Secretos del Pasado Pre-prólogo: La hija de papá El hombre observó a su pequeña durmiendo plácidamente, mientras él se sentía agotado y sin poder dormir. La conciencia era algo pesado que existía en él, aunque muchos bromeaban que era una característica de los alemanes actuales. Pero había cosas que pesaban más que otras. Gretel se había criado técnicamente sola, teniéndolo como un visitante casual que no sabía cómo conectarse con ella de la manera en que se debía. Por supuesto, él podía culpar a su carrera militar por la distancia abismal que existía entre su hija y él dado que siempre se encontraba viajando o realizando cursos que ayudarían a que ascendiera hasta los más altos rangos. La gente no lo entendía, pero la carrera militar no era fácil, no se daba por sentado que alguien podía llegar hasta el final y ganar un excelente salario. No, muchos entraban y en cada ascenso se descartaba gente, cada vez más y más hasta que se llegaba al último puesto. En el caso de la Naval, ese puesto era ser Almirante y solo podía haber uno. Y para lograr eso no solo se debía tomar el camino de las armas, dispuesto a ir a la guerra en primera línea (pues existían otras como administrativa, de apoyo y demás dentro de la misma Naval), sino que debía ser un verdadero caballero, letrado, con conocimiento en varios idiomas y haber aplicado en alguna especialidad como paracaidismo, comando, misilero, armero, entre otros. En un punto de su carrera su vida personal también pesaría y se evaluaría a su familia cercana para saber si eran el tipo de personas que podían ser el rostro de la Naval. No era algo fácil saber que hasta su hija sería una ayuda o un obstáculo en su carrera. Pero no culpaba a su profesión por la distancia que existía entre Gretel y él, eso sería un acto de cobardía del que Klaus carecía. Él había dejado que su hija se criara con regularidad en la casa von Bismarck, a las afueras de Berlín, sin arrastrarla de país en país y obligarla a cambiar de escuela. Así, podía combirir con otros niños, juntarse con alemanes, polacos, austriacos y checos por igual. En las vacaciones la enviaba para que visitara a su familia materna en Rusia, pues quería que abrazara su ascendencia de ambos lados. Pero recientemente todos habían comenzado a sospechar que algo le pasaba a Gretel, pues a pesar de sus cuatro años, no realizaba la pregunta de rigor que habían temido y esperado: ¿Dónde estaba su mamá? Klaus tomó potestad de esa difícil misión y observó a su hija mientras la visitaba, le realizó diferentes preguntas mientras ella efectuaba sus actividades diarias aunque sabía que su propia presencia intimidaba a la niña y evitaba que esta se comportara con total naturalidad. Aun así, se había percatado de algo: Gretel no sabía qué era una madre. O mejor dicho, no conceptualizaba a su propia madre. La niña en realidad pensaba que esta era un ente que le había dado la vida y después de realizar su trabajo se había ido. Pero después de empujarla en la dirección correcta su hija por fin le había preguntado ¿Dónde estaba su madre? Klaus tenía cincuenta y ocho años y por fin el peso de la edad le caía encima a pesar que se había dicho que estaba listo para cualquier cosa. Una pequeña niña de cabello rubio hasta las caderas y fuerte mirada azulada le preguntaba aquello que había esperado y al mismo tiempo le tomó por sorpresa. Gretel consideraba a su padre un ser sorprendente y admirable. Su uniforme, voz fuerte y presencia abrasadora solo servían para demostrar lo importante que debía ser para todo el mundo. Por eso los pocos días que lo veía al mes, aprovechaba para hacerle preguntas precisas, sentándose sobre su regazo porque él se lo indicaba y consultándole cosas importantes ¿Por qué su muñeca se movía de lugar cuando no la miraba pero cuando lo hacía se estaba quieta? ¿Por qué sus niñeras se reían entre sí cuando veían al jardinero pasar pero se portaban distantes cuando este les hablaba? ¿Por qué los barcos de papel flotaban y no las estatuillas de madera? ¿Por qué le dolían los golpes y le hacían reír las cosquillas? Pero ese día Gretel notó que su padre le prestaba más atención. Ya había perdido la cuenta de las veces que él le había dicho que se subiera las medias y no las dejara arrugadas a la altura de sus tobillos, que se alisara su falda o se arreglara el moño blanco que sostenía su larga cabellera bajo la nuca en una coleta bien peinada ¡Pero podría jurar que se todo eso le había dicho más de un billón quinientos y un mil veces! Aunque no sabía si eso era más que cien o menos que mil, pero si estaba segura que su padre había estado muy atento de cómo sus niñeras le ayudaban en los deberes o a qué jugaba cuando se escondía atrás de las cortinas. También él le había hecho preguntas curiosas que nunca hacía cuando llegaba de visita. Su padre había querido saber sobre sus otros compañeros y sus familias o si sabía si sus profesores eran papás. Todo eso le indició que era hora de preguntar algo que llevaba un tiempo desconcertándola porque ella nunca hubiese llegado a la conclusión de tan gran pregunta si no fuese por los otros niños de la escuela. Así que, después que le pusieran el vestido azul real con rayas cuadriculadas grises que todas sus niñeras decían era el que mejor le quedaba y la volvieran a peinar hasta dejar su largo cabello reluciente y suelto; ella bajó al comedor, se subió a su silla a la derecha de la cabecera donde estaba su padre y antes que sirvieran los platos preguntó: ¿Por qué su mamá no lo visitaba como lo hacía él? El hombre se sorprendió y una de las sirvientas casi dejó caer la sopa que había estado cargando. Pero rápidamente se compuso y Klaus le prometió que le respondería después de la cena. A pesar de haberse dado un tiempo extra para encontrar las palabras adecuadas, solo pudo notar que su hija no parecía ansiosa por saber la respuesta y hasta cierto punto… lucía agradecida por postergar el momento. La cena trascurrió en silencio y al final permitió que se la llevaran para que se pusiera su pijama, se lavara los dientes y esperara a su padre en su habitación. Klaus llegó justo en el segundo que Gretel discutía apasionadamente con una de sus niñeras que no le creía que su muñeca se había movido desde su cama hasta la casa de muñecas. El hombre interrumpió el momento y ordenó que lo dejaran a solas con su hija. Como era costumbre, tomó de las manos de la niña el libro que esta cargaba y le leyó su cuento favorito. Klaus sabía que no era el mejor cuentacuentos del mundo, pues su voz era fuerte pero sin variaciones, no hacía voces ni se conmovía, pero tenía la suerte que a su hija no le importaba eso. Ella solo quería que le leyera “El escorpión y la rana”. En este Gretel aprendía sobre la lealtad, el seguir las órdenes pero también comprendía la naturaleza de las personas, cosas que no se podían cambiar y solo un iluso creería. Tal vez fuese una educación rigurosa, pero Klaus detestaba la idea de que alguien dañara a su hija porque esta fuese ingenua. Pero la pequeña disfrutaba la historia aunque no tuviese un final feliz, se reía de la rana y prometía nunca confiar de la gente que se sabía era mala. Pero cuando Klaus le dio la orden de que durmiese, la pequeña le pidió permiso de hablar y con su pequeña voz, oculta atrás de las sábanas preguntó: - Dijiste que me responderías mi pregunta ¿Por qué mi mamá no me visita como tú? –preguntó, mirándolo extraña- ¿Dónde está? ¿Esta tan lejos que no puede venir como tú? El hombre sintió un fuerte golpe en su pecho, pero siempre había imaginado ese día, su agraciada y eternamente joven Irina se merecía ser parte de la vida de la pequeña. Por supuesto. Aunque él fuese malo con las palabras y no quisiera recordar el pasado. Klaus le hizo una señal a la niña par que esperara y se retiró, encaminándose a su estudio y sacando del cajón un portarretratos pequeño, volvió con su hija y se lo enseñó. En el mismo se veía una mujer de unos treinta años, con una intensa mirada azulada y salvaje, su piel era de porcelana, tan blanca como la nieve, casi fantasmal pero en sus finas facciones, en su rostro ovalado con pequeñas orejas, se destacaba una alargada nariz y labios finos. Pero Gretel no veía eso, no veía esas características que tenía en común con su madre. Ella prestó atención en las diferencias, en el ondulado cabello rojizo que caía abundante hasta sus hombros y el revuelto cerquillo que cubría su frente y parcialmente sus ojos reparó en las pecas claras dispersas sobre la nariz femenina y pómulos, en la sonrisa ladeada y perversa, el vestido azul que cubría su fina figura, esbelta, fina cintura, aunque se notaba que era una mujer muy alta, posiblemente igual que su padre. En sus manos enseñaba un diploma que no podía entender la niña de qué se trataba y levantó su mirada a su padre, curiosa. - Es un reconocimiento que le dieron por ser la mejor en el simulador de vuelo en combate. –le explicó el hombre, con orgullo aunque quien lo observara solo podía notar una expresión seria y su mentón ligeramente levantado- Tu madre es ella, Irina Nóvikov, era una aviadora rusa, parte de las fuerzas militares de su país. –le explico y notó como la pequeña sonreía con emoción, retomando la vista al portarretratos- Un simulador es… como… -intentó explicar. - Se lo que es un simulador… es como un videojuego. –explicó la niña, mirando a su padre divertida- Me lo enseñó el tío Nikolay. –se refería a un primo de Irina, el hombre visitaba frecuentemente Alemania por los convenios militares que existían entre las dos naciones y nunca se perdía la oportunidad de llevarse a la niña con él y explicarle todo lo que podía de la Madre Rusia. - Tienes razón, mi error. –admitió el hombre, asintiendo en completa seriedad- Tu madre es ella, pero Irina murió, por eso no la conoces. –explicó, desbordante de información, carente de emoción, sintiendo al segundo siguiente que había cometido una explicación al explicarse de esa manera las cosas. Pero la niña entrecerró los ojos y volvió a mirar la fotografía. - ¿Murió? –preguntó, tocando con su pequeño dedo índice el rostro de la mujer¿Mamá murió? - Si… -susurró el hombre, apretando sus manos entre sí para ocultar la furia reprimida que llevaba guardando. En el fondo sabía que debía abrazarla, estrecharla con fuerza y contarle todo con afecto y paciencia. Pero no podía, el recuerdo del doctor anunciándole que había habido complicaciones, que el cuerpo de su mujer no había resistido y solo pudieron salvar a la bebe, le atormentaba. No quería que Gretel le viese llorar, porque cuando lo hacía era con rabia, maldiciendo a todos y destruyendo cuanto se pusiera a su paso y la niña no merecía ver eso, la asustaría terriblemente. Gretel movió la larga trenza que le hacían para dormir y se la puso sobre su hombro derecho, desató el listón blanco y se soltó el cabello, dejándolo caer libre. A pesar de tener un cabello lustroso y bien cuidado, no era el tipo de niñas que se lo tocaran mucho. Así que, las únicas ocasiones que arruinaba los peinados que le hacían sus niñeras, se debía a que estaba pensando algo muy complicado