LA “FENOMENOLOGÍA DEL ESPÍRITU”, AGOTADA Dr. Gabriel Aizpuru Valencia, 3 de octubre de 2008 ¿Qué ha pasado en este país? ¿Cómo es posible que una edición de la Fenomenología del espíritu (FE) que triplica la anterior de W. Roces, se “agote” sin apenas propaganda, con sólo algunas reseñas dignas, sin ninguna polémica de interés? ¿Quién o quiénes la han “agotado“ antes de la campaña de Navidad y de Reyes? ¿Las vacaciones veraniegas? ¿La FE en la playa, llena de arena y el olor del mar? En una mano la toalla y en la otra la FE, luego la tumbona y a pelear con el texto. Eso es lo que muchos quisieran. Veamos. La FE estaba ya propiamente superada y agotada desde el mismo momento en que apareció por primera vez en español, con las páginas en blanco del que no entendía nada, con las páginas en negro del que ya se la sabía, con las páginas en rojo, que, como un espejo, reflejaban el rostro del que inocentemente pretendía entender algo; pues para lo que el libro principalmente estaba era para que la “comunidad de trabajo” convertida en “comunidad de plegaria” levantase el corazón, musitando latines que no entendía, hasta que con el fin de la “sociedad del trabajo” también la “comunidad de plegaria” se cansó de rezar. Entre los entendidos, la cosa además estaba clara; era un libro ya superado por Marx que introducía la dialéctica como un método revolucionario. Otros se fueron a la acera de enfrente y se llamaron “analíticos“ por contraposición a los “dialécticos“: blancos contra negros, e iniciaron una polémica en la que “agotaron” el vacío, pues lo normal era decir: “Es que no lo has entendido”. El “no entender” adquirió estatus político y lo que empezaba por el no entender de unos acababa por el no entender de otros, y viceversa. Es decir, unos se dedicaron a la lógica y la metodología de la ciencia. Otros se perdían en las interpretaciones y metaintepretaciones, Kaufmann, Hyppolitte, Kojève, Findley o una FE kantiana, marxista, incluso lógica (Zeleny); hasta El Capital se formalizó a lo Sneed. Unos apostando por el sistema, otros por el método. Pero en definitiva, por ambos lados y por las distintas modalidades de ambos lados un “agotamiento” de cerebros por nada, ya que la FE, la pobre, no tenía ninguna culpa. Mientras los unos se empantanaron en un baile de interpretaciones sin fin hasta que éstas se agotaron e incluso se “descatalogaron” en las editoriales, los otros se dedicaron a la publicación de libros de lógica cuando ya el logicismo había pasado a ser un capítulo de la historia. La filosofía del lenguaje se enredó en tales problemas que acabó en una especie de escolástica. La metodología de la ciencia se tuvo que enfrentar a los historiadores de la ciencia que le dijeron que la ciencia real nada tenía que ver con aquellos métodos. 1 Por otro lado, la Escuela de Frankfurt vio primero un mundo incendiado (crisis y guerra) cuyas brasas se convirtieron en estatuas de hielo cosificadas (“mundo administrado”), y Habermas, para enterarse del mundo de posguerra, intentó durante cierto tiempo reconstruir el marxismo sin éxito, hasta que asimiló la filosofía analítica, intentando traducir el lenguaje del idealismo alemán al de ella y al del pragmatismo americano. Pero aunque estudió los primeros escritos de Hegel, descalificó la FE y la Ciencia de la Lógica. Descalificó la FE sencillamente porque Marx ya la había superado y ¿a cuento de qué una detallada crítica de la crítica de Marx al “saber absoluto” o la “Filosofía del derecho”? Más tarde en Facticidad y validez viene a reconocer que no puede dar alcance a la “Filosofía del derecho” hegeliana: tendría que reorientar toda su obra. No intento hacer una película de buenos y malos, sino pintar con brocha gorda por qué en el contexto de unas referencias cada vez más desvaídas a Hegel, se produjo, sin embargo, una exaltación de Kant en el centenario de las Críticas: los dos bandos (analíticos y dialécticos) retrocedieron a Kant (porque el trasfondo “ideológico” y “político” había cambiado) y dejaron de lado a Hegel de nuevo. Y entonces la filosofía, tras la caída de las catedrales, pasó a convertirse en pequeños monasterios de funcionarios feligreses que