Untitled - Familia Ospina y Duque

TRES PRESIDENTES DE COLOMBIA Y SEMBLANZAS DE PERSONAJES DE LA FAMILIA OSPINA PUBLICACIÓN DE JUAN ANTONIO PARDO OSPINA © BOGOTÁ :: Editorial Santafé introducción
MCMXLVI Es tributo a la Patria, —tal el objeto de la presente publicación,— el honor que se haga a sus hijos beneméritos y es ejemplo para las generaciones por venir, el realzar los merecimientos de quienes como los cotn­patriotas cuyas biografías aquí se consignan, han consagrado su vida, todo su talento, sus energías y aun sus posibilidades materiales en persecución del supremo ideal de hacer Patria olvidándose de sí mismos para el común bienestar; éste el ideal que nos proponen los varones insignes que modelaron sus existencias para legarlas a ¡a posteridad. En razón del orden lógico de los hechos descritos en esta obra, muchos de ellos por los mismos protagonistas, es preciso prescindir del orden cronológico o jerárquico que sería de rigor; advirtiendo sí, que los documentos aquí transcritos, son todos auténticos y pertenecen al archivo de la familia Ospina. J. A. P. O.
DOCTOR PASTOR OSPINA 1809­1873 (Cuando ya se hallaba en el destierro en Gua­ temala el doctor Pastor Ospina, llegó a manos de doña Josefina Ospina de O'Leary, su hermana, y dedicado por el autor" doctor Louis Racine, al doctor Ospina, el libro LA RELIGIÓN ET LA GRACE; con la anotación transcrita guarda la familia esta hermosa obra y el Reverendo Padre Eduardo Ospina, S. J., lo obsequió al General Mariano Ospina Chaparro, hijo de don Pastor, con los siguientes sonetos). «Este libro era del doctor Pastor Ospina en el año de 1861, cuando se vio obligado a dejar su patria para ir a vivir en el destierro». JOSEFINA OSPINA DE O'LEARY EL LIBRO Ésta leyenda comprendió la historia en nuestra patria, de la estirpe nuestra; mano filial, cual de dolores muestra, de los suyos lególa á la memoria. Dí aquel patriota compendió la gloria que por Dios y la Patria, en la palestra, armada del derecho alzó la diestra centra una turba, de su Pueblo escoria! El fue bien pronto —para expiar su yerro­entre escolta insultante de villanos, a buscar las regiones del destierro. Su librito escapó de odios insanos y vino a dar, desde su largo encierro, de un descendiente a ías amantes manos.
LA RELIGIÓN «La grandeur, ó mon Dieu, n'est pa ce qui m'enchan! Ma seule ambition est d étre tout á toi: Mon plaisir, ma grandeur, ma richesse est ta loi.> RACINE (La Religión, chant VI Yo llevo, padre de mi amor, la herencia que tú del padre de tu amor trajiste; tú la guardaste bien, y un dia la diste —preciosísimo don— a mi conciencia. Un tesoro heredamos, cuya esencia en Fe, Esperanza y Caridad consiste; siempre de ellas, en caso alegre o triste, tomQt vigor y luz nuestra existencia. Esa es la Religión cuya armonía cantó Racine en cántico gallardo, que hoy es flor inmortal de poesía; Yo sus aromas en el alma guardo, tú la flor guarda que el amor te envía, memorial de tu padre y de tu EDUARD
HEREDERO el doctor Pastor Ospina de'las virtudes de sus ascendientes que habían dejado ya a la república el más valioso caudal de enseñanzas y de realizaciones, consideró desde su infancia que " la tradición de sus mayores venía de generación en generación como un imperativo de conciencia y por ello la historia de Colombia recoge en la vida toda del doctor Ospina, ejemplos admirables de rectitud, de varonía, de patriotismo, de altivez y de nobleza; vivió para servir a su patria, entregó a ella toda su fortaleza, su inteligencia y su extraordinaria bondad pensando y así lo dijo en carta familiar a su esposa doña Carlota Chaparro «que él tenía que ser en la trayectoria de su vida la continuación de sus antecesores para que sus hijos prolongaran aquella trayectoria que habían de recorrer sus demás descendientes». Nació en Guasca, Cundinamarca, el 6 de julio de 1809, y fue hijo de don Santiago Ospina y de doña Josefa Santos Rodríguez y hermano del doctor Mariano Ospina Rodríguez, Presidente de la Nueva Granada y con quien compartió la lucha de una 9
existencia brava y difícil como lo fue la del país en el siglo pasado, y si la personalidad del doctor Pastor Ospina no ha sido suficientemente honrada por la patria, esto se debe seguramente a que él no aspiraba a crear para sí reputación de gloria ni a que su nombre hubiera de figurar en la historia, pero sí a que sus hechos contribuyeran' a valorar de manera perdurable la igualmente extraordinaria labor de su hermano Mariano. Estudió en Bogotá hasta graduarse en medicina, sin que ejerciera la profesión; fue erudito en ciencias exactas, físicas y naturales, en pedagogía, la que ejerció como catedrático en diversos centros de Bogotá, Mompós y Guatemala, país este último que enriqueció con su extraordinaria versación en agricultura a la que dedicó científicamente buena parte de los últimos años de su vida buscando, como lo afirmaba en carta a uno de sus hijos, «en la naturaleza que es pródiga en compensaciones los frutos que no han sabido o no han querido dar los humanos que ofuscados por las pasiones no encuentran la verdad donde se, halla». Esto lo decía el doctor Ospina desde su destierro político en Gua­ temala, y fue paladín incansable de la libertad y de Ja democracia, como lo demostró siempre en su vida. Como literato, el doctor Ospina dejó escritos de admirable belleza y para formar idea de lo que él valía en este campo, basta leer el aparte a con­ 10
tinuación inserto de su obra Cuadros naturales y de costumbres de la Provincia de Bogotá a princi~ pios del siglo XIX y en el que se lee: «El Valle de Guasca Después de describir el autor la topografía del antiguo lago que cubría la Sabana de Bogotá, lleva la descripción hasta la ensenada que entra por Ses^ quilé, Guatavita y Guasca, y continúa así: «La sección superior que ocupa la mitad de todo el valle es la de Guasca. El fondo lo forma una larga y estrecha llanura, de cuyos lados se levantan los terrenos en suave declive, formando colinas bajas, pero caprichosas, y mesetas sucesivas que van elevándose en anfiteatro hasta la región de los páramos. ,, Este es el teatro de las escenas de que fui espectador en mi niñez. Este es el valle de mis recuerdos y de mis afec tos. Qué bello eres, valle mío, y aún más que bello, querido de mi corazón! Me parece que te estoy contemplando desde alguna de las alturas, que tantas veces recorría lleno de di cha y alegría....... ..... Mi imaginación me representa todavía, como si estu viera mirando, aquellas vistas pintorescas y variadas que se abrazan de una sola ojeada. Los arroyos y los riachuelos que se desprendían de las más altas montañas y que venían a reunirse en el fondo del valle corriendo por entre verdes alisales y que parecían cintas de plata entre un recamado de esmeraldas. Los prados y las mieses, los sembrados de papas y legumbres, que tapi­ 11
zaban en el mes de julio toda la parte baja del valle, formaban un mosaico cuyas piezas de mil variados colores son más fáciles de concebir que de explicar .................. El verde oscuro de las papas y el claro de las alverjas sembrado de las es trellas blancas y rosadas de sus flores. El amarillo caña de las mieses que empezaban a sazonar y el dorado de las que se acercaban al día de la siega. Los maizales de tan varia dos aspectos según sus edades. Aquel oleaje encantador que el viento produce en los trigales y que tanto semeja al del océano cuando sopla una suave ventolina. Y por en medio de aquellos variados campos, mil casitas de diversos aspectos se dejaban ver por sobre las sementeras blancas o amari llentas, o que ocultándose tras ellas sólo dejaban ver sus grises pajares. Por las calles empradizadas que separaban los sembrados andaban ios niños de los labradores detrás de algunas vacas o algunas ovejas acostumbradas a respetar los sembrados .......... Levantando un poco la vista hacia los flancos de las montañas, aparecían sus hondas cañadas cubiertas de espesa y oscura selva, contrastando ya con las escarpas blanquecinas de las rocas areniscas, ya con los pajonales amarillentos de las colinas, ya con los visos plateados de los bosquecillos tapizados de frailejón. Cuando en mi infancia contemplaba tus bellezas, valle mío, qué lejos estaba de prever que tus risueños campos habían de ser regados con la sangre de tus hijos por defender su libertad y su religión, pero si has presenciado, si has sufrido cruentas y lamentables desdichas................. tu nombre será siempre grato y glorioso en la historia de América, porque las virtudes y el heroísmo de tus hijos han sido conocidos, .admirados y encomiados hasta más allá de los mares por todos los hombres de creencias y de corazón». 12
Porque el doctor Ospina poseía vastísima ilustración y porque se consideró siempre él un medio de que la patria debía valerse para el engrandecimiento común y porque nunca se perteneció a sí mismo, sino que, por el contrario, consideraba que sus facultades eran propiedad de los demás, inició su vida pública trabajando por la instrucción^ actividad ésta que embargó todos sus empeños y en la que consideraba cumplir su lema de entregarse en cuanto valía a sus semejantes, aun cuando por diversas circunstancias dedicaba su inteligencia, esfuerzo y capacidades a otros menesteres de la vida nacional; fue Gobernador en 1844 de la provincia de Cartagena y también lo fue de las de Mariquita y Mompós; en 1846 ocupó la Gobernación de Bogotá dedicando todas sus preferencias al fomento de la educación, y en forma de textos escribió cuatro obras de altísimo valor pedagógico, la primera de ellas sobre agricultura, el cultivo del algodón, que con grande visión decía ser el gran porvenir de América, otra sobre jurisprudencia, una tercera sobre moral cristiana para la Universidad, y la última, de lo que no está inédito, Lecciones de Religión, Moral y Urbanidad, en el año de 1845. En la prensa, inclusive la del exterior, era muy solicitada la colaboración del doctor Ospina. En beneficio de la instrucción pública, dedicó princi­ palmente sus empeños a la enseñanza primaria y 13
con los Reverendos Padres Jesuítas colaboró asi­ duamente, siendo el principal de los colombianos que luchó para restablecer en el país a la Compañía de Jesús, hasta lograrlo, porque consideraba con justísima razón que la obra hasta entonces realizada por el Colegio de San Bartolomé y la que el porvenir le reservaba a este plantel ilustre, sería, como lo ha sido, elemento decisivo en la cultura nacional. Fue el doctor Ospina, Senador, Representante y Secretario de ambas Cámaras en diversas legislaturas y en elías contribuyó, como consta en los Anales del Congreso, y no de cualquiera manera, a sentar bases constitucionales y legales que hoy y para siempre habrán de ser fundamentos de la República. Como diplomático representó, en unión de don Juan de Francisco Martin, en el Perú, a la Nueva Granada, y su actuación en el Congreso Americano, reunido en Lima, fue señaladamente distinguida porque su versación en derecho internacional y particularmente en los problemas de la época, demostraron su inmejorable preparación; un señalado internacionalista peruano de la actualidad, afirmaba hace poco: «valdría la pena que los asistentes o representantes de países americanos a las conferencias que actualmente se reúnen con motivo de la pbst­guerra, conocieran, las disertaciones del doctor Pastor Ospina en Lima con motivo del Congreso 14
Americano a que asistió representando a la Nueva Granada». A mediados de 1851 intervino en el alzamiento revolucionario, porque consideró que defendía la justa causa; fue hecho prisionero, encarcelado con grillos por espacio de seis meses hasta que se decretó su destierro de cinco años; viajó por Europa, en tanto se ordenó su indulto que firmó el general Obando, y los conocimientos que adquirió en el viejo continente en las diversas ciencias de su predilección llegaron a hacer del doctor Ospina indiscutible catedrático y benemérito hombre de ciencia;, así lo reconocieron sus contemporáneos y el respeto que se mantenía por sus opiniones y conceptos, que eran solicitados y acatados, mientras no intervenía la pasión política de la época, lo reputaron como consejero inmejorable porque la ética de su'moral y de cristiano fervoroso que dejó escrita en el tratado de Moral cristiana, para la Universidad, y que redactó para contraponer a las teorías materialistas de Jeremías Bentham, entonces en boga, fue en todo momento la panacea que debía aplicarse en la conturbada época que vivió la república en el siglo XIX. En cartas auténticas, muchas de ellas inéditas que se conservan en los archivos de la familia Ospina, escritas en las prisiones de Bocachica y Cartagena, el Dr. Pastor Ospina dice a sus familiares: 15
«Cartagena, Castillo de San Fernando de Bocachica. 12 de septiembre de 1861. A mi esposa doña Cariota Chaparro de Ospina y a mis hijos. Bogotá. Después de un viaje de 38 días hemos llegado ayer a este fuerte que se nos ha señalado por prisión. El viaje ha sido tan largo como penoso, y muy larga será la relación circunstanciada de todas las molestias, privaciones, insultos y vejámenes a que se nos ha sometido. No sé si podré hacer a ustedes esta relación, pero tengo el pensamiento de escribirles una serie de cartas tanto sobre las ocurrencias pasadas como sobre las que tendremos que experimentar bajo el sistema salvaje a que estamos sometidos. Difícil será que mis carias puedan salir, si no es en circunstancias extraordinarias que permitan sustraerlas a los ojos de nuestros carceleros que examinan cuanto entra a nuestra prisión y cuanto sale de ella, no dando pase sino a lo que ellos quieren; pero dejaré los borradores de estas cartas que quizá puedan ocultarse y algún día acaso llegar a manos de ustedes. No esperen, sin embargo, hallar orden alguno en los hechos que les refiera, pues en cada carta les hablaré de aquello que en el momento se presente con más viveza a mi pensamiento o que dé lugar a observaciones de algún interés, ya sea de lo que aquí nos pase, ya de lo que tenernos sufrido en los últimos dos meses. Hoy les hablaré de nuestra instalación en este fuerte. El fuerte o Castillo de San Fernando de Bocachica que en otros tiempos podía servir de residencia a la guarnición encargada de su servicio para la defensa de la entrada de la bahía, hoy, a lo más, pudiera servir para corral de una piara de cerdos," pues el abandono en que ha estado por 16
muchos años lo ha puesto enteramente inhabitable para hombres que no estén habituados a vivir como aquéllos. Figúrense ustedes un patio entre circular y.cuadrangular, de linas cincuenta varas de diámetro, cerrado por un edificio de bóvedas de cal y canto, unas al lado de otras, como los ojos de un puente; estas bóvedas tienen poco más o menos diez varas de fondo y seis de ancho; pero como los dos arcos laterales se inclinan formando una ojiva, sólo hacia el medio tiene suficiente altura para andar con comodidad. Estamos encerrados los diez presos que salimos de ésa, en dos de éstas bóvedas que se comunican por el centro: cada una tiene puerta al patio, cerrada con una fuerte reja de madera y ésta es casi su única ventilación, pues aunque para el lado del mar que bate sus cimientos tiene cada una dos aspilleras, éstas no son sino dos hendijas apenas suficientes para poder disparar por eslías los fusiles en caso de defensa del fueite. Está éste edificado por dos lados sobre el mar y por los otros dos, sobre la isla de Tierrabomba. Por esta parte lo rodea un ancho foso por el cual circulaba antes el agua del mar; pero abandonado se ha cubierto de maleza y se han obstruido sus entradas, de manera que, aunque está lleno de agua, ésta no circula y estancada ha venido a ser un foco de putrefacción y de miasmas deletéreos. Pero no está sólo en ésto ni en los inmediatos manglares la causa que debe hacer este lugar extremadamente insalubre para el hombre y especialmente para el del interior. Las bóvedas terraplenadas por encima forman una plataforma con sus parapetos para el uso de la artillería. Esa plataforma o azotea recogía y dejaba salir fuera el agua de las lluvias mediante un fuerte cimiento de cal, perfectamente sólido y unido que la cubría, pero ese cimiento se ha rajado y destrozado y el agua penetra por sus hendiduras, de manera que casi toda cae ya a las bóvedas, así es que en las dos que 17
habitarnos, qucson las que conocemos, hay una humedad constante y abundantísima. Los muros están todos cubiertos como las peñas húmedas de nuestras montañas, de un liquen verde y espeso del cual mana el agua en gotas, pero en tal abundancia que diariamente tenemos que recogerla en vasijas, pues forma grandes pozos en todas las partes bajas del piso de las bóvedas. En este piso anegado habríamos tenido que permanecer tendidos, si algunos conservadores caritativos no hubiesen, previsto la intención de nuestros carceleros y no nos hubiesen mandado de la ciudad, que dista tres leguas, algunos catres y asientos. Ya conocen ustedes, aunque incompletamente, nuestra habitación. Ahora les diré algo sobre e! modo como se nos guarda en ella. El castillo es tan seguro que aun dejándonos solos en él tendríamos mucha dificultad para poder salir. Pues bien, tenemos una guardia de cincuenta hombres al mando, nada menos que de un general, el General Elias González, y frente al castillo una goleta de guerra fondeada, con su correspondiente guarnición. Grande debe ser el te­ mor que tienen de que nos fuguemos, cuando a más de la seguridad de la fortaleza, nos han puesto tan numerosa y bien mandada custodia. Si tal es su temor, por infundado que sea, hacen muy bien en abundar de medios de seguridad. Pero no ha bastado esto, pues era preciso satisfacer a otra cosa que a la seguridad; estamos con grillos hechos al propósito, pesados, ásperos y estrechos; pero no ha bastado esto: estamos encerrados noche y dia en las bóvedas bajo de llave con centinela de vista; pero tampoco les ha parecido suficiente todavía y así se nos ha negado el soldado de ordenanza para nuestro servicio necesario y el que podamos tener un asistente pagado por nosotros, privándonos además de toda comunicación. Nuestro físico no podrá resistir mucho tiempo a esta situación; mas, por fortuna, a ninguno se le ha abatido el áni­ 18
mo. ¡Oh, cuan grande es ía dicha de tener creencias religiosas! Por mi parte me hallo tan contento como si me hallas.e en un viaje de conveniencia voluntariamente emprendido. No se me ha acusado ni puede acusárseme de haber faltado a ninguna ley, de haber violado algún derecho, ni de haber faltado de alguna manera' a la verdad o a la justicia: mi conciencia me dice que he cumplido' a cabalidad todos mis deberes, y amigos y enemigos saben que sólo' el predominio de la fuerza brutal es el que puede haberme reducido a ésta situación. Creo por tanto, que ella es altamente honrosa para un ciudadano y espero que algo pueda merecer el cristiano que la sufra con resignación y paciencia recordando el grande ejemplo que nos dio el Hijo de Dios que por venir al mundo se sometió a ultrajes y penas incomparablemente mayores, pidiendo a su Padre el perdón de sus verdugos. Que El permita perdone los nuestros y nos mantenga en el camino de la verdad, dé la justicia y de la paciencia. Conozco cuánto participan ustedes de estos sentimientos, lo que es una nueva fuerza que me alienta y me fortifica; tanto más cuanto que ustedes deben ver conmigo en los trabajos que sufrimos una ocasión que nos ha presentado la Providencia Divina para que probemos si son firmes la fe, la esperanza y la caridad con que debemos sobreponernos a las miserias mundanas con que parece quieren anonadarnos quienes se burlan de nuestras creencias. Reciba cada una de ustedes un estrecho abrazo con ésta y con cada una de mis cartas. El mismo que doy a Maria­nito a quien aprovechando ustedes estas ocasiones le inspirarán los sentimientos que han reconocido en mi, en que pido me conserve la bondad y que acaso será el único patrimonio que podré legarles». 19
En un aparte de la carta del Dr. Pastor Ospina a su esposa y a sus hijos, del 4 de abril de 1861, escrita en la cárcel de Cartagena, se lee: «Qué será de mí de hoy en un año? Estaré sufriendo todavía bajo el poder de la fuerza brutal que hoy nos oprime? Habrá cambiado la situación y disfrutaré como antes tranquilidad y dicha en el seno de mi familia? O, acaso habré dejado de existir? Sólo Dios lo sabe; pero como todo es posible, nada más conveniente que acostumbrarnos a la expectativa de toda eventualidad por desgraciada y triste que ella sea. A mí ninguna me aterra o desconcierta, porque he adquirido esa costumbre y deseado que a Udes. suceda lo mismo, quiero que piensen continuamente sobre las probabilidades de mi muerte. He cumplido 52 años. Mi actual prisión y esta edad es ya bastante para no contar con muchos días de vida, aparte del estado forzado y precario en que nos hallamos. Miren, pues, mi muerte como una cosa natural, pues siendo una cosa inevitable, que su día no esté a nuestro alcance aunque él se halla en la mano de Dios. En las diarias oraciones en que Udes. ruegan por mí, acuérdense siempre de esto, que si al principio les. fuera doloroso, luego vendrá la conformidad con la esperanza de que nuestra separación es muy corta y que mediante la misericordia divina, habremos de reunimos en una vida más dichosa para nunca más separarnos. Esta es la ocasión de manifestar a Udes. un temor que tengo de tiempo atrás. Si mi muerte ocurriere en donde Udes. puedan disponer de mis restos, deseo que ellos sean depositados en el humilde cementerio de Guasca junto con los de mi venerado padre, con los de mi buena tía que hizo para mí las veces de mi madre, a quien no alcancé a conocer y con las de nuestro querido Carlitos. Al efecto conviene comprar unas varas de tierra fuera del cementerio y agre­ 20
garlas a éste por ser muy estrecho: en la parte elegida para nuestra sepultura no debe construirse otra de ninguna clase, pues nuestro sepulcro debe ser la misma tierra. En su superficie plantar algunas flores, cuyo cuidado se reservarán Udes., así tan frecuentemente como pudieren ir a aquel lugar, las regarán y esto les recordará que deben. elevar a Dios sus plegarias por nuestras almas y cuál es el camino que tienen que seguir para llegar a su presencia. Si yo vuelvo a ver a Udes., juntos prepararemos el lugar del descanso, si no, la obra queda a cargo de Udes. Espero en Dios que me ha de conceder lo primero. En un día del mes de agosto del año de 1853 pasaba yo por la ciudad de Karlsruhe en Alemania: me detuve en ella algunas horas para conocer algo de lo que allí podía ver y adelantándome por una de sus calles, llegué a su extremo oriental en donde se halla el cementerio, entré en éste y me senté sobre una piedra labrada para un monumento. Había algunos sepulcros antiguos y modernos de asperón o de mármol, monumentos que no imprimen sino una sensación de frialdad, de. aridez, de indiferencia y tal vez de escepticismo porque la idea que allí domina es la de cierta vanidosa pretensión del hombre mortal. Al lado de esos sepulcros más o menos artísticos, más o menos suntuosos, había muchas cuadrilongas con algunas flores en medio una cruz de madera o de piedra y con un simple sardinel de ladrillo. Esos humildes sepulcros en que se veía el cuidado de personas afectuosas, sin duda impresionaban mucho más el corazón que esas moles inertes que sólo se mantenían por la dureza de sus materiales. Reflexionaba yo sobre esto, cuando vi entrar una niña de semblante abatido y con un pequeño cántaro de agua en una mano. Se acercó a una era o sepultura, regó las plantas con el agua mezclada con algunas lágrimas que caían por sus pálidas mejillas, puso el cántaro en el suelo, se hincó y levantó los ojos al cielo y sin duda su alma ino­ 21
cente y fervorosa se elevó hasta la mansión de los elegidos. Oró por algunos momentos, e irguiéndose enjugó sus lágrimas, tomó su pequeño cántaro y subió contenta, tal vez risueña. Me pareció que de allá, de las regiones celestes había oído ella alguna voz que le decía: «Aquí te aguardo. Sigue el camino de la virtud y vendrás a reunirte conmigo». No he visto una escena más tierna; el suelo que estaba a mis pies se humedeció con las lágrimas que vertieron mis ojos! No podía dejar de pensar en ustedes y desde ese momento concebí la idea de que antes les he hablado. Hoy siento un remordimiento verdadero por no haberla llevado a efecto». En la época de la administración del doctor Mariano Ospina Rodríguez, su hermano don Pastor, que, por delicadeza consideró no debía intervenir en forma alguna, concurrió eventualmente al Congreso; cuando la revolución contra el gobierno del presidente de la Nueva Granada, difícilmente pudo evadirse de Bogotá en unión de su hermano el presidente y se cuenta que a este último le fue preciso escapar disfrazado de jesuíta, habiendo sido apresados los dos hermanos Ospinas en la ciudad de La Mesa y trasladados a Chapinero, con grillos, al campamento del general Mosquera, donde quedaron en capilla; para salvar la vida de aquellos dos ilustres colombianos intervinieron el cuerpo diplomático, el general Herrán y el general Santos Gutiérrez; la prensa de aquella época y cartas aquí insertas, narran la tragedia que padecieron los pre­ 22
sos políticos de la revolución del año sesenta y principalmente la odisea de su traslado a las bóvedas de Bocachica, en Cartagena, hasta su evasión en 1862, ésta a virtud de la heroica gestión personalmente realizada por lajs esposas de los doctores Ospinas doña Carlota Chaparro de Ospina y doña Enriqueta Vásquez de Ospina, esta­última trasladándose de Medellín a la ciudad Heroica, hasta obtener la evasión de su marido y de su concuñado. «Cartagena, Castillo de San Fernando de Bocachica. 24 de septiembre de 1861 A mi esposa, doña Carlota Chaparro de Ospina, y a mis hijos. Bogotá. Se ha permitido a Enriqueta venir a visitar a Mariano lo cual se verificó encerrándola bajo de llave, en !a bóveda en que estamos, durante la visita, abriéndosele la reja sólo por algunos momentos en que ha tenido necesidad de salir. Nosotros abrumados en la atmósfera reducida, calurosa y húmeda de la bóveda y no pudiendo ser enteramente indiferentes a la conservación de nuestras vidas, hemos pedido que se nos permita salir al patio del Castillo, permiso que se nos ha concedido para hacerlo de las cinco y media a las seis de la tarde. Algún alivio hemos tenido al poder respirar el aire libre siquiera por media hora. Enriqueta ha venido por dos días saliendo a dormir al pueblo de Bocachica que está muy cerca del fuerte, con el cual se comunica por agua. Luego ha tenido que volverse a Cartagena en donde tiene a sus niñitos sufriendo a conse­ 33
cuencia de las penalidades del viaje. Ella bajó en un vapor y pasó por Mompós cuando nosotros nos hallábamos allí detenidos. En Calamar tomó un bote y siguió por el camino del Dique continuando su viaje por agua hasta la ciudad. Cuántas habrán sido las incomodidades, las angustias, los sufrimientos que hubo que padecer con la familia, y especialmente con los niflitos en ese viaje, sólo puede calcularlo quien ha experimentado el calor, los mosquitos, los bogas, las escaseces en tal viaje y especialmente en el dicho canal. Superándolo todo llegó con bastante anticipación a nosotros y vino al pueblo de Bocachica en donde arregló con un excelente vecino, el señor Gregorio Troconis, el medio de suministrarnos los alimentos y las demás cosas de que más necesidad teníamos. Enriqueta ha sido para nosotros un ángel tutelar, sin el cual nuestros sufrimientos e incomodidades habrían sido incomparablemente mayores. No hay expresiones para encarecer la consagración de esta joven esposa que, exponiéndose a toda clase de peligros y penalidades, con una larga familia de mujeres y de niñitos, vuela a proporcionar algún alivio a su esposo expuesto a los ataques de una tenaz enfermedad adquirida en sus incesantes tareas en servicio de su patria, y ya anciano, menos por los años que por los cuidados y los sufrimientos. Bien sé que cada una de ustedes envidia tan digno proceder y que estarían a mi lado si yo hubiera podido consentir en ello. Pero eso era imposible: nuestras circunstancias domésticas y nuestros medios no lo permitían. Consuélense con que Enriqueta hace aquí sus veces. Sebastián nos ha servido también perfectamente en el viaje (habla de Sebastián su hijo que lo acompañó­a la prisión a los 15 años de edad), aunque en los puntos en que nos hemos detenido lo han obligado, o a estar encerrado en nuestra prisión sin poder salir, o a permanecer fuera sin poder entran De este modo se ha extendido el pasaporte que se le dio para que 24
pudiera venir a acompañarme. (El niño Sebastián se presen tó al General Mosquera exigiéndole el pasaporte para acom paflar a su padre en la prisión). El se ha manejado muy bien; todos le tienen un cariño especial por su carácter y maneras y yo espero que los trabajos que tan joven ha empezado ha sufrir, lo hagan siempre incontrastable en el cumplimiento de su deber y así llegue a ser un hombre de prove­ cho que las alivie a ustedes en la triste situación en que puedan quedar si llegare yo a faltarles y desapareciendo la fortuna de un honroso cuanto largo trabajo nos había proporcionado. Aquí me es preciso renunciar ya a la compañía y servicios de Sebastián, pues habiendo suplicado a un sujeto que solicitase se le permitiera permanecer en el pueblo de Bo­cachica y venir con alguna frecuencia a proporcionarnos lo que necesitásemos, hoy me ha mandado ese sujeto la respuesta que de su puño le ha dado el Presidente del Estado, y que dice así: «Según se me ha informado el joven Ospina no está preso en la bóveda, sino porque él quiere estar allí. El Comandante tiene orden para que dentro del Castillo no residan más que los de la guarnición y los presos. He hablado ahora con el ayudante del Comandante sobre este asunto y aunque no es necesario le he dicho que ponga en libertad al joven, pero no está en mi arbitrio permitirle la residencia allí. Así es que él puede escoger lo que mejor le convenga. Juan A. de la Espriella». Se ve por esta nota que el Presidente de este Estado no es más que un carcelero que cumple puntualmente las órde nes de Mosquera y que está perfectamente satisfecho de su oficio. La independencia de los gobernadores de los Estados parece pues que progresa admirablemente y que tuvieron mucha razón en hacer la revolución, porque el Presidente de la Confederación cometió el horrendo atentado de rebajarlos 25
entendiéndose con ellos por medio de sus Secretarios y no directamente. E! General Comandante de la guardia, que es nuestro inmediato carcelero, es un hombre enteramente ignorante y vulgar, que desdeña hasta saludarnos. Un hijo suyo es oficial de llaves, que nos abre y nos cierra la reja de la bóveda para entrar la comida y sacar los platos. Mientras comemos se sienta a vernos. El tal oficial se llama Daniel González, tan ignorante y tan malcriado como el General su padre». «Cartagena, Castillo de San Fernando de Bocachica. 28 de septiembre de 1861 A mi esposa, doria Carlota Chaparro de Ospina, y a mis hijos. Bogotá. He recibido las primeras cartas que ustedes me escribieron después de mi salida de ésa, las que me han aliviado de dos penosas preocupaciones que me abruman respecto de la salud de Carlota y de la vida de Marciana. Diré a ustedes por qué: supe que el día que nos sacaron de Bogotá, después que Cariota y Josefina se habían despedido de mi por señast pues no pudimos hacerlo de otro modo, siguieron hasta la plazuela de San Victorino, y cuando nos detuvimos allí algunos momentos a consecuencia de haber penetrado una señora por entre las filas de soldados a despedirse con un abrazo de mi hermano, vio Carlota que cubrían la cabeza de éste_con un pañuelo blanco en medio del tumulto y rumor que se suscitó y recordando el inaudito atentado cometido con Aguilar, Morales y Hernández, creyó que no nos habían sacado sino para hacernos correr la misma suerte y que en aquel punto iban a ejecutarnos, lo que le causó un accidente que la hizo caer privada de sentido. Temía yo que tan horrible impresión hubiese dado origen a alguna grave 26
