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Leer para escribir: antología de textos para practicar los procesos de lectura y escritura (Edición revisada y aumentada, Editorial Plaza Mayor. Elsa R. Arroyo Vázquez y Julia Cristina Ortiz Lugo. 2013 Primeramente, agradezco a las autoras la invitación y el honor que me han hecho al pedirme que presente y reseñe su libro, compartiendo con tan distinguidos y queridos amigos y colegas. La publicación de todo libro merece una celebración por el esfuerzo que requiere de las y los autores, y mucho más si se trata de un trabajo fino, elegante y de gran impacto educativo como lo es Leer para escribir. Siempre me enfrento al reto de una reseña con aprehensión y temor, de no lograr captar la esencia del escrito y representarlo en unas líneas y comentarios que sean atinados. Aquí el reto es mayor, pues se trata de una antología, con casi 200 textos diversos en temática, estilo y estructura, y uno donde las autoras han repartido sus propios textos en varias partes del libro, aportando a la riqueza textual que nos regalan. Por otro lado, hay quien piense que las Antologías son tarea fácil, ¿No? Se trata de hacer una recopilación de trabajos, escribir una introducción y poner los textos uno detrás del otro y ya. Todo lo contrario. Tal vez una de las tareas más ardua en el mundo de los libros es preparar una antología coherente, con firmeza de propósitos y varias líneas argumentativas y de posicionamientos ante los temas seleccionados. Requiere de mucho análisis, de evaluar críticamente y de seleccionar con criterios bien formados aquellos textos que representen las metas pedagógicas, políticas, narrativas y estéticas de las antólogas. Requiere también —en un caso como este— de superar otras antologías y ofrecer una mejor selección de textos que provoque a las y los lectores. Una antología que les estimule a leer y a escribir. Y a hacerlo bien. 1 Para tratar el asunto —usualmente medular de una presentación— de la calidad del libro que celebramos en este momento, basta con decir que es una excelente selección de textos, variadísima, cargada de textos diversos, clásicos, alternativos y hasta insospechados, una antología con ejercicios prácticos, noveles y creativos, que estimulan a las y los lectores a mirar, hojear, sumergirse, surfear, pensar, disfrutarse y pensar sobre estos textos. Mientras recorría las lecturas, pensaba todo el tiempo en la reacción del estudiantado, así como la del profesorado que debe usar las lecturas como trampolín hacia otras cosas, a la búsqueda de miradas diversas a predicamentos y contextos, tanto locales como “universales”. Aquí hay una riqueza de escritos, de ejercicios y de reflexiones que deben tener el potencial de inclinar a nuestros estudiantes a una apreciación extraordinaria de la lectura. Hay textos de toda índole y también tiene cosas que deben ser consideradas como clásicos(La noche que volvimos a ser gente). A través del libro hay ejercicios y guías que muestran y sugieren múltiples formas de leer y de escribir (pienso también en el escrito de Pierre Bayard, Por qué alguna gente no lee). Es también una antología sin chauvinismos, donde hay textos traducidos, lo que para alguna gente puede ser anatema. Mi abordaje a este libro se remonta a 1972… y eso tengo que explicarlo. En ese año entré de prepa en la UPR en Río Piedras, para iniciar una carrera en Antropología, aunque mi padre insistió en que estudiara algo con lo que pudiera comer… como por ejemplo, Economía que era lo más cercano (para mi) a la contabilidad, que era en efecto, la opción real. Yo había decidido no iniciar la carrera de ingeniería, a la que apostaba mi familia materna, dedicada a esos menesteres. Me fascinó la Economía (que la tomé con un poeta… Aristarco Calero), pero pudo más la Antropología, disciplina que inclusive venció a mis tímidas y vacilantes aspiraciones