“Escuchar la pérdida”. Charla de Jaume Pey Ivars - Educer

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Escuchar la pérdida
Charla a cargo de Jaume Pey Ivars,
filósofo, músico y coordinador del programa “Alé de Vida” de Educer
Es el segundo año que celebramos en Alicante, en coordinación con Madrid y Barcelona,
la jornada por la muerte gestacional y neonatal. Una jornada que si la pensamos bien
resulta paradójica, pues aúna aspectos aparentemente contradictorios pero indisolubles
unos de otros.
Por un lado es convocada como un acto de conmemoración y, con cierta sorpresa, de
celebración. Conmemoración por el deseo de recordar a los hijos que se fueron, y
celebración por el deseo de reconocimiento de la importancia que su paso tuvo por
nuestras vidas; y es que si estamos hoy aquí es que reconocemos precisamente eso, que
su paso no fue un sueño, que fue real, y que nosotros no somos los mismos después de
su paso.
De ahí que, por otro lado, la celebración tenga también algo de ejercicio reivindicativo,
y de ahí el manifiesto y el lema del año pasado: “Este duelo existe”. Un lema que
reflejaba el deseo de legitimar una vivencia y una realidad que habitualmente son
tapados —con la mejor de las intenciones— mediante palabras y eufemismos que chocan
con la experiencia de algunos de nosotros; palabras y eufemismos que, queriendo ser de
consuelo, a veces provocan rabia o resultan obscenos.
De este lado surge el tercer elemento de la jornada: el encuentro —hay quien diría la
comunión—, la satisfacción de saber que no estás sólo. Y así nos encontramos aquí
padres y madres, familias y amigos, y también profesionales, que sentimos que algo
dentro de nosotros se rompió, o que experimentamos un vacío innombrable, o que
simplemente nos dolemos, pedimos y damos —pedíamos y dábamos ya el año pasado—
silencio, respeto y reconocimiento...
Escuchar la pérdida.
¿Qué cabida tiene, entre la celebración, la reivindicación y el encuentro, el lema de
este año: “Escuchar la pérdida”? ¿Se trata acaso de la misma reivindicación de la
realidad duelo? ¿Y qué sentido tiene que, donde pedíamos silencio, ahora propongamos
escuchar?
El sentido hay que encontrarlo en una inquietud que es también una certeza, y es que
una vez reconocido la existencia del duelo uno descubre que no basta con reconocerlo,
sino que algo hay que hacer con él. Porque el tiempo por sí mismo no cura nada, y
aunque es necesario que pase el tiempo para atravesar el duelo, lo cierto es que el
tiempo por sí mismo no basta, pues nada se pasa sólo esperando a que pase. Y así, de la
necesidad de hacerse cargo del duelo, de actuarlo para atravesarlo, es de donde
aparece el lema “Escuchar la pérdida”; dejar que se mueva, nos hable y nos conmueva;
mirarle, hablarle y darle forma para atravesarlo.
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Entre las tareas del duelo la psicóloga Julia López Orozco habla de dos en particular:
por un lado dejar que las emociones surjan, aceptarlas tal como son y sobre todo no
juzgarlas; y por el otro hacer aquello que nos hace sentir mejor, aún cuando no
tengamos ganas de ello —y ganas no tenemos pues precisamente estamos en duelo—.
Las dos nos hablan de los más personal e intransferible: de las emociones y nuestros
recursos. Nada hay más necio que decirle a alguien que está en duelo lo que debería
sentir; nada hay más absurdo que decirle qué debe hacer para sentirse mejor.
Símbolos para la pérdida
Pues bien, en el proceso de dar forma y expresión a las emociones, así como en el de
sentirse mejor, confluye la necesidad de servirse de símbolos que siendo compartidos no
imponen un significado común, símbolos que permiten expresar pero también elaborar.
Simbolizar es algo muy distinto del conocimiento, del juicio científico o filosófico, cuya
función es especificar, categorizar y fijar una relación de significado, cerrar dicha
relación. El símbolo sugiere, propone, se abre camino, y por eso a pesar de ser
compartido no fija un significado común; de ahí que, paradójicamente —y como bien se
percibe en el arte— a pesar de ser universal se mueve en el umbral de lo inexpresable,
de lo puramente individual. Y así nos sorprende descubrir en un poema, o en una
canción, o en un drama, algo de nuestra propia experiencia interior...
