Cuando uno se considera superior a los demás, termina tratando a los demás con grosería y desprecio. Esa manera de pensar refleja un complejo de superioridad. Este complejo se refleja en las palabras de Pablo en 1 Corintios 12.21: «Ni el ojo puede decir a la mano: «No te necesito», ni tampoco la cabeza a los pies: «No tengo necesidad de vosotros». Podría uno tener un complejo de inferioridad, y entonces decir lo que señala 1 Corintios 12. 15 «Si dijera el pie: «Como no soy mano, no soy del cuerpo», ¿por eso no sería del cuerpo?». SI uno se siente inferior, termina actuando bajo el zapato de los demás, y con un aprecio débil por sí mismo. Ninguno de los extremos es sano. Por eso debemos hablar de contar con un concepto sano de uno mismo, y eso se refleja en las palabras de Pablo cuando aconseja que uno piense de sí mismo con moderación. Debemos aprender a valorarnos como Dios nos valora. Él nos llama “hijos” e “hijas”. Cuando uno sabe lo que vale, para sí mismo y para Dios, puede perder el temor a las críticas ajenas, a las calumnias, a los calificativos hirientes que sólo reflejan una manera pobre de pensar de partes de quienes nos adversan. La persona que piensa bien, decide bien. La persona que piensa bien, actúa bien. La persona que piensa bien, vive bien. La persona que piensa bien, bendice. No me digas cómo piensas, muéstrame como vives. La persona de pensamientos superiores es una persona que crece, se proyecta, pierde el espíritu de mezquindad, de arrogancia, de malicia. Basta que usted confronte sus pensamientos con el resultado que obtiene al pensar de la manera en que piensa, para darse cuenta de cuán importante es hacer cambios. Pero los cambios no los puede hacer por usted mismo, aunque su voluntad cuenta para ello. Permita al Espíritu Santo cambiar su mentalidad. Permita que Dios le de a conocer su plan y su propósito para su vida. Para ello, usted debe instruir su corazón en la Escritura, porque ella es la Palabra de Dios que contiene el consejo de Dios. Rolando Soto M. Ministerio Esperanza Viva Centro Cristiano Internacional – 2009 La Iglesia en tu Casa Serie: Preguntas para creer ¿CÓMO CÓMO PUEDO CAMBIAR? CAMBIAR Lectura inspiracional: Romanos 12. 2-3 2 Todo ser humano cuenta con capacidad para cambiar. Uno no tiene por que ser siempre el mismo o la misma, a menos que la manera en que esté viviendo sea de bienestar personal y traiga satisfacción y libertad a quienes nos rodean. En la vida todo es un cambio constante. Nuestro propio cuerpo está cambiando siempre. Células de nuestro cuerpo nacen y mueren cada día. Igual sucede con las plantas y los animales. Todo lo que tiene vida cambia. Las personas tienen maneras de vivir que no siempre son gratas para ellas mismas, o para quienes conviven con ellas, o para Dios. ¿Está usted satisfecho o satisfecha de cómo vive? ¿Acaso existe algún aspecto de su vida en la que usted quisiera ser mejor? ¿Percibe usted la necesidad de hacer ajustes a su manera de vivir para sacar más provecho de sus capacidades y talentos personales? La persona que no cambia con el tiempo, se pierde de lo maravilloso que es crecer y mejorar. Si usted es una persona rencorosa, querrá cambiar. Si usted es una persona explosiva de carácter, querrá cambiar. Si usted es una persona dominada por los miedos y angustias, querrá cambiar. Si usted es una persona mentirosa, querrá cambiar. Si usted es una persona amargada, querrá cambiar. Si usted es una persona agresiva querrá cambiar. De la misma manera, si usted vive en un ambiente violento, querrá cambiar; o si se desenvuelve en un ambiente de inseguridad, querrá cambiar. Si usted está rodeado de gente deshonesta y vulgar, querrá que la gente cambie. Sin embargo, no son pocas las personas que se resisten a cambiar. Por naturaleza, el cambio suele asustarnos. s. De allí que se suele decir que “es mejor lo malo conocido que lo bueno por conocer”. Nos resistimos a cambiar por temor a perder cosas, o a perder poder, o a perder cierta condición de vida. El apóstol Pablo sabía de la importancia de hacer cambios en la vida, sobre todo cuando uno pretende alcanzar el gozo y la paz. Él mismo tuvo que hacer cambios grandes. Observe Filipenses 3. 