y sentía que si no tenía el cabello suelto su cabeza le comenzaría a doler y picar. - ¿Por eso no viene a verme como tú? ¿Por qué tú estás vivo y ella está muerta? – la pequeña regreso a ver a su padre y este asintió con simpleza- ¿Cómo los abuelos? –Gretel se refería a sus abuelos paternos, que descansaban en un cementerio en Glücksburg, una ciudad costera de dónde provenía Klaus. El hombre volvió a asentir y la niña frunció el ceño y apretó sus pequeños labios. Siempre hacía ese gesto cuando pensaba y su padre solo podía sentir un cosquilleo en el pecho de puro reconocimiento. Irina hacía lo mismo, cuando analizaba algo personal, inclinaba de la misma manera el rostro y sus labios se perdían en ese gesto infantil, mientras se cruzaba de brazos, como la niña frente a sus ojos. Gretel no sabía nada de eso, pero había cosas que la herencia entregaba a manos llenas. - Mamá era pelirroja. –concluyó al final, algo que sorprendió a Klaus, quien asintió con extrañeza- Pero yo soy rubia y tú tienes el cabello blanco. –le acusó, logrando que su padre soltara una carcajada poderosa, como ladridos al cielo. Gretel se aferró rápidamente a la cama con sus manos, porque cuando su padre se reía, aunque era muy rara vez, movía todo su cuerpo y lograba que vibrara todo a su alrededor, como un terremoto en persona. Ella recordaba que una vez le había preguntado algo que lo había hecho reír y ella había salido volando desde su regazo hacia la alfombra. Desde esa experiencia se aferraba a lo primero que encontraba, esperando sobrevivir a esas risas. - Yo era rubio. –le explicó a la niña, volviendo a su seriedad habitual- Estas son canas, indican que soy una persona mayor. - Oh… -la pequeña, recelosa, se aferró al portarretratos, temerosa de que el temblor volviese a sacudir toda su cama- ¿Mamá murió pelirroja? - Si… Era una pregunta extraña… - Murió joven. –concluyó entonces, sorprendiéndolo- ¿Cómo? - …dándote a luz. –le respondió, mirando el portarretratos- Su corazón no resistió y se detuvo mientras te traía al mundo. Los doctores te salvaron a ti, es lo que hubiese querido Irina. Ella te amaba mucho. –Klaus calló un momento y luego asintió, despacio- Y yo apoyo la decisión de los doctores. Si, era necesario aclararle que él no la culpaba de lo ocurrido. - ¿Murió cuando nací? –la niña ladeó el rostro, no había dolor en sus facciones, solo curiosidad. Klaus supo que su pequeña edad no le permitía entender la complejidad de eso o tal vez sus emociones eran tan puras que no se desbordaban en dolor como lo harían si fuese más grande. Pero él solo asintió, dejándola desarrollar su propio tren de pensamientos. - Como el sol para que nazca la luna. –explicó la niña, aunque ella sabía que eso era un cuento y no la realidad. Pero era un buen ejemplo, uno manejable y agradable, se celebraba la vida en lugar de la muerte. Así que Klaus no le recalcó la diferencia entre realidad y ficción. Por lo menos por esa vez. - Exacto. –la niña sonrió con emoción y abrazó el portarretratos un par de segundos y se lo devolvió al hombre. Este dudó un momento pero no lo tomóPuedes quedártelo, para que la veas cuando quieras. –ella negó y se lo entregó. - Es tuyo. Tú escondiste la foto para verla tú cuando tú quieras. –le explicó, sonriendo- Es tu secreto, tu secreta foto. A mi dame otra. –pidió y en medio de su gran sonrisa, de su emoción, suaves lágrimas comenzaron a correr por su rostro oscureciendo sus claros ojos- Que bueno… Que bueno… - ¿Gretel…? La niña negó rápidamente, sonreía ampliamente aunque sus labios temblaban. - Mamá murió amándome… mamá… -se secó bruscamente uno de sus ojos- me ama… No viene a visitarme porque murió. Ella murió hace mucho tiempo ¿Verdad? –pero no esperó respuesta, solo asintió para si misma, convenciéndose de todo lo que había comprendido- Ella no nos odia. Ella no viene a verme porque no puede, si estuviese viva vendría. Pero ella no nos odia, a ti y a mi ¿Verdad? – levantó el rostro, cubierto de lágrimas y Klaus sintió el temor sobrepasarlo. Gretel era muy realista, muy concreta y usualmente curiosa, ella entendía la diferencia entre fantasía y realidad, no solía perderse en ensoñaciones, le gustaban los cuentos pero sabían que no existían, no creyó nunca en princesas o hadas madrinas, siempre sintió que la gente llegaba a finales felices por su lucha personal. Esa había sido la educación que Klaus había dictado para su hija. Así que, cuando veía morir algún personaje en una película no lloraba, porque sabía que no era real y en los cuentos nunca temía de las brujas o los hombres malvados. Ella no creía que monstruos fuesen a atacarla ni lloraba por aquellos que nunca existieron. Por eso, verla así, temblando, llorando y asustada, le decía que esa conclusión tan nefasta de que su madre los odiaba no la había sacado ella sola. - ¿Quién te dijo que tu madre no venía por qué no te amaba? –preguntó, completamente serio, apretando sus puños, mirando a la niña llorar y aferrarse al portarretratos contra su pecho, acunándose a sí misma. Aunque pareciera cruel no abrazarla, en realidad el no hacerlo en ese momento era justo lo que ella quería. Gretel pataleaba cuando lloraba si alguien la tocaba, detestaba el contacto físico cuando se sentía débil o mal. La tristeza y la enfermedad la volvían arisca al extremo. - Unos niños en el Kindergarten… -la niña respiró por su nariz de manera ruidosa y se frotó las manos contra la misma. Klaus podía entender lo que estaba sintiendo la pequeña, conteniendo por tanto tiempo las ganas de llorar, por puro orgullo y derrumbándose sin remedio cuando la verdad salía a la luz. Lo que no podía imaginar era cuanto tiempo ella llevaba pensando que su madre los había abandonado y más aún, que los odiaba al punto de repudiarla a ella misma. Pero la idea de que unos mocosos fuesen capaces de atormentar tanto a su hija le parecía horrible. - Ellos dijeron que no venía… porque nos odia… porque nuestra familia mató mucha gente. Ellos dijeron que mamá me odiaba por llevar sangre de asesinos. – la voz de la niña se volvió aguda y se lanzó al regazo de su padre, abrazándose al mismo. Klaus se tensó de inmediato, completamente sorprendido. Esa… era la primera vez que Gretel tocaba alguien cuando estaba mal. Esa era la primera vez que buscaba consuelo y se aferraba a alguien de una manera desesperada. Aún más sorprendente, era que esa era la primera ocasión que Gretel tocaba a su padre por iniciativa propia, sin ser parte de un protocolo de interacción impuesto por el hombre. La pequeña temblaba contra su padre con fuerza, mientras su voz solo permitía el sonido de pequeños quejidos de dolor absoluto, de un sentimiento demasiado grande. Algo mucho peor al dolor físico, porque era difícil encontrar la fuente y lograr detenerlo. Pero tal vez la peor parte era que Klaus veía imposible solucionar ese dolor de forma inmediata y sabía que el peso de ser un von Bismarck caía sobre su hija. Pero solo era el inicio, pues la gente no olvidaba y solo iría creciendo esa sensación de desolación y abandono. Un sentimiento que no debía permitirse a los niños experimentar. Algo demasiado poderoso que parecía estar rompiendo a su pequeña niña. Y el hombre supo que debía estarla matando el dolor, torpemente acarició el cabello rubio, mientras la niña lloraba con fuerza contra su regazo y gimoteaba, enterrando sus manos en la tela del pantalón de vestir de su padre, empapándolo de lágrimas. - Pues ellos mintieron. –le dijo con seguridad y ella asintió, calmando su llanto pues su padre era un hombre de uniforme y debía ser muy importante para el mundo, por ende, debía tener razón en lo que decía- Tu madre te ama. –le repitió y la pequeña volvió a asentir- Tú sabes que yo nunca te mentiría. –Gretel volvió a asentir y asomó su mirada desde su escondite, su intensa mirada azulada se veía ligeramente nublada por unos momentos y se escondió otra vez, llorando en silencio- Irina te amó hasta el último segundo y tú lo sabes, lo sientes ¿Verdad? La pequeña niña asintió pero no dijo nada. Lentamente los minutos pasaron y la niña cayó dormida en su incómoda posición, Klaus la apartó y recostó, levantándose en silencio. No había vuelta atrás, había tomado una decisión que evitaría que el daño fuese mucho más grande. Le había prometido a su esposa que apartaría a Gretel del camino de la guerra, que sería una niña con seguridad y paz. Por eso sabía que Irina entendería su decisión. Para que Gretel estuviese segura debía sentirse segura. Y esos niños solo eran los primeros de muchos que oirían el apellido familiar y recordarían las cámaras de gas, el llanto de bebes judíos, los jabones hechos con grasa de muertos, las gigantes fosas donde cadáveres se pudrían, la enormes hogueras, los verdugos que no solo cazaban personas por su etnia, sino por su religión y por amar a alguien de su mismo género, los inhumanos experimentos y la sangre. El hombre cerró la puerta, quedándose en el corredor y antes de girarse se encontró con una de las niñeras de su hija, a quien había designado como la líder del grupo. - Mañana, a primera hora, quiero sobre mi escritorio escuelas de defensa personal, de lucha libre, karate o lo que haya. Todos los lugares donde Gretel pueda iniciar su educación. –ordenó y aunque su voz fue baja se escuchó por todo el corredor como un trueno. - Pero señor… -la mujer dudó un momento, mirando la puerta de la habitación de la niña- ella es muy pequeña… No creo que existan muchos lugares que la acepten a esa edad. - Pues búsquelos. –dijo con voz firme y la mujer asintió- Y quiero que mañana a primera hora tenga ese cabello corto, por sobre los hombros. - ¿Su cabello…? –fue inevitable que la mirada de la mujer dudara- Pero su precioso cabello… -rogó, dado que se dedicaba mucho tiempo para cuidarlo y había estado ella misma enseñándole a Gretel a peinarlo de tal manera que luciera brillante y lustroso. - Es solo cabello. –cortó Klaus y frunció el ceño- El cabello largo no es práctico. No va a poder entrenar bien con un cabello tan largo. - Señor… -la mujer se cortó al notar la seriedad con la que la mirada masculina la travesaba- Si, señor. –aceptó, haciendo un saludo militar y se retiró por el pasillo. Klaus se apoyó ligeramente contra la pared del corredor. Por supuesto que le parecía terrible cortarle el cabello a Gretel, porque también retiraría los vestidos y los accesorios frágiles y poco prácticos. El cabello corto para que no se lo jalaran en una pelea… Pantalones cómodos pero ajustados para mejor movilidad… Zapatos con buena tracción para correr… Cintillos para apartar el cabello de su rostro y tuviese mejor precisión al atacar… Ya no habrían aretes, ni cadenas o pulseas a menos que fuese un evento importante... Para que su hija viviera segura y feliz, debía sentirse segura de sí misma, debía saber dominar y vencer a la gente que dijera que ella era un escorpión. Pues él podía jurar sobre la tumba de su esposa que su hija no era ningún escorpión, su naturaleza no era destructiva. Y Gretel tendría que demostrarlo toda su vida. Mejor prepararla… Pre-prólogo: La chica americana Cuando le dijeron