Bienes comunes y reciprocidad: ¿Las raíces relegadas de la gestión democrática?1 Rodrigo Sánchez Enríquez2 I. INTRODUCCIÓN Proponemos que una de las causas de la debilidad e inoperancia de nuestra institucionalidad democrática y, con ella, de las organizaciones políticas, sociales y económicas, para dar solución a los problemas de desarraigo, desigualdad e inseguridad social en nuestras sociedades actuales, sería la escasa consideración, consciente o inconsciente, de algunos aspectos básicos de nuestros vínculos de cooperación. Tales aspectos parecen expresarse, de manera específica, en la limitada comprensión que tenemos de los temas referidos a los bienes comunes y las relaciones de reciprocidad. Intentamos, en este ensayo, ofrecer algunos elementos de base para un mejor entendimiento de cada uno de estos dos términos, pero principalmente de la estrecha relación causal que los une, el primero como los objetivos que debemos perseguir y el segundo como la forma cómo los obtenemos. El cumplimiento de este propósito nos permitirá, esperamos, identificar luego algunos ejemplos de su ejercicio real en organizaciones y eventos concretos y, a partir de ello, intentar la formulación de algunas sugerencias y principales desafíos que debemos afrontar en nuestros intentos de ponerlos en práctica en el terreno de la gestión en la vida real. Ofrecemos aquí solo un avance de su discusión a manera de un trazo de lo que sería una ruta de los diversos aspectos a tomarse en cuenta en los esfuerzos posteriores que vayan a abordar el tema de manera más sistemática y exhaustiva. En este sentido, las apreciaciones y sugerencias que hacemos sobre los varios aspectos del tema tienen 1 La presente ponencia es producto de las recientes investigaciones que realiza el autor como una contribución al mejor entendimiento de las condiciones necesarias para el desarrollo sostenible. Se nutre de los comentarios recibidos en versiones anteriores de parte de Fernando Eguren, Gavin Smith, Enrique Mayer, Danilo Quijano, Boris Marañón y Nelson Pimentel. 2 Antropólogo, Consultor del Consorcio “Antonio Raimondi” para el Desarrollo, Trujillo-Lima, Perú. 1 carácter provisional a la espera de afinamientos posteriores a la luz de opiniones y advertencias más autorizadas. II. LOS BIENES COMUNES Y LA RECIPROCIDAD EN EL TAPETE 1. El problema de los bienes comunes. El ecólogo Garrett Hardin, en el año 1968, enuncia el dramático destino que, a su juicio, enfrentan este tipo de bienes: Nos habla de la “tragedia” a la que estarían sentenciados los bienes comunes en manos de sus beneficiarios. Da el ejemplo de un pastizal en el cual los usuarios tienden a pastar sus animales de manera competitiva. Cada usuario tiende a incrementar el número de su ganado sin control alguno. El resultado luego de un tiempo es que se rebasa la capacidad de carga del pastizal y se lleva el recurso al colapso inevitable. Algunas décadas después Elinor Ostrom, Premio Nóbel 2009, observa que la afirmación es inexacta. Considera que hay un error de definición en la propuesta de Hardin: Los bienes comunes no son tales por sí solos; en este caso lo serían sólo cuando los usuarios los usan bajo esta condición. Si no lo hacen y prefieren utilizarlos para su propio beneficio dejan de ser comunes. La «tragedia» de la que habla Hardin, por tanto, no sería la de los bienes comunes precisamente, sino la de los usuarios que parecen usarlos más bien como una «tierra de nadie». Los pastizales, para ser usados como reales bienes comunes, requieren que los usuarios los reconozcan como tales y conduzcan un sistema de gestión basado en la cooperación organizada con un elevado grado de compromiso. La misma autora indica que la «cooperación organizada» es aún una idea general, que existen varias formas que no garantizan precisamente la calidad de bien común, tales como la autoritaria, vertical, instrumental, asistencial, etc. La forma de cooperación más efectiva para ese efecto sería aquella que permita el uso eficaz del bien común basado en el compromiso interactivo, permanente, que beneficia de manera equitativa al conjunto de los usuarios a la vez que asegura la sostenibilidad del recurso. Esta modalidad de uso sería caracterizada mediante la idea de las relaciones de reciprocidad entre el conjunto de los usuarios. Una situación de este tipo implica la interdependencia entre ambos aspectos: No habría bien común sin acciones recíprocas, ni éstas que no obtengan algún bien común como resultado. 2. Emerge una conciencia de la unidad interdependiente entre ambos, pero el patrón de conducta predominante es aún lejana a ella. Recientemente el filósofo italiano Stefano Zamagni (2008) considera la importancia de establecer el vínculo entre estos dos aspectos; nos indica que “El comportamiento acorde a los bienes comunes es el de reciprocidad: dar sin perder y recibir sin quitar. 2 Todo lo contrario al comportamiento del individuo oportunista que genera el mercado”. Y agrega: “una buena sociedad para vivir no puede prescindir de la reciprocidad” (pp. 73). Este vínculo, no obstante, está aún lejos de ser percibido en nuestra forma usual de ver las cosas y lo que más caracteriza a nuestro actual entendimiento es más bien el alejamiento entre uno y otro concepto. Nuestra preocupación por los bienes comunes es escasa y las prácticas de reciprocidad son escasamente tomadas en cuenta. Esta despreocupación, a su vez, se debería a la forma cómo los entendemos y visualizamos en nuestra concepción actual. Proponemos que nuestras ideas habituales acerca de ellos se caracterizan porque: Pierden de vista algunos de sus significados y atributos básicos. Tratan a cada uno en forma aislada y separada, como ideas sin vinculación alguna. Ignoran el vínculo de causa y efecto que los une, como veremos más adelante. El esclarecimiento de estos puntos en el terreno de lo conceptual y práctico, tiene la potencialidad de abrir un panorama de visión más amplia y profunda, a la vez, en beneficio de su mejor aplicación y uso de las verdaderas potencialidades de su aplicación. III. RELACIÓN ENTRE BIENES COMUNES Y RECIPROCIDAD 1. ¿Qué son los bienes comunes y el bien común? Según las fuentes especializadas en el tema que consultamos, los BC son un tercer tipo de bienes frente a los que conocemos. Se distinguen, entre otros aspectos, principalmente, por la forma cómo los obtenemos a diferencia de los otros tipos de bienes: Los bienes privados se obtienen por posesión individual o mediante su adquisición en el mercado. Los bienes públicos, a su vez, los obtenemos acudiendo a un agente del Estado encargada de administrar ese tipo de bienes. Los BC los obtenemos mediante nuestras relaciones y acuerdos entre personas o grupos de personas, son un producto de relaciones interactuantes. De acuerdo a esta afirmación los bienes comunes no existen fuera de nuestras relaciones. De allí que algunos autores sostienen que los BC no son otra cosa sino una relación social. Se dice por ello que son «bienes relacionales», su acceso y su uso se da mediante el cumplimiento de contratos y acuerdos explícitos o implícitos. Fuera del cumplimiento de esos acuerdos los BC simplemente no existen, se convierten y pasan a ser uno de los otros dos tipos mencionados. 