«Al vencedor yo lo haré columna en el templo de mi Dios y nunca más saldrá de allí» (3.12). A Laodicea: «Al vencedor le concederé que se siente conmigo en mi trono, así como yo he vencido y me he sentado con mi Padre en su trono» (3.21). Jesús entiende que no todos vencerán. Pero a los vencedores él les ha preparado regalos preciosos. Sin embargo, en cada una de esas iglesias se presentaban batallas tremendas: En Efeso estaba el conformismo; en Esmirna una tribulación venida de Satanás; en Pérgamo, la alcahuetería doctrinal; en Tiatira, la alcahuetería moral; en Sardis, la frialdad espiritual; en Filadelfia, la desmotivación; en Laodicea, la mediocridad. Todas esas eran las batallas de los cristianos, y siguen siendo las mismas batallas nuestras hoy. Al único que hay que considerar Finalmente vamos al verso 3: «Así, pues, consideren a aquel que perseveró frente a tanta oposición por parte de los pecadores, para que no se cansen ni pierdan el ánimo». El verso dice que Jesús corrió la misma carrera que corremos nosotros. Dice que si en alguien debemos poner nuestra confianza es en Jesús. Dice que Jesús tuvo también oposición en su carrera. Este versículo nos habla de los dos grandes enemigos del atleta. El primer enemigo es el cansancio. Si un atleta se cansa, muy difícilmente conquistará la meta. El segundo enemigo del atleta es el desánimo. Si al correr, el atleta cae, y eso lo desanima, por mejor condición física que tenga, seguramente no llegará a la meta. Nuestra fe es confiar en la integridad del que prometió nunca dejarnos, ni abandonarnos. Él nunca nos dará la espalda cuando otros lo hagan. Él nunca dejará de comprendernos, cuando otros no nos entiendan. Él nunca dejará de ser fiel, cuando otros nos señalen o nos den la traicionen. Él nunca dejará de perdonarnos, aunque otros no nos excusen. Pero debemos derrotar a nuestros verdaderos enemigos: el cansancio y el desánimo. Utilicemos las cuatro motivaciones que Dios nos da: persevera, recuerda que otros ya lo han logrado, despójate del todo peso de pecado, y mantén la mirada sólo en Jesús. ¡Y seremos vencedores! Rolando Soto M. Ministerio Esperanza Viva Centro Cristiano Internacional – 2009 La Iglesia en tu Casa Serie: Preguntas para crecer ¿CÓMO LLEGAR A LA META? META Lectura inspiracional: Hebreos 12. 1-3 1 Sara es una niña de diez años, y nació sin un músculo de uno de sus pies, por lo cual usa un aparato todo el tiempo. Cuenta su padre que un hermoso día de primavera llegó de la escuela y la niña le dijo que había competido en las carreras en los eventos competitivos de la escuela. Debido al soporte de su pierna el padre pensó rápidamente en algo que decirle para darle valor y animar a hija. Pensó en cosas que podría decir acerca de no dejar que esto la desanimara. Pero antes de que el padre pudiera decir de algo, ella dijo: "Papi gané dos de las carreras". ¡No podía creerlo! Y después dijo "Tuve ventaja" ¡Ah, lo sabia! – pensó para sus adentros el padre, suponiendo que debieron haberla dejado correr a la cabeza primero que los demás. Pero una vez más antes a de que él pudiera decir una palabra, ella dijo: "Papi no me dejaron correr primero que los demás. Mi ventaja fue tener que tratar más fuerte que los demás". La vida cristiana es como una carrera. Nuestra meta a conquistar es Cristo, y ello merece todo nuestro esfuerzo. El autor de este libro a los Hebreos, compara la vida cristiana como la carrera de un atleta en el estadio. Para el atleta la carrera nunca estará atrás, sino adelante. Para el atleta la carrera nunca estará completa hasta llegar a la meta. m Cada paso que da es un triunfo que lo acerca a la victoria. El verso 1 habla de «la carrera que está por delante». Lo importante de la vida cristiana es lo que viene, más que lo que ya pasó. Por eso Pablo, en Filipenses 3. 13,14, hablando de su vida en Cristo, Señalaba que «una una cosa hago: olvidando lo que queda atrás y esforzándome por alcanzar lo que está adelante, sigo avanzando hacia la meta...». Las glorias y los traumas pasados pueden ser nada más que lecciones, pero no podemos vivir de ellos. Lo mejor está por venir. Para poder correr esta carrera es necesario que el corredor, el cristiano, tome en cuenta cuatro motivaciones esenciales. Hacer uso de la perseverancia Note lo que dice el verso 1, al final dice: «corramos corramos con paciencia la carrera carre que tenemos por delante». Otras versiones traducen: «corramos « con perseverancia».. Sin la perseverancia es imposible lograr cambios y alcanzar metas en la vida. Igual sucede en nuestra vivencia cristiana, necesitamos perseverar si queremos triunfar. En Costa Rica se realiza el 31 de diciembre la maratónica llamada San Silvestre, en la que participan más de tres mil corredores y sólo uno se