Cómo se interrumpe un proceso psíquico Hiroyuki Noguchi (1980) I Poner un término El primer día del curso sobre la educación del subconsciente de este Año Nuevo*, hablé de cómo dar término a una actividad mental. Hoy profundizaré el mismo tema añadiendo algo más. Los mecanismos de la mente humana son muy diversos. Uno de ellos es dar fin o un cambio a las actividades mentales, una tras otra: existe en ella esta clase de mecanismo. Por ejemplo, si prestamos el oído al sonido del reloj, suena algo como “Tic-Tac, Tic-Tac…”, o sea, llega al oído una sensación sonora rítmica como “Fuerte-Débil, Fuerte-Débil”. En realidad, el sonido del reloj no es “Fuerte-Débil, Fuerte-Débil”, pues la intensidad y los intervalos son constantes: no es más que una simple repetición de tic… tic… No obstante, la mente humana lo escucha e interpreta como si llevara un compás: “Fuerte-Débil, Fuerte-Débil…” El mismo fenómeno ocurre no sólo con el sonido del reloj sino también, por ejemplo, con el que se produce al golpear esta mesa que tengo aquí delante con un martillo, con una repetición constante de igual intensidad y a intervalos de un tercio de segundo. Aquello lo oímos como si se llevara el compás: “Fuerte-Débil, Fuerte-Débil”. Si reflexionamos sobre este tema, los estímulos que nos llegan del entorno a lo mejor no son tan rítmicos como los percibimos, sino al contrario tan monótonos como el sonido del reloj. Lo que ocurre es que la mente humana interpreta un estímulo monótono y lo transforma en algo rítmico. La mente humana manifiesta esta predisposición natural. En resumidas cuentas, el transcurso del tiempo es tan monótono como lo indica el reloj. La aguja que marca los segundos va realizando su recorrido paso a paso e ininterrumpidamente: el transcurso del tiempo va marcándose con total independencia de cualquier acontecimiento, tanto si nos nace un hijo como si fallece un pariente. El hombre vive inmerso en un tiempo monótono: un día nace y, a 1 partir de ese momento, empieza a correr su tiempo hasta que llega el día en que muere. Si interpretamos la vida humana como un mero transcurso del tiempo, aquí se acabó ese cuento; pero la vida real de un hombre no es tan monótona como los pasos de un reloj. La mente humana tiene la facultad, entre otras cosas, de dar un corte y un término al paso del tiempo: define su tiempo segmentándolo. “Ha despuntado el día. Ya es mediodía. Ya se hizo de noche.” Crea en él divisiones. Si es así, ¿desde cuándo y hasta qué momento dura la mañana? ¿Cuándo empieza la noche y hasta cuándo se extiende? Este punto es difícil de aclarar. En invierno, anochece más pronto; la región de Tokio ya está en completa oscuridad a eso de las cinco de la tarde. Si se define que en cuanto oscurece es de noche, podría decirse que esta empieza a partir de las cinco, más o menos. En la época de solsticio de invierno, no clarea antes de que den las siete; entonces, se debería definir que hasta las siete de la mañana es de noche. Si se razona que en invierno la noche es larga, de hecho lo es, y aquí acaba la discusión. Pero en los países nórdicos, la claridad perdura tras la puesta del sol, lo cual significaría que en dichos países no hay noche. Sin embargo, lo llaman las “noches blancas” y lo cierto es que es de noche. De todos modos, no se puede definir así tan rotundamente cuándo comienza y cuándo terminan el día y la noche. La mente humana es la que fragmenta y pone límites al transcurso del tiempo: la mañana, el día y la noche. Se dice que ha llegado el Año Nuevo y en resumidas cuentas, no es sino el paso de un segundo más. Pero nos saludamos con cara alegre: “¡Feliz Año Nuevo!”. Sólo por el salto de un segundo, todo lo ocurrido el año anterior se arregla. Se considera como cosas del año pasado. Y todos nos saludamos: “Agradezco mucho las amables atenciones con las que me ha favorecido durante el año pasado”. Suele decirse que con el Año Nuevo se cumple un año más. Sin embargo, no aumentan las canas aunque haya llegado a su término un año más. De hecho, ha variado apenas nada, pero por el sólo hecho de que el reloj haya marcado un segundo más, todo el mundo siente: “Feliz Año Nuevo” y las caras se vuelven alegres. En el Japón, sabemos que existen diversas costumbres que sirven para fragmentar el tiempo, es decir, para marcar hitos o cortes. Por ejemplo, el día del solsticio de invierno, se deja flotar una sidra en el agua del baño. Creo que las costumbres de este tipo provienen de la sabiduría de la mente y tienen por finalidad no perdernos en la corriente monótona del tiempo. Se vive con más ánimos cuando las divisiones del tiempo están bien marcadas. Al colocar hitos o términos en el transcurso del tiempo, se produce naturalmente un ritmo en la vida. Una circunstancia a la que el hombre se adapta difícilmente es la monotonía. Cuando la vida empieza a volverse 2 monótona, ya no se puede vivir con ánimos. Entre las ceremonias inventadas por el hombre, están las bodas y los funerales. Si reflexionamos un poco sobre ello, todas estas tienen la función de hacer tomar conciencia de un cambio. Por ejemplo, un hombre se casa con cierta desgana con una joven, pensando: “En realidad, no tengo muchas ganas de casarme con ella, pero qué le vamos a hacer…” Sin embargo, el día de la boda acude más gente de lo esperado y los felicita. Mientras el novio va presentando a los demás a su esposa, sin darse cuenta empieza a sentir que es verdaderamente su mujer. Llega todo sudoroso al final de la ceremonia y suspira con alivio: por fin se ha acabado la boda; y, al darse cuenta de que todo ha concluido, empieza a tener el sentimiento de que, a partir de entonces, comienza una nueva vida. Por esta razón, si una mujer va a casarse con un joven de carácter vacilante, lo mejor es celebrar la boda de tal modo que el novio tenga que correr mucho, para que quede tenso y cansado; para ello, es conveniente invitar al mayor número posible de personas, evitando cualquier proceso sencillo como casarse por el juzgado. De esta manera, se verá obligado a sentir la firmeza del matrimonio, algo como si le hubieran apisonado el terreno. Dejemos este tema de lado. Ahora, tomemos un ejemplo distinto: la celebración de un funeral de la secta budista zen; cuando el proceso del proceso del funeral ya ha entrado en su conclusión, en el momento oportuno el monje que conduce la ceremonia da un grito: Katsu!Entre un katsu y otro, hay todo un mundo, pues algunos son eficientes y otros muy torpes. Aunque un monje dé el grito de katsu con voz sonora, si demuestra poca práctica y destreza, en la asistencia pueden surgir ideas peregrinas como, por ejemplo: ¿No tendrá dientes postizos? En cambio, si quien da el grito de katsu es un monje destacado, en la asistencia entra la calma, como si todo se apaciguara. ¿Por qué se da el grito de katsu al final de la ceremonia? Para poner fin de una vez a la tristeza por el fallecido. Allí se acaba el asunto. A partir de entonces, la tristeza se convierte en el recuerdo de un acontecimiento triste ocurrido en el pasado. El grito de katsu sirve para esto. Si una mujer pierde a su marido y se pasa la vida, día tras día, sin poder desprenderse del desconsuelo que le causó su pérdida, esta actitud no es ninguna prueba de cortesía hacia la persona fallecida. En tales casos, no estaría mal que al final del funeral la viuda recibiera el katsu por parte de algún monje eminente para que, gracias a esta oportunidad, pusiera término a la tristeza. Al pensarlo un poco, el trabajo de un monje no es otra cosa que esto. ¿Con qué finalidad se dedican los monjes a su aprendizaje? Únicamente para aprender a dar el grito de katsu. No hay nada más que esto. Es únicamente para poder realizarlo en el momento en que una persona tome la decisión de pasar con su alma al otro mundo. Dar 3 un corte o poner término de manera concisa a la actividad mental del hombre en relación con diversos acontecimientos, éste es desde la Antigüedad el trabajo del monje. Este cometido no es exclusivo del monje budista, también es propio del sacerdote sintoísta. Cuando un sacerdote sintoísta hábil ejerce la ceremonia de la purificación, realmente el ki se purifica. No sólo nuestra mente, sino también el espacio en donde nos encontramos se vuelve transparente. Desde luego, entre una secta y otra o una religión y otra existen diferencias de ideologías o principios, aunque la única diferencia, en el fondo, consista en la justificación de sus méritos respectivos; de hecho, lo que se efectúa en cada una a través de sus ceremonias o símbolos propios es poner término a los acontecimientos en la mente humana. Este acto de marcar un momento de cambio es admirable ya que comprende el movimiento psíquico en su profundidad. Por muchas palabras de consuelo que un profano dirija a la familia del difunto, ésta se pondrá más triste. Diga lo que se diga, es inútil. El katsu es mucho más directo. No conozco el significado del ideograma de katsu y seguramente no tendrá un sentido particular. Un arte como el kiai, que en sí no tiene sentido, puede marcar un cambio en la mente. De alguna forma, las fórmulas, ceremonias y gestos en el trato o el kiai, que son carentes de sentido, más que nada poseen la fuerza de interrumpir una actividad mental determinada. El seitai shido también tiene la función de dar un corte en la psique. De todos modos, el hombre no puede vivir con ánimos y vigor si no marca cambios o hitos en su mente en cada momento. Esta es una anécdota de años atrás, cuando estaba a punto de morir el Sr. A., un antiguo discípulo del Maestro. En aquel entonces, el Sr. Yanagida vivía en casa del Maestro como discípulo interno. Un día, el Maestro le llamó y le dijo: “El Sr. A. dentro de pocos días morirá; ve a verle y haz algo, de tal manera que esté dispuesto para el momento cercano”. En aquel entonces el Sr. Yanagida todavía era joven y cuenta que se encontró muy perplejo. No sé cómo hizo que el Sr. A. entrase en disposición de morir, pero, de hecho, su despedida de este mundo fue magnífica y encomiable; su muerte fue objeto de comentarios de conversaciones en esta Sociedad Seitai durante algún tiempo. Así creo que el Sr. Yanagida actuó de forma hábil para que aquél se dispusiera a pasar al otro mundo. De todos modos, desde la Antigüedad, poner un término o imprimir una decisión en la mente siempre ha servido para que el hombre pudiera vivir con ánimos y vigor o morir con solemnidad; al volver los ojos sobre nuestra propia vida, comprenderemos enseguida por qué la humanidad ha elaborado diversos métodos para producir cambios en la mente. 4 Los que han olvidado dar un corte. Por otra parte, muchos han olvidado introducir un cambio en su mente y se encuentran perdidos, como envueltos en un tiempo monótono, y dejan dormir sus capacidades. Se agitan, se quejan de estar enfermos o de no encontrarse bien. Pero su enfermedad, por lo general, se ha iniciado por haberse olvidado de poner término a un proceso mental y llevar un modo de vida monótona, sin tensión ni distensión, como una cara sin cejas, ojos, nariz ni boca. Cuando uno siente monotonía en su vida, empieza a pensar que hay que hacer algo para que las cosas se muevan, al igual que los niños que buscan algún acontecimiento o incidente imprevisto en reacción al aburrimiento. Según cómo, una enfermedad puede emplearse como método para dar un corte en la mente, o sea, para que nos sirva de ocasión de cambio; dado que se pueden comparar las diferencias en el estado físico antes de enfermar y después, sin equivocación puede emplearse una dolencia para instaurar algún término y crear un momento de cambio en la vida. Conocí a un hombre de adelante-atrás que tuvo una colitis constante durante cuatro meses; normalmente, la diarrea no dura tanto; dado que la colitis constituye una eliminación, en cuanto se ha expulsado todo lo que se debía eliminar, lógicamente se para sin más. En dicho caso, no estaba claro cuándo había empezado la diarrea y, desde luego, tampoco lo estaba el momento de su final. Cuando hay incapacidad para poner fin a la actividad de la mente, en el estado físico tampoco se presentan ni el final ni el cambio. Conocía a otra persona que tenía décimas de fiebre desde hacía dos años. Me cogió la mano, la colocó en su frente y me dijo: “Mire, tengo fiebre, ¿verdad?”. Yo hice otro tanto con él, le cogí la mano, la puse en mi frente y le pregunté qué tal le parecía. Dijo: “Usted también está resfriado. Tiene fiebre.” Me dejó completamente desconcertado, como si me hubiera dejado engañar por un zorro. Al preguntarle desde cuándo tenía esa destemplanza, respondió que desde cierto día, hacía dos años. Pregunté si era un día de primavera o de verano, pero no se acordaba. Lo único claro fue que empezó un buen día, nada más. Como la cosa no avanzaba, tenía yo que ponerle un comienzo al proceso. Así, pues, le pregunté: “¿Cuánto tiempo hace que se ha casado?” Respondió que tres años. Agregué entonces que le había venido la fiebre algún día después de un año de matrimonio. De todos modos, si conocen a una persona en quien perdura un fenómeno fisiológico de manera ininterrumpida, como en ese caso, observen minuciosamente el estado mental o modo de vivir. Sin duda alguna, observarán que no se presenta ningún momento de corte: si no hay corte, no 5 nace ritmo en la vida. Entonces uno se encuentra hundido en la monotonía y, hágase de día o de noche, el estado anímico no se renueva. Estas personas esperan que se les presente algún momento de cambio. En una persona sana, el estado anímico se renueva solo con la salida del sol. No es que el estado anímico se renueve por causa de la salida del sol, sino que nuestra mente es capaz de emplearla como oportunidad para volver a recuperar sentimientos nuevos y frescos. Por eso, si se está esperando pasivamente, no se presenta ninguna oportunidad. Cuando una persona repite lo mismo una y otra vez durante toda su vida o cuando perdura en ella determinado estado anímico, es porque se ha omitido poner un término a ese proceso mental. El maestro Noguchi solía repetir que, durante cincuenta años, había ejercido una sola y misma cosa. No preguntemos entonces si la vida del Maestro fue monótona, porque de ningún modo fue así. Las personas capaces de captar todos los matices y diferencias en un mismo asunto pueden concentrarse con ánimo en uno solo. Por ello, para renovar el estado anímico, no hace falta un montaje a gran escala. Tanto el hombre como su entorno van cambiando y transformándose ininterrumpidamente; por lo tanto, si dirigimos la vista hacia los cambios, nos daremos cuenta de que uno mismo va creciendo o bien que se va haciendo fuerte poco a poco. No hace falta irse de viaje, tampoco cambiar de colegio: aunque no se cambie de medio, puede renovarse el estado anímico a través de la propia actividad psíquica. Del mismo modo, encontrarse triste o desmoralizado durante diez años tras un amor frustrado se debe a que no se ha sabido marcar un término. Por esta causa, puede que salga fiebre, dolor de vientre, o que se manifieste histeria, pero todo ello es responsabilidad de la persona afectada. Momento de corte y cambio en el crecimiento Al observar el proceso de crecimiento del hombre, se ve claramente que se produce un corte en cada momento de su transformación. El bebé recién nacido, acostado boca arriba, permanece en la misma postura, la vista fija hacia arriba y la mirada vacía. Pero pocos días después, empieza a mover su cuerpo y dirigir su atención hacia algún objeto que le interesa. Pronto se pone a balbucir algo parecido a palabras. Después gatea para trasladarse por su propia fuerza. Un día, se yergue sobre las piernas. Progresivamente aprende palabras y habla. De esta forma, se desarrolla un proceso de crecimiento bien marcado y con cambios en cada momento. En el movimiento de la vida existe una progresión. Por esta razón, es lógico que se presenten cambios en la mente, ya que está sustentada por la vida; si se 6 emplea la mente tal como lo dicta la psique profunda, nacen ritmos naturales. Hace poco tiempo, vino una mujer a preguntarme sobre la crianza de su hijo de dos años. Según ella, no se sabía cuando había empezado: antes de acostarse, le daba por beber leche de vaca en gran cantidad, unos cinco o seis biberones. Respondí que estaba muy bien; pero ella no estaba conforme porque, como bebía tanto, durante la noche mojaba la cama y, además, la despertaba varias veces. El niño se despertaba, quería beber otra vez y, a continuación, volvía a orinarse en la cama. Para los padres, aquello no tenía la más mínima gracias, era insoportable, y, por lo tanto, me preguntaban cómo hacer para que dejara de tomar leche. De hecho, aunque se consiguiera que dejara de beber leche, no por ello se resolvería la incontinencia nocturna. Ahora bien, a nivel fisiológico pueden surgir deseos o ganas de manera repetitiva ininterrumpidas; se pierde el control sobre su término. Es lo mismo que un alcohólico cuyo hígado no funciona correctamente y que, al beber una botella, siente ganas de pedir