2. Algunos ejemplos ilustrativos 3 Un local comunitario, la ciudad, las calles, el parque, las fuentes de agua. Todos ellos exigen el aporte y el cuidado continuo por parte de las personas usuarias. Serían bienes comunes efectivos para aquellos que los entienden de ese modo y los utilicen bajo esas condiciones; no así para aquellos que lo hacen con otros propósitos. Bienes típicamente sociales como la amistad, el amor, la confianza, la paz, la justicia, el bienestar, la felicidad, los conocimientos, la producción artística y cultural, los símbolos de identidad de un pueblo, de un grupo, una organización, de la misma manera no se producen, acceden o disfrutan sin la contribución asidua de varios modos o el cumplimiento de los códigos establecidos por acuerdo de los participantes. El bosque amazónico es un ejemplo de bien ofrecido por la naturaleza pero que lamentablemente con muy poca medida se lo toma como un bien común. Las más de las veces se lo distribuye o reparte, concesiona en pedazos y se lo aprovecha con el solo criterio de la ganancia particular. Aún los propios Estados y sus agencias respectivas carecen de criterios y normas que regulen su manejo bajo formas de cooperación efectiva a la altura de su importancia en beneficio de los grupos locales, regiones, países y la humanidad en general. Muy pocos piensan en hacer uso de él de manera compartida. No obstante, hay casos encomiables de organizaciones y empresas protectoras dentro y fuera de la Amazonía que sí son muestras de uso auténtico y justo de este tipo de bienes. Sucede ello por decisión de quienes deciden organizarse con ese propósito o lo hacen por tradición cultural como es el caso de las comunidades nativas. Una organización social de cualquier tipo, asociación, empresa cooperativa, una institución, un municipio o una nación-estado, son todos bienes comunes de carácter social y político en la medida en que involucran la participación de un conjunto de personas. Todos ellos, al menos en teoría y según las normas establecidas, tienen derechos de usufructo de sus beneficios por igual; pero igualmente tienen un conjunto de obligaciones que, por su parte, deben cumplir; no hacerlo puede ser causal de exclusión temporal o definitiva. No obstante, en la práctica sucede que tales principios no siempre son tomados en cuenta por los participantes y se da lugar, de este modo, a los múltiples casos de distorsión y ruptura institucional. Se pierde el criterio de acceso compartido sustituyéndolo por aquellos más propios de los bienes públicos y privados. La apropiación y la privatización de tales bienes los deja expuestos al completo libre albedrío de quienes ostentan mayores fuentes de poder para influir o imponerse sobre los demás. 3. Los bienes comunes son los bienes que nos unen La economista Silke Helfrich (2008) nos ofrece una definición más precisa en cuanto al rol que cumplen los BC en la sociedad humana: “Los comunes son el elemento material, conocimiento o creencia que comparte un grupo o un pueblo. Son un evento social (…) son los espacios, artefactos, eventos, técnicas culturales que, en sus respectivos límites son de uso y goce común, como el pozo de un pueblo, la plaza pública, una receta, un idioma, el saber colectivo» (…) La 4 tragedia de los comunes es la de siempre pensarlos como “propiedad” (en el sentido de “dominio”). Desde que decimos que somos “dueños” de algo, surge la idea de tomar este “algo” para repartirlo en vez de compartirlo. El bien común no es una «cosa» se trata de una relación social, no existe un bien común sin un sujeto social específico” (pp. 47-48). Lo que significaría que los BC no son objetos distintos o independientes de las relaciones sociales que establecen las personas. Por el contrario, son parte y contenido de tales relaciones. Son las relaciones mismas. En ausencia o fuera de estas relaciones la unidad social de un grupo se quiebra de manera irremediable, pierde su razón de ser. Los bienes, cuando se encaminan al beneficio del conjunto de personas participantes, adquieren la condición de bienes comunes; de lo contrario dejan de serlo. 4. La presencia del bien común implica la reciprocidad Si el BC es una relación social, esa relación adquiere la forma de reciprocidad, es la reciprocidad misma. Un grupo de personas unidas, socializadas, por un bien común mantiene entre ellas relaciones recíprocas de manera indudable. Georg Simmel (1939) tiene una frase célebre muy difundida sobre el tema de la socialización o la creación de lazos sociales entre personas. Dice que «La socialización sólo se presenta cuando la coexistencia aislada de los individuos adopta formas determinantes de cooperación y colaboración que caen bajo el concepto general de la acción recíproca». Stephen Gudeman (2001) aclara en definitiva la interdependencia entre, formación de sociedades y bienes comunes: Dice que “Sin bienes comunes no hay comunidad”. La cooperación como una idea de práctica general, indistinta, no garantiza el acceso a los bienes comunes. Esto porque es muchas veces instrumentalizada, aprovechada, en beneficio de intereses particulares. A la luz de las ideas vertidas volvamos a nuestra realidad. Nuestras sociedades actuales, que toman poco en cuenta los BC y la reciprocidad, no es que están totalmente desintegradas. Sucede solo que las formas de integración y cooperación que tenemos, si bien existen y las practicamos, no tienen la capacidad suficiente como para asegurar el disfrute amplio de los bienes comunes. Se nota más bien una tendencia muy acentuada hacia la privatización o la apropiación de los bienes en perjuicio de sector importantes que son excluidos y dejados en el desamparo. A ello se debería entonces, la crisis de nuestras organizaciones sociales y económicas, de la democracia en general y la consecuente expansión de las prácticas oportunistas que conducen al individualismo, la corrupción, la delincuencia que son las consecuencias de tal apropiación o privatización de los bienes. Debemos distinguir, entonces, al menos dos formas principales de cooperación. La cooperación instrumental y la cooperación basada en la reciprocidad. La primera pone en práctica, unas veces, el autoritarismo, la fuerza, el oportunismo manipulador y la sorpresa; otras veces, la filantropía, el asistencialismo y el paternalismo. En todas ellas 5 está presente la organización y la cooperación pero estas formas no conducen al acceso amplio de los bienes comunes. Ambos utilizan, se aprovechan de la buena fe de las acciones de cooperación a favor de la privatización de los bienes por parte de quien tiene el poder, sea este legítimo o de hecho. 5. Las reglas de Elinor Ostrom La especialista más autorizada confirma y especifica en su obra (Ostrom 2000) las condiciones bajo las cuales es posible el uso efectivo y sostenido de los comunes: a) El establecimiento de reglas claras. b) La supervisión del cumplimiento de estas reglas entre los distintos participantes. c) El compromiso mutuo. d) La construcción social de valores basados en la confianza, la buena reputación y la reciprocidad entre los participantes. e) Un modelo alternativo de gestión de los bienes en el que Estado, mercado y sociedad no se vean como actores aislados o antagónicos, sino por el contrario, articulados en busca del bien común. Se nota que la necesidad de las relaciones recíprocas se encuentra en el centro mismo del aquellas condiciones. Aún más, la reciprocidad aparece como uno de los valores fundamentales que deben cultivar los integrantes de la comunidad que la gestiona. 