitar, la junta provisional de gobierno presidida por Edgard Sanabria
reformó la Ley de Impuesto sobre la Renta aumentando el impuesto a las
compañías petroleras de 26% a 45%, con la protesta
unánime de las
petroleras. En 1960 se fundó la Corporación Venezolana del Petróleo (CVP),
primer intento del Estado venezolano para intervenir formalmente en el
negocio petrolero. Ese mismo año, como propuesta del gobierno de Venezuela
y de su ministro de Minas Juan Pablo Pérez Alfonzo, se crea la OPEP,
367
multinacional de países exportadores de petróleo, para defender los precios
internacionales del crudo.
En 1975 se promulgó la Ley que Reserva al Estado, la Industria y el Comercio
de los Hidrocarburos con vigencia a partir del 1 de Enero de 1976, mediante la
cual el Estado venezolano nacionalizaba el funcionamiento de la actividad
petrolera.
Todas esas iniciativas nacionalistas del Estado venezolano coincidieron con el
auge mundial de las tesis neoliberales que propugnaban, por el contrario, la
disminución y la desaparición de la función regulatoria del Estado sobre la
empresa privada. Con base a dichas tesis sobre la dependencia ideológica
antinacional que tiene la clase dominante política y empresarial representada
en FEDECÁMARAS, ésta organización generó en el seno de la oligarquía
comercial venezolana e incluso dentro de la empresa petrolera del Estado,
PDVSA, una posición favorable a la dominación imperial que abogaba por la
privatización efectiva de la industria petrolera bajo la figura de los “contratos
de servicio”, para entregarla a las transnacionales petroleras del Imperio;
frente a esta actitud entreguista se levantó otra -que finalmente se impusoque consideraba
la primera nacionalización de 1976 como “chucuta”
(incompleta), abogando por completarla dentro de “…un proyecto nacional de
largo alcance que tenga como objetivo la estructuración de una economía
equilibrada autosostenible, equitativa y progresiva…” (Maza Zabala, 1977:
214).
368
CAPÍTULO 23
El régimen neocolonial de la IV República
La cultura del petróleo y el proyecto político puntofijista
El 23 de Enero de 1958, como ya se expuso, el gobierno de Marcos Pérez
Jiménez fue derrocado por
un movimiento de masas cívico militar de
orientación de izquierda nacionalista, nueva versión rebelión de la popular
acaudillada por Ezequiel
Zamora en el siglo XIX y de las rebeliones
populares de indios (as), negros(as), zambos (as) y mulatos (as)
que se
organizaron entre los siglos XVI y XIX contra la oligarquía mantuana. Para
frenar el desarrollo político de aquel evento que habría hecho tambalear las
bases del modelo de dominación oligárquica neocolonial, la movida política
de FEDECÁMARAS fue obtener el respaldo del Departamento de Estado
usamericano, cooptar tanto al sector derechista de las Fuerzas Armadas como
a los antiguos partidos políticos socialdemócratas como Acción Democrática
y Unión Republicana Democrática, convertidos para ese momento en partidos
clientes del imperialismo, así como a los partidos de orígen falangista como
COPEI, expresión de la llamada Democracia Cristiana, en una nueva
“conciliación de elites”, el llamado Pacto de Punto Fijo, revival del antiguo
Pacto de Coche de 1863 que selló el fín de la Guerra Federal y la derrota de la
rebelión popular campesina liderada por Ezequiel Zamora.
Cuando se habla del llamado Pacto de Punto Fijo, la historia oficial tiende a
relevar sólo la alianza de aquellos partidos políticos, dejando fuera la
369
importante participación política de FEDECÁMARAS, nervio de aquella
reforma política, económica y empresarial que, se esperaba, convertiría
definitivamente a Venezuela en un apéndice colonial
del gobierno
estadounidense. Para poder caracterizar el funcionamiento de la economía
venezolana durante los años de la IV República, es necesario bosquejar los
contenidos políticos del llamado Pacto de Punto Fijo, que definió los
lineamientos políticos del establecimiento partidista-empresarial venezolano.
El Estado Nacional, según aquel pacto, tenía una organización política
destinada a la repartición del poder y de la renta petrolera entre los partidos
firmantes, con base a:
a) Una burocracia o nomenclatura integrada por miembros de los
partidos firmantes, la cual pasó a convertirse en propietaria del
Estado Nacional.
b) Celebración de elecciones presidenciales cada 5 años y un pacto
según el cual, el acceso a los puestos de representación y dirección
de los poderes del Estado era decidido y controlado por la misma
nomenclatura del partido ganador.
c) Subordinación de todos los poderes del Estado a la nomenclatura
partidista ganadora.
d) Creación de una central sindical única, dependiente de la
nomenclatura ganadora.
e) Control indirecto o autocensura de todos los medios de
comunicación masiva.
370
f) Ideología partidista dominante que limitara y marginara en la
práctica toda disidencia política.
g) Dominio del Estado sobre el conjunto de la economía, planificada y
administrada sobre la base de planes quinquenales.
h) Organización oligopólica de la empresa y la productividad privada
(FEDECÁMARAS) apuntalada con los dineros del Estado, en la
cual no existiera una competencia ni mercado, copiando la estructura
hegémonica de la nomenclatura.
i) Prioridad de la expansión y mantenimiento de la estructura
burocrática como medio de disribución de la renta nacional,
descuidando las normas de eficiencia económica.
j) Popularización de la corrupción como mecanismo para mantener la
estabilidad del sistema político (Vargas Arenas y Sanoja, 2006: 282283).
La clase política surgida del colapso de gobierno militar en 1958 asumió una
función reguladora, de intermediaria entre los diferentes sectores de la
sociedad, cuidando muy bien el mantenimiento de las jerarquías sociales
mediante el financiamiento y consolidación de las fortunas de los empresarios
privados -que eran al mismo tiempo miembros de la coalición de partidos
políticos puntofijistas- utilizando los dineros de la nación.
El hecho mismo de haberse apropiado del poder en un país donde los medios
de producción más importantes pertenecen al Estado, fortaleció la vieja
relación provechosa y económicamente fructífera que existía desde el siglo
XIX entre la clase política y las riquezas de la nación: la corrupción
371
administrativa. Los principales medios de producción pertenecían al Estado
venezolano, pero éste, a su vez, pertenecía a mafia conformada por la clase
política y los empresarios privados.
La consolidación de esas relaciones sui generis de propiedad terminó por
liquidar lo que podía existir de verdadera democracia, transformándola en una
dictadura populista de partidos con una máscara democrática (Britto García,
1984), experimento que fracasó en 1998, no sólo por sus propias
contradicciones internas y su incapacidad para deslastrarse de la dependencia
imperialista, sino también por la carencia de un liderazgo ideológicamente
sólido, honesto, con vocación para el servicio público y con conciencia del
destino histórico del país.
El régimen político puntofijista de la IV República se caracterizó, al igual que
los otros sistemas populistas de América Latina, por la “concesión de
subsidios directos a las empresas nacionales; gigantescas operaciones de
rescate de firmas y bancos
costeadas, en muchos casos, con impuestos
aplicados a trabajadores y consumidores; imposición de políticas de
austeridad fiscal y ajuste estructural encaminadas a garantizar mayores tasas
de ganancia de las empresas; devaluar o apreciar la moneda local a fin de
favorecer algunas fracciones del capital en detrimento de otros sectores y
grupos sociales; políticas de desregulación de los mercados; ´reformas
laborales´ orientadas a acentuar la sumisión de los trabajadores al tiempo
que se facilita la ilimitada movilidad del capital; ´ley y orden´ garantizados
en
sociedades
que
experimentan
regresivos
procesos
sociales
de
reconcentración de riqueza e ingresos y masivos procesos de pauperización;
la creación de un marco legal adecuado para ratificar con todas la fuerza de
la ley la favorable correlación de fuerzas de que han gozado las empresas en
372
la fase actual; establecimiento de una legislación que ´legaliza´ en los países
de la periferia, la succión imperialista de plusvalía y que permite que las
superganancias de las firmas transnacionales puedan ser libremente
remitidas a sus casas matrices…” (Borón, 2002: 112). Cualquier lector o
lectora avezado en el estudio de nuestra historia contemporánea podría
identificar sin vacilar esta descripción, con el perfil político de los gobiernos
venezolanos de la IV República entre 1958 y 1998 y su relación neocolonial
con el gobierno de Estados Unidos de América.
La repartición de la renta petrolera bajo la III y la IV República
La actividad petrolera de las compañías extranjeras desde los mismos inicios
de la explotación de los hidrocarburos en Venezuela comenzó a comportarse
como un enclave, físicamente delimitado en la época concesionaria (19041974), con su propio régimen laboral. Hasta el año 2002, cuando el gobierno
bolivariano logró finalmente nacionalizarla y socializarla,
el bloque de
compañías extranjeras y finalmente la “vieja” PDVSA constituyeron un
Estado extranjero dentro del Estado venezolano, con su propio su régimen
cambiario, su balanza de pagos, sus coeficientes de eficiencia y –sobre todocon el espíritu de superioridad que mostraban sus gerentes ante el gobierno
nacional y el resto de los venezolanos y venezolanas (Maza Zavala, 1997:
211-212).