otra más y así sucesivamente. Si en el hombre no existiese el sueño, los bebedores seguirían bebiendo eternamente porque no se les presenta un corte, un momento de decisión. Como existe esta gran función fisiológica del sueño, que es un corte, el hombre se salva. Cuando una persona cae cada vez más en un estado de vicio, por ejemplo, cuando tras beber alguna bebida alcohólica entran ganas de beber otra más, ¿qué debemos entender? Se debe a que en el interior de la persona existe algo que no encuentra satisfacción aunque beba dos o tres botellas. Como no siente satisfacción, repite. Quien sufre alguna frustración sin duda alguna intenta compensar su descontento, que es cualitativo, mediante la cantidad. Como el deseo de este niño nunca encuentra su término, basta con dar un corte al asunto variando el modo de dar el biberón en cada momento. La capacidad de nutrición de una persona se determina durante los primeros trece meses de vida. Y para que en un bebé esta capacidad de asimilación sea plena en dichos trece meses, es importante poner un término en cada momento de transformación. Por ejemplo, el destete es evidentemente uno de esos momentos de corte o cambio en el crecimiento. Para realizar el destete, un poco antes de que se presente el momento, hay que empezar ofreciéndole poco a poco alimentos de complemento. Ahora bien, el sentido de la comida complementaria es más bien enseñarle al bebé los distintos sabores de cada alimento. En esta época, si la madre le enseña al bebé diversos sabores, su sentido del gusto se va desarrollando más y más. Los niños que poseen un paladar entrenado reaccionan con sensibilidad a las 7 variedades de los sabores y a sus cambios, son capaces de diferenciar un tomate de ayer de otro de hoy. Si se le echa un poco de sal, ya varía el gusto. Los que no tienen un paladar fino le encuentran el mismo gusto tanto a un umeboshi como a cualquier otra cosa; comen mecánicamente, sin distinguir entre un melón de Kanto2 y otro de Okayama3. Cuando no se es capaz de percibir cambios, tampoco se puede dar un corte. Aunque se intente poner término a una actividad mental, si no se perciben los cambios, es imposible dar un corte. El sentido del gusto no sólo es un instrumento de reconocimiento sino también, y más que nada, algo muy relacionado con la sensibilidad al placer y al desagrado. Sentir que algo es desagradable constituye un mecanismo de defensa del cuerpo vivo, por lo que el desarrollo del sentido del gusto da garantías para la protección de la vida. Sentir placer es lo que posibilita más eficazmente la absorción de la nutrición, pues únicamente los alimentos que agradan al paladar se convierten en nutrición. Esto no es privativo del hombre, todos los animales desean lo que en cada momento necesita su cuerpo y encuentran sabroso todo alimento que está de acuerdo con su deseo. Ante todo, comer tranquilamente es la manera de nutrirse bien: si se come con desagrado, las funciones digestivas pierden eficacia. El gusto en el comer tiene por premisa que la comida agrade al paladar. Así, el desarrollo de la finura del paladar mejora la asimilación de los alimentos. Los que muestran una sensibilidad del paladar torpe necesitan una cantidad mayor de alimentos. Ocurre esto porque, como no se puede conseguir la calidad necesaria, ésta se ve sustituida por la cantidad; pero lo que el cuerpo busca no es cantidad sino calidad. Por ello, aunque aumente la cantidad, en el cuerpo queda algún descontento. Así pues, los excesos de mesa los realizan los que han perdido la capacidad de saborear. En el período destinado al entrenamiento del paladar, los bebés desarrollan el sentido del gusto a través de las comidas que les preparan sus padres. Por esta razón, es necesario preocuparse de cómo condimentar los alimentos complementarios, a pesar de que represente cierto esfuerzo. Por ejemplo, es necesario pensar en darle de comer cereales poco a poco porque hasta ahora le dábamos queso o, como ya se niega a tomar tal queso, conviene probar con otra clase de queso; o sea, al ir variando los sabores, el paladar de los niños se va desarrollando y, a la vez, su estado de nutrición se hace óptimo. Volvamos al tema anterior. Beber cinco o seis biberones de leche tiene por origen el que, antes que nada, ya no se perciben las diferencias. Por esta razón, queda en el cuerpo alguna sensación de insatisfacción. Así pues les dije a los padres: “El primer biberón será de leche normal, el segundo será, 8 por ejemplo, de leche con té, el tercero con cacao, el cuarto con miel”; no importa el orden de las mezclas. Al cabo de una semana, el niño había dejado de tomarla antes de acostarse. Poco a poco la cantidad de bebida va disminuyendo. Al empezar a sentir variedad y diferencias en el sabor, el hombre come en menor cantidad. Los que han perdido la capacidad de saborear se exceden en el comer al igual que en el fumar y el beber. Así se estropea su cuerpo. Por eso, al olvidarse del gusto, se pierden los ánimos y la salud precisamente por comer. De todos modos, si el deseo del cuerpo se satisface, la acción repetitiva destinada a cumplirlo se agota. Acaba en seco. Si se actúa de acuerdo con el deseo interior, se va logrando naturalmente el hábito de poner fin a las cosas. Si se actúa espontáneamente y de acuerdo con el deseo, nace un ritmo en la vida. Si uno se levanta inmediatamente en cuanto se despierta, se sentirá bien y fresco por la mañana y nacerá en él un estado anímico diferente del día anterior. Pero si se despierta y piensa: “Sólo he dormido seis horas, si no duermo un poco más, me cansaré enseguida”, tras despertarse no se renovará el estado anímico del día anterior. Hace una mañana preciosa que se puede utilizar como una oportunidad para un cambio o renovación, pero no se emplea de forma provechosa. Si disminuyese la cantidad de vagos que ponen monotonía en su psique mediante su propia actividad mental, creo que el número de enfermos disminuiría mucho también. ----------------------------------*1980 2 Región que incluye Tokio 3 Región este de Osaka 9 II Aprovechamiento del resfriado El maestro Noguchi solía explicar a menudo cómo aprovechar las enfermedades. Nos sorprendemos si una enfermedad se cura naturalmente; pero para el Maestro era lógico que el cuerpo se curara de manera espontánea, puesto que todos los seres vivos poseen una constitución que les permite preservar su existencia y mantener su armonía interna de modo autónomo. Al mismo tiempo, para él era igualmente natural que el cuerpo se estropeara de forma espontánea. Ya saben ustedes que en el cuerpo se repiten incesantemente fases de construcción y de destrucción. Si no existiese la destrucción, tampoco se daría la construcción. Por ello, estropearse, o sea, la destrucción constituye la otra cara de la armonía. Por ejemplo, supongamos que en un tobillo se acumula una tensión que supera los límites de su capacidad. Fundamentalmente, las articulaciones funcionan como amortiguadores; cuando en ellas se acumula una sobrecarga que sobrepasa los límites de su capacidad de regulación, puede que el tobillo se desencaje o se tuerza. A través del desencajamiento o la torcedura se disipa la tensión que había llegado a concentrarse allí. Si no se desencajara, podría producirse un daño mucho mayor. El propio peso del cuerpo rompería no sólo el tobillo sino también dejaría hechos pedazos los huesos del pie o del metatarsiano. Por esta razón, gracias al desarreglo, que es la otra cara del mismo mecanismo físico, se puede conservar el equilibrio total del cuerpo. Tienen la misma causa los resfriados cuando el cansancio parcial excede los límites posibles del cuerpo. Por eso, desde el punto de vista del Maestro, entre un cuerpo que no se estropea aunque parezca que sí y otro que no se estropea a pesar de que debería hacerlo, el segundo es mucho menos natural. De todos modos, si lo natural es que se cure la enfermedad, asimismo enfermarse no es nada, es algo natural también. Lo que se estropea espontáneamente, naturalmente se cura solo también. Ahora bien, algunos opinarán que, si es así, ¿por qué es necesario aprovechar la enfermedad? De hecho, sacar provecho de la enfermedad no es hacer volver el cuerpo estropeado al estado anterior a la enfermedad, sino sacar partido de la enfermedad para volverse, en comparación, más sano y fuerte que antes y vivir con más ánimos e intensidad. Ésta era la idea del Maestro Noguchi. No obstante, cuando se contrae una enfermedad por descuido, no se saca provecho de ella. Por ejemplo, un resfriado del que no se sabe cuando ha empezado, permanece durante mucho tiempo en un cuerpo entorpecido, no se manifiesta de un modo definido y desaparece también en el momento 1 0 menos pensado. Tanto su inicio como su final no están claros. Últimamente hay muchos resfriados de esta clase. La fiebre debería subir magníficamente, pero ni siquiera aparece. Por poco que suba, ya empiezan a salir mucosidades y congestión nasal; de pronto se para y se cree que el resfriado ya ha pasado; sin embargo, poco después sale tos o se hincha la garganta. Al calmarse estas alteraciones, otra vez surge fiebre, etc. De esta forma, se repiten monótonamente los trastornos fisiológicos. Si queda claro el final, el corte es nítido, pero como no se da bien, el proceso vuelve a repetirse varias veces. Cuando se repite de esta forma, no sirve de nada resfriarse. Si se desea aprovechar un resfriado, es importante aclarar su inicio y marcarle un fin definitivo. Cuanto más claro esté el inicio, tanto más lo será también el final. Desde luego, el comienzo no puede provocarse a voluntad, aunque algunas veces se inicia por voluntad propia. Si pescan el resfriado de torcer de esta temporada las personas de taiheki de torcer, les servirá de prevención contra la embolia. Lo que ocurre es que cuanto más marcado sea al taiheki de torcer, más difícil resulta contraerlo. Por esta misma razón, el maestro Noguchi inventó un ejercicio de seitai para favorecer el resfriado en las personas de torcer. Desde luego, no está prohibido empezarlo de forma voluntaria, pero normalmente no se inicia adrede sino que empieza con una sensación corporal anómala. En todo caso, el final es mucho más importante que la forma de empezarlo. Por supuesto, llamo final a la sensación refrescante de que el resfriado se ha marchado. Al darle punto final, también se provoca un corte definitivo en la vida de un enfermo. No hace falta estar enfermo indefinidamente, ¿verdad? Si se trata de alguien a quien le guste la vida de enfermo, es otra cosa. Ahora, si el final se determina bien, cualquiera empieza a sentir el placer de actuar con ánimos y vigor. Observen ustedes cómo pasan los niños un resfriado. Verán que en ellos apenas se dan recuperaciones cuyo final no esté claro. Hasta cierto momento, el niño se encuentra mal debido a la fiebre, pero al observar con atención, veremos que de repente muestra un cambio claro. La mirada que hasta entonces estaba como perdida y vidriosa empieza a brillar, la piel se vuelve tersa y el tono de voz recobra fuerza. Mientras tanto, algo sorprendido de estos cambios, el niño se levanta y dice: "Ya estoy bien" y empieza a jugar. Los niños con buena vitalidad tienen todos conciencia del final, pero cuanto mayores se hacen, tanto menos capaces son de tomar conciencia del final: el proceso se acaba sin otro particular. Cuando es así, sólo se da una vuelta al estado anterior y, como no se ha marcado el término del proceso, el resfriado no trae provecho. 1 1 El maestro Noguchi estableció tres pautas en el proceso de un resfriado para que tengamos conciencia del inicio y del final, de igual forma que establecemos tres cortes en un día: amaneció, ha llegado el mediodía y cae la noche. En la primera etapa la fiebre sube, en la segunda la temperatura baja más de lo habitual y en la tercera vuelve a su nivel normal: entonces el resfriado se ha acabado. Gracias a ello, podemos esperar con tranquilidad tras la subida de la fiebre que venga el momento en que la temperatura descienda más de lo habitual. La naturaleza del hombre es tal que si ve algún futuro, puede vivir el momento actual con tranquilidad pero, al contrario, si no puede verlo, experimenta mucha desazón. Además de estas etapas, el maestro Noguchi enseña algo más para fijarlas, y es de importancia: mientras haya fiebre, actuar y vivir igual que siempre en la medida de lo posible, pero cuando la temperatura baja más de lo habitual, es el momento clave del descanso. De esta forma, él nos indica qué hacer y cómo pasar por aquellas fases. Los labradores, al amanecer, se levantan y enseguida van a echar un vistazo a la huerta para ver cómo está, si no hay escarcha y si ésta no ha afectado a los cultivos. O sea, saben lo que tienen que hacer por la mañana. Y así sucesivamente para el mediodía y la noche. Si uno viviera sin saber qué hacer y se pasara el día acostado, la vida se volvería monótona y cansada. En algunas ocasiones, con el resfriado ocurre algo semejante; si se lo vive permaneciendo acostado por tener fiebre, guardando cama hasta que baje y descansando, no se termina nunca y, después de que el resfriado haya pasado, permanece el cansancio. Se busca la excusa de que esto es la convalecencia, pero en realidad, la forma de pasar el resfriado no ha sido hábil. Recuperarse de un resfriado es lo mismo que recuperarse del cansancio parcial; por ello, después de haberlo pasado, se debería trabajar con más ánimo que antes de cogerlo. No obstante, cuando se pasa de manera monótona, en el cuerpo queda un cansancio originado en la monotonía de la vida. Ahora bien, por supuesto el maestro Noguchi no ha determinado las tres etapas de manera caprichosa y simplemente para evitar dicha monotonía. De hecho, en la primera etapa en que la temperatura corporal es más alta de lo habitual, el pulso es marcado y fuerte y la piel está tensa; si definimos este estado desde el punto de observación del seitai, el cuerpo se encuentra en estado de tensión, o sea, el movimiento energético se dirige hacia la tensión. Como esta tensión ya no se realiza tan fuertemente en las personas envejecidas, tampoco la fiebre sube mucho. A partir del máximo de tensión o contracción, el cuerpo empieza a relajarse y en la piel se produce sudor; así, poco a poco, se va volviendo a la temperatura habitual. En la segunda etapa, en que la temperatura física es menor que la habitual, 1 2 el pulso es delgado y débil, y tanto la piel, la musculatura como la pelvis se encuentran relajadas. Por ejemplo, en el seitai se recomienda que, durante unos días inmediatamente después del parto, la parturienta esté acostada y haga reposo de manera que no cargue fuerza en la cintura pelviana: en estos momentos en que debe guardarse reposo, el pulso es débil y delgado, pero va cambiando progresivamente hasta llegar a ser fuerte y marcado. El momento de levantarse se sitúa en el cambio del pulso. En el proceso del resfriado se da el mismo fenómeno cuando la temperatura es menor de la habitual. Así pues, hay etapas en el proceso, y el Maestro define la manera de vivir el resfriado como: Movimiento - Tranquilidad - Movimiento. Esto, desde luego, no es un invento suyo. Tal como en el crecimiento existen momentos de corte y cambio que crean un ritmo, igualmente en los trastornos del cuerpo existen un corte y momento de cambio naturales. A lo largo del proceso y de acuerdo con el corte, hay momentos de cambio: el deseo del cuerpo varía naturalmente. Cuando se encuentra en la tendencia a la contracción o tensión, se siente deseo de moverse y trabajar. Dicho de otro modo, este deseo quiere obrar sobre el entorno. Al contrario, cuando se presenta la tendencia hacia la distensión, nace el deseo de tranquilidad y recogimiento. O sea, es el instinto de conservación de sí mismo. Por lo que creo que puede expresarse el modo de pasar el resfriado, Movimiento Tranquilidad - Movimiento, como la evolución del deseo del cuerpo. No obstante, en la mayoría de los casos, cuando uno está resfriado, experimenta una discrepancia entre sensibilidad, deseo del cuerpo, y la interpretación que le da el cerebro. Cuando se tiene fiebre, hay pocas ganas de moverse, se experimenta cierta languidez; sin embargo, cuando la temperatura desciende más de lo habitual, uno se cree curado ya. Quien está criando a sus hijos sabe que éstos entonces desean salir afuera o ir a la escuela, a pesar de que normalmente no quieran. Yo, de pequeño, fui un precursor de esos niños que se niegan a ir a la escuela, cosa últimamente tan de moda; sin embargo, cuando me bajaba la fiebre, pretendía ir. No hay concordancia entre lo que experimenta la mente y lo que desea el cuerpo. Ahora bien, si se obedece a la interpretación mental y se espera acostado hasta que se acabe la fiebre, puede suceder cierta dificultad para sudar o que, no pudiendo subir hasta donde sea necesario, perdure un estado febril a medias. En cambio, si se obedece al deseo del cuerpo y se descansa acostado, con la mente abandonada y vacía cuando la temperatura