¿Punto final? ¿Cómo llegar al "punto de reencuentro "? ha sido un testigo de la historia Chile en estas décadas. Hemos procurado entregar un aporte orientador en los momentos más significativos de esa historia. El fallo en el caso Letelier y sus repercusiones nos invitan hoy a una reflexión sobre nuestra institucionalidad y nuestro futuro. Tras ese fallo, hemos dado un espectáculo lamentable, a momentos grotesco, poniendo enjuego nuestra dignidad y la de las instituciones. El pueblo chileno, paciente y sufrido, que ama esta patria, su historia, su tradición y su destino, dice: ¡basta! Nuestra institucionalidad ha sido puesta a prueba. Si es importante que las autoridades conserven la calma en situaciones tensas, no parece conveniente que, negando las evidencias, afirmen que todo ha marchado bien. Negar lo que es patente resta autoridad y nos coloca a todos en un terreno falso. Los acontecimientos que comentamos manifiestan que existe un sinnúmero de malos entendidos, susceptibilidades, temores y equívocos que enturbian las relaciones humanas y las tomas de decisión. La situación es compleja. No se trata sólo de una tensión entre civiles y militares, pues hay civiles que se identifican con las Fuerzas Armadas. Por otro lado, muchos que apoyan la obra de las FF. AA. rechazan algunos métodos empleados. Entre estos hay también militares. Chile no es monolítico y por eso requiere diálogo, humildad, prudencia y buen sentido. Nos guste o no, en marzo de 1973 más de un 40% de la ciudadanía sostuvo a la Unidad Popular y suponemos que mucha de esa gente conservó sus preferencias. Por otra parte, en el plebiscito del 5 de octubre de 1988, más de un 40% de los electores prefería la prolongación del gobierno del general Pinochet y votó por el "sf'. Sin excepción, los partidarios de la Unidad Popular y las del general Pinochet necesitan convivir en Chile. Para eso es necesario acoger la parte de razón que cada cual representa. Es conveniente, con prudencia y mesura, desmontar ideologías y denunciar los mitos que nos siguen entrampando. Fieles al P. Hurlado, nuestro fundador, escribimos por un imperativo ético y quisiéramos ser leídos en esa perspectiva. Es necesario recuperar un pensamiento capaz de matizar. Pensar en blanco y negro es signo de debilidad, de falta de rigor intelectual y es un obstáculo insalvable para abrir los anchos derroteros que Chile necesita para avanzar. DE OCTU La historia que vivimos está enmarcada por dos hechos que siguen influyéndonos. El 11 de septiembre del 73 mostró que las estructuras políticas, sociales y económicas estaban cuarteadas, que había por doquier fisuras y falencias. Las ideologías nos enfrentaban y la violencia se iba imponiendo como lenguaje. La mayoría del pueblo chileno no quería proseguir en esa ruta. Frenamos bruscamente y con violencia. Ha sido necesario ir rearmando pieza a pieza el puzzle de la convivencia nacional. Por otra parte, el 5 de octubre de! 88. la mayoría del país quiso reencontrarse con la verdadera democracia. El pueblo chileno estaba dispuesto a pagar civilizadamente el precio de la paz. En ese día y en las negociaciones que siguieron, se vio claro que la gran mayoría anhelaba enterrar el hacha de la guerra y terminar la lógica de la confrontación, buscando la verdad y la justicia sin venganza. El plebiscito entregó un mensaje claro que subraya la necesidad de respetar los derechos humanos y de avanzar insistiendo en la participación, la dimensión social y la equidad económica, sin perder lo logrado con laníos sacrificios en los años precedentes. Todos debemos recordar esas dos fechas que marcan dos voluntades mayoritarias y que obligan a unir orden con democracia y legalidad; progreso económico con sensibilidad social; paz con j usticia y respeto a los derechos del hombre. Sólo teniendo en cuenta estas dos lechas se avanzará realmente a un punto final, superando el lenguaje de vencedores y vencidos. No es verdad que haya habido definitivamente unos vencedores que pueden imponer su voluntad. Se equivocan quienes sin visión histórica sólo hablan de los vencedores del 11 de septiembre, pues se olvidan del 5 de octubre. Todos tienen que aprender con humildad la lección de la historia. A pesar de las diferencias, debemos construir nuestro futuro a partir de! consenso existente para rechazar la violencia como camino político. Se considera hoy inacepluble la vía que desde la década del sesenta llevó al país al borde del abismo. Del mismo modo, se rechazan el espionaje, la tortura