6. Modalidades de la relación recíproca La reciprocidad adopta dos modos principales de vínculo entre personas: Reciprocidad simétrica: La realizan dos o más personas. Dar y recibir. Puede adoptar la forma bidireccional entre dos personas como es el caso del trueque y el «ayni» andino. O puede darse entre tres o más personas adoptando la forma transitiva. Es decir, en un circuito abierto de dones: la entrega puede ir de A a B y de éste pasar a C como es el caso del juego de regalos bajo el sistema de «El amigo secreto» o la práctica del «pandero». Reciprocidad asimétrica: Se realiza como un intercambio en un grupo centralizado: entre los varios aportantes y una autoridad centralizadora, tal como ocurre en una comunidad, asociación, cooperativa, sistemas de autogobierno local, una mesa de concertación, etc. Los integrantes del grupo aportan bienes o servicios a favor del grupo y éste a su vez, retribuye a los socios un conjunto de beneficios previamente estipulados. Las dos modalidades pueden darse de manera combina o simultánea. No existe diferencia sustancial entre ellas en cuanto a los dos objetivos que se buscan: Por un lado, cada participante recibe beneficios a cambio de los que otorga, pero además, por otro lado, obtiene el acceso a unos bienes comunes tales como la existencia de la 6 organización en sí, la amistad y la confianza de los demás, conocimientos, capacidades, y bienestar en general. IV. LOS OCHO MITOS ACERCA DE LA RECIPROCIDAD Existen un conjunto de conceptos, muchos de ellos erróneos, acerca de qué se debe entender por reciprocidad y cuáles son sus atributos tanto en las relaciones económicas como sociales. Tales han sido la causa de la escasa importancia que nuestra cultura, no solamente popular sino también la de los círculos profesionales, le otorga a este término y como consecuencia relegamiento, haciendo que sus potencialidades no hayan sido suficiente aprovechadas. Veámoslos uno a uno de manera breve. Mito 1: «La Reciprocidad es igualitarista» Reciprocidad, en su visión usual, está erróneamente asociada a relaciones igualitarias y homogéneas, que no toman en cuenta las diferencias entre las personas; se asume que este tipo de vínculos «se da solo entre iguales», quedando así cerradas las posibilidades para incluir a círculos de actos distintos o con diferentes rangos sociales o culturales En contraposición a ello, ya Aristóteles nos dijo que «la reciprocidad se rige por la proporcionalidad y no así por la igualdad» (Antonio Campillo s/f). Bajo esta aclaración, la relación toma en cuenta las diferencias comparativas en cuanto a características intrínsecas, capacidades y oportunidades de que dispone los actores. Siendo así la reciprocidad se constituye en una herramienta relacional que permite construir entendimientos, fraternidad y alianza entre las partes, de manera independiente de sus diferencias. Se abren así las puertas del acercamiento y aún de la solución de conflictos como una opción para la construcción de relaciones amigables y constructivas en una diversidad de niveles de relaciones. Mito 2: «La reciprocidad es dependiente de instituciones pre-mercantiles, por tanto su ocurrencia bajo condiciones de libre mercado es improbable» Karl Polanyi (1992), uno de los padres de la economía sustantiva y la Antropología Económica, sostuvo que la reciprocidad es una conducta «incrustada» en estructuras, instituciones y códigos culturales que son propias de sociedades no mercantiles. Esta idea sugiere que esta forma de relación no sería posible fuera de la vigencia de tales instituciones. El autor confirma esta impresión al agregar que el avance del mercado moderno «desertifica» las condiciones de su ocurrencia, razón por la cual la reciprocidad no tiene cabida dentro del contexto de las relaciones del mercado moderno. ¿Caben interpretaciones distintas a ella? En efecto las hay, no solo como argumentos sino también en los hechos históricos y actuales. La relación de casos que vamos a mencionar más adelante muestra la presencia sin duda de la reciprocidad aún en 7 sociedades «modernas». Estas y otras evidencias hacen que autores como Stefano Zamagni resaltan sus objeciones a la visión “determinista-institucionalista” de Polanyi y sus seguidores. Mito 3: «La reciprocidad se basa solo en criterios humanistas de intercambio generoso y gratuito, ausentes de todo interés pragmático» Según la filosofía humanista la reciprocidad obedece a una racionalidad generosa y gratuita, lejos del interés por el beneficio en la transacción. Los representantes de esta escuela como son Luigi Bruni y Stefano Zamagni (2007) establecen esta diferencia de manera categórica frente a la forma opuesta de relaciones de mercado. Dicen que “el contrato (el intercambio mercantil) puede ser definido como el encuentro de intereses mientras que la reciprocidad puede ser definida como el encuentro de dones gratuitos” (pp.173). Jeremy Rifkin (2011) corrobora la idea; nos habla de la empatía, actitud consistente en el sentimiento de preocupación e identificación con los problemas de los demás, que es sensible y distributivo del ser humano, según el autor, una tendencia innata verificable en toda la historia humana; la cual sería la razón del impulso que mueve a las personas a entrar en relaciones de cooperación y búsqueda del bien común. ¿Cabe algo de pragmatismo en este enfoque humanista? Las constataciones distintas a esta orientación no han sido pocas y los encontramos con mucha frecuencia en los estudios etnográficos de casos concretos como los realizados en la región andina. En efecto, Enrique Mayer (2004), con mucha anterioridad a los trabajos de los autores mencionados, muestra que en la práctica recíproca intervienen con claridad factores pragmáticos de interés material, personal y colectivo a la vez. Los campesinos realizan el trueque de productos con sus vecinos «como una forma de acceder juntos a las fuentes de su sustento». Es decir por la satisfacción de una necesidad material a la vez que construir las condiciones de su seguridad alimentaria: algo que constituye una forma típica de bien común. Nos dice que “Los tangorinos prefieren el trueque a la compraventa, porque las reglas del trueque les permite tener un mayor control de la economía local» (pp. 37). El pragmatismo no excluye la generosidad y la empatía, los contiene y les da mayor sentido. El reconocimiento del BC, como la finalidad de una relación, permite construir un concepto más completo e integral de la reciprocidad, sin excluir, sino perfeccionar, su contenido de generosidad y empatía. La reciprocidad, en efecto, implica la generosidad, pero ésta va acompañada de un interés práctico: la obtención de beneficios tanto individuales (en el corto plazo) como el acceso a bienes comunes (en el largo plazo). 