ha descendido más de lo habitual, sale el último sudor en la zona que tiende a sufrir cansancio parcial originado en el taiheki. Por ejemplo, el último sudor del tipo arriba-abajo sale normalmente a lo largo de las cervicales y en las 1 3 dorsales superiores. Cuando sale ésta, la primera lumbar recupera su elasticidad. El sudor de cuando se tiene fiebre normalmente sale en el cuero cabelludo; allí suele sudar el grupo arriba- abajo con facilidad, pero le cuesta hacerlo en la región cervical a lo largo de las vértebras hasta las dorsales superiores. Ahora, si se hace reposo cuando la temperatura está más baja de lo habitual, se empieza a transpirar poco a poco, como si el sudor se filtrara a través de una materia porosa. El último sudor en el caso del grupo abrir-cerrar sale principalmente de la región pélvica hacia el sacro, y, como en el caso anterior, siguiendo el eje central. Así, pues, es conveniente que cada uno observe por dónde sale el último sudor en el resfriado. De todos modos, si se expulsa perfectamente el sudor en la zona del cansancio parcial, éste se elimina realmente. Después de que haya salido este sudor durante un rato, hasta el niño que deseaba tanto salir afuera para jugar cae en un sueño profundo. O sea, esto es lo que desea el cuerpo en el momento en que la temperatura baja más de lo habitual. De esta manera, el deseo del cuerpo siempre está fundado en el instinto y se dirige hacia el estado de seitai. Seguir el deseo corporal es lo que acabo de explicar y no tiene sentido regirse por las ganas mentales. Cuando yo era pequeño y tenía un resfriado, en el momento en que empezaba a importunar para salir afuera, el Maestro me tomaba el pulso y me indicaba que todavía me quedaban unas tres horas más. Nada de televisión, nada tampoco de libros, me quedaba en el cuarto con la luz tamizada. En estos momentos, la represión se hace muy pesada. En mi infancia, las pocas ocasiones en que me obligó el Maestro a algo quizás fueran cuando había que guardar reposo porque la temperatura era menor de la habitual. Me desagradaba muchísimo. En mi cabeza desfilaban las ideas: ¿Qué estarán haciendo mis amigos? Seguramente están jugando al softball. Aquel chico es un poco lento, los demás lo van a maltratar. Estará llorando... Mi mente hervía con esta clase de divagaciones. No obstante, de repente, se me apagaba la mirada y mi cabeza se vaciaba; finalmente, empezaba a transpirar, como si un líquido espeso se filtrara a través de una materia porosa. Así gradualmente la sensación del cuerpo y la mente iban acoplándose y encajando. Bien, de todos modos, después de un sueñecito, tras tomarme el pulso, por fin me sueltan. Entonces me siento como si estar de pie o caminar y respirar fueran una inmensa alegría. Parece extraño, pero se siente que estar enfermo es algo realmente absurdo y aburrido. Con eso, la mente pone término al proceso. Cuando digo que el final esté bien marcado, no se trata de que se dé el último sudor y tampoco que el pulso vuelva a la normalidad; se trata, en realidad, de cómo la mente acoge el cambio del cuerpo. 1 4 Un resfriado constituye para los padres una buena oportunidad para la educación de sus hijos. A través de la espera, los hijos aprenden a tener paciencia o llegan a percibir cómo funciona la vida en su cuerpo o se forjan algún modo de vivir su vida o les sirve de oportunidad para reflexionar sobre su quehacer cotidiana. Lo que se aprenda de ello variará según el deseo de los padres acerca de sus hijos. Por mi parte, por lo menos, no me gustaría que los míos fueran unos hipocondríacos. En la Sociedad Seitai, los conceptos de salud y enfermedad no son opuestos; como prueba de ello, llamamos la atención sobre los efectos y el aprovechamiento del resfriado. No pensamos que uno esté sano por no tener enfermedad y tampoco que uno no se encuentre sano por estar enfermo. No pocas veces ocurre que aquellos que no han vivido alguna enfermedad no pueden percibir las anomalías tales como son; así pues, sus reacciones son torpes ante los estímulos producidos por los trastornos. A esto el maestro Noguchi lo llamaba la enfermedad de no enfermar. Ahora, a la inversa, existen casos en que se produce ésta debido al funcionamiento correcto de algún mecanismo físico. Partiendo de este punto de vista, desaparece la idea de que la salud es un estado opuesto a la enfermedad. No obstante, en la Sociedad Seitai se diferencia claramente entre una persona sana y otra enferma. Los enfermos no son bienvenidos por la razón de que se comportan como unos enfermos. Aquí se evita ser un enfermo aunque se enferme. A mí tampoco me gustan nada los enfermos y me niego a hacer de consejero para ellos. Nunca he visitado un hospital, excepto una vez que tuve que pedir un certificado de salud para ingresar en la universidad. Entonces, me produjo una impresión extraña. Es comprensible, ¿verdad? Lo primero que se ve allí son adultos hechos y derechos paseándose desde el mediodía, sin ánimos y en bata en un lugar público; no hay diferencia entre el día y la noche y tampoco distinción entre lo público y lo particular. Así pues, apagados y lánguidos, con una expresión de aburrimiento pintada en la cara, parecen cavernícolas. A mí me pareció ridículo que se nos hiciera un diagnóstico de salud en esta clase de atmósfera. También allí se come en la cama. Mis hijos, aunque estén enfermos, no comen en la cama. Es de cajón que la comida se toma en la mesa. Si no van a la mesa, se considera que no tienen hambre puesto que permanecen acostados. No es que les obliguemos a ello sino que espontáneamente actúan así. Desde luego, hay condiciones físicas que hacen imposible actuar de dicha forma. No obstante, a pesar de las condiciones y dentro del alcance de cada uno, debería existir algún movimiento de la mente hacia el valor y la plenitud. Aunque no se encuentren ingresados en un hospital, dentro de dicha circunstancia se debería idear algo. Si no, debido a la decisión de la propia mente, uno se 1 5 convertiría a sí mismo en enfermo. Un antiguo miembro llamado A., que en paz descanse, había sido presidente de su empresa; tras sufrir una embolia, ya no podía andar sin muletas. Para recibir el shido del Maestro, tenía que subir la escalera empinada de la entrada del dojo, lo cual le llevaba unos treinta minutos. En una ocasión, su acompañante intentó ayudarlo; seguramente, no pudo observarle sin intervenir. Entonces el Sr. r A. rechazó su mano y le echó una reprimenda: "Este no es esa clase de lugar", y siguió subiendo solo. Yo todavía era pequeño y aquello, no sé por qué, me causó una impresión muy fuerte. Tener vigor y tensión en la mente es sencillo cuando uno no es perezoso. Basta con tener decisión. Por ejemplo: "Por lo menos la escalera del dojo la subo con mis propios pies, sin ayuda de nadie", o jurarse a sí mismo: "Por lo menos la comida la tomo en la mesa". Puede que cueste un poco, pero si no se tiene esta clase de movimiento interior hacia el vigor, el deseo de mejorar tampoco surge verdaderamente. El deseo de recuperación nace al experimentar incomodidad en el estado de enfermedad. No es algo que se perciba en el cerebro sino en el cuerpo; cuando se experimenta en el cuerpo, se produce un movimiento hacia la recuperación. Entonces, ¿en qué momento se siente incomodidad física? Cuando en nosotros surgen ganas o interés por algo. Por esta misma razón, con sólo dejarle ver a mi hijo, una mañana, el paisaje cubierto de nieve, corriendo la cortina de la ventana, en él el proceso de un resfriado atascado empezó a fluir otra vez. El hombre es tal que siempre desea actuar por sus propias fuerzas. Mejor dicho, todo ser vivo posee estas ansias. Chuang-Tsé muestra este aspecto en los seres vivos a través de la siguiente observación: "El faisán del valle picotea cada diez pasos para alimentarse. El faisán enjaulado puede alimentarse sin esfuerzo alguno; no obstante, si se le abre la jaula, el ave huye y se dirige volando hacia el valle. En la vida del valle, el faisán tiene que dar diez pasos para un solo picoteo". Los enfermos están embriagados de gusto en su jaula, ¿verdad? Tienen el derecho de hacer trabajar a quienes les cuidan. Quieren mimos y que les limpien la cera de los oídos. Pero si pidieran por las buenas que les limpiaran las orejas, seguro que les mandarían a paseo y les contestarían que se las apañaran solos. En estas condiciones, seguro que se sienten bien y a gusto en la situación de enfermos. Ahora bien, con el cese de la enfermedad y la recuperación, se vuelve al estado natural de los seres vivos. Entonces se siente estrechez e incomodidad por vivir dependiendo de los demás y se experimenta alegría y placer al actuar por cuenta propia. Por lo tanto, esto no significa que el cuerpo vuelva a su estado anterior. Pero, a pesar de que la enfermedad ya esté curada, muchos siguen viviendo como enfermos. Si el proceso de la 1 6 enfermedad no termina bien, los enfermos presentarán un síndrome de regresión. En este sentido, el modo de terminar tiene un significado muy importante, al mismo tiempo que es muy difícil realizarlo bien. Las enfermedades que representan una petición de mimos son numerosas, especialmente en la infancia. Entre los adultos, por supuesto, tampoco faltan los casos. Por ejemplo, algunas mujeres tosen aparatosamente con sólo ser tratadas un poco fríamente por su marido. Estas conductas revelan una conciencia de privilegio incubada durante la infancia. No digo que no se deba mimar, pues responder a las peticiones de mimos es importante y también así se consiguen efectos. Lo que quiero decir es que, por ser dominado por ellos, no debe perderse de vista el dar fin al proceso, tal como lo explicaba hace un momento. Por ejemplo, cuando ayudamos a nuestro hijo a que se abroche el pijama, dentro del alcance del niño se le debería tratar con consideración y dejar que por lo menos se abrochara él mismo lo que pudiera. Es ésta la postura para responder a una petición de mimos. El deseo de mimos, o sea de dependencia, es una tendencia psíquica normal propia de nuestra naturaleza. Por lo tanto, no es de ningún modo una actitud psíquica anómala o falta de consideración hacia los demás. Cuando se carece de fuerza, se cuenta con los demás y, por tanto, el movimiento psíquico que responde al deseo de dependencia también es natural. Pero, al mismo tiempo, se siente vergüenza cuando se depende de otros. Dicen que la vergüenza es una actitud mental perversa, destinada a no ser el objeto de la compasión ajena. Creo que es verdad. Los enfermos, sin embargo, no sienten vergüenza por recibir ayuda, creen que lo natural es que se la presten. Así, repantigados en la cama, riñen a los enfermeros y critican a los médicos. Todo esto no tiene sentido. Si, desde la infancia, se tiene por costumbre acabar con el proceso morboso marcando bien su término, de modo que el final sea el fin, se llega a comprender la estupidez del estado enfermizo, que es una mera gesticulación. Se empezará a sentir cuanta incapacidad y falta de inteligencia hay en exponer la propia vida para granjearse mimos; se conseguirá la inteligencia de reclamarlos más hábilmente. Por esta razón, creo que tanto médicos, maestros, padres como instructores de Seitai, deberían pensar más seriamente en cómo poner término a algo, como dar un corte a un proceso para marcar su final. Ahora bien, por más que uno crea en la importancia del final, es inútil dirigir discursos a la mente de otra persona. Aunque despleguemos toda nuestra elocuencia, es vano explicarle: "Escucha bien, el movimiento natural es tal y cual, al contrario tú eres..." Al final se siente que las cosas han llegado a su fin. Es una sensación real que se percibe en el cuerpo. Es 1 7 importante proceder de tal forma que la mente tome conciencia de las sensaciones reales del cuerpo, pues por el mero hecho de que haya bajado la fiebre del cuerpo no emana la sensación tangible de que haya finalizado el resfriado. Si sabemos analizar minuciosamente la impresión real de final como final, también seremos capaces de poner término a la actividad mental de los demás. 1 8 III La sensación real de final Importa percibir realmente el fin de un proceso físico; si no lo experimentamos así, el final no tiene lugar. Por ejemplo, a veces se siente una falsa sensación de repleción en la vejiga: no se percibe la sensación de haber terminado de orinar tras haberlo hecho. Al sentir ganas de orinar, uno va al lavabo. No obstante, apenas sale nada. Al pensar que ya ha terminado, uno contrae el ano: con esto sale un poco más. Parece que esto ya es el final; pero de nuevo al contraer el ano, todavía sale otro poquito. Esto no termina nunca. Con la irritación, uno acaba manchándose la ropa interior. A pesar de todo ello, no han pasado ni cinco minutos que, otra vez, empezamos a tener ganas de orinar. Como el cuerpo no percibe realmente el término de la micción, la última orina no se convierte en final real del proceso de orinar. En la vida cotidiana se ven muchos asuntos semejantes a la falsa sensación de repleción de la vejiga. Por ejemplo, algunas personas sienten vértigos después de practicar el katsugen undô. Esto también es un asunto de la misma índole que la falsa sensación de repleción de la vejiga, porque, de hecho, ya ha acabado el katsugen undô. No obstante, el interior del cuerpo sigue moviendo y meciéndose lentamente, lo cual se experimenta como vértigo. El katsugen undô es un movimiento de la musculatura estriada regido por el sistema motor extrapiramidal; sin embargo, no sólo se realiza en los músculos y articulaciones, también participa el interior del cuerpo de una forma superficialmente invisible. Al terminar el katsugen undô, deben finalizar también los diversos movimientos producidos por éste o que lo acompañan. Sin embargo, al no percibir la sensación real de término, sucede que durante algún rato el movimiento interior acompañante continúa por su cuenta. El katsugen undô es un movimiento no voluntario, por lo que su práctica, si lo pensamos bien, significa interrumpir temporalmente la vida voluntaria. Si la práctica del katsugen undô termina correctamente, la vida voluntaria, por un momento interrumpida, se reanuda naturalmente. Por eso, terminar con el katsugen undô o pararlo es darle un corte final claro, indicativo de que aquí se acabó el mundo de lo no voluntario. Si no se da este corte, de semejante modo a la falsa sensación de repleción de la vejiga, el movimiento interior seguirá, como si se meciera lentamente el cuerpo. Además de esto, si no se marca este final, los efectos del katsugen undô en la vida cotidiana no cobran vida. A menudo hay gente que está animada mientras está practicando pero, en cuanto vuelve a la vida 1 9 cotidiana, repentinamente adquiere un ambiente miserable. Si se procura acabar con ello correcta y marcadamente, esta tendencia va cambiando naturalmente. Existe una tendencia general a no hacer caso del final en cuanto sale el katsugen undô con cierta fluidez. El modo de concluir la práctica del katsugen undô que el maestro Noguchi indica es el siguiente: Primero, se inspira, luego se baja el ki en el abdomen (“Huuum hu”) y se aguanta, se abre un ojo, después el otro, al final se exhala. Si prestamos atención a la sensación real del final, nos daremos cuenta que este modo de acabar está realmente bien pensado, profundo a la vez que simple. Si practicamos de este modo y con atención, realmente sentiremos que el mundo se abre de golpe y percibiremos la sensación de que nuestro movimiento psíquico se ha renovado. En aquel entonces, el Maestro indicaba que la mente se concentrara lentamente en una idea como: “Estoy seguro”, mientras se aguantaba el aire en el abdomen después de haberlo llenado de ki, haciendo “Huuum hu”. Un concepto como “Estoy bien” es algo que suena a “torcer”. En fin, sea lo que fuere, al concentrarse en alguna idea se provoca un corte en la psique, o sea, así se da un final tal como debe ser. Así pues, a los que hasta ahora concluían la práctica del katsugen undô vagamente, les recomendaría que pusieran en práctica con atención, aunque sólo sea a partir de hoy, este modo de concluir tal como el maestro Noguchi lo indicaba. Se trata de aguantar haciendo “Huuum hu” de modo que se elimine la tensión de la boca del estómago y se sitúe la fuerza en el vientre. Para decir verdad, esta práctica es difícil. No estaría de más preguntar a algún instructor si realizan correctamente dicho método de respiración. Sin duda alguna, vale la pena practicarlo. Sin embargo, algunos son torpes en su percepción del final real y carecen de la capacidad de poner fin o dar corte al proceso por sí mismas. Por lo general, surge un katsugen undô de pocos movimientos, que dura largo tiempo pero carece de intensidad, al igual que en la falsa repleción de la vejiga. Comentan que su katsugen undô se ha vuelto amanerado; pero no es cierto, sino que son torpes en notar la sensación real del final. Hablamos de “la vida con katsugen undô”; sin embargo, esto no significa seguir continuamente