lleva el primer lugar. Lo bueno es que muchos llegan a la meta; lo triste es que muchos otros se quedan en el camino, en muchos casos por falta de perseverancia. Reconocer que tú también puedes Antes de señalar las primeras frases del verso 1 del capítulo 12, el autor nos ha dado un listado de hombres y mujeres que ya corrieron esta carrera y vencieron. Nos habla de Abel, Enoc, Noé, Abraham y Sara, Isaac, Jacob, José, Moisés, David, Samuel, y muchos otros. Todos ellos están ahora en la gradería del estadio viéndonos correr. Gritan y animan con sus voces para que perseveremos. Ellos son testigos de que sí se puede. Ellos tuvieron fe. Todos ellos eran como nosotros. Todos ellos vencieron Si ellos pudieron, nosotros también podemos vencer. Dios nunca prometió que no tendríamos dificultades. Él prometió estar con nosotros siempre (Salmo 91.15; Mateo 28.20). Despojarse del lastre La tercera motivación está en el verso 1 cuando dice cómo debemos correr esta carrera: «despojándonos del lastre que nos estorba». La Biblia dice claramente que todos pecamos. No hay justo, ni aún uno. El que dice que no peca, hace que Dios parezca mentiroso. Dios considera que sí pecamos. Él lo sabe mejor que usted y que yo. (Santiago 3.2; 1 Juan 1.10). El pecado es al hombre, lo que peso extra es al atleta. Por eso los atletas corren con la menor ropa posible y la tela más liviana. El peso les retarda en la carrera, les agota, y les hace cometer errores. Igual sucede con el pecado. Cuando un cristiano cae, por más que alegue que otro lo ha obstaculizado, lo cierto es que cada uno es responsable de sumar a su vida actitudes y decisiones erradas. Se cuenta de dos monjes que andaban en peregrinación. Cierta vez llegaron a la orilla de un río. Allí estaba una joven vestida con elegancia. Ella debía cruzar el río, pero no sabía cómo hacerlo debido a que el río estaba crecido y no quería arruinar su vestido. Sin pensarlo dos veces, uno de los monjes la cargó sobre su espalda, cruzó el río y la dejó a la otra orilla. Luego, ambos monjes prosiguieron su camino. Pero, una hora después, el otro monje comenzó a lamentarse. Alegó que no estaba bien lo que su compañero había hecho, ya que para ellos no era correcto tener contacto cercano con una mujer. “¿Cómo pudiste ir en contra de las reglas de los monjes?” –alegó. El monje que había cargado a la joven, siguió caminando en silencio, hasta que finalmente dijo: “Yo la dejé junto al río hace una hora, ¿tú todavía la traes contigo?”. Muchas de las cargas emocionales y de culpas que cargamos, sólo depende de nosotros mismos el llevarlas, porque –en lo que respecta a Dios- Él dice: “despójate del lastre que te estorba”. Mantener tu mirada en la meta ¿Cuál es la meta de la vida cristiana? ¡Jesús! No hay otra. Tu medida a imitar es Cristo. Un buen corredor jamás quitará su mira de la meta, porque en ella está Jesucristo. Hebreos dice que Jesús es el autor de la fe. Jesús es el que produce la fe en nosotros. Jesús es también el que la perfecciona. Jesús no perfecciona nada en nosotros que no sea a través de la prueba y el sufrimiento. Si quitamos la mirada de Él, y la ponemos en cualquier otra persona o proyecto, vas a desviarnos de la meta, nos vamos a salir del camino, y sufriremos mucho para volver. Jesús también corrió el camino de esta vida. Por eso dice el verso 2 que Él ya disfruta del premio de haber ganado: el «sentado a la derecha del trono de Dios». ¿Cómo lo logró? Dice el versículo que Jesús «soportó la cruz»; esto significa que soportó el sufrimiento, el dolor, la prueba. Jesús soportó el calor de la carrera porque sabía que había un «gozo que lo esperaba». Podemos soportar la dureza de la carrera si mantenemos presente que al final hay un gozo que nos espera. ¡Debemos querer estar en el podio de los vencedores! No hay victoria sin batalla Además de estas cuatro motivaciones, indiquemos dos consideraciones más. La primera es que no hay victoria sin batalla. La vida cristiana no es una autopista. Es el camino angosto (Mateo 7.13-14). Tarde o temprano será más angosto para usted de lo que piensa. Cuando leemos las cartas a las iglesias en Apocalipsis, llama mucho la atención las siguientes frases: a Efeso: «Al vencedor le daré a comer del árbol de la vida» (2.7). A Esmirna: «El vencedor no sufrirá daño de la segunda muerte» (2.11). A Pérgamo: «Al vencedor le daré de comer del maná escondido, y le daré una piedrecita blanca con un nombre nuevo escrito» (2.17). A Tiatira: «Al vencedor le daré autoridad sobre las naciones» (2.26). A Sardis: «El vencedor será vestido de vestiduras blancas, y no borraré su nombre del libro de la vida, y confesaré su nombre delante de mi Padre y de sus ángeles» (3.5). A Filadelfia:
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