¿Cómo honrar a las familias y a sus integrantes cuando deben enfrentar un entorno adverso o dinámicas internas desintegradoras? Una propuesta formativa de colaboración How can we honor families and their members when they face an adverse environment or internal disintegrating dynamics? A collaborative training proposal. Sergio Bernales1 Recepcionado: 15- 10-13 Aceptado: 2-12-13 ¿Cómo honrar a las familias y a sus integrantes cuando deben enfrentar un entorno adverso o dinámicas internas desintegradoras? Una propuesta formativa de colaboración Año 22 – Nº 35, 2013, RESUMEN La consulta terapéutica que nos hacen familias e instituciones insertas en entornos adversos requiere de un trabajo profesional que trasciende a la psicología clínica, social y comunitaria. El presente artículo es una propuesta de formación para profesionales interesados en este tipo de trabajo. El énfasis está puesto en una articulación de aspectos clínicos, de aprendizaje dramático, de teoría social crítica y de consideraciones específicas acerca de cómo honrar a las personas que integran este tipo de familias y favorecer un mejor trabajo con las instituciones dedicadas a esta tarea. Palabras claves: Familia, Adversidad, Propuesta formación, Honrar. How can we honor families and their members when they face an adverse environment or internal disintegrating dynamics? A collaborative training proposal. Año 22- Nº 35, 2013 ABSTRACT The therapeutic consultation that families and institutions embedded in adverse environments ask us for, requires a professional work that transcends clinical, social and community psychology. 1 Sergio Bernales, Médico Psiquiatra, Terapeuta Familiar, Instituto Chileno de Terapia Familiar, Santiago, Chile, [email protected] This article is a training proposal for professionals interested in this kind of work. The emphasis is on the articulation of clinical issues, the learning of dramatic skills, critical social theory and specific considerations as to how can we honor the people within this kind of families and promote a better working with institutions dedicated to this task. Key words: Family, Adversity, Training proposal, Honor Introducción El presente artículo pretende una reflexión teórica sobre el quehacer de la terapia familia y la intervención psicosocial con familias mal denominadas multiproblemáticas y una propuesta para ese quehacer. Los terapeutas familiares llamados a intervenir en situaciones psicosociales de adversidad, se ven interpelados por distintos sistemas, a veces de forma simultánea- ya sea a través de una participación directa con la familia, o de un trabajo más amplio que incluye a la o las instituciones intervinientes para cada caso singular - y otras veces de un modo escalonado en el tiempo- donde el trabajo o tratamiento con una familia involucra distintos programas de tratamiento, protección o rehabilitación que se despliega en fases- por lo que deben conjugar otros aprendizajes que se agregan a la realización de su tarea. La demanda de un terapeuta familiar no siempre es el tratamiento directo. Muchas veces es capacitar a instituciones que quieren lograr una mejor comprensión de las dinámicas psicológicas de las familias, su ciclo de vida, sus distintas formas de inserción social, en fin, de la manera como construye su singular organización y sus variaciones estructurales, con el objetivo de conseguir un mejor modo de incorporarla a programas más integrales, o de hacerlas participar en el tratamiento que vienen desarrollando con un integrante de ella: infante, mujer, adolescente, viejo, hombre, para incidir así en la adherencia familiar de la tarea que realizan. Cuando ese es el mundo con las que se las tiene que ver este terapeuta familiar, la dimensión de la terapia familiar se amplía y se requiere de una formación diferente. Este artículo sienta las primeras bases para llevar a cabo una propuesta de formación para lo que denomino el terapeuta familiar psicosocial. Tres citas servirán de apertura a lo que sigue: a.- “Hablan personajes anónimos y desconocidos: una voz colectiva. Las declaraciones anónimas y contradictorias se combinan y adquieren un nuevo carácter: de las narraciones surge la historia” Es la psicología social en su vertiente histórica la que se refiere a problemas que afectan seriamente la vida de las personas, grupos y comunidades, especialmente de aquellos que se encuentran desfavorecidos por el orden económico, político, social y cultural vigente. b.- “Cuando señalamos que tenemos que alimentarnos, caminar, vestirnos, etc., no sólo estamos señalando el hecho en sí de mantenernos vivos, dirigirnos hacia algún lado y darle calor y abrigo al cuerpo, sino que además estamos afirmando sus derivados, vale decir, nuestra capacidad de goce culinario, de hacer deporte, de considerar la moda en el vestir, etc., formas que se hacen presentes como preferencias en cualquier vida con otros en una sociedad. Como es fácil de observar, aparece una tensión entre necesidad y preferencia”. La preservación y cuidado del cuerpo como una instancia material que no puede ser soslayada, y que se expresa en la satisfacción de condiciones mínimas de subsistencia, es lo primero que se vulnera en las situaciones humanas de precariedad (alimento, salud, vivienda, salario justo, cuidado de los más débiles, etc.). Otra forma de entenderla es agregar al interés de las mejoras materiales, los de identidad grupal y colectiva, y en lo cultural y normativo, distinguir formas de igualdad y diferencia. c.- “La vida humana puede tener un sentido biológico, un sentido social y un sentido existencial. Todos estos sentidos pueden ser indiferentemente retenidos en la apreciación de las modificaciones que la perturbación infringe al viviente humano" . Dos cuestiones cruzan esta preocupación biológica y filosófica. La primera consiste en preguntarse sobre si el estado patológico corresponde a una modificación cuantitativa del estado normal. La segunda es preguntarse si hay ciencia de lo normal y lo patológico. Al iniciar un desarrollo que tiene a estas citas como fuente de motivación invito a recorrer un camino que iniciaré con la descripción y discusión clínica de una familia de aquellas llamadas vulnerables y en riesgo social, para a continuación efectuar una articulación teórica que destaque aspectos de la filosofía política y de la ampliación del marco de la psicología social y comunitaria cuando se trabaja con este tipo de familias (entendida en su acepción más amplia posible), como asimismo destacar la importancia, en la formación de los profesionales, de un aspecto que llamo “actuación dramática”, es decir, el aprendizaje de ponerse en acto y de poner en acto un tipo de interacción con los consultantes que considere el particular contexto en que viven y el respeto de la manera de enfrentar eventos concernientes a las prácticas corrientes, a temas de justicia y en especial a lo relativo a una concepción de lo moral en dichas situaciones. I Un ejemplo multidimensional Carlos y Macarena son padres de Nicolás de 9 años. Este ha sido diagnosticado con un Trastorno General del Desarrollo (TGD), luego de pasar por distintas instituciones, evaluaciones y diagnósticos. Son derivados a terapia familiar por una institución que trabaja con niños con TGD, beneficiarios del sistema de salud pública. Esta institución atiende a una población que conjuga la variable pobreza con la gravedad y la cronicidad en la infancia. Se trata de una familia que vive en la gradiente que va de la vulnerabilidad a la exclusión social. Se trabajó en especial con la pareja de padres mientras, tanto el niño como la madre, seguían siendo atendidos individualmente en la institución que los derivó. Se tuvo especial cuidado en no fragmentar la intervención y la comprensión de toda la situación mediante un trabajo sistemático, coordinado y cercano con el equipo de esa institución. ¿Qué nos llamó la atención y en qué consistió nuestro trabajo? Una primera observación fue constatar la precariedad del funcionamiento de las redes de salud mental para niños y adolescentes con este tipo de diagnóstico. Una segunda nos permitió reflexionar sobre la dificultad de establecer un diagnóstico en un niño en esa etapa del desarrollo, pues nos enfrenta a sentenciar como estático un estado o conducta que en sí misma se encuentra en un proceso evolutivo y por ende de cambio, algo que tiene efectos, tanto en el sistema escolar, como en las familias que experimentan diversos montos de angustia y miedo. Tuvimos un primer encuentro con todos los participantes: institución y familia. Allí constatamos que la principal motivación provenía de la institución, quienes veían cómo las dificultades de esta familia interferían con el potencial de desarrollo del niño. Se trataba, por otra parte, de una familia que había estado en una lista de espera durante dos años antes de ser recibidos, por lo que estaban dispuestos a cumplir con todo lo que les pidieran. La pregunta por el interés de la familia a seguir en paralelo reuniones con nosotros apareció de inmediato. En ese contexto, Carlos y Macarena aceptarían cualquier propuesta, en especial porque el Programa al que accedió Nicolás era especializado en esos casos y sabía lo que les estaba proponiendo. Que la agencia quisiera que Macarena fuese una madre más “controlada”, menos invasiva y tolerante, y que los padres mejoraran sus habilidades parentales presentó una dificultad agregada. Carlos padecía de un grave problema de lenguaje llamado espasmofemia (tartamudez grave) que lo dejaba “sin voz” en lo que respecta a su hijo. No asistía a los tratamientos y esto había sido aceptado por las distintas instancias de intervención. No fue casual entonces que a la primera sesión, Carlos no llegara. La propuesta de esperarlo causó extrañeza en la familia y en la institución, sin embargo fue parte de la idea de darle voz a todos los integrantes. Cuando vino, cumpliendo el requisito propuesto por nosotros, nos dimos cuenta que le costaba confiar, y no admitía que él podía ser una influencia positiva para su hijo, pero por sobre todo, le costaba hablar. Estábamos frente a un padre retraído y a una madre angustiada y sobrepasada. Para peor, Macarena tenía la fantasía de que la tartamudez de Carlos era el resultado de un TGD no tratado, padecido por él en la infancia, y en estrecha ligazón hereditaria con la sintomatología del hijo. Se trataba de toda una teoría de la madre que contaba con un contexto de discriminación que lo permitía desde lejanos momentos en la vida de Carlos, donde los malos tratos y abandono sufridos se asociaban a la vulnerabilidad de la pobreza, la que estaba agudizada por la situación de discapacidad. Los fantasmas de la incapacidad habían aumentado el esfuerzo de la madre, la que tomaba la voz de su hijo y su esposo con un alto costo propio. Carlos sufría en las sesiones. A su desconfianza se agregaba variadas experiencias fallidas a lo largo de su vida y el hecho cierto de su dificultad verbal. La terapeuta tuvo el respeto y aprecio para vencer esa situación, además de hacerla explícita con el respeto debido. Se lo dejó hablar, no se le completaban sus frases, se lo esperó y comprendió, y en lo principal, se lo escuchó con interés. Ante la ansiedad de Macarena, se la invitó a una actitud de paciencia, modelada desde la propia conducta de la terapeuta. El resultado fue desarmar la idea de espectro autista como diagnóstico del padecimiento de Carlos. Macarena se benefició de la progresiva competencia de él como esposo y padre. Se estaba ahora en una condición diferente para la ayuda que requería Nicolás. A los 4 meses, Macarena presentó una sintomatología depresiva con ideación suicida ante la idea de vivir sin su madre, la que la había acompañado durante toda su vida. Vivir en una casa propia había sido un anhelo y un temor. Con la ayuda de toda una red de apoyo se la jugó, sin embargo, por su mayor independencia. Al año, la sintomatología remitió y la casa propia, fue un sueño cumplido. La intimidad afectiva creció entre ellos y se consolidaron como una familia autónoma. Nicolás seguía con su tratamiento y mejoraba hasta un punto en que se reevaluó el diagnóstico de TGD. Como corolario de este trabajo, la voz de Nicolás: “Mire, yo le voy a contar …” y hace un largo relato de su recorrido institucional, de su sintomatología y de los distintos nombres que él ha escuchado acerca de lo que le pasa. En una de las últimas sesiones la madre cuenta: “Nicolás le dijo a su padre antes de dormirse: yo quiero ser como tú cuando grande, tú has tenido tantas dificultades que has podido superar que quiero ser como tú y que tú me ayudes a superar las mías”. ¿Qué nos deja esta experiencia para la reflexión? Más allá del éxito terapéutico, el que sin duda aporta una metodología de trabajo, capacidad personal de una terapeuta y la validez de un modelo, esta es una situación frecuente de observar que deja al descubierto varias consideraciones. La primera es la de refrendar la aseveración de que cuando la relación vence a un contexto de adversidad, surgen nuevas identidades e intersubjetividades que dan inicio a otros cursos de vida en los que el aprecio supera a la discriminación y es capaz de abandonar la mirada patológica. La segunda tiene que ver con el nombre con que designamos a las familias que consultan. Lo corriente es decir que se trata de una familia con un alto distrés o multiproblemática, en vez de señalarla como una familia desfavorecida. El hacerlo de este modo tiene consecuencias para el poder discriminante que se ejerce desde la cultura social y médica dominante para este tipo de casos. En un interesante trabajo (Gómez, 2007) se dan rasgos que caracterizan a este tipo de familias a través de varios ejes que se enuncian: a) El primero está referido a la polisintomatología. Analicémoslo en relación a esta familia. Sin duda que en ella coexiste la presencia de múltiples problemas, la existencia de más de un portador de sintomatología y que presentan episodios recurrentes de crisis individuales y familiares, derivadas todas ellas de una reacción a dificultades como el padecer enfermedades crónicas (TGD y Espasmofemia), cierta marginación social, dificultades de adaptación a contextos estresantes, además de relaciones conflictivas al interior del sistema familiar que podrían adoptar la forma de negligencia. b) Un segundo eje ligado a una posible desorganización en la que la comunicación disfuncional es una de sus características: en esta familia avalada por la disfuncionalidad verbal del padre. c) Un tercero vinculado al abandono de las funciones parentales, en donde lo nutriente, lo socializador y lo educativo está ausente: en este caso, un niño con un diagnóstico al borde de lo invalidante, un padre discapacitado y una madre sobrepasada, sólo ayudada por su madre a través de una dependencia dificultosa a la hora de su emancipación. d) Un cuarto que enfatiza el problema del aislamiento en el que hay distancia física y emocional y carencia de soporte familiar e institucional, todas ellas amenazantes de un futuro maltrato infantil: ya ni siquiera necesario de señalar como peligro en esta familia. Todo eso ha estado presente, sin embargo no ha sido nuestra guía metodológica, en especial porque si lo hacíamos validábamos cierta aprehensión de la institución que hizo la derivación y nos quedábamos atrapados en una mirada que nos hacía ver una y otra vez la adversidad, ya sea con el entorno o de la propia estructura. Si bien estamos de acuerdo con el citado trabajo, en el sentido que allí se destaca la importancia de definir bien el problema, valorar los recursos y el debido entrenamiento para hacerlos florecer, nos es importante co-construir los focos de intervención, no para mejorar una organización deficitaria, sino para volver a respetarla, porque nos parece importante recuperar nociones básicas sobre la dignidad. Una recuperación de la que a menudo se habla y a veces no se la practica. Si lo hacemos, navegamos por otro cauce. Para destacar la noción de dignidad, nos preguntamos: ¿Cómo acercarse al otro cuando éste no es un ser hipotético o teórico, sino un ser de carne y hueso que pertenece a un grupo (etnia, religión, clase, etc.) distinto que el mío?.......