8 El campesino que intercambia bienes de uso se muestra generoso con su contraparte a la vez que hace entrega de los víveres o artefactos como herramientas para recibir otros a favor suyo. Ofrece regalos que representan a su persona, dan cuenta de su bondad a la vez que tiene la ocasión de apreciar la generosidad del otro. Pero la relación no termina allí. Al producirse el intercambio, ambas personas han ganado otro bien, un bien común que consiste en la seguridad de su economía y de su abastecimiento alimentario tanto en el momento como en el futuro. Es decir, una relación recíproca cabalmente entendida va mucho más lejos de la simple trasferencia cruzada de bienes entre personas. BIENES COMUNES: Seguridad alimentaria, confianza, saberes, autonomía, bienestar BIENES PRIVADOS: Productos, herramientas, habilidades BIENES PRIVADOS: Produtos, herramientas, habilidades TRUEQU Este tipo de relación busca un objetivo de mayor trascendencia tanto en el momento de realizarse como luego de ella, un objetivo de largo plazo, directamente vinculado a las condiciones de sostenibilidad de la existencia de los participantes, de su grupo, de la sociedad y las condiciones de su entorno. La generosidad que expresan los actores no está desprovista de propósitos prácticos y materiales, los contiene en dimensiones superiores pero también en la calidad de su significación: busca objetivos de mucho más elevado valor social. Es de este modo que debemos entender, en todo caso, la calidad humanista de la reciprocidad. Mito 4: «La reciprocidad implica oposición entre individuo y sociedad» Es muy difundida la idea de esta oposición que surge en una visión dicotómica entre individuo y sociedad, aspecto que lamentablemente no ha sido muy bien atendida en nuestra cultura. La dicotomía es aceptada de hecho, nadie discute su veracidad o falsedad. Los que sí están presentes son los partidarios de uno u otro extremo. Unos, los que defienden la primacía del individuo sobre la sociedad y otros los que dicen que el individuo depende de la sociedad. 9 Martin Buber (1967), filósofo austriaco-israelí niega esta oposición y dice que “el hecho fundamental de la existencia humana no es ni el individuo ni la colectividad en cuanto tales. Ambas son solo formidables abstracciones que existen solo en nuestra mente. El individuo es un hecho de la existencia en la medida en que entra en relaciones vivas con otros individuos; la colectividad es un hecho de la existencia en la medida en que se edifica con vivas unidades de relación» (pp. 146). Según este autor, la reciprocidad no viene de la sociedad hacia el individuo. Es éste, en relación con los otros, que la pone en práctica y produce la sociedad. La reciprocidad vive en «la esfera del entre». Es decir, lo que es una realidad observable son las relaciones que se dan entre las personas, la sociedad es resultado de ellas y existe sólo en la medida en que se producen tales relaciones. Por lo tanto, no hay tal oposición entre ambos como entidades independientes. La reciprocidad no perturba la acción individual, por el contrario la facilita y encarna su realización. Mito 5: «La reciprocidad recorta la libertad individual» Este es uno de los principales puntos que se usan para descalificar a la reciprocidad como una relación válida y rescatable. Dado que la libertad de las personas es un valor de indudable importancia no puede permitirse que sea restringida por norma social alguna. Lo cual, como vamos a ver, es una afirmación valedera, pero lo es sólo en la medida a que se aclare el problema acerca del tipo de libertad de la que hablamos. El psicólogo alemán Erich Fromm (1941) nos alcanza la salida a este impase haciendo la distinción de las dos formas opuestas de libertad. Señala que la libertad, tomada de manera simple, es un concepto ambivalente que imposibilita su entendimiento preciso: El concepto implica, por un lado, la libertad negativa que ubica al individuo en una posición contraria y defensiva frente a la sociedad; desde este punto de vista la persona es libre de la sociedad y procura alejarse y oponerse a ella. Pero, por otro lado, contiene también a la libertad positiva que coloca al individuo como parte indispensable de la sociedad. La persona aquí es libre para, o en favor de, la sociedad, la construye pero también se realiza ella en la sociedad). Resulta imprescindible revitalizar el ejercicio del derecho de los individuos a hacer uso de sus posibilidades de realización plena, no desligándose de su sociedad ni sobreponiéndose a ella, sino a través de la práctica de la reciprocidad con los demás, de su relacionalidad, como nos sugieren Bruni y Zamagni: “El fin último de la reciprocidad consiste, por un lado, en consolidar los nexos sociales (…) la confianza generalizada, sin la cual el mercado ni la sociedad pueden existir. Por otro lado, otorgar a todos los sujetos la posibilidad de cristalizar sus propios proyectos de vida y, por lo tanto, lograr la felicidad en el sentido aristotélico (…) lo cual requiere como condición el goce de la libertad como realización propia; esto es, de la libertad en el sentido positivo”(pp. 20) . La persona inclinada a la cooperación para construir amistad, confianza, fraternidad, organizaciones, instituciones, y bienestar en general hace uso de una libertad de tipo 10 superior y es más libre que aquella que busca el beneficio personal, rehúsa la participación o hace uso instrumental de la cooperación en su favor. Mito 6. «Los intercambios recíprocos se dan principalmente en el campo de la economía» La idea de la reciprocidad ha sido generalmente utilizada para referirse a las relaciones de intercambio de bienes económicos. Pero pocos la han usado como un concepto más amplio, pese a que Marcel Mauss, uno de los primeros antropólogos en referirse al tema dijo claramente que la reciprocidad es un “fenómeno total”. En efecto, las personas intercambiamos productos de necesidad material pero también objetos y dones de carácter intelectual, cultural, político, moral y espiritual. Por tanto la reciprocidad funciona en todos los campos de la vida social. La reciprocidad no es un hecho cultural subalterno, sino una forma específica de cooperación, mediante el cual las personas creamos y ponemos práctica los valores humanos, como lo señala Dominique Temple (2003). Los valores se aplican en todos los campos de actividad. Nos ayuda a mejorar nuestra interacción y participación otorgando un mayor significado al ejercicio de nuestros derechos y deberes como personas y ciudadanos, y actuar en lo económico, en lo social, en lo político y los demás espacios de nuestras relaciones. Se incluye en estos campos la relación entre el hombre y la naturaleza tratando de aplicar el mismo principio de la reciprocidad en busca del equilibrio de los aportes y beneficios de ambas partes. Se trata de aplicar aquí el cumplimiento de los principios de la sostenibilidad de los recursos naturales y la conservación de los ecosistemas. En suma, la reciprocidad constituye un concepto integral y complejo que engloba la totalidad de los aspectos de la vida y, por tanto, ofrece la posibilidad de un enfoque igualmente holístico de la gestión del desarrollo y el progreso humano. Mito 7. «Reciprocidad no es un patrón generalizable a todas la sociedades» Como ya dijimos, generalmente se piensa que la reciprocidad es propia únicamente de sociedades primigenias, agrícolas, campesinas o indígenas. Por tanto no es algo aplicable a otras sociedades o las sociedades de nuestros ni menos ahora que vivimos el fenómeno de la globalización. Los grandes iniciadores de los estudios antropológicos Bronislao Malinowski y Marcel Mauss, en 1923, tuvieron la impresión contraria. Malinowski «descubrió» y dio cuenta del fenómeno de la reciprocidad entre los nativos de las islas Trobriand, en la Polinesia, como una racionalidad distinta a la de la economía occidental. Pero hizo una importante indicación en el sentido de que esta racionalidad no era ajena ni opuesta a las relaciones de intercambio mercantil y monetario. Sobre la base de esa observación Mauss generaliza el «descubrimiento» y toma el hecho no como algo particular a aquellos pueblos sino como un patrón presente en toda las sociedades humanas. 