Theodor Mommsen, el romanista eterno

Theodor Mommsen
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Theodor Mommsen, el
romanista eterno
Christian Matthias Theodor Mommsen nació en Gardin, una pequeña región por
entonces perteneciente al Reino de Dinamarca, y murió en Charlottenburg (en la
región de Berlín), en 1903.
“Cuando el hombre ya no encuentre placer en su trabajo, y trabaje sólo para
alcanzar sus placeres lo antes posible, entonces sólo será casualidad que no se
convierta en delincuente”.
El padre de Mommsen era un pastor protestante, y fue quien lo introdujo en la cultura
y lengua clásicas. La vocación, y la carrera, de Theodor Mommsen se orientaron,
decisivamente, al ingresar en la Universidad de Kiel, en 1838, para continuar con su
formación jurídica, donde se doctoraría en Derecho, en 1843.
Mommsen desarrolló una larga carrera como profesor universitario, ocupando,
sucesivamente, diversos cargos docentes, como Catedrático de Derecho Romano en la
Universidad de Leipzig (1848), aunque posteriormente perdería su cátedra debido a sus
actividades políticas; Catedrático de Derecho Romano en la Universidad de Zúrich
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(1852); profesor de Filosofía en la Universidad de Breslavia (1854); y Catedrático de
Historia Antigua en la Universidad de Berlín (1858).
Asimismo, y gracias a la financiación de la Academia de Berlín, consiguió poner en
marcha, a partir de 1854, un enorme proyecto para editar todas las inscripciones
latinas del Imperio Romano, reflejadas en la obra “Corpus inscriptionum latinarum”. Lo
hizo en base a su máxima de que toda Historia que quiera ser científica debe
construirse sobre fuentes primarias originales. A su muerte, ya se había publicado más
de 120.000 epígrafes.
En el año 1873 sería nombrado Secretario Vitalicio de la Academia de Ciencias de
Berlín, de la que era miembro desde 1858. Además, desde 1881 fue diputado en el
Parlamento (Reichstag), enfrentándose, políticamente, a Bismarck en numerosas
ocasiones.
Su muerte fue la de uno de los más grandes investigadores de la Roma Antigua, de un
genial coordinador de importantes proyectos científicos, de un infatigable estudioso de
la Antigüedad (que le valió el Nobel de Literatura en 1902, el único historiador que lo
ha conseguido), y de un político comprometido con su tiempo y su sociedad.
Autor de una muy extensa obra, más de 1.500 títulos, sus trabajos jurídicos, filológicos,
epigráficos, numismáticos y, cómo no, históricos, son referentes fundamentales para
los especialistas. Entre ellos destacan “Historia de Roma”, escrita entre 1854 y 1856;
“Derecho constitucional romano”, escrita entre 1871 y 1883; “Las provincias romanas”,
de 1884; y “Derecho penal romano”, publicada en 1899.
Su gran obra fue “Historia de Roma”, en la que narraba la evolución de la República de
Roma desde su fundación hasta el asesinato de Julio César. Para ello, se apoyaría en la
crítica filológica de los textos clásicos (históricos, literarios y jurídicos) y en los
resultados de la Epigrafía, la Numismática y la, por aquel entonces, incipiente
Arqueología.
Considerado un discípulo de Ranke, abandonaría la tesis de la imparcialidad del autor
en la elaboración del trabajo histórico. Al contrario, en consonancia con su ardiente
nacionalismo liberal y su deseo de contribuir a la formación de un Estado alemán
unitario, propugnaría abiertamente “un deber de pedagogía política” del historiador,
que “ha de ayudar a aquellos para quienes ha escrito a elegir y definir su actitud futura
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frente al Estado” y “debe ser un combatiente voluntario por el derecho y la verdad, y
por la libertad del espíritu humano”
Su famoso discurso rectoral de 1874, en la Universidad de Berlín, popularizó unos
principios metodológicos que fueron asumidos y compartidos, en mayor o menor
medida, por toda la Historiografía decimonónica, y aún hoy pueden considerarse
vigentes:
“La Historia, después de todo, no es más que el conocimiento distintivo de lo
que realmente sucedió. Y ello consiste, de una parte, en el descubrimiento y
examen de los testimonios disponibles y, de otra, en el entretejimiento de esos
testimonios dentro de una narración de acuerdo con la comprensión que uno
tiene de los hombres que conformaron los acontecimientos y de las condiciones
que prevalecieron. A lo primero lo llamamos estudio crítico de las fuentes
históricas; a lo segundo, la escritura pragmática de Historia. Nosotros, los
historiadores, no somos los únicos que realizan este tipo de actividad. Porque
todos ustedes, caballeros, todos los hombres que razonan en general, son
buscadores de fuentes e historiadores pragmáticos. Ustedes deben ser ambas
cosas para entender cualquier acontecimiento que tiene lugar ante
sus
ojos”.
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