bach.text.29012014.00618

El CERN para la ciencia y la ciencia para todos
El CERN, la Organización Europea para la Investigación Nuclear, el mayor centro de
investigación de Europa. Fundado en 1954, ya ha cambiado el mundo (recordemos que allí
nació en 1989 la “World Wide Web”) y la concepción que tenemos del mundo (imposible
omitir la reciente confirmación experimental del Bosón de Higgs). Si su relevancia es tal que
ya ha beneficiado a la sociedad en su conjunto, al ciudadano de a pie y al estudiante curioso,
¿qué no supondrá en el círculo científico internacional? La mitad de los físicos de partículas del
mundo acuden allí para realizar sus investigaciones. El dato habla por sí solo.
Aceleradores de partículas, temperaturas que se acercan al cero absoluto, la vanguardia de la
tecnología y las mejores mentes del mundo en estrecha colaboración buscan allí respuestas
que todos nos hemos planteado, al menos, una vez: preguntas inherentes al ser humano. Sin
embargo, aunque la búsqueda de respuestas se aborda en el CERN desde el ámbito científico
con extraordinarios resultados, me atrevo a afirmar que en última instancia el CERN trasciende
lo académico.
El CERN es cooperación. En tiempos de Newton, un hombre instruido podía abarcar gran parte
del conocimiento de su época. Hoy en día esto es inconcebible: la especialización ha unido a la
comunidad científica con una interdependencia que debemos calificar de exitosa.
El CERN es responsabilidad. Se preocupa por formar a jóvenes científicos y por la divulgación.
El CERN es compromiso. El trabajo de investigación que se realiza allí no es para una empresa o
para un gobierno. El conocimiento científico siempre ha sido impersonal y esperemos que así
continúe, accesible a todos aquellos que puedan y quieran entenderlo.
El CERN es humanismo en su mejor connotación. Cultiva una idiosincrasia leal a la concepción
que tenemos del ser humano y que cualquier niño representa: alberga curiosidad, afán de
superación, tenacidad, ilusión ante nuevos proyectos, valentía para mirar más allá y búsqueda
de otras maneras de mirar cuando no vemos. Recordemos que dicha idiosincrasia es la que,
como un mecanismo oculto, poderoso e invisible, ha impulsado al hombre desde siempre y
permite que hoy conozcamos más respuestas y podamos plantearnos más preguntas. Fue
Einstein, padre de la cosmología científica, quien dijo “existe una fuerza motriz más poderosa
que el vapor, la electricidad y la energía atómica: la voluntad”. Por mi parte, no puedo
concebir un combustible más adecuado que las preguntas. De manera que…
¿Qué me inspira el CERN? Me inspira confianza en lo que somos. Respeto por lo que somos
capaces de hacer. Lealtad hacia la concepción que tenemos de nosotros mismos. Un espíritu
crítico con el que examinar el mundo. El tipo de inconformismo que no coarta la felicidad sino
que impulsa a buscarla. Perseverancia para afrontar los desafíos. Una actitud activa.
¿Para qué me inspira? Me inspira para invertir mi tiempo en el esfuerzo de pensar. Me inspira
para buscar el conocimiento, aplicarlo, comunicarlo y compartirlo. Para mantener la mente
abierta a nuevas posibilidades. Me inspira para plantearme lo obvio, para analizar
detenidamente los detalles. Me inspira para avanzar con coherencia, para investigar,
contribuir y aportar. Para defender que la capacidad de plantearnos preguntas es tan
necesaria como la capacidad de dar con sus respuestas. Me inspira, pues, para preguntar. Para
contemplar las respuestas que, por inesperadas, no dejan de ser válidas.
Por ello concluiré diciendo que el CERN, sencillamente, me inspira.