enfermedad, que me disimulaban para no aumentar mis angustias. Gracias a Dios, la vista de la carta de Carlota me ha tranquilizado sobre este particular. Lo mismo me ha sucedido en cuanto a la enfermedad de Marciana, que ustedes me habían ocultado y que ahora me dicen ha, desaparecido completamente. Cuando supe en Bogotá la gravedad de esa dolencia, aunque me decían que ya mi hija estaba fuera de peligro de muerte, no podía yo persuadirme de que no hubiera en ésta algo de ficción para no descargar sobre mí todo el peso de la verdad en las aflictivas circunstancias en que nos hallábamos. Ahora que puedo creer ya que Marciana se salvó y que tengo valor para pensar en nuestra situación en esos días aciagos, cuántas re­ . flexiones no se presentan a mi entendimiento. El mismo día en que yo me hallaba en capilla para ser fusilado porque el jefe de la rebelión y sus generales creían que era medida de alta política para aterrar a los defensores del orden público, fusilar sin fórmula de juicio a mi hermano por haber llenado cumplidamente sus deberes, como Presidente de la República, cuyo destino había dejado el día previsto por la Constitución, y con él fusilarme a mi sólo porque era su hermano y haber emitido opiniones favorables al orden, ese mismo día estaba luchando con la muerte mi hija atacada de una cruel enfermedad contraída en el hospital curando los heridos en los campos de batalla, sin distinción de partido. Ambos habíamos cumplido nuestra misión: mi hija llenan do el ministerio de caridad y compasión tan propio de su sexo y de su religión; yo, haciendo' uso del derecho de ex­ . presar mis ideas por medio de la prensa (que no tiene res­ ponsabilidad alguna) abogando en favor de la legalidad, del derecho y de la moral. Las publicaciones que yo hice por la imprenta clamando para que no se entregara el país a los 27
rebeldes voluntariamente, como se les entregó, fue la principal causa del rencor de éstos contra mí. En la prisión no se me ha hecho otra reconvención: cuando más oprimido estaba, pasaban los democráticos cerca de mí diciendo: «ahora sí, que escriba Situaciones. Esta expresión y ese enojo de parte de los rebeldes, me probaba cuánta era la razón con que yo había escrito. Ese escrito debía abrirme el sepulcro como la consagración piadosa de mi hija debía abrir el suyo. Por qué el Arbitro Supremo de las vidas ha querido prolongar nuestros días? Respetemos sus juicios inexorables y aprovechemos la gracia que nos ha concedido para ser siempre dignos de ella; ora nos destine a nuevas y terribles pruebas, ora nos conceda días más tranquilos bajo el amparo de la justicia. Al considerar las circunstancias que hemos atravesado, in­ voluntariamente mi pensamiento se eleva a la única fuente de donde emana todo derecho y toda justicia, el Arbitro Supremo que más tarde o más temprano en esta vida transitoria o en otra imperecedera, consuela y glorifica a los hombres de buena voluntad, reprime y castiga a los inicuos. Cuando me propuse escribir a ustedes estas cartas no pensaba sino referirles sencillamente los sucesos; ahora veo que casi olvido éstos llevado por los pensamientos que me dominan, porque son los que fortalecen mi espíritu y mantienen mi tranquilidad y mi esperanza firmes e imperturbables. Les hablaré ahora de los dos únicos" incidentes notables que nos han ocurrido en nuestra prisión después de escrita mi carta anterior. 1.° Cuando estuvo aquí Enriqueta solicitó que se nos per­ mitiera, en la media hora en que podíamos salir al patio, subir a la plataforma del castillo a recibir el ambiente del mar y ver algo fuera de las paredes del edificio. No se puso embarazo para ello, pues no podía hallarse motivo; y nos 28
aprovechamos de ese permiso unas tres veces; en la última de las cuales lo hicimos sin pedir uno nuevo porque los carceleros se habían retirado y los centinelas no nos lo impedían. Al día siguiente, uno de los compañeros y yo quisimos subir y estando en el patio el General carcelero le dije desde la puerta de ¡nuestra bóveda: —Podemos subir a la plataforma? Entonces él, como un perro que gruñe sin saber a quién, en tono regañón y destemplado dijo: «aquí todos están bajo mis órdenes y nadie puede moverse a ninguna parte sin mi permiso», añadiendo otras cosas por el estilo. Le repliqué, que preguntar si podíamos subir equivalía a averiguar si teníamos o no el permiso. Pero por no exponernos a la brutal grosería de aquel hombre, nos quedamos en el patio y no hemos podido volver a la plataforma, cosa que nos proporcionaba algunos momentos de distracción y fresco, no obstante la molestia de subir la rampa con los grillos. 2.° Teniendo el Dr. Sucre facultad para decir misa en altar portátil, pensamos que no habría inconveniente para celebrar el Sacrificio en la bóveda, formando el altar sobre una mesa. Recomendamos pues, conseguir los ornamentos y de­ más cosas necesarias, y, para evitar que al introducir todo ello en el castillo, se pusieran dificultades, encargamos también pedir el consiguiente permiso al Presidente del Estado. Cuando esperábamos su consentimiento, lo que recibimos fue el informe de que el aludido Presidente lo había negado redondamente. La causa no la sabemos, pues la entrada de aquellos objetos teniendo que pasar como todo por mano de los carceleros y la celebración privada de un acto religioso en nuestra prisión no puede traer peligro de ninguna especie para nuestra seguridad. Esto me parece que no puede indicar otra cosa que la clase de sentimientos que animan a los que tienen el poder en este Estado, muy acordes, sin duda, con los sentimientoe de los que tienen el poder en la Confederación. 29
Quienes nos oprimen, bien pueden privarnos como nos privan de todo alivio corporal y de los medios materiales para cumplir nuestros deberes, pero no pueden encadenar nuestras almas que independientes de toda contrariedad física y superiores a todos los sufrimientos corporales, se elevan ante el dispensador de todo bien, del cual reciben en abundancia los inefables consuelos con que mediante su divina gracia, goza el hombre de una verdadera dicha en medio de cualesquiera sufrimientos. (En las copias que se están transcribiendo aparece al margen del pliego distinguido con el número 5, la siguiente advertencia: «Estas cartas no se han copiado para su publicación. En el caso de publicarlas, debe dárseles la forma de simples apuntamientos»). Ei publicista de estos documentos no busca darles oíro carácter. «Cartagena, Castillo de San Fernando de Bocacliica. 4 de octubre de 1861 A mi esposa, doña Carlota Chaparro de Ospina, y a mis hijos. Bogotá. Ya empezamos a experimentar ¡as circunstancias inherentes a nuestra prisión: el Dr. Urbina y Ramírez han enfermado de fiebres y probablemente todos seguiremos el mismo camino, siendo lo peor que al continuar bajo la influencia de las mismas causas mordieras es de temerse que la epidemia tome un carácter maligno. Dirijan ustedes sus oraciones al cielo que es nuestro único y nuestro mejor recurso y no se acongojen por nuestros padecimientos que sobrellevamos con completa tranquilidad y firme esperanza en la Divina Misericordia. El doctor Ospina, que arribó después de su evasión, á Puerto Rico en viaje a Guatemala, llegó a 30
esta última república en el año de 1863 y allí se estableció con la idea de organizar en aquel país el cultivo del algodón, sobre el cual escribió la obra antes mencionada, invirtiendo el resto de su fortuna, ya muy reducida y que había podido salvar de la revolución; trabajó en el país centroame­ , ricano en la instrucción pública, fundó el colegio científico e industrial, formó parte como presidente de organizaciones científicas, y allí se guarda por la familia Ospina un profundo respeto, porque su obra fue de extraordinarios alcances y porque a raíz de su llegada trasladó a la ciudad de Guatemala a sus hijos Mariano, Sebastián, Soledad, Matilde y Susana, las cuales contrajeron matrimonio, la primera con el señor Wild, ¡a segunda con don Manuel Luna y la tercera con don Juan Luna, las tres señoras perduraron en el país con distinguidísima y muy reputada prole; los demás hijos del doctor Ospina, doña Josefina que casó con don Simón O'Leary, doña Ursulina, que casó con don Plácido Malo O'Leary, doña Marciana, casada con don León Ospina, quienes llevaron dos de sus hijos, niños, Carlos y Julio, doña Teresa Ospina de Pardo, que nació en esa nación, con los dos varones Mariano y Sebastián, regresaron a Colombia en 1872 al término de las persecuciones políticas. Cuando en 1861 fueron puestos en capilla don Mariano y don Pastor Ospina y se les comunicó la 31
orden de su fusilamiento, el Dr. Mariano ofreció su vida a cambio de ia de don Pastor, que quería él fuera, indultado para bien de ¡a patria, y ai oír el último el noble gesto de su hermano, ante todos los que intervenían en estos momentos trágicos de la vida nacional, dijo: «No, quien debe ser fusilado soy yo, si es preciso que corra la sangre de los Ospinas». «Cartagena, Castillo de San Fernando de Bocachica. Cárcel, 2 de noviembre de 1861 A mi esposa,, dona Carlota Chaparro de Ospina, y a mis hijos. Bogotá. «En mi anterior les mencioné la resolución del jefe rebelde (Mosquera) para fusilarnos a mi hermano y a mí; y creyendo conveniente el que ustedes conozcan algunas circunstancias relativas a semejante hecho," voy a destinar esta carta para hacer a ustedes una ligera relación de ellas, ya que no ha ocurrido aquí otra cosa sobre qué hablarles. Después de nuestra prisión en los primeros días del mes de julio, fuimos conducidos, el día 8, al campamento de Mosquera en Chapinero y colocados en una de las piezas de la casa del Sr. Grei, que' miran hacia la ciudad, en cuya casa tenia aquél su cuartel general. Allí estuvimos con centinelas ele vista hasta el día 12, sin que ocurriera cosa notable. Dormíamos en la noche de ese día, cuando a las 12 nos despertó un hombre a quien no conocíamos y nos presentó a un sacerdote anciano diciéndonos que de orden del General Mosquera llevaba ese sacerdote para que pudiéramos prepararnos, pues debíamos ser fusilados en la mañana próxima por haberlo asi dispuesto el dicho Genera!. Mi hermano hizo se­ 32
ñas con la cabeza de quedar enterado. Yo respondí: «está bien». Y reflexionando un poco sobre los resultados del acto anunciado, agregué luego: «deseo hablar con el General Mosquera; hágame usted el favor de manifestárselo. Salió el hombre y volviendo, como a la media hora me dijo: que el General Mosquera no podía hablar conmigo, pero que él era Cerón, su Secretario de Gobierno y que estaba encargado para transmitirle lo que yo tuviera que decirle. Le manifesté entonces que estábamos enteramente conformes con morir; pero que debía hacerle presente que nuestra muerte iba a anegar el país en sangre, pues era seguro que al saberse en Bogotá el injustificable asesinato que se proyectaba ejecutar con nosotros, se daría muerte a todos o a muchos de los numerosos presos que allí habíamos, lo que daría lugar a una espantosa carnicería de represalias a que no podía vérseles término. Me contestó que el General Mosquera se veía obligado a ejecutar un acto como aquél porque el Gobierno se había negado a reconocerlo como beligerante. Le dije yo entonces que aquella observación sólo se la hacía por evitar los desastres que le había indicado, pero que desde luego que nuestro asesinato debía llevarse a efecto, le suplicaba me permitiese hacer un testamento, pues tenía varios asuntos de intereses por los cuales quedarían gravemente comprometidas varias personas y mi familia si yo no dejaba sobre ellos las aclaraciones y disposiciones convenientes. El Sr. Cerón me prometió interesarse sobre este punto y salió dejándonos con el sacerdote y dos centinelas de vista. Mi mente se fijó en el terrible trance que me esperaba; y los irresistibles sentimientos que apegan al hombre al mundo terrenal, vinieron, con todo su poder, a despertarme la amargura de la pérdida de cuanto aquí se ama y se desea, pero a la vista de mi familia, a la vista de ustedes, todo lo demás desapareció. Solamente a ustedes, veía en mi congoja, en mi tremendo desamparo! Iba a dejar de verlos para siempre! Una mano de hierro 33.
me apretó el corazón y el desaliento me precipitaba a ia desesperación. Pero el que ha nutrido su alma en los sublimes misterios de la Fe, no puede dejarse dominar por esos sentimientos puramente humanos: y levanté mi consideración a mi Creador, a mi Redentor, a mi Padre Celestial, e impetré su gracia para poder en aquellos momentos merecer la infinita misericordia con que quiso redimirnos y ai feliz des­ tino de sus escogidos. Mi fervorosa plegaria fue acogida por El que tiene siempre ante su vista el más oculto movimiento dei más imperceptible instante. Si, creo que mi plegaria fue atendida, porque ella era la más pura efusión de mi alma y porque la situación mía cambió conio por encantó. Sentí mis facultades restauradas a la tranquilidad y for­ Fueron sus hijos: Josefina, casada con don Simón O'Leary; Sebastián (doctor y general); Matilde, casada con don Manuel Luna; Marciana, casada con don León Ospma; Ursulina, casada con don Plácido Malo; Soledad, casada con el señor Wyíd; Susana, casada con don Juan Luna, y Mariano Ospina Chaparro (doctor y general). Fueron sus nietos: Cariota, Nazario, Ricardo, Jorge y Margarita Lima Ospina; Carlos, Julio (coronel), Teresa, casada con don Luis María Pardo y Pardo; Daniel, Pastor e Inés Ospina Ospina; José María, Cecilia, María y Daniel Malo Ospina; Josefina, Elvira, Osb=rto, Tomás, Guillermo, Emrna, Gustavo y Carlos Wyld Ospina (literato y poeta); Elisa, Carlos, Sü3ana, Enrique, Matilde y Emrna Luna Ospina; Carlota, Sebastián (ingeniero, condecorado con la Cruz de Boyacá y premiado dos veces por la Sociedad de ingenieros de Colombia), José (ingeniero), Pastor (ingeniero), Luis (coronel), Eduardo (literato y rector de la Católica Pontificia Universidad ¡averiaría), Francisco (ingeniero), Josefina (religiosa) y Cecilia Ospina Bernal, casada con el doctor Ricardo Pérez. 34
—, ­­­­­ ;> talecidas como por un bálsamo vivificante que se hubiera difundido por todo mi séfr; mi pensamiento se fijó todo en ésa misteriosa mansión de las alaias en que se halla la vida eterna en el goce dé las grandezas del Creador o la privación de éstas que es la muerte eterna en el tormento que apenas podemos imaginar. La esperanza me mantenía ante la presencia misericordiosa de mi Dios a quien rendía toda la efusión de mi amor y de mi gratitud y el más profundo arrepentimiento de mis faltas. Ustedes no habían podido desaparecer de mi imaginación, pero yo les veía como por entre una ligera nube allá en esa región celeste en que se fijaba mi pensamiento y los veía tranquilos y risueños como que iban a juntarse conmigo para no separarnos jamás. Oh! qué cruel debe ser la situación del hombre que ve acercarse la muerte sin la esperanza fundada en la fe y sostenida por la caridad! Preciso es que caiga o en la demencia del abatimiento o en el furor de la desesperación. Yo me hallaba tranquilo; mi reflexión se concentró luego en la pasajera situación en que me encontraba y la urgente necesidad de purificar mi alma en el Tribunal de la Penitencia. Así, contraje la atención al examen de mi conciencia y en esta tarea transcurrieron insensiblemente las horas hasta el toque de diana en el campamento y la luz del que aguardaba como mi último día entre la prisión. Entonces manifesté al sacerdote que estaba dispuesto a confesarme y cumplí inmediatamente con este deber. En seguida lo hizo mi hermano. Entre los dos no había mediado una sola palabra: él sin duda había experimentado los mismos ssntimientos que yo y cada uno temía despertar en el otro con una palabra, esos afectos que nos ligaban en este mundo cuando sólo debíamos pensar en los medios de volver a reunimos en el seno de nuestro Padre Celestial en donde nos esperan tantas personas justas a quienes hemos amado y a donde irán a buscarnos las que dejamos sobre la tierra. 36 i
Poco después de haber llenado nuestro deber religioso pidió mi hermano al oficial de la guardia le llamara al doctor José Alaria Plata, quien entró a nuestra prisión pasado algunos minutos. Mi hermano se retiró de mí a hablar con él al otro lado de la pieza, pero como ella era pequeña yo pude percibir lo principal de la conversación. Le manifestaba mi hermano al doctor Plata lo mismo que yo había dicho al Sr. Cerón, pero su objsto especial era persuadirle de la diferencia que había entre las circunstancias suyas y las mias. Le hacía observar que él como Presidente de la Confederación había hecho cuanto habia estado en su mano para debelar la rebelión y que por lo mismo aunque su asesinato fuera un injustificable atentado, él podía ser necesario para satisfacer la política y la venganza de su jefe; pero que respecto a mi no había motivo alguno para comprenderme ese atentado, pues yo no había tenido parte alguna en el gobierno, ni representado papel importante en la contienda, hallándome allí preso sólo por el afecto personal que le profesaba; que era él quien me habia hecho acompañarlo y ser aprehendido con él. Así, lo interesaba vivamente en mi favor y le representaba mi familia en el desamparo sólo por mis afectos de hermano. Aquí se enterneció y derramó algunas lágrimas. El miraba su muerte con la impavidez con que siempre se ha expuesto a ella, pero la mía le destrozaba sin duda el corazón. Entonces me acerqué yo al Dr. Plata y le dije que habia entendido de lo que trataban y que le supli­' caba no tomara interés alguno por mí, pues yo no temía la muerte y prefería correr la suerte de mi hermano a que me salvaran la vida sacrificándolo a él, cosa que me seria insoportable. Allí repitió varias manifestaciones que ya había hecho a mi hermano y agregó otras que no consigno aquí porque se alargaría demasiado esta carta y las reservaré para otra próxima, ya que ofrecen bastante interés. Baste decir por ahora, que el Sr. Plata nos manifestó que nuestra 37 muerte había sido dispuesta repentinamente por Mosquera, quien se había mostrado muy satisfecho y complacido con tal resolución, y que
todos los generales la habían aprobado. Que él (Plata) y algunos que eran de su opinión no la aprobaban, pero que no se oponían a su ejecución por considerar que les convenía sobre todo para la unión y el apoyo recíproco necesarios a !a obtención del triunfo; que no obstante, él había hablado a Mosquera haciéndole notar las circunstancias que antes expresara a mi hermano respecto de mí, y que si deseaba que la ejecución no tuviera lugar, para lo cual creía conveniente ganar tiempo, pues si se obtenía demorarla creía él que llegaría a evitarse; que al efecto, era de parecer y estimaba conveniente que solicitáramos hablar con algunas personas de Bogotá para dejarles nuestras instrucciones, indicándonos al Ilustrisimo señor Arzobispo y al General Herrán. Le manifestamos que si él obtenía ese permiso y nos facilitaba modo de escribir y de mandar la carta, nosotros le agradeceríamos estos buenos oficios. Nos dijo que iba a hacerlo y que la carta iría inmediatamente a su destino (los correos de Mosquera no hallaban ningún embarazo). Efectivamente nos mandó luego papel y tinta dicién­donos que podíamos escribir, lo que hicimos al Sr. Arzobispo expresándole poco más o menos lo siguiente: «Una circunstancia grave y urgente nos hace desear hablar con Usía llustrísima y esperamos que si le es posible nos haga el favor de, venir a este lugar en este mismo día. Sírvase hacer igualmente invitación de nuestra parte al Sr. General Herrán». Esta carta fue sin duda inmediatamente a Bogotá, pues a las doce oímos el rumor de que llegaba el Sr. Arzobispo a pie. Habló con Mosquera y luego entró a nuestra prisión. Se conocía que lo agitaba una terrible angustia. Nos dejó comprender la inminencia del peligro de nuestras vidas y que iba a poner en acción los medios más eficaces para evitar el atentado. Pocas fueron las palabras 38
que' nos dirigió, pero eilas expresaban toda su caridad apostólica, todo el interés.que tenía por personas con quienes lo ligaba una cordial amistad y todos los sacrificios que estaba dispuesto a hacer por nosotros. Derramó algunas lágrimas y salió precipitadamente. A las 4 de la tarde llegó el General Herrán, quien nos vio después de hablar con Mosquera, y nos manifestó que aunque éste no le ofrecía nada en contra de su resolución, él tenia esperanza de que no se ejecutara. Yo le hice la súplica de que solicitara se rae permitiera hacer mi testamento y se me proporcionaran los medios de ejecutarlo. La noche la pasamos tranquilamente, porque oramos antes de entregarnos al descanso y la oración sincera y fervorosa es el medio más eficaz de calmar todos los cuidados y las agitaciones del ánimo. Purifica el alma y la eleva a la presencia del Omnipotente, en donde contrita y humillada espera ver levantarse una extremidad del velo que cubre las perfecciones infinitas del Creador, cuya contemplación en la parte que les sea dado penetrar hará su dicha sempiterna. Cuánta confianza y cuánta complacencia se experimentan implorando la interposición de la Santísima inmaculada Virgen Madre del Salvador y Madre nuestra a quien el alma transportada mira en su mansión celeste tanto más tierna y amorosa, cuanto más cruel es la situación del que se acoge a su amparo y protección. El día 14 amaneció resonando en el campamento los toques de diana. Oí luego que las bandas de tambores tocaban marchas que terminaban hacia el frente de la casa donde los redobles me hacían parecer que se formaban ¡os batallones. Creí que éstos formaban en cuadro alrededor de los banquillos en que debían fusilarnos y esperaba, a cada momento, ver llegar la escolta que nos condujera al suplicio. Así pasé hasta las ocho en que otros movimientos y rumores me persuadieron que yo me había equi­ 39
vocado. Durante todo el tiempo de la capilla ni una sola palabra se cruzó entre mi hermano y yo sobre nuestra próxima muerte; tanto temíamos despertar nuestros afectos terrenales cuando sóio debíamos pensar en los medios de volver a reunimos en la mansión de las almas. En la tarde de este día supimos que habían venido los Ministros extranjeros, el Ilustrísimo señor Arzobispo y el General Herrán, los que habían celebrado una conferencia con Mosquera en ¡as casas de la hacienda de Salgado. No conozco bien los pormenores de esa conferencia; pero al día siguiente se quitó al centinela que estaba dentro de la pieza y se nos dio a entender que la orden de nuestro asesinato había sido revocada. El 17 se nos hizo marchar para Zipaqui­rá con todos ios demás , compañeros de prisión, al mismo tiempo que el ejército marchaba sobre Bogotá. Cárcel de Cartagena 16 de septiembre de 1861 A mi esposa, doña Carlota Chaparro de Ospina, y a mis hijos. Bogotá. Aunque ustedes habrán sabido todo lo que nos pasó en el viaje de esa ciudad a Bocachica, voy a hacerles hoy una relación exacta aunque sucinta de ese viaje para rectificar lo que pueda haberse exagerado y decirles lo que pueda haberse omitido. Ustedes nos vieron partir de la plazuela de San Victorino después ds la corta detendón q'Je dio lugar al accidente que sufrió Cariota, creyendo rjr.? ili;>n a asesinarnos como asesinaron a Aguí a' Awaí ., ¡ .•■.<­niaiiüez. No se nos permitió montar a caballo pero s= dio s. entender que se haría en ei Puente Aranda, por lo cual siguieron cerca de nosotros los mozos que conducían las bestias. Llegamos a aquel pun­ 40
to escoltados por un batallón como de 300 hombres y seguidos de un grueso grupo de populacho, todo lo que se había reunido en Bogotá de más soez y desmoralizado a favor de la ocupación revolucionaria. Se nos detuvo unos .momentos y los conductores de las caballerías las acercaron para que montáramos, pero una parte da! populacho y de los soldados gritaron que siguiéramos a pie, grito ensayado sin duda por los mandarines y los jefes, pues éstos lo acogieron en el acto, mandando que siguiéramos a pie. Los mismos jefes t o maron algunas de nuestras caballerías, que los conductores no trataron de salvar. Continuamos así hasta Fontibón, término de la jornada, llegando mi hermano sumamente fatigado por la antigua enfermedad del pecho que padece, y se nos colocó a todos en un estrecho calabozo de la cáicel, cubierto de basura y sin más muebles que un cepo. Se nos presentó el Rdo. Padre Jerónimo González a ofrecernos algún alimento y con él conseguí tintero y pluma y escribí una carta dirigida por mi hermano y por mí a Enriqueta, en estos o idénticos términos: «Hemos llegado a este lugar a pie porque no se nos ha permitido montar a caballo. Hemos mandado a llamar al jefe que nos conduce para decirle que nos es imposible seguir así y que puede ejecutar aquí las órdenes que tenga para este caso. Debe suponerse que no será la de asesinarnos; pero si fuese ésta aquí moriremos, pues sería inútil fatigarnos más para ir a morir más adelante. No sabemos qué habrá sido de las bestias en que debíamos montar; si se han perdido será preciso buscar otras para el caso de que sigamos. El jefe del batallón es un tai David Peña, hombre muy vulgar que por nuestro llamamiento se presentó en el calabozo. Le comuniqué la imposibilidad y resolución en que estábamos de no seguir a pie y dijo que lo pensaría. Entonces le pedimos nos permitiera mandar la carta a Bogotá y se la presenté para que la viera; y habiéndola leído nos dijo que 41
podíamos seguir a caballo.» Llegaron luego Enriqueta y la señora Ulpiana Barrientos con ei joven José Borda y se encargaron de buscarnos caballerías, pues de Bogoíá no podía mandarnos ninguna, pero con dificultad pudieron conseguir y una que dio el jefe en cambio de un caballo del señor Calvo que él tomó para sí. Asi seguimos hasta Facaíativá, de donde debíamos devolver las bestias; con dificultad pu­ dieron conseguirse otras para reemplazarlas, y es de tal condición la gente de Facataíivá que no se pudo conseguir montura para mí, sino dando cuarenta pesos por un mal galápago viejo que a lo sumo valdría cinco pesos. Ai dia siguiente llegamos a Vílieía de noche y casi sin escolta, pues la marcha fus forzada y la. mayor parte de la tropa se atrasó. El Alcalde habia preparado una casa para colocarnos; pero Peña dispuso que se nos pusiera en una pieza baja de la cárcel, edificio sin concluir. La pieza en que nos pusieron era la destinada a los presos comunes, sin solar y no siendo su piso sino un reguaro de terrones. Pero no era esto lo peor, sino que en la pieza de encima, también sin solar, colocaron una compañía, parece que con ei objeto de molestarnos, pues toda la noclie estuvieron echando encima da nosotros tierra e inmundicias y diciendo tantas desvergüenzas como ninguno de nosotros había oído en su vida. Sería muy largo referir todos los pormenores de este viaje; asi, pasaré por lo alto lo que nos pasó hasta Honda, aunque no faltan en esto cosas curiosas'y menos ¡os sufrimientos. De Guaduas anticipé una carta a los señores Ven­goecheas para que nos proporcionaran ¡as cosas de que allí teníamos más necesidad, lo que ejecutaron con interés y buena voluntad debiendo a ellos y al señor doctor Gregorio Rodríguez el haber hallado en aquel lugar algo con qué neutralizar las incomodidades que nos preparaban el Prefecto Lino Ruiz y sus agentes. 42
Después de tenernos más de una hora en la playa del rio, nos condujeron a la pieza que nos habían destinado, frente a la casa del Prefecto, e inmediatamente se presentó un herrero de apellido Carrión, con grillos que acababa de construir, pesados, cortos, estrechos, ásperos y angulosos, y con modos groseros nos los remachó. Los míos eran tan estrechos que al día siguiente me fue preciso poner un papel al Prefecto en estos términos: «Los grillos que me han puesto . son tan estrechos que no me permiten casi ningún movimiento y no puedo acostarme con ellos sino boca arriba. Debo suponer que nuestras prisiones tienen por objeto la seguridad y no el martirizarnos, por lo que hago a usted esta manifestación para su resolución. Varios de mis compañeros se hallan casi en el mismo estado que yo». Mandó un comi­ sionado a examinar mis grillos y viendo que era cierto lo que yo decia, me los quitaron y los abrieron un poco; pero no lo hicieron con ninguno de los otros, aunque también tenían sus grillos muy estrechos. Ese dia nos pusieron guardia de la milicia local al mando • de un oficial Rudas, que nos trató con mucha atención, por lo que sin duda lo relevaron y volvió a quedar la guardia a cargo del batallón que nos había conducido. Este había sacado de Bogotá como trescientas (300) plazas y no llegaron a Honda sino poco más de ciento (100). Los demás, que en su mayor parte eran prisioneros, habían desertado. Para "embarcarnos nos condujeron desde Honda (19 de septiembre) hasta la Bodega con grillos, cada uno en un taburete amarrado a dos palos que ponían al hombro cuatro soldados. Aunque en aquella ciudad hay muchos liberales, ninguno ponía buen sem­ blante al ver aquel indigno modo de tratarnos. Nos embarcaron con una escolta de 50 hombres en un champán mediano, con la tolda destrozada, el plan cubierto de agua corrompida y sobre ésta una estiva de palos redondos. Metieron en el champán algunos bultos de ajos, tabaco y objetos pertene­ 43
cientes a los oficiales y soldados, que eran de milicias. Así, no teníamos espacio para poner las camas y pasábamos los días y las noches en las posturas más molestas, sobre los bultos o los palos de las estivas. La mayor parte de los individuos de ia escolta subían sobre la cubierta y al día siguiente yendo por el medio del río, se hundió aquella inclinándose para un lado con iodo el buque que llevaba muy poco lastre. Aún no puedo explicarme cómo fue que no se volteó el champán; si eso hubiera sucedido nos habríamos ahogado irremisiblemente. Arrimaron a una casa y apuntalaron la tolda disminuyendo un poco el peligro. Asi seguimos, no comiendo sino cuando quería hacernos la comida un negro que dragoneaba de ordenanza y que se hallaba habitualmente ebrio. No es fácil ni quiero describir todo lo que sufrimos en aquella inmunda e incomodísima embarcación. La víspera de llegar a Mompós la arrimaron por la noche en la ladera de Margarita; llovía y el campo se llenó de un espeso cardumen de mosquitos. Arrumados como negros africanos en su hediondo y estrecho espacio, oprimidos por los grillos, sin poder tomar ninguna posición medianamente cómoda, recibiendo el agua que caía a chorros por la cubierta, en una atmósfera sofocante y acribillados por una nube de mosquitos, sin poder poner un toldillo, es una situación cuyas angustias no pueden ponderarse. Nuestra marcha para Mompós se demoró a fin de que entrásemos allí al medio día; era domingo. Llegamos al extremo alto de ia ciudad y allí se nos hizo arrimar para que anduviéramos a pie todo lo largo de la ciudad, como una milla, hasta la prisión que se nos había destinado y que apenas distaba una cuadra del río. Se nos quitaron los grillos y luego que se reunieron como unas doscientas personas del populacho liberal se nos condujo por toda la calle de la Al­barrada, insultados por unos cuatro negros de pésimo aspecto y otras tantas mujeres harapientas, más buen número de mu­ 44
