intermezzo TEATRO REAL / TEMPORADA 2014 - 2015 / número 30 14 15 5&"5303&"- 5&.103"%" i-BSBJ[GVFSUFIBDFFM¸SCPMT§MJEPw INTERMEZZO es una publicación de la Asociación de Amigos de la Ópera de Madrid Editor: Alfredo Flórez Coordinación editorial: Julio Cano Redacción: Fernando Fraga, José Luis Téllez, Luis Suñén, Blas Matamoro, Laia Falcón, Santiago Salaverri, Rafael Banús y Andrés Ruiz Tarazona, Arturo Reverter y Juan Lucas. Diseño, maquetación e imágenes: Equipo Kapta La Asociación de Amigos de la Ópera de Madrid, no necesariamente comparte el contenido de los artículos publicados en esta revista, ya que son responsabilidad exclusiva de sus autores. Información: [email protected] Editor: [email protected] Depósito Legal: M-26359-2005 © de los artículos: los autores 1SFTFOUBDJ§O Este número de Intermezzo, continuando lo que ya es costumbre en estas fechas, tiene como finalidad básica ofrecer a sus lectores una perspectiva general de la temporada que en el próximo septiembre dará comienzo en nuestro Teatro Real (obviamente, empleo el posesivo “nuestro” en una acepción puramente emocional y afectiva; bien sabemos que, por fortuna, se trata de un bien público, que no posee propietarios “físicos”, si se me permite la expresión, aunque sí administradores). Al hilo de este objetivo, teniendo en cuenta que se trata de una publicación de la Asociación de Amigos de la Ópera de Madrid, y cumpliendo con el amable encargo que los editores me formulan, trataré de aprovechar la ocasión para realizar algunas reflexiones sobre nuestra Asociación (aquí si utilizo deliberadamente el posesivo, pues no a ninguno en particular pero sí a todos en general pertenece), reflexiones que referiré a su presente y, sobre todo, a su futuro (claro que sin olvidar el pasado). General anual, en la que unánimemente nuestros socios han ratificado las actuaciones llevadas a cabo por la Junta Directiva, así como los proyectos presentados por ésta. Ha quedado así delineado el escenario en que van a desenvolverse las actividades de la Asociación desde ahora, en el presente, desde luego, pero mirando al futuro. El pasado no queda atrás; simplemente, se halla incorporado a nuestra razón de ser y explica con claridad el papel que desempeñamos. Hace algo más de cincuenta años Viene ello a cuento porque hace algunas semanas hemos celebrado nuestra Asamblea nació la AAOM. Sin ella resulta difícil entender la vuelta a escena de la ópera en Madrid; nadie más que ella ha pugnado por la reapertura del Teatro Real (por eso suelo repetir que “nadie más amigo del Real que nosotros”). Mas, siendo todo esto cierto (no sé si bien conocido por todos los que algo tienen que decir sobre la ópera y su público en nuestra ciudad; desde luego, valorado- ¿o minusvalorado?- como a cual parece oportuno), no debemos quedarnos en ello; un pasado positivo puede dar origen a un futuro inexistente. Por eso la pregunta que formulamos a nuestros socios en la citada Asamblea General: ¿creen Vds. que debe continuar existiendo la Asociación o, por el contrario, ha de estimarse que ha cumplido sus fines fundacionales y debería desaparecer?. Naturalmente, expusimos nuestras ideas sobre lo que, cumplido con amplio y generoso reconocimiento de muchos –no de todos, desde luego- nuestro quincuagésimo aniversario, justificaría la continuidad, actualizada para los nuevos tiempos sin merma de fidelidad a los antiguos. responsabilidad nos ha hecho ya adquirir notable experiencia en este capítulo). Es decir, para apoyar a la Ópera, en general, y a las instituciones que específicamente de ella se encargan, en particular, en Madrid; pero desde la independencia, no a través de la subordinación. 2. Para ayudar a proyectos culturales y artísticos con los medios de que dispongamos: programas educativos, becas para la formación de jóvenes cantantes, difusión de la ópera… Es decir, para acciones concretas, alejadas de pretensiones –por legítimas que puedan ser- cuya “última ratio” no sea la del fomento del arte lírico al servicio de los intereses generales del público que como propio lo siente. 3. Para organizar actividades –siempre dentro de nuestras posibilidades- que nuestros socios apetecen y demandan; sirva como ejemplo la Gala del L Aniversario, celebrada a finales del pasado noviembre en el Teatro de la Zarzuela. Manejamos ya proyectos específicos que, confío, podrán ver la luz dentro del segundo semestre del año en curso o, a más tardar, en los inicios del próximo año. Es decir, para proporcionar representaciones –en el formato de “gala”- que siempre apetecemos volver a disfrutar quienes compartimos la afición por la Lírica, sin condicionarnos por criterios –sin duda respetables- de oportunidad. 4. Para continuar realizando publicaciones como ésta, prueba evidente de nuestro propósito de servir al interés de la Ópera. Y la respuesta fue cálida y contundente. Sigamos, se nos dijo. ¿Para qué? Expresándolo de manera muy sucinta –es conveniente que el espacio de este número se destine a su fin fundamental, hablar de la próxima temporada-, al menos para lo que sigue: 1. Para que siga existiendo una entidad independiente, capaz de elogiar cuando proceda (sin necesidad de orientaciones interesadas), criticar cuando parezca necesario hacerlo (pocas veces hemos hecho uso de este principio lógico) y guardar silencio cuando sea necesario (espero que se recuerde que nuestro sentido de la Es decir, para seguir manifestando opiniones expertas de quienes sólo buscan el rigor y la excelencia, sin dejarnos influir por motivos coyunturales. No es ésta una relación exhaustiva de actividades; constituye un pequeño “muestrario” de lo que tratamos de hacer (mejor diría “seguir haciendo”). De todo, lo que se haga, lo que se proyecte, lo tradicional, lo nuevo, seguiremos dando cumplida cuenta. Transmitiremos lo que sepamos, escucharemos lo que nos manifiesten (sobre todo lo que nuestros socios nos manifiesten), propondremos lo que creamos pueda interesar a los miembros de nuestra Asociación. Es decir, seguiremos haciendo lo que durante cincuenta años hicieron quienes nos precedieron, renovando métodos, teniendo presente la evolución de la sociedad, siendo fieles a una concepción del arte –en este caso de la Ópera- que sea capaz de asumir la realidad coetánea sin reescribir las obras. Como pueden ver Vds., ánimo no nos falta. Si alguna duda hubiésemos tenido, Vds., nuestros socios, nos la despejaron en la última Asamblea. Gracias por su aliento, pero, sobre todo, gracias por su apoyo a las actividades de la Asociación, que permiten a ésta coadyuvar al desarrollo de la Lírica en nuestro ámbito natural. Manuel López Cachero Presidente de la Asociación de Amigos de la Ópera de Madrid JOUFSNF[[P QSFTFOUBDJ§O.BOVFM-§QF[$BDIFSP MFOP[[FEJmHBSP "SHVNFOUP'FSOBOEP'SBHB -BTCPEBTEF'HBSP-PCVGPTVCMJNBEP "SUVSP3FWFSUFS MBmMMFEVS±HJNFOU "SHVNFOUP'FSOBOEP'SBHB -BmMMFEVSFHJNFOU4BOUJBHP4BMBWFSSJ EFBUIJOWFOJDF "SHVNFOUP'FSOBOEP'SBHB &MBVUPSFUSBUPmOBMEF#SJUUFO+VBO-VDBT SPN±PFUKVMJFUUF "SHVNFOUP'FSOBOEP'SBHB $JUBEFBNBOUFTFOFMTFQVMDSPGBNJMJBS#MBT.BUBNPSP IµOTFMVOEHSFUFM "SHVNFOUP'FSOBOEP'SBHB 6OQFSWFSTPDVFOUPJOGBOUJM3BGBFM#BO¡T*SVTUB WFSBOP O¡NFSP FMQ¡CMJDP MBUSBWJBUB "SHVNFOUP'FSOBOEP'SBHB 4JFNQSFIPZMBUSBWJBUB-BJB'BMD§O mEFMJP "SHVNFOUP3BGBFM#BO¡T 'JEFMJPPMB§QFSBDPNPQSPCMFNB+PT±-VJT5±MMF[ HPZFTDBT "SHVNFOUP'FSOBOEP'SBHB (PZFTDBTVOBFWPDBDJ§O"OES±T3VJ[5BSB[POB HJBOOJTDIJDDIJ "SHVNFOUP'FSOBOEP'SBHB +VTUJDJBQP±UJDB-VJT4V©±O MBDJVEBEEFMBTNFOUJSBT QUE PASA CON LA OPERA EN MADRID? Hazte socio... y ven con nosotros a difundir, disfrutar Y amar la OPEra Nuestra AsociacIOn: Edita la revista Intermezzo y la guía más completa para seguir la temporada de ópera en Madrid Ofrece un servicio de biblioteca y fonoteca con más de 5000 referencias Concede las Becas Amigos de la Ópera para Jóvenes Cantantes Promueve un programa escolar de acercamiento a la ópera Organiza un Ciclo de Jóvenes Cantantes Organiza conferencias y coloquios Organiza galas y conciertos líricos... ... y ofrece un exclusivo servicio a nuestros socios de intercambio, compra y venta de entradas para la temporada de ópera Amigos de la Ópera es una asociación cultural sin ánimo de lucro cuyo objetivo es la promoción y difusión de la ópera en Madrid &%."(#&'(('%$% $%(*( #!%'(&'0) ($(&3.$"'()%"#*$% # ) %') 6%($#0(&2((*)'% %$) $$)((&')$%$)%%(""%("# (#%$6$/ $%$%'(,,,$%'( $%' $)'$ %$"$%'%# '( "5*"' 5 "5*%'5""+%'5)" 5''*%(51- %5'45%"%$ 5%')*"5&4" %# $ $ $%"*"'" #!! #!# "#) ! ( &&& $#! $#! # ! )% ! $(%! 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" (" -FOP[[FEJ'JHBSP 8PMGHBOH"NBEFVT.P[BSUo $0130%6$$*Ä/%&-5&"5303&"--""40$*"$*Ä/#*-#"Ê/"%&".*(04%&-"Ä1&3"&-5&"5301Î3&; ("-%Ä4%&-"41"-."4%&(3"/$"/"3*":&-5&"530/"$*0/"-%&Ä1&3":#"--&5%&-*56"/*" Director musical: Ibor Bolton Director de escena: Emilio Sagi Escenógrafo: Daniel Bianco Figurinista: Renata Schussheim Iluminador: Eduardo Bravo Coreógrafa: Nuria Castejón Director del coro: Andrés Máspero El conde de Almaviva: Luca Pisaroni Andrey Bondarenko (18, 22, 26 de septiembre) La condesa de Almaviva: Sofía Soloviy Anett Fritsch (18, 22, 26 de septiembre) Figaro: Andreas Wolf Davide Luciano (18, 22, 26 de septiembre) Susanna: Sylvia Schwartz Eleonora Buratto (18, 22, 26 de septiembre) Cherubino: Elena Tsallagova Lena Belkina (18, 22, 26 de septiembre) Marcellina: Helene Schneiderman Bartolo: Christophoros Stamboglis Don Basilio: José Manuel Zapata Don Curzio: Gerardo López Barbarina: Khatouna Gadelia Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real 15, 17, 18, 19, 21, 22, 23, 25, 26, 27 de septiembre de 2014 20.00 horas; domingos,18.00 horas "SHVNFOUP -BTCPEBTEF'HBSP 'FSOBOEP'SBHB Cinque..dieci…) Fígaro explica a Susana la razón "DUP* de la proximidad a los aposentos de su señora, La acción transcurre en la residencia de los con lo cual podrá acudir de inmediato a atenderla Condes de Almaviva, en Sevilla siglo XVIII. En y lo mismo él. Susana ve es un peligro que se le una habitación a medias de amueblar, Fígaro el barbero ahora criado personal del conde, y Su- escapa a su futuro marido: ésa cercanía facilita un sana, su prometida a punto de celebrar su boda, acceso inmediato a ella del conde (dúo Se acaso buscando el lugar donde situar la cama (dúo: Madama). El conde encaprichado de Susana, quiere recuperar el derecho de pernada al que había renunciado Ahora ya está todo claro para Fígaro (aria: Se vuol ballare…). una estratagema para dar una lección al conde, le citará y en su lugar acudirá Cherubino disfrazado de mujer. Aparece Cherubino (aria: Voi che sapete…). Entran el doctor Bartolo y Marcellina el ama de llaves. Fígaro prometió casarse con ella si no le devuelve una cantidad de dinero prestada. Bartolo le promete su ayuda, para vengarse de Fígaro (aria: La vendetta…). Entra Susana y hay un enfrentamiento entre las mujeres (dúo: Via resti servita…). Sale Marcelina y entra Cherubino, paje del conde, adolescente enamoradizo, su amo la ha sorprendido con Barbarina hija de Antonio el jardinero y quiere despedirle. Cherubino, está enamorado de la condesa da cuenta de sus cuitas a Susana (aria: Non più cosa son….). El conde intenta entrar en la habitación de su esposa, que está cerrada con llave. Esconden a Cherubino. La condesa dice estar con Susana, y el conde pide que salga del cerrado guardarropa. Salen el conde y la condesa, cerrando con llave la estancia. Cherubino se arroja por la ventana (dúo: Aprite, presto….). Regresan los condes y ante la sorpresa de él es Susana quien sale del guardarropa. El conde pide perdón a su esposa por haber sospechado de ella. Aparecen Fígaro y Antonio y éste dice al conde que alguien ha saltado por la ventana. Fígaro dice ha sido él. Entran Marcellina, Bartolo y Basilio, ella hacer valer sus derechos matrimoniales sobre Fígaro, terminando el acto. Se acerca el conde y el paje se esconde. El conde continúa con sus galenteos a Susana. Llama a la puerta Don Basilio, maestro de música y el conde se oculta. Basilio quiere convencer a Susana para que acepte las pretensiones del conde. El conde sale de su escondite y Susana finge un desmayo. Almaviva descubre a Cherubino (terceto: Cosa sento!...). Entra un grupo de aldeanos y Fígaro para agradecer al conde la abolición del derecho de pernada (coro: Giovani lieti…). "DUP*** El conde con Susana, que aparentemente accede a tener una cita nocturna con el conde, a cambio de la cual le pide la dote prometida y así liberar a Fígaro de su deuda con Marcellina (dúo: Crudel ¡ perche finora…) .El juez Don Curzio confirma que o Fígaro paga su deuda o deberá casarse con Marcellina. Asombrada Marcellina descubre por una señal grabada en el brazo de Fígaro que es su hijo, producto de una relación con el doctor Bartolo (sexteto: Riconosci in questo amplesso.). Todo se aclara Marcellina y Bartolo se uniran en matrimonio en la misma ceremonia que Susana y Fígaro. El conde accde aperdonar a Cherubino pero le ordena se aleje del castillo, le destina a su regimiento. Fígaro retrata al paje lo que será su futura vida (aria: Non più andrai…) "DUP** La condesa se lamenta del alejamiento de su esposo (aria: Porgi, amor…). Susana cuenta condesa. Acuden sucesivamente a su llamada todos los personajes de la obra y entonces el conde comprende el error que ha cometido y pide perdón. Su esposa le perdona, entonando todos la moraleja final: “Sólo el amor puede concluir una jornada llena de tormentos, caprichos y locuras. Corramos todos a celebrarla” A solas con Susana, la condesa dicta a su criada la carta a través de la cualcitan al conde para esa noche en el jardín. La condesa irá disfrazada de Susana y ésta vestira las ropas de la condesa (duettino: Che soave zeffiretto…). Se oye la música que anuncia la celebración de la doble boda , Susana entrega la nota al conde con la cita, él la lee y feliz ordena una gran fiesta. "DUP*7 Fígaro sospecha que Susana ha sucumbido a las proposiciones del conde. Marcellina intenta consolarlo. Fígaro ha convocado a Bartolo y Basilio para que sean testigos de la conducta de Susana. Basilio reflexiona sobre las conductas de los poderosos (aria: In quegli anni…). Aparecen la condesa y Susana con los vestidos cambiados. Cherubino toma a Susana por la condesa e intenta besarla, pero quien recibe el beso, dada la oscuridad es el conde. Intenta abofetear al paje, pero el bofetón lo recibe Fígaro que se acerca al grupo para ver que está pasando. Quedan sólos el conde y la condesa, a quien el marido toma por Susana. Le regala un anillo proponiéndola pasen a un pabellón. Este plan fracasa por la aparición de Fígaro y el conde dice que volverá. Fígaro reconoce a Susana, y juega con ella haciendola creer que está galanteando a la condesa. Susana le abofetea, se aclara el enredo reconciliandose ambos. Reaparece le conde y viendo las cálidas manifestaciones de afecto y creyendo se trata de su esposa da gritos convocando a todo el mundo para que sean testigos de la infidelidad de la -BTCPEBTEF'HBSP -PCVGPTVCMJNBEP "SUVSP3FWFSUFS El 4 de noviembre de 1784 es una fecha clave en la vida de Mozart: el compositor comienza a escribir un catálogo puntual de sus obras (Verzeichnüss), que se ha constituido en una importante fuente de conocimiento y que ha facilitado sobremanera la ubicación cronológica y la categoría de las diversas partituras maestras que jalonan todo ese periodo, tan rico, tan variado y tan pleno de acontecimientos. Wolfgang vive momentos de plenitud social, artística y económica. Es una época muy determinante en su vida, ya que el 14 de diciembre se produce su ingreso en la logia masónica Zur Wohlthätigkeit (Beneficencia). Con ello se ratificaba la proclividad del músico a las ideas de la Aufklärung, las ideas iluministas que venían de Francia y que quedaban plasmadas en el decálogo de la francmasonería. de la perfección en la que se ve envuelta tantas veces la obra de Mozart. Todo funciona en ella como un reloj… viviente, en el que no hay nada realmente mecánico. La narración, equilibrada, bien ensamblada, fluida –que discurre a lo largo de cuatro actos de parecida duración-, en la que brillan tanto la melodía como los factores armónicos y constructivos, la certera pintura de personajes, finamente caracterizados, el humor discreto y el erotismo que todo lo perfuma, hacen de esta ópera un prodigio que ha de ser analizado rigurosamente y expuesto con refinamiento y, sobre todo, naturalidad, sin énfasis, sin gangas de una falsa expresividad, sin retóricas. Ha de servir las premisas del arte de canto del propio Mozart. Aquel que definiría la soprano Lisa Della Casa: “El sonido es una respiración que resuena y que, cuando se canta, es preciso dejar resonar naturalmente; como se habla, aunque respetando la medida de la música”. El 7 de febrero de 1786 el emperador José II paga a Mozart 50 ducados por la música de escena para Der Schauspieldirektor (El empresario), singspiel estrenado en Schöenbrunn junto a la ópera de Salieri Prima la musica e poi le parole. Era un momento en el que Wolfgang andaba ya afanado en la composición de Las bodas de Fígaro y en el que no deja de escribir otras cosas, como la nueva versión de Idomeneo, presentada en el Palacio del príncipe Auersperg. Los conciertos o academias van languideciendo; parece que el entusiasmo casi popular de hace unos meses se difumina. Lo que no obsta para que continúen surgiendo obras maestras de la categoría del Concierto para piano nº 24 K 491. Mientras, va forjándose la amistad y la curiosa relación entre el compositor y el avispado libretista Lorenzo da Ponte, que, al tiempo que colaboraba con el austriaco, lo hacía con el italiano Salieri, un hombre de extraordinaria importancia e influencia en la corte, y con el español Vicente Martín y Soler, que rivalizaría meses más tarde con Wolfgang tras el gran éxito obtenido a final de año por su ópera Una cosa rara. &MSJDPNBOBOUJBMEFMPCVGP No hay duda de que la obra se inscribe, a priori, en la rancia tradición de la ópera bufa napolitana, adaptada, pasados los años, a lo que Charles Rosen denominaba el nuevo estilo, surgido hacia 1775, adoptado y fijado por Mozart. Sus reglas son: 1) articulación de frase y forma, a fin de dar a una obra el carácter propio de una suma de distintos acontecimientos: 2) mayor polarización entre tónica y dominante, lo que supone el establecimiento de una tensión más importante en el centro de cada composición, y 3) uso de la transición rítmica, que permite continuos cambios de la textura musical sin que se rompa la Le nozze di Figaro se estrenó, con éxito moderado –menor que el que en noviembre tendría la obra de Martín y Soler-, el 1 de mayo de 1786. Había sido Mozart quien tuviera la idea de poner música a una adaptación de Le mariage de Figaro, comedia crítica, sátira contra el absolutismo, de Beaumarchais, que hubo de ser peinada convenientemente por Da Ponte, al que el compositor pidió el libreto, para su presentación en Viena. El liberal José II no dejaba pasar cualquier cosa. Nos encontramos ante una de las óperas más perfectas de la historia, incluso partiendo y lógica del teatro musical, se convierten en el curso del setecientos, dentro de la evolución de la cómica, en un potente factor de realismo y progreso dramático. unidad dramática. En este sentido no hay duda de que el austriaco fue mucho más lejos que Gluck, aunque en determinados aspectos se le pudiera tachar de reaccionario, ya que contribuyó a perfeccionar, con la vitola de ópera bufa, un nuevo género hijo de la acumulación, del acarreo de elementos dispares que partió de la adopción del esquema napolitano, al que enriqueció poderosamente convirtiéndolo en otra cosa y dándole una profundidad desconocida. En estos números brillaba lo que los italianos de la commedia llamaban los lazzi, definidos por Hocquard como “juegos rítmicos de actitudes o de cambios de gestos y de palabras, usualmente a base de repeticiones, cuya finalidad es provocar la risa o un vivo sentimiento de diversión”. Pero hay algo más, que sitúa a Mozart por encima de cualquier otro compositor: es lo que el citado musicólogo francés denomina el lenguaje temático-escénico, una invención del propio músico, que partió de los hallazgos previos de otros autores y de los casi coetáneos de Haydn. Un procedimiento que conecta con la estructura temática de los conjuntos y que adquiere toda su elocuencia en los dos grandes finales de Las bodas y que, en síntesis parte de una célula que podríamos llamar madre (rítmica y melódicamente), que será repetida en las melodías subsecuentes, que adquirirán de este modo la categoría de variaciones, sufriendo a su vez otra serie de mutaciones: combinaciones, cambios parciales, acortamientos o alargamientos, modulaciones en tonalidades vecinas o lejanas. Mozart había estado en contacto con la ópera bufa napolitana gracias a sus viajes de mocedad a Italia junto a su padre, durante los que pudo ver gran cantidad de obras escénicas de todo tipo, y también a que en Viena se representaban con asiduidad composiciones líricas de los músicos transalpinos, entre ellas El barbero de Sevilla de Paisiello o La villanella rapita de Bianchi. Para esta última, presentada en la ciudad del Prater en 1785, escribiría un terceto y un cuarteto vocales. Una de las claves profundas de la ópera bufa de Mozart es que va más allá que la usual de otros autores; es algo o mucho más porque, entre otras cosas, como explica Hocquard, se mueve en el sinuoso mundo de la farsa: una forma de arte cómico que tiene sus reglas propias y exige una técnica de juego muy estructurado y muy difícil de poner a punto y que alcanza toda su dimensión en los conjuntos, especialmente en los concertati, uno de los elementos fundamentales de la ópera bufa desde los tiempos de Alessandro Scarlatti, el gran dinamizador del género. Estas escenas de grupo, en las que todos los personajes cantaban sus cuitas al mismo tiempo, que en el seno de la ópera seria parecían ir en contra de la racionalidad &MHSBOMPHSP Desde luego, ninguno de los finale o concertati mozartianos, y hay bastantes fundamentales, alcanza la riqueza y la dimensión del del segundo acto de la ópera sobre la que pergeñamos estas disquisiciones. Tenemos aquí el mejor ejemplo el arte de Mozart, serio o bufo; el gran logro, la síntesis absoluta, la cima inmarcesible y definitoria. Conviene por ello que expliquemos la composición del fragmento, de 940 compases, que comienza con la frase Esci omai garzon malnato, precedido del recitativo seco Tutto è come io lasciai. Mozart juega con el ritmo: desde el mismo inicio sentimos casi físicamente un latido agógico implacable, constante; con el color instrumental –según el personaje o suceso- y con la armonía: establece un plan tonal modélico y construye el conjunto de acuerdo con las reglas de la clásica simetría. La entrada en escena de cada nuevo personaje supone un paso adelante dado por una música arrebatadora, de una sorprendente claridad de texturas. En la acción se ventilan no pocas cosas, propias de una comedia bufa: ocultación del paje Cherubino, con el que ha tonteado la Condesa, intervención de Fígaro, que intenta confundir al Conde, aparición del jardinero Antonio, que complica la situación, enredada aún más por Basilio, Bartolo y Marcelina… y mantiene la atención ante los acontecimientos por venir. Trabajo compositivo riguroso, admirable, en el que la articulación motívica se somete a las necesidades del desarrollo. Leibowitz consideraba que cada una de las secciones descritas “determina una suerte de crisis nueva y la progresión dramática se hace según una curva ascendente de extraordinaria intensidad, para desembocar al término del número en un completo desencadenamiento.” Con una orquesta que puntúa en todo momento el latido del tiempo y el movimiento, no deja de oírse permanentemente la voz de cada personaje. La disposición de este prodigioso Finale es como sigue: dúo Condesa/Conde, allegro, 4/4, en mi bemol mayor, Esci omai garzon malnato; trío (los mismos más Susanna) Signore! Cos’è quel stupore, Molto andante, 3/8, allegro, 4/4, en si bemol mayor, dominante de mi bemol mayor; cuarteto (los mismos más Fígaro) Signori, di fuori son già i suonatori, allegro, 3/8, en sol mayor, paralela mayor del relativo menor del tono precedente, que cambia a un andante en 2/4 en Conoscete, signor Figaro y viaja a do mayor, tonalidad de la que la anterior es dominante; quinteto (los mismos más Antonio) Ah!, Signor, signor…, allegro molto en 4/4, en fa mayor, de la que la tonalidad anterior es también el quinto grado, y en si bemol, que mantiene con fa idéntica relación, lo que se lleva a cabo en un expectante pasaje, en el que Fígaro se ve acosado y deja caer su frase Stravolto s’è un nervo del pie, inaugurando un mecedor andante en 6/8. Como se podía prever, el extenso recorrido desemboca, con la entrada de Marcellina, Bartolo y Basilio, Voi signor, che giusto siete, en la tónica –es decir, de nuevo un salto de cinco grados-, mi bemol mayor, con la que todo había empezado. Con ello se cierra el círculo en un agitado allegro assai en 4/4, que deja las cosas en suspenso Mozart dispuso de un libreto muy dinámico, en cuya elaboración, por supuesto, participó, perfecto para que su música hiciera el resto: completar una de las óperas maestras de la historia, que trata la creación de Beaumarchais desde un punto de vista diverso, en el que tienen mayor importancia la evolución de los caracteres, la propia personalidad de cada individuo, la descripción de los sentimientos y de las pasiones, que los acontecimientos sociales y políticos en los que era pródigo el texto original. En todo caso, estos aspectos tampoco fueron por completo desdeñados por compositor y libretista. Efectivamente, tras ese ropaje bufo o, mejor, bufo trascendente o bufo trascendido; o, incluso, semiserio, anidan otras cosas que convierten a la obra en un producto mucho más elaborado y profundo, más rico y comprometido. Aunque puede que de manera inconsciente. Quizá Mozart no pensó realmente en hacer una auténtica commedia per musica en la que los caracteres propios del género quedaban espectacularmente dimensionados, transformados, potenciados, humanizados. El compositor fue más lejos de lo que, por decirlo así, se le pedía; o se pedía a sí mismo. Se salió de la pista y aportó a la típica acción de enredo –claro que con la base literaria de Beaumerchais y la calidad estructural del libreto de Da Ponteelementos semiserios y serios, que consiguió unir inconsútilmente a los que podríamos calificar de cómicos. Como, por otra parte, haría enseguida con las otras dos óperas de la trilogía dapontiana, Don Giovanni y Così fan tutte. que las “reglas del estilo clásico auténticamente desarrollado –la necesidad de una resolución, el sentido de las proporciones y de un modelo cerrado y enmarcado- no se quebrantan nunca. Son los medios de comunicación de que se sirve el estilo y con ellos puede decir cosas asombrosas sin violar su propia gramática”. 7BMPSFTQSJNPSEJBMFT Claro que el texto le proporcionaba referencias a valores que defendía a capa y espada: libertad, dignidad del hombre, igualdad, y aunque la trama hubo de aligerarse por razones dramáticas y, como se apuntó al principio, de censura imperial, subyacen en la ópera suficientes alusiones críticas al absolutismo, a la lucha de clases y hacen que en ella se conserven vetas de una gran importancia social y política, que según Stricker le conceden una relevancia extraordinaria. “Es el corazón quien hace noble al hombre y aunque no soy conde puedo tener un concepto del honor mucho más acendrado que el de algunos de ellos; y, criado o conde, desde el momento en que me insulta es un canalla”. Son palabras del propio compositor, que ponen de manifiesto cuál era su postura respecto a la nobleza. 