En el Café. 2ª quincena Marzo 2015

Bienes comunes y reciprocidad: ¿Las raíces
relegadas de la gestión democrática?1
Rodrigo Sánchez Enríquez2
I. INTRODUCCIÓN
Proponemos que una de las causas de la debilidad e inoperancia de nuestra
institucionalidad democrática y, con ella, de las organizaciones políticas, sociales y
económicas, para dar solución a los problemas de desarraigo, desigualdad e
inseguridad social en nuestras sociedades actuales, sería la escasa consideración,
consciente o inconsciente, de algunos aspectos básicos de nuestros vínculos de
cooperación. Tales aspectos parecen expresarse, de manera específica, en la limitada
comprensión que tenemos de los temas referidos a los bienes comunes y las relaciones
de reciprocidad.
Intentamos, en este ensayo, ofrecer algunos elementos de base para un mejor
entendimiento de cada uno de estos dos términos, pero principalmente de la estrecha
relación causal que los une, el primero como los objetivos que debemos perseguir y el
segundo como la forma cómo los obtenemos. El cumplimiento de este propósito nos
permitirá, esperamos, identificar luego algunos ejemplos de su ejercicio real en
organizaciones y eventos concretos y, a partir de ello, intentar la formulación de
algunas sugerencias y principales desafíos que debemos afrontar en nuestros intentos
de ponerlos en práctica en el terreno de la gestión en la vida real.
Ofrecemos aquí solo un avance de su discusión a manera de un trazo de lo que sería
una ruta de los diversos aspectos a tomarse en cuenta en los esfuerzos posteriores que
vayan a abordar el tema de manera más sistemática y exhaustiva. En este sentido, las
apreciaciones y sugerencias que hacemos sobre los varios aspectos del tema tienen
1 La presente ponencia es producto de las recientes investigaciones que realiza el autor como
una contribución al mejor entendimiento de las condiciones necesarias para el desarrollo
sostenible. Se nutre de los comentarios recibidos en versiones anteriores de parte de Fernando
Eguren, Gavin Smith, Enrique Mayer, Danilo Quijano, Boris Marañón y Nelson Pimentel.
2 Antropólogo, Consultor del Consorcio “Antonio Raimondi” para el Desarrollo, Trujillo-Lima,
Perú.
1
carácter provisional a la espera de afinamientos posteriores a la luz de opiniones y
advertencias más autorizadas.
II. LOS BIENES COMUNES Y LA RECIPROCIDAD EN EL TAPETE
1. El problema de los bienes comunes.
El ecólogo Garrett Hardin, en el año 1968, enuncia el dramático destino que, a su juicio,
enfrentan este tipo de bienes: Nos habla de la “tragedia” a la que estarían
sentenciados los bienes comunes en manos de sus beneficiarios. Da el ejemplo de un
pastizal en el cual los usuarios tienden a pastar sus animales de manera competitiva.
Cada usuario tiende a incrementar el número de su ganado sin control alguno. El
resultado luego de un tiempo es que se rebasa la capacidad de carga del pastizal y se
lleva el recurso al colapso inevitable.
Algunas décadas después Elinor Ostrom, Premio Nóbel 2009, observa que la afirmación
es inexacta. Considera que hay un error de definición en la propuesta de Hardin: Los
bienes comunes no son tales por sí solos; en este caso lo serían sólo cuando los
usuarios los usan bajo esta condición. Si no lo hacen y prefieren utilizarlos para su
propio beneficio dejan de ser comunes. La «tragedia» de la que habla Hardin, por
tanto, no sería la de los bienes comunes precisamente, sino la de los usuarios que
parecen usarlos más bien como una «tierra de nadie».
Los pastizales, para ser usados como reales bienes comunes, requieren que los
usuarios los reconozcan como tales y conduzcan un sistema de gestión basado en la
cooperación organizada con un elevado grado de compromiso.
La misma autora indica que la «cooperación organizada» es aún una idea general, que
existen varias formas que no garantizan precisamente la calidad de bien común, tales
como la autoritaria, vertical, instrumental, asistencial, etc. La forma de cooperación
más efectiva para ese efecto sería aquella que permita el uso eficaz del bien común
basado en el compromiso interactivo, permanente, que beneficia de manera equitativa
al conjunto de los usuarios a la vez que asegura la sostenibilidad del recurso. Esta
modalidad de uso sería caracterizada mediante la idea de las relaciones de
reciprocidad entre el conjunto de los usuarios.
Una situación de este tipo implica la interdependencia entre ambos aspectos: No
habría bien común sin acciones recíprocas, ni éstas que no obtengan algún bien común
como resultado.
2. Emerge una conciencia de la unidad interdependiente entre ambos, pero
el patrón de conducta predominante es aún lejana a ella.
Recientemente el filósofo italiano Stefano Zamagni (2008) considera la importancia de
establecer el vínculo entre estos dos aspectos; nos indica que “El comportamiento
acorde a los bienes comunes es el de reciprocidad: dar sin perder y recibir sin quitar.
2
Todo lo contrario al comportamiento del individuo oportunista que genera el mercado”.
Y agrega: “una buena sociedad para vivir no puede prescindir de la reciprocidad” (pp.
73).
Este vínculo, no obstante, está aún lejos de ser percibido en nuestra forma usual de ver
las cosas y lo que más caracteriza a nuestro actual entendimiento es más bien el
alejamiento entre uno y otro concepto. Nuestra preocupación por los bienes comunes
es escasa y las prácticas de reciprocidad son escasamente tomadas en cuenta. Esta
despreocupación, a su vez, se debería a la forma cómo los entendemos y visualizamos
en nuestra concepción actual.
Proponemos que nuestras ideas habituales acerca de ellos se caracterizan porque:
 Pierden de vista algunos de sus significados y atributos básicos.
 Tratan a cada uno en forma aislada y separada, como ideas sin vinculación
alguna.
 Ignoran el vínculo de causa y efecto que los une, como veremos más adelante.
El esclarecimiento de estos puntos en el terreno de lo conceptual y práctico, tiene la
potencialidad de abrir un panorama de visión más amplia y profunda, a la vez, en
beneficio de su mejor aplicación y uso de las verdaderas potencialidades de su
aplicación.
III. RELACIÓN ENTRE BIENES COMUNES Y RECIPROCIDAD
1. ¿Qué son los bienes comunes y el bien común?
Según las fuentes especializadas en el tema que consultamos, los BC son un tercer tipo
de bienes frente a los que conocemos. Se distinguen, entre otros aspectos,
principalmente, por la forma cómo los obtenemos a diferencia de los otros tipos de
bienes:



Los bienes privados se obtienen por posesión individual o mediante su
adquisición en el mercado.
Los bienes públicos, a su vez, los obtenemos acudiendo a un agente del Estado
encargada de administrar ese tipo de bienes.
Los BC los obtenemos mediante nuestras relaciones y acuerdos entre personas
o grupos de personas, son un producto de relaciones interactuantes.