chachos que secundaban las actitudes de los mayores. Se nos arrojaban lodo, basuras y piedras; se nos empujaba para hundirnos en los lodazales, y nos inferían los ultrajes más torpes. Todo esto­ lo presidían el Gobernador, doctor Julián Ponce, y el Alcalde Abelardo Cobilla. Este último cogió un pape! sucio y se lo dio a un muchacho para que lo introdujera en el bolsillo del saco de mi hermano, quien habiéndose dirigido al Gobernador que estaba a su lado, le dijo: «Es inaudito que haya autoridades.que permitan semejantes infamias.» No teniendo qué responder, Ponce dijo al Alcalde que se guardara alguna moderación. La respuesta de éste fue un cúmulo de insolencias que no puedo escribir y el tumulto subió de punto con tal autorización. Llegamos a la prisión, que era una pieza baja sin mue'oie alguno y con ventanas a la Plaza de la Compañía, a las que se habían quitado las batientes para dejarnos expuestos a los ultraj es de la pandilla dirigida por el Alcalde. Este se sentó en el poyo de una de las ventanas y los muchachos trajeron grandes paquetes de triquitraques que prendían y nos los arrojaban, con lo cual y los insultos que continuaban dirigiéndonos, rebosaba el júbilo del Alcalde. Esto duró hasta muy tarde en que cansados se fueron retirando. Entonces vinieron algunas personas decentes a visitarnos, distinguiéndose el señor Andrés Santo Domingo Vila que, con la más exquisita cortesía, nos pidió que aceptáramos la comida que i'oa a mandarnos. El señor Santo Domingo y su esposa, la señora María de jesús Navas, continuaron mandándonos todo lo que necesitamos, con el mayor esmero. De muchas personas notables de la ciudad recibimos muestras de la más cordial consideración. Lo que hacia un significativo contraste con la conducta de los empleados directores de la canalla. El Pre­ . sitíente del Estado se hallaba en la ciudad. La misma noche de nuestra llegada nos pusieron nuevamente los grillos, permaneciendo incomunicados, pues no podía hablarnos nadie 45
sino con permiso especial y a presencia del oficial de la guardia. Nó puedo dejar de referirles un hecho que me parece se presentó para probar cuan frágiles son los regocijos mundanos. Cuando se nos puso en la prisión el día de nuestra llegada a Mompós se presentó a la puerta en que estaba un centinela, un negro joven, bien vestido y a quien los oficiales mostraban amistad y consideraciones; hablaba mucho in­. suitándonos y con manifiesto regocijo se frotaba las manos y decia: «Qué gusto ver que ha caído la aristocracia!» En Mompós llaman asi a la gente blanca, pudiente y honrada que, por estas cualidades, se distingue de la canalla. Cuando se hubo cansado de decirnos improperios, se retiró. En la mañana del día siguiente pasaron por delante de nuestras ventanas un hombre moribundo en una silla, que se nos dijo era el mismo individuo en referencia, el que estando esa noche en un baile había sido atacado en un accidente desconocido. Después se nos cijo que había muerto. Este hombre no había pensado en la muerte cuando por ella fue sorprendido y poco después de mostrar tanta complacencia por ios males que se irrogaban a personas de quienes no había recibido ningún daño ni directa ni indirectamente. Para seguir el vi aj e se destinó otra embarcación más pequeña que el champán y sin cubierta. Se nos echaba, pues, al sol y al agua y en ia mayor estrechez debíamos sufrir la parte más penosa cié la navegación que es la del Canal del Dique. Tuvimos que hacer comprar algunos cueros para tener una mala cubierta que nos resguardara algo, y así tuvimos que pasar seis días sufriendo las mayores incomodidades. Un corto pero eficaz alivio recibimos en Calamar, en donde la señora Zoila del Río, esposa de! señor Rafael Ballestas, nos atendió con el mayor esmero durante dos noches y un día que allí nos detuvimos. Fuera de ese corto descanso tqdo 46
fuet sufrimientos hasta que llegamos a feocachica el día ll de septiembre, para empezar una nueva serie de miserias y penalidades por el mismo estilo de las que ya les he referido a ustedes. «Cárcel de Cartagena. 25 de enero de 1862. A mi esposa, doña Carlota Chaparro de Ospina, y a mis hijos. Bogotá. Mace mes y medio que no escribo a ustedes porque casi todo ese tiempo he estado enfermo de fiebres intermitentes y otros sufrimientos que no me han permitido ocuparme en nada. Casi todos los compañeros han estado igualmente enfermos, ya con fiebres, ya con irritaciones y dolores de varias clases y, aun todavía, están sufrienao algunos. Ya llevo unos cuatro dias de convalecencia y espero no tener una nueva recaída, después de las varias que he sufrido, pues observo cuantas precauciones pueden ser convenientes. . Una de las cosas que sin duda ha contribuido a enfermarnos y a hacer tan difícil nuestra reposición es la falta de ejercicios; pues con los grillos no se puede hacer ninguno. Hemos permanecido constantemente con ellos, aunque hemos tenido algunos días de grave sufrimiento o postración. Nuestra asistencia en estas enfermedades­se ha reducido a lo que nosotros mismos hemos podido prestarnos recíprocamente. No se ha permitido entrar a nuestra prisión sino a un soldado ordenanza que no sirve sino para introducir la comida y hacer alguna limpieza en la prisión, y desde las ocho de la noche hasta las seis de la mañana quedamos encerrados bajo de llave. Asi, los pocos remedios que aquí pueden aplicarse, bebidas, pomadas y fricciones los preparan y aplican los convalecientes con grillos a los enfermos con 47
grillos. Va pueden figurarse la operación que, por cierto no es muy cómoda para unos ni para oíros, pero sí muy satisfactoria­para los apóstoles de la humanidad, de la filantropía y de la fraternidad! Afortunadamente las fiebres intermitentes se cortan ya con macha más facilidad que antes; pues los médicos de esta ciudad en la frecuente práctica que aquí se presenta han reconocido ser fundada la doctrina de ios médicos italianos sobre las propiedades de la quinina. Creen que es debilitante en vez de irritante como antes se creía y no tienen inconveniente en aplicarla en fuertes dosis por su propiedad es­ pecífica anti­intermitente, con lo que se obtiene un resultado pronto y seguro. En efecto, nosotros hemos tomado en el día de la intermitencia de 24 gramos para arriba hasta eí doble en 8 dosis, y al tercer día la mitad, en la cual casi siempre ha desaparecido la fiebre. No se siente iníasto ni incomodidad alguna en ninguna viscera y sólo se siente algún zumbido en los oídos y alguna sordera. Pero esto es­generalmente pasajero. Solamente a mi hermano le ha quedado una sordera más rebelde. Estoy aún débil y por eso no les escribo más largo. Espero poder hacerlo en la próxima semana. Porque la historia ha querido ignorar ios admirables merecimientos, las ponderosas virtudes y el altísimo valor del Dr. Pastor Ospiíis, podría parecer extravagante afirmar que no fue inferior a su hermano Mariano; pero quien consagre algún tiempo a estudiar la vida de estos dos beneméritos colombianos, hallará fácilmente, y así lo afirma el general Joaquín Posada Gutiérrez, cuando dice: «No 48
sería exageración decir que don Pasíor no le va en zaga a don Mariano en materia de conocimientos». Y como ÍJU patriotismo, sus realizaciones y el hecho culminank: dé la vida del Dr. Pastor Ospina, su acendrado cristianismo que fue el guión de todos sus actos, tampoco le fueron en zaga a ninguno de sus ilustres contemparáneos, bien se puede decir que entre los ciudadanos beneméritos.del siglo XIX, está el Dr. Pastor Ospina». En la obra Semblanzas Colombianas, del doctor Gustavo Otero Muñoz, Biografía del doctor Pastor Ospina R., leemos: «Hombres excepcionales los dos Ospinas en punto a virtudes cívicas, después de haber apura do hasta las heces el cáliz de la amargura, sin que fueran culpables de delito alguno, sin causa que explicase tan indignos tratamientos como los que les propinó su cruel vencedor, en medio de los dolores de larga y enfermiza prisión, don Pasíor no se con sintió más desahogos que los del sentimiento pa triótico, torturado por la ruina de la república, que iban a refugiarse en el amor de Dios, a quien ofre cía sus dolores en mística plegaria............. «No era el doctor Ospina de aquellos para quienes ibi patria ubi bene: su país nativo fue en todas partes la patria de su corazón. El mismo lo había dicho en uno de sus últimos escritos: "El sentimiento del patriotismo jamás se agota. La prosperidad de 49
la patria calma los sufrimientos del patriota; y ocuparse de ella sin poder gozarla, es un tormento que alivia y un placer que destroza el corazón". «Resuelto al fin el doctor Ospina a restituirse s su patria, anunció para el año de 1873 la fundación de un colegio en Bogotá, provisionalmente dirigido por su yerno, don Simón B. O'Leary. Apercibíase a venir, cuando, primero la enfermedad de su esposa, y luego la que le llevó a la tumba en país extranjero, le impidieron realizar su pensamiento. La Providencia quiso dar fin a sus dolores, y la muerte le arrebató en Guatemala, en el mes de mayo de 1873. Murió con la nostalgia del proscrito, lejos del sepulcro de sus padres, lejos del teatro de su infancia, lejos de la cuna de sus hijos. Ni tan siquiera se le pudo cumplir su deseo de reposar en el humilde cementerio*' de la aldea en que antes de la conquista española residían los príncipes de Guasca Itocan, en medio de una era cuadrilonga cubierta de flores y al amparo de una cruz de piedra, rodeada por un simple sardinel de ladrillo, como los sepulcros que él había visto en una ciudad alemana, desde"los cuales niñas inocentes se hincaban y levantaban los ojos al cielo, elevando sus preces hasta la mansión de los elegidos....» 50
PRIMER PRESIDENTE OSPINA DR. MARIANO OSPSSMA RODRÍGUEZ 1805­1885 Los historiadores, dentro de la serenidad que les es propia y los biógrafos del Dr. Mariano Ospina Rodríguez, han exaltado ya su personalidad admirable y podría considerarse atrevimiento agregar cosa alguna a cuanto se ha escrito sobre este benemérito ciudadano que fue ejemplo para sus contemporáneos y guión extraordinario para la posteridad que encuentra en la vida del Dr. Ospina Rodríguez, trazado el camino a seguir para cuantos aspiren a dejar algo en beneficio de la religión, la patria y la familia. Toda la bibliografía de Colombia relacionada con la historia, como la prensa del siglo pasado y del actual y también las publicaciones de carácter oficial por más de cien años, llenan sus páginas comentando actuaciones del Dr. Ospina y la crítica, imparcial pero severa, termina 51
siempre exaltando, como modelo, aquella personalidad de regios perfiles doctrinarios, que llegó a ser, no otra cosa, que un mártir glorioso de la patria. La historia patria de Henao y Arrubla, el general Joaquín Posada Gutiérrez, don Estanislao Gómez Barrientos, en su obra Mariano Ospina y su Época, Semblanzas Colombianas, del Dr. Gustavo Otero Muñoz, la Historia de la Cancillería de San Carlos, del mismo autor, don Marco Fidel Suárez a todo lo extenso de su libro en diez y ocho volúmenes, Sueños de Luciano Pulgar, para no citar sino unos pocos, son elocuentes y documentados críticos del Dr. Ospina Rodríguez y aunque, por lo perdurable, nunca será bastante y suficiente el estudio que se haya hecho y se adelante en el futuro sobre el presidente de la Nueva Granada, a nosotros nos basta contribuir a ese estudio publicando esta obra que presenta al Dr. Ospina Rodríguez antes que, como maestro de sus conciudadanos, como elocuente y bello ejemplo que fue de sus allegados entre los que formó más de una decena de ilustres colombianos que se enorgullecieron, como nos enorgullecemos todos sus descendientes, en seguir la senda de honor, de cristianismo acendrado, de patriotismo y de sabiduría que é l n o s legara. La memoria a continuación inserta, escrita con extraordinaria sencillez por una religiosa, orgullo de la familia, es una página que la historia debe 52
conocer para formar exacta idea de lo que representaron para el país el Dr. Mariano Ospina Rodríguez, su esposa, doña Enriqueta Vásquez de Ospina, y sus descendientes. Fueron sus hijos: Tulio (ingeniero), casado con Ana Rosa Pérez; Pedro Nel (general y Presidente cíe la República), casado con Carolina Vásquez; Santiago, casado con María Villa; María, casada con Rafael Navarro y Euse; Mariano (general), casado con Rosa Madriñán, y Concepción (religiosa). Son sus nietos: (Ospina Pérez): Mercedes, casada con Miguel Navarro; Mariano (Presidente de la República), casado con Berta Hernández; Sofía, casada con Salvador Navarro; Rafael, Gabriela, casada con Guillermo Greifíenstein; Tulio, casado con Clementina Peláez; Margarita, Francisco, casado con María Gutiérrez; jorge y Ester (religiosa); (Ospina Vásquez): Eduardo, Pedro Nel, casado con María Ospina; Helena, casada con Bernardo Ospina; Santiago, María Josefa, Luis, casado con Isabel Lleras; Manuel, casado con Clara Restrepo; (Ospina Villa): Marcelina, casada con Gustavo Restrepo; Manuela, casada con Julio E. Botero; Tuli'a, casada con Pablo Rodríguez; Bernardo, casado con Helena Ospina; María, casada con Pedro Nel Ospina V.; Blanca, casada con Luis Alfonso Vélez; Luz, casada con Félix Navarro; (Navarro Ospina): Enriqueta (religiosa), Alfonso, casado con Tuiía Olarte; Inés (religiosa), Ana, casada con Jesús Escovar; Rafael, Luis, Félix, casado con Luz Ospina; Ignacio, Francisco, casado con Ana Res­trepo; Dolores (religiosa) y Concepción, casada con Daniel Uribe Botero; (Ospina Madriñán): Carlos, casado con Sofía Galvis; Concepción, casada con Jorge Obando; Rosa, Cecilia, casada con Jorge Castaño; Soledad, casada con Alfonso Castaño; Josefina, casada con Arturo Aragón; Adela, casada con Jaime Mejía, y Santiago, casado con Beatriz Robledo, 54
M E M O R I A sobre la prisión de Jos doctores Mariano y Pastor Ospina La devoción de la Virgen de los Desamparados vino a ser la de nuestra familia porque a la intercesión de la Virgen, bajo esa advocación, atribuía mi mamá el que mi padre y mi tío Pastor su hermano, no hubieran sido fusilados, estando ya condenados a muerte por el General Mosquera, y en capilla. Cuando ella, sumida en el más terrible dolor, acompañada por algunas señoras, ya muy avanzada la noche, rezaba sin consuelo, ante una imagen de la Virgen (me parece la de la Silla, que deben tenerla Uds., o la familia de Santiago), se presentó un señor (liberal) llevando un cuadro de Nuestra Señora de los Desamparados, y entregándoselo le dijo: «Ese crimen no puede consumarse, la Virgen de los Des­ amparados es muy milagrosa, aquí se lo traigo, pídanle a ella esta gracia». Mi mamá agradecida recibió el cuadro y lo puso en improvisado altarcito; pero no contenta con rezar ella y los que la acompañaban mandó que le trajeran los niños, muy pequeños todavía, y que los pusieran al pie del altar para , que la inocencia de esas pobres criaturitas conmoviera el corazón de la Virgen. Allí, acostados, los dejaron .toda la 55
noche, mientras ella, acompañada de algunas señoras y del servicio, rezaban sin descanso, entre lágrimas y angustia mortal. No recuerdo a qué lloras, pero sí muy de mañana, el señor que.había llevado el cuadro de la Virgen, se presentó nuevamente con la noticia, para todos inesperada, pues (los más ­ connotados liberales también pedían al General Mosquera la vida de los presos) de que de un momento a otro el presidente había ordenado que no se ejecutara la sentencia. El milagro de la Virgen era patente; pero el calvario para los pobres presos apenas empezaba, pues, por orden de! General Mosquera, fueron conducidos, con cadenas, a pie, al Magdalena. Mi madre apenas lo supo, mandó un hombre con un caballo ensillado para mi papá que sufría del corazón, y le habían prohibido los médicos el ejercicio fuerte; pero en aquellos tiempos de salvajismo, puede decirse, fue inútil todo, porque uno de los guardias se aprovechó del caballo, y el pobre preso tuvo que seguir a pie y encadenado. Al llegar al Magdalena, embarcaron a los cinco presos en una canoa, y en otra iban los guardias. Nó se sabe si tenían orden de ahogar a los presos; pero el caso es que, al llegar a los saltos de Honda, los soldados abandonaron a los presos en una de las canoas, contando seguramente con que aquellos perecerían ahogados; pero nuevamente la Virgen de los Desamparados a quien mi mamá rogaba sin consuelo, amparó a los presos. La canoa en el salto se volcó; pero los presos todos, pudieron cogerse a ella, y la corriente, cosa ma­ ravillosa, los arrojó a la orilla, donde de nuevo cayeron en manos de los soldados asombrados, pues no esperaban que ninguno se salvara. Al fin los pobres presos llegaron a Honda, me parece, y allí los embarcaron en un vapor muy incómodo, y encadenados ellos, para llevarlos a Cartagena. 56
No sé cuánto tiempo duraría aquel terrible viaje, el caso es que, al llegar a Cartagena fueron encerrados, con grillos y cadenas, en las bóvedas de Bocachica, en un calabozo infecto y húmedo, debajo del mar, cuyas paredes de piedra bañadas por el mar, destilaban agua. Entre tanto mi mamá preparaba su viaje para seguir a su marido. Con todas las incomodidades de aquellos tiempos, emprendió su viaje, con Tulio, Pedro Nel y Santiago que estaba todavía de brazos. Le tocó por fortuna hacer el viaje en el vapor que llevaba a los Jesuítas desterrados, los que habían yenido a Colombia llamados por mi tío Pastor y mi papá, cuando fue Ministro de Instrucción Pública. Asi el viaje fue menos amargo. La Virgen de los Desamparados velaba por ellos. Acompañaban a mi mamá, Teodora Pérez, una señorita de buena familia, pero pobre, que como ama de llaves' la acompañó desde que se casó hasta la muerte, muriendo ella pocos meses después del fallecimiento de aquélla, querida y respetada por toda la familia, como un miembro de la misma; Li­boria Rodríguez, una muchacha de Guasca, que muy joven fue, como sirvienta, cuando era mi papá presidente, y murió también con nosotros de más de 70 años. Esta fue siempre la encargada de cuidar de los niños, oficio que ejerció hasta que ellos estuvieron grandes, pues mi mamá quería que aun de noche durmiera Liboria cerca del cuarto donde ellos dormían. A este cuidado y vigilancia constantes, aún en la juventud de aquellos, se debió probablemente la conducta intachable de éstos. Gracias también a la Virgen de los Desamparados, a quien ella los había consagrado. Después de muchos días de navegación en el Magdalena, arribó por fin el buque a Cartagena. Los Jesuítas siguieron en un buque de mar, para Puerto Rico; y mi mamá con los niños y el servicio, se estableció allí donde fue muy bien acogida por unos señores Gordon, que la hospedaron en su casa, tratándola como a miembro de familia y prodigándoles 57
a ella y a los niííos, toda clase de cuidados. Era ésta una familia de lo principal de Cartagena. La Virgen de los Desamparados le había deparado aquella familia donde mi mamá se encontró como en su propia casa, rodeada de cariño y de cuidados. Gracias a'esto pudo eila realizar sus proyectos de libertar a mi papá, de otra manera, esto hubiera sido poco menos que imposible. No sin trabajo consiguió que le permitieran visitar a mi papá cada 15 días, en aquel calabozo inmundo, donde los pobres presos encadenados, se consumían. Era tal la humedad, que un día al embarcarse ella para ir a visitar a mi papá, vio una plantica en !a orilla del mar y la arrancó para llevársela al pobre preso. El la colocó en la hendidura de las piedras del calabozo, y allí creció. La situación de los pobres presos era espantosa; el aire infecto de aquel calabozo subterráneo, la humedad, pues las piedras destilaban agua día y noche, la falta de aire y de sol, causó entre los presos una epidemia de disentería. Todos se contagiaron, y la fiebre que los atormentaba era como un aüvio a pesar de todo, pues se amontonaban unos contra otros para calentarse. En esta situación imposible de resistir, mi madre después de haberlos visitado y encontrado en aquella terrible situación, resolvió presentarse al Gobernador de Cartagena, un tipo especial que se daba mucho tono y no tenía en su despacho más que una silla para él, de modo que quien iba a tratar algún asunto tenía que hacerlo de pies; mi mamá lo sabía. Cuando ella llegó, éste estaba hablando con otro, y pro­ bablemente para que mi madre no oyera lo que trataban, salió con él. Ella aprovechó para sentarse en la silla, y darle así una lección; al volver el tal tipo, elía sentada en la silla, le dijo: vengo a pedir a Ud. que si tiene orden de matar a los presos disimuladamente, los> mate haciéndolos fusi­ 58
lar; vengo pues a pedirle que fusilen a mí marido, pues Uds. lo que están haciendo es matándolos disimuladamente, para que no se les impute el crimen. Tenerlos con grillos en aquel calabozo infecto sin un remedio, es un delito.­­.El hombre aquél, aunque debió enfurecerse, mandó que quitaran los grillos a los enfermos, único alivio que les proporcionaron. Entre tanto, mi madre estaba tratando la evasión, pero hubo sospechas, y fue puesta en la cárcel; pero exigió que una de las personas del servicio de ella la acompañara, y fue atendida; Liboria fue a hacerle compañía. Creo que los mismos liberales protestaron contra semejante infamia. El caso es que sólo duró en la cárcel unos pocos días; pero .para asegurar mejor los presos, ordenaron que fueran trasladados a la cárcel de Cartagena, cárcel horrible, donde los su­ frimientos de los presos se aumentaron, pues no salían nunca del horrible calabozo donde los tenían encerrados. Pero la Virgen de los Desamparados, a quien se pedía de continuo por la libertad de aquellos seres tan queridos, iba a mostrar de nuevo su poder. No sé cómo se relacionó mi madre con un Misionero italiano, el Padre Bifii que trabajó incansablemente por regenerar aquella tierra, y recorrió los pueblos y miserables caseríos con un celo y una caridad infatigables. Era éste el que l'a Virgen le iba a deparar a mi padre para realizar la casi imposible empresa de salvar a los presos. El enseñó una clave para que pudieran entenderse con mi padre por escrito, pues aunque le dejaban ver a mi padre dos veces en el mes, la visita tenia que hacerla en presencia de un oficial que la acompañaba al calabozo horrible, donde los cinco presos se consumían, con grillos cargados de cadenas, pero allí podía ella mandarles la comida. El padre Biffi le aconsejó a ella que consiguiera un juego para café que tuviera la manija de madera. El, que en­ 59
tendía de todo, se arregló la manera de poder destornillar la manija de la cafetera o lechera sin que se notara, y consiguió un papel tan delgado como el de seda; luego le dio una clave duplicada para que diera una a mi padre, y ella conservara la otra, que tanto de ida como de vuelta iba y venía envuelta en un alambrito que metían dentro del asa de la lechera o cafetera. Así fue ya posible ponerse en comunicación para ir preparando la fuga. (En el armario que yo tenía en mi casa cuando me vine de religiosa, y que era el de mí madre, en un cajón estaban los papelitos de seda que mi madre y mi papá escribían en clave para acordar la fuga. Quién sabe qué suerte correrían. Yo nunca pude traducirlos, pues aunque tenía allí la clave, no pude descifrarla. Si Uds. tienen esos papelitos que eran muchos, encontrarían algo muy interesante, pues allí está toda la historia de la huida). El caso es que, gracias a la clave, pudieron coordinar las cosas y así no fracasaron como la primera vez. Pero era preciso romper los grillos y las cadenas y para esto necesitaban una sierra que el Padre Biffí consiguió. ¿Pero cómo entregarla a los presos? El amor lo puede todo, y la Virgen de los Desamparados a quien tanto los presos como el Padre Biffi y mi madre y s u'familia, hacían continuamente la novena, debía realizar el milagro. Conseguida la sierra muy fina, resolvió mi madre llevarla a la visita que le permitían hacer a mi padre cada 15 días, con un oficial presente. Llegado el día, ella ató la sierra con una cuerda y se la colgó de la cintura, debajo de la falda, pero de modo que pudiera, sin ser notada, soltarla y dejarla caer sin ruido para que quedara debajo de la banca donde ella se sentaba. (Los presos, o mejor dicho, mi padre y tío Pastor, estaban ya informados del plan). Llegado el día, ella se fue llevando así la sierra de modo que pudiera hacerla caer sin producir ruido y sin ser notada. 60
Como el calabozo estaba en un piso alto, era preciso su­ . bir una escalera muy incómoda; el oficial que la acompañaba le dio el brazo para ayudarla a subir, y cuando iba trepando por aquella escalera oscura y muy pendiente, sintió que la sierra se caía. Instantáneamente se dejó caer como privada. Al verla así el oficial se asustó y corrió a llevar agua para echarle en la cara. Apenas él corrió, ella como pudo aseguró nuevamente la sierra, de modo que cuando él llegó con el agua para echarle en la cara y darle a beber, ella simulando que volvía del desmayo, tomó unos tragos de agua y ayudada de él se levantó para seguir trepando la escalera. Así pudo introducir la sierra, que una vez en el suelo, ella con el pie la empujó de modo que no pudiera verla el oficial. Con esto, el instrumento más necesario para conseguir la libertad estaba en manos de los presos. ¿No fue esto un milagro de la Virgen de los Desamparados? Como el centinela guardaba a los presos fuera de la puerta cerrada del calabozo, éstos por la noche, uno tras otro, pues mientras uno limaba las cadenas y los grillos, los otros dormían, fueron poco a poco debilitados aquellos y luego empezaron a limar los barrotes de hierro de la ventana por donde debían evadirse. Aquello fue cuestión muy larga, pero al fin se realizó. Otra vez la Virgen de los": Desamparados manifiesta su poder. Caer a la calle era imposible por lo muy peligroso' de ser descubiertos, pero una de las rejas de hierro del calabozo daba sobre una casa pequeña. Monseñor Biffi compró unos meses antes al dueño, que era un liberal, aquella casa; así los presos podían caer a ésta. Después de varios meses de trabajar de noche, las cadenas y los barrotes de la reja por donde debían descolgarse estaban listos, pero como se esperaba antes esto, ya mi ma­ 61
dre había tenido que pagar una gruesa suma a un vapor francés que debía recibir los presos. Esta segunda vez fue un vapor inglés que al salir de la bárdalos esperó no sé cuántos días en una rada. El caso es que fijado ya e! día y la hora, Sebastián Ospina, el hijo de mi tío Pastor, y un señor de Cartagena cuyo nombre no recuerdo, recomendado por el Padre Biffi y que murió en Guatemala en la casa de mi padre, fueron disimuladamente a aquella casa que hacía meses no estaba habitada, a esperar la bajada de los presos hacia la media noche. Amarrando unas sábanas con otras se fueron descolgando uno tras otro por la reja cuyos barrotes de hierro habían limado. Una vez que estuvieron todos abajo, hacia la media noche, emprendieron la fuga merced a la oscuridad de aquellas calles angostas y torcidas; los presos seguían a distancia unos de otros a los guías que iban adelante. Al llegar al mar, uno de los presos, no sé el nombre, no había llegado; la angustia de todos fue muy grande. Allí estaba la barca de unos contrabandistas que debía llevarlos a la rada donde los esperaba el buque inglés que debía llevarlos a Puerto Rico mediante otra cantidad de dinero; mi padre declaró que él no se embarcaría dejando abandonado a un amigo. Fue preciso que los dos guías volvieran a buscar por las calles recorridas al pobre extraviado; afortunadamente no estaba muy lejos y pronto se embarcó con los otros en la lancha de los contrabandistas. Los cinco presos y Sebastián y el señor que les ayudaba, partieron, pero el peligro de ser descubiertos no había pasado, pues al llegar a Bocachica, donde había un retén, era necesario detenerse para examinar lo que llevaba la barca; felizmente los contrabandistas que tenían bien entablado su negocio, acostumbraban pagar a los guardias cierta cantidad de dinero para que los dejaran pasar sin registrar la barca, en cuyo fondo estaban acostados los presos y medio cubiertos con el contrabando. 62
Salvos de aquel peligro, los contrabandistas los llevaron a la rada donde los esperaba el buque, y recibido el pago, se alejaron. Libres los prisioneros después de quince meses de cadenas y prisión, debieron dar muy de corazón las gracias a Dios y a la Virgen de los Desamparados cuya novena hicieron en la prisión, mes tras mes. Decían, no sé si es verdad, que el buque en que iban los presos tenía que llegar a Panamá, y que desde lejos pudieron ver a los soldados que en formación esperaban la llegada de los prisioneros para apoderarse de ellos, pero que un barco francés que pasaba por allí convino en recibirlos a bordo y ellos se pasaron, dejando así burlado al Gobierno. Sin más peripecias llegaron al fin a Puerto Rico donde los jesuítas los alojaron en su casa rodeándolos de cuidados y caritativas atenciones. ¿No se ve en ese atrevido y casi increíble episodio de la vida de papá y de tío Pastor", más que patente la protección extraordinaria de la Virgen de los Desamparados? Escaparse de aquella horrible cárcel de Cartagena cinco presos tan bien vigilados y cargados como los tenían de cadenas y con grillos? Haber podido mi madre, tan joven e inexperta, realizar aquella proesa y el haber encontrado esa ayuda tan grande en aquel santo misionero que vino a ser más tarde Monseñor Biffi. Cómo no ver en todo esto la mano bendita de la Virgen de los Desamparados? La historia no está completa, pues ustedes se quedarían sin saber qué suerte corrió mi madre. Qué noche pasaría ella sin saber la suerte de los presos, ya se lo puede uno imaginar, qué angustia y qué sobresalto. Cuando ella vio que amanecía y ninguna noticia había llegado, comprendió que los presos se habían salvado y pensó entonces en ponerse ella en salvo antes que intentaran apresarla. 63
No sé si por consejo del Padre Biffi o por inspiración de la Virgen, pensó en salvarse, y por esto, aunque no conocía al Cónsul de Francia, se presentó a su casa y le dijo que se acogía a la bandera francesa, contándole lo que habia ocurrido y ofreciéndole pagar su alimentación y los gastos que pudieran ocurrir mientras podía ella también escaparse de Colombia. Parece que el Cónsul, aunque no de muy buena gana, convino en que se quedara allí. La señora del Cónsul si se manejó muy bien con ella y le sirvió en cuanto pudo. Entre las cartas de que ya les hablé y que quedaron en el escaparate que era de mi madre, había una carta de Napoleón ilí manifestando a mi padre su disgusto con el Cónsul porque había recibido la pensión que mi madre ofreció pagar, y decía, que por ese motivo había destituido al Cónsul. Hagan las diligencias del caso para buscar esas cartas tan interesantes de que les hablo. Dicen que Mariano Ospi­na Pérez piensa escribir la biografía de mi padre. Cuánto interés podría darle todo eso y hasta esto que yo les cuento a ustedes, pues creo que él no sabe la mayor parte de estas cosas. Vuelvo, pues, a mí madre. Cuando fueron a buscarla a la casa donde vivía no la encontraron y no pudiendo hacer otra cosa, pusieron un centinela, no en la puerta de la casa del Cónsul sino al frente; allí se remudaban y vigilaban día y noche, sin molestar en nada. Allí iba Teodora y las sirvientas con los niños y no les impedía el centinela la entrada. Allí supo mi madre, no sé cómo, tal vez por medio del Cónsul, que los presos habían llegado libres a Puerto Rico y los esperaban con los niños.