a Gretel que vendría su prima de Estados Unidos, pensó que vestiría un sombrero tejano, usaría ropa extremadamente ajustada, usaría cola de caballo como una porrista y hablaría de lo difícil que era encontrar un taxi en la ciudad… ¿Qué? Gretel solo tenía ocho años y su prima Olga sería la primera estadounidense que vería de cerca. Aunque su padre le había dicho que no podía picarla con una barita y preguntarle si cargaba dulces de Willy Wonka. Así que simplemente esperó la llegada de la prima Olga en las gradas de la casa, se levantó emocionada cuando vio el jeep de su padre llegar y bajó las gradas casi saltando. Gretel se había puesto un overol lila hasta las rodillas y una camiseta con mangas hasta sus codos color gris. Cuando la puerta del jeep se abrió salió una despampanante joven, su cabello perfectamente arreglado, con una boina verde, un chaleco cuadriculado del mismo color y una falda casi de colegiala. En realidad, parecía sacada de un colegio de señoritas… …inglés… francés… …o alemán… - ¡Oh, tú debes ser mi primita Gretel! –y hablaba perfecto alemán… La chica se lanzó sobre la niña abrazándola y comenzándola a besar mientras la levantaba del suelo entre sus mimos- ¡Te pareces tanto a mi hermanita bebe! ¡Las dos tan adora…! –pero no llegó más lejos, Gretel la apartó de un empujón, cayó al suelo y le miró seriamente con sus manos sobre sus caderas y un frío hielo azulado. - Hey… -saludó y antes de escuchar más esa voz chillona y complaciente, le dio una patada en la canilla- ¡Rara! –gritó a todo pulmón, girando sobre sus talones y subiendo las escaleras. ¡Qué estafa! ¡Su prima era una Barbie! Klaus tuvo que contener las ganas de reír, luego le haría recitar el himno ruso mientras hacía sentadillas porque no podía permitirle que golpeara a la familia. Bueno, por lo menos había sido su hija y no él quien había hecho el primer comentario en contra de esa complaciente y rara sobrina. Irina debía estarse riendo de manera burlona pero orgullosa al ver a la niña en ese momento. Pre-prólogo: Los humanos no son mascotas Después del chasco que se había llevado con Olga, el saber que su prima Helga venía solo le hizo prepararse mentalmente. Hasta había apostado con su padre que sería una niña vestida de rosado, con un angelical vestido y dulces modales que los exasperaría a los dos. Tal vez los Pataki eran de esos nuevos millonarios que habían olvidado sus raíces y solo se basaban de la moda y por eso había tenido una hija como… Olga. ¿Otra temporada de aburrimiento total? A Olga no le gustaba nada violento y como buenos anfitriones terminaban haciendo el turismo más aburrido del mundo, el que Gretel titulaba: Mira y fotografía. Olga había fotografiado todo ¡Absolutamente todo! No importaba si era una antigua torre de vigilancia o tiendas de moda. También había fotografiado la comida… …y a la gente… Si su hermana menor era igual, la tiraría por el retrete y al demonio que los Pataki tuviesen sangre von Bismarck. No importaba que esa tal Helga solo fuese menor a ella con un año. Al diablo. Gretel se cruzó de brazos, acurrucada en el asiento de atrás del automóvil, cuando llegaron al aeropuerto, se distrajo mirando a las azafatas y pilotos que salían hasta que escuchó una voz que le hizo girarse. - ¡Quítate hermana! ¡Estorbas! –una de las azafatas cayó al suelo por ¿Una niña de diez… once años? La chica tenía estilo y… ¡Llevaba un vestido rosa! ¡Con moño! Por amor a la humanidad… Gretel comenzó a reír con fuerza, sabía poco de inglés pero por lo menos lo suficiente para avanzar hacia la desconocida y plantearse al frente, seguida por su padre- ¿Y tú que miras? - Hola prima. –saludó la alemana, sorprendiendo a la chica. Inmediatamente Helga se encogió en sí misma y luego sonrió de costado, su padre se hizo cargo de las presentaciones y fueron en el auto de regreso. Helga hablaba más con su tío, por el problema de idioma, aunque este hacía de buen traductor para su hija y le explicaba lo que decía la pequeña rubia. Gretel estaba fascinada por la ruda niñita de adorable apariencia y agresivas expresiones. En un momento el hombre se sorprendió y comenzó a reírse con fuerza, seguido de Helga, Gretel enmarcó una ceja y esperó la traducción. - Dice que le encantaría molestar un par de tripulantes alemanes. La chica observó a su prima estadounidense y levantó su pulgar, sonriendo, mientras le dirigía una mirada a su padre. - ¿Nos la podemos quedar? –consultó, en un susurro, su padre se encogió de hombros. - Tal vez… Pre-prólogo: No todo es blanco y negro Gretel solo tenía doce años pero tenía en claro lo que le estaba ocurriendo. En realidad, no le ocurría nada porque le había preguntado a la psicóloga del Grundschule y resultaba que era absolutamente normal. En realidad, la psicóloga se alegraba que lo primero que lo primero que hizo fue consultar con alguien que supiera. Pero es que a Gretel le parecía normal hacer eso. Ella había notado que desde pequeña sentía un ligero cosquilleo cuando algunas niñas eran cariñosas con ella. Algunas niñas, no todas, usualmente no soportaba el contacto físico y de repente ¡Ahí estaba! No solo soportándolo, sino esperando a que se repitiera. Pero la rubia no lo había analizado excesivamente. No hasta que a su vida llegó Alger Baum, su chofer personal y por quién había caído completamente enamorada. La peor parte era que no solo era eso, sino que el pasado comenzó a tener sentido ¿Le habían gustado algunas niñas? Gretel no era como su prima, Helga se había enamorado desde corta edad y solo una vez pero para siempre ¡Entendía lo que era eso! Pero la alemana no, cuando había sido niña, se había dedicado a jugar a ser una gran aventurera y sus muñecos favoritos habían sido siempre animales que podían hablar. Pero la infancia se dejaba atrás, los juguetes se regalaban y los sueños de aventuras y descubrimientos se perdían. Pero Alger Baum, con su cabello castaño rojizo y largo, su aire bohemio y su enorme sonrisa le hacía alucinar, soñar con tocar su rostro, enterrar su nariz entre sus cabellos o besarlo… lo que fuese. Pero ese descubrimiento le había traído nuevos ¿Le habían gustado esas niñas que le producían cosquilleos en el estómago? ¿En verdad? Gretel miraba fijamente a otras chicas de su edad intentando descubrir si podía encontrarlas atractivas, pero al igual que con los chicos le resultaba nulo su interés. Le gustaba su chofer, eso lo tenía claro. Así que fue con la psicóloga de donde estudiaba y le explicó todo. Después de largas charlas y grandes conversaciones, la misma Gretel había dado con el clavo: era bisexual. Y al demonio si era eso posible o no. Ella lo era, se sentía entusiasta y no jugaba roles masculinos o femeninos cuando se enamoraba. Siempre era Gretel, lo había sido cuando su corazón se disparó a los cinco años y una niña a la que ayudó a rescatar su peluche la besó en la mejilla y había sido Gretel cuando vio a Alger y todo se volvió demasiado caluroso para manejarlo. En realidad la chica estaba más que fascinada, estaba emocionada. Luego vino la realidad ¿La bisexualidad era normal? La chica observó a su alrededor y por fin reparó en lo que era lo normal. Y como siempre que lo hacía se aburría. Nunca le había gustado el conformismo de la gente de su edad, las razones por las que hacían las cosas o les gustaban ciertas actividades. Odiaba que la gente hiciera lo que hiciera porque así se hacía. No fue hasta que la psicóloga le consultó el cómo se lo tomaría su padre, que reparó que… debía hablar con él. No le gustaría que lo descubriera por su cuenta y sintiera que no había confiado en él. No recordaba a nadie en su familia que fuese gay o lesbiana. En realidad, se prefería no tocar ese tema porque era como el racismo, no se tocaba porque abría viejas heridas de antiguas generaciones. Pero ella no quería ocultarse y en realidad la opinión de su padre era la más importante de todas a bien o mal. Porque dijera lo que dijera, a ella le seguiría gustando Alger cuando llegaba a recogerla del colegio y también recordaría la emoción infantil que había sentido cuando una niña que le hubiese gustado había sido dulce con ella. Así que después de su entrenamiento de kung fu se dio una ducha y buscó a su padre en su oficina. El hombre estaba ocupado teniendo una confusa charla sobre lo que podía y no podía hacer la marina alemana con alguien que ella conocía bien: Un general de la fuerza aérea. La rubia se deslizó al suelo, dejándose caer en el pasillo y miró al cuadro de su madre. Desde que tenía cuatro años su casa se había complementado con cuadros pintados al óleo de su madre. Al inicio habían sido fotografías pero cuando Gretel entró a un museo por primera vez y vio los grandes cuadros, quiso ver a su mamá luciendo esos hermosos trajes europeos, los vestidos del siglos XVIII y los coquetos trajes británicos de croquet del siglo XIX, tan refinados. Su padre lo tomó como un deseo respetable e interesante, así que le permitió ese gusto tan fuera de lo común. Y así su madre se volvió una figura en su casa. Todo eso ayudaba a que no olvidase su rostro eternamente joven. En ese cuadro Irina estaba usando un vestido victoriano con una pomposa cola falsa, dándole la espalda y mirando sobre su hombro con una sonrisa ladeada. El cuadro era mayoritariamente gris, las calles inglesas estaban oscurecidas por la noche y las velas de las farolas iluminaban el escenario, pero el cabello rojizo de la mujer centellaba en una coleta ladeada, con las puntas rizadas y la mirada azul intensa. Aunque Gratel sabía que era solo un cuadro, a veces le hablaba y le contaba cosas. Si su madre estaba en el cielo, de seguro la oía y se reía por sus ocurrencias, si no existía el alma ni Dios, era un método terapéutico que la aliviaba y eso era lo que importaba. - ¿Gretel? –la joven levantó la mirada y observó a su padre en el lumbral de la puerta, ella alzó la mano en forma de saludo pero él la levantó tomándola de la muñeca y jalándola tan rápido que la chica dio un pequeño salto- No te despediste del coronel… - Perdón. –se encogió de hombros, percatándose de qué ya era tarde, el sujeto bajaba las gradas y no iba a correr atrás del mismo- Debo hablar contigo, padre. - Por supuesto. –la escoltó dentro de la oficina y la dejó sentarse en la cómoda silla de cuero que estaba en la cabecera del escritorio de roble. La joven casi se recostó en la enorme silla y cruzó sus piernas aunque sus pies no tocaban el suelo, llevaba unos shorts cortos y una camiseta desgastada con lo que alguna vez fue el logo de un arcoíris. Gretel ya se estaba percatando que era más baja que las otras chicas de su edad y Helga fácilmente era mucho más alta. La esperanza de un estirón de último momento era su última esperanza. - ¿Qué ocurre? –el hombre se apoyó contra el escritorio, mientras Gretel deslizaba su mirada por las armas que colgaban por todo lugar, rifles de caza, escopetas, espadas de esgrima, dagas de rituales. Toda una colección, el lugar más seguro de toda la casa y al mismo tiempo ninguna de ellas había sido usada para dañar a alguien. - ¿He respondido a tus expectativas? –consultó la chica, mirándolo fijamente¿Me he comportado cómo esperabas de mí, como tu hija? - ¿Por qué lo preguntas? Pensaría que deseas pedirme algún permiso pero nunca has necesitado apelar a algo así para conseguirlo. –el hombre se cruzó de brazos y frunció el ceño- Si es sobre ir a Estados Unidos con tu prima, sabes que la respuesta es no. No la tratan con la debida atención y no voy a permitir que tú vayas a un ambiente tan poco digno para nuestra familia. –respondió tajante y apoyo su palma sobre el escritorio para acentuar su decisión. Gretel soltó una carcajada divertida. Después de la visita de su prima Helga, había querido ir con ella a Estados Unidos porque por fin sonaba fascinante y era el centro del mundo por el momento ¿No sería bueno aprovechar una oportunidad así? Pero obviamente, las anécdotas de Helga sobre sus padres… daban mucho que desear y Gretel había escuchado a su padre mascullar sobre la posibilidad de llevarse a la niña con ellos y alejarla de ese ambiente poco digno para la sangre von Bismarck que corría por las venas de Helga. - No padre, no he venido a pedirte nada. O tal vez si –se encogió de hombros¿Quién sabe? –admitió, con un ligero entusiasmo en su voz ¡Esa era toda una experiencia!