Conforme con ese carácter de enclave colonial extranjero que adoptó la
industria, los informes y análisis oficiales sobre su rendimiento fiscal que
elaboraban tanto el gobierno como el Banco Central,
mantenían una
separación entre la actividad petrolera misma y el resto de la economía
venezolana, hecho el cual se manifestaba de manera más evidente en las
cuentas macroeconómicas nacionales.
373
Los salarios de las y los gerentes, empleados (as) y trabajadores (as) petroleros
eran (y siguen siendo) superiores a los que se pagaban al resto de los
venezolanos y venezolanas; incluso, los representantes sindicales en los
consejos directivos, se comportaban y llevaban un estilo de vida similar al de
la alta gerencia de la empresa. El carácter estructural del enclave petrolero se
expresaba como una dinámica diferencial del crecimiento económico
venezolano. Mientras su tasa promedio de crecimiento en la década de los 90
del siglo pasado era de 5 a 6% anual, el resto de la economía venezolana, por
el contrario, decrecía. La conducta excéntrica de la industria petrolera se
reflejaba igualmente en la balanza de pagos: aún en la actualidad mientras que
el petróleo registra siempre saldos activos, el no petrolero siempre muestra
saldos pasivos.
A pesar de la forma perversa y antinacional como la burguesía venezolana
administró la industria petrolera hasta el 2002, la renta petrolera se ha
transformado desde inicios del siglo XX en la base de nuestro proceso de
cambio histórico: permitió sostener el proceso de modernización de la
sociedad venezolana durante la IV República y, hoy, durante la V, ha sido un
factor fundamental para promover el proceso de construcción del socialismo.
Gracias a la renta petrolera pudieron desarrollarse tanto los centros urbanos
como la infraestructura material del país; gracias a la apropiación de los
capitales producidos por el petróleo, la burguesía parasitaria pudo invertir -sin
los riesgos inherentes al capitalismo verdadero- en una industria
manufacturera de bienes de consumo, en modernizar la producción
agropecuaria; incidió en el régimen laboral, en la vinculación con el mercado
y en el acceso a medios y modos de consumo no tradicionales.
374
El Estado venezolano, por tanto, tuvo que hacerse más complejo y burocrático
para poder asumir su función de gran patrón tanto de la burocracia
gubernamental como de la empresa privada, particularmente la banca,
aumentado la dependencia de la población con respecto al gasto público. Se
fundaron empresas básicas estatales para la producción de bienes y servicios
(metalurgia, petroquímica, electricidad, comunicaciones… A pesar de su
dudoso desempeño durante la IV y parte de la V República, hoy día se han
convertido en soporte del cambio social.
Las crisis bancarias experimentadas por el sistema económico venezolano
entre 1970 y 1994, son reflejo de los ciclos de crisis que ha sufrido el proceso
de trabajo petrolero, para solventar las cuales el Estado venezolano ha tenido
que hacerse cada vez más interventor y protagonista en el desarrollo
económico de nuestra sociedad. Uno de los componentes principales de dichas
crisis es la baja cíclica en los precios del producto petrolero y su impacto en la
capacidad de pago del sector público ya que –por una parte- el Estado
venezolano es el ente que posee las mayores colocaciones de capital en la
banca privada y en los bancos bajo control gubernamental y –por la otra- los
bancos se dedicaron y se dedican todavía a hacer manejos riesgosos e
irregulares en la cartera de créditos.
Todo lo anterior, aunado a los procesos tempranos de desregulación y
liberalización, inducidos de manera irresponsable por la burguesía puntofijista
en esta economía rentista controlada por el capital comercial parasitario,
produjo una enorme fuga de divisas auspiciada por el sector privado, el hurto
de los fondos de los pequeños depositarios por parte de los banqueros, así
como también de los auxilios bancarios proporcionados por el Estado para
conjurar las quiebras fraudulentas de la banca privada (Vera y González,
375
1999). El resultado final fue un largo proceso de desinversión por parte de la
empresa privada (que todavía continúa), el cual indujo un aumento sustancial
de las condiciones de pobreza extrema en la sociedad venezolana, la cual pasó
de 11% en 1984 a 34% en 1991. En el mismo período, el índice de la pobreza
total pasó de 36% en 1984 a 68% en 1991 (Lander, 2000: 122-128).
En el período 1989-1991, el gasto social del gobierno central descendió a los
niveles más bajos desde 1968, lo cual se tradujo en un enorme deterioro de las
condiciones de vida y correlativamente del sistema político venezolano el cual
comenzó a colapsar a ojos vistas luego de la rebelión social llamada “El
Caracazo” contra la aplicación del ajuste neoliberal que intentó hacer el
régimen de Carlos Andrés Pérez II en 1989, hasta perder finalmente toda
legitimidad con la rebelión militar del 4 de Febrero de 1992 comandada por el
actual presidente constitucional de Venezuela Hugo Chávez Frías.
No obstante el impacto negativo y regresivo de aquella situación sobre el nivel
de vida de la mayoría de la ciudadanía hasta 1999, la cual vivía en condiciones
de pobreza y representaba el 70-80% de la población venezolana, el 20%
restante, conformado por sectores profesionales y comerciales de la clase
media, la clase media alta y la alta burguesía venezolana, que se apropiaban
aproximadamente del 60% de la renta petrolera, conservaron una alta
capacidad de compra que les permitió el acceso a un estilo de vida consumista
cercano al que poseen los países del llamado primer mundo, como había
venido ocurriendo desde por lo menos el siglo XVIII. Así como entonces
dichas clases constituyeron el baluarte del colonialismo español y luego del
liberalismo inglés, hoy día son el enclave del imperialismo usamericano y de
la contrarevolución venezolana.
376
La carga histórica de la colonia y la neocolonia ha determinado que, a pesar de
la gran inversión que han hecho diferentes gobiernos venezolanos en los
programas mencionados desde 1953, no se haya logrado todavía la meta de
industrializar a Venezuela y transformarla de país petrolero dependiente
monoproductor
en
uno
independiente
con
producción
industrial
y
agropecuaria diversificada, ni mucho menos crear conciencia en la población
de su importancia para descolonizar nuestro país. Varios siglos de sujeción y
dependencia colonial y neocolonial, como podemos ver, han dejado una
huella profunda en el imaginario de la sociedad y de la clase política
venezolana.
Debido a la política cultural, educativa y mediática neocolonial propiciada
por
la burguesía venezolana durante la IV República, los movimientos
patriotas progresistas venezolanos no se pudieron organizar, hasta el presente,
para trascender el férreo cerco comercial y financiero
que tendió
el
imperialismo para impedir el desarrollo autónomo de nuestras fuerzas
productivas, base de nuestra liberación nacional.
Actores importantes de la consolidación de nuestro atraso y de nuestra
dependencia política y económica del Imperio usamericano, han sido los
empresarios venezolanos que -desde el siglo XIX- sólo han buscado el
desarrollo del capital comercial para enriquecerse fácilmente, evitando los
riegos que conlleva la inversión industrial. Para defender sus mezquinos
intereses de clase, esos sectores de la ultraderecha empresarial, sindical y
religios, agrupados en torno a FEDECÁMARAS y la burocracia sindical
oligárquica pro-empresarial de la extinta Central de Trabajadores de
Venezuela (CTV), defensoras a ultranza de la privatización, comenzaron a
conspirar luego del triunfo electoral en noviembre 1998 logrado por el
377
Presidente Hucho Chávez y la Revolución Bolivariana. Dicha conspiración
culminó el 11 de Abril de 2002 con el consabido golpe de Estado organizado
con la complicidad del gobierno usamericano (G.W. Bush),
el gobierno
fascista español del Partido Popular, el alto mando militar venezolano y la
jerarquía de la Iglesia Católica- para derrocar el gobierno revolucionario
nacionalista del presidente Hugo Chávez. Dicho golpe logró imponer por 72
horas un gobierno títere del imperio usamericano que fue barrido por el
movimiento cívico militar bolivariano.
Entre las armas de presión para lograr el golpe. la gerencia traidora de
PDVSA, con el apoyo estratégico del Pentágono en connivencia con
FEDECÁMARAS y la burocracia de la extinta Central de Trabajadores de
Venezuela, habían planificado el sabotaje de las instalaciones petroleras de
PDVSA para destruir el Estado nacional venezolano y vender la empresa
petrolera nacional a la EXXON, a la SHELL, a REPSOL y a otras
transnacionales del Imperio, negocio que implicaba un premio de 100
millones de dólares para cada uno de los gestores venezolanos de la
privatización de PDVSA.