Cómo escaparse ella? Este era un verdadero problema muy difícil de resolver; pero aquella inteligencia tan práctica 64
de mi madre, con la ayuda de la Virgen de los Desamparados, a la que no dejaba de invocar su ayuda, le inspiró una idea feliz: Le propuso a la señora del Cónsul que saliera con ella en el coche del Cónsul a bañarse en el mar, a ver si así podía ella despistar al centinela y huirse embarcada. La señora muy amablemente convino, y empezaron asi sus paseos matutinos al mar donde se bañaban; por muchos días el centinela hacía que el coche fuera al paso suyo y las acompañaba de ida y vuelta; pero al fin se cansó de aquel paseo y acabó por no ir más. Cuando mi madre se convenció de que ya e! centinela no las seguiría, arregló con Teodora y las sirvientas de modo que aquélla comprara pasajes en alguno de los vapores que salían, y llevaran disimuladamente el poco equipaje, y tuvieran también comprado el pasaje para ella, que el día de la partida o la víspera sin ser notadas, a diferentes horas y por distintas calles, salieran cada una con uno de los niños y se embarcaran, que ella, con la ayuda de la Virgen, llegaría a tiempo de partir el buque. Asi lo hicieron, y una mañana cuando nadie podía sos­ pecharlo se fue con la señora del Cónsul a bañar al mar, y, con sorpresa seguramente del centinela, no volvió más. Ya el buque había partido y ella estaba libre, rodeada de sus hijos. No sería la Virgen de los Desamparados la inspiradora de aquella fuga admirable? Cuando las fugitivas llegaron a Puerto Rico, los Jesuítas les tenían una casita con todo lo necesario, y ya puede uno imaginar la felicidad de volverse a encontrar con mi papá y los compañeros, y la gratitud hacia aquella bendita Madre de los Desamparados. 65
Después de algunos meses, casi exhaustos, como tenían que estar de recursos, pues aunque mi mamá había recibido la herencia en dinero, de mi abuelo, los gastos habían sido enormes, los recursos escaseaban. En Puerto Rico era casi imposible poderse ganar la vida, y resolvieron que se fuera mi tío Pastor y Sebastián a Guatemala para ver si era posible establecer allí un colegio. El Gobierno allí era conservador y los recibió muy bien. Así que se resolvió emprender el viaje a Guatemala. Cuando llegaron alií los Jesuítas, entre los que se hallaban algunos de los desterrados de Colombia, como el Padre Paú!, el Padre Taguada y otros, se habían valido de las señoras amigas, y les tenían lista y amueblada una casita con todo lo necesario. Establecido el colegio con tan buenos catedráticos, fue posible allí la vida. Mi mamá no se contentó con que sólo los hombres trabajaran, sino que hizo un pedido a Europa de loza y cristal y estableció un almacén donde puso a vender a Liboria. Más tarde mi papá compró un terreno y estableció el primer cafetal que hubo en Centro América. Las buenas noticias que llegaban a Medellín de los fugitivos, llenaron de entusiasmo no solamente a los parientes sino a otras personas, y huyendo del gobierno impío que perseguía la religión e imponía la instrucción laica, más de cinco familias emprendieron viaje a Guatemala donde se establecieron y vivieron muchos años, algunas se quedaron y otras, la mayor parte, regresaron a Antioquia cuando el.Go­ bierno del doctor Berrío. Probablemente mi papá se hubiera quedado con la familia allí, pero desgraciadamente cayó el gobierno conservador y al subir el liberal empezó la persecución de los jesuítas. Mi papá se puso de parte de éstos y escribió artículos defendién­ 66
dolos. El Gobierno se puso en contra suya y fue preciso salir abandonando aquella tierra hospitalaria, cuyo recuerdo conservaron mis padres y mis hermanos con el mayor cari­riño. Después de muchos años Rafael y María, llevando a Enriqueta, fueron a Guatemala para arreglar, Rafael con Pedro Ne!, que hacía algún tiempo estaba allí, la venta de los ca­Eeíales; por eso Alfonso nació allá. También habían nacido en Guatemala: María, Mariano, Cecilia y Francisco. Este último murió en camino cuando regresaban a Colombia; Teresa Qspina de Pardo, hija de tia Marciana, también nació en Guatemala. Esta es la historia de aquellos primeros tiempos. Yo no existía entonces, pues nací no sé si un año o más después de que la familia volvió a.Medeilín; el regreso de ésta fue probablemente en 1872. La última parte de la historia de nuestra familia es digna de ser conocida. Si tengo tiempo la escribiré con ésta, aunque es más conocida. Bogotá, 1942. REMINISCENCIAS Había dejado en la historia que les mandé, a nuestra familia en Guatemala: allí los Jesuítas ayudados por varias personas, les tenían la casa aperada de todo lo necesario, pero era preciso ver cómo podían ganarse la vida. Así, que mi papá y mi tío Pastor Ospina abrieron un colegio de varones que fue muy concurrido; mi mamá hizo un pedido de crista! y porcelana a Europa, y abrió un almacén donde vendía Liboría y así pudieron sostenerse. Las noticias que llegaban a Medellín de la vida tranquila y feliz de que los expatriados gozaban en Guatemala, rao­ 67
vieron a casi toda la familia a abandonar la patria esclavizada por el partido liberal que gobernaba en Colombia, y fueron a establecerse a Guatemala: mi abuela con sus hijos que eran: mis tíos Pedro, Eduardo Wladislao, Manuel, Bautista y mi tía Rosa ya casada; se fueron a establecer allí también mi tío Julián Vásquez (padre de Migue!) con toda la familia. El Dr. Recaredo de Villa casado con Pastora Vásquez, con todos sus hijos; el Dr. Fabricio Uribe con su familia, y otras personas que no recuerdo. De Bogotá fueron también a establecerse allí algunas de las familias Ospinas. De modo que en poco tiempo se formó en Guatemala, una muy honorable colonia Colombiana que gozaba de la estimación general, de ¡a sociedad guatemalteca, y así varios de los miembros de nuestra familia se casaron muy bien. La vida corría tranquila y feliz en aquella tierra hospitalaria, cuando desgraciadamente subió a la presidencia un sujeto liberal, el General Barrios, que muy pronto empezó la persecución religiosa (10 años quizá después de la llegada de nuestra familia a Guatemala). Mi papá empezó a escribir en los periódicos en defensa de los Jesuítas y esto ie atrajo la enemistad del presidente y se le notificó que debía, en muy corto tiempo, salir de Guatemala. Fue preciso pues, dejar aquella segunda patria donde tan felices habían vivido, para regresar a Colombia. Allí quedaba María Josefa Ospina, nuestra hermana, que había casado con José Mariano Roma; Manuel y Bautista, hermanos de mi mamá, casados allí también; y algunos otros. Como Colombia se había djvidido en Estados Soberanos, Antioquia, por fortuna tenia por presidente al Dr. Pedro Justo Berrío, pues imperaba allí el partido conservador. El viaje precipitado fue muy difícil y penoso. Ya en tierra antioqueña, murió en camino el menor de los niños, Francisco, que apenas tenía algo más de un año, y fue pre­ 68
ciso dejarlo enterrado y seguir el penoso viaje con aquella pena. Por fin, los desterrados llegaron a Medellín, donde fueron recibidos con entusiasta cariño. Llegaron a una casa frente al costado del Colegio de las Hermanas de la Caridad. Allí gozaron y sufrieron mucho. Allí murió Cecilia, la menor de las hijas nacidas en Guatemala; y fue también allí, donde mi papá recibió la fatal noticia de que Mercedes y Marcelina, sus dos hijas, se habían ahogado en el río Cauca. El valor de mi papá era heroico: como había recibidora sentencia de muerte, recibió esa dolorosa noticia. No dijo una palabra, se encerró en su cuarto por varias horas, y luego salió de allí sin hablar una palabra de lo ocurrido, para no mortificar a nadie. Después de tantos sufrimientos, disfrutaron de unos pocos años de tranquilidad; pero estalló la guerra del 76 y desgraciadamente en Los Chancos, el partido conservador fue vencido. En aquella batalla estaban Tulio y Pedro Nel, muy jóvenes todavía. Mi papá mismo los había mandado a luchar por la Religión y la Patria, ya que él por las enfermedades y sus años, no podía hacerlo. El sufrimiento en aquellos largos meses fue terrible. Pues, según cuentan, no llegaban noticias. Tulio era capitán y Pedro Nel era ayudante del general Marceliano Vélez. En el combate de Los Chancos, donde los conservadores fueron definitivamente vencidos, Tulio cayó herido en'una pierna. Cuando éste se dio cuenta de la derrota, comprendió que si era reconocido por los liberales triunfantes, lo asesinarían; y arrastrándose como pudo, desvistió a un soldado muerto y se vistió con el uniforme de éste, vistiendo al muerto con el suyo; así fue que al recorrer el campo, fue hecho prisionero, pero pasó por un simple soldado. Allí, aunque estaba herido, lo obligaron a echarse a cuestas un soldado liberal 69
que estaba también herido. Esta inteligente maniobra fue causa de grandes sufrimientos para nuestra familia; porque por más averiguaciones que se hicieron, nadie daba razón de Tuiio, pues no figuraba ni entre los vivos ni entre los muertos o heridos. Mi papá estaba convencido de que había muerto, y lo lloraron como a tai; pero mi mamá en medio de su dolor, pues era la persona más afectuosa, sostenía que Tulio no estaba muerto porque ella ios había entregado a la Virgen, y estaba segura de que Aquélla ios había salvado. (Este es el motivo cíe aquel cuadro que ustedes conocieron en Sorrento, en que Tuiio vestido da soldado, está al pie de la inmaculada). El pobre Tuiio s uf rió horriblemente, pues lo trataban como a un infeiiz soldado prisionero. En Cali y en Popayán, lo sacaban con los otros presos a pedir de casa en casa, la limosna de algunos sobrados de comida para no morir de hambre, pues los liberales no mantenían a Sos presos. A ¡os 3 meses de ¡levar lan írísíe vida, lo llevaron con otros presos a Manizales, y por casualidad Helaron a pedir la limosna de comida a la casa de mi íío Castor María jarnmülo, ti o de mi mamá, quien s ibí a la p erdida de Tulio. Aquél lo reconoció, y acercándosele le preguntó ¡i él no era Tulio Os­pina, éste que no lo conocía tr at ó de despistarlo, pero mi tio le dijo que le dijera la verdad, pues era su íío. Aclarada la cosa, aquél consiguió que se le diera ubre, y lo dejó en su casa, informando a la f amilia de lo ocurrido, después de táraos días de amargo sufrimiento. Fue después de esta noticia que mi madre hizo pintar el cuadro de ia Virgen que por muchos años se veneró en la iglesia de El Poblado, hasta que refaccionada ésta, el cuadro ya sobraba y entonces Tulio lo llevó a Sorrento, donde ustedes lo habrán visto sin saber lo que representa. Qué buena ha sido la Virgen con nuestra familia! 70
A pesar de la difícil situación económica de la familia, pues los gastos eran enormes, pudieron mandar algo a Tulio, quien fue a reunirse en Panamá con Pedro Nel. Allí era Obispo el Rvdo. Padre Paúl, jesuíta, amiguísimo de la familia y compañero de destierro en Guatemala. El ayudó para que pudieran hacer el viaje a California, y fueron ellos a casa de María Josefa, nuestra hermana casada con José Mariano Roma, quienes los acogieron con mucho cariño. Ellos iban a seguir allí sus estudios, pero no querían serle pesados a sus parientes, así que tan pronto como pudieron ­hablar un poco de inglés, ingresaron a la Universidad de California y se dedicaron al estudio de minas; para ayudar a sostenerse, consiguieron colocación (me parece que en una droguería) para trabajar en las horas libres de la noche. Entre tanto los liberales seguían triunfando, y muy pronto Antioquia fue invadida por las tropas del Cauca, compuestas de negros semisalvajes. Nosotros vivíamos todavía en la casa de la esquina frente al Colegio de las Hermanas (que llamaban de Guanteros), aquélla era muy grande y tenía un solar que daba a la cuadra de atrás. Mi papá estaba allí escondido. Una noche Teodora (la señora que había acompañado a mi mamá desde que se casó) estaba con un cólico, y mi mamá mandó a Liboria y a otra sirvienta que fueran al solar a coger yer­ bas aromáticas para unos fomentos. Ellas fueron y «Filis» el perro, las siguió. Al entrar, probablemente el perro ladró y ellas pudieron ver que sobre las paredes estaban los negros caucanos, que eran el terror de Medellín. Como Liboria era muy inteligente y formada por mi mamá, hizo como que cogía las ramas y que nada había visto, y salió con mucha calma con la compañera y el perro a dar a mi mamá la terrible noticia. Esta, aterrada, temblando por la vida de mi papá, pensó en pedir socorro al Dr. Fabriciano Escobar (el papá de Amalia Escobar), quien vivía en la es­ 71
quina frente al Colegio de las Hermanas, pero cuando quiso inspeccionar la calle, por la rendija de una ventana, vio que en la calle estaban también los negros. En medio de la angustia no sabía qué hacer, más que invocar a la Virgen para que los salvara; el auxilio de la Virgen de los Desamparados no se hizo esperar; «Filis», el perro, saltaba junto a ella y parecía pedir.e que le abriera la puerta, pues iba hasta ésta y volvía. Ella sintió como una esperanza, y entreabriendo la puerta dejó salir al perro; mientras tanto todos rezaban pidiendo la ayuda de la Virgen. Contado por el Dr. Fabriciano, el caso pasó así: El estaba trabajando en el cuarto del zaguán, cuando vio entrar el perro, que él conocía. El pobre animal parecía que quería hablarle, pues ladraba, salía afuera, volvía a entrar y lo miraba como diciéndole que lo siguiera. Intrigado el doctor lo siguió, y al llegar a la esquina vio la casa nuestra rodeada por los negros. Haciéndose el disimulado, volvió a la casa, cerró la puerta y se fue a hablar con dos que todavía representaban al gobierno conservador, pues estaban cabalmente tratando con los jefes liberales las condiciones para la entrega. Informados de lo ocurrido, éstos se comprometieron a salvar a mi papá, y a acuartelar a los negros. Con ellos fueron los señores conservadores que estaban allí, y de este modo, nuevamente la Virgen de los Desamparados salvó la vida no sólo de mi papá, sino a toda la familia, pues > aquellos negros eran el terror de todos por sus crímenes y villanías. Era preciso dejar aquella casa tan aislada, pues todavía Medellin era muy pequeño, y asi se pasó la familia a una . casa alta contigua y comunicada con la de mi abuela (mi mamita Antonia, como la llamábamos). Esa casa quedaba sobre la calle (me parece que se llamaba Palacé) de la cate­tedral (hoy Candelaria) hacia la quebrada, y al frente esta­ 72
ba la casa del Dr. Manuelito Uribe, el médico ían querido y conocido de Medellín. Este, cuando llegó el general Trujillo, el Jefe .triunfante' en Los Chancos, quien venía con su estado mayor y debía ser el arbitro de la suerte de la infeliz Antioquia, le dio para vivir su casa. De manera que frente a la nuestra, en aquella calle tan angosta, estaba la casa del jefe supremo del Estado. En aquella casa en que vivimos poco tiempo, sucedió un caso, para ustedes muy interesante, que fue algo terrible para María y para toda la familia: por olvido, probablemente, Santiago que creo había partido con mi papá, dejó un revólver cargado, sobre una mesa de su cuarto. Margarita Rodríguez, a quien ustedes deben conocer, quien sirvió en nuestra casa muchos años hasta que se casó, era muy joven, casi niña, bajó al cuarto donde había dormido Santiago; y María, más o menos de la misma edad, bajó también con ella. Mientras aquella destendia la cama, María cogió el revólver que. estaba cargado y montado; probablemente tocó el gatillo, y se escapó el tiro que fue a atravesar el costado de Margarita. Mi mamá oyó la detonación y corrió a ver qué había ocurrido. Al llegar a la escalera se encontró con Margarita; quien alcanzó ían sólo a decir: «no fue de intento», y cayó desmayada. Entre tanto María, como ¡oca de dolor, daba gritos. Mi mamá, medio muerta de angustia, hizo llevar a Margarita a la cama, mientras los demás trataban de calmar a María; pero desgraciadamente la detonación había sido oída en la casa donde estaba Trujillo, y ai momento se presentaron unos militares a averiguar la causa de aquella detonación. Mi mamá les explicó lo ocurrido, pero le fue notificado que irían los médicos que Trujillo mandaba para examinar a la herida, y que "si ésta moría, María sería encarcelada. Llegó al mismo tiempo el Dr. Larroche, a quien mamá había mandado llamar con urgencia; 73
tanto él, como los médicos oficiales examinaron la herida, j estos últimos declararon que la herida era mortal porque la bala estaba en el pulmón; lo mismo contestó el Dr. Larroche. Al oír esto, mi mamá cayó de rodillas ante una imagen de la Virgen de los Dolores y con esa fé y fervor que el dolor hacia más viva, le pidió entre sollozos que salvara a la enferma. No se trataba solamente de la vida de Margarita, sino también de la muerte de Alaría, condenada de antemano a ser encarcelada. Los médicos, dándose tono, se despidieron y se quedó el Dr. Larroche, confundido, sin saber qué podia hacerle a la enferma. La operación en aquellos tiempos, sobre todo, era mortal, y tampoco parecia posible que la enferma pudiera vivir con la bala en el pulmóiT. La pobre María estaba como loca de dolor. El Dr. prescribió lo que pudo sin ninguna esperanza, y se retiró seguro de la muerte de la enferma, pero mi mamá, quien ya sabía de milagros, rezaba sin descanso a los pies de la Virgen de los Dolores pidiendo el remedio de aquella gran necesidad. Pasó aquel terrible día y también la noche sin que la temida muerte se presentara. Llegó el médico pensando encontrarla muerta, y se sorprendió al ver que la enferma no había empeorado. Esta situación favorable e inesperada, llenó de esperanza a todos. «Si se salva es un milagro», dijo el médico; pero qué remedio podría aplicarse?. Era preciso que la Virgen íc hiciera todo, y así ¡o hizo; muy pronto la enferma estuvo fuera de peligro, y la tisis de que la creían amenazada, jamás se presentó. Por el contrario, Uds. que deben conocer a Margarita Rodríguez, sabrán que cuenta con más de 80 años, ha sido madre de varios hijos, ha trabajado como pocas mujeres para sostener su numerosa familia, pues el marido cuando vio que ella lo podía mantener, dejó su oficio de carpin­ 74
tero para vivir a cargo de su mujer, quien lo levantó de su clase y lo sostuvo como a un príncipe, sin trabajar en nada. Los hijos, Uds. los conocen, ella los educó muy bien y todos disfrutan de regular fortuna. ¿No fue éste un nuevo y espléndido milagro de la Virgen? Cuando Margarita estuvo levantada y perfectamente bien, mi mamá les mandó pedir a los médicos liberales, el favor de ir hacer una visita a la enferma; ;estos fueron, quizá por curiosidad, y ella les presentó a la enferma perfectamente curada, diciéndoles con ironía: «Como Uds. se interesaron tanto por la enferma, tengo el gusto de presentársela por si quieren examinarla». Ellos corridos, la felicitaron y se retiraron. Después de ésto, corno mi .papá estaba desterrado en Bo gotá, (pues Colombia en ese tiempo estaba dividida en Es tados Soberanos e independientes) mi mamá resolvió venir se con la familia a Bogotá donde se podía disfrutar de un poco más de tranquilidad que en Medellín. Mi tio Eduardo con su familia y mi abuela (mamita Antonia), siguieron su ejemplo y se vinieron con ella, trayendo sirvientas, pájaros, etc. Aquel viaje entonces, era muy largo. Francisco y yo que éramos muy niños, veníamos en silleta, y al paso del hom­ ■ bre que nos traía andaba toda aquella gente. Era preciso en cada posada hacer el almuerzo ios sirvientes, cuatro o cinco que venían, y en otra hacer la comida y dormir, cargando para estos casos, no sólo ollas, loza, etc.. sino también colchones, cobijas, etc. en alrnofréj. No sé cuanto tiempo se empleó, pero el caso es que llegamos a Bogotá donde mi papá nos tenía lista una casa contigua al convento de Santa Inés. Allí vivimos no sé cuánto tiempo, debió ser poco, porque cuando regresamos, en la misma forma, Francisco y yo éramos todavía muy pequeños y nos llevaron a caballo, amarrados con sábanas a la silla. Este viaje se hizo por Maniz­ales, y parece que fue muy penoso por lo malo y lar­ 75
­ go de los caminos. No sé adonde llegamos, sólo recuerdo que algún tiempo después de llegar, nos pasamos a vivir a la «casa nueva», así llamábamos lo que entonces era lo mejor que había en Medellín, y lo que es hoy la Gobernación. Casa que mi mamá hizo edificar. Aquello debió ser en el año 1876, en los últimos meses, porque a los pocos meses de estar viviendo allí, nos fuimos, como de costumbre, a pasar el diciembre a la casa de El Poblado. Estando allí, estalló aquella terrible guerra en la que, desgraciadamente, fueron derrotados los conservadores por el General Rengifo, otro caucano. Hacía pocos dias que los conservadores habían sido derrotados en El Cuchillón, cuando se presentó en El Poblado, donde estábamos viviendo con mi mamita Antonia, una ronda. Los soldados que la componían, iban con los sombreros adornados con pedazos de damasco rojo, que mi abuela reconoció, pues eran los restos de las lujosas cortinas de su casa. Como nadie podía ir a Medellín, pues los retenes no dejaban pasar, fue por los soldados que se supo que tanto la casa de mi abuela como la nuestra, habían sido saqueadas y estaban sirviendo de cuarteles. Nada se podía hacer, pues los retenes no permitían el paso. Así fue que de aquel salvaje saqueo nada quedó: los muebles, espejos, cuadros, etc. fueron arrojados a la calle, y allí se los peleaban los rojos. Pero esto no era más que el principio de aquella terrible persecución que sufrió Antioquia, pronto la tiranía lo invadió todo. Aquellos bandidos disfrazados de militares, lo saqueaban todo; a nuestra casa del Poblado llegaban cuando menos se les esperaba y se llevaban cuanto encontraban: vacas, caballos, gallinas y todo lo que les parecía bueno o vendible. 76
Para comer o almorzar era preciso tener una persona que desde el corredor de la casa vigilara para que pudiera avisar que llegaba la ronda, y así mientras ésta subía la manga, que era muy larga y pendiente, se alcanzaban a esconder en unos hoyos, los cubiertos, vasos de plata, etc., los que se cubría con tierra y hojarasca. Por la noche cuando todos dormían, llegaba la ronda que buscaba a mi papá, quien era el jefe civil de los conservadores. Por este motivo, el pobre ya viejo y enfermo de tanto sufrir, vivía escondido en los ranchos y en los montes. Un día llegó a la casa, al anochecer, disfrazado de campesino, y le dijo,a mi mamá: «Ya no puedo más, estoy rendido de cansancio, yo me quedo aquí». Mi mamá le rogó que no lo hiciera, pues podía llegar la ronda y cogerlo, pero él no quiso irse; se acostó en su cama, por primera vez después de mucho tiempo, y como hacia calor dejó en­ treabierta la puerta del cuarto. A media noche, se oyeron los golpes en la puerta, era la ronda que llegaba; mi mamá ya acostumbrada a esto, se levantó como pudo, temblando por la vida de mi papá. Los golpes se redoblaban, y nada podía hacerse para que mi papá huyera, quien con aquella calma que lo distinguía, permanecía tranquilo en la casa. Abierta la puerta, entró la ronda empezando la búsqueda, pero, cosa providencial, como la puerta del cuarto de mi papá estaba abierta, no entraron allí. Otra vez la Virgen de los Desamparados, a quien mi mamá invocaba sin cesar, le salvaba a él la vida. Terminada la ronda, los soldados se fueron y mi mamá pudo respirar y caer de rodillas para agradecer a la Virgen aquel patente milagro. Pero era preciso otro milagro, pues los soldados se habían llevado prisioneros a Hermógenes, la dentrodera, y al criado, que no recuerdo cómo se llamaba. A éstos, pensaba mi mamá, los obligarían a confesar con juramento, si el doctor Qspina había dormido en la casa. «Yo 77
juré que no lo sabia». «Por Dios! Hermógenes, juraste en falso?» «No, respondió ella, como yo no dormi con él, no sabía si había dormido o no!» No sería éste un nuevo milagro tíe la Virgen? Que una mujer ignorante obrara así, con esa tranquilidad que despistó a los enemigos, no es un milagro? Si ella hubiera jurado que sí había dormido mi papá en ia casa, se habrían convencido de que él estaba en algún escondite cercano, y y ,de algún modo lo habrían descubierto. Pero aquella vida de zozobra y angustia no se podía soportar, y los jefes conservadores que estaban escondidos en otras partes, resolvieron huir de Aníioquia, para pasar a otro Estado, y con ellos emprendió mi papá la huida. Ignoro cómo y dónde se reunieron y quiénes eran. El caso es que se escaparon y emprendieron la fuga por atajos intransitables, y cuando iban ya muy lejos, en un atajo terrible, la bestia que montaba mi papá se cayó con él sobre unas piedras y le despedazó una pierna. El usó siempre bolas hasta la rodilla; al ser levantado de la caída y encontrándose imposibilitado para seguir adelante, pidió que no le quitaran la boía, que era lo único que podía servir como de tablilla, y en medio de terribles dolores, sin ningún remedio, lo llevaron en peso a un ranchito abandonado, en medio de la selva, en el que una mujer que providencialmente encontraron, les indicó como un lugar seguro. Era un rancho que hacia tiempo habían construido unos labradores que hicieron al!i una siembra de maíz. Conducidos por ella y llevando entre todos al enfermo, quien no podía dar un paso y sentía dolores terribles, llegaron al rancho casi arruinado, en medio de! monte. Aquél tenía una especie de zarzo, y haciendo una escalera lo subieron. El les había rogado que lo dejaran allí solo, y que cuando salieran de los peligros que los amenazaba, le hicieran saber a mi mamá dónde se encontraba y le indicaran cómo podría ir allí. Antes de despedirse, ellos le dieron di­ 78 '
néfo a la mujer para que Je llevara algo de comer todos los dias a mi papá. Ella se comprometió a llevarle fríjoles y arepa cada dos dias (dos cosas que él no aprendió nunca a comer). La mujer cumplió su promesa y no le dejó de llevar el alimento, el cual calentaba en un rincón del rancho. Este fue un nuevo peligro para mi papá, porque el olor de la ceniza atrajo al tigre, y éste se presentó; pero gracias a Dios no pudo subir al zarzo. Los días pasaban sin que nadie llegara, y los dolores de la pierna aumentaban cada día; la hinchazón era tal, que el cuero, muy grueso de la bota, empezaba a rajarse. Por fin, después de muchos dias, se presentó el señor Olózaga­{papá de Susana) con varios peones y una especie de camilla. Con el mayor cuidado lo bajaron, no sin terribles dolores, pues empezaba a presentarse la gangrena. Olózaga, como ustedes saben, era liberal y no tenía ninguna relación con nuestra familia, pero mi mamá, quien conocía bien a los liberales de aquellos tiempos, no creyó poderse fiar de ninguno, y los conservadores no podían hacer nada, pues el gobierno los tenía presos a los unos y escondidos a los otros. Ella se presentó al señor Olózaga, y le dijo que, como no podía fiarse de ningún liberal que la traicionaría, iba a pedirle.a él un gran favor, ya que siendo él español debía tener sentimientos nobles y caballerosos. El señor Olózaga, muy noble y cortés, le aseguró que haría hasta lo imposible por prestarle el servicio que de él necesitaba. Entonces ella le refirió lo ocurrido y la situación en que mi papá se hallaba, completamente abandonado e inválido. Inmediatamente aquel señor dio los pasos necesarios y emprendió camino, llevando peones para el traslado de mi papá. Ignoro cuánto tiempo duraría aquello. El caso es que aquel noble español, consiguió traer a mi papá ocultamente, 79