De acuerdo a esta afirmación los bienes comunes no existen fuera de nuestras
relaciones. De allí que algunos autores sostienen que los BC no son otra cosa sino una
relación social. Se dice por ello que son «bienes relacionales», su acceso y su uso se da
mediante el cumplimiento de contratos y acuerdos explícitos o implícitos. Fuera del
cumplimiento de esos acuerdos los BC simplemente no existen, se convierten y pasan a
ser uno de los otros dos tipos mencionados.
2. Algunos ejemplos ilustrativos
3
Un local comunitario, la ciudad, las calles, el parque, las fuentes de agua. Todos ellos
exigen el aporte y el cuidado continuo por parte de las personas usuarias. Serían
bienes comunes efectivos para aquellos que los entienden de ese modo y los utilicen
bajo esas condiciones; no así para aquellos que lo hacen con otros propósitos.
Bienes típicamente sociales como la amistad, el amor, la confianza, la paz, la justicia, el
bienestar, la felicidad, los conocimientos, la producción artística y cultural, los símbolos
de identidad de un pueblo, de un grupo, una organización, de la misma manera no se
producen, acceden o disfrutan sin la contribución asidua de varios modos o el
cumplimiento de los códigos establecidos por acuerdo de los participantes.
El bosque amazónico es un ejemplo de bien ofrecido por la naturaleza pero que
lamentablemente con muy poca medida se lo toma como un bien común. Las más de
las veces se lo distribuye o reparte, concesiona en pedazos y se lo aprovecha con el
solo criterio de la ganancia particular. Aún los propios Estados y sus agencias
respectivas carecen de criterios y normas que regulen su manejo bajo formas de
cooperación efectiva a la altura de su importancia en beneficio de los grupos locales,
regiones, países y la humanidad en general. Muy pocos piensan en hacer uso de él de
manera compartida. No obstante, hay casos encomiables de organizaciones y empresas
protectoras dentro y fuera de la Amazonía que sí son muestras de uso auténtico y justo
de este tipo de bienes. Sucede ello por decisión de quienes deciden organizarse con
ese propósito o lo hacen por tradición cultural como es el caso de las comunidades
nativas.
Una organización social de cualquier tipo, asociación, empresa cooperativa, una
institución, un municipio o una nación-estado, son todos bienes comunes de carácter
social y político en la medida en que involucran la participación de un conjunto de
personas. Todos ellos, al menos en teoría y según las normas establecidas, tienen
derechos de usufructo de sus beneficios por igual; pero igualmente tienen un conjunto
de obligaciones que, por su parte, deben cumplir; no hacerlo puede ser causal de
exclusión temporal o definitiva. No obstante, en la práctica sucede que tales principios
no siempre son tomados en cuenta por los participantes y se da lugar, de este modo, a
los múltiples casos de distorsión y ruptura institucional. Se pierde el criterio de acceso
compartido sustituyéndolo por aquellos más propios de los bienes públicos y privados.
La apropiación y la privatización de tales bienes los deja expuestos al completo libre
albedrío de quienes ostentan mayores fuentes de poder para influir o imponerse sobre
los demás.
3. Los bienes comunes son los bienes que nos unen
La economista Silke Helfrich (2008) nos ofrece una definición más precisa en cuanto al
rol que cumplen los BC en la sociedad humana:
“Los comunes son el elemento material, conocimiento o creencia que comparte un
grupo o un pueblo. Son un evento social (…) son los espacios, artefactos, eventos,
técnicas culturales que, en sus respectivos límites son de uso y goce común, como el
pozo de un pueblo, la plaza pública, una receta, un idioma, el saber colectivo» (…) La
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tragedia de los comunes es la de siempre pensarlos como “propiedad” (en el sentido de
“dominio”). Desde que decimos que somos “dueños” de algo, surge la idea de tomar
este “algo” para repartirlo en vez de compartirlo. El bien común no es una «cosa» se
trata de una relación social, no existe un bien común sin un sujeto social específico”
(pp. 47-48).
Lo que significaría que los BC no son objetos distintos o independientes de las relaciones
sociales que establecen las personas. Por el contrario, son parte y contenido de tales
relaciones. Son las relaciones mismas. En ausencia o fuera de estas relaciones la unidad social
de un grupo se quiebra de manera irremediable, pierde su razón de ser. Los bienes, cuando se
encaminan al beneficio del conjunto de personas participantes, adquieren la condición de
bienes comunes; de lo contrario dejan de serlo.
4. La presencia del bien común implica la reciprocidad
Si el BC es una relación social, esa relación adquiere la forma de reciprocidad, es la
reciprocidad misma. Un grupo de personas unidas, socializadas, por un bien común
mantiene entre ellas relaciones recíprocas de manera indudable.
Georg Simmel (1939) tiene una frase célebre muy difundida sobre el tema de la
socialización o la creación de lazos sociales entre personas. Dice que «La socialización
sólo se presenta cuando la coexistencia aislada de los individuos adopta formas
determinantes de cooperación y colaboración que caen bajo el concepto general de la
acción recíproca».
Stephen Gudeman (2001) aclara en definitiva la interdependencia entre, formación de
sociedades y bienes comunes: Dice que “Sin bienes comunes no hay comunidad”.
La cooperación como una idea de práctica general, indistinta, no garantiza el acceso a
los bienes comunes. Esto porque es muchas veces instrumentalizada, aprovechada, en
beneficio de intereses particulares.
A la luz de las ideas vertidas volvamos a nuestra realidad. Nuestras sociedades
actuales, que toman poco en cuenta los BC y la reciprocidad, no es que están
totalmente desintegradas. Sucede solo que las formas de integración y cooperación
que tenemos, si bien existen y las practicamos, no tienen la capacidad suficiente como
para asegurar el disfrute amplio de los bienes comunes. Se nota más bien una
tendencia muy acentuada hacia la privatización o la apropiación de los bienes en
perjuicio de sector importantes que son excluidos y dejados en el desamparo. A ello se
debería entonces, la crisis de nuestras organizaciones sociales y económicas, de la
democracia en general y la consecuente expansión de las prácticas oportunistas que
conducen al individualismo, la corrupción, la delincuencia que son las consecuencias de
tal apropiación o privatización de los bienes.
Debemos distinguir, entonces, al menos dos formas principales de cooperación. La
cooperación instrumental y la cooperación basada en la reciprocidad. La primera pone
en práctica, unas veces, el autoritarismo, la fuerza, el oportunismo manipulador y la
sorpresa; otras veces, la filantropía, el asistencialismo y el paternalismo. En todas ellas
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está presente la organización y la cooperación pero estas formas no conducen al acceso
amplio de los bienes comunes. Ambos utilizan, se aprovechan de la buena fe de las
acciones de cooperación a favor de la privatización de los bienes por parte de quien
tiene el poder, sea este legítimo o de hecho.