a ser escritor. Esa inmersión dramática, desde Santa Juanita y la 2 escuela Don Miguel de Cervantes Saavedra, en Lomas Verdes, Bayamón, a los frígidos salones del Edificio de Estudios Generales fue algo traumática, pero puede sobrellevarla con cierta dignidad. Para las y los estudiantes que dan traspiés y piensan que estos son el fin del mundo, les comparto que estuve muy cerca de colgarme en la Introducción a las Ciencias Sociales, pues se me hacía difícil escribir y plasmar sobre el papel lo que había podido entender de lo más selecto de Max Weber, Carlos Marx y Sigmund Freud, entre otros. La experiencia de enfrentarse uno a textos originales (algunos de ellos decimonónicos) sin un mapa, sin el equivalente a una guía Michelin, sin preguntas guías ni ejercicios es una tarea ardua. Afortunadamente, nuestro profesor —Pedro Juan Rúa— hacía un esfuerzo extraordinario por darle vida a aquellos conceptos y procesos que, dos años después comprendería, forjaron lo que conocemos como las Ciencias Sociales contemporáneas. Estaba acostumbrado a escasas —pero esenciales— lecturas en la escuela pública. Nuestras maestras de español, las profesoras Laura Ríos y Gloria Marín nos prepararon lo mejor que pudieron para enfrentarnos a la inmensidad de lecturas a las que nos encontraríamos en la Universidad. Con ellas transitamos los universos de García Márquez (Cien años de soledad), Bécquer, Unamuno, Borges, Enrique Laguerre, Rubén Darío, Juan Rulfo (El llano en llamas), Eduardo Barrios (Los hombres del hombre), José Luis González, Carlos Fuentes (Aura) y Luis Rafael Sánchez (La pasión según Antígona Pérez), entre otros. Al llegar a la UPR me topé con los dos volúmenes de la Antología de Lecturas y de la que todavía conservo copia del primer volumen. Sin embargo, debo admitir que la antología que más me atrajo fue la del curso de inglés. (Tomé ese curso con una profesora infame, que nos puso el primer día el sambenito a los únicos dos infelices de escuela pública, augurándonos (en lo que fue un “self fulfilling prophecy”) que no obtendríamos más de C en la calificación final. A ella le debo mi temple, mi perseverancia y haber descubierto a Herman Hesse sin intentar suicidarme con la lectura de Debajo de las ruedas. En ese curso de inglés 3 casi no tocamos la pesada antología de lecturas, que me atraía más que ningún otro libro. La razón era que aquella antología nos regalaba la posibilidad de la poesía, el ensayo y la ficción más allá de los vetustos textos y de obras que tal vez, quizá no apelaban a nuestras sensibilidades. Allí aprecié la poesía de Paul Simon, quien junto con Art Garfunkel nos regalaron las más hermosas canciones de finales de la década del sesenta y principios del setenta. Leer (no cantar) The bóxer, fue para mi una revelación de las posibilidades de la música pop y de la literatura. Habían poemas de Robert Zimmerman (a.k.a. Bob Dylan) y relatos cortos de lo más granado de la narrativa estadounidense: John Updike y Kurt Vonnegut, por ejemplo. No recuerdo haber leído nada de Charles Bukowski, ese poeta maldito. Si lo hubiese hecho entonces, otra sería mi historia. Aquella era una antología de vanguardia en la que muchos nos vimos reflejados. Entonces vivíamos en un Puerto Rico que oscilaba entre Ismael Rivera y Bread, entre los Rolling Stones y Cheo Feliciano, quien había experimentado el trans‐lingüismo con el Sexteto de Joe Cuba. Entonces queríamos escribir poesía y componer como Lennon y MaCartney, o como Tite Curet, o Raphy Leavitt. La Antología de lecturas, prologada y compilada por Mariana Robles de Cardona era una carga pesada para muchos de nosotros. A mi nunca me atrajo, excepto por algunas cosas aquí y allá. Neruda, por ejemplo, y su “Oda al diccionario”, Borges (Funes el memorioso), Luis Rafael Sánchez (La muerte minúscula…), San Juan de la Cruz (Subida al Monte Carmelo), Jorge Manrique (Coplas por la muerte de su padre) y Jorge Mañach (Para un arte de escribir). Todavía hoy la encuentro vetusta, pesada, regida por esa literatura de siempre, dominada por hombres y por españoles, sobre todo, por académicos y aquellos confirmados como iniciados en el canon reconocido. No obstante, esa Antología hizo un esfuerzo extraordinario por incluir a puertorriqueños / ñas que habían forjado nuestra literatura o que empezaban a descollar. Esa tendencia se venía dando en las revistas literarias del país como Asomante y Sin‐nombre, ambas forjadas por Nilita Vientós Gastón. Autores como 4 Pedro Juan Soto y Luis Rafael Sánchez (ambos incluidos en la antología que aquí reseño) vienen a la mente. Pero allí, el arte de escribir era función de literatos, por lo que la lectura se circunscribía a quienes de alguna manera conocían (o estaban por conocer) las reglas y los estándares. Yo hubiese querido encontrar en aquella antología a autores que rompieran con lo establecido (estábamos todavía amparados por el 1968 y las visiones revolucionarias y de vanguardia). En aquel tiempo había un núcleo de escritoras y escritores innovadores y que —a la usanza de los bibliófilos vanguardistas franceses del siglo XIX— crearon espacios estéticos y atrevidos para ubicar su prosa y su poesía. Olga Nolla y Rosario Ferré, por ejemplo, crearon a Zona de carga y descarga y Nolla dirigía un certamen de poesía para estudiantes, uno de los cuales tuvo como juez al poeta y físico chileno Nicanor Parra. Imagínense ustedes: por un lado leyendo la pesada carga de la Antología y por el otro extasiándose con Zona de carga y descarga, o con los Anti‐poemas de Nicanor, que leíamos maravillados. Uno de los escritos más impactantes para mi en aquellos años fue un relato sobre la violencia doméstica (o machista) que por razones de tangencias, siempre pensé que podía haber sido un capítulo de mi vida en Bayamón si no hubiese ido a la Universidad y abierto mis horizontes y sensibilidades. El título de aquel cuento era “Latidos telefónicos”, escrito por Juan Antonio Ramos y que ganó premio de esa revista en un jurado que incluía a Manuel Ramos Otero. Ese cuento formó parte del libro Mejor te lo cuento, que fue censurado por el Departamento de Educación en el 2009, junto a Antología personal, de José Luis González, El entierro de Cortijo, de Edgardo Rodríguez Juliá, Reunión de espejos, edición de José Luis Vega y Aura, de Carlos Fuentes. Menciono esos títulos y a esos autores porque forman parte de este maravilloso esfuerzo de Elsa y Julia Cristina por traerle a las y los lectores una colección de trabajos que transiten por todas las posibilidades del placer de leer y del oficio de escribir. Juan Antonio Ramos es el autor de ese —hoy— clásico de nuestra 5 literatura y experiencia: “Papo Impala está quitao” que también forma parte de este libro. Para mi, este libro es uno conocido y desconocido lo que es una gran virtud, pues aun para un lector ávido como yo, hay (en su mayoría) lecturas que no había tenido el placer de disfrutar y que he podido hacer con esta encomienda. Eso si, conozco —
desde la palabra— a muchas y muchos de los autores, y a un puñado de ellos les conozco bien. Algunas y algunos son mis colegas (Gladys González, Maggie Solá, Amparo Ortiz, Robinson Rodríguez, Mario Cancel, Hilton Alers, Isar Godreau, las antólogas) o han sido mis estudiantes (Anazagasty, Brusi, Feliciano). He tenido la oportunidad de estar cerca de Ernesto Cardenal, de Luis Rafael Sánchez y muy de cerca de Juan Antonio Corretjer, he conocido y hablado (muy poco) con Edgardo Rodríguez Juliá, conozco por tangencias profesionales a Cedar García, he compartido mesa de discusión y comida con Aaron Gamaliel Ramos, Anayra Santori, Ángel Collado Schwartz, e Ivonne Acosta Lespier, tengo varios puntos de coincidencia personal y profesional con Jorge Duany, por un tiempo solía hablar