llegando a media noche con él a la casa de Natalia Barden­tos, tía de Estanislao, una santa. La casita, edificada solamente para ella y Wenceslao, era muy pequeña y allí estaba toda la familia nuestra con el servicio y el de mi abuela, que era también numeroso, y elia estaba acostumbrada a las mayores comodidades. Yo le oí decir a María, varias veces, que ella dormía debajo de una mesa, y por lo que puede imaginarse, así dormiríamos nosotros; yo no lo recuerdo. Parece que a media noche, con todo sigilo, llegó el señor Olózaga con mi papá. Nosotros los niños, no supimos nada. El médico de la casa, Dr. Larroche, lo examinó después de haber cortado la bota que estaba para abrirse con la hinchazón de la pierna, y habiendo encontrado que empezaba a gangrenarse, empezó la curación con inmensas dificultades de toda clase. ) Ignoro cuántos días estuvo mi papá en aquella casa, creo que serían dos o tres, cuando se presentó la ronda, y naturalmente encontraron a mi papá gravísimo; pero ¡nmisericor­des dieron la orden de llevarlo a la prisión, a pesar de las protestas de mi mamá al pie de él. Llegaron a la cárcel, que era la casa donde hoy funciona el colegio de María Auxiliadora (Perú y Bolívar). Al entrar, mi mamá que iba al pie de la camilla, quiso seguir, pero el centinela la rechazó. «Sólo pueden entrar aquí los presos», dijo el oficial. «Yo me declaro presa», dijo mi mamá y se entró. Nadie se atrevió a insistir y quedó allí presa, día y noche al pie de mi papá, cuidándolo. Había alli varios sacerdotes presos y un obispo, creo que * era el de Antioquia. Cuando se oyeron los dobles de las 8 de la noche, mi mamá, que acostumbró siempre a empezar el rezo del Rosario a esa hora (sin respetos humanos, aunque hubiera visita), le dijo al señor Obispo: «Su Señoría, ¿no le parece bueno que recemos el Rosario?» «Quién sabe qué ocurrirá si lo hacemos», dijo éste. «Si Su Señoría quiere, yo 80 hago coro», y sin más empezó ella el rezo, al que se unieron todos los sacerdotes y demás personas que estaban allí presas. La situación de mi papá, después de largos días de prisión en aquella casa llena de soldados y presos, se hacía cada vez más grave,
y los mismos médicos liberales que le hacían las curaciones pidieron al gobierno que lo dejaran trasladar, en calidad de prisionero, al Hospital de San Juan de Dios, que estaba a cargo de las Hermanas de la Caridad. Este fue un gran alivio para él y para mi mamá. Fue conducido en la camilla, rodeado de soldados, al hospital, y mi mamá al pie del pobre enfermo, quien sufría terribles dolores, pues la gangrena no había cedido. En el Hospital, las Hermanas de la Caridad, le tenían ya listo el cuarto, y allí quedó como prisionero, con centinela de vista, día y noche. Aquel fue un gran alivio para el pobre enfermo, quien salia de una cárcel infecta, donde pasaba los terribles dolores en medio de presos y soldados, en un cuarto común, y para mi mamá, única mujer que había en la cárcel, luchando para poderlo cuidar, sin recursos los más indispensables. Allí podia la familia visitarlos y tenían todos los recursos: médicos, enfermeras, etc., y sobre todo estaban las Herma­ nas, quienes se dedicaron a cuidarlo día y noche. Bendito sea Dios! Que El les haya pagado en el cielo. En la caja de joyas de mi mamá, entre una canastica muy pequeña, guardaba tres cuartas, que Francisco y yo (que es­■ tábamos muy niños) les llevábamos de regalo para que compraran una casa, porque los liberales se habían robado la nuestra. La cuarta era una moneda de níquel, la más pequeña de todas, y equivalía a medio centavo. Mi mamá, llorando, recibió nuestro regalo, que para nosotros era muy valioso, pues no estando ella en la casa, y en aquellas circunstancias poco sería lo que se nos daba. 81
Ignoro cuánto tiempo pasaron mi papá y mi mamá en el hospital, sin que a ésta se le permitiera salir siquiera para dar una vuelta a la casa donde estábamos viviendo amontonados todavía en lá casa de Natalia Barrientos. Al fin terminó aquella guerra con sus horrores, y calmó la persecución religiosa, que fue espantosa. Sólo los sacerdotes que prestaban el juramento con el cual quedaban excomulgados, podían ejercer el ministerio. Gracias a Dios, fueron muy pocos, y las gentes los miraban con horror. Los demás sacerdotes habían huido y vivían en los bosques o escondidos en las casas de los campesinos. Los templos fueron saqueados y profanados los vasos sagrados. Algunos de aquellos miserables se atrevieron a entrar a caballo a las iglesias y daban de beber a los caballos el agua bendita. La iglesia que es hoy de los Jesuítas (San Ignacio) era un cuartel, y las mujeres de los soldados cocinaban con la madera de los altares y confesonarios. Yo recuerdo haberlas visto en la plazuela cocinando. Los sacerdotes fieles que caían en manos de los liberales, los vestían de soldados y los obligaban a todos los trabajos de éstos, dándoles palo cuando no podían desempeñar lo que les mandaban hacer. Yo recuerdo todavía, a pesar de no contar entonces más de cinco años, la pena que sentía cuando yendo para la calle, la sirvienta que nos acompañaba, nos decía: «Ese es un Padre», iban vestidos con la chaqueta roja, como cualquier infeliz soldado, y les imponían los trabajos más duros. Creo que mi papá fue desterrado de Antioquia, y no recuerdo más, hasta la guerra del 85 que ya es cosa moderna. GUERRA DEL 85 Al fin pasaron aquellos terribles tiempos y se estableció la paz. Con muchos esfuerzos y con el trabajo de mis hermanos, quienes al regresar de los Estados Unidos, después 82
de varios años de estudio, fundaron el primer laboratorio para fundir el oro, y con los esfuerzos que Santiago había hecho para sostener las fincas, se pudo pensar en edificar otra casa, pues la que hoy es la gobernación no Se nos restituyó. En un lote que creo regaló a mi mamá, mi mamita Antonia, contiguo a su casa, y que ustedes bien conocen, frente a la puerta lateral de la catedral (hoy La Candelaria), se edificó una casa de dos pisos, grande y cómoda. Mis hermanos que por experiencia sabían lo que era la persecución del partido liberal, al edificar la casa, en la parte baja donde funcionaban el laboratorio y la fundición de oro y plata, hicieron escondrijos que sólo ellos conocían. En los últimos meses de 1884, mi papá cayó gravemente enfermo, de un tumor en el hígado, que hacía ya algunos meses lo molestaba. Estando en esa situación, estalló la guerra llamada del 85, en la cual, ayudados por el doctor Rafael Núñez, subieron al poder los conservadores. Al empezar esta guerra, el Directorio Conservador, com­ puesto por el doctor Marceliano Vélez, mi tío Eduardo, el doctor Alejandro Botero, don Abrahám Moreno y mis hermanos Tulio, Pedro Nel y Santiago, se estableció en nuestra casa, sin que los niños ni los sirvientes se dieran cuenta de ello, pues vivían en la parte baja, en lo que ocupaba el laboratorio. Uno de los empleados de éste, Alejandro García (tal vez se llamaba Alejandro, no sé el nombre), quien había sido telegrafista, con su máquina, desde el cuarto del tercer piso, cogía, sin que nadie pudiera sospecharlo, pues conectaba con un simple alambre casi invisible su máquina a los hilos del telégrafo. Gracias a esto, el Directorio estaba al corriente de todo lo que pasaba en la guerra. El Gobierno, desde que empezó la guerra, puso centinela en la puerta de nuestra casa, de manera que ni de día ni de noche se podía entrar ni salir, sin que éste lo permitiera. 83
Con frecuencia se presentaban las rondas cuando menos se esperaban, rondaban todas las piezas de la casa, pero no encontraban ni hombres ni armas. La antevíspera tal vez de la muerte de mi papá, buscaban armas aun debajo de los colchones, según decían ellos. Mi papá no dijo una palabra, pero cuando mis hermanos, al anochecer, entraron al cuarto, él los buscaba con la vista como queriendo encontrarlos, con angustia. Hasta los últimos momentos de su vida, fue victima del partido liberal. ' Dos o tres días después, murió, rodeado de su esposa y de sus hijos, ayudado en aquellos momentos por el Reverendo Padre Arjona, jesuíta que él había traído a Colombia, con el Reverendo Padre Ramírez y el Hermano Montenegro, quienes llegaron a Medellín a una casita contigua a la casa de Estanislao Gómez Barrientos, donde aquellos vivieron desde el mes de septiembre, figurando como simples sacerdotes. Mi papá había dicho que quería morir ayudado por un jesuíta, y Dios le concedió esta gracia. Murió el 11 de enero de 1885. Naturalmente al entierro de mi papá no pudieron asistir mis hermanos, porque estaban escondidos. Por demás está el hablar del dolor que la muerte de mi papá causó a mi mamá, quien había vivido para él; y a mis hermanos, los que lo veneraban como a un santo. Todos teníamos despedazada el alma, aun Francisep y yo, que apenas si podíamos entender lo que era la muerte. Pero era preciso sacrificar en aras de la Patria hasta el dolor. Se acercaba ya la guerra a Antioquia; era preciso que los jefes marcharan a los campos de batalla, pero ¿cómo salir de la casa con centinela día y noche? A mi mamá nada se le dificultaba, estaba tan acostumbrada a la lucha. Se resolvió, pues, que tanto mis hermanos como los otros jefes que estaban escondidos en casa, salieran disfrazados poco a poco; pero esto no podía hacerse por la puerta de nuestra casa, 84
porque allí estaba siempre el centinela. Se resolvió que pasaran a la casa de mi abuela, quitando dos vidrios de una ventana que había en la repostería de nuestra casa y daba al comedor de la casa de mi abuela. Así se hizo; ya no quedaba por pasar sino Tulio, que por ser el más grueso lo dejaron para último. Se estaba él pasando, pero no podía, cuando avisaron que estaba la ronda que acostumbraba presentarse cuando menos se esperaba. Es de imaginar el espanto y la angustia de mi mamá y de todos; el mismo terror, tal vez, hizo que tirando de un lado, y empujando del otro, pudiera pasar Tulio antes de que la ronda que guiaba mi mamá llegara a la repostería. ¿No sería esto una gracia de la Virgen que invocábamos todos? Una vez en casa de mi abuela los fugitivos se disfrazaron i de artesanos y peones. Allí estaban algunas mujeres campesinas con las que mi mamá podía contar; y unos, acompañados por algunas de estas, como marido y mujer, y otros solos; pe/o todos disfrazados, la mayor parte con sus barbas largas y blancas y otros sin ellas, fueron saliendo unos primero y oíros más tarde, con todo disimulo, por la puerta falsa de la casa, que daba a la calle de Palacé. Otros salieron acompañados por una­u otra puerta. El caso es que todos se escaparon y fueron a reunirse con ¡as 1 tropas que estaban ya organizadas y en marcha contra el ejército liberal. Llegaron allí y Pedro Nel arengó la tropa, y hasta Mariano que escondido de mi mamá se había ido también, hizo un discurso muy entusiasta; pero el pobre tuvo que volver a Medellín, porque era casi un niño, y ella no. podía conformarse con que hasta éste fuera a la guerra. Francisco, que apenas tenía 9 años, se escapó también, se fue a El Poblado y allí cogió un caballo y se fue a alistarse en el ejército; pero el mayordomo, por orden de mi mamá, lo alcanzó y lo trajo a Medellín. 85
Mi mamá, en medio del dolor que la muerte de mi papá y el peligro de sus hijos le causaba, trabajaba incansablemente por su patria. A nuestra casa, a pesar del centinela que guardaba la puerta, llegaban las armas para mandar al ejército, que contaba con muy pocas. Allí llegaban señoras y señoritas a hacer visitas de pésame, y debajo del vestido llevaban una carabina o un fusil; también las mujeres que vendían bocadillos de Caldas y Envigado, o pan y dulces de otras partes, subían a la casa pasando al lado del centinela, sin que éste sospechara nada; y en la misma forma salían de casa de mi abuela o de la nuestra, armas y municiones para el ejército. Más pronto de lo que se podía .esperar, por fortuna, terminó la guerra, y el ejército conservador, triunfante, llegó a Medellín. La salud de mi mamá iba decayendo. El triunfo conservador sin mi papá era para ella como una pena. Los jefes conservadores iban a visitarla admirando indudablemente aquel valor varonil y aquella inteligencia asombrosa; pero tantos sufrimientos y tantas angustias habían atacado aquel corazón tan generoso y valiente: «Yo no puedo vivir sin Ospina», decía, y realmente, cuando menos se esperaba, el 9 de diciembre de 1885 moría casi repentinamente, pues la enfermedad que ¡a tenía en cama no era cosa grave. El 8 de diciembre había comulgado en la cania, por­ que el médico no le permitía levantarse. Estaba recibiendo la visita de Barrientos; llegó Amalia Madriñán a darle una taza de leche que ella tomó, y al acostarse se quedó muerta. El médico que estaba hablando con Tulio en la sala, cuando lo llamaron no podía creerlo; pero fue preciso convencernos de que la más buena y abnegada esposa y la madre más santa y cariñosa había volado al cielo. No sobrevivió a mi papá ni un año entero. Ojalá que estos mal redactados recuerdos se transmitan en la familia para que no "pasen al olvido. Bogotá, 1942 86
SEGUNDO PRESIDENTE OSPINA GENERAL PEDRO NEL OSPINA 1858­1927 En síntesis perfecta, de admirable factura literaria, de positivo valor histórico y rigurosamente imparcial, los doctores José Ignacio Vernaza y Laureano Gómez, hicieron la coopilación de la vida y la obra del general Pedro Nel Ospina y don Estanislao Gómez Barrientes, amigo incomparable de la familia Ospina, quien escribió las obras Mariano Ospina y su época y A la memoria del General Pedro Nel Ospina, dejaron todos ellos para !a posteridad la fiel narración de lo que representó y es para la patria el General Ospina, cuya estatua, en mármol esculpida y levantada en la capital de la república, hará memoria para las presentes generaciones y para las generaciones por venir de aquel hombre ejemplar digno como pocos de los tributos que se le han rendido y de la recor­ 87
dación imperecedera de sus compatriotas que esti­ mulados como tendrán que serlo por aquel modelo de ciudadano, sólo habrán retribuido bien al general Ospina imitando, siquiera en parte y para el engrandecimiento de la Patria, la extraordinaria y fecunda existencia del militar, del hombre de estudio, del estadista, del político, del hombre de hogar y del personaje de estado que fue Pedro Nel Ospina. INCIDENTES DE SU VIDA Nacimiento.— El general tenia por cierto que su natalicio ocurrió el 18 de septiembre; como es bien sabido, se meció su cuna en el palacio de San Carlos, por estar su ilustre genitor en ejercicio de la presidencia de la República, entonces denominada con el pomposo nombre de «Confederación Granadina». El sacramento del bautismo le fué administrado por el superior de los jesuítas, R. P. Pablo de Blas, siendo padrinos los señores Pascual Gutiérrez y Elena Vásquez Barrientos, por poder de dos tíos maternos del niño, los señores Uladislao Vásquez Jaramillo y Carolina Tracy, ausentes. Al infante se le pusieron los nombres de Pedro Nel Igna­nacio Tomás de Villanueva, según consta en la partida de registro inserta en el libro parroquial, con fecha 5 de octubre de 1858. La Confirmación.— Este sacramento le fue ad­ ministrado por el venerable señor 88
Arzobispo don Antonio Herrán y Zaldúa, acto en que hizo de padrino el Delegado Apostólico Monseñor Micislao Ledo­chowski, personaje de importancia y alto mérito que, entre otros puestos elevados, ascendió al de miembro del Sacro Colegio de Cardenales y Prefecto de la Sagrada Congregación de la Propaganda Fidei. El le hizo cariñosa acogida a su ahijado en un viaje a Roma (por 1880). El acíbar en la escuela del infortunio.—Precisamente —cuando Pedro Nel estaba para cumplir tres años— empezó para él y sus hermanos Tulio y Santiago la ruda escuela de la adversidad en el litoral Atlántico, durante la penosa prisión de su padre en Cartagena, ya en la travesía a Kingston (Jamaica) en una desmantelada goleta (La Juanita), de donde pasaron a Puerto Rico, y ya en la navegación a la América Central. En Guatemala se vieron los proscritos al prin cipio sujetos a la pobreza y a las privaciones inhe rentes a ella, muy bien acogidos por unos amigos muy finos y leales, los Padres Jesuítas, algunos de larga data, entre ellos los PP. San Román y Paúl, quienes les procuraron buenas relaciones con per sonas dignas de su amistad....... Allí empezó la edu cación escolar de don Pedro Ne!, al lado de los Jesuítas; uno de sus compañeros de colegio fue el señor Muñoz, después Jesuíta y luego Arzobispo de Guatemala. 8*9
Regreso a la patria.—El de la familia Ospina Vásquez ocurrió por noviembre de 1871, con gran júbilo suyo y de sus numerosos parientes y estimadores, y entre ellos llamaba mucho la atención el cúmulo de brillantes facultades de uno de los recién llegados, niño de trece años: era Pedro Nel. «Era un muchacho que se distinguía por la inquietud de su aspecto, por la movilidad de sus ojos, la vivacidad de su espíritu, sagaz e investigador, siempre listo a darse cuenta exacta de cuanto observaba, la naturaleza y sus fenómenos, la razón y fundamento de las cosas, todo lo cual no era poco. Era una inteligencia robusta, inquieta, en las tareas de la investigación, luminosa y sorprendente, que mostraba suma curiosidad de conocimientos científicos y literarios, que con facilidad pasaba de un objeto a otro, ya de lo ameno y de mero pasatiempo, de lo trivial a lo difícil, a lo abstruso, como en el campo de las matemáticas. Así que en cuanto a la investigación de la verdad andaba a paso rápido en cualquier terreno, sin darse por satisfecho con las meras nociones adquiridas en la lectura de textos de toda clase, no siempre completos. Hacía versos y petipiezas,­ jugaba con la frase, y tomaba parte en }a representación de comedias caseras.... Estando el joven Pedro Nel Ospina en la Universidad de Antioquia, por los años de 1872 a me­ 90
diados de 76, aprovechábase tanto de las clases de literatura y demás ramos de humanidades, etc., como de las de Medicina, y también de las de Economía Política, Historia y Geología, que estuvieron (las tres) por algún tiempo a cargo de su ilustre padre, profesor doctísimo, eminente y por todos conceptos insuperable. El doctor Berrío durante el tiempo de su Rectoría (en 1874), a poco conoció muy a fondo la entereza y energía de alma de aquel joven. Así que se formó un concepto muy elevado de lo mucho que de él podría esperarse, por lo cual estando ya aquel personaje en el lecho de muerte, quiso manifestarlo a la señora madre del educando, como vamos a verlo. En efecto, como doña Enriqueta Vásquez de Os­pina le había prestado al doctor Berrío muy espontáneas atenciones y servicios de importancia durante su última enfermedad (pues las dos casas estaban en la misma calle de Pichincha y muy próximas), al mostrar el egregio gobernante su agradecimiento a la señora expresada, que era también santarrosa­na y por añadidura su contemporánea, añadió: «Señora, voy a hacerle una recomendación que a usted le parecerá quizá" raro que se la haga un extraño a una madre, y es que me le ponga mucho cuidado a Pedro Nel; mucha atención con é! (en su educación); es que en él alcanzo a ver tela suficiente para 92
formar un hombre de mucha importancia para la Patria....» Cuan acertado anduvo el doctor Berrío en este pronóstico! ESTANISLAO GÓMEZ BARRIENTOS La vida del General Pedro Nel Ospina es de las más fecundas e interesantes que ha tenido Colombia. Dentro de la móvil y tornadiza democracia sur­americana, su figura se destaca como la de un caudillo ejemplar, amplio, sobrio y tolerante, lleno de aquella imperatoria virtud que otorga la Providencia a sus predilectos. Hombre dinámico por temperamento, para él no se hizo la palabra «detenerse». Bastaba contemplar su gallarda figura para comprender que el mando le correspondía dondequiera que él estuviese, ora en ¡as juntas del parlamento, ora en las alturas del poder ejecutivo o en el comando de un ejército. En todas partes supo desplegar su espíritu pugnas de fuertes energías, y por eso, precisamente, llegó a ser el mandatario de mayor eficacia que tuvo el predominio conservador durante 45 años. Porque si algunos lo han comparado con Reyes y con Mosquera, fuerza es decir que al primero lo superó en su profundo respeto a la opinión del país y a sus leyes, y con el segundo no tiene un 93
átomo de similitud gubernamental, a no ser aquella arrogancia leonina que ostentan los héroes en ciertos momentos definitivos. Ospina, que aquilató su espíritu en las disciplinas de la ciencia, laboró siempre con el corazón y el pensamiento, puestos en el bien de la patria, sin acordarse de! fermento disolvente del sectarismo y atendiendo únicamente a la competencia de sus colaboradores. No empleaba el escarceo erísti­co y lo eterno viril se revelaba en él con fuerza dinámica inconfundible. Tenía tres bellas cualidades que cultivó con pulcro esmero y fueron siempre la norma de su vida política; perdonaba con cristiana facilidad, vibraba su alma el impulso de toda noble idea y confiaba en sus ejecutorias de hombre capaz. Para el vicio del rencor político, que en estas democracias tropicales tanto daño ha hecho en épo­cos pasadas y que ha sido el origen de revoluciones, ofreció nobilísimos ejemplos que exaltan su memoria. Ospina jamás guardó en el arca triclave del odio parroquial el recuerdo de las ofensas que le hizo la prensa en horas de amarga lucha. No tuvo la inferioridad de catalogar a los hombres por sus debilidades y errores, sino por sus aciertos y excelencias. Campeaba su alma en una selva poblada de * misteriosos rumores, el áureo amanecer de un bello 94
día y teniendo a su vista el magno panorama de una perspectiva luminosa y permanente. Un vuelo a través del espacio o la navegación de un río cau daloso, el caer de un copado roble en plena sole dad de la montaña, el hervir de la fábrica con sus turbinas y sus ruedas mágicas, el plano por estu diar del terreno aurífero, el manto de verdura que tiende el cafetal, la mugiente vacada y el sedoso humo del hogar campesino, he ahí el cuadro en que su espíritu dialogaba con la naturaleza y se ofrecía para engrandecerla, luchar con ella y cons truir el porvenir que sediento anhelaba. " Porque los demás laureles que segó su espada invicta y de los cuales no tuvo otro concepto que el del papel marchito, esos no fueron para él sino un medio muy mediocre de notoriedad, con el cual jamás abrillantó su gloria. Con ser muy grande su valor per­ sonal en los campos de batalla, el verdadero adalid, el hombre de proyección heroica, estuvo siempre en la entereza moral de su civilismo catoniano. La probidad fue su lema de gobierno y la eficiencia su demostración. Estas dos palabras que él adoptó como emblema, resultaron plenamente comprobadas al final de su fecunda labor administrativa y podemos afirmar con mayor extensión:, al final de su vida. Hombre de mundo en la amplia acepción del vocablo y que viajó desde temprana edad por Eu­ 95
ropa y ios centros más civilizados de la sociedad humana, disciplinó sus actividades dentro del ritmo acelerador del progreso. Al mismo tiempo supo captar lo bueno que perdura en el alma de un pueblo joven y de incipientes perfecciones, hermanándolo con la sana doctrina social de Cristo, a cuya virtud'encomendó siempre el éxito de sus faenas de todo orden. Porque creyente, sin vana ostentación, compartió en esto la sabiduría de su padre y por convencimiento practicó la doctrina que enseñó Jesús. El no discutía cuestiones religiosas con nadie, le bastaba no dejar invadir sus ideas, siempre firmes como herencia gloriosa y reflejo del propio estudio. A todos los actos de su gobierno les dio la im­ portancia que impone la meditación y el empeño de acertar. Creía Ospina, y con justa razón, que gobernar es servir, pero servir con la mejor técnica y no con criterio empírico y partidista. Por eso cuando bajó del Gobierno, Bogotá le hizo la demostración más elocuente de su reconocimiento y alfombró de flores la calle por donde volvió al retiro de su hogar entre las aclamaciones de la multitud. Colombia entera se unió a esa apoteosis! Y hay que tener presente que su gobierno había sido homogéneo en lo ejecutivo, sin colaboración liberal, pues el jefe que en ese entonces 96
guiaba las voluntades de su partido, no las pudo conciliar en torno al gobierno de Ospina. Pero Ospina superó las esperanzas que en él se fincaban y supo acallar las tempestades que le suscitaron sus malquerientes y adversarios, labo­ rando tan sólo con empeño y tesón en bien de Co­ lombia. El éxito y grandeza de su obra, hasta él punto de hacer olvidar la ambición del sectarismo, dañino y perturbador, radica en esta virtud que él supo destacar: su patriotismo! A través de ese patriotismo, prisma el mejor para . refractar sus glorias y sus hechos, vamos a estudiarlo como estadista, como diplomático, como guerrero, como legislador, como político, como orador, como escritor y hasta como agricultor, minero y hombre de negocios. Que todo esto fue Ospina! (Tomado del libro Biografía del General Pedro Nel Ospina, por José Ignacio Vernaza). APOTEOSIS Y MUERTE Pasará mucho tiempo antes de que se borre de la memoria del pueblo de Bogotá el recuerdo de 7á cálida ovación de que fue objeto el general Ospina el 7 de agosto de T926 al abandonar el 'palacio dé la carrera. 97
Una masa compacta e inmensa de la ciudadanía, en la que se confundían las primeras personalidades del país con los obreros y trabajadores, esperaba la salida del gran presidente, transformado ya, por el sabio precepto de los principios democráticos, en simple ciudadano. Innúmeras manos femeninas, desde los balcones de la calle de la carrera y de las otras recorridas por el cortejo, estallaban en férvidos aplausos y regaban flores sobre la cabeza encanecida de aquel servidor público, en la noble acepción del vocablo. Para el general Ospi­na, que había conocido el desvío de la capital, cuando llegó de Medsllín a'encargarse de la presidencia, y aún en las horas habitualmente efusivas de la posesión, tuvo que ser inmensamente grato que' fuera el día en que, por ministerio de la ley, quedaba despojado de los prestigios del poder, cuando la ciudad, clamorosa y unánime, le otorgase los honores del triunfo; y no por obra de disposiciones oficiales y protocolarias sino por el impulso generoso, espontáneo e improvisado de la gratitud de los pueblos. Medellín también recibió al ex­presidente con las más altas demostraciones de aplauso y de res­pato. Oradores de primera nota analizaron, ante el consenso de la multitud, la empresa ciclópea llevada a cabo por el hombre que volvía buscando el tibio y acariciador regazo de la ciudad amada, para 98
disfrutar de un merecido descanso. Allí,, el autor de esfas líneas se despidió del procer con un abrazo fuerte y estrecho que le permitió sentir al lado del suyo las palpitaciones de aquel gran corazón La vida escondíales el secreto de que ese había de ser el último abrazo y de que la muerte haría desaparecer, con las personas que los poseía, profundamente arraigados en su espíritu, los sentimientos de rectitud, de probidad, de justicia, de lealtad amistosa, de perfecta sinceridad, que fueron la fuerza dinámica y vencedora de los últimos meses de la administración Ospina. Entregóse el general Ospina al manejo de sus abandonados negocios. Volvió, también, al cultivo de las aficiones literarias y publicó la amena relación de una correría por el occidente de Antioquia. Pero su grande actividad no podía quedar paralizada de súbito. Ideó un 1 viaje, de esos legendarios que amaba su indomable espíritu de conquistador. Salió de Medellin el 1.° de enero de 1927, a caballo; en dirección al occidente y al norte, a desandar el camino del magnífico capitán Jorge Robledo, a cabalgar por tierras del antiguo dominio de don Pedro de Heredia, a bañarse en el alborotado mar de Nicuesa. Cincuenta y seis días continuos duró sobre el lomo de su cabalgadura, andando por los flancos de las cordilleras, hundiéndose en el cora­ 99