¿Cómo juzgar al otro sin haberme puesto en el lugar de él?......¿Cómo revalorizar el encuentro con el otro como un acontecimiento de responsabilidad para con él, algo que pueda ir más allá de la mera igualdad? Recuperar la dignidad humana es entonces no negar al otro, cualquiera que sea su condición. Es recuperar las voces ausentes de integrantes de familias o de instituciones psicosociales, es recuperar discursos no expresados, recuperar decires, relatos. Es algo varias veces negados en las situaciones de las que nos toca participar. Es reconocerlo y apreciarlo. El desafío ha sido recuperar una antigua idea tomada prestada de Foucault . ¿Cómo hacer para que sea el ser humano el que se proyecte en el mundo interactuando con un otro de un modo constitutivo en vez de verse apresado por sistemas que lo oprimen? Nos ha parecido una idea estimulante para este trabajo con personas que han tenido que vivir casi en los márgenes de la integración social. En la historia de Carlos, Macarena y Nicolás, la construcción de un acontecimiento fundante de respeto y aprecio ha pasado por esta doble tarea, la de recuperar al más débil dentro del sistema y la de la conformación de una red que desafíe los hiatos mantenedores de exclusión. A partir del ejemplo se nos hace necesario indagar en preguntas como las que siguen: ¿Qué lugar tienen instituciones como la nuestra en este tipo de desafíos? ¿Qué lugar tienen otras instituciones del Estado y de la sociedad civil en estas tareas? ¿Qué diálogo se puede establecer entre las instituciones de la sociedad civil con aquellas dependientes del Estado? ¿Qué tipo de acciones debe desplegar un profesional cuando tiene que intervenir en este tipo de demanda? ¿Con qué herramientas podría contar en su formación? II Una propuesta de formación centrada en el uso de la dramatización como recurso del empleo del sí mismo en la intervención. Si acordamos con Stern que el cambio se funda en la experiencia vivida y que lo que se vive en el momento presente deja a veces huellas a través de un conocimiento implícito, tanto el presente como la conciencia influyen en generar un relacionamiento que se muestra a través de un fenómeno en que somos actores mientras ocurre. Si este fenómeno tiene además la propiedad de co crear con los consultantes un tipo de experiencia afectiva, cognitiva y representacional aparece una intersubjetividad que puede ser codificada por la memoria. Si agregamos la importancia de brindar un reconocimiento asimétrico, aquel que enfatiza la capacidad de situarse ante el otro, interesarse en su relato, escucharlo con atención, hacerse responsable por lo que ocurre en su vida, vulnerarse con él hasta contrastar de un modo transparente lo que va ocurriendo en el momento presente, nos involucramos con ellos en una escena que podemos denominar dramática. Si la reparación, entendida como experiencia emocional correctora, indica un proceso de reconocimiento mutuo que atañe a la libertad y a los derechos para remediar daños acaecidos, ésta se efectuará en el despliegue de gestos, actitudes y comportamientos bajo la tutela de un guión que se va construyendo en términos afectivos y reflexivos. En nuestra experiencia, la forma en que se desenvuelve el vínculo terapéutico adquiere una singular importancia. Para decir y compartir con intensidad aquello que atañe a momentos importantes de la vida de nuestros consultantes, el tono en que lo hagamos, el énfasis con que lo ejecutemos, el compromiso corporal con el que lo destaquemos, la voz con que lo modulemos, en fin, la sintonía con la que nos involucramos, requiere también de un cierto adiestramiento, sin que éste menoscabe la autenticidad y la calidad del encuentro. Si nos centramos en la acción, es ella la que aparece en el espacio común con nuestros consultantes. Esta acción se muestra en lo físico corporal como aspecto externo de ella, y en lo físico emocional como su aspecto interno. Desde otro lado, la acción es una actividad de base, pero se la puede complementar con acciones de transición que ilustran el carácter del terapeuta o dan información de su capacidad de ponerse en acto. El paso siguiente es situar a la acción como opuesta a la actividad, pues la acción está siempre en proceso de realizarse, de nacer de una acción previa y conducir a otra diferente. Se trata de aceptar un equilibrio cambiante tanto de aspectos del pasado como del futuro. Esto también significa que debe considerarse el tempo dedicado a cada acción, el tempo que resulta necesario en relación con la cantidad de actividad (Lawson, 1964). En tal sentido, lo que aparece con nuestros consultantes es una escena dramática. En ella, en el drama que emerge, se enfrentan la voluntad consciente individual y las fuerzas sociales. Y estas últimas encuadran lo que hacemos como contexto de hechos dentro del cual se mueve la acción. "Hablar es hacer" dice Austin (Austin, 1982). Esa frase representa algo evidente para nuestro quehacer, sin embargo, considerar el uso del lenguaje como actividad que incluye el acto de decir algo, lo que pasa con el otro al decir algo y el evento que emerge por decir algo, supone estar atento al modo en que esto puede ocurrir y ser capaz de guiarlo en términos dramáticos. Su función consiste, entre otras, en co-construir cambios con los interlocutores y hacerlo de una forma que considere la experiencia vivida y el respeto de estar ante el otro en términos de reparación emocional revinculante. El modo incluye el estilo de ponerse en acto de cada terapeuta que trabaja en este medio psicosocial. Para operar en la actividad dramática y en las acciones que allí se despliegan, cada terapeuta puede y debería aprender técnicas usadas en el teatro y el cine con el objeto de enriquecer su quehacer. Algunas de ellas están basadas en conceptos de importantes dramaturgos y profesores en el arte teatral. Al mencionar algunos de los que hacen sentido para nuestro oficio están Stanislavski (18631938), quien desarrolló una metodología (Stanislavski, 2009) en la que el actor aprende a encarnar la verdad de su personaje de una manera honesta y creativa, capaz de vivir emocionalmente las acciones que despliega en su actuación. Supone investigar el pasado y el eventual futuro del personaje que representará para que la obra de la que participará sea vivida del modo más real posible y lo haga en cada momento con un alto registro emocional extraído de su archivo de experiencias vividas. El sistema que propone está estructurado en el proceso vivencial que luego se encarna y en el trabajo del actor sobre su papel. En nuestros términos, eso significa tener una buena formación como terapeuta familiar primero, y psicosocial después, como un paso previo fundamental que, sin embargo, no alcanza. Actuar desde el papel de terapeuta supone además de encarnar ese personaje, actuarlo y hacerlo en la complejidad que supone, por ejemplo igualar el valor asignado al o los consultantes, escuchar con atención, co construir con ellos, contrastar con transparencia, usarse a sí mismo, vivir y transmitir una actitud de humildad sin renunciar a un saber. Una pregunta que deriva de este método es: ¿Qué pasa sí…? Es una pregunta que señala la necesidad de ponerse en el lugar de los consultantes y de situarse en diferentes alternativas de acción, sin confundirse ni extrañarse cuando lo que ellos digan o ejecuten no sea del agrado o de lo esperado, sino más bien le provoque seguir acompañándoles en sus movimientos y alternativas sin enjuiciarlos o normarlos. La escucha atenta y concentrada es otro principio de este método muy semejante a la que se necesita en la función del terapeuta y que responde a la pregunta: ¿Cómo escuchar y ver la acción escénica como si nunca hubiera ocurrido antes? Otro propulsor del aprendizaje de ponerse en acto ha sido Jerzy Grotowski (1933-1999) quien propone que el actor debe mostrarse a sí mismo como representante de la “riqueza frente a la pobreza” y acentúa el hecho de que el teatro hecho con menos recursos, ese teatro que cuando no usa tanto la tecnología como a sí mismo, ilumina el escenario, una metáfora que para nuestro trabajo supone la capacidad de construir un buen clima emocional, pero que para esto, siguiendo a Grotowski (2009), hay que agregar una construcción del self del actor (terapeuta) desde el interior. Es un método en la que la expresión facial debe ser una que sea capaz de mostrar que el ejercicio profesional es un acto de entrega. Un aspecto de esta propuesta incluye la importancia de abandonar lo “natural”, porque en las situaciones de adversidad (miedo, peligro, inminencia de fractura emocional, impotencia) los seres humanos no nos comportamos naturalmente, sino en una escena donde el conflicto y el dolor es lo que prevalece, de ahí la actitud de atención, humildad y entrega. Un tercer dramaturgo que interesa conocer por su eventual aporte es Bertold Brecht (18581956). Él se interesa por cambiar el mundo del espectador cuando asiste a una de sus obras. Para ello hay que desmenuzar el texto (Brecht, 1973), examinarlo, tomar distancia y profundizarlo sin sentimentalismos, pero en especial ahondar el drama humano de los desposeídos. Para ello usaba intercalar canciones en sus obras, las que interrumpían los parlamentos. Le importaba que el público no quedara subyugado por la historia ni se identificara con lo genérico de los personajes sino con las relaciones humanas únicas que se establecen más allá de los estereotipos de una época. El actor sólo debe mostrar el personaje para dejar libre al espectador, pero debe conocer bien el libreto y saber su comienzo y final. También debe conocer y actuar diferentes personajes y no aprender un solo papel, pues domina su personaje sólo cuando puede seguir con mirada crítica la riqueza de las variaciones que es capaz de manifestar. Lo importante es aumentar la riqueza escénica con su experiencia actoral. ¿Qué puede incorporar el terapeuta de un tipo de actuación como esta? Sin pretender abarcar la complejidad de la propuesta brechtiana, resulta interesante, en términos analógicos, la neutralidad del terapeuta, su conocimiento de la vida de los consultantes y su condición de desposesión, saber de sus diferentes circunstancias dramáticas de vida y poder intercalar manifestaciones creativas de diferente naturaleza para romper parlamentos inútiles. Es el caso de las esculturas, del uso de metáforas, de invitar a un juego, etc., todo ello con la finalidad de cambiar el guión que traen por uno más emancipador. Esta idea de lo emancipador supone una invitación a ir más allá de la circunstancia vital que les ha constreñido y luchar por un mundo que los integre como sujetos sociales con derechos jurídicos y de aprecio social. Conocida por su relevancia en el cine aparece un cuarto método de aprendizaje dramático: es el del “actor’s studio” fundado por Lee Strasberg (1901-1982) e influido por Stalisnavsky. En este tipo de aprendizaje actoral (Hethmon, 2011) lo importante es la improvisación, no cualquiera, sino una donde el actor crea una escena donde su personaje aparece con sus deseos y conflictos, todos ellos generados por su invención. Para ello hay que ejercitarse en aspectos considerados centrales: relajación, imaginación, voluntad, disciplina, expresión e investigación. Se ahonda así en el mundo vivencial del actor de un modo menos consciente hasta hacer aparecer un trabajo técnico más consciente. Si analogamos actor a terapeuta, el entrenamiento está dado por la puesta en práctica de esos aspectos cardinales a través de role-playing de diferentes situaciones posibles en el trabajo de construcción de la demanda, énfasis en recursos, elección de alternativas posibles, mejoría de la capacidad expresiva y diferentes modos de invitar a los consultantes simulados a través de situaciones de embrollo. Para terminar este breve recorrido, una quinta propuesta es la del italiano Eugenio Barba (1936…), el que modifica en buena parte las anteriores. Lo que él quiere es que el actor exprese su estado emocional más que la verdad de una ficción. Le interesa “el estudio del comportamiento pre-expresivo del ser humano en situación de representación organizada” (Barba, 1992). Señala que el teatro permite no pertenecer a ningún sitio, no estar anclado a una sola perspectiva y permanecer en transición. Esta actitud expresivista supone cuidar y trabajar la “subjetividad significado” y la “gestualidad significante”, quedando la segunda al servicio de la primera. Se trata de una antropología teatral que estudia al ser humano en el uso de su cuerpo y de su mente en situaciones diferentes a las de la vida cotidiana como representación organizada. Se enfoca en el comportamiento fisiológico y socio cultural en la situación de la representación. En este tipo de situaciones, el manejo del cuerpo es otro, menos parecido al de la vida corriente. Su uso diferente constituye la técnica actoral. Se establecen reglas de comportamiento distintas de utilidad para el actor. Barba señala que en la vida cotidiana, la actividad se centra en la comunicación y el cuerpo se usa en esa dirección, en cambio en la situación escénica, al cuerpo se lo prepara para la exposición. Es un traslado de la ley del menor esfuerzo de la vida cotidiana al de un derroche de energía corporal para obtener un resultado parecido. Lo que emerge es una relación que considera las dos vertientes. En la situación escénica, el cuerpo se torna precario, frágil, inestable. El entrenamiento consiste en poner en juego estas oposiciones para que el cuerpo disminuya su vitalidad y su movimiento en ciertas extremidades y actúe más con el tronco, casi a la manera de una pre-expresividad con el fin de cautivar al espectador ya desde antes que se inicie la escena (como en el teatro oriental). Atrae así la mirada deseada y temida del otro. El actor actúa por una presencia corporal diferente, su bios. Desencadena una invitación a lo que podríamos llamar el uso del hemisferio cerebral derecho. Se abre así un misterio, una especie de constelación especial que está por descifrarse con las próximas acciones para hacer aparecer el talento con que se haga. ¿Qué le puede servir a un terapeuta psicosocial de esta propuesta? La ampliación de la conciencia de sí en una situación dramática no