y asesinatos practicados por la DINA para acallar toda oposición. Vivimos una transición pactada, que pretendía evitar la sangre y la revancha, sentándonos a todos en una misma mesa. Civiles y militares dieron muestras de madurez para ceder en pro del bien comíin. No se buscaba imponer una democracia arrolludora ni mucho menos vengativa. Pero se anhelaba en verdad una transición y una institucionalidad no sólo de fachada. Se quería jugar limpio y a cara descubierta. La mayoría del pueblo chileno asilo hizo saber. Las autoridades, los políticos, que han Mtio democráticamente elegidos para cumplir servicios públicos, tienen derecho entonces a no ser ni parecer simples marionetas. Hechos como los que hemos presenciado después del fallo proyectan un sombrío interrogante; generan una sensación de engaño, de impotencia y de juego con cartas tapadas. Una institucionalidad y una democracia de apariencias, que crea parcelas de privilegios e impunidades, y que se puede manejar entre bambalinas, reabre odios, rabias y rencores incontenibles. El sometimiento de lodos a la ley; el libre y eficaz funcionamiento de los tribunales pura que ellos con prudencia y en derecho juzguen los casos pendientes, es el camino civilizado para que la institucionalidad funcione. Es importante dará los jueces todos los instrumentos legales para que puedan ponderar los agravantes y atenuantes y decidir con celeridad, teniendo en cuenta las circunstancias. Ese es un juego limpio y nadie que haya actuado bien puede sentirse amenazado por él. Parte de la tensión que vivió el país durante semanas se debió a la personalidad, al cargo que ocupó y al modo como se expresó el general Conlreras ante la prensa. Su discurso, carente de toda autocrítica, desconoce lo que aconteció el 5 de oclubre. El sigue con las categorías y los esquemas que tenía el país en 1973. El continúa coa su propia guerra y mezcla en ella al Ejército. En la medida en que este lenguaje sea compartido por la institución estamos aún lejos de la democracia. El general se siente vencedor y para él «los vencedores no se defienden, porque son los que escribenla historia». Estas palabras no corresponden cabalmente a loque nos dice nuestra historia y la conciencia moral. En Pial, en ios héroes de La Concepción, en los caídos de Tarapacá, Chile aprendió otra cosa. No sólo se cuando se vence. Cuando se muere por valores superiores, cuando se da la vida con coraje, se siembra una semilla incontenible. Nuestra historia está llena de grandes •imiiiiiii "derrotados" que por su visión y por su actitud moral dejaron un legado. O'Higgins murió en el exilio, aparentemente en el fracaso; Balmaceda perdió, y hoy reconocemos su imborrable herencia. Muchas veces los vencidos tienen más estatura moral y dejan más huella que los vencedores. Sócrates hizo más por la conciencia de la humanidad que quienes lo obligaron a morir. Quienes somos discípulos dé Jesucristo sabemos que sólo el grano que muere fructifica. Ei general Contrerns sostiene que «defiende los principios de la gesta heroica del I I de septiembre». Esta argumentación estala/. Es legítimo defender la eticidad del pronunciamiento, pero es inmoral recurrir a la gesta del 11 de septiembre para justificar abusos posteriores, Es la teoría del "cheque en blanco". Ese cheque se convierte en pernicioso cuando, abusando de la confianza del Firmante, se lo llena con dolo y en exceso. A los dichos del general Contreras habría que añadir sus actitudes. A quienes vieron las imágenes del general arengando a sus partidarios, no sólo les cuesta creer en la súbita gravedad de su estado de salud sino que quedan con la impresión de estar ame alguien no dispuesto a cuestionar ninguno de sus hechos y que se considera por encima de la ley, convencido de haber cumplido una labor histórica. Aparece manifiesto el deseo de involucrar al Ejército en su caso personal, cosa que Injusticia y los pol íticos más cuidadosos evitaron a todo precio. La aparición de un hombre que desafía a los magistrados, que niega la posibilidad de ir a la cárcel y ataca a sus oponentes, creó una situación gravísima que puso a las autoridades contra la pared. ¿Qué quedaría de ellas si cedieran? Muchos se han preguntado qué informaciones guarda este hombre, qué poder secreto mantiene para amenazar y poner en jaque en esa forma la instilucionalidad vigente. Todo lo cual ha deteriorado al Ejército más que el resultado del fallo, i se vio obligado a dar explicaciones que muchos consideran ambiguas y a montar operativos