tocaban las campanas del fin de la historia, de la postmodernidad, de la deconstrucción, de la defensa de causas perdidas: resurrecciones del pasado. Quedaron en primer plano un Heidegger ininteligible dispersado en una multitud de traductores (la referencia a Ser y Tiempo era imposible en la impenetrable traducción de J. Gaos), lo que se llamó el pensiero debole y un postmodernismo cada vez más anoréxico. Y también esta nueva tanda de disputas, de discusiones, de polémicas se “agotó”, sobre todo cuando se contó con una digna traducción de Habermas (y no es casualidad que el traductor fuese el mismo que el de la FE y el de Ser y tiempo) Era el momento. ¿Por qué no pasar a leer ya de una vez a Hegel? Quizá porque nada más caótico que una bibliografía de las traducciones de Hegel: un trozo de libro por aquí, otro por allí, unas páginas sueltas con nombre falso, etc. Y de repente aparece en Pre-textos la traducción de Jiménez Redondo. Esta vez sí que íbamos a “agotarnos”: el volumen del libro asusta, amenaza, pero no es una amenaza física, sino mental. Ya la Introducción de Jiménez Redondo descoloca las posiciones y preconcepciones de la FE. Teníamos que retornar a un Aristóteles normalmente mal interpretado, y además ponernos a jugar con Platón, con el Platón aparentemente más seco: el del Parménides, el Teeteto, El Sofista, el Filebo. Y enseguida nos dimos cuenta de que ese “agotamiento” divertía, de que las sugerencias aparecían por todas partes y brotaban de todos lados. Por ejemplo, el 2 Kant de la Analítica no quedaba completo más que con la Dialéctica. Spinoza, Leibniz y el terrible Jacobi nos aparecían expuestos en lo mejor de ellos. Schelling y Fichte se perdían en el principio, Hegel ya había escrito sobre ellos, y en la Ciencia de la Lógica nos aparecerá todo eso aún más claro. Y por lo visto, ésas fueron las cosas que empezaron a contarse unos lectores a otros, sobre todo cuando comprobaron que ya en la lectura del texto de Hegel, comprendían por sí mismos, y algunos se dijeron: “¡Atiza, pero si se entiende...!”. Supongo que fue entonces cuando los lectores que habían estado en la sombra sonrojados por su ignorancia y resignados a no entender nada en la traducción de Roces, acudieron a las luces de la librerías para que otra traducción les hiciera visible lo que sus profesores de uno y otro bando les habían dejado, en el mejor de los casos, como un misterio del que ellos aparecían con el gesto de disponer una clave que a los alumnos les resultaba inaccesible. Esa historia ya se ha terminado. El alumno, o el estudioso de la filosofía, tienen hoy abierta la comprensión del texto. Un texto que en los tres primeros capítulos arroja una escalera al sentido común y le explica cómo ascender desde la sensación y la percepción a la fuerza y el entendimiento. En el capítulo cuarto la autoconciencia en busca de reconocimiento y a la búsqueda de reconciliación culmina en la “conciencia desgraciada” tras el paso por el helenismo, y esa figura de la “conciencia desgraciada”, en formas a veces inverosímiles, irá reapareciendo a lo largo de toda la FE en la búsqueda de ese hombre-Dios que ha dejado vacío el sepulcro, tenso vaivén entre lo finito y lo infinito. En el capítulo quinto la razón, tras la defensa del idealismo, tomará ya el camino de las ciencias o el de la práctica, en el sorprendente maridaje que la FE establece entre investigación neurofisiológica y conciencia fáustica Y es en el capítulo sexto, el Espíritu, cuando la FE es ya la FE. Las notas de Jiménez Redondo le permiten al lector salir estando dentro. Es decir, no perderse en la compleja trama de remisiones hacia atrás y hacia delante, y expandir el texto en todo su alcance. Introduce a S. Juan de la Cruz y Beckett: sí, la negatividad de antes y de ahora. El chispeante lenguaje de Diderot. Goethe con el Fausto y el alma bella del Meister. El ritmo de la lectura se acelera, pero el lector tiene señaladas las paradas con epígrafes que le avisan de dónde se encuentra, de que debe detenerse y meditar lo leído. Leemos cómo el Kant moralista queda hecho trizas, como si Hegel hiciera con él un puzzle en el que las piezas no encajan o que son de otro puzzle. Asistimos a la aparición del Estado de derecho y a la trifulca de la Ilustración en torno a Dios: el que cree no cree y el que no sí. El lenguaje desgarrado de nobles y burgueses, sus ironías, su no estar nunca donde debieran de estar, los cambios de papeles. El terror y la revolución, el precio de una cabeza cortada. El variopinto, enigmático, abrumador e inmenso torrente de la modernidad imponiéndosenos como un destino. Historia y presente conceptualmente penetrados, y entendidos. 