Al fallar el primer golpe de Estado debido a la resistencia popular, en
diciembre del mismo año la gerencia traidora que controlaba PDVSA, aliada
con los mismos empresarios agrupados en la Federación de Cámaras de
Comercio (FEDECÁMARAS), la dirigencia del Partido Acción Democrática
enquistada en la Central de Trabajadores de Venezuela (CTV), aliados como
ya es rutinario con la Agencia Central de Inteligencia (CIA), pusieron en
práctica –otra vez sin éxito- un plan criminal para sabotear las instalaciones de
PDVSA, destruir el Estado Nacional venezolano y entregar la industria
petrolera venezolana a las transnacionales estadounidenses y europeas
378
(Sanoja, 2008: 27-42; Sanoja y Vargas Arenas, 2008b: 273-279). Otra vez la
férrea unidad popular cívico-militar hizo fracasar el golpe petrolero proimperialista en Febrero de 2003 (Sanoja, 2008: 21-42; Vargas Arenas, 2007:
117-131).
A partir de aquel momento, como respuesta a la ofensiva de la
contrarevolución el gobierno bolivarian comenzó a concretar el proyecto
nacionalista que había surgido como bandera de la izquierda nacionalista
venezolana desde 1920: creación de una empresa petrolera absolutamente en
manos del Estado y la sociedad venezolana que fuese el motor del desarrollo
de un nuevo país soberano, democrático, próspero y socialista.
379
PARTE V
LA REVOLUCIÓN BOLIVARIANA
380
CAPÍTULO 24
La construcción de un modo de vida socialista venezolano.
El epílogo de este milenario proceso de construcción de la nación venezolana
que hemos intentado es, por ahora, la Revolución Bolivariana, hecho histórico
que rompe con el curso de desastre que venía tomando nuestra sociedad desde
1958 y 1998, período que se conoce como la IV República. Ello nos obliga a
repensar los siglos de historia nacional transcurridos hasta este momento,
cuando la civilización occidental y su modo de producción capitalista están
inmersos en una crisis existencial que puede significar su desaparición. Ello
significa también que debemos buscar un nuevo discurso historiográfico para
analizar el devenir de la sociedad venezolana y de su economía. Por esas
razones, esta revolución bolivariana ha sido para los y las intelectuales
venezolanos (as) progresistas, citando nuestras propias palabras “...como un
despertar de la conciencia ante la posibilidad de concretar nuestro futuro
revolucionario, al cual muchos nos adherimos desde los años ya remotos de
nuestra juventud liceísta..” (Sanoja, 2008:7).
El camino que le queda por recorrer a la Revolución Bolivariana no es fácil,
no será fácil.Apenas han transcurrido siete años desde el 2003, año cuando
comenzó a profundizarse el proceso revolucionario; han sido 7 años de vida
muy intensa, los cuales se han traducido en un cambio social profundo. El
proceso bolivariano ha tenido que apoyar su proyecto transformador sobre una
sociedad históricamente contrahecha: desde el siglo XVIII, cada error
cometido se trataba de solventar -generalmente- con un nuevo error. La
381
capacidad crítica de los integrantes del bloque burgués dominante y
pragmático estaba y sigue estando omnubilada por el logro de la ganancia
personal a corto plazo, a cualquier precio. Hasta el momento actual, cualquier
atajo para lograr dicho objetivo ha sido puesto en práctica por la burguesía
contra-revolucionaria, incluyendo el fallido ajuste neoliberal, el asalto de los
banqueros a los fondos de sus propios bancos, la conspiración y el golpe de
Estado de 2002 contra el gobierno bolivariano del presidente Chávez con el
apoyo activo de los gobiernos de Estados Unidos, España y Colombia, el
sabotaje a la industria petrolera venezolana con la intervención directa del
Pentágono, junto con el lock-out empresarial en 2002-2003 para destruir el
Estado Nacional y rendir por hambre a la sociedad venezolana, el apoyo a la
infiltración en 2004 de 300 paramilitares colombianos para asesinar al
Presidente Chávez, la campaña mediática mundial y más recientemente la
conspiración financiera y la instalación de bases militares estadounidenses en
Colombia, las cuales amenazan
tanto la existencia de la Revolución
Bolivariana como el proceso de integración latinoamericana–caribeña
representado en la ALBA (Sanoja y Vargas Arenas, 2008b: 273-280; Sanoja,
2008: 7-52).
El golpe de Estado de Abril de 2002 y la serie de hechos de violencia
desencadenados posteriormente por los conspiradores contrarevoluciónarios,
asestó un severo impacto al ritmo que venía mostrando la actividad productiva
interna del país. Ello se reflejó en una brutal caída de 8.9% del PIB y el
consiguiente incremento en las tasas de desempleo, debido al cierre masivo de
pequeñas y medianas empresas y cooperativas que no pudieron soportar el
rigor de la crisis creada por el golpe de Estado organizado por
382
FEDECÁMARAS, la gerencia de la antigua PDVSA y la extinta
Confederación de Trabajadores de Venezuela (CTV).
Como consecuencia de aquella abrupta interrupción de la vida social y
económica del país, la tasa de desempleo ascendió entre los años 2002 y 2003
hasta 16,2% y 16,8%, respectivamente, mientras que la tasa empleo informal
de 51,4% en 2002 pasó a 52,7% en el 2003. El máximo nivel de desempleo se
registró en febrero de 2003 cuando la tasa llegó a 20.7 %.
En efecto, durante el 2002, año del golpe de Estado, la economía venezolana
acusó las severas consecuencias de la conspiración golpista urdida por
FEDECÁMARAS y el resto de la extrema derecha desde el año 2001. El PIB
que en 2001 había crecido 3,4%, en el 2003 la contracción del mismo llegó a -7,8 %, y en el primer trimestre de ese año, a -27,8 % como consecuencia del
paro patronal y el sabotaje a PDVSA (Informe económico BCV 2003; Alvarez
2003; 2009: 34-35)1. Esta crítica situación se tradujo en una quiebra masiva de
cooperativas, micros, pequeñas y medianas empresas que incluso habían
apoyado el lock-out patronal y el sabotaje a PDVSA, pero no contaban con la
necesaria fortaleza para enfrentar y sobrevivir la crisis. Millares de empleos
fueron destruidos y la tasa de desempleo alcanzó niveles sin precedentes que
obligaron al gobierno a dar una respuesta masiva y resultados inmediatos.
La respuesta del pueblo venezolano a ese asalto a la integridad del Estado
nacional y a su democracia fue la aceleración del proceso revolucionario
bolivariano. Se hizo evidente que era necesario y urgente poner en práctica el
proyecto político de país expresado en la Constitución Bolivariana y comenzar
383
a desechar las instituciones sociales heredadas del antiguo régimen puntofijista.
El fracaso del golpe de Estado, del lock-out patronal y del sabotaje petrolero
del año 2002-2003 evidencian de manera palpable que el modo de producción
capitalista, tanto en su expresión colonial como neocolonial, ha fracasado.
Decimos que no tuvo éxito, porque durante los 510 años que ha permanecido
como modo de producción dominante, ha sido, fue y sigue siendo incapaz de
construir para las venezolanas y venezolanos una vida social donde el logro
de su realización plena constituya el valor social más importante.
El ajuste neoliberal de shock ordenado por el Fondo Monetario Internacional
que quiso imponer durante el segundo gobierno de Carlos Andrés Pérez en
1989, tenía entre sus objetivos crear una economía productiva que eliminase el
carácter rentista estructural de la sociedad venezolana, vía la privatización de
la empresa petrolera venezolana, así como de las otras empresas del Estado,
la eliminación de los subsidios a la gasolina, y el gasto social: a la salud, a la
educación, etc. El resultado fue una sangrienta rebelión popular, la primera en
el mundo contra el neoliberalismo, que fue dominada al precio de miles de
muertos y heridos causados por la cruenta represión militar y policial. Esta
rebelión fue seguida el 4 de Febrero de 1992 por la rebelión de la juventud
militar comandada por el teniente coronel Hugo Chávez, que abrió el camino
para el derrocamiento del régimen punto-fijista y de los partidos políticos que
lo apoyaban y para triunfo electoral de la Revolución Bolivariana en 1998.
El proyecto político de la Constitución aprobada en referendo popular en 1999
por el pueblo venezolano, refrendada en la Gaceta Oficial N° 5453 del 24 de
Marzo de 2000, tiene como meta darle forma jurídica a los cambios
estructurales necesarios para la creación de una nueva realidad histórica que le
384
plantea a la nación el inicio de este nuevo proceso revolucionario. En ese
sentido, la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela propone y
demanda la creación de espacios e instrumentos para que la participación
ciudadana contribuya a lograr los objetivos estratégicos de equidad, desarrollo
con identidad, respeto a los derechos humanos, buen gobierno y
democratización de la sociedad. Pero la creación de esos espacios e
instrumentos entran en conflicto con las viejas instituciones estatales de la IV
República que responden a un modelo de Estado capitalista burgués, que fue
totalmente ineficaz para resolver los problemas de la sociedad venezolana
(Vargas Arenas, 2007: 275 y siguientes.).