11 Dominique Temple (2003) hace mención a estas afirmaciones en su libro sobre «Teoría de la Reciprocidad» (pp. 14, tomo I). No será nada sorprendente, como veremos luego, referirnos a la diversidad de casos que dan cuenta del uso de la reciprocidad en nuestras sociedades actuales no solo en aspectos restringidos, como a veces se piensa, sino en las esperas aún centrales de nuestras actividades económicas, políticas, sociales y de otros tipos. Mito 8: «La única forma de conducta racional es el cálculo del beneficio económico. La reciprocidad queda así fuera de la condición de conducta racional» Frente a este argumento propio de la teoría económica convencional, Bruni y Zamagni sostienen que la racionalidad humana no es única ni se agota en el cálculo del costo/beneficio. Para estos autores la capacidad racional del hombre es diversa. Nos hablan de “una racionalidad plural”. En ella caben otras formas de razón, entre ellas aquella de la búsqueda del beneficio común bajo los principios de la reciprocidad. Jeremy Rifkin (2011) enriquece este argumento de la presencia en el ser humano de una orientación racional distinta a la defendida por partidarios del homo economicus. En su lugar propone la presencia del homo empathicus. Afirma que existe «una conciencia creciente en el mundo actual de la idea que sostiene que somos una especie esencialmente empática, hecho que ha sido escasamente revelado y tiene una enorme trascendencia para nuestras sociedades actuales» (Cap. 2: La nueva imagen de la naturaleza humana). El afán del rescate de esta otra racionalidad tiene una historia más prolongada que su opuesta. Se enraíza en la antigua Grecia y fue posteriormente tratada en forma sistemática en la era del Renacimiento para, luego, a partir de entonces, ser dejada de lado por el surgimiento de la era Moderna que trajo consigo el paradigma hasta ahora dominante de la razón económica. Según Bruni y Zamagni (cap. 4), fue Antonio Genovesi, un sacerdote filósofo y primer economista italiano, quién a mediados de los años 1700, sobre la base de la filosofía humanista, rescata el concepto de la economía como “la ciencia de la buena convivencia social”, la misma que entiende a la actividad económica como una expresión de la vida en sociedad. Introduce con ello el concepto de “economía civil” cuyo conductor principal es la persona, antes que el Estado o algún agente que trate de conducir su destino lejos de sus propios criterios de bienestar compartido. Sobre este conjunto de consideraciones, ¿puede la reciprocidad ser entendida como la base más auténtica de la sociedad democrática? Los estudios revisados permiten alejarla de las ideas erróneas que la rodean e impiden su comprensión y el avance en su ejercicio. Su esclarecimiento revela los posibles criterios bajo los cuales podemos considerar que, en efecto, contiene las bases para la construcción de formas alternativas de pensar, de sentir y de vivir; para el impulso de otra economía y sociedad más prometedoras basadas en la participación y compromiso libres de las personas en favor del fortalecimiento de los lazos que unen a unos con otros. En 12 consecuencia este término permitiría lograr una idea más auténtica de lo que generalmente tenemos acerca de sistema de relaciones democráticas. Solo resta averiguar si estas bases, de ser válidas, tienen alguna expresión en la vida real, en nuestra historia y, como tal, alguna promesa para el futuro. V. ¿LAS DOS VÍAS DE AVANCE HACIA LA PRÁCTICA DE LA RECIPROCIDAD? ¿Es posible la práctica de la reciprocidad en nuestras sociedades actuales? Consideramos que existe un sinnúmero de experiencias prácticas y argumentos intelectuales que muestran esa posibilidad en positivo. Las experiencias que a continuación señalamos brevemente son aquellas que, a nuestro juicio, se aproximan, aún de manera parcial, a la práctica de la reciprocidad tal como la entendemos. Asumimos que tal aproximación puede ser discutible en cada caso; tal cosa, no obstante no anula el hecho de que en ellos se encuentre una forma aún aproximada que puede ser susceptible de perfeccionamiento. Las experiencias que enumeramos pueden ser clasificadas en dos grupos en razón de su relación con el sistema socioeconómico actualmente predominante: Unos son los que emergen desde fuera de tal sistema como un intento de constituir modalidades alternativas de relaciones socioeconómicas. Otros son aquellos intentos de cambio que surgen al interior de tal sistema, como una forma de acercamiento a la puesta en práctica de la racionalidad. El examen y comprensión del significado de ambas líneas de práctica constituye una tarea no desdeñable. Ofreceremos aquí solo una muestra, muy restringida por cierto, del gran número y diversidad de tales expresiones. Enumerar y describir al conjunto o solo aquellos más importantes sería muy extenso. 1. La vía externa: Emergencia de modos alternativos de vida, organizaciones productivas y redes sociales para su articulación. 13 a) La práctica de vínculos de tendencia equitativa de vida social y ambiental identificables en los pueblos indígenas, sociedades campesinas y sectores populares presentes en la generalidad de los países del mundo. Estas se expresan en modos específicos de organización social y económica bajo formas, unos de intercambios recíprocos simples (trueques interpersonales o en grupos, mercados étnicos localizados y a distancia) y, otros, de circuitos de relaciones de redistribución centralizados en instancias de diverso nivel (familias, ayllus, parcialidades, comunidades, pueblos, nacionalidades, barrios, juntas vecinales, etc.). En el caso particular de los pueblos originarios en Latinoamérica, estas prácticas han logrado ser proyectadas a la condición de una propuesta de políticas de alcance nacional, internacional y, aún global, bajo el concepto del “Buen Vivir”, el mismo que ha sido elevado a la categoría de carta nacional en los casos de Bolivia y Ecuador. b) La multitud de experiencias del sector de economías y formas solidarias de organización que tienen una tendencia hacia su crecimiento y expansión en la mayoría de los países. Estas son las empresas sociales de variado tipo, las cooperativas y el cooperativismo que constituyen un movimiento particular en sí, y la multitud de formas de organización semejante que adoptan diversas denominaciones. No son pocas las redes locales, regionales, nacionales e internacionales en las que estas organizaciones se vinculan con creciente intensidad a fin de buscar su fortalecimiento interno así como de su presencia en sus varios niveles de su entorno. Las economías y organizaciones solidarias están siendo materia de interés y preocupación creciente aún en los medios académicos a nivel mundial debido a su relevancia como expresiones prácticas de formas alternativas de vida social y de respuesta a los desafíos de la actualidad (http://www.economiasolidaria.org/). c) Centenares de organizaciones autosostenidas de producción y acción cultural y artística dedicadas al teatro, la música y la danza, las artes gráficas y plásticas que emergen en el Perú, en Latinoamérica y el mundo dedicados a la educación, la reflexión, rescate y construcción de identidades a la vez que de conciencia social y ambiental. Una de estas redes es la que integra a grupos y organizaciones articuladas en la red “Cultura Viva Comunitaria”. http://culturavivacomunitaria.org/cv/ d) Estos movimientos no son propios únicamente de los países del Tercer Mundo. 