3 El lenguaje de Hegel varía con cada registro; no es, como se ha creído, una apisonadora que lo uniformiza todo. Por el contrario, cada escena, cada capítulo, cuenta con su lenguaje propio. El traductor ha de contar no sólo con un alemán de diccionario o filosófico, sino además con un castellano rico y fluido capaz de absorber aquél; ésa es también una de las causas de que la FE se haya “agotado”. No era el “tocho” aquel que nos decía: “¡No me abráis; vuestra mente no aguantará ni una línea y se desparramará ‘agotada’ como tantas otras entre las tapas!”. Ahora el lector puede contar a su compañero una frase brillante y llena de contenido fácilmente comprensible, puede formularle un problema de discusión ya sea de ciencias o de letras (distinción que no tiene sentido alguno en Hegel), etc. En el “agotado” desierto de la filosofía de este país se ha “agotado” la primera edición de la FE, lo cual nos tiene que llenar de alegría porque eso quiere decir que hay circuitos de jóvenes sin prejuicios dispuestos a pensar, que hay como una red que los relaciona por aquí y por allí en una tarea común, que no les impresiona eso de beberse el mar, que están en condiciones de emerger transformando el desierto en un jardín, que están lanzados sin complejos al futuro, con mentes abiertas y ligeras donde no “pesa” lo que no tiene peso y, en consecuencia, pueden “agotar” un libro cuya comprensión supone años, pero que se puede leer de un tirón señalando los lugares sobre los que volver y que les remitirán a otros (que el traductor ha tenido el detalle de señalar). En el colmo de la desesperación de los “progres”, Jiménez Redondo nos dice en su Introducción que estamos también ante un libro de teología, y hasta cita a teólogos y tradiciones cabalísticas: ¡¿pero cómo no lo iba a ser, si al final en los capítulos séptimo y octavo llegamos al saber absoluto tras la muerte de Dios?! ¿Qué de extraño que le parezca así a Jiménez Redondo? Pero ¡si Dios ha introducido el mal en el mundo!, como nos dice la Cábala judía y Schelling: como Dios era el todo, hubo de encogerse (y meterse en sí: in sich) para dejar sitio y crear el mundo, pero al ser el bien, el mundo le salió mal porque lo de “afuera” quedó desamparado. Nada de Hölderlin o Schiller, sino Nada hambrienta de ser, Ser hambriento de nada (Böhme). Nada de la nostalgia por los dioses muertos en el Partenón. Nada de falsas ilusiones. La negatividad acaba con todo en un bullir que la energeia lanza en un laberinto de referencias y conexiones que Jiménez Redondo nos señala constantemente. La “reconciliación” que los marxistas encontraron en el capítulo cuarto (El amo y el esclavo) queda diferida hasta el final; tal vez, exhaustos y “agotados” por la fuerza y el entendimiento, creían poder transitar sin más al “saber absoluto” y aún no habían empezado la lectura. Nada hay que escape a la FE, lo atraviesa todo; por eso, la primera edición se ha “agotado”. Cuando se compra un libro como la FE, se lleva uno a casa la librería entera para emprender un peregrinaje con el que rellenarla. Hasta ahora lo que ha sobrado era precisamente eso: los intentos ya académicos, ya revolucionarios, de 4 encuadrar, de calificar, de cualificar, de encasillar la FE en alguno de los tópicos que presiden las clasificaciones. Era necesario que alguien como Jiménez Redondo tomara la iniciativa, que hiciera posible despejar el camino que nos lleva a su comprensión, que no quedara “agotado” por la inmensa tarea que había que realizar. Pues una vez despejado el camino era necesario explicar la trama del texto, las referencias, ser como el traducido o que la traducción fuera el propio texto de Hegel. Hegel no era