- Me encuentro en una encrucijada y como siempre, acudo a ti. Tus canas son sabiduría y tienes mucha. –comentó astutamente, logrando que el sujeto se relajara y desordenara su cabello como gesto aprobatorio. Eso era similar a un gran abrazo y un beso en la frente para otras familias. - Anda, no insultes a tu padre. Que aún no es tarde para sentarte en mi regazo y darte un par de nalgadas, jovencita. –por supuesto bromeaba, nunca le había tocado un solo pelo. Bueno, en realidad, a lo máximo que había llegado fue a zarandearla en las ocasiones en que su vida había peligrado por su descuido. Pero eso era preocupación, no castigo. - Te estás ablandando, padre. –advirtió la chica, mirándolo con una pequeña sonrisa- Entro a una etapa difícil ¿Recuerdas? La adolescencia, me volveré rebelde y descontrolada. Mejor me envías a un internado y te salvas de este terrible mal que me dará. –el hombre soltó una carcajada despectiva y enmarcó su ceja, mirándola como si viera a una incrédula. - Yo sé cómo corregir la adolescencia. Eso es solo una enfermedad: Mucho ejercicio y labor manual te recobrará el sentido común. Gretel sonrió, pues en eso si le creía capaz, un mal movimiento y volvería a correr veinte veces alrededor de la casa bajo la lluvia. Eso último le había enseñado a no levantarse de la mesa por caprichosa nunca más en toda su vida. Los brócolis eran mejor que la fría lluvia y el lodo en la boca al caer. Eso definitivo. - Tal vez esto no puedas corregirlo… ¡Aunque pienses, siquiera, en hacerlo! –se sorprendió, mirando a su padre. ¿Y si la gente quería corregirla? ¿O regañarla? ¿O… clasificarla? ¿Eso la volvía parte de una minoría discriminada? ¡Por amor a la humanidad, no! Primero muerta que sentirse melancólica y única en el universo por ser incomprendida. Algo en las expresiones de la joven llamaron la atención de Klaus, quien enmarcó una ceja, adquiriendo una profunda seriedad. - Me estás preocupando, Gretel. –el hombre observó a su hija silenciosamente, indicándole así que hablase. - Soy bisexual, padre. –le anunció, mirándolo fijamente, lista para analizar cada expresión. - Oh… -Klaus sintió que alguien jaló de sus hilos internos y sus huesos desaparecieron en su interior. Todo perdió norte o sur y la espesura de su mente se nubló un momento ¿Su hija era lesbiana? No, bisexual, ella había dicho bisexual. - ¿Sabes lo que eso significa, padre? - ¿Qué te gustan los hombres y las mujeres? –ella asintió, el hombre seguía observándole a través de la neblina, recordando viejas enseñanzas, nuevas investigaciones, viejos tabús militares, actuales críticas sociales- ¿No eres un poco joven para saber eso? - ¿No debo saber yo eso? –preguntó ella de inmediato. - Bien… El viejo militar se separó de la mesa. En el fondo sentía el peso de la edad aunque físicamente no lo aparentaba, le costaba más levantarse y detestaba inclinarse porque eso significaba un ascenso dificultoso. Pero en ese momento sintió que los años habían pasado, su hija tenía doce años y no hablaba sobre cigüeñas, ni de muñecas que se movían cuando no las miraba. No, hablaba de orientación sexual. - ¿Qué deseas de mí, Gretel? - Saber si eso cambia nuestra relación, padre. –apuntó ella, levantándose, lista para defenderse- ¿Te molesta? ¿Te decepciona? ¿Ya no soy lo que esperabas? ¿Ya no respondo tus expectativas? El hombre observó a la joven frente a él, aun la encontraba como una niña, pequeña, fina, suave, con su cabello apenas controlado por eternos minutos peinándose. Para Klaus era fresco el recuerdo de verla deambular por esa oficina pidiéndole que le haga caballito porque uno de sus tíos se lo había hecho y se había divertido. Su único capricho infantil: Subirse a la espalda de su viejo padre y abrazarlo con fuerza como si pensara que así no se iría de viaje nunca más. Por supuesto, nunca le había confesado que hacer caballito era un abrazo que ella le daba o que no le gustaba verlo viajar tanto. ¿Ya tantos años habían pasado desde la última vez que su hija le había pedido que le hiciera caballito? - Solo tengo una pregunta. –aceptó él, mirándola ahí, orgullosa, sin temer quién era, de dónde venía, lo que pensaría la gente de lo que su corazón dictase. - Lánzala, padre. Solo hazlo. - ¿Sigues siendo la Gretel que crie? –preguntó, mirando hacia el pasillo, hacia el cuadro de Irina, de la mujer que viajaba en el tiempo, de cuadro en cuadro, siempre eterna y joven. Ella se estaría riendo ahora, incrédula y casi con crueldad. El destino tenía maneras de jugar. Una descendiente de los grandes militares alemanes, una descendiente de la sangre asesina de judíos, siendo exactamente lo que antes hubiese sido considerado razón para las cámaras de gas. Pero ¿Qué se quejaba él? Klaus se había casado con una pelirroja, alguien que hubiese mandado a fusilar el Führer del III Reich, sin dudarlo. - Lo sigo siendo, padre. –asintió, esperando la respuesta final, cruzándose de brazos, lista para salir de ahí con toda dignidad si era necesario. - ¿Has tenido novias? –ella negó ligeramente- ¿Novios? –y Gretel casi se rio al notar la preocupación en la voz del hombre y mientras negaba notaba como este se calmaba- Entonces, cuando los tengas, novios o novias, no dudes en presentármelos y traerlos a casa. Si son importantes para ti, deben pasar revisión conmigo. –no hubo suavidad en su voz y en realidad sonaba como una orden. Gretel sonrió con orgullo y asintió con fuerza, apoyando su mano en la de su padre, como muestra de agradecimiento. - ¿Me cargas en tu espalda, padre? ¿Eso te haría sentir mejor? –bromeo- Por el momento sigues siendo el único que puede hacerlo. –le dijo, divertida, con la intención de subirse a él y atentar con romperle la espalda al viejo militar. - Déjame en paz, niña. Yo sigo siendo tu superior. –la apartó ligeramente y se levantó- Ven… -la guio fuera de la oficina, escaleras abajo, sabiendo, sin verla, que estaba siguiéndole el paso. - ¿A dónde vamos? - A la base, a ver cuántos tripulantes en falta encontramos y los hacemos cargarte en su espalda. –ella soltó una carcajada y enganchó su brazo al de él, orgullosa de ser la hija de un von Bismarck- Y tú ¿Para qué creías que sirven los tripulantes, sino? - Eres el demonio, padre. –aceptó ella- Te recuerdo que una vez fuiste uno. - El diablo sabe más por viejo que por diablo. Y a mí nunca me encontraron en falta. –le recordó el hombre, riendo con fuerza, con esa fuerza similar a ladridos de lobos y truenos- Por suerte yo no soy viejo, pero si sabio, Gretel. No lo olvides. –y ella coreó su risa, imaginando las órdenes de su padre hacia los pobres jóvenes que lo encontraran. Realmente se divertiría atormentando a esos tripulantes. Realmente estaba orgullosa de ser hija de Klaus von Bismarck. Pre-prólogo: Curiosidad Gretel jaló otra caja de herramientas y la trepó sobre la anterior, logrando crear una inestable pero útil escalera. La chica miró hacia los lados, escaneando su alrededor. Apenas había cumplido sus trece años y muchas preguntas bailaban en su mente que necesitaba responderlas por sí misma. Así que esa era una buena oportunidad para descartarlas de su mente. Helga estaba distraída practicando su alemán con una de las sirvientas, por lo que no tendría que darle explicaciones de sus acciones. Aunque sabía que podía confiar en ella. Simplemente… Bien… ¡Realmente era molesto que en ciertas cosas pareciera que Helga sabía más que ella! ¡No era justo! Gretel era mayor ¡No podía ser que la única razón por la que su prima sabía todo eso era porque se había enamorado locamente y era… una acosadora de primera! No era justo… Pero ya vería Helga, un día sabría más que ella de todo eso y le daría una lección. Así no tendría que soportar la mirada de suficiencia de la menor de los Pataki. La alemana subió las cajas y se asomó por la ventanilla alta de la bodega que tenía el baño de empleados con una ducha incluida. Bohuslav, el hijo del jardinero, había acompañado a su padre para arreglar los arbustos más altos. Lo hacía cada tres meses pero Gretel había descubierto que el chico, que le pasaba con un par de años, había cambiado en ese pequeño lapsus. Ahora era más grande, más fornido y su aroma había dejado de ser el de dulces y césped. Él había cambiado, olía mucho más masculino y forma curiosa. Bohuslav ya no se le acercaba como en el pasado, la había estado evadiendo… tal vez porque Gretel no le quitaba la mirada mientras trabajaba con el torso desnudo pero ¿Cómo no hacerlo? Nunca había visto un cambio tan radical. Tres meses atrás, Bohuslav había sido un chico delgado, ahora estaba tonificado y tenía un poco de barba ¿Qué tanto había cambiado? ¿Cómo pudo hacerlo en tan poco tiempo? Y la chica supo que era el mejor momento para curiosear. El agua de la ducha corría y nadie se enteraría. Además, lo hacía por razones científicas. Gretel se asomó por la ventanilla, parándose en la punta de sus pies pues aun con su improvisada escalera apenas llegaba a la ventana. La alemana abrió los ojos sorprendida cuando vio a Bohuslav completamente desnudo, tarareando una canción, mientras se enjabonaba. ¡Claro que había imaginado que lo vería desnudo. Por supuesto. Pero no había tenido en claro qué vería. Así que todo eso cambiaba… Ella había visto al chico desnudo cuando había tenido once años ¡Por pura casualidad! En ese entonces no había sentido curiosidad por el cuerpo humano como sentía en ese entonces, así que pasó de él con un burlón comentario ¡ Pero el cambio era enorme! Literalmente enorme. Todo él había cambiado y se había vuelto hasta algo peludo ¿Quién lo diría? Gretel se paró en la punta de sus pies y casi metió la cabeza por la ventana, intentando alcanzar con la mirada aquellas zonas más curiosas, pero las cajas de las herramientas no la sostuvieron demasiado tiempo y se cayeron hacia atrás precipitadamente, lanzando a la chica varios metros lejos, de espalda. El estrépito