5. Las reglas de Elinor Ostrom
La especialista más autorizada confirma y especifica en su obra (Ostrom 2000) las
condiciones bajo las cuales es posible el uso efectivo y sostenido de los comunes:
a) El establecimiento de reglas claras.
b) La supervisión del cumplimiento de estas reglas entre los distintos
participantes.
c) El compromiso mutuo.
d) La construcción social de valores basados en la confianza, la buena reputación y
la reciprocidad entre los participantes.
e) Un modelo alternativo de gestión de los bienes en el que Estado, mercado y
sociedad no se vean como actores aislados o antagónicos, sino por el contrario,
articulados en busca del bien común.
Se nota que la necesidad de las relaciones recíprocas se encuentra en el centro mismo
del aquellas condiciones. Aún más, la reciprocidad aparece como uno de los valores
fundamentales que deben cultivar los integrantes de la comunidad que la gestiona.
6. Modalidades de la relación recíproca
La reciprocidad adopta dos modos principales de vínculo entre personas:
Reciprocidad simétrica: La realizan dos o más personas. Dar y recibir. Puede adoptar la
forma bidireccional entre dos personas como es el caso del trueque y el «ayni» andino.
O puede darse entre tres o más personas adoptando la forma transitiva. Es decir, en un
circuito abierto de dones: la entrega puede ir de A a B y de éste pasar a C como es el
caso del juego de regalos bajo el sistema de «El amigo secreto» o la práctica del
«pandero».
Reciprocidad asimétrica: Se realiza como un intercambio en un grupo centralizado:
entre los varios aportantes y una autoridad centralizadora, tal como ocurre en una
comunidad, asociación, cooperativa, sistemas de autogobierno local, una mesa de
concertación, etc. Los integrantes del grupo aportan bienes o servicios a favor del
grupo y éste a su vez, retribuye a los socios un conjunto de beneficios previamente
estipulados.
Las dos modalidades pueden darse de manera combina o simultánea. No existe
diferencia sustancial entre ellas en cuanto a los dos objetivos que se buscan: Por un
lado, cada participante recibe beneficios a cambio de los que otorga, pero además, por
otro lado, obtiene el acceso a unos bienes comunes tales como la existencia de la
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organización en sí, la amistad y la confianza de los demás, conocimientos, capacidades,
y bienestar en general.
IV. LOS OCHO MITOS ACERCA DE LA RECIPROCIDAD
Existen un conjunto de conceptos, muchos de ellos erróneos, acerca de qué se debe
entender por reciprocidad y cuáles son sus atributos tanto en las relaciones
económicas como sociales. Tales han sido la causa de la escasa importancia que
nuestra cultura, no solamente popular sino también la de los círculos profesionales, le
otorga a este término y como consecuencia relegamiento, haciendo que sus
potencialidades no hayan sido suficiente aprovechadas. Veámoslos uno a uno de
manera breve.
Mito 1: «La Reciprocidad es igualitarista»
Reciprocidad, en su visión usual, está erróneamente asociada a relaciones igualitarias y
homogéneas, que no toman en cuenta las diferencias entre las personas; se asume que
este tipo de vínculos «se da solo entre iguales», quedando así cerradas las
posibilidades para incluir a círculos de actos distintos o con diferentes rangos sociales o
culturales
En contraposición a ello, ya Aristóteles nos dijo que «la reciprocidad se rige por la
proporcionalidad y no así por la igualdad» (Antonio Campillo s/f). Bajo esta aclaración,
la relación toma en cuenta las diferencias comparativas en cuanto a características
intrínsecas, capacidades y oportunidades de que dispone los actores. Siendo así la
reciprocidad se constituye en una herramienta relacional que permite construir
entendimientos, fraternidad y alianza entre las partes, de manera independiente de sus
diferencias. Se abren así las puertas del acercamiento y aún de la solución de conflictos
como una opción para la construcción de relaciones amigables y constructivas en una
diversidad de niveles de relaciones.
Mito 2: «La reciprocidad es dependiente de instituciones pre-mercantiles, por tanto
su ocurrencia bajo condiciones de libre mercado es improbable»
Karl Polanyi (1992), uno de los padres de la economía sustantiva y la Antropología
Económica, sostuvo que la reciprocidad es una conducta «incrustada» en estructuras,
instituciones y códigos culturales que son propias de sociedades no mercantiles. Esta
idea sugiere que esta forma de relación no sería posible fuera de la vigencia de tales
instituciones. El autor confirma esta impresión al agregar que el avance del mercado
moderno «desertifica» las condiciones de su ocurrencia, razón por la cual la
reciprocidad no tiene cabida dentro del contexto de las relaciones del mercado
moderno.
¿Caben interpretaciones distintas a ella? En efecto las hay, no solo como argumentos
sino también en los hechos históricos y actuales. La relación de casos que vamos a
mencionar más adelante muestra la presencia sin duda de la reciprocidad aún en
7
sociedades «modernas». Estas y otras evidencias hacen que autores como Stefano
Zamagni resaltan sus objeciones a la visión “determinista-institucionalista” de Polanyi
y sus seguidores.
Mito 3: «La reciprocidad se basa solo en criterios humanistas de intercambio
generoso y gratuito, ausentes de todo interés pragmático»
Según la filosofía humanista la reciprocidad obedece a una racionalidad generosa y
gratuita, lejos del interés por el beneficio en la transacción. Los representantes de esta
escuela como son Luigi Bruni y Stefano Zamagni (2007) establecen esta diferencia de
manera categórica frente a la forma opuesta de relaciones de mercado. Dicen que “el
contrato (el intercambio mercantil) puede ser definido como el encuentro de intereses
mientras que la reciprocidad puede ser definida como el encuentro de dones gratuitos”
(pp.173).
Jeremy Rifkin (2011) corrobora la idea; nos habla de la empatía, actitud consistente en
el sentimiento de preocupación e identificación con los problemas de los demás, que
es sensible y distributivo del ser humano, según el autor, una tendencia innata
verificable en toda la historia humana; la cual sería la razón del impulso que mueve a
las personas a entrar en relaciones de cooperación y búsqueda del bien común.
¿Cabe algo de pragmatismo en este enfoque humanista?
Las constataciones distintas a esta orientación no han sido pocas y los encontramos
con mucha frecuencia en los estudios etnográficos de casos concretos como los
realizados en la región andina.
En efecto, Enrique Mayer (2004), con mucha anterioridad a los trabajos de los autores
mencionados, muestra que en la práctica recíproca intervienen con claridad factores
pragmáticos de interés material, personal y colectivo a la vez. Los campesinos realizan
el trueque de productos con sus vecinos «como una forma de acceder juntos a las
fuentes de su sustento». Es decir por la satisfacción de una necesidad material a la vez
que construir las condiciones de su seguridad alimentaria: algo que constituye una
forma típica de bien común. Nos dice que “Los tangorinos prefieren el trueque a la
compraventa, porque las reglas del trueque les permite tener un mayor control de la
economía local» (pp. 37).
El pragmatismo no excluye la generosidad y la empatía, los contiene y les da mayor
sentido.