natural, el uso de una parte del cuerpo menos atendida en términos de una presencia que convoca a través de una propuesta paradojal (para-doxa) que lo usa de un modo diferente, un modo previo a la justificación que otorga el uso de las extremidades, la posibilidad de ex-ponerse en lo que más genuino hay de sí. Si resumo lo que de cada una de estas propuestas puede atender el terapeuta para aumentar su fuerza dramática en las acciones que emprende ante los consultantes, consigno las siguientes: Actuar de un modo que encarne lo vivencial. Construir un buen clima emocional en situaciones de adversidad. Luchar contra la palabra ampulosa. Escuchar lo que el otro dice. Entender que dentro de la manera de ser propia y el rol de terapeuta hay una tensión dramática, por eso desde el rol se debe estudiar cómo pronunciar cualquier discurso sin dejarlo a la casualidad. Paradójicamente hay que hablar con naturalidad y sinceridad, sin precipitarse, manejando los silencios como si estos fueran también conversaciones con el silencio. Considerar que el silencio no interrumpe la comunicación con el otro. Otras veces, tener la capacidad de hacer quiebres y proponer acciones del todo diferente (esculturas, juegos, incluso canciones). En todo esto, el trabajo consigo mismo es la base de un tipo de presencia ante los consultantes. Supone saber relajarse, usarse a sí mismo, emplear recursos imaginativos, actuar con disciplina e investigar las variadas aristas con que se presenta la vida humana. Es necesario preguntarse cual tono emplear, cómo hacer un uso de su cuerpo para conquistar la atención del o los consultantes cuando quiere transmitir sus visiones, convicciones, creencias y sentimientos. Al hacerlo, debe a su vez escuchar y ver los sucesos de la vida del consultante, para que así, al hablar con ellos, la conexión de lo que va aprendiendo de ellos se manifieste. En términos comunicacionales, es necesario manejar la claridad de pensamiento, ser conciso, coherente, sencillo y natural. Corporalmente debe dar un conjunto de señales mediante el tono de voz, gestos, posturas, movimientos, uso de la proximidad física cuando quiere comunicar mensajes que lleven significados. Para ello debe saber de los distintos tipos de gestos y posturas que expresan la diversidad de sentimientos y actitudes más comunes en la vida cotidiana. Cada acción dramática debe tener una justificación interna y no sólo provocar sentimientos en la interacción. Para lograrlo hay que crear un clima donde no se tema la humillación ni el ridículo propio. Al leer este acápite, lo primero que quizás surgirá es el cuestionamiento de su necesidad o la dificultad para lograrlo. Después de todo los terapeutas no somos actores, sin embargo, los buenos terapeutas que hemos observado a través del espejo unidimensional sí ejecutan al menos algunos de estos postulados. Síntesis de los dos acápites anteriores: Mostrar la situación mortificante de una familia a la que con facilidad se la califica de multiproblemática hace visible ciertas responsabilidades que tenemos los profesionales que nos dedicamos a participar de este tipo de demandas. Una de ellas me parece que es el énfasis en la adquisición de una manera de hacerlo. Al considerarla, el aprendizaje de la dramatización como mejor empleo del sí mismo, sienta una base diferente para proponer una especificidad en relación a lo que ha desarrollado la psicología social y la psicología comunitaria, en especial para los que somos terapeutas contextuales relacionales con estudios avanzados de terapia familiar y del enfoque sistémico. Sin embargo, no es lo único que un profesional de esta índole debe aprender, pues la dura tarea de lograr una mayor integración social para aquellos que son y se sienten excluidos, supone de otros conocimientos que abordaré a continuación. III El lugar de la noción de familia en la sociedad actual y los cambios que ha experimentado Mucho se ha discutido sobre esta idea. Hoy se habla más de tipos de familia y se ha aceptado crecientemente su diversidad. Subsiste la pregunta por la necesidad de su existencia cuando se la señala como fuente de alienación, pero sobretodo cuando se la interroga en lo que brinda y daña, es decir en el estudio de su condición actual. Para la discusión de las familias con las que este terapeuta debe relacionarse desde el ámbito psicosocial interesa preguntarse: ¿De qué estamos hablando cuando hablamos de familia en su relación a la sociedad? ¿Lo hacemos en relación a las personas como entes individuales? ¿O en relación a su calidad de miembros de una familia? Y al considerar las características epocales: ¿Se están debilitando los lazos de parentesco a favor de la vida individual o dual? ¿Cómo participa el Estado y la sociedad en el establecimiento de redes de apoyo a la familia actual? ¿Será una característica de la sociedad actual transitar por relaciones familiares más funcionales y vinculadas al sólo bienestar propio? La mundialización a la que estamos expuestos nos interroga por las semejanzas con un modelo de sociedad que nos liga al de los países del primer mundo en términos de coherencia económica y cultural. La penetración de esos estilos en nuestro modo de vivir sigue una trayectoria de la que es difícil escapar y se muestra cada vez más en hábitos que nos vienen dados desde esas culturas. Otro aspecto importante de la mundialización atañe a la cantidad de familias que migran y las convierten en “familias globales” (Beck- Beck-Gernsheim, 2012), aquellas que se ven obligadas a resolver en su interior las contradicciones del mundo actual. Es el ejemplo de mujeres que laboran como empleadas domésticas en otros países y envían gran parte de sus ingresos a padres o abuelas que se han quedado con los niños; el de mujeres profesionales que mientras más exitosas son, más ayuda doméstica requieren de otras mujeres que cambian el trato con las suyas propias; las multi(i)legales, de padres foráneos e hijos legales porque nacieron en el país al que llegaron; las que por innovaciones en la medicina reproductiva muestran el desacople entre nacimiento y parentalidad y en donde las familias y los servicios se externalizan como ocurre con madres de alquiler (India), las que incluso se pueden arrepentir y provocar una difícil situación legal. Lo interesante de este fenómeno es que se pierde la correspondencia entre identidad y territorio con el consiguiente peligro de desconfianza y rechazo para este tipo de familias según el país que habiten, como asimismo para su dinámica interna. Lugar, nación y familia ya no están conectados como antes. Desde otro ángulo, las familias globales rompen fronteras y establecen otros tipos de solidaridades en el mundo de la vida privada, como también, nuevas dificultades legales respecto a las identidades que regulan los Estados Nacionales. Respecto del sentimiento amoroso en la conformación de la pareja que integra la familia global cabe preguntarse: ¿Cuánta distancia tolera el amor? ¿Transforma lo que llamamos la naturaleza del amor impuesto por la raíz étnica, cultural y geográfica (cercanía versus Internet, piel versus imaginación y cognición)? Lo mismo vale para la distancia amorosa de madres respecto de sus hijos cuando trabajan en otros países. ¿Cómo ocurren todas estas influencias con arreglo a nuestras distintas idiosincrasias familiares? Lo relevante para este acápite es discutir si hoy el individuo está por delante de la familia y si las exigencias sociales apuntan al ser individual de una forma que la familia sólo es funcional a esa exigencia, o todavía está presente la importancia de la familia como una entidad a la que se cuida y se le suministra voz y poder de decisión en materias debatibles tanto en el plano normativo, como en el moral y legal. ¿Es todavía una institución capaz de proveer seguridad a sus miembros? De serlo: ¿Cómo debiera ser asistida en materias de salud, educación y empleo, y cómo podría ser partícipe de su autonomía en términos de equidad y reconocimiento? Aparece la necesidad de distinguir tipos de apoyo a tipos de funciones en relación a tipos de familia y su ciclo de vida. Preguntarse además sobre su modo de obtener recursos materiales, participación en la creación formal de una moral en situación y factibilidad de implementación de las dos anteriores. ¿Para qué? Para dirimir la forma de seguir con su función de reproducción biológica, de pertenencia y dadora de cultura que la hace la mediadora entre la persona y la sociedad de una forma que tiene que ser discutida en términos de si lo hará de un modo funcional o fundamental (Bernales, 2008). Si la familia es garantía de algo, debe serlo dentro de una sociedad democrática y liberal como la nuestra. En ella, los seres singulares situados se enfrentan a un destino en el que se cruzan fuerzas incluyentes y excluyentes en términos económicos y culturales, y lo hace de un modo tal, que muchas veces subordina a las personas hasta el punto de plantearles seriamente la cuestión de la identidad concerniente a su autonomía. Es en esta tensión donde se produce un debate entre ser ciudadano y ser una persona libre sin ataduras, especialmente si las conversaciones entre las comunidades que componen el todo de la sociedad no acuerdan las visiones sobre los hechos y los valores, es decir, sobre las normas necesarias que articulan lo social con lo político. Es en ese punto donde la familia y lo ético se juntan en nuestro trabajo psicosocial . La familia es además una institución jerárquica, y como tal, es evaluada en su congruencia: es lo que la sociedad hace al exigirle competencia parental. Es en esa congruencia donde lo democrático se expresa como respeto y oportunidad para los más dependientes en su interior: los niños, los adultos mayores y aquellos que están en desventaja de poder o discapacitados. Ese es el mundo en el que se mueve un terapeuta familiar psicosocial, vale decir, el de aquellas familias que son cuestionadas en aspectos centrales de su constitución y al borde de la exclusión de una sociedad que fija los parámetros para su integración. Son familias que pasan a ser, primero vigiladas y luego intervenidas, a veces discriminadas, muchas veces acusadas de incompetencia o vistas como simplemente caóticas y desorganizadas. ¿Es tan así? Al discurrir un acercamiento a sus características sin un enjuiciamiento previo, hemos descubierto un lema que considera, en lo fundamental, su singularidad y dignidad: ¡Siempre hay familia! (Bernales, 2010) Lo que se quiere afirmar es la permanencia de un sistema afectivo primario que dota a sus miembros de la pertenencia básica para desplegar desde allí identidades y recursos, un sistema que la mayoría de las veces es biológico, pero que no tiene por qué serlo. Nos ha interesado descubrir con ellas sus capacidades, la manera como fijan sus normas, la mirada sobre la justicia, sus temores y sus recursos. Y en otro plano, reflexionar sobre el tipo de amenazas que se ciernen sobre ellas y los modos de acompañarlas en sus propósitos de organización, autonomía y derechos. IV Lo contextual relacional como modelo teórico práctico de aproximación Se ha acotado, en términos amplios, la noción de Sistema a una que denominamos Contextual Relacional. Al hacerlo se quiere destacar y apreciar la situación contextual en que viven los que nos consultan, tanto las instituciones sociales como las familias y sus diversos integrantes. Si aceptamos que el contexto es influido (hasta podríamos decir, producido) por la comunidad social, la manera de quedar insertos en ella es a través del lenguaje. En este sentido, ser los usuarios del lenguaje supone participar de todo un sistema de signos que van configurando “juegos de lenguaje” para cada contexto específico y que se manifiestan como formas de vida (Wittgenstein, 1967) que se expresan, a su vez, en distintos niveles prácticos, donde las palabras tienen su significado tan solo en el flujo de la vida de esa actividad humana situada. Derivaciones filosóficas (el gran tema del reconocimiento), políticas (los modos de lograr inclusión social para todos los ciudadanos y conferirle a todos los habitantes del país su calidad de tales), económicas (discutir con propiedad la repercusión que tiene la distribución del ingreso para los habitantes), culturales (a qué le llamaremos igualdad y a qué diferencia y cómo lo debatiremos en sus distintas manifestaciones) y del tipo de salud psicofísica (cómo cuidar y promover una vida más sana e inclusiva) que se busca se desprenden de allí, por lo que parece necesario discutirlas en este artículo, al menos en sus principios generales. Pertenece a este ámbito lo relativo a las distinciones sobre redistribución del ingreso; la importancia de articular lo material, lo formal y la factibilidad institucional; las consideraciones sobre el reconocimiento vincular, jurídico y apreciativo; las identidades culturales y su derecho a la diferencia sin pérdida de pertenencia; la capacidad de la sociedad de ser justa y decente en el sentido de funcionar con instituciones que no humillen ni discriminen a sus ciudadanos, etc. La mirada que tengamos sobre la relación de cada participante con los demás integrantes de su familia, como asimismo con las personas que participan de su entorno inmediato, nos revela la articulación que se quiere, puede y debe tener con eventuales modificaciones del medio en que nuestros consultantes están emplazados y las determinaciones consiguientes que recaen sobre ellos en variados aspectos de su identidad y desarrollo. Es algo que se observa, por ejemplo, cuando es la relación la que vence a la fuerza impositiva del contexto haciendo crecer algo nuevo en su decurso biográfico. Hemos visto que a la fuerza del emplazamiento hay que oponer el coraje de la relación. El acento está puesto en la relevancia de las determinaciones, en especial aquella que se deriva de la adversidad del medio. Al entrenamiento acucioso que un terapeuta familiar debe tener en su formación y que es del dominio de los institutos especializados en ese entrenamiento, ahora hay que agregar el singular modo de aplicación de lo aprendido y el cuidadoso uso de las herramientas disponibles, entre ellas, el uso del lenguaje que empleemos (y los juegos de lenguaje en los que participaremos), nos facilitará una mirada atenta para no aumentar la vulnerabilidad de los que ya tienen una vida de adversidad social y así no estigmatizarlos o adaptarlos de una manera escolar al sistema económico y cultural dominante. El lema en este punto es aprender a mirar recursos existentes sin caer en la ingenuidad de verlos donde no los hay, pero sí buscarlos con ahínco y respeto. Síntesis de los dos acápites anteriores: Los profesionales que laboran en el ámbito de la vulnerabilidad social y la exclusión tienen distintas formas de ejercer su quehacer. La invitación que se formula aquí considera la mirada sistémica en su variante contextual relacional. El acento está puesto en la necesidad de no eludir la existencia de determinaciones y emplazamientos adversos, por el contrario, al considerarlos, se puede usar una metodología que incluye la forma en que los distintos tipos de familia quedan envueltos en dichos acontecimientos y los cambios socio políticos y culturales que configuran