de metal y todas las herramientas rodando fue un sonido muy obvio. Cero puntos en sigilo. El sonido fue tal, que el agua se detuvo. Gretel intentó pararse pero había perdido el aire de sus pulmones y le dolía la espalda. Realmente estaba muerta. Su padre la iba a regañar… Bohuslav sabría que había estado haciendo y la castigarían de por vida… ¡Y no había alcanzado a ver todo! Maldita sea… - No puedo creer que lo estuvieras espiando… -susurró Helga, parada atrás de su prima, con los brazos cruzados, llevaba unos jeans desgastados y una camiseta rosada algo vieja, una gorra de beisbol casi lograba filtrar del todo la mirada de incredulidad y burla que le dedicaba. La alemana abrió los ojos, completamente sorprendida y sintió el calor en sus mejillas. Helga se iba a burlar de ella de por vida ¡Eso era tan humillante! Para culminar su total condena, la puerta de la bóveda se abrió. Helga se lanzó sobre ella, haciéndole una llave a su pierna - ¡Uno! ¡Dos! ¡Tres! ¡Gané! Bohuslav se asomó ligeramente, notando la escena del par de chicas luchando en el suelo, el joven suspiró ligeramente, secándose el cabello y las saludó, antes de meterse otra vez a la bodega y volver a la ducha para terminarse de bañar. - Gracias… -susurró Gretel, sosteniendo su pierna herida. - Estás loca… -le dijo Helga, sentándose junto a ella, mientras negaba con fuerza. La alemana miró el suelo un poco resentida, un tanto más avergonzada y totalmente humillada. - Hey… ¿Y qué viste? Gretel levantó el rostro y notó la relajada sonrisa de su prima. - Oh… ¿Por dónde empezar…? –comentó, animada. Pre-prólogo: Insufrible amor - …Oh Arnold, mi dulce ¡Dulce Arnold! Yo sé que esto es algo imposible ¡Lo sé! Pero te amo… Oh Arnold… ¡Te amo tanto! ¿Cuándo lo entenderás y verás que es inevitable nuestro amor? Gretel se detuvo de golpe en el corredor y regresó a ver a la habitación de su prima ¿Qué había sido eso? ¿Alguien estaba recitando en voz melosa cosas raras…? - Lo sé, mi amado… lo sé… me estoy volviendo loca cada día que no puedo tenerte cerca. Y tú con el tiempo… cada vez más dulce, más noble, más adorable ¿Cómo no amarte? Oficialmente esa voz era de Helga… ¿Qué demonios pasaba? Gretel notó que la puerta estaba entreabierta y la movió ligeramente, apoyando solo su dedo índice por temor a que lo que fuese que estaba afectando a su prima pudiese ser contagioso. La alemana se asomó apenas vio algo sorprendente… Sorprendente y aterrador… Helga estaba sosteniendo una cabeza ovalada con cabello de palmera hecha de goma de mascar… ¡Toda una escultura de goma de mascar! La alemana sentía que se le iban a caer los ojos y se aferró a la puerta ¡Eso era un alíen y se había robado el cuerpo de su prima! ¡Esa era la única explicación! ¿Eso era goma de mascar masticada? ¿Acaso…? Eso era tan asqueroso… …debía ser un alien… - Mi insufrible amor… mi incompatible amor… tan difícil de conectarnos… ¡Y aun así tan anhelado ese momento! Helga se giró y Gretel contuvo las ganas de gritar. No era una cabeza y no era de goma de mascar. Eso era todo un muñeco tamaño real de un chico ¿Era hecho de trapo? Estaba pintado y con ropa… Helga lo besó profundamente y lo abrazó contra ella. Gretel pudo jurar que sus manos estaban tocando lo que debía ser el trasero del muñeco… No podía ser… No podía ser esa su prima… ¡Estaba más loca que Olga! …bien, eso había sido una exageración total… La alemana se apoyó más contra la puerta y trastabilló hacia adentro, cayendo de bruces. Helga gritó. Gretel gritó. Ambas lo hicieron y luego se callaron repentinamente cuando la servidumbre comenzó a acercarse con el obvio golpeteo de tacones. La alemana midió con la mirada a su prima y luego pateó la puerta para cerrarla. Cuando alguien tocó, la alemana soltó una carcajada algo forzada. - ¡Ocupadas! - ¿Qué pasó, señorita? ¿Están bien ahí dentro? Oí un golpe. –preguntó la voz de la mujer. - Absolutamente, solo estamos jugando videojuegos. –explicó desde adentro, sin apartar la mirada de su prima- Ya sabes cómo se asusta Helga con los juegos de terror… Je… -los pasos se alejaron y Gretel señaló al muñeco, temblando ligeramente- ¿Eso es… Arnold…? - ¿Qué? ¡No! –Helga ocultó el muñeco, completamente roja- Es… basado en él. - Oh… que bueno que no es el real… Oh gracias… gracias… -susurró la chica, apoyando su mano sobre su pecho, sintiendo que no debía preocuparse de que su prima fuese una psicópata peligrosa- Y… ¿De qué está hecho el modelito a escala real? - Arcilla… -susurró Helga, en su cabeza ya veía la llegada de la furgoneta blanca y el viaje directo al manicomio. Gretel se levantó y miró de cerca la cabeza del muñeco. Si era sincera… estaba bien hecha, con colores vivos. Y con total detalle, hasta parecía suave y con brillo natural, por eso había creído que era goma de mascar. - Eres una verdadera artista… -admitió, deslizando sus manos por el cabello del muñeco, sintiendo que cada cabello eran diminutas trenzas de hilo dorado- Algo loca… pero artísticamente hablando. –sonrió de costado. Helga respiró tranquila. - No se lo cuentes a nadie… - ¿Sinceramente…? Nadie lo creería. –admitió la alemana, sentándose en la camaY bien… cuéntame ¿Cuándo comenzaste con este “Arnold-arte”? Helga sonrió de lado, esa era una historia muy larga… Pre-prólogo: La primera vez Helga se cruzó de brazos, en lo que era la ironía de su vida, lo que una vez fue una enorme bodega ahora se había vuelto una casa para visitas. O mejor dicho, un lugar para pasar el rato con los amigos de su prima. Helga era la menor del grupo, con catorce años. El resto rondaba entre los quince a los dieciocho años. Y bueno, no eran amigos de Gretel, eran más bien… colegas con algo en común. Si lo pensaba, no recordaba que su prima tuviese una sola amistad. El grupo no era demasiado grande, si era sincera, apenas contaba ocho personas en total, con ella incluida. Además, todos ellos le agradaban. Además de ella y su prima, había otra chica, el resto eran todos varones, escandalosos y alegres. Gretel se dejó caer junto a ella en el sofá y le extendió un vaso de color caramelo el cual lo acercó a su nariz y sintió el aroma del licor de leche y el amaretto juntos. - Eres una amargada, desgarbada. Siempre es lo mismo contigo. Justo cuando ves a alguien besarse… -señaló a la castaña frente a ellas- te pones arisca con todos. - No me gusta ver besos ¿Si? Me parece meloso. Pero no me pongo de amargada. Gretel le ronroneó al oído lo suficientemente fuerte para hacerla brincar y apartarse, fastidiada. - ¡Quieta! - ¡Oh vamos! Solo déjame quitarte esa gorra… -pidió la alemana, gateando sobre el sofá hasta atrapar a su prima y retirándole la gorra, dejando libre el lazo rosa que sostenía sus coletas- ¿Ves? Mejor. Aunque yo mostraría algo más de piel, pero es tu decisión. Gretel le llenaba el armario de ropa, pero Helga sabía cómo encontrar los pantalones más cómodos negros y las camisetas de manga larga rosadas que si bien se entallaban a su figura la cubrían por entero. - Oh… mira, desgarbada… me llaman… - No, no es verdad… -pero la alemana se alejó. Helga se extrañó, pero repentinamente sintió un peso en el brazo del sillón, a su derecha, regresó a ver e hizo un ligero movimiento en forma de saludo, mientras bebía de su vaso. Scott le sonrió de costado, de manera despreocupada. Él tenía la piel acanelada, de un tono propio de su etnia gitana rumana, sus pómulos pronunciados destacaban la delicadeza de su alargado rostro y mirada oscura. El joven tenía diecisiete años y su cabello negro caía hasta sobre sus hombros, en forma de melena, ligeramente más corto adelante y atrás terminaba en punta. Lo que podría verse como una apariencia femenina le daba a él un aire fantasmagórico, como salido de una novela gótica de misterio. El chico sonreía apenas y su rostro se veía siempre inamovible, como si viese algo muy lejos de ahí. Lo que lo hacía lucir peligroso era la manera en que llegaba siempre sin hacer ruido y solo se sabía de su presencia cuando era demasiado tarde. Todo el mundo decía que Scott tenía la apariencia de ser capaz de encender el patio de tu casa y danzar algún ritual endemoniado en frente de tus padres mientras te quita la ropa… en la primera cita. Curiosamente Helga concordaba, porque Scott se reía en silencio y cuando hablaba tenía un acento muy marcado con un siseo que solo tenía su pueblo, mucho más fuerte que el de Gretel cuando hablaba ruso. - Hey… -susurró. Ella se hizo a un lado y el chico se deslizó junto a ella, levantando su vaso con whisky, lo chocó contra el femenino y bebió un poco más sin apartar la mirada de ella. Helga se acomodó tranquilamente, mirando al resto bailar, su prima se había subido a la espalda de uno de los chicos y entre ellos dos intentaban ganar en una lucha de fuerzas con otro par de ingenuos. Scott se acomodó de tal manera que podía admirar el perfil de la rubia con total obviedad y dejó su vaso vacío en el suelo. - Desde que te vi… -explicó, logrando la atención de la chica que dio un brincoNoté eso… -los dedos de Scott tocaron el entorno de Helga, como si hubiese algo que todo el mundo pudiese ver- La bendición mágica de un pueblo antiguo. Tú eres una luz que atrae las polillas, Helga. –le explicó, bajando la mano- Una luz peligrosa y fascinante. La chica le observó con sorpresa y quiso apartarse pero algo en la mirada de Scott la mantuvo estática donde estaba. A su cabeza acudió la imagen de la Gente de los Ojos Verdes susurrando algún cántico a su alrededor después de vencer a La Sombra. En esa ocasión había sentido algo cálido rodearla, una sensación de fortaleza y seguridad muy espiritual ¿Acaso se refería a eso Scott? Helga buscó la mirada del chico y lo notó aún más cerca, sonriendo de lado, de manera oscura ¿Cómo había llegado a acortar la distancia tan rápido sin que ella lo notara? - ¿Peligrosa? –pregunta ella, enmarcando una ceja, intentando apartarse pero él se encogió de hombros, ladeando el rostro. Y no se pudo mover. Si alguien tenía magia ahí era Scott. - Tú estás enamorada de un chico que esta muy lejos de aquí. –explicó el joven gitano y la tomó del mentón, acercándola a él- Por suerte, solo quiero quemarme con tu luz un momento... No le robaré nada a nadie… Así que esa luz que te rodea no tendrá que atacarme. Solo quiero un poco de ese calor. -juró, apretando sus labios a los femeninos. La chica abrió los ojos sorprendida y su cuerpo tembló ligeramente. Los labios de Scott sabían a canela y se movían ligeramente sobre ella, sin presionarla. El cosquilleo en su nuca se intensificó cuando él deslizó sus dedos por la parte trasera de su cuello y se separó suavemente de su boca, pero sin intensión de ir muy lejos de ella. Los labios le palpitaron y sintió un nudo en su garganta. - No creo que lo comprendas Helga Pataki. –le explicó él, usando su otra mano para tomar la femenina, que estaba engarrotada a los costados de ella, la guio para que llegara a su rostro y la dejó ahí, permitiéndole sentir su cercanía- Tu explosiva personalidad, tu cuerpo, tu aura…. tus labios… eres una joven Diosa. – le explicó- Solo soy el primer valiente que ha tomado el riesgo y no