'PSNBZGPOEP Le nozze es el primer fruto auténticamente maestro, equilibrado, en el que técnica e inspiración se unen indisolublemente. Es curioso de qué manera el autor aplica, modificándola y enriqueciéndola, la forma sonata, a la que se ajustan diversos números. Por ejemplo, la cavatina de Fígaro (nº 3) Se vuol ballare, signor contino, en fa mayor, llena de ironía, en la que se percibe ya una actitud claramente insolente con el amo. Comienza como una sonata monotemática, con salto a la dominante en la repetición de la melodía inicial y una modulación a re menor que puede hacer las veces de desarrollo. El presto posterior, en la tónica, es una variación rítmica de la frase de apertura; actúa a modo de resolución y recapitulación. Un compositor como Mozart, síntesis genial entre sabiduría, inteligencia e intuición, no dejaba nada al azar. Su inspiración a la hora de elegir un efecto musical u otro siempre tenía un porqué; nada en él era gratuito. Lo que es particularmente detectable y comprensible en el campo de la ópera, en el que las relaciones tonales y la adopción de determinados esquemas formales han de estar, para que la música cumpla su finalidad dramática, en íntima conexión con un acontecer, con unos sentimientos –estética de los afectos- y con una idea poética básica. El salzburgués fue un maestro a la hora de servirse de aquellos elementos sin perder por ello el norte estilístico clásico, la atención a una normativa a la que él aportaba la chispa de la originalidad. Rosen lo explicaba bien cuando afirmaba Es admirable la manera en la que Mozart, sin alterar en el fondo el esquema de la sonata, lo flexibiliza a su modo y cómo consigue conceder al fragmento el aire sarcástico, insolente, descarado y burlón que posee, utilizando hábilmente, en el súbito allegretto inicial, el típico ritmo de la gallarda de 3/4 –que puede parecer un cortesano minueto-, convertido más tarde, en el presto, en otro de 2/4, que corresponde a una especie de galop. Economía de medios, concisión, inspirada con La vendetta (nº 4), un aria que exige algo más que un bajo bufo y que tiene mucho que cantar. Cherubino lo hace con la célebre canzona Non so più cosa son, cosa faccio (nº 6), en realidad, un rondó. El paje –un don Giovanni en potencia-, en una atmósfera aérea, ardorosa nos expone en allegro vivace su credo amoroso en un canto no exento de melancolía. El erótico contenido de los versos reclamaba, en opinión de William Mann, clarinetes, de timbre tan cálido, y las medias tintas del bemol. Y eso es lo que Mozart aplicó. La segunda aria, Voi che sapete (nº 11), es un prodigio de ternura y sinceridad juvenil. planificación rítmica. Y muestra de la manera en que el compositor empleaba los aires danzables a efectos dramáticos. Es importante señalar el uso del fandango –único ejemplo de aire español en una obra que, teóricamente, sucede en Sevilla- en el tercer acto. En torno a ese compás ternario se teje buena parte de la trama. Ejemplos aún más trabajados son dos páginas tan distintas como el aria de Susanna del cuarto acto, Deh vieni, non tardar (nº 27) y el famoso sexteto del tercero Riconosci in questo amplesso (nº 18), uno de los fragmentos preferidos por el compositor. En la primera, que tiene todo el aspecto de una simple canción –aunque cargada de sensualidad y con una melodía nocturna que sólo Mozart podía haber escrito-, Rosen creía ver una sonata-minueto estructura mixta que no es fácil de reconocer ante el embeleso que causa el canto sereno, suavemente balanceado (6/8) de esta ardiente, dentro de su aparente calma, declaración de amor. Una arrobadora siciliana. En la segunda, Mozart hace un perfecto encaje de bolillos manejando con suma destreza a los seis personajes –es la escena de la identificación de Fígaro como hijo de Marcellina- en un andante en fa mayor elaborado como un movimiento lento de sonata, con un segundo grupo de la recapitulación que hace las veces de desarrollo y con tres temas básicos. Porgi amor (nº 10) es la primera de las dos arias de la Condesa, que es uno de los más acabados personajes mozartianos, tan proclive a estos retratos de damas aristocráticas y dolientes. La tristeza, la melancolía de Rosina están perfectamente reflejadas en esta soberana y delicada página, un larghetto en mi bemol mayor de escritura verdaderamente patética en el que se toca el alma de la desventurada esposa. La figura se completa en la monumental Dove sono (nº 19), un aria en tres partes de ópera seria evolucionada constituida por recitativo acompañado, andante y allegro, que contiene el habitual juego tónica-dominante-tónica. Su carnal marido –a cuyo escarmiento se dirige toda la trama urdida-, portador desde su nobleza de una sensualidad madura y autoritaria, tiene un aria, Vedrò mentr’io suspiro, un allegro maestoso en re mayor, precedida también de un accompagnato, Hai gia vinta la causa, y coronada por un furibundo allegro assai (nº 17), que es un auténtico pezzo di bravura. Fígaro, confundido por sus propias mañas y creyendo infiel a Susanna, Pero la complejidad, variedad y riqueza de la partitura, como probábamos ya más arriba al hablar del finale del segundo acto, es enorme. Encontramos números para todos los gustos, que van marcando, subrayando la acción interna y externa, definiendo poderosamente a cada personaje, con magistral infalibilidad. Bartolo se presenta canta en el cuarto acto un aria terrible contra la condición femenina, una página extremadamente misógina, Aprite un’ quegl’occhi (nº 26), moderato en mi bemol mayor, que nos revela una cara inédita del hasta entonces festivo siervo. tante, casi rossiniano allegro assai, que modula de sol mayor a re mayor. La obra concluye así, como es habitual en Mozart, en el mismo tono de la obertura y con idéntico espíritu, aunque con la memoria del juego trascendente que acaba de vivirse. El finale del cuarto acto y de la ópera, que se extiende a lo largo de 521 compases, es naturalmente el de la resolución; pero también el del perdón. La música, exquisita, lírica como la de una serenata nocturna, evoluciona y cambia al compás del ajetreo escénico, lleno de sombras, de engaños, de disfraces, de promesas, falsas y verdaderas, y de amor. La Condesa perdona a su marido y éste perdona a todos. Un momento solemne, una suerte de himno, Più dòcile io sono, conduce a un exci- #SFWFBQVOUFWPDBM Para servir esas formas y atender a las múltiples exigencias Mozart demanda un cuadro vocal muy característico, que se fue ahormando a lo largo de los años, las décadas y los siglos. Los tipos vocales se han ido decantando poco a poco. Recordemos que los cinco personajes femeninos o que precisan voces de mujer, la Condesa, Susanna, Cherubino, Marcellina y Barbarina, fueron asignados en su momento a sopranos líricas. No se Anotemos la circunstancia curiosa de que el paje, personaje masculino, es cantado por una mujer que se disfraza de hombre y que, en el transcurso de la acción, se ha de disfrazar a su vez de mujer. Mismo caso que el de Octavian de El caballero de la rosa de Richard Strauss. Travestismo doble. hacían distingos en esa época. Pero hay notables diferencias entre ellas, vaya si las hay y el transcurso del tiempo nos ha ido aclarando las cosas. Porque cada una de ellas posee un carácter humano diverso, al que corresponde una voz determinada. La Condesa es el amor dolorido, que vive con el tormento del recuerdo. Es joven y está triste, pero no desesperada. Tiene arrestos para participar en el enredo contra su marido. Es de parecida idiosincrasia que otras féminas mozartianas: Constanze, Elvira, Anna, Fiordiligi o Pamina, aunque no todas necesiten el mismo tipo vocal. Luisa Laschi fue la soprano creadora. Es evidentemente una lírica con cuerpo, plena y amplia, capaz de las medias voces y filados que piden sus dos arias y de las agilidades que solicita la segunda de ellas. Su interválica va de do 3 a do 5. El Conde fue creado por Stefano Mandini. Personaje sensual, autoritario, pero, en el fondo, no tan maduro; y no exento de nobleza. Circula en el espacio que va de si 1 a fa 3. Precisa una voz de barítono con cuerpo de carácter más lírico que dramático, aunque en el aria de bravura ha de poner toda la carne en el asador. Fígaro ha sido en ocasiones cantado por un bajo-barítono, cuando no por un bajo cantante. Sin embargo, ha de ser, con mayor lógica, un barítono, si se quiere más oscuro que el Conde. Es el amor legal, monógamo, concentrado en un evidente deseo por Susanna. Su interválica se sitúa un par de tonos más abajo, en lo que se refiere a la franja inferior, y uno con respecto a la superior: de sol 1 a mi 3. Francesco Benucci, que fue primer Leporello y primer Guglielmo, asumió esa parte en el estreno. Susanna fue cantada en el estreno por Nancy Storace, por la que Mozart sentía algo más que simpatía. Es coqueta y femenina, siente amor por el peligro… y por Fígaro. Su radio de acción oscila entre la 2 y do 5, porque con frecuencia esa nota sobreaguda se traspasa a las sopranos que cantan este papel, a las que se supone más fáciles en la zona alta puesto que son usualmente lírico-ligeras, aunque, la verdad, una lírica, de menor entidad que la que interpreta a la Condesa será más conveniente para dotar del carácter adecuado al personaje. Los demás personajes, de menor entidad, son un bajo bufo, pero con carne, para Bartolo, una mezzo o soprano lírica para Marcellina, una soprano lírico-ligera o ligera para Barbarina, un tenor lírico-ligero para Basilio y un barítono o bajo lírico para Antonio. Todos estos caracteres, incluso los menos relevantes, tienen mucho que cantar; y que decir, lo que supone reproducir con destreza, expresión y musicalidad el recitativo secco, básico en este tipo de óperas. En él está a veces el verdadero sentido de la obra. Sobre ese fundamento se edifica la fluidez del todo. Dorotea Sardi-Bussani fue la que cantó por primera vez Cherubino. Una soprano lírica también. Fue la primera Despina de Così. Hoy, con ánimo de establecer las perseguidas diferencias psicológicas y humanas, se destina el papel a una mezzo lírica que no va más arriba del sol 4. -BmMMFEVS±HJNFOU (BFUBOP%POJ[FUUJo $0130%6$$*Ä/%&-.&53010-*5"/01&3")064&%&/6&7":03,-"30:"-01&3")064& $07&/5("3%&/%&-0/%3&4:-"8*&/&345""5401&3 Director musical: Bruno Campanella (20, 23, 26, 29 de octubre, 1, 2, 4, 7, 9 10 de noviembre Jean-Luc Tingaud (21, 31 de octubre, 5 de noviembre) Director de escena y figurinista: Laurent Pelly Director de escena asociado: Christian Rath Escenógrafa: Chantal Thomas Iluminador: Joël Adam Coreógrafa: Laura Scozzi Dramaturga: Agathe Melinand Director del coro: Andrés Máspero Marie: Natalie Dessay (20, 23, 26, 29 de octubre, 1 de noviembre) Désireé Rancatore (21, 31 de octubre, 2, 5, 9 de noviembre) Aleksandra Zurzak (4, 7, 10 de noviembre) Tonio: Javier Camarena (20, 23, 26, 29 de octubre; 1, 4, 7, 10 de noviembre) Antonio Siragusa (21, 31 de octubre; 2, 5, 9 de noviembre) Sargento Sulpice: Pietro Spagnoli (20, 23, 26, 29 de octubre; 1, 4, 7, 10 de noviembre) Luis Cansino (21, 31 de octubre; 2, 5, 9 de noviembre) Susanna: Sylvia Schwartz Eleonora Buratto (18, 22, 26 de septiembre) Marquesa de Berkenfeld: Ewa Podles (20, 23, 26, 29 de octubre; 1, 4, 7, 10 de noviembre) Ann Murray (21, 31 de octubre; 2, 5, 9 de noviembre) Hortensius: Isaac Galán Un campesino: Pablo Oliva Carlos Silva Duquesa de Krakenthorp: Carmen Maura Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real 20, 21, 23, 26, 29, 31 de octubre 1, 2, 4, 5, 7, 9, 10 de noviembre de 2014 20.00 horas; domingos, 18.00 horas "SHVNFOUP -BmMMFEVS±HJNFOU-BIJKBEFMSFHJNJFOUP 'FSOBOEP'SBHB de montañas los aldeanos observan preocupados La acción tiene lugar en el Tirol hacia 1805 en la época de las guerras napoleónicas. los avances de las tropas francesas, mientras sus mujeres imploran la ayuda de la patrona del pue- "DUP* blo (Introducción L’ennemi s’avance. Sainte Madone). La Marquesa de Berkenfield en compañía Tras la obertura que adelanta algunas melodías de la ópera, en un lugar campestre rodeado de su criado Hortensius se ha visto obligada a detenerse en la aldea. La Marquesa, molesta por los acontecimientos, no duda en manifestar sus opiniones sobre los franceses, a los que tilda de panda de malhechores (Cavatina Pour une femme de mon nom). Venciendo sus reticencias, la Marquesa se aproxima a Sulpice rogándole que la proteja en el camino de regreso a sus posesiones. En la conversación entablada surge el nombre de un tal Robert que había sido capitán del regimiento hasta su muerte. La Marquesa reconoce en Robert al esposo de su hermana por lo que, ligando dato con dato, se descubre que Marie es nada menos que su hija, o sea, la sobrina de la irritable noble. El reconocimiento entre las dos parientes, tía y sobrina, no puede ser más sorprendente. La llegada de Sulpice, un sargento francés, disuelve la muchedumbre y obliga a la Marquesa, aterrada, a ocultarse en el primer refugio que se le presenta. Tras Sulpice viene Marie, una joven vivandera que de niña fue recogida por el regimiento al encontrarla abandonada en un campo de batalla. La joven se ha convertido con el tiempo en el alma de ese regimiento del que se considera su hija (Dúo Au bruit de la guerre). Tonio que desea casarse con Marie se ha integrado en el regimiento como requisito ineludible para el matrimonio (Aria y cabaletta Ah mes amis. Pour mon ame). Su felicidad, sin embargo, es de corta duración. La Marquesa se lleva a Marie a su castillo para que ocupe el lugar que por nacimiento le corresponde. La despedida de Marie (Aria Il faut partir) deja a todos los soldados, y en especial a Tonio, en un lamentable estado de desolación. Sulpice un tanto intrigado le pregunta a Marie acerca de un joven desconocido que se deja ver de vez en cuando por los alrededores del campamento. La joven no tarda en aclararle que ese muchacho, Tonio, le ha salvado la vida. Los soldados sorprenden de inmediato a alguien merodeando misteriosamente, tomándole por un espía. Es el joven tirolés, Tonio, quien tiene la esperanza de reencontrarse con Marie. Ella le reconoce como su salvador y se enfrenta a los soldados: si se le hace prisionero sería exclusivamente suyo (Conjunto Allons, allons, march’, march’). "DUP** Un salón abierto a un hermoso jardín en el castillo de la Marquesa de Berkenfield. La Marquesa, que alberga proyectos matrimoniales para su sobrina con el Duque de Crakentorp, está empeñada en refinarla, limándola de toda la mala educación que según ella ha recibido de la soldadesca que ha tenido como padres adoptivos. La lección de canto, a la que la joven se somete de mala gana, acaba sacándola de quicio. Ese mundo encorsetado y artificioso la aburre e irrita. Sulpice asiste divertido a toda esta situación (Escena con Tonio logra zafarse de sus opresores y regresa junto a Marie. Es el momento de que los jóvenes pueden por fin declararse el mutuo amor (Dúo Depuis l’instant où, dans mes bras). la arietta Le jour naissait dans le bocage). Sin embargo, Marie a solas acepta resignada la situación (Aria Par le rang et par l’opulence). La aparición del regimiento con Tonio en cabeza devuelve momentáneamente el humor a Marie. Marie, Sulpice y Tonio dan cuenta de la dicha del reencuentro (Terceto Tous les trois réunis). Ante la Marquesa Tonio confiesa dulcemente su amor por la joven (Aria Pour me rapprocher de Marie), sin conseguir nada más que un ominoso silencio. La noble, a cambio, confirma su decisión de casar a la joven con el noble Crakentorp. Pero, a solas con Sulpice la Marquesa le confiesa que, en realidad, Marie es hija suya y no de su hermana. La duquesa de Crakentorp hace una solemne entrada en compañía de otros ilustres invitados. Viene a la firma del contrato de matrimonio entre su hijo y Marie que debe de formalizarse esa misma noche. Marie que ya sabe que la Marquesa es su madre decide sacrificarse y aceptar ese enlace no deseado. Cuando está a punto de firmar el contrato nupcial, Tonio al frente de todo el regimiento entra con la intención de acabar con la ceremonia. Cuando revela que Marie ha sido la mayor parte de su vida una vivandera del ejército, los invitados a la boda se sorprenden pero luego aceptan divertidos la noticia derrotados por la naturalidad y encanto de la muchacha. En el corazón de la Marquesa se impone finalmente su amor maternal y acepta por fin que Marie elija por esposo a Tonio. (Final Au secours de notre fille). -BmMMFEVSFHJNFOU 4BOUJBHP4BMBWFSSJ La fille du régiment, estrenada en la Opéra Comique de París el 11 de febrero de 1840, abre la etapa final –por desgracia, demasiado breve– de la carrera de Gaetano Donizetti, etapa en cuyo transcurso, impelido por diversas razones a abandonar Italia, se convertirá en un creador europeo y cosmopolita, tanto por sus continuos desplazamientos entre Viena, París y los principales teatros peninsulares (Milán, Nápoles, Roma) como por la gran variedad de los géneros cultivados: opera seria, semiseria o buffa italianas, grand opéra u opéra comique francesas. Salieri, Cherubini o Spontini, que dieron páginas de gloria al repertorio francés durante el reinado de Luis XVI, la Revolución y el Imperio, y, ya en la Restauración y la Monarquía de Julio, a Rossini (cuya carrera operística finaliza con su Guillaume Tell para la Ópera) y a Bellini (que llegó a triunfar con I puritani en el Teatro Italiano de París, pero al que una muerte prematura privó de consagrarse en el género grand opéra). Donizetti, convertido tras la retirada del primero y el fallecimiento del segundo en el primer compositor italiano en activo, y abrumado por las desfavorables condiciones en que se desenvolvía la vida del creador lírico en su patria –férrea y obtusa censura, mediocres libretistas, falta de ensayos, tiranía de los divos, escasa remuneración, piratería musical–, se decide a dar el salto a París, para lo que había venido manteniendo contacto epistolar con Duponchel, director de la Ópera, teatro cuya frecuentación durante un primer viaje en 1835 le ha asombrado y conmocionado por los medios musicales y escénicos puestos en juego al servicio del espectáculo. Y precisamente a este último género se adscribe La fille du régiment, convertida gracias a la extraordinaria versatilidad creativa de su autor en auténtico paradigma del género, a la altura cuando menos de los títulos más señeros surgidos de las plumas de autores tan “de casa” como Boieldieu, Hérold, Auber o Adam, y en uno de los títulos auténticamente “populares” en el país vecino, que en el último medio siglo ha ganado cotas crecientes de popularidad en todo el mundo y con el que un sinfín de directores de escena y cantantes míticos de ayer y hoy han obtenido éxitos clamorosos. Tras el triunfal estreno de Lucia di Lammermoor en el Teatro Italiano el 12 de diciembre de 1837 la dirección de la Ópera, necesitada de éxitos que renueven el repertorio, ofrece a Donizetti un contrato para componer dos óperas, que el bergamasco acepta en carta de 28 de mayo de 1838. Viudo y sin descendencia, poco o nada le Triunfar en París parecía ser el destino manifiesto de los principales autores italianos desde el siglo XVIII (por no hablar del auténtico creador de la ópera francesa, el florentino Jean-Baptiste Lully); baste recordar a los Piccinni, Sacchini, L’elisir de amore, aún no oída en la capital francesa y que obtiene un éxito apoteósico. Con la Ópera llega al acuerdo de presentar en primer lugar la adaptación francesa de Poliuto bajo el nuevo título de Les martyrs, y una segunda ópera, Le duc d’Albe. Y para la empresa privada del Théâtre de la Renaissance, de reciente apertura, escribirá una versión francesa de Lucia con algunas modificaciones, estrenada el 6 de agosto de 1839 y además compondrá L’ange de Nisida, el germen de La favorita. vincula ya a la Nápoles en la que ha vivido durante 16 años; pero dos factores adicionales aceleran su definitivo alejamiento de la capital partenopea: las dilaciones a su nombramiento como director del Conservatorio por parte del rey Fernando II, por considerarle un extranjero en su condición de súbdito lombardo del emperador de Austria; y la prohibición de su ópera Poliuto, que él consideraba un ensayo idóneo, por su tema y su origen teatral en Corneille, para su debut parisino. El 21 de octubre de 1838 Donizetti desembarca en París, y encuentra residencia en la Rue Louvois nº 5, en el mismo edificio habitado por Adolphe Adam, prolífico autor hoy recordado por opéras comiques como Si j’étais roi y Le postillon de Longjumeau y ballets como Giselle o Le corsaire. En sus memorias póstumas, Derniers Souvenirs d’un musicien (1859), el exitoso compositor francés nos ha dejado una vívida semblanza de su colega y amigo, y es muy probable que el primer contacto de éste con el director de la Opéra Comique, François-Louis Crosnier, que cristalizaría en La fille du régiment, le llegara a través de Adam, autor desde hacía ya una década de no menos de quince creaciones en dicho teatro, y cuyo nuevo título, Le brasseur de Preston, se estrenó con asistencia de Donizetti a los diez días de su llegada a París. En medio de tan frenética actividad, de la que un periódico satírico, Le Charivari, se hará eco caricaturizándole con una pluma en cada mano mientras escribe dos óperas –cómica y seria– a la vez, pasa casi desapercibida la composición de La fille du régiment, de la que no existen trazas en su correspondencia hasta que en una carta a su amigo napolitano Tomasso Pérsico le informa de que “habiendo hecho, instrumentado y entregado una pequeña ópera a la Opéra Comique, se dará en un mes o a lo sumo 40 días y servirá para el debut de la Bourgeois”. Y dos meses después, en nueva carta a Persico: “Estoy con ensayos en la Grand Opéra con Les martyrs, y en la Opéra Comique con Maria: esta última irá primero… ”; el título original de la ópera era, pues, Marie (en francés, lógicamente); también Crosnier se había asegurado el concurso de la nueva estrella del firmamento musical parisino, anticipándose a la Ópera en su debut. Los años 1838 y 1839 son los más parcos en creaciones de toda la carrera de Donizetti, que desde 1822 empalmaba dos, tres y hasta cuatro estrenos anuales. Y sin embargo su labor no podía ser más intensa: en los primeros meses de su estancia presenta al público parisino en el Teatro Italiano Roberto Devereux, seguida de El estreno de La fille du régiment contó con la Marie de la debutante Juliette Bourgeois (que, italianizando su nombre en Giulietta Borghese, había iniciado su carrera lírica en Italia), el inaugural el 12 de febrero de 1851, completando en total 31 representaciones hasta 1861. Tonio de Mécène Marié de l’Isle (padre de la mezzo Célestine Galli-Marié, creadora de los roles de Mignon y Carmen), el barítono Henry como Sulpice y Marie-Julie Boulanger (abuela paterna de las compositoras Nadia y Lily Boulanger) en el rol de la Marquesa de Birkenfield. La obra no obtuvo una acogida favorable, para decepción de Donizetti que estaba seguro de haber compuesto una obra valiosa, realizada con gran cuidado y acorde a las reglas del género; la culpa de la tibia recepción hay que atribuirla a la insatisfactoria ejecución, muy especialmente del tenor, y a la actitud hostil de muchos músicos y parte de la crítica parisina, celosos de ver invadida las escenas capitalinas por el prolífico bergamasco. Pero pronto la obra, en la insípida versión italiana preparada por el propio autor, se estrenará en La Scala el 30 de octubre, y días antes en Copenhague en traducción al alemán, dando la vuelta al mundo a lo largo de la siguiente década; Madrid la verá por primera vez el 31 de enero de 1842 (en italiano, claro), y subirá al escenario del Teatro Real en su temporada Triunfalmente recuperada en 1966 en el Covent Garden por Joan Sutherland y Pavarotti, y grabada por Decca el año siguiente, la versión original francesa se vio por primera vez en Madrid, con Alfredo Kraus y June Anderson, en 1985 en la Zarzuela, donde fue repuesta en 1997 en la versión de Emilio Sagi con escenografía y vestuario de Botero. Su vuelta al Real se produce, pues, tras más de 150 años de ausencia. En París la ópera, repuesta exitosamente por el Teatro Italiano en 1850, volvió a ser recuperada por la Opéra Comique, y a partir de entonces inició una carrera triunfal, llegando a las 1.000 representaciones meses antes del estallido de la primera guerra mundial; baste decir que durante décadas fue la obra representada año tras año en función popular gratuita todos los 14 de julio. La partitura de La fille du régiment consta de una obertura, diez números –cinco por cada acto, con un entracte que sirve de preludio al segundo. Entre cada número, como es preceptivo en la opéra comique, tienen lugar diálogos hablados, extensos en su origen, pero que la tradición y la dificultad que entrañan para cantantes y públicos no francófonos, han abreviado hasta reducirlos a lo indispensable para entender la trama y dar pie al siguiente número musical, con la consiguiente pérdida de matices en la caracterización de los personajes, que quedan únicamente definidos a través de sus intervenciones canoras. francesas–, mientras las mujeres entonan una plegaria a la Virgen y hacen su aparición la Marquesa y su mayordomo Hortensius; todos estos elementos se conjugan en un gran concertante, interrumpido por el anuncio de la retirada enemiga. En cambio radical del clima, la Marquesa inicia su único número solista, unos couplets de raigambre musical típicamente francesa (y de hecho Donizetti los suprimió en la versión italiana), con un tema que rehúye (deliberadamente, a mi juicio) el exceso de inspiración y persigue caracterizar a un personaje tópico y excesivo, poseído de su rango, que sólo al final de la obra se despojará de máscaras y mostrará su auténtica humanidad. No todas las aproximaciones al personaje resultan igualmente válidas; confiado con frecuencia a mezzosopranos ya en edad de retiro, muchas intérpretes compensan su inadecuación vocal con abundancia de sal gruesa o envejecen en exceso al personaje, que debería hallarse a mitad de la cuarentena y poseer una cierta dignidad. El coro se suma al final de los couplets y todos demuestran su alegría y celebran la paz en un animado pasaje. La música de la obertura, a la que Donizetti quiso, en su debut parisino, dar la debida importancia por extensión, cuidado de la forma y recurso a una brillante orquestación, combina los tonos paisajistas, montañeses, de su Larghetto inicial, evocadores del Tirol que sirve de marco geográfico a la peripecia, con los ecos militares del Allegro. En el arranque, trompas lejanas en eco y trinos de la flauta a guisa de cantos de pájaros se alternan con acordes en fortissimo; un sutil balanceo de las cuerdas pone fin a la introducción. El Allegro se inicia con un pasaje en forte de los metales, para dejar paso, a ritmo marcado por el tambor, al tema de la Ronda del 21º regimiento, que será el motivo principal del desarrollo, en alternancia con los temas del inicio; un crescendo rossiniano no muy desarrollado, un tema un tanto circense de la trompeta, y frases del piccolo contribuyen a la alegría y efusividad de la obertura, que hace presagiar el clima general de la velada. El dúo entre Marie y Sulpice “Au bruit de la guerre” (Nº 2) es una de las gemas de la partitura, que hace las veces de aria de presentación de Marie, en la medida en la que asigna al sargento un rol secundario, subrayando las frases de la muchacha o dando pie a sus intervenciones. El dúo sigue un esquema A-B-A, en cuyos extremos inicial y final la soprano, sobre un tema de carácter marcial, tiene una primera ocasión de desplegar todos los fuegos artificiales de la coloratura exigida por su temible partitura, mientras la parte central es un fluido parlando, sostenido por un La Introducción (Nº 1) es un cuadro complejo que alterna los lejanos ecos de una batalla con intervenciones del coro masculino que informa de los progresos del enemigo –las tropas ligero acompañamiento de las cuerdas, poblado de reminiscencias de la vida militar y de la trayectoria de Marie en el seno del regimiento desde su más tierna infancia (en la que se dormía “al dulce ruido del tambor batiente”) hasta el momento en que, por unanimidad, fue nombrada vivandera del regimiento, y de su disposición a alegrar con cantos las veladas en la cantina y a marchar al combate “desafiando la metralla” si necesario fuera. La repetición variada se enriquece con el primer “¡Rataplan!” de la ópera, entonado por ambos, y el exultante dúo culmina con loas a la patria y la victoria. masa coral masculina, demuestran una vez más la maestría del autor para construir estructuras de riguroso esquema formal pero llenas de vida teatral y fuerza comunicativa. El número concluye, originalmente, con un coro de retreta. El dúo “Depuis l’instant” (Nº 4) venía en origen precedido por un diálogo explicativo, que otras versiones sustituyen por un recitativo accompagnato propio de la versión italiana. La declaración de amor que cierra ese diálogo –o recitativo, en su caso– abre un extenso dúo, con dos partes aparentemente simétricas, compuestas cada una de ellas de un Andante y un Allegretto, sentimental y declarativo el primero, festivo y celebrativo el segundo (“De cet aveu si tendre”); pero existen entre ellas diferencias de tonalidad (de La bemol a La) y estructura: la repetición de estrofas en el primer Andante no tiene su reflejo exacto en el segundo, en el que Marie, al principio aparentando curiosidad un tanto irónica ante la declaración de Tonio, termina sucumbiendo en una apasionada declaración de amor sin poder repetir su estrofa, para terminar enlazando con el Allegretto conclusivo. El Nº 3, en el que se nos presenta sin otro protocolo al coprotagonista de la obra, el joven tirolés Tonio (en la versión italiana Donizetti le dotará, siguiendo la tradición pero incongruentemente, de un aria de salida extraída de una ópera juvenil), posee una estructura inhabitual: la primera parte es en realidad una “Escena”, número complejo formado por diversos elementos –frases de recitativo, arioso, intervenciones corales– tras la cual Tonio, librado del pelotón de fusilamiento por Marie, se incorpora al brindis colectivo que entona la “Ronda del regimiento”, cuyo tema inicial ya se ha oído en la obertura. Delicioso número en el que Marie es acompañada por todos los presentes, si la primera parte, “Chacun le sait”, que hace las veces de estrofa con texto diferente en su repetición, tiene un tono marcial y su parte vocal es un canto silábico punteado por breves silencios al final de cada verso, la segunda, “Il est là”, que sirve de estribillo, adopta un arrebatador ritmo de vals. El contraste rítmico entre las dos partes, la oposición de la voz femenina y la El extraordinario Final del primer acto (Nº 5), posee dos partes plenamente diferenciadas, jubilosa la primera, patética la segunda. Abierta con un nuevo y diferente “Rataplán” a cargo del coro de soldados, se da inmediatamente paso a la primera intervención solista de Tonio, el celebrado “Ah! mes amis”. Su popularidad nos evita de entrar en mayor detalle; baste recordar su estructura tripartita, con un tempo di mezzo en clave conversacional en el que el tenor se afana por conseguir el beneplácito del regimiento para su boda con Marie, ambientan perfectamente cada uno de los actos sucesivos. Sin llegar a ese nivel, la breve pieza, de sonoridad delicada e instrumentación camerística, tiene un ritmo de vals y está dotada de un Trío en el que síncopas, irregularidades rítmicas y otras extravagancias testimonian el ambiente artificial en el que se va a desarrollar la acción de esta segunda