LA VANGUARDIA 29 O P I N I Ó N LUNES, 10 JULIO 2006 ANTONI PUIGVERD MÀRIUS CAROL Adrià y el dilema de Carner Calendario H acia 1920, el poeta Josep Carner escribió severamente en contra de una costumbre catalana que odiaba. La querencia por las comidas fláccidas. Al parecer, a los contemporáneos de Carner les encantaba la comida amorfa y fácil de tragar. A tal fin, reblandecían todos los ingredientes que ingerían empapándolos previamente en algún líquido. Los barquillos o neules se mojaban en moscatel y los bizcochos en la taza del chocolate. Verduras y carne se molificaban en la escudella; y las patatas, en los estofados. Los trozos de pan se esponjaban en las salsas. Y se troceaban los melocotones en un vino dulce. Carner satiriza la tendencia a empapar el pan en jugo de tomate en lugar de lijar suavemente con la pulpa de esta fruta una sola cara de la rebanada para dejar intacta la firme textura del pan. “Se diría –escribe Carner– que nuestro ideal culinario son las farinetes”. Propias de niños sin dientes o de estómagos humildes, las farinetes (gachas, en castellano) eran un compuesto de harina cocida con agua y sal, que se aderezaba con leche, miel o azúcar. Al cosmopolita Carner, las gachas le parecían el colmo de la falta de elegancia. Elegante sería “dar un mordisco a una crujiente tostada con mantequilla y, finalizada la masticación, beber un sorbo de café con leche”. Elegante era discriminar entre sólido y líquido. Separar lo duro de lo blando. Un país adulto y europeo debería discernir, según Carner, entre la masticación y la succión, entre lo que se come y lo que se bebe. De esta supuesta deformación gastronómica deduce el poeta la siguiente moraleja: con tanta blandura y tanto sorbecito, los catalanes han perdido el temple y la determinación. Les falta la energía necesaria para enfrentarse a un bistec. Y quien dice un bistec dice cualquier proyecto duro, aunque apetecible o necesario, que, para ser superado con éxito, exige un enérgico juego dental. El vicio de reblandecer el bizcocho en el café con leche traduciría la existencia de un espíritu perezoso y conformista. Sorbiendo como un niño o en decadencia desdentada, Catalunya no podría hincar el diente al bistec del futu- ro. No sabría más que mojar (sucar) el pan en la salsa y succionar. El verbo sucar permite un juego de palabras intraducible al castellano. No es lo mismo sucar que sucar-hi. Son muchos, recuerda Carner, los que, más que mojar el pan, mojan sus intereses en la salsa del país. Desde este punto de vista, el artículo del poeta sigue vigente: los que ahora mojan siguen siendo demasiados. Y demasiados también los que revelan un espíritu blando y perezoso. No sólo en el ámbito político, en el que, de momento, destaca el que más ganancias ha obtenido en el río revuelto de los juegos tácticos, sino SORBIENDO COMO un niño o en decadencia desdentada, Catalunya no podría hincar el diente al bistec del futuro también en el empresarial. Unos hijos acaban de vender, asustados por la complejidad del mercado internacional, la industria que un padre proyectó al mundo con esfuerzo colosal. Grandes capitales desertan de la economía productiva para refugiarse en el especulativo reducto inmobiliario. La corporación catalana que más ha dado que hablar en los últimos tiempos huye del riesgo industrial y concentra sus inversiones en las cómodas concesiones de servicios públicos: autopistas, agua, energía. Por fortuna, no todo en el escenario catalán sugiere un ideal blandengue, desdentado y acomodaticio. Ahí está, por ejemplo, Ferran Adrià, un tipo sin estudios, pero con mucha hambre, que empezó haciendo tortillas en un bar y se ha convertido en un rey Midas de la cocina: lidera restaurantes y empresas de catering, incentiva la industria electrodoméstica, dinamiza el turismo, es reclamado por marcas de supermercado e imitado en televisión. Acaba de ser invitado a la Documenta de Kassel. Como artista. Lo es: investigador en la línea del sueño, como los vanguardistas históricos. Según leo (nunca he comido en El Bulli), Adrià establece relaciones dialécticas entre los