sólo un erudito o un especulador. Todo lo que leía tenía que poder insertarse en el plexo de relaciones y en el proceso que lo había configurado. Y lo más importante es que ese plexo debe ser pensado hasta el fin y eso supone abandonar lo dicho y sabido ya por todos. Ahora, es evidente que nos “agotaremos”, pero ninguna página será ya el espejo del que hablé al principio: la que nos devuelve un rostro congestionado, sino atento, que pasa las hojas de aquí a allí, que se adentra en las olas de un mar embravecido, pero sobre el que puede navegar y sonreír. El que no se divierta pensando o al que no le broten lágrimas cuando el pensamiento ha ensombrecido su estado de ánimo, no puede entender la filosofía. La frialdad del pensamiento destella colores con el entusiasmo platónico y la curiosidad aristotélica. Con la vuelta de Hegel, a la que esta FE “agotada” ha hecho en español la mejor contribución que se podía hacer, el turbio siglo que empieza se nos aclara; los “agotados”, porque estaban en otra parte, se han hundido en los pantanos que ellos mismos se hicieron. Es el momento de atenerse de la mano de Hegel a uno de los principios hegelianos más repetidos: “seguir la lógica de la cosa misma” por todos los rincones. Es evidente que la próxima edición tampoco tardará en “agotarse”. Entonces, tal vez, ya nos encontremos también en condiciones de tener una idea más completa de Hegel que nos permita disolver muchos de los tópicos que ocultan su obra (en especial la “Filosofía del derecho”). Nuestros pensamientos se habrán aligerado, buscando lo nuevo en los escombros y en la megaarquitectura, habremos descubierto nuevos senderos que, como decía Borges, bifurcándose, acercan lo lejano y alejan lo cercano (y no me refiero al aura de W. Benjamin sino al paseante Baudelaire y a Poe), sin tener que no esperar para poder esperar, sin tener que pensar lo completamente otro que lo que hay para ver lo que hay. Ni derecha, ni izquierda ni ortodoxia hegelianas, sino compañeros de Hegel en los nuevos tiempos, con la cabeza clara y la mirada inquieta hacia atrás y hacia delante, ya con las ciencias, ya con la filosofía. Hegel (hablando de Leibniz en la Ciencia de la Lógica) añoraba aquellos tiempos en los que en las cortes monárquicas se discutía de matemáticas y principios de filosofía: ¿por qué no derramar el pensamiento por las calles, en las esquinas, en 5 los campos, en las instituciones? Todos necesitan una FE, ya la tienen. Lo difícil viene ahora: ¿estaremos a su altura? Nuestros tiempos se han definido con los calificativos más negativos: tiempos sombríos, indigentes, de penuria, ya desde Adorno a Heidegger. Hay una antología en la que se recogen todas estas imágenes que compiten entre sí en la descripción del mal: ¿eso es todo? No, el todo y su proceso ha de ser pensado de nuevo, pues lo nuevo se gesta en ese “agotamiento" del pensar, en el “aburrimiento”. Hegel se “aburría” enseguida, sobre todo de las antinomias de Kant: lo finito aquí y lo infinito allí, y ahora a esperar que converjan en un tiempo infinito. Nada de eso. Esas cosas pasaban a los que se cobijaron en un paraíso (en un zoo insiste la traducción de Jiménez Redondo) que quedó atrás o que pretende aún configurar el horizonte al que nos dirigimos: ¡vana piedad edificante! Nada de eso; hemos de abandonarnos a la “lógica de la cosa” que está aquí esperando que la pensemos. Este agotador despejamiento es lo que nos plantea una nueva FE, pues no puede haber una vieja sin contradicción. La FE, y en general la obra de Hegel, no puede dejarnos quietos, sino que es un desafío a estar atentos a lo real, a su conceptualización, al ejercicio de nuestra “libertad absoluta”, a abandonar el yo fijo, a ser el no-ser, a flotar en los abismos analizando la realidad desde aquí hasta allí, y desde allí hasta aquí, que ya no está aquí, porque el mundo se nos ha puesto del revés dos veces y con ello el círculo ha cumplido su misión: llevarnos donde estábamos; sólo que ni el mundo ni nosotros somos ya lo que éramos y como este ahora ya no es, nada he dicho, o nada he dicho que pueda quedar donde lo he puesto. 6
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