muere en el intento… Pero no seré el último… - ¿Quién dice que… no vas a morir? –susurró ella, con la voz distante, sin poder creer lo que escuchaba. Dulces palabras, alabanzas, promesas y cálidas caricias. Todo eso dedicado a ella. A ella. - Porque soy solo una polilla atraída a la luz ¿Es culpa de la tonta polilla acercarse a la peligrosa luz? No lo creo… No me culpes. –le advirtió, retomando el beso, pero haciéndolo de manera más profunda. Helga se aferró a él esa vez, olvidó la música y sintió solo el contacto cálido embriagarla. Ella, que había olvidado lo que era ser femenina, ser una niña. Ella, que era un chico más, estaba siendo besada por el famoso Scott, el que nunca, ninguna chica, presentaría a sus padres pero que igual lo meterían a su cuarto sin dudarlo. Scott, el chico más atractivo y misterioso, el gitano de mirada traviesa, se rendía contra ella y susurraba su nombre acorde se aferraba a ella. Rogándole. Suspirando. Simplemente pidiéndole un poco más. ¿Quién era ella para negarse…? Muy lejos había quedado la época de esperanzas. Muy lejos estaba la niña que todo el mundo odiaba. Ahí, en ese lugar, era una Diosa, a la que un joven gitano le rendía pleitesía con sus labios y acariciaba suavemente con sus manos. Solo por un momento quería ser esa Diosa y sentir cómo era ser una chica. Aunque solo fuese su cuerpo, pues su corazón se había sellado y se negaba a soltar la imagen de cierto chico con una cabeza peculiar y una caballerosidad de oro. Gretel miró la imagen en silencio, deteniendo al grupo en su ruidoso juego. Todos observaron como la anti-contacto-humano Helga estaba besándose con Scott. Algunas miradas corrieron con picardía hacia Gretel pero la alemana simplemente negó. Ella no había planeado eso, pero lo había visto venir. Helga debía entender lo atractiva que era, lo bella que siempre había sido y lo hermosa que se estaba volviendo. Scott estaba haciendo su magia y a cambio, se iluminaba de ese hechizo que él juraba, Helga tenía y lo volvía imprudente y loco con tal de sentir ese poder. A Gretel no le importaba la razón por la que se había rendido a los pies de Helga. Lo único que quería era ver como su prima se volvía más segura de si misma y comprendía que no tenía que encerrarse en un convento imaginario y hacer votos de castidad hasta que su amado Arnold por fin se fijara en ella. Allá donde estuviese ese tal Arnold, no sabía lo que le esperaba cuando Helga G. Pataki estuviese lista para él. Porque Gretel podía jurarlo: Ella ayudaría a su prima. - Prepárate Arnold, no sabes lo que te espera… -susurró, sonriendo de lado. Pre-epílogo: Libros - Esto es basura… -Ágata, una joven de castaña melena, se lanzó sobre los cojines de la pequeña sala de estar, mientras apagaba el televisor e interrumpiendo de esa manera la película. Gretel enmarcó una ceja y dejó de lanzarle palomitas de maíz a su prima- ¿Lo ven? ¡Ni siquiera estaban viendo! - Bueno… perdí el interés cuando el amigo gay de la protagonista era toda una lady. –la alemana giró los ojos y se acomodó en el sillón- Ya me cansa ese estereotipo afeminado… - Y la pareja principal… -Ágata deslizó sus dedos por su rostro, con fastidio¿Cuándo hicieron el amor? –preguntó, exasperada. - ¿Las caras que hacían? –Helga soltó una carcajada de burla- ¡Oh! ¡Ah! ¡Oh! Parecía que adivinaba si lo que tocaba era gelatina fría o crema batida. - Y el hombre se movía de la manera más monótona posible. Ni siquiera la tocó. – Ágata rodó para quedar boca arriba y señalar a Gretel- Créeme, si un hombre hiciera las cosas así, estarías tan seca que te dolería tanto cuando entrase que lo matarías. –la alemana soltó una carcajada y se deslizó al suelo, cerca de la castaña. - ¿Saben lo que me contó Scott? –preguntó, con una sonrisa conspiratoria- A él le gusta más que la mujer tenga más iniciativa, que no pregunte y simplemente lo haga. Lo cual me parece lógico. –les explicó. Las tres chicas se miraron por un segundo con seriedad y luego comenzaron a reírse con fuerza. - ¿Ah sí? ¿Y cómo se supone que debemos saber eso? –preguntó Helga, cruzándose de brazos- Hay tantas cosas que se supone que les gusta a los hombres y tantas posibilidades de quedar como prostitutas en el camino. - A mí me gusta que los hombres tengan un fuerte aliento a mentas ¿Saben? –la castaña suspiró profundamente- Yo sé que es estúpido, pero mis mejores besos han sido con chicos que han comido un chicle antes o caramelos de menta. No solo es buen aliento, sino un aliento refrescante. –la chica se estremeció- Y que el beso sea suave. - Nada baboso. –apuntó Gretel- No se deben desesperar, actúan como si nos fuéramos a alejar y por ende deben acelerar a toda potencial. Pero es ese tipo de besos los que hacen que ya no queramos nada. Los hombres deberían saber que a las mujeres les gusta que las agarren con firmeza y que los besos sean profundos, no bruscos desde el inicio. –negó. - Repito ¿Y cómo van a saber eso? Ellos solo ven los besos de las porno y esos son pésimos –Helga rodó los ojos. - Tienes razón… -la alemana meditó un momento- Pues hombres y mujeres necesitamos instructivos. –concluyó. - ¿Qué? –Agata se sentó, curiosa. - Instructivos, libros que expliquen desde el primer beso hasta el arte de hacer el amor. Los puntos especiales de las mujeres, los secretos de los lugares en que nos gusta que nos toquen delicadamente y aquellas partes en donde necesitamos el contacto más salvaje. Las mujeres también deben saber qué hacer y cómo hacer para ser inolvidables, ser las mejores y tener a los hombres rendidos a sus pies. – Gretel se levantó con decisión- Y no solo eso. No solo para las situaciones heterosexuales ¿Saben? Simplemente hay que saber cómo tratar un cuerpo masculino o uno femenino. Son diferentes ¡Muy diferentes! - ¿Y quién va a escribir esos libros? –preguntó Helga, cruzándose de brazos. - Yo, por supuesto, desgarbada. –explicó- Tú serás buena escribiendo libros, pero yo escribiré una nueva filosofía de vida. –concluyó. Nunca hubiesen esperado las otras dos chicas que Gretel iba en serio. Muy en serio. Pre-prólogo: El malvado lobo. Primer día de clases en la preparatoria de ese pueblucho perdido de la mano de la humanidad… Pero no se quejaba, en realidad era agradable poder pasar después de clases con la desgarbada unas horas, distraerse después del trabajo con ella y picarle un poco la paciencia. En realidad, era agradable llegar a su departamento y escuchar la misma voz, día tras día, saludarla, saber que estaría a un mensaje o llamada de distancia. Algo de estabilidad era nuevo para ella y en especial de una persona que no parecía molesta o intimidada por su actitud. Realmente era diferente vivir en Hillwood. Cuando se mudó ahí pensó que estaría realmente sola y pasaría muchas horas sin hacer nada, como en Alemania y sufriría de la misma ansiedad por no gastar su energía en algo productivo. Pero se había equivocado, tenía todo el tiempo ocupado y era realmente grato saber que la desgarbada está ahí para ella. Claro, nunca se lo diría. - Señorita von… von… -la profesora de literatura releyó la lista- ¿Señorita Bismarck? - es “von Bismarck” no tema ponerle fuerza a todas esas consonantes al final. No hay que ser tacaños. –le aconsejó, si se pronunciaba su apellido en el etéreo inglés, hasta le daba vergüenza, sonaba como una herramienta de construcción y no como uno de los apellidos más reconocidos, malditos y alabados de Alemania. - Bien, sígame. La puerta del aula se abrió y Gretel entró atrás de la profesora, iba vestida con botines negros y pantalones de cuerina hasta la cintura, por debajo y sobre su torso llevaba un leotardo rojo de escote ovalado y una chaqueta de cuero encima, cerrada hasta debajo de su nulo busto. Para tener quince años, la adolescencia parecía no haberle tocado. Por lo menos no era la más bajita del aula, como ocurría en Alemania, había que ver el lado positivo. La chica se había recogido el cabello con un cintillo grueso negro, apartando su cabello rubio y dejando que este se levantara ligeramente como una melena hacia atrás llegando hasta sobre sus hombros, perfectamente recortado. Ella sabía cómo lucía: Puros Problemas. Y esa era exactamente la impresión que quería dar. Desde muy niña entendió que nunca encajaría como una alumna normal. Si el apellido von Bismarck era conocido, su rama de la familia se había llevado la parte de maldito. Pero no le importaba. Helga le había dicho que en Estados Unidos solo los cerebritos sabrían sobre su historial familiar, pero después de tantos años de mostrar los dientes y atacar primero, le era imposible recordar el comportamiento de antaño. Además, si era sincera… No le gustaba desperdiciar su tiempo con gente insignificante y poco importante como toda esa ciudad perdida de la mano de la humanidad. Y había leído suficientes cómics para saber cómo eran los adolescentes en Estados Unidos. Sí, definitivamente prefería mostrar las garras y recordarles a las presas su lugar en la cadena alimenticia. Ahora bien, si Helga viviese en Latinoamérica, sería diferente. Los personajes latinoamericanos en los cómics eran muy interesantes, apasionados y con una gran historia atrás. Pero no, le tocaba convivir en una preparatoria llena de adolescentes estadounidenses con pésimo control alimenticio y poco interés por su educación. Oh… en eso extrañaba su patria. - Bueno, alumnos del primer año de preparatoria, presenten atención. –la mujer dio un par de aplausos para poner orden al grupo que estaba disperso en charlas. Gretel se entretuvo escaneándolos rápidamente. Adolescentes con acné, chicas tomándose las manos por la emoción de verse “hace tanto tiempo”, joyería llamativa y colorida, miradas de los varones entre si señalándola con el mentón como si ella no estuviese ahí y no notara que le miraban las piernas pero se reían de su plano torso, en las primeras filas estaban los estudiosos, que apenas le habían prestado atención pues obviamente ella no formaba parte de ellos. Un curso normal, dividido en pequeños grupos pero aun así jerarquizado. No le costó localizar a la abeja reina y sus acólitas, las aspirantes a populares, los deportistas, los artistas, los estudiosos, los raros y los discriminados. Todos presentes y haciendo honor a lo que había aprendido en los cómics. ¿Quién diría? Stan Lee y Marv Wolfman tenían razón. Las preparatorias estadounidenses en los cómics y en el mundo real son idénticas. - Se ha inscrito a nuestro respetable establecimiento una señorita extranjera y la preparatoria considera como parte del protocolo que se la presente a sus compañeros después de darle una guía del lugar. Oh si, Gretel había aprendido que habían muchos edificios pequeños y tendría que ir de clase en clase, de un extremo a otro del lugar. Muy educativa guía. Pero no le había dicho los lugares importantes: Zonas donde esconderse, cuál era la pared que se debe escalar para huir de ahí y quién hacía los permisos falsos. - Recuerden ser amables con ella. –advirtió la mujer, frunciendo el ceño- Por favor… -invitó a la rubia. Gretel avanzó un par de pasos, encarando al singular grupo, sonrió lentamente y muy despacio en sus labios se fue formando una sonrisa traviesa. Presas. - Bueno… -comenzó, sin ocultar su acento alemán, lo que sería una característica permanente en ella- Soy Gretel von Bismarck, vengo de Alemania… -notó un cuchicheo cerca de la abeja reina, ya la estaban midiendo y descartando. Si, no quería entrar en ese grupo.