sabores. Sintetiza colores y formas. Consigue que lo crudo suplante lo cocido; y viceversa. Inventa sin cesar texturas insólitas que convierten la comida en una vivencia pura de la mente y los sentidos. Por si fuera poco, y ahí quería llegar, Adrià rompe la frontera entre lo blando y lo duro: congela hervores, calienta helados, solidifica líquidos, licua sólidos. La cocina de Adrià está superando el dilema de Carner. RAÚL No tendría por qué ser negativa la ambigua relación que la gastronomía tradicional catalana mantiene entre lo blando y lo duro. No sólo porque ahora el mago Adrià está sintetizando ambos conceptos. No sólo porque, según el sociólogo Bauman, la realidad actual, siendo muy dura para amplios sectores de la población mundial, tiene un comportamiento líquido, sino porque un verbo catalán de la familia léxica más noble recuerda que la blandura es consecuencia, no de una actitud acomodaticia y parasitaria, sino de un trabajo arduo y paciente. Se trata del verbo amorosir, que indica la acción de suavizar algo duro (una tierra de cultivo, una herida, los ingredientes de la comida) trabajándolo con mucho mimo. Esta acepción de la blandura no la tuvo en cuenta Carner en su escrito. Es una acepción que concentraría lo mejor de la tradición catalana: el esfuerzo para suavizar las dificultades. Y expresaría, por otra parte, la ambigüedad constitutiva de lo catalán. Ni sólida, ni líquida sería la identidad catalana. Sino ambigua. Puede ser apreciada, indistintamente, con cuchara o tenedor.c A l final la noticia lo fue menos. La revista italiana Gente aseguraba en su edición de esta semana que Sofia Loren, de 71 años, iba a posar desnuda para la portada del calendario Pirelli, con unos pendientes de brillantes como único atavío. Sin embargo, la actriz, a través de su agente, ha aclarado que será el gran reclamo del famoso calendario, pero que en ningún caso lo hará sin ropa, sino con un espectacular traje de noche negro. Pues es una pena que Sofia Loren, que siempre insinuó más que enseñó su cuerpo en el celuloide, no vaya a aparecer desnuda. Su aparición desvestida en un calendario en el que han expuesto sus encantos buena parte de las modelos y actrices de la historia de la moda y el cine de los últimos años no hubiera constituido una concesión a voyeurs, a pesar de que la única vez que mostró su busto al aire fue durante el rodaje de Dos noches con Cleopatra, hace nada menos que medio siglo. Más bien hubiera constituido un homenaje necesario a la mujer madura, una manera de plantar cara a los que proclaman la invisibilidad femenina a partir de los cincuenta, una forma de defender que la arruga no sólo puede ser bella sino incluso sexy. Nigel Cole llevó al cine hace un par de años la historia real de las famosas mujeres de Rylstone, en Gran Bretaña, que, a pesar de que todas pasaban del medio siglo, decidieron posar desnudas para un calendario que tenía finalidades benéficas. La historia, que causó en su día cierta conmoción en la sociedad británica, constituyó sobre todo una afirmación feminista (o quizá habría que decir de feminidad) por parte de aquellas damas que pasaron de ser criticadas a admiradas a medida que se conocieron los motivos de su acción. Y que descubrieron que sus maridos, que las tenían poco menos que olvidadas, de pronto volvían a interesarse por ellas. Sofia Loren podía haber aportado un elemento más a esa reivindicación de la mujer madura: la demanda de papeles interesantes en Hollywood para las actrices veteranas, pues la industria americana trata la edad poco menos que como una enfermedad contagiosa. Quienes admiramos el remake que hizo Robert Altman en Prêt à porter de la célebre escena del déshabillé ante Marcello Mastroianni de Ayer, hoy y mañana pensamos que la actriz está en su derecho de no mostrar su desnudez, pero estamos convencidos de que una gran dama como ella podía permitírselo. Aunque sólo fuera para cortar el aliento a más de un bobo.c JOSEP MIRÓ I ARDÈVOL ¿Cómo afrontar la delincuencia? L os delincuentes violentos que ahora nos acongojan –elegancia ante todo– porque asaltan nuestros hogares