Como forma de transición hacia la creación de una sociedad socialista, el
Estado Bolivariano ha implementado una suerte de gobierno paralelo
destinado a confirmar que el poder constituyente está en manos del pueblo. El
Artículo 5 de nuestra Constitución Bolivariana establece que la soberanía
reside de manera intransferible en el pueblo, de manera que la
autodeterminación alude al derecho de ese mismo sujeto a decidir su forma de
gobierno propio, su modo de vivir y su organización económica, expresado en
la estrecha vinculación que existe entre las nociones de pueblo, nación y
autodeterminación. En este sentido, el pueblo venezolano está integrado en
una nueva organización político-territorial compuesta por los consejos
comunales y comunas, por los diversos
planes y misiones sociales que
conforman las estructuras administrativas a través de las cuales se
redistribuyen los ingresos de la renta nacional para resolver el problema de la
pobreza, para solventar la deuda social que tiene el Estado venezolano con la
mayoría de la población que es pobre porque es zamba, mulata y negra y, con
otra parte muy importante que es doblemente pobre porque aparte de ser
385
zamba, mulata y negra está conformada por mujeres (Vargas Arenas, 2007:
277-278; Sanoja, 2008: 117-153)
Las misiones y planes sociales buscan también crear una cultura política
asentada sobre lo que significan los colectivos sociales, sobre la visión del
pueblo venezolano como actor colectivo, para que los sectores populares
puedan identificar las causas de la opresión a la cual han estado sometidas y
hallar el camino a su definitiva emancipación (Vargas, 2007: 276) Para
alcanzar ese objetivo es fundamental que los colectivos sociales
que
conforman los consejos comunales, desarrollen un nivel de conciencia social
que les ayude a entender y legitimar los cambios estructurales positivos que
está produciendo en Venezuela la Revolución Bolivariana para la construcción
de un modo de vida socialista venezolano.
¿Es esto socialismo?
Mucha gente se pregunta dentro y fuera de Venezuela, incluidos científicos
(as) sociales, si lo que está sucediendo en Venezuela se puede llamar
socialismo. Muchos de ellos y ellas siguen identificando al socialismo, de
manera ingenua, con la imagen que difunden los medios de comunicación del
Imperio: economías estatizadas, dictaduras totalitarias, pueblos empobrecidos,
escasez de viviendas y de bienes de consumo, ausencia de libertades públicas
y, en general, un proceso que redistribuye la pobreza en lugar de repartir la
riqueza. El capitalismo es descrito como todo lo contrario: libre empresa,
opulencia, riqueza, consumismo, libertad. Ninguno de ambos ingenuos
conceptos nos parece verdadero. Donde el socialismo ha podido desarrollarse
sin la influencia paralizante del imperialismo capitalista, tal como ocurrió la
antigua Unión Soviética, la República Popular China, Cuba y Vietnam, entre
otros, el cambio en las relaciones de producción se ha traducido en saltos
386
cualitativos y cuantitativos en el progreso general de la sociedad, mediante los
cuales dichos pueblos pasaron de ser sociedades pobres y colonizadas a ser
sociedades soberanas que han producido grandes avances en la ciencia, la
educación, la innovación tecnológica y la justicia social. Donde estos procesos
se han revertido, como fue en el caso de la Unión Soviética, ello fue debido
más bien a falencias estructurales que se produjeron en el modelo socialista
particular de la URSS, que al modelo general del socialismo.
En el caso venezolano, mucha gente no puede concebir que el socialismo
pueda existir en una sociedad petrolera que ha sido hasta hoy
monoproductora, donde hay una enorme acumulación de riqueza que no es
fruto del trabajo productivo de toda la población. Si se puede hablar de un
capitalismo rentístico ¿no podríamos aludir también a un socialismo
rentistítico? No, porque ello es la antítesis del Socialismo que significa
soberanía nacional en todos los aspectos, soberanía que puede lograrse, como
en los actuales momentos, dentro de un nueva versión de Estado multinacional
de nuevo tipo construido sobre la bases solidarias, como podría llegar a ser la
ALBA, donde se compensen las debilidades y se amplíen las fortalezas de
cada uno de los estados miembros (Sanoja 2010.ms).
El socialismo venezolano se origina como consecuencia del fracaso del
capitalismo vernáculo en la tarea de producir un desarrollo autónomo,
suficiente y soberano de nuestras fuerzas productivas, capaz de grantizar el
bienestar de toda la población. Para ilustrar nuestra reflexión al respecto, es
conveniente aludir a la opinión de Asdrúbal Batista sobre las condiciones
propias de la vida venezolana en los siglos XVI y XVII y el papel que jugo la
acumulación originaria (a la cual nos hemos referido en la primera parte de
esta obra) “…en la creación de las condiciones únicas para el trabajo
387
asalariado y el despojo violento de los medios de producción de masas muy
grandes de individuos…El terreno estaba abierto así para las relaciones del
capital…” (Batista, 2007: 23 y siguientes).
Venezuela, como hemos visto, nace así desde los siglos XVI y XVII al
mercado capitalista en un ámbito colonial, donde el trabajo esclavo y servil es
el factor de la producción agropecuaria monopólica que favorece a una
burguesía parasitaria que es el ámbito donde se produce la acumulación de
plusvalía. La clase subordinada de siervos (as) y esclavos (as) no acumulaba
nada o muy poco, por lo cual vivía en condiciones de pobreza generalizada.
En el siglo XIX, la lucha nacional de la burguesía agro-exportadora y
comercial es contra el imperio español que le negaba su independencia y
autonomía para enriquecerse en libertad, pero la lucha nacional de los siervos
(as) y esclavos (as) empobrecidos es contra la burguesía que les oprimía y
explotaba su trabajo, y a cambio les concedía miserables migajas que les
permitían sobrevivir penosamente al hambre, las enfermedades, la ignorancia
y la violencia.
El proceso de acumulación originaria que se produjo en el siglo XIX en el
seno de la elite burguesa rentística, agro-exportadora y comerciante se produjo
gracias al despojo generalizado que ésta hizo del valor producido por el resto
de la población venezolana, mediante la reedición de un régimen colonial
interno, dependiente del mercado capitalista exterior. La forma socioecnómica
adoptada (el latifundio, la hacienda, el fondo de comercio, etc.) era resultante
de la explotación del trabajo de los peones (as) y los trabajadores (as).
Las bases originarias de la modernización de la sociedad venezolana del siglo
XX se afincaron en la explotación del petróleo que es, en palabras de Batista:
“…Una genuina curiosidad histórica, o acaso una anomalía histórica, vino a
388
cumplir el papel, de otro modo encomendado a las fuerzas burguesas en
formación, de ofrecer lo que la acumulación originaria habría tenido
necesidad de producir. Un medio de producción no resultante del trabajo
venezolano ni del trabajo de nadie, por lo demás, un día vino a ser
demandado y remunerado por el comercio mundial…” “…un ingreso rentista
pagado por el mercado mundial, percibido en una ronda primera por el
Estado propietario y luego distribuido por éste…” (2007: 23-24).
En el siglo XX, ciertamente, surgió un nuevo medio de producción, el petróleo
el cual, gracias al carácter apátrida de la burguesía venezolana, pasó a ser
prácticamente propiedad de los monopolios estadounidenses y de quienes
controlaban entonces el Estado venezolano, esto es los diversos gobiernos
dictatoriales militares y la dictadura partidista de la IV República. Bajo esta
última, dicho medio de producción devino formalmente en propiedad un
Estado corporativo constituido por los partidos políticos AD y COPEI y la
burguesía rentista venezolana, pero la producción en ambos casos siempre ha
sido resultante del esfuerzo de los venezolanos y venezolanas convertidos en
trabajadores y trabajadoras petroleros.
En la actualidad, el petróleo venezolano, al igual que el extraído en otros
países, ha pasado a ser no solamente un medio de producción y una materia
prima estratégica para el desarrollo tanto del capitalismo como del socialismo,
sino también una mercancía financiera cuyo valor ya no depende solamente
de la oferta y la demanda en físico para el consumo real, sino de su cotización
a futuro en las bolsas de valores del mundo capitalista desarrollado.
Es una paradoja que un país petrolero como Venezuela, poseedor hoy día de
las mayores reservas de hidrocarburos del planeta, que trata de buscar una
senda socialista y practica una política internacional solidaria con aquellos
389
países más pobres que no tienen ni petróleo ni gas, se vea obligado al mismo
tiempo a defender política y militarmente su riqueza. Por esas razones,
Venezuela no puede simplemente –como pretenden algunos analistasdesconectarse de la esfera capitalista; como país soberano tiene que contar con
la inteligencia y las alianzas tecnológicas y financieras con otras empresas y
Estados petroleros para defender sus espacios en el mercado petrolero
mundial. Por esas mismas razones, la estrategia entreguista, privatizadora, que
sigue la oposición venezolana, orientada a entregar nuestro petróleo a las
transnacionales usamericanas, simplemente no tiene futuro.
El socialismo venezolano, como ya hemos dicho, difícilmente podría
construirse en solitario. Ya hemos visto como, a partir de una nueva relación
de cooperación solidaria con otros países de Suramérica, Centroamérica, El
Caribe, Asia y Europa el petróleo y el gas de Venezuela pueden compensar las
carencias de otros países menos favorecidos con la posesión de recursos
energético, en tanto ellos nos brindan asistencia sanitaria, educativa,
tecnológica, científica, comercial, militar y política,
áreas que la vieja
burguesía rentista venezolana nunca pensó en desarrollar ni de manera
autónoma ni en cooperación con otros pueblos. El socialismo para ser viable,
debe estar fundamentado en una nueva forma de relación solidaria, no entre
los estados, sino de los pueblos mismos.