mucho con Carmelo Rodríguez Torres y coincidí brevemente con Rubén Ríos Ávila en la escuela superior. Finalmente, toda antología es una especie de smorgasbord textual, es decir, un bufé de la palabras, repleto de cosas sabrosas. Pero todo smorgasbord tiene su vertientes gastronómicas (o textuales) que lo vertebran. Quiero aquí señalar algunas líneas trabajo que entiendo rigen la secuencia de escritos y las páginas de esta antología: (1) Musicalidad: Al igual que aquella antología de literatura en inglés, esta nos trae mucha música y poemas que han sido musicalizados: Desahucio, Yolanda, Unicornio azul, Gracias a la vida, Al otro lado del río, Seattle, Oubao‐Moin, Defensa de la alegría, Lo conocí y Esos árboles. Reflexión sobre la vieja Antología: 6 Roy Brown era muy joven, pero ya tenía una obra incipiente y Monón se prestaba para hacer un análisis profundo de las imágenes religiosas, de la desesperación de los tiempos y de la violencia como requisito de la libertad. Me antojo en pensar que Roy era nuestro Calle 13 en aquellos tiempos y merecía tal vez una que otra página en una antología. Una pena que vine a conocer muy tarde a Clemente Soto Vélez (y por Aires Bucaneros). No lo entiendo, pero eso no importa. Por otro lado hay textos de una musicalidad avasalladora, porque toda sociedad tienen su banda sonora, compuesta por una variedad de formas musicales. Textos como “Papo impala está quitao, “El entierro de Cortijo”, y “Bueno, hablemos de música” son ejemplo de ello (con el dato curioso de las Suites para cello solo de Maurice Gendron). (2) La imagen: el extenso trabajo de Susan Sontag (Ante el dolor de los demás), sobre la fotografía de la guerra y del terror (nos lleva a varios escenarios, incluyendo la Guerra de Crimea y así nos vincula con el Mortimer y el Manolo del artículo de Pérez Reverte, “Carniceros de manos limpias”); Los cadáveres obscenos, de Rubén Ríos Ávila. (3) La cotidianidad y la cultura: Ramón López, Oda a mi Suzuki, Méndez Vigo 211, Los gritos se oían en la China, el miedo y sus nefastas consecuencias (Picó y el encierro, la imagen de los cadáveres (Ríos),Nuyorican (Tato Laviera) (4) Saber científico y las cosas de todos los días: Cedar García: pollos (4) Historia contemporánea: El encierro, la criminalidad y la diáspora (Los cerebros que se van), migración, sociabilidad y sensibilización (la noche que volvimos a ser gente), Altos del Cabro (López) 7 (5) Una antología política: el género. Mujer y derecho (Nilita Vientós Gastón, Érika Fontánez), mujer y escritura, voces de mujeres, mujeres protagonistas, visiones de la mujer (Nena, mueve esas caderas que llegó la clientela, P. 39). (6) Una antología política: el lenguaje. La lengua de la vida real frente al poder que fascina (Amparo Ortiz y Elsa Arroyo), Virar los clásicos al revés y con gusto, de Ni víctimas ni bárbaras (Arroyo y Solá), lenguaje, ciencia y poder (Robinson), lenguaje, derecho y estatus (Vientós), ¿dónde están las hermanas de Cervantes? (Arroyo). Yolanda Rivera y el falso bilingüismo, Pulseando con el difícil, de AL Vega, el creole en Aytí (AG Ramos) (7) La cuestión racial. De cómo y cuando bregar, Arcadio Díaz Quiñones, algunos relatos de Marya Santos Febres, la reflexión de Godreau y Brusi sobre lo indígena, bell hooks, Maya Angelou, Crónicas de Melchor (R López) Para terminar, esta Antología me hizo descubrir cosas hermosas que no había tenido la oportunidad de leer. Por ejemplo, Yuppies e Imago Mundi de Federico Irizarry, el trabajo de Susan Sontag (por sus posibilidades metodológicas), la poesía siempre precisa de JL Vega, la elegancia teórica de Rubén Ríos Ávila, la sabiduría y capacidad de las antólogas en sus trabajos académicos y de narrativa (cuyos trabajos son un acierto, sin duda)y finalmente, volver a leer y cavilar el poema Invitación al polvo, que nunca entendí y esta vez me conmovió hasta las lágrimas. 8