parte. obtenido el cual Tonio se lanza a ese tremebundo “Pour mon âme”, inicialmente escrito para tenores de opéra comique, más caracterizados por la finura de su fraseo que por su potencia de emisión, y que hoy es auténtica piedra de toque para cuantos tenores han abordado el papel, trátese de lírico-ligeros, tenores di grazia o plenamente líricos. Sus ocho Do prescritos han sido completados por un noveno, el último, que no figura en ninguna de las ediciones de la partitura (todas las cuales terminan con un La agudo), pero que ningún tenor se atrevería hoy día a omitir. La lección de canto que viene a continuación, denominada Trío en la partitura (Nº 6), es, a juicio de diversos autores, el número más complejo y apasionante de la ópera. Donizetti ha hecho gala de una enorme maestría al organizar los materiales de que se sirve: una romanza apócrifa, auténtico pastiche sobre un texto tan hilarante como pretencioso; las insinuaciones, primero, y la plena exposición más tarde, de diversos temas militares (los dos rataplanes, la Ronda del regimiento) ya oídos en el acto anterior, que el aburrido Sulpice instiga en el ánimo de la joven, y las intervenciones cómicas de la desesperada marquesa. La oposición entre la sofisticación aristocrática, con su exceso de ornamentación, y la sencillez no exenta de trivialidad del canto popular está perfectamente traducida en clave musical, y el conjunto resulta, bien interpretado, de un irresistible efecto. El anuncio por Sulpice de que Marie debe abandonar el regimiento para seguir a su tía cede el paso a uno de los momentos más conmovedores y musicalmente valiosos de la partitura. Prologado por el corno inglés, instrumento destinado a evocar momentos de melancolía o patetismo, el “Il faut partir¡” de Marie permite a Donizetti dar rienda suelta a su vena elegíaca, realzada maravillosamente por ese paso del inicial modo menor al mayor sobre la exclamación “Ah! par pitié, cachez vos larmes”. La stretta conclusiva, con los reproches de Sulpice y la tropa a la marquesa y unas breves frases en duetto de los amantes obligados a separarse, se ve enriquecida en el original con un interesante fugato que refleja musicalmente los adioses de Marie a cuatro camaradas a los que cita nominalmente, pasaje que suele omitirse en la mayoría de las versiones. La bella aria de Marie “Par le rang et par l’opulence” (Nº 7), en la que se vuelve al clima patético de su despedida del primer acto, cuya frase “Ah! par pitié” es citada textualmente, participa también de esta personalidad dual del trío anterior: los ecos de la música militar terminan imponiéndose, en este caso por la acción no de un personaje aislado, sino por la aparición de todo el El segundo acto está prologado por un entracte, término que designa una pieza instrumental que sirve de preludio; ejemplos señeros del género son los tres entractes de Carmen, auténticas cimas de inspiración tan distintas entre sí, que regimiento. El “Salut à la France!” de la sección final de la escena hace la función de cabaletta, con su profusión de adornos y la participación del coro. Una fórmula que en la ópera italiana cumplía una función un tanto rutinaria y comenzaba a resultar obsoleta (aunque el propio Verdi hará uso de ella aún por otras dos décadas) es reutilizada inteligentemente por Donizetti en un contexto radicalmente diferente y muy eficaz desde el punto de vista dramático. por cantarlo solos. La romanza, de pura tradición francesa (Donizetti, como ya había hecho con los couplets de la marquesa, suprimió esta aria en la versión italiana de la obra), posee evidentes elementos belcantistas: la voz desarrolla la bellísima melodía, la orquesta se limita a acompañarla, en un diseño de gran sutileza armónica. Página de enorme lucimiento por sus exigencias en cuanto a dicción y expresividad, resulta indispensable para redondear, junto a “Ah! mes amis”, el perfil vocal del personaje de Tonio, y sobre todo a dar relieve dramático a un rol hasta aquí algo desvaído. El alegre y breve Trío “Tous les trois réunis” (Nº 8) parece menos “importante” en relación con los números inmediatamente anteriores, e incluso algo banal en su sencillez, pero curiosamente fue uno de los mejor recibidos, no sólo por el público, que exigió y obtuvo el bis en el estreno, sino por la crítica, incluido el implacable Berlioz. La razón era que respondía perfectamente a las coordenadas de estilo de la ópera cómica del momento, por su imitación de la conversación hablada, y por el modo en que el tema va pasando de una voz a otra para ser recogida por los tres. El periódico La France musicale reconocía que Donizetti había sabido aquí colocarse en la línea de los grandes compositores nacionales del género. No nos detendremos demasiado en el final (Nº 10) de la ópera, en el que como principal novedad figura la breve pero soberbia intervención de Marie “Quand le destin”, comentada dulcemente en su tramo final por el coro. El resto es melodrama y puro efecto cómico, amén de la reaparición del inevitable “Salut à la France!” con la que Marie –en nuevo alarde de pirotecnia vocal– cierra la obra. Donizetti conseguía así halagar, en su presentación en París como autor “francés”, el sentimiento patriótico de los franceses en medida que ningún autor del país había conseguido. Que su vuelta al Real suponga para La fille du régiment un nuevo triunfo a añadir a una larguísima lista, y que todos resultemos complacidos por ello. El último gran número solista de la obra es la romanza de Tonio “Pour me rapprocher de Marie” (Nº 9), aunque en realidad la versión original contaba con la intervención de los otros tres personajes principales, la furibunda marquesa de un lado, que no quiere aceptar que sus planes matrimoniales para Marie sean puestos en entredicho, y ésta y Sulpice que intervienen a favor del joven. Pero no se suelen respetar las intenciones originales de Donizetti; todos los tenores optan %FBUIJO7FOJDF #FOKBNJO#SJUUFOo $0130%6$$*Ä/%&-5&"5303&"-:&-(3"/5&"53&%&--*$&6%&#"3$&-0/" Director musical: Alejo Pérez Director de escena: Willy Decker Escenógrafo: Wolfgang Gussmann Figurinista: Wolfgang Gussmann, Susana Mendoza Iluminador: Hans Toelstede Coreógrafa: Athol Farmer Director del coro: Andrés Máspero Gustav von Aschenbach: John Daszak El viajero: Peter Sidhom (Viejo presumido, Viejo gondolero, director del hotel, barbero del hotel, director de los músicos, voz de Dioniso) La voz de Apolo: Anthony Roth Costanzo Empleado inglés, Guía de Venecia: Duncan Rock Pedigüeña: María José Suárez Conserje del hotel: Vicente Ombuena Vendedor de cristal: Antonio Lozano Otros personajes: Debora Abramowicz, Consuelo Garres, Ohiane González de Viñaspre, Natalia Pérez, Legipsy Álvarez, Celine Kot, Florencia Romero, Oxana Arabadzhieva, Álvaro Vallejo, Enrique Lacárcel, José Alberto García, Carlos Silva, Alexander González, Rubén Belmonte, Elier Muñoz, Claudio Malgesini, Vasco Fracanzani, Igor Tsenkman, Ivaylo Ogniatov, Carlos Carzoglio Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real 4, 7, 11, 14, 17, 19, 23 de diciembre de 2014 20.00 horas; domingos, 18.00 horas "SHVNFOUP %FBUIJO7FOJDF.VFSUFFO7FOFDJB 'FSOBOEP'SBHB La acción se desarrolla en Múnich y varios espacios de Venecia en 1911. En el barco en el cual Aschenbach se dirige a Venecia unos jóvenes hablan desde cubierta con otros que se encuentran en el muelle. Mientras bromean se escucha un coro que alude a la ciudad adriática. A los muchachos se les une un viejo emperifollado y vestido de manera impropia a su edad, con claras evidencias de que está bebido. El viejo “rejuvenecido” se dirige a Aschenbach hablándole de las múltiples posibilidades para el placer que ofrece Venecia. El novelista se queda horrorizado por la visión de tan patético personaje (escena segunda). "DUP* Paseando por un lugar retirado de Múnich el novelista Gustav von Aschenbach medita sobre su incapacidad actual de dedicarse al trabajo. Sus reflexiones son de pronto interrumpidas por la presencia de un extraño individuo quien, como respondiendo a sus inquietudes, le invita a que viaje hacia el sur (escena primera). Visitando la ciudad, el novelista ha de quitarse de encima como puede a la multitud de personas (guías, vendedores, mendigos) que le impiden un cómodo paseo. Molesto por el viento siroco que ha llenado la ciudad de un clima insoportable, Aschenbach toma la decisión de abandonarla. De regreso al hotel la presencia de Tadzio le hace dudar de sus intenciones y, con la disculpa de que han enviado por error a Como sus maletas, vuelve a instalarse en el hotel. Se siente como un héroe de alguna de sus primeras novelas que ha de doblegarse, impotente, a la fuerza de su destino. El encargado del hotel le asegura que el viento ha cambiado de dirección y ahora no habrá en la ciudad un ambiente tan opresivo. Cuando ve a Tadzio desde la ventana de su alcoba Aschenbach murmura complaciente: “Me quedaré aquí dedicando mis días al sol y al mismo Apolo” (escena sexta). Un pasaje instrumental se corresponde con el trayecto del escritor desde el barco hacia el Lido donde ha reservado alojamiento en su principal hotel. Pronto Aschenbach se da cuenta de que el barquero ha tomado un camino directo al Lido, algo que él no le había indicado prefiriendo tomar el vaporetto. Sus protestas no sirven de nada y ya en la entrada del hotel se da cuenta de que el viejo gondolero se ha ido sin cobrar el viaje. Ello le parece una señal de muy mal augurio (escena tercera). Aschenbach es acogido por el encargado del hotel que le señala la calidad de la habitación destinada y su situación con espléndidas vistas a la playa y el mar. El escritor monologa sobre las posibilidades que le ofrece la visita al lugar. Observa un poco más tarde el variado mundo que le rodea, una multitud de distinguidos clientes de diversas nacionalidades. Su mirada se detiene en una familia aparentemente polaca, con la madre y una gobernanta al cuidado de dos niñas y un joven que entiende ser llamado “Tadzio”. La belleza de este adolescente le procura pensamientos estéticos como si el alma de la antigua Grecia se hubiera personificado en él, una luminosa perfección encarnada en un ser mortal. Cuando todos se van a cenar, Aschenbach continúa reflexionando acerca de la relación artística entre la forma y su contenido, concluyendo que en todo artista existe una inclinación peligrosa e irracional hacia la belleza (escena cuarta). Cómodamente arrellanado en su sillón, Aschenbach se deja llevar por su imaginación que le conduce a la antigua Grecia. Hasta parece que escucha la voz de Apolo. Es tal la sensación que los juegos playeros de los muchachos se transforman ante él en una forma de olimpiada que acabará coronando a Tadzio como vencedor. La visión conmueve a Aschenbach llegando a la conclusión de que a través de ese maravilloso muchacho puede reencontrarse con su inspiración. Cuando se hallan frente a frente, Tadzio le sonríe. Pero Achenbach se queda paralizado. Únicamente puede decirse para sí: “Te amo” (escena séptima). En la playa, el escritor no encuentra un acomodo a su gusto. Sin embargo contempla con satisfacción a los presentes, mientras degusta unas fresas que compra a una vendedora ambulante. Cuando ve a Tadzio volviendo del baño, vuelve a admirar su gracia y su belleza (escena quinta). "DUP** Un fragmento orquestal sugiere que Aschenbach está de nuevo escribiendo. En la peluquería del hotel, en medio de la charlatanería incontrolada de quien le atiende, Aschenbach descubre que el barbero ha hecho una alusión no del todo velada acerca de una enfermedad que sacude a la población veneciana (escena octava). de los que es testigo no hacen más que aumentar Paseando por Venecia Aschenbach no puede evitar su preocupación y los acontecimientos epidemia de cólera que azota a Venecia y sus alre- ese desasosiego: el olor a desinfectante, los anuncios pegados a las paredes advirtiendo del control alimentario y, especialmente, los comentarios que aparecen en la prensa alemana en relación con una dedores, pese a la negación oficial de este hecho. destino: que los dioses decidan lo que ellos quieran (escena decimotercera). Cuando ve a la familia polaca, teme que esos rumores la puedan alejar de la ciudad. En su persecución de la familia por Venecia, Aschenbach acaba situado en una mesa cercana de un café y luego sigue observando al grupo polaco durante una visita a San Marcos. Se da cuenta de que Tadzio se ha percibido de su proximidad. Llegado al hotel justifica su interés por Tadzio acudiendo de nuevo a motivos artísticos de influencia griega (escena novena). Aschenbach en la playa, ahora casi desierta, mira cómo juegan Tadzio y sus amigos (escena decimocuarta). En la peluquería Aschenbach se deja llevar por los consejos del barbero que le tiñe el pelo y le maquilla para que recupere su aspecto juvenil. El escritor recuerda con ironía al viejo borracho que se encontró en el barco al llegar a Venecia (escena decimoquinta). En el jardín tras la cena, los alojados en el hotel se reúnen para una exhibición a cargo de unos músicos ambulantes que cantan y bailan. Quien los dirige interpreta una canción cómica antes de pasar la mano para pedir compensación a los asistentes. Aprovecha Aschenbach para preguntarle si algo sabe de la epidemia. El cantor no da una respuesta clara vigilado por el personal del hotel (escena décima). De nuevo recorriendo Venecia Aschenbach sigue los pasos de la familia polaca de manera más descubierta de lo que ha hecho hasta entonces. En medio del paseo compartido, aunque sea distancia, tiene tiempo de pensar en las palabras de Sócrates cuando afirmaba que el poeta sólo podía percibir la belleza a través de los sentidos (escena decimosexta). En la agencia de viajes, Aschenbach comprueba la multitud de personas que se agolpan en busca de un billete para marchar de inmediato de Venecia. Un joven empleado acaba por informar a Aschenbach de que una epidemia de cólera ha llegado de la India a la ciudad, aconsejándole que se vaya cuanto antes (escena decimoprimera). El encargado del hotel conversa con el portero del tiempo y de la partida de los clientes. También la familia polaca ha pedido la cuenta y en pocas horas dejará el hotel. Terriblemente cansado Aschenbach va a sentarse en la playa. Repara en Tadzio y en su amigo Jaschiu. Jugando. En esos inocentes juegos, a Jachiu se le escapa la mano y entierra la cara de Tadzio en la arena. Aschenbach contempla la escena queriendo defender al muchacho. Este se levanta enfadado y camina hacia el mar rehuyendo a su amigo. Levanta su brazo en una probable intención de saludo. Es la última imagen que capta Aschenbach antes de caer muerto (escena decimoséptima). Aschenbach decide que ha de informar de todo esto a la “Señora de las perlas” que es como él llama a la madre de Tadzio. Pero no consigue acercarse a ella, sin comprender las razones de esta indecisión. Antes de dormirse, se pregunta si sólo ellos dos, Tadzio y él, sobrevivieran mientras todos los demás están muertos (escena decimosegunda). En el sueño oye las voces de Dionisio y de Apolo. Cuando se despierta, se resigna ante su &MBVUPSFUSBUPmOBM EFCSJUUFO +VBO-VDBT desnudo integral de su yo de hombre y de artista antes del definitivo adiós. La premonición de Pears era exacta. Sin haber cumplido los 60 y con su genio intacto, Britten estaba terminando un gran poema sobre su propia muerte, a la que se aproximaba con inexorable velocidad. En el curso de una cena en un restaurante, el tenor Peter Pears deslizó a su amigo, el pintor Sidney Nolan, una frase que parecía premonitoria: ‘Ben is writing an evil opera, and it’s killing him’ (Ben está escribiendo una ópera maligna, y lo está matando). Por entonces -estamos a principios de 1973- Benjamin Britten tenía prácticamente acabada su adaptación de la célebre novela corta de Thomas Mann Der Tod in Venedig (Muerte en Venecia), escrita en la segunda década del siglo, que precisamente por esa misma época había sido llevada a la gran pantalla por el cineasta italiano Luchino Visconti. Inmediatamente acabada la composición, el músico debía someterse a una urgente y delicada operación cardíaca que había sido pospuesta hasta que la obra estuviese lista. La operación no fue bien, y la ya muy mermada salud de Britten entró en una fase de irremediable deterioro. Aún viviría para completar dos obras maestras más, la cantata escénica Phaedra y el tercer Cuarteto de cuerda, cuyo movimiento final, subtitulado La Serenissima, extrae su material de cuatro motivos de la ópera; pero, al elegir Muerte en Venecia como asunto de su siguiente ópera, Britten parecía intuir que ésta sería su última aportación al género en el que había reinado desde que deslumbrara al mundo con Peter Grimes, allá por 1945. La novella de Mann le ponía en bandeja todos los elementos para realizar una confesión absoluta y radical, el Pese a que la historia que cuenta Muerte en Venecia es en gran medida autobiográfica (Mann efectivamente quedó fascinado por un adolescente polaco, de nombre Wladzio, durante una estancia en Venecia con su mujer y su hermano en 1911), todo en ella parece apuntar, en lo artístico como en lo personal, al universo de Britten. En primer lugar, el personaje principal, el escritor de éxito Gustav von Aschenbach -devoto de Apolo en su búsqueda de un ideal de belleza y de orden clásicos que se ve sacudido por las fuerzas dionisíacas de Eros encarnadas en el bello Tadzio, a las que siempre había combatido y que acaban por apoderarse de él y destruirle- parece un trasunto avant la lettre del propio autor británico, del compositor de éxito Benjamin Britten, también él un adorador de la belleza en permanente conflicto entre su condición de outsider (homosexual y pacifista en una época y un país en que cualquiera de estas dos circunstancias acarreaban la exclusión social) y su voluntad de integración y de reconocimiento, conflicto que tan agudamente supo adivinar el escritor W. H. Auden en una célebre carta escrita a de caos, dolor y destrucción. Si este es un tema recurrente en gran parte de las obras dramáticas de Britten, y explica de forma indirecta el conflicto interior de algunos de sus más logrados personajes (Peter Grimes, Billy Budd, Quint en The Turn of the Screw…) en Death in Venice se torna explícito, autobiográfico, confesional. su joven amigo en 1942 –que marcó el fin de una intensa relación personal y artística- en la que le advertía del drama interior que le amenazaba y le acompañaría durante toda su vida, parcialmente reflejado, antes de Aschenbach, en algunos de los más importantes personajes de sus óperas. La fascinación de Aschenbach por Tadzio, que se erige en asunto central del relato, remite a uno de los ‘asuntos’ que marcaron la vida del músico, su obsesión por los niños y los adolescentes, que se tradujo a lo largo de su vida en numerosas y a menudo atormentadas relaciones platónicas, algunas de las cuales rozaron el escándalo y pusieron en peligro el sólido status social alcanzado por el artista (quien sólo se libró de la cárcel por su condición de intocable redentor de la música británica). Mucho se ha discutido acerca de la debilidad de Britten por los niños, y no es este el lugar para entrar en detalles. Sí que conviene apuntar, no obstante, que su relación con Peter Pears (un matrimonio a todos los efectos) fue siempre sólida y estable, y ningún adolescente puso jamás en peligro la naturaleza de ese vínculo. Como artista esencialmente platónico (devoto de Apolo) parece más consecuente ver en esta aparente pedofilia de Britten, que muchos señalaron y atacaron como perversa, la atracción –todo lo fatal que se quiera- por la idea de la belleza en su forma más acabada, más allá –mucho más allá- de una simple tendencia sexual homoerótica. Pero esa capacidad destructiva de la belleza precisa de un escenario donde liberar sus fuerzas. La elección de Venecia por parte de Mann se ajustaba perfectamente al tema. La atmósfera irreal de la Serenísima República de San Marcos, por cuyos canales se dan la mano con inquietante armonía la sobrecogedora belleza de los edificios y el pestilente olor de la laguna, se antoja el marco ideal para esa historia de amor, belleza, decadencia y corrupción que Mann quería contar. Lo que el novelista alemán no podía saber es la importancia que Venecia tendría en la vida de Britten, que nunca ocultó el permanente hechizo que la ciudad acuática ejercía sobre él. La visitó en numerosas ocasiones (la última a finales de 1975, pocas semanas antes de su muerte), y en su gran teatro de ópera, La Fenice, estrenó su obra maestra The Turn of the Screw en 1954, inmerso en el escándalo que suscitó su relación con David Hemmings, el adolescente que debía interpretar el primer Miles. En Venecia había compuesto Wagner el segundo acto de Tristán e Isolda –cuyos ecos se dejan oír en la partitura de Britten- y sobre el Gran Canal, en el Palazzo Vendramin, había muerto 24 años después. En Venecia, en fin, había nacido la ópera como género, en esas representaciones del Teatro San Cassiano que tenían a Claudio Monteverdi como principal maes- En ese sentido, la identificación de Aschenbach, en su deseo nunca consumado por Tadzio, con el propio Britten parece explicar el axioma que recorre y permea toda su obra, y en particular sus óperas, el de la belleza engendradora de deseo y, con él mediante la pulsión posesiva, tro de música, y que Britten introduce en Death in Venice a través de las fanfarrias y, sobre todo, de los recitativos secos con piano de Aschenbach. del personaje sin identificarse nunca con él. La acción evoluciona por breves escenas que se suceden con rapidez, salpicadas de digresiones subjetivas que se mezclan con la trama, y en todo momento hay establecida una distancia infranqueable entre Aschenbach y el mundo que le rodea. Más que contar acciones apoyándose en el diálogo, la obra de Mann es una novela de ideas, donde la descripción, tanto interior como exterior, se apodera del relato desde la primera frase. Un artefacto, pues, intrínsecamente literario, cerrado en sí mismo y de muy difícil acomodo en las tablas de un teatro. Presente en todos y cada uno de los momentos de la obra, el personaje del escritor ofrecía además la oportunidad a Britten de ofrecer a Peter Pears, su pareja y musa con quien había trabajado y convivido durante casi cuatro décadas, el gran papel que culminaría una de las grandes relaciones artístico/personales de la historia del arte. Britten había escrito para Pears la mayor parte de sus grandes papeles masculinos (y no sólo masculinos; piénsese en la Madwoman de Curlew River); en todos ellos, el gran tenor y magnífico intérprete inglés había sido la voz de Britten, el vehículo a través del cual se expresaban los mil matices de la compleja personalidad del músico. Con Aschenbach, esta identificación artística sube un escalón, el definitivo, y Pears se transfigura en Britten, disolviendo su arte y su persona en el autorretrato final que su compañero había decidido componer, en lo que sería una fusión artística, espiritual y personal tanto más hermosa cuanto que estaba además marcada por el definitivo adiós que presagiaba la cercana muerte del compositor. Sin duda, el trabajo de Muerte en Venecia tenía bases sólidas donde asentarse. Britten no dudó en acudir a la escritora Myfanwy Piper, a quien ya había encomendado la elaboración de los libretos de sus dos óperas sobre textos de Henry James, The Turn of the Screw y Owen Wingrave, para que aplicara el mismo tratamiento a la novella de Mann. Piper, que al principio juzgó imposible convertir ese relato en ópera para enseguida comprender que para Britten no era imposible, condensó la acción en diecisiete escenas enlazadas por breves interludios, a las que Britten añadió una obertura titulada Venecia que situó entre la segunda y la tercera escena. De una duración de unos 145 minutos, la media de cada escena rondaría los ocho, lo que suponía aplicar a la escritura musical técnicas cuasi cinematográficas para conducir la trama y asegurar las transiciones. La figura del narrador, que en el relato aporta los datos esenciales sobre la personalidad del escritor, es sustituida por una serie de recitativos secos, monólogos interiores acompañados por un piano en los que Aschenbach habla consigo mismo, que a su vez actúan como un poderoso elemento de articulación musical. Por su parte, los personajes más o menos siniestros con los que el Con todo y sin embargo, el trasvase de la pieza de Mann a los códigos de la ópera no estaba exenta de riesgos y dificultades. El tipo de novela filosófica al que Der Tod in Venedig se adscribe no parece a primera vista especialmente apto para el teatro. La novella es el largo y cadencioso relato, apenas interrumpido por brevísimos diálogos, de un narrador que posee la clave de la subjetividad de Aschenbach, cuya peripecia narra desde dentro escritor se cruza en el curso de la novela (el Viajero, el Viejo petimetre, el Gondolero, el Músico ambulante, a los que el libreto añade tres, el Manager del Hotel, el Barbero y la voz de Dyonisus que Aschenbach oye en sueños), son asignados a un único intérprete, un barítono, reforzando y condensando así su carácter de figuras simbólicas ‘revestidas con la repulsiva mueca de la muerte y con el sombrero de ala ancha de Hermes, que conduce a los muertos a través de la Estigia’ (Piper). El resto de los personajes (veraneantes, empleados, vendedores, grupos de jóvenes, ciudadanos de Venecia, gondoleros) son voces a las que Britten destaca fugazmente del conjunto, solas o en grupo, mediante un tratamiento individualizado del hecho coral de una riqueza y un virtuosismo que incluso supera los abrumadores logros de sus óperas anteriores. La idea de incluir la voz del dios Apolo durante la gran escena en el Lido que cierra el primer acto, y de cedérsela a un contratenor (James Bowman en el estreno) parece un guiño de Britten a la por entonces incipiente práctica del historicismo musical a la vez que otra irresistible pincelada barroca aplicada a su partitura. ta para Aschenbach la manifestación de la belleza en su forma más acabada, su expresión no podía ser otra que la danza, el ámbito de la forma en movimiento. El personaje de Tadzio sería asignado a un bailarín, y con él a todo el mundo que le rodea (el de su familia y sus amigos) formando así un grupo estable de danza en el interior de la ópera, por completo desconectado de Aschenbach y a la vez proyección y representación de su propio deseo. Una vez el libreto de Piper estuvo encauzado, y a pesar de su débil estado de salud y de su aún por entonces sobrecargada agenda, Britten comenzó a trabajar en la partitura de Death in Venice con la insólita rapidez marca de la casa. El efectivo instrumental que elige es la orquesta de cámara aumentada que ya empleara en Owen Wingrave, a la que refuerza con un gran aparato de percusión. La escritura, sin embargo, se revelará aún más esencial y transparente que en sus obras anteriores; el empleo de la orquesta al completo se hará más escaso y más intenso su trabajo sobre los ritmos, los sonidos y las relaciones entre ellos. Su copista, el compositor Colin Matthews, sintió inquietud al recibir los primeros fragmentos, que consideró a primera vista undercomposed (incompletos). La inquietud se disolvió cuando pudo escuchar los primeros ensayos. Ni el más encarnizado detractor de Britten dejó de reconocer su consumada maestría en el campo de la instrumentación, pero con Death in Venice el músico inglés alcanza una suerte de consumación, a la vez que una síntesis de todos sus trabajos anteriores. La mayor dificultad, con todo, la planteaba Tadzio, el otro personaje central del drama, figura ideal por una parte y a la vez realidad ficcional en sí misma, a quien Aschenbach contempla desde la distancia y de quien no oímos una sola palabra. La cuestión de cómo evitar que el bello joven polaco acabase siendo un estéril maniquí desprovisto de toda sustancia dramática, como había demostrado Visconti con su fallida película, era complicada y ocupó a Piper y a Britten durante la primera fase de escritura. La solución a la que llegaron fue tan lógica como acertada. Puesto que Tadzio represen- En palabras del musicólogo Christopher Palmer, ‘las texturas heterofónicas, las coloraciones pentatónico-orientales, el perfecto equilibrio entre la rigidez formal y la amorfa libertad, así como el principio instrumental de la diversidad en la unidad que informa tantas partituras de Britten a lo largo de los años alcanzan en Death in Venice su apogeo y muestran con más claridad que nunca a Britten como un fenómeno con pocos equivalentes en la historia de la ópera. Britten nos descubre los miles de colores de la orquesta moderna en una infinita variedad de combinaciones, y encuentra el camino para crear la absoluta novedad en el interior de la tradición, tanto en lo instrumental como en los demás aspectos de la escritura musical’. el gamelán y las músicas del este de Asia. A ellos está encomendada la representación musical del mundo del adolescente, y en la nota La reverberada por el vibráfono encontramos el específico ‘sonido Tadzio’, expresión de un mundo de belleza congelada, luminosa, alucinada, en máximo contraste con el sonido denso y oscuro asociado a Aschenbach. En este sentido Death in Venice constituye una apoteosis del vibráfono. Pocas partituras en la música contemporánea podemos encontrar, fuera del jazz, donde este instrumento adquiera un papel tan predominante. La voz, por su parte, y en especial el variado y omnipresente coro, recibe un tratamiento instrumental muy individualizado, y es de todo punto extraordinario el uso poético de las voces en el contexto tímbrico, desde