Como hemos escrito al respecto en otra obra sobre el transito del Capitalismo
al Socialismo (Sanoja 2010 (ms): 159), en las presentes condiciones
de
sobreexplotación que ejercen las transnacionales del imperio sobre los pueblos
del mundo, “… la posibilidad real de los desarrollos capitalistas nacionales
dentro de la economía mundo-capitalista, como dice Wallerstein (1998: 169),
es una meta sencillamente imposible de lograr por todos los Estados. Para
390
que alguno de los países periféricos al grupo hegemónico capitalista mundial
llegase a alcanzar un nivel suficiente de acumulación de capitales, sería
necesario que se convirtiese por ejemplo en la economía dominante de un
sistema jerárquico regional de Estados, donde la plusvalía se distribuyese de
manera desigual tanto en el espacio geopolítico como entre las clases
geográficas. Dentro del sistema capitalista, incluso en la misma Nuestra
América, cualquier nivel preponderante de desarrollo que obtenga una de las
partes de la economía mundo es el reverso de un proceso inverso, el llamado
subdesarrollo, en la parte contraria. De allí se deduce
la importancia
estratégica que revisten mecanismos financieros solidarios y de cooperación
internacional tales como la ALBA (Alternativa Bolivariana para las
Américas), el Banco del Alba y el Banco del Sur, promovidos por el gobierno
bolivariano de Venezuela para consolidar una futura unión de naciones
suramericanas la cual compense las asimetrías económicas y sociales entre
los diversos países…”.
Contrariamente al pensamiento expresado en el párrafo anterior, al amparo de
la riqueza petrolera, en el siglo XX creció en Venezuela la cultura del
petróleo, con un rentismo modernizado, expresado en una gran burguesía y en
una clase media autistas que se enriquecían paulatinamente, cuyos imaginarios
y cuyos estilos consumistas de vida han transcurrido desde el siglo XIX
arropados en las quimeras de Nueva York, París y Berlín. Por debajo del
Estado burgués, de aquella estructura corporativa elitista que usufructuaba la
renta petrolera para sus negocios personales, estaba la gran mayoría de
venezolanos y venezolanas de a pié, excluidos del “festín de Baltazar” como
lo denominó un político venezolano.
391
Durante la década de la dictadura perezjimenista (1948-1958), las fundaciones
y universidades usamericanas al servicio de las transnacionales petroleras que
operaban en Venezuela llevaron a cabo estudios sociales y culturales sobre la
historia, el carácter nacional y las motivaciones del hombre y mujer
venezolanos. Conocían los cambios que habían ocurrido y estaban ocurriendo
tanto en la clase dominante como en la clase dominada, sabían que existía un
sector social sin origen social definido y con un incipiente sentido “nacional
burgués” que acumulaba capital con base al peculado y la corrupción, el cual
era posible que se fortaleciera para formar la estructura del Estado venezolano,
como efectivamente ocurrió al firmarse en Nueva York el llamado Pacto de
Punto Fijo (Brito Figueroa, 1972:17-25).
Los firmantes de dicho pacto, los partidos Acción Democrática, Copei, Unión
Republicana Democrática y el sindicato patronal FEDECÁMARAS,
comenzaron a gobernar juntos desde 1958 hasta 1998, año cuando se incia la
Revolución Bolivariana. Durante cuatro décadas rigieron el país “…en función
de
la
plutocracia
asociada
estructuralmente
a
los
monopolios
norteamericanos, violan su propia “institucionalidad” y legalidad e imponen
una política de terrorismo policiaco que supera, en este sentido, a la
dictadura derrocada en el 23 de Enero de 1958…” (Brito Figueroa, 1972:
25.Vzlacont.).
Las características del nuevo modo de vida y de cultura que caracteriza el
Estado burgués venezolano desde el siglo XIX y su epígono que resultó del
Pacto de Punto Fijo, alianza de los partidos políticos de estatus con la
burguesía rentista parasitaria, han sido analizadas en profundidad en la obra de
Iraida Vargas Arenas, Resistencia y Participación (2007: 79-129). En dicha
obra, la autora resalta el proceso de exacerbación del estilo de vida consumista
392
y el proceso de desnacionalización del Estado nacional venezolano en el
imaginario de la elite punto fijista. Dicho proceso cambió el año 2002 con las
acciones barbáricas cometidas durante el fallido golpe de Estado de Abril de
ese año y la cínica barbarie –todavía más destructiva- del sabotaje petrolero y
el lock-out patronal iniciado en Diciembre del mismo año, ambos derrotados
por la resistencia cívico-militar del pueblo venezolano (Sanoja, 2008: 39-42).
La IV República dejó a la Revolución Bolivariana un enorme pasivo en todos
los órdenes de la vida nacional: social, cultural, ético, económico, intelectual,
educativo, tecnológico, etc., peso muerto que debe ser eliminado para poder
construir el futuro, el Nuevo Modelo Productivo, la sociedad socialista
venezolana. Como lo demuestra el agudo análisis de Víctor Álvarez (1999a)
cuya obra hemos tomado como referencia para desarrollar este capítulo, el
gobierno bolivariano del Presidente Hugo Chávez con base a los planes
sociales, ha logrado una significativa reducción de aquel pasivo, lo cual se
refleja particularmente en la tasa de desempleo y el porcentaje de personas en
situación de pobreza. El desempleo cayó a solo 6.1 % en diciembre de 2008,
después de haber alcanzado el extremo de 20.3 % en febrero de 2003 como
producto del brutal golpe de Estado, el sabotaje petrolero y el lock-out
patronal organizado por los remanentes de los partidos del estatus incrustados
en la Fuerza Armada, PDVSA, la extinta Confederación General de
Trabajadores (CTV) controlada por Acción Democrática, y el grupo patronal
antinacional de FEDECÁMARAS. Gracias a aquellos planes, el porcentaje de
personas en situación de pobreza se redujo de 62.1 en el 2003 a 31.5% en el
2008. Asimismo, el porcentaje de personas en situación de pobreza extrema
cayó de 29 % en el 2003 a 9.1 % en el 2008 (Alvarez 2009b: 261).
393
Si bien Venezuela está ganando la batalla contra la pobreza, es necesario la
transformar la economía capitalista en un nuevo modelo productivo socialista
que garantize el desarrollo humano integral de todos los venezolanos y
venezolanas, a través de la participación activa y protagónica del pueblo
organizad para, erradicar las causas estructurales que siguen generando
desempleo, pobreza y exclusión social con base a unanueva ética productiva
basada en la solidaridad y la complementación en lugar del individualismo, el
consumismo, la competencia y el lucro propios de la producción capitalista
(Alvarez 2009b: 170-171, 176).
El peso del sector privado de la economía pasó de 64.7 % en 1998 a 70.9 %
hasta el tercer trimestre de 2008, lo cual confirma que el crecimiento del PIB y
el nivel de empleo están todavía marcados por el peso abrumador de alrededor
de 70 % que tiene el sector privado en la economía venezolana, lo cual define
la naturaleza capitalista del actual modelo productivo venezolano, razón por la
cual la mayor parte del excedente que generan los trabajadores se queda en
manos de los dueños de las empresas bajo la forma de ganancia capitalista vía
la especulación voráz con los precios en todos los niveles de la cadena de
producción-distribución. Los empresarios venezolanos no asumen, por el
contrario, ningún compromiso con la comunidad, y se limitan a remunerar a
los trabajadores con un salario que representa una ínfima parte del valor que
estos agregan a la producción. (Alvarez 2009b: 249-250)
A pesar de la importante inversión social del gobierno bolivariano, se observa
todavía poco dinamismo en los sectores de la agricultura y la industria sobre
los cuales descansa la soberanía productiva de cualquier nación, los cuales
proveen los alimentos, el vestido, el calzado, las medicinas y demás productos
destinados a satisfacer las necesidades básicas para la reproducción de la vida
394
cotidiana. La lógica del beneficio privado no ha dado tampoco repuesta en
ninguna parte del mundo a la pobreza y la exclusión social. Nosotros
pensamos que la raíz de aquel problema es el desconocimiento de la
dimensión cultural de la actividad económica, por lo cual no se ha podido
erradicar en la gente el imaginario capitalista para consolidar su alternativa, el
imaginario socialista.
Razonando desde la óptica macroeconómica neoliberal, Maza Zavala (2009:
233) concluye que la economía actual de Venezuela se caracteriza por una
demanda bastante activa y una oferta débil: “…la demanda es expansiva
porque el gasto público la impulsa…La oferta interna procura atender esa
demanda, pero su capacidad no crece proporcionalmente por insuficiencia de
inversión real…la inversión bruta fija ha sido muy activa, pero con menor
impulso la inversión privada más directamente relacionada con la producción
(¿de bienes de consumo que la pública… El consumo como economía de
demanda ocupa el mayor espacio en el PIB, de alrededor de 78%...”