y empresas no han surgido de repente: en este país se practica un robo a domicilio por minuto. Uno de cada seis hogares ha sido asaltado, la mayoría sin violencia. Un dato que saltará por los aires el 2006. Lo que ahora sufrimos es el resultado de un desarrollo maligno. Pero ¿por qué se han vuelto tan agresivos y atacan nuestras casas y comercios? Los delincuentes son más violentos porque nuestra sociedad también lo es y está menos sujeta a códigos de responsabilidad. La moral no es como la mortadela, que puede cortarse según convenga. La otra causa decisiva es que los delincuentes actúan con criterios de racionalidad económica. Algo que ya expuso Gary Becker, premio Nobel de Economía, en 1968. Sabemos que la probabilidad de cometer un delito está en función de llamémosle (b), es decir, el beneficio que el delincuente espera conseguir, y de (c), el coste posible que puede pagar quien comete el delito. Esto se puede expresar con una función de relación entre b y c que es menos compleja de lo que se pudiera pensar. El numerador exponencial (b), la ganancia de violar la ley, es una relación entre lo que el delincuente piensa que conseguirá delinquiendo, el ingreso promedio del país y sus expectativas de ingresos legales. De ahí que la inmigración, la desigualdad en la redistribución de la renta y en menor medida la pobreza favorezcan el aumento del delito. La razón es económica, no étnica. También inciden sobre (b) otro tipo de factores que surgen de la propia delincuencia: la criminalidad en el periodo anterior y la facilidad para el aprendizaje. Si el delito se cronifica en niveles altos, como nos está sucediendo, se multiplicará. Combinado con la inmigra- ción, produce el efecto llamada que ahora sufrimos. También favorece al delito una baja tasa de reinserción y causas exógenas, como la gente con entrenamiento militar o policial. Las po- SON VIOLENTOS porque nuestra sociedad también lo es y está menos sujeta a códigos de responsabilidad líticas que actúan sobre estas variables reducen o estimulan el potencial delictivo. Conclusión: la responsabilidad de los gobiernos va más allá del número de policías. En esto, nuestros gobernantes lo están haciendo muy mal. Pero para que ese potencial delic- tivo se torne efectivo, debemos considerar (c), la otra componente que mide el coste individual de violar la ley. Es el resultado de la pena teórica por el delito, junto con la probabilidad de ser capturado y de recibir dicha pena. Esta componente es compleja. Depende de la eficiencia del sistema policial, judicial y penal. Ahí es donde entran policías, jueces y prisiones como –atención– un todo estrechamente relacionado. Con una sola componente buena, la cosa no mejora. Pero no sólo de penas vive el hombre. La sociedad por sí misma interpone barreras a la delincuencia. Una es la moral social compartida. La cultura de la transgresión y la permisividad –la prostitución en España como mal ejemplo– favorecen el delito. Principios fuertes sobre la justicia y el bien lo dificultan. Es fácil entender por qué el predominio de la ideología de la desvinculación nos vuelve indefensos. El otro concepto es el capital so- cial. El atributo que la sociedad civil posee en una medida variable surgido de la fuerza de los vínculos y que se expresa en términos de redes sociales, confianza, participación y responsabilidad. A corto plazo, la mejora de los recursos sobre la policía, la justicia y las prisiones es eficaz. Por ejemplo, un crecimiento de su presupuesto del 3% anual a lo largo de siete años, combinado con penas más duras, mejoraría la situación. Pero sin actuar sobre las causas estructurales descritas, como la reinserción, el consenso sobre el sistema de valores morales y el capital social, el crecimiento del delito se recuperaría a medio plazo. Más dinero sí, pero también más sociedad responsable. Invertir en valores sociales y morales, en capital social, es rentable y mejora la seguridad. Necesitamos de los policías y jueces, cierto, pero no debemos depender sólo de ellos.c [email protected]
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