14 Surgen y se multiplican aún en los países desarrollados del Norte, tanto en Europa como en Norteamérica. Unos son por ejemplo los movimientos bajo el concepto de «Ciudades de transición» en el Reino Unido (ver el sitio web: www.transitiontowns.org), las «Ciudades tranquilas» y las «cooperativas sociales» en Italia y España. Son grupos de población principalmente urbanos en aumento que desarrollan estilos alternativos de vida en previsión de la crisis del petróleo, la aceleración estresante de los ritmos de vida y los problemas que siguen a la caída del viejo sistema estatal del bienestar. 2. La vía interna: ¿Avanza realmente el compromiso socio-ambiental de la empresa privada? El sector privado de la economía, al menos en una buena parte de sus sectores, no es ajeno a los afanes de práctica parcial o limitada de las relaciones de reciprocidad y búsqueda de los bienes comunes. Tiene segmentos y vías de avance, con variado grado de autenticidad y coherencia. Veamos algunos casos de esta posible tendencia: a) Un contingente importante de empresas que incorporan criterios de responsabilidad social corporativa y «Calidad Total» en sus sistemas de gestión. Adoptan la entrega de beneficios a favor de sus sectores de interés interno y externo. La organización ISO, estima que las empresas incluidas a nivel mundial en las últimas décadas bordea el 10% del total. b) No son pocos los casos de participación directa o indirecta de la empresa privada en acciones de la sociedad civil en la gestión conjunta de problemas generales o específicos en las que se convoca el compromiso de una diversidad de partes intervinientes incluyendo a las instancias de gobierno. Unos son referidos a acciones de desarrollo integral en espacios territoriales o espacios de administración determinados. Otros son referidos a problemas específicos como son la gestión del medio ambiente, la salud, la educación etc. El rol de la empresa privada tiende a una creciente y intervención en este tipo de instancias o mesas temáticas de concertación, aunque los criterios de autenticidad de tal intervención pueden ser materia de discusión. c) El movimiento de «comercio justo» Basado en actitudes y prácticas de solidaridad entre compradores y productores así como con la conservación del medio ambiente. La mayor parte de las empresas que trabajan bajo este concepto surgieron por iniciativa de personas y organizaciones con orientación distinta a aquella de la empresa economicista convencional y hondo compromiso con objetivos de defensa y fomento de los beneficios sociales y ecológicos. Este movimiento aglutina mediante lazos de cooperación tanto a los consumidores de los mercados en países de desarrollo como a los productores de las regiones y países proveedores. 15 d) Los movimientos de banca ética y la Economía del bien común en Holanda, España, Austria y otros países europeos, se caracterizan por impulsar un cambio de orientación al interior de las empresas privadas. Los primeros fomentan emprendimientos que impulsan el ahorro y el crédito con propósitos de beneficios socioambientales, dando así una intención distinta a la gestión financiera (http://www.bancaetica.es/). Los segundos buscan la inclinación de la empresa privada hacia los fines de bienestar común mediante la facilitación de los cambios de actitud y la conducción de sistemas de autoevaluación de su gestión interna (http://economia-del-biencomun.org/es). e) La emergencia del nuevo tipo de empresas denominadas “empresasB» orientadas a la producción “de beneficios amplios”. Surgen recientemente en los Estados Unidos y se difunde con relativa rapidez varias de sus jurisdicciones y así como en los países de Latinoamérica. Señalan que “se ocupan no solo por la salud de la empresa sino también por la de sus empleados, la comunidad y el medio ambiente; buscan convertirse en los líderes de una nueva forma de hacer empresa” (www.sistemab.org). El movimiento estima que luego de unos tres años de trabajo han logrado involucrar el surgimiento y la conversión de unas 1100 empresas que han sido certificadas como tales en los países de América del norte y del sur y han logrado ser materia de respaldo jurídico en la legislación de numeroso estados, así como el apoyo institucional y financiero de importantes organismos internacionales. f) El caso de mayores sugerencias corresponde a la emergencia y difusión a nivel mundial de la idea y la práctica del «valor compartido». Surge en gran parte por iniciativa de la propia empresa privada en respuesta a los desafíos de la crisis múltiple del 2008 y ha sido enunciada y difundida por los economistas Michael Porter y Mark Kamer (2011). ¿Se trata de una nueva forma de bien común? «Consiste en «crear valor económico de una manera que también cree valor para la sociedad al atender sus necesidades y desafíos». Se considera la existencia de un lazo común entre empresa y comunidad. Un negocio necesita de una comunidad próspera que le ofrezca servicios y facilidades. Esta, igualmente, necesita de negocios exitosos que ofrezcan oportunidades de creación de riqueza para sus ciudadanos. «Las empresas vinculan su éxito con el progreso social (…) Es una nueva forma de lograr el éxito y la eficiencia empresarial». 16 Un ejemplo típico de los pasos ideales en el proceso de creación del VC es el adoptado por algunas empresas ubicadas en el rubro de los productos naturistas: Las empresas otorgan a las comunidades nativas la condición de socias participantes en la empresa. Realizan acciones de beneficio económico, social y ambiental. Obtiene a cambio la provisión comercial permanente y selectiva de sus productos naturales (incrementan su rentabilidad). Transfieren anualmente parte de sus utilidades en forma de dividendos e inversiones en desarrollo local y regional. Las comunidades conducen empresas industriales que generan valor en su beneficio y el de su territorio en conjunto. Pero, ¿es cierta tanta belleza? Son varias las dudas que surgen. En efecto, la fidelidad y coherencia de este modelo en el terreno de la práctica es un aspecto aún a la espera de verificaciones y mediciones fehacientes, las mismas que, según expone el propio Michael Porter, están todavía en la fase inicial de su http://www.accionrse.cl/uploads/files/Midiendo Valor_Compartido%20WEB(1).pdf diseño y aplicación. Mientras tanto, solo puede afirmarse que se trata de un probable proceso de transición que, si bien no adquiere la suficiente nitidez, involucra a