y todo el día con él, sino que la vida normal y activa se realice con la misma fluidez que el katsugen undô. Esto es la vida con katsugen. Por lo tanto, la práctica que no finalice bien con un corte limpio nos distanciará cada vez más de la vida en katsugen. Para quien se haya vuelto torpe respecto a la sensación real del final y sea incapaz de dar corte a un proceso de su propia psique, está bien que otra 2 0 persona les anuncie el final. Dicen que no se termina nunca; pero lo que ocurre es que, a pesar de que las oportunidades para concluir se presenten tantas veces como se quiera, simplemente no se dan cuenta de ello. Ahora bien, si decimos: “Ya se acabó”, no sirve para nada. Hay que procurar que el cuerpo perciba la sensación de corte. Es necesaria esta clase de intervención. Entre varias posibilidades, se puede hacer yuki en la mandíbula inferior después del katsugen undô, adoptando la debida forma del seitai sôhô; es una manera de marcar el final. Para concluir el katsugen undô, bastaría sólo con dicho método. Pero si se desea aplicarlo para poner fin a diversos aspectos de la vida cotidiana, será necesario aprender a saborear la sensación real de conclusión un poco más detalladamente. La impresión real de final difiere, en realidad, a tenor del deseo del cuerpo. Podríamos clasificar éste en dos clases principales; una es la sensación de haber satisfecho el deseo de atención y otra, de haber satisfecho el deseo de descarga. Si analizamos estos dos tipos de sensación, se conseguirá encajar la mayoría de los casos. La sensación de apoyo y el deseo de recabar atención Trataremos en primer lugar el deseo de recabar atención que ya expliqué en el curso del Año Nuevo. Por ejemplo, un niño pide a sus padres que lo cojan en brazos. De hecho, el niño no está tan cansado como para eso, pero lo pide incansable y persistentemente. En resumidas cuentas, se trata para él de recabar la atención de sus padres. Existe un estado físico en el que el deseo de pedir mimos se vuelve excesivo. Normalmente, en estos momentos, la mayoría de los padres, al verse molestados, lo cogen pero pronto, al cansarse de tenerlo en brazos, lo bajan al suelo y le hacen andar. Poco tiempo después el niño empieza otra vez a pedirlo con insistencia. Esta forma de importunar se repetirá interminablemente. ¿Por qué ocurre? Porque no se le da ningún corte en cada oportunidad de tomarlo en brazos. El niño repite su petición interminablemente porque no lo cogen en brazos de modo que se corte su movimiento psíquico. “Ya basta, ¿no?” Seguro que esto le dicen los padres cuando se sienten cansados de llevarlo. Y cuanto más les pida: “Cógeme”, “llévame en brazos”, el tono para decir: “Ya está bien” se vuelve más rudo. Si son padres de poca inteligencia, en estos momentos ya cae la primera bofetada. ¡Cuando hablo de una sensación real y física de corte, no se trata de lastimar al niño! Tal como solía decir el 2 1 maestro Noguchi, en cualquier circunstancia dar un castigo físico no es más que una falta de consideración. Además, por fuerte que le peguen al niño o por mucho gritos que le den, no se consigue cortar su deseo cuando pide insistentemente. Si se le trata de dicha forma, lo más que se conseguirá es que, en vez de importunar pidiendo: “Cógeme en brazos”, le dé por pedir dulces con exageración o toser, que le entre fiebre o que su petición se transforme en pis en la cama; a pesar de que el modo de pedir haya variado, en el fondo seguirá reclamando: “Cógeme en brazos”. Entonces, ¿cómo cortaremos las importunidades del niño? No hay más que una forma. El único método es satisfacer su necesidad de atención: no existe otro modo de cortar que éste. Si el niño repite su petición: “Cógeme en brazos”, es porque no queda satisfecho su deseo de atención a pesar de que lo hayan aupado repetidas veces. Tal como hace poco ya lo he explicado, cuando este deseo se cumple, sin falta depone su actitud. Entonces, ¿cómo, de qué modo satisfacerle? El método es simple: es cogerlo en brazos. Basta con que se satisfaga su deseo de atención tomándolo en brazos. Una cuestión es cómo llevarlo en brazos y otra es cómo concluir. En primer lugar, no se debe cogerlo en brazos tal como él lo desea. En tales ocasiones y una vez lo llevo en brazos, le digo por ejemplo: “Agárrate fuerte del cuello de papá”. En cuanto el niño se agarra fuerte, me pongo a andar, pero tarde o temprano él deja de sujetarse y entonces me paro. Le digo: “Si no te agarras bien fuerte, ya no sigo”; entonces, divertido, el niño nuevamente se coge del cuello y de nuevo empiezo a caminar. Mientras voy repitiendo lo mismo una y otra vez, pronto el niño dice que quiere bajarse. Es lógico, ¿verdad?, porque él me pidió que le llevara en brazos para sentirse cómodo. No obstante, si tiene que hacer lo que digo, debe desplegar tantos esfuerzos como para andar. O sea, lo que deseaba, que se le cogiera en brazos, sin que se diera cuenta, se ha convertido en coger a papá del cuello. Esto es el sentido de lo que decía antes: no cogerlo en brazos de la forma en que lo desea. De todos modos, empieza a decir que quiere bajarse, porque se cansa. Ahora, la clave del asunto es la siguiente: no dejarle bajar enseguida. De ninguna forma le dejo bajarse y, apretándolo contra mi cuerpo mucho más que antes, le digo: “No te dejo bajar. Papá de ninguna forma te deja bajar. Porque a ti te quiero mucho”. Así, abrazado fuertemente, mi mejilla contra su mejilla o como sea, lo bueno es que le vean sus amiguitos. Entonces, aumenta enormemente su deseo de bajar. Estimando que el momento es el adecuado, le dejo en el suelo diciéndole: “Ya está bien”. En la mente del niño queda marcado el término y así ya no vuelve a pedir que lo cojan. Para corresponder al deseo de atraer la atención, tal como he 2 2 explicado, es necesario tener en cuenta que hay que corresponder a su deseo en un grado mayor, calibrando la fuerza con la que leo cogemos. Se le abrazará un poco más fuerte que de costumbre. Con el doble de fuerte bastará, porque con tres veces más, quedaría doblado en dos. El tiempo del abrazo igualmente durará un minuto más de lo corriente. Entonces, en su mente aparece un corte bien marcado. Hay padres que responden con solicitud a todos sus deseos y caprichos; por ejemplo, le cogen en brazos cuando lo pide, lo dejan bajarse cuando lo desea, le dan de comer si quiere, o bien si desea un juguete, se lo compran, y si desea jugar en la lluvia, le dejan. Piensan que así satisfacen el deseo del niño, pero no es esto. En el deseo al que nos referimos, no hay más que dos modalidades. Únicamente la expresión del deseo es lo que varía. Si los padres están dominados por la expresión del deseo del niño, pierden la posibilidad de captar su deseo profundo. Cuando la petición de mimos es acusada, el propio niño está incapacitado para percibir su deseo real. Por ejemplo, tiene hambre y no lo siente, pero pide mimos o que le cojan en brazos; necesita ir a orinar, pero no nota las ganas y pretende mamar, etc. De esta forma, la sensibilidad y el deseo del cuerpo se van desconectando. Por esta razón, responder literalmente a la expresión de un deseo es una simpleza y falta de comprensión. Esto no significa que se deba ignorar la expresión del deseo del niño, pero si correspondemos a su deseo tal como lo he explicado, el niño se da cuenta de su verdadero deseo. Los niños que pedían mimos a causa del sueño, se duermen, los que exigían que se les cogiera en brazos por hambre, reclamarán comida. Por eso, los padres que han decidido criar y educarlos de acuerdo con su deseo, deben de estar siempre atentos para captar ese verdadero deseo regulador del que el propio niño no está consciente. De todos modos, para responder al deseo de recibir atención, la clave está en responder a la petición en un grado mayor. A menudo, oímos decir que se ha de corresponder al deseo exactamente, ni más ni menos, pero es un error. Para responder al deseo, es tan importante saber hacerlo tanto por exceso como por defecto. Especialmente si la expresión del deseo está deformada, al responder al deseo literalmente, ni más ni menos, uno se ve dominado por la expresión misma del deseo. Entonces, ¿por qué hay que responder de una forma excesiva o en un grado mayor de lo que el niño desea, cuando quiere atraer nuestra atención? Para contestar a esta cuestión, antes que nada es necesario pensar qué desea realmente el niño cuando quiere que sus padres le cojan en brazos. Los niños viven gracias a la protección paterna, ya que se encuentran en proceso de crecimiento. Durante la infancia especialmente, es imprescindible que los 2 3 padres dirijan una constante atención a los niños; y, por parte de éstos, el que la atención de sus padres esté puesta en ellos los tranquiliza sobre su seguridad. Por esta razón los niños llaman constantemente la atención de los padres. Para ello, adoptan cualquier recurso. Para atraer la atención pueden atreverse a romper objetos que éstos aprecian, por ejemplo, o darse con la cabeza en la pared; o caer y lastimarse. Hace unos días, en una familia que conozco, me contaron algo que me dejó admirado: al niño, de tres años, le dio por cortar la fruta con un cuchillo de cocina. Dicen que les palpitaba el corazón y temblaban de miedo. Me parece que es un niño realmente inteligente. Dejando esto aparte, cuando los niños se comportan de esta forma, no es de ninguna manera para matar el tiempo. Atraer la atención de sus padres es un asunto serio para su supervivencia: por lo que, al pie de la letra, se están jugando la vida. Ahora bien, cuando los niños sienten que han recabado la atención de sus padres, todos, sin excepción, se tranquilizan; al notar que los padres no le prestan atención, se despierta la inquietud en cualquier criatura. La tranquilidad o intranquilidad de la que hablamos aquí no pertenece al ámbito del consciente. Se puede definir como una sensación referente al sentimiento de su existencia o, dicho de otro modo, una sensibilidad instintiva relacionada con la estabilidad y seguridad de la propia existencia. En resumidas cuentas, no es algo que se percibe a través del intelecto, sino a través del cuerpo. Al tranquilizarse, cualquiera suspira con alivio: ¡Uf! Al sentir inquietud y ponerse en guardia, cualquiera se asusta e inspira, como si dijera: ¡Ah! Suspirar con alivio, decir ¡Uf!, describe la exhalación. En cambio, con ¡Ah! sin querer inspiramos. Si se espira, el cuerpo se relaja, pero, al inspirar, se tensa. Dicho de otra forma, suspirar, ¡Uf!, es la manifestación de que el cuerpo se va relajando; en cambio, inspirar, ¡Ah!, es la de una puesta en tensión. Quienes sienten inquietud, experimentan en el cuerpo la tensión o rigidez de cuando uno ha inspirado al asustarse. Entonces, se tiene la boca del estómago dura, se inspira por el pecho y no entra la respiración en el vientre. De hecho, no se sabe claramente por qué sentimos sosiego o qué provoca en nosotros la sensación de inquietud. Es algo que no se sabe claramente, algo vago; pero el cuerpo lo expresa enseguida. La inquietud o el sosiego son así. Por eso, si se observa un cambio en el cuerpo del niño, enseguida se sabe si está inquieto o tranquilo. Tanto la inquietud como la tranquilidad no son aspectos conscientes y, por tanto, es difícil tratar de calmar el desasosiego del niño obrando sobre su consciente. ¿Les entrará tranquilidad si los elogian? No. Si los regañan, ¿sentirán inquietud? Tampoco. En ciertos casos, un elogio puede provocar 2 4 inquietud y, de la misma manera, una regañina puede tranquilizar. Por eso, al escuchar a sus padres, los hijos no sólo comprenden y piensan conscientemente, sino que también captan con su sensibilidad y a través de su cuerpo lo que hay detrás de las palabras. Lo que se halla más allá de los gestos o palabras de los padres es lo que causa en los niños sosiego o intranquilidad. Entonces, ¿qué es esto que se encuentra más allá? Hace un momento, dije que es la atención de los padres. Ahora bien, no me malinterpreten, pues hay padres que intervienen en todo lo que hace el niño y con ello creen haber cumplido. Por ejemplo, dicen: “Empieza por la derecha para ponerte los calzoncillos... Para abrocharte, empieza por arriba... ¡Uy, qué sucio! Antes de comer, tienes que lavarte las manos...”, etc. Me admira cómo una detrás de otra salen las órdenes de su boca. La atención que los niños están reclamando de sus padres no guarda relación con aquello. Tanto más los padres sean precavidos y cerebralmente hipersensibles, cuanto más los hijos sienten inquietud y piden mimos de modo excesivo. Decimos que los niños quieren atraer la atención de sus padres, pero este deseo parte del anhelo de depender de una existencia ajena. No es que quieran depender de los padres sólo por el hecho de que son sus padres, sino que, como sienten que pueden contar con ellos, desean depender de ellos. Se depende de los padres porque se confía en ellos y es posible hacerlo. Todos los niños sienten algo como fortaleza o grandeza en ellos, imaginan inconscientemente que están sostenidos por ella y así experimentan sosiego y seguridad, una sensación parecida al éxtasis. La sensación de hallarse apoyado o sostenido por algo grande crea tranquilidad en la vida del niño. Esto no sólo ocurre en los niños, también los adultos albergan este deseo. Cuando se vive algún acontecimiento triste, se desea contar con alguien; por esta razón, la humanidad ha inventado los Dioses y los superhombres, los grandes Maestros; y, uno más, otro menos, todo el mundo cuenta con ello. Verse apoyado o sostenido produce una sensación de distensión; expresado en una forma más redundante, se podría decir que es “como os agrade”. Esta sensación del “como quieras” constituye una postura bastante contraria a la imagen del ser humano como existencia autónoma dotada de un “yo”; sin embargo, en el fondo de la mente vive este sentimiento también. En todo el mundo existe el deseo de encontrar un lugar donde descansar alejado de la vida social activa en la que es imposible sobrevivir sin poner tensión en la psique, para estar con la mente relajada, sin necesidad de empeño y esfuerzo excesivo, sin peligro de caer en alguna trampa. El deseo de casarse, creo, proviene al menos en parte de este sentimiento. Encontrar a alguien que siempre nos pueda sostener, da tranquilidad y sosiego tanto al 2 5 adulto como al niño. Creo que esta sensación de apoyo y sostén es fácil comprender, ya que cualquiera habrá tenido esta vivencia alguna vez. En cambio, en cuanto a cómo apoyar y sostener, las cosas quedan muy vagas. Cuando la primera nieta del maestro Noguchi, Asa, lloriqueaba por encontrarse incómoda y no poder dormir por la noche, éste la tomaba en brazos y, meciéndola, le cantaba una nana de su invención: “Puedes dormirte, también puedes despertarte, como gustes, torón ronrón...” Entonces, en menos de cinco minutos estaba dormida. ¿Sería influencia de la letra o del ritmo? No se sabe, pero esta letra expresa bien claramente el sentido de la crianza que el maestro Noguchi preconizaba. Al mismo tiempo, hace entender cómo es el apoyo grande y fuerte que los niños reclaman de sus padres. Una canción de cuna debe ser así. Las que dicen: “Duérmete ya, buen niño, etc.”, dan la sensación que, si no se duerme, es un niño malo y se le amenaza. Cuando yo era pequeño y estábamos en la calle de noche, me cantaba el Maestro señalando la luna con el dedo: “¿Ves? Luna lunera, luna lunera, la luna lunera (Nonno-chan, nonno-chan, nonno-chan) siempre te mira”. Entonces, curiosamente, mi cuerpo iba relajándose, como aliviado de algo. En fin, no importa quién sea el que dé apoyo. Pueden ser los padres, la luna lunera o el abuelo. Basta con que su cuerpo empiece a relajarse tras haber imaginado la psique del niño un apoyo grande y seguro, con el que puede contar. El maestro Noguchi ponía en marcha la imaginación de modo realmente hábil. El arte del seitai soho inventado por él se basa aparentemente en una técnica manual, pero estrictamente hablando, trabaja con los mecanismos psíquicos. Está construido para emplear y aplicar, en todos los sentidos y con toda libertad, tanto la capacidad imaginativa como las asociaciones de ideas. A falta de ello, por más que se aflojen los músculos mediante unos estímulos físicos, la inquietud en el niño no desaparece. Ahora bien, para resumir, puede decirse que si un niño importuna para que le cojan en brazos, es para asegurarse de que la existencia de sus padres apoya la suya. Para responder a este deseo, debemos sostenerlo con firmeza. Si le decimos: “Ya basta, ¿no?”, no podemos inspirarle confianza. Cogerlo fuerte es un método simple para hacer llegar la sensación de apoyo hasta su psique; ahora, el sentido de “abrazarlo en un grado más fuerte de lo corriente” sirve para producir un efecto de recarga o saturación en la mente del niño, ya que en ella existe una inquietud o inseguridad en cuanto a sus padres. Al dar este tipo de énfasis de modo hábil, la inquietud de los niños se corta y desaparece totalmente. 