El reconocimiento del BC, como la finalidad de una relación, permite construir un
concepto más completo e integral de la reciprocidad, sin excluir, sino perfeccionar, su
contenido de generosidad y empatía.
La reciprocidad, en efecto, implica la generosidad, pero ésta va acompañada de un
interés práctico: la obtención de beneficios tanto individuales (en el corto plazo) como
el acceso a bienes comunes (en el largo plazo).
8
El campesino que intercambia bienes de uso se muestra generoso con su contraparte a
la vez que hace entrega de los víveres o artefactos como herramientas para recibir
otros a favor suyo. Ofrece regalos que representan a su persona, dan cuenta de su
bondad a la vez que tiene la ocasión de apreciar la generosidad del otro. Pero la
relación no termina allí. Al producirse el intercambio, ambas personas han ganado otro
bien, un bien común que consiste en la seguridad de su economía y de su
abastecimiento alimentario tanto en el momento como en el futuro. Es decir, una
relación recíproca cabalmente entendida va mucho más lejos de la simple trasferencia
cruzada de bienes entre personas.
BIENES COMUNES:
Seguridad alimentaria, confianza,
saberes, autonomía, bienestar
BIENES
PRIVADOS:
Productos,
herramientas,
habilidades
BIENES
PRIVADOS:
Produtos,
herramientas,
habilidades
TRUEQU
Este tipo de relación busca un objetivo de mayor trascendencia tanto en el momento
de realizarse como luego de ella, un objetivo de largo plazo, directamente vinculado a
las condiciones de sostenibilidad de la existencia de los participantes, de su grupo, de
la sociedad y las condiciones de su entorno. La generosidad que expresan los actores
no está desprovista de propósitos prácticos y materiales, los contiene en dimensiones
superiores pero también en la calidad de su significación: busca objetivos de mucho
más elevado valor social. Es de este modo que debemos entender, en todo caso, la
calidad humanista de la reciprocidad.
Mito 4: «La reciprocidad implica oposición entre individuo y sociedad»
Es muy difundida la idea de esta oposición que surge en una visión dicotómica entre
individuo y sociedad, aspecto que lamentablemente no ha sido muy bien atendida en
nuestra cultura. La dicotomía es aceptada de hecho, nadie discute su veracidad o
falsedad. Los que sí están presentes son los partidarios de uno u otro extremo. Unos,
los que defienden la primacía del individuo sobre la sociedad y otros los que dicen que
el individuo depende de la sociedad.
9
Martin Buber (1967), filósofo austriaco-israelí niega esta oposición y dice que “el hecho
fundamental de la existencia humana no es ni el individuo ni la colectividad en cuanto
tales. Ambas son solo formidables abstracciones que existen solo en nuestra mente. El
individuo es un hecho de la existencia en la medida en que entra en relaciones vivas
con otros individuos; la colectividad es un hecho de la existencia en la medida en que se
edifica con vivas unidades de relación» (pp. 146).
Según este autor, la reciprocidad no viene de la sociedad hacia el individuo. Es éste, en
relación con los otros, que la pone en práctica y produce la sociedad. La reciprocidad
vive en «la esfera del entre». Es decir, lo que es una realidad observable son las
relaciones que se dan entre las personas, la sociedad es resultado de ellas y existe sólo
en la medida en que se producen tales relaciones. Por lo tanto, no hay tal oposición
entre ambos como entidades independientes. La reciprocidad no perturba la acción
individual, por el contrario la facilita y encarna su realización.
Mito 5: «La reciprocidad recorta la libertad individual»
Este es uno de los principales puntos que se usan para descalificar a la reciprocidad
como una relación válida y rescatable. Dado que la libertad de las personas es un valor
de indudable importancia no puede permitirse que sea restringida por norma social
alguna. Lo cual, como vamos a ver, es una afirmación valedera, pero lo es sólo en la
medida a que se aclare el problema acerca del tipo de libertad de la que hablamos.
El psicólogo alemán Erich Fromm (1941) nos alcanza la salida a este impase haciendo la
distinción de las dos formas opuestas de libertad. Señala que la libertad, tomada de
manera simple, es un concepto ambivalente que imposibilita su entendimiento preciso:
El concepto implica, por un lado, la libertad negativa que ubica al individuo en una
posición contraria y defensiva frente a la sociedad; desde este punto de vista la
persona es libre de la sociedad y procura alejarse y oponerse a ella. Pero, por otro lado,
contiene también a la libertad positiva que coloca al individuo como parte
indispensable de la sociedad. La persona aquí es libre para, o en favor de, la sociedad,
la construye pero también se realiza ella en la sociedad).
Resulta imprescindible revitalizar el ejercicio del derecho de los individuos a hacer uso
de sus posibilidades de realización plena, no desligándose de su sociedad ni
sobreponiéndose a ella, sino a través de la práctica de la reciprocidad con los demás,
de su relacionalidad, como nos sugieren Bruni y Zamagni:
“El fin último de la reciprocidad consiste, por un lado, en consolidar los nexos
sociales (…) la confianza generalizada, sin la cual el mercado ni la sociedad
pueden existir. Por otro lado, otorgar a todos los sujetos la posibilidad de
cristalizar sus propios proyectos de vida y, por lo tanto, lograr la felicidad en el
sentido aristotélico (…) lo cual requiere como condición el goce de la libertad
como realización propia; esto es, de la libertad en el sentido positivo”(pp. 20) .
La persona inclinada a la cooperación para construir amistad, confianza, fraternidad,
organizaciones, instituciones, y bienestar en general hace uso de una libertad de tipo
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superior y es más libre que aquella que busca el beneficio personal, rehúsa la
participación o hace uso instrumental de la cooperación en su favor.
Mito 6. «Los intercambios recíprocos se dan principalmente en el campo de la
economía»
La idea de la reciprocidad ha sido generalmente utilizada para referirse a las relaciones
de intercambio de bienes económicos. Pero pocos la han usado como un concepto más
amplio, pese a que Marcel Mauss, uno de los primeros antropólogos en referirse al
tema dijo claramente que la reciprocidad es un “fenómeno total”.
En efecto, las personas intercambiamos productos de necesidad material pero también
objetos y dones de carácter intelectual, cultural, político, moral y espiritual. Por tanto
la reciprocidad funciona en todos los campos de la vida social.
La reciprocidad no es un hecho cultural subalterno, sino una forma específica de
cooperación, mediante el cual las personas creamos y ponemos práctica los valores
humanos, como lo señala Dominique Temple (2003). Los valores se aplican en todos
los campos de actividad. Nos ayuda a mejorar nuestra interacción y participación
otorgando un mayor significado al ejercicio de nuestros derechos y deberes como
personas y ciudadanos, y actuar en lo económico, en lo social, en lo político y los
demás espacios de nuestras relaciones.
Se incluye en estos campos la relación entre el hombre y la naturaleza tratando de
aplicar el mismo principio de la reciprocidad en busca del equilibrio de los aportes y
beneficios de ambas partes. Se trata de aplicar aquí el cumplimiento de los principios
de la sostenibilidad de los recursos naturales y la conservación de los ecosistemas.