los cantos de los gondoleros (extraídos de fuentes venecianas auténticas) a los coros de jóvenes en los barcos, los gritos de los vendedores callejeros, las llamadas de las mujeres a Adziù o la algarabía de los turistas en el hotel. Los grupos instrumentales son otros tantos reflejos de los diversos mundos que coexisten en la novela, y tanto sus texturas como sus timbres se asocian a los procesos del drama de su personaje central. Las maderas y metales, por ejemplo, dibujan Venecia y su entorno pestilente, mientras que las cuerdas, de uso muy acotado, se reservan para la expresión de sentimientos humanos. En este sentido hay que destacar sus dos grandes momentos, el breve preludio al Acto segundo, que coincide con la toma de conciencia de Aschenbach de su patética situación, y el epílogo final, que evoca el Tristan de Wagner. Los instrumentos de percusión, en su conjunto el grupo más importante de la orquesta, se dividen a su vez en dos grandes ámbitos, el de los instrumentos no temperados (tambores, timbales, cajas, crótalos), sonidos de la selva portadores de las fuerzas oscuras y entrópicas que se apoderan de Venecia y amenazan a Aschenbach, y la luminosa presencia de los instrumentos temperados, en especial el vibráfono y el glockenspiel, que en Death in Venice adquieren una coloración inequívocamente oriental, fruto sin duda del interés de Britten por Por el sofisticado uso de la orquesta y la integración de las voces en el aparato tímbrico, Death in Venice ha sido calificada más de una vez de ‘sinfonía operística’. Pero eso sería subestimar el talento dramático del autor británico. La orquesta de Britten procede de la de Mahler (¡cuántas reminiscencias del final de La Canción de la Tierra, ‘La Despedida’, en la partitura de Death in Venice!) que a su vez procede de la de Tristan, y encuentra en Wozzeck de Alban Berg y en las últimas óperas de Leos Janácek sus modelos más próximos. Como en ellos, la orquesta es portadora del drama, no simple comentarista del mismo, y son sus sonidos los que reemplazan a las palabras del novelista. Lo que la imagen no puede traducir (de nuevo Visconti) la música lo consigue al crear precisamente una imagen sonora de la idea. En Death in Venice esa imagen la forman los tres mundos que la obra pone en conflicto, Aschenbach, Tadzio y Venecia, a cada uno de los cuales le es asignada una tonalidad y uno o varios motivos que entran en permanente interacción. Estos motivos (destaquemos entre ellos el ‘sonido Tadzio’ y su motivo asociado, el importante motivo de la ‘vista’ –the view-, el de la peste o el de Venecia, que forma la obertura) están a su vez relacionados por una altura, el intervalo de tercera, que se erige en espina dorsal de la obra. El minucioso trabajo sobre esos simples parámetros, aplicando con desarmante virtuosismo los principios de la variación sobre los que Britten, desde muy pronto, había demostrado su total maestría, termina por tejer un tupida red musical en la que cada sonido se transmuta en el siguiente en un fascinante ejercicio de ininterrumpida transición musical. Como apuntamos más arriba, Britten aplica en Death in Venice, más que en cualquier otra de sus obras dramáticas, técnicas de escritura que podríamos calificar de cinematográficas, entendiendo por ello un uso exhaustivo de la transición, logo para orquesta, esa Liebestod de Aschenbach en la playa mientras el bello Tadzio se aleja hacia el mar, Britten consuma esa redención con un último y conmovedor diálogo entre la humanidad de las cuerdas (Aschenbach) y la fría, luminosa, inalcanzable belleza del vibráfono reverberado (Tadzio). La ópera concluye con el violín y el vibráfono ascendiendo hacia la zona más alta del espectro para encontrarse en un único sonido, la nota La de Tadzio. La unión, finalmente, se ha producido. que el autor trabaja tanto en el aspecto vertical como en el horizontal. Los enlaces entre las escenas parecen responder a la técnica del fundido, y en general la plasticidad del desarrollo temporal remite con fuerza al séptimo arte (con el que Britten mantuvo estrechas relaciones en los inicios de su carrera) y es resuelta con superlativa pericia. La imaginación sonora de Britten parece no tener límites, y Death in Venice se revela como una orgía sonora de una riqueza y una sensualidad que se apoderan del oyente a cada escucha. La composición de Death in Venice ocupó a Britten desde diciembre de 1971 a marzo de 1973, con frecuentes interrupciones a causa de sus todavía numerosos compromisos. Con su estado de salud seriamente deteriorado, el compositor no pudo asistir al estreno en el Festival de Aldeburgh el 16 de junio de 1973. Steuart Bedford dirigió las primeras representaciones, así como la grabación para Decca meses después, supervisada por el propio Britten. Gracias a ella disponemos del testimonio del Aschenbach de Pears, uno de los grandes momentos de la historia de la ópera grabada. En septiembre de ese año una representación especial fue montada sólo para Britten, a partir de la cual decidió aplicar a la partitura algunos cambios. Ese mismo mes, el compositor recibía la noticia de la muerte de dos de sus más antiguos y estrechos colaboradores, William Plomer, libretista de Gloriana y las tres Church Parables y Wystan Hugh Auden, su viejo amigo y colaborador, una de las grandes influencias de su juventud, a quien no veía desde 1953, desde la famosa carta. Donald Mitchell, que estaba con Britten cuando le anunciaron la muerte de Auden, dijo que Britten lloró amargamente. A diferencia del narrador en la novela de Mann, Britten se oculta tras el personaje de Aschenbach. La música describe las sensaciones y las emociones del escritor, pero no las juzga ni las interpreta. En su embriagadora sensualidad, una extraña objetividad, que a veces podría parecer stravinskiana, la recorre. La tragedia de Aschenbach es la tragedia de Britten, y el discurso musical no hace sino representarla. Como Rembrandt en su último autorretrato, Britten se mira a sí mismo desde una distancia que es ya, quizá, la de la muerte. Sin embargo, ya que de un autorretrato se trata, aún nos tiene deparada una confesión final. Esta se produce poco antes de la muerte de Aschenbach, tras el último y dramático monólogo en donde el escritor pronuncia las palabras de Sócrates a Fedro sobre la belleza y la pasión; siguiendo el modelo de Alban Berg en el célebre Interludio en re menor de Wozzeck, el trágico reconocimiento de lo inevitable es seguido por un breve interludio orquestal in crescendo, de una intensidad dramática casi insoportable, en el que Britten parece dar un paso adelante y tomar la palabra para lanzar un último mensaje de redención a su personaje. Poco después, en el maravilloso epí 3PN±PFU+VMJFUUF $IBSMFT(PVOPEo "Æ04%&-&453&/0&/&-5&"5303&"Director musical: Michel Plasson Director del coro: Andrés Máspero Juliette: Sonya Yoncheva Roméo: Roberto Alagna Hermano Laurent: Roberto Tagliavini Mercutio: Joan Martín-Royo Stéphano: Michèle Losier Capulet: Laurent Alvaro Tybalt: Mikeldi Atxalandabaso Gertrude: Diana Montague El duque: Fernando Radó Grégorio: Toni Marsol Benvolio: Antonio Lozano Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real 16, 20, 26 de diciembre de 2014 20.00 horas "SHVNFOUP 3PN±PFU+VMJFUUF 'FSOBOEP'SBHB La acción tiene lugar en Verona (Italia) en el siglo XIV, "DUP* En una galería espléndidamente ilumina- A manera de prólogo, durante una introducción orquestal, el coro adelanta un resumen rápido del contenido de la obra, recordando la existencia de dos familias rivales veronesas, los Capuletos y los Montescos, cuyo odio que las ha enfrentado durante decenios será la causa de la muerte de los jóvenes amantes Roméo (perteneciente a la familia montesco) y Juliette (una capuleta). da de la mansión de los capuletos se celebra un baile. Tybalt, sobrino del Conde Capulet, felicita a Paris por su futura unión con Juliette. La joven, que celebra su cumpleaños, es presentada por su padre a los invitados quienes se deshacen en elogios a su candor y belleza. Capulet anima a todos a que disfruten de los placeres de la fiesta (Introducción: L’heure s’envole). Roméo y Mercutio y otros jóvenes montescos se han unido enmascarados al festejo. Las intenciones de Mercutio de introducir la discordia en la fiesta de sus nobles enemigos chocan con la reticencia de Roméo, conmovido por inquietantes presentimientos originados en un misterioso sueño que ha tenido. Mercutio se burla cariñosamente de estas indecisiones cantándole una ligera y cimbreante canción en torno a Mab, el hada que organiza los sueños de los humanos (Balada: Mab, la reine des mensonges). "DUP** Un jardín al que dan las habitaciones de Juliette. Es de noche. Los amigos de Roméo se hacen eco de la situación anímica del enamorado joven (Entreacto y coro: Mystérieux et sombre). Como Roméo no puede dejar de pensar en su amada, acompañado por su paje Stephano se sitúa bajo su ventana. Evocando su belleza, pide al día que renazca y le devuelva a la amada, con acentos de apasionada emoción (Cavatina: L’amour… Ah, lève-toi, soleil). Es entonces cuando Roméo se da cuenta de la presencia de Julieta que acaba de regresar en compañía de su nodriza Gertrud. Roméo, de improviso, se siente irremediablemente atraído por la joven. Esta, dirigiéndose a su aya, no quiere oír hablar de su matrimonio, de momento sólo quiere sentirse libre y disfrutar de la vida (Arietta: Je veux vivre). Tal ardiente declaración de sentimientos produce el efecto deseado. Juliette se asoma al balcón de su alcoba. El reencuentro ha de interrumpirse con la llegada de algunos criados alertados por la presencia de Stephano que ha levantado las alarmas de los moradores de la casa (Escena y coro: Personne, personne!). Cuando Gertrud se ve obligada a ocuparse de algunos menesteres, Roméo aprovecha la soledad de Juliette para acercarse a ella. Juliette pronto se deja llevar por las encendidas declaraciones del hermoso desconocido a las que responde en el mismo tono de dócil y encendida entrega (Madrigal: Ange adorable). Una breve interrupción para la pareja amorosa que pronto puede expresarse su mutua e inmensa pasión en un diálogo capaz de traducir sus más delicados y profundos sentimientos (Dúo: O nuit divine! Je t’implore!). La aparición de Tybalt hace que Roméo se cubra de nuevo el rostro con el antifaz. Es entonces cuando el joven, impresionado, descubre la identidad de la joven de la que ya se ha enamorado. Pero Tybalt, pese a la máscara, reconoce a su enemigo y da la alarma. El Conde Capulet fiel a las leyes de la hospitalidad y deseando que la fiesta continúe en todo su esplendor, evita un enfrentamiento invitando a los intrusos a que abandonen de inmediato su casa (Final: Quelqu’un!). Con la llegada del alba los amantes han de decirse adiós. Pero ya han decidido, dadas las negativas circunstancias familiares que los separan, casarse en secreto. "DUP*** A la celda monacal del hermano Laurent acude la pareja enamorada para consumar su matrimonio. El monje ha accedido a celebrar la Apenas ha partido Roméo, Gertrud anuncia la llegada de Capulet y el hermano Laurent. Obedeciendo al deseo expresado por Tybalt antes de morir el matrimonio de Juliette con Paris ha de celebrarse de inmediato (Cuarteto: Ah, le ciel soit loué!). A solas con Juliette, Laurent la anima a que tome una poción que le permitirá simular su muerte. De esta manera evitará su enlace que sería de todos modos nulo tras el que secretamente la ha unido a Roméo (Escena: Mon père, tout m’accable!). Juliette, una vez sola, pide al Amor que la sostenga en este momento difícil (Aria: Amour, ranime mon courage). ceremonia con la secreta intención de que con ella las rencillas entre las dos familias veronesas se acaben para siempre (Terceto: Dieu qui fis l’homme a ton image). Con Gertrud que se ha complicado en la solemnidad nupcial los cuatro personajes expresan su anhelo de que todo ello tenga como meta un porvenir dichoso (Cuarteto: O pur bonheur! Oh joie immense!). En el cuadro segundo, en la calle donde se levanta la mansión de los Capuletos, Stephano desgrana una irónica y alusiva canción con la intención de irritar a sus moradores (Balada: Que fais-tu, blanche tourturelle?). El efecto es inmediato. El criado Grégorio ataca a Stephano. Aumenta el desorden al llegar Mercutio y Benvolio y aún más al aparecer, por el bando contrario, Tybalt y Paris. Roméo en vano intenta poner fin a la contienda y rechaza el desafío de Tybalt que desea castigar su intrusión en la fiesta. Mercutio se enfrenta entonces a él en lugar de Roméo y cae bajo la espada de Tybalt. Roméo venga la muerte de su amigo matando a su vez a Tybalt. La aparición del Duque de Verona pone fin al tumulto. Tras reprimir con severidad a ambas facciones, en un deseo de que por fin la paz se establezca entre ambas familias, destierra de la ciudad a Roméo (Final: Ah, ah! Voici nos gens!). La procesión nupcial comienza. Los invitados se reúnen en el gran salón del palacio. Cuando Paris va a colocar el anillo de boda en el dedo de Julietta esta cae como fulminada por un rayo. Todos la dan por muerta (Final: Ma fille, cède aux voeux du fiancé). "DUP7 Un brevísimo intermedio orquestal sitúa claramente la acción en la cripta subterránea de los Capuletos. El hermano Laurent conoce de boca del hermano Jean que la carta enviada a Roméo donde le explicaba todo lo sucedido, no ha podido llegar a su destinatario al ser herido el mensajero. El envío de otro emisario se evidenciará a la postre inútil. "DUP*7 Un magnífico fragmento orquestal describe a Juliette dormida por efecto del brebaje (Le sommeil de Juliette). En la habitación de Juliette. Roméo ha venido a despedirse de su amada. La despedida es apasionada; los jóvenes se resisten a la separación que les está señalando el canto de la alondra al anunciar la llegada del día (Dúo: Nuit d’hyménée). Enterado de la muerte de Juliette llega Roméo sometido a la más profunda de las desesperaciones. Decidido a morir también se dirige a la amada con tiernas y elocuentes manifestaciones de resignado dolor. Cuando Juliette comienza despertar de su sopor, ya Roméo ha bebido el veneno que iría a reunirle con la que creía muerta. Al reencontrarse los amantes su dicha parece no tener fin. Pero el veneno ha hecho su efecto y, confesando de nuevo su amor, Roméo cae muerto. Juliette se clava el puñal que había escondido en su pecho (Escena y dúo: Salut, tombeau sombre et silencieux!... Viens, fuyons, au bord du monde!). $JUBEFBNBOUFTFOFM TFQVMDSPGBNJMJBS #MBT.BUBNPSP Cosimo della Gamba que data de 1581, pero su incorporación a las escenas públicas se debe, más probablemente, a Lope de Vega, autor de Castelvines y Monteses, donde ya ocurren los principales episodios tratados por Shakespeare. Y puesto que estamos de conjeturas y desvíos ¿no resultaría armonioso que esos dos maestros del teatro barroco se conjuntaran en torno a los amantes de Verona? Lo cierto es que la obra lopesca debió haber contado con la aceptación de los públicos, ya que Rojas Zorrilla la utilizó para su Los bandos de Verona. No obstante, el texto que selló para siempre la permanencia del mito veronés resultó ser el de Shakespeare. A él debe la humanidad que se sugestione a la distancia con la lectura y la representación y, de cerca, con los apócrifos balcones y caserones. Por fin: ¿no es el arte la mejor manera humana de enriquecer la realidad? Los viajeros que visitan Verona no dejan de fotografiarse bajo el balcón de Julieta y ante el restaurante que se ha instalado en la mansión de Romeo. No faltan souvenirs como la maqueta de la casa de los Capuletos. Una cuelga en una pared de mi estudio. Bien, pues: todas las referencias son apócrifas. La inquina entre los Capelletti – así era el apellido original, luego refinado para evitar su vulgar significado: sombreritos – y los Montecchi – equivalente de nuestro Monteagudo – no fue veronesa sino sienesa, según consta en las más antiguas crónicas, recogidas por Masuccio Salernitano en el siglo XV (número 22 de la recopilación Il Novellino). El traslado de Siena a Verona y la conversión de una disputa política en historia de amor, se deben a Luigi Da Porto, quien toma la referencia principal de un verso dantesco del Purgatorio, donde se menciona al pasar la querella entre familias ya citada. Algo similar ocurrió con los amores, igualmente ilegales, de Francesca da Rimini y Paolo Malatesta, un cotilleo al que Dante otorgó calidad diabólica en el quinto canto del Inferno. También suelen citarse como fuentes del inglés La trágica historia de Romeo y Julieta de Arthur Brooke y El palacio del placer de William Painter. De todos, según ocurre a menudo con los textos shakespearianos, hay más dudas que certezas sobre su proceso, lo cual se extiende a la persona misma del autor que, según se sabe, muchos vacilan en aceptar que haya existido realmente tal como lo sostienen sus biógrafos. En fin, que don Guillermo podría ser una apócrifo similar al de su tragedia. De ésta cabe pensar que fue escrita Matteo Bandello dio forma novelesca al asunto poéticamente tratado por Da Porto. Se lo suele citar como inspirador de la tragedia shakespeariana, más bien a través de alguna versión francesa como las de Belleforest y Boisteau, de amplia circulación europea por entonces. En cuanto al teatro, hay una representación palaciega debida a individuales en una figura de unidad trascendente a ambos, en fin: la fraternidad leopardiana del amor y la muerte, hermanos gemelos. entre 1594 y 1596 y que su estreno, del que no sobreviven documentos, se haya producido en 1595. Estos equívocos de fechas tienen una explicación: la obra registra cuatro ediciones históricas: 1597, 1599, 1609 y 1623, o sea que pudo haber sido retocada tras su debut. Las diferencias entre redacciones ha sido motivo de estudio entre los especialistas y entretejen una pequeña selva salvaje, muy barroca, que hoy no visitaremos. Hay en ellas, no obstante, rasgos muy típicos de la última manera de Shakespeare: ironía y cinismo terroríficos pero con una alta dosis de idealismo heroico invertido y asociado a lo cínico. En cuanto a la ironía, copio la fórmula propuesta por Aldous Huxley: “un negativo fotográfico de la poesía novelesca.” En Shakespeare, las instituciones – léase el Estado, la Iglesia y la familia – piden perdón por la muerte de los jóvenes amantes, como si las prohibiciones y convenciones sociales no resultaran legítimas al considerar ilegítimo un amor verdadero. En Gounod, hombre más piadoso y aspirante a abate, a pesar de sus historias amorosas más o menos disimuladas – o, tal vez, por eso mismo – los que piden perdón son Romeo y Julieta, en trance de expirar, por las inconveniencias cumplidas. Desde luego, el hecho de que este amor haya tenido una muy feliz realización sexual, colmada de alondras y ruiseñores, pone la guinda al postre. El amor auténtico no sólo es ilegal sino también pecaminoso. La pregunta de Occidente, ya planteada hace años por Denis de Rougemont en un libro clásico, es: ¿sería posible el amor pasional si no estuviera prohibido y castigado? Si el lector es psicoanalista, por favor, que conteste. Si el lector ha pronunciado la palabra romanticismo se me ha adelantado y acertado. En efecto, la tragedia es romántica hasta lo gótico, con puñaladas, venenos, prohibiciones, pasiones malditas y suma y sigue. Por eso, al auge de Shakespeare data del siglo romántico, en especial a partir de su recuperación en la Alemania a fines del XVIII – junto con el teatro áureo español – y de la Francia que libra la batalla de Ernani y entroniza a Victor Hugo. El poder de esta historia sobre el imaginario de cinco siglos, capaz de rebautizar una ciudad italiana con sus personajes, sus gozos y sus sombras, se puede rastrear en diversas ramas del arte: teatro hablado, cine, televisión, pintura, fotografía y las que aquí compete tratar: el ballet y la ópera. En el primer renglón el inventario exhaustivo resultaría molesto, desde que en el siglo XVIII Eusebio Luzzi (1781) y, en el siguiente, Vincenzo Galotti (1811) hicieron bailar a los amantes de Verona con pasos que no han dejado huella alguna. En cambio sí las continúan trazando el ballet de Prokofiev (1934) y la obertura-fantasía En efecto, la historia ha llegado a nosotros como un artefacto romántico porque nosotros cargamos con antepasados de tal calidad y el pretérito es inevitable. Pero, ampliando el enfoque, lo que propone la leyenda de Romeo y Julieta es un enésimo capítulo en la tradición imaginaria de Occidente respecto del amor: una pasión ilegal, que los amantes intentan que ocurra en secreto, en espacios herméticos y aislados, un borramiento del mundo, una disolución de los sujetos Romeo y Julieta aseguraban con sólo mostrarlos en el cartel: Guglielmi (1816), Vaccai (1825), Torriani (1828), Acker (1853), Marchetti (1865, el año de la composición por Gounod), suma y sigue hasta Dusapin en 1989, pasando por Desormière, Krannhals, Dumanov, Vulkanov, Malipiero, Fribec, Blacher, Sutermeister, Gotha y un par de apartados que siguen. El primero, con las contribuciones de compositores hispánicos, como Manuel García, el legendario fundador del belcantismo moderno, que estrenó su aporte al llegar a Nueva York en 1826, con su no de Tchaikovsky (1869) que si bien no fue concebida para ser danzada, merece, cada tanto, una coreografía. Sí, lector, ya lo sé: toda la música de Tchaikovsky se puede bailar. En el campo de la ópera, también el XVIII abre el desfile, con el checo Benda, el francés Dalayrac, Schwanberg (1782), Monescalchi (1784), Rumling (1790), Steibelt (1793) y Zingarelli (1796). Posteriormente, el romanticismo lo convirtió en una suerte de asignatura obligatoria para el gremio, descontando, sin duda, el éxito que los nombres de mente sobre el libreto que Romani había escrito para Bellini. Luego, entre 1865 y 1866, trabajó la partitura que conocemos, valiéndose del texto de Barbier y Carré, sus colaboradores habituales. El estreno ocurrió en el Théatre Lyrique de París, en 1867. La literatura resultante respeta la división de Shakespeare en cinco actos, suprimiendo algunos personajes, que fueron quedando como figurantes, y sustituyendo a Baltasar, el criado de Romeo, por Stefano, una soprano travestida. Los libretistas partieron de las varias traducciones francesas existentes, sobre todo la más reciente, debida a François-Victor Hugo, hijo del célebre escritor, publicada en 1860. A veces, la transcripción es literal pero el personaje de Julieta aparece más elaborado en cuanto a psicología, teniendo en cuenta la realidad escénica de la ópera. Romeo es más unilateral, un enamorado galante cercano al Fausto de la afortunada obra de Gounod. Lo mejor del texto, sin duda, son los cuatro dúos de amor, espina dorsal del conjunto. La relación amorosa toma la delantera y define la adaptación. menos legendaria hija María Malibrán, y el mexicano Melesio Morales, que inauguró con él su carrera en 1863. Eran obras en italiano, pero Los amantes de Verona de Conrado del Campo, se vale del castellano. Más que curioso es el estreno de Antonio Mercadal en Menorca y en 1873, del cual no puedo dar más precisiones. Otro apartado lo constituyen las óperas de Delius (1907) y Kurzbach, que se fundan en el relato de Gottfried Keller Romeo y Julieta en la aldea. El primero aún hoy suele aparecer en los programas. No resisto incluir en esta segunda lista West Side Story de Leonard Bernstein, que ambienta la trama en el mundo puertorriqueño neoyorkino en los años de 1960 y es, sin duda, la más popular de las versiones del mito shakespeariano, favorecido en los tablados y en el cine por su feliz partitura y la decisiva coreografía de Jerome Robbins. En el orbe operístico, aparte de Gounod, continúan produciéndose I Capuletti e i Montecchi de Bellini, sobre libreto de Felice Romani que se vale de las crónicas anteriores a Shakespeare, centrándose en la disputa política más que en el idilio convenido y el enfrentamiento familiar (1830 en versión italiana y 1859, en francés), como asimismo, aunque con menor frecuencia, Giulietta e Romeo de Riccardo Zandonai (1922), una síntesis de la declamación verista y la atmósfera decadente, sensual y a veces expresionista, propia de este autor. El recurso fundamental de Gounod es la melodía, lo que tiñe la mayor parte del discurso con un protagónico y definitorio lirismo. Los coros tienen escasa actividad, según es constancia del autor. Los ritmos empleados – vals, mazurca – son bailables en muchos casos, otro rasgo gudoniano, quien aviva el trámite con esta apelación a la presencia corporal de sus criaturas. La mezcla de géneros, entre lo trágico y lo cómico, también colabora con esta vivacidad escénica y es rasgo de un decidido romanticismo. Si bien hay ecos de Berlioz, la distancia se marca en el hecho de que Gounod compone limpiamente para el teatro y El muy joven Gounod debió interesarse por el tema desde que, en 1839, asistió a los ensayos de la obra de Berlioz, no estrictamente una ópera sino más bien un oratorio profano o una cantata dramática. En 1841, estando en Roma como becario, empezó a componer alguna página, segura elude la densidad sinfónica del grande y magistral instrumentador que lo precedió. Asimismo cabe tener el cuenta otra herencia francesa, la opéra comique de Auber y sus seguidores, con la importancia de los momentos destinados a la recitación dialogante o monologante, y la sencillez de los desarrollos melódicos. y las más dramáticas se valen de algunas disonancias, cuando no de perfilados cromatismos. La orquestación está muy destilada, como siempre en Gounod, apoyándose en las cuerdas y las maderas para los momentos sentimentales y apelando a cobres y percusión, en los más desgarrados. La partitura no es del todo estable, sobre todo por las cuatro versiones para voces y piano, de diversa extensión. El discurso es, en general, continuo pero se mantiene la división estricta en números. Para las representaciones actuales se utiliza la versión más breve, con algunos cortes oportunos y otros, bastante menos, como la tensa aria del veneno o somnífero con apariencia mor- La armonía es cuidada y nítida, delicada y galicadamente así. Apoya siempre la dicción conducente de la palabra. Hay fluctuaciones sutiles de las tonalidades, a veces apenas esbozadas o sugeridas y sin resolver, o entremezcladas para expresar la fluidez y la vaguedad de los sentimientos amorosos. Las partes idílicas insisten en las consonancias obra. El sinfonismo de la orquestación resultó abusivo; la agitación escénica, excesiva; la escena del matrimonio, demasiado larga (atribuida al gusto de Gounod por entrometer escenas de iglesia en sus obras); el final del dúo de la cripta, en demasía verista. No obstante, el éxito fue clamoroso. La obra pasó a la Opéra Comique y sumó 260 representaciones ya en 1887. La Opéra Garnier la recibió al año siguiente y entre 1888 y 1894 ofreció 125 funciones. No hubo tenor o soprano de fama que no la cantara, desde entonces hasta la actualidad. tal, a cargo de Julieta. Estos cortes dieron lugar, en tiempos, a interpolaciones exigidas por tales o cuales divos, lo que estropeó la coherencia estilística de la obra. Lo mismo en cuanto a licencias interpretativas, comunes en los cantantes de otrora, rubati y ritenuti, que violentan la nitidez del estilo gudoniano. El músico tenía querencias definidas: la claridad de Mozart y el recitativo de Gluck, siempre cercano a la prosodia de la tragedia clásica francesa. Los únicos personajes tratados como tales y dotados de extensas partes definitorias, son los protagonistas. Los demás sólo tienen números cerrados y aislados: la balada de Mercutio sobre los artilugios de la reina Mab, una joya en sí misma, la cancioncilla de Stefano, el fugaz arioso de Capuleto. Las exigencias vocales, como es obvio, varían anchamente entre Romeo y Julieta, por una parte, y el resto, por otra. La obra comienza con un preludio que, por su desarrollo tripartito, puede considerarse una obertura. En el primer acto destacan: la balada de Mercutio, Mab, la reine des mensonges y el vals de Julieta, Ah, je veux vivre, con exigencias de virtuosismo, agilidad y sobreagudos (hasta alcanzar el mi natural). Ambas piezas se hacen eco y definen el curso del drama: la fugacidad de la vida, la intensidad del momento, el placer juvenil de estar plenamente vivo, todo con un trasfondo sombrío: la ansiedad de muerte. El madrigal a dos voces de los enamorados, Ange adorable, tiene una muy vaga reminiscencia antigua. Cabe decir que Gounod en ningún momento intenta evocar la época renacentista de la acción, y las alegrías de la fiesta o las solemnidades de la liturgia quedan fechadas en el Segundo Imperio francés. Gounod actúa deliberadamente en favor de una ópera francesa, tomando distancia de la gigantesca y doble cercanía de Verdi y de Wagner. El italiano, aunque también melodista egregio, se apunta a la pasión, en tanto Gounod prefiere ser sentimental. En cuanto al alemán, aunque se acusó a Gounod, en tiempos, de germanizante, poco y nada tienen que ver. La orquesta de Wagner es sinfónica y no operística, su implacable juego de motivos conductores sólo es anecdótico en Gounod. Su apuesta por la claridad propone un jardín, no un bosque. Es un romántico de corazón mozatiano y gluckiano. Basta con escuchar atentamente sus soluciones instrumentales. El segundo acto contiene el momento más lucido del tenor, el aria Ah, lève toi, soleil!, de estructura similar a la de Fausto en el acto del jardín. El original está en si mayor pero suele transportarse a si bemol para facilitar el fraseo del cantante y propiciar una lectura más clara de las armonías orquestales. El dúo del balcón y la despedida