2 6 IV Dar énfasis al deseo de atención Para poner fin a un proceso psíquico, el punto clave es darle énfasis. Especialmente cuando un movimiento psíquico está estancado y los ánimos sombríos e imprecisos, y más aún si en el fondo de la actividad psíquica se encuentra un deseo de llamar la atención estancado y oscuro como una niebla que lo recubre todo, no puede llegarse al final de un asunto si no se recalca con énfasis. Para el niño que reclama que se le coja en brazos, lo importante no sólo es darle la sensación de estar sostenido, sino también aferrarlo fuertemente, diciéndole que no se le va a soltar y no dejándole bajarse. Si no se hace así, el niño no perderá su deseo de ser cogido en brazos. Dar énfasis es, por tanto, el punto clave para orientar el deseo de atención. Ya hemos hablado sobre cómo dar énfasis al deseo respecto al niño. Pero este tema también es válido para los adultos, pongamos por caso cuando existe una dolencia como la lumbalgia. En determinados casos, esta dolencia puede disimular el deseo de recibir atención. Aunque esté bien disimulado, este deseo es percibido por el entorno, aunque el interesado mismo no se dé cuenta de ello. Cuando existe semejante deseo, el interesado se queja y reclama atención en vez de aguantar el dolor. Todo en él se manifiesta con exceso; por ejemplo, se queja en voz alta: “¡Hay, cómo me duele!”. O adoptan una postura tristona y melancólica, lo cual constituye un reclamo también. Aquello se capta enseguida, porque la melancolía es extraña y llamativa. A este tipo de gesticulaciones, el maestro Noguchi lo llamaba: “insistir sobre la propia existencia”. De hecho, tales manifestaciones excesivas no tienen por fin señalar el dolor en sí, sino reclamar la atención ajena. Me parece interesante esta manera de ver del Maestro. Ciertamente el problema es un dolor en la cintura, pero el interesado acaba por identificarse totalmente con él. Si en el fondo existe algún deseo de reclamar atención, tanto en el caso de lumbalgia como de dolor en el corazón por un desengaño amoroso, comúnmente se percibe en la propia existencia algún vacío importante. Al mismo tiempo, se experimenta incertidumbre o inquietud, ya que se teme que los demás la ignoren o menosprecien. Esta es la razón por la cual se intenta afirmar la propia existencia de algún modo. Desde luego, semejante inquietud o deseo de 2 7 atención se manifiesta inconscientemente a través de las gesticulaciones, pero no pasa por el consciente. Por ello, las gesticulaciones no son intencionadas, aunque a todas luces resulten excesivas. En tales casos, el dolor en la cintura no puede resolverse corrigiendo únicamente la zona lumbar. El problema es bastante parecido al de los niños que reclaman que se les coja en brazos. Si los aupamos de forma mecánica, nada se resuelve. Si corregimos las lumbares y no intervinimos para satisfacer el deseo de atención al mismo tiempo, no acabaremos con las quejas. Esto es comprensible con un poco de observación, pero quienes tan sólo se fijan en los problemas físicos no lo entienden. Quien sólo presta atención a las manifestaciones corporales sólo percibe los trastornos fisiológicos. Para corregir las lumbares, es necesario el conocimiento de la técnica adecuada para atender al deseo de atención, del mismo modo que en el caso del niño que, impresionado por la fuerza paterna, experimenta una sensación de seguridad. Existen varias técnicas, pero en el fondo no difieren del modo de coger al niño con fuerza. Puede provocarse la sensación de que se recibe apoyo induciendo la respiración. Después de corregir las lumbares, el punto clave es el siguiente. Cuando entraba una persona en la sala de trabajo del Maestro, protegiéndose la cintura con exageración y quejándose, el Maestro la trataba y, una vez corregida la cintura, decía con una mirada fuerte: “Está bien así”. Conozco este tipo de experiencia y lo entiendo bien. Cuando en la mente de la persona queda grabada la expresión: “Está bien así” porque ha entrado en la psique no consciente, aun cuando quede algo de dolor después del sôhô, el cuerpo experimentará un cambio radical. También puede que cambie profundamente la forma de percibir el dolor. Varían radicalmente tanto la postura física como la psíquica que hasta entonces influenciaban la percepción del dolor. Cuando se experimenta semejante cambio, aun cuando subsista dolor, lo que realmente se percibe entonces es una sensación de cambio y no las molestias. Por ello, saber poner énfasis es la base de toda orientación. El énfasis en la imaginación En realidad, dar énfasis no es tarea sencilla. Por ejemplo, si lo aplicamos a una persona que presenta un estancamiento en el deseo de descarga, interpretará esta insistencia al revés. Si damos énfasis respecto al 2 8 consciente de alguien, no se consigue nada. No entra ni se queda en la psique y tan sólo provoca críticas o ideas en el consciente. Por ejemplo, después del yuki hay quien dice: “¿Verdad que se siente mejor? ¿A que sí?” En tal caso, quien haya recibido yuki empezará a dudar de nosotros. De hecho, el meollo de la cuestión no está en esas palabras: “¿Verdad que sí?” Por mucho que se imite la expresión del Maestro, no se consigue efecto, pues lo que importa no son las palabras. Dar énfasis no es persuadir el consciente de la persona a quien se ha tratado, no es incidir sobre su consciente. Lo que conviene es impulsar su imaginación al acabar el sôhô. Por ejemplo, un torcimiento o un desbloqueo produce un “crac” cuando encajan las vértebras y el interesado asocia ese ruido con algo. Se trata de impulsar dicha imaginación determinando así su dirección, mientras que antes estaba vaga e indeterminada. Cuando se interioriza el énfasis sobre “Todo va bien” (daiyobu), psique y cuerpo se dirigen en esa misma dirección. El énfasis no es cuestión de palabras y, por tanto, no se limita a su uso. Por ejemplo, se puede pedir que una persona haga determinado movimiento antes del sôhô, tal como levantar los brazos. No podrá hacerlo, mientras que después del sôhô, debería ejecutarlo sin dificultad. En tal caso, esta acción responde al énfasis. Es un ejemplo cotidiano, no tiene nada de particular. Pero si lo analizamos mejor, veremos que no se trata de comprobar que el dolor en la cintura ha desaparecido, ya que se puede levantar los brazos y antes no. No se trata de comprobar el efecto del sôhô sino de unir en la imaginación de la persona el hecho de que antes no podía pero ahora sí. Éstos son los dos factores que deben conjuntarse; esto se hace no como comprobación, sino para poner fin y dar énfasis. Así pues, el señalar un término, dar un corte, difiere de las explicaciones, comprobaciones o de la persuasión que, por muy eficaces que sean, no poseen la virtud de señalar el punto final de un proceso. Ni las explicaciones ni la persuasión son eficaces para dirigir la psique que actúa más allá del mundo consciente y poner en marcha la imaginación. Incluso es preferible no dar explicaciones en el momento de provocar el final de un proceso. Mayor eficacia presentan unas palabras indeterminadas, vagas, o alguna acción. Por ejemplo, si vamos al zoológico con un niño que se asusta ante alguna fiera enjaulada, de poco servirá decirle que se trata de un félido carnívoro que pertenece a la misma familia que nuestro gato doméstico y que no hay por qué tenerle miedo. Con semejante explicación el pequeño no dejará de tenerle miedo, pues el gato de casa también lo tendría ante la fiera 2 9 enjaulada. Una explicación de este tipo, aunque se ajuste a la verdad, no puede con el miedo sentido por el pequeño, aun cuando se le explique que está en un zoológico, que el tigre encerrado en su jaula no puede salir, y que por ello no hay nada que temer. Semejantes razonamientos no dejan de ser meros argumentos, ya que si materialmente existen los barrotes, en la psique del niño no existe tal jaula y por ello tiene miedo. Es más efectivo cogerlo en brazos fuertemente al tiempo que se le dice: “¡Uy, qué miedo!”. Las explicaciones dirigidas a la mente no logran poner fin a nada. No hace mucho, conocí a una señora embarazada que anteriormente había tenido un aborto espontáneo: decía que quería morirse. Estaba preñada de cinco meses y vivía con la sensación de que se le iba a producir un aborto: varias veces al día le daba esa sensación y, por tanto, se pasaba el día tumbada. Incluso echada en la cama, tenía la sensación de pérdidas y ni así podía conservar la calma. Procuraba no dormir, lo cual le causaba un cansancio extremo que la llevó al deseo de morir. Su médico, sin embargo, afirmaba que no había razón para que se produjera un aborto y que el embarazo iba bien. Pero ella insistía en que tenía pérdidas. El marido le explicaba que su inquietud era fruto del aborto anterior, pero con tales explicaciones no se llega a ninguna parte. El marido había seguido con mucha aplicación el curso sobre la educación del subconsciente, pero a la hora de la verdad, intentaba persuadir el consciente de su esposa. Debería saberlo. Como teníamos amistad desde hacía tiempo, les hice una visita. El vientre de la esposa estaba muy abultado, pues, al estar estirada, tenía una acumulación de gases. Le hice notar que, al estar estirada, el movimiento de los gases provocaba la misma sensación que la de un aborto. Enseñé a su marido donde podía hacerle yuki para que estos salieran y, efectivamente, ella expulsó muchas ventosidades. Cuando la situación se normalizó, le dije a ella: “A los cinco meses es cuando se desarrolla la cabeza del bebé. Si sigue con este tipo de vida, el bebé puede nacerle tonto”, y después me fui. Me comentaron que ella se había tranquilizado. Debió de impactarle aquello de que el niño nacería tonto. A nadie le gustaría esa idea. Hasta aquel momento, la mujer no había pensado una sola vez en el bebé que llevaba, se había olvidado de que era su madre. Tan sólo pensaba en sí misma y consideraba que, al estar embarazada, estaba enferma. Esas personas suelen decir que quieren morirse o abortar. Cualquiera desea instintivamente que el bebé crezca sano y tenga un desarrollo completo. La mujer reconoce normalmente y por poco que reflexione, que si es madre, quien da a luz y cría es ella. Cuando la mente toma esa decisión, el estado corporal de la mujer se estabiliza. El embarazo es así. No se trata de un proceso de 3 0 conversión química o lo que sea, sino de un proceso en el vientre de nueve meses de duración hasta la expulsión final del bebé. Después de todo aquello, reflexioné sobre lo que le había dicho acerca de un hijo tonto. Decirle que se reconociera como madre habría sido inútil. Tampoco habría servido decirle que no favorecía el desarrollo del hijo que llevaba. La palabra impulsiva de “hijo tonto” tuvo para ella la virtud de poner un término. Dar un punto final no es lo mismo que persuadir o dar instrucciones. Esto es lo que quería explicarles. Pros y contras del punto final. Poner punto final induce una fuerza muy interesante. Cuando en el fuero interno de alguien existe el deseo de llamar la atención, su mente no se estabiliza si no se sabe darle un corte. Alguna vez sentimos que deberíamos hacer algo pero no llegamos a ponernos en marcha: ¿qué será lo que nos lo impide? En la retransmisión de un partido de béisbol, a veces oímos que un equipo lleva un tanto de ventaja. Puede parecer un golpe para desmoralizar al equipo opuesto. Sin embargo, si lo analizamos bien, es un elemento psíquico que empuja una psique insuficientemente motivada a ganar. Esto da tranquilidad al equipo. Las personas que sienten un deseo de concentración de la atención sobre sí mismas no pueden tener la mente tranquila y estable si no consiguen establecer en su mente un punto final y ponerse en movimiento de modo espontáneo. Un conocido mío fumaba unas cuatro cajetillas al día. Dejó de fumar en seco un buen día. Cuando lo dejó de golpe, le pregunté mientras fumaba con sumo placer: “¿Nunca te entran ganas de fumar?”. Curiosamente su respuesta fue que nunca y que tampoco presentaba el síndrome de abstinencia. Y eso que fumaba unas cuatro cajetillas al día… Entonces me explicó como había ocurrido. Hacía tiempo que su mujer le decía que fumaba demasiado. Él, por su parte, pensaba que debería disminuir, tanto más que en los medios de comunicación alertaban de la peligrosidad del tabaco. Pero cuanto más pretendía disminuir, más fumaba. Un día tuvo un resfriado fuerte. En tales casos, el tabaco no suele tener buen sabor. Como estaba aburrido, encendió la televisión y por casualidad en una cadena estaban dando un programa especial sobre los peligros del tabaco, en el que mostraban diversos experimentos. A partir de aquel momento, ya no le apeteció fumar, ni siquiera una vez acabado el resfriado. En otras palabras, en él se produjo un corte psíquico. Ni se lo prohibieron ni tuvo síndrome de 3 1 abstinencia. Desaparecieron las ganas de fumar. Si no hubiera visto aquel programa de televisión, no habría podido desengancharse del tabaco y seguiría como antes, pensando en cómo disminuir su consumo. Por otra parte, no habría podido poner punto final de manera tan drástica si no hubiera estado resfriado y el tabaco no le hubiera sabido mal, a pesar de haber visto la emisión sobre los daños del tabaco. Al darle mal sabor de boca, en su interior se despertó la idea de que fumar le perjudicaba; al mismo tiempo, vio la emisión de televisión, que dio énfasis y puso el punto final. Por supuesto, no fue la explicación de los daños producidos por el tabaco la que le dio la puntilla final; si fuera así, tanto las emisiones de radio como los libros habrían podido lograr el mismo efecto, aumentando incluso su comprensión. Ahora bien, la fuerza de la imagen es incomparablemente mayor que la de un texto leído, pues el impacto es mucho más físico. Fue seguramente la fuerza de las imágenes la que le movió, pues más tarde le fue imposible explicarnos por qué el tabaco es tan peligroso para la salud. Pero algo en él estaba gritando que se estaba metiendo algo sucio en el cuerpo que le perjudicaba, dejando aparte el hecho de que el tabaco sea dañino o no. Así en su mente se dio el punto final y pudo dejar de fumar de golpe. Al ver que se podía dejar tan limpiamente, se me ocurrió que podría utilizarse también para otras cosas. Seguramente se obtendrían mayores resultados en la prevención de los riesgos causados por la sífilis y otras enfermedades congénitas si se mostraran imágenes reales de los destrozos causados en el cuerpo, en vez de aducir razones humanitarias o morales. Sería más efectivo que anatemizar a quienes buscan algo de felicidad mediante unos pocos billetes. Dejemos este tema. Lo cierto es que la mente no puede estabilizarse si no se consigue dar el punto final. Por ejemplo, algunos niños reclaman ese punto final cuando piden permiso para hacer determinada cosa. Tienen ganas, pero no se atreven si no reciben este tipo de apoyo. Las personas incapaces de actuar tal como lo sienten y bajo su propia responsabilidad necesitan que una fuerza externa venga a poner punto final. Así funciona la psique dependiente en su deseo de concentración energética. Con todo, según como se intervenga, también pueden causarse daños. Lo sufrí en carne propia. En el instituto yo pertenecía al club de béisbol. Si bien hacía novillos, como el béisbol me entusiasmaba, nunca me perdía los entrenamientos. Pasé por una época de mala forma física y los entrenamientos diarios me resultaban muy pesados, porque me sentía muy 3 2 cansado. Un día, no sabiendo lo que me estaba pasando, regresaba a casa arrastrándome. Solía recorrer en bicicleta el trayecto entre la estación y mi casa. Al bajarme del tren, fui hasta el aparcamiento donde la guardaba, pasando por un callejón estrecho. Era de noche y éste estaba totalmente a oscuras. De repente, apareció una sombra que me dijo: “Estás muy pálido, debes tener parásitos intestinales. Por mucho que comas, todo lo que harás es alimentar a los gusanos en tu vientre…” Miré y reconocí al viejo guarda del aparcamiento. Pensé contestarle algo, pero al mismo tiempo me volvió la imagen de las lombrices en mis heces cuando era pequeño. A partir de aquel entonces, mi apetito disminuyó considerablemente. Desde aquel entonces tengo el mismo peso que cuando iba al instituto, ni medio kilo más ni medio kilo menos. Y si estoy cansado, me vuelve el recuerdo de las lombrices en el vientre. Hace mucho que se me olvidó la cara de aquel hombre, pero permanecen en mí las palabras lamentables que pronunció. Y cada vez que paso por aquella callejuela, me invade el rencor. Le odio por lo que me hizo, aunque no tuviera mala intención, sino todo lo contrario. Mentalmente lo entiendo, pero físicamente no me puedo librar de aquello. Si en aquel momento no hubiera estado en baja forma y no hubiera tenido la experiencia de las lombrices en mi infancia, las palabras de aquel viejo no me habrían hecho mella. Tal como acabamos de verlo, al poner un término a algo, tanto sea positivo como negativo, se despliega una fuerza muy grande. En la vida cotidiana, menudean los casos en que su eficacia está demostrada. Si nos damos cuenta de ello, deberíamos pensar en cómo aplicar esta fuerza, tanto en el hogar como en la orientación del seitai. Una fuerza siempre presenta dos aspectos: uno positivo y otro negativo. Es importante desarrollar este camino para fomentar en el ser humano los ánimos y la vitalidad. 