En suma, la reciprocidad constituye un concepto integral y complejo que engloba la
totalidad de los aspectos de la vida y, por tanto, ofrece la posibilidad de un enfoque
igualmente holístico de la gestión del desarrollo y el progreso humano.
Mito 7. «Reciprocidad no es un patrón generalizable a todas la sociedades»
Como ya dijimos, generalmente se piensa que la reciprocidad es propia únicamente de
sociedades primigenias, agrícolas, campesinas o indígenas. Por tanto no es algo
aplicable a otras sociedades o las sociedades de nuestros ni menos ahora que vivimos
el fenómeno de la globalización.
Los grandes iniciadores de los estudios antropológicos Bronislao Malinowski y Marcel
Mauss, en 1923, tuvieron la impresión contraria. Malinowski «descubrió» y dio cuenta
del fenómeno de la reciprocidad entre los nativos de las islas Trobriand, en la Polinesia,
como una racionalidad distinta a la de la economía occidental. Pero hizo una
importante indicación en el sentido de que esta racionalidad no era ajena ni opuesta a
las relaciones de intercambio mercantil y monetario. Sobre la base de esa observación
Mauss generaliza el «descubrimiento» y toma el hecho no como algo particular a
aquellos pueblos sino como un patrón presente en toda las sociedades humanas.
11
Dominique Temple (2003) hace mención a estas afirmaciones en su libro sobre «Teoría
de la Reciprocidad» (pp. 14, tomo I).
No será nada sorprendente, como veremos luego, referirnos a la diversidad de casos
que dan cuenta del uso de la reciprocidad en nuestras sociedades actuales no solo en
aspectos restringidos, como a veces se piensa, sino en las esperas aún centrales de
nuestras actividades económicas, políticas, sociales y de otros tipos.
Mito 8: «La única forma de conducta racional es el cálculo del beneficio económico.
La reciprocidad queda así fuera de la condición de conducta racional»
Frente a este argumento propio de la teoría económica convencional, Bruni y Zamagni
sostienen que la racionalidad humana no es única ni se agota en el cálculo del
costo/beneficio. Para estos autores la capacidad racional del hombre es diversa. Nos
hablan de “una racionalidad plural”. En ella caben otras formas de razón, entre ellas
aquella de la búsqueda del beneficio común bajo los principios de la reciprocidad.
Jeremy Rifkin (2011) enriquece este argumento de la presencia en el ser humano de
una orientación racional distinta a la defendida por partidarios del homo economicus.
En su lugar propone la presencia del homo empathicus. Afirma que existe «una
conciencia creciente en el mundo actual de la idea que sostiene que somos una especie
esencialmente empática, hecho que ha sido escasamente revelado y tiene una enorme
trascendencia para nuestras sociedades actuales» (Cap. 2: La nueva imagen de la
naturaleza humana).
El afán del rescate de esta otra racionalidad tiene una historia más prolongada que su
opuesta. Se enraíza en la antigua Grecia y fue posteriormente tratada en forma
sistemática en la era del Renacimiento para, luego, a partir de entonces, ser dejada de
lado por el surgimiento de la era Moderna que trajo consigo el paradigma hasta ahora
dominante de la razón económica.
Según Bruni y Zamagni (cap. 4), fue Antonio Genovesi, un sacerdote filósofo y primer
economista italiano, quién a mediados de los años 1700, sobre la base de la filosofía
humanista, rescata el concepto de la economía como “la ciencia de la buena
convivencia social”, la misma que entiende a la actividad económica como una
expresión de la vida en sociedad. Introduce con ello el concepto de “economía civil”
cuyo conductor principal es la persona, antes que el Estado o algún agente que trate de
conducir su destino lejos de sus propios criterios de bienestar compartido.
Sobre este conjunto de consideraciones, ¿puede la reciprocidad ser entendida como la
base más auténtica de la sociedad democrática? Los estudios revisados permiten
alejarla de las ideas erróneas que la rodean e impiden su comprensión y el avance en
su ejercicio. Su esclarecimiento revela los posibles criterios bajo los cuales podemos
considerar que, en efecto, contiene las bases para la construcción de formas
alternativas de pensar, de sentir y de vivir; para el impulso de otra economía y
sociedad más prometedoras basadas en la participación y compromiso libres de las
personas en favor del fortalecimiento de los lazos que unen a unos con otros. En
12
consecuencia este término permitiría lograr una idea más auténtica de lo que
generalmente tenemos acerca de sistema de relaciones democráticas. Solo resta
averiguar si estas bases, de ser válidas, tienen alguna expresión en la vida real, en
nuestra historia y, como tal, alguna promesa para el futuro.
V. ¿LAS DOS VÍAS DE AVANCE HACIA LA
PRÁCTICA DE LA RECIPROCIDAD?
¿Es posible la práctica de la reciprocidad en nuestras sociedades actuales?
Consideramos que existe un sinnúmero de experiencias prácticas y argumentos
intelectuales que muestran esa posibilidad en positivo. Las experiencias que a
continuación señalamos brevemente son aquellas que, a nuestro juicio, se aproximan,
aún de manera parcial, a la práctica de la reciprocidad tal como la entendemos.
Asumimos que tal aproximación puede ser discutible en cada caso; tal cosa, no
obstante no anula el hecho de que en ellos se encuentre una forma aún aproximada
que puede ser susceptible de perfeccionamiento.
Las experiencias que enumeramos pueden ser clasificadas en dos grupos en razón de
su relación con el sistema socioeconómico actualmente predominante: Unos son los
que emergen desde fuera de tal sistema como un intento de constituir modalidades
alternativas de relaciones socioeconómicas. Otros son aquellos intentos de cambio que
surgen al interior de tal sistema, como una forma de acercamiento a la puesta en
práctica de la racionalidad. El examen y comprensión del significado de ambas líneas de
práctica constituye una tarea no desdeñable.
Ofreceremos aquí solo una muestra, muy restringida por cierto, del gran número y
diversidad de tales expresiones. Enumerar y describir al conjunto o solo aquellos más
importantes sería muy extenso.
1. La vía externa: Emergencia de modos alternativos de vida, organizaciones
productivas y redes sociales para su articulación.