retoman el clima del nocturno del ma- La crítica no ahorró algunas objeciones a la drigal: De cet adieu si douce. l´homme à ton image. Un aria de este personaje con un coro de monjes suele suprimirse. La secuencia callejera tiene un trámite intenso, agitado: duelo, muerte de Tibaldo, discurso tranquilizador del duque, fuga de Romeo. Es el único momento de im- En el tercer acto, la escena del casamiento – ilegal porque lo dispensa un fraile que no es sacerdote y no hay testigos ni proclamaciones de rigor – propone la homilía de fray Lorenzo, Dieu, qui fit portancia coral, donde la multitud es un personaje en sí mismo. Este cierre fue para Gounod el más problemático de resolver. Se acostumbra utilizar el final de la versión para la Ópera Garnier, de 1888. El cuarto acto empieza en la cámara nupcial, donde hay otro dúo de amor, del que conviene retener algunas melodías que insistirán al final. La orquesta se retira, en general, a una sonoridad camarística, como siempre que se describe el idilio. Amor y muerte, alondra y ruiseñor, son las figuras alegóricas. Un breve cantable de Capuleto – Quoi, ma fille! en medio de un cuarteto - establece un hiato escénico y el aria de Julieta, como se dijo, se acostumbra suprimir a favor de las sopranos ligeras, con mal resultado para la evolución dramática. De la escena del casamiento y la muerte aparente de Julieta, hay poco que decir. El quinto acto sucede en la cripta, cuando Romeo irrumpe con un recitativo: Salut! tombeau sombre et silencieux. El despertar de Julieta entabla el dúo final donde se repite el tema del ruiseñor y la alondra, sólo que ahora como anuncio de la muerte. El drama crece con una mezcla de erotismo y agonía, que algunos ponen en paralelo con el dúo nocturno de Tristán e Isolda, comparación algo impertinente. Más bien anticipa el final de Carmen. Aquí Gounod compuso un ballet en siete partes, de ambiente pastoril, a pedido de la Opéra Garnier. En las representaciones se suele eludir porque resulta ser un pegote que entorpece la narración. Algunos registros de estudio lo recuperan. Es un momento amable y leve, que Gounod resuelve con habilidad y queda fuera de contexto. dominar el canto de agilidad, la explayación melódica y la tensión dramática. Romeo es un tenor lírico, un papel que han cantado casi todos los grandes nombres de la cuerda, desde los más livianos hasta los de cierta fuerza. Un tenor ligero puede quedar corto por momento, y un spinto, resultar demasiado corpóreo para el melodismo gudoniano. Las demás partes responden a los tópicos de los registros habituales en la ópera francesa de la época: barítono lírico, bajo noble, soprano soubrette, y contralto de carácter. Dentro de la polémica estética de la ópera a finales del siglo XIX, Gounod señala algunos rumbos. No rompe con la herencia, como Bizet y su gitana andaluza, sino que se desliza sobre una evolución de la música francesa. Se aleja de las opciones wagnerianas, de escaso resultado – Hulda de Franck, El rey Arturo de Chausson, Sigurd de Reyer – para situarse al lado de la ironía suave de Chabrier y el academicismo a menudo travieso de Saint-Saëns y Thomas, precediendo a Fauré, maestro de los impresionistas. En cuanto a su vocalidad, la más elaborada es la de Julieta, una soprano lírica que debe )µOTFMVOE(SFUFM &OHFMCFSU)VNQFSEJODLo /6&7"130%6$$*Ä/%&-5&"5303&"Director musical: Paul Daniel Diego Rodríguez (27 de enero) Director de escena: Joan Font (Comediants) Escenógrafa y figurinista: Agatha Ruiz de la Prada Iluminador: Albert Faura Coreógrafo: Xevi Dorca Adjunto del Director de escena: Damián Galán Peter: Bo Skovhus Hänsel: Alice Coote Gretel: Sylvia Schwartz La bruja: José Manuel Zapata El arenero / Hada dormida: Elena Copons Hada del rocío: Ruth Rosique Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real Pequeños cantores de la JORCAM Directora: Ana González 20, 22, 24, 27, 30 de enero 1, 3, 5, 7 de febrero de 2015 20.00 horas; domingos, 18.00 horas "SHVNFOUP )µOTFMVOE(SFUFM 'FSOBOEP'SBHB Una esmerada introducción orquestal tiene la función de adentrar al oyente en el mágico mundo del cuento infantil, con sus bellas y sencillas melodías (la mayoría se volverán a escucharle a lo largo de la ópera), arropadas por una cuidada y expresiva orquestación. Pero Hänsel la interrumpe de pronto; está cansado y sobre todo muy hambriento. Pero nada hay para llevarse a la boca. Gretel intenta alejar de su hermano los sombríos pensamientos poniéndose a bailar. El chico secunda su danza aunque torpemente. "DUPPDVBESP * Así los descubre a su regreso Gertrude, agotada y de mal talante. Les echa en cara que no hayan sacado adelante los quehaceres que les encomendó y en su enfado, involuntariamente, tira al suelo un cántaro con leche que una vecina generosa les ha regalado. Era el único sustento que quedaba en la casa. Aún más enfadada tras el estropicio, Gertrude echa de la casa a los niños enviándoles al bosque en busca de fresas. Luego, completamente derrotada por la fatiga, se queda dormida. En una humilde cabaña donde habita con su familia un confeccionador de escobas de nombre Peter, sus dos hijos, Hänsel y Gretel, ausente el padre y también la madre Gertrude, se entretienen como buenamente saben. Hänsel, como su padre, se empeña en hacer una escoba; Gretel teje una media. Aburridos de sus quehaceres intentan superar la situación. Gretel entona una popular canción. Les canta una nana y Hänsel y Gretel rezan sus oraciones y se duermen arropados por el musgo y la hierba. En una pantomima un grupo de ángeles desciende del cielo y vela por su descanso. Se escucha la voz de Peter que regresa animado por algunos vasos de cerveza y contento tras haber realizado una buena venta de su mercancía. Trae consigo una nutrida cena para todos. Cuando la mujer le dice que los niños están en el bosque, Peter se preocupa. Porque en medio de la tupida foresta habita una bruja especialmente maléfica. Atrayendo a los niños a su casa, se los come. Los niños podrían fácilmente perderse en la espesura y caer en manos de la bruja. Gertrude y Peter salen en busca de sus hijos, acuciados por los peores presentimientos. "DUPPDVBESP *** Se inicia con un hermoso preludio antes de que haga su aparición el Hombrecillo del Rocío que viene a despertar a los niños. Gretel es la primera que abre los ojos al amanecer y, de nuevo acorde con su carácter sano y alegre, interpreta una canción. Hänsel despierta un poco después. Los dos han tenido un hermoso sueño en el que unos ángeles les han protegido de los peligros. Un espléndido intermedio orquestal describe magníficamente lo que su título indica: “La cabalgata de la Bruja”. Cuando la niebla matutina se disipa, los niños descubren que se encuentran ante una casa cubierta enteramente de mazapán y adornada con otros apetitosos dulces. Las paredes son de pastel, las ventanas de azúcar y además hay bizcochos y frutos secos. Los niños, muertos de hambre, se acercan a la misteriosa mansión. "DUPPDVBESP ** En medio del bosque, Hänsel está seriamente ocupado en la recogida de fresas mientras que Gretel trenza una corona floral. Se escucha el sonido del cuco y los niños lo imitan. Hambrientos comienzan a dar cuenta de la fruta recogida que llena por completo la cesta. Pronto se dan cuenta de que han agotado su contenido. Deben volver a colmarlo, pero el sol se oculta y va llegando la noche. Pero en cuanto comienzan a comer uno de los pasteles, del interior de la casa surge una voz de sonido nada cordial pero que los niños, entusiasmados con la comida, apenas reparan. Es la Bruja. Pero no hallan el camino de vuelta. Cada vez más amenazador se les parece el bosque a medida que la oscuridad nocturna lo invade. Los niños comienzan a sentir miedo, en especial cuando ven a un hombrecillo que se les acerca en medio de la bruma. Este les tranquiliza, es el Hombre de Arena, un amigo de todos los niños, que les ayudará a conciliar un reposado sueño. Los niños se asustan, a pesar de que inicialmente la recién llegada los recibe con zalameras palabras. Cuando intentan huir la Bruja los paraliza con un conjuro. Encierra a Hänsel en una jaula y a Gretel la utiliza como ayudante de cocina. Va a engordar al muchacho dándole comida para luego cocinárselo. La Bruja se enfada ante la torpeza evidente de Gretel como ayudante de se inclina ante la entrada, los dos niños la empujan a él, cerrando rápidamente su puerta. cocina y es ella la que debe de completar todos los preparativos. Pero está feliz y baila y canta con salvaje alegría. Sanos y salvos los niños dan cuenta de su alegría cantando y bailando a ritmo de vals. De pronto el horno, con su contenido, explota. A continuación una multitud de niños comienza a dejarse ver: han sido liberados de los conjuros brujeriles y va recobrando paulatinamente su identidad. Todos agradecen a Hänsel y Gretel su hazaña. El terror no paraliza, sin embargo, a Gretel. En el momento en que la Bruja le da la espalda, la niña se apodera de su varita mágica. Cuando la Bruja considera bastante bien nutrido a Hänsel y asimismo pretende incluir también a Gretel en el festín, le pide a la niña que compruebe si está a punto el horno. Gretel finge no enterarse de la cuestión y ruega a la Bruja cómo llevar a término lo que esta desea, cómo comprobar el estado del horno. Y cuando la Bruja Es el momento en que Peter y Gertrude llegan abrazando a los hijos recobrados. Sacan a la Bruja del horno convertida en un enorme mazapán. Ambiente de fiesta y celebración general. 6OQFSWFSTP DVFOUPJOGBOUJM 3BGBFM#BO¡T*SVTUB Reinhardt, se instaló en Berlín, donde se dedicó a la enseñanza y compuso música escénica para dramas clásicos. En 1893 obtuvo con Hänsel und Gretel el gran triunfo de su vida, ni siquiera eclipsado por la más sofisticada Königskinder (Los hijos de rey), estrenada como ópera en el Metropolitan de Nueva York el 28 de diciembre de 1910, con un reparto de “campanillas” que incluía a Geraldine Farrar, Louise Homer o Adamo Didur, entre otros (en la misma temporada en que vio la luz La Fanciulla del West de Giacomo Puccini). El compositor alemán Engelbert Humperdinck nació en la localidad alemana de Siegburg, en Renania, el 1 de septiembre de 1854, y murió el 27 de septiembre de 1921 en Neustrelitz, en Mecklemburgo. Desde muy joven ganó numerosos premios y becas que le permitieron conocer el mundo. Estos viajes fueron una constante fuente de inspiración para él, y en su música encontramos influencias de sonidos e instrumentos de países lejanos. Otro de los elementos característicos de su estilo es su amor por lo popular y lo infantil, en lo que podemos observar también una fuerte influencia sobre la personalidad de Siegfried Wagner, el hijo de Richard. Su labor como pedagogo le llevó a trabajar incluso por un breve tiempo en el Conservatorio de Barcelona, entre 1885 y 1886. Este cuento musical en tres cuadros basado en el popular relato de los hermanos Grimm es una obra maestra, sin duda alguna, con una música descriptiva de una excepcional perfección. Hänsel und Gretel fue creada en el Teatro de la Corte de Weimar el 23 de diciembre de 1893, bajo la dirección de Richard Strauss, con un éxito clamoroso. Esta primera ópera infantil tuvo una rápida difusión en todo el mundo. Hay pocas óperas que se hayan traducido a tantos idiomas. Humperdinck estuvo, de hecho, muy relacionado con Richard Wagner -de quien fue uno de los más dotados colaboradores, siendo su colaborador y asistente para el estreno de Parsifal en el Festival de Bayreuth de 1882, y nunca pudo sustraerse a su poderosa influencia. Humperdinck consiguió fundir su personalidad, inclinada a lo popular, incluso a lo infantil, con la magia de la orquesta wagneriana y otros elementos de la música dramática. Ya la obertura nos lleva al mágico reino del cuento donde transcurre la obra. Se oyen melodías populares y canciones infantiles, envueltas en el ropaje brillante de una gran orquesta romántica. Hänsel y Gretel trabajan en la modesta cabaña del escobero y sus padres no están. Cantan una alegre canción, pero de repente el niño se pone a llorar. En los últimos años de su vida, gracias a la intervención del prestigioso director teatral Max extraño y hostil. ¿Cómo encontrarán el camino de casa? El murmullo de los árboles, el silbido del viento, incluso el eco de la propia voz los asusta. Casi chocan entre sí cuando ven acercarse a un hombrecillo. Pero el enano los tranquiliza: el hombrecillo de arena es un amigo de los niños que les trae un sueño despreocupado. Hänsel y Gretel se acuestan, cantan su oración nocturna y se duermen. Los catorce ángeles mencionados en la oración bajan realmente del cielo y se sitúan alrededor de los niños dormidos. La orquesta repite el Leitmotiv de la bondad de Dios. Está cansado y tiene hambre, pero no hay nada para comer. Gretel le recuerda el refrán que dice que Dios aprieta pero no ahoga. Intenta distraer a su hermano con una danza que ejecuta al son de una encantadora melodía infantil. Hänsel baila con menos gracia que Gretel, lo que les hace reír mucho. Entonces aparece la madre y los reprende, muy enfadada. Cuando corre detrás de ellos, tropieza con el jarro de la leche, que se hace añicos, por lo cual no habrá merienda. Los niños tienen que ir en seguida con las cestas a buscar fresas al bosque cercano. La madre, muerta de cansancio, se duerme. Desde lejos se oye la voz del padre, que regresa alegremente a casa, pues ha vendido todas las escobas y trae una magnífica comida. Se asusta cuando no ve a los niños en la casa a esa hora del anochecer y se entera de que han ido al bosque. ¡Con qué facilidad podrían perderse y encontrarse con la bruja malvada! La música, que hasta ese momento era bastante despreocupada -con numerosas referencias a canciones infantiles populares alemanas-, empieza a describir de manera siniestra los misterios del bosque con los recursos que inventó el romanticismo alemán para ilustrar los cuentos de hadas. El padre y la madre, apremiados por malos presentimientos, deciden salir a buscar a los niños. También el cuadro tercero tiene una bella introducción orquestal. Ha amanecido en el bosque, los ángeles han desaparecido, y los niños despiertan con las gotas que el hombrecillo de rocío deja caer sobre sus párpados. Sorprendidos, los niños se cuentan los sueños que han tenido: ambos han visto a los ángeles de la guarda. Cuando dirigen los ojos hacia el lugar por donde desaparecieron los ángeles, ven una densa niebla. Pero cuando la niebla desaparece, ven allí una extraña casa, totalmente construida con mazapán, y de ella cuelgan innumerables dulces. Los niños vencen su temor y van hacia la casa. En el interior de la casa resuena una voz. ¿O es el viento? Los niños siguen comiendo las golosinas, hasta que de pronto aparece ante ellos la bruja con toda su fealdad. Ésta hechiza a Hänsel y lo encierra en una jaula, mientras a Gretel le ordena que trabaje y haga engordar a su hermano para después asarlo. La bruja ejecuta una salvaje danza de alegría, pero cuando Gretel se muestra deliberadamente torpe para encender el horno, tiene que hacerlo ella misma. Es el instante que ambos Un bello interludio orquestal nos lleva al acto segundo. Gretel está sentada sobre el blando suelo de musgo y teje una corona de flores. Hänsel balancea alegremente su cesta llena de dulces fresas. Canta el cuco y los niños comienzan a comer las fresas. El sol se oculta y el bosque, hasta entonces cordial y conocido, se vuelve instrumentación muy rica. Y es más: la interpretación del dúo protagonista debería estar a cargo de dos niños de más edad, pero ¿dónde hay voces infantiles que puedan superar las dificultades musicales y tengan la fuerza suficiente para hacerse oír por encima de una orquesta wagneriana? niños esperaban: Gretel y su hermano, al que ha liberado, lanzan de un empujón a la bruja dentro del horno. Entonces son los niños los que bailan por la victoria. Una explosión los interrumpe. El horno mágico ha saltado en mil pedazos y ha liberado a numerosos niños, víctimas anteriores de la malvada bruja. Cuando llegan el escobero y su mujer, contentos por haber recuperado a sus hijos, comienza una alegre fiesta en la que todos participan todos. Con los restos del horno elaboran un gigantesco pan: es la bruja, que nunca más volverá a comer niños Por lo tanto, deberían ser dos mujeres que, por aspecto y actitud, tuvieran características infantiles hasta donde fuera posible y además cantaran bien. En cuanto al papel de la “temible” bruja, a veces es confiado a un hombre (generalmente un tenor de carácter), para hacerlo más cómico. E incluso en ocasiones se ha establecido un malévolo paralelismo entre la bruja y la propia madre de los infelices niños. {6OB§QFSBQBSBOJ©PT La hermana de Humperdinck, Adelheid Wette, refundió el cuento y creó una ópera para niños verdaderamente romántica. Aunque desde nuestro punto de vista actual se podrían poner muchas objeciones cosas acerca de este tipo de textos en que las brujas se comen a los hombres, los lobos a las abuelas, etc., comprobamos que con la ópera infantil se crea un nuevo género de mucho éxito, cuyas enormes posibilidades se han aprovechado realmente muy poco hasta hoy. Pero ¿es realmente una ópera infantil? Esta afirmación es dudosa. Con toda seguridad era así en el momento del estreno. Aunque hoy pensamos de una manera algo diferente; una música tan elaborada contradice nuestro concepto actual de una obra musical infantil. A pesar de todo, está llena de melodías que se desarrollan con frescura, con facilidad y naturalidad; de armonías expresivas, de ritmos vivos y variados y con una &MQ¡CMJDPÄQFSBCBKPMBBSFOB .BVSJDJP4PUFMP &453&/0"#40-650 &/$"3(0:/6&7"130%6$$*Ä/%&-5&"5303&"Director musical: Pablo Heras-Casado Director de escena: Robert Castro Escenógrafo: Alexander Polzin Iluminador: Urs Schönebaum Director del coro: Andrés Máspero Director: Andreas Wolf Caballo primero: Arcángel Hombre segundo: José Antonio López Hombre tercero: Antonio Lozano Elena: Gun-Brit Barkmin Emperador de los romanos: Erin Caves Julieta: Kerstin Avemo Klangforum Wien 24, 26 de febrero 1, 4, 6, 9, 11, 13 de marzo de 2015 20.00 horas; domingos, 18.00 horas &MQ¡CMJDP El público es una obra de teatro de Federico García Lorca. Escrita hacia 1930, ha sido considerada una de las obras del teatro español más importante del siglo XX. Obra surrealista, en la que se mantiene de manera ambigua qué partes son una alucinación y cuales una «realidad dramática», estudia los deseos homosexuales reprimidos y defiende el derecho a la libertad erótica. La homosexualidad es uno de los puntos clave de la obra, no el único, pero es un punto de entrada a su complejidad. Además de las evidentes referencias a Romeo y Julieta, y a Luigi Pirandello, Lorca hace también alusión a una segunda obra de Shakespeare: El sueño de una noche de verano. Al igual que en El público, Shakespeare había usado el recurso del teatro en el teatro .BVSJDJP4PUFMP Mauricio Sotelo es un compositor y pedagogo musical español. Nació en Madrid, España en 1961. Realizó sus estudios en composición y dirección en la Universidad de Música de la Ciudad de Viena, Austria, donde se graduó con honores en 1987. Su obra ha sido presentada en algunos de los más importantes foros y festivales internacionales como el Festival de Salzburgo, el Wien Modern, la Biennale di Venezia, el Teatro Real de Madrid, etc. Ha compuesto tanto música sinfónica como vocal, destacando sus composiciones operísticas Dulcinea, basada en el personaje de Miguel de Cervantes, estrenada en el Teatro Real de Madrid. Su trabajo El público basada en la obra de Federico García Lorca cuyo libreto firma Andrés Ibáñez es un encargo de Gerard Mortier para su estreno mundial en el Teatro Real. Como director su labor se ha centrado en la dirección de música contemporánea, habiendo dirigido a algunos de los grupos más importantes en este género en el mundo. -B5SBWJBUB (JVTFQQF7FSEJo $0130%6$$*Ä/%&-5&"5303&"-&-(3"/5&"53&%&--*$&6%&#"3$&-0/"-"4$055*4)01&3" %&(-"4(08:-"8&-4)/"5*0/"-01&3"%&$"3%*'' /6&7"130%6$$*Ä/&/&-5&"5303&"Director musical: Renato Palumbo Director de escena: David McVicar Escenógrafa y figurinista: Tanya McCallin Iluminadora: Jennifer Tripton Coreógrafo: Andrew George Director del coro: Andrés Máspero Violetta Valéry: Patrizia Ciofi (20, 23, 26, 29 de abril; 2, 5, 8 de mayo) Irina Lungu (21, 24, 30 de abril; 6, 9 de mayo) Ermonela Jaho (25, 28 de abril; 3, 7 de mayo) Alfredo Germont: Francesco Demuro (20, 23, 26, 29 de abril; 2, 5, 8 de mayo) Antonio Gandía (21, 24, 30 de abril; 6, 9 de mayo) Teodor Ilincäi (25, 28 de abril; 3, 7 de mayo) Giorgio Germont: Juan Jesús Rodríguez (20, 23, 26, 29 de abril; 2, 5, 8 de mayo) Ángel Ódena (21, 24, 30 de abril; 6, 9 de mayo) Leo Nucci (25, 28 de abril; 3, 7 de mayo) Flora Bervoix: Marifé Nogales Annina: Marta Ubieta Gastone: Albert Casals Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real 20, 21, 23, 24, 25, 26, 28, 29, 30 de abril 2, 3, 5, 6, 7, 8, 9 de mayo de 2015 20.00 horas; domingos, 18.00 horas "SHVNFOUP -BUSBWJBUB 'FSOBOEP'SBHB se celebra una fiesta. La anfitriona recibe a los más rezagados invitados entre los que se encuentra un joven de provincias, Alfredo Germont, a quien Gaston presenta como un rendido admirador de la dueña de casa (Introducción: Flora, amici, la notte che resta). La acción transcurre en París y en sus cercanías, alrededor del año 1850. La obra se inicia con un sutil y exquisito preludio donde se concentran los dos temas esenciales de la obra: el amor y la muerte. Reunidos para la cena, es Gaston quien propone un brindis que es encargado al más flamante invitado. Alfredo vence su timidez y se lo dedica al amor y a una algo frívola Violetta (Brindis: Libiamo nei lieti calici). "DUP* El cambio de clima musical con respecto al preludio es impresionante. En un salón de la casa de Violetta Valéry, una elegante cortesana parisina, Cuando se entera por Annina, la fiel criada, de que Violetta está vendiendo sus bienes para mantener la vida regalada que llevan, esa felicidad sufre un pequeño contratiempo que merece ser evitado (Cabaletta: O mio rimorso! O infamia!). Cuando se dirigen al salón vecino donde una orquestita les invita a la danza, Violetta sufre un ligero desmayo. No le da importancia y pide a los amigos que no se ocupen de ella. Al quedarse sola se asusta del aspecto que le refleja el espejo. Descubre entonces que junto a ella se encuentra Alfredo. El joven aprovecha la oportunidad para declararle el amor que por ella siente desde que hace un año la vio (Dúo: Un dí, felice, etérea). Violetta al principio se burla de tanta pasión, luego duda y reflexiona sobre si es posible que ella sea capaz de vivir un sincero amor. Al despedirse del joven le da una flor con la condición de que se la devuelva cuando esté marchita. A penas el joven se ha marchado llega Violetta. Entre el correo descubre la invitación a un baile de su amiga Flora Bervoix, al que no piensa desde luego asistir. Es su antigua vida, ahora muy lejana para ella. Se le anuncia la llegada de una visita. Violetta le hace pasar creyendo se trate de uno de sus proveedores. El asombro es mayúsculo cuando el recién llegado dice ser el padre de Alfredo, Giorgio Germont. Este, un tanto grosero e imprudente, le echa en cara estar arruinando a su hijo. Al saber que es Violetta quien corre con todos los gastos, cambia un poco de talante pero no de la decisión que la ha llevado al lugar. Tiene una hija casadera (Cavatina: Pura siccome un angelo) y la relación que Alfredo mantiene con una cortesana como ella sería un incalculable problema, es un escándalo para la reputación y la inmediata boda de esta joven angelical con un hombre de su clase. Violetta piensa que debe de separarse por un tiempo de Alfredo para dulcificar la situación, pero Germont es implacable: ha de ser para siempre. Con palabras entre ladinas y generosas va convenciendo a la muchacha sobre la decisión que ha venido a exigirle. Violetta en un acto de sacrificio que la ennoblece acepta dejar a Alfredo para que el honor de su familia quede incólume. Paulatinamente, el despiadado Germont va dándose cuenta de la estatura moral y humana de esa mujer que tanto ha despreciado (Dúo: Madamigella Valéry?). Los invitados se despiden (Coro: Si ridesta in ciel l’aurora) y Violetta, profundamente conmovida por la declaración de Alfredo, se pregunta si le es posible, tras la vida que ha llevado, disfrutar de ese sentimiento puro y desprendido que se llama amor (Final. Aria: Ah, fors’è lui). Rechazando de plano estas divagaciones sentimentales, reaparece en ella la mujer de mundo lanzándose a una alocada justificación del placer y de la diversión como únicas metas de su vida (Cabaletta: Sempre libera). Sin embargo, la voz de Alfredo declarándole su amor (que viene de la calle o de su propio interior) la sigue conmoviendo. "DUP** En una casa de campo cercana a París. Han pasado varios meses. Violetta ha roto su relación con el barón Douphol y junto a Alfredo vive en auténtico delirio su relación sentimental. Alfredo evoca la dichosa situación que está viviendo (Recitativo y Aria: Lungi da lei… Dei miei bollenti spiriti). Violetta sabe la manera de alejar para siempre al amado. Destrozada interiormente, escribe dos cartas: una la que la devolverá a su antigua vida aceptando la invitación a la fiesta de Flora; otra la que la aleja para siempre de la actual: una fría despedida a Alfredo. Cuando redacta esta última, entra el destinatario. Violetta con palabras desgarradas le da a un apasionado adiós (Amami, Alfredo). Fuera de sí aunque bien controlado llega Alfredo y se pone a jugar a las cartas. Violetta en compañía de Douphol se da cuenta de la tensa situación en que se halla y no puede evitar el presentimiento de que algo muy molesto va a suceder. Douphol y Alfredo, los dos rivales, se enfrenta en un juego que es manifiestamente favorable al segundo de los contendientes. La tensión en el ambiente aumenta (Escena: Alfredo!...Voi!). Alfredo, perplejo, no sabe a qué atribuir esta reacción insólita. Se entera de inmediato cuando recibe la fatídica misiva. Reaparece Germont e intenta consolar tan inmenso dolor hablándole de su infancia en su agradable Provenza donde siempre hallará el cariño familiar de padre y hermana, quienes nunca le harán ni el más simple reproche por su conducta (Aria: Di Provenza il mar e il suol y Cabaletta: No, non udrai rimproveri). Cuando se van todos para cenar, Violetta ha citado a Alfredo para una entrevista fugaz donde la muchacha quiere ponerle en guardia con respecto al barón. Pero Alfredo ya no puede contenerse cuando, tras mofarse de ella e insultarla, de hecho la obliga a confesar que en verdad ama al barón (Duettino: Mi chiamaste? Che bramate?). En el colmo de la desesperación Alfredo convoca a los presentes a los que hace testigo de que paga a Violetta los servicios prestados, arrojando a la cara de la muchacha el dinero obtenido del juego. Germont que ha seguido los pasos del hijo le reprocha indignado su conducta. Todos se compadecen de una Violetta que tras perder el sentido solo tiene dulces palabras para su amado quien algún día comprenderá la magnitud de su amor. El barón desafía a duelo a un Alfredo que ahora se arrepiente de su incontrolada actuación (Final: Oh, infamia orribile. Disprezzo degno…). Pero Alfredo ha descubierto la carta de Flora y sabe dónde encontrará a la pérfida para vengarse. El cuadro segundo del acto se sitúa en un salón aparatosamente adornado en casa de Flora Bervoix dispuesto para una gran velada. La nueva que se comenta entre los asistentes es la de la ruptura de Alfredo y Violetta y el regreso de ésta a brazos de Douphol. Los asistentes organizan una pantomima donde cantan y bailan disfrazados primero de gitanas (Coro: Noi siamo zingarelle) luego de toreros (Coro: Di Madride noi sian mattatori), que servirá de magnífico contraste al dramático final del acto. Un excepcional fragmento orquestal separa este acto del siguiente. Es como una evocación del que dio inicio a la ópera, con sus dos hermosos y expresivos temas, pero en un clima de infinito dolor y desesperanza. Un grupo de festejantes pasan bajo su ventana (Coro: Largo al quadrupede), como si de nuevo la vida quisiera entrar en esa triste estancia. De pronto es Annina quien alborozada le anuncia la llegada de… Alfredo. Los jóvenes se funden en un intenso abrazo. Luego hacen planes para una vida en común llena de amor y felicidad lejos de la ciudad (Dúo: Parigi, o cara). Violetta se siente bien y quiere vestirse para salir pero la dura realidad se impone. Cae sin fuerzas en brazos de Alfredo. Aún tiene resistencia para lamentarse de su triste destino, el de morir tan joven y tan amada. "DUP*** La habitación de Violetta donde la joven yace atacada irremisiblemente por la tuberculosis. La misma estancia, deteriorada y despojada de objetos, parece un reflejo de la vida de la joven que se va diluyendo. La fiel Annina sigue con ella pendiente de todos sus deseos y necesidades. También el doctor Grenvil, uno de sus amigos de la época esplendorosa, acude diariamente a saber de su estado, Aunque sus palabras son animosas, cuando se dirige a Annina es sincero dándole cuenta de la gravedad del mal. De la calle llegan los ecos del carnaval que la ciudad festeja ruidosamente. Acompañado de Grenvil llega Germont para también él pedir perdón a la moribunda. Violetta le ofrece un medallón con su rostro a Alfredo diciéndole que sea feliz cuando encuentra a otra mujer pero que nunca la olvide a ella que por los dos rogará en el cielo entre los ángeles. Violetta lee la carta enviada por Germont donde le participa que en el duelo Douphol ha resultado herido pero mejora y que Alfredo, enterado ya de su sacrificio, vendrá a pedirle perdón (Recitado: Teneste la promessa). Violetta sabe, sin embargo, que ya es tarde para ella, aunque Grenvil le haya dado esperanzas. Nostálgica pero serena recuerda su pasado como en una especie de resignada despedida (Aria: Addio del passato). De pronto, Violetta siente que se encuentra repentinamente mejor, sus dolores han desaparecido, está renaciendo. Vana esperanza. Cae fulminantemente muerta (Final: Ah, Violetta!... Voi, signor!...). 