- Si, Gretel como Hänsel y Gretel, cuento Alemán, por cierto. Y para el predecible chiste, sí, me gustan los dulces y no, Hänsel no está conmigo, se lo comió la bruja y yo me la comí a ella. –cortó, detestaba ser el eslabón más débil. Y que la quisiera poner en ese lugar con cosas tan estúpidas como burlarse de su nombre. Oh… tendrían que esforzarse mucho para rozarla. El problema de ingresar a un nuevo grupo era que la clasificación inmediata te ponía con los discriminados hasta que se demuestre lo contrario. Pero a Gretel no le gustaba jugar limpio y después de escuchar la risa de las chicas populares se dijo que, una vez más, no tenía interés de hacer amigas. Además ¿Para que las necesitaba? Ahora tenía a la desgarbada. - Tengo quince años, mi padre es parte de la Marina Alemana, por lo que vivo simbólicamente sola, pero tengo tíos en la ciudad. –observó el techo por un momento, intentando recordar algo más- Practico kung fu, me gustan los videojuegos de terror. Detesto los deportes estadounidenses y no soporto oír a un estadounidense llamarse “americano”. –puntualizó- Digo lo que pienso y soy mala para las hipocresías y conductas sociales reglamentarias. –se encogió de hombros y regresó a ver a la profesora- Y ya… ¿Escojo mi asiento o se me designa uno? – parpadeó un par de veces, notando como la mujer estaba sorprendida. Pero Gretel no buscaba ser altanera, solo dejar las normas claras y evitarse las invitaciones al receso que no llevarían a ningún lado más que a incómodos silencios. Casi y les estaba haciendo un favor. Los predadores jamás se debían juntar con las presas. - Eh… -la profesora observó a todos lados y notó una mano alzada- ¿Tiene alguna pregunta, señor…? - Wolfgang. –la alemana levantó la mirada al escuchar la traviesa voz que había evadido dar su apellido. Le sorprendió encontrarse con un fornido chico que destacaba entre los deportistas, su cuerpo estaba macizamente construido a pesar de la edad que tenían en común ambos. Gretel tuvo que admitir que el cabello revuelto y el rostro cuadrado eran interesantes, además de que su graciosa nariz respingada le daba un aire de niño travieso. Y no podía negar que tenía cierto encanto de chico malo que era… curioso. Pero nada más. - ¿Siempre eres tan antipática? –preguntó, mirando con altanería a Gretel. - Solo los lunes en la mañana. –respondió la chica, sin intimidarse, se apoyó ligeramente en la mesa de uno de los primeros asientos y ladeó el rostro- ¿Algún problema, grandote? - Te crees muy especial ¿No? –el chico sonrió de costado, retándola y Gretel notó que tenía uno de sus caninos roto en la punta. ¿Acaso lo había perdido en una pelea? ¿O tal vez en algo más tonto como intentando morder un mostrador de madera cuando era niño? - Tanto como tú, chico deportista ¿Te tomaste tu batido de huevos crudos en la mañana o le metiste esos polvos hormonales a tu leche chocolatada? –preguntó ella, con burla en su voz. El curso soltó una pequeña risa, pero sorpresivamente fue Wolfgang quien se rio con más fuerza, sin sentirse ofendido para nada. Y en realidad, admirando su agilidad mental. Interesante… Wolf… - ¡Basta! –la profesora se interpuso en el campo visual de Gretel y le observó seriamente molesta- Vaya y siéntese. - Si, profesora. –avanzó entre las filas y se posicionó en una del costado, apoyada contra la pared, observó sobre su hombro y notó la mirada de Wolfgang sobre ella. Gretel le sonrió ligeramente y comenzó a sacar sus cuadernos. Su primer día de clases no había estado mal. ¿Su primer mes? Molesto en realidad, paulatinamente se le había ido acercando algunos chicos, atraídos más por el hecho de ser extranjera que por su personalidad, para invitarla a salir. Todos habían salido terriblemente mal librados de la bípeda lengua de la alemana pero lentamente se había vuelto un reto para ellos ¿Acaso eran suicidas los chicos en Hillwood? En ese momento, Billy Craft, el vocalista de una banda que no llegaba más allá de su garaje, la tenía ligeramente acorralada contra un rincón. Ese era el problema de no tener amistad alguna. Las chicas le huían por su antipatía y los chicos la habían clasificado como objeto de casería o de terrible caracter. Como fuera, le dejaba eso con los recesos sin alguien que la librara de acercamientos como el que había hecho Billy y su monólogo de cómo se había flechado de ella. Claro que Gretel consideraba que se había fechado del documento de identificación no estadounidense. Porque si era sincera, por mucha autoestima que tuviese, no era la mujer más atractiva del salón. El chico por fin terminó de hablar y esa fue la señal de perpetuar su reputación como malvada rubia. - Mira Billy… ¿Por qué no vas con tu banda de garaje y escribes una nueva temática de canciones? No se… déjame ser tu musa… -le pidió, apoyando su mano sobre el pecho masculino- Una canción de decepción, de odio, de desilusión, de cómo la chica nueva te piso el corazón, danzó sobre él, lo escupió y luego lo prendió con gasolina para dárselo de comer a tu perro ¿Qué dices?–el chico le observó con sorpresa pero no se movió- ¡Piérdete, Billy! –tuvo que ser más directa, el chico dio un ligero brinco en su lugar y salió casi corriendo en dirección contraria. La alemana giró los ojos y siguió su camino hacia el coliseo, buscando el pequeño muro donde se sentaba a pasar el rato, sacó su celular para escribirle a Helga cuando repentinamente algo golpeó su espalda con fuerza. Sin pensarlo su cuerpo se dejó caer hacia el suelo, acuclillándose y al sentir la presencia de alguien a sus espaldas le lanzó una patada trasera con todo deseo de hacer literal eso de ojo por ojo. La voz de un chico conteniendo un grito a la par del golpe sordo de su cuerpo al caer al suelo le indicó que podía girarse, mientras se levantaba. Le sorprendió encontrar a Wolfgang en el suelo y un balón de fútbol americano cerca de ambos. - Oh… -susurró, así que fue el balón lo que la golpeó… - Si… “Oh…” –comentó el chico, rascándose la cabeza, adolorido- ¿Rompiste el corazón de otro? –preguntó, mordaz, sentándose. Solo Wolfgang encontraba divertida la manera en que estaba volviéndose la villana de su salón. Maldita sea, le gustaba cuando sonreía de costado y mostraba su canino roto. Le daba ganas de… - Estoy rompiendo el record. –se arrodilló entre las piernas de él y sonrió de costado- ¿Y cuándo podré romper el tuyo? –preguntó, en un ligero ronroneo. - ¿Insinúas que me gustas? Que soberbia, niña mimada. –respondió él, entrecerrando los ojos. Así era siempre, solo peleaban mordazmente, un par de conversaciones casuales después y nada más. Bueno, si Gretel era realista, en los trabajos en grupo, cuando ella quedaba sola, él la apuntaba como miembro y le designaba una tarea que implicara no relacionarse con nadie. Bien… si era extremadamente realista, el rubio la tenía con la piel erizada y la mente trabajando a mil por hora para encontrar razones para estar tan cerca que pudiese oler la colonia que usaba. - No… -respondió ella, rodando los ojos, extendió su dedo índice y rascó el mentón del chico. Gretel usaba esa táctica siempre, clavar su uña sobre la sensible piel masculina y buscar crear tal presión que el sujeto mostrara dolor. Le gustaba confundir a los hombres, más aun, le gustaba demostrarles que estaban en un callejón sin salida con ella. Pero Wolfgang era de acero, no alejaba su mirada, no se intimidaba ni mostraba dolor como los otros- Te estoy insinuando que tú me gustas a mí, grandote. –le explicó, levantándose. Gretel disfrutó por unos segundos la sorprendida cara de Wolfgang. Él nunca se molestaba por sus peligrosos juegos y no se tomaba en serio sus discusiones por muy apasionadas que fuesen. El chico era fuerte, tenía suficiente resistencia para soportarla y estaba para comérselo. Le encantaba sus fornidos brazos y la forma en que la camiseta se le pegaba a su ancha espalda. Y ese maldito canino le estaba tentando demasiado. Un día simplemente pasaría su lengua por ahí, sin perdón ni permiso. Así que era mejor que Wolfgang se fuese enterando de la verdad. La chica sonrió de costado y se retiró hacia su lugar favorito, era mejor dejar que esa idea echara raíces en Wolfgang antes de volver a atacar. Aunque se estaba impacientando. Los depredadores solo se juntaban con depredadores. Y los alfas con alfas. Pre-Prólogo: Esperanza de la humanidad Gretel sonrió al sentarse descuidadamente en su nuevo puesto. Economía II, su nueva clase, era un reto para ella. También había logrado avanzar en matemáticas, lo cual indicaba que estaba haciendo algo bien en su vida desde que llegó a Hillwood. Lanzó una mirada a su alrededor y notó que estaban hablando de ella algunas personas. Al parecer la referencia de malvada rubia había llegado relativamente lejos. Pero era algo sin importancia. La chica sacó su cuaderno y se preparó para la clase, cuando sintió alguien tapándole la luz artificial que provenía del techo. La alemana levantó la mirada y se encontró con un chico muy alto mirándola, tenía el cabello pelirrojo, ligeramente oscuro y grandes ojos grises, espectrales. A simple vista lucía intimidante, su gran porte y fría mirada parecían traspasar a las personas. Claro que ella no se intimidaba con ese tipo de cosas, su padre tenía una mirada similar y si bien decían que los ojos grises eran los más fríos e inexpresivos, ella siempre notaba matices en los ojos de plata. Pero toda la apariencia tosca que le otorgaba sus anchos hombros y fuerte postura desaparecía al mirar su rostro. El joven le sonreía tenuemente, tenía pecas ligeras sobre sus pómulos y nariz, tenía una boca amplia que lo hacía ver como un niño al sonreír con tanto ímpeto que Gretel sospechó que debía dolerle las mejillas. Él se sentó atrás de ella, tocándole el hombro para llamar su atención. - Me llamo Will. –se presentó, extendiendo su mano a ella. Gretel observó el gesto y reparó en los largos dedos del chico y en el pequeño callo que tenía en el doblez de su pulgar derecho. Él tenía los dedos ligeramente ásperos, lo que significaba que le pertenecían a alguien que gustaba de trabajar con sus manos y era bueno en ello. La chica notó que algunas compañeras se acercaban al entrar y desviaban sus rutas para saludar al pelirrojo, quien les devolvía el gesto amablemente pero mantenía sus ojos sobre la alemana. - Hey… no me dejes colgado con la mano así. Ella parpadeó un par de veces y volvió su atención escrupulosa a la mano del chico, sin intención de ocultar la obviedad de su gesto pero sin tocarlo. El dorso de su mano tenía pecas muy claras, exceptuando tres cerca del pliegue entre su índice y pulgar. Aquellas eran mucho más oscuras y formaban un perfecto y pequeño triángulo. En ese momento ella supo que si le estrechaba la mano, la suya se perdería por completo