De este modo, a través de la articulación simbólica confluye un camino paradójico de
dentro a fuera y de nuevo a dentro. De la emoción a su expresión, de la expresión a los
otros, y de los otros otra vez a la emoción. Un recorrido sanador que permite expresar
sin juzgar ni ser juzgado, conectarse con los más profundo de uno mismo y sin embargo
saberse humano y por ello acompañado.
Los símbolos aparecen como posibilidad allí donde de entrada sólo hay —y
probablemente sólo deba haber— silencio, y a través de esta aparición permiten ir
dando forma a la experiencia.
Itinerarios personales
Nada más lejos de mi intención que hablar aquí de las fases del duelo y proponer una
simbolización para cada fase. Pero sí quisiera subrayar la importancia de simbolizar,
cada uno a su forma, a su ritmo..., y a partir de ahí querría proponer algunos símbolos
que aparecieron en el camino de mi propia experiencia. Inevitablemente, porque surgen
de mí, se centran la música y en la poesía; para otros será el teatro, o la pintura, o el
baile...
Rupturas...
En ese camino, reencontré hace ya un tiempo a un poeta uno de cuyos poemas se me
había grabado mucho antes de que empezara todo esto, sin que yo acabara de
entenderlo. El poeta era Estellés y el poema Cançó de bressol, y que empieza diciendo:
“Jo tinc una mort petita, meua i ben meua només”. Descubrí tras el reencuentro que
Estellés había perdido a su hija mayor a los cuatro meses de vida, e investigando un
poco más me encontré con “La primera soledad”, curiosamente el único libro que
escribió en castellano, según él de un tirón, hasta el punto de que sólo al acabarlo se
habría dado cuenta de ello.
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Presentamos aquí una versión recitada de uno de los poemas de este libro “La
costumbre”, mezclada con una de las músicas más bellas de Tárrega, “Lágrima”, otra
de las obras que, de una forma u otra, me han acompañado.
La costumbre
Yo subí siempre aprisa los últimos peldaños
para ver a mi hija, para entrar en mi casa
y besar a mi hija: yo no he tenido tiempo
de acostumbrarme a eso, a ser padre:
Yo siempre
llegué corriendo a verla: se me ha muerto cuando
empezaba a tener su riente costumbre.
Y me recuerdo así, subiendo los peldaños
de dos en dos, abriendo la puerta de repente,
yéndome hacia el moisés sin besar a Isabel,
quitarme la bufanda, decir qué frío que hace.
Yo no he tenido tiempo de sentirme importante
con mi casa, Señor, con mi hija, Señor,
con mi paternidad. Yo sólo he conocido
la prisa, el frenesí, esta terrible cosa
que de pronto ha acabado de golpe y sin remedio,
Señor, sin vuelta de hoja, de un hachazo brutal.
Lo último que querría es hacer aquí un comentario de texto. Sin embargo, no puedo
dejar de hablar desde mis entrañas de dos aspectos del poema que tienen la cualidad de
expresar y apaciguar mis emociones.
La primera es la presencia en el poema de la experiencia de vacío del padre. Y es que si
no es raro encontrarse con la desvalorización de la importancia de la pérdida para la
madre, a la que se le pide que pase página y mire adelante, la banalización de pérdida
y el dolor del padre es mucho mayor, pues no cabe duda de que quien vive el embarazo
de forma inmediata y carnal es la madre. Así, es muy posible que sea el propio padre el
que si imponga la tarea de sostener a la madre, olvidando a veces la necesidad de vivir
y elaborar su propio duelo. Estellés, sin embargo, legitima el dolor del padre, un dolor
que pena, entre otras cosas, de abstracción. “Yo no he tenido tiempo de sentirme
importante con mi casa, Señor, con mi hija, Señor, con mi paternidad”.
La segunda es la habilidad con que Estellés nos hace presente la ruptura brutal con la
vida, con el hilo del deseo y las expectativas, el trágico vacío que irrumpe desde lo
innombrable. Un vacío innombrable que no puede ser explicado ni enjuiciado, y que sin
embargo él es capaz de sugerirlo en forma de un poema que irrumpe en nuestra propia
experiencia y le da forma a nuestro vacío.
