~Cuaderno crítico~ 62 ~~ ~Cuaderno crítico~ Magical Girl El cine de Carlos Vermut tiene algo de niño introvertido que focaliza los detalles domésticos con repelús -un aumento de escala o de poder perceptivo como si amplificara un crujir o chasquido, un resto en la comisura del labio-, y podría desconcertar si se toma Magical Girl por una película que se ha dado un golpe en la cabeza y se ha quedado en un posterior estado de nublada conmoción: sílabas espaciadas, frases de final cortante Sofilm como el diagnóstico de una enfermedad, respuestas imprevisibles, miradas ingenuas o tal vez recónditas… Carlos Vermut posee con claridad eso que suele llamarse una voz o un lenguaje personal, y, si bien esta vez ha limado y profesionalizado (mediante sus actores) sus diálogos atónitos, no por ello pierde aspereza visual. Gente que siempre parece extraña cuando está junta, o extraña ante sí misma, los tres personajes principales –Luis (Luis Berdejo), Bárbara (Bárbara Lennie) y Damián ( José Sacristán)– parecen el simulacro hastiado de la imagen que un día acaso fueron, como si sólo les quedara un andar por inercia, mecánico y terminal que «da mucha pena» y un vestuario usado en otros proyectos o en otras épocas sentimentales de la vida, como quien se pone la chaqueta de un muerto. Tampoco están mucho más vivos el resto, o por lo menos no lo está el psiquiatra casado con Bárbara, con su ropa todavía inadecuada de tipo recién salido del vestidor de una tienda: enfriamiento extremo del clásico doctor impotente ante la belleza fatal de su criatura y la limitación de su saber. Vermut no los mira por encima del hombro, y la emoción nace de esta desesperación contagiosa y autodestructiva por quemar la última moneda en vez de guardarla. La extrañeza surge de la simple observación del mundo, que no es captado aquí desde un ángulo inadvertido ni ingenioso, sino desde la depuración escenográfica, la caligrafía meticulosa y la concentración: esta estética es propia del fondo semivaciado o monocromo de muchos cómics, con un color lechoso o envasado en una botella de Tetra Brik en que se traza un fragmento de objeto en penumbra o desenfocado y que, sin embargo, expresa el mobiliario y la habitación entera. Muebles, por lo demás, que nadie parece haber utilizado, a modo de piso de muestra (el rico) o de tienda con sillas de saldo de antiguo catálogo (el pobre). Uno de los valores de Vermut: pese a multiplicar el presupuesto de su primera película, no ha ampliado el Octubre 2014 © AVALON DISTRIBUCION AUDIOVISUAL Con su primera película, Diamond Flash, ya se veía venir: Carlos Vermut es, posiblemente, el mayor talento aparecido en el cine español en décadas. Magical Girl es una propuesta más accesible, pero también más perfeccionada, de su voz única. Más vale no dar detalles sobre su argumento, pues los cambios de naturaleza son las sorpresas más agradables del trabajo de Vermut. Pero, ¿cómo se crea ese placer extraño, esa sensación de estar ante algo insólito en su cine? Analizamos. © AVALON DISTRIBUCION AUDIOVISUAL De Carlos Vermut, con Luis Bermejo, Lucía Pollán, Bárbara Lennie y José Sacristán. Estreno el 17 de octubre encuadre ni llenado el decorado, a diferencia del que se cambia de piso y barrio para aparentar: las únicas muestras de riqueza son una gran y vacía estancia con mosaicos de elevadas puertas en plano general y un trozo de piscina bajo un día grisáceo. Con lo poco que necesita, sigue obsesivamente llamando la atención sobre lo más pequeño. Toda una vida puede mostrarse en la forma de engullir una tira de lechuga iceberg que sobresale de una hamburguesa: esta capacidad de asombrarse, intensificar, fijar obsesivamente, está fuera de cálculo. Carlos Vermut plantea las escenas como bloques de espacio recortado a modo de viñetas, casi siempre sin recurrir al plano/ contraplano. Entre esos planos o bloques están los espacios sin imagen en los que se activa la ficción y lo imaginario, el umbral y el oscuro objeto del deseo. Por fin un cineasta reciente que muestra que el cine es mucho mejor cuando toma préstamos bastardos de otro arte o medio para pensarse que cuando hace votos cinéfilos (o festivaleros) de castidad. Hay que admitir que no todo es tan fresco y espontáneo: Al poco de empezar la película, el espectador se percata de que esos espacios recortados, así como la estructura de reflejos e inversiones, obedece a una trama de puzzle incompleto. Pero cuando la idea ya está hilvanada, sin ser explícita, Vermut filma a Damián en el salón de su casa ante un puzzle al que le falta una pieza, y ahí queda claro que la película encabezará los rankings de la crítica (por si Octubre 2014 63 acaso, no faltarán espejos agrietados). El virtuoso puzzle tiene un inmenso espacio central vacío de figuras, pero está claro que Damián sólo se sentó delante suyo para rodar el plano, y que su personaje jamás tuvo necesidad de desconsolarse ante él, salvo cuando el director tiró de sus cuerdas. En otro breve instante, Luis Berdejo se lleva las manos a la cabeza ante el elevado precio del vestido de Magical Girl. Bastante después, en un plano más corto, repite el gesto ante el precio de la varita. Es una muestra anecdótica de la necesidad de Vermut por hacer que todo encaje como un guante, y del modo en que crea forzamientos y junturas de librería Ikea en su materia. Sin embargo, hay muchísimas ideas inesperadas, brillantes y repentinas, de una inspiración alegre y fácil: por ejemplo, nada más empezar la película, la niña Bárbara le dice al profesor Damián algo así como «el cara-cerdo me da mucha pena», y uno, de repente, se da cuenta, por el ángulo perfilado del personaje, que justo habría dicho eso un instante antes, pero que la película ha ido mucho más rápido para verlo y pronunciarlo y que, hasta entonces, él nunca se había fijado en Sacristán así. La imagen se queda dentro de Damián para los restos. Y luego, está la maquinación con que la película gradúa la visión de los personajes entre sentimientos contradictorios y con sentidos ambiguos, haciendo de Luis, por ejemplo, un miserable en todas las acepciones, según el momento o la forma en que se le vea. Todos estos vaivenes son acompañados por una desprejuiciada selección de hilo musical de ascensor. La inquietante perspectiva de sobrino bizarro que observa estático en un rincón la estampa familiar entre inadvertido y amenazante – algo en su ceño o en sus ojos presagia sofisticados planes de aniquilación– proyecta el espacio mental que configura la película y su suspense: las disquisiciones morales que alguien hace cuando abstrae las acciones de las leyes sociales y les da la vuelta, sin fin y lúdicamente, en su conciencia privada. Magical Girl mantiene la tensión en cada escena por nimia que ésta sea, porque sus personajes encajados en las opresivas viñetas siempre están pensando o no saben qué pensar. Es un registro arduo, en el que Bárbara Lennie trabaja con el empeño y entrega del que sale a escena habiendo memorizado la lección ante el espejo pero sin control sobre su imagen vista por otro: ese dejarse hacer, con confianza, coraje e inseguridad, es muy infrecuente y particularmente emotivo en la composición de su «demonio». Vermut, que superpone varias capas en la película, incluye entre ellas la crítica reflexiva a propósito del conflicto entre razón e instinto en la tauromaquia. Su muy talentoso cine moral produce una fricción entre el espacio mental trazado puntillosa y ensimismadamente y los misterios de la conducta humana, que suspenden la idea que se había formulado: una mirada que no encuentra respuesta. Gonzalo de Lucas Sofilm
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