ahí. - Gretel y tú… debes ser un deportista. –susurró, con su atención fija en la mano del chico y luego levantó la mirada- ¿Por qué me hablas? - Lo siento ¿No debería? –preguntó, abriendo los ojos con sorpresa mientras retiraba su mano al ver que no conseguiría ni un estrechón de manos de la nueva. En un lugar como Hillwood ocurría una vez cada década que llegase una estudiante nueva. Así que si, a pesar de no ser del mismo año, Gretel era la nueva. La alemana contuvo las ganas de olisquear el ambiente ¿Era un santurrón? ¿Un popular y aburrido santurrón? Ya estaba cansada de estar rodeada de presas inofensivas. Tal vez por eso disfrutaba tanto la compañía de Wolfgang. - Mira, si pretendes intentar algo conmigo para lograr llegar a mi cama, te aviso desde ya que no estoy interesada. –soltó. Esa era su trampa de santurrones y aburridos, si el chico se sonrojaba, tartamudeaba o temblaba de alguna manera, su prueba daría positivo y lograría mandarlo a volar muy lejos. Pero Will solo soltó una carcajada y Gretel se percató de la manera en como no solo se reía con su rostro sino que todo su cuerpo se relajaba, su pecho se sacudía entre carcajada y carcajada y lanzaba su rostro hacia atrás. - No aspiro tan alto, descuida. –le explicó, inclinándose en dirección de la chica, bajando la voz- Pensaba que podíamos ser amigos. –se encogió de hombros, analizando las facciones de la chica. - ¿Amigos? –la alemana enmarcó una ceja y observó a su alrededor- ¿Estamos en el pre-escolar? Mira, chico, te ves agradable pero estoy segura que no quieres estar con alguien como yo. - Todo lo contrario, en realidad quiero pasar el tiempo contigo. Tú eres la única persona interesante que he conocido en todos estos años. Eres auténtica, estoy seguro que podemos ser amigos. –le aseguró, sin un gramo de cinismo o sarcasmo en su voz. Gretel le observó con sorpresa pero el profesor ingresó al aula- Solo piénsalo, al final de clases tengo prácticas de béisbol, pero podemos vernos después o puedes quedarte y esperarme. –le susurró al oído, mientras ella sonreía ligeramente al sentir escalofríos por el aliento cálido, con la vista hacia el frentePiénsalo. - Will… tenemos una cita. –aceptó, mirándolo sobre el hombro, con una sincera sonrisa. Will, deportista, beisbolista, fornido, de mirada espectral, sonrisa infantil y temerario. ¿Amigo? Curioso, muy curioso. No perdería nada en intentarlo. Capítulo IX: Bienvenidas Le sorprendió que el enfermero fuese tan fuerte. Aunque tenía que admitir que por la altura y su afición a los deportes, era casi concluyente que no fuese un escuálido. Ni siquiera visualmente lucía como tal. Pero Gretel estaba tan acostumbrada a tener el control sobre él que le resultó casi hilarante el descubrir que a cierto punto del recorrido hacia los baños, lo tenía que estar jalando con las dos manos, dándole la espalda a su trayectoria y plantando sus pies, uno a uno en el suelo, logrando avanzar lentamente. Muy lentamente. ¡Era una mula! ¡El enfermero era una mula! - ¡Muévete! –ordenó, analizando la posibilidad de noquearlo y arrastrarlo el resto del camino. - No entiendo tu propósito de llevarme al baño ¡Y de mujeres! –exigió él. Pero cuando llegaron a la pequeña construcción donde estaban puestos los cambiadores fuera del coliseo, el chico tuvo que admitir que por lo menos la alemana tuvo la decencia de no hacerlo pasar mayor vergüenza en un lugar lleno de personas. La alemana levantó la mirada y sonrió de costado, de manera muy enigmática, se detuvo repentinamente, a pesar de la cercanía a su objetivo. - Necesito hablar contigo en privado. Helga esta noqueada temporalmente –le recordó, haber logrado ese beso hacia su prima había sido parte de su frío plan… sabía que Helga tardaría mucho en reiniciarse y nunca sospecharía que lo ocurrido había sido una trampa para poder hablar con el enfermero a solas- Así que… -lo tomó de la muñeca y jaló con fuerza hasta que lo metió dentro del baño, lo siguió y cerró la puerta con seguro a sus espaldas. - ¡Gretel! –exigió el chico, comenzó a dar instintivos pasos hacia atrás y se apoyó contra los lavamanos, aferrándose a los mismos. La chica simplemente lo miró, con la misma pasividad que lo haría una leona que ya ha descansado de una buena casería y sonrió de costado, mirando la ropa que su prima había escogido para ella y guardado en un bolso. - ¿Sabes por qué terminé con Wolfgang? –preguntó ella metiéndose en uno de los cubículos y cerrando la puerta. Gretel se resignó absolutamente a la tendencia de contarle ese tipo de cosas al santurrón de su cuñado. Arnold se relajó visiblemente y observó el piso, intentando concentrarse en la conversación y no en cuantas normas del reglamento estudiantil estaba rompiendo en ese preciso momento. - No… supongo que él se comportó como un completo idiota en algún momento. – le escuchó reírse desde el cubículo y vio como de debajo de la puerta salían disparadas las sandalias que había estado usando. - No. Él era un buen novio. Me seguía bien el ritmo, no era delicado con sus emociones pero las tenía y sabía cuándo expresarlas. Tal vez no fuese bueno con las palabras, pero había algo en su mirada que me hacía entender qué estaba sintiendo en cada momento. –recordó- Siempre tuvo sus detalles y nunca se molestó por mi apretado itinerario. Le tenía celos a Will pero lo respetaba y nunca pensó mal de nuestra amistad. No se sintió menos cuando vio mi posición económica y le gustaba competir conmigo para mantener interesante la relación. Él me amó, aunque de eso ahora solo quede resentimiento y deseo. Los cuales son mala combinación. –por un momento su voz se ahogó atrás de la tela y Arnold supo que se estaba quitando el vestido- Yo terminé con él por mi propia inseguridad personal. Él no hizo nada malo. Al parecer, a Wolfgang le gustó Helga por años. – Arnold casi perdió el equilibrio cuando escuchó eso y no se percató hasta que el vestido cayó sobre su cabeza, nublándole la vista- ¿Me oíste? A Wolfgang… - Si te oí. –cortó él, con exceso de seriedad en sus palabras, se retiró el vestido de encima y lo dobló apresuradamente- ¿Te lo dijo acaso? - No… sus amigos, estaban ebrios y no sabían lo que decían. Creo que ni Wolfgang pudo darse cuenta. La razón por la que yo le gustaba, la razón por la que hubo química desde el inicio fue porque le recordaba a Helga. Yo sentí que me vio como un excelente reemplazo, un premio de consuelo. -la chica soltó una carcajada algo amarga- Me dolió el orgullo y se rompieron muchas cosas en mí. Yo se, conscientemente, que sin importar que al inicio yo le recordase a Helga, al final él terminó enamorándose de mí y me amo solo a mí. No soy estúpida. Pero mi orgullo no me permitió continuar con esa relación. Nunca podré perdonarle aunque no hizo nada malo. Las bases de nuestra relación eran falsas y sentía que en cualquier momento él se decepcionaría de qué no fuese Helga. –la chica abrió el cubículo y salió con su acostumbrado atuendo ajustado y temerario- Yo terminé con él y se muy bien que Wolfgang la pasó terrible por nuestra ruptura. Yo también lo pasé mal. Pero eso no cambia el pasado. Ahora lo miro y siento rabia. Cuando mato un sentimiento, este no puede revivir. Por mucho que conscientemente sepa que nunca fue su culpa. –tomó el vestido y las sandalias - ¿Sabes por qué te digo esto? –preguntó, observándole con seriedad. Pero en ese momento Arnold solo podía ver una delicada joven, más pequeña que él, mucho más suave y que temblaba por alguna emoción del pasado aunque ella misma no se diese cuenta. En ese momento su ropa ajustada parecía más un disfraz y su actitud una actuación que ocultaba a una niña necesitada de reconocimiento y afecto. - Porque si cometes un error así, si golpeas el orgullo de Helga… tal vez ocurra lo mismo. Y no importará cuanto ella te ame, su orgullo puede hacerle cometer decisiones que no sabrás solucionarlas. –Gretel guardó la ropa prestada en su maleta y sacó un libro encuadernado color rojo y se lo extendió- Pero me agradas, enfermero. La haces feliz, la has cuidado bien y has sido valiente para mantenerte entre nosotras. Así que has logrado agradarme. Aun no eres oficialmente parte de la manada, pero vas por buen camino. Por eso, creo que es hora de darte esto. El chico tomó el libro entre sus manos, de un considerable peso y lo abrió, descubriendo una perfilada letra a mano que marcaba el título antes de una larga corriente de palabras que saludaba al lector del libro con cordialidad. - ¿Qué es…? - Algunos lo llaman el Libro Rojo, otros el Cuaderno Rojo. –explicó ella, avanzando a los espejos y comenzando a peinarse, sin observar al chico- Me gusta pensar que es un libro que se dedica a filosofar sobre la verdadera vida, pero la mayoría lo considera un manual. –la chica regresó la mirada a él y sonrió de forma felina- Es un libro que te explica cómo tratar y amar al cuerpo femenino. Es un libro que te puede guiar en el peligroso recorrido de conquistar el cuerpo de una mujer, porque su mente puede llegar a ser más fácil. Pero un pobre amante, a veces es la razón de que grandes amores terminen. –puntualizó. Arnold tenía la boca abierta, sorprendido y miró el libro como si le quemara las manos. Gretel sonrió de costado y se puso su cintillo. - Lo escribí yo ¡Pero! –cortó, notando como el chico parecía estar a punto de soltar el encuadernado- No es información personal, si es lo que temes. Solo es información obtenida después de preguntas íntimas, grandes debates y análisis sobre situaciones. Es un libro que indica, a hombres y mujeres, como tratar el cuerpo femenino. –la chica rodó los ojos pero notó que su cuñado estaba silencioso. Y si bien era un chico de pocas palabras, él estaba completamente anonadado y no parecía replicar por el curioso regalo- Te lo estoy prestando. –advirtió preparándose para irse. - ¿Gretel? –la chica detuvo su camino a la salida, resignada a tener que esperar que el rubio reaccionara- Gracias. La alemana se sorprendió al descubrir una enorme sonrisa que cubría casi por entero su rostro, en la manera en que cerraba sus ojos y su nariz se arrugaba ligeramente. La sonrisa de un niño, pensó ella, lleno de esperanzas e inocencia. - No lo arruines, enfermero. -susurró, con un gesto más amigable en sus facciones y sin burlarse del descubrimiento. ¡Saludos Manada! Una enorme recopilación de escenas del pasado. Realmente hay especial atención a Gretel dado que me lo habían pedido. Pero también quería señalar la unión que se fue creando entre las dos rubias. Una aclaración pequeña que no podía hacer en la historia o mejor dicho: No sabía cómo. El rostro de Irina, la forma del mismo, es como el de Stella, ese tipo de ovalado. Pregunta: ¿Les gustaría algo parecido del pasado de Will? Muchísimas gracias por su apoyo. Regla de la Manada: Todo exceso es malo. Y aun las delicias más grandes y los momentos más gratos, pueden perder su esencia si nos dedicamos solo a disfrutar. Un lobo, aun en buena temporada, practica su caza y estudia el terreno, preparándose para el mal tiempo. ¡Nos leemos! Nocturna4
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