cada época. Es extender una invitación a examinar la idea que solemos tener de lo que debe ser una familia por una que observe más bien lo que puede ser una familia en una situación dada. V La judicialización creciente como aprendizaje de una lógica diferente. Se entiende por judicialización el hecho de llevar a la vía judicial problemas que se pueden solucionar por otra vía. Es un hecho de común observación que cada día más se recurre a la justicia como intermediaria de problemas entre la gente, o de las personas con instituciones que abusan de ellas. La razón es la indefensión en la que quedan los ciudadanos en una sociedad poco regulada en términos éticos. La consecuencia es una apreciación mixta de la eficacia judicial, unos que la prefieren como última salida a problemas insolubles y otros que advierten su perversión en el sentido de la dificultad de transitar por caminos más éticos y mejor normados en la regulación de la convivencia social. Para los terapeutas familiares psicosociales significa hacerse partícipe de causas relativas a la tuición de menores, criterios que fijan los motivos de adopción, casos de negligencia familiar, maltrato a niños, esposas y esposos, abusos sexuales, adolescentes infractores de ley, consumos problemático de drogas, divorcios litigantes, etc. La participación se efectúa por razones voluntarias u obligadas, tanto en calidad de expertos que son consultados, como de testigos de causas o expertos citados a declarar. Varios alcances se desprenden de lo anterior: como terapeutas familiares no tenemos la formación en términos legales para intervenir con éxito en causas donde somos citados a declarar; usamos una lógica distinta de la que se usa en los procesos judiciales; cuando intervenimos como expertos debemos evacuar informes en un lenguaje que no es el propio; muchas veces debemos concurrir a juzgados que operan con otra dimensión del tiempo; cuando nos hacemos partícipes de una causa, debemos aceptar una forma de funcionamiento con continuos cambios de jueces y de funcionarios que impide una mejor coordinación con el Juzgado durante la misma. El desafío es en varios frentes: entender una lógica que no es propia si queremos participar de un proceso que defienda lo logrado en las intervenciones psicosociales; entender nociones básicas de cómo funciona la justicia en la práctica; saber de las leyes que están siendo invocadas en los procesos en los que nos toca participar; entendérselas con instituciones mandatadas por los Juzgados y que pese a ser de aplicación psicológica, operan más cerca de la lógica judicial; observar ciertas instituciones que se hacen cargo de niños sin ninguna ventaja comparativa respecto de ciertas negligencias familiares; y aprender de nociones de justicia en general en términos filosóficos, antropológicos, políticos y económicos. En un artículo anterior reflexioné en parte sobre el último punto citado a propósito de la negligencia familiar y la negligencia institucional y señalé a grandes rasgos lo siguiente: “el significado de la justicia tiene que ver con la manera en que las personas se organizan entre sí en eso que llamamos sociedad y las leyes que hay que cumplir para mantener esa organización (Sandels, 2009)”. Para los efectos de este acápite, es legítimo pensar que las personas no se están organizando como es debido ni las instituciones están cumpliendo las leyes que hay que cumplir para mantener esa organización. El efecto es una mayor laxitud en términos normativos y la correspondiente necesidad de llevar los problemas a los tribunales. ¿Es eso así? ¿Es un fenómeno reciente? ¿Depende del modelo socio político en que vivimos? La invitación es a hacernos estas preguntas por la incumbencia que tiene para nuestras vidas como ciudadanos, pero en especial porque como terapeutas familiares psicosociales es con lo que debemos lidiar. Un desarrollo mayor acerca de estas dos lógicas en juego nos permitirá actuar con opiniones fundamentadas no sólo en temas de familia, sino saber más de las condiciones legales en que están las familias y las instituciones que nos consultan, como asimismo de los fundamentos jurídicos que se invocan para restringirlas o protegerlas. VI La situación de desarraigo versus la pertenencia como fenómeno social. Nos hemos encontrado con múltiples situaciones de desarraigo que nos ha interrogado sobre la ley moral que guía nuestra vida profesional y la de las familias e instituciones con la que nos vinculamos. Si nos preguntamos: ¿Cuándo es que las personas están obligadas a abandonar su lugar, desarraigarse de sus vidas y empezar a navegar contra la corriente? ¿De qué modo tendrán que enfrentar un presente sin seguridad y un retorno a una pertenencia que tampoco la tuvo? El ejemplo de las migraciones crecientes hacia nuestro país, el del abandono de las raíces culturales de pueblos originarios que migran a la ciudad, el retorno de personas que han estado exiliadas y el exilio mismo, la erradicación de campamentos, y antes, la necesidad de vivir en ellos, etc., dan cuenta de ello. ¿Cómo articular desarraigo y razones éticas? Es el tipo de pregunta que nos hemos formulado a lo largo de este tiempo porque no nos es transparente, en la práctica, la influencia negativa del sistema dominante sobre ellos y porque muchas veces lo que aparece como carta de presentación es alguna patología o disfuncionalidad que ha contaminado su dinámica de interacción interna. Más adelante establezco algunas nociones acerca de la relación entre distribución de los ingresos y reconocimiento, como una manera de generar una línea de discusión en este punto. Si aceptamos que lo psicológico es transversal a la posición que se ocupe en la integración social, veremos que la oferta para acceder a una mejor salud mental para un grupo importante de la población no siempre está disponible. De ahí que un factor importante en las familias más vulnerables y vulneradas sea el mejor uso de las redes sociales de apoyo, pues permite un nuevo arraigo y desfortifica el desarraigo anterior. Red de apoyo y reconocimiento suelen estar emparentados. Un recorrido por la literatura nos ha mostrado personajes universales que forman parte de una hermandad de esperanzados resistentes, y el trabajo que desplegamos, nos agrega otros tantos ejemplos de mejoría en el arraigo si somos capaces de acompañar los cursos de vida de las personas con las que nos relacionamos incorporando esta mirada. En la formación de estos aspectos, suele ocurrir que nos conmovamos con algo que le pasa a otro debido a una acción de terceros que lo perjudica o a una falta endémica de medios para tener una mejor integración social. Decimos: ¡que injusto! Sin embargo, la injusticia es clara y la justicia es opaca, pues debe recorrer un largo camino. Detrás está la idea de administrar y normar alguna idea de bien. Si las razones prácticas que motivan nuestro quehacer están íntimamente ligadas a los sentimientos, y la psicología se ha encargado desde hace tiempo de demostrarlo, una pregunta es: ¿Cuál es el lugar que tienen la emoción y los sentimientos en las consideraciones éticas en este punto? Si aceptamos que las emociones se construyen también desde lo social, es desde ahí que aprendemos a avergonzarnos, a tener confianza o temer, a compadecernos. Nuestra mentalidad o la mera opinión cambia cuando cambian nuestros sentimientos. De lo que se trata es de que la persona no huya de la norma porque no la ha hecho parte de sí, más aún, que la pueda sentir como una imposición que solo le otorga desventajas al vérselas con ella. Para que alguien acepte las normas debe estar integrado y no excluido de la sociedad de la que forma parte, pues si ello sucede, como terapeutas también tenemos la responsabilidad de abrir más caminos de participación, revisar la equidad y repensar la autonomía. Lo que nos compete es la manera como nos planteamos para erradicar los sentimientos de ofensa, de rabia, de vergüenza o de desesperación, cuando se ofende el sentido de justicia, pues aquello que afecta, se vincula con la emoción y el sentimiento. En una entrevista, Hanna Arendt, figura destacada de la filosofía política, ha dicho que lo opuesto a lo emocional no es lo racional sino la incapacidad de sentirse afectado. Y a eso es lo que nos convocan las historias de desarraigo. A afectarnos con nuestros consultantes debido a esa particular situación con el objeto de construir con ellos historias nuevas de pertenencias que se agreguen a las anteriores. VII El derecho a una vida digna y su consecuencia negativa: la humillación Muy ligado al punto anterior, nos ha sido necesario reflexionar sobre la idea de vida digna en lo material, lo formal, y lo fáctico. Como he señalado en un artículo anterior (Bernales, 2008) son tres nociones importantes que debieran articularse entre sí, pero que para las familias en situaciones de vulnerabilidad social, esa dignidad de vida suele estar fracturada. ¿Cómo ocurre esta dificultad? Un pequeño recorrido conceptual lo aclara. Conservar la vida en un mundo comunitario supone costumbres, valores y normas reguladas a través de obligaciones, deberes y exigencias racionales. Se trata de una regulación ética expresada en enunciados normativos (Bernales, 2008). Si acordamos que la vida humana debe ser entendida en diferentes niveles que muestran un continuo, éste va de lo físico-biológico a lo psicológico a través de lo histórico, cultural, ético-estético, y aun espiritual, siempre en un ámbito comunitario (Dussel, 2006 ). El nivel de la sobrevivencia ha sido entendido como la reproducción de los componentes materiales que incluyen principalmente lo que afecta el cuerpo, pues es donde se expresa su carencia. Se observa cuando las diferentes condiciones sociales lo dañan y menoscaban a través de diferentes privaciones, por ejemplo, si el salario es bajo, si la vivienda no es digna, si no existen condiciones para el cuidado de la salud, si se es discriminado por razones de clase o raza, etc. Como se ve, incluye además una materialidad simbólica. Es difícil no señalar que se trata aquí de una verdad práctica. El nivel formal es la expresión de procedimientos intersubjetivos y comunitarios en el que se discuten los enunciados normativos que tienen la pretensión de una validez universal. Ha sido este un momento de interpelación en nuestro trabajo al haber observado que la pretensión de validez de las normas morales de cualquier sistema dominante ha encontrado la resistencia de las familias expuestas a la exclusión social. Pensamos que para aceptar una normativa moral, las personas deben estar incluidas a través del cultivo de una virtud social y cívica que se asienta en condiciones de autonomía y equidad, justo aquello que está en entredicho en términos de ingresos y reconocimiento para estas familias. El nivel de factibilidad dice de la capacidad de llevar a cabo, en términos institucionales, aquello que se consideran actos buenos para un sistema cultural vigente. Supone estrategias, posibilidades técnicas, financiamiento de programas, legitimidad de la diversidad, en fin, implementación de lo material y formal. En términos políticos es la implementación del horizonte de lo posible que debe realizarse. En términos cognitivos es la empiria tecnológica condicionada por la escasez de medios, tanto individuales, comunitarios y estatales. Es el lugar de la diferencia entre la satisfacción de necesidades y la satisfacción de preferencias. Estos tres términos aluden a que lo primero es cuidar y preservar es el cuerpo, alimentarlo y desarrollarlo como un “cuerpo encarnado” ; lo segundo es establecer una validez consensual del modo de hacerlo en una comunidad dada; y lo tercero es desplegar mecanismos para hacerlo efectivo. A lo anterior debemos agregar las distinciones que haré más adelante sobre redistribución de ingresos y reconocimiento, conceptos que hacen más compleja la mirada de las relaciones entre lo material, la identidad, la igualdad y la diferencia. Aparecen nuevas preguntas: ¿Cómo conservar las formas culturales de la buena vida cuando estamos insertos en un sistema que mantiene situaciones de exclusión social con vínculos rotos y comunicaciones humanas interrumpidas? Estamos hablando de la posibilidad de impulsar una sociedad e instituciones que no humillen, una sociedad decente (Margalit, 2010), la que, como concepto macroético, señala a una organización social capaz de no humillar. Se trata de un concepto diferente al de una sociedad civilizada, el que como concepto microético, atañe a las relaciones entre los individuos. Una sociedad decente es la que no transgrede los derechos de las personas que dependen de ella. En nuestro trabajo nos interesa conocer como las instituciones velan porque las personas que trabajan en ellas no se sientan humilladas ni humillen a las personas a las que suministran servicios. Es fácil advertir que hoy se acumulan algunas desventajas en relación a este postulado, por ejemplo, hoy hay más segregación urbana, hay una mayor fragmentación de los espacios de sociabilidad, una consolidación de una ciudadanía de segunda clase (Roberts, 2006), una discusión permanente sobre los recursos y modo de administrar el gasto social y creciente vulnerabilidad de las experiencias biográficas (Saraví, 2006). ¿Es posible una ética de la solidaridad como guía para los terapeutas contextuales relacionales que trabajan con la exclusión social como parte de la discusión de su formación profesional? Una forma de efectuarlo es a través de lo que entendemos por vulnerabilidad. Si examinamos la dimensión de la vulnerabilidad, una manera de hacerlo es considerarla: (a) radical (ontológica), designando con ello aquella fragilidad constitutiva, la que junto al hecho de ser seres en permanente apertura y dependencia nos coloca en una condición de estar expuestos y poseedores de una subjetividad inobjetable; (b) como labilidad, que señala que el fracaso es posible, tanto en términos normativos como en la capacidad de vulnerar a otros; (c) como una vulnerabilidad vulnerada, herida, humillación, desprecio (Montero, 2012) La consideración de estas nociones diferentes en la manera de entender la idea de vulnerabilidad abre puntos de partida a un camino en el que se integre a continuación, el reconocimiento y la reparación como expresiones de mayor respeto y aprecio social. Síntesis de los acápites V, VI y VII El hecho de que formalmente todos seamos considerados ciudadanos, vivamos en una cultura de progresivos derechos, y que sobretodo pertenezcamos a una sociedad que muestra dos distinciones importantes: una, que la inclusión social a ella es muy diferente para distintos sectores; dos, que la idea dominante sea el individualismo por sobre el interés general de sus ciudadanos, ha producido el efecto de regirnos en casi todo por un modelo contractual, ya sea en lo privado como también en lo público. Las consecuencias de esta impronta se observa a nivel de lo moral y de lo judicativo. No es la misma moral la de los integrados, interesados en conservar su pertenencia a una sociedad que, si bien los norma, en especial los cobija, que la de los excluidos, los que además de ser normados, no son cobijados como se lo merecen y esperan. En una cultura contractual y de progresivos