12 tenía plena conciencia de la dificultad de llegar hasta él sin transitar aquéllas. Hablando de los llaneros decía que “son los que ustedes no conocen”; “hombres que han combatido largo tiempo… (y que) se creen muy beneméritos y humillados y miserables y sin esperanza de coger fruto de las adquisiciones de su lanza…” (Simón Bolívar. Doctrina del libertador. Caracas, Fundación Ayacucho, 1979. Página 156). A este hecho, Rodríguez, el único crítico de la “civilización” antes de José Martí, lo denominó “rebelión de los siervos”. “Antes –decía- se dejaban gobernar, porque creían que su única misión en este mundo era obedecer, ahora no lo creen, y no se les puede impedir”. En otro texto no menos elocuente decía: “Los pueblos no pueden dejar de haber aprendido, ni dejar de sentir que son fuertes”. Lo importante de estos textos radica en que Rodríguez tomó cuenta clara de una conciencia de clase de las masas oprimidas, lo que le permitió ver y juzgar la complejidad del proceso de las Guerras Civiles. No rechazó las demandas so- Martes 11 de setiembre de 2012 ciales reduciéndolas a “barbarie”, ni definió a ésta en contraposición con una “civilización”. No confundió el progreso que suponía la ciencia y la tecnología de su época a favor de la humanidad, con el avance del capitalismo en cuanto forma de dominación, ni menos aun justificó esto por aquello. Puede decirse que su discurso se organizó como crítica de la exclusión y la marginación y puso en fuerte entredicho al agente social que había asumido como tarea exclusiva la puesta en marcha de un “principio de nacionalidad”. Aquella apertura ciertamente notable que muestra estos textos sarmientinos no sólo quedarán, sin embargo, en el nivel de un populismo “socialista”, como él lo llama, sino que, al lado de una política de inclusión social aparecerá otra de la más violenta agresiva exclusión, cuyos textos han sido borrados por los sucesivos editores de estos célebres textos santiaguinos. Nos referimos a la polémica sostenida, precisamente en los mismos años en que defendía los derechos de ascenso social de mestizos y mulatos, con motivo de la aparición, en 1844, del libro de José Victorino Lastarria Investigaciones sobre la influencia social de la conquista y del sistema colonial de los españoles en Chile. El autor, siguiendo la tradición de Ercilla, admiraba la resistencia araucana contra el invasor español y de acuerdo, también, con la política de incorporar el pasado glorioso indígena a nuestra historiografía criolla, consideraba aquella resistencia como momento de la cultura chilena. Esta posición no era, en verdad, nueva, sino que se había iniciado en todo el continente ya durante las Guerras de Independencia, anticipada por la lectura de los jesuitas expulsos desde fines del siglo XVIII. Pues bien, Sarmiento, desde un racismo sorprendente si se tiene en cuenta aquella defensa de los sectores populares ínfimos, dará por acabada esta tradición: “… Sobre todo –dice- quisiéramos apartar de toda cuestión social americana a los salvajes, por quienes sentimos, sin poderlo remediar, una “Aquí vemos, pues, con un ejemplo estremecedor, cómo jugaban en la mente de estos constructores de nacionalidad (Domingo F. Sarmiento), las categorías de inclusión/ exclusión”. invencible repugnancia, y para nosotros Colocolo, Lautaro y Caupolicán, no obstante los ropajes civilizados y nobles de que los revistiera Ercilla, no son más que unos indios asquerosos, a quienes habríamos hecho colgar y mandaríamos colgar ahora, si reapareciesen en una guerra de los araucanos contra Chile, que nada tiene que ver con esa canalla”. “Cuando uno lee a Ercilla y oye repetir hoy día aquellas imaginadas virtudes de Colocolos y Lautaros, está a punto de creer que los antiguos araucanos eran otro pueblo distinto de los araucanos que conocemos nosotros; de esos salvajes del sur, borrachos, estúpidos, crasos e ignorantes, y sin sentimiento alguno de dignidad, salvo el gusto por la independencia, que es distintivo de las tribus salvajes” (Sarmiento, citado por Pedro Navarro Floria. En: Revista de Estudios trasandinos, 2000. Página 49). Aquí vemos, pues, con un ejemplo estremecedor, cómo jugaban en la mente de estos constructores de nacionalidad, las categorías de inclusión/exclusión, y lo más grave será que la segunda irá creciendo en los años inmediatos hasta alcanzar a aquellos mismos mulatos y mestizos. Francisco Bilbao en su artículo “Los araucanos” (1866), según nos lo dice Miguel Rojas Mix “se opone radicalmente a la visión genocida del proyecto de sociedad de Sarmiento” (Miguel Rojas Mix. Los cien nombres de América. Eso que descubrió Colón. San José, Editorial de la Univeridad de Puerto Rico, 1997. Página 350)
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