cuya justificación no resiste el menor análisis... salvo si se quiere llevar las cosas a un extremo de tensión para imponer casi por la fuerza un punto final. El honor de las personas y el nombre del Ejército hubiesen quedado mejor parados bajando el perfil a la confrontación; buscando caminos discretos para resolver los problemas pendientes que no son sólo los de los militares procesados: y al mismo tiempo evitando la más leve sombra de incertidumbre en torno a su irrestricta, indudable e inmediata sumisión a la ley. Las FF. A A. fueron siempre un orgullo para el pueblo chileno que las amó y se identificó con ellas. Junto a su coraje, estilo e hidalguía, el pueblo apreció en ellas su apego a la legalidad y a las legítimas autoridades. En esto eran una excepción entre las repúblicas de América. La sólida disciplina impuesta por sus instructores alemanes les dieron un carácter técnico-profesional que fue uno de los soportes de la estabilidad política del país. La verticalidad del mando nu se confundió jamás con lealtades caudiltistas. En las arengas patrióticas se habló de lealtad a la patria más que a los jefes. Y éstos, profesionales e imbuidos de una concepción portaliana del estado, guardaron una similar modestia y fueron reconocidos y obedecidos por todos sus subordinados. Si una mayoría del país vio con buenos ojos el pronunciamiento de 1973 fue porque tenía confianza en un ejército independiente, moderado y apegado a las leyes... y por eso capaz de actuar con mesura. Las palabras de Patricio Aylwin, entonces presidente de la Democracia Cristiana, refiriéndose a las FF.AA. son significativas: «sus tradiciones institucionales y la historia republicana de nuestra Patria inspiran la confianza de que tan pronto sean cumplidas las tareas que ellas han asumido para evitar los graves peligros de destrucción y totalitarismo que amenazan a la Nación chilena, devolverán el poder al pueblo soberano... Los propósitos de restablecimiento de la normalidad institucional, de paz y unidad entre los chilenos... interpretan el sentimiento general». Pocos imaginaban entonces que ellas iban a permanecer tanto tiempo en el poder y que podríamos llegar a los horrores de la DINA. Influyeron en.estos cambios la nuevas ideas sobre la guerra surgidas después de los triunfos guerrilleros en Vietnam, Argelia y Cuba. Las academias norteamericanas, montadas como parte de la estrategia en la guerra Iría, introdujeron una filosofía diferente a la que impusieron en Chile los instructores alemanes. Con una v istón más centrada en la antisubversión, se insistió primordialmente en la doctrina de la seguridad nacional. La guerra interna y el enemigo escondido entre los simples ciudadanos, adquirieron una importancia desusada. Para responder a esa "guerra", los que se formaronen esas academias-entre ellos el general Contreras-aprendieron métodos reñidos con nuestra tradición. Todos debemos reconocer nuestros errores, pero hasta hoy ese reconocimiento ha sido desigual. Se ha dicho que se juzga hoy a Jos militares y que se les pasa la cuenta, dejando libres a quienes fueron, en verdad, responsables de todo el descalabro, ¿Es esto totalmente verdadero? Es bueno recordar que durante 17 años se acusó en todas tas tribunas y sin contrapeso a la gente de izquierda por sus a ñores. Muchos de ellos vivieron días amargos de cárcel, relegación y exilio. No pocos padecieron la tortura y la muerte. Todavía hay algunos en prisión. No nos parece justo ni objetivo decir que ellos han quedado totalmente impunes. Hay que reconocer que connotados dirigentes lian admitido publica y privadamente sus errores. Ellos sustentan hoy posiciones moderadas, en contradicción con tesis que antes defendían, aunque muchos no crean en tales conversiones. La transición terminará no sólo cuando el poder pase real mente de los rnilitaresa los civiles, sinocuando todos admitan su parte de culpa y otra vez volvamos a creernos. Es importante y de justicia reconocer que la Fuerzas Armadas recibieron el país en situación crítica; que a diferencia de lo acontecido en otros países, ellas introdujeron un proceso moderntzador; que en lo económico hicieron un cambio de estructura y mentalidad que, aunque muy costoso, ha dejado al país con grandes posibilidades de alcanzar el desarrollo; que negociaron una transición y entregaron el poder luego de perder el plebiscito. Sin embargo, es necesario también reconocer que, como en cualquier obra humana, hubo errores en el ejercicio del poder. Nn se destruye