derechos formales, si un ciudadano se ve lesionado por otro o por las instituciones, lo que primero hace es reclamar. Se trata de una demanda que debe ser hecha en instituciones designadas para eso como son los tribunales de justicia. El problema es que las personas, con ingenuidad, piensan que la vía judicial les solucionará el problema o el conflicto. Sin embargo, al aumentar la judicialización y separar dos lógicas, nada de ello ocurre. La persona espera una solución para un problema de la vida concreta que tiene ciertas complejidades en el mundo de las relaciones humanas, pero los tribunales le dan una solución donde esa condición humana muchas veces se pierde a pesar de declaraciones en contrario. El resultado es la insatisfacción, salvo que tenga la habilidad o los medios para entender esta otra lógica y obtener beneficios de ella. Lo anterior no significa que la judicialización deje de ser útil, el énfasis está puesto en la exageración de su uso. Si la situación de ciertas personas es además la de no estar arraigado, sino más bien periférico al nivel en que se toman las decisiones, su pertenencia a una determinada comunidad se ve amenazada de un modo tal, que suele quedar sin el reconocimiento que esa sociedad le debe como ciudadano, es más, su vida sufre de una pérdida de dignidad para sí y para los que le rodean. Su condición humana queda expuesta a una falta de bienes materiales, su cuerpo mancillado, las leyes formales que lo rigen no son bien entendidas, es más, muchas veces lo perjudican, las instituciones lo maltratan o no le dan las respuestas en el apoyo que necesita. Queda y vive lesionado en el nivel del respeto de sí. Vulnerado. VIII La interpelación como construcción de una cultura de la empatía y sus riesgos Al integrar lo señalado hasta ahora, el desafío es con la acción que llamamos terapéutica en una situación de precariedad. Cualquier terapeuta sabe que para realizar su quehacer debe contar con la noción de empatía. La empatía es un acto del observador, donde se configura una persona que toma partido por alguien, o bien, un observador que narra la historia del otro como propia, es decir, ve el mundo con los ojos del otro. En una situación de conflicto, es decir, en una escena de tres, el terapeuta queda sensibilizado por uno o más de los presentes (un miembro de la pareja, una familia segregada por la sociedad en que está inserta, un niño maltratado) o bien narra la historia en que se despliega el conflicto y agrega imaginación narrativa para encadenar lo faltante (contamos las penurias o injusticias que se cometen a diario con los consultantes excluidos) y traza un objetivo que prediga o remedie esa situación. Si distinguimos con atención, la segunda posibilidad, la de narrar una historia con la que nos identificamos, está dada por la observación del otro en situaciones de diferencia de poder, y ya supone la primera, estar cercano al ofendido o vulnerado, tal como ocurre en nuestro trabajo (podría también ocurrir lo contrario y aliarse a una cultura del fuerte). Una vez insertos en esta cultura, a la que llamaremos cultura de la empatía narrativa (Breithaupt, 2011), nos damos cuenta que ésta opera por similitud (empatizo con el que se me parece); por la capacidad de construir la perspectiva del otro y de ponerse en su lugar aunque sea muy distinto (donde la similitud es útil, pero no necesaria); y la forzada por la violencia que obliga a la participación de terceros (el caso extremo de un secuestro, de un asalto y de manera menos visible, el de la injusticia social). La consecuencia es la necesidad de justificar cada vez la propia decisión con nuevos relatos y buenos argumentos. Como terapeutas psicosociales nos vemos obligados a hacer una conexión entre empatía y moral y preguntarnos además si es la empatía la que puede hacer de eslabón de unión en una sociedad. Lo que parece innegable es que la empatía juega un papel en el trato social, no en vano, las personas que consideramos irrecuperables y peligrosas lo son porque no la poseen y les llamamos asociales (psicópatas). El dilema emerge si pensamos que la empatía nos vuelve moralmente mejores. De hecho es posible observar comunidades muy estables que no son necesariamente empáticas, sociedades decentes, como ya distinguimos antes, que se guían por el deber y no por los derechos . O donde la empatía está al servicio de mejorar las cualidades competitivas en una sociedad de libre mercado. Pareciera ser entonces que la relación de la empatía con la comunidad, sus normas y la moral, es más compleja de lo que se ve a simple vista. Creo que algo de eso nos pasa como terapeutas familiares psicosociales. Algunas veces tomamos partido y eso deja a un tercero fuera de la comprensión de su posición, con el peligro de declararlo enemigo o culpable de una determinada situación en la que participa e involucra a otros, tal como observamos que hacen algunas instituciones con algún miembro de la familia. Otras veces lo hacemos nosotros mismos con algún miembro o con alguna institución. Una pregunta adicional es si ciertas formas de exclusión o de declarar al otro adversario ayudan o no en los procesos de socialización cuando son capaces de contrastar y explicar los motivos que tienen para hacerlo, por ejemplo cuando se instaura un castigo, se le priva al otro de ventajas, se establecen las consecuencias negativas de no cumplir un acuerdo, etc. No es fácil librarnos de apreciaciones sobre el Bien y el Mal. Quisiera creer que es la compasión y la comprensión las que pueden venir en nuestra ayuda, y en tal sentido, las que generan la posibilidad de acceso a una moral en situación que responda a la pregunta por lo que debo hacer en ese momento. Sin embargo, saber de nuestra tendencia a tomar partido nos señala que no es la empatía ni su cultura la que nos proporciona elementos de comprensión de lo político ni del derecho del otro. Lo que sí es seguro es que al aproximarnos al otro de un modo abierto nos estamos cuestionando íntimamente nuestras certezas. Es válido que nos preguntemos entonces, en cada momento, si hemos dejado a alguien afuera o si le hemos sustraído el reconocimiento ya que son las formas que adquiere la exclusión, más allá de la empatía. IX El desarrollo de una postura de ética radical como reconocimiento asimétrico ¿Cómo superar el puro momento empático? El poeta Hugo Mujica asiente con Aristóteles cuando dice que lo que nos diferencia a humanos y animales es la capacidad de hablar, sin embargo, él agrega que lo verdaderamente humanos es la capacidad de escuchar el silencio que nos habla, de escuchar atentamente para que los silencios hablen. Es a partir de ahí que los terapeutas psicosociales pueden usar esa capacidad con los consultantes e interesarse por las historias de sus vidas, sus sueños, sus anhelos, sus recursos. Lo opuesto es cuidarse de no introducir con superficialidad premisas e ideologías sobre lo que es normal, sano o bueno. Quisiera desarrollar una invitación anterior a lo ético. Se trata de exponer la radicalidad asimétrica del reconocimiento, teniendo como punto de partida la experiencia de la preposición ante . Se trata de una preposición fundante en lo concerniente al otro. Significa estar en presencia de este otro, delante de él. De asumir la responsabilidad para con el otro como respuesta ante su vulnerabilidad. Será más fácil comprenderlo si hacemos un rodeo por lo que significa la condición de extranjero. El que se sabe extranjero sabe que no hay ninguna raíz que lo define, que sólo lo define su movimiento hacia el otro, movimiento que le impide instalarse en la comodidad de su interioridad. Se trata de un movimiento que nos lleva a una responsabilidad extrema que evoca la persecución que suele sufrir el que se hace responsable porque no puede valerse de su libertad para eximirse de responder al otro, un otro que se manifiesta a través de la vulnerabilidad de su rostro. Mientras cualquier perseguido tiene la tentación de vengarse y de efectuar el mal como consecuencia de su persecución, el que se hace responsable debe sufrir aún una persecución más y un insomnio radical dados por el rostro de los humillados y ofendidos que se hacen presentes en un mundo de injusticias y de desprecios, de angustias y muertes solitarias (Chalier, 1995). Se trata de un hecho empírico, se trata de la experiencia de la persecución, se trata de darle a esa experiencia un significado que vaya más allá de la historia y elevarlo a una categoría de pensamiento que resulte indispensable para la reflexión sobre el yo humano. Cuando el yo del terapeuta psicosocial ya no se engaña y descubre que en su existencia, pese a las buenas intenciones y a veces sin saber, puede provocar daño alrededor de sí, es que empieza un camino en el que la realización y la tranquilidad propias dejan de dar la justa medida de lo humano en un mundo que no está redimido. ¿Cómo se las arregla ese yo con el cambio que va de la perseverancia en su ser (propio yo) al de cuidado del otro? ¿Qué acontecimiento le indica que la responsabilidad por el otro sea tan radical e ineludible? ¿Qué sucede en el encuentro con el otro para que éste cuente por encima de todo y que el egoísmo del yo quede tan conmovido hasta el punto de ofrecer un desinteresado “heme aquí ”(Levinas, 2000)? En un mundo en que predomina el desinterés por el otro y la violencia, sólo el encuentro con el rostro del otro puede romper la dura corteza que hace de cada cual un ser solo para sí. No se trata de un vínculo con el rostro de una manera descriptiva sino con aquello del rostro que excede a cualquier descripción, una percepción que se vive como sobrecogimiento y no da tiempo para contemplarlo como se observa una imagen. Ocurre cuando se lo ve vulnerable, cuando se lo ve con esa ausencia de protección que se impone al que lo mira, cuando se hace presente la posibilidad del asesinato, la indiferencia y la prohibición de ceder a esas tentaciones, cuando está en completa indefensión (Levinas, 2004). La vulnerabilidad de un rostro hace ver lo extranjero, pero eso es algo que no percibe aquel que lucha por el reconocimiento propio, pues es preciso dejar de imponerse a los otros y renunciar a cualquier título de reconocimiento para que el rostro del otro lo llame y se acepte la llamada desprovisto de toda protección de la propia identidad y sólo con la singularidad de la responsabilidad. La relación cara a cara no admite el mutuo reconocimiento, es siempre reconocimiento al otro, sobreviene en el instante en que el contexto desaparece bajo la fuerza incomprensible del rostro del otro sin que éste se percate de ello, vulnerabilidad del otro que requiere al terapeuta psicosocial como persona de un modo imperativo. Es un encuentro que no se anuncia: ocurre, y en tal sentido, es una epifanía o una revelación, un acontecimiento que sorprende al sujeto o que lo sobrecoge y le hace un tipo de daño que no invita a la morbidez sino aviva el sentido de responsabilidad para con el otro. Es la experiencia por excelencia y sobrepasa los poderes del sujeto. Al aterrizarlo al mundo práctico de la intervención psicosocial o de la intervención terapéutica, se expresa en la aceptación o rechazo de modos adaptativos que han probado ser útiles para la sobrevivencia. La importancia de dar la palabra, de escuchar activamente, de contrastar de un modo transparente (Taylor, 2006), de fomentar comunidades de comunicación (Apel, 2005), son formas de atender a estas condiciones de reconocimiento radical. En las situaciones en que participamos, las secuelas que quedan de las determinaciones biológicas, económicas, sociales y culturales deben ser tomadas en cuenta en la capacidad de situarse ante el otro en la solución de los problemas, tal como se destacó en el caso que nos ha servido de ejemplo. X La reparación como experiencia emocional correctora. Los dos tipos de reconocimiento, el recíproco y el asimétrico radical, operan como una instancia central que expresa la búsqueda de una verdad ligada a la explicitación de algún daño existente, el que ha sido parte o causa de una ruptura personal, intersubjetiva o social (Montero, 2012). Supone la recuperación de la palabra del humillado como fuente de dignidad y como respuesta al silencio del daño, el estrés, la repugnancia y la vulneración que hizo mella en el corazón de su existencia, al punto de impedir una cotidianeidad libre y capaz de actuar luciendo la honra. Supone la escucha atenta y sin prejuicio, el interés por el relato biográfico que desnuda un curso de vida mancillado. Todas estas invitaciones que recuperan la palabra y un decir que supera cualquier dicho, posibilita la recuperación de diversas secuelas y abre el camino a una experiencia emocional que se desborda en nuevos cauces existenciales y permite la cicatrización de lo que ha estado roto por dentro, interacciones y adquisiciones simbólicas diferentes en el contacto con los otros, como asimismo una nueva inserción social. Cuando tiene éxito manifiesta una reconfiguración personal y social de la identidad que se muestra en los planos vinculares, de derechos jurídicos como ciudadanos y de aprecio a su inserción laboral y cultural, tal como ha sido desarrollado anteriormente. La reparación apunta a la vulnerabilidad en su eje más íntimo y se muestra como excedente de apertura y limitación de la omnipotencia del terapeuta psicosocial. Nos hacemos más conscientes de nuestros límites, de nuestras posibilidades de dañar, de nuestra propia labilidad, de ser nosotros los extranjeros que hemos sido invitados o coaccionados a intervenir en un mundo que muchas veces desconocemos y al que solo podemos entrar si estamos atentos a nuestra propia vulnerabilidad, atentos a los aspectos irreparables de ciertas humillaciones, violaciones y abusos en la vida de nuestros consultantes, sometidos como han estado, a condiciones en las que no han podido acceder a una vida de respeto de la sociedad para con ellos. En tales circunstancias importa estar conscientes que no hay restitución posible a un orden previo, anterior al que ya dañó: la pobreza ya ha estado, la discriminación también, la segregación lo mismo, las consecuencias de un orden dictatorial ya han sido vividas. No es posible operarse de la memoria la experiencia vivida. La huella no se puede borrar, sí se puede a veces re-crear (Montero, 2012). De ser así, la experiencia intersubjetiva adquiere otra dimensión, pues es en esa esfera donde las heridas pueden ser elaboradas en una escena diferente del de la victimización, la venganza, el silencio, en fin, donde el encuentro construido sobre otras bases de reconocimiento posibilita la articulación de otras libertades y derechos que se pueden consentir. Es algo que se hace desde el lenguaje corporal hasta hacer aparecer las palabras que reinterpretan una y otra vez los hechos en ese curso de vida, biografía emplazada en circunstancias sociales y personales adversas, y que mediante un encuentro diferente y en circunstancias más favorables- cercanas, sociales e institucionales- posibilita herramientas en la dirección de una reconfiguración identitaria, la que sin olvidar lo vivido consiente en abrirse a un diálogo en el que está presente una vulnerabilidad diferente, esta vez con personas a su vez vulnerables