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a) La práctica de vínculos de tendencia equitativa
de vida social y ambiental identificables en los
pueblos indígenas, sociedades campesinas y
sectores populares presentes en la generalidad
de los países del mundo. Estas se expresan en
modos específicos de organización social y
económica bajo formas, unos de intercambios
recíprocos simples (trueques interpersonales o en grupos, mercados étnicos
localizados y a distancia) y, otros, de circuitos de relaciones de redistribución
centralizados en instancias de diverso nivel (familias, ayllus, parcialidades,
comunidades, pueblos, nacionalidades, barrios, juntas vecinales, etc.). En el
caso particular de los pueblos originarios en Latinoamérica, estas prácticas han
logrado ser proyectadas a la condición de una propuesta de políticas de alcance
nacional, internacional y, aún global, bajo el concepto del “Buen Vivir”, el
mismo que ha sido elevado a la categoría de carta nacional en los casos de
Bolivia y Ecuador.
b) La multitud de experiencias del sector de
economías y formas solidarias de organización
que tienen una tendencia hacia su crecimiento
y expansión en la mayoría de los países. Estas
son las empresas sociales de variado tipo, las
cooperativas y el cooperativismo que
constituyen un movimiento particular en sí, y
la multitud de formas de organización semejante que adoptan diversas
denominaciones. No son pocas las redes locales, regionales, nacionales e
internacionales en las que estas organizaciones se vinculan con creciente
intensidad a fin de buscar su fortalecimiento interno así como de su presencia
en sus varios niveles de su entorno. Las economías y organizaciones solidarias
están siendo materia de interés y preocupación creciente aún en los medios
académicos a nivel mundial debido a su relevancia como expresiones prácticas
de formas alternativas de vida social y de respuesta a los desafíos de la
actualidad (http://www.economiasolidaria.org/).
c) Centenares
de
organizaciones
autosostenidas de producción y acción cultural y
artística dedicadas al teatro, la música y la
danza, las artes gráficas y plásticas que
emergen en el Perú, en Latinoamérica y el
mundo dedicados a la educación, la reflexión,
rescate y construcción de identidades a la vez
que de conciencia social y ambiental. Una de estas redes es la que integra a
grupos y organizaciones articuladas en la red “Cultura Viva Comunitaria”.
http://culturavivacomunitaria.org/cv/
d) Estos movimientos no son propios
únicamente de los países del Tercer Mundo.
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Surgen y se multiplican aún en los países desarrollados del Norte, tanto en
Europa como en Norteamérica. Unos son por ejemplo los movimientos bajo el
concepto de «Ciudades de transición» en el Reino Unido (ver el sitio web:
www.transitiontowns.org), las «Ciudades tranquilas» y las «cooperativas
sociales» en Italia y España. Son grupos de población principalmente urbanos
en aumento que desarrollan estilos alternativos de vida en previsión de la crisis
del petróleo, la aceleración estresante de los ritmos de vida y los problemas
que siguen a la caída del viejo sistema estatal del bienestar.
2. La vía interna: ¿Avanza realmente el compromiso socio-ambiental de la
empresa privada?
El sector privado de la economía, al menos en una buena parte de sus sectores, no es
ajeno a los afanes de práctica parcial o limitada de las relaciones de reciprocidad y
búsqueda de los bienes comunes. Tiene segmentos y vías de avance, con variado grado
de autenticidad y coherencia. Veamos algunos casos de esta posible tendencia:
a) Un contingente importante de empresas que incorporan criterios de
responsabilidad social corporativa y «Calidad Total» en sus sistemas de gestión.
Adoptan la entrega de beneficios a favor de sus sectores de interés interno y
externo. La organización ISO, estima que las empresas incluidas a nivel mundial
en las últimas décadas bordea el 10% del total.
b) No son pocos los casos de participación directa o indirecta de la empresa
privada en acciones de la sociedad civil en la gestión conjunta de problemas
generales o específicos en las que se convoca el compromiso de una diversidad
de partes intervinientes incluyendo a las instancias de gobierno. Unos son
referidos a acciones de desarrollo integral en espacios territoriales o espacios
de administración determinados. Otros son referidos a problemas específicos
como son la gestión del medio ambiente, la salud, la educación etc. El rol de la
empresa privada tiende a una creciente y intervención en este tipo de
instancias o mesas temáticas de concertación, aunque los criterios de
autenticidad de tal intervención pueden ser materia de discusión.
c) El movimiento de «comercio justo» Basado en
actitudes y prácticas de solidaridad entre compradores
y productores así como con la conservación del medio
ambiente. La mayor parte de las empresas que
trabajan bajo este concepto surgieron por iniciativa de
personas y organizaciones con orientación distinta a
aquella de la empresa economicista convencional y hondo compromiso con
objetivos de defensa y fomento de los beneficios sociales y ecológicos. Este
movimiento aglutina mediante lazos de cooperación tanto a los consumidores
de los mercados en países de desarrollo como a los productores de las regiones
y países proveedores.
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d) Los movimientos de banca ética y la Economía del bien común en
Holanda, España, Austria y otros países europeos, se caracterizan
por impulsar un cambio de orientación al interior de las empresas
privadas. Los primeros fomentan emprendimientos que impulsan
el ahorro y el crédito con propósitos de beneficios socioambientales, dando así una intención distinta a la gestión
financiera (http://www.bancaetica.es/). Los segundos buscan la
inclinación de la empresa privada hacia los fines de bienestar
común mediante la facilitación de los cambios de actitud y la conducción de
sistemas de autoevaluación de su gestión interna (http://economia-del-biencomun.org/es).
e) La emergencia del nuevo tipo de empresas
denominadas “empresasB» orientadas a la
producción “de beneficios amplios”. Surgen
recientemente en los Estados Unidos y se
difunde con relativa rapidez varias de sus
jurisdicciones y así como en los países de
Latinoamérica. Señalan que “se ocupan no solo por la salud de la empresa sino
también por la de sus empleados, la comunidad y el medio ambiente; buscan
convertirse en los líderes de una nueva forma de hacer empresa”
(www.sistemab.org). El movimiento estima que luego de unos tres años de
trabajo han logrado involucrar el surgimiento y la conversión de unas 1100
empresas que han sido certificadas como tales en los países de América del
norte y del sur y han logrado ser materia de respaldo jurídico en la legislación
de numeroso estados, así como el apoyo institucional y financiero de
importantes organismos internacionales.
f) El caso de mayores sugerencias corresponde a
la emergencia y difusión a nivel mundial de la
idea y la práctica del «valor compartido». Surge
en gran parte por iniciativa de la propia
empresa privada en respuesta a los desafíos de
la crisis múltiple del 2008 y ha sido enunciada
y difundida por los economistas Michael Porter y Mark Kamer (2011). ¿Se trata
de una nueva forma de bien común? «Consiste en «crear valor económico de
una manera que también cree valor para la sociedad al atender sus
necesidades y desafíos».
Se considera la existencia de un lazo común entre empresa y comunidad. Un
negocio necesita de una comunidad próspera que le ofrezca servicios y
facilidades. Esta, igualmente, necesita de negocios exitosos que ofrezcan
oportunidades de creación de riqueza para sus ciudadanos. «Las empresas
vinculan su éxito con el progreso social (…) Es una nueva forma de lograr el
éxito y la eficiencia empresarial».
16
Un ejemplo típico de los pasos ideales en el proceso de creación del VC es el
adoptado por algunas empresas ubicadas en el rubro de los productos
naturistas:





Las empresas otorgan a las comunidades nativas la condición de socias
participantes en la empresa.
Realizan acciones de beneficio económico, social y ambiental.