Podríamos acotar
en relación a lo anterior que la inversión privada
venezolana –diriamos que desde la colonia- nunca ha tratado de satisfacer
plenamente la demanda de bienes y servicios sino, por el contrario, a
satisfacerla de manera incompleta para mantene así los precios altos, limitar la
inversión y provocar, a través de su frente comercial, la importación de los
bienes faltantes vendidos a precios muy superiores a los que estos tienen en el
país de origen para así especular y obtener ganacias mucho mayores. Esta es la
que podríamos llamar la ley de bronce de la burguesía venezolana.
Los análisis anteriores, aunque escritos desde ópticas diferentes, nos revelan
que para construir un modo de vida socialista venezolano será necesario e
imperativo regular el sector de la distribución comercial y de servicios, que es
395
donde se ha generado históricamente la distorsión consumista y especulativa
de la burguesía comercial venezolana, premisa que intentaremos desarrollar en
los párrafos siguientes apoyándonos en el razonamiento de Marx sobre la
función política de la distribución y del comercio en el proceso productivo
general.
El Modelo monoproductivo exportador venezolano
El capitalismo es un sistema económico que desde sus remotos orígenes en el
Neolítico de Europa occidental se ha expandido y crecido a través del
comercio a larga distancia (Sanoja, 2010, ms). Sobre esa base se construyó
también la riqueza de Estados Unidos en los siglos XVIII y XIX (Sanoja y
Vargas Arenas, 2007: 33-34). Todas esas experiencias históricas nos enseñan
que el capital manufacturero crece en virtud de la ampliación correlativa del
área de influencia del capital comercial. En nuestro caso particular, el capital
comercial venezolano se ha desarrollado como una especie de correa de
transmisión que desde el siglo XVI funciona en un solo sentido: la exportación
de materias primas y la importación de bienes terminados, apoyado en el débil
desarrollo manufacturero que proporciona la mono-producción, sea ésta de
perlas, de café, cacao, tabaco, melazas o petróleo.
La burguesía venezolana, colonial o neocolonial, fundamentó su proceso de
acumulación originaria desde el siglo XVI en la apropiación de productos
naturales y posteriormente en la producción de materias primas de origen
vegetal o animal para la exportación y en la distribución de las mismas en
otros países. La ganancia obtenida por su distribución se invertía mayormente
en mercancías suntuarias producidas en esos otros países, que eran traídas y
luego distribuidas en Venezuela por los mismos exportadores.
396
Como ha explicado Marx en los Fundamentos de la Economía Política (1967:
23-29), la distribución de las mercancías es la que fija mediante las leyes
sociales la parte que le toca a cada quien en la masa de productos. Las formas
de distribución definen mejor los agentes de la producción en una sociedad
dada, ya que aquéllas aparecen naturalmente como una ley social que fija su
posición en el seno de la producción. Es por esta razón que Ricardo –acota
Marx- afirma que el verdadero tema de la economía es la distribución, es decir
que ésta determina tanto los modos específicos de producción y distribución
como los estilos igualmente específicos de consumo en una sociedad dada.
La burguesía comercial parasitaria venezolana es la que nos ha impuesto,
pues, las leyes de la producción y la distribución y los estilos de consumo, más
interesada en reproducir su capital comercial que en invertir en la producción
misma de bienes. Esto responde a que la base fundamental de la economía
colonial y de la neocolonial que todavía tenemos en gran medida, estaba y
sigue estando fundamentada precisamente el dominio del capital comercial
sobre la producción (Stern, 1986: 843). Ese proceso tendrá que ser revertido
por la Revolución Bolivariana para derrotar el poder de la burguesía comercial
parasitaria, socializar por lo menos la distribución de mercancías, inclusive del
dinero (la banca) e imponer finalmente en Venezuela un modo de vida
socialista productivo que esté a resguardo de las conspiraciones de la
contrarevolución y de su patrón el imperio usamericano.
La Revolución Bolivariana ha logrado disminuir sustancialmente los índices
de pobreza de la población venezolana, aunque todavía existe una minoría que
sigue
acumulado
pobreza,
insuficiencia
de
empleo,
inseguridad
e
inconformidad, una herencia de largos siglos de injusticia social cuya
trayectoria histórica hemos tratado de bosquejar en este obra. Para eliminar
397
definitivamente los rezagos negativos del capitalismo que impiden el logro de
la felicidad social, es necesario que los venezolanos nos dediquemos con
sabiduría y con firmeza a sentar las bases sociales, culturales y materiales del
socialismo.
398
CAPÍTULO 25
El Modo de Vida Socialista y la Diversidad Cultural
El socialismo, ha dicho Michael Leibowitz (2007: 29), no cae del cielo: debe
basarse necesariamente en las características particulares de cada país y nos
equivocaremos si dependemos de modelos universales. Cada sociedad, como
hemos intentado desarrollar en esta obra, tiene características únicas: su propia
historia, sus tradiciones, sus mitos, sus héroes y heroínas: aquellos y aquéllas
que han luchado por un mundo mejor y las capacidades que las personas han
desarrollado en sus procesos de lucha. Una historia social y cultural de la
economía venezolana, por tanto, no podría terminar sin plantear una discusión
sobre las bases históricas de lo que deberá ser nuestro versión del modo de
vida socialista (Sanoja 2010 ms. en prensa).
Por las razones que expone Leibowitz, el proceso de construcción de un
modo de vida socialista siempre ha representado un formidable reto teórico y
práctico para los pensadores y pensadoras y dirigentes revolucionarios (as), ya
que Marx --como escribió Sánchez Vázquez (1981: 45)-- “conoció las
condiciones reales de las que habría de surgir el socialismo, pero no pudo
conocer las condiciones reales del período de
transición que habría de
conducir a la fase superior. Por ello, con respecto a esta fase superior, se
limita a establecer el principio básico y las condiciones necesarias para
establecerlo: cuando haya desaparecido la subordinación esclavizadora de
los individuos a la división del trabajo… cuando con el desarrollo de los
399
individuos crezcan también las fuerzas productivas... y corran a chorro lleno
los manantiales de la riqueza colectiva... podrá rebasarse totalmente el
estrecho horizonte del derecho burgués...” Por esa razón, Marx dejó a sus
sucesores, ideólogos
(as) y líderes revolucionarios, la tarea de pensar y
diseñar la estrategia, la táctica que sería necesario aplicar para alcanzar la
concreción de un modo de vida socialista.
Engels (1968: 148-151) planteó en el siglo XIX la estrategia general del
proceso histórico qu- a su juicio- debería seguir una revolución socialista. Esta
comenzaría con la creación de un verdadero Estado democrático, directa o
indirectamente dominado por el proletariado, esto es, lo que llamamos hoy en
Venezuela el Poder Popular, integrado tanto por los proletarios y proletarias
mismos, pequeños campesinos (as) y burgueses (as) que comienzan a
desplazar sus intereses políticos hacia el poder popular, “..transformandose a
si mismo en el objeto y el sujeto del poder…”(Leibowitz 2010: 56).
Una democracia socialista –decía Engels- debería imponer una serie de
medidas que regulen la propiedad privada y garanticen la existencia del poder
popular, las cuales tienen como objeto crear las condiciones de vida necesarias
para dar el salto cualitativo hacia una nueva formación social. Según Engels
éstas serían:
1) Restricción de la propiedad privada mediante impuestos progresivos.
2) Desplazamiento progresivo de los terratenientes, dueños de industrias y
manufacturas, de empresas de transporte, etc., mediante el desarrollo de
un sector de empresas públicas que les haga competencia o mediante la
expropiación mediante indemnización en valores públicos.
400
3) Organización de la fuerza de trabajo que permita eliminar la
competencia entre los trabajadores y trabajadoras, obligando a los
empresarios privados que todavía subsistan a pagar los mismos salarios
que paga el Estado.
4) Obligación de trabajar impuesta a todos los miembros de la sociedad.
Formación de ejércitos industriales, en especial para la agricultura.
5) Centralización del sistema de crédito y del tráfico monetario en manos
del Estado por medio de un banco nacional, formado con capital
público y suprimiendo todos los bancos y banqueros privados.
6) Multiplicación de las fabricas y talleres nacionales, ferrocarriles y
barcos, roturación de todos los terrenos y mejoramiento de los ya
roturados en la medida en que se aumenten los capitales y obreros de
que disponga la nación.
7) Educación de todos los niños y niñas a partir del instante en que puedan
prescindir de los cuidados maternos-paternos, en establecimientos
nacionales a cargo de la nación.
8) Construcción sobre los solares nacionales de grandes palacios que
sirvan de vivienda colectiva a comunas de ciudadanos y ciudadanas
dedicados tanto a la industria como a la agricultura y que reúnan todas
las ventajas de la vida urbana del campo, sin compartir las limitaciones
de ambos sistemas de vida.
9) Destrucción de todas las viviendas y de todos los barrios malsanos o
mal construidos de las ciudades.
401
10) Concentración de todos los medios de transporte en
manos de la
nación.