como nosotros si estamos conscientes de sí, y que nos permite distintas dimensiones de contrastación transparente con nosotros mismos y con los otros, dándoles y dándonos una nueva oportunidad. El punto de inflexión de un recorrido semejante encuentra al final del camino la figura del perdón. Perdón al ofensor, el que al darlo, dignifica a su vez al agresor cuando éste es reconocido en su limitación, y la acepta llevando a cabo acciones reparadoras. Y dignifica el poder liberador en el ofendido que recupera más que solo la estima de sí (Montero, 2012). Otra cosa es la atención y vigilancia permanente a las situaciones de opresión de los sistemas sociales concebidos al amparo de la dominación de unos seres humanos sobre otros, situación inevitable, pero que no impide la organización social que las personas oprimidas se dan para corregirlas, y los distintos caminos de exploración de emancipaciones necesarias y posibles, ya sea en planos personales como colectivos. Esta es una dimensión compleja de enfrentar por los terapeutas psicosociales, los que poseedores, a su vez, de distintas creencias e ideologías sobre el modo en que una sociedad se debe organizar, expresan su posición, sólo que en esos casos hace más difícil el respeto por la diferencia de creencias, preferencias y modos de significar que puedan tener los consultantes dañados por situaciones sociales muy adversas. En un trabajo anterior propuse que “un camino es aplicar principios heurísticos, es decir, ir cambiando los puntos de vista divergentes que se producen desde estar instalados en creencias, convicciones y preferencias cuando pasamos del mundo de las razones al mundo de la acción y viceversa, pues cuando lo hacemos, se establece una dialéctica que nos permite movernos con nuestros juicios desde las situaciones particulares hasta la convicción de respetar ciertos principios de justicia a los que adherimos” (Bernales, 2012). Para terminar, reparar por tanto requiere de un reconocimiento de la propia vulnerabilidad, de la observación atenta del daño acaecido y recibido en la vida de los consultantes, del eventual daño que ellos han causado también a otros y desde donde algunas veces se nos ha pedido intervenir, del daño que sin o con querer podemos causar en la relación con ellos, de los daños causados y recibidos en nuestra propia vida, y de una manera especial, de la disminución de la libertad de los consultantes para con las elecciones que hubieran querido tomar y que al no tenerla, los ha condenado a elecciones tempranas que pueden ser irreversibles de no mediar la posibilidad de ser reparados para así reparar. Si la falta de elección o de libertad ha sido con resultado de muerte, a la reparación sólo le queda el difícil camino simbólico de un nuevo reconocimiento mutuo, esta vez con nosotros, quizás algún día entre ofensores y ofendidos. Les queda la potencialidad de una palabra diferente que recupere la narración y la memoria en actos comunes de significación diferente que no repitan ni lleven a experiencias de vida como las anteriores, de manera que la vivencia de daño, violencia, humillación, en definitiva de mal, no se reencarne (Montero, 2012). La reparación como experiencia emocional correctora es un eje insustituible de la terapia en espacios psicosociales y se lleva a cabo en diferentes settings individuales, familiares, grupales, comunitarios. La dimensión inevitable es la que se liga a la vulnerabilidad, ya desarrollada antes, en especial cuando actúa como labilidad, pues se trata de un momento cercano a los fracasos terapéuticos donde la herida de la humillación y el desprecio ha quedado muy adherido en la piel de nuestro consultante. Es allí donde el reconocimiento asimétrico cobre todo su valor bajo la experiencia de la espera con esperanza. Síntesis de los acápites VIII, IX y X Al quedar interpelados, los terapeutas psicosociales apelan a la empatía para servir y actuar mejor en el trato social. A poco andar, la empatía no alcanza si no se le agrega nociones de poder, justicia, observaciones sobre los modos como se ejerce la violencia y una comprensión crítica de la manera como se configura la pertenencia integradora a nuestra específica sociedad. Una discusión sobre los tipos de reconocimiento que se le otorgan a las diferentes personas con las que tenemos que trabajar nos ha hecho ver que el reconocimiento recíproco no basta cuando la condición humana del consultante sufre de desarraigo y de pérdida de su dignidad. Nos ha sido necesario apelar a otra noción más radical, la de ser privilegiado respecto de aquellos que nos consultan y asumir las consecuencias por ello. Es algo que supone un respeto especial, donde sólo una postura que supere el con, el para y el por dará paso a una que considere el ante, preposición que sí proporciona una apertura genuina en el acto dramático de ponerse delante de un rostro capaz de conmovernos debido a su sufrimiento. Asumido lo anterior, la experiencia emocional correctora adquiere una dimensión de acción reparadora que considera el daño acaecido y la posibilidad de re-crear alternativas tanto en el orden vital como simbólico. XI Las dimensiones de riesgo y el uso de lo heurístico como instrumentos de la praxis clínica. El hecho de empezar este artículo por un caso que nos conmovió como equipo, para a partir de ahí, desplegar una serie de consideraciones, me ha permitido hacer un recorrido desde la formación dramática necesaria para encarnar la complejidad de consultantes que viven en la adversidad y con la falta de oportunidades para lograr una mayor integración social. A continuación he caracterizado las condiciones de esas vidas y la interpelación que ese tipo de situaciones vitales nos hace hasta el punto de hacernos responsables, desde el lugar que se nos solicita, la de servir los anhelos de una vida más respetada. Ahora mi invitación es a pronunciarse respecto a alguna manera de evaluar factores de mayor o menor riesgo debido a todo lo anterior. Diversos estudios y metodologías señalan diversos factores que aumentan el riesgo social de adversidad cuando las familias que viven en situaciones de vulnerabilidad social no pueden con ellas, independiente de las consideraciones que las fundamenten en términos de injusticia y humillación. Como terapeutas psicosociales es parte de nuestro quehacer observarlas con el fin de proponer alternativas de mitigación sin descuidar las correlaciones socio económicas y culturales que siguen haciéndolas posibles. La experiencia clínica acumulada durante estos años nos ha guiado hacia ciertas distinciones importantes de considerar. Nos interesa por tanto conocer parámetros de cuidado en diferentes niveles: situación económica, trabajo estable o temporal, la relación de cariño y normativa entre los miembros de la familia, la vinculación con la familia extensa, las condiciones de salud física y mental de cada integrante, las fuentes de estrés, la congruencia jerárquica de los padres en su relación con los hijos (el tipo de habilidad parental), el estilo y las manifestaciones amorosas de la pareja, la forma en que afrontan las tareas domésticas, sus relaciones sociales, el estilo de la fratría, los hábitos de crianza, el nivel de educación formal, las características geográficas y barriales, las condiciones de la vivienda, el acceso a redes sociales de apoyo, su vínculo con instituciones que le proporcionan ayuda y que también las vigilan en su comportamiento en el cumplimiento de las reglas sociales en materias de salud, educación y crianza, la relación que se establece con la violencia, etc. Al hacerlo, podemos configurar dimensiones de riesgo (Packman, 2006) que consideren distintas dimensiones de dificultades, por ejemplo, los momentos en que se rompe la habitualidad de vida, los momentos en que aparecen crisis o aumentan en intensidad, las circunstancias en que empeoran las condiciones de vida, la influencia de vincularse con instituciones que están desgastadas, el abuso de fármacos para resolver las crisis o los errores en el diagnóstico de lo que está ocurriendo y la desconsideración de los factores del contexto que agravan o producen las crisis. A través del uso de propuestas heurísticas nos interesa construir probabilidades de ámbitos que se influyen mutuamente en términos favorables o desfavorables con el objeto de acotar la tarea, fijar criterios para llevarla a cabo, comprender el entorno de nuestra acción, reflexionar sobre las limitaciones de nuestros recursos, ser capaces de ejecutarla en tiempos definidos, corregir cuando vamos por caminos equivocados, fijar y medir los costos que están involucrados y evaluar las respuestas que son construidas y que han sido favorables en la mejoría o solución del problema que nos ha llevado a intervenir como terapeutas psicosociales. Hoy existen distintos modelos para realizar este tipo de tarea según sea el pedido solicitado . Distintos programas que han involucrado a la familia tienen construcciones de este tipo. Lo que nos parece importante para los terapeutas psicosociales es conocerlos. Resulta interesante observar como los distintos programas acentúan elementos tales como condiciones mínimas de calidad de vida, la información sobre las prioridades que se dan las personas para sí mismas, la información sobre sus derechos y si asumen o no compromisos concretos para lograr sus metas. El Estado suele interesarse en que sus ciudadanos estén identificados, que el municipio al que pertenece le haga una ficha social, que los servicios de salud les sean accesibles y los niños sean cuidados en su condición básica (vacunas, etc.), que las mujeres puedan acceder a programas de control de natalidad y atendidas en su o sus embarazos, los ancianos tengan derecho a asistencia médica, que los niños vayan a la escuela, que se erradique el analfabetismo, que la familia mejore sus niveles internos de convivencia y sea solidaria con sus miembros en situaciones adversas, que se disminuya el déficit de vivienda y que estas sean dignas, que existan condiciones laborales para al menos un miembro de la familia y que se acceda a los distintos subsidios destinados a hacer la vida más llevadera. En todo ello nos tocará participar, escuchar, validar, colaborar, respetar. La manera de hacerlo indica que hay alternativas mejores o peores según seamos capaces de preguntarnos por los riesgos en cada uno de estos ámbitos. Son preguntas que partiendo del hecho existente en una determinada realidad, averigua por lo que ha resultado o fracasado después de conocer cuál es esa realidad. Incluye preguntas concretas en cada ámbito y averigua acerca de lo que pasaría si las cosas empeoraran o mejoraran. Se interesa por la comprensión que cada cual tiene sobre el ámbito en cuestión y las posibilidades que ejerce para evitar males mayores o participar en la construcción de bienestar. Averigua por los obstáculos que pueden aparecer y por las formas de superarlos. Se trata de una manera concreta de colaboración, esta vez, ejecutada desde una dimensión cognitiva y heurística. Síntesis de todo el recorrido: Los terapeutas contextuales relacionales que trabajan en la esfera psicosocial de una sociedad han tenido, en lo habitual, un aprendizaje que viene de la terapia familiar o incluye, en un momento de su quehacer, la necesidad de formarse en el paradigma llamado sistémico. Se trata de un recorrido que se distingue, en su especificidad, del aprendizaje que se logra siendo sólo psicólogo clínico y también de aquel que se agrega desde la psicología social y desde la psicología comunitaria. Esto vale tanto para un psiquiatra, un trabajador social, un terapeuta ocupacional, monitor, educador social, etc. Intervenir en situaciones psicosociales significa insertarse en un pedido que viene de una institución o de una familia que está siendo intervenida por una institución, en general, mandatada para intervenirla desde alguna política pública ligada a municipios, tribunales de justicia, ONG o agencias ligadas a la sociedad civil. Dado que ese es el desafío para un profesional como el descrito, este artículo entrega algunas propuestas básicas de formación que me parecen deben ser tomadas en cuenta para realizar mejor este oficio si queremos honrar a personas que viven, más veces que las deseadas, en los márgenes de la dignidad, la integración social y el respeto que se merecen, y que no necesariamente obtienen cuando no se dan las condiciones para dicha opción. Dado que nuestro accionar está muchas veces muy cercano a lo clínico, he iniciado las primeras distinciones de lo que busco proponer a través de la reflexión de un tratamiento efectuado a una familia particularmente vulnerable y vulnerada. A lo largo de nuestra experiencia como Instituto Chileno de Terapia Familiar, la particularidad de participar en este ámbito de exclusión social o de sus fronteras, nos ha hecho ver que muchas veces no tenemos suficientes herramientas para dialogar con este tipo de familias e instituciones de una forma que vaya más allá de conmovernos o normarlos. Proveer esas herramientas mediante distinciones que abarquen tanto una postura existencial, ética y técnica, como una reflexión teórica de lo que significa comprender las diferencias de vida, privilegios, recursos y reconocimiento de nuestros consultantes y de las instituciones encargadas de atenderlos, supone la adquisición de destrezas específicas que deben desplegarse en el tiempo a la manera de una formación continua. La primera distinción ha surgido con la consideración de tomarse muy en serio cada acto dramático en el que nos vemos envueltos. Aspectos éticos y estéticos surgen desde allí, tal como se explicita en el punto II. Como señalo en el cuerpo del escrito “no es lo único que un profesional de esta índole debe aprender, pues la dura tarea de lograr una mayor integración social para aquellos que son y se sienten excluidos, supone de otros conocimientos” además de los del paradigma sistémico en su variante contextual relacional. Uno de ellos, y de manera importante, es el de las variaciones que experimenta la familia en su configuración debido a los cambios epocales subsidiarios de los cambios socio económicos y culturales en esta era donde lo tecnológico camina a una velocidad difícil de seguir, y que incide en la organización afectiva de la que seguimos dependiendo, tal como ocurre con esa organización que nombramos como familia. En el ámbito al que se refiere esta publicación, lo anterior adquiere una especial relevancia, pues requiere de una importante modificación de nuestro pensamiento corriente: cambiar lo que debe ser una familia por lo que ella puede ser, para sólo después, dialogar de un modo transparente sobre lo que “debe ser”, cuando logran quedar progresivamente integrados a cabalidad en la sociedad. En nuestro trabajo aparece con frecuencia otra distinción: la diferencia entre ser nombrado “ciudadano” y la práctica de dicha condición. Las nociones de arraigo, pertenencia, dignidad, derechos, reconocimiento, distribución equitativa de los ingresos, entre otras, nos obligan a observar la incidencia que su falta o escasez provoca en la calidad de vida de nuestros consultantes. De ahí que incorporar una mirada sobre todo ello enfatiza el interés general de todos los