Obtiene a cambio la provisión comercial permanente y selectiva de sus
productos naturales (incrementan su rentabilidad).
Transfieren anualmente parte de sus utilidades en forma de dividendos
e inversiones en desarrollo local y regional.
Las comunidades conducen empresas industriales que generan valor en
su beneficio y el de su territorio en conjunto.
Pero, ¿es cierta tanta belleza? Son varias las dudas que surgen. En efecto, la
fidelidad y coherencia de este modelo en el terreno de la práctica es un aspecto
aún a la espera de verificaciones y mediciones fehacientes, las mismas que,
según expone el propio Michael Porter, están todavía en la fase inicial de su
http://www.accionrse.cl/uploads/files/Midiendo Valor_Compartido%20WEB(1).pdf
diseño y aplicación. Mientras tanto, solo puede afirmarse que se trata de un
probable proceso de transición que, si bien no adquiere la suficiente nitidez,
involucra a un conjunto numeroso de empresas de diverso tamaño que optan
por su adopción. Este solo hecho constituye un indicador de la conciencia y
aceptación por parte de la empresa privada de la necesidad urgente del cambio
de actitud frente a los problemas actuales.
El conjunto de experiencias mencionadas sugiere que las relaciones de reciprocidad
destinadas, por propia definición, a la búsqueda de bienes comunes concretos,
particulares en unos casos y más generales en otros, pueden adquirir realidad no
únicamente como una intención voluntarista, idealista o utópica irrealizable, sino en la
práctica efectiva de sectores importantes de sociedades en distintos contextos y
latitudes del mundo, de manera histórica, pero también actual y con tendencias a
expandirse y perfeccionarse en el futuro.
Los casos descritos con brevedad nos ofrecen además la infinidad de formas y
dimensiones que puede adoptar la práctica recíproca en sus varias vertientes de
avance y en los diversos aspectos de la vida social. Se concretizan en modelos claros de
la actividad económica, pero también lo hacen en el campo de la organización social,
cultural para finalmente constituir el contenido de procesos de gestión social y política.
En otras palabras, las relaciones de reciprocidad parecen constituir el centro mismo de
la práctica de las formas democráticas de acción política.
VI. ALGUNAS SUGERENCIAS Y DESAFÍOS
Vemos que el mensaje de notables pensadores de ayer y de hoy así como las
experiencias prácticas que mencionamos parece rescatar la veracidad y pertinencia de
17
la idea práctica de la construcción y acceso a los bienes comunes a través de las
relaciones de reciprocidad. De ser así, estaríamos en condiciones de afirmar que tales
argumentos y experiencias hacen justicia a los sueños de Elinor Ostrom y de muchos
otros autores, actores, líderes y organizaciones que pugnan por su realización.
La presunta «tragedia» de Hardin sería entonces desmentida no solo por la
incoherencia de su expresión sino también por las posibilidades que parecen abrirse
paso en favor de la recuperación de la vigencia y viabilidad del acceso efectivo a los
bienes comunes, bajo condiciones específicas que hemos descrito.
Es necesario, entonces, una mayor comprensión de tales posibilidades así como de los
obstáculos y restricciones que no dejan de estar presentes en el camino.
1. ¿Se hace más explícita la conciencia de búsqueda del bien común?
Varios autores resaltan las prácticas socioeconómicas de cooperación que se
aproximan a la reciprocidad en nuestras actuales sociedades. Uno de ellos es David
Halpern (2010) quién nos habla de ellas como «la riqueza escondida de las naciones» o
“el sector de lucha permanente por el bienestar compartido», que está siendo materia
de “descubrimiento” y realce con mayor nitidez en los años recientes. Otra es Hazel
Henderson (2006) quién sostiene que estas formas de práctica económica y social
«cubren más del 50% de la actividad de la población en cada uno de nuestros países.
Para ella los afanes de búsqueda del acceso a los bienes comunes de carácter social y
ambiental a partir de formas de comportamiento y organización distintos al modelo
mercantil guiado por el afán de lucro, constituyen el sector que en realidad ofrece el
sustento y las condiciones de realización aún de la economía basada en el libre
mercado. La zona de acceso a los bienes privados no podría existir sin que tenga lugar
la zona de acceso a los bienes por los mecanismos de cooperación propios de los
“bienes comunes” o por aquellos de los bienes públicos.
Bruni y Zamagni, entre otros, se refieren a este ámbito como el de la «economía civil»,
la misma que coincide con el denominado «tercer sector» en el que actúan no solo los
esfuerzos endógenos propios de pueblos rurales y urbanos, sino también los
promovidos por los sectores solidarios de la sociedad civil que realizan el «trabajo
voluntario» desde los organismos no gubernamentales.
Independientemente de la denominación que le asignemos, lo cierto es que existe una
creciente conciencia acerca de la presencia, al menos relativa o parcialmente
configurada en nuestras sociedades, de una formación económica alternativa a la
economía y sociedad predominantes. Las características precisas del significado de esa
formación pueden ser materia de controversia, pero no podemos negarlas de manera
definitiva de su aspiración a esa posibilidad.
2. La disyuntiva entre cooperación instrumental y auténtica en el seno de la
economía y sociedad civil.
18
El hecho de que más del 50% de la economía de las naciones se lleva a cabo bajo el
afán por el acceso a los bienes comunes, no significa que ellas adoptan siempre las
relaciones precisas de reciprocidad. Probablemente lo hacen de manera parcial y
limitada. Lo que en realidad ocurre es que se trata de relaciones que se asemejan a los
vínculos recíprocos pero no logra su objetivo de manera efectiva. Nos explicamos: ese
gran sector de relaciones en procura de los bienes comunes, se hace realidad no
precisamente de manera siempre auténtica; en su lugar incorpora formas de
cooperación parcial o instrumental, haciendo uso de mecanismos distorsionados en
favor de intereses de ganancia individual sea al interior o fuera de las propias
organizaciones. Estas tendencias instrumentales se manifiestan igualmente en las
formas de cooperación expresadas en la filantropía y los sistemas de ayuda asistencial
o unilateralmente solidarias tales como las donaciones o las formas clientelistas de
distribución de beneficios.
Sin negar totalmente la presencia, aunque restringida, de formas genuinas de
reciprocidad, podemos afirmar que, dadas las condiciones de escasa distinción de las
formas de cooperación,
buena parte de tales relaciones que se da en aquella
“economía civil” consiste en formas de cooperación instrumental, lo cual restringe las
posibilidad de acceso amplio a los bienes e impide que estos sean tomados como
realmente bienes comunes. En su lugar sucede con frecuencia el hecho de la
apropiación o privatización de los mismos.
De este modo, la llamada “economía civil” o “economía alternativa” ubicada en lo que
sería el “tercer sector” afronta el problema de la limitada integridad y efectividad de
las formas de cooperación con las que opera. En unos casos puede reclamar con
justeza el derecho de ser relaciones genuinas de reciprocidad y como tales permiten
que sus integrantes accedan de forma efectiva a los bienes comunes que persiguen.