Estas medidas, de las cuales citamos algunas, no podrán implantarse todas de
una vez, decía Engels (1968:148-150, pero una vez que se inicie el proceso,
como efectivamente esta ocurriendo con nuestra Revolución Bolivariana,
cada una de ellas arrastrará consigo a las demás. Cuando todas se cumplan,
la propiedad privada se vendrá a tierra. El movimiento repercutirá en los
demás países del mundo: será una revolución universal porque la burguesía y
el capitalismo son universales y la lucha en su contra sólo podrá librarse, por
tanto, en un terreno universal.
Establecer las teorías y las praxis del período de transición hacia un modo de
vida socialista concreto, partiendo desde una sociedad capitalista concreta,
como podemos ver, es una enorme tarea.
Basta, para ejemplificar el
monumental volumen de trabajo teórico y práctico que se ha hecho en los
últimos cien años para esclarecer las condiciones reales del período de
transición, hacer referencia solamente a la cantidad ingente cantidad de textos
que escribieron Lenin, Trotski, Stalin, y Mao Ze Dong, cuatro de los más
destacados pensadores y dirigentes de las revoluciones soviética y china,
durante las primeras décadas de dichos procesos.
Para establecer las condiciones reales de la transición al socialismo en la
Unión Sovietica, según Lenin, era necesario propulsar
“… la propiedad
social de todos los medios e instrumentos de producción, la supresión del
sistema mercantil y su sustitución por un nuevo sistema de producción
social,… la conquista del poder político por la clase obrera como condición
previa e inexcusable de la reorganización de las relaciones sociales...” (Lenin
1960: 230). En el mismo documento, Lenin señalaba la necesidad de que en
402
los programas de los socialdemócratas de los distintos países se establezcan
diferencias de acuerdo con las condiciones sociales de cada uno de ellos para
el desarrollo de las fuerzas productivas, como ocurrió en sociedades histórica
y culturalmente tan diversas y populosas, dispersas sobre vastas extensiones
territoriales, como las que integraban la sociedad soviética y la china en las
primeras décadas.
Socialismo: diversidad histórica y cultural
Al igual que América Latina o Nuestra América, el antiguo Imperio Ruso y la
República China constituían para inicios del siglo XX una abigarrada
asociación de
Repúblicas y Nacionalidades que englobaban poblaciones
diversas desde el punto de vista histórico, étnico, social, cultural y lingüístico,
cuyo nivel de desarrollo de las fuerzas productivas iba desde los que poseían
modos de vida nómadas pastoralistas tribales hasta el modo industrialista
clasista que animaba la formación capitalista rusa de comienzos del siglo XX.
Para responder a aquella situación, Stalin (1961) formuló su tesis sobre la
Cuestión Nacional, el principio de la autodeterminación, la liberación de los
pueblos oprimidos y la revolución proletaria. Para responder a la cuestión
campesina, planteó
la formación de cooperativas agrícolas, un sistema
doméstico de producción socialista de Estado, similar al sistema de trabajo a
domicilio del capitalismo, donde los trabajadores y trabajadoras recibían del
capitalista la materia prima y los instrumentos de trabajo y ellos y ellas le
entregaban a éste su producción (Stalin, 1961: 63-74).
Para la construcción del socialismo en China, Mao (1955: 154-161) enfatizó
la necesidad de planificar el desarrollo económico y los métodos de
movilización de las masas con base a una meta principal, el triunfo de la
403
Revolución, recordando así mismo la necesidad –-para lograrla-- de elevar el
nivel de conciencia política y cultural de las masas populares. Destacó Mao,
igualmente, la necesidad de estudiar toda la naturaleza particular de las
contradicciones que se presentan en cada forma de la materia en cada proceso
de desarrollo, para hacer un análisis concreto de las mismas y descartar la
arbitrariedad subjetiva: la contradicción entre las fuerzas productivas y las
relaciones de producción, la contradicción entre las clases explotadoras y las
clases explotadas, la contradicción originada por éstas entre la base económica
y factores superestructurales como la ideología y la política.
Destacaba Mao cómo,
inevitablemente, dichas contradicciones conducen
hacia diferentes formas de revolución en las diversas sociedades clasistas
(Mao, 1967). Finalmente, Trostky (1963: 31), se abocó a desarrollar la tesis de
la revolución permanente como el proceso que debe servir para transitar de la
revolución democrática a la revolución socialista coordinando, para su éxito,
el manejo de las variables internas de la misma con las de la coyuntura
internacional. El socialismo, decía Trostky, no puede construirse en solo país,
aislado; si la clase de los proletarios es internacional, lo es también la
burguesía, por lo cual los revolucionarios y revolucionarias de todos los países
deben coordinar sus luchas para emanciparse de la opresión capitalista.
El Socialismo del siglo XXI y la diversidad sociocultural latinoamericana
América Latina es un vasta civilización donde coexisten una gran variedad de
pueblos formados a partir de tres grandes procesos civilizadores originarios: el
Andino de la costa pacífica y el de la región atlántica de Suramérica, el
Antillano Caribeño y el Centroamericano-Norteamericano (Sanoja, 2006,
404
2009), los cuales fueron forzados a integrarse de distintas maneras en la
formación clasista-capitalista impuesta por la colonización europea.
El pueblo de Venezuela, al igual que otros de América Latina luego de la
independencia del Imperio Español en las primeras décadas del siglo XIX,
fue asolado por dictaduras militares o civiles como las de la IV República, que
nos fueron impuestas tanto por el Imperio Europeo como el de Estados
Unidos para proteger su hegemonía sobre nuestros pueblos.
A la variedad sociocultural histórica originaria se añadieron las deformaciones
ideológicas inducidas en nuestras sociedades por la dominación neocolonial,
fruto de las cuales son los sectores apátridas de las clases medias y de la
grandes burguesías, así como de los sectores alienados de las clases populares
latinoamericanas, convertidos en verdugos y agentes de la esclavización y la
explotación de sus propios connacionales. Ello ha dado nacimiento a diversos
procesos de desarrollo socialista que tratan de definir sus propias teorías,
métodos y prácticas para lograr sus metas nacionales.
De acuerdo a la tesis del socialismo científico de Marx y Engels expresada en
el Manifiesto Comunista (Marx y Engels, 2007: 23, 48-49), el surgimiento del
socialismo y finalmente de la fase utópica del desarrollo social, el comunismo,
debería producirse en aquellas sociedades que alcanzaran (para la época) el
desarrollo máximo de las fuerzas productivas del sistema capitalista.
Como hemos discutido en nuestra última obra todavía inédita (Sanoja, 2010),
según el paradigma de la civilización occidental capitalismo sería la fase final
del proceso civilizador de la sociedad europea, proceso que habría
comenzando a inicios de la Edad del Bronce hacia 3000 años a.C., alcanzando
405
su mayor nivel de complejidad socioeconómica hacia finales del siglo XX e
inicios del siglo XXI con el neoliberalismo y la globalización.En el Manifiesto
Marx y Engels si bien reconocen que el capitalismo será la fase de mayor
desarrollo de las fuerzas productivas, plantean que las contradicciones que
surgirán en su seno generarán –dialecticamente- su propia destrucción a
manos del proletariado organizado(y de los pueblos explotados), dando paso
finalmente al surgimiento de la sociedad comunista. En aquel largo proceso
de la historia europea, la formación y consolidación de la metalurgia para la
fabricación de bienes suntuarios y de las redes de comercio a larga distancia
para su distribución y consumo –sobre la cuales se sustentó posteriormente el
capitalismo- ocurrió antes de la aparición del Estado, a diferencia de la
mayoría de las sociedades clasistas iniciales, conocidas
como modo de
producción asiático, donde el Estado se asume como la fase formativa de las
sociedades complejas (Sanoja, 2010 ms. en prensa)
La expansión e imposición forzada del sistema capitalista sobre los pueblos
originarios y sus culturas de Nuestra América, como ya hemos dicho, se
produjo a partir del siglo XVI con la conquista y la colonización europea.
Gracias a la expoliación de nuestras riquezas y a la apropiación del
plustrabajo, extraídos a la fuerza por los conquistadores de nuestros pueblos
originarios, fue posible que las naciones europeas iniciasen el proceso de
acumulación que les permitió trascender el antiguo capitalismo mercantil y
acceder al capitalismo industrial, a la revolución industrial y la modernidad
hacia finales del siglo XVIII. Como contraparte, dicho proceso de
acumulación indujo en nuestros pueblos de América Latina la pobreza, el
atraso y la injusticia social, lacras cuya eliminación es la meta de las
revoluciones socialistas latinoamericanas. Éstas han surgido y continúan
406
surgiendo, no como consecuencia del desarrollo capitalista sino, por el
contrario, de la pobreza, el atraso y la injusticia social, que nos dejó como
herencia la dominación colonial europea y luego la neocolonial impuesta a
nuestros pueblos por el gobierno de Estados Unidos.