la obra realizada ni el honor si se reconocen esos fallos. Del reconocimiento y corrección de tales errores depende en parte el punto final y el nuevo comienzo. Hay un verdadero acto de coraje en reconocer las propias fallas. Cuanto más seria sea la autocrítica, menor y menos acida será la crítica que viene desde fuera. Entre esos errores cabe señalar la extensión del concepto de guerra a la vida política. Es razonable que se enfrentara a los grupos subversivos en pie de guerra. I as divisiones extremas y las armas en poder de civiles nos poru'an en peligro de una guerra interna. Estimamos justo que se persiguiera a quienes internaron armas. Pero esa afirmación no da vía libre para extender la guerra a otros grupos y menos para cometer desmanes. Desgraciadamente, se amplió el concepto de guerra mucho mas allá de lo razonable. Todo el que se opuso a su designio político, a su proyecto económico se convirtió en enemigo a quien era justificado eliminar. Nadie puede considerar subversivo a Tucapcl Jiménez, Bernardo Leigthon, Orlando Letelíer o al general Prats. Tampoco era justificada la persecución sistemática de líderes políticos y sindicales. Ahí queda en evidencia la extensión indebida del concepto de guerra y la necesidad de definir más finamente ese concepto. Si se convierte en enemigo al adversario político, las fronteras de la guerra desgarran toda sociedad, se introduce hasta en las familias, haciendo imposible la paz civilizada. Ligado a lo anterior está otro error: que todos los medios son aceptables para ganar {a guerra subversiva porque en ella el adversario desconoce toda regla. Chile y la humanidad no aceptan eso. Creemos firmemente que el estado no puede extralimitarse en los medios de represión. El mismo concepto de verdad y de bien cambia su .sentido cuando la guerra lo justifica todo. La comunicación y hasta el honor se distorsionan. El proceso en el caso Letelier se dificultó porque quedó de manifiesto que los servicios de inteligencia tienen un extraño concepto de verdad. Curiosamente, la represión sin medida ni siquiera es muy eficaz porque hace rebrotar la violencia. De hecho, la democracia ha sido más efectiva para desart icular los grupos subversivos. En muchos países la negociación política ha dado más frutos que la eliminación del enemigo. El tercer gran error es haberle dado a la justicia militar una extensión y una autonomía que va más allá de lo exclusivamente militar. En muchas ocasiones ella impidió el hacer justicia y se convirtió en un medio de defensa de las propias FF.A A. más que en una instancia seria e independiente. Llama la atención que quienes aceptaron sin expresar reservas este estado de cosas, se muestren hoy tan críticos ante los procedimientos usados en el proceso del caso Letelier. Esto ha contribuido no sóloa desprestigiar la administración de j uslicia sino también a establecer una brecha entre militares y civiles. Creemos finalmente que fue también un error ligar tan estrechamente las FF. AA. a un sector del mundo político. La ciudadanía tradicionalmente reconoció en sus FF.AA. una autoridad que las ponía por encima de banderías y contiendas partidistas y por eso daban garantías a todos. En lo más álgido de los conflictos, en tiempo de la Unidad Popular, la participación de los comandantes en jefe en ministerios fue prenda de orden e independencia. Hoy se ha llegado al absurdo de ver en las encuestas de opinión al comandante en jefe del Ejército en la lista de los líderes de la oposición. Ño hay democracia que resista esta realidad. Los colaboradores del régimen militar están hoy militando en grupos y en partidos muy determinados. Esos grupos son legítimos, y sus ideas pueden ser muy justas. No se trata de ponerlos en duda. Lo que no se puede aceptar es que las FF.AA. aparezcan identificadas con ellos o veten a qu ienes son sus oponentes. Ellas deberían estar claramente al margen o por encima-de toda facción. ¿Qué podemos hacer para no seguir eternamente en procesos sucesivos e interminables? Más que una recela, en este editorial planteamos una perspectiva general para encarar los hechos; una perspectiva que permita cambiar el lenguaje y buscar las vías legales y extralegales que desbloqueen la situación y hagan posible el avanzar. Más que un "punto final", deseamos un verdadero y auténtico "punto de reinicio", que sea a la vez un "punto de reencuentro"; una relación cívico-militar estrecha y transparente; la consolidación definitiva de la democracia y una reconciliación total de ios