zón de las selvas, a través de las llanuras descampadas, bajo el sol implacable. En una trocha de la montaña hubo de sufrir un golpe rudísimo; la inclemencia del clima le cubrió de una erupción febril; su poderoso organismo se llenó de enfermedades y de fatiga. Lejos de buscar el reposo para curarse, redobló las jornadas «para vencer la pereza del cuerpo», desfallecido llegó a Cartagena, de donde emprendió el regreso a Medellín por el río Magda­ lena. Llegó el 6 de marzo, ya muy enfermo, la dolencia que había de abatirlo, estaba profundamente arraigada. Concurrió a la asamblea departamental y quien dirigía la corporación renunció para que el general Ospina fuera aclamado por unanimidad como su presidente. La muerte había extendido ya su palidez marfileña sobre su rostro, y su agotamiento era extremo. Tuvo que retirarse de la corporación, pero, insumiso al avance de la enfermedad, volvió a caballo a una de sus posesiones de la montaña. De allí hubo de regresar a Medellín, a fines de abril, ya para los episodios de la última brega. Entonces, empezó un conmovedor diálogo de ab­ negación y disimulo entre el general Ospina y la admirable compañera de sus glorias y de sus in­ fortunios. Cada uno de ellos comprendía con claridad que la catástrofe se avecinaba; pero sus pláticas siempre^eran sobre proyectos amables para los 100
venideros días de salud; viajes, reformas de las casas y de las tierras, empresas halagüeñas y gratas. El enfermo, seguro de su fin, aprovechaba codiciosamente los instantes para departir con sus hijos y darles instrucciones, de prolija exactitud, sobre los intereses de la familia. Avaro de ese precioso, improrrogable tiempo final, a veces, ^en los desvelos nocturnos, se levantaba a escribir advertencias minuciosísimas. Pero cuando estaba presente doña Carolina, Su conversación era alegre, despreocupada, tranquila. Y ella, que veía, con esa visión infalible que es prerrogativa del alma femenina, iluminada por el amor, el ineluctable avance de la muerte, y que se bañaba en llanto amarguísimo, en las estancias interiores, ante la perspectiva de la catástrofe cercana, con un maravilloso y soberbio dominio de la voluntad, llegaba siempre a la alcoba donde el esposo agonizaba, sonreída y serena, con los labios colmados de dulces 1 palabras de consolación y de esperanza, con las manos llenas de esas caricias de suprema piedad que las madres inventan para los niños recién nacidos. La enfermedad terrible que derriba los colosos de la política, la que mató a Miguel Antonio Caro, a Felipe Ángulo y a Carlos Calderón, estaba allí haciendo su trágica obra. Los glóbulos rojos desaparecían de hora en hora consumidos por el cáncer devorador. En vano las arterias familiares die­ 101
ron al cuerpo del augusto enfermo raudales del licor vivo. Nada tenía que hacer allí la ciencia. Sin dolor, sin angustia, sin fatiga, la luz de aquella vida se iba esfumando entre las tinieblas de lo desconocido. El 1.° de julio, a las nueve de la mañana, murió. Rodeaban el lecho su esposa, sus hijos, otras personas muy caras a su corazón, que para aquellos momentos él mismo hizo venir desde muy lejos. Las sagradas palabras del rito acompañaron su espíritu moribundo, y bajo su techo estuvo en aquel melancólico amanecer, para el acto de la divina conmemoración, el Señor Dios en quien esperaba y creía con una fe tan pura. La noticia de su muerte se regó por la ciudad, en medio de! general sentimiento. El pueblo acudió a rendir al cadáver del procer, emocionado tributo de plegarias y lágrimas. La familia declinó la vana pompa de la cámara ardiente. Al lado del féretro, inmóvil, muda, sin retirar los ojos un momento del pálido rostro querido, estuvo doña Carolina todas las horas de la fúnebre vela. Abstraída de cuanto le rodeaba, indiferente a todo, sin un gesto ni un sollozo que turbasen la serena quietud o la apostura, sólo en las pupilas, fijas en los despojos de su dueño, había vislumbres de vida. Se adivinaba el coloquio inefable de tantas cosas que se queda­ 102
ban sin decir a pesar de haber hablado sin intermitencia, desde los días, remotos ya, de la dorada juventud, el lenguaje de un amor encendido. Llegó el momento' en que el cadáver fuera llevado al lugar de su reposo. La tropa de la guarnición v i no, a rendir los honores postumos. Un clarín dio el toque de salida de presidente. Las bandas marciales empezaron el himno nacional, y fue entonces cuando el mar de amargura concentrado en el pecho de la noble señora a través de larguísimos días, rompió los diques de su voluntad: un grito desgarrador, salido de lo más hondo de las entrañas, un alarido profundo y prolongado que se lanzara como para cruzar el infinito, se mezcló, sobrepasándolos, a los acordes del himno y el fúnebre saludo de "los clarines. Los honores oficiales que le fueran tan conocidos y que evocaran tantas cosas pasadas, sonaban en aquellos instantes por la postrera vez.. Así tenía que ser la marcha fúnebre para el sepelio del gran presidente. Los clarines marciales simbolizaban luchas, afanes, dolores, esfuerzos, infatigable celo; la rotundidad armoniosa de la canción nacional fue el sollozo de la república agradecida al despedir al experto piloto que rectificó los equivocados rumbos antiguos; y el doliente gemido de la esposa fue la voz de afecto que mereció el buen ciudadano, el amigo ejemplar, el varón recto; fue la 103
concreción de la pena que causó su muerte en cuantos lo veneramos y quisimos. No hizo falta a su glorificación y su reposo la farándula oficia!, insincera e ingrata, que por fortuna estuvo ausente. LAUREANO GÓMEZ , DOCTOR JULIO OSPIÑA 1857­1921 Entre ¡os colombianos beneméritos e ilustres que figuraron de mediados del siglo pasado al primer cuarto del siglo que corre, se destaca el nombre del doctor Tulio Ospina, padre del actual Presidente de la República, doctor Mariano Ospina Pérez, como uno de ¡os hombres que más han cirnen­. tado la cultura y el progreso de la patria. No fue el doctor Ospina político de carrera y quizá por esta circunstancia su personalidad, realmente inte­ resante, no haya alcanzado todo el brillo que merece quien, como e! doctor Ospina, consagró su vida aJ estudio y al desarrollo de las ciencias, principalmente las matemáticas, en las que alcanzó los más elevados conocimientos; sin embargo, el doctor Ospina defendiendo su ideología conservadora, 104
su raza y su tradición, luchó con denodado valor en los campos de batalla, concurrió al Congreso nacional en repetidas ocasiones y lo demás de su fecunda existencia lo dedicó al engrandecimiento, patrio entregándose por entero a la literatura, porque era un intelectual de verdad y a la formación de profesionales ingenieros que hoy son para el país indiscutible contingente de ciudadanos que hacen honor a la nación. Nació el doctor Ospina en la ciudad de Mede­IIín el día 4 de abril de 1857, en la misma casa donde vio la luz Atanasio Girardot, ej héroe del Bárbula. Y dio sus primeros pasos en el Palacio de San Carlos, siendo su padre el doctor Mariano Ospina Rodríguez, presidente de la República. A la caída del gobierno, cuando el ilustre ex­ presidente, prisionero varios meses en el castillo de Bocachica y luego en la cárcel de Cartagena, logró evadirse de ésta con el apoyo inteligente de su esposa, la f amilia Ospina abandonó el país para ir a radicarse en Guatemala, donde hizo el doctor Ospina sus primeros estudios. A la edad de 1­9 años abandonó las aulas para empuñar la espada. En la campaña de «Los Chancos», en el valle del Cauca, fue herido gravemente y prisionero de César Contó, quien lo envió a Panamá con otros presos de importancia. En aquella ciudad halló el doctor Ospina un benévolo protec­ 105
tor en el limo. Sr. Paúl, más tarde Arzobispo de Bogotá. El le facilitó los medios para ir a Costa­rrica y luego a San Francisco de California, donde ingresó al Colegio de Santa Clara, regido por sacerdotes jesuítas, con el fin de aprender el inglés. ■ Allí se le unió su hermano Pedro Nel y se matricularon ambos en la Universidad de Oakland para cursar estudios de Ingeniería de Minas y Metalurgia. Debido a sus malas circunstancias pecuniarias, trabajaban durante la noche en una farmacia para atender a los gastos que sus estudios demandaban. Obtenido su grado de Ingeniero, emprendió el doctor Ospina, en compañía de su hermano, también graduado, un largo viaje por Europa, visitando Inglaterra, Francia, España, Italia, Austria y Alemania, y durante más de un año se consagró a estudiar Química Agrícola con el señor Cloez, ilustre profesor del Jardín de Plantas. Por esa época se hizo miembro de la Sociedad Geológica de Francia. Regresó el doctor Ospina al país en el año de 1882 y constituyó, con sus hermanos, una sociedad, la cual emprendió grandes obras agrícolas e industriales, como plantíos de cafetos, fábricas de ladrillos, licores y cervezas, explotación de minas de oro y establecimiento de un laboratorio de fundición y ensayes. Las tareas industriales no lograron alejarlo de las actividades intelectuales. Fue el doctor Ospina 106
un delicioso cuentista y conferenciante y autor además da varias obras históricas y científicas, entre ellas un notable tratado de Geología. Fue profesor de Química, Economía Política, Agronomía, Zoología y otras muchas materias. . En 1888 fue elegido representante al Congreso y presidió la Cámara en su carácter de vicepresidente. Presentó entonces un vasto proyecto de ley para la organización del Banco Nacional, al cual acompañó un extenso estudio sobre la materia, tan importante, que fue mandado reimprimir por el congreso de 1892, En 1904 fue nombrado rector de la Universidad de Antioquia y en 1911 rector de la Escuela Nacio nal de Minas, cuya fundación en el año de 1895, se debió en gran parte a sus esfuerzos y a los de su hermanó Pedro Nel. A esta escuela consagró el Dr. Gspina, aun en los últimos días de su vida, ven ciendo heroicamente los sufrimientos de una enfer medad mortal, las imponderables dotes de su inte ligencia y de su alma. A su muerte fue nombrado por el gobierno nacional para sucederlo en la rec­ c toría de la Escuela, su hijo el doctor Mariano Os­ pina 1 Pérez. l Obtuvo el doctor Ospina, por concurso, en 1915, la representación de Colombia en el Segundo Congreso Científico Panamericano reunido en Washing­ 108 ,
ton, en el cual le tocó presidir tres de las sesiones • de Minería y Geología. Fue uno de los mayores productores de café del Departamento de Antioquia. Además inició la formación de dehesas con pastos europeos y la aclimatación de las razas de vacunos Normanda y Ayrshire. La cultura exquisita del doctor Ospina y la sencilla elegancia de sus maneras fueron proverbiales. Poseía el don incomparable de la gracia, que chispeaba en su plática llena de amenidad y salpicada de anécdotas. Cortesano sin estiramientos y exento de la vulgaridad en que algunos caen, él doctor Ospina fue el tipo del geníleman genuino. Como jefe de hogar fue modelo. Hizo la felicidad de los suyos, sacrificándose siempre en aras del amor a su esposa y a sus hijos. Murió el 17 de febrero de 1921 en la ciudad de Panamá, donde fue en busca de salud, acompañado por su hijo Mariano. Pocos días antes de su muerte se le veía aún hacer apuntes para una obra monumental a la que se había dedicado con verdadero ahinco durante cuatro años. Un estudio sobre la prehistoria de'las lenguas americanas. Empresa tan ardua, que para estudiar y deducir —decía él mismo— determinados fenómenos fonéticos relacionados con la historia y la sociología, había 109
llegado el caso de tener que comparar hasta doscientos idiomas y dialectos. Y pedía a Dios que le diera un año más de vida para dejar terminada su grande obra. Pero sus días estaban contados y de su esfuerzo científico no quedó más que una infinidad de apuntes dispersos que ningún filólogo supo aprovechar. Sirvió a la Patria y a las ideas de orden y de justicia con el coraje de los más bravos caudillos que en Colombia han sido. Guerrero de casta real, como descendiente de hidalgos conquistadores, era capaz de holocaustarse por su Dios, por su Patria y por su causa. 110
TERCER PRESIDENTE OSPINA DOCTOR MARIANO OSPINA PÉREZ 1 9 4 6 EN HONOR A OSPINA B L A S Ó N Espino de sinople sobre campó de oro bruñe flores y frutos en sus verdes majuelos y esculpe en luz un símbolo de proezas y duelos, corona de una Raza, de una Patria tesoro. Recuerdas de las olas el estallar sonoro contra el castillo insomne, recuerdas los desvelos sobre la frente pálida de los nobles abuelos, y la prisión en sombras, y las dianas en coro?.... Pareció que el escudo, roto por los dolores, cubierto por las olas, perdido entre las ruinas, eclipsaba por siempre sus viejos esplendores. Oh, las vidas fecundas coronadas de espinas! Hoy, entre el brillo mágico de sedas tricolores alzas al cielo el áureo blasón de los Ospínas! Mayo 2 de 1946. EDUARDO OSPINA, s. j. 111
Bogotá, junio 27 de 1946 Señor doctor Mariano Ospiria Pérez.—E. S. M. Tenemos el honor de comunicaros que el Gran Consejo Electoral, después de efectuar en su reunión de esta fecha el escrutinio general de los votos consignados en las elecciones populares del día 5 de mayo próximo pasado, acaba de declararos elegido Presidente de la República de Colombia para el período constitucional de 1946 a 1950. Os felicitamos de todo corazón y hacemos votos fervientes a fin de que vuestra administración sea muy fecunda en bienes para la Patria. Con sentimientos de la más distinguida consideración, nos es grato suscribirnos muy atentos servidores y compatriotas, José Jaramillo Giraldo, presidente.—Juan Uri'oe C­, vice­ presidente.—Odilio Vargas—José Santos Cabrera—José Vi­cente Combariza—Roberto Jimeno Collante—Diego Luis Córdoba—Rodolfo Garda y García—Bernardo González Berna!. Alberto Hernández Mora. Bogotá, junio 27 de 1946 Doctor. Mariano Ospina Pérez—Nueva York. Tengo el honor de comunicaros que el Gran Consejo Electoral, después de efectuar en su reunión de esta fecha, el escrutinio general de los votos consignados en las elecciones populares del dia 5 de mayo próximo pasado, acaba de declararos elegido Presidente de la República de Colombia, para el período constitucional de 1946 a 1950. Considero de vital importancia informaros que, entre aclamaciones numeroso público de heterogénea composición po­ 112
lítica, cuyo libre acceso, amplias graderías cámara represen­ tantes, demuestra arraigo popular vuestro ilustre nombre, y alto nivel democrático alcanzado nuestro pueblo, aprobóse proposición presentada por los seis consejeros liberales, que dice: «El Gran Consejo Electoral de Colombia, al realizar el escrutinio de los votos emitidos en las elecciones presi­ denciales del 5 de mayo próximo pasado, y declarar la elección del doctor Mariano Ospina Pérez, celebra patrióticamente el hecho honroso y sin antecedentes en la vida nacional, de que no se haya presentado a esta corporación una sola acusación o queja que indique la comisión de actos contra la pureza o la libertad del sufragio; de que los resultados electorales que se acaban de registrar coincidan, exactamenr­te, con los publicados en las horas siguientes a la terminación de las elecciones, y de que, a consecuencia de la forma democrática como se cumplió el proceso eleccionario, los actos y declaraciones del Gran Consejo Electora] en donde están representadas todas las corrientes políticas que tomaron parte en el debate presidencial, se cumplieron por unanimidad, y dentro de la más absoluta armonía». Os felicito de todo corazón, y hago votos fervientes a fin de que vuestra administración sea muy fecunda en bienes para la Patria. Atento servidor y compatriota, GRAN CONSEJO ELECTORAL José Jaramillo Giraldo, presidente. 113
DE consuno la opinión pública al día siguiente de la elección del doctor Mariano Ospina Pérez para Presidente de la República el 5 de mayo de 1946, después de una lucha política de la mayor ardentía, prolongada por espacio de diez y seis años, necesariamente tendrán honda repercusión en la vida nacional dos hechos fundamentales, porque su trascendencia así lo reclama: los programas de gobierno del Excmo. señor doctor Alberto Lleras Ca­margo y del doctor Ospina Pérez, tuvieron como fundamento esencial la unión de los colombianos en una etapa de la vida nacional, de grandes dificultades; el primero, el del doctor Lleras Camargo, se cumplió a contentamiento general con la admiración de sus conciudadanos, porque lo practicó severa, recta y dignamente, demostrando que la concordia y la fraternidad son posibles y eficaces conductores de urt pueblo que aspira a la grandeza de la patria, y el segundo programa, el del doctor Ospina, porque fundado en los mismos principios de colaboración y de progreso, señala al país épocas nuevas de tranquilidad, sendas de progreso y de orden y con­, secuencialmente bienestar general. 114
Otro hecho que debe subrayarse inicialmente para dar a conocer la personalidad del tercer presidente Ospina, es el de que, cuando su nombre fue lanzado al debate político para la elección presidencial y posteriormente cuando ya elegido el doctor'Ospina, era de esperarse una fuerte reacción de orden político, por los antecedentes ásperos de la lucha, no se oyó nunca, ni nunca se escribió una sola palabra que disminuyera el prestigio de su nombre; por el contrario, cuando la campaña electoral se encontraba en los momentos más álgidos y cuando la derrota del régimen actuante se confirmó, los escritores públicos y la opinión toda del país estuvieron de acuerdo en considerar que.la elección del doctor Ospina Pérez era un acierto de indudable eficacia. Radicada en Antioquia la rama de la familia Ospina, cuyos progenitores fueron el'doctor Mariano Ospina Rodríguez y doña Enriqueta Vásquez de Ospina, se distinguió señaladamente entre sus hijos el doctor Tulio Ospina, quien casó con doña Ana Rosa Pérez de Ospina, padres a su vez del doctor Mariano Ospina Pérez, quien nació en Me­dellín el 24 de noviembre de 1891; cursó sus primeros estudios en el Colegio de San José, de los Hermanos Cristianos, recibió su grado de bachiller en la Universidad de Antioquia lo mismo que el de filosolia y letras; obtuvo su diploma de ingenie­ 116
ro civil y de minas en la Facultad de Ingeniería de la misma Universidad, distinguiéndose siempre entre los primeros estudiantes. Viajó el doctor Ospina por Norte América, Europa, y en los Estados Unidos y Bruselas complementó sus estudios de ingeniería, especializándose en química industrial a los 23 años de edad. Intervino en la política y en el desarrollo del Departamento de Antioquia y la ciudad de Mede­llín, como diputado a la asamblea y concejero municipal y en la administración de ese Departamento lo representó en la gerencia del Ferrocarril de Antioquia y como rector de la Universidad reemplazando en esta última a su padre el doctor Tulio Ospina, dejando los dos a la vez, padre e hijo, la más señalada reputación como catedráticos y expositores científicos. En la administración nacional ha intervenido el doctor Ospina Pérez, como representante a la cámara, como senador de la república en diversas legislaturas y la nunca desmentida reputación de sus ascendientes como legisladores se ha cimentado engrandeciéndola con las intervenciones del doctor Ospina, en las cámaras, de las que ha obtenido la expedición de las más trascendentales leyes que fundamentan la democracia del país. Fue organizador y gerente de la Federación Nacional de Cafeteros, miembro de los directorios nacional y de­ 117
partamenta! conservadores, ministro de obras públicas en la administración del Dr. Miguel Abadía Méndez y candidato a la presidencia de la República en diversas oportunidades hasta que obtuvo su elección en el año de 1946. La actuación legislativa del doctor Mariano Os­pina Pérez, en la expedición de leyes sociales, como en la organización del Consejo Nacional de Ferrocarriles, se considera decisiva para la orientación de estas ramas de la administración pública, particularmente porque a dichas intervenciones les ha imprimido un carácter esencialmente práctico, hecho éste que quizá es la característica primordial en la formación intelectual del doctor Os­pina. Como publicista, el nuevo presidente de Colombia ha intervenido en la mayor parte de los periódicos y revistas del país, especializándose, como es natural, en los ramos científicos de su profesión. Su ecuanimidad, su criterio patriótico, sus profundos conocimientos de la administración pública, el carácter benévolo del Dr. Mariano Ospina Pérez, su distinción, su energía y sus grandes dotes de conductor y de estadista que ló distinguen, hacen del Dr. Ospina Pérez uno de los más ilustres colombianos y uno de los más insignes miembros de su estirpe procera. 118
MARIANO OSPINA CHAPARRO 1854­1942 I—CRONOLOGÍA DE UNA VIDA Mariano Ospina Chaparro, como su hermano Sebastián, creció en un ambiente propicio al esfuerzo y al valor. Nació el 12 de octubre de 1854 en Bogotá, y a los siete años hubo de ver destrozada su familia por el sufrimiento y la separación, cuando en 1861, presos su padre don Pastor y don Mariano, fueron condenados a muerte por Mosquera, aunque luego les fue conmutada la pena de muerte por cárcel perpetua en las bóvedas del castillo de Bocachica. El niño escuchaba pensativo la lectura de las cartas heroicas que su padre escribía a doña Carlota Chaparro y a sus hijos desde la horrible prisión y desde el destierro, y en el alma infantil se formaban inconscientemente hondas resoluciones de no ser jamás indigno de la alteza de sus mayores. 119
En 1867 vino Sebastián de Guatemala para llevar la familia allá, donde don Pastor había establecido un colegio, y Mariano, de trece años, continuó sus estudios en el colegio que ios Jesuítas habían establecido en la nueva Guatemala. Luego hizo estudios universitarios y se graduó de ingeniero agrimensor. Muerto su padre en 1873, volvió la familia a Bogotá ese mismo año, y Mariano colaboró en el colegio fundado por Sebastián, según la última voluntad de su padre. Disuelto el colegio a los dos años, trabajó privadamente hasta que estalló la revolución de 1876. Mariano partió desde el primer momento y fue a encontrarse en Guasca con Sebastián, quien acababa de llegar de Ubalá y organizaba la famosa «Guerrilla». Desde entonces los dos hermanos continuaron unidos en todos los combates, triunfos y derrotas: en la Calleja, en Guadalupe, en Cerro Gordo, en el Chochal, y más tarde, cuando la Guerrilla de Guasca se convirtió en el «Ejército del Norte», Mariano Ospina luchó violentamente en los combates de Boyacá y Santander y, finalmente, en la Donjuana, el 27 de enero de 77, terrible batalla que fue el prólogo triste del día tristísimo de Mutiscua. En esta última batalla fue destrozado el Ejército del Norte y muerto heroicamente el incomparable coronel Sebastián Ospina. Mariano escapó del desastre y en la fuga un compañero le comunicó 120
que su hermano Sebastián había sido herido en el combate. Entonces Mariano volvió atrás, se presentó al enemigo y exigió que le permitieran atender a su hermano, caído en el cerro de Cupagá. Los enemigos le respondieron con la prisión y lo remitieron a Pamplona con otros prisioneros conservadores, quienes continuaron presos allí por algún tiempo. Para Ospina Chaparro el cautiverio no se prolongó mucho. Porque un día en que observó distraído al centinela, lo derribó de un tremendo puñetazo, le arrebató el arma y emprendió una atrevida fuga por las montañas de Santander y Bo­yacá, hasta llegar a Guasca a los tres meses, exhausto y medio desnudo. Tenía veintitrés años y había ascendido ya por su inteligencia, su actividad y su osadía al grado de Teniente Coronel. Terminada la guerra en 1877, al año, siguiente se dirigó Mariano Ospina a Ubalá (*), a continuar la explotación empezada por Sebastián en las fin­ (*) El nombre de los Ospinas se ha vinculado estrecha­ mente al de esta población, fundada por don Pastor en su propias tierras en 1846. Sus nobles habitantes no han olvidado en cincuenta años las obras de Mariano Ospina Ch. en favor del municipio y han colocado su retrato, junto al de Bolívar y Santander, en el salón de sesiones del Concejo Municipal. Actualmente están levantando un monumento al Fundador, al celebrar el primer centenario de la población. 121
cas de la Palma y Guarumal, herencia de sus padres. En 1881 contrajo matrimonio con la admirable matrona Belisa Bernal, descendiente de una noble familia colonial originaria de Castilla, y que aún vive a la edad de noventa y dos años con una mente clara como una mañana de sol. Consagrado a las labores del campo que siempre ejercieron un profundo atractivo en su espíritu, pasó algunos años en su bella hacienda de Guarumal, hasta que el movimiento de la Regeneración se fue extendiendo, como en ondas concéntricas, desde Bogotá hasta los confines de la República. En los últimos meses de 1884 trasladó su familia a la capital, y en diciembre colaboró activamente en preparar una manifestación capaz de hacer ver el respaldo que prestaba la opinión popular al doctor Núñez. Esa manifestación en que tantos distinguidos militares tomaron parte, fue una gran cabalgata en que 1.328 jinetes desfilaron durante una hora el 1.° de enero de 1885 ante el palacio de San Carlos. La concentración de personal ocasionada por aquel acto, fue la base en la organización del ejército en que se apoyó la Regeneración. En ese mismo mes Ospina Chaparro fue ascendido a Coronel por el Ministro de Guerra, General Antonio B. Cuervo y nombrado jefe del batallón 6o. de Guasca. 122
Al frente de sus valientes guasquefios, con quienes había hecho sus primeras armas diez años antes, militó a las órdenes del General Manuel Bri­ceño en la campaña de Antioquia y Bolívar hasta la muerte prematura de! gran caudillo en Calamar, el 11 de julio de 1885. En aquella campaña conmilitó con sus primos los Generales Pedro Nel Os­pína y Mariano Ospina Vásquez. Pacificada la nación, Mariano Ospina Chaparro continuó sirviéndole como' Inspector de Educación y luego como Prefecto de la provincia de Guata­vita hasta fines de 1890 en que volvió con su familia a los queridos campos de Ubalá. Fue elegido representante al Congreso para la legislatura de 1894 a 95, año en que los liberales se levantaron en armas en varios departamentos del país. Ospina, ascendido a General de Brigada por el General Reyes, acompañó a este gran estratega hasta la batalla de Enciso, que destrozó la invasión venezolana en Santander y con ella la revolución misma. El 18 de octubre de 1899 volvió a estallar la revolución liberal, organizada por el General Rafael Uribe Uribe y otros jefes que supieron aprovechar bien la división del conservatismo entre nacionalistas e históricos. La desastrosa derrota de! gobierno en la Amarilla (Santander), los días 35 y 16 de diciembre, sacó de su retraimiento a los militares his­ 124
tóricos, y mientras los generales Casabjanca y Pinzón reorganizaban el ejército en Santander, Pedro Nel Ospina en Antioquia y Ospina Chaparro, ascendido a General de División, recibió el encargo de formar las fuerzas al oriente de Cundinamarca. El jefe liberal Avelino Rosas había aparecido en Casanare nombrándose «Generalísimo de los ejércitos restauradores» y había avanzado sobre Villavicencio hacia la capital. Mariano Ospina, en cuanto terminó de organizar sus batallones, emprendió una brillante campaña contra el jefe revolucionario: lo atacó prestamente, lo hizo retroceder desde Villavicencio a San Martín, lo forzó a vadear el Ariari y penetrar en el Tolima, hasta hacerlo huir precipitadamente hacia el sur, donde preparó la sexta invasión ecuatoriana. Terminada la campaña del Tolima, dirigió su actividad Ospina Chaparro contra las guerrillas, que en número de unos 3.000 hombres, a las órdenes de los jefes Ibáñez y Marín, rondaban por las montañas del occidente de Cundinamarca y eran la continua zozobra de Bogotá. El 24 de julio de 1900 al asaltar las fuertes trincheras de los guerrilleros, Ospina fue gravemente herido y hubo de retirarse de la campaña por algunos meses. Pero al año siguiente ascendido a General en jefe (enero 16 de 1901), prosiguió con ventaja la lucha contra las guerrillas en la región de Fusagasugá. 125