4JFNQSFIPZ -BUSBWJBUB -BJB'BMD§O donde literalmente dar voz a asuntos urgentes, plagados de reflexión política y social: en 1642 Monteverdi dejó dicho que ni el más bello terciopelo camufla la crueldad de los líderes tiranos, en 1786 Mozart y Da Ponte convirtieron el canto de Fígaro en himno del hasta aquí hemos llegado (“si queréis bailar, señor condesito… la guitarrita la voy a tocar yo”), en 1830 media Bélgica saltó de sus butacas a hacer la revolución, conmovida por la ejemplar heroicidad de “La muda de Portici”… )BCMBSEFMPOVFTUSP Hay espejos que dan miedo y, quizás por eso, nunca el envoltorio de un personaje –sus vestidos y cuidadas pelucas, el aspecto de su casa y sus muebles- había dado tanto que hablar en la familia operística. Desde sus valientes años de inauguración, la ópera seria quiso presentarse como heredera del universo teatral griego, esforzándose por dejar bien claro que el dolor y la pérdida eran asuntos de los que teníamos que hablar. Pronto invitó al público a reconocerse en las emociones de sus personajes y se esforzó por conseguir que todos acabaran llorando juntos, en un acolchado oasis de complicidad en el que cada espectador podía conmoverse con miedos, adioses y desamores que en realidad eran suyos. En aras de la tranquilidad, los empresarios y libretistas trataron durante siglos de barnizar estas fiebres con tácticos marcos de lejanía argumental: si la obra no era cómica, la cordura y el pragmatismo de taquilla obligaban a ambientar todas estas tramas en épocas perdidas y parajes remotos, garantía segura de que ningún distinguido dueño de palco se reconocería en las ropas o los tocados de los personajes denunciados. Era una norma no escrita pero por todos conocida y por todos aceptada, que permitía mantener a los distintos clanes en ese cómodo y tibio universo de los retratos retocados y el tengamos la fiesta en paz. Ni siquiera las apasionadas tormentas del XIX, con sus nuevas banderas de revolución e impulso, pusieron mucho empeño en cambiar estas cláusulas del contrato… Este pacto entre los habitantes de ambos mundos –los de dentro y los de fuera del escenario- no tardó en ponerse también al servicio de lecturas y reflexiones sociales: además de venir a hablar de amores y despedidas, algunos valientes personajes quisieron entrar en otras cuestiones, utilizando su particular tribuna para denunciar las grietas de sus tiempos y llamar al cambio. La ficción, prima-hermana de nuestras verdades, encontró así en la ópera un nuevo y poderoso reino (la femme fatale, con su irresistible y conveniente confusión de ingredientes): era un retrato a voz en grito de la hipocresía y las miserias de una época llamada moderna pero apellidada ancestral. …hasta que un hombre -tan leal al teatro como a su presente- vino a reinventarlo todo, convencido de que la ópera y el público ya teníamos edad para hablar de lo nuestro a las claras. Si el espejo nos devuelve rasgos que no nos gustan –pareció venir a decir- va siendo hora de que lo afrontemos sin disfraces de paños calientes. Si hay traviatas muriendo solas en nuestras calles y nuestras almas –apuntó con precisión en las acotaciones de una partitura irrepetible- dejemos ya de decir que eso sólo sucede en otras casas y otros siglos. El convencimiento de que las voces y la orquesta tenían que ocuparse de los anhelos y las lagunas sociales de su tiempo, había acompañado al genio desde la cuna. A mediados de la década de 1810, cuando el futuro gran Verdi era aún el niño Giuseppe, su Parma natal vivía el acoso de una plaga despiadada e inclemente conocida como ocupación napoleónica. En medio de muchos días terribles de hambre y miedo, el pueblo de Le Roncole presintió uno especialmente trágico cuando la llegada de los ejércitos enemigos empezó a advertirse desde el alba, con un fragor de timbre ronco y crescendo imparable que nunca faltaría después en las orquestas del compositor. Aunque las mujeres intentaron proteger a los niños en la iglesia, las tropas entraron en el templo sin dificultad alguna, arrasando con lo que encontraron a su paso como una bestia enfurecida. En medio de tanto horror de miedo y cadáveres impronunciables, Luigia consiguió esconder a su pequeño Giuseppe entre las húmedas paredes del estrecho campanario, salvando la vida y el futuro de un hombre irrepetible. Defendido por las campanas –instrumentos ancianos pero de voz resonante- Giuseppe forjó un amor titánico por la música, el drama, la libertad y el heroísmo, como partes indisociables de un mismo instante y un mismo corazón llamado Presente. &MUFBUSPTPNPTU¡ZZP “La Traviata” llegó al escenario de la Fenice el 6 de marzo de 1853, con la firme promesa de que el mundo lírico iba a tener que acostumbrase a nuevos tiempos de madurez, reflexión y sinceridad. Su estreno vino acompañado de radiantes luces y olorosos ramos de flores y todo en su inventario garantizaba un éxito del más puro embeleso decimonónico: había una mujer fatal envuelta en lujo y osadías, había coloraturas y bel canto de élite, había romance prohibido y apasionado, había una orquesta poderosa como el sol, había un rico cargamento de malentendidos y fatalidades, había tiempo para un último beso de reconciliación, había trágico final para la dama descarriada, había redención salvadora porque –ora pronobis- el amor lo puede todo. Nada en la puerta avisaba de que, aparte de la gloriosa calidad del gran compositor de moda, el futuro estuviese vigilando tan de cerca para colarse entre las rendijas de cada puerta y cada ventana. Y sin embargo, así fue. Porque Traviata no era sólo una bellísima nueva versión de la taquillera fórmula comercial del momento A los nueve años, era ya el organista de aquella iglesia y su talento era tan evidente que un mecenas llamado Antonio Barezzi –memorable comerciante al que la Historia de la Música se en la ciudad y aprendiese de todo lo que allí se cantara, desde el escenario de la Scala hasta la más espontánea de las voces callejeras. La arrebatadora belleza de lo cercano y lo real -con sus miserias y sus ternuras- fue quedándose en Verdi a la vez que aprendía las recetas y los atajos de la escritura operística, en una rara alquimia que cambiaría para siempre el curso de la música hecha teatro. debería gratitud eterna- hizo lo que en su mano estuvo por que Giuseppe estudiara composición. Incluso cuando el joven viajó a Milán y fue rechazado en las pruebas de acceso al conservatorio (centro de tanto prestigio que hoy puede lucir el nombre de ese mismo muchacho al que entonces ignoró con alarmante falta de miras), el señor Barezzi asumió los gastos para que Verdi se queda- “La Traviata” es resultado indiscutible de esa mezcla, heredera de la sabiduría operística que la escuela italiana ostentaba desde hacía siglos y de una nueva mirada a la realidad del presente, plasmada en un modo diferente de retratar el mundo mediante colores vocales y orquestales de nuevo cuño. Nadie sabía entonces que aquel joven sería el autor del más trascendente cambio de la lírica italiana: una revolución equiparable al gran impulso dado por Monteverdi o al heroico capítulo escrito por Mozart, traedora de una nueva forma –un nuevo compromiso- de fundir música y teatro. dramática, para el fatal desenlace- Verdi buscaba otros retos. Convencido de que el arte tenía que servir para mucho más que para conseguir embeleso con su belleza, quiso embarcarse en una épica búsqueda de grandeza teatral que no terminaba de encontrar en casi ninguno de sus antecesores belcantistas: quería teatro puro, teatro emocionante, teatro útil. Como quien memoriza el mapa de un tesoro, leyó y releyó a Shakespeare, en una titánica empresa personal destinada a que la ópera consiguiera hacerse con el prodigioso y escurridizo arte de narrar con acciones y trozos de vida. El bel canto había conquistado cimas impensables de belleza lírica pero, en su devoción por la voz, se permitía en más de una ocasión desatender otras cuestiones de calidad escénica y narrativa… para ellos lo importante de verdad era el esplendor vocal y, con tal de garantizarlo, poco importaba que la acción perdiese hilo ente aria y aria, o que los personajes enrarecieran la trama con decisiones huecas y desconcertantes, muy apropiadas quizás para justificar una nueva sesión de belleza lírica pero no tanto para construir el curso de unos acontecimientos poderosos y significativos. Mientras Italia crujía desde sus cimientos por convertirse de una vez en ella misma, Verdi se hacía con los secretos de una de sus principales banderas –la ópera, la Ópera- como quien se prepara para una misión de héroes. Con cuidado de cirujano, estudió las posibilidades expresivas conquistadas por el bel canto y su radiante imperio de voz hecha emoción, fascinado ante escenas de “Lucrezia Borgia” o “Lucia de Lammermoor” que quedaban impresas en su mente como descubrimientos históricos y reveladores. Como confirma la primera aparición de Violetta, con esa entusiasta –ansiosa, casi obligada- muestra de alegría y sensualidad vocal que es el aria “Sempre libera”, Verdi nunca dejó de admirar el arte melódico y orquestal de sus grandes ancestros belcantistas. Pero como confirma también la evolución de esta heroína, que madura de acto en acto hacia un retrato de pinceladas estremecedoras en su realismo físico y musical -cuántas veces escribieron después los sabios que, para cantar a Violetta, harían falta tres sopranos distintas: una ligera para el inicio, otra lírica para el desarrollo y otra más, la Esta dificultad de hermanar las verdaderas esencias y ambiciones del canto y el teatro se había ido heredando en la familia operística -con heroicos pero muy contados paréntesis- hasta que Verdi vino para recoger la toalla del suelo del cuadrilátero, decidido a no volver a soltarla nunca más: puesto que sus personajes venían a hablar de asuntos verdaderos, su construcción y su madera tenían que ser sinceras y creíbles, en un nuevo marco de representación donde, por ejemplo, no tenía ya sentido que, a punto de morir en la última escena -sin una gota ya de fuerza ni esperanza, víctima de una enfermedad vergonzante e incurable-, Violeta se enzarzara en un nuevo alarde de virtuosismo vocal como habrían hecho sus antecesoras Lucia o Lucrezia. franceses y austríacos, Verdi se convertía en una voz de esperanza y cambio, a su modo tan eficaz como Mazzini o Garibaldi, porque sabía entender y denunciar –como haría más adelante en “La Traviata”- las injusticias que estrangulaban a sus contemporáneos. Cuando la novela “La dama de las camelias”, de Alejandro Dumas, llegó a su fábrica de personajes, Verdi era ya un compositor muy querido por aquella extraordinaria capacidad para empatizar con los rasgos, las necesidades y las preocupaciones de sus contemporáneos. Sus inicios habían sido arduos y escalonados, con experimentos, aventuras y arenas movedizas –Oberto, Rey por un día- que no siempre convencían al público. No obstante, eran éstas las semillas de un fenómeno artístico y social que estaba ya en imparable cuenta atrás: en 1842 Verdi plantó en los escenarios un ciclón llamado “Nabucco”, colosal obra de arrojo y movimiento sobre el drama del destierro judío de Babilonia, que prendió en el público de Milán como un aullido de liberación nacional. Empezaba así una alianza inquebrantable con su tiempo y su gente –con su hoy- que el compositor mantendría a fuego hasta su muerte: cuando Italia entera estaba rota en un desgranado mosaico de abusos e invasiones, Verdi denunció el dolor de su tierra por medio de un gigantesco elenco de esclavos deportados que, con el colosal salmo compartido “Va, pensiero”, cantaron a la patria robada. El himno quedó convertido, desde aquella noche, en una de las más queridas banderas del pueblo italiano y mientras la década de 1840 asistía a la intensificación de los movimientos revolucionarios de unificación y libertad contra intrusos Empezó así lo que el propio Verdi bautizaría después como sus “años de galeras”, época frenética de búsqueda y producción desbordante en la que “Ernani”, “Los dos Foscari”, o la primera versión de “Macbeth” fueron conquistando un creciente dominio de la intuición teatral y la flexibilidad expresiva. Todavía no habían llegado los tiempos en que tuviese libertad plena para elegir plazos, argumentos o intérpretes frente a las directrices dadas por los teatros, pero ya encontró ciertas alas para desplegar muchas de las ramas que, en un futuro cercano, consolidarían el estilo personal que sí es pleno en “La Traviata”: enamorado de las voces de talla rotunda y poderosa y de una paleta rica en colores con la que mostrar distintos perfiles vitales, nadó entre historias de personajes anchos y heroicos, construidos por libretistas de asentada fama siempre en estrecha colaboración con el compositor. Su música viajaba ya por todas partes y los mejores editores se batían en duelo para vigilar por los cuidados y remuneraciones de la apetitosa producción del nuevo ídolo operístico italiano. Con este bagaje, en los preámbulos de 1850 Verdi inauguró con “Luisa Miller” lo que los estudiosos acordaron en llamar su etapa de madurez, capítulo espléndido donde su estatus ya le dejaba moverse con una mayor autonomía de criterio y en el que su escritura siguió progre estremecedora galería de personajes nuevos -titánicos en su marginalidad y diferencia-, donde Violeta apareció para decir sus verdades. Mantenía siempre un compromiso de hierro con la denuncia de aquellas fisuras sociales instaladas en su realidad contemporánea, atreviéndose a retratar desde los dolorosos marcos de la tragedia aquellos rasgos menos favorecedores del tiempo en que vivía. El bufón de cuerpo deforme, la cortesana repudiada, la gitana perseguida… los personajes verdianos ya no eran héroes al uso -vestidos de guerrero o princesa y en lucha por causas amplias y ejemplares-, sando hacia una creciente intensidad teatral, con una dirección narrativa cada vez más compacta y poderosa. Ya no era solo un compositor experto sino también un dramaturgo de altura, capaz de crear mitos reveladores y universales con los que desgarrar el alma y despertar la conciencia: en la trilogía central formada por “Rigoletto” (1851), “El Trovador” (1853) y “La Traviata” (1853) perfeccionó la unidad y fluidez de su discurso musical y se enzarzó en crecientes instrucciones a sus libretistas para que reescribieran y adaptasen los textos cuanto hiciera falta. Fue así como nació una sino seres señalados y excluidos, con crueles heridas ante las que los orgullosos tiempos modernos seguían siendo esquivos y primitivos. como Violetta Valery para después negarles todo derecho y saludo; y la responsabilidad del presente no podía ya excusarse tras antifaces del ayer. "TPNBSTFBMBWFSEBEFMTJHMPEFMBT NV©FDBTSPUBT Éste era ya un esfuerzo por retratar a su tiempo que iba más allá de la prodigiosa capacidad con que Verdi entendía a los pueblos y sus impulsos políticos: la adaptación de “La dama de las camelias”, con sus escenas de falsa felicidad parisina y duro destierro social en una apartada casita de campo, con sus frases castigadas (atreverse a clamar “sempre libera” -“siempre libre”- pasaba factura) y sus sentencias inamovibles (“el incauto que se busca la ruina hechizado por vos”)… todos aquellos ingredientes que daban cuerpo a la historia de la cortesana peligrosa y repudiada eran asuntos que Verdi conocía de sobra, y que podía describir a la perfección antes incluso de abrir el libro de Dumas y sin necesidad de salir de su propia casa. Igual que sabía del calor del éxito económico y popular, el compositor conocía también la terrible amargura de la exclusión y el rechazo, especialmente cruel en el caso de algunas mujeres de aquellos llamados tiempos modernos. La férrea decisión de Verdi a abordar estas cuestiones ásperas e incómodas chocaba sin remedio con el miedo de los teatros y la censura de las autoridades. Como –hasta la llegada de Traviata, lo prioritario para él era que aquellos asuntos subieran a la tribuna, mantuvo aún en “Rigoletto” la antigua tradición del camuflaje amparado en la lejanía temporal: decidió adaptar la obra de Victor Hugo “El rey se divierte”, prohibida en Francia durante cincuenta años por haberse atrevido a mostrar las depravaciones de un líder tirano y abusador y ante la negativa escandalizada del comité de evaluación, Verdi consistió aún en cambiar nombres y lugares hasta que los responsables terminaron por admitir la propuesta. El personaje del monarca francés Francisco I fue sustituido por un duque de la lejana Mantua renacentista y “Rigoletto” resultó una obra audaz y estremecedora, en perfecta reunión de brillante música y drama desolador. Nunca se había visto nada igual sobre un escenario operístico, pero Verdi sentía ya que era hora de cambiar las cosas. Tras años de luto por perder a su primera esposa, Verdi se había vuelto a enamorar, pero su elección disgustaba en esa sociedad de censura y abanicos en que debía moverse, y la pareja terminó viviendo aislada, como Violeta y Alfredo, sin esperar ya invitaciones ni respuestas y cerrando las ventanas para no oír ni el silencio del menosprecio. En la preparación de “Nabucco” había conocido a Giuseppina Strepponi, una soprano joven y de timbre delicado que se dejó el alma y las cuerdas vocales cantando su personaje de Abigaille en las casi sesenta funciones que demostraron el sonado En su búsqueda de una proximidad distinta, que pusiera foco sobre cuestiones incómodas y lacerantes que él consideraba imposibles de aplazar, fue Traviata quien vendría a saltarse de una vez el protocolo de lo impronunciable: traía esta ópera un retrato de la hipocresía con que tantas sociedades jugueteaban con el hermoso brillo de muñecas sin posibilidad de regreso. Mientras había sido una estrella, sus apasionados amores se consideraban parte del hechizo de toda artista y ni siquiera los hijos que tuvo –soltera- con un afamado tenor resultaban una cuestión en exceso incómoda para los teatros y sus diferentes tribus. Pero en cuanto su luz de aspirante a diva empezó a apagarse –como le sucede a Violeta en la ópera, a causa de la enfermedad que la devora por dentro-, el encanto de lo excéntrico se rebautizó como reprobable y éxito de la producción. Aunque la intérprete había comenzado una aplaudida y centelleante carrera en Italia, a fuerza de exceder sus apariciones y de aceptar papeles lucidos pero arriesgados, sus posibilidades comenzaron a empañarse mucho antes de lo debido. Según sentenciaron numerosos expertos (venidos a diagnosticar después del terremoto), el personaje de Abigaille era demasiado ancho para la voz de Strepponi y la soprano, con apenas treinta años, tuvo que dejar los escenarios marginal y toda su vida anterior pasó a señalarse como un error contagioso e imperdonable. Lo mejor, en estos casos, era desaparecer tras cortinas o fronteras de vergüenza y destierro y por eso Strepponi huyó a Francia, dispuesta a contar décadas de vacío y flores marchitas. Pocos años después, Verdi fue a visitar a su antigua cantante en su exilio parisino y comenzaron una historia de amor y compañía que duró ya mientras vivieron. Se casaron casi a solas y, aunque intentaron hacerse aceptar, terminaron dándose por vencidos y, como los protagonistas de “La Traviata”, se retiraron con sus nombres gemelos a una villa lejos de todo, con los árboles y el piano como únicos testigos. profundo de una serenidad recién descubierta pero apenas disfrutada, rota en pleno vuelo por la sanción social y la cuenta atrás de la tuberculosis: de ahí que, aunque en el primer acto Violetta ría embriagada en vertiginosas guirnaldas de coloratura como las que hubiesen escrito los maestros belcantistas, a medida que la tragedia avanza, su voz adquiere un color y un fraseo nuevos y dolientes, entre la belleza de un amor grandioso y la tos entrecortada de una muerte inaplazable. El público no estaba preparado para verse en un espejo semejante y la dirección del teatro veneciano de La Fenice cambió vestuario y decorados para que, al menos visualmente, la historia quedase ambientada en el lejano siglo XVII. Esta vez, sin embargo, Verdi no consintió que se cambiase nada en las acotaciones de la partitura: durante cerca de cincuenta años se mantendría la convención escénica, partidaria de tapar las indicaciones de los autores bajo disfraces de tatarabuelos y pesadas alfombras, pero el tiempo pasaría y los escenarios pudieron mostrar a Violetta vestida con las mismas ropas con que Giuseppina acudía semioculta a las óperas de su marido, cansada de que la llamada gente de bien juzgase su vida sin siquiera saludarla. Conociendo esta desgarradora coincidencia de rasgos y episodios entre la novela referente y la vida de su propia esposa, no sorprende que, al adaptar “La dama de las camelias”, Verdi defendiera ya sin paliativos la necesidad de ambientar la ópera en su más cercano presente: ese ecuador del siglo XIX donde los honorables habitantes de los palcos gustaban de llamarse modernos, sin prestar atención a los muchos prejuicios e injusticias que mantenían desde tiempos inmemoriales. Las indicaciones impresas en el libreto y la partitura de “La Traviata” la convertían en el primer drama operístico de denuncia contemporánea y el primero también en contar la historia de una heroína marginada, muerta además en escena a causa de una enfermedad contagiosa y no como víctima de guerras, asesinatos o accidentes. Su construcción vocal reflejaba, con inédito realismo de colorido y texturas, el camino de Violetta Valery desde el brío ligero y noctámbulo de una vida ansiosa y expuesta, hasta el dramatismo A diferencia de Violetta y Alfredo, Giuseppina y Giuseppe sí pudieron ganarle la partida a un tiempo que no los entendía: vivieron largos años juntos y consiguieron acompañarse en el último paseo como dos ancianos venerables. En unas décadas, además, el teatro consiguió fascinado seguir los rumbos que Verdi había propuesto en las acotaciones de Traviata, y llegaría el día en que todos podrían asomarse al escenario como a un espejo sin mentiras. El hoy podía ya, por fin, vestirse de sí mismo. 'JEFMJP-FPOPSFPEFS%FS5SJVNQIEFSFIFMJDIFO-JFCF -VEXJHWBO#FFUIPWFOo /6&7"130%6$$*Ä/%&-5&"5303&"-&/$0130%6$$*Ä/$0/-01Î3"/"5*0/"-%&1"3*4 Director musical: Hartmut Haenchen Director de escena: Alex Ollé (La Fura dels Baus) (con la colaboración de Valentina Carrasco) Escenógrafo: Alfons Flores Figurinista: Lluc Castells Iluminador: Urs Schönebaum Director del coro: Andrés Máspero Florestan: Michael König Leonore: Adrianne Pieczonka Rocco: Franz-Josef Selig Marzelline: Anett Frisch Jaquino: Ed Lyon Don Pizarro: Alan Held Don Fernando: Goran Juric’ Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real 27, 30 de mayo 2, 5, 7, 11, 14, 17 de junio de 2015 20.00 horas; domingos, 18.00 horas "SHVNFOUP 'JEFMJP 3BGBFM#BO¡T le sigue Leonora, vestida como Fidelio y cargada con pesadas cadenas. Rocco interpreta el esfuerzo de Fidelio como una prueba de amor hacia su hija, y en un magnífico cuarteto (Mir ist so wunderbar…), que se aleja del ligero ambiente de singspiel del comienzo de la ópera, a modo de presagio de la La acción ocurre en una prisión cercana a Sevilla, a finales del siglo XVIII "DUP* En el patio de la prisión, Marzelline, la hija del carcelero Rocco, se burla de su pretendiente, Jaquino, que trabaja como portero en la prisión (dúo: Jetzt, Scjätzchen…), pues se ha enamorado del nuevo ayudante de su padre, Fidelio, que no es otro que Leonora, la mujer de Florestán un prisionero encarcelado por motivos políticos por el gobernador Don Pizarro. Leonora ha entrado atrabajar en la prisión para liberar a su esposo. Al quedarse sola, Marzelline da rienda suelta a sus sentimientos, en los que expresa su deseo de casarse con Fidelio (aria: O wär ich schon…). Entra Rocco, intensidad que dominará la segunda parte, los cuatro personajes expresan sus emociones. Pero Rocco vuelve a traernos a la realidad cuando dice que para un buen matrimonio hace falta dinero (aria: Hat man auch nicht Gold beineben…). Fidelio quiere comprobar hasta dónde llega la confianza de Rocco, que se ha encariñado tanto con su ayudante que ya lo considera como un hijo, pidiéndole le deje acompañarle cuando baje a la celda subterránea donde sospecha que está encerrado su esposo (terceto: Gut, Shönchen, gut….). Vuelven Rocco y Marzelline, y Leonora (nuevamente en su papel de Fidelio) convence a Rocco de que deje salir a los prisioneros, con el fin de encontrar a Florestán. Los prisioneros salen al patio y ensalzan su libertad en un bellísimo coro (O welche Lust!...), con el que comienza el final del primer acto. Rocco anuncia a Fidelio que ha obtenido el permiso para que se case con Marzelline y que tendrá que acompañarle a una celda subterránea para ayudarle a cavar una fosa destinada a un misterioso prisionero que allí yace (dúo: Wir müssen gleich…). Jaquino y Marzelline entan apresuradamente, anunciando la llegada de D. Pizarro (cuarteto: Ach, Vater, eilt!...). El gobernador reprende a Rocco por haber dejado salir a los presos, pero el carcelero le responde que lo ha hecho para celebrar la onomástica del rey. Los prisioneros vuelven a sus celdas despidiéndose de la libertad perdida (coro: Leb wohl, du warmes Sonnenlicht…). Al son de una marcha entran los soldados, seguidos por el cruel gobernador de la prisión, Don Pizarro, que lee un despacho anunciando una visita sorpresa del ministro Don Fernando, quien ha sido informado de unas detenciones injustificadas. Don Pizarro piensa que es el momento de librarse de su mayor enemigo, Florestán, en un aria con coros que expresa toda su sanguinaria sed de venganza (aria: Ha¡ Welch ein Augenblick!...). Pizarro llama a Rocco a un lado y trata, sin éxito, de obtener su ayuda para cometer el asesinato. Pero Rocco no quiere mancharse las manos de sangre, y sólo accede a cavar la fosa: será Don Pizarro quien aseste el disparo mortal (dúo: Jetzt, Alter, jetzt hat es Eile!...). Los dos hombres salen y entra Leonora, que ha escuchado la conversación y, después de maldecir a Don Pizarro, reafirma su esperanza y su resolución de salvar a su esposo, en su gran escena con recitativo accompagnato (Abscheulicher! Wo eilst du hin?...) y el aria en dos secciones, la primera lírica (Komm, Hoffnung….) y la segunda más agitada, inspirada en la cabaletta clásica (Ich folg´dem innern Triebe…). "DUP** Una sombría introducción orquestal nos sitúa en el lóbrego calabozo donde está recluido Florestán, quien en un recitativo accompagnato, maldice la oscuridad pero acepta resignado la voluntad de Dios (Gott! Welch’Dunkel hier!...). En su gran aria lamenta la pérdida de su felicidad pasada por haber expresado sus ideas (In des Lebens Frühlingstagen…) y termina con una visión de Leonora como su ángel salvador (Und spür’ich nicht…). Entra Leonora con Rocco, para descubrir una cisterna abandonada que habrá de servir de fosa’para Florestán. La mujer trata insistentemente de descubrir la presencia de su esposo (melodrama y dúo: Nur hurting for…). Cuando la tumba está preparada, Florestán se estremece. Pide a Leonora y Rocco ayuda y agua, Leonora al oír su voz, tiene un terrible presentimiento. Rocco permite a Leonora que traiga vino y pan que ofrece a su esposo como una forma de comunión mística (trio: Euch werde Lohn in bessern Welten…). A una señal de Rocco entra Don Pizarro. En un trepidante cuarteto (Er sterbe!...), Don Pizarro descubre su identidad a Florestán, quien lo acusa de asesino. Cuando el gobernador saca su puñal, Leonora se interpone ante él, revelando su auténtica personalidad. En un momento de de enorme eficacia dramática, Leonora apunta con una pistola mientras una trompeta desde el exterior anuncia la llegada del ministro Don Fernando. Rocco y Don Pizarro abandonan la celda y Florestán y Leonora celebran apasionadamente su reencuentro (dúo: O namen lose Freude!...). La escena final transcurre en el patio de armas de la prisión que arranca a ritmo de fanfarria. La gente del pueblo y los prisioneros se han reunido para saludar al ministro, que entra acompañado de Don Pizarro (coro: Heil sei dem Tag!...). Don Fernando reconoce a su amigo, al que creia muerto y ordena arresten a Don Pizarro. Marzelline reconoce con estupor que Fidelio es Leonora, quien tiene el privilegio de liberar de las cadenas a su esposo, en un momento de unción casi religiosa (O Gott! Welch ein Augenblick…). La ópera termina con un coro que recuerda el final de la novena sinfonía, que ensalza la virtud de Leonora y el triunfo del amor conyugal (Wer ein holdes Weib errungen, stimm´unser Jubel ein) 'JEFMJPPMB§QFSBDPNP QSPCMFNB +PT±-VJT5±MMF[ preexistentes: que Papageno sea el equivalente del tradicional Hanswurst excede cualquier ponderación), pero incorporando además la música litúrgica de tradición nórdica y las formas instrumentales más eruditas, como la fuga: Más allá de la categoría insuperable de su música, Fidelio es, por muchas razones, una obra singular: jamás un compositor se habrá interrogado acerca de la naturaleza estética y la función social del teatro lírico con el empeño y la profundidad con que lo ha hecho Beethoven en su única contribución al género. Para el músico, el hecho de abordar la