Pero en otros, tal posibilidad es sólo una aspiración o un pretexto para propósitos
distintos. Es claro entonces que estamos en el terreno de la necesidad de encontrar el
modo de transitar de la cooperación instrumental a aquella más auténtica si queremos
avanzar hacia la mayor amplitud y justeza de esta última.
3. Las condiciones para el avance más orientado a la cooperación auténtica
Obviamente hay grados diversos de cercanía o alejamiento en cada una de las
experiencias enumeradas con respecto a las formas deseables de cooperación más
genuina.
En la vía externa, hay el riesgo de que los casos mencionados sean orientados hacia
prácticas de ganancia competitiva de unos frente a la asunción de roles pasivos,
asistenciales por parte de otros, los que tienden a perpetuar la desigualdad y la
pobreza, restando así su proyección hacia formas de progreso más autónomo. En la
vía interna, las varias acciones vigentes y, aún el del valor compartido, como el más
avanzado, pueden caer en la filantropía de las donaciones impresionantes o las
estrategias de ataque parcial en unos aspectos en desmedro de otros de igual
importancia.
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Bajo estas condiciones los beneficios parciales resultan perfectamente funcionales al
rol hegemónico de los sectores con mayor poder de decisión. En ambos casos están
igualmente presentes las posibilidades de las diversas formas de asistencialismo y
autoritarismo contrarias a las prácticas libres y democráticas de cooperación.
Frente a este panorama la idea de las relaciones de reciprocidad ofrece un elemento
conceptual claramente distinto del que se hace uso en la cooperación instrumental. Al
hacerlo se convierte en un instrumento capaz de deslindar la diferencia entre una y
otra. Aspecto que tiene relevancia crucial para la facilitación de los procesos de gestión
en el desempeño de las organizaciones. La distinción de las formas de cooperación y el
establecimiento de su carácter de auténtica mediante el uso del concepto de
reciprocidad, tiene la virtud de llenar un vacío generalmente presente en nuestras
formas de pensar caracterizadas por la ambigüedad y generalidad de los términos que
son fuente frecuente de confusión.
Afrontar el desafío de la autenticidad de las prácticas de cooperación implica asumir
de manera consistente el tema de la gestión de los bienes comunes mediante acciones
y estrategias coherentes. Ello trae consigo, como factor esencial a considerar, la
participación protagónica de la persona humana y, con ella, el reconocimiento de los
deberes y derechos ciudadanos así como de la sociedad civil como el ámbito
alternativo para la toma de decisiones frente a los poderes privados y estatales.
El protagonismo ciudadano, no obstante, requiere de la acción convergente en su favor
de estas dos instancias de poder. Se plantea así la necesidad de la práctica de
cooperación recíproca entre ciudadanos, empresas privadas y autoridades estatales
como actores distintos pero articulados en un propósito compartido: el bien común de
la sociedad en general.
VII. CONCLUSIONES
Es posible constatar que la reciprocidad no es ajena a las prácticas de cooperación en
nuestras sociedades actuales y por tanto, tampoco lo es a las posibilidades de su
contribución a la solución de los problemas que nos aquejan. Igual, podemos
acrecentar nuestra conciencia acerca de los bienes comunes que a diario procuramos,
unas veces con suerte y muchas otras sin ella, a costa de duras pugnas y contiendas
frente a rivales tanto nuestros como ajenos.
Su cabal comprensión tiene la potencialidad de contribuir a su mayor valoración y
mejor orientación de la gran diversidad de esfuerzos prácticos e intelectuales en busca
del perfeccionamiento de los sistemas de gestión y logro de las aspiraciones en cada
ámbito local o circunstancia específica así como frente a los problemas mayores del
desarrollo humano y la sobrevivencia de la especie.
La tendencia expansiva de las formas de cooperación, las que en su mayoría presentan
rasgo cercanos a su autenticidad constituye probablemente una manifestación de
respuesta a las limitaciones del sistema imperante para hacer frente a los problemas de
exclusión social y crisis múltiple ocasionados por su propio auge.
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De ser así, sería posible afirmar que estamos frente a tendencias orientadas a la
búsqueda de formas alternativas de progreso social y ambiental en medio de aquellas
que impulsan sólo el crecimiento económico. En este marco, esperamos, sea oportuno
y de utilidad el esclarecimiento que intentamos acerca de la importancia de tomar en
cuenta los bienes comunes y la reciprocidad como elementos fundamentales en los
procesos de nuestra práctica democrática y búsqueda de formas alternativas de
convivencia.
La reciprocidad, por las razones expuestas, es un tipo de relaciones humanas que
adquiere una importancia mayor de la que generalmente se le otorga. Posee un
conjunto de atributos que juegan un rol central en los procesos de construcción y
sostenimiento de las relaciones sociales en general y de nuestras organizaciones
políticas y económicas.
Es un componente indispensable e intrínseco de los procesos de acceso y mantención a
los bienes de manera compartida y, con ellos de los mecanismos de sustento de la
armonía social y la solución de los conflictos. No es un hecho que se limita a los
intercambios económicos y por tanto de solución de los problemas de sostenimiento
material, sino un sistema de relaciones de utilidad valiosa para el perfeccionamiento de
los procesos de gestión social que ayudan a garantizar el logro de acuerdos y contratos
así su mantención en el tiempo.
La reciprocidad es un tipo de relaciones que se encuentra en la base misma de todo
tipo de gestión democrática basada en valores. Como tal tiene la virtud y la posibilidad
de ser entendida como una relación, por un lado, ideal o utópica, que sirve de
orientación de los actores en la búsqueda de sus aspiraciones sociales, pero, por otro,
un modelo de tipo práctico con posibilidades de demostración de sus bondades en
circunstancias verificables en diversas circunstancias de la vida real.
Los casos expuestos como muestras de su pretendida práctica, dejan pendiente la
verificación de su autenticidad, en cada caso particular, al mismo tiempo abren las
puertas a las demandas de su perfeccionamiento a fin de elevar la calidad de su
desempeño. Este perfeccionamiento constituye el objetivo o finalidad central de las
demandas de reivindicación que la persona humana enarbola tanto en la época actual
como lo hizo siempre en su devenir histórico.
Uno de los problemas esenciales del sistema democrático consiste en la apertura
excesivamente amplia de la conducta humana hacia formas de cooperación imprecisa y
encubierta en sus contenidos y orientación. Ello se expresa en la ambigüedad en la
definición de los grandes valores como la libertad de la persona frente a sus vínculos
sociales indispensables, pero juegan también de manera negativa los malentendidos, la
omisión o el oscurecimiento de conceptos indispensables como son aquellos a los que
aquí nos hemos referido. Poner en relieve las formas más precisas de su entendimiento
y proyección puede ser de utilidad a fin de generar actitudes y emprender acciones
más positivas y, por ello quizás más efectivas para hacer frente de a las grandes
exigencias de nuestro tiempo.
21
Lima, Octubre, 2014. Favor enviar comentarios a: [email protected].
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