ciudadanos (para hacerla efectiva y luchar por el cumplimiento de esa condición) en desmedro de una idea de individualismo contractual que es el que prevalece hoy en términos ideológicos. Es recuperar la vieja noción de solidaridad, hoy en desuso en términos de modelo. Tal distinción tendrá un efecto a nivel de la moral en situación y en la forma en que actualmente se expresan los juicios. Esto ha traído consigo un acercamiento exagerado a instituciones que los dirimen cuando hay conflictos sociales o normas familiares que cumplir. La moral en situación se convierte en un concepto a debatir debido a la diferencia en las concepciones sobre lo injusto y la manera en que se teoriza y se administra la justicia en una sociedad en que no todos tienen el mismo acceso a sentirse integrados a ella. Nuestra experiencia es que debemos apreciar mejor los modos en que se expresa el desarraigo, la falta de aprecio y de respeto a las personas más desposeídas con el fin de dialogar con ellas, fortalecer sus recursos, facilitar la integración a las redes de apoyo social, y distinguir las diferencias que se observan en niños, mujeres, jóvenes, ancianos y hombres respecto a derechos y obligaciones cuando quedan sumergidos dentro de una microfísica del poder. Establecido el modo que adopta la interpelación que se nos formula desde las personas que viven en esta condición aparecen nuevas distinciones, esta vez vinculadas a la empatía y sus limitaciones frente al tipo de orden establecido. Se hace necesario así dirimir tipos de reconocimiento: el de la reciprocidad y el gratuito que obliga asimétricamente. Aparece la noción relevante de estar ante el otro en vez de con, para y por, esencial para esta nueva forma de respeto. Una vez establecidas estas nuevas condiciones, si llegamos a lograrlo, el terapeuta contextual relacional podrá vincularse de otra forma y llevar a cabo la invitación a vivir una experiencia emocional correctora de los daños acaecidos y experimentados, no para olvidarlos sino para re-crearlos en un mundo de significados que pueda ser distinto tanto vital como simbólicamente. Al terminar, he dado un lugar a las dimensiones de riesgo que se manifiestan cuando las personas y las familias viven en condiciones variables de marginalidad respecto del orden establecido pues existen “diversos factores que aumentan el riesgo social de adversidad cuando las familias que viven en situaciones de vulnerabilidad social no pueden con ellas”, tal como se muestra en el punto XI. Es por ello que al terminar, propongo una metodología heurística para anudar los distintos acápites. Es un hecho que partimos por considerar una determinada realidad, luego buscamos señalar lo que ha resultado y fracasado antes. Supone hacernos preguntas y saber hacerlas a los involucrados con la finalidad de saber mejor aquello que ha mejorado o empeorado y las variables que puedan estar incidiendo. Se trata de mejorar la percepción fina y la comprensión de ideas de bienestar y malestar para cada situación con el propósito de mirar los obstáculos que están, han estado o emergen y las distintas y complejas vías de superarlos. Es un interés por la comprensión que cada cual tiene sobre el ámbito en cuestión y las posibilidades que ejerce para evitar males mayores o participar en la construcción de un posible y mayor bienestar. Es averiguar con ellos por los obstáculos que pueden aparecer y por las formas de superarlos. Nos ha parecido una manera de declarar al otro un interlocutor válido a permanencia y partícipe de la construcción de caminos emancipadores respecto a la inclusión crítica de la sociedad en que le ha tocado vivir cuando son las condiciones descritas a lo largo de estas páginas las que han prevalecido. Apéndice I ¿Redistribución o reconocimiento? Con esta pregunta, se alerta a los terapeutas familiares psicosociales en temas que suelen estar alejados de su quehacer, pero que para el abordaje de aquello que concierne a lo psicosocial, nos parece relevante Para los efectos de este artículo, es más importante hablar de “crítica social”, que de teoría social crítica , en términos del uso de principios, esquemas conceptuales y teóricos para analizar y explicar las estructuras sociales en las que los terapeutas familiares psicosociales están inmersos. Se trata del uso de conocimientos de antropología, geografía, economía, filosofía, historia, lingüística, sociología, teología, etc. con la finalidad de acercarlos a una práctica compleja cuando como profesionales se ven envueltos en ella. Una exigencia que se le formula a una teoría crítica, es la necesidad de articular y justificar moralmente las reivindicaciones normativas de los movimientos sociales (Honneth, 2006), sin embargo, para nosotros como terapeutas familiares psicosociales, lo que está en el debate son sus formas más básicas, las del sufrimiento social por falta de integración y las de injusticia moral. La de aquellas personas y familias que ni siquiera tienen cobertura mediática para plantear sus demandas como personas más allá de la crónica roja. Para ser claro en este punto, los terapeutas familiares psicosociales nos vemos enfrentados a formas de sufrimiento social, tales como la feminización de la pobreza, el desempleo de larga duración o los trabajos esporádicos sin cotizaciones previsionales, el aislamiento social, la desorganización privada, las destrezas profesionales en desuso por el avance tecnológico, el empobrecimiento rural, las privaciones diarias de las familias numerosas, la progresiva intromisión de los servicios sociales en la vigilancia familiar, adolescentes que se apartan del sistema, etc., todas ellas poco reconocidas por la esfera pública y poco organizadas como movimientos sociales que se puedan tomar en serio en términos morales . Dos aspectos saltan a la vista y deben ser tomados en cuenta por los terapeutas familiares psicosociales: por un lado, los marginados exigen justicia redistributiva y, por otro, se requiere un conocimiento de las normas morales que operan de un modo distinto cuando hay injusticia social. Otro elemento a considerar es la demanda de grupos culturales y étnicos a exigir reconocimiento. En este punto, se trata de una problematización a nivel de la identidad colectiva cuando deja fuera a ciertos sectores de la población como es el caso de la comunidad homosexual y las diferentes etnias. Sin embargo, esto también puede plantear una dificultad, la de concebir la identidad grupal de un modo beligerante y excluyente de las otras identidades colectivas que se despliegan junto a ella (el ejemplo de grupos fanáticos religiosos, racistas, barras bravas, etc.) En un trabajo como el nuestro quisiera que nos preguntemos, aunque sea someramente, por la incidencia entre redistribución del ingreso y reconocimiento social. Al plantearla, puede caber la duda para el receptor de este artículo, si nos corresponde a nosotros como terapeutas familiares meternos en estas aguas. A mi parecer, como actores sociales es difícil no sumergirnos en ellas, pues los factores que mantienen la discriminación, amerita al menos una reflexión básica. La filósofa política Nancy Frazer señala: “En el mundo de hoy, parece que las reivindicaciones de justicia social se dividen, cada vez más, en dos tipos. El primero, más conocido, está constituido por las reivindicaciones redistributivas, que pretenden una distribución más justa de los recursos y de la riqueza” . Agrega, “un segundo tipo de reivindicación de justicia social es la política de reconocimiento. Aquí, el objetivo, en su forma más verosímil, es un mundo que acepte la diferencia, en el que la integración en la mayoría o la asimilación de las normas culturales dominantes no sea ya el precio de un respeto igual”. Son dos tipos de reivindicaciones que suelen estar disociadas en la práctica y en la discusión intelectual. Ambas tienen implicancias tanto filosóficas como políticas. Por un lado paradigmas normativos, por el otro, reivindicaciones sociales. Para esta autora se trata de un falso dilema porque existen grupos de personas que padecen tanto una mala distribución como un reconocimiento erróneo de ciertas maneras en las que ninguna de estas injusticias es un efecto indirecto de la otra, sino que ambas son primarias y co-originales. Ella señala que un ejemplo típico de esta bi-dimensionalidad lo constituye el fenómeno de género, pues por una parte “estructura la división fundamental entre trabajo retribuido, “productivo”, y trabajo no retribuido, “reproductivo” y doméstico, asignando a las mujeres la responsabilidad primaria de este último. Por otra parte, el género estructura también la división, dentro del trabajo pagado, entre las ocupaciones de fabricación y profesionales, de salarios altos y predominio masculino, y las ocupaciones de “delantal” y de servicio doméstico, de salarios bajos y predominio femenino”. Lo importante es que una sociedad más justa necesita de ambas. El paradigma de la redistribución se centra en injusticias que se definen como socioeconómicas y supone que están enraizadas en la estructura económica de la sociedad. En cambio, el paradigma del reconocimiento se enfrenta a injusticias que interpreta como culturales, que supone enraizadas en patrones sociales de representación, interpretación y comunicación. Ejemplo de lo primero es la marginación económica (quedar confinado a tareas indeseables o mal pagadas, o que se niegue el acceso a trabajos que generen ingresos, en general) y de privación (la negación de un nivel de vida material suficiente). Como ejemplo de lo segundo, podemos citar la dominación cultural (ser sometido a patrones de interpretación y comunicación correspondientes a otra cultura y ajenos u hostiles a la propia), no reconocimiento (no ver al otro porque las prácticas como nos lo representamos, nos comunicamos e interpretamos no son autorizadas por la cultura dominante) y la falta de respeto (ser difamado o menospreciado de forma rutinaria en representaciones culturales públicas estereotipadas o en las interacciones cotidianas). Los remedios que proponen cada una de ellas también varían. En el paradigma de la redistribución, el remedio de la injusticia es la reestructuración económica de algún tipo. Esto puede conllevar la redistribución de los ingresos o de la riqueza, la reorganización de la división de trabajo, el cambio de la estructura de la propiedad, la democratización de los procedimientos mediante los que se toman decisiones económicas, etc. En el paradigma del reconocimiento, en cambio, la solución de la injusticia es el cambio cultural o simbólico. Esto podría suponer la reevaluación ascendente de las identidades no respetadas y los productos culturales de los grupos difamados; el reconocimiento y valoración positiva de la diversidad cultural, o la transformación de la totalidad de los patrones sociales de representación, interpretación y comunicación, de manera que cambie la identidad social de todos. Honneth disiente en un punto con el bidimensionalismo de Frazer al sostener su interés no sólo en los grupos organizados que reclaman con justicia su mejoría económica o su acceso a ser reconocidos en su identidad, sino en construir una categoría de estudio donde lo material y lo cultural se integren en sus aspectos simbólicos y materiales en la realidad social. Al plantearlo de este modo se fija en las formas embrionarias no tematizadas del sufrimiento social y de la injusticia moral. El énfasis lo pone en la injusticia como humillación y falta de respeto, algo que va más allá de las reivindicaciones de identidad de grupos organizados como los sindicatos, los homosexuales, los grupos feministas, los estudiantes, etc. Le interesa averiguar las herramientas para conceptuar una teoría social cuando lo socialmente injusto es experimentado por las personas no organizadas en una determinada realidad social. Al hacerlo se deben buscar las expectativas normativas que se tienen sobre el funcionamiento social, en especial donde cuesta encontrarlas (a diferencia de los grupos organizados). Le interesa una respuesta teórica que explique el descontento de los sujetos desconocidos, sin rostro. Se trata, para él, del momento sufriente previo a cualquier tipo de organización social. Le interesa averiguar las fuentes normativas del descontento social. La idea que lo sustenta es la afirmación de que el descontento y el sufrimiento social poseen un núcleo normativo, pues si las sensaciones descritas se califican de “sociales”, la sociedad está haciendo algo injusto, algo injustificable. Cuando ciertas reglas y medidas institucionales no van acompañadas de razones que puedan comprender las personas individuales estamos frente a una normativa injusta. Las personas esperan sobretodo un reconocimiento de sus reivindicaciones de identidad. Cuando ello no está, lo que se hiere es el honor y el reconocimiento y es eso lo que se resiste y sobre lo cual se protesta, esa es su fuente motivacional. Va más allá de las reivindicaciones económicas y culturales de identidad grupal . Para decirlo en sus palabras: “La experiencia de abandono del reconocimiento social, de degradación y de falta de respeto deben estar en el centro de un concepto significativo del sufrimiento y de la injusticia que tienen una causa social”. Y agrega más adelante: “La injusticia social llega a influir en la teoría de la sociedad si el punto de vista normativo se ajusta a las expectativas normativas de los sujetos con respecto al reconocimiento social de su integridad personal”. En síntesis: en una sociedad como la nuestra, capitalista, burguesa y liberal, dicho en un sentido amplio, asegurarse reflexivamente las propias competencias y derechos no es algo que aparezca por generación espontánea, sino más bien depende de esferas que deben diferenciarse para que el reconocimiento intersubjetivo se haga posible. De estas esferas, tres son fácilmente reconocibles , aquella ligada a la socialización de la progenie y que se expresa en vínculo, afecto y amor, instancia que opera para todos los cambios que se observan en la vida privada desde la modernidad, y en donde, apego y amor de pareja quedan incluidos. La segunda es la del reconocimiento jurídico, donde cada individuo es un ciudadano que es reconocido como miembro y se le protegen sus derechos. La tercera es la del reconocimiento del logro como aporte cooperativo al bienestar de la sociedad y que se despliega como estima de sí. Si las personas con las que nos vinculamos como terapeutas familiares psicosociales experimentan sentimientos de opresión y de injusticia como núcleo central de sus experiencias, están heridos en sus formas de vida y en sus logros, no se sienten respetados ni reconocidos, estamos en presencia de un daño social a la integridad, el honor o a la dignidad. Es eso lo que representa el núcleo normativo de sus experiencias. A mi parecer, estas distinciones cruzan la esencia de un trabajo como el nuestro, pero nuestra condición de estar mejor integrados socialmente a veces nos hace pasar por alto la herida a nivel de lo degradante y humillante que experimentan madres a las que se les niega vivir con sus hijos, consultantes humillados en los tribunales de familia, adolescentes que no saben qué normas seguir en las condiciones precarias en que viven, padres considerados sospechosos y ausentes debido a trabajos extensos y en lugares distantes de sus domicilios, en fin, niños que no pueden ser atendidos en sus discapacidades, hospitales con largas listas de espera, discriminación escolar, etc. Lo planteado en el cuerpo central de este artículo pretende hacerle un lugar específico a los terapeutas familiares psicosociales para distinguirse de lo que dice la psicología social por un lado, y la psicología comunitaria por otro, sin desmerecer el inmenso aporte de cada una de ellas. ¿Tendremos que movernos los terapeutas familiares psicosociales en lo que despliega la Psicología Social? ¿No dejamos fuera al hacerlo, el importante desarrollo que ha tenido en Chile la Psicología Comunitaria? Y al hacerlo, ¿Qué nos diferencia además de esta última? ¿Qué nos diferencia de ambas? Si queremos incluir este desfase entre dos lógicas de intervención, tendremos que distinguir entre programas vinculados a la sociedad civil, más cercanos a la lógica comunitaria, y los programas propulsados por el Estado, más cercanos a las políticas sociales, para plantear una vía que las considere y al mismo tiempo muestre un campo propio. Al hacerlo, describiré en breve sus rasgos principales. A.