Cuando en diciembre de 1902 apareció en Ca­sanare Uribe Uribe ai frente de la cuarta invasión de venezolanos y se lanzó por Medina y Ubalá hacia la Sabana, el gobierno envió a detenerlo al General Nicolás Perdomo, a quien acompañó como gran conocedor de la región oriental, Ospina Chaparro. Al bajar del Páramo de Guasca el ejército de Uribe Uribe encontró en el Amoladero las tropas conservadoras, que le infligieron una gran derrota y lo hicieron desandar el camino hasta pasar el Guavio, en cuya banda opuesta se hizo fuerte. Los dos ejércitos se atrincheraron enfrentados en las dos empinadas vertientes. Allí prestó Ospina Chaparro un servicio decisivo: él sabía muy bien que algunos kilómetros más abajo de aquel sitio, el río se estrecha violentamente entre dos grandes rocas y ofrece bases peligrosas pero firmes, para un puente bien encubierto por la selva. Los Generales Mariano Ospina y Manuel Cañadas tendieron el puente improvisado, cruzaron el río y flanquearon de improviso la línea enemiga. Los soldados en gran parte cayeron prisioneros y el resto por el camino de Medina huyó hacia los Llanos de Casanare; el jefe liberal se refugió en Venezuela. Dos meses después terminaba la «Guerra de los Mil días», en febrero de 1903. Al año siguiente Ospina Chaparro fue de nuevo elegido representante al Congreso; en 1906 fue pues­ 126
to al frente de la Intendencia de San Martín; en 1908 fue nombrado Gobernador de Cundinamarca, y en 1910 Intendente General del Ejército. En 1912 Mariano Ospina se retiró al Valle del Cauca para consagrarse una vez más a la vida campestre, donde pasó largos años, hasta que la guerra con el Perú en 1932 vino a levantar una oleada de sentimiento patriótico por todo el suelo de Colombia. Ospina Chaparro, ¡a los 78 años de edad! se dirigió al Presidente de la República, reclamando, por sus servicios anteriores, un puesto en defensa del honor nacional. Algunos años más tarde este indomable soldado de Colombia rendía su generosa existencia en Bogotá, el 26 de diciembre de 1942. La bandera nacional cobijó su ataúd y el ejército colombiano, con sus bandas de guerra, acompañó a su antiguo jefe hasta el lugar del último descanso. En la lápida que guarda los restos del luchador se diseñan dos manos varoniles ofreciendo una espada; arriba, entre una corona de encina y laurel, se lee este lema: Pro Deo ei Patria. Como se ve por esta sucinta cronología, Mariano Ospina Chaparro no degeneró de sus mayores: como ellos, fue un leal servidor de Dios y de la Patria. Pero creemos que su mejor servicio a Colombia es la familia que dejó en pos de sí. Su hija mayor, Carlota, y José Mariano, ingeniero­ar­ 127
quitecto, han recibido la envidiable misión de conservar el fuego sagrado en el hogar paternal, aún viviente; Sebastián, ingeniero de gran aliento, es padre de tres ingenieros; Luis, coronel, que murió en servicio como comandante de las fuerzas de Bogotá, legó su espíritu a un distinguido oficial del ejército; Francisco, ingeniero, es uno de los arquitectos más fecundos del occidente colombiano; Cecilia es madre modelo de un hogar modelo, y consagrados totalmente al servicio de Dios y de la Patria; Eduardo es sacerdote en la Compañía de Jesús, y Josefina, Hermana de la Caridad en el Instituto de San Vicente de Paúl. Una estatua de bronce sería pobre memoria de una vida tan rica. II—EL HOMBRE QUE VIVIÓ ESA VIDA Una cronología da a conocer sólo el movimiento exterior de una vida, pero no descubre "bien los rasgos internos de una alma. Procuremos sorprender algunos rasgos íntimos del personaje cuya cronología acabamos de presentar. Mariano Ospina Chaparro recibió como rica herencia de sus padres un vigoroso temperamento predestinado para la acción. De mediana estatura tomaba siempre una actitud recta y militar hasta en los años de prolongada ancianidad. Sobre sus hombros bien cuadrados se erguía la bella cabeza, 128
ante cuyo retrato un fisonomista técnico interpretó, así: «Tipo predominantemente intelectual por la verticalidad y amplitud de la frente; pero tipo también de tendencia a la acción, según lo indican las dimensiones del eje binocular y el vigoroso modelado de la nariz». Tal fue en efecto Mariano Ospina. Espíritu culto, ingeniero graduado, gran lector de obras serias lo mismo en castellano que en francés y en inglés, poeta en sus horas de dicha y dolor, escritor modelo en el género epistolar, fue al mismo tiempo impulsado por su naturaleza a las labores del campo y a la vida militar, tomadas con una intensidad que era como el desbordamiento de una presión interior. En las dos vidas era incansable: indicio de su resistencia temperamental. Su consistencia psicológica le daba una gran sencillez de conducta y de afecciones. Amantísimo de su familia y cariñoso amigo, era todo lo contrario de un calculador. Esa sencillez y vigor de sentimientos, en un carácter avezado a exponer frecuentemente su vida en los campos de batalla, le hacían muy poco re­cordador y contemplativo de sí mismo, hasta el punto que le molestaba el que se preocuparan de su persona. Por lo mismo era más fuerte en la entrega de si propio a una causa grande. 129
A un noble amigo de la familia, Jorge León Or­tiz, quien le había pedido algunas memorias sobre su vida militar, le escribía con cierto escepticismo muy suyo respecto del aprecio humano: «De lo que • hice apenas guardo memoria; imagino que fue bastante, y constancia de ello ha de haber en el Ministerio de Guerra, en los archivos del Estado Mayor de la Guerrilla de Guasca y del Ejército del Norte, en los archivos de las otras fuerzas que mandé, en los boletines oficiales, etc.; en la memoria de «Nadie» (Carta de octubre 8 de 1925). La vida de la ciudad le era tediosa y siempre sintió un gran atractivo hacia la viviente actividad del campo, que en­la ciudad compensaba con el cariño por las flores. Apasionado por" los caballos, fue gran jinete desde su más tierna niñez, cuando en uno de sus cumpleaños infantiles, perdió el habla por la emoción al recibir el regalo de un lin­' do caballito totalmente aperado. Muchos años más tarde, a los cincuenta y tres de su edad, con la rodilla herida, que nunca recobró del todo su antigua firmeza, escribía a su hija Carlota (febrero 15 de 1907): «Si cambiare de trabajo, cuando me falten las aptitudes para la vida activa, el gusto, el vigor, etc., me haré viejo dormilón; pero lo que es por ahora no cedo mi puesto. Y te digo, qué bueno habría de ser quien me sustituyera, pues pocos hay de iguales hígados. Para que sepas, el sábado * 130
en San Antonio, ¡a muía retinta que corcovea muy duro, se encaprichó en tumbarme, y ni siquiera me torció en la silla: todavía sirvo....... Excelente enlazador, rendía a los mejores vaqueros, ya fueran orejones de la Sabana o remontadores de Ca­sanare, y un recio norteamericano, Mr. Ladan, con quien viajó en largas exploraciones, por los Llanos, se admiraba que «el genegal Ospina Chapago nunca dice: estoy cansado». Sólo se preocupaba de un mesurado aliño en su persona, en su vestido y aun en el uniforme militar, sin duda porque su vivo sentimiento de orgullo se hubiera sentido humillado a.l mirarse como un maniquí. Otro distintivo muy especial de su rica naturaleza fue la generosidad. Y ante todo en la disposición de sus bienes, pues no sólo daba su dinero o el mejor vestido a un huésped necesitado, sino" que abandonaba sus posesiones y negocios privados cuando la patria lo llamaba al servicio militar. Por eso, después de cada época de milicia, tenía que empezar a reconstruir su capital, para sostener y educar a su numerosa familia. Esa generosidad se hizo célebre con los enemigos en tiempos de guerra. Con mucha frecuencia puso en libertad a los oficiales prisioneros, bajo la 131
palabra de honor de que no volverían a tomar , las armas. Estando recién herido gravemente quiso visitarlo un caballero liberal. Como la señora se excusara de no podérselo permitir, pues los médicos habían prohibido toda clase de visitas, el caballero respondió: —«Necesito ver al general. Mi hijo llegó del campamento hace algunos días y me contó cómo había caído prisionero del ejército conservador y que, al encontrarlo el general Ospina cuándo lo llevaban los soldados y al ver que lo llevaban atado y lo maltrataban, les dijo furioso: —«Cobardes! a un enemigo prisionero no se le trata como a. un animal!» Lo hizo desatar inmediatamente y luego le dio libertad, con la promesa de que no volvería a combatir. Por eso mi hijo volvió a casa. Yo ¡necesito expresar al General mi profundo agradecimiento.» Cuando volvió de la primera campaña por los llanos de San Martín nos contaba, entre otros, este . episodio. «El general Avelino Rosas había prometido una cuantiosa recompensa a quien apresara o matara a Ospina Chaparro. Como muchas veces él entraba al combate a caballo a la cabeza de las tropas, un día, en pleno fuego, vio que un soldado enemigo surgió de súbito detrás de una piedra y le tendió el fusil casi por sobre las orejas del ca­ 132
bailo. Pero el ordenanza que iba junto al jefe, anduvo más listo, disparó a quemarropa sobre el agresor y lo dejó tendido. Y el General terminaba su relato con estas palabras que son todo una perspectiva psicológica: —«Me dio una gran lástima. Aquel soldadito hubiera sido feliz con la fama de haber matado al jefe conservador y con el premio que hubiera recibido por su hazaña». *, Esta caballerosidad del valeroso general Ospina era bien conocida entre el ejército enemigo. Recordemos algunos testimonios: Cuando, en diciembre de 1902, el ejército de Uribe Uribe pasó por Ubalá hacia la Sabana, el genera! Santofimio, uno de los jefes de la invasión, se informó de que en las cercanías del pueblo estaba escondido José Mariano Ospina, joven de 18 años, hijo de nuestro General. Al saberlo el jefe liberal le envió un salvoconducto' con una carta en que le decía: «Un hijo del General Ospina Chaparro no tiene que temer del ejército liberal, porque nobleza obliga». El segundo testimonio es el del general Mac Allister, temible guerrillero de las montañas de San Miguel, a quien Ospina Chaparro había derrotado varias veces. Aquel jefe liberal, al terminar la gue­ 133
rra de los mil días, regaló su espada al general conservador y cultivó su amistad. Finalmente, hagamos aquí una alusión al famoso Manifiesto de los Veintiuno, publicado en el «Repertorio Colombiano» en enero de 1896, y hagamos esa alusión con las palabras de un historiador liberal, don Gustavo Arboleda, en las «Efemérides» que publicaba en el «Correo del Cauca»: «La entereza republicana de su estirpe supo heredarla el hijo de Don Pastor, general Mariano Ospina Ch., quien reside en Cali. El, con otros veinte (parlamentarios) conservadores, firmó hace treinta años un manifiesto, que por eso se llamó de los veintiuno, redactado por Carlos Martínez Silva, y encaminado a pedir justicia para el liberalismo que desde 1885 se hallaba en calidad de vencido. En ese célebre documento puede hallarse la génesis de la cordialidad política de que al fin disfruta la República». (Correo del Cauca, Cali, marzo 10 de 1926). Por los breves datos anteriores se comprende que el carácter de Ospina Chaparro era de un temple caballeresco, muy en armonía con los rasgos de un militar. Pero el rasgo que más lo caracterizaba como tal era el valor. El era de esos recios temperamentos que gustan la palpitante emoción de afrontar el peligro, y que cuando a ello impulsa un motivo superior, acometen el peligro con un fervor ' exultante: ese es el noble entusiasmo militar. 134
Aníes de recordar hechos de guerra, mencionemos un suceso interesante que debería consignarse en los anales de la telepatía y que vamos a contar por eso con algún detalle. Cuando Mariano Ospina bajó a Ubalá en 1878, a explotar su hacienda de Guarumal, le acompañó algún tiempo en sus trabajos Francisco Ospina, alias Pacho Churrasca, pariente lejano y antiguo conmilitón en la guerrilla de Guasca, valentón y jinete formidable, el cual llevó a cabo, entre muchas otras, esta [aventura: un día en la guerra del 76 entró a caballo solo a Bogotá y pasando por delante del cuartel enemigo de San Agustín, en el momento en que el corneta daba el toque de queda, Pacho Churrasca lo arrebató con instrumento y todo y picando su caballo a galope tendido, se presentó en el campamento de la guerrilla cont el corneta del enemigo. Pacho Charrasca, después de haber trabajado algún tiempo en Guarumal con Mariano, se despidió de su amigo y volvió a su tierra. Un domingo de 1882, Mariano Ospina, después de pasar el día en la población, montó en la briosa yegua que montaba antaño Pacho Churrasca y se dirigió a Guarumal, distante unas tres leguas y cuyo camino atraviesa el río Chivor, peligroso, allí como en todas partes, por las grandes piedras del vado. Por eso en aquel sitio los jinetes solían desmontarse, echaban solas las cabalgaduras y pasando ellos por un puentecillo 135
de dos vigas, no mucho más seguro, recogían las bestias en la otra orilla. Aquella tarde, cuando Mariano llegó al vado, estaba empezando a oscurecer. En e! momento de echar pié a tierra, vio de repente junto a sí a Pacho Churrasca, montado como antaño en la yegua castaña.... como la suya. Pero lo más extraño fué que con la aparición repentina la yegua de Mariano se espantó y, sin dejarlo desmontar, partió despedida, atravesó en cuatro saltos el rio y emprendió por la cuesta una carrera loca, huyendo del otro jinete que los seguía, y corrió más de un kilómetro hasta la casa de la hacienda, a donde llegó desalada, cruzó el patio y empujó con la frente la puerta de la alcoba en que estaba la señora. Esta, sobresaltada, fue al encuentro de su marido y le preguntó qué había pasado. El, pálido, pero sonriente, le respondió: — «Nada! que se me apareció de repente en la otra orilla del río Pacho Charrasca, y mi yegua se asustó y salió desbocada sin que pudiera yo contenerla hasta aquí!» Mariano Ospina, poco medroso para los espantos, al otro día, cuando empezaba a oscurecer, montó otra vez en su yegua castaña, bajó solo, hasta la otra orilla del río y repitió la maniobra del día anterior, para ver qué pasaba.... Pero esta vez no pasó nada. Sinembargo, al tercer día llegó a Guarumal la noticia de que Pacho Charrasca, cabalgando por 136
Tierra Negra, entre Guasca y La Calera, había sido asesinado en e! mismo día y a la misma hora de su aparición en el vado del Chivor, a unos cien ki­ lómetros de distancia.... Uno de los primeros combates en que tomó par­' te Ospina Chaparro fue el de La Calleja, a unos seis kilómetros del Puente del Común, en dirección sur. El 19 de agosto de 1876 un incipiente escuadrón de la guerrilla de Guasca, comandado por el general Manuel Briceño, atacó en aquel sitio a un convoy de 250 hombres, que conducía de Zipaquirá a la capital un contingente de 1.200 reclutas. Mariano Ospina, entonces de veintiún años, entró en la re­ friega en compañía de su hermano mayor el coro­ nel Sebastián Ospina. Como cayera muerto el caballo de Sebastián, Mariano, con la impavidez que le acompañó siempre, se apeó en medio del fuego, tomó la montura del caballo muerto, la echó sobre su propia montura, hizo montar sobre las dos a su hermano, y luego regresaron del combate los dos hermanos sobre las dos monturas en un solo caballo. Eran de buen humor aquellos valientes! Veinticuatro años más tarde, en la «Guerra de los mil días», el 24 de julio de 1900, atacaba Os­ pina Chaparro las fuertes posiciones de los guerri­ lleros en Sibaté, defendidas por tres series de trin­
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cheras que dominaban las vertientes sobre la Sabana. Tomada por las fuerzas conservadoras la primera trinchera, había un paso forzado hacia la segunda en que numerosos soldados asaltantes iban cayendo sucesivamente. La vista del peligro "detuvo un momento a un grupo que iba a entrar en la angostura, temerosos dé correr la suerte de sus compañeros. El general Ospina que dirigía la acción en un buen caballo de combate (el noble Coquito, cas­' taño, brioso y fuerte) se dirigió a los temerosos con este grito: —«Adelante, cobardes, que esas balas no ma­ tan!» Y lanzó el caballo por el desfiladero. Los sol­ dados, que sentían por su jefe profunda admiración y cariño, le siguieron con ardor, asaltaron la segunda trinchera y desalojaron al enemigo. Pero las balas aquellas eran verdaderas. Desde que entró el general en el estrecho paso, dos balas habían alcanzado al caballo en la cara y una había destrozado la rodilla izquierda del jinete. Este disimuló hasta el fin del asalto, y entonces dijo reservadamente a su segundo, el genera! Ángel Córdova: —«General, me han herido' y esta pierna va sangrando mucho. Yo me retiro sin que lo adviertan los muchachos. Siga dirigiendo la acción y tomen la tercera trinchera». El valiente general Córdova cumplió con bri­ llantez la orden del primer Jefe, y aquel día la ban­ 138
dera blanca y azul flotó sobre la última cumbre de la montaña. A la media noche de aquella jornada, el general Ospina era trasportado en una camilla a su casa en Chapinero, desde el tren expreso que lo trajo de Sibaté. La herida era muy grave, pero no impidió que el herido descendiera por sí mismo de lá ca­ milla y en un solo pie se dirigiera a su lecho, donde con gran sencillez hizo a los suyos la narración de su caso, que terminó con estas palabras: —«Dios castigó mi orgullo, pero me protegió al mismo tiempo, porque aquellas balas por muy poco no fueron de las que matan¡>. Paul Bourget tiene esta observación certera entre tantas otras: «Los hombres de guerra, los marinos, los exploradores, todos los que viven en peligro, se señalan por este rasgo común: el riesgo los adiestra en las inhibiciones súbitas de la violencia interior» (Némesis, 103). Ospina Chaparro como muy valiente era muy impetuoso; pero el conocimiento de la estrategia y la responsabilidad militar le dio esa capacidad de dominio propio que formó en él al gran jefe, es decir, al conductor de hombres en quien la prudencia y el empuje se equilibran. Esa fue sin duda la causa de sus numerosísimos triunfos. Al preguntarle un dia cómo era posible que en 13S
tantas batallas hubieran sido tan escasas sus derrotas, nos respondió: —«Porque, una vez bien estudiado el plan de combate, hay que entrar en él fulminantemente, sin otro objetivo que triunfar». Más tarde encontré que ese principio coincidía con el que profesaba el mariscal Foch y con el cual alcanzó el triunfo final en la guerra europea el año 1918: «Hay que entrar en la batalla excluyendo la hipótesis de la derrota». En la campaña que desarrolló Ospina en los primeros meses de 1900 por los Llanos de San Martín y el Tolima contra las fuerzas de Avelino Rosas, el estratega conservador atacó a su adversario en recorrido de más de quinientos kilómetros y en más de cien combates, sin cederle un palmo de terreno, sin desandar un paso, sin darle un instante de tregua, hasta el punto de sorprenderlo a veces de repente y obligarlo a dejar en el sitio mismo los platos servidos y emprender la fuga. Infatigable en el trabajo como en la milicia, quería que en nuestra vida la energía fuera el objetivo natural de" la prudencia. Por eso solía decir: «Más vale ponerse una vez pálido que muchas veces colorado», y como se comprende, su idea era esta: más vale actuar una vez con el esfuerzo de la energía que avergonzarse después muchas veces de no haber sido enérgico. 140
Al trazar, aun sintéticamente, el perfil psicológico de Mariano Ospina Chaparro, no se puede omitir un rasgo decisivo en su carácter: la religiosidad. Esa nota, fundamental en toda alma grande, se se le trasfundió por la misteriosa realidad psico­fi­siológica de la herencia, de una herencia talvez más que milenaria. La religiosidad católica fue típica en la antiquísima familia de los, Martínez de Ospina; pero esa virtud se acendró, como el oro en el crisol, por una vida de grandes y dolorosos sucesos en el alma de don Pastor y de doña Carlota, padres de don Mariano. La vida tan pura, heroica y cristiana de su hermano mayor, Sebastián, dejó también en el alma del menor una profunda huella. Su vida de cristiano y militar se sintetiza en el viejo lema de su partido, que en otros inspiró tantos heroísmos y en él fue la clave de su valor, de su acción y de su tenacidad: Dios, Patria y Libertad. Su concepto mismo de la vida era religioso; era la épica expresión bíblica, tan de acuerdo con su
carácter: Militia est vita hominis sitper terram (Job, VII, 1). Idea que él expresó muchas veces en sus bellas cartas, como en una a su hija mayor: «La vida es una serie de sacrificios y, cuando de buen grado se hacen ellos, traen la satisfacción del deber cumplido, el orgullo de la propia fuerza, el enalte cimiento de uno ante sí mismo, y después..................................................... No 141
quiero dejar de trabajar. Ningún hombre lo hace sin sustraerse a !a ley divina: el trabajo no es un mal es una prueba que lleva en sí satisfacciones de varios géneros y esperanzas 'de recompensas en las dos vidas. Para mí sería un verdadero martirio la vida sin qué hacer». (Febrero 15, 1907). Es cosa curiosa que el respeto humano, pobre efecto de ignorancia y cobardía, afecte tantas veces a los militares, profesionales del valor. Ospina Chaparro no conoció el respeto humano, parte porque era consciente de su catolicismo, parte por independencia de carácter que con un gesto despectivo aleja la más miserable de las derrotas. Nos parece verlo por la noche en la sala de su hogar, erguido de pie (porque ¡a rodilla herida ya se lo impuso siempre), dirigiendo el rezo del rosario a que asistía toda la familia, grandes y chicos. O lo vemos otras tantas veces, cuando en los largos viajes por las llanuras, mientras los caballos trochaban tranquilos a compás, él encabezaba el, himno incansable de las Ave­marías, que iban tejiendo en las alturas una corona de rosas a la Santísima Madre de Dios, y que él cerraba, como con una fíbula de oro, con una última invocación en inglés, recuerdo de sus prácticas juveniles: Sweeí Heart of Mary, be our salvaíion! En los últimos años tenía diariamente largas lecturas de ascética, muy practicables y conformes con 142
la austeridad­ militar, y diariamente también, bajo lluvias o heladas, iba a la iglesia próxima para asis­ tir a la santa misa y recibir la sagrada Comunión. Baralt escribió, haciéndose eco de la máxima de Tomás de Kempis: .... el alma se contrista pensando en esta vida transitoria. Qué es el hombre? Ay de mi! Frágil artista!.... «Quitado de la vista, pronto se va también de la memoria!» ULTRA I En los tiempos brillantes de sus victorias las gentes se apretaban en las calles para conocer a Ospina Chaparro y gritar Vivas! al vencedor. En los postreros años de su larga vida, envueltos por or­ gullo y sencillez en la discreta penumbra de su re­ traimiento, casi nadie, fuera de los suyos, sabia quién era aquel anciano silencioso, de cabeza nevada, de andar firme y tranquilo, que con su bastón en la mano hacía su jira vespertina por algunas calles de la capital. El nada esperaba del mundo y nada le pedía. En cambio esperaba con una gran paz el momento en que Dios lo llamara, para cuadrarse militarmente como antaño, y responder: Presente! «Es dulce y glorioso morir por la patria! 8 , dijo el poeta latino. Pero es más dulce, y sobre todo mucho más glorioso vivir larga y generosamente para la Patria y para Dios. E. O. BERNAL
DOCTOR JOSÉ DOMINGO OSPÍNA CAMACHO 1843­1908 Fueron abuelos de! doctor José Do­ mingo Ospina Camacho, don Bernardi­no de Ospina y doña Juana de Urbina, (abuelos a la vez del doctor MARIANO OSPINA RODRÍGUEZ y del doctor Pastor Ospina); sus bisabuelos fueron don Antonio de Ospina y doña Juana María Rodríguez; sus tatarabuelos fueron don Sebastián de Ospina y Pastrana y doña Juana María Rodríguez y sus chorlos, don Francisco de Ospina y doña Tomasa de Pastrana». Nació este benemérito ciudadano el día 9 de enero de 1843, en Bogotá, siendo sus padres el doctor Ignacio Ospina y la señora doña Dolores Camacho de Ospina. En 1869, contrajo matrimonio con la señorita doña Rosa Santamaría sin que de este matrimonio hubiera habido descendencia. Murió el 1.° de marzo de 1908. 144
DR. JOSÉ DOMINGO OSPINA CAMACHO Hizo sus primeros estudios en el colegio de la hacienda de «Yerbabuena» (Chía, Cundinamarca), regentado por don José Manuel Marroquín. Estudió luego bachillerato y jurisprudencia en el Colegio de San Bartolomé, regentado por los padres jesuítas. Luego ejerció su profesión de abogado en asocio de su padre el doctor Ignacio Ospina. En este es­ tado lo sorprendió la guerra c i v i l de 1876, en la que desde el principio tomó las armas en defensa de sus ideales políticos en asocio de su primo her­ 145
mano Sebastián Ospina. En' la batalla de Mutiscua murió éste, y el doctor Ospina Camacho cayó pri­ sionero con otros varios jefes. Trasladados a Bo­ gotá, se les mantuvo recluidos en el Seminario de la capital expropiado por el gobierno de entonces, hasta la definitiva pacificación de la República, lle­ gando al grado de coronel del ejército de Colombia. Vuelto a sus actividades profesionales, desempeñó la cátedra de derecho civil en la célebre Uni­ versidad Católica que regentaba en esta época el gran ciudadano don Sergio Arboleda. Entró en el gran movimiento político denominado «La Regeneración», al igual de como lo hicieron muchos otros eminentes conservadores de su época. . Al finalizar la guerra liberal de 1885, fue nom­ brado gobernador (Jefe civil y militar) del Estado de Antioquia, cargo que desempeñó por corto tiempo. Más luego fue elegido por este Estado para integrar el Consejo de Delegatarios que debía expedir la nueva constitución. En esta corporación fue miembro de la comisión encargada de preparar el proyecto de constitución. En las memorables sesiones de este cuerpo, el doctor Ospina Camacho, en asocio principalmente de don Miguel Antonio Caro, José María Samper, Carlos Calderón y otros varios, tomó parte muy decisiva en las correspondientes discusiones, como así aparece en las actas de la corporación. 146
Expedida la constitución de 1886, y ya elegido presidente de la República el doctor Rafael Núñez, éste lo llamó al desempeño de la cartera de Instruc­ ción Pública. En su carácter de Ministro, llamó a los Padres de la Compañía de Jesús, a quiénes de­ volvió el antiguo Colegio de San Bartolomé, expro­ piado a dicha compañía durante el gobierno liberal. En posesión de este plantel duró la citada compa­ ñía hasta el año de 1936, en que, bajo el gobierno de don Alfonso López, fue nuevamente desalojada de allí mediante una ley especial expedida en el citado año, la que acusada ante la Corte Suprema poco después, el negocio aún no ha sido fallado. Las exigencias de la política determinaron al Dr. Núñez, nombrar al doctor Ospina Camacho Gobernador de Boyacá, cargó que ejerció por algo más de un año. Más luego, encargado de la Presidencia de la República el Dr. Carlos Holguín, éste lo llamó a la cartera de Gobierno, cargo que desempeñó hasta finalizar esta administración. Durante la administración del señor Caro, aceptó igualmente dicha cartera de Gobierno, y en su carácter de tal, fue también encargado de la Jefatura civil y militar de Cundinamarca durante la guerra de 1895. Terminada ésta se retiró a la vida privada. En este retiro permaneció hasta el año de 1901, en que la gravedad de la situación política determi­ 147
nó al Gobierno de don José Manuel Marroquín, lla­ marlo a desempeñar la cartera de Guerra, la que había ejercido durante la administración Caro, cuando como titular desempeñaba la cartera de Gobierno. Al finalizar la guerra de los mil días, se retiró definitivamente de toda participación en el Gobier­ no, aun cuando la Asamblea de Cundinamarca lo eligió Senador por dicho Departamento, cargo que solamente desempeñó por cortos intervalos. En 1903, la mayoría conservadora del Congreso lo acordó candidato a la Presidencia de la República para suceder al Gobierno del señor Marroquín. No obtante estas circunstancias y las exigencias de sus numerosos amigos que constituían los más altos valores morales y políticos de entonces, el Dr. Ospi­na declinó el honor que todo su partido quería discernirle en justo homenaje a sus grandes merecimientos y servicios a la República. Todo esfuerzo para que aceptara fue inútil, pues el Dr. Ospina ante tan obligantes exigencias, manifestó que él se había retirado de la política obligado por sus dolencias físicas, y en tales circunstancias en que actualmente se encontraba, no sería honrado por su parte venir por vanidad a aceptar una candidatura que al hacerse efectiva, podría más luego ocasionarle al país muy serios trastornos, y a su partido luchas y dificultades peligrosas. «Mi conciencia, les dijo, me impide y me prohibe aceptar un empleo po­ 148