escritura de una obra de tales características era ya un problema en sí mismo. Componer una ópera implica responder a una pregunta previa: ¿qué clase de ópera?. En nuestro siglo, Debussy, Berg, Zimmermann o Messiaen se enfrentaron a idéntico interrogante. No se trata tan sólo de elegir y trabajar en el interior de un género, sino, y sobre todo, de explorar la significación del género mismo y sus posibles variantes. Pamina, Tamino, la Reina de la Noche, proceden del universo de la tragedia neoclásica y del virtuosismo italianista, pero la intervención de los gehärnische Menschen en el Acto II es un sobrecogedor coral variado de la más depurada línea polifónica luterana: un evidente homenaje a Bach, incluido a su vez en una estructura sinfónicamente unificada desde el punto de vista armónico. Todo ello, al servicio de un mensaje nítidamente progresista (y feminista, al defender el derecho de la mujer a la iniciación masónica en pié de igualdad con el varón), el de la francmasonería, que en aquél momento acogía en su seno las más granadas inteligencias de la Viena de la Aufklärung. Es profundamente revelador que Beethoven no se plantee una reforma del código (como ha sido el caso de Gluck) ni tampoco la posibilidad de articular un modelo dramático nuevo (como hará Wagner más tarde). Entre las posibles pautas a seguir solamente hay, a su juicio, un precedente de verdadera categoría: Die Zauberflöte. Mozart ha materializado ahí una especie de summa theologiae de todo lo musicalmente enunciable, introduciendo personajes de ópera seria en el seno del Singspiel, que era la forma del teatro musical autóctono en el mundo germanohablante (y dignificando hasta lo sublime los arquetipos Como se sabe, el encargo beethoveniano procedía del Teatro An der Wien, donde la obra de Mozart se había estrenado doce años atrás con arrollador éxito: en su propio catálogo, el músico salzburgués la describe como ópera, de modo que Beethoven contaba con un precedente incuestionable para cumplir el encargo en idéntico registro. Es sabido que, inicialmente, el compositor se dirigió hacia Vestas Feuer, un texto de Schikaneder, el libretista de Die Zauberflöte, en la línea de ese breve revival de la opera seria metastasiana en su variante de ópera de romanos que se había producido con ocasión de las guerras napoleónicas, pero pronto abandonó la idea a favor de otro libreto de Jean Nicholas Bouilly que ya había dado lugar a sendas obras de Pierre Gaveaux, Ferdinad Paër y Simon Mayr que, según parece, se inspiraba en hechos realmente acontecidos en Paris durante la época del Terror: el equivalente a Florestan se llamaba René de Samblancay y el de Don Fernando era un oficial apellidado SaintAndré, enviado por Robespierre (tema para una reflexión feminista: desconocemos el nombre de la verdadera Leonore). Bouilly había trasladado la acción a España a beneficio del anonimato de sus protagonistas. esencial, el tratamiento de su protagonista femenina: Fidelio es una de las escasísimas óperas en que la mujer ni es una víctima inocente y sumisa ni una figura de perfidia, sino el agente argumental par excellence, la heroína que tiene que recurrir al travestismo para llevar adelante su glorioso cometido como encarnación del amor y de la fidelidad, virtudes convertidas en revolucionarias gracias a su determinación y su osadía. En cuanto a la elección de la forma dramática, conviven en ella tanto el deseo de integrarse en la tradición nacional como el de dilatar el camino emprendido por su inmortal predecesor: así, elegirá esa forma de teatro popular al entenderlo como el mejor vehículo para trasmitir un mensaje políticamente comprometido y, al tiempo, ampliar la concepción formal en sí misma, como contribución al establecimiento, que cree definitivo, de un género que, pidiéndole prestada la expresión a Antonio Gramsci bien podríamos definir hoy día como inequívocamente nacionalpopular (bien pronto, Der Freischütz dilatará esa misma trocha, abriendo de par en par el futuro romanticismo operístico). A todo lo cual hay que añadir el paradigma político de actualidad: la ópera postrevolucionaria francesa, organizada de acuerdo con un modelo similar al del Singspiel: la opéra-comique, que alterna igualmente el canto con la palabra hablada, como reacción frente a la Tragédie mise en musique propia de la Académie Royal parisina. En la elección beethoveniana del libreto (que, pese a otros testimonios en contra, parece hoy día demostrada), el fondo ético y político del tema parece ser el factor determinante: se sigue el modelo, entonces muy frecuente en la dramaturgia revolucionaria, de lo que se conocía en alemán como Rettungs-oper (ópera de rescate), en la que se asiste a un enfrentamiento entre el Deber y la Ley, a beneficio de aquél en demérito de una justicia emanada del despotismo ilustrado y, por tanto, injusta desde sus mismas raíces: es fácil, obligado incluso, trasladar ese dilema a cualquier forma de revuelta popular en cualquier lugar del mundo capitalista en el tiempo presente. La universalidad de la anécdota de Fidelio —no digamos ya de su música— es absoluta en el tiempo y en la geografía. Aspecto aún más Los años comprendidos entre la muerte de Mozart y las décadas iniciales del XIX fueron, desde el punto de vista de Beethoven, los más estériles en la historia operística de Viena (y no sólo la naturaleza excelsa de su música, se basaban en argumentos que estimaba superficiales y frívolos, cuando no inmorales, como en el caso de Così fan tutte (opinión compartida por Wagner y la mayoría de los románticos). por la música: en alguna ocasión afirmó explícitamente que los escritores alemanes no servían para libretistas). Lo que no está reñido con el éxito: Die Edle Rache (Franz Süssmayr), Der Dorfbarbier (Johann Schenk), Der Augenartz (Adalbert Gyrowetz) u Ostande (Joseph Weigl) conocieron centenares de representaciones en los años finales del XVIII, pero ninguna de ellas colmaba las aspiraciones de Beethoven, para quien el éxito de público no redimía unas obras, a su juicio, estéticamente indefendibles. Tampoco aprobaba la trilogía de Mozart y Da Ponte que, más allá de Por otra parte, Beethoven experimentaba una profunda aversión hacia la música italiana, con sus agilidades, colorature y exhibicionismo vocal (opinión no lejana de la del último Mozart: es harto significativo que en Die Zauberflöte sea justamente la Reina de la Noche, el personaje el lógico e invencible deseo de rendir tributo a su excepcional categoría sinfónica. negativo, quien recurra a tales artificios). Para el autor de Fidelio, la ópera debía asumir la misma naturaleza hondamente ejemplar y edificante que intentaba imbuir en su propia música instrumental. Más allá de su confesado entusiasmo por Cherubini y por otros autores como Méhul y Spontini, Beethoven admiraba igualmente la categoría de sus libretos. Con el cambio de siglo, la obras francesas habían desembarcado en Viena con abrumadora acogida: a la Lodoïska de Cherubini siguió un año más tarde (1803) el encargo de Faniska y en las temporadas sucesivas lo hicieron las composiciones de Dalayrac, Méhul, Gaveaux, Boïeldieu, Yssouard, Berton, Spontini, Méhul y Lesuer, todo ello antes de 1805, justamente cuando Beethoven estrenaba la primera versión de su ópera, iniciada más o menos contemporáneamente con la composición de la Sinfonia Eroica y la sonatas conocidas como Waldstein y Appasionata: el excepcional ímpetu de estas obras, su inigualable fuerza expresiva y su tensión formal son coetáneas del esfuerzo y el sentido de la perfección que le lleva a redactar tres versiones de su ópera con los títulos sucesivos de Leonora (1805 y 1806) y el ya definitivo de Fidelio (1814), componiendo no menos de cinco oberturas para ellas. Alguna de tales piezas (la conocida como Leonora III) resulta absolutamente impracticable desde el punto de vista teatral al tratarse de un verdadero poema sinfónico en miniatura, verdadera música narrativa avant la lettre que anticipa todas y cada una de las peripecias del drama, fanfarria de la llegada de Don Fernando incluida: la solución convencional de utilizarla como preludio del Acto.II es una inconveniencia, que solamente puede justificarse por Musicalmente, Fidelio, como sucede con sus precedentes mozartianos, dispone su arquitectura con una lógica sinfónica: no sólo por la importancia que en la obra asume la escritura instrumental (con episodios de tan considerable importancia como la introducción a la gran escena de Florestan en el comienzo del Acto.II), sino por la organización armónica en torno a la tonalidad de Do mayor, inicial y final de la ópera, y el importante papel de su dominate, Sol mayor, fundamental del sublime cuarteto Mir ist so wunderbar del Acto.I y del penúltimo número, el dúo, no menos glorioso, entre Florestan y Leonora O namenlose Freude, previo a la grandiosa conclusión. Por lo demás, Beethoven moviliza otras dos tonalidades subsidiarias a distancia de tercera mayor de la tónica general y, en ambos casos, en relación con sus dos grandes protagonistas: la escena de Leonora del Acto.I está en Mi mayor (que será también la tonalidad de la última de las oberturas, la empleada en la tercera versión de la obra), mientras la de Florestán en la celda está, en su gran episodio central, en La bemol mayor, correspondiente a la evocación de su esposa (constantemente sugerida por la tímbrica, al asociarse a las trompas y los oboes), aunque su comienzo y su final se encuentren en el tono relativo, Fa menor, correspondiente, como es lógico, a la tiniebla y la desesperanza que rodean al protagonista. Otro rasgo igualmente mozartiano (existente también en el precedente de Cherubini) es la configuración de los dos grandes finales, aquí un esquema mítico: el dios moribundo de la vegetación (se aclara el sentido del nombre «Florestan») aguarda la llegada de la diosa bisexual (Fidelio/Leonora) para devolverle la vida y la juventud, para señalar el paso de la oscuridad a la luz solar. El dios invernal (Pizarro) perece, reemplaza a Florestán en la tumba y la humanidad celebra la llegada del Año Nuevo con himnos al matrimonio. La interpretación puede aún ir más allá, si recordamos cuantos teatros alemanes, destruídos tras los bombardeos aliados, celebraron su reapertura justamente con Fidelio, atestiguando su perennidad y su carga emotiva. Ni que decir tiene, la obra, como ha sucedido con la Novena Sinfonía, ha sufrido toda suerte de apropiaciones propagandísticas ocasionalmente espúreas, lo que sitúa en primer término el problema de identificar a su legítimo destinatario. tonalmente unificados y pródigos en acontecimientos musicales y argumentales, se dirían verdaderas óperas en miniatura. El primero de ellos contiene además uno de los episodios más conmovedores de toda la historia del teatro cantado: el coro de prisioneros O welche Lust!, concebido en la línea expresiva de una genuina música religiosa con la grandiosa solemnidad de un coral puesto al servicio de una causa humanitaria, libertaria y laica. La herencia mozartiana se manifiesta aquí de forma particularmente significativa: como en Die Zauberflöte, el Singspiel alcanza aquí una categoría y un propósito que rebasa ampliamente sus orígenes populares a la busca de un genuino humanismo revolucionario. Se ha señalado repetidamente que el personaje del cautivo es una obvia proyección del aislamiento del propio compositor, generado por su sordera que, como músico y pianistaimprovisador de genio, intentaba a toda costa ocultar y de la que ha dejado desgarradora noticia en el texto conocido como Testamento de Heligenstadt, redactado poco antes de iniciar su aventura operística. Maynard Solomon ha elaborado una magnífica interpretación de raíces psicoanalíticas acerca del significado profundo de la obra: Leonora/Fidelio va en busca de sus propios orígenes, y la liberación de Florestán no es sólo una liberación del padre/marido, sino una repetición purificadora del proceso del nacimiento, una penetración en el misterio definitivo de la creación. […] En este sentido, podemos concebir Fidelio como una ópera acerca de la resurrección tanto como del rescate. Florestán no sólo está encarcelado, sino sepultado. […] Hay ¿Para qué público, por tanto, está escrita Fidelio? ¿Para el público formado por los oficiales de las fuerzas francesas de ocupación de 1805 (que ignoraban el alemán)? ¿Para el público habitual del Singspiel, al que no podía por menos que desconcertar su seriedad enunciativa y su carencia de elementos mágicos, fantásticos o exóticos? ¿Para el que, ya en 1814, aplaudía esa desvergonzada parodia de su propio “estilo heroico” que es la Wellingtons Sieg mientras se aprestaba para echarse en los brazos de Rossini? A contracorriente de todo, trascendiendo su propio código, imbuida de una voluntad ejemplar y revolucionaria, Fidelio es un alegato, una genuina pieza de arte militante: militante contra la opresión, contra la tiranía, y, sobre todo, militante a favor de un arte en que la belleza sea, tan sólo, una dimensión (inexcusable, eso sí) en la lucha en pro de la libertad y la justicia. Su envergadura, su grandeza, su trascendencia, su desdén para con cualquier forma de halago hacia el aficionado convencional, la convierte en un admirable monumento erigido en homenaje a la dignidad humana y a la dignidad del arte como herramienta educativa. La realidad es que Fidelio ha creado su propio público, lo crea en cada representación y lo seguirá creando allá donde se encuentre un espectador con inquietud cultural y conciencia política. Pero, sobre todo, Fidelio sigue siendo un arma arrojadiza contra cuantos -aún hoy- piensan que la ópera es únicamente una forma de entretenimiento social elegante y una ocasión para deleitarse en la valoración de la vocalidad. (PZFTDBTPMPTNBKPTFOBNPSBEPT &OSJRVF(SBOBEPTo $0130%6$$*Ä/%&-5&"5303&"-:-04"/(&-&401&3" /6&7"130%6$$*Ä/%&-5&"5303&"Director musical: Plácido Domingo Director de escena: José Luis Gómez Escenógrafo: Eduardo Arroyo Figurinista: Moidele Bicket Iluminador: Dominique Borrini Director del coro: Andrés Máspero Rosario: María Bayo Fernando: Andeka Gorrotxategi Paquiro: José Carbó Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real 30 de junio y 3, 6, 9, 12 de julio de 2015 20.00 horas "SHVNFOUP (PZFTDBT 'FSOBOEP'SBHB niños corretean jugando. Majas y majos se divierten manteando un pelele. Entre la muchedumbre, un torero de moda, Paquiro se pasea bromeando con los hombres y piropeando a las mujeres. Pepa, su novia, aparece montada en calesa y es ovacionada por la mayoría de los presentes pues se trata de moza salerosa de mucha popularidad. Paquiro y Pepa renuevan sus palabras de amor. La acción puede situarse en 1800, o sea contemporánea a la existencia del pintor Goya. $VBESPQSJNFSP En Madrid, día de fiesta en una jornada llena de luz y sol. Al lado del río Manzanares se eleva la ermita de San Antonio de la Florida. Los Sin embargo, al aparecer Rosario, dama de la alta sociedad local que viene en busca de su amante Fernando, oficial de la guardia real, Paquiro recuerda que no ha mucho fue su pareja en el Baile del Candil, lugar de no muy buena reputación. Atraído de nuevo por su porte y belleza la invita a volver a reunirse en el mismo sitio. Fernando escucha estas palabras y Rosario ha de calmar sus celos, asegurándole la sinceridad de su amor. El oficial quiere conocer ese lugar y Rosario promete que allí irán los dos. Por su lado Pepa molesta y celosa también, plantea vengarse de la inesperada rival, mientras la fiesta campestre sigue su curso. $VBESPUFSDFSP Tras un hermoso preludio, la escena se sitúa en un jardín palaciego de Madrid, el de la mansión de Rosario. En esa cálida noche de luna llena, los trinos de un ruiseñor sugieren en Rosario una melancólica a más de apasionada canción. Aparece Fernando y desde el balcón de su alcoba Rosario y él se entretejen en un tierno intercambio de amor correspondido. Pero la hora del duelo se acerca, las campanadas de un cercano reloj se lo recuerdan a Fernando, no solo la aparición fugaz de Paquiro. Fernando se aleja rápidamente dejando a Rosario inquieta y atormentada por los más crueles presentimientos. Decide seguir al amado pero llega hasta él demasiado tarde. Oye un grito de Fernando y Rosario únicamente puede arrastrar hacia la casa al amado malherido que poco después muere entre sus brazos. *OUFSNFEJPPSRVFTUBM $VBESPTFHVOEP En el patio del local de baile conocido como “el del candil”, situado a las afueras de Madrid, se baila el fandango al son de la guitarra. Es de noche. Entran Rosario y Fernando y la actitud un tanto arrogante del oficial despierta el malestar de los asistentes, especialmente el de Paquiro. Pepa no se queda atrás y sus indirectas claramente dirigidas a Rosario causan su inevitable efecto. La situación paulatinamente se va haciendo cada vez más tensa hasta que Fernando reta a duelo a Paquiro, un encuentro que ha de tener lugar cerca de la mansión donde habita Rosario. Ésta, superada por la situación, se desmaya. Fernando la acompaña a casa, seguidos por la altanera mirada de Pepa. El fandango vuelve a retomar su enfebrecido ritmo. (PZFTDBTVOBFWPDBDJ§O "OES±T3VJ[5BSB[POB Como ser humano y como artista, un romántico. Así se podría calificar brevemente al compositor Enrique Granados (1867-1916). Pero ¡cómo no! también aquí surge algo diferente porque la cumbre a la que nos referimos no es una obra sola, monolítica, sino dos, y la segunda, a la que nos vamos a referir, es una ópera, mientras la primera, clara fuente de la segunda, es una suite pianística surgida poco después de la “Iberia” de su colega, paisano, casi hermano mayor y sobre todo amigo entrañable, Isaac Albéniz. Pero las fechas no deben llevarnos a creer que era un creador rezagado en la estética, pues si en su obra comienza por seguir las huellas de Robert Schumann, su arte evolucionó pronto. Para ser justos, deberíamos señalar que se adentró en una corriente muy propia de aquel tiempo: el nacionalismo tardoromántico. ¿Se imagina alguien que de la suite de Albéniz se pueda extraer una ópera? Granados demostró que eso era posible, hacer una obra lírica sobre una previa obra pianística. Alguien dirá que el mérito mayor es del libretista, en este caso Fernando Periquet, esforzado autor del texto de “Goyescas”, aunque se haya dicho que ese texto carece de verdadera fuerza teatral. Tal falta de solidez dramática tiene su justificación en la rara idea de basar una ópera no sobre una pieza teatral o dramática, sino sobre la música que un pintor, una ciudad y una época suscitaron a un compositor en plenitud de inspiración (término este último que encierra muchas cosas) y medios expresivos en su arte. Sin embargo, hasta en ese terreno se movió con enfoques muy diferentes a otros contemporáneos. Su sentido de la mesura y la elegancia, innatos en él, su tendencia a lo íntimo, a los colores suaves, evitó una aproximación cercana al depósito de la música tradicional. Y en la manera de transformarlo, siempre sublimándolo, radica la peculiaridad del arte de este aparentemente pequeño maestro. Centrado en la Barcelona modernista, brillante y atrevida como pocas ciudades de la vieja Europa, Granados hubo de sacrificar en ocasiones su gran sensibilidad y enorme talento a la moda frívola de tantas corrientes del arte finisecular. No obstante emprendió un proceso de superación realmente substancial, cuyos máximos frutos surgieron en vísperas de su prematura muerte. El pintor, genio indiscutible entre los de su tiempo, se llamó Francisco de Goya y Lucientes. La ciudad, el Madrid que él vivió con verdadera intensidad en todos sus aspectos. La época, aquella de Carlos III y de la Ilustración, más algo de la de Carlos IV hasta la llegada de Napoleón a Chamartin. Y entre ellos, una montaña se alza sobre todo lo demás y su cumbre se llama “Goyescas”. Granados nace en Lérida de padre cubano y madre santanderina. Su formación comienza en Barcelona con Juan Bautista Pujol en piano y con Felipe Pedrell en armonía, entre otros. Amplía estudios en París con Charles Wilfrid Bériot, el único hijo de Maria Felicia García, la Malibran. alegre y desgarrado, el de las múltiples sonatas de Scarlatti y los fandangos de Soler y Boccherini, el reflejado por Galdós en sus primeros “Episodios”, por Rodriguez de Hita en “Las segadoras de Vallecas”, por Ventura Galván en “Las foncarraleras” y por Barbieri en “Pan y toros”. Con un ya importante bagaje pianístico se traslada a Madrid en los últimos años del siglo XIX. Allí prepara un concierto y unas oposiciones. Antes de llegar a la capital española ya había ganado un concurso de piano interpretando la “Sonata en Sol menor” de Robert Schumann a los 16 años de edad. Por entonces empieza a componer pequeñas piezas de salón para piano y realiza intentos en la música de cámara. Sus bellos “Valses poéticos”, dedicados al gran amigo de Albéniz, el pianista Joaquin Malats, le abren muchas puertas antes de cumplir los veinte años. A Granados le obsesionan los motivos goyescos y le dirá a Jacques Gallois: “Goya es el genio representativo de España. A la entrada del Museo del Prado de Madrid, su estatua se impone a la vista en primer lugar. Veo en ello una enseñanza; el ejemplo de esta bella figura nos exhorta a contribuir a la grandeza de nuestro país. Las obras maestras de Goya lo inmortalizaron al exaltar nuestra vida nacional. Subordino mi inspiración a la del hombre que ha sabido traducir tan perfectamente los actos y momentos característicos del pueblo español”. De tan entusiasta evocación se va a nutrir la música de Granados durante los pocos años que le quedan de vida. En “Goyescas” (tanto en la suite para piano como en la ópera) y en las “Tonadillas al estilo antiguo”, el compositor catalán deja constancia de las pasiones de los majos y majas madrileños, inmortalizados en los lienzos y cartones para tapices del inmortal autor de “Los fusilamientos del 3 de mayo”. Como Albéniz, que había estrenado poco antes en Madrid su zarzuela “San Antonio de la Florida”, fascinado por los frescos de Goya y el encanto del lugar, junto al rio Manzanares, Granados no puede sustraerse al arte de Goya y al entorno madrileño del gran artista aragonés. Esos años culminan en el estreno de su ópera “Maria del Carmen” (1898), una experiencia que le aproxima al verismo pucciniano. Una gran cantidad de apuntes musicales, esbozos, frases, dibujos, dan idea de la obsesión de Granados por empaparse del espíritu goyesco por todos los medios a su alcance. Compone sin cesar, encerrado, de pie, paseando inquieto por la habitación y anotando después en el papel pautado sobre un alto pupitre sin barnizar. A la vuelta da un paseo por el jardín de su casa en la Bonanova Madrid, la música lírica de la ciudad, le entusiasma. Pero más que la del Madrid sainetero, explícito en la música de Chueca, Giménez, Chapí o Bretón, se interesa por el Madrid dieciochesco, ya cantado por el insigne Barbieri. El de Goya, Ramón de la Cruz, Moratín hijo, Blas de Laserna y la Tirana. El Madrid de majos y manolas, de Barcelona, entre flores y pájaros, a la sombra de olorosos eucaliptos, volvía a veces con los puños de la camisa plagados de notas. Mil ideas le asaltaban hasta el punto de que la impresión general, cuando se escucha algún número de “Goyescas”, es que nos hallamos ante una fabulosa improvisación. Podría ser, pero está dirigida a un objetivo. Una serie de motivos conductores vertebran la suite, que se mueve siempre dentro de un pianismo trascendente de poderoso aliento que no reduce la elegancia y el lirismo de la música. creció hasta el punto de hacer posible la conversión del material de la suite en una ópera. Es algo en lo cual había trabajado en Suiza en casa de su buen amigo el pianista Ernest Schelling. Éste y el barítono Emilio de Gogorza propiciaron que la Grand Opera de Paris, en el Palais Garnier, se interesara por la producción de esa ópera del maestro español. Fernando Periquet se encargó de elaborar el libro sobre la música ya escrita para piano, comenzando por la pieza no incluida en la suite, es decir, “El pelele”. Pero al estallar la primera gran guerra en Europa, tuvo que suspenderse el estreno parisiense, cuyo comité de selección de títulos ya había admitido la ópera en abril. Por eso, Schelling se dirigió a GattiCasazza, el empresario del Metropolitan de Nueva York que, en cuanto le escucha tocar el piano algunos fragmentos, no duda en programar la obra para la temporada siguiente 1915-16. La suite de “Goyescas” para piano fue compuesta entre 1911 y 1913 y consta de dos volúmenes. En el primero encontramos cuatro grandes piezas. En el segundo las dos restantes. A estos seis números suele añadirse “El Pelele”, aunque ya queda fuera de la suite y que el propio Granados interpretó en el Palau de la Música de Barcelona el 5 de marzo de 1915. La ópera Goyescas se abre precisamente basándose en esta pieza, estrenada en Terrassa (Tarrasa) el 24 de marzo de 1914. Granados y Periquet trabajan sin descanso para tener todo a punto. De las seis piezas que integran la suite, cinco fueron utilizadas en la ópera. Granados rehuyó el “Epílogo” o “Serenata del muerto”, más tarde llamada “Serenata de espectro” por su clima concentrado y fúnebre. En carta a su amigo Malats, escribe Granados:..”Me enamoré de la psicología de Goya, de su paleta. De él y de la duquesa de Alba, de su maja señera, de sus modelos, de sus pendencias, amores y requiebros. Aquel blanco de las mejillas, contrastando con blondas y terciopelo negro con alamares; aquellos cuerpos de cinturas cimbreantes, manos de nácar y de jazmín posadas sobre azabaches, me han trastornado”. Unas declaraciones del compositor al llegar a Nueva York con su esposa Amparo Gal y con el libretista Fernando Periquet, le perjudicaron de cara al público pues, para resaltar lo española que era su música, se refirió a “Carmen” de Bizet como música sin auténtico carácter español. Se creyó entonces que el músico catalán presumía de ser superior al francés, algo que estaba lejos de pensar. Cuando Granados tocó la suite completa de “Goyescas” en Paris, en 1914, su prestigio como compositor (el de pianista era entonces mayor) El estreno tuvo lugar el 28 de enero de 1916 y debido a la duración de la obra (una hora El genio de Granados se manifiesta, sin embargo en toda “Goyescas”, que tuvo en el estreno a Anna Fitziu y Flora Perini en los papeles de Rosario y Pepa; y a Giovanni Martinelli y Giuseppe de Luca en los de Fernando y Paquiro. Granados quería que interviniesen Lucrecia Bori y la bailarina Antonia Mercé, pero no pudo ser. La crítica se puso, en general, a favor de una obra cuyo encanto y novedad sedujo a todos. Sin duda la importancia del coro, la brillantez del fandango del cuadro II y sobre todo el delicadísimo y apasionado “La maja y el ruiseñor” que, en el tercer cuadro, precede al apasionado dúo, impactaron por su honda expresividad. aproximadamente) se hizo junto a “Pagliacci” de Ruggiero Leoncavallo (1858-1919). Granados incorporó también a “Goyescas”, (cuyo éxito en Nueva York no fue tan grande como el esperado, a causa probablemente del estatismo y lentitud de la acción), música de sus “Tonadillas en estilo antiguo”, coetáneas de la suite “Goyescas” y con textos del mismo autor que el de la ópera, Fernando Periquet. La historia de Granados componiendo en Nueva York, por exigencias de la empresa del Metropolitan, el “Intermezzo” de “Goyescas”, a situar entre el cuadro I y el II, recuerda aquella de Mozart en Praga, obligado a escribir en una noche la obertura de “Don Giovanni”. Y al final, el “Intermezzo” es la pieza que representa a Granados en el aficionado medio, junto a la Danza núm.5 “Andaluza”, que, por cierto, nos refleja una Andalucía muy diferente a la habitual. La trama de “Goyescas”, desarrollada en tres cuadros y nueve escenas de un acto único de cerca de una hora de duración, se inicia en San Antonio de la Florida, en su explanada a orillas del Manzanares, donde Isaac Albéniz había situado su zarzuela así titulada (“San Antonio de la Florida”) veintidós años antes. El texto era de Eusebio Sierra, comediógrafo santanderino que también escribió libretos para Tomás Bretón (“Botín de Guerra”), Joaquín Valverde padre (“La noche de San Juan”) y Gregorio Mateos (“La estudiantina”). Sobre la zarzuela de Albéniz elaboraría Sorozabal su bello ballet “Comedieta”, una excelente pieza sinfónica en tres partes que debería escucharse más en nuestros conciertos. Federico Moreno Torroba situaria dieciseis años después en el mismo lugar, el segundo acto de Luisa Fernanda, durante la verbena de San Antonio. Aquí el texto es de Federico Romero y Carlos Fernández Shaw. Por fin regresa a Europa en un barco holandés, el Rotterdam, que parte de Nueva York el 11 de marzo de 1916. Pasa el Lizard Point, en Cornualles (Cornwall) el 19 de marzo y el mismo día llega a las afueras de Falmouth, dejando a su izquierda la bahía. La lista de desembarco de pasajeros indica que desembarcan 371 personas, entre las cuales se hallaba el matrimonio Granados. El barco, que se dirigía al puerto de su nombre, la patria de Erasmo, entró más tarde en el puerto de Dover, pese a estar prohibido el acceso a buques comerciales durante la Primera Guerra Mundial. En Dover se embarcó a pasajeros con destino a Rotterdam. El público de Nueva York y la crítica más entendida acogió “Goyescas” con sinceros aplausos. Granados lo refleja en una carta a su amigo Amadeo Vives: “Por fin he visto convertidos mis sueños en realidad. Es verdad que mis cabellos están canosos (tiene 48 años) y que se puede decir que es ahora cuando empiezo mi obra. Estoy lleno de confianza y entusiasmo para trabajar cada vez más y más. Estoy