3 3 V El deseo de descarga Hasta ahora hemos hablado de cómo poner fin al proceso de reclamar atención, es decir, al deseo de concentración energética. Abordaremos ahora el deseo de descarga. Tal como sabemos, las conductas que se basan en ello producen una sensación de bullicio muy diferente de las manifestaciones de concentración de la atención. Así, en el caso de descarga, los niños alborotan cuando están encerrados en casa en un día de lluvia. Corretean por toda la casa, tirándose almohadones y cojines, su voz se vuelve paulatinamente más chillona, bajan las escaleras y cierran las puertas con estruendo. Como son niños, lo vemos como conductas propias del mundo infantil, que hasta pueden parecer graciosas. Pero si la lluvia dura dos o tres días, los padres empiezan a necesitar cierta descarga energética también: las pequeñas faltas de los niños empiezan a ser irritantes y cualquier pequeña advertencia se hace a gritos. Todos en la casa pierden la calma. Los niños corretean a toda velocidad y los padres chillan: mientras por un lado los pequeños rompen las pantallas de papel, por otro los platos van estrellándose en la cocina. A medida que aumenta el deseo interno de descarga, resulta cada vez más difícil un control voluntario. Así se explican las regañinas excesivas. La reacción excesiva es la principal característica de una conducta guiada por el deseo de descarga: se presta demasiada importancia a los detalles de poca monta. Cuando se observa este tipo de manifestaciones, puede sospecharse la existencia de una necesidad de descarga. La descarga es un deseo de consumir energía, una reacción a un estímulo que en sí no es más que un punto de apoyo o pretexto. Así, algunas personas ya no pueden frenarse una vez empiezan a hablar. (Pertenezco a este grupo.) La charla no resulta larga porque así lo requiere el argumento, se estira debido a la necesidad de consumir energía: hasta que termine la descarga, no se acaba de hablar. Algunos descargan energía charlando por los codos, pero otros lo hacen comiendo, engullendo a toda prisa como si hicieran deporte. Otros se dedican a la limpieza, dando golpes con el plumero más adecuados para mellar los muebles que para quitar el polvo. Así pues, se producen formas variadas de descarga. Sin embargo, el movimiento excesivo o las reacciones exageradas no son las únicas formas de consumir energía. Al recibir un estímulo potente, la energía corporal se consume. En la adolescencia, gustan los estímulos fuertes en razón del deseo de descarga ligado al proceso de crecimiento. Dicen los jóvenes que les gusta la música, 3 4 pero sólo disfrutan si el volumen está al máximo. Si entramos en una sala de fiestas, allí tan sólo encontraremos jóvenes escuchando sonidos altísimos sin inmutarse; además, sacuden el cuerpo al son de aquella música. Personalmente, no lo puedo aguantar: el sonido está tan alto que se me seca el cuerpo al cabo de diez minutos. Para un joven, un estímulo de intensidad normal o al que ya está acostumbrado no resulta suficiente: necesita acontecimientos inesperados. Si en el vecindario ocurre un incendio, todos acuden muy excitados a presenciarlo. La sirena de los bomberos los saca a la calle y las fuertes llamas que se levantan en el cielo nocturno inducen en ellos una suerte de éxtasis que no pueden explicar. Viven todo ello como algo muy emocionante. Años atrás, cuando era adolescente, si me enteraba de que se acercaba un tifón, algo en mí se conmovía: imaginaba con fruición el alboroto de mi familia, el golpeteo de la lluvia contra las persianas, ya veía las tejas volando. Cuando lo pienso ahora, fui un joven un tanto peligroso. En cualquier persona existe esta tendencia psíquica a regocijarse con tales acontecimientos, si bien por lo general no en un grado tan alto. Si un adulto experimenta una descarga o cierto alivio con el trueno y los relámpagos después de un súbito cambio de tiempo, puede pensarse que se está produciendo una descarga. En eso su conducta no se diferencia de la de los niños y adolescentes. Hasta puede decirse que vamos metiendo en situaciones que equivalen a un accidente. Si se estrenan continuamente películas de miedo y violencia con unas escenas de crueldad sin sentido, se debe a que muchos buscamos consumir energía a través de un símil de los accidentes verdaderos. Anuncian muchas películas como “una obra impactante” porque el público está buscando impactos. Por la misma razón, hay quien se sube a las montañas rusas y norias de feria. Uno busca una sacudida fuerte y se la juega para descargar energía. Lo mismo puede decirse de las loterías, el juego en los casinos, las timbas: todo ello responde a un proceso psíquico que busca estímulos contundentes. Del mismo modo, las revistas y periódicos que nos informan de toda clase de sucesos luctuosos nos están ofreciendo, quizás sin proponérselo, idéntica carga de estímulos potentes. De todos modos, estoy seguro de que el hombre sabe crear sus propios estímulos y manejarlos. En esto se diferencia de los demás animales. En este sentido, la reacción excesiva de la que ya hablamos en cuanto al deseo de descarga puede considerarse como una forma de autoestimulación. Una reacción excesiva tiene por consecuencia una estimulación aún mayor. El puño cerrado del enfado alimenta la ira y el movimiento muscular que nos hace saltar de alegría aumenta fuertemente la percepción de dicha emoción. 3 5 La excitación del deseo de descarga nos hace bajar las escaleras ruidosamente; el ruido y la tensión muscular provocada por el movimiento favorecen la descarga física y el restablecimiento de una sensibilidad más normal. Creo que habrán entendido que el deseo de descarga se transforma en movimientos físicos que no tienen una relación directa con el deseo original. El incumplimiento de la descarga Cuando tiene sueño, en vez de echarse a descansar el niño se vuelve revoltoso. Con ello acaba de desgastar su energía; sólo entonces podrá dormir profundamente. Al cumplirse la descarga, se presenta un punto final muy claro. Con todo, en algunos casos este punto final en la reacción excesiva no llega a producirse ni al cabo de una semana ni de un mes. El individuo va encogiéndose poco a poco debido a lo que llamamos el incumplimiento de la descarga. Hace unos días, un joven empleado de oficina tuvo un accidente de coche. Distraído, chocó con otro coche sin frenar siquiera. Sus colegas decían que ya se veía venir. Un par de semanas antes del accidente, se le empezó a notar algo bullicioso en su manera de moverse: pisaba demasiado fuerte y hasta cogía la goma y borraba con brusquedad. Si se levantaba de la mesa, siempre se le caía algo al suelo. Ante cualquier broma sosa, sus risas eran exageradas pero, si creía que le estaban tomando el pelo, callaba con expresión retadora. Descuidaba a las visitas y rellenaba los documentos con una letra muy desordenada. Con el paso de los días esta tendencia se fue haciendo más evidente: su rostro se encogía y oscurecía; estaba cada vez más nervioso. Todo el mundo pensaba que algo le iba a pasar. En el estado de descarga incompleta, la conducta excesiva no sólo se dirige hacia la causa de la sobrecarga: en una mujer enfadada con su marido, no sólo la conducta excesiva se dirige hacia el responsable, sino que puede manifestarse en cualquier otro asunto de la vida cotidiana. Estas manifestaciones pueden producirse en cualquier persona con una intensidad variable, al incrementarse el deseo de descarga, pero adquiere mayor intensidad cuando la explosión de descarga no se cumple debidamente. ¿Por qué no se siente una completa satisfacción al dar un portazo estruendoso? Sobre este punto, conviene reflexionar sobre la razón por la que la descarga se diversifica y no sólo se dirige hacia la causa original. Por ejemplo, hay quien, sumando las descargas, opina que tantos portazos añadidos a tantas carreras en las escaleras aún no han logrado consumar 3 6 completamente la descarga. Si ello fuera cierto, la repetición de una misma conducta debería acabar en algún momento por consumir el exceso energético, es decir, desembocar en un punto final. De hecho, no es así: la simple repetición no conduce al punto final. La sensibilidad humana es tal que “uno se acostumbra” a la repetición de los estímulos: la sensibilidad se va embotando y, al final, un estímulo originalmente fuerte se convierte en débil. Por ello los adictos a los somníferos necesitan unas dosis cada vez más fuertes para conseguir el sueño. Pero incluso necesitando estímulos cada vez más fuertes, que se convierten en excesivos, nunca la escalada se detiene en algún nivel, ya que la repetición disminuye la conmoción. Cuando existe descarga incompleta, se produce una escalada natural: los estímulos se vuelven cada vez más fuertes, excéntricos y extravagantes. Conocí a una mujer soltera que empezó a herirse en varios accidentes sucesivos. En el primero, se dio con la frente en una puerta de cristal; en el segundo, tropezó con una piedra y se dio un fuerte golpe en la cintura; poco después de curarse la herida, se le ocurrió divertirse corriendo hacia atrás y se rompió un tendón de Aquiles. Según ella, cada accidente ocurrió justo antes o después de la ovulación. Su entorno se lo tomaba a guasa, diciendo que todo le venía de un deseo inconsciente de emparejarse. Dejando de lado si era cierto o no, esta conducta es propia de la descarga incompleta que adopta formas cada vez más estrafalarias. Correr a toda prisa hacia atrás es el colmo de la extravagancia. El deseo de descarga no se solventa consumiendo una cantidad mensurable de energía. También hay quienes opinan que la causa de la descarga energética incompleta es su estancamiento. Así, mientras no se solvente la causa del estancamiento, seguirán repitiéndose los comportamientos de descarga. Tienen razón, sin duda, pero el descontento y estancamiento energético de un taxista causado por los embotellamientos, por ejemplo, se convierte en un problema social, responde a la estructura de la sociedad. Deberíamos, entonces, organizar una gran revolución social, porque, de lo contrario, la descarga de los taxistas no tiene visos de mejoría. Este modo de encarar el problema no es lógico. En la mujer de la que hablé antes, al romperse el tendón de Aquiles, se extinguió la conducta de descarga. Podría pensarse entonces que la causa del estancamiento se hallaba en el estado del tendón de Aquiles. Si tuvo los accidentes en días anteriores o posteriores a la ovulación, podría deducirse que su hipersensibilidad estaba relacionada con los accidentes. La ovulación pudo representar algún papel, qué duda cabe, ya que los tres accidentes ocurrieron en fechas próximas. Me pregunto, entonces, por qué a través del tercer accidente fue como se resolvió la 3 7 descarga incompleta, una descarga de insatisfacción. La conducta de descarga es fruto del deseo equilibrador frente al estancamiento. Es una función reguladora autónoma. Puede compararse con el katsugen undō. La causa por la que no actúa esta función, es decir, la causa de la descarga incompleta, no coincide forzosamente con la del estancamiento energético. Por ejemplo, una herida provocada por un desengaño amoroso puede curarse con otro amor, pero también al encontrar un trabajo al que dedicarse con esperanza o al conocer otros casos peores que el propio. El cuerpo y la vida en su estructura no se dejan bloquear por un problema determinado. Por esta razón, un problema psíquico puede sanarse a través del cuerpo y, del mismo modo, un problema físico a través de un factor psíquico. La insatisfacción sexual puede solventarse mediante un consumo energético producido por la práctica de algún deporte. También un acontecimiento triste puede verse borrado gracias a una descarga de la energía sexual. Para el cuerpo no sería nada fácil mantener la homeostasis, su armonía, en situaciones muy complejas y codificadas si tuviera que resolver los problemas de índole sexual a través del sexo y los emocionales a través de las emociones. La vida posee una estructura muy fluida. Pero debido a ello también, una persona indecisa puede estar buscando una salida perpetuamente sin encontrarla nunca. ¿Por qué la conducta de una persona indecisa, o sea, falta de descarga completa, adopta la vía de la escalada, sabiéndose que la descarga incompleta no es cuestión de cuantía ni de falta de claridad ni de insuficiencia en relación con la causa del estancamiento? La densidad de contracción Toda persona indecisa o que se encuentre en estado de descarga insuficiente experimenta una sensación de insatisfacción, descontento o carencia de explosión, de algo que no acaba de consumarse: en toda conducta de descarga, se siente que algo aún no ha concluido. Por ello se observa la repetición de las conductas de descarga. Si profundizamos en la razón de esta sensación, ésta se vuelve mucho más clara. Un ejemplo representativo que permite entender esta sensación de falta de consecución lo encontramos en la sensación de “escape”. La sensación de que algo se ha escapado nos deja muy mal sabor de boca. Solemos decir que se nos ha escapado un secreto. Lo más representativo son los fenómenos fisiológicos basados en el deseo de descarga, como el orinar o la eyaculación. Cuando en esos casos se nos escapa, sentimos mucha 3 8 insatisfacción. La sensación de micción incompleta, de que algo de orina se ha quedado dentro produce una insatisfacción o un descontento que persiste después. La eyaculación demasiado rápida se llama eyaculación precoz: el interesado tiene la sensación de que algo se le ha escapado sin querer, se le ha ido de las manos. En tales casos, la boca del estómago se endurece, al contrario de cuando el acto se realiza en su momento, lo cual relaja el cuerpo. Cuando una función natural se realiza a destiempo, el cuerpo se endurece en vez de relajarse. Entrando en detalles, la XIª vértebra dorsal se coloca en una posición alta. Fisiológicamente, el fenómeno es muy claro. En la mayoría de los casos en que se producen dolores abdominales después de la eyaculación, ésta ha sido precoz: hay una descarga incompleta e imperfecta que también puede producir una sensación de fatiga hasta el día siguiente. El deseo de descarga se realiza tanto a través de la micción como de la eyaculación y otras funciones fisiológicas. En algunos casos, sentimos después una sensación de descarga completa y satisfactoria, y en otros experimentamos que algo no se ha desarrollado bien y se nos ha escapado, dejándonos muy descontentos. Aparentemente el proceso corporal es el mismo, pero en el segundo caso no hay satisfacción. En una ocasión, un instructor de seitai me comentó algo muy interesante: a partir de los cuarenta años, su cuerpo había empezado a cambiar mucho y en buen sentido después de haber aprendido a inspirar antes de la eyaculación. Estaba siendo un buen discípulo del Maestro y me parece que vale la pena mencionar su experiencia. Tal como ya lo sabemos, la inspiración produce tensión; al inspirar antes de la eyaculación, aumenta la tensión hasta un nivel alto y, por tanto, se induce una buena descarga y relajación. Cuando algo se nos escapa, la descarga, tanto la micción como la eyaculación u otras funciones, se realiza antes de que la tensión haya llegado a su nivel más alto, se queda como a medio camino. El proceso es algo parecido a la salida con mucha presión del agua de una manguera después de haber apretado el extremo: al aumentar la presión o tensión, la descarga se vuelve más intensa. El proceso completo es el siguiente: aparición del deseo de descarga, incremento de la tensión y, por fin, conducta de descarga. La sensación satisfactoria de descarga es impulsiva y rápida. Para ello debe producirse una buena explosión energética; de lo contrario, tenemos una sensación de “escape”, lo cual produce una sensación poco clara y mal acabada. Entonces empieza la búsqueda compulsiva de consumación. Se buscan para ello estímulos cada vez más fuertes, repitiendo o variando las conductas de descarga. Para que la persona pueda experimentar un corte en 3 9 la mente respecto al deseo de descarga, es imprescindible que sienta una sensación de descarga intensa y rápida propiciada por el incremento de la intensidad de la tensión. Orientación de la tensión Así pues, en el estado de carencia de descarga se repiten conductas y comportamientos de descarga incompleta y reacciones excesivas causadas por la falta de intensidad de la contracción o un declive en la capacidad de tensión. El incumplimiento de la descarga es, sin duda, causado por una intensidad de tensión insuficiente. Si conseguimos incrementarla, el