lítico y administrativo a sabiendas de que no me será posible desempeñarlo cumplidamente. A la patria obligados estamos todos a servirla y amarla, pero sin pensar en retribución alguna». Así terminó el Dr. Ospina Camacho su meritoria existencia, pues agobiado de dolencias murió en 1908, cargado de merecimientos y con la convicción íntima de haber cumplido su deber como ciudadano y fervoroso cristiano.. NICASIO ANZOLA GENERAL SEBASTIAN OSPINA CHAPARRO 1846­1877 La vida de Sebastián Ospina fue un ejemplo conmovedor de la distinción de un espíritu elevado, aun en medio de turbulentas pasiones políticas, y una muestra de las pérdidas irreparables que han acarreado a Colombia nuestras guerras civiles. Hijo del doctor Pastor Ospina Rodríguez, nació en Bogotá el 25 de febrero de 1846, donde hizo sus primeros estudios. Cuando los Jesuítas abrieron el Colegio de San Bartolomé, en 1860, Sebastián fue de los fundadores del nuevo plantel con otro lucido grupo de condiscípulos, como Miguel Antonio Caro, 149
Bernardo Herrera Restrepo, Diego Fallón, Carlos Martínez Silva; pero sus labores estudiantiles fueron interrumpidas por el decreto de expulsión de los Jesuítas, cuando el general Mosquera, en julio de 1861, tomó a Bogotá y derrocó al Gobierno de la Confederación Granadina. I.—EN EL DESTIERRO Algunos días después de su triunfo, el dictador capturó a Mariano Ospina y a su hermano Pastor, quienes de palabra y por escrito habían luchado tanto contra la revolución. El jefe liberal los condenó a muerte, pena que a ruego de algunos diplo­ máticos les conmutó por la cárcel perpetua en los calabozos de Bocachica, en Cartagena. Sebastián, entonces de quince años, logró con la dificultad que se deja entender, un pasaporte del propio Mosquera y, preso voluntario, acompañó a su padre en un penosísimo viaje de cuarenta días desde Bogotá a Bocachica. «Allí, escribía él algún tiempo, después, permanecí encerrado por unos días más. El 2 de septiembre me separaron del lado de aquellos hombres que quedaron allí enfermos, carga dos de cadenas. Allí, con el ejemplo de aquellos hombres que vi serenos y contentos soportar tantas persecuciones, aprendí a odiar la tiranía y a no temer a los tiranos en defensa del derecho y de la libertad». 150
GENERAL SEBASTIAN OSPINA CHAPARRO Con la ayuda de buenos amigos fue posible a don Pastor, preso aún, enviar a su hijo a los Esta­ dos Unidos, donde pudo continuar sus estudios en el Colegio de los jesuítas de Georgetówn, más tarde convertido en Universidad. «Este Colegio es muy bueno, escribía Sebastián a su padre el 27 de mar­ zo de 1862, pero tiene grandes dificultades para mis 151 estudios si he de hacerlos como usted y yo desea­ mos 8 . Allí puso el fundamento de sus estudios pre­ dilectos, cuyo fruto ulterior fueron varias obras que dejó inéditas sobre matemáticas, ciencias
naturales, ,agricultura y geografía. Durante su permanencia en los Estados Unidos le tocó presenciar la guerra de secesión, de la cual escribía más tarde: «Admiré entonces ese pueblo que, salvando la Unión, ha podido salvar casi ilesas las instituciones, los principios y las costumbres que lo habían hecho grande y poderoso». Y fruto de sus reflexiones y estudios sobre la guerra en general, sobre la guerra en los Estados Unidos y sobre las rudimentarias guerras de Sur­América fue un tratado sobre el arte militar, que llevaba muy adelantado, cuando hubo de interrumpirlo para entrar en la guerra misma. El doctor Pastor Ospina con don Mariano, don Bartolomé Calvo y otros compañeros, llevó a cabo una fuga dramática de su prisión de Cartagena y llegó a Nueva York en 1863, y el 14 de mayo de ese año se embarcaba con Sebastián, rumbo a' Gua­ temala, donde pensaba instalar trabajos agrícolas, en espera de volver más tarde a Colombia. Don Pastor había escogido un lugar baldío, junto al río Motagua, en las cercanías de la mísera al­
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dea de Gualán, a catorce leguas de Izabal, puerto sobre el golfo de Honduras. Era un paraje de clima tropical, ardiente y malsano. Sebastián, en compa­ ñía de su padre, lejos de su patria y de su familia que había quedado en Bogotá, consumió en aquel sitio inculto la flor de su juventud, de los diecisiete a los veintiún años. Pero aquellos fueron años fe­ cundos, para formar por el trabajo agobiador la energía indomable de su voluntad y por la reflexión y el estudio el vigor y el método de su inteligencia. Fruto de esa reflexión y estudio fuertín sus escritos técnicos sobre la agricultura intertropical y en es­ pecial sobre el cultivo del café y del algodón. Pero su espíritu observador y analítico escribió también sobre sus fracasos industriales páginas de una pe­ netración y un dramatismo que recuerdan las de Caldas y Humboldt. Después de cuatro años de trabajo a brazo partido en medio de gentes sin cultura y sin moral en los contratos, Sebastián vino a Bogotá en 1867, para llevar a su familia, que se estableció por dos años en Guatemala la Antigua y después en la Nueva Guatemala. En las dos ciudades establecieron padre e hijo un colegio científico e industrial, y entonces empezó Sebastián la redacción de dos obras didácticas sobre aritmética industrial y geografía. De ésta dice uno de sus biógrafos: «Las lecciones que sobre geografía dejó escritas no tienen rival entre los 153
textos que conocemos, especialmente en lo relativo a América del Sur». Sinembargo, a pesar de la consagración de los dos desterrados a las labores pedagógicas, el éxito no coronó sus esfuerzos y hubieron de cerrar el colegio a los cuatro años. En 1871 el gobierno oligárquico de Serna que dominaba a Guatemala, cayó por su propio desprestigio y por las armas de ¡a revolución liberal, que levantó como bandera un programa de reforma y moralización nacional. Para los Ospinas aquellas promesas eran tanto más interesantes cuanto que entonces ya pensaban establecerse definitivamente en Guatemala y hacer de ella su segunda patria. Fundaron un periódico que llamaron La República, como órgano de la opinión popular y de orientación para un gobierno bastante destituido de ideas precisas y de medios eficientes para llevar a la práctica su flamante programa. En el número primero del periódico publicaron, bajo el título «Nuestras aspiraciones», una brillante síntesis de la democracia que ofrece a todos los ciudadanos justicia, libertad y seguridad. La entereza con que escribían no fue del agrado del gobierno que tenía propósitos muy diversos. Cuando suprimió los colegios de los Jesuítas, los Ospinas censuraron esa conducía antidemocrática y anticristiana; pero por eso mismo sus­ 154
citaron contra sí una campaña adversa hasta la persecución, que los hizo tomar la resolución de salir del país y volver a Colombia. Don Mariano salió aquel mismo año para su patria. Don Pastor manifestó su propósito de seguirlo pronto para ir a fundar en Bogotá un colegio, cuan­ do terminara de cumplir compromisos ineludibles contraídos en Guatemala. En ardua labor permaneció todavía algún tiempo hasta que una grave enfermedad lo llevó a la tumba el 10 de marzo de 1873. II—EN LA PATRIA Para cumplir la última voluntad • de su padre, Sebastián salió con su familia en dirección a su patria y llegó a Bogotá el 30 de septiembre. Al llegar se puso al frente del colegio que funcionaba desde el principio del año escolar. Antes de su prisión y de su destierro don Pastor era dueño de grandes propiedades. Suya era la extensa hacienda de Patasía, en el término de Pa­ cho, y suyas varias dilatadas posesiones en Guasca y Ubalá, población que él fundó en 1846 en sus propias tierras. Pero para satisfacer a varias obligaciones, la familia había; tenido que malvender casi todos esos bienes y aun así no se habían podido cubrir todas las deudas. Cuando Sebastián Ospina se dio cuenta de que ni los ingresos del colegio, ni su elección de diputado a la Asamblea de Cundi­ 155
namarca, ni el cargo de Rector de la Universidad de Antioquia, que le fueron ofrecidos, eran medios a propósito para cubrir el déficit que dejaba la mortuoria de su padre, aquel joven de admirable conciencia reunió a sus acreedores y les comunicó que renunciaba a todo, para poder consagrarse únicamente a un trabajo que pudiera en plazo razonable, satisfacer hasta el menor de sus compromisos. De la rica fortuna de su padre no le quedaba más que una bella y fértil posesión, llamada Gua­rumal, a orillas del Guavio, en el municipio de Ubalá. Hacia Gaammal se dirigió Sebastián en 1875, sacrificando sus inclinaciones científicas, para dedicarse a prácticas técnicas de ganadería y agricultura, a fin de lograr cancelar las deudas de su padre. En aquel rincón montañés de salvaje apariencia, empezó a trabajar sin tregua. Vivía como un monje medieval en una casita pulcra y risueña, dibujada y construida por él mismo. El día era para las faenas campestres; sus últimas horas, para los estudios científicos. Su pequeña biblioteca, en que predominaban las obras de historia, ciencias y lenguas, estaban presididas por la Biblia y por un ejemplar de la Imitación de Cristo, en cuya portada se leían estas palabras escritas de su mano: «Todos los días leo una página de este admirable libro». Los resultados de su actividad vinieron pronto y copiosos. Pero ­a los dos años llegó hasta sus mon­ 156
tañas, como un clarín de guerra, la noticia de ia in­ surreción conservadora de 1876. Para él era una lla
mada ineludible: montó en su caballo y se despidió de sus campos queridos, de sus libros, de su casita blanca y de sus risueñas esperanzas . III.—EN LA GUERRA Cuando Sebastián Ospina llegó a Guasca, encontró una confusa concentración de hombres que, sin medios para hacer la guerra, estaban resueltos a acometerla. Allí estaban el general Alejandro Posada y el coronel Heliodoro Ruiz, y allí estaba también el que ya había empezado a mostrar su varonil elo­cuencia y su talento organizador, Manuel Briceño, joven entonces de 28 años. Sebastián Ospina era extremadamente modesto —rasgo de familia—; pero entre aquellos hombres inteligentes y valerosos no logró ocultar sus raros conocimientos tácticos que, unidos a su clara inteligencia, a su indomable voluntad y a su ardiente corazón, anunciaban un verdadero genio militar. Se trató de hacerlo jefe del ejército en formación, pero él rechazó con energía ese ofrecimiento, y sólo pidió el comando del batallón formado por los voluntarios de Guasca, por cariño al pueblo donde su padre había nacido. Bajo su acción educativa, mezcla de energía y afectuosa eficacia, se fraguaron la disciplina, el valor 157
y la audacia de la tropa que se había de hacer inmortal en la historia de Colombia con el nombre de la guerrilla de Guasca y que había empezado a dar muestras de sí, diez años antes. La revolución estalló en Cundinamarca el 22 de agosto del 76, con una «Acta de pronunciamiento» que daba las razones justificantes de aquel recurso extremo, pero deliberado. El coronel Sebastián Ospina en una larga nota, dirigida el 30 de noviembre al comité conservador de Bogotá, en la que demostraba la inconveniencia de que las guerrillas de Cundinamarca avanzaran ha cia el Tolima, escribía estas palabras, esbozo de todo un plan de campaña, que luego prevaleció definitiva mente: « ....3.° Tenerlo todo preparado, para abrir sin demora una campaña sobre el norte de la República, en caso de ser derrotadas o rechazadas nuestras fuerzas en el Tolima, logrando con ello dos objetivos: uno, obligar al gobierno a alejar de la frontera de Antioquia fuerzas numerosas para defender el norte, y otro, formar con todas las guerrillas de Cundinamarca, Boyacá y Santander un cuerpo respetable que encontrará en fronteras naturales y lejanas bueñas bases de operaciones, y en un territorio en que el enemigo no dispone de grandes recursos, un buen teatro para la guerra....» 158
Ospina volvió a,rechazar el cargo de Jefe del Estado Mayor General y de Secretario de Guerra que le ofreció insistentemente el general Alejandro Posada. «El no ambicionaba nada para sí, no exigía jamás nada, escribe Carlos Martínez Silva; era casi siempre el peor montado, el peor equipado; los pocos recursos que conseguía los distribuía entre sus soldados y sus amigos; jamás rehuía el cuerpo a ningún servicio por penoso que fuera, y siempre se le veía jovial y chancero. Su conducta privada fue constantemente de una pureza intachable, y tan estricto era en este particular, que no sólo no decía, pero ni aun siquiera permitía en su presencia una palabra descompuesta. Sabio y prudente en ef consejo, arrojado como nadie en la pelea, modesto y caballeroso en todo, era el modelo y el ídolo del ejército». {Biografía de Sebastián Ospina, en las Obras completas, tomo VI, p. 162). Según el plan esbozado en la nota citada más arriba y después de célebres hazañas sobre Bogotá, la guerrilla de Guasca, a las órdenes de Sebastián Ospina, tomó la dirección de Boyacá y Santander, y con otros batallones que se le reunieron, formó el Ejército del Norte, comandado en jefe por el general Posada. Pero aquel ejército estaba escasísimo de provisiones de boca y guerra y, después de va­ 159
rias acciones militares, que no mejoraron sus recursos, llegó el 27 de enero de 1877 al campo de La Donjuana. La posición disputada en aquella reñida batalla fue una reducida meseta sobre el cerro del Naran­ jal, posición dominante a donde se dirigieron a un tiempo el ejército del gobierno y los batallones Gua­ ca, Libres y otros, con esta orden expresa de! gene­ ral en jefe: * Atacarán ustedes al enemigo tan pronto como lo tengan cerca, cualquiera que sea su número, cualquiera la posición que ocupe; lo rechazarán o se dejarán matar». La lucha fue feroz. Ante los batallones del go­ bierno, bien armados y mucho más numerosos, los guerrilleros se lanzaron como leones al combate cuerpo a cuerpo en que, a falta de bayonetas, golpeaban con los fusiles. Desde cerca del medio día has­la las cinco de la tarde siete veces fue puesto en fuga el enemigo y siete veces volvió a la carga, hasta que al fin, diezmadas las tropas conservadoras y sin municiones, se batieron en retirada. Hubo en aquella batalla hazañas heroicas, sobre todo con ocasión de una famosa ametralladora que manejaban las tropas del gobierno. Al intentar arrebatársela audazmente, cayó tendido en el campo el admirable joven Daniel Malo O'Leary, nieto del procer y pariente de Sebastián Ospina, a quien asistía como Ayudante Mayor. 160
El general Briceño, al describir esta batalla, consigna esta proeza del coronel Qspina: «La ametralladora barre la cerca que nos sirve de trinchera. Nuestros soldados principian a ocultarse para evitar el fuego! El coronel Sebastián Ospina salta sobre la trinchera, se sienta con la espalda vuelta al .enemigo, saca su reloj y limpia tranquilamente sus tapas, mientras conversa chanceándose con el coronel Rafael Ortiz. Cuando ya ha devuelto a sus soldados el desprecio por la vida, salta la cerca, descubre su frente donde brillaba el genio, y vitoreando a la República, dirige a sus soldados sobre el enemigo». (Historia de la Revolución, 1876­1877, tomo II, manuscrito inédito, p. 414). Y Martínez Silva, también testigo de vista, escribe: «Muchos fueron los jefes y oficiales que allí se distinguieron por su valor, y sinembargo, el más valiente de todos, por unánime confesión, fue Sebastián Ospina. Con el sombrero alzado en una mano y la espada en la otra, radiante el rostro de entusiasmo, erguido como para ofrecer mayor blanco a las balas enemigas, presentaba una figura sublime. A la cabeza de sus soldados, ocupando siempre el puesto más avanzado en el momento de la carga y el último en el de la retirada, sin ira, sin afán, con la conciencia plena de su deber, Sebastián Ospina era en aquellos momentos la más noble personificación del guerrero cristiano». (Biografía citada). 161
El combate de La Donjuana dejó destrozado al Ejército del Norte y abatidos los ánimos de los jefes y oficiales. En los días siguientes hubo algo en la jefatura —que ya se había hecho sentir— algo entre la jefatura superior y los jefes subalternos, que produjo indecisión en marchas y contramarchas, re­° trasos en los movimientos y después del desastre de Mutiscua, el retiro y expatriación voluntaria del general en jefe. Después de una contramarcha, el 14 de febrero, entró el Ejército del Norte a Mutiscua, pequeña población a unos 15 kilómetros al suroeste de Pamplona. Su objetivo era ocupar la posición importante de Cupagá. El enemigo, interesado por ocupar la misma posición, bajó hacia ella por el cerro de la Caldera, y al advertirlo Sebastián Ospina que comandaba la vanguardia del ejército, se apresuró con ochenta hombres para detener al enemigo en un paso forzado hacia Cupagá, confiando que" el resto del ejército le seguiría luego, para respaldarlo. Pero el resto del ejército se retrasó y dejó desguarnecido un es­ pacio intermedio hasta el punto defendido por el coronel Ospina. Por allí introdujo el enemigo un batallón de 500 plazas, aisló la avanzada conservadora y la atacó. Don Carlos Martínez Silva, oficial entonces del Ejército del Norte, describe así la acción subsiguiente: s El resultado no se hizo esperar: 162
nuestros soldados, agobiados por el número y por el nutrido fuego que resistían, empezaron a retirarse y a arrojar las armas al suelo. Sebastián Ospina, sinembargo, a pesar de que comprendía lo inútil de la resistencia, quiso, como militar de honor, guardar el punto hasta el último extremo. No le quedaban ya sino unos catorce soldados y se encontraba a tiro de pistola de los que sobre ellos venían. En ese momento Sebastián, para infundir nuevo áni­ mo en los suyos, saltó sobre la cerca de piedra que los protegía. Un sargento del batallón Charalá que se aproximaba en ese instante, vio a Sebastián, tendió el rifle y le disparó el tiro. Sebastián dio un salto y cayó en los brazos de su pariente y amigo el señor Domingo Ospina Camacho. —'No me dejes aquí solo!' le dijo,, rezó una corta oración, alzó los ojos al cielo y expiró». Aquel fue el último desastre de una cadena de heroicos desastres. Manuel Briceño, que tomó parte en estos combates, termina la narración del de Mu­tiscua con estas palabras: «Quedaron prisioneros 6 coroneles, 5 sargentos mayores, 21 capitanes, 30 tenientes, 18 subtenientes y 400 individuos de tropa. Nuestras fuerzas tuvieron 40 muertos y 50 heridos; el enemigo perdió unos 50 hombres. Entre los muertos apareció el teniente León, tan valeroso como subordinado, y para que el desastre fuera inmenso, para que nada faltara en aquel día de desgracia, la 163
muerte ,de Sebastián Ospina arrebató al partido conservador su primera y más hermosa esperanza». {Historia citada, p. 480). Cuando el general Bricefio, después de un mes de peligrosa fuga, volvió a Guasca a reorganizar nuevas tropas, uno de sus primeros cuidados fue honrar la memoria de Sebastián Ospina con un decreto que queremos colocar aquí como una corona de laurel, digno marco a la joven figura del héroe. Dice así: «Manuel Briceño, Jefe civil y militar del Estado Soberano de Cundinamarca y General en Jefe del Ejército Regenerador, considerando: Que el Coronel Sebastián Ospina rindió su vida luchando gloriosamente en el desgraciado combate de Mutiscua; Que su pérdida es para la República tanto más lamentable cuanto más notable era el Coronel Ospina por su inteligencia superior y su gran ilustración; Que con su muerte ha perdido la República y la causa regeneradora al mejor de sus jefes y una de sus más grandes esperanzas, DECRETA: o Art. I . Asciéndese a General del Ejército Regene­ 164
rador al heroico Coronel Sebastián Ospina, muerto en el combate de Mutiscua. ~Art. 2.° El Ejército Regenerador guardará el luto que prescriben las ordenanzas militares en honor de los Jefes superiores del Ejército. ' Art. 3.° La Primera División del Ejércitq Rege­ nerador se denominará, en honor a la memoria del inolvidable General Sebastián Ospina, «División Ospina». Dado en el Cuartel general de Guasca, a 6 de marzo de 1877. MANUEL BRICEÑO El Secretario de Gobierno y Guerra, Federico Vargas de la Rosa*. Tal es la breve historia de este joven incomparable, honor de Colombia por su rica inteligencia, por su valor legendario, por su vida inmaculada y por su muerte gloriosa. E. O. BERNAL 165
GENERAL MARIANO OSPINA VASQUEZ 1869­1941 Hijo el general Mariano Ospina Vásquez del doctor Mariano Ospina Rodríguez y de doña Enriqueta Vásquez de Ospina y hermano de don Tulio y de don Pedro Nel, nació en Guatemala en el año de 1869, estudió enMedellín y acompañó a su padre y a sus hermanos mayores, como militar del más alto pundonor, hasta recibir el grado de general; por su altísimo valor civil, reconocido por todos, fue reputado entre los primeros, demostrando en el presente siglo, que si había empuñado la espada durante las guerras del siglo anterior, creía entonces defender la causa de la justicia, pero que era igualmente capaz de luchar en los campos de la civilidad con el arma de su intelecto, bien disciplinado, valeroso y no menos preparado que su espada. Fue el general Ospina Vásquez, político y publicista; en la primera de estas actividades representó al pueblo en la cámara de representantes! y como ministro de guerra en la administración del doctor 166
GENERAL MARIANO OSPINA VASQUEZ Carlos E. Restrepo dio muestras distinguidísimas de su gran versación en los asuntos públicos; particularmente contribuyó al engrandecimiento del ejército nacional; como escritor en verso y en presa­sobresalió en la prensa como cuentista satírico con un don de observación poco común porque tenía profundos conocimientos psicológicos que lo llevaban a penetrar muy a fondo en el espíritu de las 167
épocas y de las personas, y sus principales produc­ ciones las firmó con los pseudónimos de «Prólogus» y *Moi». Sería largo enumerar la gran producción literaria del general Ospina Vásquez, pero para quien esté interesado en conocer la de la prensa periódir ca, le bastará leer las ediciones de La República, órgano de la candidatura presidencial del doctor Marceliano Vélez y más tarde las ediciones de Vida Afueva,dirigido por el Dr. Carlos E. Restrepo y La República dirigida por el doctor Alfonso Villegas Res­trepo, estos últimos diarios que iniciaron en Colombia el partido republicano al cual se afilió el general Ospina, porque su honda raigambre democrática lo indujo a creer, como él decía, que «solamente un gobierno de todos y para todos, crearía en Colombia la verdadera democracia»; éste el pensamiento doctrinario que indujo al general Ospina a enfilarse en los ejércitos de las contiendas del siglo pasado y ésta también la ideología que lo llevó a formar parte del partido republicano que encabezó el doctor Carlos E. Restrepo, grande amigo y grande ad­ mirador del general Ospina Vásquez. Sedujeron al general Ospina Vásquez, las ciencias matemáticas, a ellas dedicó buena parte de su meritoria existencia y de sus conocimientos derivó el país positivos beneficios; fue subgerente del Banco de la República por muchos años y, al decir de sus amigos y compañeros de trabajo, como financista 168
en matemáticas, el general Mariano Ospina Vásquez fue insuperable. Como hombre de hogar nos dejó el general Os^ pina, quien casó con doña Rosa Madriñán, un bello ejemplo, y sus numerosos hijos son todos ornato de la sociedad en Medellín y en Bogotá, Entre las muchas manifestaciones de condolencia por la muerte del señor general Ospina Vásquez, que fué considerada como duelo nacional, se encuentran las siguientes: «La Junta Directiva del Banco de la República rinde un homenaje de admiración y gratitud a la memoria del selior doctor Mariano Ospina Vásquez, ciudadano que hizo honor al país por su inteligencia, su ilustración y sus austeras virtudes y quien por más de tres lustros desempeñó brillantemente las funciones de Sub­Gerente Secretario de la institución. Un retrato al óleo del sefior Ospina Vásquez será colo^ cado en uno de los salones de la Oficina Principal del Banco. La Junta presenta a la señora viuda del extinto, doña Rosa Madriñán de Ospina, y a sus hijos, la expresión de su más sentida condolencia». 169
*EÍ Senado de Colombia CONSIDERANDO: Que ha fallecido en Bogotá el señor general don Mariano Ospina Vásquez, vastago de una progenie vinculada por intensos y muy altos títulos a la historia del país y cabeza a su vez de una distinguida familia ramificada por las esferas sociales, intelectuales, científicas y políticas de la vida nacional. Que el seflor Qspina Vásquez espigó en. la literatura, con páginas que perduran a pesar de la fugacidad de su intervención en esos nobles campos del espíritu; en las faenas del trabajo viril y creador, domeñando vastas extensiones de selva, incorporadas hoy a nuestra economía y nuestra civilización; en las gestas de nuestro antiguo ciclo de conmociones políticas, con valor y pericia que le conquistaron dentro su campo el título mayor del escalafón, y con magnanimidad e hidalguía que nunca hicieron ingrato su nombre a sus adversarios; y en nuestra política cívica con insignes capacidades personales y universitarias, que lo llevaron a servir con honor sillones de ministro de Estado y enrules en ambas cámaras representativas. Que el seflor general Ospina Vásquez consagró un último y largo período de su vida ejemplar al servicio de la República en las actividades bancarias y económicas, con tan sólidas disciplinas que lo condujeron a ocupar en esa rama una de las más altas posiciones del país, y Que en todas sus actuaciones, privadas y públicas, el señor general Ospina Vásquez descolló por su preparación, patriotismo, fervor, austeridad y condiciones insuperables de honorabilidad, RESUELVE Señalar como infausto para Colombia el fallecimiento del señor general don Mariano Ospina Vásquez, cuyos mereci­ 170
mientos encarece a la gratitud e imitación de las generaciones jóvenes del país; Designar una comisión de su 6eno, que elabore un proyecto de ley sobre la manera como la República deba honrar la memoria del señor general Ospina Vásquer, y lo presente al senado en las primeras sesiones de la próxima legislatura, y Expresar su profunda condolencia a toda la familia del extinto, de manera particular al señor doctor don Mariano Ospina Pérez, miembro de esta corporación. Copia d« esta resolución, en ejemplares de estilo, será enviada a la señora viuda del extinto y al señor doctor Ospina Pérez e hijos».
ERRATAS ADVERTIDAS Pígs.Línea$ DICE: LÉASE: 10 19 compensaciones compensaciones, 13 21 jurisprudencia, 25 10 trabajo nos nos 29 33 sentimientoe 33 4 manifestárselo 78 8 cercano, y y 84 25 Franciseo 93 17 ' pugnas 94 19épocos 121 18dirigó 126 13C Chaparro 172
jurisprudencia; trabajo que sentimientos manifestárselo» cercano, y Francisco ■ pugnaz épocas dirigió aparro Í N D I C E Págs. Ospina Pastor................................... .... 7 Ospina Rodríguez Mariano. («Primer Presidente Ospina») ........... .................. .... 51 Ospina Pedro Nel. («Segundo Presidente Ospina»)87 Ospina Tulio ............................. .... 104 Ospina Pérez Mariano. («Tercer Presidente Os pina») ................. . .................... 111 Ospina Chaparro Mariano ......................... 119 Ospina Camacho José Domingo ....... 144 Ospina Sebastián......................... .... ....149 Ospina Vásquez Mariano ...... ............... 166 173