- Psicología Social La psicología social es una de las ramas de la psicología que estudia las conductas, emociones y pensamientos de los sujetos humanos en la relación que tienen con otros congéneres. Si bien su división es arbitraria, tiene diferencias con la psicología clínica, educacional y organizacional. Como ciencia aplicada estudia los fenómenos sociales y busca develar las leyes que regulan la convivencia. Está muy vinculada a la Sociología, pues investiga a las organizaciones sociales y los patrones de las personas en tanto participantes de la comunidad y grupos sociales, como asimismo las situaciones en que se ven involucrados y las conductas que les influyen. Debido a estas características, los terapeutas familiares psicosociales operan como psicólogos sociales cuando tienen que explicar e intervenir en el acontecer de las personas como fruto de la relación que se establece entre sus estados mentales y el entorno social que los interpela. La investigación empírica y los principios heurísticos están entre sus preferencias. Desde ahí extrae conclusiones específicas y acotadas, focalizadas. En tal sentido, se ocupa de lo microsocial, dejándole a la sociología el estudio de lo macro. En los últimos tiempos, su investigación se ha ampliado a una diversidad de fenómenos ligados a la atribución de significados y construcción de sistemas de creencias, a cómo se construye la cognición social, ideas sobre la construcción del yo, etc., y ha mantenido una colaboración estrecha con la salud mental, con lo medioambiental, lo legal, y en especial, en lo que nos concierne, con el campo clínico. Pocos temas han quedado fuera de su ámbito y es así que tiene opinión sobre las actitudes humanas, las conductas y móviles de la agresión, la manera en que las personas se sienten atraídas por otras, las características de las diferentes comunidades que integran una sociedad, los bemoles de la comunicación humana, las determinaciones sociales y los estereotipos, la forma en que se construyen y ponderan las expectativas, las diferencias de habilidades entre los individuos, las precisiones entre identidad individual y colectiva, las condiciones del liderazgo, la forma en que aparece tempranamente la socialización, la forma en que se adquieren los valores, el fenómeno de la violencia, etc., hasta el estudio de los movimientos sociales. Uno de sus aportes fundamentales ha sido la investigación experimental. Famosas en sus aportes para la comprensión de la conducta humana, en la determinación de las interacciones y de la influencia el entorno son, por ejemplo, las de Milgram cuya demostración de cómo personas comunes y corrientes pueden ser capaces de seguir órdenes hasta causar sufrimientos extremos en otro inocente y que han explicado la influencia de la obediencia automática en los sistemas jerarquizados; las de Zimbardo, acerca de la influencia para los seres humanos cuando estos son sometidos a un ambiente extremo, tal como ocurre con la vida en prisión, con los presos y los gendarmes, sólo que se reclutaron voluntarios que desempeñarían los roles de guardias y prisioneros en una prisión ficticia ; y las de Bandura que demuestra la forma en que la agresión se aprende por imitación, en donde la exposición a la violencia de parte de los medios de comunicación, la condiciona. Ya en un trabajo anterior habíamos citado además uno de Hartshorne y May de 1928 sobre el engaño, en el que se le da amplia capacidad de mentir, hacer trampas o robar a un número muy alto de estudiantes a los que se expone a situaciones académicas o deportivas, descubriendo que esos comportamientos eran más debidos a las situaciones que a rasgos mensurables de la personalidad. En toda esta variedad de fenómenos estudiados y en las conclusiones experimentales sobre la falta de libertad humana, condicionada por las características que le impone la situación externa, la ética adquiere una particular importancia, en especial cuando el consentimiento no está presente en la experimentación o cuando las condiciones sociales de un sistema político determinado no vela por las condiciones equitativas y de autonomía de sus ciudadanos. Como terapeutas familiares psicosociales que laboran en situaciones de precariedad socio económica y de falta de integración social, el estudio de estas posibilidades experimentales de la psicología social, nos provee de una fuente de conocimiento para discutir verdades impuestas sobre el ser humano desde la sola perspectiva de un sistema dominante que impone normas para el cumplimiento moral de sus integrantes. Nos preguntamos por las personas que no están integradas a él por diversos motivos, por aquellas donde la pobreza ocupa un lugar importante. Las familias que nos consultan están en su mayoría dentro del grupo de los excluidos sociales en alguna de sus formas, ya sea por ingreso económico o por falta de reconocimiento en alguno de los postulados de Honneth. B.- Psicología Comunitaria Observar y colaborar en los procesos de autoorganización nos abre a otra modalidad de la psicología. Para los terapeutas familiares psicosociales, el conocimiento de lo aportado por la Psicología Comunitaria suele estar ausente en los programas de formación, sin embargo, en el trabajo en terreno, ya sea en la supervisión de casos o en las capacitaciones del modelo contextual relacional, se encuentra con profesionales que están insertos en esta corriente de la psicología. Reseñar, en la brevedad de esta exposición, toda su riqueza y aporte, requiere de una capacidad de síntesis que probablemente dejará fuera más de algún aspecto importante. Sintetizar y revisar un saber, una práctica y las maneras de explicar los fenómenos comunitarios, sus aspectos psicosociales, su surgimiento desde lo colectivo y sus implicancias subjetivas e intersubjetivas es lo que intentaré a continuación. Al status ontológico, epistemológico y metodológico de la Psicología Comunitaria a nosotros como terapeutas familiares psicosociales nos interesa agregar la dimensión ética tal como lo señala Winkler (2007) cuando se refiere a las buenas prácticas profesionales y la observación de las normas morales existentes en la sociedad y sus diferencias en los sectores excluidos y su relación con la política, en términos de averiguar lo que se fortalece o debilita en términos de ciudadanía: asistir, paliar, organizar. En Chile la Psicología Comunitaria ha pasado por distintos momentos dependiendo del contexto sociopolítico y los respectivos marcos institucionales derivados de las políticas públicas (Berroeta, Hatibovic, Asún, 2012) . Los años 80 fueron de organización para la recuperación de la democracia, los años 90 fueron más heterogéneos (ONGs progresivamente desfinanciadas y política social desde el Estado). Desde el nuevo milenio se consolida la intervención del Estado y se agrega un enfoque individual de habilitación en desmedro de iniciativas de tipo territoriales. Dado lo anterior, “la Psicología Comunitaria en Chile ha experimentado un proceso de mutación tanto en sus énfasis como en sus modalidades de trabajo” . En sus orígenes, su acento estuvo puesto en la transformación de la realidad social a través de procesos de reflexión-acción. La idea subyacente había sido que los problemas sociales eran causados por una estructura social desigual que deja fuera de los recursos y derechos a una cantidad elevada de personas. Es así que la Psicología Comunitaria ha recurrido a diversas ideologías para procurarse sus herramientas. Sólo como ejemplo menciono el Construccionismo Social y su acento en métodos que permiten la libre expresión de las personas y sus diferentes construcciones. La producción teórica y la aplicación del conocimiento es así problematizada. Se investigan las interacciones sociales con los profesionales y se afirma la imposibilidad de la neutralidad del investigador. Su consecuencia es la de explicitar los variados tipos de compromiso con la comunidad. Las relaciones se tornan más horizontales (Montenegro, 2001). Aparece la pregunta de si el psicólogo social es un agente de cambio social u hoy está influido con fuerza por las políticas sociales. Se ha abierto así una discusión al interior de esta disciplina, donde una vertiente sostiene la importancia de “desarrollar ciudadanos conscientes de sus deberes y de sus derechos, así como a reflexionar críticamente sobre sus actos y sobre los resultados de los mismos, sobre sus motivaciones y sobre sus compromisos, contribuyendo a la transformación de las sociedades, fijando rumbo hacia formas de desarrollo ecológicamente viables y humanamente deseables" (Montero, 2004). Otra señala la conexión con las políticas públicas de los diferentes gobiernos democráticos. Y unos terceros suscriben una posición intermedia, la de participar en la implementación de programas sociales, como asimismo en políticas de emancipación. La pregunta subyacente es por el lugar de la Psicología Comunitaria como disciplina o sólo como ámbito de aplicación (Berroeta, Hatibovic, Asún, 2012). Cuando aparece en Latinoamérica el llamado Enfoque de Riesgo Social se ha buscado configurar mecanismos aseguradores ante las inseguridades y riesgos de las personas en su curso vital. Saber de qué vulnerabilidades se trata y cuáles son los sectores sociales que las padecen ha sido un intento de conciliar crecimiento económico con superación de las inequidades. Los gobiernos se han interesado por conocer mejor la probabilidad de que una persona o una familia esté expuesta a un deterioro de sus condiciones mínimas de vida y quede en una situación de dependencia debido a la declinación de su bienestar, llamándole vulnerabilidad social. Asumir el riesgo social por parte del Estado ha significado implementar medios para mejorar el empleo y satisfacer las necesidades básicas de las personas, pero también implica mejorar las relaciones que se dan en las dinámicas interpersonales, de integración psicológica y salud mental de los ciudadanos. Ha sido un enfoque no exento de críticas debido a que las políticas de focalización sólo en la pobreza deja fuera otros aspectos de la vida ciudadana que incide en el bienestar de la población y señala una menor promoción y protección social (Sojo, 2003; Raczynski & Serrano, 2005). Por otra parte, reconocer o comprender las políticas sociales como un proceso político, técnico e institucional que busca establecer puntos de fractura social, conocer el vínculo entre proceso cultural y relaciones sociales, rescatar su importancia en la construcción de las representaciones colectivas y su sesgo en aquellas necesidades sociales que demandan solución, no es una tarea fácil de delimitar . Tanto los antecedentes recogidos de la distinción entre Redistribución del ingreso y Reconocimiento, como los efectuados desde la Psicología Social y Comunitaria permite formular estas consideraciones en los planes de formación para terapeutas familiares psicosociales. Por ejemplo: ¿Cómo establecer los distintos dominios de existencia de los que los diversos tipos de familia participan y la variabilidad de programas e instituciones que las intervienen? ¿Cómo incorporar a nuestra reflexión los aportes de otras disciplinas que influyen en la vida de las personas y sus familias? ¿Cómo discernir las lógicas subyacentes de dominios que se nos aparecen disjuntos cuando intervenimos en situaciones concretas? Es el caso del sistema escolar, del judicial, vecinal, municipal, de salud, etc. La palabra “intervención” ya es motivo de controversia. Nos parece importante iniciar un debate acerca de los elementos involucrados cuando se participa en la intervención psicosocial con familias y discutir los alcances necesarios de considerar. Honrar es reconocer cualidades morales y de dignidad personal. Toda una complicación encierra una afirmación de esta naturaleza. Es así como en estos años de trabajo hemos observado ciertas especificidades a considerar: 1.- A las instituciones que velan por la mejoría y mayor integración de uno solo de los miembros de una familia, les cuesta lidiar con lógicas familiares a las que ven como causantes, al menos parcialmente, de los problemas y daños de ese integrante. 2.- Muchas de estas instituciones no tienen la experiencia para realizar un trabajo de terapia con ellas y deben sin embargo hacer alguna intervención que alivie esa “mala influencia” o que incida negativamente en el problema de la persona que está en el programa de esa institución. 3.- Hay situaciones que por su complejidad requieren de la intervención de más de una institución o programa porque otro miembro de la familia está, a su vez, en alguno de ellos y se hace necesaria una mejor coordinación. En la práctica esto significa la consideración de un trabajo con otros sistemas y la valoración del contexto en que se efectúa. 4.- Cuando es la familia completa la que participa de un programa de política pública como ha sido el caso del Programa Puente y hoy el Ingreso Ético Familiar , las instituciones que lo llevan a cabo requieren de un conocimiento del sistema familiar en términos psicológicos y no solo económicos, antropológicos y sociales. 5.- Las situaciones a enfrentar son muy variadas: integración de menores que están institucionalizados, adolescentes con consumo problemático de drogas, infractores de ley, maltrato, abuso sexual, divorcios litigantes, multi asistencialidad, discapacidades variadas (tanto físicas como psicológicas), pedidos de implementación de programas de competencias parentales, etc. 6.- Las instituciones que requieren de sus servicios también son muy disímiles: Municipios, instituciones de beneficencia, programas específicos de protección de menores y casas de acogida, programas de intervención psicológica o familiar, centros de salud, juzgados, etc. 7.- Aunar las características y desafíos de tanta diversidad requiere de una aproximación multidimensional que debe hacerse en términos no sólo prácticos, sino también teóricos. 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