un conjunto numeroso de empresas de diverso tamaño que optan por su adopción. Este solo hecho constituye un indicador de la conciencia y aceptación por parte de la empresa privada de la necesidad urgente del cambio de actitud frente a los problemas actuales. El conjunto de experiencias mencionadas sugiere que las relaciones de reciprocidad destinadas, por propia definición, a la búsqueda de bienes comunes concretos, particulares en unos casos y más generales en otros, pueden adquirir realidad no únicamente como una intención voluntarista, idealista o utópica irrealizable, sino en la práctica efectiva de sectores importantes de sociedades en distintos contextos y latitudes del mundo, de manera histórica, pero también actual y con tendencias a expandirse y perfeccionarse en el futuro. Los casos descritos con brevedad nos ofrecen además la infinidad de formas y dimensiones que puede adoptar la práctica recíproca en sus varias vertientes de avance y en los diversos aspectos de la vida social. Se concretizan en modelos claros de la actividad económica, pero también lo hacen en el campo de la organización social, cultural para finalmente constituir el contenido de procesos de gestión social y política. En otras palabras, las relaciones de reciprocidad parecen constituir el centro mismo de la práctica de las formas democráticas de acción política. VI. ALGUNAS SUGERENCIAS Y DESAFÍOS Vemos que el mensaje de notables pensadores de ayer y de hoy así como las experiencias prácticas que mencionamos parece rescatar la veracidad y pertinencia de 17 la idea práctica de la construcción y acceso a los bienes comunes a través de las relaciones de reciprocidad. De ser así, estaríamos en condiciones de afirmar que tales argumentos y experiencias hacen justicia a los sueños de Elinor Ostrom y de muchos otros autores, actores, líderes y organizaciones que pugnan por su realización. La presunta «tragedia» de Hardin sería entonces desmentida no solo por la incoherencia de su expresión sino también por las posibilidades que parecen abrirse paso en favor de la recuperación de la vigencia y viabilidad del acceso efectivo a los bienes comunes, bajo condiciones específicas que hemos descrito. Es necesario, entonces, una mayor comprensión de tales posibilidades así como de los obstáculos y restricciones que no dejan de estar presentes en el camino. 1. ¿Se hace más explícita la conciencia de búsqueda del bien común? Varios autores resaltan las prácticas socioeconómicas de cooperación que se aproximan a la reciprocidad en nuestras actuales sociedades. Uno de ellos es David Halpern (2010) quién nos habla de ellas como «la riqueza escondida de las naciones» o “el sector de lucha permanente por el bienestar compartido», que está siendo materia de “descubrimiento” y realce con mayor nitidez en los años recientes. Otra es Hazel Henderson (2006) quién sostiene que estas formas de práctica económica y social «cubren más del 50% de la actividad de la población en cada uno de nuestros países. Para ella los afanes de búsqueda del acceso a los bienes comunes de carácter social y ambiental a partir de formas de comportamiento y organización distintos al modelo mercantil guiado por el afán de lucro, constituyen el sector que en realidad ofrece el sustento y las condiciones de realización aún de la economía basada en el libre mercado. La zona de acceso a los bienes privados no podría existir sin que tenga lugar la zona de acceso a los bienes por los mecanismos de cooperación propios de los “bienes comunes” o por aquellos de los bienes públicos. Bruni y Zamagni, entre otros, se refieren a este ámbito como el de la «economía civil», la misma que coincide con el denominado «tercer sector» en el que actúan no solo los esfuerzos endógenos propios de pueblos rurales y urbanos, sino también los promovidos por los sectores solidarios de la sociedad civil que realizan el «trabajo voluntario» desde los organismos no gubernamentales. Independientemente de la denominación que le asignemos, lo cierto es que existe una creciente conciencia acerca de la presencia, al menos relativa o parcialmente configurada en nuestras sociedades, de una formación económica alternativa a la economía y sociedad predominantes. Las características precisas del significado de esa formación pueden ser materia de controversia, pero no podemos negarlas de manera definitiva de su aspiración a esa posibilidad. 2. La disyuntiva entre cooperación instrumental y auténtica en el seno de la economía y sociedad civil. 18 El hecho de que más del 50% de la economía de las naciones se lleva a cabo bajo el afán por el acceso a los bienes comunes, no significa que ellas adoptan siempre las relaciones precisas de reciprocidad. Probablemente lo hacen de manera parcial y limitada. Lo que en realidad ocurre es que se trata de relaciones que se asemejan a los vínculos recíprocos pero no logra su objetivo de manera efectiva. Nos explicamos: ese gran sector de relaciones en procura de los bienes comunes, se hace realidad no precisamente de manera siempre auténtica; en su lugar incorpora formas de cooperación parcial o instrumental, haciendo uso de mecanismos distorsionados en favor de intereses de ganancia individual sea al interior o fuera de las propias organizaciones. Estas tendencias instrumentales se manifiestan igualmente en las formas de cooperación expresadas en la filantropía y los sistemas de ayuda asistencial o unilateralmente solidarias tales como las donaciones o las formas clientelistas de distribución de beneficios. Sin negar totalmente la presencia, aunque restringida, de formas genuinas de reciprocidad, podemos afirmar que, dadas las condiciones de escasa distinción de las formas de cooperación, buena parte de tales relaciones que se da en aquella “economía civil” consiste en formas de cooperación instrumental, lo cual restringe las posibilidad de acceso amplio a los bienes e impide que estos sean tomados como realmente bienes comunes. En su lugar sucede con frecuencia el hecho de la apropiación o privatización de los mismos. De este modo, la llamada “economía civil” o “economía alternativa” ubicada en lo que sería el “tercer sector” afronta el problema de la limitada integridad y efectividad de las formas de cooperación con las que opera. En unos casos puede reclamar con justeza el derecho de ser relaciones genuinas de reciprocidad y como tales permiten que sus integrantes accedan de forma efectiva a los bienes comunes que persiguen. Pero en otros, tal posibilidad es sólo una aspiración o un pretexto para propósitos distintos. Es claro entonces que estamos en el terreno de la necesidad de encontrar el modo de transitar de la cooperación instrumental a aquella más auténtica si queremos avanzar hacia la mayor amplitud y justeza de esta última. 3. Las condiciones para el avance más orientado a la cooperación auténtica Obviamente hay grados diversos de cercanía o alejamiento en cada una de las experiencias enumeradas con respecto a las formas deseables de cooperación más genuina. En la vía externa, hay el riesgo de que los casos mencionados sean orientados hacia prácticas de ganancia competitiva de unos frente a la asunción de roles pasivos, asistenciales por parte de otros, los que tienden a perpetuar la desigualdad y la pobreza, restando así su proyección hacia formas de progreso más autónomo. En la vía interna, las varias acciones vigentes y, aún el del valor compartido, como el más avanzado, pueden caer en la filantropía de las donaciones impresionantes o las estrategias de ataque parcial en unos aspectos en desmedro de otros de igual importancia. 