problema puede solventarse. Ya hablé de un hombre que sufrió de colitis durante cuatro meses. El diagnóstico era una pérdida del control nervioso autónomo. A diario iba al retrete unas veinte o treinta veces, lo cual no facilitaba sus actividades fuera de casa. Su aspecto era débil y frágil, caminaba con los hombros subidos en forma de percha, la punta de los pies hacia fuera y el paso muy largo. Éste es el estado físico típico del tipo V estancado. Al hablar, utilizaba expresiones muy exageradas y onomatopeyas como en los tebeos: “Tachán… Catapún… Pumba…”. Evidentemente su estado mostraba una descarga insuficiente. Un día vino a verme y me contó el sueño que había tenido la noche anterior, un sueño muy interesante y significativo: su cuerpo iba hinchándose como un globo, más y más, y despertó empapado en sudor en el momento en que iba a explotar. Sería interesante analizar este sueño. Desde luego, había vivido algo parecido a una película de terror. Al perdurar el estado de descarga incompleta, el intento de desahogo se produce hasta en sueños: el miedo incrementa la tensión. Es como si su inconsciente conociera ese mecanismo del cuerpo. Decía que había tenido varias veces ese tipo de sueño, el cual pronto se convirtió en realidad. Ese hombre era el director de una pequeña empresa; un día, descubrió que uno de sus colaboradores de más confianza había malversado una suma considerable de dinero. Avisó a la policía y encarcelaron al colaborador, el cual debió de guardarle mucho rencor. Algún tiempo después, alguien llamó a nuestro hombre haciéndose pasar por un amigo suyo y le atrajo fuera de casa. Ya en la calle, se encontró con cuatro individuos con pinta de mafiosos. Intercambiaron unas cuantas palabras y, de repente, uno de ellos le atacó con el bokken (espada de madera) que llevaba en la mano. Nuestro hombre en el mismo instante recordó que tenía cuatro dan de kendo (esgrima japonesa) y no sé cuantos de karate. Al recordar su capacitación en artes marciales, resucitó su valor y logró reducirlos a los cuatro. Al parecer, la policía incluso le reprochó ciertos 4 0 excesos en la autodefensa. Lo interesante es que el peligro fue lo que reavivó en él su alto nivel en artes marciales. A partir de entonces, no se habló más de colitis. El deseo de descarga que la producía se había satisfecho por completo al defenderse a ultranza. La intensidad de su tensión interna, a medias hasta entonces, aumentó gracias al peligro y al miedo. Dicho de otro modo, en ese caso la densidad de la tensión tan sólo podía aumentar gracias a un momento de crisis y un estado de miedo extremos. Su sensibilidad había alcanzado un estado de embotamiento tal que ya no entraba en tensión frente a los estímulos normales de la vida cotidiana. La persona afectada por una carencia crónica de descarga responde torpemente ante los pequeños apuros, tales como la cara de descontento de la esposa, la enfermedad de los niños o los problemas de economía familiar, estímulos todos de índole cotidiana; no logran tensarse del todo si no se encuentran con crisis de gran envergadura. La mayor crisis que podamos encontrar es la amenaza de destrucción de nuestro propio cuerpo, de nuestra vida, el enfrentamiento con la muerte. Por esta razón, en los casos de descarga incompleta las conductas se vuelven gradualmente autodestructivas. Un ejemplo de ello es la conducción temeraria de ciertos motociclistas que se exceden en la velocidad y no respetan las reglas viales. En tales casos, la capacidad de entrar en tensión ha mermado considerablemente. Con todo, no es imposible originar tensión con estímulos pequeños, en vez de correr peligrosamente con la moto, romperse el tendón de Aquiles o pelear con mafiosos. Dentro de los métodos de curación nacidos en el Oriente, están la acupuntura y la moxibustión. El método consiste en provocar un estado de crisis, es decir, de tensión extrema. A nadie le apetece que le pinchen o le quemen. Para ir a recibir semejante tratamiento por primera vez, hace falta una toma de decisión fuerte. Por mucho que uno vaya preparado mentalmente, en el momento del pinchazo se crea una fuerte tensión. A la hora de la verdad la acupuntura no es muy dolorosa, pero la tensión previa es máxima. Desde hace algunos años está de moda la cultura china y hasta quien se dedica a la medicina occidental se interesa por los efectos producidos por las agujas. Todo el mundo se fija en los efectos producidos gracias a la estimulación de determinados puntos en los meridianos y hasta los pacientes creen únicamente en ello. Desde luego, los meridianos merecen un estudio profundo, pero conviene fijarse también en un detalle de importancia: la aguja es muy puntiaguda. Si olvidamos la importancia de la acción de la imaginación sobre el cuerpo y de cómo éste reacciona a la agresión, la aguja se convierte entonces en un mero estímulo 4 1 físico. El seitai sōhō utiliza de manera mucho más activa el funcionamiento de la mente. Por ejemplo, el maestro Noguchi utilizaba principalmente la técnica del intervalo de la respiración en los casos de descarga incompleta. Por ejemplo, abría el sacro con un golpe repentino durante el intervalo de la respiración o variaba la colocación de la gravedad corporal. El intervalo de la respiración es el momento en el que ni se exhala ni se inhala, es decir, en el que la respiración está en suspenso. Todos los seres vivos respiran y, en este sentido, puede considerarse que ese momento de suspenso es un corto espacio de muerte. Para captar ese momento, el interesado debe exhalar completamente, es decir, debe encontrarse en estado de pequeña muerte. Surgen las máximas ganas de vivir cuando uno se enfrenta con la muerte. La técnica basada en el intervalo de la respiración aprovecha el deseo de vivir, partiendo de un estado límite de crisis. Cuando se aplica la intervención en ese momento de vacío de la respiración, se produce una auténtica sensación de descarga. 4 2 VI Orientación para la descarga. Cómo enfocar y dirigirla La clave para orientar a una persona en estado físico de descarga incompleta es inducir tensión en ella. Decirlo es más fácil que conseguirlo. Muchos asocian tensión y contracción. Sin embargo, la tensión no puede equipararse a ésta, pues tanto en la contracción como en la rigidez se ha perdido la movilidad: es un estado en el que no se producen ni tensión ni distensión, un estado de estancamiento. Inducir tensión en alguien no es provocar un estado inmóvil de contracción. El principal objetivo es orientar una persona con descarga incompleta hacia la tensión para provocar a continuación una sensación de descarga repentina. En un estado de inmovilidad es imposible conseguir este objetivo. Algunas tensiones son producidas por iniciativa propia y otras se deben a los estímulos externos: entre los dos tipos de tensión existen diferencias. Dentro de un mismo tipo de tensión varía también la intensidad. Cuando la tensión es autógena, su grado es denso, mientras que la tensión exógena no es tan intensa. Aquí se observa una diferencia de calidad entre la tensión autoproducida y la provocada por factores externos. El comportamiento inducido por una tensión intensa muestra potencia y pujanza. Ya sabemos que la conducta desprende fuerza y dinamismo cuando nace de la propia iniciativa. Éste es el caso también. Puede resultar un tanto difícil comprender el estado físico acrecentado por la intensidad de la tensión. Bastará con imaginar un predador hambriento y escondido entre matorrales, en la postura inmediatamente anterior al salto sobre la presa. El hambre significa tener ganas de comer, pero no tiene una relación directa con la intensificación de la tensión. Tanto la conducta como la iniciativa son motivadas por el hambre, pero ésta no es lo que incrementa la tensión. Para que se materialice el deseo, es necesario que aparezca alguna presa, es decir, un objeto concreto. De lo contrario no aumenta la tensión. Al encontrar algún objeto hacia el que dirigir toda la fuerza y capacidad, la tensión sube entonces de modo natural para conseguirlo. De este modo, la intensidad de la tensión crece al tomar alguna dirección concreta. Por el contrario, la conducta de las personas cuya descarga es incompleta se dispersa a los cuatro vientos. Se parecen a aquellos niños nerviosos que cambian constantemente la dirección de su mirada. Se debe a que la mente no está enfocada en una dirección determinada. Para incrementar la intensidad de la tensión es necesario que la mente y la conducta de descarga adopten una dirección precisa gracias a la 4 3 cual la energía dispersada entre varios focos se concentrará. Existen varias modalidades para orientar la conducta de descarga. Vamos a ver las dos principales. En la primera, se trata de cambiar la dirección del cauce del río variando la colocación de las piedras en el lecho. En verano los niños juegan a ello en los riachuelos. Tanto en la escuela como en casa se utiliza frecuentemente la prohibición. ¿Es realmente posible impedir determinadas conductas cuando la descarga no es completa o cuando el deseo de descarga va en aumento? No, es imposible. Tal como lo explicamos antes, las conductas de descarga en una persona cuya necesidad de alivio de la tensión va en aumento constituyen un movimiento equilibrador que lleva del desequilibrio hacia el equilibrio u homeostasis; responden pues a una función corporal autónoma. Impedir ese mecanismo con prohibiciones es ir directamente en contra del principio de base de todo ser vivo, es un desafío a la vida. De hecho, si intentamos prohibir alguna cosa a una persona cuyo deseo de descarga es alto, su mirada, su movimiento psíquico, todo buscará desviarse hacia donde no se hallan prohibiciones. Por ejemplo, si regañamos a un niño para que no alborote en casa, pensará que en el tren sí puede hacerlo. Inconscientemente su imaginación busca una salida para su necesidad. Cuando se vuelva bullicioso en el tren, se le prohibirá entonces importunar en público. Entonces se excederá allí donde no haya nadie que le controle. Así, como recibe prohibiciones sucesivas de sus padres, él va buscando algún espacio donde aún no alcanzan las prohibiciones. Tanto más estrictas sean las normas de conducta en la escuela, cuanto más intentará el niño encontrar algún espacio fuera donde desahogarse. Cuanto más aumenta el número de las prohibiciones, tanto más siente placer en infringirlas. Los profesores y los padres se quejan de sus dificultades en el trato con los jóvenes, pero éstas se deben a que prohíben por prohibir y sin entender en qué consiste la necesidad de descarga. Conviene no olvidar que detrás del deseo de descarga siempre se halla el deseo de independencia. Para atender el deseo de descarga, conviene tenerlo en cuenta y entender que en las personas con necesidad de descarga alta existe un psiquismo que quiere pensar por sí mismo, inventar y moverse autónomamente en conformidad con su pensamiento. Cuando actúan a tenor de las indicaciones, órdenes o imposiciones ajenas, sienten que algo no les llena. Por tanto, conviene orientarlas de tal modo que su deseo se realice a través de su propia iniciativa. Si lo tenemos en cuenta, podremos atenderlas con tranquilidad. Basta 4 4 con observar su conducta y coger de vez en cuando el timón, dando una pequeña indicación. No hace falta estarles siempre encima ni tampoco desplegar una amabilidad excesiva con ellas: sólo lograríamos fomentar oposición. A quien se halla en la necesidad alta de descarga, conviene dictarle unas normas que nos permitan manejar el timón. Éstas son unos obstáculos que no buscan la prohibición en sí, sino cambiar la corriente del agua al desplazar la colocación de las piedras. Si se utiliza en tal sentido, la prohibición no es tan negativa, pues permite al interesado encontrar un lugar libre, nuevo y más atractivo, al toparse con un obstáculo o control. En los juegos y deportes, en el enamoramiento o el matrimonio, siempre hay reglas implícitas de urbanidad. Los controles y prohibiciones dan valor a la libertad y nos permiten saborear la vida. La creencia de que la mente humana se halla frustrada debido a las prohibiciones no es lógica. Cuando existe fuerza física y deseo de independencia, siempre se hallan espacios nuevos y libres. Quien carece de fuerza física se encoge y pierde los ánimos a la menor prohibición. Desde luego, una norma también tiene sus límites, pues si nos dicen “Haz lo que quieras, mientras no respires”, no habrá otro modo que hacer caso omiso de ella. ¿En qué deseas encontrar libertad? ¿En las apuestas, las carreras de caballos, el juego de mah-jong? ¿En la vida sexual? ¿En el bricolaje, la cocina, el comer? La búsqueda de libertad a través del comportamiento es una cuestión de dignidad personal o de valor filosófico. Si dejamos de lado las cuestiones de filosofía personal, social, o ética, cualquier deseo de descarga, actividad o conducta, tiene igual valor mientras uno lo haya buscado por sí mismo: cuando es así, puede dedicarse plenamente a ello. Para los padres o los profesores, la dignidad o la distinción de sus hijos como seres humanos es un valor importante. Por ello es natural que manejen el timón a tenor de sus ideas. Cuando aumenta la necesidad de descarga en el joven, es una oportunidad para que se conciencie y defina su dignidad personal. Por ello el maestro Noguchi decía siempre que la época de la independencia coincide con la época de la educación. La cuestión es cómo lograr que descubran su espacio de libertad, de dedicación. Dicho de otro modo, se trata de saber colocar las piedras en el agua. Utilizar los controles y las prohibiciones para impedir algo es una manera torpe que sólo produce resultados contrarios a la intención. Cuando se utiliza la prohibición o el control ante la descarga, es necesario tener en cuenta que la meta es dar una orientación. Cuando se le tapan todas las salidas, uno se ahoga, se endurece y acaba adoptando 4 5 conductas histéricas para romper las barreras. Aunque las demás salidas estén tapadas, mientras quede una puerta abierta, la persona se dirigirá hacia esa vía de escape. Esta es la forma de encarar la situación ante un caso de descarga incompleta. En tal situación, uno no puede hallar la salida por sí mismo. Como no adopta ninguna dirección, la tensión interna tampoco se eleva sino que se escapa en todas direcciones. Para que se determine a adoptar una decisión, es necesario taparle todas las salidas menos una. En según qué situación, conviene pensar en semejante táctica. Otro método es crear una dirección de conducta de descarga, crear un foco, del mismo modo que con una lupa se concentran los rayos del sol sobre un papel y se le hace arder. Cuando mi hermanito estaba en sexto de primarias, su cuerpo cambió de tal modo que se volvió de carácter hosco. Al regresar de la escuela, se encerraba en su habitación sin hablar con nadie. Se podía apreciar en toda su conducta la necesidad de descarga: en su manera de cambiar los canales de la tele, de descalzarse, en el olor de sus heces y del sudor, todo en su cuerpo y en su conducta manifestaba lo mismo: necesidad de descarga. Así duró unas dos semanas. Un día, mi padre regresó con un gatito a casa. Dijo que una señora que tenía cuatro le había regalado uno. Al principio, como era muy mono, yo jugaba con él, le daba de comer, fregaba su plato, etc. Pero pronto me cansé. Mi hermanito no mostraba ningún interés y mis otros hermanos se comportaban como yo. Quienes tuvieron que cuidar del gatito fueron los alumnos internos. Cuidar de un gatito es trabajoso, en especial cuando son pequeñitos. Un día, cazó un pájaro y se lo comió en una habitación. No debió de digerirlo bien, porque lo vomitó. Un discípulo, que estaba cansado de cuidar al gatito, lo descubrió y le dio una patada que lo mandó dando vueltas por la escalera. El gatito se escondió debajo de ella gimiendo. Mi hermanito se hallaba por allí, lo cogió en brazos y le dijo al discípulo: “A partir de ahora, lo cuido yo”. Y de hecho lo cuidó de tal modo que eran inseparables: dormían juntos, comían juntos y de lo mismo, etc. El gatito se hizo muy amigo de él: cuando iba mi hermano a la escuela, el gato le acompañaba hasta la parada del autobús; a su regreso, lo encontraba esperándole en la puerta con las patitas juntas. Mi hermano le cuidaba realmente mucho. Más tarde, el Maestro le comentó a mi madre que, al ver que mi hermanito se hallaba al límite, había comprado el gatito. El foco creado por mi padre para mi hermano, que se hallaba en una gran dificultad de descarga, había sido un gatito. Proporcionar a una persona con dificultad de descarga un punto en el que pueda concentrar su atención es un método muy eficaz. 