4-13. Solo los conformistas e inmaduros no querrán cambiar. Pablo sabía que el cambio era algo necesario y por eso dice en Romanos 12.2: «No se amolden al mundo actual, sino sean transformados mediante la renovación de su mente. Así podrán comprender cuál es la voluntad de Dios, buena, agradable y perfecta». Pero, ¿cómo cambiar? Vivimos como pensamos Hablando del ser humano, Proverbios 23.7 dice: «porque cual es su pensamiento en su corazón, tal es él». Para los hebreos la vida está en la cabeza. Por eso uno vive como piensa. No vivimos mejor porque no pensamos mejor. Y no pensamos mejor porque nuestra cultura es conformista y mediocre. Nuestra cultura se caracteriza, en lo negativo, porque la gente prefiere imitar. Imitamos otras culturas que nos parecen “superiores” o más “llamativas. Por eso nos inclinamos a pensar con cabeza ajena, y en muchas circunstancias importantes de nuestro vivir, nos dejamos llevar por las opiniones o criterios ajenos. Se nos dificulta ser personas disciplinadas para el consumo, o para el cultivo intelectual, o para llevar una vida íntegra. Es muy común que nos encontremos personas que hacen sus tareas con mediana dedicación. Somos más exigentes con los demás que con nosotros mismos. ¡Cuántos errores hemos cometido por no pensar bien! Uno habla de lo que piensa, y vive como reflejo de lo que verdaderamente piensa. Podríamos vivir mejor, si pensáramos mejor. Dios quiere que seamos personas nuevas. Pero no podríamos ser nuevos, a menos que nuestra manera de pensar cambie. La enseñanza está en el libro del profeta Ezequiel, en el capítulo 3 cuando, hablando del cambio que Dios quería producir en el pueblo de Israel, dice el verso 26: «pondré en ustedes un corazón nuevo y un espíritu nuevo. Quitaré de ustedes ese corazón duro como la piedra y les pondré un corazón dócil». La referencia al corazón es una referencia a la mentalidad. Dios sabe que para producir cambios en el ser humano, es necesario que su corazón cambie. Si queremos que nuestra calidad de vida mejore, tenemos que cambiar nuestra manera de pensar con respecto a uno mismo y a los demás. Uno puede entender y vivir lo que Dios quiere, cuando nuestra mentalidad es transformada por Dios. Derribando fortalezas ¿Por qué nos cuesta cambiar de mentalidad? El apóstol Pablo explica que todos nosotros desarrollamos patrones de pensamiento que se expresarán en patrones de comportamiento. Y que nuestro comportamiento no cambiara, a menos que derribemos nuestros patrones de pensamiento Esos patrones de pensamiento, Pablo los compara con murallas o fortalezas. Las murallas sirven para defenderse del ataque externo. Lo mismo pasa con nuestra mentalidad cerrada y pecaminosa, sirve como fortaleza para defender nuestras actitudes nocivas y nuestros comportamientos destructivos. Observe los conceptos de Pablo en 2 Corintios 10.4-5. Observe el verso 5, que habla de derribar argumentos. Se trata de argumentos que producen altivez u orgullo. Esa manera de pensar pecaminosa se refleja en el hecho que señala Pablo en el verso 7: «Miráis las cosas según la apariencia». Es el orgullo y la vanidad lo que nos dificulta conocer a Dios y la vida que el quiere que vivamos. Pero cuando permitimos que el poder de Dios penetre nuestra mentalidad, entonces podemos estar confiados de las palabras del verso 5, según la Biblia Lenguaje Sencillo: «Con ese poder hacemos que los pecadores cambien su manera de pensar y obedezcan a Cristo». Existen personas que piensan con prepotencia, y viven como prepotentes. Creen saberlo todo, y poderlo todo. Tratan a los demás como ignorantes o personas de segunda categoría. Otras personas, se llenan de soberbia intelectual, creyendo que su manera de pensar es la más elevada e importante. Pablo, sin embargo, habla de la necesidad de que llevemos todo pensamiento a Cristo, del mismo modo que se lleva a un preso hacia a cárcel: con docilidad y sometimiento. Esto es algo que depende de nosotros. Someter toda idea al modo de pensar de Cristo, hasta llegar a tener la mentalidad de Cristo (1 Corintio 2.16). En muchos aspectos de nuestra vida no nos es tan fácil cambiar de mentalidad. Uno tiene que ser cambiado por Dios. Pero para que Dios haga ese cambio de mentalidad es necesario que uno lo quiera. Es decir, Dios pide nuestra voluntad. Un auto-concepto sano Volviendo a Romanos 12.3, Pablo enseña: «Nadie tenga un concepto de sí más alto que el que debe tener, sino más bien piense de sí mismo con moderación…». ¡Qué importante es contar con un concepto sano de uno mismo! Por allí comienza el cambio.
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