empezando… Desde Falmouth, un tren del Great Western Railway estaba esperando a los pasajeros para llevarlos a Londres, a la estación de Paddington. Era un viaje de unas cinco horas. El recuerdo de los hijos se acentúa. Quiere contarles el éxito, las impresiones del viaje. Encarga dos pasajes para volver directamente a España en un buque español, es decir, neutral, para no correr los riesgos de la guerra que desangra a Europa. Pero la vida está llena de contratiempos aparentemente felices, que pueden ser fatales. Sus amigos los Schelling han organizado un concierto en la Casa Blanca para que el músico español toque ante el presidente Woodrow Wilson (1856-1924). El viaje debe aplazarse y en Washington, en presencia de Wilson y el Cuerpo Diplomático, Granados vuelve a hacer gala de su maestría al piano. Ya había mostrado su calidad magistral al presentar poco antes en Nueva York, su poema sinfónico en dos movimientos “Dante”, donde refleja musicalmente el viaje al Infierno del poeta florentino junto a Virgilio y el episodio de Paolo y Francesca. Ya en Londres, un Londres en guerra, no hay que olvidarlo, los Granados se alojaron en el Hotel Savoy, donde habían sido invitados a una cena por el escultor Ismael Smith, quien más tarde le dibujaría un bello Exlibris con los motivos más queridos del maestro. Durante la cena se habla de organizar un concierto que abra una puerta al estreno de “Goyescas” en el Covent Garden. Pero el matrimonio tiene prisa para volver a abrazar a sus hijos. Barcelona, la bella primavera de las Ramblas, los amigos, los alumnos. Todo espera al triunfador de América. Pero el destino es muchas veces cruel y más cruel por lo inesperado. Aunque existía un código para hacer más tolerable, dentro de lo que cabe, los tiempos El capitán francés Mouffet se percató de la cercanía de un submarino torpedero por la estela que dejaba sobre el agua. En efecto, los submarinos alemanes, llamados U-Boats, sumamente agresivos, amenazaban el canal. Uno de ellos lanzó un torpedo sobre el Sussex, matando a unas 50 personas, entre tripulación y pasajeros. Cundió el pánico y hubo que amenazar a la tripulación para que el barco pudiera llegar a Boulogne donde, a la vista de los daños sufridos, tuvo que ir al desguace. Enrique Granados y su amada Amparo, no estaban ya entre el pasaje. En medio de la espantosa confusión alguien los vio entre las olas y pronto desaparecieron de su vista. Nunca se hallaron sus cuerpos. El embajador de Alemania en los Estados Unidos llegó a decir que la causa de los daños al Sussex provenía de una mina británica. Pero el examen del barco demostró que había sido un UB, el UB 29, aunque los alemanes lo negasen. Era tan evidente lo del UB que se difundió la noticia de que fue un error del Comandante del submarino al identificar al Sussex como barco de guerra. de guerra, esta se había recrudecido de tal modo que el conflicto bélico hacía ya caso omiso de normas tan elementales como no atacar a barcos mercantes. En tiempo de paz era sencillo cruzar el Canal de la Mancha (English Channel). Desde la estación de Charing Cross un tren llevaba a los viajeros a Dover o Folkestone y desde cualquiera de estos puertos se embarcaba con destino a las ciudades francesas de Calais o Boulogne, donde un tren les trasladaba, si era su deseo, hasta París. Pero en tiempo de guerra todo se complicaba. Los Granados tuvieron que tomar un taxi desde el Hotel Savoy, a lo largo del Strand, pasar junto a Charing Cross Station, bajando hasta Whitehall y dejando a un lado la Abadía de Westminster tomar Broad Sanctuari y Victoria Street hasta la Estación Victoria. Ignoraban que el destino era Folkestone y no New Haven. David Walton, que ha descrito con bastante detalle el viaje en tren desde Londres a Folkestone entonces, no puede evitar decirnos: “Entrando al puerto por el este, los pasajeros podrían ver al oeste la carretera igualmente empinada que baja al Puerto, y que más tarde se llamó “Road of Remembrance” (Carretera del recuerdo) en memoria de los miles de jóvenes que bajaron marchando desde el cuartel de Shorncliffe, en un viaje también solo de ida”. La conmoción en todo el mundo artístico puede suponerse. Debussy, tan mordaz en sus críticas, dijo: “Su música, extrañamente viva, se mantiene como esos perfumes más persistentes que fuertes”. Es curiosa la coincidencia con las palabras de Amadeo Vives, gran amigo de Granados: “A mi parecer, las obras de puro sentimiento son las que con más fuerza resisten al tiempo y a sus mudanzas, las que más fácilmente traspasan la moda y sus caprichos. A este género pertenecen las obras del admirable artista Enrique Granados, las cuales, a la manera de las de Schubert, se conocen principalmente por el suave y delicadísimo perfume que exhalan…” Para ir a Dieppe, el destino del barco francés (antes era británico) “Sussex” debería dirigirse hacia el sur. Zarpó de Folkestone a las 13.25 el viernes 24 de marzo de 1916, llevando 325 pasajeros. Cruzó el Sussex la bahia de Dymchurch y pasó a una milla de la punta de Dungeness y luego entró en mar abierto. (JBOOJ4DIJDDIJ (JBDPNP1VDDJOJo 130%6$$*Ä/%&-04"/(&-&401&3" Director musical: Giuliano Carella Director de escena: Woody Allen Escenógrafo y figurinista: Santo Loquasto Iluminador: Mark Jonathan Gianni Schicchi: Plácido Domingo Lauretta: Maite Alberola Zita: Elena Zilio Rinuccio: Albert Casals Gherardo: Vicente Ombuena Betto di Signa: Bruno Pratico Nella: Eliana Bayón Marco: Luis Cansino La Ciesca: María José Suárez Maestro Spinelloccio: Francisco Santiago Ser Amantio di Nicolao: Tomeu Bibiloni Orquesta Titular del Teatro Real 30 de junio 3, 6, 9, 12 de julio de 2015 20.00 horas "SHVNFOUP (JBOOJ4DIJDDIJ 'FSOBOEP'SBHB Nella y Simone con la cónyuge Ciesca y el hijo Florencia, 1 de septiembre de 1299. Marco. "DUP¡OJDP Rinuccio, sobrino de Zita, y Gherardino, El viejo y rico Buoso Donati acaba de fallecer y en torno a su lecho de muerte sus numerosos parientes fingen sufrir la pérdida, aunque en realidad los que le preocupa es el destino de su jugosa herencia. Allí están su prima Zita, llamada “la Vieja”, sus sobrinos Gherardo con su esposa hijo de siete años de Nella y Gherardo, parecen estar bastante alejados de la común preocupación de los demás parientes. Se ha corrido por doquier la terrible noticia de que Buoso ha donado todos sus bienes a los monjes de un convento. Todos se afanan en una búsqueda febril del testamento. Es Rinuccio quien lo encuentra, pero solo lo entregará si se consiente su matrimonio con Lauretta, la hija de Gianni Schicchi, un personaje venido del campo que está muy mal visto por su pretenciosa familia burguesa. Se acepta la condición. El plan de Schicchi es ahora expuesto con claridad: ocupará el lugar de Buoso y se redactará un nuevo testamento, favorable para sus parientes. Antes de que llegue el notario, mientras disfrazan a Schicchi con las ropas del muerto, uno por uno los parientes por lo bajo le piden las mejores tajadas de la herencia. Pero les detiene un toque de atención importante: Schicchi les recuerda cual es la pena por falsear un testamento. Nada menos que la pérdida de una mano y el destierro de Florencia. El rumor se confirma: Buoso ha legado su fortuna a los frailes. La sorpresa, la decepción y luego la rabia son mayúsculas. ¿Cómo solucionar el estropicio? Rinuccio tiene la respuesta: Gianni Schicchi, del que hace un encendido elogio (Aria Firenze è come un albero fiorito), arreglará la situación. Y ya es tarde para volverse atrás: Schicchi con su hija Lauretta está a las puertas de la casa. El notario Ser Amantio di Nicola, recibe las voluntades del enfermo. Los funerales, dice, han de ser muy modestos; la limosna a los frailes, reducida, ya que es sospechoso el destinar grandes sumas a la Iglesia. Alborozo de los parientes. Luego va distribuyendo pequeñas cantidades y cosas entre los interesados que acogen la noticia con aquiescente e hipócrita complacencia. Tensión al llegar a los bienes más codiciados: la mula que es la mejor de toda la Toscana, la casa florentina y los molinos de Signa. Todas estas propiedades las deja Buoso Donati… ¡a su fiel amigo Gianni Schicchi! Las inmediatas protestas son acalladas al recordarles Schicchi el precio que han de pagar por redactar un falso testamento. Zita se opone al amor de Rinuccio y Lauretta, algo que disgusta a Schicchi hasta el punto de querer marcharse dejando a esos impresentables personajes que se las arreglen como puedan. Las súplicas de Lauretta se lo impiden (Aria O mio babbino caro). Una vez leído el nefasto testamento, Schicchi comienza a pensar. De pronto se le viene una idea, genial. Tras preguntar si alguien sabe de la muerte de Buoso y tras la negativa respuesta, hace que el cadáver de Buoso se traslade a otra habitación. Cuando parte el notario, los parientes se abalanzan furiosos sobre el improvisado testador. Schicchi los arroja sin piedad de su casa, impidiendo se apoderen de cualquier objeto valioso. Rinuccio y Lauretta, felices, esperan su inmediata boda. Entonces, volviéndose hacia el público, Schicchi recita estas palabras: “¿A qué no hay mejor destino que éste para los bienes de Donati? Sin embargo, por ello, me han arrojado al infierno. ¡Qué le vamos a hacer! Pero, con permiso del buen padre Dante, si os habéis divertido… Dadme (con los aplausos) un atenuante”. Es entonces cuando, son sorprendidos por la llegada del médico de Buoso, el Maestro Spinelloccio. Schicchi se oculta tras las cortinas del lecho de Buoso e imitando su voz le dice al doctor que se encuentra muy bien y que vuelva más tarde. +VTUJDJBQP±UJDB -VJT4V©±O Las heroínas, por ejemplo. La primera heroína de Puccini fue su madre. Y más aún cuando se quedó viuda. Ella rodeada de hijas y él de hermanas que respondían a los bien eufónicos nombres de Otilia, Tomaide, Iginia, Nitteti y Romelde. La autodefensa consciente o inconsciente de Puccini, la realidad de su vida en ese aspecto es la creación de heroínas de una pieza y la permanente infidelidad a una mujer –la suya, Elvira Bonturi- que se evidenció terrible a la hora de la venganza y que es más que probable que, para su marido, no pudiera resistir esa comparación con la madre que las heroínas le permitían sublimar. Es una interpretación a la luz de su propia contemporaneidad. Recordemos que por esos mismos años, Mahler acude a Sigmund Freud. Giacomo Puccini nació en Lucca el 22 de diciembre de 1858, murió de cáncer de garganta en Bruselas el 29 de noviembre de 1924 y creía profundamente en el arte como algo capaz de conmover. Fue apreciado por Mahler –este por la vía del sarcasmo ocultador de una envidia evidente- y por Stravinski, por Schoenberg y por Ravel. Y vivió el tránsito entre los siglos XIX y XX tan profundamente como los mejores de entre sus pares desde una estética distinta que, sin embargo, no era ajena al cambio. Aquellos que lo admiraban eran sus contemporáneos, quienes construyen buena parte de la música del siglo XX tras, como él, haber vivido también a su manera el cambio de siglo. Y es que parece mentira pero aún hay que reivindicar la estética que construye ese mismo siglo desde la tradición y el entendimiento de la música como comunicación a través de un código que como tal se dio como agotado y cada vez nos parece más inagotable cuando se suma, precisamente, al que le puso en cuestión. También por eso hay que ver al autor de Tosca a la luz de un tiempo que es el suyo pero también en buena medida el nuestro. Amor, muerte, religión, sexo, relaciones materno filiales, libertad, opresión… Temas de siempre en la ópera como en las novelas o en el teatro, muy bien tratados por unos libretistas que no siendo Von Hofmmanstahl sí eran capaces de, por ejemplo, meter la Tosca teatral de Victorien Sardou en una cáscara de nuez. Y a partir de ahí o, mejor dicho, mediante ese trabajo, dar un salto enorme en su producción conjunta. Tosca tiene ya poco de esa tragedia larmoyante que podría ser La bohéme, Hoy la vanguardia está en la academia y la música en todas partes. Y si vemos las óperas de Puccini a la luz de inventos tan del siglo XX como el psicoanálisis –ya lo hizo el mayor estudioso de su vida y de su obra, Mosco Carner- advertimos que lo que sus óperas dicen es lo que desde siempre ha dicho el ser humano sometido a las fuerzas de su inconsciente o a la tantas veces inútil tarea de formalizarlo. Madama Butterfly riza aún más el imposible rizo de no jugar sucio con las emociones –eso que olvidan los detractores de Puccini- gracias a una música que las embrida en el arte aunque esta se salve, qué duda cabe de caer en los tópicos del género porque su música vale mucho y el final de su producción –entre la que se encuentra esa Gianni Schicchi adonde iremos a parar- posee una importancia a menudo –cada vez menos, afortunadamente- infravalorada y que a su manera se adentra en ese modernismo predicable de tantas y tan variadas propuestas estéticas. época. Esto, que parece que debiera ser perdonado cuando es en realidad una cualidad que tiene que ver tanto con el arte como con aquello que decía Verdi de que los teatros no se han hecho para que estén vacíos, significa que para el creador la recepción de su obra por parte del público era lo que a fin de cuentas le daba para vivir. Lo que sus pares pensaran –y Puccini era en eso tan sensible a la hora de sentir como reservado a la hora de resentirse- tenía bastante menos importancia y con los mejores de ellos, desde el teatro y mediante su propia evolución estética, bien podría haber formado parte, de no morir, de ese modernismo en el que figuran Busoni o Schreker, una catalogación –más que una corriente- estética que también se manifestaba en la ópera, y hablo aquí más del inicio del modernismo que de la mera coyuntura de lo verista. Esa parte final de la obra de Puccini es especialmente atractiva. Y lo es en tanto en cuanto sabe ir más allá de esos caracteres que podríamos llamar de una pieza sentimentalmente hablando –siempre tuvo suerte con sus libretistas- para arriesgar en lo estético como quien no quiere la cosa, con una naturalidad que llega como llegan las cosas en las obras que van cerrando su ciclo, su mundo propio mientras, curiosamente, abren su posibilidad de indagación. Il trittico, recordemos, es posterior al logro –que sólo ahora parece se va reconociendo a pesar de aquello que decía Mitropoulos de que se puede escuchar sin palabras- de La fanciulla del west y a la aventura fascinante –ni antes ni ahora reconocida como tal- de La rondine, que iba a ser una opereta para Viena, con lo que ello hubiera supuesto para el autor y para el género, y que quedó en otra cosa muy suya. Cuando tan injustamente se critica a Puccini porque no es un revolucionario como otros se suele olvidar cuál es el ámbito cronológico de su actuación, cuáles son los orígenes y la evolución de esos otros y, sobre todo, que el creador tiene derecho a explorar los caminos que le de la gana y el público a asumirlos o no. Volvemos al ejemplo de siempre: Richard Strauss, Rachmaninov o Britten son tan del siglo XX –tan demostrativos de las realidades del siglo- como Berg, Webern o Stockhausen, nos gusten más o menos y, como Puccini, completan el panorama de una modernidad tan ancha como distinguible. Es eso, precisamente, lo que distinguiría en última instancia a Puccini de un compositor con el que se le ha comparado: Jules Massenet, el preferido de la burguesía, el que estrenaba en Montecarlo. Perso- Tras ello sólo llegará la inacabada Turandot, culminación a pesar de no concluirse de una carrera ejemplar y de una extraordinaria vida en música. Carrera y vida que no dejan de relacionarse directamente también con el gusto de la que el público de entonces no cayera en las trampas tendidas por el Grand Guignol. La esperanza por su parte en la continuación no debía ser pequeña cuando sabemos que tienta a Tristan Bernard y Gabriele D’Anunzio como posibles libretistas aunque finalmente lo sea ese seguro de vida que se llamaba Giovacchino Forzano, que moriría en 1970 y a quien podemos ver hablando de Puccini gracias a Youtube –quiere decirse que todo esto es casi contemporáneo nuestro aunque hayan pasado casi cien años. nal y elegante como era, inmutable en su propio estilo, no será capaz de dar el paso que sí da Puccini. Por eso Don Quixote parece que cierra algo mientras Turandot se abre a algo. Empecemos por lo evidente. Gianni Schicchi es la tercera parte de Il trittico, cosa que cualquier aficionado sabe de sobra pero que hay que tener muy en cuenta. Sobre todo si consideramos que a Puccini no le gustaba en absoluto que se diera por separado –como ninguna de las otras dos óperas que lo acompañan en el conjunto- e incluso se lo había prohibido –sin éxito posterior, naturalmente- a su editor Ricordi. Lo que sucede también es que un tríptico como Il trittico –y perdón por la repetición de la palabra pero los títulos quieren decir lo que quieren decir- no es una historia en tres partes, ni siquiera tres historias más o menos complementarias que cualquier otras tres óperas en un acto y de semejante duración programadas por cualquier teatro en cualquier temporada. Y, sin embargo, tampoco eso es exactamente así. Suor Angelica –en cierta manera una Butterfly explícitamente redimida- sería una estampa sentimental, difícilmente creíble en tanto en cuanto el milagro que la resuelve es eso, un milagro, y el movimiento del espectador hacia lo sensible menos directo que en la historia de la japonesita –recordemos que una de las hermanas de Puccini, Iginia, fue superiora de las agustinas de Vicopelago y también se la puede ver en Youtube, aunque muriera en 1922. Finalmente, Gianni Schicchi es una absoluta obra maestra de lo que podríamos llamar para entendern o s Il tabarro es un drama con mucho del verismo entonces ya pasado de moda pero en el que, sin embargo, Puccini da muestras de ese especial modo de genialidad que luce en su última etapa creadora, la que coincide con los últimos años de su vida y en la que repite lo ya conseguido en Tosca: hacer rápidamente opera bufa, y más, naturalmente, como descripción de su espíritu que como definición puntual. Tres géneros distintos pero un mismo estilo que es, justamente, lo que enlaza los tres títulos. Una música que debiera bastarse por sí sola para eliminar cualquier tópica barrera respecto a la grandeza de Puccini como compositor, no sólo como autor de dos o tres títulos fundamentales en el repertorio. Il trittico corresponde a una etapa pucciniana en la que la maestría se revela en la libertad de un planteamiento que tiene en cuenta todo lo aprendido como culmen del desarrollo de una parte del melodrama del Novecento, es decir, de la parte dejada libre por un Giuseppe Verdi que ocupaba un espacio enorme, aunque en cierto modo Schicchi compartirá años después con Sir John Falstaff una parte del mismo. Y es que –y eso es parte de la sorpresa que ambas óperas producen en su momento- era difícil pensar en Verdi y Puccini como autores cómicos, por más que esa comicidad, como siempre que es de ley, lleve a una reflexión no menos profunda que la que propicia el drama aunque sea a través de caminos distintos. sobre los intensos de Mascagni o Leoncavalloque sabrá heredar y superar en ese aspecto Riccardo Zandonai. El origen del libreto de Gianni Schicchi –cuya acción se desarrolla en Florencia en la primavera de 1299- está en el Canto XXX del Infierno de La divina comedia de Dante. El pretexto no es que sea mínimo sino se diría que liliputiense. Sólo en cuatro versos aparece nuestro hombre: “Quel folletto è Gianni Schicchi E va rabbioso altrui così conciando Per guadagnar la donna della torma, Falsificare in se Buoso Donati, Testando e dando al testamento norma”. Lo que, en la traducción de Angel Crespo viene a ser: Y el otro dijo: “Gianni Schicchi el loco ha sido: Se ha insistido lo suficiente en la relación estilística, en las claves compartidas entre Gianni Schicchi y Falstaff como para insistir aquí de nuevo en ello pero es inevitable recordar que en sus obras postreras se unen do músicos fundamentales separados por una generación. En los inicios de Verdi está la anterior a la suya. En Puccini hay algo de ruptura, la que protagoniza un verismo que hoy, curiosamente o no tanto, nos interesa más por lo que aporta de estrictamente musical –los buenos momentos de Giordano o Cilea Que a los demás, rabioso, va atacando. Que por ganar la flor de la yeguada Buoso donati se fingió, doloso, Y testó de la forma decretada”. En su edición de la obra de Dante de la que sacamos la cita, Angel Crespo señala en nota que “Gianni Schicchi dei Cavalcanti fue florentino y, como el sienés Capocchio, hábil en remedar al condenaría al bueno de Gianni Schicchi después de haberle visto convertido en personaje de esta ópera? prójimo. De acuerdo con Simón Donati, sobrino de Buoso, se hizo pasar por este último introduciéndose en su lecho de muerte y testó falsamente a favor del sobrino reservándose para él una mula famosa en toda Toscana, según algunos escritores de la época, o una yegua según Dante, además de algunos centenares de florines. Como en la Commedia dell’Arte, Schicchi se dirigirá al final al público para preguntarle si hubiera sido posible un mejor reparto de la herencia de Buoso y, por tanto, para pedir la gracia de quienes se la han concedido desde mucho antes. Seguramente todos estarán en desacuerdo con el Dante y, por tanto, más de seis siglos después -y lo que venga- perdonarán al suplantador. Ahí, el al mismo tiempo conservador y amante de la libertad individual que fue Puccini se dobla no ya en hombre de teatro sino en ese novelista –o su imagen operística- que, desde el naturalismo –desde Los miserables de Víctor Hugo y la Madame Bovary de Flaubert-, se predica de sí mismo dueño absoluto de unas criaturas que ya no conforman simplemente una visión del mundo sino que son, en sí mismas, un mundo. Y eso es más, mucho más, que una lección de picardía. Parece que se trata de una leyenda, más que de un hecho real. Leyenda tal vez, tal vez hecho real, el caso es que Dante estuvo casado con una Donati y que a estos les llamaban en Florencia los Malefami -término que no parece necesario traducir. En su libro Dante’s Tenzone with Forese Donati: The Reprehension of Vice (University of Toronto Press, 2011), Fabian Alfie rastrea la cuestión en la medida de lo posible a través de los propios textos del poeta. Eso en cuanto a las fuentes. En lo que respecta a la trama se nos ofrece en este mismo Intermezzo bien pormenorizada. Pero es de ley reconocer la habilidad de Forzano para de esos pocos versos de la Comedia extraer una historia fundamental –la resolución de un problema de la mejor manera para sus intereses por parte del protagonista- y otra accesoria, pero se diría que necesaria a efectos de complementar la anterior –la de los novios-, que confluyen en el triunfo final del más avispado frente a los más voraces y, por consecuencia, del amor frente a la mezquindad y a la desigualdad social –y remitimos aquí al libro citado cara a qué podría pensar el Dante, a qué dicen sus versos, al respecto. En cualquier caso, parece claro que Puccini, con la inestimable colaboración de Forzano, trata de enmendarle la plana a Dante, pues ¿quién El libreto de Forzano para Gianni Schicchi es casi perfecto –y el casi lo apuntamos porque ya sabemos que la perfección no existe-, lo que en Puccini, si pensamos en Tosca, en Madama Butterfly o en Turandot, es mucho decir porque en ese punto el compositor siempre tuvo muy buena suerte. Y como si el músico estuviera tan convencido de ello como nosotros, la adaptación de su música a lo que sucede es como la del guante a la mano. Y no olvidemos, entre otras cosas, el uso, a pesar del carácter camerístico que podría predicarse, en teoría, de la ópera, una orquesta más que considerable. Por otra parte, Forzano –de cuyo libreto Puccini escribiría a Ricordi que oscuridad de la muerte fingida, el amor de dos jóvenes que se aman, el triunfo de la inteligencia. Todo en un cuadro, claro y conciso, donde cada personaje está perfectamente individualizado en el conjunto del que forma parte indisociable, desde Gherardino hasta el propio Schicchi. De tal forma que hallamos en la pieza rasgos tanto de la Commedia dell’Arte como de lo que, comenzando justamente en los años posteriores a la muerte de Puccini, será el teatro de Eduardo de Filippo. “sobrepasa todas mis expectativas”- indica en sus acotaciones muchas cosas que ayudan a la música y debieran ayudar a la puesta en escena, desde movimientos hasta gestos que marcan muy bien el desarrollo de lo que está pasando en un periodo de tiempo –menos de una hora- tan corto como intenso: la representación de lo que sucede dura tanto como lo que sucede o, como diría alguien hoy, todo ocurre en tiempo real. Y para que ello llegue a término se comienza con un hallazgo genial: la célula que abre la ópera como acompañamiento de las lamentaciones de los familiares de Buoso y el otro tema fundamental, el de Schicchi, que anuncia, presenta y define al personaje. Una célula y un tema que servirán para introducir y desarrollar todo lo que la ópera propone: las lágrimas de cocodrilo de unos parientes desaprensivos, la luz de la primavera florentina, la Y con semejante libreto el propio compositor encuentra además algo que parecía buscar en sus óperas anteriores, sobre todo, naturalmente en La fanciulla: esa pertinencia del parlando que liga a este Puccini con el Wagner de Los maestros cantores sin tener nada que ver con él pero teniendo. No hay transiciones entre las secciones recitativo y arioso y propiamente sólo podríamos hablar de tres arias –ariettas, más bien- a lo largo de la ópera, las dos de Schicchi y la –y con razón- popularisima y tan bella Oh mio babbino caro a cargo de Lauretta en la que el tema de Schicchi alcanza su desarrollo pleno. Gianni Schicchi es una ópera de conjunto. Es verdad que requiere un gran actor –Giuseppe da Lucca el día del estreno en la MET de Nueva York, 14 de diciembre de 1918- para el papel principal y que Lauretta no puede decepcionar a quien espera su petición al padre que la adora. El trío entre Zita, Nella y Ciesca, los dúos, la aparición del notario, todo con una inventiva sonora y un marco que va de la efusión lírica a la parodia siempre amable pero implacable también. Lo que queda en el oyente de todo ello es la sensación de que acaba de asistir a una experiencia asombrosa, a la puesta en música del triunfo de un tipo avispado que gracias al arte de su inteligencia consiguió pasar dos veces a la historia: de la mano de Dante y de la de Puccini. Así que, si de verdad Gianni Schicchi –como afirma, pero quién sabe si no será su última broma, la suplantación de sí mismo- estuviera en el infierno, habríamos de convenir en que ya no nos podemos fiar ni de la justicia divina. Menos mal que nos queda la otra, la poética. Al menos, mientras sigamos vivos. -BDJVEBEEFMBTNFOUJSBT &MFOB.FOEP[B &453&/0"#40-650 &/$"3(0:/6&7"130%6$$*Ä/%&-5&"5303&"Director musical: Titus Engel Director de escena: Matthias Rebstock Codirectora de escena: Elena Mendoza Escenógrafa: Bettina Meyer Figurinista: Sabine Hilscher Sonido: Hendrik Manook Gracia: Katia Guedes Carmen: Anne Landa Moncha: Anna Spina Díaz Grey: Graham Valentine Risso: David Luque Jorge: Michael Pflumm Tito / Barman: Tobias Dutschke Langmann: Guillermo Anzorena Íñigo Giner Miranda (piano) Miguel Pérez Iñesta (clarinete) Martín Posegga (saxofón) Matthias Jan (trombón) Wojciech Garbowski (violin) Erik Borgir (violonchelo) Orquesta Titular del Teatro Real 4, 5, 7, 8, 10 de Julio de 2015 20.00 horas -BDJVEBEEFMBTNFOUJSBT Hochschule de Düsseldorf y en la Hochschule für Musik Hanns Eisler de Berlín. Su catálogo aborda especialmente agrupaciones instrumentales de cámara, con un característico énfasis en el aspecto escénico. Destaca a este respecto su ópera Niebla, basada en la novela de Miguel de Unamuno, cuya dimensión escénica está tan intrínsecamente unida a la composición que la partitura se haya firmada conjuntamente por la compositora y el director de escena Matthias Rebstock. Galardonada con el Premio Nacional de Música que otorga el Ministerio de Cultura, en la modalidad de Composición en 2010, por su contribución a la creación musical española, su aportación a la promoción e internacionalización de la música contemporánea española y por sus estrenos en 2009 de obras como Fragmentos de teatro imaginario (primera parte) y Niebla. Ha sido profesora de composición en el Conservatorio de Zaragoza y actualmente imparte clases de composición y música experimental en la Universität der Künste de Berlín. En sus relatos el escritor uruguayo Juan Carlos Onetti (Premio Cervantes 1980) crea un universo autónomo, cuyo eje es la inexistente ciudad de Santa María, en la que crea con grandes dosis de fabulación un mundo onírico lleno de situaciones, lugares y personajes. Cuatro de los relatos de ésta ciudad son asumidos por Matthias Rebstock, autor del libreto y puestos en música por Elena Mendoza para este estreno mundial (encargo de Gerald Mortier para el Teatro Real ) Los protagonistas son cuatro mujeres enganchadas hasta la muerte en sus mentiras existenciales, cómicas, absurdas, irreales. &MFOB.FOEP[B Elena Mendoza (Sevilla 1973), compositora especializada en música de cámara instrumental y teatro musical. Tras estudiar en Sevilla filología alemana, realizó los estudios superiores de música en el Conservatorio Superior de Aragón (Zaragoza), en la Robert-Schumann 14 15 Asociación de Amigos de la Ópera de Madrid C/ Mayor, 6 - 4º Dcha. 28013 Madrid T. 91 521 57 59 - [email protected] www.amigosoperamadrid.es
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