4 6 ¿Por qué al principio se mantuvo mi hermanito al margen de todo? ¿Por qué de repente empezó a cuidar al gatito? Lo más probable es que cuando el discípulo le dio una patada al gato, en mi hermano, que lo estaba observando, se produjo un fuerte e inmediato aumento de la tensión. Sintió lástima por el gato golpeado, como si el animalito pidiera compasión. ¿Por qué se conmovió el corazón de mi hermano y no el del agresor? En este punto, conviene considerar el taiheki de mi hermano. La tendencia corporal de mi hermano es de tipo IX. En éste el punto de partida de la conducta se enraíza en la energía sexual, es decir, en la conservación de la especie. El psiquismo relacionado con ello gira en torno al amor y al odio. La diferencia entre el IX y el X es que, si bien el punto de partida es la energía sexual, el afecto del IX se dirige hacia un único objeto. Por ejemplo, aun cuando tiene varios hijos, centra todo su afecto en un hijo predilecto. Existe una fuerte preferencia. También puede entenderse que, más que preferencia, sólo tiene capacidad para amar a uno solo, todo su afecto se concentra en una sola persona. Por el contrario, el tipo X es capaz de cuidar y atender al marido, a los hijos, al perro y los gatos por igual. La tendencia corporal IX posee una extraordinaria capacidad de concentración; cuando se dedica a algo, pone en ello tanta intensidad que los demás lo siguen con dificultad. Su naturaleza hace que toda su capacidad se despliegue en la adversidad. Esta cualidad no se encuentra en las demás tendencias corporales. Los políticos de tipo IX que tuvieron éxito desarrollaron todas sus facultades en épocas adversas, convirtiéndose en dictadores en épocas de calma y perdiendo así el favor de la población. Tanto Mao Tse-Tung como Hitler presentaban una marcada tendencia de tipo IX. En tiempos de bonanza el tipo IX es muy propenso a buscar situaciones adversas. Por naturaleza va creando situaciones en las que se le suman las dificultades. Cuando selecciona afectivamente a alguien, se inclina más hacia el débil que hacia el sano. Más proclive a los desfavorecidos que a los acomodados, así va buscándose las penas. Una anciana tenía unos cincuenta gatos. Un día que le hacía una visita, le dije: “Mire al gato aquel. Parece que está bajo de ánimos. Fíjese cómo comen los demás y no le dejan nada.” Ella empezó a observar al gato. En una persona de tipo IX aumenta mucho la concentración en semejantes situaciones. Reconoció que mi observación era exacta y a partir de entonces sólo pensó en el gato débil y enfermizo, como si los demás cuarenta y nueve gatos ya no existieran. Para ella tan sólo existía ése y tan sólo le daba de comer a él, y con cucharilla, además. El resto de la banda poco a poco fue desapareciendo y no quedó ningún gato más. Esta forma de sensibilidad es propia del tipo IX. 4 7 Lo que quiero decir con esto es que la dirección que sirve para incrementar la intensidad de la tensión varía en función del taiheki. Por ejemplo, para la tendencia de tipo I la tensión alcanza un máximo cuando imagina alguna acción que le produciría vergüenza. En el tipo III, cuando se le exige responsabilizarse de algo y no hay escapatoria posible. En el V cuando puede verse afectado por una pérdida concreta. En el VII, cuando se siente alguna intención o adversidad por parte de un oponente, o cuando se estimula en él la abnegación o el deseo de progreso personal. Así, la tensión aumenta en conformidad con la tendencia del taiheki. Si pensamos con detalle en cómo y qué situación sube la tensión en cada tendencia corporal, siempre desembocamos en la cuestión de la sensibilidad en cada individuo. Por esta razón, para orientar la conducta de descarga e introducir un punto de concentración concreto adaptado a cada persona, con la finalidad de que pueda desarrollarse en plenitud, es necesario comprender primero a qué tipo de sensibilidad corresponde. Desde luego, la sensibilidad individual puede deducirse de la teoría del taiheki, pero no es menos cierto que deben tomarse en cuenta otros factores tales como la edad, la fuerza corporal, el estado de subconsciente, etc., en cada persona. Si no se incorporan todos estos factores, no puede decirse que se haya entendido cabalmente la sensibilidad de la persona. Si se consigue entender plenamente esta sensibilidad, no resulta muy difícil encontrar el enfoque destinado a acrecentar la tensión en ella. Hasta aquí, creo que se ha entendido cuáles son los dos métodos destinados a orientar las conductas de descarga. 4 8 VII La toma de decisión y su momento Ya he explicado largo y tendido cómo poner fin a un proceso psíquico. Para concluir, hablaré de un último punto: el momento de la toma de decisión. Es lo más importante. Cualquiera debe tomar decisiones en algún momento de su existencia. Las decisiones son como jalones en nuestra vida. Cuando se logra que sean claras y marcadas, la mente experimenta un cambio radical. Tanto el cuerpo como la psique logran una mayor dignidad, pues la toma de decisiones enriquece la personalidad y la dignifica. Sin embargo, muchos son incapaces de tomar decisiones claras a pesar de que se les presente el momento idóneo para hacerlo. El valor de un individuo se manifiesta cuando debe enfrentarse con una gran dificultad o ante un peligro de vida o muerte. A pesar de una fachada magnífica, quien pierde la tranquilidad y manifiesta inquietud en el momento de adoptar una decisión, carece de valor o fuerza en la cintura. Quien no tenga coraje pero logre tomar una decisión no es un caso perdido. Es un momento oportuno para crecer: nos capacita para tener espíritu de decisión más adelante. Muchos, con la mente borrosa, en su indecisión dejan escapar ocasiones valiosas. Se fían de los demás y no tienen opinión propia: van en el sentido en que va su entorno. Por tanto, no conocen la llave para llevar una vida animosa. Una actitud ambigua, indecisa y confusa ante las decisiones es el camino del envejecimiento y de la castración. Hasta la propia sombra pierde consistencia y cualquier actitud resulta indecisa. Ya no queda otro camino que el de vivir en la sombra. Decisión y selección Todo el mundo es capaz de tomar una decisión. Esta capacidad o fuerza no se logra con el entrenamiento ni tampoco se adquiere con la experiencia. Todos los seres vivos saben lo que deben hacer en un momento crucial. Por dar un símil, el ratón acosado muerde al gato. En un momento decisivo, en todo el mundo se centra la mente, pues tomar una determinación es una acción instintiva. No puede afirmarse que algunos son incapaces de decisión, porque todos somos capaces de ello. Sin embargo, mucha gente cree que una decisión es fruto del razonamiento. Por ello, buscan una puerta de salida, aduciendo: “Ya me lo 4 9 voy a pensar”. No es que pensarse bien algo no tenga su importancia, pero, mientras tanto, la decisión no sólo no se toma sino que se vuelve cada vez más difícil hacerlo. Si dudamos entre ir a la izquierda o a la derecha, más vacilemos y más nos costará movernos. La toma de decisiones no consiste en elegir entre dos caminos, no es algo tan cómodo y sencillo. Elegir entre dos caminos es un proceso de selección. Decisión y selección son dos cosas totalmente distintas y no deben confundirse. Si la vida consistiera en elegir una alternativa, el tema de la decisión no merecería atención. Bastaría con utilizar el razonamiento, ver cuál de las dos vías resulta más ventajosa o donde se gana y donde se pierde. Sería una cuestión de cálculo de porcentajes. Sin embargo, la decisión no se fundamenta en la selección. Se trata de implicarse: si nuestra postura carece de claridad, resulta vaga, viene a ser no decidir nada. La selección es obra del cálculo mental; en cambio, la decisión sale del “vientre” (hara). Cuando se llega a una situación en la que no cabe reflexionar o cavilar, el “vientre” toma la decisión.1 Una elección mental y una determinación que nace del vientre son cosas diferentes. Una selección puede realizarse sin dificultad; en cambio, abandonarse requiere valentía. Algunos creen que cuando se adopta una vía, automáticamente se abandona la otra. Cuando se trata de un razonamiento, esto es posible, pero las determinaciones concretas y vitales son de otra índole. Si les hacemos darse cuenta a los indecisos de que deben abandonar algo: “Si eliges esto, abandonas aquello. Es así, ¿verdad? ¿Estás de acuerdo?”, por lo general dicen que necesitan más tiempo para pensárselo. En otras palabras, el indeciso elige una vía sin poder soltar la otra. Parecen elegir, pero como no sueltan y no salen realmente de la alternativa, seguirán vacilando e inseguros más adelante. Apenas se encuentren con alguna dificultad, pensarán que deberían haber adoptado la otra solución. Entonces se arrepienten, consideran que la segunda vía era la más adecuada; hasta su imaginación puede crear alguna oportunidad para “hacer transbordo”. En cambio, una persona que toma una decisión abandona completamente el otro camino. Por muy difícil que resulte, desventajoso o socialmente mal visto, seguirá su camino. Incluso las dificultades que debe vencer se convierten en un valor, en felicidad. La toma de decisión entraña este tipo de cambios. Hace años, un anciano llamado Yamada, una autoridad dentro de la terapia manual que pasaba de los setenta años, asistió a un curso del maestro Noguchi. Después de la clase, se presentó y le dijo: “Lo que Ud. enseña es 5 0 verdad. A partir de ahora, quiero ser alumno suyo.” Y empezó a estudiar el seitai partiendo de los fundamentos. Era inteligente y valiente. Es admirable que un anciano, uno de los mejores en su campo, abandonara todas sus técnicas y se determinara a empezar de cero. Así pues, la toma de decisión significa abandonarse, soltar, salirse de la alternativa. Es, al mismo tiempo, una afirmación de sí mismo. La mente puede albergar muchas opciones y pensamientos vacilantes. La decisión es la confirmación de cómo queremos vivir. Esta confirmación se convertirá en una fuerza para tener bajo control el resto de nuestra vida. La toma de conciencia en una situación apurada El momento en que se toma una decisión es también el de una tensión incrementada hasta el máximo. Cuanta más valentía sea necesaria, cuanta mayor vergüenza o desventaja presuponga, tanto más peso e importancia adquiere la decisión para uno mismo. Una premisa de la decisión es una subida de la tensión. Si no existe tensión, tampoco hay decisión. En las personas que toman decisiones con mucha dificultad o las eluden, de hecho lo que falta no es la capacidad para decidirse sino la carencia de tensión. Mientras no se instala la tensión, pueden ir vacilando que si hago esto o lo otro. Pero si la tensión aumenta hasta el tope, la decisión se toma naturalmente. La percepción de la tensión se hace clara cuando nos vemos en apuros. Sin embargo, hay quien no siente que está en dificultad, no lo percibe en su cuerpo, no se da cuenta de nada. Vagamente discurre en su imaginación la posibilidad de adoptar una vía u otra. Con este tipo de personas, es necesario hacer que se den cuenta del momento y de la situación en los que se hallan. No hace falta empujarlas a tomar una decisión, es suficiente con situarlas ante el precipicio para que cobren conciencia de su situación real. No hace mucho, un instructor de seitai me contó la anécdota siguiente. Cuando él era aún un principiante, dos jóvenes, miembros de su dōjō, se enamoraron y decidieron casarse. Ella le llevaba diez años. Por esta razón, los padres del novio negaban su consentimiento a la boda y, como conocían al joven instructor desde hacía años, le pidieron que interviniera. Por su parte, los novios le rogaron que persuadiera a los padres para que pudieran casarse. Todos estaban tan obcecados que el instructor no sabía cómo salirse de esta situación. Acabó por consultar al maestro Noguchi. Éste le dijo que trajera a los novios a su dōjō el día siguiente. El instructor imaginó que el 5 1 maestro proporcionaría una solución redonda. Al día siguiente, se presentó en el dōjō con la pareja. El Maestro los invitó a pasar a su despacho y a sentarse. Tan sólo le miró al novio y le dijo: “La mujer mayor ahora es hermosa pero el día de mañana tendrá arrugas y canas; perderá tanto su belleza como su sensibilidad sexual…”. Y explicó todas las desventajas de casarse con una mujer mayor. Habló durante media hora, argumentando con lógica y orden. Ni le dirigió la mirada a la mujer. La pareja, cabizbaja y desanimada, se encontraba azorada. Finalmente, el Maestro concluyó: “Has entendido, ¿verdad?”, y salió del despacho. El joven instructor los consoló a los dos como pudo y cada uno se fue a su casa. Al día siguiente el instructor se enteró por los padres que ambos habían abandonado su casa para irse a vivir juntos. Lo comunicó al maestro que le contestó sin manifestar sorpresa alguna que aquello estaba muy bien. El Maestro debió de captar algo vacilante en la expresión del novio cuando fue a visitarle. Por lo general, el ser humano se vuelve más terco cuando su mente es indecisa y se tambalea; por ello suele afirmar sus opiniones de forma muy ruidosa. En este caso, el maestro Noguchi debió de percibir una mente terca, desafiante y vacilante a la vez, que decía por lo bajo: “Me voy a casar… Me voy a casar…”. Por ello, teniendo en cuenta la tendencia corporal V del novio, le cerró cualquier salida. En la tendencia V la intensidad de la tensión aumenta al máximo cuando ve que va a perder algo y hay alguna desventaja. Si se le indica la posibilidad de una desventaja, busca automáticamente todas las ventajas de la situación. Con la ventaja asegurada, deberían desaparecer la inquietud y la incertidumbre ante la situación. En la tendencia V eso no es así: cuando descubre las ventajas, se inquieta más aún por las posibles pérdidas. Con lo cual crece su lucha interna. Cuando su mente le dice: Ahí hay tal ventaja, es para él una forma de amortiguar su tensión interna, es una válvula de escape. Si no se coloca un obstáculo en la vía por la que podría escapar, no se producirá una tensión interna alta. Eso hizo el Maestro: lo colocó ante la situación de apuro en la que se hallaba, explicándole que en su decisión no había ni ventaja ni mérito y que la pérdida era máxima. Cualquier persona puede tomar una determinación cuando percibe que se encuentra en una situación incómoda y puede hacer transbordo en cualquier momento de una barca a otra si ve que no le sirven de nada las elucubraciones mentales. Resumiendo el tema, si se entiende que una toma de decisión precisa una intensidad de tensión máxima, que una determinación no se reduce a una selección y no depende de un análisis lógico, entonces todo ello se puede 5 2 aplicar a la vida cotidiana: en la busca de un trabajo o de una pareja, a la hora de tener hijos, con ocasión de la muerte de algún familiar… Cualquier situación importante nos coloca ante una toma de decisiones; no conviene eludir aquellos momentos, pues constituyen una forma de autoafirmación. Con ello se progresa y se desarrolla la personalidad. Algunas personas viven eludiendo muy hábilmente toda ocasión de tomar decisiones. Su cuerpo es diferente de los que se enfrentan con las situaciones y viven seriamente. Recuerdo que el maestro Noguchi me comentó un día acerca de una persona: “Es buena persona, pero hasta ahora no se ha jugado la vida ni una sola vez.” Me sorprendió que se pudiera leer en el cuerpo semejante información. Al mismo tiempo, me dio un poco de miedo porque a mí también me estaba observando con los mismos ojos. Las personas que han vivido sin darse esta confirmación de sí mismas en un momento de decisión, habrán tenido como cualquiera la oportunidad de hacerlo, porque siempre se nos presentan. Sencillamente, no habrán querido hacerlo. (Fin) La mayoría de las personas de mi entorno no se dio cuenta, pero a todos se nos presentó la ocasión para una toma de decisión un mismo día, el 22 de junio de hace cuatro años, el día en que murió el maestro Noguchi. Ese día debía haber proporcionado una oportunidad para la toma de decisiones tanto a los miembros del Seitai como a los instructores, pues todos habían contado con él hasta entonces. Durante estos cuatro años he observado a los que me rodean y el significado para ellos de la determinación que suponía semejante acontecimiento. Los que acertaron en su toma de decisión progresan en su vida y como instructores han mejorado, tanto técnica como personalmente. Otros envejecieron repentinamente a partir de esa fecha; quienes no tomaron ninguna determinación personal se han buscado algún sustituto sobre el que apoyarse. Algunos añoran al Maestro, otros instructores se han buscado a otro maestro. Cuando observo tales comportamientos, recuerdo los comentarios del Maestro: esas personas, aunque se pasen la vida buscando algo que llene el vacío de su mente, nunca lo van a encontrar. El vacío de la mente, nadie puede llenarlo si no es uno mismo. Y sólo se llena gracias a la toma de decisiones. Se trata de decidir que se va a vivir con las fuerzas propias, hara wo kimeru, “decidirse con el vientre”. Ésta era una de las enseñanzas del maestro Noguchi. Y de ello estoy seguro: si no se toman las decisiones con las tripas, jamás se llenará el vacío del corazón. 5 3
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