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Esta es la parte sanadora del símbolo y del arte: dar forma, articular y dar sentido; dar
presencia y hacer público lo más íntimo, que de ese modo se legitima. Por eso
podríamos decir que es a través de símbolos como el duelo se va articulando en sus hitos
sucesivos uno de los cuales es esa ruptura desde la que emerge el vacío.
Despedidas...
Otro de los hitos del duelo, fundamental para atravesarlo, es la despedida. La
despedida no es un resignación, no asumir pasivamente lo sucedido. Por el contrario,
requiere de una posición activa y dolorosa de renuncia: dejar que se vaya. Tan
importante como reconocer la importancia que tuvo la breve vivencia de compartir tu
existencia, lo es aceptar que se ha ido, y que no habrá cumpleaños, sino aniversario de
su muerte.
Esto forma parte de todos los duelos. Superar la negación de lo ocurrido, el estado de
shock, para asumir y actuar ella adiós. Despedirse es esencial para no quedarse
enganchado a la muerte, porque si es esencial aceptar la tristeza, el vacío, el duelo, lo
es para atravesarlo y acabar, en cierto modo, volviendo a la vida, viviendo en nombre
de los que se fueron, en homenaje a ellos.
Ahora bien, un poco más allá, despedirse también forma parte del derecho de los que se
van: tener tiempo de decir adiós, poner las cosas en orden, despedirse...
En 1996, Eva Cassidy, una cantante cuya fulgurante éxito musical sucedió después de su
muerte, dio su último concierto de despedida delante de unos amigos 1 . Acabó el
concierto cantando What a wonderful world, de Louis Amstrong, aunque la primera fue
la que vamos a poner aquí, una canción que ya trajimos, versionada, a la jornada del
año pasado. Es, en más de un sentido, una canción esencial para mí y a la que no puedo
dejar de acudir periódicamente, por lo que también formará parte, versionada, del
proyecto musical.
Leo parte de la letra traducida al castellano dice aproximadamente así:
Autum Leaves
Desde que te fuiste los días son largos
y pronto escucharé la vieja canción del inverno;
sin embargo, mi amor,
cuando caen las hojas de otoño
te añoro más que a nada en el mundo.
Memoria...
Los curioso y maravilloso de los símbolos es que, cuando son realmente significativos, se
quedan atrapados al sentido que les diste en el momento en que los experimentaste...,
y entonces no puedes volver a verlo o escucharlo sin que puedas dejar de asociarlo a ese
1
Puede escucharse un fragmento de ese concierto en este enlace:
http://www.youtube.com/watch?v=nzFdlLzhVhM
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momento. Así, podríamos decir que queda un resto, en el símbolo, que en adelante
sirve para rememorar el sentido de ese momento al que lo asociamos.
Diría incluso que los diferentes símbolos que usaste al atravesar el duelo acaban
quedando como testigos de ese recorrido, como ese sentido articulado y elaborado,
como elementos a los que acudir para, cuando es necesario, recordar, rememorar,
homenajear.
Y así, como testimonio de ese resto simbólico, de eso que podríamos llamar articulación
del duelo, quisiera presentar un poema de Elena Martínez que no sólo forma parte del
proyecto musical, sino también de nuestro propio recorrido, el de mi mujer y el mío.
Gracias por estar aquí.
Nana
A mi niño perdido
le canto una nana
todas las noches
y alguna mañana,
cada vez que lo siento
cada vez que lo añoro
cuando lo recuerdo
cuando lo lloro.
A mi niño querido
le cavo una tumba
durante seis meses
de tristeza profunda,
la cubro de tierra
sembrada de culpa
de rabia, de sombra
de vida en penumbra.
A mi niño soñado
lo amé cada día
de su vida en mi vientre
que lo acogía,
lo acuné con danzas
lo acaricié con versos
lo nombré confianza,
alegría, deseo.
Y mi niño amado
hace crecer flores
de fuertes raíces
de vivos colores,
cuando lo dejo marchar
alejarse de mis brazos
al abrir la ventana
para desatar los lazos.
A mi niño pequeño
se lo llevó la muerte
en aquel mes de junio
que se volvió diciembre,
y no pudo crecer
aunque lo amábamos
y no llegó a nacer
aunque lo esperábamos.
Y mi niño me mira
sonriendo dichoso
diciéndome “adiós,
siempre tu niño hermoso ”.