19 Bajo estas condiciones los beneficios parciales resultan perfectamente funcionales al rol hegemónico de los sectores con mayor poder de decisión. En ambos casos están igualmente presentes las posibilidades de las diversas formas de asistencialismo y autoritarismo contrarias a las prácticas libres y democráticas de cooperación. Frente a este panorama la idea de las relaciones de reciprocidad ofrece un elemento conceptual claramente distinto del que se hace uso en la cooperación instrumental. Al hacerlo se convierte en un instrumento capaz de deslindar la diferencia entre una y otra. Aspecto que tiene relevancia crucial para la facilitación de los procesos de gestión en el desempeño de las organizaciones. La distinción de las formas de cooperación y el establecimiento de su carácter de auténtica mediante el uso del concepto de reciprocidad, tiene la virtud de llenar un vacío generalmente presente en nuestras formas de pensar caracterizadas por la ambigüedad y generalidad de los términos que son fuente frecuente de confusión. Afrontar el desafío de la autenticidad de las prácticas de cooperación implica asumir de manera consistente el tema de la gestión de los bienes comunes mediante acciones y estrategias coherentes. Ello trae consigo, como factor esencial a considerar, la participación protagónica de la persona humana y, con ella, el reconocimiento de los deberes y derechos ciudadanos así como de la sociedad civil como el ámbito alternativo para la toma de decisiones frente a los poderes privados y estatales. El protagonismo ciudadano, no obstante, requiere de la acción convergente en su favor de estas dos instancias de poder. Se plantea así la necesidad de la práctica de cooperación recíproca entre ciudadanos, empresas privadas y autoridades estatales como actores distintos pero articulados en un propósito compartido: el bien común de la sociedad en general. VII. CONCLUSIONES Es posible constatar que la reciprocidad no es ajena a las prácticas de cooperación en nuestras sociedades actuales y por tanto, tampoco lo es a las posibilidades de su contribución a la solución de los problemas que nos aquejan. Igual, podemos acrecentar nuestra conciencia acerca de los bienes comunes que a diario procuramos, unas veces con suerte y muchas otras sin ella, a costa de duras pugnas y contiendas frente a rivales tanto nuestros como ajenos. Su cabal comprensión tiene la potencialidad de contribuir a su mayor valoración y mejor orientación de la gran diversidad de esfuerzos prácticos e intelectuales en busca del perfeccionamiento de los sistemas de gestión y logro de las aspiraciones en cada ámbito local o circunstancia específica así como frente a los problemas mayores del desarrollo humano y la sobrevivencia de la especie. La tendencia expansiva de las formas de cooperación, las que en su mayoría presentan rasgo cercanos a su autenticidad constituye probablemente una manifestación de respuesta a las limitaciones del sistema imperante para hacer frente a los problemas de exclusión social y crisis múltiple ocasionados por su propio auge. 20 De ser así, sería posible afirmar que estamos frente a tendencias orientadas a la búsqueda de formas alternativas de progreso social y ambiental en medio de aquellas que impulsan sólo el crecimiento económico. En este marco, esperamos, sea oportuno y de utilidad el esclarecimiento que intentamos acerca de la importancia de tomar en cuenta los bienes comunes y la reciprocidad como elementos fundamentales en los procesos de nuestra práctica democrática y búsqueda de formas alternativas de convivencia. La reciprocidad, por las razones expuestas, es un tipo de relaciones humanas que adquiere una importancia mayor de la que generalmente se le otorga. Posee un conjunto de atributos que juegan un rol central en los procesos de construcción y sostenimiento de las relaciones sociales en general y de nuestras organizaciones políticas y económicas. Es un componente indispensable e intrínseco de los procesos de acceso y mantención a los bienes de manera compartida y, con ellos de los mecanismos de sustento de la armonía social y la solución de los conflictos. No es un hecho que se limita a los intercambios económicos y por tanto de solución de los problemas de sostenimiento material, sino un sistema de relaciones de utilidad valiosa para el perfeccionamiento de los procesos de gestión social que ayudan a garantizar el logro de acuerdos y contratos así su mantención en el tiempo. La reciprocidad es un tipo de relaciones que se encuentra en la base misma de todo tipo de gestión democrática basada en valores. Como tal tiene la virtud y la posibilidad de ser entendida como una relación, por un lado, ideal o utópica, que sirve de orientación de los actores en la búsqueda de sus aspiraciones sociales, pero, por otro, un modelo de tipo práctico con posibilidades de demostración de sus bondades en circunstancias verificables en diversas circunstancias de la vida real. Los casos expuestos como muestras de su pretendida práctica, dejan pendiente la verificación de su autenticidad, en cada caso particular, al mismo tiempo abren las puertas a las demandas de su perfeccionamiento a fin de elevar la calidad de su desempeño. Este perfeccionamiento constituye el objetivo o finalidad central de las demandas de reivindicación que la persona humana enarbola tanto en la época actual como lo hizo siempre en su devenir histórico. Uno de los problemas esenciales del sistema democrático consiste en la apertura excesivamente amplia de la conducta humana hacia formas de cooperación imprecisa y encubierta en sus contenidos y orientación. Ello se expresa en la ambigüedad en la definición de los grandes valores como la libertad de la persona frente a sus vínculos sociales indispensables, pero juegan también de manera negativa los malentendidos, la omisión o el oscurecimiento de conceptos indispensables como son aquellos a los que aquí nos hemos referido. Poner en relieve las formas más precisas de su entendimiento y proyección puede ser de utilidad a fin de generar actitudes y emprender acciones más positivas y, por ello quizás más efectivas para hacer frente de a las grandes exigencias de nuestro tiempo. 21 Lima, Octubre, 2014. Favor enviar comentarios a: [email protected]. 22 BIBLIOGRAFÍA 1. Bruni, Luigi y Zamagni, Stefano (2007), Civil Economy, Efficency, Equity, Public Happiness. Peter Lang, Alemania. 2. Bruyn, Severyn T. (2013) A Civil Economy, University of Michigam, EE.UU. 3. Fromm, Erich (1985). El Miedo a la Libertad. Origen Planeta, México. 4. Campillo, Antonio (s/f). Oikos y polis: Aristóteles, Polanyi y la Economía política liberal. Universidad de Murcia (página 32). htp://es.scribd.com/doc/142777951/Campillo-Oikos-y-Polis-Aristo%CC% 81teles-Polanyi-y-la-economi%CC%81a-poli%CC%81tica-liberal-pdf. 5. Gudeman, Stephen (2001). The Antrhopology of economy, community, market and culture, Malden Mass, Blackwell. 6. 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