espíritus. El punto final y el reinicio de la marcha corre en los dos sentidos; que tanto militares como civiles sientan respetados sus legítimos derechos. Al punto final se llega cuando los problemas reales se solucionan. Sólo entonces se avanza sin remordimientos. La ley puede ayudar pero no basta. Se puede amordazar lu verdad, encubrir los hechos pero ellos siguen rondando en la conciencia colectiva. El punto final supone una sanación moral. Los cristianos llamamos a eso conversión. En este país hace taita una buena dosis de humildad. Y la humildad es verdad. Las instancias morales de la nación tienen que trabajaren esta línea para que haya perdón, reconocimiento de I LIS taitas y benignidad. Tenemos que llegar a perdonar al general Contreras y a que éste reconozca cuánto hizo de malo. Tenemos que lograr que quienes tuvieron responsabilidades en la cri sis del 73 no sean en adelante ciudadanos estigmatizados o de segunda clase. Hay que volver a sentarse sin amenazas, sin situaciones límites que presionan, para replantear con realismo, creatividad y con sentido ético el futuro. Quienes tuvieron responsabilidad en llevar al país a una situación crítica, deben tener la delicadeza de no erguirse en acusadores sin misericordia. Por su parle, quienes fueron insensibles, incrédulos o silentes ante los atropellos de los derechos humanos deben tener un cierto pudor para no proponer el simple olvido. Todos debemos hacer un esfuerzo para ponernos en el lugar del oiro. Las FF.AA. exigen respeto y que se eviten situaciones denigrantes. Ellas están orgullosas de la labor cumplida y suponemos, aunque no lo digan en público, que lamentan tos errores cometidos. No se avanzará si las FF.AA. son juzgadas sin justicia, mal pagadas, y se sienten arrinconadas como únicas culpables de lo sucedido. Es bueno, del mismo modo, que ellas tomen conciencia de que la civilidad también aína a Chile, tiene dignidad y que muchos civiles se han sentido vejados. No se solucionarán nuestras di ficuítades si por decreto imponemos el fin; si todos repelimos, contra las evidencias, que no hay nada reprensible en nuestros actos; si no se da alguna respuesta válida al problema de los desaparecidos; si se hace la apología de la violencia convirtiendo en acto heroico los gestos de atropellos; y si no se corrigen oportunamente las fallas detectadas en nuestro sistema institucional. Hoy no se dan las condiciones para un quiebre, pero ha quedado de manifiesto que nuestro sistema institucional tiene defectos y está desequilibrado. A las FF.AA. se les otorga un peso excesivo en el Consejo de Seguridad y en otras instituciones; se les pide no deliberar y al mismo tiempo se les asigna un rol tutelar; los comandantes en jefe gozan de inamovilidad, etc. Eso termina dejando la impresión de que en muchos aspectos ellas están por sobre las autoridades del país. Si esto no se corrige nos sentiremos siempre amenazados. Hay algo de utopía en nuestras palabras. Nos han dicho que los militares jamás reconocerán nada y mucho menos que pedirán perdón; que no entregarán las listas de los muertos ni la información sobre los restos de los desaparecidos. También se nos había dicho que no reconocerían el resultado del plebiscito; que no entregarían el poder y que ningún militar iría a la cárcel. Se nos dijo también que los marxistas jamás podrían cambiar; que era imposible lodo acuerdo nacional, etc. Pero en este pequeño país, que ha sufrido tantos descalabros, hay una fuerza espiritual que hace razonable el esperar y el buscar oirá oportunidad. El general Pinochet señaló tas diferencias que separan el mundo civil del militar. El tiene razón. Es bueno ser conscientes de esa diversidad, sin olvidar, sin embargo, que es más lo que nos une que lo que nos separa. La historia y el destino que tenemos son comunes. No es bueno que pongamos entre nosotros una barrera infranqueable. ¿Es razonable que las FF.AA. tengan colegios, universidades, hospitales, barrios segregados? ¿Cuándo y dónde podemos encontramos, deponer las suspic;n trabar amistad, relacionarnos y querernos? No podemos excluirnos. Sin el concurso leal de civiles y militares ni reencuentro ni punto final. Hay aquí una tarea para las autoridades, los políticos, las Fuerzas Armadas, las Iglesias y todas las personas de buena voluntad que aman a Chile. Deberíamos entre todos construir un segundo acuerdo nacional que no debería ser más difícil que el primero. Mensaje 26 de junio ile 1995
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