Por las razones ya expresadas, el socialismo venezolano latinoamericano del
siglo XXI, y el venezolano en particular, debe tener como fundamento
necesario el antiimperialismo. Debe sustentarse en la propiedad social de los
principales medios de producción, única manera de defender nuestra soberanía
de la voracidad de las transnacionales. La plusvalía producida por dichos
medios socializados debe invertirse en el desarrollo de las fuerzas productivas
de la sociedad, particularmente en el impulso de los contenidos humanísticos
de la solidaridad y la participación social. Esta última, que constituye la meta
explicita de muchos de los actuales los gobiernos suramericanos y caribeños,
podría ser la base para que dichos pueblos lleguen finalmente a alcanzar un
nivel calidad de vida que pueda considerarse como basamento para la
construcción de los diversos proyectos socialistas.
La utopía concreta socialista establecida por Marx, nos dice Ludovico Silva
(1982: 203), fue construida con base a la crítica de la realidad capitalista. En
nuestro caso particular, tal como hemos expuesto en la primera parte de esta
obra, el proyecto socialista debe ser igualmente resultado de la crítica, no
debe partir solamente de la realidad capitalista, sino también de la
precapitalista cuyos procesos han determinado la formación de la nación
venezolana y de los proyectos revolucionarios latinoamericanos del siglo XX
y del siglo XXI.
407
Un Modo de Vida Socialista venezolano
La conciencia política y cultural de un pueblo es producto de la construcción
social que hacen los colectivos de su papel y de su lugar en el devenir de la
historia nacional, regional y mundial, por lo que su grado de concreción
depende de la calidad de su experiencia colectiva de vida. Gracias a la
participación de los colectivos sociales venezolanos en el intenso período más
reciente de luchas sociales y debates ideológicos, se ha comenzado a producir
en ellos un importante proceso de maduración ideológica en el breve lapso
transcurrido desde la elección del Presidente Hugo Chávez en 1998 hasta su
contundente reelección en 2006 para un segundo período presidencial. Como
resultado del mismo, la mayoría del pueblo venezolano aprendió a razonar sus
opciones políticas en el corto, el mediano y el largo plazo: ningún venezolano
o
venezolana
puede
pretender
hoy día
que
participa
ingenua
y
desinteresadamente en los procesos sociales que mueven la realidad nacional,
síntoma sin duda de haber alcanzado un importante nivel de conciencia social
y política.
La necesidad histórica de construir una sociedad socialista en Venezuela, así
como también en otros países de Suramérica, se fundamenta en la conciencia
política que han adquirido la mayoría de nuestros pueblos sobre un hecho que
es incontrovertible: mientras el socialismo tiene como meta lograr el
desarrollo pleno de los hombres y mujeres como seres sociales, el capitalismo,
particularmente en su presente fase neoliberal, persigue un objetivo contrario;
al privilegiar la preeminencia del capital sobre el trabajo, degrada el medio
ambiente y las condiciones materiales del trabajo humano, provocando
408
igualmente la devaluación de las condiciones culturales y sociales de los
pueblos. El capitalismo neoliberal –por esas razones- ha dejado de ser un
medio de desarrollo de las fuerzas productivas para convertirse un gigantesco
freno al desarrollo económico y social de los pueblos (Vargas Arenas, 1999).
Las estructuras institucionales y las prácticas actuales del gobierno bolivariano
y de la mayoría de la población pueden ser consideradas hoy día como
protosocialistas (Vargas Arenas, 2007). Como señalara, entre otros, Lenin, el
socialismo es una fase histórica de transición en el proceso de desarrollo de
los pueblos caracterizada por la planificación, el desarrollo orgánico de las
fuerzas productivas, la información sobre todas las necesidades de la sociedad
sistemáticamente investigadas y divulgadas, la satisfacción de las necesidades
colectivas elevada al rango de objetivo esencial de la gestión pública, la
administración de las cosas al servicio de todo el pueblo, la desaparición o
reducción en intensidad de los antagonismos de clase y de la injusticia social
(Sanoja, 2008: 53).
Bajo el socialismo, como se plasmó en la propuesta de reforma constitucional
presentada por el Presidente Hugo Chávez en Septiembre de 2007, es posible
y necesario orientar la voluntad social hacia la construcción de una
democracia participativa donde, sin aplastar y eliminar totalmente la
conciencia política privada, domine la conciencia pública y colectiva, la
conciencia de los ciudadanos y ciudadanas integrados en colectivos que
reflejen la voluntad trasformadora del pueblo. En este sentido, la democracia
socialista es diferente a la democracia burguesa la cual fundamenta su
existencia en la desigualdad social, que trata no con colectivos sociales sino
con individuos aislados, explotados por las leyes del mercado controladas por
una minoría de capitalistas.
409
¿Hacia dónde va nuestro socialismo del siglo XXI? Hacia una sociedad
donde todos los hombres y las mujeres alcancen la plena conciencia social que
los conduzca a la libertad de realizar el potencial de sus vidas.
La construcción de un modo de vida socialista en el siglo XXI en Venezuela,
si bien
se apoya en la teoría sustantiva formulada por los clásicos del
marxismo, es un proceso novedoso; debe ser crítico y reflexivo pues debe dar
respuesta a las condiciones socio-históricas de una sociedad concreta. La
elaboración de una teoría particular y una práctica sobre ese socialismo deben,
en nuestra opinión, asumir como un requisito teórico necesario conocer y
estudiar la historia social de Venezuela, las experiencias de vida de los
colectivos humanos en el pasado y en el presente.
El socialismo del siglo XXI –como hemos expuesto- no alude solamente a la
transformación de los procesos económicos de producción, distribución,
cambio y consumo de bienes, servicios y mercancías que han caracterizado a
la Formación Social Clasista Nacional venezolana hasta ahora, sino también y
principalmente a la creación de nuevas formas de organización de las
relaciones sociales de producción para que nuestra sociedad sea capaz de
culminar y mantener dichos procesos de transformación.
Existen, como han expuesto varios autores y autoras, diversas percepciones
sobre las formas que adopta actualmente la construcción del socialismo
venezolano del siglo XXI. Varias de ellas (Hernández, 2006), consideran que
la presente fase del proceso revolucionario venezolano equivaldría a una
revolución de liberación nacional en tránsito hacia el socialismo (Sanoja,
2008). En nuestro concepto personal, esta fase histórica de la construcción de
un modo de vida socialista venezolano si bien tiene como condición necesaria
410
la liberación nacional, se caracteriza principalmente por los cambios que se
están produciendo en las relaciones sociales de producción: en la organización
de colectivos sociales del poder popular, ejemplo de lo cual son los Consejos
Comunales que se deberían estructurar en un futuro asociados con las diversas
misiones sociales ya existentes (Sanoja 2008: 145-149, Harnecker:2008).
Para darle coherencia a la propuesta de construcción de un socialismo del
siglo XXI en Venezuela, es imperativo trascender la fase de liberación
nacional; lo contrario nos estancaría en el limbo del Capitalismo de Estado.
Para lograr dicho fin será necesario promover la asociación estructural de las
diversas Misiones Sociales con los Consejos Comunales (que formarían las
bases del nuevo Estado socialista venezolano) al rango de política de Estado.
Ello sería esencial para crear una sociedad socialista centrada en el
autogobierno, estructurada con base al poder popular manifestado en los
consejos comunales organizados como redes transversales de ese poder, como
clase revolucionaria, bajo nuevas relaciones sociales de producción, las cuales
consoliden la integración de las formas de propiedad social, cooperativa o
colectiva junto con la personal, la privada y la mixta, tal como se planteaba en
la propuesta de reforma constitucional de 2007. Ello permitiría trascender el
trabajo asalariado, creando una nueva cultura laboral basada en un modo de
trabajo signado por la solidaridad comunal, lo cual contribuiría a impedir que
la propiedad privada y la personal se consoliden separadamente como
propiedad burguesa, es decir, como instrumento de clase para la explotación
de otros hombres y mujeres (Sanoja 2008:117-154). Para ello es necesario
fomentar el mayor idealismo en interés de la colectividad, el espíritu de
iniciativa de un verdadero civismo que fórman la base moral del socialismo,
411
así el embrutecimiento, el egoísmo y la corrupción son los fundamentos del
capitalismo (Luxemburgo 2006:116).
En otras sociedades, como fue el caso –por ejemplo- de algunas africanas, la
Argentina de Perón y la chilena de Allende, la revolución social sólo pudo
llegar hasta la fase de liberación nacional creando un importante desarrollo de
las fuerzas productivas, pero sin que existiese transformación de las relaciones
sociales de producción, sin que mediase la destrucción del poder de la
oligarquía y de la influencia omnipresente del Imperio. Ello condujo, en el
corto plazo, a la destrucción de dichas revoluciones o al estancamiento de las
mismas en simples capitalismos de Estado que fueron desmantelados por la
privatización neoliberal.
Un socialismo venezolano del siglo XXI –en nuestra opinión- debe partir de
una concepción humanista, democrática y solidaria de la vida social, donde
el logro de la realización plena de hombres y mujeres constituya el valor
social más importante. Para lograr estos objetivos es fundamental que dichos
colectivos sociales alcancen un nivel de conciencia social y política que
legitime los cambios estructurales que están produciendo, y una praxis para
que la Revolución Bolivariana sea efectivamente revolucionaria y detenga la
inercia ideológica existente en parte de nuestra población, que arrastra a los
individuos hacia el consumismo, el egoísmo y el individualismo.
FIN
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